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TEMA 6: LA POBLACIÓN ESPAÑOLA 1. Distribución de la población 2. Los movimientos naturales de la población 3. La movilidad espacial de la población 4. La estructura demográfica española y perspectivas 1. DISTRIBUCIÓN DE LA POBLACIÓN En la actualidad, con una densidad de población de 93,51 habs./km 2 , la población española se encuentra muy desigualmente repartida en el conjunto del territorio estatal. Desde la segunda mitad del siglo XIX hasta hoy se observa una clara tendencia a la concentración en determinados espacios a costa de grandes vacíos en amplias áreas que pierden progresivamente peso relativo en el conjunto nacional. Concretando, la periferia, urbana e industrial, ha aumentado su población a costa de las pérdidas del interior rural, con la excepción de algunos oasis como Madrid y, en menor medida, Zaragoza y Valladolid. De este modo, la población española es eminentemente urbana (77,6%). Por otro lado, si en la primera mitad del siglo XX se desarrolló la población, sobre todo, en el triángulo Madrid-Barcelona-Vizcaya, en los primeros años del siglo XXI lo que crece es el triángulo meridional Madrid-Valencia-Málaga, además de los archipiélagos. Se está produciendo, por tanto, un movimiento que podríamos denominar “heliotrópico”, por el que los habitantes se dirigen cada vez más hacia los lugares soleados, que son también, paradójicamente, aquellos en los que escasea el agua dulce. Tal tendencia heliotrópica tiene su paralelo en el declive de la industria pesada y de la economía ganadera del norte peninsular frente al correspondiente auge de la industria turística y de la agricultura de regadío, que son modelos de expansión demográfica en relación con los ciclos de la coyuntura económica. Las provincias de la cornisa cantábrica, que vieron crecer su censo en el ciclo expansivo desarrollista (1960-1975), redujeron considerablemente su crecimiento demográfico a partir de 1975, debido a la reconversión y desmantelamiento industrial. En cambio, las provincias del arco mediterráneo contuvieron el crecimiento demográfico en el ciclo desarrollista, mientras que presenciaron un renovado auge en la fase posterior. Las provincias que se han defendido mejor de la pasada crisis económica de la década de 1970 han sido las que se han apoyado en la actividad de los servicios. Las que han padecido más esos efectos de la crisis han sido algunas provincias agrarias interiores y las que se asentaban en la industria pesada o básica, que desde entonces han ido perdiendo población progresivamente hasta la actualidad.

La población

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Page 1: La población

TEMA 6: LA POBLACIÓN ESPAÑOLA

1. Distribución de la población

2. Los movimientos naturales de la población

3. La movilidad espacial de la población

4. La estructura demográfica española y perspectivas

1. DISTRIBUCIÓN DE LA POBLACIÓN

En la actualidad, con una densidad de población de 93,51 habs./km2, la población

española se encuentra muy desigualmente repartida en el conjunto del territorio estatal.

Desde la segunda mitad del siglo XIX hasta hoy se observa una clara tendencia a la

concentración en determinados espacios a costa de grandes vacíos en amplias áreas que

pierden progresivamente peso relativo en el conjunto nacional. Concretando, la periferia,

urbana e industrial, ha aumentado su población a costa de las pérdidas del interior rural, con la

excepción de algunos oasis como Madrid y, en menor medida, Zaragoza y Valladolid. De este

modo, la población española es eminentemente urbana (77,6%).

Por otro lado, si en la primera mitad del siglo XX se desarrolló la población, sobre todo,

en el triángulo Madrid-Barcelona-Vizcaya, en los primeros años del siglo XXI lo que crece es el

triángulo meridional Madrid-Valencia-Málaga, además de los archipiélagos. Se está

produciendo, por tanto, un movimiento que podríamos denominar “heliotrópico”, por el que

los habitantes se dirigen cada vez más hacia los lugares soleados, que son también,

paradójicamente, aquellos en los que escasea el agua dulce. Tal tendencia heliotrópica tiene su

paralelo en el declive de la industria pesada y de la economía ganadera del norte peninsular

frente al correspondiente auge de la industria turística y de la agricultura de regadío, que son

modelos de expansión demográfica en relación con los ciclos de la coyuntura económica.

