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La Noseología del neopositivismo de Jaime Díaz Rozzotto

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Una de las primeras críticas latinoamericanas desde la orientación marxista, la primera se debe a Carlos Astrada si no me equivoco, al neopositivismo,

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Nota del Editor

Esta obra de investigación es un estudio sobre la Teoría del Conocimiento del N eopositivismo, paso pre­vio al estudio crítico de la llamada Lógica Simbó~.ica, que toca aspectos sobresalientes de la crítica marxista contemporánea y su papel en la creación de la filosofía marxi5ta.

Al rastrear los antecedentes del neopositivismo, tanto desde el punto de vista de la crítica como desde la for­mación de la escuela, la obra recoge las causas que im­pidieron al marxismo criticarla al surgir así como las sin­gularidades científicas que condicionaron las respuestas neopositivistas. Especialmente novedosa en la bibliogra­fía española es la crítica consagrada por el autor del pre­sente ensayo a la Teoría del Conocimiento de Frege. Pensador y matemático alemán de gran ascendiente en el aparecimiento y fundamentaci6n de la escuela. Seguir a Frege en este análisis es comprender mejor por qué re­dujo los conceptos lógicos a meras· extensiones. Hebra que permite desenredar la madeja de paradojas y limi­taciones propias del cálculo lógico, ostentosamente con-

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vertido en nueva lógica y panacea filosófica contempo­ránea.

El análisis persigue, y lo logra, delimitar campos. señalar hasta dónde es lícito considerar positiva la apli­cación de la extensión lógica del concepto. En este sen­tido la "muda" matemática de Engels, que aquí se es­tudia, tiene un valor inestimable. Igualmente ilustrativas son las notas de Lenin respecto a la naturaleza del con­cepto y 10 matemático.

Obra que puede interesar por igual al especialista de la filosofía como al científico que ya aplica el cálculo lógico en sus investigaciones diarias y que más de alguna vez se habrá preguntado sobre las limitaciones y virtu­des de su método. El estudiante debe tener presente que no maneja un texto, sino una obra encaminada a des­pejar dudas e incógnitas propia's de quien no acepta de primera intención un cálculo que a otros les parece que sólo hace falta memorizar y digerir.

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PROLOGO

Presento un trabajo que tiene por finalidad des­entrañar el punto de partida idealista del neopositivismo. Es, por lo misl1w, una obra el1zinentemente crítica. y este punto de partida, filosóficamente hablando, no podía ser otra cosa que la teoría del conocimiento o gnoseología del neopositivismo.

Sigo a quienes piensan que una de las expresiones más filosóficas es la crítica. Su función creadora está fuera de toda duda. Yo no había logrado penetrar la gran verdad del t. conócete a ti mismo" socrático, hasta que llegué a la obra filosófica de Gramsci. En ella descu­brí el poder que tiene el proceso crítico -O autocrítica­sobre ideas y c011cepciones tomadas de prestado -pasiva­mente- durante el largo camino hacia la autoconscien­cia. Hacer el inventario de lo que nos. ha llegado por inercia a la 111C'llte es función de crítica, es conocerse mejor conociendo actÍl/amente al mundo. La diferencia entre el aforismo socrático y la explicación de Gramsci radica en el concepto de actividad que uno y otro em­plean; abstracto, el prÍlnero; práctico, el segundo.

Pero fuera del hecho seiíalado, este ensayo viene a ser una especie de propedéutica al estudio de la lógica 1zeopositivista y sus derivaciones semánticas posteriores. O sea que aquí abordamos una primera parte de la crítica a cumplir. La juzgo necesaria. Hay quienes dejan para

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después esta parte, preocupados en el aprendizaje del cálculo lógico. Me parece que, sin despreciar el carácter positivo del cálculo lógico, desentenderse por completo de las baseS" idealistas implícitas en su interpretación neo­positivista es tanto como haber dejado la dialéctica de Hegel inmersa en la confusión de la idea absoluta. Quizás el mérito -si lo tiene- de esta obra sea que apunta hacia ese mismo fin: separar de confusiones idealistas el método que nos brinda el cálculo lógico.

Aquí sólo lo anuncio, en la segunda parte de esta crí­tica quiero dejar firme mi aseveración de que la lógica­matemática 110 es más que una metodología. Una parte importante de este esfuerzo lo contiene el análisis sobre el concepto de magnitud. Me ha servido para diferenciar a la lógica de la matemática. Quienes siguen la orienta­ción neopositivista afirrnan que el concepto de número es -según Frege- el de CON ¡UNTO. N o voy a re­batirlo en este prólogo, lo traigo a cuento como ilustra­ción de la ambigüedad en que se mueven quienes dejan para después el estudio de la gnoseología. ¿Qué es el con­Junto? ¿ Una clasificación u ordenamiento? Indudable­mente que nÓ. ¿ Una relación? ¿Qué relación? N o es el momel1~to de continuar. Dejo apuntado lo incierto del terreno.

Finalmente, esta investigación se hizo en la Cátedra de Filosofía que dirige el 1,rofesor G. A. Kursanov del 1 nstituto de Ciencias Sociales de Moscú. El intercambio de ideas tuvo en A. L. Subbotil1, especialista en Lógica­Matemática, un momento sobresaliente. Dejo constancia de mi agradecimiento a esa Cátedra de quien soy deudor en más de una verdad. Experiencia inolvidable por valiosa.

f, D.R. 10. de enero de 1966.

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CAPITULO I

Una Vieja Pugna

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La crítica en la filosofía marxista,

Para comprender el nacimiento de la fílosofía marxista, hace falta tener presente, descontadas las causas económi­co-sociales que lo determinan, la crítica cumplida por sus fundadores sobre lo más avanzado del pensamiento filosó­fico y científico de entonces. No es pues el suyo un naci­miento ocioso o al margen de la vida. Nace al fragor de la lucha comprendiéndola. Así, el papel de la crítica, en el nacimiento de la filosofía marxista, es capital. No sólo porque el suyo transcurre en el seno del odio de una so­ciedad clasista, sino, y este es el rasgo eminentemente filosófico de la crítica, porque supera la problemática plan­teada; da solución a una serie de intríngulis fundamen­tales que heredara del pasado. Para evitar cualquier equí­voco, 110 se olvide que. hablamos de una filosofía que ayuda a transformar el mundo.

De aquí en adelante, el odio político de las clases opresoras conh'a la clase obrera, adquiere, en el plano filo­sófico, el carácter de una lucha contra el materialismo dia­léctico e histórico. En el marco de la pugna idealismo-mate­rialismo, esto es hoy día lo específico. El cumplimiento de esta ley histórica de la filosofía durante el nacimiento del marxismo, tiene en la crítica su realización más completa. Es

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obvio que la base de esa crítica la constituyeron la presencia de la clase obrera y el desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad capitalista. Ambos hechos determinaron el tremendo auge técnico-cientiífico de la sociedad moderna, deJ cual es reflejo directo la crítica filosófica marxista. En el terreno concreto de la filosofía, la crítica demuestra la con­tradicción que encierra el idealismo objetivo dialéctico de Hegel. El idealismo obj etivo y la dialéctica se repelen mu­tuamente. Lo antidialéctico del idealismo salta hecho pe­dazos al pretender aprisionar el cambio infinito dentro de la idea absoluta hegeliana. Feuel'bach, por su parte, había avanzado hasta desnudar la vacuidad de la objetividad idealista frente a lo concreto de la objetividad material. Marx, restituye en su plenitud integra el ser material dia­léctico. Antes de Marx, la Filosofía desarrollaba en dos cauces separados la realidad y el conocimiento o, cuando no, los yuxtaponía, dej:mdo, entre ambos., un nexo artifi­cioso y mecánico que reiteraba una visión unilateral y ex­cluyente. La Primera Tesis de Marx sobre Feuerbach, re­sume y critica genialmente este divorcio. El materialismo anterior se quedaba con el objeto a secas, desterrando de sí la actividad mental, que la acaparaba el idealismo. La crítica marxista supera el problema dándole a la práctica un contenido objetivo, al tiempo que elimina, con la idea del reflejo, el subjeth'ismo gnoseológico. Una vez descu­bierto el nexo dialéctico del proceso del conocimiento se tuvo vía libre para desentrañar la concepción científica de la historia. El hecho de que el conocimiento sea un re­flejo activo incorpora, dentro de sus límites, la capacidad creadora. del hombre y la acción de su voluntad sobre la realidad natural y social. Cuando el marxismo cobra impul­so como ideología propia de la clase obrera., desplazando a las concepciones burguesas que le disputan el terreno., apa­rece una nueva fase en el proceso crítico: esclarecer las tergiversaciones, hechas por la filosofía burguesa, a la con-

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cepclOn científica del mundo, aprovechándose de los pro­blemas que va planteando el avance de las ciencias. Esta vida parasitaria de la filosofía burguesa cubre su impudez con la hoja de parra de la defensa de la ciencia. El engaño propende la suplantación de la filosofía marxista por una ciencia nueva, a tono con la hora que vive el mundo, y a base del inobj etable propósito de librarnos de antiguallas y caducidades. Engels en su Anti-Dühring inaugura, ha­ciendo época, esta nueva fase crítica. Su a~ción no sólo desenmascara el error; conforma y ordena la verdad filo­sófica. En este proceso de sistematización de la filosofía marxista hay quienes quieren ver la reaparición, precisa­mente, de la causa central de los males del señor Dühring: la esquematización del mundo. No veo por qué se tenga que confundir la necesidad de la exposición. armónica de una ciencia congruente con el viejo sistema filosófico que suplía el nexo real por una especulación formal. Al con­trario, la crítica allí realizada reproduce lo que puede ser el rasgo propio de la crWca marxista: ahondar l~ verdad estudiada. La dinámica de este hecho se lo impri­me la mera circunstancia de asentarla sobre un cimiento material, objetivo. Porque hay que decir que la crítica mar­xista desde sus inicios supo ponderar la verdad defendida por el idealismo. Otra cosa será, si, quienes limitados en su fidelidad, hacen marxismo talmúdico. En ese caso el ordenamiento y la sistemati~ación de la filosofía marxista la convierte en un dogma; la transforma en idealismo. Ha­bremos sustituído la realidad objetiva por su reflejo ló­gico. Ni más ni menos, tomar el rábano por las hojas.

El odio al marxismo, en la etapa de -su predominio, cobra también el aspecto de una revisión desde dentro del marxismo. La reforma profesoral desde fuera, tipo Dühring, cedió el paso a las "innováciones" internas. Hoy día la amenaza parte tanto del dogmatismo como del revisionis·

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mo; se tocan, en su inconsecuencia, frente a la dialéctica del conocimiento. El punto de partida de la teoría del co­nocimiento marxista, sintetizada por su autor en las tesis sobre Feuerbach, se expresa en la interacción dialéctica del conocimiento humano -sujeto- y la realidad objetiva -objeto-o Quien desaprensivo -una manera de no ser objetivo- se deja llevar por la acción del conocimiento, en detrimento de la realidad objetiva" desemboca en un sub­jetivismo propio del idealismo relativista o, por el con­trario, el que enfatiza la acción del objeto, dejándole al conocimiento un papel pasivo, concluye por dar cabida al dogma objetivista. No hago alusión a las causas históricas y políticas que originan, en el seno de la clase obrera, el aparecimiento de una y otra variante, baste decir que am­bas tienen un origen no obrero: antimarxista. Con todo, la crítica marxista, hoy, desarrolla y observa de suyo, la pre­cisión crítica. N o es ya el momento del aplastamiento ideo­lógico del enemigo; además, el artificio que él emplea nos obliga a una táctica más cautelosa, unido a que el error puede provenir de una comprensión y aplicación incorrec­tas del engarce dialéctico de la teoría marxista del cono­cimiento. Hemos llegado a un instante cuando son insufi­cientes una aceptación y un conocimiento mínimos del mar­xismo; la clase obrera y sus aliados, por igual, tienen que hacer suyos la capacidad creadora y la esencia científica marxista. Tenemos que ir más allá de la mera interpre­tación del mundo; vivimos una época de profundas trans­formaciones. El reino del marxismo es universal.

Los epígonos de Hegel.

Las obras de Engels, Anti-Dühring y Ludwig Feuer­bach, nos ponen en guardia contra la reinstauración del hegelianismo como filosofía antimarxista. Su intento con-

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temporáneo es, diríamos, la "reprise" de la lucha entre el marxismo y el idealismo objetivo" acomodado este último a propósitos antimarxistas. Los objetivos de esta crítica abstracta intenta hacer pasar como succedaneo del mar­xismo lo esquemático del sistema filosófico. Volver a Hegel es un recurso al que acuden, dentro del marxismo, tanto los revisionistas como los dogmáticos. Unos, de manera es­pecial, con el pretexto del joven Marx, ven en Hegel la oportunidad de revivir su interpretación idealista de la dia­léctica como "renovamiento" marxista; los otros, a fe de la pureza de la doctrina marxista y del respeto a la auto­ridad del maestro, diluyen la dialéctica y se quedan con los conceptos y las .categorías descarnadas. Ora por estar hinchados de originalidad, ora por estar llenos de ignoran­cia confluyen al mismo punto, sin percatarse que el valor de Hegel no estaba en hegelizar a Marx., sino en desentra­ñar, como lo hizo éste, la ciencia que oscurecía el idealismo hegeliano.

De ese camino hacia el idealismo objetivo, me interesa fijar las inconsecuencias gnoseológicas de Dühring partien­do de la abstracción matemática, desenmascaradas por En­gels, por ser Un antecedente valiosísimo en nuestra lucha actual contra el positivismo lógico. En el Ludwig Feuer­bach, Engels puntualiza que lo efímero de la filosofía pre­marxista -de la cual Hegel es el más vivo exponente­era el "Sistema" (Obras Escogidas. Tomo n, Ed. Lenguas Extranjeras, Moscú, Pág. 339) -subrayando lo antidialéc­tico de la dialéctica hegeliana- y al que se aferran quie­nes quieren oponer el idealismo hegeliano a la dialéctica marxista. La contradicción central de la filosofía hegeliana -sistema vrs. dialéctica- permitió el surgimiento de la derecha y la izquierda de la escuela" la última de las cua­les condujo al materialismo que por boca de Feuerbach revirtió el problema filosófico fundamental: la naturaleza

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existe independientemente de toda filosofía. La filosofía marxista, superando la fase del materialismo contempla­tivo, dió, con el materialismo dialéctico, la noción acabada del problema fundamental filosófico -la relación entre el ser y el pensar- precisando el aspecto determinante del ser, a la vez que la no identidad entre el ser y el pensar. La respuesta dada por el materialismo dialéctico a estos dos problemas básicos de la filosofía, la empleó Engels en su polémica contra quienes querían hegelizar a Marx, porque ella devela el secreto de la nueva arremetida hecha de un remiendo de Hegel con Kant. De esta suerte la filo­sofía burguesa echa mano de un método que· después del marxismo le será peculiar; diluído el "sistema", la Razón Pura, recurre al añadido de retazos filosóficos éon el fin de polemizar contra el materialismo dialéctico a base de un doble juego: esquematismo y subjetivismo.

Con el propósito de darle veracidad a la reversión es­quemátca se apoya en una comprensión unilateral de la teoría del conocimiento. Parte de la relativa independencia que presenta toda abstracción lógica respecto a la realidad material concreta -a su no identidad- y a su capacidad de coincidir con la naturaleza. Pero deja en silencio la na­turaleza y el origen de las abstracciones. Dühring, siguien­do una guía positivista le asigna a los principios científicos no sólo un origen a priopi, sino la capacidad de determina!' el saber científico.

y con las matemáticas puras intenta demostrar que son la mejor prueba de esa existencia a priori. La justifi­cación de tal afirmación la argumenta arguyendo que las matemáticas puras tienen una validez independiente de la experiencia particular de cualquier individuo, La forma del argumento revela la inconsecuencia del concepto empirista del conocimiento, que manejaba Dühring. Engels (1) ac1a-

(1) Anti Duhring, Editora Política, Cuba, pág, 5,1

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ra que la independencia de los hechos de la experiencia in­dividual, es una verdad de bulto. "Pero en las matemáticas pun.s la inteligencia no se las entiende. de ningún modo, sólo con sus propias creaciones e imaginaciones. Los con­ceptos de númerü y figura no tienen otl'O origen que el mundu real", Y más adelante agrega: "Para contar no sólo hac2fi falta olijetos contables, sino también la capacidad d'2 1)~2.'3cindil', a la vista de esos objetos, de todas las otras cualidades menos la de número, capacidad que es el fruto de un largo desarrollo histórico, empírico. Y lo mismo que el concepto de número, el de figura está tomado exclusi­vamente del mundo exterior y no ha brotado en la ca­beza pOl' obra del pensamiento puro".

La cl'ítica marxista descubre aquí el error positivista que no logra penetrar la existencia independiente y deter­minante de la naturaleza frente a la conciencia de los hombres. Supone que el conocimiento es únicamente la ex­periencía individual sensible cuyo subjetivismo se queda corto para explicar la objetividad de las abstracciones ló­gicas. y al limitar de esa manera el proceso del conoci­miel:tto, se tiene que producir una exclusión de la objetivi­dad del contenido de las al')stracciones, acentuando el divor­cio entre uno y otras. Y, sobre todo, explica la naturaleza de la abstracción matemática, un genuino mandamiento del obj eto c0l1table. Esa capacidad adquirida después de un largo desarrollo histórico, de una continuada y prolongada práctica humana, aparece como desprendida de la fuente material que la determina y más bien condicionándola. Es­pej ismo que Se opera con todas las leyes de la ciencia. La cualidad que se aísla con la abstracción matemática es la magnitud y las fOl'mas del espacio que, para ser analiza­dos, necesitan presentarse limpias de toda particularidad. Engels (2) lo dice acabadamente: "Para poder investigar

(2) Obra Citada, pág. 52.

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esas formas y relaciones en toda su pureza, es necesario desligarlas completamente de su contenido, dejando a éste a un lado como indiferente; así llegamos a los puntos sin dimensiones, a las líneas sin anchura ni espesor, a las a y a las b, a las x y a las y, a las constantes y alas variables, y llegamos, en último término, a las libres creaciones e imaginaciones propias de la inteligencia" es decir, a las magnitudes imaginarias, La aparente derivación, las unas de las otras, de las magnitudes matemáticas no prueba tampoco su origen apriorístico, sino solamente su conca­tenación racional".

Junto al análisis y la derivación racional, aplicados a la ingravidez de las relaciones, de la magnitud y de las formas espaciales se opera el enfrentamiento de, estas abs­tracciones al contenido de donde proceden. N o sólo se con­funde que el esquema del mundo lo derivamos mediante nuestra cabeza y no de nuestra cabeza, sino que se identi­fica la peculiaridad del racionamiento matemático con la generalidad de la deducción lógica. Esto último queda evi­denciado en cuanto Dühring pretende derivar de los axio­mas matemáticos a las matemáticas puras, de éstas a las formas fundamentales del ser, de' aquí los axiomas filosó­ficos, para que sean la fuente de la filosofía. Engels señala que los axiomas matemáticos son contenidos exiguos, pres­tados por la lógica a las matemáticas, pero que, por sí mismos, no avanzan mayor cosa dado que se trata ya bien de tautologías o de conclusiones lógicas que precisan de un .contenido real si quere~os operar efectivamente con ellos. En todo caso, el valor probatorio de los axiomas no es un producto de las matemáticas puras. Ese intento de matematizar al mundo -un anacronismo pitagórico- no fue, precisamente, compartido por Hegel, a quien saquea y deforma el novismo de Dühring -apostillándole ya con

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Kant, con conceptos matemáticos, o bien con la teología más ramplona.

En el caso concreto de Dühring la suplantación ma­temática de la lógica se pone de manifiesto, en el Anti­Dühring, al demostrar Engels (3) que la Primera antino­mia de la Razón Pura evidencia lo insoluble de un camino fundado en la lógica pura" Y el fallido intento de resol­verla aplicándole el concepto matemático de una serie in­finita. Lá infinitud de la serie matemática es finita en un punto -donde se inicia la serie- mientras que las cuali­dades materiales del tiempo y del espacio no lo son, en ninguna dirección. Vemos entonces, que si el racionalismo puro es un pantano el sucedáneo matemático es árido como un desierto. Igualmente, pese a la similitud entre la limita­ción conceptual -reflejo del progreso incesante de la huma­nidad- r la, de la fracción continúa de las matemáticas, esa interrupción o finidad de cada uno de los dos procesos in-' finitos encierra diferencias cualitativas fundamentales. El quid está en que la inferencia racional no se identifica a la sucesión y al cálculo matemático. Los dos últimos perte­necen a las particularidades del razonamiento científico. al igual que cualquier principio de las .ciencias. Aun cuando en las matemáticas puras se llegue a abstracciones muy amplias, la re1ación más general del cálculo más abstracto, es una parte de la realidad material en general -dado en la magnitud- pero no idéntica a ella. La abstracción más amplia es la lógica.

