La Tentación de Existir

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  • 8/6/2019 La Tentacin de Existir

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    E. M. CIORAN

    LA TENTACION DE EXISTIR

    (La tentation d'exister - 1972)

    Pensar contra s mismo

    Debemos la casi totalidad de nuestros conocimientos a nuestras violencias, a la exacerbacin de

    nuestro desequilibrio. Incluso Dios, por mucho que nos intrigue, no es en lo ms ntimo de nosotrosdonde le discernimos, sino justo en el lmite exterior de nuestra fiebre, en el punto preciso en el que, alafrontar nuestro furor al suyo, resulta un choque, un encuentro tan ruinoso para El como paranosotros. Alcanzado por la maldicin que los actos conllevan, el violento no fuerza su naturaleza, no vams all de s mismo, ms que para volver de nuevo a s enfurecido, como agresor, seguido de susempresas, que vienen a castigarle por haberlas suscitado. No hay obra que no se vuelva contra su

    autor: el poema aplastar al poeta, el sistema al filsofo, el acontecimiento al hombre de accin. Sedestruye cualquiera que, respondiendo a su vocacin y cumplindola, se agita en el interior de lahistoria; slo se salva quien sacrifica dones y talentos para que, liberado de su condicin de hombre,pueda reposarse en el ser. Si aspiro a una carrera metafsica, no puedo a ningn precio guardar miidentidad; debo liquidar hasta el menor residuo que me quede de ella; mas si, por el contrario, meaventuro en un papel histrico, la tarea que me incumbe es exasperar mis facultades hasta queestalle con ellas. Siempre se perece por el yo que se asume; llevar un nombre es reivindicar un modoexacto de hundimiento.Fiel a sus apariencias, el violento no se desanima, vuelve a empezar y se obstina, ya que no puede

    dispensarse de sufrir. Que se encarniza en la perdicin de los otros? Es el rodeo que toma para llegara su propia perdicin. Bajo su aire seguro de s, bajo sus fanfarronadas, se esconde un apasionado dela desdicha. De este modo, es tambin entre los violentos donde se encuentran los enemigos de smismos. Y todos nosotros somos violentos, rabiosos que, por haber perdido la llave de la quietud, no

    tienen ya acceso mas que a los secretos del desgarramiento.En lugar de dejar al tiempo triturarnos lentamente, hemos credo oportuno sobreabundar en l, aadira sus instantes los nuestros. Ese tiempo reciente, injertado en el antiguo, ese tiempo elaborado yproyectado deba pronto revelar su virulencia; objetivndose, iba a convertirse en historia, monstruourdido por nosotros contra nosotros mismos, fatalidad a la que no podramos escapar, ni aunrecurriendo a las frmulas dc la pasividad, a las recetas de la sabidura.Intentar una cura de ineficacia; meditar sobre los padres taostas, su doctrina del abandono, del

    dejarse llevar, de la soberana de la ausencia; seguir, segn su ejemplo, el recorrido de la concienciacuando deja de tenrselas con el mundo y se moldea sobre todas las cosas, como el agua, elemento alque son afectos, eso ya podemos esforzarnos en lograrlo, que no lo conseguiremos jams. Elloscondenan juntamente nuestra curiosidad y nuestra sed de dolores; y en esto se diferencian de losmsticos, y singularmente de los de la edad media, hbiles en recomendarnos las virtudes de lacamisa de cerdas, de la piel de erizo, del insomnio, de la inanicin y del gemido.

    La vida intensa es contraria al Tao, ensea Lao-Tse, el hombre ms normal que hubiere. Pero elvirus cristiano nos recome: legatarios de los flagelantes slo refinando nuestros suplicios tomamosconciencia de nosotros mismos. Qu la religin declina? Perpetuaremos sus extravagancias, comoperpetuamos las maceraciones y los gritos de las celdas de antao, ya que nuestra voluntad de sufririguala a la de los conventos en la poca de su florecimiento. Si bien la Iglesia no goza ya delmonopolio del infierno, no por eso nos tendr menos anclados a una cadena de suspiros, al culto delpadecimiento, de la alegra fulminada y de la tristeza jubilosa.El espritu, tanto como el cuerpo, paga los gastos de la vida intensa. Maestros en el arte de pensar

    contra s mismos, Nietzsche, Baudelaire y Dostoievski nos han enseado a apostar por nuestrospeligros, a ampliar la esfera de nuestros males, a adquirir existencia por la divisin de nuestro ser. Y lo

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    vuestras prospecciones. Pero todas nuestras penas slo logran haceros soltar ese pobre vocablo frutode vuestras lecturas, de vuestra docta frivolidad, dc vuestra nada libresca y de vuestras angustias deprestado.Lo absoluto: todos nuestros esfuerzos se reducen a minar la sensibilidad que conduce a ello. Nuestra

    sabidura -o, ms bien, nuestra no-sabidura- lo repudia; relativista, nos propone un equilibrio, no en laeternidad, sino en el tiempo. El absoluto que evoluciona, esa hereja de Hegel, se ha convertido ennuestro dogma, nuestra trgica ortodoxia, la filosofa de nuestros reflejos. Quien cree poder hurtarse aella, da prueba de fanfarronera o ceguera. Arrinconados en la apariencia, a veces nos ocurre que

    abrazamos una sabidura incompleta, mezcla de sueo e imitacin. Si la India, para citar de nuevo aHegel, representa el sueo del espritu infinito, el sesgo de nuestro intelecto, as como el de nuestrasensibilidad, nos obliga a concebir el espritu encarnado, limitado a encaminamientos histricos, elespritu sin ms, que no abarca el mundo, sino los momentos del mundo, tiempo despedazado al queno escapamos ms que a tirones, y cuando traicionamos nuestras apariencias.Como la esfera de la conciencia se encoge en la accin, nadie que acte puede aspirar a lo universal,

    pues actuar es aferrarse a las propiedades del ser en detrimento del ser, a una forma de realidad enperjuicio de la realidad. El grado de nuestra liberacin se mide por la cantidad de empresas de las quenos hemos emancipado, tanto como por nuestra capacidad de convertir todo objeto en un no-objeto.Pero nada significa hablar de liberacin a partir de una humanidad apresurada que ha olvidado que nose podra reconquistar la vida ni gozar de ella sin haberla antes abolido.Respiramos demasiado pronto para poder aprehender las cosas en s mismas o para denunciar su

    fragilidad. Nuestro jadeo las postula y las deforma, las crea y las desfigura, y nos encadena a ellas. Meagito, emito un mundo tan sospechoso como esa especulacin ma que lo justifica, me desposo con elmovimiento que me transforma en generador de ser, en artesano de ficciones, mientras que mi verbocosmognico me hace olvidar que arrastrado por el torbellino de los actos no soy ms que un aclitodel tiempo, un agente de universos caducos.Ahtos de sensaciones y de su corolario, el devenir, somos no-liberados por inclinacin y por principio,

    condenados selectos, presa de la fiebre de lo risible, husmeadores en esos enigmas superficiales a lamedida de nuestro agobio y nuestra trepidacin.Si queremos recobrar nuestra libertad, lo que nos cuadra es deponer el fardo de la sensacin no

    reaccionar ya al mundo por medio de los sentidos, romper nuestros lazos. Empero, toda sensacin eslazo, el placer tanto como el dolor, la alegra como la tristeza. Slo se libera el espritu que, puro detodo contubernio con seres u objetos, se ejerce en su vacuidad.Resistirse a la felicidad es algo que la mayora logra; la desdicha, en cambio, es insidiosa de otro

    modo. La habis probado alguna vez? Nunca os saciaris de ella, la buscaris con avidez y,preferentemente, all dnde no est, y la proyectaris ah pues, sin ella, todo os parecera intil y sinbrillo. Se encuentre donde se encuentre, expulsa el misterio y lo torna luminoso. Sabor y llave de lascosas, accidente y obsesin, capricho y necesidad, os har amar la apariencia en lo que tiene de mspotente, de ms duradero y de ms cierto, y os atar a ella para siempre pues, intensa pornaturaleza, es, como toda intensidad, servidumbre, sujecin. Cmo alzarse hasta el almaindiferente y nula, hasta el alma desligada? Y cmo conquistar la ausencia, la libertad de la ausencia?Nunca figurar esta libertad entre nuestras costumbres, como tampoco el sueo del espritu infinito.Para identificarse con una doctrina venida de lejos, habra que adoptarla sin restricciones: Cmo se

