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Indumenta 02 (2011). Págs. 8-36 8 Resumen: Estudiamos la evolución de la moda entre 1868 y 1890 y su repercusión en España a través de las crónicas y figurines publicados por la revista La Moda Elegante, sucursal de la homónima parisina y faro mediático del vestir durante la Restauración española. Nuestra pretensión es doble. Por un lado, prolongar un trabajo previo publicado en 2006 por el Minis- terio de Cultura: La moda en el Romanticismo y su proyección en España, 1828-1868. Por otro, animar a futuros historiadores a estudiar un periodo indumentario que hasta la fecha carece de una investigación exhaustiva. Abstract: We study the evolution of fashion between 1868 and 1890 and its impact in Spain through the articles and plates published by the magazine La Moda Elegante, subsidiary in Madrid of the Parisian homonymous. Our aim is double. First, to prolong a previous work edited in 2006 by the Ministry of Culture: La moda en el Romanticismo y su proyección en España, 1828-1868. Second, to animate future scholars to study a clothing period devoid of an exhaustive research. Algún historiador del vestir deberá investigar en el futuro el desierto de veinte años abierto entre el Romanticismo y el Modernismo, es decir, entre 1870 y 1890 1 . Ojalá este artículo esti- mule su curiosidad, le anime a suplir esta oscura laguna de la historiografía del vestido. Para seducirlo, le anticipo un rasgo estético de la moda con polisón que carece de precedentes: he aquí el único traje de la historia siempre inmortalizado de perfil o de espaldas. A mí me ha bastado para emprender la redacción del presente trabajo. He vaciado La Moda Elegante, la publicación referencia de su tiempo 2 , adonde toda crónica parisina llegaba de la redacción especializada de la Vizcondesa de Castelfido. La he tomado cariño. Castelfido registra cada La moda en la Restauración, 1868-1890 Pablo Pena González Doctor en Historia del Arte Profesor de Historia del Diseño en la Escuela de Arte 4 de la Comunidad de Madrid [email protected] 1 2 No existe periodo de la historia del traje peor, ni menos estudiado, ni más vilipendiado por los propios especialistas de la historia del traje. La Moda Elegante Ilustrada (en adelante, LME). Madrid: Imprenta de La Ilustración.

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Resumen: Estudiamos la evolución de la moda entre 1868 y 1890 y su repercusión en España a través de las crónicas y figurines publicados por la revista La Moda Elegante, sucursal de la homónima parisina y faro mediático del vestir durante la Restauración española. Nuestra pretensión es doble. Por un lado, prolongar un trabajo previo publicado en 2006 por el Minis-terio de Cultura: La moda en el Romanticismo y su proyección en España, 1828-1868. Por otro, animar a futuros historiadores a estudiar un periodo indumentario que hasta la fecha carece de una investigación exhaustiva.

Abstract: We study the evolution of fashion between 1868 and 1890 and its impact in Spain through the articles and plates published by the magazine La Moda Elegante, subsidiary in Madrid of the Parisian homonymous. Our aim is double. First, to prolong a previous work edited in 2006 by the Ministry of Culture: La moda en el Romanticismo y su proyección en España, 1828-1868. Second, to animate future scholars to study a clothing period devoid of an exhaustive research.

Algún historiador del vestir deberá investigar en el futuro el desierto de veinte años abierto entre el Romanticismo y el Modernismo, es decir, entre 1870 y 18901. Ojalá este artículo esti-mule su curiosidad, le anime a suplir esta oscura laguna de la historiografía del vestido. Para seducirlo, le anticipo un rasgo estético de la moda con polisón que carece de precedentes: he aquí el único traje de la historia siempre inmortalizado de perfil o de espaldas. A mí me ha bastado para emprender la redacción del presente trabajo. He vaciado La Moda Elegante, la publicación referencia de su tiempo2, adonde toda crónica parisina llegaba de la redacción especializada de la Vizcondesa de Castelfido. La he tomado cariño. Castelfido registra cada

La moda en la Restauración, 1868-1890Pablo Pena GonzálezDoctor en Historia del ArteProfesor de Historia del Diseño en la Escuela de Arte 4 de la Comunidad de [email protected]

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No existe periodo de la historia del traje peor, ni menos estudiado, ni más vilipendiado por los propios especialistas de la historia del traje.La Moda Elegante Ilustrada (en adelante, LME). Madrid: Imprenta de La Ilustración.

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leve movimiento indumentario, describe con pericia, y comparto con ella una misma visión admirada e irónica de la moda y sus “víctimas”:

Esta situación envidiada es un agradable presidio que no consiente jamás ni el más mínimo descanso. Es un verdadero puesto de combate, pues se trata de ser siempre y por doquiera la más hermosa, la más graciosa, la mejor puesta, la más elegante, la más envidiada3.

Podemos recurrir a su fiel corresponsalía a lo largo de todo el periodo que nos ocupa, con la sola excepción del tiempo que París fue cercada por los prusianos, desde otoño de 1870 hasta la primavera de 1871. Cuando la reencontramos metida en harina, lo hace sin olvidar el sentido del humor y comienza de esta guisa: “Como decíamos ayer...”4. Artículo y homenaje, he pretendido que sea la propia Castelfido, testigo y cronista, quien nos explique la moda de su tiempo.

Estética barroca

Por primera y última vez en la historia del traje, los dibujantes abandonaron la sempiterna vista frontal: no tenía sentido cuando la moda se forjaba con diagonales. Nos hallamos ante el cenit del barroquismo indumentario. Vamos a analizar los tres aspectos de la complejidad formal de este traje y después diremos unas palabras sobre los adjetivos que más comúnmente descargan los historiadores sobre el mismo: “ecléctico” y “tapicero”.

Complejidad estructural

El diletante de la moda agotará su imaginación tratando de descubrir el patrón de las in-trincadas faldas y sobrefaldas de la Restauración. El difícil drapeado y su caprichoso entre-cruzamiento desalientan cualquier intento de interpretación bidimensional. Este hermetismo estructural puede parangonarse con el de los grandes barrocos de la arquitectura, tales como Borromini o Guarini. A tanto se lleva el secretismo constructivo, que las prendas de vestir pierden su identidad:

La tarea de describir de una manera clara e inteligible la moda de hoy en día no es una tarea fácil. Llévanse en la actualidad vestidos que no son vestidos; faldas que no son faldas; volantes que sólo son volantes a medias; túnicas que no tienen de túnicas más que el nombre; corpiños que parecen hechos de piezas y remiendos como la capa del estudiante5.

Con semejante embrollo, muchas redactoras de moda de entonces, al sentirse incapa-ces de nombrar las ropas cuando asumían la tarea de describir figurines, soslayaban términos tan precisos para nosotros como “falda” y “sobrefalda”, y los sustituían por expresiones menos arriesgadas como “traje de debajo” y “traje de encima”.

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5

Castelfido, Vizcondesa de. LME, n.º 32, 30/8/1877, p. 255.Ídem, n.º 24, VII/1871, p. 215.Ídem, n.º 14, 14/4/1880, p. 111.

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Figura 1. Traje de paseo, un luto empleado como traje de entretiempo, y mantilla. Luis Madrazo. Cecilia Madrazo Garreta, h. 1880. Colección Madrazo de la Comunidad de Madrid (Gestión del Museo del Traje).