A propósito apunta Engels (4): "El hecho de que en las matemáticas haya que arrancar siempre de lo deter­minado y lo finito para llegar a lo infinito e indeterminado, nos obliga a' comenzar partiendo de uno todas las series

(3) Idem, págs. 64 y 65. (4) Obra Citada Pág. 66.

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matemáticas, sean positivas o negativas, pues de otro modo no )odríamos tomadas como base de cálculo. Y la nece­siebd irical del matemático está lejos de ser una ley for­zosn. l)al'a el mundo real".

En las matemáticas ha visto tmllbién d idealismo ob­jetivo un asidero más () Plenos pl'OmetecléYl' para "col1l.pro­bar" bs verdades eternas. La base e12 esLl nueva ilusión radica en el papel metollológito de:::empeüado por las mate­mátic~ls frente a las otras c:icncias naturales. Pero desde que D2scartes descubrió el movimiento matemático con la rnagnitud variable, la gnlll creación del espíritu humano, el cúlculo diferencial o integral, diú al traste con el es­quema metafísico de las operaciones matemáticas.

Precisamente, la "muda" a la que se somete Engels, en plena madurez, --un ejemplo soberbio de genuina vo­lunL~d tl'eadora- pe¡'sigue, conlO uno de sus objetivos cen­trales, evidenciar lo dialécLü:o í~n las matemáticas. El cum­plimiento de tal tarea significó un esfuerzo de clarificación metodológica: liquidar los 1'esabio~; metafísicos en las cien­cias naturales. Las matemútitas elementales se prestaban a ello por operar a base de las diferencias entre las cuatro operaciones aritméticas, unido al concepto unilateral que se tenía de la magnitud. Engels señala 1;1 relatividad de 10 primero y la inexactitud del segundo,

Junto al coneepto unilateral <le la magnitud estaba ]0

indemostrable de los axionUls. Era la enmienda por exa­geración de otra exageración. Engels nos explica que esto sucedía al intl'oducil', desde afuera. como aditamento, lo incompleto del concepto de magntlud. Se trataba, en efec­to, de elementos discursivos del l'efel'ido concepto cuya de­mostración, fuera el caso de meras tautologías, la verifi­ca la dialéctica. Su demostrabilidad puso al desnudo su natu­raleza lógica, aun cuando de Ínfimo contenido -o a causa

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de ello mismo, agregaría-, que a un determinado desarrollo cultural adquiere el aspecto de evidencia; certidumbre que para un primitivo o salvaje sería problemático, justamente, por la falta de esa herencia. Esta expresión de Spencer, que Engels hace suya, ilustra, de paso, lo evidente como una manifestación, si se me permite la expresión, solidi­ficada de la razón, a la cual la práctica multitudinaria rinde verdad cotidiana, punto de arranque, que no tiene necesidad de probar su origen discursivo.

Pero, indudablemente, lo que más cautiva de la maes­tría de Engels en el manej o de la dialéctia de las matemá­ticas es cuando quita una a una las falsas barreras que separan en forma absoluta la identidad y conversión de 18 cuatro reglas de la aritmética elemental. Desecho el he­d1Ízo metafísico aparece rutilante la .conversión de las cua­tro formas como uno de los soportes más firmes para el progreso de las ciencias matemáticas. En vez de las dife­rencias inflexibles ~7 fosilizadas que alimentaban el mito de las verdades matemáticas eternas se presenta ante nuestros ojos el bullir de sus contradicciones. Era la res­tauración del criterio científieo objetivo justamente cuan­do el desplome del absoluto metafísico parecía dar ca­hida a la "crisis de las ciencias"; especie que conducirá directamente al subjetivismo filosófico.

Si no se }mcde ignorar que el aparecimiento del mar­xismo supone. en el plano filosófico, la determinación del método científico frente al especulativo, el desarrollo de la crítica marxista precisa las peculiaridades de este mé­todo y señala las limitaciones e inexactitudes del metafí­sico. Uno de los primeros frutos de esta labor crítica con­siste en fijar la forma de domeñar las novedades del cono­cimiento científico. El método científico se atiene a la gé­nesis misma del avance científico; sigue, en detalle, el pro­ceso de la aprehensión de la realidad descubierta; ni in ven-

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ta soluciones ni se aprovecha de los obstáculos que se alzan en su camino. y es que el criterio científico persigue la claridad en el conocimiento; en cambio el idealismo vive de obscurecerlo. En el caso de las matemáticas, Engels, ,sigue atentamente los cambios que traen consigo, en el plano metodológico y conceptual, los nuevos hallazgos. Con­cretamente, sigue el paso de la relativa estabilidad al del cambio. y esto, a su vez, es una manera, de expresar el conocimiento matemático, la forma de ese conocimiento. En un primer momento fue el conocimiento de la estabi­lidad externa, inmediata del mundo, lo que ahondado" dió paso al conocimiento del cambio en las matemáticas o en la magnitud. Este corresponde a una mayor penetración de la capacidad abstractiva. A eso obedece que las contra­dicciones se vayan haciendo cada vez más evidentes y ne­cesarias, a medida que nos alejamos de las cuatro reglas elementales. A esa mayor penetración y profundización en los conceptos del cálculo corresponde una ampliación lógica mayor y una disminución proporcional de su contenido. De este modo, la mayor rarificación del concepto matemático va seguido de una indeterminación mayor. Semejante ele­mentalidad lógica les brinda a los conceptos matemáticos una elasticidad insospechada. Y esto porque el concepto de magnitud es por sí mismo ya un gran descarnamiento de [a realidad reflejada. En el caso de las cuatro reglas ele­mentales el cambio ,cualitativo opera desde el momento que pasamos de los números enteros a los quebrados; pero. el salto es notable, cuando se calcula con el álgebra, las potencias, las raíces. y el gran viraje, lo puntualiza Engels, se inicia, con la magnitud variable de Descartes cuyo per­feccionamiento dará origen al cálculo diferencial e integral, en Newton y Leibniz. Al llegar a este punto las matemá­ticas son una expresión de la dialéctica. Con la excursión tumplida por la crítica de Engels, un itinerario dialéctico, queda confirmada la obj etividad material de los conceptos

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matemáticos, como una conclusión general de carácter gno­seológico. En la "Dialéctica de la Naturaleza" (5), al sub­rayar el origen práctico de los conceptos matemáticos, pun­to de partida para el estudio de los mismos, destaca esa objetividad material. La peculiaridad de tal origen lo fija el nacimiento de las ciencias naturales a las cuales, además de método, les sirve de palanca en su desarrollo. En este nuevo aspecto, veo yo mucho de la confusión que se h ~ce de ellas con la lógica. Sin embargo, nuestros clásicos tu­vieron buen cuidado de señalar las diferencias que existen entre la magnitud (lo matemático) y las formas del pen­samiento (lo lógico). En cambio el idealismo, al asignarle a los axiomas el carácter de una verdad indemostrable (verdades primigenias, puras) le fue fácil "inferir" de ellos (deducir de la razón pura) las matemáticas. Al ha­cerlo el idealismo confunde lastimosamente lo lógico de las deducciones matemáticas con el contenido de los conceptos matemáticos. Es decir, las formas del pensamiento de toda deducción (entre las cuales están comprendidas, como no podía ser menos, las de las matemáticas) y la magnitud que es el contenido de lo matemático.

Aquí se da, precisamente una expreSlOn concreta más de la relación entre lo general ( la lógica) y lo particular (la matemática); evidenciada en lo exiguo del contenido y lo inoperante que son por sí mismos los axiomas, a los cuales hace falta llenarlos de algo -las realidades de la mag­nitud, por ejemplo- si intentamos servirnos de ellos. Eso más sustanc:ial del concepto matemático (6) respecto a la menor riqueza del axioma lógico es el argumento más fuer­te contra la aseveración hegeliana de que "la aritmética es ausencia de pensamiento". Observación de mucha im-

(5) F. Engeh;, "Dialéctica d~ la Katuralezaí', México, Edit. Gri­jalbo,1961, pág. 155.

(6) Obra Citada pág. 221.

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portancia porque limpia de maleza idealista el mal empleo de las abstracciones matemáticas. Cuando olvidamos io es­pecífico de las matemáticas podemos con facilidad, dadas las caractel'ístícas ~'a apuntadas de la abstracción mate­mática, identificar sus conceptos con lo indetem1inado, el "símbolo vacío" del positivismo contemporáneo. Digamos de paso, que se podría redarguir con la existencia del cero. Enge13 (7) apunta que pl ccro, además dp exprpSal' un contenido, tienp mayor lJlenitud que cualquiera de Jos nú­j ,¡eros del sistpma; y, en todo taso, carta número adquiere una cualidad propia según sea el sistema quP lo contenga. Las matemáticas, al ser la expresión de la magnitud y sus cualidades, tiene su can,po propio que no puede confun­dirse con el de la filosofia que ya sabemos que expresa lo más general de la realidad. La ilustración de Engels (8) válida hoy día, a prop(mito de la inoperancia de la gplica­dón de las matemáticas a medida que nos alejamos del campo de las ciencias natuntles, enfatiza lo específico de las matemáticas en relación a la lógica. Lenin (9) recoge la critica cumplida, desde tiempos de Hegel, contra el mé­todo racionalista, que intentó tomar prestado a las mate­máticas el método que le corresponde a la lógica. Este error, anterior y posterior a Hegel, tiene un claro origen rnetafísico. Parte del supuesto idealista -gnoseológico­que le asigna a la razón el papel determinante, al consi­derar a la lógica como contrapuesta a la realidad material (), bien, C9mo una más de las ciencias particulares (claro origen positivista). Mfts adelante volveremos a insistir sobre este aspecto.

Sin embargo, C'JI1 el aparecimiento del cálculo infmi­tesimal se creyó que las "creacione:::: puras r1el espíritu"

(7) Idem, pág. :¿~;). ('8) Idem, llág. 22:1. (8\ Lenin. "Cuaden1O~ Filosóficos", Burllos Aires. Ed. Estudio,

19f};~~, pág. R;; :: ~~2.

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('obraban nueva vida. La circunstancia de que la razón pue­da descubrir nuevas verdades (el caso preciso del cálculo infinitesimal) entusiasma al idealismo hasta el extremo de nlvidar que la objetividad que le da contenido a la abstrac­ción racional no es lógica pura. Engels (10) cierra toda perspectiva a estm.; escarceos diciendo concisamente en dón­de está lo común, en última instancia, entre nuestro pen­samiento y la realidad objetiva. "El hecho de que nuestro pensamiento subjetivo y el mundo objetivo se rigen por las mismas leyes, razón por la cual no pueden llegar, en úl­tima instancia a resultados contradictorios entre sí, sino que estos resultados tienen que ser coincidentes, domina en absoluto todo nuestro pensar teórico. Constituye la pre­misa inconsdente e incondicional de éste". Podría responder­se que aquí Engels habla de las leyes dialécticas. Indudable­mente. O sea que quienes en el plano del pensamiento sub­jetivo creen bogar por lo etereo, será bueno recordarles que en ese campo de las máximas abstracciones, cuando el pensamiento parecería refundirse en sí mismo, no hace más que acercarse en forma inconfundible con la realidad ob­.i etiva. Qué razón tiene Lenin (11) al llamar a la dialéctica la teoría del conocimiento del marxismo (y de Hegel).

Ese aspecto dinámico del pensamiento era lo que el materialismo metafísico no veía. Marx, en su primera tesis :'labre Feuerbach, da una brillante concisión del problema. Lo dinámico es tanto del objeto como del sujeto. Aquí creo ver la causa filosófica de las revi¡;;iones y dogmatismos a que está expuesta la interpretación de la filosofía marxista. f~l abultamiento de la acción dinámica en uno u otro ex­tremo de los dos polos del proceso del conocimiento, que en la historia de la filosofía premarxista se la habían re-

(10) Enge1s, "Dialéctica dc' la Naturaleza", Op, Cit, pág. 227· 228.

(11) Lenin, "Cuadernos Filosóficos". Op. Cit. pág. 354.

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partido en forma excluyente el materialismo metafísico y el idealismo respectivamente, se cuela después en nuestras filas acentuando inconsecuentemente el movimiento ora en el objeto, ora en el sujeto. Al hacerlo, olvidan el equilibrio dialéctico de esta relación del conocimiento, para el cual no basta ni siquiera con reconocer la existencia del movi­miento por separado en uno u otro. Es necesario percatarse de la interacción de ambos; esta acción mutua define el re­flejo racional, elevando la práctica a la condición de cri­terio de la verdad lo que permite al hombre transformar al mundo; transformándose él mismo.

Volviendo al hilo de nuestra preocupación centra~, el contenido de la abstracción matemática (la magnitud y sus relaciones), nos es relativamente fácil reafirmar que el error de la interpretación idealista de las matemáticas con­siste en querer deducirla de las mismas abstracciones ma­temáticas. Esta es la crítica clásica del marxismo. No podía ser de otra manera. En el caso mismo de los números ima­ginarios, la variable matemática, Engels (12) llama la aten­ción a no confundir esas hazañas puras del espíritu hu­mano con la ausencia de toda relación con el mundo obj e­tivo. Y al ilustrar la similitud estrecha que hay entre la variable matemática y el caso de la molécula física pone de relieve el tipo de la abstracción matemática que referida a la magnitud ha hecho tabla rasa de toda otra particula­ridad material. Un concepto de contenido material tan des­leído, es decir" tan amplio, aparece muy dúctil para apli­carlo a cualquier cosa al extremo de lucir ingrávido y ajeno a toda referencia material. Por eso es que el matemático desaprensivo, almenado en sus abstracciones inquiere en los mismos conceptos matemáticos el origen de éstos. He aquí el defecto mayor del método especulativo. Su com­plemento son las necedades y los absurdos con los cuales

(12) Engels, "Dialéctica de la Naturaleza". Op. Cit. pág. 229-230,

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se pretende justificar esa manera de operar. Este método escolástico aplicado a las matemáticas da como resultado exageraciones mayores que las que estos idealistas le cri­tican a Hegel: " ... llevan las abstracciones hasta el máxi­mo, de que TODAS sus magnitudes son, en rigor, magni­tudes puramente imaginarias y que todas las abstraccio­nes, llevadas al extremo, se truecan en contrasentidos o en lo contrario de lo que son" (13).

En síntesis, el método idealista aplicado a las mate­máticas conduce a operar con los conceptos y las abstrac­ciones matemáticas como si efectivamente se hiciera sin nin­guna referencia a realidad concreta alguna. Lo verosímil parte de la incontrastable objetividad reflejada en el con­cepto de magnitud cuya coincidencia material ensombrece el método idealista. La coincidencia de todo pensamiento subjetivo -veíamos que la esencialidad del pensamiento es la mejor prueba de su objetividad- lo especifica, sus­tancia, particulariza, y, en consecuencia" se concreta más, dentro de lo descarnado de la abstracción matemática, con el contenido de la magnitud y sus relaciones que refleja el conocimiento matemático.

Y, p01' último, a Engels (14) no se le escapó o no le fue desconocido el intento de suplantar la lógica por las matemáticas. La referencia es muy breve; pero lo sufi­cientemente dara para despreciarla. La cosa consiste en que se quiso identificar la demostración matemática con la demostración lógica, pasando por alto el hecho que la pri­mera se puede reducir a la "prueba porque se basa en la contemplación material directa, aun si ésta es abstracta y las operaciones puramente lógicas, que sólo son suscepti­bles de prueba por deducción y por ende no pueden alcan-

(13) Engels, ,. A.nti- Diihring", Op. Cit. (14) E,ngels, ·'Anti-Diihring". Op. Cit. pág. 451.

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zar la certeza positiva de las operaciones matemáticas ... ". En mi opinión aquí debemos buscar el origen de la inexac­titud del positivismo contemporáneo. La penetración genial de Engels develó el punto de partida de este nuevo equí­voco positivista de reducir la filosofía a las matemáticas. Hasta la fecha el método es algo que diferencia a las cien­cías naturales de las sociales; la comprobación material inmediata de las primeras toma el puesto de la prueba de­ductiva (mediata) en las segundas. Las matemáticas., en consecuencia, desde el punto de vista del método son como las ciencias naturales. N o que las matemáticas sean exclu­sivamente una ciencia natural; por su grado de abstrac­eión, están muy cerca de la lógica. Más aún, se entroncan a ella de manera especial: sirven de método aunque el mé­todo lógico (eminentemente abstracto) no goza de la prue­ba inmediata matemática. ¿ Pero, pueden las matemáticas sustituir a la teoría del conocimiento? El marxismo com­probó que la lógi.ca, el método y la teoría del conocimiento están unidos. ¿ Pueden ocupar las matemáticas ese puesto? N o hay nada que 10 pruebe hasta la fecha. Por eso me parece que la observación de Engels mantiene su impor-

tancia.

La "modernización" del marxismo: el idealismo subjetivo.

Hay una evidente continuidad entre la crítica cum­plida por Engels en el Anti-Dühring y la que hace Lenin en el "Materialismo y Empiriocriticismo"; la unidad res­ponde a un hecho histórico que contiene, como no podía ser menos, relaciones de índole social e ideológicas. El primero se escribe en el momento cuando la clase obrera no ha hecho aun suyo el marxismo, su propia ideología, y" por lo tanto, le disputan el terreno muchas interpretaciones

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burguesas del socialismo; es una reVlSlOn desde fuera del marxismo. En cambio, "Materialismo y Empiriocriticisl110" es la crítica marxista contra el "alzamiento sumiso" o sea, en una época cuando aquél es ya la ideología indiscutida de la clase obrera, cuando ésta es ya dueña de su propia ideología, l'e\Tiste un carácter más complejo, por cuanto confunde a las propias masas trabajadoras haciendo circu­lar la moneda falsa de un marxismo "renovado". Esta es la Llena típica del revisionismo filosófico. La experiencia contemporánea ha puesto de relieve euán variado es el re­pertorio de ese ilusionismo. De nuevo aquí nos encontramos con inconsecuencias de derecha y de izquiel'da. Hoy día junto al reformismo de viejo y nuevo cuño se alza el pe­ligro de la dogmatización del marxismo, propio de las posi­ciones izquierdizantes, que suma desorientación y confu­sión en las filas de la clase obrera y del movimiento comu­nista internacional. En el caso concreto de la filosofía. la crítica realizada por Lenin contra la revisión empiriocriti­cista del marxismo descubre, en primer plano, el mecanis­mo del método "modernizador". No son Mach o Avenarius quienes se proponen la revisión; son Bogdanov y los "inno­vadores" marxistas quienes quieren hacer pasar como mar­xismo el subjetivismo de los primeros. En el caso de Dühring era él mismo el constructor de una nueva con­cepción del mundo. En el segundo caso, aun cuando el re­visionismo siernpre proviene de los profesores burgueses, no son ellos ya los interesados directamente en el cambio, por la seneilla razón de que su filosofía no puede dejal' de ser una filosofía abiertamente no marxista. Se necesita que los "avances" los incorpore el militante de las filas revolu­cionarias. ¿ Cómo? Aproveehándose de las dificultades que presenta el desarrollo del conocimiento científico. Es una filosofía que parasita de los límites de este conocimiento. Esto es, que pese al notorio origen dasista de la filosofía idealista sus supervivencias pueden procrearse dentro de

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los marcos de la propia filosofía científica, alimentadas de las contradicciones que surgen durante el progreso social. Más claro. La filosofía burguesa medra hoy más que nunca de la problemática cientifíca, introduciendo la confusión don­de la concepción del mundo no es dueña plena aún de ese (:onocimiento. Esa es la importancia histórica de la crítica filosófica cumplida pOI' Lenin.