Las provincias de la cornisa cantábrica, que vieron crecer su censo en el ciclo expansivo

desarrollista (1960-1975), redujeron considerablemente su crecimiento demográfico a partir

de 1975, debido a la reconversión y desmantelamiento industrial. En cambio, las provincias del

arco mediterráneo contuvieron el crecimiento demográfico en el ciclo desarrollista, mientras

que presenciaron un renovado auge en la fase posterior. Las provincias que se han defendido

mejor de la pasada crisis económica de la década de 1970 han sido las que se han apoyado en

la actividad de los servicios. Las que han padecido más esos efectos de la crisis han sido

algunas provincias agrarias interiores y las que se asentaban en la industria pesada o básica,

que desde entonces han ido perdiendo población progresivamente hasta la actualidad.

Page 2: La población
Page 3: La población

2. LOS MOVIMIENTOS NATURALES DE LA POBLACIÓN

A. REGÍMENES DEMOGRÁFICOS ANTIGUO, DE TRANSICIÓN Y ACTUAL

La población española ha experimentado lo que se conoce como transición

demográfica en la modalidad pionera típica de las sociedades encuadradas en el ámbito de la

civilización europea. No obstante, en España, la transición empezó tarde y de forma algo

diferente al modelo avanzado de los países atlánticos o del noroeste, padeciendo de un

modelo atrasado, característico de los países mediterráneos, con una cronología propia y

ciertas peculiaridades. Si en aquéllos la transición se prolongó durante dos siglos, en éstos se

completó en apenas algo más de uno. En cualquier caso, se pasó de una situación llamada

pretransicional, correspondiente a una etapa multisecular, iniciada en el remoto Neolítico y

que empieza a cambiar en Europa a finales del siglo XVIII (casi un siglo más tarde en España), a

una situación llamada postransicional, que empezó a insinuarse en la segunda mitad del siglo

XX. De este modo, a fines del siglo XX, casi todas las poblaciones europeas, entre ellas la

española, habían llegado, al menos en términos demográficos, a la misma meta, a la

postransición.

El modelo inicial (régimen demográfico antiguo) se caracterizaba por una modesta

densidad de población, de neto predominio rural, una fuerte proporción de jóvenes y un débil

o nulo crecimiento numérico a causa de una alta mortalidad (30-40%0), provocada por diversas

plagas (hambrunas, guerras y epidemias), difícilmente superada por una también alta

natalidad (30%0).

El modelo final (régimen demográfico moderno) presenta también un crecimiento

débil, o incluso negativo, pero en un contexto radicalmente distinto caracterizado por altas

densidades con neto predominio urbano y una débil proporción de jóvenes, debida a un nuevo

empate de la natalidad y la mortalidad, pero ahora en niveles muy bajos.

De lo dicho se desprende que entre ambos estadios hubo de haber un fuerte

crecimiento poblacional (se pasó de bajas a altas densidades), y este crecimiento fue debido a

un insólito, por persistente, superávit de los nacimientos sobre las defunciones. No obstante,

esta ventaja persistente de la vida sobre la muerte presentó dos fases muy diferenciadas. En la

primera, la mortalidad descendió de modo sostenido (aunque comienza a esbozarse en el siglo

XVIII no culmina hasta 1900), mientras la natalidad se mantenía elevada (hasta 1900), pero a

partir de cierto momento (1950) la divergencia se trocó en convergencia: la natalidad empezó

a descender (salvo el paréntesis del boom demográfico de los años sesenta) y a mayor ritmo

que la mortalidad, con lo cual, ambas curvas tendieron a la baja ahora por caminos

convergentes. En la primera fase de la transición, se dio un crecimiento cada vez mayor,

acelerado, y al revés sucedió en la segunda fase.