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Dinamismo compositivo

La búsqueda de complejidad afecta también a las líneas fundamentales del conjunto indu-mentario: frente a las ortogonales y suaves curvas de nuestra ropa actual –de la indumen-taria de cualquier época, para ser más exactos–, potentes diagonales atraviesan los jubones y las sobrefaldas del traje tapicero. Como una estatua de Juan de Bolonia o de Bernini, el traje multiplica sus planos de interés, los yuxtapone e incluso los contradice con soluciones asimétricas:

La moda de adornar las faldas de una manera distinta en cada lado, conti-núa inspirando a nuestras modistas de buen gusto y permitiéndoles emplear los recursos de la imaginación, que toman tanto mayor vuelo cuanto que no se ve sujeta a la simetría. Así que uno de los lados cae recto, sin adornos, y envuelve la falda, en tanto que el otro, muy adornado se pliega y repliega sobre sí mismo, o se vuelve figurando solapa6.

Subrayemos este rasgo, la asimetría, insólito en la historia del vestir y hasta hoy sin tras-cendencia.

Hipertrofia ornamental

La superposición de planos textiles puede complicarse sumando tejidos multicolores y ador-nos contrastados. Así, la vista rehúye la complejidad ornamental, la borrachera de estímulos (se aprecia particularmente en la figura 12). Para colmo, a menudo la pasamanería terminaba por rematar el revoltijo formal de los atuendos:

La pasamanería domina este año, y los flecos, los golpes, las placas, los cordo-nes y las borlas, ejecutadas con esmero y un gusto hasta el día desconocidos, se multiplican en el adorno de los vestidos princesa, de los trajes y principal-mente de los abrigos7.

Sin embargo, las especialistas recomendaban la contención decorativa: “Hoy se ador-nan las mujeres con cualquier motivo y hasta sin ningún motivo”8.

La mayoría de los figurines contienen la efusión ornamental. El buen gusto fomentaba la plasticidad escultórica de las composiciones dinámicas, pero rehuía el abigarramiento cro-mático y superficial –nótese, en los figurines a color que ilustran este artículo, que los trajes no exceden la bicromía–. Por ejemplo, evitando mezclas de tejidos rayados:

En ningún caso podrá combinarse una polonesa de tela rameada con una falda de tela rameada también. Advierto a mis amables lectoras que esta re-gla no admite excepciones9.

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Ídem, n.º 38, 14/10/1877, p. 304.Ídem, n.º 38, 14/10/1877, p. 304.Raymond, Emmeline. LME, n.º 3, 22/1/1870, p. 24.Castelfido, Vizcondesa de. LME, n.º 17, 6/5/1872, p. 139.

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Eclecticismo

Los préstamos del pasado, lo “historicista” caracteriza a todo el arte decimonónico, así como a menudo lo “ecléctico”. La escenografía y la caracterización teatrales alimentaban el gusto por los adornos vintage, y la moda, lo mismo que la arquitectura y la decoración, hizo acopio de casi todos y los trató con imaginativa libertad:

A decir verdad, la moda se preocupa muy poco de la exactitud histórica y comete los mayores anacronismos con tal que sus creaciones sean del gusto de las mujeres elegantes, siéndole indiferente que el cuello que aplica a nuestro ves-tido moderno se llame Medici o Enrique II, y que la gola Enrique IV constituya el adorno de un corpiño Luis XVI, y la corbata Directorio guarnezca un traje Luis XV. El eclecticismo es su regla; saca sus modelos de todos los siglos, y se asimila todas las formas, todos los adornos, todos los caprichos, todo el lujo del pasado10.

Tapicero

No hay un buen nombre para denominar esta época cultural. ¿Qué sucede al Romanticis-mo? ¿El Posromanticismo, el Naturalismo, el Neomedievalismo, el Modernismo? Todas esas expresiones se refieren más a disciplinas concretas que a un sentir general que produjera una cultura reconocible en todas sus facetas. Boucher relacionó el traje de 1870 con la moda de las tapicerías en decoración, los tejidos industriales teñidos con anilina (lo que supone colores más brillantes) y los cortinajes drapeados, y el adjetivo “tapicero” se ha consolidado.

La falda: polonesa, polisón y puf

Gusten al lector o no, basta echar un vistazo para comprender que nos hallamos ante las fal-das más elaboradas de todos los tiempos. Les presentaré los tres instrumentos que las hacían posibles: la polonesa, el polisón y el puf.

Polonesa

La pieza imprescindible del vestir femenino entre 1868 y 1890 fue la polonesa, es decir, la so-brefalda. En veinte años experimentó tal diversidad formal que hubieron de inventarse nuevas denominaciones, como “túnica” (más o menos, sobrevestido) y “traje de encima” (a falta de mejor nombre, cualquier prenda sobrepuesta a la falda).

En realidad, la polonesa no era nada nuevo para 1870. Desde antiguo se conoce el re-curso vestimentario de combinar dos faldas contrastadas en materia o color, a fin de aumentar el interés plástico de ambas y de comunicar riqueza por la abundancia de tejido –una sobre-falda implica un traje duplicado–. Sin ir más lejos, la sobrefalda ya había sido característica del último estilo romántico (1862-1868)11, lo que nos permite afirmar que la polonesa tapicera prolonga una grata experiencia decorativa de la moda romántica.

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Ídem, n.º 4, 30/1/1880, p. 32.Cf. Pena González, Pablo. El traje en el Romanticismo y su proyección en España, 1828-1868, Madrid: Ministerio de Cultura, 2007.

La moda en la Restauración, 1868-1890

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Sin embargo, contradiciendo sus orígenes, la nueva polonesa evoluciona multiplicando sus hechuras hasta el infinito y metamorfoseándose con otras prendas de vestir hasta vaciarlas de sustancia e identidad. El traje alcanzado por la vorágine de la esquizofrenia. Encontramos polonesas que son autenticas sobrefaldas y otras crecidas como sobrevestidos que arrancan desde el escote; otras, en cambio, apenas son mandiles o pareos, volantes asimétricos.

¿A qué se debe esta experimentación sin fin con la polonesa? Si comparamos entre sí las polonesas de siglos pasados, valgan por ejemplo las del tiempo de Luis XVI, todas nos pa-recen idénticas por mucho que varíen los tejidos; es decir, la polonesa revestía una hechura siempre idéntica y reconocible. Por el contrario, la polonesa decimonónica se metamorfosea de grabado en grabado, se actualiza una y otra vez. La explicación de su diversidad debemos buscarla en las revistas, precisadas de publicar novedades semanal o quincenalmente para justificar su edición y que las clientas se justifiquen a sí mismas el dispendio de comprarlas con tanta frecuencia. En el tiempo de la moda tapicera, todos sabían que la polonesa era la protagonista de la moda y que en gran medida las mujeres abrían las revistas exclusivamente para descubrir nuevas soluciones de drapeado para su adorno favorito. Ninguna otra explica-ción puede justificar que un aditamento meramente ornamental del vestido –en puridad tan prescindible como una cinta de entredós– aguante de moda, y aun la lidere, más de veinte años. Nuestra periodista de cabecera, Castelfido, se pregunta en cierta ocasión por la misma longevidad, pues en 1877 las polonesas han medrado hasta tal punto que amenazan con su-primir a la falda interna (como en la figura 9):

Me parece que su longitud excesiva es incompatible con su longevidad. Debajo de una polonesa de medianas proporciones se comprende una falda; más bajo una falda que llega hasta el suelo, la falda es inútil, y nos encontramos, sin sa-berlo, con el vestido antiguo, restaurado sobre las ruinas de la polonesa12.