Cuando el científico maneja el métod0 metafísico se encuentra expuesto al despeñadero de las generalizaciones idealistas. Y esta es una observación de validez universal a toda actividad humana que se orienta por el estrecho sendero de la metafísica. Así, la exigencia de "Materialismo y Empiriocriticismo", responde a los mismos excesos que trajeron de cabeza a más de un sabio que no lograba atinar el puesto que le correspondía a la masa de nuevos conoci­mientos que desbordaban el viejo esquema mecanicista del mundo. Este conflicto fue resuelto a la manera idealista por los empiriocriticist.as, invocando la "crisis de las cien­das". Así como hoy día los sociólogos burgueses hacen pasar por "crisis general de la sociedad" la crisis de la so­ciedad capitalista. Por eso fue para Lenin una tarea de primer plano restituirle al método científico su legitimidad dialéctica.

El método de exposición seguido por él contempla, al mismo tiempo que un cuidadoso estudio histórico del rasgo principal de la escuela, en cada uno de los tres planos fundamentales de la realidad, una no menos atenta referencia a los matices de la escuela si ellos apuntan cier­ta importancia política. De todo ese material expuesto sis­temáticamente me interesa recoger exclusivamente los as­pectos más sobresalientes de la crítica cumplida contra la teoría del conocimiento empiriocriticista. En general, para el método .científico tiene suma importancia conocer la

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teoría del conocimiento empleado. Aún más; me atrevo a decir que las inconsecuencias de la teoría del conocimiento se reflejan en los resultados generales de la investigación. Esto se debe a la unidad indisoluble entre método, lógica y teoría del conocimiento. No tenerlo en cuenta, es hacer metafísica, también.

Las inconsecuencias de la teoría del conocimiento em­piriocriticista tienen su origen en lo que le es común al sub­jetivismo: considerar a las sensaciones como lo determi­nante. A la sazón el punto obscuro que permitió esa inter­pretación fue que se desconocía cómo se relacionaba la ma­teria supuestamente no dotada de sensibilidad con la que, pese a estar formada de los mismos átomos" posee, en cambio, la sensibilidad. El subjetivismo afirmaba que las sensaciones pueden ,constituir a los elementos físicos. Le­nin remontándose a Berkeley, el padre del empirismo, se­ñaló que a base de meras sansaciones lo único que podremos obtener es el solipsismo. Es decir, al absurdo de la existen­cia exclusiva de mis sensacoines. Y es que, en efecto, quie­nes propónense construir con elementos síquicos a los fí­sicos resulta una tarea vacua, verbal. Contra este verba­lismo escolástico, como lo llama Lenin ,formula el concepto materialista de sensación: "el vínculo directo de la con­ciencia con el mundo exterior, la transformación de la ener­gía de la exitación exterior en un hecho de conciencia" (15). El rasgo metafísico de la concepción empiriocriticista se retrata de cuerpo entero al hacer de las sensaciones un tabique o muro que separa la conciencia del mundo exte­rior y, además, asignándoles el monopolio de la existencia. En esto consiste la innovación idealista. En vez de ser las sensaciones el resultado de la acción de la materia sobre nuestros órganos de los sentido lo plantean al revés. El

(15) Lenín, "Materialísme y Empirioeriticismo", Buenos Aires pág. 46.

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truco lo quiere cubrir lVIach con la palabnt "elemento"; le basta con asegurar que es algo nuevo que conj uga al mis­mo tiempo 10 físico y lo síquico. Esa burda candidez con la ('w:J l\Iach quiere hacer pasmo la gl'OSel'a separación entre los cuerpos (la materia) y las sensac-iones (lo síquico) pOl' he unidad de elementos materiales y síquicos, la aplica el revisionista Bo~<danov, identificando la materialidad de las sensaciünes (el contenido material reflejado en las sensa­ciones), los elemento~; de la experiencia empírica, con lo "fí"ico" y lo "síquico". Pero, como dej al' las cosas así daría lugar a que el subjetivismo se evidenciara fácilmente, Bog­danov introduce de contrabando el materialismo con su:s famosas series independientes. Adquiere con ello ese as­pecto ambiguo que conduce a sustituir el concepto defi­nido de materia pOI' el manoseado de realidad. Esta vuelta a FieMe (unidad indisoluble del sujeto-objeto y del objeto­suj eto) la quiere disimular el empiriocriticismo echando mano del realismo ingenuo, condicionado por la "coordina­ción de principio" que hace reversible la antinomia yo-ob-jeto, objeto-yo.

Una vez aceptada la prioridad de las sensaciones se da un paso más hacia el pantano del subjetivismo; niégase la anterioridad de la naturaleza respecto a la conciencia hu­mana. El truco lJal'a hacer admisible esta nueva deslealtad científica la deriva el empil'iocriticisrno de la circunstancia que el hombre conciba la natUl'aleza. Una impresición que de ninguna manel''t justifica la anterioridad del hom­bre respecto a la naturaleza. y con el propósito de hacer pasar como científica la tesis idealista que le niega al ce­rebro humano las funciones del pensamiento se mete en un embrollo que ridiculiza deliciosamentf~ Lenin con aquello de que: "El agua descansa sobre la tierra, la tierra sobre la ballena, la ballena sobre el agua" (16).

(16) Lening Materialismo y EmpiriocriticisDw. Oj). Cit, pág. 94,

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ASÍ, el empiriocriticismo quiere darnos la versión "nue­va" del principio idealista de la relación entre el ser y el pensar; sensaciones, primero; después, la materia. Una restauración indudable del obispo Berkeley; pero hipócrita, solapada. Los revisionistas con igual subrepción preten­dieron pasar de contrabando esa tesis al marxismo, ampa­rándose en las dificultades que a la sazón presentaba, es­pecialmente, el conocimiento de las novedades en la física. Pero la revisión no se detiene aquí; se extiende al prin­cipio de la identidad entre el ser y el pensar. La crítica leninista (contenida en el II capítulo del Materialismo y Empiriocriticismo) señala el antecedente kantiano de la nueva cocción. El autor de la Crítica de la Razón Pura" haciendo una concesión materialista, aceptó la existencia de la "cosa en sí" -en buen materialismo, el mundo ob­jetivo- a la que, sin embargo, la conceptuó inasequible e incognocible. En pocas palabras, adoptaba el punto de vista agnóstico, separando las sensaciones (los fenómenos) de las cosas reflejadas en ellas (la cosa sentida); o, la cosa para nosotros de la cosa en sí. Estos son los límites pre­cisos del planteamiento kantiano. El empiriocriticismo re­curre a variantes; Kant o Hume. Sabemos que el último, fiel al agnosticismo, es" sin embargo, más radicalmente subjetivista, al desechar la cosa en sí. La adopción hum­niana de Kant (Chernov) la aplica al empiriocriticismo sus~ tituyendo la palabra incognocible por desconocida. Todas estas trampas y minucias, de las cuales está plagada la filosofía idealista, responden, en el caso del empiriocriti­cisma, a la necesidad de superar las contradicciones que indefectiblemente lo lleva al coqueteo materialista dentro del subjetivismo agnóstico. Por ejemplo, a Mach le conviene la dualidad de sus "elementos", pues si unas veces afirma que los "cuerpos son complejos de sensaciones", adopta el berkelismo, y si, en otros, sostiene que pueden ser físicos en determinada conexión y síquicos en otra, adopta el ag-

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nosticismo de Hume. Esta volubilidad empiriocriticista va dirigida contra la tesis materialista del reflejo. Así, el punto de vista general del agnosticismo se caracteriza por­que no va más allá de las sensaciones; negando ya (Hume) la existencia de algo más allá de ellas o aceptando la cosa en si (Kant), pero afirmando que NO PUEDE SER CO­NOCIDA. La novedad del empiriocriticismo radica en que utiliza una u otra versión del agnosticismo según mejor convengan a sus propósitos de subrepción del método cien­tífico. El agnosticismo surge con la pretensión de consti­tuir una tercera corriente entre la disputa materialismo­idealismo. Esto lo expresa, en el caso del empiriocriticismo, ~tceptando, al igual que el idealismo más franco, que las sensaciones son lo "inmediatamente dado"; pero NO V A MAS ALLA. El materialismo reconoce la existencia inde­pendiente del mundo exterior; el idealista lo identifica con las sensaciones. De esa posición del empiriocriticismo nacen sus vacilaciones y ambigüedades al estar, unas veces, con la cosa en sí (y hasta con el realismo ingenuo) y, otras, con [as posiciones más radicales del subjetivismo agnóstico (Hume) o aceptando francamente al idealismo berkeliano. Al hacer de las sensaciones una barrera entre la conciencia y el mundo exterior, el empiriocriticismo niega la indepen­dencia de lo objetivo o se esfuerza por oscurecerla (caso de Easarov), confundiendo este problema fundamental con, por ejemplo, el de la exactitud de lo conocido. Para el ag­nóstico {yen c-:msecuencia. para el empiriocriticista) ir más allá de las sensaciones es hacer metafísica. Salirse de las sensaciones es trascender del fenómeno. El subterfugio consiste en mantener la separación entre las sensaciones y las cosas reflejadas por ellas.

La teoría del conocimiento del materialismo dialéctico puntualiza como conclusiones generales (17) 10. la exis-

(17) Lening. Obra Citada, pág. 105.

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tencia independiente de las cosas de nuestra conciencia; 20. que no hay ninguna diferencia de principio entre la cosa en sí y los fenómenos ( es un mero absurdo querer rehabilitar esta separación arguyendo con lo conocido y lo desconocido); 30. razonar dialécticamente no supone for­mar un conocimiento acabado e invariable, sino un proceso gracias al cual el conocimiento incompleto llega a ser más completo. Las conclusiones apuntadas llevan implícito la teoría del reflejo que explica la independencia y la coinci­dencia entre las cosas y su expresión conciente. Lenin si­guiendo a Engels lo define -el reflej o- como la imagen o copia sensible de las cosas. N o debemos perder de vista que la argumentación central de Lenin, en la obra comen­tada, persigue demostrar lo falso de la tesis empirista que niega la independencia del mundo exterior respecto de las sensaciones; pero al definirnos la existencia de la' verdad objetiva y el problema del criterio de la verdad (18) sub­raya el origen práctico de ambos y de paso la naturaleza dinámica del conocimiento. Y, por lo mismo, se opone -fiel a la tesis de Marx sobre Feuerbach- al idealismo que quiere desprender exclusivamente de la actividad humana -las sensaciones, según el empirismo-, la formación del cono.cimiento del mundo. Conceptúa artificiosa toda sepa­ración tajante entre 10 subjetivo y lo objetivo. A eso se debe su ataque a la tesis revisionista de Bogdánov que transforma la verdad en una forma organizadora de la ex­periencia humana. Aceptar con el revisionismo que la ver­dad científica incluso es, también, una forma organizadora de la experiencia humana representa abrir de par en par las puertas al subjetivismo de tipo empirista o sensualista. El equívoco surge al tomar las sensaciones como punto de partida el conocimiento.. Y si el materialismo también lo hace se diferencia del idealismo porque descubre en las sen-

(18) Lenin, Obra Cítada, pág. 128 y ss ...

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saciones la imagen del mundo objetivo; el agnóstico, siguien­do los hábitos del avestruz, entierra la ,cabeza en las sen­saciones y no quiere saber nada más allá de ellas. De esta manera, 10 objetivo resulta dependiendo de las sensaciones. Confirma su afiliación al idealismo. Para el materialismo la prueba de la existencia de lo objetivo es la práctica. La verdad obj etiva está determinada por la práctica. Quien posee la verdad objetiva admite en una u otra forma la verdad absoluta; pero no de manera dogmática y metafí­sica (materialismo sectario), como lo hacía Dühring. Al llegar aquí surge el problema de la correlación entre la verdad absoluta y la verdad relativa: la infinitud del mun­do conocida por la suce~ión de generaciones de hombres fi­nitos "a través de una duración infinita de la humanidad". Este aspecto dialéctico del pensamiento· humano precisa te­nerlo muy presente en el caso especial de las verdades histó­ricas donde, con frecuencia~ se tiende a la esquematización de la verdad relativa o a la negación de lo absoluto, en aras de la especificidad concreta. La relatividad absoluta es un principio propio del revisionismo subjetivo. Así, Lenin asien­ta (19): "Para Bogdánov (como para todos los machistas) el reconocimiento de la relatividad de nuestros conocimien­tos EXCLUYE toda admisión, por mínima que sea, de la verdad absoluta Para Engels, la verdad absoluta se consti­tuye de las verdades relativas. Bogdánov es relativista. Engels es dialéctico". Aún más, el error y la verdad giran dentro de polos relativos; son de un absoluto limitado. Ir más allá de la relatividad en que se da lo absoluto de una verdad es caer en el error. Por, ejemplo; la ley de la gra­vedad conduce al erroF si queremos explicar con ella el des­plazamiento atómico. Empero, la objetividad de las verdades descubiertas no la niega el avance científico. La desinte­gración atómica no sólo no ha negado a la ley de la gra-

(19) Lenin, Obra Citada. pág. 142.

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vedad, sino que los vuelos interespaciales serían imposibles si no se observan esas leyes.

Planteado en sus justos límites el problema de la ver­dad, la teoría del conocimiento marxista encara el de la prác­tica, a la que el subjetivismo empirista quiere revisar ya bien subrayando la verdad objetiva o confundiéndola con el éxito.

La objetividad es tanto la independencia del objeto res­pecto al conocimiento como su reflejo en éste. Tal cosa tiene que ser así desde el momento que el contenido a los concep­tos Se los brinda la objetividad material del mundo. Y res­pecto a confundir la prá~tica con el éxito, Lenin avanza una crítica justa a todo pragmatismo (20): "Para el materialis­ta, el "éxito" de la práctica humana demuestra la concordan­cia de nuestras representaciones con la naturaleza objetiva de las cosas que percibimos. Para el solipsista, el "éxito" es

todo aquello que Yo necesitaba EN LA PRACTICA, la cual puede "el' considerada indepedientemente de la teoría de] conocimiento. Si incluimos el criterio de la práctica en la base de la teoría del conocimento, esto nos lleva inevitable­mente al materialismo-- dicen los marxistas",

El criterio de la práctica como fundamento de la teo­ría del conocimiento marxista despeja el camino de obs­táculos teóricos. Las citas de la crítica de Feuerbach a Fich­te, que trae a cuento Lenin con el fin de revelar la continui­dad Fichte- Mach, me parecen sumamente valiosas en el es­clarecimiento del error subjetivista propio del empirismo. Quien sólo razona teóricamente podrá coincidir con el em­pirismo cuando afirma que la visión, el tacto, etc., no son más que sensaciones; no se puede negar que el punto de par­tida del conocimiento humano son las sensaciones. Es decir,

(20) Lenin, Op. Cit. pág. 148.

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que la mente humana no maneja objetos físicos, sino imáge­nes. Lo falso del empirismo radica en querer inferir de esta verdad la imposibilidad del conocimiento de los objetos fí­sicos, y, de paso, identificar el contenido de lo subjetivo con la objetividad material del mundo .. La práctica como idealistas. Sin embargo, la advertencia de Lenin (21) so­criterio de verdad pone punto final a estas divabaclOn~s

bre los límites mismos de la práctica es bueno tenerla pre­sente con el objeto de eludir el dogmatismo: "el criterio de la práctica no puede nunca, en el fondo, confirmar o refutar COlVIPLETAMEN'lE una representación humana

cualquiera que sea. Este criterio también es lo bastante "impreciso" para no permitir a los conocimientos del hom­bre convertirse en algo "absoluto"; pero, al mismo tiem­po, es lo bastante "preciso" para sostener una lucha im­placable contra todas las variedades del idealismo y Llel agnoticismo". Esto es muy claro; pero no menos impor­tante es el párrafo que a continuación le dedica al relati­vismo revisionista de Bogdanov, quien le reconocía a la teo­ría de la circulación del dinero de Marx una objetividad "pa­ra nuestra época", llamando dogmatismo su veracidad "obje­tiva supra-histórica". A estas consideraciones subjetivistas Lenin refuta «22); "Aquí hay otra eonfusión. Ninguna cir­cunstancia ulterior podrá modificar la concordancia de esta teoría con la práctica, por la misma sencilla razón por la que es ETERNA la verdad de que ~Hpoleón murió el 5 de mayo de 1821". Y más adelante remata (23). "La única conclusión que se puede sacar de h .. opinión, compartida por los marxis­tas, de que la teoría de Marx es una verdad objetiva, es la si­guiente: yendo POR LA SENDA, de la teoría de Marx, nos aproxin:aremos cada yez mils a la verdad objetiva (sin al-

(21) Lenin. Op. Cit. pá;;. lií~. (22) Idem. (23) IJem.

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canzada nunca en su totalidad); yendo, en cambio, POR CUALQUIER OTRA SENDA, no podemos llegar más que a la confusión y a la mentira".

El empirismo siguiendo su línea confusa no osa negar la existencia de la materia física. Sería una temeridad. Ni Kant o, más bien, precisamente Kant, interesado en conciliar un nue,To tomismo --el racionalismo con las ciencias natu­rales- tampoco negó la existencia de la materia física: pero el subjGtivismo intenta transformarla en un apéndice de la expedencia humana. Par esto modifican u oscurecen el concepto de materia y n.e experiencia. El truco revisio­nista frrnte al primer concepto Se reduce a plantear el pro­L;lema como si se tratara de escoger entre una u otra de las categorías g'noseológicas más simples: ser y pensar. Es muy frecuente, especialmente entre gente religioi'la oír una varian­te de este falRo planteamiento, preguntando, qué hay des­pués de la materia. Simulan no 'saber que se trata de las ca­tegorías gnoseológicas de mayor extensión, dentro de la¡< cuales cabe la existencia ·de todo lo que es independiente al pensamiento. Y Tp.specto a la experiencia el subterfugio está encaminado a identificarla en úitima instancia, con la con­ciencia.

Considero de mucha importancia, para la mejor com­prensión del subjetivismo contemporáneo, destacar la crítica que Lenin le dedica a la interpretación empiriocriticista so­bre las categorías de causa y necesidad. En especial, me in­teresa señalar cóm0 concibe el materialismo dialéctico la re­lación entre la objeti\Tidan de la é'ausalidad y su ref1ejo en el pensamiento. En efecto, cuando Lenin resume las tesis mate­rialistas (24) al respecto, apunta: "De modo que Feuerbacb reconoce en Ta naturalezil. las leyes objetivas, la causalidad ubjetiva, que' sólo con aproximada exactitud es reflejada por

(24) Lenin, Op. Cit. págs. 165 y HiG.

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las representaciones humanas sobre el orden, la ley, etc". Es, me parece, muy importante reparar en lo APROXIMADO del reflejo; aproximación que responde tanto al aislamiento del rasgo general, propio de la abstarcción mental, como a ]a limitación implicada en lo relativo de la verdad absoluta conocida. Aquí dehemos ver lo antidogámtito del conocimien­to dialéctico, la no identidad entre el reflejo consciente y las cosas reflejadas; si bien, la suma de esos hechos no invalida otro igualmente básico: la constancia de la objetividad cono­dda. Objetividad de las leyes; de la causalidad y la necesidad de la naturaleza. Esta es la base de la línea filosófica mate­rialista. En cambio. " ... la línea subjetiva en la cuestión de la causalidad, al atribuir el origen del orden y de la ne­cesidad de la llautraleza, no al mundo exterior objetivo, sino H la conciencia, a la razón, a la lógica, etc., no sólo desliga la razón humana de la naturaleza, no sólo opone la primera a la segunda, sino que hace de.la naturaleza UNA ARTE de la razón, en lugar de considerar la razón como una partícula de la naturaleza". He aquí el idealismo subjetivo. Al que se opo­ne la línea materialista siguiente: "El reconocimiento de las leyes objetivas de la naturaleza y del reflejo aproximada­menteexácto de tales leyes en el cerebro del hombre, es ma­terialismo".