    compagina consentir en las verdades del budismo y rechazar la trasmigracin, base misma de la ideade renunciamiento? Y suscribir a los Vedas, aceptar la concepcin de la irrealidad de las cosas ycomportarse como si existieran? Inconsecuencia inevitable para todo espritu educado en el culto delos fenmenos. Porque debemos confesarlo: tenemos el fenmeno en la sangre. Podemos despreciarlo

    o aborrecerlo, no por ello dejar de ser nuestro patrimonio, nuestro capital de muecas, el smbolo denuestra crispacin en este mundo. Raza de convulsivos, en el centro mismo de una broma deproporciones csmicas, hemos impreso en el universo los estigmas de nuestra historia, y de esailuminacin que invita a perecer tranquilamente nunca seremos capaces. Hemos elegido desaparecerpor nuestras obras, no por nuestros silencios: nuestro futuro se lee en la risotada de nuestros rostros,en nuestros rasgos de profetas mortecinos y afanosos. La sonrisa de Buda, esa sonrisa que flota sobreel mundo, no ilumina nuestros rostros. A lo mximo, concebimos la dicha; nunca la felicidad, privilegiode las civilizaciones fundadas sobre la idea de salvacin, sobre la negativa a saborear sus males, adeleitarse en ellos; pero, sibaritas del dolor, retoos de una tradicin masoquista, quin nos

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    columpiar entre el Sermn de Benars y el Heautontimoroumenos? Soy la herida y el pual 1: tal esnuestro absoluto, nuestra eternidad.En cuanto a nuestros redentores, venidos entre nosotros para nuestro mayor oprobio, amamos la

    nocividad de sus esperanzas y de sus remedios, la diligencia que ponen en favorecer y exaltarnuestros males, el veneno que nos inoculan sus palabras de vida. Les debemos el ser expertos en elsufrimiento sin remedio. A qu tentacin, a qu extremos nos conduce la lucidez! Vamos a desertarde ella para refugiarnos en la inconsciencia? Cualquiera puede salvarse por medio del sueo,cualquiera tiene genio mientras duerme: no hay diferencias entre los sueos de un carnicero y los de

    un poeta. Pero nuestra clarividencia no podra tolerar que tal maravilla durase, ni que la inspiracinfuese puesta al alcance de todos; el da nos quita los dones que la noche nos dispensa. Slo el locoposee el privilegio de pasar sin roces de la existencia nocturna a la diurna: no hay distincin algunaentre sus sueos y sus vigilias. Ha renunciado a nuestra razn como el pordiosero a nuestros bienes.Los dos han encontrado la va que lleva fuera del sufrimiento y han resuelto todos nuestros problemas;y de este modo permanecen como modelos que no podemos seguir, como salvadores sin adeptos.Mientras hurgamos en nuestros males los de los otros no nos requieren menos. En la poca de las

    biografas, nadie oculta sus llagas sin que intentemos destaparlas a la luz pblica; si no lo logramos,nos apartamos de ellos plenamente decepcionados. E incluso aquel que acab en la cruz, no cuentaan ante nuestros ojos en modo alguno por haber sufrido por nosotros, sino por haber sufrido sin msy lanzado unos cuantos gritos tan profundos como gratuitos. Pues lo que veneramos en nuestrosdioses son nuestras derrotas en hermoso.Abocados a formas degradadas de sabidura, enfermos de duracin (dure, T.), en lucha con esa tara

    que nos repele tanto como nos seduce, en lucha con el tiempo, estamos constituidos de elementostodos los cuales concurren en hacer de nosotros rebeldes divididos entre una mstica llamada que notiene ningn lazo con la historia y un sueo sanguinario que es su smbolo y su nimbo. Si tuviramosun mundo nuestro, poco importara que fuese el de la piedad o el de la risotada! nunca lo tendremos,ya que nuestra posicin en la existencia se sita en el cruce de nuestras splicas y de nuestrossarcasmos, zona de impureza en la que se mezclan suspiros y provocaciones. Quien es demasiadolcido para adorar lo ser igualmente para demoler, o no demoler ms que sus... rebeliones; puesde qu sirve rebelarse para encontrar de inmediato el universo intacto? Monlogo irrisorio. Sesubleva uno contra la justicia y contra la injusticia, contra la paz y la guerra, contra sus semejantes ycontra los dioses. Despus, se llega a pensar que el ltimo viejo chocho es quiz ms sabio quePrometeo. Sin embargo, no se llega a ahogar en uno mismo un grito de insurreccin, y se contina

    tronando a propsito de todo y de nada: automatismo lastimoso que explica por qu somos todosLuciferes de estadstica.Contaminados por la supersticin dcl acto, creemos que nuestras ideas deben realizarse. Qu hay

    ms contrario a la consideracin pasiva del mundo? Pero tal es nuestro destino: ser incurables queprotestan, panfletarios en un camastro.

    Nuestros conocimientos, como nuestras experiencias, deberan paralizarnos y hacernos indulgentesincluso para con la tirana, desde el momento en que representa una constante. Somos losuficientemente clarividentes como para sentirnos tentados de deponer las armas; el reflejo de larebelin triunfa empero sobre nuestras dudas; y aunque podramos ser unos perfectos estoicos, elanarquista vela en nosotros y se opone a nuestras resignaciones.Jams aceptaremos la Historia: tal me parece ser el adagio de nuestra impotencia para ser

    verdaderos sabios o verdaderos locos. Seremos figurones de la sabidura y de la locura? Hagamos loque hagamos, respecto a nuestros actos estamos obligados a una profunda insinceridad.

    Evidentemente, un creyente se identifica hasta un cierto punto con lo que hace y con lo que cree; nohay en l una divergencia importante entre su lucidez, por una parte, y sus acciones y pensamientospor otra. Tal divergencia se ensancha desmesuradamente en el falso creyente, en quien manifiestaconvicciones sin adherirse a ellas. El objeto de su fe es un sucedneo. Digmoslo sin ambages: mirebelin es una fe que suscribo sin creer en ella. Pero no puedo dejar de suscribirla. Nunca se meditarbastante la frase de Kirilov sobre Stavroguin: Cuando cree no cree que cree, y cuando no cree nocree que no cree.Ms an que el estilo, el ritmo mismo de nuestra vida est fundado sobre la honorabilidad de la

    rebelin. Como nos repugna admitir la identidad universal, ponemos la individuacin, laheterogeneidad, como un fenmeno primordial. Pues bien, rebelarse es postular esa heterogeneidad,

    1 Verso del poema de Baudelaire Heautontimoroumenos (N. del T.).

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    del juego y del delirio, gustamos de los que arriesgan el todo por el todo, tanto en poesa como enfilosofa. El Tao-te-kin va ms lejos que Une saison en enfer o Ecce Homo. Pero Lao-ts no nospropone ningn vrtigo, en tanto que Rimbaud y Nietzsche, acrbatas que se contorsionan en el puntoextremo de s mismos, nos invitan a sus peligros. Slo nos seducen los espritus que se han destruidopor haber querido dar un sentido a sus vidas.