Polisón y puf

La polonesa se arrebujaba a la espalda sobre un cesto oculto debajo de ella denominado en España “polisón” y en Francia tournure; a su vez, el arrollado –otras veces, una gruesa lazada– sobre el polisón se denominaba “puf”. El polisón, en definitiva, constituía la infraestructura que generaba la silueta característica de los estilos inicial y último del periodo que nos ocupa: figuras 5 a 7 (1869-1874) y 17 a 20 (1884-1889).

El periodo romántico finalizaba en 1868 con la supresión de los miriñaques y las crino-linas. Durante los dos años siguientes, las revistas de moda no promocionaron enaguas arma-das, pero ya en 1870 aparecieron unas faldillas interiores relativamente rígidas que conferían bulto a las caderas:

Los adversarios de los ahuecadores de muelles de acero han obtenido una pe-queña ventaja, muy ligera ciertamente. Respecto a los vestidos de baile, las ma-ravillosas suprimen este ahuecador los remplazan con tres o cuatro enaguas de muselina rígida; su paño de detrás va ligeramente cubierto de volantes desde la cintura al borde inferior13.

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Castelfido, Vizcondesa de. LME, n.º 35, 22/9/1877, p. 288.Raymond, Emmeline. LME, n.º 2, 14/1/1870, p. 16.

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Paulatinamente, las nuevas enaguas cortas comenzaron a denominarse “polisones”. En la cita siguiente se enumeran algunas variantes de esta infraestructura:

La forma de echar atrás el pouf depende en gran medida de los polisones [...] Las señoras algo gruesas adoptan el polisón de cerda, que deja libres las caderas, y se compone de dos o tres volantes superpuestos fruncidos, bajo los cuales se po-nen unos muelles que estrechan o ensanchan por medio de una jareta. Para las delgadas, el ahuecador jaula es preferible: se le hace de tul grueso, con muelles cubiertos por cintas de percal14.

Los visitantes de los museos, cuando se topan con esta silueta, tuercen el gesto y la comentan irónicamente. Hoy se admiran los trajes más antiguos y los más recientes, pero no he conocido a nadie que tenga buenas palabras para la indumentaria tapicera, por culpa pre-cisamente del polisón. Claro, no existe otra moda tan enfrentada al canon femenino actual de belleza filiforme; las mujeres que mantienen a raya el crecimiento de los glúteos seguramente juzgarán el polisón como un adefesio.

Es de justicia reseñar que nuestras antepasadas también abrigaban ciertas dudas acerca del favor otorgado a su figura por semejante adminículo. Traemos ahora una cita muy curiosa donde Castelfido es interpelada sobre el combinado polisón-puf:

Varias de mis amables lectoras se manifiestan tan hastiadas de los puffs y po-lisones que, por caridad, voy a levantar para ellas una punta del velo todavía corrido de las modas nuevas. El puff espira [...] Las damas a la moda llevarán la primavera entrante vestidos sin puffs ni aldetas (sic.) Por el momento se reducen los puffs, se les disminuye, y en lugar de forrarlos con una segunda falda, se les da forma muy modestamente con la parte superior de la única falda, que se corta un poco más larga con este objeto15.

Pero se equivoca de medio a medio y dos meses después se retracta16.

Ropa interior

Además del polisón, las mujeres contaban con los siguientes artículos de ropa blanca: corsé, almillas, blusas y batas.

Corsés

La donosura del talle y aun la altivez de la espalda se confiaban a la constricción de un em-ballenado jubón interno (figura 2b). El corsé tapicero prolonga el éxito del romántico. La estrechez de la cintura, así como su profundidad, variable en cada década, son reflejos de su presión. Las españolas acaudaladas encargaban los corsés a lencerías parisinas. En España

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Castelfido, Vizcondesa de. LME, n.º 1, 6/1/1874, p. 7.Ídem, n.º 8, 28/2/1873, p. 64.Ídem, n.º 13, 6/4/1873, p. 102.

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obtuvo notoriedad un corsé-faja de fabricación inventado por un tal Víctor Zugasti. La Moda Elegante lo menciona con tantos elogios que casi dan ganas de vestirlo:

Nadie duda en Madrid que el corsé-faja merece ocupar un lugar preferente entre las invenciones encaminadas a conservar la estrechez del talle [...] . Su inventor, Víctor Zugasti, obtuvo un premio merecido de la ex-reina doña Isabel, y su ac-tual expendedora, doña Julia A. de Zugasti, ha llegado a reunir una clientela tan numerosa como distinguida17.

¿Que les parece poco? ¿Y si les digo que se consagró en el Imperio?:

Doña Julia de Zugasti, directora de esta fábrica, acaba de ser premiada en la Exposición Universal de Viena con la medalla del Mérito, siendo esta la tercera Exposición en que dicha casa ha exhibido sus muestras, y la tercera vez que ha sido premiada, sin que se sepa por la prensa ni por ninguno de los medios de publicidad conocidos, que haya aparecido nunca premiada ninguna otra cor-setera de España18.

Blusas y batas

Pertenecían también al capítulo de la ropa blanca las blusas, los blusones de dormir o almillas y los combinados de cuellos y mangas (figura 2a), generalmente piezas independientes que sobresalían bajo el corpiño. Una dama elegante y perezosa debía proveerse además de una hermosa bata de casa o peinador (figura 13 dcha.), pues no se consideraba indecente recibir a los amigos y familiares más íntimos en deshabillé:

Figuras 2a. Cuellos y mangas: La Moda Elegante, n.º 19, 22 de mayo de 1874; 2b. Corsé: La Moda Elegante, n.º 18, 14 de mayo de 1879; 2c. Polisones cortos: La Moda Elegante, n.º 24, 30 de junio de 1872); 2d. Polisón: La Moda Elegante, n.º 12, 30 de marzo de 1872; 2e. Enagua barrendera: La Moda Elegante, n.º 18, 14 de mayo de 1879.

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Lelia. LME, n.º 27, 22/7/1870, p. 216.Anuncio. LME, n.º 36, 30/9/1873, p. 292.

La moda en la Restauración, 1868-1890

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Cuando me refiero a batas, refiérome a esos vestidos de interior con que una dama sencilla, pero elegante, puede ataviarse en casa los días en que no recibe, pero en que su marido, sus hijas y las amigas y amigos de confianza la hallarán encantadora19.

El traje: la ropa exterior

Traje y traje princesa

Se denominaba traje al conjunto de prendas de carácter exterior, salvo los abrigos, en opo-sición a la ropa interior. El traje femenino se componía de tres piezas: corpiño, falda (o traje de debajo) y polonesa (o traje de encima). Frente a este modelo de prendas sueltas, existía el traje princesa, sin corte de cintura, es decir; como nuestro vestido de hoy: “Sabido es que el vestido o bata princesa se corta de una sola pieza de arriba hasta abajo [...] La forma princesa es seguramente la más cómoda para casa”20.