A esta firme línea materialista, se agrega, en el caso del conocimiento, la circunstancia y el hecho de la simplifi­cación de la conexión de causa y efecto al reflejarse en los conceptos humanos. El concepto de ,causa y efecto, simpli­fica la conexión natural lo cual, si se toma desaprensivemen­te, que es tanto como no depediendo de la naturaleza objeti­va puede inducir al error de no ver la riqueza cambiante de esa conexión, atribuyéndole, por apreciarla aisladamente, una rigidez simplista, artificiosa. No debemos olvidar la pre­sencia de las "dos series de leyes" que, aun cuando coinciden en cuanto a la cosa, tiene una expresión distinta. Las leyes

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en la naturaleza son espontáneas, mientras que al reflejarlas el cerehro humano se aplican conscientemente. La coinciden­cia y la diferencia que existe entre la cosa y su reflejo men­tal nos alerta para no inventar las conexiones naturales des­conocidas. La preocupación de la filosofía marxista consite en no invertir la relación gnoseológica central; en respe­tar la objetividad científica. La crítica de Lenin destaca este pensamiento central. Es muy significativa la referen­cia suya al intento empiriocriticista de confundir ese tema central de la teoría del conocimiento con la formulación exácta:

"La cuestIón verdaderamente importante de la teoría del conocimiento, que divide las direcciones filosóficas, no consiste en saber cuál es el grado de precisión que han alcanzado nuestras descripiciones de las conexio­nes causados, ni si tales desciciones pueden ser expre­sadas en una fórmula matemática precisa, sino saber si el origen de nuestro conocimiento de esas conexiones está en los layes objetivas de la naturaleza o en las pro­piedades de nuestra mente, en la capat:idad inherente a ella de t:onocer ciertas verdades aprorísticas, etc. Eso es la que separa para siempre a los materialistas Feuerbach, Marx y Engels de los agnósticos (humnis­tas) Avenarius y Mach" (25).

El subjetivismo, tenaz en su maniobra. arguye con las facultades, el recuerdo, la inventiva, la imaginación hu­manas, dejando de lado el hecho central de que la conciencia humana es el reflejo de la realidad objetiva. y cuando, pese al efectismo ele esas expresiones subjetivistas, la objetividad de la necesidad se manifiesta con fuerza incontrastable en una constante cualquiera (uniformidad, por ejemplo). el empirismo vuelve los ojos al idealismo ohjetivo. Las citas

(25.) Lenin, Materialismo y Empiriocriticismo, Op. Cit. pág. 171.

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de Pearson (Rarl), o de J. Petzoldt, recogen ese tránsito hacia la lógica, que es como una especie de rehabilitación del desacreditado "a priori". Al efecto, dice Lenin, "eviden­temente, no hay más que calificar el "a priori" de lógico para que esa idea pierda todo lo que tiene de reaccionario y se eleve al novísimo positivismo" (26). El paso más audaz en esta dirección se cumple al fundir la matemática con el idealismo. El caso de Henri Poincaré -"el gran físico y dé­.!Jil filosófico" -, que no se escapa a la crítica de Lenin, trae al empiriocriticismo los gérmenes de los que será más tarde la base del positivsmo contemporáneo. Iushkévich lla­mó a esta "novedad" empiriosimbolismo. Oigamos a .Lenin: "Para Poincaré... la leyes de la naturaleza son símbolos, convencíones creadas por el hombre para su "COMODIDAD" (27). Es difícil no maravillarse de encontrar en esta obser­vación los rasgos centrales gnoseológicos del simbolismo contemporáneo. Una advertencia segura. Están presentes la comodidad, la conveniencia, el arbitrio humano, hacien­do el papel de causas determinante de la realidad objetiva; para el empiriosimbolismo las 'sensaciones y las percepciones (a lo que reduce el concepto de experiencia) cumplen funcio­nes muy secundarias: verificar lo que ya trae la conciencia humana. Tiene razón la crítica leninis~ al afirmar que esto es una vuelta al formalismo kantiano. Además de la línea subjetiva, común al agonticismo, eleva la razón (una in­consecuencia al empirismo) a causa determinante del ser. Se enfila hacia la lógica en demerito de las sensaciones. Poin­earé abandona el punto de vista clásico empirista exaltando 10 universal de las leyes científicas. Pretende que lo univer­sal (lo gem:ral reflejado en la razón) ocupe el puesto del ser (lo general objetivo) entendiéndolo como concenso o admi­sión común entre los hombres. Un matiz más subjetivista.

(26) Lenin, Op. Cit. lJág. i?é,. (27) Idem, pág. 177.

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Por lo que el empiriosimbolismo acude al "a priori" lógico esperanzado en salvar al subjetivismo. Simbiosis de subje­tivismo e idealismo objetivo, que al final de cuentas es la ne­gación de las objetividad material por el supuesto de que las leyes de la naturaleza provienen del sujeto, de su razón.

Me parece, igualmente oportuno recoger las palabras de Lenin al referirse a los "marxÍstas" rusos (Iushkévich, Bog­dánov) , quienes vuelven los oj os hacia el empiriosimbo­lismo, porque ellas contienen elementos reveladores de la fal­sedad, de ese entusiasmo desmedido sobre el papel de los símbolos y de la actividad racional. Helas aquí:

"Ante nosotros, con ropas de Arlequin hechas de reta­zos de una "novísima" terminología a;bigarrada, chi­llona, tenemos a un idalista subjetivo, para quien el mundo exterior, la naturaleza, sus leyes, todo ello no son más que símbolos de nuestro conocimiento. El to­rrente de ]0 dado está desprovisto de razón, de orden, de leyes: nuestro conocimiento introduce en él la ra­zón" (28).

Subráyase la base subjetiva del simbolismo y, además, el complemento kantiano, la "invocación" lógica del "a prio,.. ri". Un rasgo muy propio de la filosofía neopositivista. Aquí se cumple eso de zurcir retazos filosóficos, asociando al sub­jetivismo la lógica cOn mayúscula. No resisto la tentación de transcribir el párrafo pertinente de Materialismo y Empi­riocriticismo (29)!

"Somos NOSOTROS los que ponemos el orden en el mo­vimiento de los planetas, y ese orden es el'producto de nuestro conocimiento. Pero dándose cuenta de que tal filosofía dilata la razón humana hasta hacerla causa-

28) . Lenin, Op. Cit. pág. 180. (29) Lellin, Idem, pág. L81.

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dora y creadora de la naturalez, el señor Iushkévich pone al lado de la razón el "Logos", es decir, la razón abstracta, no la razón sino la Razón, no la función del cerebro humano, sino algo anterior a todo cerebro, algo divino. La última palabra del "novísimo positivismo" es la vieja fórmula del fideismo, que ya desenmasca­rara Feuerbach".

l .. a variante "marxista" de Bogdánov parte de la misma suplantación hecha por Poincaré: sustituir el mundo exte­rior por su reflejo lógico -lo universal-; no se prcata de ]a difereneia que media entre lo universal y lo general. El rasgo general, la conexión causal, la ley, ,cuya existencia oh­jetiya no precisa del razonamiento, es tomada como un nexo lógico, al que, por otra parte, se le hace determinante. Bog­dánov guarda elel kantismo, a semejanza de todos los machis­tas,la falsa idea de que el orden, la ley, lo impone el pensa­miento al caos primitivo de la naturaleza. El esquema kan­tiano que hace suyo con gran fidelidad el machismo, excepto cuando huye horrorizado de la "cosa en sí", mantiene el fe­nómeno (le sensación), el a priori (la razón pura) y su fuga hacia lo divino. Al conferirles al pensamiento, como buenos idealistas, la exclusividad del movimiento o, cuando menos, ]a del ordenamiento y la ley, se deslizan hacia otra unilate­ralidad, muy viva, entre los revisionistas contemporáneos, consistente en opacar o reducir el movimiento de la realidad exterior, adaptando el viejo criterio empiriocriticista de que no hay nada que no esté creado por el hombre. Suele decirse hoy Jía que hay zonas del planeta en donde es muy difícil encontrar una parte de la naturaleza que no está transfor­mada. Quieren decir que allí todo es consciente, domeñado jlOr el hombre. Afirmarlo me parece una exageración. No po­dremos nunca hablar de un conocimiento acabado, total, ab­soluto. El proceso de la ignorancia al conocimiento no si-

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gue una línea recta; incluso es suceptible de ser profundi­zado lo ya conocido por el simple hecho de la variedad con que se presenta el rasgo general conocido.

La crítica de Lenin a la teoría del conocimiento empirio­criticista, que hemos seguido en sus trazos más esenciales, concluye desenmascarando el uso subjetivo de las categorías de espacio y tiempo y libertad y necesidad. Ello evidencia, una vez más, lo kantiano del empiriocriticismo. No voy a de­tenerme sobre este particular del análisis porque para los efectos del presente trabajo basta con lo ya apuntado. Sin embargo, me parece oportuno destacar cómo la teoría del co­nocimiento subjetivo, en su variedad empirista, pese a in­vocar la premii'la de las sensaciones (o la experiencia) a poco de intentar librar en vano el abismo del solipsismo da media vuelta en redondo yendo a refundirse en la muletilla del idea­lismo objetivo: el a priori. y no, simplemente, en un a priori a secas, que resultaría poco novedoso, sino en un a priori ló­gico. Esa oscilación de lo sensorial a Jo lógico, que acusa el curso mismo de la gnoseología, es la huella más firme de la matriz kantiana. No creo equivocarme al decir que con Kant el ideaU~mo. había subrayado las fronteras subjetivas del conocimiento de manera conveniente a una desnaturaliza­ción metafísica del conocimiento científico. Lo inevitable del solipsismo lanza al empirismo a la tabla de salvación de la abstracción "pura". El secreto de este recurso consiste en la objetividad que refleja la subjetividad lógica a la cual se pretende dejar al margen de la objetividad material. En esencia, se trata de una reversión del proceso del conoci­miento que libre de "estorbos materialistas" el uso de las operaciones, reglas y leyes lógicas. En otras palabras, el empiriocriticismo tiene ya los gérmenes de lo que es para mí la contradicción central del positivismo contemporáneo: el injerto de la lógica con el subjetivismo gnoseológico. Aquí veo también la diferencia principal con todo el empí-

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rismo anterior. La lógica trascendental del filósofo de Koe­nisberg estaba obligada a refugiarse en el fideismo; en cam­bio, la lógica de los positivistas contemporáneos pisa un terreno más firme. Aunque, a costa de hacer matemático el método científico.

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CAPITULO 11

Antecedentes del Neopositivismo

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Bajo el nombre de neopositivismo quiero referirme a esa corriente filosófica que, siguiendo el espíritu de cofradía del viejo positivismo comtiano, se llama a sí mismo Movi­miento de Unidad de las ciencias -una de sus metas cBntra­les-, de lo cual no fue ajeno el Círculo de Viena, y a lo que se le conoce con los nombres de empirismo científico, empi­rismo lógico, lógica simbólica, logística o se le confunde como lógica formal y lógica matemática.

JVIientras' la filosofía marxista libraba, con Lenin, la batalla contra el empiriocriticismo cobraba impulso la nueva variante de la cual son fundadores epónimos Gúttlob Frege, Charles Sandrs Peirce y Giuseppe Peano. El materialismo dieléctico e histórico desenmascaraba el método empirista (o empiriocritidsta), ponía en evidencia su forma subjetiva, al tiempo que dejaba a flote sus entronques indisolubles con el empirismo berkelíano y el agnosticismo de Hume y Kant. Sin embargo, la tradición empirista gnm;eológica y metodo­lógica criticada se abría paso por otra vía. ,Lenin encara las inconsecuencias subjetivas alimentadas, principalmente de los problemas que trajo consigo el desarrollo de la física; pero, hemos visto que roza con el caso de Poincaré y el del "a priori" lógico, el nuevo engendro surgido al amparo del crecimiento de las matemáticas. Situaciones que, de paso, demuestran cómo el idealismo contemporáneo paras ita de

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las limitaciones y obstáculo que surgen durante el avance del conocimiento científico. Es igualmente significativo re­parar en la motivación política que anima la realización de "Materialismo" y Empiriocritinismo": el revisionismo fi­losófico. Revisionismo que adquiere el sentido de mistifi­cación y suplantación del método científico. La amplitud de la crítica rebasa los límites de una mera subversión del or­denamiento y sentido de la concepción filosófica marxista, para subrayar las bases de la indentidad entre ésta y la con­cepción científica del mundo. Ubicada en su justo puesto la filosofía marxi.sta. cobra importancia la preocupación de quienes la practican, por las violaciones a la fundamentación filosófica dAI conocimiento científieo. Entonces .comprende­mos qut' el interés político no se agota en salirle al paso a quienes bajo el nombre de "marxistas" introducen de contra­bando el idealismo dentro del marxismo.: trabaja contra éste !a incon8ecuencia filosófica de los científicos y de los artis­tas. Así se explica -una lección táJCtica más- que Lenin orientará su ataque no principal ni exclusivamente contra los "marxistas" rusos; supo darles el puesto que merecían: agentes encubiertos del enemigo. La embestida provenía de Mach y Ayenarius, hombres de ciencia, muy distantes de las filaR del partido de la clase obrera. Pero eRa distancia y des­interés políticos inmediatos cobran cierta fuerza mística de la cual saben sacar provecho los agentes encubiertos del marxismo o confunde la candidez de los mal informados. Y es que ahí Se conjugan la autoridad de la ciencia y el pres­tigio del marxismo. Por tanto, no es difícil concluir, que el divorcio entre las ciencias particulares y la concepción cien­tífica del mundo (el marxismo) origina el idealismo contem­poráneo, revestido de un ropaje científico y con pretensio­nes de "remozar" a la ideología de la clase obrera. La ver­dad de esto hecho tiene que tomarSe en cuenta si queremos

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cumplir consecuentemente con la labor creadora de la crí­tica marxista.

La nueva corriente positivista que crecía regada con la problemática de las ciencias matemáticas ha logrado una frondosidad címtemporánea impresionante. y lo impresio­nante no proviene exclusivamente de lo prolífero de los sis­temas sintáticos y semáticos con que se propaga la nueva corriente, porque al cabo eSa fecundida tiene mucho de la fungoeidad de la cual nos habla Carlos Astrada, en su obra "Dialéctica y positivismo Lógico" (30), sino en cuanto mul­tiplica la confusión respecto al concepto de la lógica. El idea­lismo subj,etivo positivista ha dado pruebas de una gran ha­bilidad para adaptarse a 1as nuevas conquistas de la ciencia, deformándolas. ,La variante que nos ocupa no ha sido una excepción. De ahí que crea que un primer paso debe darse dilucidando lo objetivo de lo subjetivo, en al nueva simbiosis

empirista.

La teoría del conocimiento en Frege.

Friedrich Ludwing Gottlob Frege (1848-1925), consi­derado el fundador, después de George Boole (1815-1864), de la Lógica Simbólica, es un científico, un matemático de nota, quien al igual que Ch. S. Peirce, vive incomprendido -prácticamente, de'3conocido- de sus contemporáneos. Po­drían apuntarse razones como las que da Harry K. Wells, en su libro "'Pragmatism PhUosophy of Imperialism" (31), para explicarnos la soledad de Frege, así como explica la de Peir­ce. Detenerse en esto no eS mera vanalidad; persigue dese:n-

(30) Astrada, Carlos, "Dialéctica y Positivismo Lógico". Cuader-nos humanistas No. 9, Universidad Nacional de Tucumán, Fac. ,de Filosofía y Letras, Tucumán 1961.

(31) Wells, K. Harry "Pragmatism PJ>llosophy of Imperialism", International Publishers, New York, 1954. '

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trañar la causa histórica del favor o ignorancia que merece una determinada corriente filosófica. Yo apuntaría, además de las razones. soda-económicas que maneja WeIls (inicio y esplendor del imperialismo. Parecidas razones a las que da Lukas para explicar la soledad de Nietzchc), el elemento propiamente de superestructura que encierra el problema. Rasgo común a la escuela estudiada: pasó inadvertida du­rante el tiempo de su gestación. Descontemos la agudeza personal, factor nada despreciable, y fijemos nuestra aten­ción en el derrumbe de la vieja concepción matemática, he­cha de verdades eternas, arrollada por las contradicciones dialécticas, percibidas, en primer lugar, por los matemáti­cos, muchos de los cuales desconocían el método dialéctico, y tendremos una comprensión más clara de lo ajeno que re­sulta a la mayoría de los científicos de la época, acostum­brados a una interpretación acabada de las matemáticas, estos nuevos y mal planteados problemas que surgían en la frontera entre la lógica y la matemática. Y no sólo esto. Di­rá, además, porqué surgió la lógica matemática envuelta en las nieblas del idealismo. Conflicto similar a quienes qui­sieron generalizar, en otros campos de la ciencia, lo que era dialéctico, en forma metafisica. A eso se debe que no dejan de tener razón quienes, hasta ahora. se afanan por desen­trañar el enredo, partiendo de las diferencias entre la lógi­ca dialéctica y la lógica formal. No obstante, el problema se hace cada vez más concreto. ¿ Qué es la lógica matemática?

Frege, conocido en la filosofía especialmente por sus tra­bajos sobre el análisis lógico de la prueba con la inducción matemútica, es el primero' en trabajar con el cálculo de las proposiciones y utiliza. también. por primera vez, la fun­ción proporcional, los "cuantificadores", y otros términos de la llamada lógka simbólica. El manejo de estos conceptos era el resultado de sus esfuerzos por explicar la etapa algebráica de la lógica por medio de la logística. Venía a ser un método

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que pretendió derivar los conceptos fundamentales de la arit­mética de los principios del análisis lógico. Sus trabajos se centran en los cálculos hechos a base de un lenguaje mate­mático. Quizás este sea el origen del nombre de Lógica Mate­mática con el cual se conoce hoy día esta nueva metodología científica. Es importante reperar en las fronteras de uno y otro campo. Mientras el esfuerzo se orienta a formular la deducción lógica o, más claro, en tanto existe la plena posi­bilidad de encontrar ventajas de precisión en la reducción de la deducción lógica a fórmulas, las perspectivas científi­cas de estos primeros esfuezros son perfectamente lícitos. Pero. cuando Frege induce a identificar la matemática con la lógica, da rienda suelta a una orientación idealista. En efecto, él afirma que los principios aritméticos son analiticos y de aquí concluye identificando los conceptos arit­méticos más abstractos como lógicos. De esta manera crea el "concepto de relación" o de conjunto según el cual la ex­trema simplicidad es sinónimo de lógica pura. Un verdadero ~ofisma. Partiendo de la premisa cierta que señala la máxi­ma abstracción como una nota lógica, identifica la abstracción matemática con la simpleza, dejando de lado el concepto de magnitud, que es lo propiamen­te matemático, para encarnar en la formulación ma­temática loe; principios lógicos. Cae de su peso que con todo y lo descarnado que es la abstracción de la mag­nitud, su simpleza sigue siendo una abstracción específica y no la más general. He aquí la nota positivista por excelen­cia de lp.s elucubraciones de Frege. Si lo específico de lo ma­temático es la magnitud, ¿ por qué confundirla con lo lógico que hay en su abstracción? Así, cualquier concepto cientí­fico podría pretender trocar su base lógica por su extensión específica y obtendremos la quimización o agronomiza­ción de la filosofía. No creo que por aquí se pueda ir muy lejos. Lo cual no quita que las operaciones lógicas puedan

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reducirse a fórmulas. El antecedente de más prestigio lo proporciona los modos de las cuatro figurás del silogismo aristotélico. De nueva se patentiza el estilo filosófico idea­lista contemporáneo que recurre sistemáticamente al acopla­miento de retazos de otras filosofías y de un contenido posi­tivo con un falso. Engarza, dentro del hilo lógico de su expo­sición, la verdad científica con una concepción filosófica fal­sa. Veamos más de cerca la teoría del conocimiento de Frege. Considero que su estudio eS de una gran ayuda para com­prender la nueva mezcla. Veremos mejor cómo y dónde sal­ta el "a priori" lógico que descarrila irremisiblemente a la filosofía de Frege hacia las zonas etéreas del idealismo objetivo.

La teoría del conocimiento sustentada por Frege la va­mos a seguir en su artículo, "El Pensamiento: una investi­gación Lógica". Utilizamos la versión en lengua inglesa apa­recida en la revista "Mind" del mes de julio de 1956 (32). El ensayo original fue publicado entre 1918-19.

Frege inicia sus consideraciones dándole a la lógica como meta el estudio de lo VERDADERO. Según esto, la especifi­cidad lógica, "io verdadero", es determinante, como la belleza a la estética y el bien a la ética. La simpleza de su formula­ción suena convinc~nte; pero, cuando aún no nos hemos re­puesto de este sentimiento de aquiesencia, surge el primer eB.collo: la verdad de las ciencias es algo diferente a la lógiea. Afirma concretamente. Descubrir verdades es una tarea de todas las ciencias; le corre:3ponde a la lógica conocer las le­yes de la verdad. En primer lugar, de acuerdo con la concep­ción de Frege, la lógica reduce considerablemente su campo de acción: lo verdadero. ¿ Y la estructura del pen-

(32) Min. A quarterly l'eview of Psycology y and Philosophy, Edi· ted by Prof. Gilbert Eyle. Published: Thomas Nelson & Sons Ltd Vol. LXV No. 259, July 1956. Parkside Works, Edim­burg 9.

