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108 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO La ciudad, la mujer emplean en nosotros una ferocidad de la cual toda tierra salvaje es so- lamente un símbolo. Desastres e intemperies nos hallan resignados y nos hacen morir sin desatar en nosotros lo selvático, como sí hace la voluntad deliberada que opone una pa- sión a una pasión. Lo selvático en nosotros in- venta palabras, se esfuerza en aclararse en pa- labras que nos desgarran interiormente. Al principio es sólo naturaleza: la ciudad es un paisaje, son rocas, alturas, cielo, claros im pro- visados; la mujer es una fiera, es una carne, un abrazo. Después, todo se vuelve palabras. Si lo natural era sólo un símbolo, al conocer la selva en nosotros hay que aullar. ¿Quién no habría aullado nunca delan- te de las cosas? La tiniebla de una fronda, los asaltos rugidores del viento, nuestro desfalle- cer en una fiebre nos parecen misterios de do- lor y de peligro, y deseamos darles la palabra para conocerlos, para poseerlos mejor. Y con esto los reducimos a un nivel humano y ciuda- dano, los volvemos palabras con las cuales ex - presamos y significamos nuestra turbia, atroz, pululante selva humana. No hay misterio ni pecado en las cosas naturales. Sólo son sím- bolos. Pero lo propio de la ciudad y de la mu- jer —en la vida entre dos—, cuando hay vo- luntad manifiesta de enfrentamiento, es que reside en símbolos, y al chocar con esto que- damos impotentes ante el misterio, el único misterio intolerable, que es el combate de las voluntades. ¿Por qué tendemos a hablar simbólica- mente de la mujer como de un elemento na tu - ral y la llamamos fiebre, ráfaga o selva? ¿Bus ca- mos así defendernos, como cuando verbalmente transformamos un paisaje en una plaza, o una muchedumbre en un río? Pero las palabras tienen una extraña vida: pronto se encarnan, y realmente la mujer será para nosotros fie- bre y fronda, y la muchedumbre será río, y la ciudad será paisaje, es decir, naturaleza im- pasible. Entonces se aviva nuestra pasión com- prendiendo que bajo aquellos símbolos, aque- llas palabras, hay una voluntad resistente y contraria, y éste es un misterio perenne, que ni podremos extinguir ni se extinguirá en no- sotros. Y he aquí lo selvático verdadero. [Cesare Pavese, “La selva”. Versión de J. de la C. ] * * * En agosto de 1950, el narrador, poeta y en- sayista italiano Cesare Pavese, autor, a los cuarenta y dos años, de una varia y nume- rosa obra publicada celebrada por la crítica y multitraducida, se considera un fracasado en la literatura y en la vida sentimental. Ena- morado sin esperanza de la joven y para él esquiva actriz norteamericana Constance Dowling, escribía en su diario que sería pu- blicado póstumamente con el titulo de Il mestiere de vivere (El oficio de vivir): “Uno no se mata por amor a una mujer. Uno se mata porque un amor, cualquier amor, nos desnuda en nuestra miseria, nuestra inde- fensión, nuestra nada”. Y, unas noches des- pués, tras haber anotado: “Nada de palabras. Un gesto. No escribiré más”, se suicidaba ingiriendo barbitúricos en un cuarto de ho- tel de la ciudad de Turín vaciada por el fe- rragosto. Dejaba, entre otras páginas, ese diario en el que fue trazando su asumido destino de suicida y un puñado de poemas, en uno de los cuales, “Verrà la morte e avrà i tuoi occhi”, dice en una suerte de narcisis- mo fúnebre vertido hacia la torturante mu- jer desesperanzadamente amada: Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, esta muerte que nos acompaña de la mañana a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimiento o como un vicio absurdo. Tus ojos serán una palabra vacía, un grito acallado, un silencio. Así lo ves cada mañana cuando, sola, te inclinas hacia el espejo. Las novelas, los relatos, los ensayos y poe mas de Pavese nacían del impulso de crear un vasto mito verbal y analógico en- tre la Na turaleza, la Ciudad y la íntima his- toria del individuo solitario. La página de prosa con que se inicia uno de sus intensos ensayos, “La selva” es representativa de una asidua mirada analógica hacia los trabajos y los días observados, sentidos y sublima- dos co mo historia universal y cotidiana, co- mo parte esencial de una mitología ínti- ma y de un sentimiento trágico de la vida desde los cua l es el poeta habla de hombres y mujeres enfrentados en el terrenal, sen- timental y es piritual conflicto de volunta- des, deseos y pasiones. La página viva Una selva en nosotros José de la Colina Cesare Pavese

La página viva Una selva en nosotros - Revista de la Universidad de … · 2013-09-13 · ma y de un sentimiento trágico de la vida desde los cuales el poeta habla de hombres y