Los factores sociales y económicos que hicieron posible en Europa la transición al

lograr, de modo sostenido, unas tasas de crecimiento económico más altas que las

demográficas, se centraron en lo que se denomina genéricamente revolución industrial, pero

que también fue agrícola, mercantil, científica, cultural, etc. Sin embargo, la calamitosa

situación política y económica sufrida a lo largo de gran parte del siglo XIX dificultó la

sintonización de la sociedad española con la prodigiosa dinámica modernizadora de algunos

países como Gran Bretaña y Francia. En la mayor parte de las regiones ibéricas se conservaron

casi intactas las viejas estructuras agrarias y sólo en unos pocos lugares soplaron aires de

Page 4: La población

modernidad (Cataluña y Baleares). Por consiguiente, el crecimiento demográfico (se pasó de 9

millones de españoles en 1750 a 18 millones en 1900) se debió a otros factores coyunturales

que no resultaron en ningún caso de una verdadera transformación social y económica.

Será a finales del siglo XIX y durante el siglo XX, cuando los avances socioeconómicos,

modestos hasta ese momento, consoliden la transición demográfica, cuyo saldo más

significativo ha sido el gran crecimiento demográfico experimentado en el periodo

comprendido entre 1900 y 1975, cuando la población se duplicó (de 18 millones de españoles

hasta 36 millones), lo que se tradujo en importantes movimientos espaciales, tanto interiores

como exteriores. A partir de 1975 España entra de lleno en la etapa postransicional.

En los albores del tercer milenio la pirámide de edades de la población española diste

de ser una imagen de solidez. Las barras basales, correspondientes a los nacidos en las dos

últimas décadas, forman una encogida peana sobre la que reposan unos grupos opulentos de

adultos jóvenes. Casi 2/3 de los españoles tienen entre 20 y 64 años. A tantos adultos

corresponden una débil carga de seres dependientes: niños y jóvenes (0-19 años) y ancianos

(65 y más años). Los primeros representan algo menos de 1/4 de la población y los segundos

menos de 1/5, aunque aquéllos siguen retrocediendo mientras éstos van aumentando. En

resumen, estamos en presencia de una estructura funcional hoy y también a medio plazo. No

obstante, el descenso de la oferta de nuevos activos es ineluctable, cada año entran en edad

laboral contingentes más mermados. Este es un viejo problema que ha tenido siempre una

solución: la inmigración. Por tanto, la población española, como la de muchos otros países

europeos, tiende a la pluralidad étnica. Que estas gentes, tan necesarias, se incorporen y

convivan en paz con los autóctonos es el gran reto del tercer milenio.

Page 5: La población

B. NATALIDAD, MORTALIDAD, ESPERANZA DE VIDA

Para comprender el comportamiento demográfico de la población española es

necesario remontarse, al menos, a las primeras décadas del siglo XX, ya que los efectivos

poblacionales actuales son, en buena medida, el resultado de la evolución seguida a lo largo de

él, que viene marcada por distintos hitos que difieren cronológicamente de los seguidos por

los países europeos vecinos.

Desde comienzos del siglo XX hasta la actualidad, la tasa bruta de natalidad ha

decrecido ininterrumpidamente (con baches como el de la guerra civil y la posguerra), a

excepción de la década de 1960 en la que se produce un aumento. Luego volvió a descender,

al principio de un modo lento, pero a partir de 1975 de forma acelerada hasta llegar a ser una

de las más bajas de Europa, alcanzando su mínimo en 2003 (9,3%0). En los años siguientes la

natalidad aumentó ligeramente hasta rozar el 11%0 en 2008 debido a la inmigración

extranjera. Sin embargo, con el inicio de la crisis en 2008 la tasa comenzó a descender y en la

actualidad se sitúa en un 10,15 %0.

El descenso de la fecundidad en España ha registrado una evolución particular durante

la segunda mitad del siglo XX, en comparación a la de la mayoría de los países europeos.