Traje corto, para calle

Disponía de los siguientes sinónimos: “traje redondo”, “traje ordinario”, “traje rasante” y “traje de falda redonda”. Entre unos y otros es fácil colegir que se trata de un traje sin cola destinado al desempeño de acciones cotidianas: hacer las compras, ir a misa o simplemente estar vestida en casa.

Traje semilargo, para visita

Los sinónimos revelan las diversas situaciones sociales que exigían de las elegantes el adi-tamento de la cola: “traje de recibir”, “traje de visita”, “traje de recepción”, “traje de reunión”, “traje de convite” y “traje de paseo”. En suma, suerte de traje de media gala. Si los trajes de mañana solían confeccionarse de lana, los trajes semilargos admitían estofas de seda. Aunque parezca otra cosa, no hay contradicción entre traje de visita y traje de paseo. El paseo tal como se entendía en la Restauración no era deporte, sino un paseo plenamente social cuyo objeto era el de encontrarse con amigos y conocidos y efectuar presentaciones; todo ello colocaba a las mujeres en la misma tesitura que cuando visitaban o recibían en su propia casa.

Traje largo, para baile

Salvo excepciones, el traje de larga cola siempre se refiere al traje destinado a los bailes o a aquellos lugares donde, de vez en vez, podía bailarse, tales como teatros en invierno y casinos en verano. Sin embargo, no todas las mujeres podían lucir colas: las jovencitas solteras repetían la moda de sus mamás pero con faldas rasantes.

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Castelfido, Vizcondesa de. LME, n.º 2, 14/1/1878, p. 15.Ídem, n.º 12, 30/3/1874, p. 99.

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Castelfido nos enseña a elegir color para nuestro vestido de baile siguiendo criterios lumínicos:

La elección del color es muy esencial tratándose de vestidos de baile. Hay colores lindísimos de día que a la luz artificial producen muy mal efecto. Los verdes que contienen mayor dosis de amarillo son los más lindos de noche; el verde pavo real palidece a la luz. Los colores que mejor sientan son los amarillos, el amarillo dorado, el amarillo azufre y sobre todo el amarillo maíz. Los encarnados ganan en brillo. El color de rubí da un magnífico resultado. El nacarado se exclarece; el cereza sube a punzó. El blanco un poco amarillento es preferible al blanco mate, y el gris plata va muy bien; el gris perla, como todos los colores un poco azulados, no convienen para las reuniones nocturnas21.

Como se bailaba menos de lo que apetecía, el traje largo era con mucho el predilecto de las mujeres. La temporada de bailes comenzaba a finales de otoño y terminaba en Cuares-ma22. Tanto gustaba el baile que llegó a desarrollarse una completa liturgia como preámbulo a cada sesión de danza dividida en “figuras”; a saber, pequeños ritos destinados a elegir pareja. Ahí van un par de ejemplos: (1) Los dados. Los caballeros tiran enormes dados delante de una dama, y baila el que consigue mayor puntuación; (2) El espejo. Los caballeros llegan hasta la dama por detrás y se miran en su espejo; ella los rechaza limpiando el espejo con un pañue-lo23. Al menos en Madrid debían coreografiarse un buen puñado de estas figuras cada noche, pues ya en aquellos años no había quién nos metiera en la cama:

En los demás países de Europa, sobre todo en Alemania y Bélgica, las fiestas prin-cipian muy temprano y la gente acude con suma puntualidad [...] En España, en Madrid mejor dicho, las cosas pasan de diferente manera: se come entre las siete y las ocho, después se va al Teatro Real o al club, y cuando en distintas regiones cada cual se retira a descansar, comenzamos nosotros a cansarnos24.

Sobretodos o confecciones

Al conjunto de prendas de abrigo, nuestras tatarabuelas lo denominaban “confecciones”.

Abrigos

Los términos “gabán” y “paletó”, empleados en el Romanticismo, ceden su preeminencia a la voz “abrigo”. Cuando al abrigo se le aplica guarnición de pelo, sin importar la cantidad (en la figura 4a se reduce a las vueltas de los puños), se habla de “pellizas”. Y una novedad: como las elegantes viajaban de lo lindo, brotaron los gabanes, acondicionados a la suciedad de las vías férreas y los caminos rurales:

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Ídem, n.º 1, 6/1/1875, p. 8.Ídem, n.º 7, 22/1/1874, p. 59.Se conocen más de veinte. La Moda Elegante publicó un largo reportaje sobre el cotillón y las distintas figuras coreográficas que puede comprender, redactado por María de Saverny e ilustrado por Bertall (números 43, 44 y 45 de 1876, p. 342, 343, 350, 351 y 358). El cotillón se valsaba, pues la polka estaba muy pasada de moda para estas fechas. Valle-Alegre, Marqués de. “Crónica de Madrid” en LME, n.º 1, 6/1/1878, p. 6.

La moda en la Restauración, 1868-1890

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El gran abrigo llamado cubre-polvo, de mangas anchas y cuadradas, que re-cuerdan las togas de los doctores de la Edad Media, es un servidor muy útil, sobre todo cuando se atraviesan comarcas en que un polvo denso y pérfido se introduce en los wagones o en los carruajes y cubre el rostro y los vestidos de una capa espesa y sucia25.

En la década de 1870 aparecieron también los abrigos impermeables o water-proof, por destinarse especialmente a tal uso.

Visitas

Los chaquetones de mangas no practicables eran los sobretodos distintivos de la moda femenina, pues los hombres carecían de prendas semejantes. Tanta fantasía se depositaba en las manteletas, que sus denominaciones se suceden unas a otras con la sólita ambigüe-dad que caracteriza a toda la nomenclatura del vestir. Por ejemplo, en los primeros años setenta gustó la voz “dorman” (La Moda Elegante denomina así a la prenda de la figura 3), pero se abusó de ella y rápidamente perdió el sentido: “Todos los abrigos se denomi-nan ahora dormanes. ¿El abrigo tiene manga? Dorman. ¿No tiene mangas? Pues también dorman”26.

Figura 3. Dorman: La Moda Elegante, n.º 37, 6 de octubre de 1872.

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26

Castelfido, Vizcondesa de. LME, n.º 26, 14/7/1879, p. 215. Más adelante lo denomina “encubre-polvo”: “No hay tampoco que dejar de proveerse de un impermeable y de un encubre-polvo [...] La segunda prenda no es menos útil para preservar el traje de las averías del camino” (Ídem, LME, n.º 26, 14/7/1877, p. 208). Ídem, n.º 47, 14/12/1872, p. 375.

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Más tarde las manteletas se denominarán “matiné” e incluso “visita”. La primera mención de esta prenda la encuentro en 1875, y por su forma equivale al albornoz de los románticos:

El nuevo paletó llamado Visita, muy de moda en los baños [...] Tiene la forma de esclavina, bastante ancha para formar las mangas, y va adornado de una capucha puntiaguda con una borla en su extremidad 27.

No he encontrado ninguna visita como la que describe la cita anterior. Las visitas que exhiben las revistas siempre muestran la hechura que se ve en la figura 4b.

Para terminar, una curiosidad. Como los grandes chales y mantones románticos habían pasado de moda, La Moda Elegante recomendaba transformarlos en manteletas por medio de un patronaje sencillo que la propia publicación ofertaba28.