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108 | REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO

La ciudad, la mujer emplean en nosotros unaferocidad de la cual toda tierra salvaje es so -lamente un símbolo. Desastres e intemperiesnos hallan resignados y nos hacen morir sindesatar en nosotros lo selvático, como sí hacela voluntad deliberada que opone una pa -sión a una pasión. Lo selvático en nosotros in -venta palabras, se esfuerza en aclararse en pa -labras que nos desgarran interiormente. Alprincipio es sólo naturaleza: la ciudad es unpaisaje, son rocas, alturas, cielo, claros im pro -visados; la mujer es una fiera, es una carne,un abrazo. Después, todo se vuelve palabras.Si lo natural era sólo un símbolo, al conocerla selva en nosotros hay que aullar.

¿Quién no habría aullado nunca delan-te de las cosas? La tiniebla de una fronda, losasaltos rugidores del viento, nuestro desfalle-cer en una fiebre nos parecen misterios de do -lor y de peligro, y deseamos darles la palabrapara conocerlos, para poseerlos mejor. Y conesto los reducimos a un nivel humano y ciuda -dano, los volvemos palabras con las cuales ex -presamos y significamos nuestra turbia, atroz,pululante selva humana. No hay misterio nipecado en las cosas naturales. Sólo son sím-bolos. Pero lo propio de la ciudad y de la mu -jer —en la vida entre dos—, cuando hay vo -luntad manifiesta de enfrentamiento, es quereside en símbolos, y al chocar con esto que-damos impotentes ante el misterio, el únicomisterio intolerable, que es el combate de lasvoluntades.

¿Por qué tendemos a hablar simbólica-mente de la mujer como de un elemento na tu -ral y la llamamos fiebre, ráfaga o selva? ¿Bus ca -mos así defendernos, como cuando verbalmentetransformamos un paisaje en una plaza, o unamuchedumbre en un río? Pero las palabrastienen una extraña vida: pronto se encarnan,y realmente la mujer será para nosotros fie-bre y fronda, y la muchedumbre será río, y la

ciudad será paisaje, es decir, naturaleza im -pasible. Entonces se aviva nuestra pasión com -prendiendo que bajo aquellos símbolos, aque -llas palabras, hay una voluntad resistente ycontraria, y éste es un misterio perenne, queni podremos extinguir ni se extinguirá en no -sotros. Y he aquí lo selvático verdadero.

[Cesare Pavese, “La selva”.Versión de J. de la C. ]

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En agosto de 1950, el narrador, poeta y en -sayista italiano Cesare Pavese, autor, a loscuarenta y dos años, de una varia y nume-rosa obra publicada celebrada por la críticay multitraducida, se considera un fracasadoen la literatura y en la vida sentimental. Ena -morado sin esperanza de la joven y para élesquiva actriz norteamericana ConstanceDowling, escribía en su diario que sería pu -blicado póstumamente con el titulo de Ilmestiere de vivere (El oficio de vivir): “Uno

no se mata por amor a una mujer. Uno semata porque un amor, cualquier amor, nosdesnuda en nuestra miseria, nuestra inde-fensión, nuestra nada”. Y, unas noches des -pués, tras haber anotado: “Nada de palabras.Un gesto. No escribiré más”, se suicidabaingiriendo barbitúricos en un cuarto de ho -tel de la ciudad de Turín vaciada por el fe -rragosto. Dejaba, entre otras páginas, esediario en el que fue trazando su asumidodestino de suicida y un puñado de poemas,en uno de los cuales, “Verrà la morte e avrài tuoi occhi”, dice en una suerte de narcisis-mo fúnebre vertido hacia la torturante mu -jer desesperanzadamente amada:

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, esta muerte que nos acompañade la mañana a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimientoo como un vicio absurdo. Tus ojos serán una palabra vacía,un grito acallado, un silencio.Así lo ves cada mañana cuando, sola, te inclinas hacia el espejo.

Las novelas, los relatos, los ensayos ypoe mas de Pavese nacían del impulso decrear un vasto mito verbal y analógico en -tre la Na turaleza, la Ciudad y la íntima his -toria del individuo solitario. La página deprosa con que se inicia uno de sus intensosensayos, “La selva” es representativa de unaasidua mirada analógica hacia los trabajosy los días observados, sentidos y sublima-dos co mo historia universal y cotidiana, co -mo parte esencial de una mitología ínti-ma y de un sentimiento trágico de la vidadesde los cua les el poeta habla de hombresy mujeres enfrentados en el terrenal, sen-timental y es piritual conflicto de volunta -des, deseos y pasiones.

La página vivaUna selva en nosotrosJosé de la Colina

Cesare Pavese

sec 04 ok_Revista UNAM 31/03/10 04:27 p.m. Page 108