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samiento? Y, el pensamiento mismo, ¿ será únicamente lo verdadero? La ciencia lógica (nos referimos exclu­sivamente a la formal) estudia, además de las leyes pro­pias para alcanzar la verdad, las formas del pensamiento y las leyes de la diferencia. Por otra parte, el pensamiento es algo más que lógica. Y finalmente, lo verdadero, lo verÍ­dico, es apena:-l un aspecto de la verdad: el criterio de vera­cidad. Nos parece que la concepción de Frege empobrece con­sidemblemente el contenido de la lógica. En segundo lugar, abrir un abismo entre la verdad científica y la verdad 16gica es tanto como separar la precisión lógica de la objetividad material. Y, aún más, transforma el papel de la verdad ló­gica (la observancia de las leyes lógicas) en algo mucho más pasivo; en su estudio teórico. Decididamente, 10 sugestivo de la formulación de Frege encubre una buena dosis de idealis­mo. Fórmula de una manera muy general la exigencia lógica de la verdad o, más bien, supone que el criterio de veracidad es un estudio lógico. He aquí el punto de partida de la nueva escuela que ¡>e enfila irremisiblemente hacia el "a priori" lógico de los empiriocriticistas.

Para definir el contenido de lo verdadero recurre al con­r.epta de ley. Según su opinión en el mundo hay dos tipos de leyes: las normativas y las naturales. Es obvio que Frege ignoró al marxismo. De las ú1timas recoge la concordancia del criterio de veracidad que se lo asigna a "lo verdadero". Sigamos en detalle, este paso.

".Las leyes naturales son generalizaciones del acontecer natural con el cual Jo acontecido siemIn'e está de acuerdo".

. Una definición aceptable hasta que se nos aclara qué se en­tiende por acontecimiento ,La verdad lógica es también "una genera1ización del acontecer que concuerda con lo aconteci­do"; pero teniendo cuidado de dirigir la atención a LO QUE ES Y NO A LO QUE SUCEDE. No cabe duda que el comple-

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mento aclaratorio entraña una nueva separaclOn -reinci­dencias metafísicas- entre el suceso y el ser. Los nuevos nombres no despistan, por otra parte, la ascendencia kan­tiana.. El suceso, el acontecer, empieza a parecerse al fenó­meno y el ser al pensamiento. El uso del término psicología con el cual se tráta de precisar el origen de "lo qué es" aclara mucho más la orientación idealista. Para el fundador de la Ló<sir:a simbólica, lo sicológico son (33) "reglas para afir­mar, pensar, juzgar, inferir, derivadas de las leyes de la ver­dad". Su análisis lo lleva a enfrentar otro par de leyes; las del pensamiento (lo sicológico) con las de la verdad (lo lóg-i­co). Lo sicológico, las leyes del pensamiento, tienen analo .. gía con las leyes de lo natural; pero allí donde la generaliza­ción se desempeña como un acontecer mental. En otras pa­labras, la coincidencia de la generalización lógica es con el aconte+~er mental al que, de paso, determina. N o puede des­preciarse el esfuerzo de Frege destinado a singularizar el campo lógico. Y, en este sentido, da un paso positivo al se­ñalar la no identidad entre lo lógico y 10 natural. Me parece que logra subrayar lo mediato de las leyes lógicas. Muy im­portante. Pero cuando llevando de este afán de diferencia­ción puntualiza la aseveración como algo propio de las leyes del pesamiento y a la lógÍC:a le reserva exclusivamente el de la prueba de lo aseverado, exagera y confunde las cosas. La confusión comienza desde el momento que ignora la existencia de las leyes propias del mundo social (sólo reco~ noce las normas y leyes morales y jurídicas) y se plantea el dilema de un criterio científico de la verdad partiendo de las leyes naturales. Quiere enchufar en este patrón -con­cretamente en el de la concordancia de la abstracción científica con los hechos- su concepción lógica de la verdad. Un punto de partida muy propio del positivismo. No quiere aceptar otra generalización que la de las leyes na-

(33) Frege, Op. Oit. pág. 289.

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turales. Esta negación velada de la generalización filosófica lo enreda en una serie de analogías y diferencias que le obli­gan a ~ncaminarse de nuevo a otra confusión; la sico­logía monopoliza las leyes del pensamiento. Una conclusión tipicamente pisitivista, La sicología que es una ciencia que investiga, entre otras cosas, las causas y condiciones que hacen posible el funcionamiento del pesamiento -incluyen­do sus alteraciones-, tiene una vecindad muy estrecha con la fisiología del pesamiento. Es, por decirlo aSÍ, la más na­tural de las ciencias del pesamiento. Pero Frege, además, le asigna parte de las operaciones lógieas. Encandilado. con la ley natural y consciente de sus diferencias con la lógica, busca en el "acontecer mental", la explicación más vecina a ]a generalización de la ley natural, atribuyéndole a las leyes sicológicas las funcioneR del juicio, limitando el criterio de veracidad a lo lógico.

" le asigno -dice Frege (34)- a la lógica la tarea de descubrir las leyes de la verdad y no las de la aserción o del pensamiento". Ha quitado de un golpe del campo de la lógica la estructura del pensamietno y la inferencia. Veamos, ahora, qué es, para él, lo verdadero.

Afirma que el significado de la palabra "verdadero" se explica por las leyes de la verdad. Desbroza de equívocos esta difinición rechazando cualquier referencia a lo "genui­no" o "verídico" de la obra de arte porque, según su opinión, para ella lo que rige es el sentimiento verdadero. Al llegar aqui nos propone la confrontación de la palabra verdadero con otras palabras con el fin de demostrar que posee un sentido propio, inalterable (35). Inieia el análisis del sentido de la palabra verdadero. Antes nos ha dicho que la verdad de las ciencias es algo distinto a esto "verdadero" de la ló-

(34) ,Frege. Op. Cit., pág. 290. (35) Idem.

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gica. Con ello persigue una indudable singularización de lo verdadero. La confrontación de la palabra verdadero a otras palabras le permite dar cabida a una inmovilidad del sen­tido de lo verdadero, que de hecho 10 eleva a la condición de fin de las demás ciencias. Así surge una verdad lógica como denominador común de todas las cuestiones. ¿ De don­de proviene esa inmovilidad? Las ciencias fijan verdades audibles, visibles, en una palabra, sensibles. El rechazo al cambio lo contiene esta separación "neoplatónica" de Frege entre el conocimiento sesible y el lógico. O sea que el signifi­cado de las palabras científicas proviene de las cosas que suceden; el coqueteo materialista de Frage. Pero, resulta que además, las palabras científicas fijan lo que no puede ser percibido por los sentidos. Un escape a todo vapor hacia el idealismo. La línea materialista la lleva Frege adelante. Afirma (36) que la fijación insinúa que se ha producido un cambio de significación. ¿ Qué quiere decir con esto? Parte de la idea que la verdad se afirma de imágenes, ideas proposiciones, pensamientos. Aquí le preocupa el con­tenido del pensamiento, y de las proposiciones (sic). Es notable cómo Frege mezcla el significado de las palabras o de las proposiciones con la verdad del pensamiento. Un nudo que explicará muchos equívocos posteriores de la escuela. Pero; por de pronto, detengamos nuestra atención en el principio de la correspondencia como criterio de verdad que, en definitiva, es lo que aquí maneja Frege. Lo cierto, dice. de lo visible y tangible de la imagen, no supone que se le confunda con las cosas. No hay que hacer mucho esfuerzo para darse cuenta que Frege repite cosas parecidas a la "va­salidad" y "mesalidad" platónicas. La verdad de todo esto ra­dica en la diferencia entre el reflejo de la imagen y la cosa reflejada. De cualquier manera, es una determinación cierta. Por lo que completa justamente el concepto de verdad, po-

(36) Ibídem.

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niendo el acento en la correspondencia de la imagen con lo que ella reproduce. He precisado con sobrada razón el crite­rio de veracidad, dejando sin embargo, un amplio margen a la elucubración idealista, al no determinarlo con la práctica. Difinitivamente, la verdad es la correspondencia de la ima­gen con lo que ella reproduce. ¿ Será esto suficiente? Siga­mos adelante.

Como ha dejado sueltas sus amarras, el principio viene a ser una balsa loca. Para sujetarlo busca un nuevo concep­to que 10 contenga. La corre,spondencia es una relación. Un recurso escolástico. El idealismo no niega tampoco la co­rrespondencia para el criterio de veracidad. Empero, ya sa­bemos que no e},.,-presa la relación entre el reflejo mental y la práctica. Esta falta de precisión le permite suponerla entre ideas e ideas, sensaciones e ideas, voluntad e ideas, etc. Y aún cuando eso suceda su relación no es determinan­te. TraJlformada en lo impreciso de una relación, amplia­mos su extención hasta hacerla coincidir con el concepto de ley. Hago esta observación deliberadamente con el objeto de señalar desde aquí el rasgo principal de la nueva escue­la. Frege no manifiesta tal concidencia; por el contrario, al definir la correspondencia como una relación, marca el tope de su orientación materialista. La encierra en el ca­llejón idealista de una abstracción más amplia. T'apiado este camino se orienta por el des vio del lenguaje.

Después de señalar, con justeza, que la inmaterialidad del pensamiento se materializa en el lenguaje, encuentra que a la palabra VERDADERO no le conviene el concepto de verdad recien formulado "porque no es una palabra de relación y no contiene referencia alguna con la cual algo pueda coincidir" (37). F'uera del equivoco que supone tratar con las palabras como si fueran cosas, algo muy desagra-

(37) Frage, Op. Cit" pág. 291.

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dable, salta a la vista la falta de una objetividad ma­terial. Que violento resulta trasladar el concepto de rela­ción, propio de la objetividad material, el gramatical que se da entre palabras. Esta grosera confusión embrolla el con­cepto de relación y deja sin respuesta el problema del conte­nido de los conceptos lógicos. Repararemos en un hecho. Frege ha resuelto la verdad científica ateniéndose, más o menos, al criterio materialista de la correspondencia entre las imagenes y las cosas. No ')bstante, al tranformar el sen­tido de la correspondencia en una relación abstracta,giró hacia la materialidad del lenguaje como un sucedaneo de la materialidad objetiva esfumada. Toda la novedad con­sistió en abandonar la materialidad de las ciencias naturales por el lenguaje. Y el resultado está a la vista. A la palabra VERDADERO no le corresponde el criterio de veracidad científico. Hizo a un lado las ciencias, al menos su criterio de veracidad, para descubrirnos la "novedad" de lo verda­dero. Como si la realidad se pudiera cortar en rebanadas. El cortó ya de un tajo la del mundo sensible. Me parece que no es necesario hacer un gran esfuerz.o para encontrar el ombligo empirista del acontecer, los hechos oponiéndose a lo verdadero. Y al hacerlo, aunque parcialmente, deja de

lado la vieja escuela empirista, confiandole a la lógica lo que no pudieron lograr las sensaciones.

Su argumentación gira en torno al sentido de la corres-pondencia. ¿ Qué es lo que corresponde con qué? Así dice:

"Si ignoro que una fotografía representa la Catedral de Colonia entonces no sabré con qué compararla para deter­minar si es o no verdadera (38).

Aparte de que la ignorancia no es un criterio de veraci­dad, la ilustración de Frege arrastra consigo la idea de re­flejo a la que él se ciñe, en su forma más elemental y burda,

(38) Frage, Op. Cit. pág. 291.

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Empero, hay otro hecho de bulto: la comparaclOn por sí misma no es suficiente para decidir sobre el criterio de veracidad. Si nos atenemos a las ideas de Séchenov(39) la comparación es la actividad esencialmente mental a basel de cual el hombre separa las propiedades de las cosas conoci­das. El campo del análisis de Frege no traspasa esos lími­tes. Y, todavía más, la circunscribe a una actividad contem­plativa puesto que no la relaciona con la práctica. Tal vez la sutileza que de pronto se percibe en el análisis de Frege sea la constatación, por parte suya, del carácter mediato de la imagen. No creo equivocarme al sostener que fuera de ésto la teoría del conocimiento de Frege camina en direc­ción del idealismo objetivo hegeliano. En efecto, afinna (40): "La correspondencia, además, solamente puede ser perfecta si las cosas que cm-responden coinciden y son, por 10 tanto, cosas no completamente distintas".

Aqui vemos que ha convertido la correspondencia entre las cúsas y su imagen en una identidad. Una incontrastable ascendencia hegeliana. Mas claro aún:

"Solamente será posible compara.r una idea con una cosa si la cosa es una idea también. Y deberán coincidir, si la primera corresponde perfectamente con la segunda. Pero, esto no es lo que sucede si definimos la verdad como la correspondencia una idea con algo real, porque es ab­solutamente esencial que la realidad sea distinta de la idea. Entonces, no puede haber correspondencia com-

pleta, verdad completa. Por lo que, na.da podrá ser verda­dero; puesto que lo verdadero a medias es incierto. La verdad na tolera el más o menos. ¿ Deberemos suponer, aeaso, que la verdad existe cuando hay detenninada co­correspondencia? Habrá que encontrar si, y en dónde, lo

(39) Gorski, Tavants¡ y Otros, "Lógica" Méxcio, Grijalbo, 196Q. Pág. 53

(4{» Frege, Idem, pág. 291.

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verdadero de una idea y de la realidad puede ser una correspondencia supuesta. Esto nos llevaría a enfrentar­nos con otra pregunta similar y así sucesivamente. por

10 tanto, el intento de explicar la verdad como correspon­dencia fracasa". (41)

Es obio que Frege se ha decidido por el punto de vista hegeliano. Centrando su análisis en lo lógico, incorpora la idea de la correspondencia completa -la identidad- entre las ideas y las cosas. Convencido, por las ciencias, que esto es un absurdo lo enmienda, con otro absurdo, pretendiendo que las cosas sean ideas. Una enmienda que le abre la puer­ta falsa al subjetivismo. Incertidumbre que concluye por negar la correspondencia como criterio de veracidad. Aten­ción. Mientras en el plano de las ciencias le resulta muy difícil negar la correspondencia, con la separación artificiosa que ha hecho entre verdad científica y 10 verdadero no tiene empacho en borrarla. Un obstáculo más en el camino ha­cia la correspondencia materialista. Además, se dan muy visibles los trazos lógicos del nuevo positivismo: correspon­dencia entre ideas partiendo de un supesto. E, idudable­mente, la correspondencia entre las ideas tiene un valor lógico importante. Pero ,la verdad no se obtiene exclusiva­mente con la c~rrelación lógica.Esto ya 10 sabía Kant; pero su inconsecuencia materialista lo volvió a la fe. Vea­mOS, ahora, a dónde nos conduce la misma inconsecuencia

de Frege. Desechada la correspondencia entre idea y realidad, co­

mo consecuencia de no haber una plena identidad no deja por esto de existir y su fuerza se impone, en el propio ra­zonamiento de Frege, al constatar la relación entre las pro­

piedades de las cosas y de la verdad.

(41) Frage, Op. Cit.. pág. 291.

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"Cuando alguien le confiere la verdad a una imagen no quiere conferirle realmente una propiedad comple­tamente diferente de las cosas: pero tiene siempre en men­te algo diferente, si bien quiere decir que esa imagen co­rresponde en alguna medida a las cosas. "Mi idea corres­ponde a la Catedral de Colonia" es una proposición y la cuestión surge ahora respecto a la verdad de esta propo­sición" (42).

Sustituyó la correspondencia entre la imagen y la cosa por la correspondencia entre la verdad y la proposición. Una vez que se hubo apartado del camino materialista va resuel­tamente al lenguaje. El rasgo más peculiar del neopositi­tivismo. ¿ El lenguaje es el ser de las cosas? Sigamos en detalle la "originalidad" de esta impostura.

El cambio que implica esta reducción en la amplitud del problema gnoseológico analizado trajo consigo la mutación de la relación entre las ideas y las cosas por la relación entre las palabras y su sentido. Nos hizo dar un salto de la filosofía a la semántica. Una manera más de suplantar la generalización filosófica por los principios de las ciencias particulares. Genuino estilo positivista. Pero, ¿ cómo entien­de él esta "nueva" relación? Después de definir la proposi­ción corno una serie de sonidos con sentido (cuesta trabajo soportar este simplismo vulgar de los positivistas), enfatiza el sentido de la proposición como la expresión de su verd~d. Si una proposición se llama verdadera porque tiene sentido, el problema general de la verdad -la 1ógica-, se convierte en una ciencia de las proposiciones. El problema, ahora consiste en saber qué es el sentido. ¿ Una idea? N o; de antEómano Frege rehuye enfrentarse al dilema de optar por una tautología -la idea es la idea- en lugar de la respues­ta materialista. En vez de llamar idea al sentido lo bautiza

(42) Frage, Idem pág. 291.

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con el nombre de pensamiento. Nos aclara que, en efecto, se trata del juicio. La analogía proviene de que al igual que éste es algo verdadero o falso. La verdad es un "pen­samiento verdadero o falso". Previendo malas interpreta­ciones, advierte que esa definición está a salvo de puerili­dades porque la verdad es un objetivo de la lógica. Valiente forma de e.'\cudar:,;e en el prestigio. de las ciencias. ¡Ojo! El juicio, mejor, lo que Frege llama pensamiento, tiene como notas significativas el ser verdadero o falso. :Aristóteles en los Analíticos dijo, más o menos, "que el juicio es un pensamiento en el que se afirma o se niega algo de algo". Notese la mutilación que realiza el neopositivismo. Ha de­jado la verdad o la falsedad a secas. ¿ Y el contenido de ese pensamiento '! Por lo que se ve no le preocupa mayor cosa. Pediríamos demasiado si inquirieramos por la estructura del pensamiento. Qué perfiles tan extraños los de esta lógica.

Desechada la respuesta materialista y dispuesto a no em­barcarse en una tautología, da un paso más en la definición de eso que él llama pensa:miento:

"Pensamiento es el sentido de una proposición sin que esto quiera deeir también que el sentido de cada proposición sea un pensamiento". Más adelante agrega:

"El pensamiento, en si mismo inmaterial, se viste con el traje material de la proposición y por lo tanto se nos hace comprensible" (43).

Aun cuando hoy en día sea muy difícil tomar una cita de cualquier gramático que no esté ya teñida de una deter­minada cOlicepción filosófica es útil acudir a estos especia­listas para saber qué piensan de su ciencia. Digo esto porque ante las definiciones que presenta Frege se nos viene encima

(43) Frage, Op. Cit., pág. 292.

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un problema semántico intrincado que ha merecido diversas respuestas según la concepción filosófica que lo avale. En cuanto a los especialistas de la lengua española, cobra el aspecto de una auténtica dependencia de la escuela filoló­gica idealista alemana. Pero, aún así, por ejemplo, Emi­]io Martinez Amador, dominado por el sicologismo germano, en su magnífico "Diccionario Gramátical", no se traga el anzuelo idealista del todo, apuntando cosas reveladoras.

"El signo linguístico no une una COsa y un nombre, sino un concepto y una imagen acústica. Esta última no es el sonido material, que no pasa de ser algo físico, sino la representación que de él nos da el testimonio de los sentidos; esta imagen acústica es, pues, sensoria, y úni­camente podemos llamarla material si la contraponemos al concepto" (44).

La verdad del oficio surca diafana. Ferdinad Saussure, al que sigue, iVIartínez Amador, no da muestras de conocer las experiencias de Pavlov y de la sicología materialista, sin embargo, la práctica del filólogo lo lleva a un punto donde hay aspectos que se explican por la signalización. No cae, en principio, en la grosera unilateralidad positivista de ~onsiderar únicamente lo físico del leguaje: los sonidos; por otra parte, llama a las cosas por su nombre, constatando que el sentido es el concepto y que la palabra es un estímulo externo que, a su vez limita, constriñiéndola a la condición exelu8iva dI" imagen. No pu!'.a de lo racional y lo sensible, que indudablemente están presentes en el fenómeno estu­diado, pero al que le falta el aspecto propiamente sicológico del reflejo que asada el signo -la palabra- al concepto. Frege, en '3ambio, tiende a una relación mucho más elemen­tal y burda entre el pensamiento y la proposición. Nadie le

(44) Martínez Amador, Emilio M. "Diccionario Gramatical", Bar­celona, Edit., Sopena, 1954, pág. 1,328.