La moda

Exponemos la evolución estilística señalando las novedades, unas por curiosas y otras por trascendentes. Lo más urgente para la historiografía del traje consiste en fijar las fases de esta evolución, labor que hasta la fecha rara vez se ha realizado correctamente29.

Figuras 4a. Abrigo: La Moda Elegante, n.º 37, 14 de octubre de 1886); 4b. Visita: La Moda Elegante, n.º 37, 14 de octubre de 1886.

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Ídem, n.º 32, 30/8/1875, p. 254.Dos menciones de este consejo: Castelfido, Vizcondesa de. LME, n.º 21, 6/6/1870, p. 167; Ídem, n.º 29, 6/8/1870, p. 232.Las temporizaciones estilísticas que proponen los libros clásicos de la historia del vestir (incluidos Davenport, Von Boehn, Boucher, Contini) carecen de fundamento, ajenas al verdadero devenir morfológico del vestido tapicero. Carmen Bernis marca la diferencia y da una lección de rigor historiográfico. Su propuesta de tres fases no es incompatible con la nuestra de cuatro; ella aglutina las fases 2.ª y 3.ª de nuestro trabajo en una sola. Bernis, Carmen. “La moda burguesa”, en Menéndez Pidal, Gonzalo. La España del siglo XIX vista por sus contemporáneos, tomo II, Madrid: Centro de Estudios Institucionales, 1988.

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El primer polisón: 1869-1874 (figuras 5 a 7)

He aquí las claves: polisón y gusto rococó. Es el estilo más historicista de los cuatro del perio-do tapicero. Recuerda vivamente a la moda Luis XVI (1760-1790) y con más razón, al último traje bajo Luis XIV (1690-1715), cuando se difundieron los trajes femeninos con forma de ba-tas, las grupas engrosadas y los tupés Fontanges.

Peinados. Durante el primer trienio de esta fase estilística se percibe aún la herencia de la moda romántica de los años sesenta: las trenzas se acumulan en recogidos, algunas de las cuales resbalan por la nuca y acarician los omoplatos (figura 6). Pronto el volu-men crece en vertical dibujando un polígono que reproduce la silueta invertida de la falda (figura 7).

Mangas pagoda. Mangas desbocadas al estilo pagoda o rococó para los trajes de recibir y paseo (figuras 5 y 6). Obedecen las mangas a la extroversión volumétrica que los ahue-cadores promueven en las faldas y, por contagio, en el resto de componentes del traje. El talle carece de profundidad y se mantiene unos centímetros por encima del ombligo.

Túnicas en los trajes de baile. Las polonesas reproducidas son del tipo túnica, es decir, un sobrevestido que arranca desde el escote; las sobrefaldas montan sobre las enaguas como corolas de flor o haldetas (figura 7).

Figura 5 (izquierda). Traje de recibir, 1874-1875 ca. Museo del Traje, MT097733 y 34. Figura 6 (derecha). Traje de recibir. Raimundo Madrazo. Adelina Patti, 1873. Ayuntamiento de Madrid, Museo Historia, n.º 3968.

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El traje sirena: 1875-1878 (figuras 8 a 11)

El polisón se abandona porque se busca la silueta esbelta. En quince años la moda ha pasado de la máxima anchura (1860) a la máxima estrechez (1875). Los caricaturistas se mofan de unos vestidos que exigen a las mujeres caminar a pasitos como momias envueltas en lujosos vendajes. Protagonista: la cola. Ya la lucían los vestidos del primer polisón, pero ahora alcanza espesura y sonido, sobre todo porque barre las aceras. La angostura de la falda-cola facilita las metáforas ictiológicas de la sirena y la langosta (figura 11).

No obstante bellas, las colas resultaban “un latazo” y Castelfido, siempre al quite, nos explica tres soluciones para sujetarla mientras se baila30. Las resumimos así: (1) recogerla con

Figura 7. Trajes de baile. La Moda Elegante, n.º 12, 30 de marzo de 1874.

30 Castelfido, Vizcondesa de. LME, n.º 6, 14/2/1878, p. 39.

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Figura 8. Traje de recibir, 1870-1875 ca. Museo del Traje, MT098410 y 11.

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Figura 9. Traje de recibir. La Moda Elegante, n.º 17, de 5 de mayo de 1877.

Figura 10 (izquierda). Trajes de recibir. Fernando Debas, Infantas de España, h. 1878. Figura 11 (derecha). Trajes de baile. La Moda Elegante, n.º 1, 6 de enero de 1877.

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una mano, sistema que, según Castelfido, no es perfecto, ya que los hombres, por caballerosi-dad, tendían a sostenerlas en su mano, y considera Castelfido que esta, “francamente, no es la misión de un hombre”; (2) atar la cola con unos cordones al cinturón, lo que tampoco puede tenerse por una solución perfecta, pues muchas mujeres, como los vestidos de baile no tenían bolsillos, solían pender del cinturón el porta-tarjetas, el porta-abanicos y el porta-pañuelos, y no era menester sobrecargarlo; (3) coser un botón en cualquier lugar disimulado de la falda y una presilla a la cola, consejos que a buen seguro fueron muy bien recibidos, porque la cola de un vestido de baile oscilaba entre los 180 y 200 cm contando desde la cintura31.

El corpiño coraza. Para Castelfido, la responsabilidad de esta moda constrictora recae en el nuevo corpiño coraza:

El corte de los vestidos es absolutamente aplastado en los costados y en el delan-tero de la falda, y no se llevan ya por debajo esas tournoures (sic), ahuecadores voluminosos, que tenían no obstante su mérito de elegancia y distinción. La moda de las corazas es la causa fundamental de esta reforma32.

Desde luego, un corpiño que se prolonga hasta las caderas no permite soterrar un po-lisón y, en cierto modo, un torso modelado como un guante invita a prolongar el efecto hacia las piernas. Una moda peligrosa para caminar, y que incitaba al estrangulamiento:

Los corpiños son cada vez más ajustados; las mangas estrechas y muy altas en los hombros. No se ven más que talles delgados y largos, lo cual sólo se consigue, por lo general, apretándose el corsé de una manera exagerada y ofrece más de un peligro para la salud33.

Estudiemos ahora otra posibilidad. Quizás Castelfido se equivoca y la razón del alar-gamiento del corpiño hasta embutir las caderas como una coraza, así como la supresión de la tournure, fueran promovidas por la ambición de prolongar visualmente la cola precisamente a costa del polisón. Al considerar el torso como un huso, nuestra vista comienza a contar la cola desde la lazada del puf, y de esta manera parece mucho más larga. La moda conquistada por un apéndice.

La mujer hormiga: 1878-1883 (figuras 12 a 15)

Los componentes son los mismos que en la fase anterior, pero el agotamiento de la cola barrendera conduce a un estilo mesurado. La cabeza se peina con adornos contenidos que subrayan su redondez; el cuerpo, fino como un vástago, vuelve a ponderar no obstante el atractivo de las caderas. Más o menos, la silueta de la hormiga.

Los paniers o canastos. Constituyen la enagua ahuecadora más original de la Restaura-ción: abultan las caderas a cada lado y de este modo se aumenta, por contraste óptico, la finura del talle (figuras 12 dcha. y 13 izda.). Su éxito no debió pasar de moderado pues, ¿a qué engañarnos?, solo favorecía a las delgadas.

