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96 ARTÍCULOS La trampa ideológica El siglo XX ha sido considerado como el siglo de las ideologías, como el período en el que la políti- ca estuvo casi enteramente al servi- cio de ellas. La polarización que se derivó de esta situación ocasionó conflictos bélicos, sociedades divi- didas y un posterior repulso a todo lo que tuviera que ver con la razón. Las ideologías, entendidas como “ideas desrealizadas que oscilan entre la utopía y la pa- nacea”, o como “el conjunto de ideas que han dejado de ser pen- sadas”, surgen en la Ilustración y son hijas de la modernidad, cuya raíz es una concepción inmanen- tista de la actividad humana, a la que busca liberar de toda referen- cia a una realidad trascendente y a Gonzalo Fernández de la Mora, El Crepúsculo de las Ideologías, Madrid: Espasa Calpe, 986, Quinta Edición. Jesús Silva-Herzog Márquez, “La evasión ideológica”, Reforma, 3 de agosto de 00. La política, más allá de las ideologías Fernando Rodríguez Doval Director de Formación de la Fundación Rafael Preciado Hernández. la noción de que algo ajeno a este mundo y al hombre está detrás de los fenómenos. Las ideologías son, de esta forma, teorías auto- rreferenciadas y completas que explican y justifican todo cuanto existe y sucede. Se constituyen como fundamentos unívocos y modelos cerrados que se procla- man como verdaderos. 3 Ideología no es lo mismo que doctrina, o que un orden de prin- cipios de la conducta política, tan necesarios y deseables. En mu- chos casos, la ideología tiene un fuerte componente mítico que, por su misma definición, se con- trapone a las ideas que surgen de la reflexión y el razonamiento. Esto lo podemos apreciar con claridad, valga el ejemplo, en las ideologías 3 Aún cuando las ideologías emergen como una respuesta moderna a la antigua cosmovisión teocéntrica, no podemos negar los intentos, en algunos casos, de revestirlas con ropajes religiosos o, peor aún, de interpretar algunas religiones en clave ideológica, o generar ideologías a partir de determinadas creencias sagradas. Un buen ejemplo de ello es la ideología yihadista en los musulmanes, el sionismo en los judíos, o la teología de la liberación en los católicos. nacionalistas o etnicistas: existe un mito fundador de una determinada comunidad o nación que se extien- de hasta nuestros días y constru- ye una utopía o paraíso futuro en torno a él. En varias ocasiones, las ideologías deambulan entre la nos- talgia, es decir, la apelación a algo que ya fue y no volverá a ser, y la melancolía, o sea, algo que nunca fue pero pudo haber sido. La ideología ciega o, peor aún, impone unos pesados anteojos que miran toda la realidad desde su distorsión, ofreciendo una ex- plicación sesgada a todo cuanto existe y sucede. Utilizando la ter- minología de los estudiosos de la opinión pública, podríamos decir que la ideología funciona como un atajo informativo que ahorra la ne- cesidad de pensar e indagar de- masiado. Como bien señaló Imre Kertész, la ideología ofrece seguri- Véase una explicación del nacionalismo vasco en Jon Juaristi, El bucle melancólico, Madrid: Espasa, 00. Véase Samuel L. Popkin, The Reasoning Voter, Chicago: The University of Chicago Press, 99.

La política más allá de las ideologías

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Fernando Rodriguez DovalLa política más allá de las ideologías

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    La trampa ideolgicaEl siglo XX ha sido considerado como el siglo de las ideologas, como el perodo en el que la polti-ca estuvo casi enteramente al servi-cio de ellas. La polarizacin que se deriv de esta situacin ocasion conflictos blicos, sociedades divi-didas y un posterior repulso a todo lo que tuviera que ver con la razn.