    No hay salida para quien juntamente rebasa el tiempo y se hunde en el para quien accedesobresaltadamente a su ltima soledad y se ahnca, sin embargo, en la apariencia. Indeciso, tironeado,

    se arrastrar como un enfermo de la duracin, expuesto juntamente a la atraccin del futuro y de lointemporal. Si creyendo al Maestro Eckhart, el tiempo tiene un olor, con mayor razn an debetener uno la historia. Cmo permanecer insensible a l? En un plano ms inmediato, distingo lailusin, la nulidad, la podredumbre de la civilizacin; empero, me siento solidario de esapodredumbre: soy el fantico de una carroa. Guardo rencor a nuestro siglo por habernos subyugadohasta el punto de acosarnos incluso en el momento en que nos separamos de l. Nada viable puedesalir de una meditacin de circunstancias, de una reflexin sobre el acontecimiento. En otras edadesms felices, los espritus podan desvariar libremente, como si no perteneciesen a ninguna poca,emancipados como estaban del terror de la cronologa, abismados en un momento del mundo el cual,para ellos, se confunda con el mundo mismo. Sin inquietarse por la relatividad de su obra, seconsagraban a ella enteramente. Estupidez genial irremisiblemente pasada, exaltacin fecunda, ennada comprometida por la conciencia descoyuntada. Adivinar todava lo intemporal y saber, sinembargo, que nosotros somos tiempo, que producimos tiempo, concebir la idea de eternidad y mimarnuestra nada; irrisin de la que emergen no slo nuestras rebeliones, sino tambin las dudas quetenemos a su respecto.Buscar el sufrimiento para evitar el rescate, seguir en direccin contraria el camino de la liberacin,

    tal es nuestra aportacin en materia de religin: iluminados biliosos, Budas y Cristos hostiles a lasalvacin, predicando a los miserables el encanto de su desdicha. Raza superficial, si se quiere. No porello es menos indudable que nuestro primer antepasado nos ha dejado, por toda herencia, el horror alparaso. Dando un nombre a las cosas, preparaba su decadencia y la nuestra. Si quisiramosremediarla, nos hara falta comenzar por desbautizar el universo, por quitar la etiqueta que,superpuesta sobre cada apariencia, la realza y le presta un simulacro de sentido. Mientras, hastanuestras clulas nerviosas, todo en nosotros aborrece el paraso. Sufrir: nica modalidad de adquirir lasensacin de existir; existir: nica forma de salvaguardar nuestra perdicin. As ser en tanto que unacura de eternidad no nos haya desintoxicado del futuro, en tanto que no nos hayamos acercado a ese

    estado en el que, segn un budista chino, el instante vale diez mil aos.Puesto que el absoluto corresponde a un sentido que no hemos sabido cultivar, entregumonos a

    todas las rebeliones: acabarn indudablemente por volverse contra s mismas, contra nosotrosmismos... Quiz entonces reconquistaremos nuestra supremaca sobre el tiempo; a menos que, muypor el contrario, queriendo escapar a la calamidad de la conciencia, no nos reunamos con las bestias,las plantas y los objetos, con esa estupidez primordial de la que, por culpa de la historia, hemosperdido hasta el recuerdo.Sobre una civilizacin exhausta

    El que pertenece orgnicamente a una civilizacin no sabra identificar la naturaleza del mal que la

    mina. Su diagnstico apenas cuenta; el juicio que formula sobre ella le concierne; la trata con

    miramientos por egosmo.Ms despegado, ms libre, el recin llegado la examina sin clculo y capta mejor sus

    desfallecimientos. Si est perdida, l aceptar la necesidad de perderse tambin, de constatar sobreella y sobre s mismo los afectos del fatum. En cuanto a remedios, ni posee ni propone ninguno. Comosabe que no se puede curarel destino, no se erige como saludador de nadie. Su nica ambicin: estara la altura de lo Incurable...Ante la acumulacin de sus xitos, los pases de Occidente no necesitaron mucho trabajo para exaltar

    la historia, para atribuirle una significacin y una finalidad. Les perteneca, eran sus agentes: debapues seguir una marcha racional... De este modo, la colocaron alternativamente bajo el patronazgo dela Providencia, de la Razn y del Progreso. El sentido de la fatalidad les faltaba; comenzaron

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    finalmente a adquirirlo, aterrados por la ausencia que les acecha, por la perspectiva de su eclipse. Deser sujetos han pasado a objetos, desposedos para siempre de esa irradiacin, de esa admirablemegalomana, que hasta ahora los haba cerrado a lo irreparable. Son hoy tan conscientes de esto,que miden la estupidez de un espritu por su grado de apego a los acontecimientos. Qu hay de msnormal, dado que los acontecimientos pasan en otra parte? Uno no se sacrifica ms que si conserva lainiciativa. Pero por poco que se guarde el recuerdo de una antigua supremaca, an se suea consobresalir, aunque no sea no ms que en el azoro.Francia, Inglaterra, Alemania, tienen su perodo de expansin y de locura tras ellas. Es el fin de lo

    insensato, el comienzo de las guerras defensivas. Ya no ms aventuras colectivas, no ms ciudadanos,sino individuos lvidos y desengaados, capaces todava de responder a una utopa, a condicin, sinembargo, de que venga de fuera, y de que no deba tomarse la molestia de concebirla. Si antaomoran por el sinsentido de la gloria, ahora se abandonan a un frenes reivindicador; la felicidad lestienta; es su ltimo prejuicio, del cual ese pecado de optimismo que es el marxismo toma su energa.Cegarse, servir, entregarse al ridculo o a la estupidez de una causa, otras tantas extravagancias delas que ya no son capaces. Cuando una nacin comienza a deslucirse, se orienta hacia la condicin demasa. Aunque dispusiese de mil Napoleones seguira rehusndose a comprometer su reposo o el delos otros. Con reflejos claudicantes, a quin aterrorizar y cmo? Si todos los pueblos estuviesen en elmismo grada de fosilizacin o de cobarda se entenderan fcilmente: sucedera a la inseguridad lapermanencia de un pacto de cobardes... Apostar a la desaparicin de los instintos guerreros, creer enla generalizacin de la decrepitud o del idilio, el ver lejos, demasiado lejos: la utopa es presbicia de lospueblos viejos. Los pueblos jvenes, a los que repugna buscarse la escapatoria de una ilusin, ven lascosas bajo el prisma de la accin: su perspectiva es proporcionada a sus empresas. Sacrifican lacomodidad a la aventura, la dicha a la eficacia, y no admiten la legitimidad de ideas contradictorias, lacoexistencia dc posiciones antinmicas: qu otra cosa quieren sino disminuir nuestras inquietudespor medio de... el terror y revigorizarnos triturndonos? Todos sus xitos les vienen de su salvajismo,pues lo que cuenta en ellos no son sus sueos, sino sus impulsos. Que se inclinan a una ideologa?Aviva su furor, hace valer su trasfondo brbaro y les mantiene despiertos. Cuando los pueblos viejosadoptan una, les embota, mientras les dispensa esa pizca de fiebre que les permite creerse vivos dealgn modo: ligero empujn de lo ilusorio...Una civilizacin no existe ni se afirma ms que por actos de provocacin. Que comienza a sentar

    cabeza? Entonces, se pulveriza. Sus momentos son momentos temibles, durante los cuales, lejos dealmacenar sus fuerzas, las prodiga. vida de extenuarse, Francia se atare en derrochar las suyas; loconsigui, ayudada por su orgullo, su celo agresivo (acaso no ha hecho, en mil aos ms guerras que

    ningn otro pas?). Pese a su sentido del equilibrio -incluso sus excesos fueron felices- no podaacceder a la supremaca ms que con detrimento de su sustancia. Agotarse: hizo de ello cuestin dehonor. Enamorada de la frmula, de la idea explosiva, del estrpito ideolgico, puso su genio y suvanidad al servicio de todos los acontecimientos ocurridos en estos diez ltimos siglos. Y, tras habersido la vedette, hela aqu resignada, temerosa, rumiando pesares y aprehensiones y descansando desu esplendor, de su pasado. Huye de su rostro, tiembla delante del espejo... Las arrugas de una nacinson tan visibles como las de un individuo.Cuando se ha hecho una gran revolucin, ya no se hace estallar otra de la misma importancia. Si se

    ha sido durante largo tiempo rbitro del gusto, una vez perdido el puesto ni siquiera se trata dereconquistarlo. Cuando se desea el anonimato, se harta uno de servir de modelo, de ser seguido eimitado: de qu sirve mantener todava la fachada para entregarse al universo?Francia conoce demasiado bien estas perogrulladas como para repetrselas. Nacin del gesto, nacin

    teatral, gustaba tanto de su papel como su pblico. Pero ya est harta, quiere retirarse del escenario,

    y no aspira ms que a los decorados del olvido.De que ha gastado su inspiracin y sus dones no cabe duda, pero sera injusto reprochrselo: tanto

    dara acusarla de haberse realizado cumplidamente. Las virtudes que hacan de ella una nacinprivilegiada las ha embotado, a fuerza de cultivarlas, de hacerlas valer, y no es por falta de ejerciciopor lo que sus talentos palidecen hoy y se borran. Si el ideal del bien-vivir (mana de las pocasdeclinantes) la acapara, la obsesiona, la solicita nicamente, es que ya no es ms que un hombre parauna totalidad de individuos, una sociedad ms bien que una voluntad histrica. Su asco por susantiguas ambiciones de universalidad y de omnipresencia alcanza tales proporciones que slo unmilagro puede salvarla de un destino provinciano.Desde que ha abandonado sus designios de dominio y conquista, la murria, hasto generalizado, la

    mina. Azote de las naciones en franca defensiva, devasta su vitalidad; mejor que precaverse de ella, la