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puede negar que el lenguaje es la parte material del pensa­mieto; su indisoluble unidad, al extremo que no se puede pen­sar sin palabras; pero, ¿ la estructura del pensamiento coin­cide COn la de ]a proposición'!, ¿ podremos confundir la gra­mática -manteniendo a la proposición dentro de estos lí­mites- con la 16gica? La vida responde con un no rotundo. Salta a la vista que si bien Frege veíala diferencia entre pesa miento y palabra quiso darnos una versión muy su;ya de la formación del segundo sistema de señales. Efecti­vamente, lo ignoró. Por eso pudo afirmar vulgarmente:

"Decimos que una proposición se expresa en un pen­samiento" .

¿ Que quiere darnos a entender? Lo aclara un poco más abajo: .

"El pensamiento es algo inmaterial y se excluye de su es­fera todo lo material y perceptible por lo mismo .que surge el problema de la verdad. La verdad no es una cualidad que corresponde a una particularidad propia de las im­presiones sensibles (45)".

La naturale2a de la proposición no proviene de lo sensible, sino de lo mental. Logró su objetivo; darle vuelta al proble­ma. y algo más, singularizó la verdad como una particulari­dad del pensamiento. Aqui se ve que el simplismo de llamar a las proposiciones sonidos con sentido no es ignorancia candorosa, tiene una dedicatoria claramente idealista. Reir­se a carcajadas de los incautos que supusieran que lo físico de las palabras tenía alguna relación con el mundo exterior. No todos los sonidos COn sentido son proposiciones. Y hay que darle la razón porque así hasta el chirrido de una puer­ta pretendería una dignidad que no le corresponde. Pero además, convirtió al pensamiento lógico en un misterio.

(45) Frege, Idem. pág. 292.

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Porque hasta aqui nos ha definido al pensamiento con la verdad. Y de la vel'dad no hay manera que nos diga qué es. Después de definir a la verdad por el pensamiento ahora determina 10 esencial del pensamiento -su inmaterialidad­por la verdad. Muy parecido a aquello de Lenin que citaba en el capítulo anterior: la ballena está en el agua, etc.

Guando Frege sostiene que lo verdadero no es una propie­dad materiai, perceptible, invoca las diferencias entre el conocimiento sensible y el lógico. Dice, concretamente, que la objetividad racional no es lo mismo que la percepción sensible. Llega a esta conclusión partiendo de la división, muy a lo Locke, de las propiedades en perceptibles y racio­nales. Como no logra captar la diferencia entre 10 general y lo particular suda la gota gorda tratando de explicar la naturaleza de las leyes científicas (no otra cosa son sus ejemplos sobre que la tierra gira alrededor del solo su refe­rencia al magnetismo) a la que, como no podía ser menos, le resulta más que imposible identificarla con las percep­ciones. Fuera del error dialéctico apuntado, propio de quien no entiende la teoría del conocimiento como un proceso (des­conoce la unidad y diferencia que existe entre el conocimien­to sensible y el lógico), en el fondo del planteamiento hay lID hecho cierto, exagerado hasta transformarlo en sinónimo de objetividad: lo esencial del conocimiento lógico y lo incier­to del sensible. En resumen, una prueba más de la debilidad del método aplicado por Frege. Reparemos, sin embargo, que él no se ha propuesto explicarnos el proceso del conoci­miento. Está empeñado en desentrañar lo verdadero, al que ha ido arrinconando a un terreno exclusivamente lógico. Sus referencias a lo sensible, determinante de lo lógico, cumplen aqui el papel de justificaciones de una comprensión idealista del problema filosófico fundamental. En efecto, trata de sustituir la falsa puerta del empirismo -muy de­rruída- por la del objetivismo lógico.

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Curiosa forma de razonar la de nuestro autor. Partiendo del empirismo, con el cual pretende fundamentar el criterio científico de la verdad, lo desestima, por las debilidades inherentes a esta concepción subjetiva al encarar la defini­ción de lo verdadero. Sabemos que es un error partir del empirismo como criterio científico. Al hacerlo, Frege repite una vieja treta que consiste en atribuirle al enemigo -en este caso la ciencia- errores que no tiene, para batirlo fácilmente. Su coincidencia con el empirismo es también, no tanto la adopción de un punto de vista subjetivo cuanto la afirmación de su despredo idealista por el grado y la naturaleza del conocimiento científico. Mina el terreno que le dará paso franco al campo de las divagaciones escolásti­cas. Como ha taponado todas las vías que conducen a una interpretación científica de la verdad, aun cuando no quiere aparecer despreciando lo científico, se encuentra ante la disyuntiva de posponer una tras otra todas las definiciones idealistas de lo verdadero hasta concluir con el sucedaneo de las proposiciones. No obstante, el fantasma de las propie. dades de las cosas no le da sosiego. He aqui un significativo momento de su exposición en donde, como le es caracterÍsti­co, retuerce las conclusiones científicas que le sirven de premisa, en beneficio de una formulación idealista.

"Sin embargo debe estarse claro que no podemos recono­cer la propiedad de una cosa si.n que al mismo tiempo nos formemos el juicio que esta cosa posee esa propiedad como verdadera. De manera, que a cada propiedad de una cosa va unida la propiedad de un pensamiento, es decir, la de la verdad. Es digno de notar se, también, que la proposición "huelo esencia de violetas" tiene el mismo contenido que la proposición "es cierto que huelo esencia. de violetas". Así pues, parece que no le agrego nada al pensamiento al escribirle la propiedad de la verdad" (46).

(46) Frage, Op. Cit. pág. 2Q3.

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Convertir a la verdad en una propiedad del pensamiento es a fin de cuentas el sedimento de un análisis en torno a lo verdadero. Premisa incontrastablemente medio idealista. Llega a ella a base de una imprecisión.Paradoja; quién se ha singularizado por querer hacer de la exáctitud lógica un baluarte casi. ontológico está obligado a transformar las infracciones a las reglas y leyes lógicas en un método.

Verdad, y de las buenas, es la afirmación que ve una correlación entre las propiedades de las cosas y el juicio que nos hemos fonnado de ellas. Verdadera es la propiedad de una COsa reflejada en un juicio. Determinante es aqui la propiedad de las cosas y no la formación de los juicios. No obstante, Frege concluye separando las propiedades de las cosas de las propiedades del pensamiento. Metafísico puro. La confusión crece desde el momento en que él no repa­ra en la ,estructura de las formas del pensamiento. Esto se nota en el ejemplo de las dos proposiciones que formula con el concepto "esencia de violetas". Pasa inadvertida la estructura lógica de esas proposiciones. Y, al hacerlo, calla lo lógico de la verdad y sale mal parado su intento de trans­formar a la verdad en una propiedad del pensamiento.

Una definición más que se hunde. De las arenas movedi­has con las cuales contruye su edificio racional no hay más piedra sillar que la relación entre /sentido y proposición. 0, Verdad y proposición, si la trasladamos al lenguaje fre­giano. Inicia, entonces, el estudio de las proposiciones. ¿ Lo­gra identificar uno y otro con,cepto? Hay proposiciones su­bordinadas donde no suele presentarse el problema de la verdad. "Unicamente aquellas proposiciones en las cuales comunicamos o aseveramos algo pueden ser tenidas en cuen­ta". Frege considera fuera de foco a las proposiciones impe­rativas. La causa de esta selección obedece a la identificación que hace del pensamiento con los juicios afirmativos. 'Aser-

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ción es, para él, sinónimo de verdad. En consecuencia, una propoRición es digna de atención si contiene un pensamiento que asevera. Contenido y aseveración adquieren la conclición de cualidades determinantes de las proposiciones. Detiénese a precisar las diferencias entre pensamiento, juicio y aseve­ración que constituyen una especie de instancias del cono­cimiento. El pensamiento se determina por su aprehensión; el juicio, es el reconocimiento de la verdad de ese pensamien­to; y, la aseveración, la manifestación de este juicio. Larrién­tase que las deficiencias del idioma no le permiten separa:r mejor al juicio del pensamiento. Ilustra esas tres instancias de las proposiciones indicativas con 10 que acontece en el avance del conocimiento científico. Primero aprehendemos un pensamiento (encuentra semejanza de este instante con las proposiciones interrogativas) y sólo después de una in­vestigación apropiada, reconocemos como ve:rdadero a este pensamiento. Según Frege, la proposición indicativa tiene fuerza por si misma para expresar la verdad. No hace falta explicitarla, agregando la palabra verdadero. Al llegar aqui cree oportuno advertirnos que la fuerza propia de las proposi­ciones no debe confundirse con la convicción. Y de nuevo aparece otro escollo que hace tambalea:r su averiado carro. ¿ Qué sucede con las farsas donde está presente lo asevera­tivo? Aqui, dice él, lo verdadero ha perdido su fuerza y una explicitación suya sería inoperante. Tremedal que lo lanza de nuevo a la formulación de, otra pregunta sin respuesta.

¿ Qué es lo que está presente en una proposición indica­tiva cuando ella contiene realmnete una aseveración? Se ha quedado sin agarres. La propiedad del pensamiento es la ver­dad; sin embargo, la verdad no es algo que se agregue. ¿ Có­mo podemos entonces atribuirle a un pensamiento la verdad? Angustia del vacío. ¿ y el sentimiento? Frege no se deja atra­par por cantos' de sirena. Viste el peto de la verdad de las ciencias exactas. Y las humanidades como la poesía, melin-

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dres del sentimiento, las ve ajenas a la ciencia. Tragedia positivista. Después de atribuirle a las ciencias exactas el monopolio de lo científico, pulveriza el criterio científico de la verdad, desprecia, por inferiores, lo social y lo espiritual y, ante el yacio que amenaza eon tl'agárselo, golpea deses­peradamente el muro de la verdad científica que previamente se ha echado encima. Por entre los eseombros de esta ciudad derruida crecen timidamente las hierbas delleguaje. Su tallo blando y delgaducho no le asegura un soporte firme. En­cuentra un primer obstáculo en las dificultades que presenta el idioma a la precisión del pensamiento exacto; la univer­salidad lógica no se detiene ante las puertas de las particula­ridades nacionales del lenguaje. Maneja diferencias justas entre lógica y lenguaje. Fatalmente, la conclusión que ob­tiene de esta primisa exacta es nuevamente una inconse­cuencia. Deducir de las diferencias entre la lógica y el len­guaje que el contenido de las preposiciones puede ir más allá de lo definido por el pensamiento y, a la inversa, que las palabras pueden no ser suficientes para expresar el pensamiento, tjene que conducir a un divorcio entre len­guaje y pensamiento que no existe realmente.

Cuando dice que, por ejemplo, la palabra "yo" puede expresar diferentes pensamientos en la boca de diferentes hombres, siendo unas veces verdaderos y otras falsos (prue­ba de Frege a favor de la diferencia entre la lógica y el len­guaje) deja traducir su error de eonsiderar el sentido de las palabras eomo si fueran conceptos. Advirtamos que es­to constituye la debilidad central de su formulación verdad­proposición. Ha ido tan lejos que pretende asignarle a ca­da palabra un concepto. En resumen, identifica el lengua­je al pensamiento a pesar de sus ilustraciones -o, preci­samente por ellas- en contra. Demuéstralo su invocación de los nombres propios. No puede ignorarse que al hacer-

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lo apunto de- lleno a uno de los problemas lógicos más in­

trincados de la hora actual.

Iván I. Chupajin, apoyándose en las observaciones de Ushinski (47), descarta el problema partiendo de la defi­nición del concepto. Desde el momento que el nombre pro­pio no expresa un concepto es ocioso inquirir por sus rasgos esenciales. Es un rasgo externo similar al recuerdo que se graba en el tronco de un árbol. La imposibilidad de que los nombres propios puedan atribuirse a otras cosas como verdad universal, que sean su rasgo esencial o modifiquén lo común a muchas cosas, los hace suceptibles de aplicarse a cualquier cosa. Pedro, Juan, no identifican esencialmente &, los hombres que llevan eSOs nombres e incluso pueden de­signar a seres irracionales. Cumplen el papel de individua­lizar o singularizar a determinados individuos cuya verda­dera esencia no la expresa cabalmente el nombre propio. Determinar a un objeto o persona supone fijar su esencia. Sabemos además, que lo universal es lo esencial (lo ge­neral) vertido al juicio ..

Chupajin, interpretando a Aristóteles, Hegel, y los clásicos del marxismo, concluye negando la existencia de los conceptos singulares. Su razonamiento es contundente. Puesto que el concepto expresa lo universal cae de su peso que es imposible hablar, partiendo de la lógica, de concep­tos singulares. Le reserva a las sensaciones la eapacidad

mental de la individuación.

Obras como la de Gorski, Tavante y otros (48), afirma justamente lo contrario. Manifiesta que hay conceptos -singulares- referidos a "un objeto único y nada más, in-

(47) Chupajin, Iván-I, "Teoria del Concepto", Buenos Aires,. Ell. Nuestro Tiempo, 1964, pág. 14.

(48) Obra Cit., pág. 56.

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dependientemente de la clase a que pertenezca". Estamos frente a un verdadero problema lógico.

No voy a partir plaza en algo que amerita un estudio mucho más detenido del que puedo prestarle en este mo­mento; anali;r,aré con todo, los extremos del problema. Si partimos de los principios científicos, la universalidad es algo indiscutible; si nos remontamos a la teoría del cono­cimiento, habrá que coincidir que la abstracción tiene co­mo nota dominante la generalización, esto es, lo universal lógico. Por supuesto, Gorski, al precisar las diferencias entre las representaciones y los conceptos, concluye por darnos como notas que los distinguen, el pertenecer los pri­meras a la sicología y los segundos a la lógica. Chupajin, puntualiza que la esencialidad de los objetos, aun cuando tengan una multitd de facetas, "resulta insuficiente, pues­to que falta establecer los asp~ctos decisivos, fundamenta­les, de todo fenómeno del mupdo objetivo" (49). tAhora bien, el marxismo enseña que la esencialidad de las cosas la de­termin~ el uso que el hombre haga de los objetos. El pro­blema no es pues de índole teórica. No que el hombre de­termine por su actividad la esencialidad de las cosas; su ac­tividad presupone la naturaleza del mundo y de las cosas. Las cualidades de las cosas y las necesidades de los hom­bres se conjugan para determinar la esencialidad del mun­do y de la vida. La actividad del hombre la condiciona el mundo exterior. La naturaleza de las cualidades de una cOSa encierra las posibilidades del uso que el hombre haga de ella; y la satisfacción de estas necesidades determina lo esencial de la cosa en sentido. Si la abstracción lógica tiene ·como rasgo propio la generalización, el conocimiento de lo universal, por fuerza hay que coincidir que desde los conceptos más simples hasta las categorías se miden por eso. Por otro lado, si es cierto que el conocimiento sensible

(49) Chupajin, Op. Cit., pág. 25.

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nos pil'oporciona conceptos, estos, a diferencia de los lógicos, no logran distinguir entre lo esencial y 10 particular. Me parece que por ello debemos llamarlos representaciones. Lo sensible es un conocimiento, vivo, directo; lo. l6gico, gene­ral y mediato. Pero, pregunto, ¿ dentro de este conocimien­to no podemos fijar las diferencias entre lo particular y lo esencial? La ciencia confirma que la comparación juega un papel decisivo en la abstracción lógica. Gracias a ella, fijamos mentalmente las diferencias de las cosas. ¿ Quiere decir que fijar diferencias es captar particularidades? No estoy por su identificación. Sin embargo la comparación apoyada en la práctica, al fijar lo esencial a cada cosa apre­hende, desechando como no esenciales, los rasgos particu­lares. y podemos también formar juicios respecto a esas particularidades. El asunto creo verlo en que las particula­ridades lag fija la mente como generalidades que no corres­ponden al criterio de esencialidad que la práética le asig­na a cierta cosa. Y es bueno no olvidar que los rasgos esen­ciales no tienen una existencia autónoma. Ellos a su vez son cualidades de las cosas que la mente abstrae de las otras particularidades como rasgo esencial a muchos objetos. Pero es bueno decir también con Chupajin que la realidad material presenta aspectos decisivos, fundamentales que están deter­minados por su propia naturaleza. La sensibilidad, por ejem­plo, es un aspecto incompatible, con la materia inorgánica y hay una diferencia cualitativa entre el reflejo del conocimien­to y el fenómeno físico del reflejo. No podemos pedirle pe­

ras al olmo. Pero respetando las diferencias fundamenta­les, cuya esencialidad es parte constitutiva del carácter de cada uno de los tres grandes campos de la realidad mate­rial,son múltiples las posibilidades de esencialidad de las cosas y los hechos. Y esa gradación de la esencialidad, la fija el pensamiento lógico por medio de los conceptos, las categorías científicas y filosóficas. Quiero decir que hay

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que evitar la manía de fijar esencialidades inconmovibles y saber determinarlas entre los límites objetivos que seña­la la práctica.

Debemos concluir que si existe 10 singular y lo parti­cular tiene que ser conocido. La vida enseña que no hay nada idéntico. Si la ciencia maneja tales premisas se debe a que las ha aislado por el proceso del conocimiento. Pode­mon concluir que la diferencia cualitativa entre el conoci­miento sensible y el lógico estriba en el grado de abstrac­ción. La individuación más rica del primero va en demérito de su determinación. El conocimiento lógico parte del aná­lisis; la separación, el aislamiento de los rasgos esenciales es su fuerza. ¿ Esto significa que hay que erguir una ba­rrera entre la indeterminación del conocimiento sensible y la esencialidad del lógico? No creo. La actividad mental de la abstracción principia desde el conocimiento sensible, se­parando la cosa percibida -o el hecho -del torrente de las demás cosas. Esta primera individuación se hace teniendo en cuenta o partiendo de la existencia de ese mundo exte­rior, en el cual existe la cosa conocida. Sobre la base del conocimiento sensible opera el lógico. y no lo puede hacer ignorando lo no esencial; por fuerza tiene que partir del conocimiento de esta diferenciación. Sabiendo que ese co­nocimiento tiene como cimiento la vida. Pero lo lógico en­cuentra el vínculo de lo disímil y la diferencia de lo seme­jante; opera con 10 esencial y lo no esencial, para determi­nar el conocimiento positivo, la domeñación del mundo por el hombre. En resumen, creo que si el concepto es el resultado de una síntesis lógica no pueden haber concep­tos más que de las características esenciales de las cosas; pero esto no invalida que el conocimiento lógico pueda aI»'e­hender 10 singular y lo particular, precisamente, en su ca­mino hacia la fijación del concepto. El conocimiento lógico es la unidad del análisis y la síntesis.

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Entre tanto, qué nos dice Frege a base ele los nombres propios. Efectivamente, no formula el rroblema en los tér­minos de la disgresión que me he visto obligado a concluir; pero se aprovecha de él. El que el nombre propio no refleje los rasgos esencialeg de una cosa le sirve a las mil mara­villas para confundirnos con sus ideas snh,ietivag res­pecto a ia naturaleza del conocimiento.

1 '! Apro\'échasp de la indeterminación del nombre propio para desplazar el criterio de "erdad al conocimiento personal de dos o maf\ .interlocutol'Ps. Erige como verdad la eoincidencia de log intprlncntol'ef\ o el desconocimiento que iengan del a:"l1nto.

29 Interpreta como punto de partida del ('nl1ocimiento 10 dicho y no los hechos.

39 Adopta el punto de I'ista empírico qU!' sepcra el (~onocimiento directo (sensible) de1 mediato (por la formu­lación de un juicio).

49 Separa el pensamiento elel lenguaje. después de eomparar que éste no puede ser el contenido de aquel, por­que afirma que el nom bn.o propio se interpreta d€' acm:l'do (:on lo que éste sugien' a carla f]uien.

Nuev~,mente ¡:>s1,1 m 0:-; ante llnn aplicación torcida de ;m hecho derto: el ;;;ignifíc-adr: de los nomhres propios de­lKmde de lo que piense carla inierl(\('utor de ese nombre, El pensamiento determinado. la yerdad conh'nida en el len­guaje, condícionan(~o la l't'alidad Ctlrno consecuencia de que el lenguaje 110 puedo? ,,¡;,. el cOllt.enido material del pensa-

miento.