    Las ideologas, entendidas como ideas desrealizadas que oscilan entre la utopa y la pa-nacea, o como el conjunto de ideas que han dejado de ser pen-sadas, surgen en la Ilustracin y son hijas de la modernidad, cuya raz es una concepcin inmanen-tista de la actividad humana, a la que busca liberar de toda referen-cia a una realidad trascendente y a

    Gonzalo Fernndez de la Mora, El Crepsculo de las Ideologas, Madrid: Espasa Calpe, 986, Quinta Edicin.

    Jess Silva-Herzog Mrquez, La evasin ideolgica, Reforma, 3 de agosto de 00.

    La poltica, ms all de las ideologasFernando Rodrguez Doval

    Director de Formacin de la Fundacin Rafael Preciado Hernndez.

    la nocin de que algo ajeno a este mundo y al hombre est detrs de los fenmenos. Las ideologas son, de esta forma, teoras auto-rreferenciadas y completas que explican y justifican todo cuanto existe y sucede. Se constituyen como fundamentos unvocos y modelos cerrados que se procla-man como verdaderos.3

    Ideologa no es lo mismo que doctrina, o que un orden de prin-cipios de la conducta poltica, tan necesarios y deseables. En mu-chos casos, la ideologa tiene un fuerte componente mtico que, por su misma definicin, se con-trapone a las ideas que surgen de la reflexin y el razonamiento. Esto lo podemos apreciar con claridad, valga el ejemplo, en las ideologas

    3 An cuando las ideologas emergen como una respuesta moderna a la antigua cosmovisin teocntrica, no podemos negar los intentos, en algunos casos, de revestirlas con ropajes religiosos o, peor an, de interpretar algunas religiones en clave ideolgica, o generar ideologas a partir de determinadas creencias sagradas. Un buen ejemplo de ello es la ideologa yihadista en los musulmanes, el sionismo en los judos, o la teologa de la liberacin en los catlicos.

    nacionalistas o etnicistas: existe un mito fundador de una determinada comunidad o nacin que se extien-de hasta nuestros das y constru-ye una utopa o paraso futuro en torno a l. En varias ocasiones, las ideologas deambulan entre la nos-talgia, es decir, la apelacin a algo que ya fue y no volver a ser, y la melancola, o sea, algo que nunca fue pero pudo haber sido.

    La ideologa ciega o, peor an, impone unos pesados anteojos que miran toda la realidad desde su distorsin, ofreciendo una ex-plicacin sesgada a todo cuanto existe y sucede. Utilizando la ter-minologa de los estudiosos de la opinin pblica, podramos decir que la ideologa funciona como un atajo informativo que ahorra la ne-cesidad de pensar e indagar de-masiado. Como bien seal Imre Kertsz, la ideologa ofrece seguri-

    Vase una explicacin del nacionalismo vasco en Jon Juaristi, El bucle melanclico, Madrid: Espasa, 00.

    Vase Samuel L. Popkin, The Reasoning Voter, Chicago: The University of Chicago Press, 99.

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    dad al individuo. Ah radica en bue-na medida su carcter seductor: Es propio del ser humano insta-larse en un mundo dado como en un hogar. Amaestra sus objetos y conceptos como a los animales domsticos. Lo fundamental es poder agarrarse de algo que le haga olvidar la soledad y transi-toriedad. Para tal fin, la ideologa le ofrece un mundo completo si est dispuesto a transigir. Este mundo es por supuesto artificial, pero lo salvaguarda del peor pe-ligro que rodea al ser humano: la libertad. 6

    Este mismo autor, premio Nobel de Literatura 00, seal que el acontecimiento ms grave y quiz no del todo valorado de nuestro siglo XX es que el lengua-je se contagi de las ideologas y se convirti en algo sumamente peligroso.

    6 Imre Kertsz, Un instante de silencio en el paredn. El holocausto como cultura. Barcelona: Herder, 00, p. .

    dem, p. 6.