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    sufren y se habitan hasta el punto de no poder pasarse sin ella. Entre la vida y la muerte,encontrarn siempre suficiente espacio para escamotear una y otra, para evitar vivir y para evitarmorir. Cadas en una catalepsia, soando con un statu quo eterno, cmo reaccionarn contra laoscuridad que las asedia, contra el avance de las civilizaciones opacas?Si queremos saber lo que ha sido un pueblo y por qu es indigno de su pasado, no tenemos ms que

    examinar las figuras que ms lo marcaron. Lo que fue Inglaterra, los retratos de sus grandes hombreslo dicen suficientemente. Qu arrobo contemplar, en la National Gallery, esas cabezas viriles, a veces

    delicadas, la ms a menudo monstruosas, la energa que se desprende de ellas, la originalidad de losrasgos, la arrogancia y la solidez de la mirada! Despus, al pensar en la timidez en el buen sentido, enla correccin de los ingleses de hoy, comprendemos porqu no saben ya interpretar a Shakespeare,porqu lo vuelven soso y lo emasculan. Estn tan alejados de l como deberan estarlo de Esquilo losgriegos tardos. Ya no hay nada de isabelismo en ellos: emplean lo que les queda de carcter ensalvar las apariencias, en cuidar la fachada. Siempre se paga caro haber tomado la civilizacin enserio, haberla asimilado excesivamente.Quin ayuda a la formacin de un imperio? Los aventureros, los brutos los bribones, todos los que

    carecen del prejuicio del hombre. Al salir de la Edad Media, Inglaterra, desbordante de vida, eraferoz y triste; ninguna preocupacin de honorabilidad vena a turbar su afn de expansin. Emanabade ella esa melancola de la fuerza tan caracterstica de los personajes shakesperianos. Pensemos enHamlet, ese pirata soador: sus dudas no alteran su fogosidad: nada hay en l de la debilidad de unrazonador. Sus escrpulos? Los crea por derroche de energa, por gusto del xito, por la tensin deuna voluntad inagotablemente enferma. Nadie fue ms liberal, ms generoso con sus propiostormentos, ni los prodig tanto. Lujuriantes ansiedades! cmo los ingleses actuales se alzaran hastaellas? Por lo dems, tampoco lo pretenden. Su ideal es el hombre como es debido: se acercan a lpeligrosamente. Aqu tenemos a la nica nacin, poco ms o menos, que en un universo desmelenadose obstina todava en tener estilo. La ausencia de vulgaridad toma all dimensiones alarmantes: serimpersonal constituye un imperativo, hacer bostezar al otro, una ley. A fuerza de distincin y desosera. El ingls se hace ms y ms impenetrable y desconcierta por el misterio que se le supone adespecho de la evidencia.Reaccionando contra su propio fundamento, contra sus maneras de antao, minado por la prudencia

    y la modestia, se ha forjado un comportamiento, una regla de conducta que deba apartarla de sugenio. Dnde estn sus manifestaciones de descaro y de soberbia, sus desafos, sus arrogancias deantao? El romanticismo fue el ltimo sobresalto de su orgullo. Despus, circunspecto y virtuoso,

    permite que se desperdigue la herencia de cinismo y de insolencia de la que se le supona tanorgulloso. En vano se buscaran las huellas del brbaro que fue: todos sus instintos estn yuguladospor su decencia. En lugar de azotarle, de estimular sus locuras, sus filsofos le han empujado hacia elcallejn sin salida de la felicidad. Decidido a ser feliz, acaba por serlo. Y de su felicidad, exenta deplenitud, de riesgo, de toda sugestin trgica, ha hecho esa mediocridad envolvente de la que gozarpara siempre. Hay que asombrarse de que se haya convertido en el personaje que imit el norte, unmodelo, un ideal para vikingos marchitos? Mientras era poderoso, se le detestaba y se le tema; ahora,se le comprende; pronto se le amar... Ya no es una pesadilla para nadie. Se prohbe el exceso y eldelirio, se ve en ellos una aberracin o una descortesa. Qu contraste entre sus antiguosdesbordamientos y la sabidura que hoy frecuenta! Slo a precio de grandes abdicaciones llega unpueblo a ser normal.Si el sol y la luna se pusiesen a dudar, se apagaran de inmediato (Blake). Europa duda desde hace

    mucho..., si su eclipse nos turba Americanos y Rusos lo contemplan, ora con serenidad, ora conalegra.Amrica se yergue ante el mundo como una nada impetuosa, como una fatalidad sin sustancia. Nada

    la preparaba para la hegemona; tiende, sin embargo, hacia ella, no sin alguna vacilacin. Al revs queotras naciones, que tuvieron que pasar por toda una serie de humillaciones y derrotas, no ha conocidohasta ahora ms que la esterilidad de una suerte ininterrumpida. Si, en lo futuro, todo le sale igual debien su aparicin habr sido un accidente sin trascendencia. Los que presiden sus destinos, los que setoman a pecho sus intereses, deberan prepararla malos das; para dejar de ser monstruo superficial,una prueba de envergadura le es necesaria. Quiz no est ya lejos. Tras haber vivido hasta ahorafuera del infierno, se dispone a descender a l. Si se busca un destino, lo encontrar ms que en laruina de todo lo que fue su razn de ser.

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    En lo que respecta a Rusia no se puede examinar su pasado sin experimentar un estremecimiento unespanto de calidad. Pasado sordo, lleno de espera, de ansiedad subterrnea, pasado de toposiluminados. La irrupcin de los rusos har temblar a las naciones; por el momento, han introducido yael absoluto en poltica. Es el desafo que arrojan a una humanidad recomida de dudas y a la que nodejarn de dar el golpe dc gracia. Si nosotros ya no tenemos alma, ellos tienen para dar y tomar.Cerca de sus orgenes, de ese universo afectivo en el que el espritu se adhiere an al suelo, a lasangre, a la carne, ellos sienten lo que piensan; sus verdades, como sus errores, son sensaciones,estimulantes, actos. De hecho, no piensan: estallan. Todava en el estadio en que la inteligencia no

    atena ni disuelve las obsesiones, ignoran los efectos nocivos de la reflexin, como son puntosextremos de la conciencia en que sta se convierte en factor de desarraigamiento y de anemia.Pueden, pues, arrancar tranquilamente. Con qu tienen que enfrentarse, ms que con un mundolinftico? Nada ante ellos, nada vivo con lo que puedan chocar, ningn obstculo: acaso no fue unode ellos quien fue el primero en emplear, en pleno siglo XIX, la palabra cementerio, a propsito deOccidente? Pronto llegarn en masa para visitar su carroa. Sus pasos son ya perceptibles para losodos delicados. Quin podra oponer, a sus supersticiones en marcha, aunque no fuera ms que unsimulacro de certeza?Desde el siglo de las Luces, Europa no ha dejado de zapar sus dolos en nombre de la idea de