La falta de un ::ontenÍ(b esencial del nombre propio le permite a Frege redondear "u tesis sobre la existencia de una realidad distinta a las cosas y a las ideas. Dice él. que si la acción de las ideas sobre la realidad tiene que dar-

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se por medio de las palabras "en cada caso CORRESPON­DE al sentido de la proposición contenida en un nombre propio. LOS DISTINTOS PENSA:YIIENTOS QUE SE DE­RIV AN DE LA MISMA PROPOSICION, por 10 tanto, CO­RRESPO:.rDERAN AL VALOR DE LA VERDAD; esto es, que si uno es verdadero los demás serán verdaderos y si es falso serán falsos los demás" (50). De' paso, hay que señalar que esta formulación contiene el principio sobre el que descansan las tablas de la verdad de los sistemas sintácti­cos contemporáneos. Precisamente, la base gnoseológica idealista en que se apoya (la Buposición de una objetividad no material), es la: causa de sus limitaciones al pretender suplantar con él a la lógica formal. Porque en defintiva, la:

. base lógica que subsiste en esa formulación es la correspon­dencia entre el sentido asignado (subjetivismo de pura ley) al nombre propio y el de los demás pensamientos que se derivan de esa correspondencia. Quedan evidenciadas además las capas del budín neopositivista: nombre propio, propo­sición, sentido (símbolos, proposiciones, pensamientos) de­terminados por la verdad que ha sido reducida a la relación de correspondencia entre el sentido de las proposiciones. La sustitución del contenido conceptual por el sentido gra­matical -o matemfttico- empobrece mucha más los sis­temas de la llamada lógica contemporánea. y así, no se puede negar que esta vía conduce a la osificación de las relaciones lógicas.

El planteamiento deficiente de Frege, al confundir el sentido de los nombres propios con el contenido lógico de los conceptos, se ve aumentado al ignorar la relación dia­léctica entre lo general y lo particular, al separar el conoci­miento sensible del lógico y al desconocer la práctica como criterio de la yerdad.

(50) F'rage, Op, Cie., pág. 298.

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El punto de vista subjetivo con el cual explica la falta de esencialidad de los nombres propios lo lleva por una ve­reda peligrosa que le hace dar trastumbos entre el empi-

rismo y el idealismo objetivo.

Partiendo de la posibilidad de que a los nombres propios se les pueden atribuir muchos significados, transforma el contenido de las ptoposiciones atribuibles a los nombres propios en un producto subjetivo. Aquí hay un lamentable error. Suponer que el origen del contenido del pensamiento de los nombres propios es producto del pensamiento. Inme­diatamente surge el problema al pasar d~ los nombres pro.­pios a lag príncipios científicos. ¿ Cómo explicar la objetivi­dad de éstos? Frage da vueltas entre el conocimiento sensi­ble y la objetividad lógica. Se pregunta qué es el pensamien­to. Previamente ha identificado a las ideas como represen­taciones sensibles. Este es el mundo interno, opuesto al de las cosas, que es el externo. Entonces, ¿ las ideas son el pen­samiento? No, dice él, porque las ideas no se pueden sentir; las ideas se tienen. La sensación es lo que veo y no puede haber expe riencia sin que alguien la experimente. Las ideas necesitan un poseedor; las cosas son independien­tes. La experiencia (las sensaciones) no permite la compa­ración. Y esto, según nuestro autor, porque la experiencia de cada quien no puede referirse a un contenido común de conciencia personal. Para cumplir con ello, afirma, sería ne­cesario que una misma sensación pudiera pasar de una conciencia a otra; pero, a lo mejor en cada conciencia re­cibiría un conocimiento distinto. Así, cada idea tiene solo un poseedor; nO hay dos hombreg que tengan la mis­ma idea. DE SER ASI, EXISTIRIA INDEPENDIENTE­

MENTE DE LAS PERSONAS.

Hemos resumido el razonamiento _glosándolo- de Frege con el cual pretende demostrar la diferencia entre

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las cosas y los reflejos sensibles, a los cuales llama ideas. Interesa notar la forma en que separa las cosas de sus re­flejos mentales. Partiendo de un punto justo, la indepen­dencia de las cosas levanta a las sensaciones en barrera de esa objetividad material que la transforma en un contenido de conciencia. La verosimilitud de esta inconsecuencia idealista nace de una concepción empirista: la experiencia humana. Desde el punto de vista exclusivo del sujeto que co­noce, concebido aisladamente -metafísicamente- las sen­saciones son el punto de partida del conocimiento. Y sabemos que el materialismo reconoce ese punto de par­tida como justo siempre que no se truequen las percepcio­nes en el ser de las cosas. Si queremos encontrar la realidad determinante del ser en las sensaciones en vez de las cosas, caemos en el empirismo. Frage confirma su filiación empi­rista al abrazar francamente esta vía suhjetiva del cono­cimiento. Reconoce ]a existencia independiente de las cosas; pero no se remite a ella para determinar lo verdadero del conocimiento. Y no lo podía hacer desde el momento que parte de las sensaciones como criterio de la verdad: " ... no puede haber experlmencia sin que alguien la experimente". La independencia de las cosas, la objetividad material de las cosas, la supedita al conocimiento subjetivo del hom­bre. Luego tropieza con otro obstáculo; la diferencia entre el conocimiento sensible y el lógico. El menor grado de abs­tracción del primero lo lleva a un terreno muy incierto que no logra superar cuando en el segundo se ha logrado abs­traer lo general de lo particular. Frege comapra las repre­sentaciones, con su carga de imprecisión y subjetividad sen­sible, con la objetividad esencial, reflejada en los conceptos lógicos y desespera de no hallar en el criterio sensible de la verdad la fuente de esa objetividad esencial. Puesto en la pendiente suhjetiva del conocimiento, acude al supuesto de un tercer reino de la realidad, equidistante de las cosas

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y las ideas. Presupone, con razón, que el pensamiento o, má~ bien, lo verdadero del pensamiento, no ese algo idéntico a las cosas ni a las sensaciones de cada quien. ¿ Qué es, por 10 tanto? Propónese demostrarnos, siguiendo el principio de la correspondencia como el único criterio de la verdad, que ni las ideas (las sensaciones) ni las cosas tienen esa in­dependencia de los principios científicos. Porque una cosa la vemos o tenemos una idea. El pensamiento en cambio, es algo intemporal que ha existido de antemano. Induda­blemente, el idealismo se crea sus propias trampas, en las cuales no debemos caer ni propiciarlas. La teoría sub­jetiva del conocimiento -el empirismo gnoseológico- que practica Frege, condicionando las cosas y las ideas a las sen­saciones, confunde la existencia independiente de la reali­dad material -la verdad objetiva- con la inmovilidad. Aleccionador el procedimiento. Defiende ideas caducas a base de una mala comprensión de los problemas reales. Con­trapone el contenido objetivo, independiente de los concep­tes (proveniente de la objetividad material) al conocimiento individual de cada quien (lo subjetivo) en donde, por su­puesto, no podremos encontrar el origen de ese contenido objetivo. Muy bien que Frege deduzca de esto el carácter no subjetivo del conocimiento lógico; pero muy mal que a costa de ello concluya adoptando la tesis agnóstica que niega a cada quien la posibilidad de reflejar en su conocimiento la objetividad de las cosas.

Pudo divorciar las cosas de las ideas y a éstas de lo verdadero fel pensamiento porque su teoría del co­nocimiento no va más allá del empirismo.

Una vez que concluyó afirmando que las ideas pueden existir si hay alguien que conoce, revirtió idealistamente el proceso del conocimiento puesto que tener una idea viene a ser determinar el conocimiento por el sujeto que conoce.

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Sin embargo, le hemos oído decir que las cosas existen in­dependientemente. ¿ Cómo se las arregla, para conciliar una cosa con otra? Tiene que tirarse a fondo contra las tesis materialistas del conocimiento. Sigamos sus perplejidades llenas de argucias.

Inicia su ataque denominando filosofía de los sentidos 'la que acepta la existencia independiente de las cosas. Bo­nita manera de llamarnos empiristas. Según tal parecer la filosofía positiva tiene como fronteras las sensaciones y el pensamiento. Se halla circunscrita al "sujeto"; refiérese al que conoce. Frege no se aventura a ir más allá de los límites que le ha marcado la concepción agnóstica. Y abona nuevas conjeturas a favor de esta cansa.

Aceptando que la luz hiera nuestros sentidos, causa de los estímulos nerviosos, plantea la duda siguiente:

"Procesos ulteriores del sistema nervio'80 tal· vez in­cluyan el aparecimiento de las impresiones de los colo­res y quizas se unan a los estímulos de lo que llama­mos la idea de un árbo1. Entre el árbol y mi idea se in­serta un acaecer fisiológico, químico y sicológico. Esto está vinculado directamente a mi conciencia si bien parece ser solamente un acaecer de mi sistema nervio­so y cada e¡,pectador del árbol tiene su acaecer propio en su propio sistema nervioso. Ahora bien, puede suce­der que los rayos de luz una vez que han penetrado en mi ojo, sean reflejados por un ESPEJO y esparci­dos después, como si vinieran de un lugar colocado de­trás del ESPEJO. Los efectos sobre los nervios visua­lesy sus consecuencias tendrán lugar ahora, justa­mente, como si los rayos de luz vinieran de un árbol que está colocado detrás del espejo y hubiera sido tras­mitido sin ninguna alteración alojo. De tal manera que

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la idea de un árbol puede darse finalmente por medio de un árbol que no existe" (51).

Esta danza de los espejos de Frege que me he permiti­do vertir al esp31fÍol, no tiene otra explicación como no sea su irresponsabilidad científica. Platón utilizaba los mitos a falta de ciencia; el idealismo contemporaneo plaga de mitos la ciencia a fin de entorpecer su avance. Y no que piense en una ciencia al margen de las conjeturas. Hipótesis, méto­dos de concordancia o diferencias, juicios condicionales, apli­can la conjetura sobre una base lógica favorable al cono­cimiento científico. En cambio, el ejemplo transcrito repre­senta una burda tergiversación de~las corrientes eferentes del sistema nervioso por la reflexión de la luz en un medio físico. Ha confundido la gimnacia con la magnesia. Vemos, pues, cómo se las ingenian los idealistas contemporáneos al querer negar la tesís del materialismo dialéctico. Interpolan, a la explicación de un fenómeno científico, verdades des­prendidas de otro campo de la ciencia, ignorando delibera­damente las diferencias cualitivas de uno y otro caso. -

A base de esos trucos Frege vence muy fácilmente el principio gnoseológico materilista (científicO') que reconoce en las sensaciones y en las ideas el reflejo mental de la ob­jetividad material del mundo. Vencida su propia inconse­cuencia, Frege, abraza precipitadamente, la tesis empirista:

"Oreemos que una cosa independiente a nosotros esti­mula los nervios y que, por este medio produce las im­presiones sensibles, pero hablando exactamente nosO­tros experimentamos únicamente el fin de este proceso proyectado dentro de nuestra conciencia" (52).

Más adelante afirma, redondeando su tesis: si llamamos

(51) íFtr~ge, Op. Cit., pág. 303. (5.2) Frege, Qp. Cit., pág. 304.

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ideas a lo que sucede en nuestra conciencia, debemos con­cluir con que expe¡rimentamos solamente ideas y NO SUS CAUSAS. Levanta la muralla fisiológica de nervios y gan­glios en contra del postulado científico de la causalidad. Estrechamente unido al agnosticismo, invita a los científi­cos a desechar hipótesis (lo metafísico, dijo el empiriocri­ticismo) sobre la posibilidad de connocer algo más allá de las ideas o sensaciones, según la terminología de Frege.

En todo este razonamiento sigue prevaleciendo el prin­cipio de la correspondencia, interpretado sobre la base de la identidad lo cual constituye, en su teoría, el fudamen­to de lo verdadero. Hasta ahora las diferencias centrales que él reconoce entre cosas, ideas y pensamientos las reduce a la independencia de las primeras, el que haya un portador de las segundas y la intemporalidad de los últimos. Rea­]izó incursiones en las dos direcciones; de las sensaciones (ideas) hacia el pensamiento y de aquéllas hacia las cosas.

Del primer viaje trajo como botín crítico la imposibilidad del conocimiento partiendo de lo subjetivo, tropezó con las diferencias entre sensaciones y conceptos; el que hizo hacia las cosas fue menos fructifero: interpuso una falsa inter­pretación de la fisiología del sistema nervioso como obstá­culo al conocimiento sensible directo. Ni yendo hacia las cosas ni urgando en las sensaciones logró respuesta para el conocimiento humano. Dispuesto a no salirse de la expe­riencia humalIa insiste en llevar la identidad de las ideas hasta con su portador:

"Si no hay un portador de ideas entonces tampoco hay ideas, puesto que las ideas necesitan un portador .sin el cual no existen .......... la dependencia que en-cuentro en mí mismo, induce a considerar abolida la la oposición enrte experiencia y experimentador, si de­saparece el portador".

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"Yo no soy mi propia idea y si asevero algo acerca de mi mismo, por ejemplo, que no siento ningún dolor en este momento, entonces mi juicio se refiere a algo cuyo contenido no es mi conciencia, no es mi idea, esto es, yo mismo" (53).

El dilema planteado refiérese a la perplejidad de quien no halla forma de escurrir la identidad consigo mismo (mis sensaciones, del solipsimo) después de haber invalidado la independencia de las cosas. Al no aceptar la identidad de la idea consigo misma está obligado a mantener la no identidad de sí mismo con sus ideas. "Yo tengo una idea de mí mismo j pero no soy idéntico a ella". ¿Entonces, qué? El objeto del conocimiento no eS sólo un contenido de conciencia. Deses­timó a las cosas por las ideas; y las ideas le fueron infieles. Remontose a la soledad del yo (el hombre-conciencia) Y le salió al paso el absurdo del solipsismo. Gira en redondo. Distingue, a otros portadores independientes de ideas; no corre el riesgo de borrarlo todo en "mis sensaciones".

"De esto se desprende que no sólo una cosa sino también una idea puede ser objeto común del conocimiento de gentes que no son poseedores de la idea" (54).

Magnífico paso a favor de la objetividad del conoci-miento ;pero nuevamente lo cerca de conjeturas. En pocas palabras, vuelye a evidenciar la existencia de otros hombres -portadores de ideas- independientemente de mis sensa­ciones; pero ese m'undo exterior lo detiene en el límite de las palabras porque de su existencia afirma que no puede decir nada. Agnóstico y empírico, concluye:

"No puedo dudar que tengo una impresión visual de 10

(1)3) Obr. Cit. pág. 305. (54) Frege, Op. Cit., pág. 306.

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rverde; pero no es tan cierto que veo una hoja de lima" (55) .

Rompe definitivamente con la vía materialista, a favor del agnosticismo. Empero, le asusta el solipsismo. Salva el intríngulis con la tabla del idealismo objetivo. Previamente ha refundido el idealismo subjetivo a la expresión portador de ideas. Con ello quiere subrayar la subjetividad de las sen­saciones y la imposibilidad de fundar lo verdadero del pen­samiento en ese terreno falso. No se tienen pensamientos, dice, "como se tienen las irppresiones sensibles ni vemos un pensamiento como vemos una estrella "(56). Si ni se tienen pensamientos ni pueden equipararse a las cosas, opta por un nombre que explique su origen; aprehensión, es la palabra escogida pOrque ella sugiera que no producimos pensamien­tos. Notemos cómo el análisis de Frege ha ido despojando de fuerza al método científico; primero. suprimió el conocimien­to de la causa de nuestras sensaciones (agnóstico) y ahora limita la acción del pensamiento a la mera contemplación o toma de conciencia de las cosas. Denodado esfuerzo porque la filosofía no se salga de sus viejos moldes.

nespués de haber negado la posibilidad de conocer las cosas y la capacidad de abstración del pensamiento, encárase resultamente a las exigencias científicas más elementales.

"Hechos; gritan los científicos. pero, ¿ qué son los he­chos? UN PENSAMIENTO' VERDADERO" (57).

En fOnTIa más categórica:

"El trabajo de la ciencia no consiste en la creación, sino en el descubrimiento de pensamientos verdade­ros" (58).

(55) Ibidem. (56) Id. pág. 307. (57)" Frege, Op. Cit., pág. 30$. (58) Id. pág. 308.

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Aquí vemos anticipado el fin de la "novísima" filosofía: pensamientos verdaderos. Como li'rege no ha negado la olr jetividad del pensamiento y antes bien la realza como una prueba de intemporalidad, tenemos que convenir que por tal cosa sólo puede entenderse la teoría científica. Al trocar los hechos en pem;amientos verdaderos le d2, '\ la verdad obje­tiva el equivalente de una verdad absoluta conocida. Ha subvertido completamente la relación material a favor de la teoría, del pensamiento; pasó por alto la relación entre verdad objetiva y verdad relativa. Borrada la. base material del conocimiento, transformadas las sensaciones en exclu­sivos productos subjetivos y no pudiéndose apartar de la objetibidad de los conceptos, eoncluye en una tercera solu­ción: "el pensamiento no perteneee al mundo interno de la idea ni al externo de las cosas materiales perceptibles" (59). De buena gana lo hubiera ubicado en el mundo interno del eual se siente mucho más seguro que del externo; pero se le dificulta porque de aquél reconoce exclusivamente las per­cepciones sesibles. Y con ellas su punto de vista empirista se juega más de una mala pasada. No hay nada que le haga dudar de sus percepciones sensibles. De ellas está cierto. ¡Ay!; pero, no hay dos personas que tengan la misma per­eepción sensible. Y, por otra parte, tener una impresión vi­sual no es ver las cosas. Nada. Decididamente no puede, ni pordá nadie, indentificar las cosas con sus reflejos Rensi­bIes. No obstante, de imprevisiones no se construye la cien­cia, incluyendo la teoría. Sin embargo, él no se arredra y acomete la empresa de demostrarnos que el pensamiento pro­viene del mundo interno.

Vuelve a servirse de conjeturas seudocientíficas con el objeto de transformar a los órganos de los sentidos en un obstáculo entre nuestras sensaciones y los objetos. Empiris-

(59) Frege, Op. Cit., pág. '308.

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ta rematado. no hace ningún esfuerzo por ahondar el reflejo del conocimiento y se solaza en mantener la separación en­tre "mis sesaciones" (que evidentemente no son identicas a los objetos que reflejan) y la objetividad del mundo mate­rial. Reconoee la necesidad de las percepciones sensibles en el conocimiento de las cosas y las distingue entre sí porque las segundas son de una naturaleza no sensible. Irrumpe de nuevo el viejo dilema empiTiocriticista de cómo conciliar la realidad sensible eon la no sensible. Acude a uno de sus trucos favoritos; el sofisma. ¿ Cómo saber de lo sensihle? Por el constraste de lo no sensible. Y ello es 10 que nos abre el mundo. exterior. Contrariamente, todo permanecería su­mido en el mundo interior. De manera que, si la respuesta descansa. en lo no sensible tal vez ello sea lo que! nos desVÍa del mundo interior y no.s lleva a comprender el pensamiento., incluyendo a las impresiones sensibles. Fuera del mundo. interior debemos distinguir el mundo de las cosas percep­tible~ del reino de lo. sensible. Para distinguir a estos dos reinos necesitamo.s de algo. no sensible de igual manera que hacen falta las impresiones sensibles -mundo interior­para la percepción sensible de las cosas. En consecuencia, lo dado. de una cosa y un pensamiento se diferencia funda­mentalmente por lo. que se le atribuye, no. a ambos mundos, sino al mundo. interior. Un batiborrillo legítimo que he tenido que glosar para comprender mejor la piro.tecnia idealista. Quiere decir, en primer lugar, que lo deter­miante es el mundo interio.l[", tanto para las cosas como para los pensamiento.s; que la determinación proviene de una sim­ple predicación -lo. atribuible a la cosa o al pensamiento--; y, 10 de más oropel, que el viejo dilema empirioeristicista -el nexo entre lo sensible y lo no sensible- no va. más allá de una antinomia, nacida a fuerza de extremar la con­tradicción dialéctica (mejor diría de negar lo dialéctico por su relativización) al dar cabida a los supestos conceptos

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negativos. Aceptando que lo sensible se determina por con­traposición a lo no sensible, forza las cosas de manera que quiere determinar algo (lo sensible) contráponiéndole lo que expresa precisamente carencia de eSe conocimiento (lo no sensible). Malabarismo lógico que escamotea la esenciali­dad de las cosas entre el sentido de las frases. Donde se empieza a ver que no es gratuita la predilección del neopo­sitivismo por el idioma. Así mismo, queda claro el falso juego dialéctico de oponer a los rasgos esenciales de lo sen­sible la carencia de esos rasgos; algo contra nada; lo ob­jetivo a lo supuesto. La contradicción dialéctica nace de la oposoción material de los contrarios, no de una artificiosa contraposición verbal. Si esa oposición no tiene sus raices en la práctica lo transformamos en una realtivización sub­jetiva que concluye en el absurdo.