    Las ideologas no son simples elucubraciones tericas, sino que promueven una lnea de accin so-cial especfica, as como modelos morales y de conducta perfecta-mente bien definidos. En muchos casos, incluso, sirven para legitimar acciones y decisiones proyectadas de antemano. En este sentido, ad-quieren el carcter de creencias, de lugares comunes recibidos y acep-tados de los que el creyente no se hace cuestin. No obstante, suele ocurrir que la ideologa ensalce lo ptimo y fustigue el bien posible y que promueva un estado de cosas utpico, un ideal absolutamente inalcanzable que en el camino se convierte en una suerte de dilema entre el todo o nada, que cierta-mente cautiva, que electriza y em-belesa a los pueblos, que genera lealtades absolutas, pero que a la larga no se traduce en felicidad sino en destruccin.

    Los saldos de las ideologas omnicomprehensivas tan en boga en el siglo XX estn a la vista de to-

    dos. Comunismo, socialismo, fas-cismo, liberalismo o nacionalismo buscaron forzar la realidad para im-ponerle su ideologa y en el intento generaron campos de concentra-cin, sofisticadas maquinarias de guerra y destruccin, terrorismo y millones de muertos. Las utopas ideolgicas, tanto de izquierda como de derecha, dejaron un sen-dero de frustracin y resentimiento y, adems, no resolvieron los idea-les de libertad, igualdad y fraterni-dad que tanto pregonaban.

    Dos problemas contemporneos

    Hoy vivimos una situacin inte-resantemente paradjica. Mientras que en algunas partes del mundo el ideologismo renace con particular fuerza, en otros la ideologa ha cedi-do el paso a un escepticismo prag-mtico y absolutamente relativista.

    Empecemos por el segundo fenmeno. Frente a las ideologas totalitarias, cuyas funestas conse-cuencias ya han sido comentadas,

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    se alz a finales del siglo pasado el escepticismo pragmtico. La mo-dernidad en crisis gener la reaccin posmoderna la cual, sin proponer realmente una agenda de cambio, postula una ruptura con el orden disciplinario y convencional de la modernidad, desconfiando de siste-mas y de absolutos. Los individuos ya slo quieren vivir el presente y el futuro, sobre todo el colectivo, pierde importancia. Frente a las ideologas absolutas y cerradas, la posmoder-nidad propone un pensamiento d-bil y deconstruido, en el que prcti-camente todo tiene cabida.8

    En este escenario, propio de las sociedades postindustriales,9 im-pera la apata poltica. El ciudadano deja de ir a votar y, cada vez ms desideologizado, considera que no existen grandes diferencias entre los principales partidos, y percibe una desconexin entre sus necesi-dades y demandas por un lado, y las ofertas e iniciativas de los pol-ticos, por otro. Alternativas formas de participacin social comienzan a cobrar relevancia, al margen de los partidos y las elecciones.

    Colin Crouch, socilogo brit-nico, utiliza el concepto de posde-mocracia para referirse a aquellas situaciones en las que el aburri-miento, la frustracin y la desilu-sin han logrado arraigar tras un momento democrtico, y los po-derosos intereses de una minora cuentan mucho ms que los del conjunto de las personas corrien-tes a la hora de hacer que el siste-ma poltico las tenga en cuenta.0

    8 Vase Giani Vattimo, El pensamiento dbil, Santiago de Cuba: Ediciones Catedral, 998.

    9 Vase Ronald Inglehart, Modernizacin y posmodernizacin. El cambio cultural, econmico y poltico en 43 sociedades, Madrid: Centro de Investigaciones Sociolgicas, 00.

    0 Colin Crouch, Posdemocracia, Madrid: Taurus, 00.

    Es la poca del desencanto, de la negacin de la poltica, de la desilusin por el porvenir. El desva-necimiento de las ideas, reaccin extrema a los paradigmas ideol-gicos antes vigentes, conduce a un secularismo crudo y a una ti-ca acrrimamente individualista y hedonista en la que prcticamente todo vale, en la que no existe dife-rencia entre el bien y el mal, entre lo verdadero y lo falso, entre lo be-llo y lo feo. Algunos autores, como Lipovetsky, incluso han considera-do a los tiempos que nos toca vivir como la era del vaco.