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33

Ídem, n.º 16, 30/4/1878, p. 127.Ídem, n.º 22, 14/6/1876, p. 175.Ídem, n.º 22, 14/6/1876, p. 179.

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Castelfido anuncia esta moda en agosto de 187834, antes de que llegara a los grabados, y unos meses después la compara con los paniers del siglo XVIII:

¡Van a resucitar los canastos! [...] Con las costumbres actuales, tan diferentes de las antiguas; con las casas de ahora, tan mezquinas y estrechas; con los carrua-jes, los ómnibus, los caminos de hierro, parece imposible que las señoras adopten aquellos adminículos como en el siglo pasado35.

Figura 12 (izquierda). Trajes de paseo. La Moda Elegante, n.º 21, 6 de junio de 1881. Figura 13 (centro). Traje de recibir y peinador. La Moda Elegante, n.º 40, 30 de octubre de 1882. Figura 14 (derecha). Trajes de baile. La Moda Elegante, n.º 47, 22 de diciembre de 1883.

Figura 15. Trajes de baile. La Moda Elegante, n.º 48, 30 diciembre 1879.

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Ídem, n.º 32, 30/8/1878, p. 256.Ídem, n.º 38, 14/10/1878, p. 304.

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El traje de exposición. Coincidiendo con la Exposición Internacional de París, leemos lo siguiente:

El Consejo supremo de los señores modistos y de las señoras modistas se ha reuni-do y resuelto que en muy breve saldrá a la luz el traje Exposition, suficientemente corto para que no haya necesidad de recogerlo, bien cortado, cómodo y airoso36.

He encontrado diversos figurines bajo los cuales se lee “traje de exposición”, pero no se diferencian en nada del resto de trajes cortos (ambas damas en la figura 12). En fin, puro mercadeo.

El género masculino. También desde los años setenta se escribe mucho acerca del gé-nero masculino:

El género masculino se sobrepone de día en día al género femenino en mate-ria de modas. Las señoras, no contentas con vestir el paletó, la levita, el frac, la chaqueta, el chaleco; calzar botas altas y herradas y llevar sombreros varoniles, acaban de adoptar el paño de pantalón37.

Al parecer son paños importados de Inglaterra y característicos de la sastrería mas-culina. En París se utilizaban para confeccionar trajes de calle, sin cola, con chaleco y chaqueta tipo frac38. Asistimos, pues, al surgimiento del traje sastre femenino, cuya moda Boucher y Bernis, entre otros, atribuyen al sastre británico Redfern39. En Francia y durante el Modernismo, cuando se asiente esta moda, será conocido como trotteur, algo así como “traje para trotar”.

El segundo polisón: 1884-1889 (figuras 16 a 20)

A numerosas personas les cuesta distinguir los estilos primer polisón y segundo polisón, cuando en realidad basta fijarse en la profundidad del talle, mayor en la década de 1880 y de terminación puntiaguda. En una segunda ojeada apreciaremos además que toda reminiscencia rococó (propia de 1870) es ajena al segundo polisón: altivez postural (herencia del corpiño-coraza de la fase recién extinguida) cuello chimenea que pica la garganta y la mantiene a flote y hombros picudos.

Rigidez y distancia. Como impresión general estas mujeres nos resultan rígidas y dis-tantes. Los corpiños parecen más envarados que nunca, las mangas farol dan la impre-sión de que la mujer vive encogida de hombros en un gesto perenne de menospre-cio, y las faldas, muy planchadas y suprimidos los adornos aplicados, ofrecen perfiles geométricos y angulosos. La uniformidad se impone en el color dando lugar a trajes de matices sutiles que combinan superficies mates y lustrosas (figuras 16 y 18) que gustan mucho a Von Boehn:

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Ídem, n.º 12, 30/3/1878, p.95.Ídem, n.º 34, 14/9/1878, p. 272.Ídem, n.º 40, 30/10/1878, p. 319.Boucher, François. Historia del traje, Barcelona: Montaner y Simón, 1967, p. 391; Bernis, Carmen, ob. cit., tomo II, p. 347.

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Figura 16. Traje de paseo, 1879. Museo del Traje, MT 000416 Y 417.

Figura 17 (izquierda). Traje de boda y trajes de paseo. La Moda Elegante, n.º 42, 14 de noviembre de 1885. Figura 18 (derecha). Trajes de paseo. La Moda Elegante, n.º 7, 22 de febrero de 1888.

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Figura 20. Trajes de baile. La Moda Elegante, n.º 1, 6 de enero de 1887.

Figura 19. Trajes de paseo. La Moda Elegante, n.º 22, 14 de junio de 1887.

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Solía combinarse un vestido con distintas telas del mismo color, como, por ejem-plo, terciopelo y paño, seda y paño, y con ello se conseguían los efectos más agra-dables, e igualmente cuando sabían emplearse con gusto diversos matices de los mismos colores40.

El hermetismo del traje –nunca la construcción de la falda había exhibido tanto herme-tismo estructural– parece transferirse a la personalidad de su portadora, la cual, orgu-llosa, enmarca su rostro con los cabellos más cortos que haya conocido la apariencia femenina. No es de extrañar que muchas personas asociemos esta moda a las institu-trices menos indulgentes del cine y la literatura.

La mantilla en casa y allende los Pirineos

Podemos verla en la figura 1, colocada como un echarpe. Una paradoja por confirmar: París produce moda, pero ninguna de las prendas cuya hechura y tejidos modifica con objeto de continuar alzando la antorcha de la evolución indumentaria, ninguna en absoluto, proviene de su acerbo cultural. Por el contrario, España no produce moda, es decir, no crea estilos de exportación; pero es quizás el único país europeo que en el siglo XIX aporta al vestir occidental una prenda extraída de su traje autóctono: la mantilla.

¿A qué se debe esta fascinación por la prenda más característica del vestir hispano? Sa-bemos que en el siglo XIX, Europa consideraba a España el país más exótico del mundo; fue el gran descubrimiento turístico del siglo XIX, como Italia lo fuera del siglo XVIII. Los viajeros que llegaban hasta nuestro país encontraban bellísimas a las mujeres ataviadas con mantilla y no paraban de recomendarla a sus paisanas:

La mantilla española es, pues, una realidad; yo había creído que no existía salvo en las novelas de Crevel de Charlemagne: es de encaje negro o blanco, en general negro, y se coloca en la parte de atrás de la cabeza por encima de la peineta [...] 41.

Además, el 3 de marzo de 1875 la hispanofilia obtuvo un respaldo inesperado porque se estrenó Carmen, la ópera más programada de todos los tiempos42. La mantilla le debe a esta ópera, así como a los innumerables espectáculos de danza que emplean su música, un escaparate que ha rodado por los cinco continentes. Ninguna otra prenda ha obtenido mejor publicidad.

La mantilla política

Después de 1850 era muy raro que una mujer luciera mantilla salvo para ir a misa, a las pro-cesiones o a los toros. Pero cuando Amadeo I se hospedó en el Palacio de Oriente, algunas

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Boehn, Max von. La moda, Barcelona: Salvat, 1925, tomo VIII, p. 133.Gautier, Théophile. Viaje por España, Barcelona: Taifa, 1985 (1845), p. 94-95.Todos sus creadores eran franceses: el novelista en cuya obra se inspira la ópera (P. Merimée, 1845), el músico (G. Bizet) y los libretistas (H. Meilhac y L. Halévy).