Después de la caída como consecuencia de la guerra civil, el índice sintético de fecundidad se

recuperó en 1940, y con altibajos su recuperación se prolongó hasta principios de los años

sesenta, cuando se produce el boom demográfico que elevó a casi 3 la media de hijos por

mujer. Este índice se mantuvo hasta 1975, lo que constituye una evolución particular dentro

de la experiencia europea. En los quince años siguientes la fecundidad española se redujo más

de un 50%, ritmo atenuado durante la década de 1990, para situarse al final de siglo en 1,15, el

más bajo de los países de Europa occidental. No obstante, el aumento de la proporción de

mujeres en edad fecunda en el conjunto de la población suplió en parte el descenso del índice

sintético de fecundidad, puesto que la tasa bruta de natalidad desde 1975 ha descendido un

40%. Sin embargo, el efecto de la estructura está disminuyendo en estos años, iniciándose una

inversión a medida que las generaciones menos numerosas van llegando a la edad de tener

Page 6: La población

hijos. Este descenso se ha compensado con la llegada de la inmigración extranjera, que en la

práctica ha subido a 1,4 actual el número medio de hijos por mujer.

El descenso de la fecundidad ha ido acompañado también de un cambio en la

estructura de las tasas de fecundidad específicas por grupos de edad. Como respuesta al

retraso en la formación de las parejas y el consiguiente aumento de la edad al primer

matrimonio, el descenso de la fecundidad de las mujeres más jóvenes ha sido más intenso,

situándose la edad media a la maternidad en 31 años. En ello ha influido también el cambio de

las pautas de comportamiento en la maternidad, siendo necesario asegurar antes ciertos

aspectos de la economía familiar (estabilidad laboral, proyección profesional, compra de un

piso, etc.). Por otra parte, también han variado los factores subjetivos como la menor presión

social para la maternidad en la mujer.

Por lo que respecta a la mortalidad, el descenso de la tasa bruta se retrasó en España

con respecto a los países europeos (28%0 en 1900). Sin embargo, en la década de 1980 esta

tasa descendió por debajo del 7,5%0, situándose entre las más bajas de Europa y el mundo,

gracias, en parte, a la composición por edades de la población. En los años noventa aumentó

hasta llegar en la actualidad a un 9,3%0, a causa del envejecimiento progresivo.

La tasa específica de mortalidad infantil también descendió durante todo el siglo XX,

siendo destacable el hecho de que España es hoy uno de los países europeos que presenta

menor tasa de mortalidad infantil (3,5%0 en 2006).

Otro factor importante que hay que tener en cuenta es la esperanza de vida al nacer,

que ha aumentado considerablemente a lo largo del siglo XX. Así, en 1900 era de 34,7 años,

mientras que en la actualidad llega a 82 años, tan sólo superada, en todo el mundo, por Japón.

A este respecto, hay que añadir que dicho indicador presenta valores diferenciales para cada

uno de los sexos, siendo claramente favorable para las mujeres. De este modo, la esperanza de

vida para el sexo masculino es de 79 años, mientras que para el femenino es de 85 años.

En cuanto a las causas médicas por las que muere la población española, la estructura

de la mortalidad está dominada por las enfermedades del cáncer, seguidas a cierta distancia

de las enfermedades del aparato circulatorio.

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En consecuencia, el comportamiento demográfico de la población española es el típico

de un modelo envejecido, caracterizado por una población anciana superior al 10% y una

población joven inferior al 25%. Por tanto, el crecimiento vegetativo es débil, inferior al 1%

anual (0,2% en 2008), consecuencia de bajas tasas de natalidad y tasas de mortalidad en

ascenso. No obstante, este modelo presenta tanto ventajas como inconvenientes. Las ventajas

derivan del poco esfuerzo que las generaciones medias tienen que realizar para el

sostenimiento de la base de la pirámide, así como de la presencia de recursos sobrantes. Entre

los inconvenientes destaca el exceso de ancianos, con cargas pasivas, y el aumento de la

inmigración externa, para alimentar puestos de trabajo de tipo inferior, aumentando el

problema del racismo y la xenofobia.

3. LA MOVILIDAD ESPACIAL DE LA POBLACIÓN

A. LAS MIGRACIONES INTERIORES

El movimiento de la población en el interior de nuestro espacio geográfico es el que

más ha afectado en la redistribución espacial de ésta. Las causas de estos movimientos

demográficos se encuentran en los desequilibrios socioeconómicos sectoriales y espaciales

(campo-ciudad e interregionales), suscitados por la industrialización, la urbanización, la

mecanización del campo, la terciarización metropolitana y turística hasta la crisis de los años

setenta.