    Desde una perspectiva huma-nista cristiana, este escenario no es, desde luego, una solucin al problema de las ideologas. No se puede confrontar el ideologis-mo dogmtico con un relativismo que en el fondo es igualmente opresor. Es imposible generar

    Gilles Lipovetsky, La era del vaco, Barcelona: Anagrama, 998.

    una vida genuinamente demo-crtica a partir de la negacin de que la verdad existe, o de la nocin pragmtica de que todo est sujeto a lo que digan las mayoras. Dice Rodrigo Guerra: La inteligencia requiere de cate-goras y de hbitos intelectuales para poder comprender. Las de-ficiencias de muchas ideologas no son argumentos para pro-mover tcita o explcitamente el desencanto por la razn, por el pensamiento y an por las pro-pias ideologas polticas.

    Tenemos en este escepticismo pragmtico e hbrido un primer punto de tensin y de preocupa-cin desde una ptica humanista. El otro, situado en el extremo opuesto, es tambin motivo de desasosiego y consiste en el virulento retorno en diversas partes del mundo, y espe-

    Rodrigo Guerra Lpez, Como un gran movimiento, Mxico: Fundacin Rafael Preciado Hernndez, 00, p. .

    Fernando Rodrguez Doval

    Las ideologas son, de esta forma, teoras autorreferenciadas y completas que expli-can y justifican todo cuanto existe y sucede. Se constituyen como fundamentos unvocos y modelos cerrados que se proclaman como verdaderos.

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    cficamente en nuestro continente hispanoamericano, de ideologas agresivas, utpicas y excluyentes.

    Lo mismo el integrismo musul-mn, el neoindigenismo racista, el socialismo del siglo XXI, el fe-minismo radical, el nuevo libera-lismo fundamentalista, el laicismo intolerante, el nacionalismo etni-cista o el ecologismo pantesta se aprovechan del descontento ge-nerado por la anomia posmoder-na y, sobre todo, de la profunda ignorancia que todava subsiste en muchos rincones de este planeta, para proponer recetas simplistas, enarboladas por demagogos mu-chas veces disfrazados de tcni-cos o hasta de cientficos.

    As pues, por un lado el escep-ticismo pragmtico y, por otro, el neoideologismo virulento y retri-co. En ninguno de los dos casos, sin embargo, la poltica est al ser-vicio de las personas.

    buscando soluciones que van ms all de las simplemente materiales. Deca Carlos Castillo Peraza que: Cualquier poltica que parta de una concepcin mutilada del ser humano acabar por ser adversa-ria al hombre, es decir, opresiva, injusta, contraria a la inteligencia, a la razn y a la libertad, y disolvente de la sociabilidad natural de la per-sona humana.

    La nocin de bien comn per-mite entender a la poltica como una actividad de servicio a la per-sona. Pero ese servicio tiene que ser efectivo y para ello es necesa-ria una tcnica que tambin est al servicio del hombre. Todas las so-ciedades avanzadas exigen cada vez ms en la prctica poltica un grado creciente de eficacia y espe-cializacin. Manuel Gmez Morin afirmaba que el espritu apostli-co sin tcnica no basta sino que tiende a fracasar. La tcnica, de-ca Gmez Morin, es la realizacin del conocimiento subordinado a un criterio moral, es la realizacin plena de la ciencia para servir a los seres humanos.

    La tcnica se deriva del estu-dio, del razonamiento, de la cien-cia, de la reflexin. De las ideas. Cuanto mayor es el desarrollo de un grupo humano, menor es la vigencia de las recetas simplistas de los demagogos y de las ideo-logas, y ms importante es el re-curso a las ideas acerca de lo que debe hacerse.

    Las pugnas ideolgicas, por su carcter limitado y pasional, son las menos propicias para el dilogo, tan necesario en la polti-

    Carlos Castillo Peraza, El porvenir posible, Mxico: Fondo de Cultura EconmicaFundacin Rafael Preciado Hernndez, 006, p. 8.

    Manuel Gmez Morn, 1915 y otros ensayos, Mxico: Jus, 98.