    tolerancia; al menos, mientras era poderosa, crea en esa idea y peleaba en su defensa. Sus mismasdudas no eran sino convicciones disfrazadas; como atestiguaban su fuerza, tena el derecho dereclamarse de ellas y el medio de infligirlas; ahora ya no son ms que sntomas de enervamiento,vagos sobresaltos de instinto atrofiado.La destruccin de los dolos arrastra la de los prejuicios. Pues bien, los prejuicios -aficiones orgnicas

    de una civilizacin- aseguran su duracin y conservan su fisonoma. Debe respetarlos, si no todos, porlo menos los que le son propios y los cuales, en el pasado, tenan para ella la importancia de unasupersticin o un rito. Si los tiene por puras convenciones, se desprender de ellos ms y ms, sinpoder reemplazarlos por sus propios medios, Que dedic un culto al capricho, a la libertad, alindividuo? Conformismo de buena ley. Que cese de plegarse a l y capricho, libertad e individuo seconvertirn en letra muerta.Un mnimo de inconsciencia es indispensable si quiere uno mantenerse en la historia. Actuar es una

    cosa; saber que se acta, otra. Cuando la clarividencia informa el acto se deshace y, con l, elprejuicio, cuya funcin consiste precisamente en subordinar, en someter la conciencia al acto. Quiendesenmascara sus ficciones, renuncia a sus resortes y como a s mismo. Tambin aceptar otros quele negarn, porque no habrn surgido de su propio fondo. Ninguna persona preocupada por su

    equilibrio debera ir ms all de un cierto grado de lucidez y anlisis. Cunto ms cierto es esto deuna civilizacin, que se tambalea a poco que denuncie los errores que permitieron su crecimiento y subrillo, por poco que ponga en cuestin sus verdades!No se abusa sin riesgo de la facultad de dudar. Cuando cl escptico no extrae de sus problemas y sus

    interrogaciones ninguna virtud activa, se aproxima a su desenlace, qu digo? lo busca, corre hacia l:que otro zanje sus incertidumbres, que otro le ayude a sucumbir! No sabiendo qu uso hacer de susinquietudes y de su libertad, piensa con nostalgia en el verdugo, incluso le llama. Los que no hanencontrado respuesta a nada soportan mejor los efectos de la tirana que los que han encontradorespuesta a todo. Y as sucede que, para morir, los diletantes arman menos jaleo que los fanticos.Durante la Revolucin, ms de uno de los primeros afront el cadalso con la sonrisa en los labios;cuando lleg el turno de los jacobinos subieron a l preocupados y sombros: moran en nombre deuna verdad, de un prejuicio. Hoy, miremos hacia donde miremos, no vemos ms que sucedneos deverdad, de prejuicio; aquellos a los que falta hasta ese sucedneo, parecen ms serenos, pero su

    sonrisa es maquinal: un pobre, un ltimo reflejo de elegancia...Ni rusos ni americanos estaban lo bastante maduros, ni intelectualmente lo bastante corrompidos

    para salvar a Europa o rehabilitar su decadencia. Los alemanes, contaminados de otro modo,hubieran podido prestarle un simulacro de duracin, un tinte de porvenir. Pero, imperialistas ennombre de un sueo obtuso y de una ideologa hostil a todos los valores surgidos en el Renacimiento,deban cumplir su misin al revs y echarlo a perder todo para siempre. Llamados a regir elcontinente, a darle una apariencia de mpetu, aunque no fuera ms que por unas cuantasgeneraciones (el siglo XX hubiera debido ser alemn, en el sentido en que el XVIII fue francs), se learreglaron tan torpemente que apresuraron su desastre. No contentos de haberlo zarandeado ypuesto patas arriba, se lo regalaron, adems, a Rusia y Amrica, pues es para stas para quien

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    supieron tan bien guerrear y hundirse. De este modo, hroes por cuenta de otros, autores de untrgico zafarrancho, han fracasado en su tarea, en su verdadero papel. Despus de haber meditado yelaborado los temas del mundo moderno, y producido a Hegel y Marx, hubiera sido su deber ponerseal servicio de una idea universal, no de una visin de tribu. Y, sin embargo, esta misma visin, porgrotesca que fuese, testimoniaba a su favor acaso no revelaba que slo ellos, en Occidente,conservaban algunos restos de barbarie, y que eran todava capaces de un gran designio o de unavigorosa insana? Pero ahora sabemos que no tienen ya el deseo ni la capacidad de precipitarse hacianuevas aventuras, que su orgullo, al haber perdido su lozana, se debilita como ellos, y que, ganados a

    su vez por el encanto del abandono, aportarn su modesta contribucin al fracaso general.Tal cual es, Occidente no subsistir indefinidamente: se prepara para su fin, no sin conocer un perodode sorpresas ... Pensemos en lo que ocurri entre los siglos V y X. Una crisis mucho ms grave leespera; otro estilo se dibujar, se formarn pueblos nuevos. Por el momento, afrontemos el caos. Lamayora ya se resigna a l. Invocando la historia con la idea de sucumbir a ella, abdicando en nombredel futuro, suean, por necesidad de esperar contra s mismos, con verse remozados, pisoteados,salvados... Un sentimiento semejante haba llevado a la antigedad a ese suicidio que era lapromesa cristiana. El intelectual fatigado resume las deformidades y los vicios de un mundo a la deriva. No acta:padece; si se vuelve hacia la idea de tolerancia, no encuentra en ella el excitante que necesita. Es elterror quien se lo proporciona, lo mismo que las doctrinas de las que es desenlace. Que l es laprimera vctima? No se quejar. Slo le sucede la fuerza que le tritura. Querer ser libre es querer seruno mismo; pero l ya est harto de ser l mismo, de caminar en lo incierto, de errar a travs de lasverdades. Ponedme las cadenas de la Ilusin, suspira, mientras dice adis a las peregrinaciones delConocimiento. As se lanzar de cabeza en cualquier mitologa que le asegure la proteccin y la pazdel yugo. Declinando el honor de asumir sus propias ansiedades, se comprometer en empresas delas que obtendr sensaciones que no sabra conseguir de s mismo, de suerte que los excesos de sucansancio reforzarn las tiranas. Iglesias, ideologas, policas, buscad su origen en el horror quealimenta por su propia lucidez mejor que en la estupidez de las masas. Este aborto se transforma, ennombre de una utopa de pacotilla, en enterrador del intelecto y, persuadido de hacer un trabajo til,prostituye el estupidizaos2, divisa trgica de un solitario.Iconoclasta despechado, de vuelta de la paradoja y de la provocacin, en busca de la impersonalidad

    y de la rutina, semi-prosternado, maduro para el tpico, abdica de su singularidad y se une de nuevo ala turba. Ya no tiene nada que derribar, ms que a s mismo: ltimo dolo para combatir... Sus propiosrestos le atraen. Mientras los contempla, modela la figura de nuevos dioses o yergue de nuevo los

    antiguos, bautizndolos con un nuevo nombre. A falta de poder mantener todava la dignidad de serdifcil, cada vez menos inclinado a sopesar las verdades, se contenta con las que se le ofrecen.Subproducto de su yo, va demoledor reblandecido- a reptar ante los altares o lo que ocupe su lugar.En el templo o en el mitin, su sitio est donde se canta, donde se tapa la voz, ya no se oye. Parodiade creencia? Poco le importa, ya que l tampoco aspira a nada ms que a desistir de s mismo. Sufilosofa desemboca en un estribillo, su orgullo se hunde en un Hosanna!Seamos justos: en el punto en que estn las cosas qu otra cosa podra hacer? El encanto y la