Tomando como criterio clasificador estas características, podemos diferenciar varias

etapas en la dinámica poblacional con respecto a las migraciones interiores.

El último tercio del siglo XIX está caracterizado por un éxodo rural que se intensificará

y acelerará hasta la década de 1970, dirigido a ciudades y regiones industriales, consecuencia

del excedente laboral del sector primario. Las corrientes internas se dirigen principalmente a

Madrid, Barcelona y País Vasco, atrayendo la siderurgia vasca a castellanos viejos y la industria

textil y química catalana a aragoneses y levantinos. La capital estatal se nutre de contingentes

del interior peninsular.

Hasta los años treinta del siglo XX se incrementa el flujo migratorio interno,

consecuencia de la mecanización de las zonas cerealísticas y de la filoxera en zonas

vitivinícolas, siendo las provincias de destino las mencionadas en la etapa anterior. A partir de

1930 decayeron las migraciones interiores de origen económico por varios motivos: crisis

económica mundial (que produce sus efectos tardíamente en España) y avatares de la

República y guerra civil con sus secuelas. Durante los años cuarenta sólo existe cierta

emigración hacia la actividad terciaria de las grandes ciudades. Los años cincuenta ven renacer

las tradicionales corrientes hacia la industria catalana y vasca o la nueva industria madrileña.

Entre 1960 y 1975 se intensifica el éxodo rural directo hacia las grandes ciudades. Es a

partir de la desarrollista década de 1960 cuando, junto con los destinos tradicionales (Madrid,

Barcelona y País Vasco), merced a los Polos de Desarrollo Industrial de carácter estatal

(Zaragoza, Valladolid, Oviedo, Vigo, La Coruña, etc.) y a los forales (Navarra y Álava), y gracias

también al turismo del litoral mediterráneo e insular, se multiplican los destinos de los

campesinos que salen del interior rural.

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A partir de 1975 la crisis económica mundial, que tuvo manifestaciones algo tardías en

España, se hizo sentir en los movimientos interiores: el paro, especialmente en las zonas

industriales, provocaría la falta de atracción de las regiones tradicionalmente inmigracionales.

Desde entonces el retorno al campo de los jubilados y recientemente de todos los estratos

biológicos ha superado en número a la salida hacia las grandes ciudades de los jóvenes

solteros.

Por lo que respecta a las consecuencias de las migraciones interiores, éstas son muy

variadas. La primera de ellas son los desequilibrios demográficos, con el vaciamiento del

interior y la centrifugación de las grandes densidades a la periferia, con excepción de algunos

oasis como Madrid, Valladolid y Zaragoza.

En el orden demográfico-estructural las migraciones campo-ciudad han supuesto en el

lugar de origen el envejecimiento de la población, baja natalidad, desequilibrio entre sexos y

aumento de la tasa bruta de mortalidad. Por el contrario, en las áreas receptoras se ha

producido un rejuvenecimiento y crecimiento de la población, aumento de la natalidad,

aunque también tensiones y conflictos sociales.

En el plano económico en el lugar de origen se ha producido una pérdida de

inversiones y de capitales familiares, mientras que en el lugar de destino también ha tenido

sus inconvenientes, como la congestión de las áreas urbanas y el encarecimiento de la

vivienda.

Por último, en el orden ecológico también se han suscitado problemas en ambos

extremos del salto migratorio. En las áreas emisoras la creación de desiertos demográficos

deja abandonados ecosistemas antrópicos milenarios en los que la conservación del medio

exige como primera medida la repoblación humana. En las grandes metrópolis la

contaminación atmosférica, la escasez y falta de calidad del abastecimiento hídrico, los ruidos,

el deterioro de los cascos históricos son otras tantas consecuencias de la inmigración y el

crecimiento acelerado y desmesurado.

B. LAS MIGRACIONES EXTERIORES

La distinta participación regional en las migraciones exteriores ha contribuido, junto

con los movimientos interiores, a los desequilibrios demográficos regionales.