Frege ha batallado por igual contra una interpreta­ción subjetiva y materialista de lo verdadero. No le con­fía al criterio de la verdad ni a las sensaciones ni a la prác­tica. Con todo, necesita determinar de dónde proviene la objetividad lógica. Según él, las verdades del pensamiento -lo verdadero-- tiene como nota esencial el estar fuera del tiempo; el teorema de Pitágoras, afirma, es eterno, in­mutable. ¿ Y los pensamient.os que son ciertos hoy y fal­sos seis meses después? Retrocede ante lo incierto de este nuevo camino. Inquiere por un complemento que fije la extrema volubilidad del pensamiento. Las proposiciones con una referencia temporal son el pensamiento; porque las proposiciones son un presente fuera del tiempo. Las proposiciones indicativas, eludiendo la palabra "verdadero", expresan un pensamiento y aseveran; la temporalidad per­tenece al primero y la aseveración -la verdad-, que en­carna la forma indicativa, está fuera del tiempo. Con el fin de evitar cualquier equívoco, agrega: el cambio que con el tiempo. sufren las palabras corresponde a su aspecto lin-

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guístico. La forma indicativa, es decir, lo lógico del lengua­je aparece como determinante. Quiere asir la eternidad en la lógica del lenguaje. ¿ La inmovilidad?

"Algo absoluto e inactivo en todos sentidos será irreal e inexistente para nosotros" (60).

A vanza hasta distinguir las propiedades esenciales de las externas, atribuyéndoles la eternidad a las primeras y la aprehensión individual -subjetiva -a las segundas. Acor­de con toda la vieja tradición idealista le confiere a lo eter­no la realidad y supone que el cambio es su negación. Idea­lismo genuino es también no ver más acción que la del pen~ samiento.

Fue importante que Frege haya distinguido y critica­do las corrientes subjetivas en la lógica, apartándola por igual de sicologismo y empirismo; que su teoría del co­nocimiento señalara las instancias sensibles y lógicas del conocimiento como algo distinto a las cosas del mundo na­tural; que precisara el carácter activo de la aprehensión men­tal y se percatara de la objetividad científica; pero no pudo apartar de su filosofía el lastre del empirismo, al cual se afilia, pese a la enmienda lógica, porque de esta última no pudo decir otra cosa positiva como no fuera que estaba determinada por la verdad. Por esto me adhiero a la crítica marxista que vé en esto el talón de Aquiles de Frege, quien no vio otra cosa en los conceptos científicos que su exten­sión. Al apartarse de una interpretación materialista de la objetividad conceptual, hizo suya la indeterminación del COll­

cepto -la verdad como extensión-, permitiendo la proxi­midad de la lógica con la abstracción matemática, igualmen­te indiferente a toda otra cualidad que no provenga de la magnitud. Los efectos negativos de esta inconsecuencia

(60) Frege, Op. Cit., pág. 310.

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gnoseológica dan origen el neopositivismo, una variante más del idealismo subjetivo.

La Lógica de Peirce.

Charles Sanders Peirce (1839-1914) es una figura im­portante de la filosofía norteamericana desde el momento que J"e le puede tener como fundador de dos escuelas de la filosofía burguesa contemporánea. Al Pragmatismo le dio el método y al Neopositivísmo su lógica. Debido a la ignoran­cia que le dispensaron sus coetáneos, la obra de Peirce aparece dispersa en algunas revistas o se le edita en colec­ciones póstumas. James K. Feibleman en su obra, "La Filo­sofía de Peirce" (61) hace un intento por interpretarla co~ mo sistema, teniendo el mérito de ser una visión de con­junto y orgánica de la Filosofía del viejo empleado de la oficina geodésica de los Estados Unidos de América. Me valdré de esta obra para el presente análisis crítico.

Peirce inicia la fundamentación de su filosofía apayán­dose fuertemente en la de Kant, en su entusiasmo por la teo­ría de la evolución de Darwin y el método experimental de las ciencias naturales y oponiendo el nominalismo! de Duns Scotus al racionalismo de Descartes. Con estos antecedentes no es raro que coincida con Frege en su ataque a todo sub­jetivismo lógico y opte por una respuesta basada en las ma­temáticas. El punto de partida de sus meditaciones lógicas descansa en la relación entre los signos y los objetos, por un lado, y lo fenomenológico o empírico, por el otro. Por eso, según él, la Lógica es la teoría de los signos, a la cual di­vide en tres grandes partes: la GramáVca Especulativa, la Lógica Crítica y la Retórica Especulativa.

(61) Feibleman, James K., "An Introduction to Peirce's Philosophy", New Orleans, Louisiana, The Hauser Presa, 1960.

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Debemos darle gracias a la llaneza y elementalidad de los planteamientos de Peirce y a su obligada mayor coh~ rencia, por lo asequible que resulta la comprensión de la idea gnoseológica neopositivist~. Apegado a Kent comien­za la brega por la concordancia entre los hechos (las sensa­ciones) y la generalización (la razón). Como previamente ha hecho tabla rasa de toda referencia subjetiva (y racio­nal también) de la lógica, no encuentra las formas de conci­liar lo concreto de los hechos con la generalización. Sus conside!l'aciones al respecto son muy reveladoras. Dice:

"No hay duda alguna que la experiencia diaria, impre­sa en cada hombre, a cada hora de su vída, no puede ser formulada correctamente en términos generales. Posible­mente esta sea la causa de la poca materia que logra fijar el hecho lógico" (62).

Conciliar las sensaciones individuales con la verdad ló­gica es un rasgo propio del neopositivismo. Peirce nos des­cubre la causa de este conflicto en la tesis positivista que ve en la observación -las sensaciones, en definitiva- la base del conocimiento científico. Parte de 'ella porque a eso reduce las ciencias, incluyendo las matemáticas. Vimos, oportunamente, que Engels hiw radicar en la comprobación directa la diferencia del método de las ciencias naturales, incluyendo a las matemáticas, respecto al de los otros campos del saber. El empirismo no puede negar el carácter positivo de la verdad científica y su conflicto principia desde el mo­mento que separa lo general de lo particular. Peirce renun­cia a explicarse dialécticamente el aparecimiento de lo ge­neral de los hechos bajo el pretexto de la falta de correc­ción. Esto quiere decir que el empirismo supone una coin­cidencia total de la generalización lógica con los hechos y

al no encontrarla le parece que en los conceptos lógicos se

Uj,2) Obra Cit. pág. 85.

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ha esfumado gran parte de la materia fáctica. ¿No hay algo de verdad en ello? No quiero volver a repetir cosas ya dichas anteriÜ'rmente, pero me parece Ü'portuno señalar que al reconocer, Peirce la experiencia, las impresiónes y la generalización lógica opera con realidades propias del cono­cimiento aun cuando las concibe separadamente. Sus dife­rencias evidentes lo confunden, al no dejar de reconocer en los hechos la fuente del conocimiento lógico. Por lo visto, se aproxima al señalar en la abstracción lógica escasez de materia proveniente de lÜ's hechos yerra de medio a medio al tenerla como la misma materia de los hechos. Sus há­bitos de investigador científico dicen que lo general debe ser elucidado del hecho. Su ignorancia dialéctica (no ve la uni­dad contradictoria del proceso del conocimiento, ni la exis­tencia de lo general en lo conereto) le aconseja un método propio. Este lo formula del modo siguiente:

"Si se considera que un hábito dado determina una in­ferencia tal que nos lleva hacia una conclusión final, será correcta; de otro modo no. Por tanto, las inferen­cias se dividirán en verdaderas y falsas, lo que le da a 1a lógica su razón de ser" (63).

Feibleman acl~ra que por hábito no debemos enten­der algo meramente sicológico; en Peirce tiene el signifi­cado de "evidencia de la regularidad en todas las cosas". Y la regularidad, por su parte, "es irreductible como cualquier hecho simple y debe ser reconocida como un hecho en sí". ¿ Qué clase de hecho? Al sistematizador de Peirce le parece oportuno aclararlo con esta cita 'del propio autor: "Cierta­mente, uno de los hechos con los cuales se destaca la lógica es porque la creencia tiende a fijarse ella misma bajo la influencia de ]a investigación (64). Subraya, inconstrasta-

(63) Obra Cit. nág. 86. (64) Obra Cit. pág. 86.

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blemente, el rasgo subjetivo. del planteamiento. Repetir al­go, por falso que sea, tiende a fijarlo, a convertirlo en evi­dencia de regularidad, a justificar la fe. Aquí resuena el eco de la más vieja superchería inglesa: conciliar las ciencias naturales con la religión. y lo que ha sido una reiterada táctica política burguesa, tiene su reflejO' filosófico en el empirismo. Podría arguirse que Peirce ha tenido en cuenta la acción de la experiencia impresa en cada hombre, a cada hora de su vida. Sin embargo, al identificar la naturaleza de la lógica a la de las matemáticas, mantiene el punto de vista naturalista en una ciencia que se caracteriza por su racionalismo. Debo agregar, por lo tanto, que comete el errÜ'r de agrupar a la lógica entre las ciencias naturales. Sacrosanto error positivista. Trastrocar la generalización lógica en los conceptos matemáticos, es además, eludir una respuesta directa a la instancia por saber qué es lo determi­nante. Afirma que entre la lógica y las matemáticas puras no existen fronteras y, en todo caso, acude a la observación como fuente común de ambas. Estas consideraciones no le impiden caer en la encrucijada de saber qué es lo primero: la lógica o las otras partes de la filosofía. Una manera muy suya de reflejar el problema fundamental de la filosofía. Al señalar que el origen de la lógica son los hechos o la se­mejanza con las matemáticas, se deja arrastrar por el tor­bellino de las contradicciones que encierra este plantea­miento. Por eso, unas veces trata de explicarlo ontológica­mente, otras lógicamente y unas más metafísicamente, ter­minando por no tomar partido y haciendo como Frege una

exaltación de la objetividad de la verdad.

Recapitulemos lo que hasta aquí hemos visto de la teo­ría del conocimiento de Peirce. Como todo buen positivista, ve en la observación la puerta de entrada de las ciencias. Según él, de aquí arranca el conocimiento científico, o sea, que coloca a la observación en lugar de la práctica científi-

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ca. De esta suerte, lo positivo de los hechos consisten en ser observados; ser sentidos. Y precisamente, en esto radica la subjetividad de su teoría. Empero, las sensaciones son la vía del conocimiento, circunstancia que hace simpático el em­pirismo a los ojos de aquellos científicos que filosofan sobre el método. Anoto estas niñerías con el propósito manifiesto de enfatizar las constantes de nuestra escuela. Después de aceptar la observación -el "hecho" - como punto de parti­da del conocimiento científico, convierte lo particular y subjetivo de las sensaciones de cada quien en obstáculo irre­ductible frente a lo general del conocimiento lógico apre­hendido por cada hombre en particular. Un auténtico ato­lladero si se desconoce la teoría del reflejo en el proceso del conocimiento. Y el método con el cual piensa salir del mal paso lo lleva directamente a invertir la relación del cono­cimiento. No obstante, es digno de atención su aserto de que la lógica nace de la insistencia del hecho, (sabemos que el conocimiento lógico es un salto cualitativo respecto al sensible), pero introduce la noción de hábito que convierte la regulariddad en la piedra de toque del razonamiento. De aquí parte el abandono de la línea empirista y el inicio de la esquematización matemática y, en buena parte, del aprio­rismo lógico. ¿ Qué puede ser la regularidad entendida co­mo un hecho irreductible? No creo, equivocarme si digo que veo en esa formulación de Peirce el peso inherte de los prin­dpios regulativos kantianos. Un especie de verdad subal­terna encargada de regular el pensamiento y la acción, aun cuando Pierce la regularidad la lleva hasta las cosas, dándole más bien la acepción de analogía que algunas veces le confirió Kant. Cualquiera que sea el origen, no puede desestimarse la vivencia del científico que conoce por expe­riencia propia el sucederse de los fenómenos, en donde Peir­ce parece ver la causalidad. Ver la sucesión como un "he­cho" en si sería escolastizarla al punto de hacer de ella un

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sinónimo de existencia y premisa mayor del conocimiento. Bastó para el efecto abstraerla de su contenido material y conferirle la condición de "hecho irreductible", tal y como hizo el empirismo con las sensaciones y de esta manera, en­contró nuestro autor, el sucedáneo lógico del hecho empí­rico. Había puesto un peldaño más en su ascenso hacia la ra­zón. Pero aquí hay una abstracción cuantitativa, desde el mo­mento que la regularidad es también medición u orden. Don­de se ve que pudo más la cuenta del físico que la abstracci6n del filósofo. De ahí que no tenga ningÍín inconveniente en equiparar a su creatura con los conceptos matemáticos. No obstante, abstraer la regularidad como si fuera un objeto ideal -matemático-, es decir, haciendo de esa abstracción un hecho en sí mismo, deja sin respuesta positiva la ob­jetividad de tal "hecho". ¿ Qué hacerr? Por de pronto, le asigna a la lógica el campo de la verdad objetiva. Hay mu­cha similitud con Frege, pues ambos coinciden en recono­cer la objetividad de los conceptos lógicos, pese a su empi­rismo manifiesto. Rasgo suigeneris del neopositivismo de­dicado a enmendar con el a priori lógico, el solipsismo inevi­table.

En conclusión, de la lógica dice que se determina por la verdad y de la verdad que es objetiva. Dividió la rea­lidad en dos grandes campos: el fenoménico y el 16gico; Kant de cuerpo entero. Pero Peirce, como Frege, negó las concepciones subjetivas de la lógica; aun más, la desterró del racionalismo. Aislamiento completo de no ser el puente de la verdad. ¿ y qué es la verdad? La objetividad. Princi­pia de nuevo el fatigoso camino que define la objetividad a priori. Otra similitud más con Frege. Sin embargo, el método de Peirce le da otro sesgo al criterio de la verdad. Pide resul­tados finales, el famoso éxito pragmatista, que supedita la práctica a lo que YO necesito (solipsista) (65). Lo que YO

(65) Ver pág. 30. Ca.p. I.

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necesito (la concepción pragmática del éxito) sustituye la concordancia de nuestros pensamientos con la objetividad material de las cosas. Tope forzado para una filo80fía que parte de la observación en vez de la realidad material. Hun­dió la lógica en las aguas turbias del relativismo más gro­sero. En América Latina sabemos muy bien 10 que esto quiere decir cuando ese método se materializa en manos del estado de los monopOlios yanquis. ¿ Dónde está, entonces, la objetividad? Responde alejándose del campo propiamente filosófico, yendo a refugiarse, así lo hizo Frege también, a las proposidones: una tercera fase de la teoría del con(). cimiento neopositivista.

Le hemos visto alej a:rse del empirismo, en pos de la objetividad lógica, como un remedio al solipsismo y, al no poder superar el círculo vicioso al que lo empuja la subje­tividad en que se mueve opta por fugarse de la filosofía. Va­liéndose de la analogía trueca su torcida interpretación de la abstracción lógica en ·conceptos matemáticos limitados en su objetividad, por lo que enfila hacia la expresión del pensamiento. En verdad, no es el lenguaje al que se acoge por saberlo de antemano un obstáculo infranqueable; elige algo subalterno: el lenguaje simbólico. Propugna una expre­sión que materialice la ausencia de contenido que le atri­buye a los conceptos matemáticos. El término escogido,

proposición, resulta útil dado que expresa indistintamente lo gramatical y 10 matemático.

Esos tres retazos filosóficos con cuya yuxtaposición ha formado el neopositivismo su gn08eología se su'ceden a lo largo de la escuela. Hija del empirismo, vive hoy su etapa "sintáctica" y "semántica".

Comentarista y autor, dicen en la página 87: "El estu­dio de la lógica demuestra que debe haber por lo menos una respuesta para cada pregunta, 'una respuesta que es decidi­damente cierta cualesquiera que sean los pensamientos que

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la gente tenga"'. En efinitiva, la objetividad proviene de la proposición. Por eso el sistematizador de Peirce agrega a con­tinuación: "La objetividad de la verdad puede ser de dos cla­ses; proposiciones que se refieren a situaciones posibles y proposiciones que se refieren a hechos positivos". A la pre­gunta que inquiere por la existenciaindepediente del pensa­miento, el neopositivista responde: una proposición correcta. Reafirma tal respuesta asegurando que el razonamiento tra­ta con proposiciones antes que con hechos. El contenido del pensamiento, no son ya pues los hechos sino las proposicio­nes. ¿ A qué reduce entonces la verdad? "La esencia de la ver­dad reside en que se obstina en no ser ignorada". Por lo vis­to el futuro es un domiurgo de la verdad. Veamos. Desterró a los hechos del pensamiento porque asegura que pertenecen al pasado o al presente, "mientras que todas las conclusiones del razonamiento forman parte de la naturaleza general de lo que se espera en el futuro", Esta curiosa clasificación par­te del concepto equivocado de lo general que ya vimos en Frege. Como Pierce no sabía lo que era, inventó la fábula del futuro. Con ella cree haber descubierto un tercer orden de las cosas. El pasado es un hecho real, afirma, en cambio lo general no puede realizarse completamente. Lo general es un esse in futuru; lo futuro es potencial, no real. Luego, si la lógica se ocupa de la objetividad de la verdad más la presunción de que nada en el futuro la refutará; por tanto, la lógica es independiente de la razón y de los hechos. No proviene ni de razonamientos basados en axiomas ni de los que contengan hechos. ¿ Se trata de una nueva lógica? Se nos aclara: "los principios fundamentales de la lógica for­mal propiamente no son axiomas sino definiciones y divisio­nes; y los únicos hechos que de ellos contienen refiérense a la identidad de las concepciones provenientes de estos pro­cesos con otros que le son comunes" (66).

(66) Obra Citada, pág. 87.

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al futuro el papel de la última instancia en el criterio de la verdad. La lógica no trata con el ser; sino con el deber ser,

Muy bien; y, el tercer mundo, ¿ qué es? Dijimos que de los conceptos dejó solamente la extensión. Hace de ellos, él lo dice, una especie de esqueleto (67). ¿ y qué puede ser esto si no los símbolos o signos del idioma, la envoltura material del pensamíento? Ahora comprendemos mejol' en dónde radi­ca la objetividad de las proposiciones. Si alguien pensó que el camino conducía a la esencia de las cosas recibirá el fiasco de encontrarse con términos parecidos a los nombres propios que le vienen bien a cualquiera aun cuando no dicen nada de nadie. Vuelve a imponerse el especto del objeto ideal -ma­temático-, una especie de abstracciones talla única que pue­den contener, desde su indeterminación, toda la multiplici­dad cuantitativa del mundo. Por eso Peirce definió a la lógica como a la ciencia de las leyes de los signos generales y necesarios (68).

Peirce, buen positivista, quiere darle a su ciencia el rigor de la observación y entonces nos describe (69) la idea que él tiene de cómo procede un investigador en la consecución de sus metas. El caso, más que ingenioso, confirma la pobreza de la idea que tiene el positivista respecto de la razón. Arrumbado entre las telarañas del finalísmo idealista, ase­gura que el investigador a base de imaginación, construye el ideal de lo que busca y describe ese ideal "como el esque­leto de un diagrama o el delineado de un diseño". Una vez que lo ha construido le hace los ajustes que su concepción hipotética de las cosas aconseja. Hecho esto 10 examina, es decir, observa lo que ha imaginado. Y ya, su ciencia ha cum­plido con la observación. Candidez filosófica que nos habla

(67) Obr. Cit. pág. S¡;, (68) Obr. Cit., pág. 89. (69) Idem. pág. 89.

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muy claro, (error aparte del finalismo) de la elementalidad subjetiva de Peirce que le lleva de cabeza al solipsismo con todo y que ideo el cuento para justificar que la lógica se basa en la observación. Ni que decir que si el conocimiento fuera hacer diagramas, no sería desorbitado asegurar que el abstraccionismo contemporáneo es una premonición del futuro. Con todo, concluye por tomar a los signos como co­sas. Hasta aquí 10 gnoseológico de su lógica.

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