    Originalidad de Europa residen en la acuidad de su espritu crtico, en su escepticismo militante,agresivo; este escepticismo ha concluido su poca. De este modo el intelectual, frustrado de susdudas, se busca las compensaciones del dogma. Llegado a los confines del anlisis, aterrado de lanada que all descubre, vuelve sobre sus pasos e intenta agarrarse a la primera certidumbre que pasa;pero le falta ingenuidad para adherirse a ella plenamente; a partir de entonces, fantico sinconvicciones, ya no es ms que un idelogo, un pensador hbrido, como se encuentran en todos los

    perodos de transicin. Participando de dos estilos diferentes es, por la forma de su inteligencia,tributario de lo que desaparece, y, por las ideas que defiende, de lo que se perfila. A fin decomprenderle mejor, imaginmonos un San Agustn convertido a medias, flotando y zigzagueando, yque no hubiera tomado del cristianismo ms que el odio al mundo antiguo. Acaso no estamos en unapoca simtrica de la que vio nacer La Ciudad de Dios? Difcilmente puede concebirse libro msactual. Hoy como entonces, los espritus necesitan una verdad sencilla, una respuesta que los libre desus interrogantes, un evangelio, una tumba.Los momentos de refinamiento recelan un principio de muerte: nada ms frgil que la sutileza. El

    abuso de ella lleva a los catecismos, conclusin de los juegos dialcticos, debilitamiento de unintelecto al que el instinto ya no asiste. La filosofa antigua, enmaraada en sus escrpulos, haba pese

    2 Abtissez vous, frase de Blas Pascal. (N. del T.).

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    a ella misma abierto el camino a los simplismos barriobajeros; las sectas religiosas proliferaban; a lasescuelas sucedieron los cultos. Una derrota anloga nos amenaza: ya hacen estragos las ideologas,mitologas degradadas que van a reducirnos, a anularnos. El fasto de nuestras contradicciones no nosser posible mantenerlo ya largo tiempo. Son numerosos los que se disponen a venerar cualquier doloy a servir a cualquier verdad, siempre que una y otra les sean infligidas y que no deban aportar elesfuerzo de elegir su vergenza o su desastre.Sea cual sea el mundo futuro, los occidentales desempearn en l el papel de los graeculi en el

    imperio romano. Buscados y despreciados por el nuevo conquistador, no tendrn, para imponerse a l,

    ms que los malabarismos de su inteligencia y el maquillaje de su pasado. Ya se distinguen en el artede sobrevivir. Sntomas de acabamiento por doquiera: Alemania ha dado su medida en la msica:cmo creer que descollar en ella todava? Ha gastado los recursos de su profundidad, como Francialos de su elegancia. Una y otra -y, con ellas, toda esa parte del mundo- estn en quiebra, la msprestigiosa desde la antigedad. Vendr despus la liquidacin: perspectiva no desdeable, respirocuya duracin no se deja evaluar fcilmente, perodo de facilidad en el que cada uno, ante laliberacin finalmente llegada, estar feliz de tener tras de s las torturas de la esperanza y de laespera.En medio de sus perplejidades y sus apatas, Europa guarda, sin embargo, una conviccin, slo una,

    de la que por nada del mundo consentira separarse la de tener un porvenir de vctima, de sacrificada.Firme e intratable por una vez, se cree perdida, quiere estarlo y lo est. Por otra parte acaso no lehan enseado desde hace mucho que nuevas razas vendran a reducirla y humillarla? En el momentoen que pareca en pleno auge, en el siglo XVIII, el abate Galiani constataba ya que estaba en sudeclive y se lo anunciaba. Rousseau, por su parte, vaticinaba: Los trtaros se convertirn en nuestrosamos: esta revolucin me parece infalible. Deca la verdad. Por lo que respecta al siglo siguiente, esconocida la clebre frase de Napolen sobre los cosacos y las angustias profticas de Tocqueville, deMichelet o de Renn. Estos presentimientos han tomado cuerpo, estas intuiciones pertenecen ahora alas pertenencias de lo vulgar. No se abdica de un da para otro: es precisa una atmsfera de retrocesocuidadosamente fomentada, una leyenda de derrota. Esta atmsfera est creada, como la leyenda. Ylo mismo que los precolombinos, preparados y resignados a sufrir la invasin de los conquistadoreslejanos, deban resquebrajarse cuando estos llegaron, igualmente los occidentales, demasiadoinstruidos, demasiado penetrados de su servidumbre futura, no emprendern, sin duda, nada paraconjurarla. No tendran, por otra parte, ni los medios ni el deseo, ni la audacia. Los cruzados,convertidos en jardineros, se han desvanecido de esa posteridad casera en la que ya no queda

    ninguna huella de nomadismo. Pero la historia es nostlgica del espacio y horror del hogar, sueovagabundo y necesidad de morir lejos..., por la historia es precisamente lo que ya no vemos en tornonuestro.Existe una saciedad que instiga al descubrimiento, a la invencin de mitos, mentiras instigadoras dc

    acciones: es ardor insatisfecho, entusiasmo mrbido que se transforma en sano en cuanto se fija enun objetivo existe otra que disociando al espritu de sus poderes y a la vida de sus resurtes,empobrece y reseca. Hipstasis caricaturesca del hasto, deshace los mitos o falsea su empleo. Unaenfermedad, en resumen. Quien quiera conocer sus sntomas y su gravedad, se equivocara en ir abuscarlos lejos: que se observe a s mismo, que descubra hasta qu punto de Oeste le ha marcado ...Si la fuerza es contagiosa, la debilidad no lo es menos: tiene sus atractivos; no es fcil resistrsele.

    Cuando los dbiles son legin, os encantan os aplastan: cmo luchar contra un continente deablicos? Dado que el mal de la voluntad es adems agradable, uno se entrega a l gustoso. Nada

    ms dulce que arrastrarse al margen de los acontecimientos; y nada ms razonable. Pero sin unafuerte dosis de demencia, no hay iniciativa alguna, ni empresa, ni gesto. La razn: herrumbre denuestra vitalidad. Es el loco que hay en nosotros el que nos obliga a la aventura; si nos abandona,estamos perdidos: todo de ende de l, incluso nuestra vida vegetativa; es l quien nos invita arespirar, quien nos fuerza a ello, y es tambin l quien empuja a la sangre a pasearse por nuestrasvenas. Si se retira, nos quedamos solos! No se puede ser normal y vivo a la vez. Si me mantengo enposicin vertical y me dispongo a ocupar el instante venidero, si, en suma, concibo un futuro, es acausa de un afortunado desarreglo de mi espritu. Subsisto y acto en la medida en que desvaro, enque llevo a bien mis divagaciones. En cuanto me vuelvo sensato, todo me intimida: me deslizo hacia laausencia, hacia manantiales que no se dignan afluir, hacia esa postracin que la vida debi conocerantes de concebir el movimiento, accedo a fuerza de cobarda al fondo de las cosas, completamente

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    arrinconado hacia un abismo en el que nada puedo hacer, ya que me asla del futuro. Un individuo, talcomo un pueblo o un continente, se extingue cuando le repugnan los designios y los actos irreflexivos,cuando, en lugar de arriesgarse, y precipitarse hacia el ser, se refugia en l, retrocede a l: metafsicade la regresin, del ms ac, retroceso hacia lo primordial! En su terrible ponderacin, Europa serechaza a s misma, el recuerdo de sus impertinencias y sus bravatas, y hasta esa pasin de loinevitable ltimo honor de la derrota. Refractaria a toda forma de exceso, a toda forma de vida,deliberar siempre, incluso despus de haber dejado de existir: acaso no hace ya el efecto de unconcilibulo de espectros?