Las últimas décadas del siglo XIX conocen un progresivo incremento de la emigración

exterior, que alcanzó su cenit en vísperas de la I Guerra Mundial. Después del paréntesis del

conflicto internacional, se reanudan las migraciones exteriores en los años veinte, pero ya en

clara competencia con las interiores. La crisis económica mundial, seguida de la II República, la

guerra civil y el bloqueo internacional, reducen o detienen las salidas por motivos económicos

durante los decenios de 1930 y 1940. En 1946 se restablece la ley que autoriza la libre salida

de España, pero la emigración sólo cobrará fuerza a partir de 1949, con la superación del

bloqueo de la ONU. En la década siguiente, se supera el volumen emigracional del primer

decenio del siglo XX, y durante los años sesenta se mantiene alto, facilitando el desarrollo

económico del país. Una nueva crisis económica mundial, en 1973, pone fin a las corrientes

migratorias exteriores españolas. El quinquenio 1970-1975 es el de los retornados, lo que

engrosa el paro durante los años ochenta, ya de por sí elevado por la propia crisis española. A

pesar de que la emigración exterior se volvió insignificante, a partir de los años ochenta, hoy

todavía residen fuera de España unos dos millones de personas nacidas aquí.

Page 9: La población

Respecto a las principales zonas de acogida, han sido, por orden cronológico, las

siguientes: Argelia, América y Europa.

La emigración desde el Levante español a Argelia se inició con la colonización francesa

(1830) y duró hasta 1881. La procedencia y destino de los emigrantes españoles a Argelia

estaban condicionados por la proximidad geográfica: mallorquines y valencianos se dirigían a

Argel, mientras que murcianos, alicantinos y almerienses preferían el oranesado.

La corriente emigratoria a las Américas, iniciada en 1853, se intensificó durante la

segunda mitad del siglo XIX y principios del XX, hasta alcanzar su paroxismo en vísperas de la I

Guerra Mundial. Desde 1919 se reanuda, pero con menos fuerza que antes, produciéndose a

partir de 1931 muchos más retornos que salidas. En esta primera fase las direcciones

predominantes apuntaban a las Antillas, Río de la Plata (Argentina y Uruguay), Brasil, México y

Venezuela, por la necesidad de mano de obra para sus colonizaciones agrarias. Esta emigración

era definitiva, estimulada por las afinidades lingüísticas y culturales, y atrajo a un gran número

de españoles: medias anuales de 50.000 en el último tercio del siglo XIX, 150.000 en la primera

década del siglo XX, 35.000 en el decenio de 1930 y 25.000 en el quinquenio de 1950-1955.

Éstas son medias que suponen un movimiento absoluto de 2.150.000 emigrantes registrados

entre 1905 y 1955. por otro lado, la corriente americana se nutrió fundamentalmente de

gallegos, asturianos y canarios.

El carácter de la emigración española a los países iberoamericanos al reanudarse en los

años cuarenta es diferente, al impulsarse desde las Repúblicas sudamericanas una migración

selectiva (agricultores preparados, obreros y técnicos industriales). España, que había

aportado con ocasión de la guerra civil una emigración forzada de cuadros de alta cualificación

a México y Argentina, no estaba en condiciones de suministrar grandes contingentes de

población con estas cualidades. Esta reducción numérica de la corriente española se justifica

también al orientarse el movimiento migratorio a partir de 1960 hacia los países europeos.

La atracción inmigracional de Europa noroccidental se dio desde el momento en el que

madura su transición demográfica y la industrialización exige para los puestos de trabajo más

duros mano de obra extranjera, ya que la nacional, disminuida por el control de la natalidad,

ocupa los puestos más altos. España durante los años cincuenta y sesenta, en pleno éxodo

rural, con una industrialización interior insuficiente para enjugar el crecimiento vegetativo alto

provocado por la natalidad sostenida, y sin las ventajas anteriores en la migración ultramarina,

aporta fuertes contingentes a la corriente europea. Esta corriente se intensificó desde 1956 y

sobre todo desde la Plan de estabilización (1959) hasta la gran crisis de 1973. La mayor parte

de nuestra emigración europea ha ido a Francia, Alemania y Suiza, mientras que la procedencia

de los emigrados a escala regional da los valores máximos para Andalucía, Galicia y la región

central. En cuanto al volumen, este movimiento se inició con números de cierta importancia en

el quinquenio de 1955-1959, en un promedio de 25.000 emigrantes anuales, para llegar a la

cifra de los 62.000 de media en los años sesenta, alcanzando un total absoluto de 2.600.000 en

el periodo de 1955 a 1975.