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mujeres abrieron sus baúles y desempolvaron mantillas y peinetas. En 1871 la dinastía Saboya hubo de soportar una “mantillada”. Es un suceso del que ya han dado cuenta distintos histo-riadores43. He aquí la versión de La Moda Elegante:

En 1871 se las pusieron unas cuantas damas de la aristocracia: las marquesas de Alcañices, de Valmediano y de Arenales, las duquesas de Ahumada, de Bae-na, etc., y sólo se hablaba de ellas; en 1872 las ha sacado a relucir todo el mundo y nadie les da importancia. Entonces se quiso considerar aquello cual una ma-nifestación y una protesta –en mi concepto erradamente–; ahora no se ha visto más que la resurrección de una moda44.

Pero el cronista distingue algo más en esta moda de 1872. Ahora ya no gusta a las da-mas elegantes tanto como el año anterior, sencillamente porque es fervor popular:

Y sin embargo, ¿por qué lo mismo que en la primavera última pareció elegante y bonito, parece en la actual ridículo y cursi? Sin duda por la distinta calidad de las personas que lo llevan. En 1871 se trataba de las señoras que dan el tono, y que dictan las leyes en punto a distinción buen gusto; en 1872 todas las prende-rías madrileñas han sacado a luz lo mismo que conservaban en sus desconoci-dos antros desde el año de gracia de 183045.

La mantilla en París

Ya a principios de 1875 gustaba a las elegantes parisinas acudir al teatro ataviadas con la man-tilla española:

Debo señalar la constancia de la moda de las coronas de flores, que se compo-nen principalmente de rosas, rosas-margaritas y claveles de distintos matices. Nada sienta mejor que este adorno, sobre todo para teatro, acompañado de la mantilla española de tul negro o blanco46.

Aún no se había estrenado Carmen, pero quizá no hiciera tanta falta, después de todo, porque la lista de óperas decimonónicas con tema español es interminable. Solo Verdi com-puso cuatro: Ernani, El trovador, La fuerza del destino y Don Carlos.

Ocho meses después volvemos a la carga con el pañolón de encaje. Esta vez se ha puesto de moda la mantilla combinada con una rosa encarnada. Se usa de noche, en reunio-nes de casino y paseos47. Añade Castelfido que en Francia llaman a la mantilla simplemente “andaluza” o “española”.

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Según el marqués de Lozoya, numerosas damas madrileñas usaban la mantilla y la peineta para protestar contra la dinastía extranjera de Amadeo: Marqués de Lozoya. “Estudio preliminar” en Boehn, Max. La moda. Historia del traje en Europa desde los orígenes del cristianismo hasta nuestros días, Barcelona: Salvat, 1945, volumen VIII, p. XXI.Valle-Alegre, Marqués de. LME, n.º 11, 22/3/1872, p. 90.Ídem.Castelfido, Vizcondesa de. LME, n.º 1, 6/1/1875, p. 8.Ídem, n.º 34, 14/9/1875, p. 271.

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Tres años después la mantilla causa auténtico furor, y ya estamos en 1878:

Las mantillas españolas se hallan enteramente adoptadas. En el teatro de los Italianos y en la Ópera no se ve otra cosa. Sin ofender nuestro orgullo nacional, puede asegurarse que algunas damas parisienses las llevan con una gracia infi-nita [...] Estas mantillas son indiferentemente negras o blancas48.

Miscelánea de trajes

La moda masculina no responde

Con decir que en las revistas no se ven trajes masculinos, ya queda todo dicho. El traje mas-culino desapareció de la moda ilustrada a mediados del siglo XIX y tardará más de un siglo en reaparecer. Casi ajeno a las modas, cambia por inercia, impulsado imperceptiblemente por algunos detalles del vestir femenino. El terno clásico seguirá adelante convirtiendo el guarda-rropa viril en prosa burocrática..., hasta que se invente la ropa de sport.

El traje inglés invade el ajuar infantil

La Moda Elegante dedica al menos un par de crónicas anuales a la evolución del traje infantil y a las consideraciones especiales que deben tenerse en cuenta dada la frágil naturaleza de sus portadores. De bebés, los niños lucían vestiditos como sus hermanas, pero a partir de los cua-tro años sustituían la falda por los pantalones. El capítulo más variado de la vestimenta infantil lo encontramos en los sombreros, permeables a las tendencias folclóricas. Pobres criaturas:

No hay cambios en el vestido de los niños: enaguas plegadas con chaqueta hasta los cuatro años; después pantalón corto algo ancho; el chaleco y la chaqueta del color de la estación. Se ven algunos sombreros tiroleses pero más de fieltro con copa redonda o sombreros marineros49.

Las niñas coordinaban con la moda de sus madres, incluido el polisón (figura 19), aun-que se veían obligadas a lucir faldas más cortas que descubrían los feos pololos. En el capítulo de abrigos, disfrutaban de los mismos artículos:

Las confecciones para niñas se hacen de cachimir negro o de paño de verano gris, azul marino, verde bronce, canela o marrón oscuro. El dorman, la esclavina con capucha, la manteleta sola o ajustada sobre un paletó sin mangas son las formas preferidas50.

Pero, ¿cuándo dejaba una niña de serlo para convertirse en una señorita? Para Castelfi-do a los ocho años. Recomienda que entonces se la vista con sencillez, sin colas ni faldas de compleja estructura. La sencillez, concluye, “siempre evita críticas y juicios desfavorables”51. Y a propósito de sencillez, esa y no otra es la gran virtud del “traje inglés” infantil:

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Ídem, n.º 4, 30/1/1878, p. 31.Wilson, Baronesa. “Correspondencia parisiense” en LME, n.º 25, 6/7/1870, p. 200.Castelfido, Vizcondesa de. LME, n.º 14, 14/4/1873, p. 119.Ídem, “Consejos prácticos. De la manera de vestir a los niños” en LME, n.º 32, 30/8/1875, p. 262.

La moda en la Restauración, 1868-1890

Page 25: La moda en la Restauración, 1868-1890eef843da-e23e... · 2019-02-05 · más brillantes) y los cortinajes drapeados, y el adjetivo “tapicero” se ha consolidado. La falda: polonesa,

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La ausencia de miriñaque, la falda que cae hasta media pierna, y el corpiño que sienta sobre el talle sin oprimirlo, son condiciones de higiene que deben agradar a todas las madres y aseguran por algún tiempo aún el éxito del traje inglés52.

Las ventajas del traje inglés se multiplican en verano. Mientras padres y madres sucum-bían estoicamente bajo encebollados atuendos, los hijos la gozaban con hábitos livianos:

Preciso es confesar que en estos tiempos de fuertes calores, sólo los niños son di-chosos. Con la camisita escotada y el pantaloncito corto de rigor, un simple vestido inglés forma toda su vestimenta [...] Es digna de admirarse, y yo la admiro franca-mente, la creación del traje inglés [...] Los niños tienen hoy por fin un traje peculiar, y no figuran hombrecitos o mujercitas como en otro tiempo, no remoto, cuando veíamos a las pobres niñas con el horroroso miriñaque53.