    Recuerdo a un pobre diablo que, todava acostado a una hora avanzada de la maana, se diriga a simismo, en un tono imperativo: Quiere! Quiere!. La comedia se repeta todos los das: se imponauna tarea que no poda cumplir. Por lo menos, actuando contra el fantasma que era, despreciaba lasdelicias de su letargia. No podra decirse otro tanto de Europa: habiendo descubierto, en el lmite desus esfuerzos, el reino del no-querer, se llena de jbilo, porque ahora sabe que su prdida encubre unprincipio de voluptuosidad y se propone aprovecharse de l. El abandono la embriaga y la colma. Queel tiempo contina fluyendo? Ella no se alarma; que se ocupen los otros; es asunto suyo: no adivinanqu alivio puede hallarse en arrellanarse en un presente que no conduce a ninguna parte ...Vivir aqu es la muerte; en otra parte el suicidio. A dnde ir? La nica parte del planeta en que la

    existencia pareca tener alguna justificacin ha sido alcanzada por la gangrena. Estos pueblosarchicivilizados son nuestros proveedores de desesperacin. Para desesperarse basta, en efecto,mirarles, observar los procesos de su espritu y la indigencia de sus apetencias menguadas y casiapagadas. Despus de haber pecado durante tan largo tiempo contra su origen y desdeado al salvajey la horda -su punto de partida-, forzoso le es constatar que ya no hay en ellos una sola gota desangre huna.El historiador antiguo que deca de Roma que no poda soportar ni sus vicios ni los remedios para

    stos, ms que definir su poca, anticipaba la nuestra. Grande era, sin duda, la fatiga del Imperio,pero, desordenada e inventiva, saba todava, como contrapartida, cultivar el Cinismo, el fasto y laferocidad, mientras que la que ahora contemplamos no posee, en su rigurosa mediocridad, ninguno delos prestigios que ilusionan. Demasiado flagrante, demasiado cierta, evoca un mal cuyo ineluctableautomatismo tranquilizase paradjicamente al paciente y al mdico: agona en la forma correcta ydebida, exacta como un contrato, agona estipulada, sin caprichos ni desgarramientos, a la medida depueblos que, no contentos con haber rechazado los perjuicios que estimulan la vida, rechazan ademsel que la justifica y la funda: el prejuicio del porvenir.Entrada colectiva en la vacuidad! Pero no nos engaemos: esta vacuidad, completamente diferente

    de la que el budismo califica de sede de la verdad, no es ni realizamiento ni liberacin, ni positividadexpresada en trminos negativos, ni tampoco esfuerzo de meditacin, voluntad de despojamiento yde desnudez, conquista de salvacin, sino deslizamiento sin nobleza y sin pasin. Originada por unametafsica anmica, no sabra ser la recompensa de una investigacin o el coronamiento de unainquietud. El Oriente avanza hacia la suya florece en ella y triunfa, mientras que nosotros nosenfangamos en la nuestra y perdemos, en ella, nuestros ltimos recursos. Decididamente, todo sedegrada y se corrompe en nuestras conciencias: incluso el vaco es en ellas impuro.Tantas conquistas, adquisiciones, ideas, dnde se perpetuarn? En Rusia? En Amrica del Norte?Una y otra han sacado ya las consecuencias de lo peor de Europa... Amrica Latina? frica del Sur?Australia? Parece que es por este lado por donde debe esperarse el relevo. Relevo caricaturesco.El futuro pertenece a las barriadas perifricas del globo.

    Si, en el orden del espritu, queremos ponderar los xitos desde el Renacimiento hasta nosotros, losde la filosofa no nos entretendrn, pues la filosofa occidental en nada prevalece sobre la griega, lahind o la china. Todo lo ms vale tanto como ellas en algunos puntos. Como no representa mas queuna variedad del esfuerzo filosfico en general podra uno en rigor, pasarse sin ella y oponerle lasmeditaciones de un Sankara, de un Lao-ts, de un Platn. No sucede lo mismo con la msica, esa granexcusa del mundo moderno, fenmeno sin paralelo en ninguna otra tradicin: dnde encontrar enotra parte el equivalente de un Monteverdi, de un Bach, de un Mozart? Gracias a ella, Occidente revelasu fisonoma y alcanza su profundidad. Si bien no ha creado ni una sabidura ni una metafsica que lefueran absolutamente propias, ni siquiera una poesa de la que pueda decirse que es incomparable, haproyectado como contrapartida, en sus producciones musicales, toda su fuerza de originalidad, susutileza, su misterio y su capacidad de lo inefable. Ha podido amar la razn hasta la perversidad; su

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    verdadero genio fue, sin embargo, un genio afectivo. El mal que ms le honra? La hipertrofia delalma.Sin la msica no hubiera producido ms que un estilo vulgar de civilizacin, previsto... Cuando

    presente su balance, slo ella testimoniar que no se ha derrochado en vano, que habaverdaderamente algo que perder.A veces, le sucede al hombre el escaparse de las persecuciones del deseo, de la tirana del instinto de

    conservacin. Halagado por la perspectiva de decaer, zapa su voluntad, se ejerce en la apata, se

    yergue contra s mismo y llama en su auxilio a su genio malo. Atareado, presa de mil actividades quelo daan, descubre un dinamismo cuyo atractivo no haba sospechado, el dinamismo de ladescomposicin. Se siente muy orgulloso: por fin va a poder renovarse a sus expensas.En lo ms ntimo de los individuos, como de las colectividades, habita una energa destructora que les

    permite desplomarse con cierto bro: exaltacin cida, euforia del aniquilamiento! Entregndose a l,esperan, sin duda, curarse de esa enfermedad que es la conciencia. De hecho, todo estado conscientenos desazona, nos extena, conspira en nuestro desgaste; cuanto ms dominio adquiere sobrenosotros, ms nos gustara reintegrarnos a la noche que preceda nuestras vigilias, hundirnos en lamodorra que preceda a las maquinaciones, al atentado del Yo. Aspiracin de espritus exhaustos yque explica por qu, en ciertas pocas, el individuo, exasperado de tropezar siempre consigo mismo,de remachar su diferencia, se vuelve hacia esos tiempos en los que, unido con el mundo, no habaabandonado todava a los restantes seres ni degenerado en hombre. Avidez y horror de la conciencia,la historia traduce juntamente el deseo de un animal lisiado de cumplir su vocacin y el temor delograrlo. Temor justificado: qu desgracia le espera al final de su aventura! Acaso no vivimos en unode esos momentos en los que, sobre un espacio dado, nos hace asistir a su ltima metamorfosis?Cuando paso revista a los mritos de Europa, me enternezco con ella y me reprocho hablar mal de

    ella; si, por el contrario, enumero sus desfallecimientos, la rabia me estremece. Me gustara entoncesque se dislocase lo antes posible y que su recuerdo desapareciese. Pero, otras veces, evocando susttulos y sus vergenzas, no s de qu lado inclinarme: la amo con pesar, la amo con ferocidad, y no leperdono haberme forzado a sentimientos entre los que no me est permitido elegir. Si al menospudiera contemplar con indiferencia la delicadeza, los prestigios de sus llagas! Como un juego, heaspirado a hundirme con ella y he sido atrapado por el juego. Ningn esfuerzo me parece demasiadogrande para apropiarme esa gracia que fue suya y de la que an conserva algunos vestigios, pararevivirla, para perpetuar su secreto.

    Vano intento! -Un hombre de las cavernas embarazado por los encajes...El espritu es un vampiro. Que ataca a una civilizacin? La deja postrada, deshecha, sin aliento, sin el

    equivalente espiritual de la sangre, la despoja de su sustancia, as como de ese impulso que laarrastraba a actos y escndalos de envergadura. Comprometida en un proceso de deterioro del quenada la distrae, nos ofrece la imagen de nuestros peligros y la mueca de nuestro futuro: es nuestrovaco, es nosotros; y encontramos en ella nuestras insuficiencias y nuestros vicios, nuestra voluntadinsegura y nuestros instintos pulverizados. El miedo que nos inspira es miedo de nosotros mismos! Ysi, al igual que ella, yacemos postrados, deshechos, sin aliento, es porque hemos conocido y sufrido,nosotros tambin, el vampirismo del espritu.Aunque nunca hubiera adivinado lo irreparable, una ojeada sobre Europa hubiera bastado para darme

    su escalofro. Preservndome de lo vago, justifica, atiza y halaga mis terrores, y cumple para m la

    funcin asignada al cadver en la meditacin del monje.En su lecho de muerte, Felipe II hizo venir a su hijo y le dijo: He aqu dnde acaba todo, incluso la

    monarqua. En la cabecera de esta Europa, no se qu voz me advierte: He aqu dnde acaba todo,incluso la civilizacin.De qu sirve polemizar con la nada? Ya es hora de serenarnos, de triunfar sobre la fascinacin de lo

    peor. No todo est perdido: quedan los brbaros. De dnde surgirn? No importa. Por el momento,bstenos saber que su arrancada no se har esperar, que mientras se preparan para festejar nuestraruina meditan sobre los medios para volver a erguirnos, para poner punto final a nuestros raciocinios ya nuestras frases. Al humillarnos, al pisotearnos, nos prestarn la suficiente energa para ayudarnos amorir o a renacer. Que vengan a azotar nuestra palidez, a revigorizar nuestras sombras que nos