La emigración a Europa contribuyó junto con el turismo a facilitar el desarrollo

económico de España de 1959 a 1973. Las remesas de los emigrantes permitieron equilibrar la

balanza de pagos. Por otra parte, la salida de excedentes laborales redujo notablemente el

paro en los años del desarrollismo. Sin embargo, cuando la economía europeo entró en crisis,

mucho de los sobrantes fueron reenviados (de modo más o menos forzado) a engrosar el

porcentaje de paro de nuestro país. Por último hay que señalar, a diferencia de la emigración a

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América, el desarraigo de una población sociológica y culturalmente mal preparada para

instalarse en las grandes ciudades extranjeras, con la barrera del idioma.

C. LA INMIGRACIÓN ACTUAL

Desde mediados de los años ochenta los flujos de inmigración extranjera han tomado

el relevo en las corrientes migratorias que afectan a España, superando ya el millón y medio

(los “sin papales” quedan al margen). La procedencia es muy diversa: países europeos (Unión

Europea y países del este), norteafricanos (Marruecos y Argelia), iberoamericanos (Ecuador,

Colombia, Perú, República Dominicana, Cuba, Argentina) y asiáticos (China y Filipinas). Las

Comunidades donde residen mayoritariamente son Madrid, Cataluña, Andalucía, Comunidad

Valenciana y Canarias.

La heterogénea composición del flujo inmigratorio refleja la suma de diversos factores

que coinciden en su paulatino crecimiento, como son: el proceso de envejecimiento de los

países del centro y norte de Europa, con muchos jubilados atraídos por las condiciones

climáticas del litoral mediterráneo o canario; la migración de cuadros técnicos y directivos,

procedentes también de países europeos, que han llegado a España relacionados con la

inversión internacional de capitales en la década de los ochenta; y la crisis socioeconómica que

ha provocado el endeudamiento de los países iberoamericanos y norteafricanos, unida a una

situación de excedente de población en edad activa, fruto a su vez de la fase de mayor

crecimiento que están atravesando estos países en su correspondiente proceso de transición

demográfica. Esto mismo está ocurriendo también, pero con tintes más dramáticos, en los

países subsaharianos, donde la crisis es mucho más profunda y la salida más desesperada. Los

extracomunitarios suelen trabajar principalmente en agricultura, pesca, construcción y servicio

doméstico. Por último, tampoco faltan los inmigrantes políticos, con falta de derechos civiles

en su país.

Ha sido esta inmigración extracomunitaria la que ha frenado el descenso de la

natalidad española y la que ha permitido superar la cota de los 40 millones de habitantes en

nuestro país (2000), algo impensable durante la última década del siglo pasado. A fecha de 1

de enero de 2012 el total de la población española ascendía ya a 46.196.278 millones. Sin

embargo, el Instituto Nacional de Estadística (INE) ha proyectado para 2013 un descenso de la

población (sería el primero desde 1981) debido a la paralización de la inmigración, que ha sido

superado por la emigración, el aumento de las defunciones, la caída de la natalidad y la

reducción de mujeres en edad fértil.