En otra reseña, Castelfido nos regala una de sus perlas: “El lujo de los niños es la lim-pieza”54. A no dudarlo.

El traje nupcial pierde escote

Lo fundamental para una mujer de la Restauración era hacer una buena boda. Por ejemplo, como la siguiente:

El domingo último gran parte de la alta sociedad presenció el casamiento de la linda señorita Matilde Calderón y Vasco, hija del difunto banquero, con el duque de La Unión de Cuba [...] Los nuevos esposos son jóvenes y simpáticos: él lleva los timbres nobiliarios; ella las riquezas; y ambos poseen algo que vale más que las dos cosas juntas: la bondad y la virtud55.

En la época romántica un vestido de novia era un traje de baile al que se sumaba un velo de tul. Sin embargo, durante la época del polisón el velo de tul será añadido no a un traje de baile sino a un traje de visita, es decir, sin escote desnudo (figura 17 izda.). ¿Conservadurismo?

El traje de luto sirve para entretiempo

En un documento excepcional de 1870 la vizcondesa de Castelfido pormenoriza el protocolo vestimentario para el luto. Como es una redactora excelente, en el primer párrafo sintetiza de maravilla lo fundamental de su largo ensayo, ahorrándonos el trabajo de hacerlo nosotros:

Sea cual fuere la duración del luto, y sea cual fuere, por consecuencia, el grado de parentesco que lo impone, la primera mitad del tiempo que le está consagrado corresponde rigurosamente al vestido más sencillo de todos, el vestido de lana ne-gra. Tan solo en la segunda mitad se usa la seda, llevándose por la misma razón vestidos de granadina negra, que, no pudiendo armonizar con otra tela que con

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Ídem, LME, n.º 19, 22/5/1875, p. 151.Ídem, n.º 30, 14/8/1878, p. 239.Ídem, n.º 19, 22/5/1875, p. 151.Valle-Alegre, Marqués de. LME, n.º 2, 14/2/1871, p. 15.

La moda en la Restauración, 1868-1890

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la seda, no es posible adoptarlos durante el primer periodo de luto, que impone el uso de la lana. En la segunda mitad se llevarán los fulares negros o con dibujos. Únicamente en los últimos tiempos del luto podrán adoptarse vestidos de faya ne-gra, gros o violeta, que ya no constituyen luto propiamente dicho, porque su uso se ha propagado para todos los demás trajes56.

Nos hacemos cargo del dolor que experimentaban las jóvenes en aquellos trances cuando leemos que por un padre o un esposo debía observarse luto durante dieciocho me-ses. Por fortuna, por un suegro o una prima no se necesitaban más que tres meses, y aún estos eran asimilables a los que se estuvieran guardando por parientes de mayor ascendencia. Castelfido reconoce que el luto tiene más que ver con la etiqueta que con el sentimiento, y le llama la atención que no se observen lutos por familiares descendientes aunque el dolor que ocasiona su pérdida sea generalmente mayor.

El caso es que la mujer decimonónica tenía tanta ropa negra que supo darle otros usos distintos del luto (figura 1):

El vestido negro, es, pues, el uniforme, digámoslo así, de esta época transitoria. Se le lleva lo mismo por la mañana y por la noche, y mis lectoras no arriesgarán nada en hacérselo, pues es necesario tener siempre uno o dos vestidos de este género. Señoritas y señoras casadas saben que el negro les sienta, por lo general, admirablemente57.

El traje deportivo

La caza requería un traje de amazona: sombrero de copa (tomado del guardarropa viril), chaqueta y larguísima falda (figura 21 izda.). Una corresponsal anónima en La Moda Elegante recomienda encarecidamente la práctica cinegética:

Una reflexión para terminar. La afición a la caza es excelente para la salud; ade-más, permite a las damas acompañar a sus maridos. Mediten las que lean ambas condiciones y preparen para el año próximo la escopeta, el morral y los borceguíes, con el correspondiente traje ad hoc58.

Nos sorprende que el traje de baño fuera de lana (figura 22). Extractamos una larga crónica donde Castelfido explica con todo detalle el ajuar playero:

La moda no ha introducido sensible modificación en el traje llamado baño de mar, que debe de ser muy sencillo y de forma cómoda para la natación, lo cual excluye hasta cierto punto la elegancia. El pantalón, que llega hasta media pierna, es más o menos bombacho, según el gusto; va guarnecido en el borde con un volantito ri-beteado de galón y por encima un galón que hace las veces de liga. La blusa, hecha a pliegues huecos por delante y por detrás llegando hasta un poco más arriba de la rodilla, es el modelo más práctico y conveniente [...] El traje de baño se hace siempre

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Castelfido, Vizcondesa de. LME, n.º 30, 30/6/1878, p. 215.Ídem, n.º 8, 28/2/1879.Raymond, Emmeline. “Correspondencia parisiense” en LME, n.º 35, 22/9/1880, p. 287.

La moda en la Restauración, 1868-1890

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Figura 21. Amazona y abrigo. La Moda Elegante, n.º 10, 14 de marzo de 1884.

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de tela gruesa, toda de lana, y el color preferido es el azul marino, adornado de botones de marfil y de un ancho galón encarnado [...] La alpargata con coturnos encarnados es indispensable, y por lo que hace al tocado, es cuestión de gusto y de comodidad personal. Unas se encierran los cabellos dentro de una cofia o gorra de hule, guarnecida con un rizado de cinta igual a la que adorna el traje. Otras se ha-cen trenzas que dejan flotando sobre los hombros, en cuyo caso se cubre la cabeza con un sombrerito redondo de ala recta, rodeado de un galón y sujeto con una cinta de goma [...] Como complemento del traje de baño hay que proveerse de un peinador de tela esponjosa o de una capa de franela guarnecida de galones59.

Nuevos complementos

Abanico, paraguas o sombrilla, según el tiempo; pañuelo, bolso y guantes: he aquí los com-plementos de toda fashionable decimonónica. Aportamos dos novedades. En 1873 apareció en Francia el en-tout-cas, mitad sombrilla y mitad paraguas, para toda estación, pero La Moda Elegante no explica cómo se obra el prodigio de la bifuncionalidad; además, como afirma que están de moda los de seda, nos induce a desconfiar60. En punto a guantes, registramos que los de botones eran los preferidos. Castelfido nos ilustra sobre la hondura del vestido digital:

El número de botones aumenta según la distinción de los guantes y la altura social de la ocasión. Los trajes de calle, generalmente confeccionados con manga larga, demandan guantes de dos a cuatro botones; los trajes de recibir, para los que gusta la manga Luis XV, de bocamanga acampanada, exige guantes de ocho a diez boto-nes; por fin los trajes de baile, escotados y sin mangas, requieren guantes de larga caña ajustada con diez o doce botones. Y una novedad de este año: cada vez se ven más señoras con guantes negros en trajes de paseo y mañana61.

Figura 22. Trajes de baño. La Moda Elegante, n.º 22, 14 de junio de 1887.

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Castelfido, Vizcondesa de. LME, n.º 26, 14/7/1877, p. 208.Ídem, n.º 24, 30/6/1873, p. 195.Ídem, n.º 44, 30/11/1875, p. 351.

La moda en la Restauración, 1868-1890

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