    Fernando Rodrguez Doval

    Una poltica al servicio de las personas

    Es necesario, en el mundo de hoy, abrumado por los extremos ideolgicos por un lado, y pragm-ticos y relativistas, por otro, insistir en una nocin de poltica al servicio de las personas. Efran Gonzlez Luna, clebre pensador mexicano, consideraba justamente que la po-ltica tiene que ser una tcnica de salvacin que permita superar un estado inferior para ascender a un estado superior, suprimiendo o mi-tigando subyugaciones.3

    La poltica, en una visin hu-manista, tiene primaca desde el momento en que se constituye en el mecanismo para construir un or-den social justo y al servicio de la persona a travs de la accin de los ciudadanos que quieren organizar su vida temporal tomando en sus manos su propio destino comn,

    3 Efran Gonzlez Luna, Humanismo Poltico, Mxico: EPESSA, 998.

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    ca. Por ello es necesario apostar por las ideas. Y de stas derivar un compromiso poltico claro y preciso. La accin poltica requie-re convicciones, teleologas que le den rumbo y sentido. El acti-vismo ciego no deja de ser hijo de una nocin ideolgica subya-cente, que da todo por sentado y abomina, paradjicamente, de las ideas y de la constante reflexin.

    Por eso, cuando se habla de centro poltico es imprescindible dotar este concepto de signifi-cado y de contenido. No hacer-lo puede darnos elementos para suponer que el centro poltico es sencillamente el lugar geomtrico en donde convergen todos los oportunismos o, en todo caso,

    una simple tctica electoral para maximizar el nmero de votos su-poniendo que ah se encuentra la mayora de los electores.6

    Una poltica basada en la ti-ca, perseguidora de la justicia, que est basada en una recta concepcin de la persona, que busque el bien comn, y que haga un uso efectivo de la tc-nica, ser una poltica al servicio del desarrollo humano integral, y estar eficazmente vinculada al progreso de los pueblos.

    Hay que enfatizar que la po-ltica es una actividad eminente-

    6 Vase Ricardo Montoso, Voto, ideologa y centro poltico, Bien Comn, No. , julio 00.

    Fernando Rodrguez Doval

    mente cultural, relacionada con el obrar y el hacer humanos, en tanto que en ella se manifiestan modos de pensar, nociones sobre lo que es bueno y lo que es malo, convicciones comunes acerca de lo que es valioso y lo que no lo es. A travs de la poltica debe-mos tambin permear una cul-tura humanista, que coloque en el centro de nuestro actuar a la persona en toda su extensin.

    De la poltica puede y debe esperarse, vuelvo a citar a Gmez Morin, que sea un instrumento para suprimir hasta donde sea posible los males que los hom-bres nos hacemos unos a otros, es decir, los males evitables.

    Termino esta intervencin citando nuevamente a Castillo Peraza. El ilustre filsofo y pol-tico mexicano vea la necesidad de que la poltica se deshiciera de las cargas ideolgicas mal-sanas, porque tiene un germen claramente totalitario. Hay que pugnar porque la poltica no sea el espacio desde el que se define lo que es el hombre, sino el lu-gar en el que todos los hombres reales puedan discutir acerca de su ser, sin matar ni matarse; en el que de algn modo com-pitan sin violencia las diversas definiciones posibles del ser del hombre, de la sociedad, de la nacin, del Estado, del gobier-no, del poder.

    Si trabajamos en ello, estare-mos haciendo de la poltica una actividad al servicio de las per-sonas o, como lo recuerda cons-tantemente la doctrina social cristiana, la forma ms acabada de la caridad social.

    Carlos Castillo Peraza, Op. Cit. p. 9.

    La nocin de bien comn permite entender a la poltica como una actividad de servicio a la persona. Pero ese servicio tiene que ser efectivo y para ello es necesaria una tcnica que tam-bin est al servicio del hombre. Todas las so-ciedades avanzadas exigen cada vez ms en la prctica poltica un grado creciente de eficacia y especializacin.