4. LA ESTRUCTURA DEMOGRÁFICA ESPAÑOLA Y PERSPECTIVAS

A. DISTRIBUCIÓN POR GRUPOS DE EDAD Y SEXO

Para el estudio de la edad hay que considerar la situación de principios del siglo XX y el

impacto de las migraciones a partir de 1960. En 1900 los contrastes no son tan acusados y las

provincias más envejecidas son las que iniciaron antes la transición demográfica (en general la

mitad sur cuenta con una población más joven que la mitad norte). A partir de 1960 se

producen importantes distorsiones, produciéndose un envejecimiento por fuerte emigración

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en las áreas de salida y un rejuvenecimiento por inmigración en las áreas de llegada. En todo

caso, la tendencia general ha sido hacia el envejecimiento, de modo que hoy la población de

menos de 15 años tan sólo representa el 14,6% del total, contra el 16,8% de más de 65 años.

En los últimos años la inmigración extracomunitaria ha producido un ligero rejuvenecimiento

de la población española.

Por lo general, a medida que una población envejece se produce un descenso en la

tasa de masculinidad, puesto que la mortalidad tiene mayor incidencia entre los hombres que

entre las mujeres. Por otro lado, en el caso español ha incidido mucho en este aspecto la

inmigración, que en muchos casos ha sido esencialmente masculina, y la guerra civil. De ahí

que las mujeres superen en casi un millón a los hombres. Ya hemos comentado anteriormente

que la esperanza de vida es también mayor en el sexo femenino que en el masculino.

B. POBLACIÓN ACTIVA: OCUPADA Y PARADA

Los factores que influyen en la tasa de actividad son varios. Por un lado demográficos,

como el porcentaje de jóvenes y de ancianos o el predominio de la emigración o la

inmigración. Por otro lado económicos, como el nivel de desarrollo. Y por último

socioculturales, como la duración de la escolarización, el trabajo de la mujer fuera del hogar y

la edad de jubilación.

Desde comienzos del s. XX hasta la década de 1990 la tasa de actividad descendió

debido a la emigración y al aumento de la tasa de dependencia. Desde 1991 la tasa de

actividad ha experimentado un fuerte crecimiento por varias razones: la implantación de un

nuevo sistema de medición (la EPA), la progresiva incorporación de la mujer al mercado

laboral, la prosperidad económica y la inmigración.

Por lo que respecta a la población parada, la tasa de paro ha pasado por diferentes

etapas. Hasta 1973 no superaba el 3% debido a la emigración y la escasa incorporación de la

mujer al mercado laboral. En los años siguientes el paro se incrementó por la crisis industrial,

los emigrantes retornados, la progresiva incorporación de la mujer al mercado laboral y un

mayor porcentaje de población adulta-joven, fruto de la generación del baby boom. Hasta

1995 la tasa de paro fluctuaba en consonancia con los ciclos económicos (mejora económica

entre 1985-1990 y empeoramiento económico entre 1990-1995). A partir de 1995 el paro

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descendió notablemente debido a la buena coyuntura económica, la incorporación al mercado

laboral de generaciones menos numerosas y las reformas legislativas que flexibilizaron el

empleo. Desde 2007 la tasa de paro se ha disparado, pasando del 8% al 25% actual, debido a la

crisis actual que ha destruido la mayor parte del empleo que se había creado en la etapa

anterior, sobre todo en el sector de construcción y derivados.

C. COMPOSICIÓN POR SECTORES ECONÓMICOS

La estructura socioeconómica ha conocido importantes modificaciones en las últimas

décadas. Desde 1960 se ha producido una doble evolución estrechamente relacionada con los

procesos de industrialización y terciarización. Por un lado se produce un fuerte descenso del

personal dedicado a las tareas del sector primario, y por otro, un incremento de todas aquellas

profesiones vinculadas a los sectores secundario y terciario. Junto a estas modificaciones se da

otra, no menos importante, consistente en el aumento de la población asalariada.

En las dos últimas décadas se ha elevado el grado de terciarización del mercado de

trabajo en todas las Comunidades, en algunos casos no por el dinamismo del sector, sino por el

retroceso de los otros. Así, el 68% de la población activa española está empleada en el sector

servicios, mientras que el secundario se ha reducido hasta un 28%. El sector primario ya sólo

representa un 4% de la población activa. Estos porcentajes demuestran que el sector terciario

es el motor de la economía española.

Page 13: La población

D. FUTURO DE LA POBLACIÓN ESPAÑOLA

http://www.ine.es/prensa/np744.pdf