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    traigan de nuevo la savia que nos ha abandonado. Marchitos, exanges, no podemos reaccionarcontra la fatalidad: los agonizantes no se agremian ni se amotinan. Cmo contar, pues, con eldespertar, con las cleras de Europa? Su suerte, y hasta sus rebeliones, se decretan en otra parte.Cansada de durar, de dialogar consigo misma, es un vaco hacia el que se movilizarn pronto lasestepas... otro vaco, un vaco nuevo.Pequea teora del destino

    Ciertos pueblos, como el ruso y el espaol, estn tan obsesionados por s mismos que se erigen ennico problema: su desarrollo, en todo punto singular, les obliga replegarse sobre su serie deanomalas, sobre el milagro o insignificancia de su suerte.Los comienzos literarios de Rusia fueron, en el siglo pasado, una especie de apogeo, de xito

    fulgurante que no poda dejar de turbarla: es natural que fuera una sorpresa para s misma y queexagerase su importancia. Los personajes de Dostoyewski la ponen en el mismo plano que a Dios,puesto que el modo de interrogacin aplicado a Este lo aplican tambin a aqulla: hay que creer enRusia?, hay que negarla?, existe realmente o no es ms que un pretexto? Interrogarse de tal modoes plantear, en trminos teolgicos, un problema local. Pero, justamente para Dostoyewski, Rusia,lejos de ser un problema local, es un problema universal, del mismo modo que la existencia de Dios.

    Tal proceso, abusivo y exorbitado, no era posible ms que en un pas cuya evolucin anormal tuvieramateria para maravillar o desconcertar a los espritus. No se imagina fcilmente a un inglspreguntndose si Inglaterra tiene sentido o no, o asignndole, con fuerza, una retrica, una misin:sabe que es ingls y eso le basta. La evolucin de su pas no comporta ninguna interrogacin esencial.Entre los rusos, el mesianismo deriva de una incertidumbre interior, agravada por el orgullo, por una

    voluntad de afirmar sus taras, de imponrselas a otros, de descargarse sobre ellos de un excesosospechoso. La aspiracin de salvar el mundo es el fenmeno morboso de la juventud de un pueblo.Espaa se inclina sobre s misma por razones opuestas. Tuvo tambin comienzos fulgurantes, pero

    estn muy lejanos. Llegada demasiado pronto, trastorn el mundo y se dej caer: esta cada se merevel un da. Fue en Valladolid, en la Casa de Cervantes. Una vieja de apariencia vulgar, contemplabael retrato de Felipe III; Un loco, le dije. Ella se volvi hacia m: Con l comenz nuestradecadencia. Yo estaba en el corazn del problema. Nuestra decadencia!. As que, pens, ladecadencia es, en Espaa, un concepto corriente, nacional, un clich, una divisa oficial. La nacin que,en el siglo XVI, ofreca al mundo un espectculo de magnificencia y de locura, hela ah reducida acodificar su abotargamiento. Si hubieran tenido tiempo, sin duda los ltimos romanos no hubieran

    actuado de otra forma; no pudieron remachar su fin: los brbaros se cernan ya sobre ellos. Msafortunados, los espaoles tuvieron plazo suficiente (tres siglos!) para pensar en sus miserias yempaparse de ellas. Charlatanes por desesperacin, improvisadores de ilusiones, viven en una especiede acritud cantante, de trgica falta de seriedad, que les salva de la vulgaridad de la felicidad y delxito. Aunque cambiasen un da sus antiguas manas por otras ms modernas, seguiran, empero,marcados por una ausencia tan larga. Incapaces de acoplarse al ritmo de la civilizacin, clericoidaleso anarquistas, no podran renunciar a su inactualidad. Cmo van a alcanzar a las otras naciones,como se van a poner al da, si han agotado lo mejor de s mismos en rumiar sobre la muerte, enembadurnarse con ella, en convertirla en experiencia visceral? Retrocediendo sin cesar hacia loesencial, se han perdido por exceso de profundidad. La idea de decadencia no les preocupara tanto sino tradujese en trminos de historia su gran debilidad por la nada, su obsesin por el esqueleto. No esnada asombroso que para cada uno de ellos el pas sea su problema. Leyendo a Ganivet, Unamuno uOrtega, uno advierte que para ellos, Espaa es una paradoja que les atae ntimamente y que no

    logran reducir a una frmula racional. Vuelven siempre sobre ella, fascinados por la atraccin de loinsoluble que representa. No pudiendo resolverla por el anlisis, meditan sobre Don Quijote, en el quela paradoja es todava ms insoluble, porque es smbolo...Uno no se imagina a un Valry o a un Proust meditando sobre Francia para descubrirse a s mismos:

    pas realizado, sin rupturas graves que soliciten inquietud, pas no-trgico, no es un caso: al habertriunfado, al haber cumplido su suerte, cmo podra ser an interesante?El mrito de Espaa es proponer un tipo de evolucin inslita, un destino genial e inacabado. (Se dira

    que se trata de un Rimbaud encarnado en una colectividad.) Pensad en el frenes que despleg en subsqueda del oro, en su desplome en el anonimato, pensad despus en los conquistadores, en subandidismo y en su piedad, en la forma en la que asociaron el evangelio al crimen, el crucifijo al pual.

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    En sus buenos momentos, el catolicismo fue sanguinario, como corresponde a toda religinverdaderamente inspirada.La Conquista y la Inquisicin, -fenmenos paralelos surgidos de vicios grandiosos de Espaa-.

    Mientras fue fuerte, destac en la matanza, a la que aport no slo su gusto por lo aparatoso, sinotambin lo ms ntimo de su sensibilidad. Slo los pueblos crueles tienen ocasin de aproximarse a lasfuentes mismas de la vida a sus palpitaciones, a sus arcanos que calientan: la vida no revela suesencia ms que a ojos inyectados en sangre... Cmo creer en las filosofas cuando se sabe de qumiradas plidas son el reflejo? La costumbre del razonamiento y de la especulacin es ndice de una

    insuficiencia vital y de un deterioro de la afectividad. Slo piensan con mtodo aquellos que, a favorde sus deficiencias, llegan a olvidarse de s mismos, a no formar cuerpo con sus ideas: la filosofa,privilegio de individuos y de pueblos biolgicamente superficiales.Es casi imposible hablar con un espaol de otra cosa que de su pas, universo cerrado, tema de su

    lirismo y de sus reflexiones, provincia absoluta, fuera del mundo. Alternativamente exaltado y abatido,lanza miradas deslumbradoras y morosas; el descoyuntamiento es su forma de rigor. Si se concede unfuturo, no cree en l realmente. Su descubrimiento: la ilusin sombra, el orgullo de desesperar; sugenio: el genio del pesar.Sea cual fuere su orientacin poltica, el espaol o el ruso que se interroga sobre su pas aborda la

    nica cuestin que cuenta ante sus ojos. Se entiende por qu ni Rusia ni Espaa han producido ningnfilsofo de envergadura. Es que el filsofo debe atarearse en las ideas como espectador; antes deasimilarlas de hacerlas suyas, necesita considerarlas desde fuera, disociarse de ellas, pesarlas y, si espreciso, jugarcon ellas; despus ayudado por la madurez, elabora un sistema con el que nunca seconfunde del todo. Es esa superioridad respecto a su propia filosofa lo que admiramos en los griegos.Lo mismo ocurre con todos los que se centran en el problema del conocimiento y hacen de l elproblema esencial de su meditacin. Tal problema no perturba ni a los rusos ni a los espaoles.Inaptos para la contemplacin intelectual, mantienen relaciones bastante chocantes con la idea. Qucombaten con ella? Siempre llevan la peor parte; se apodera de ellos, les subyuga les oprime; mrtiresvoluntarios, no piden ms que sufrir por ella. Con ellos, estamos lejos del dominio en que el espritu

    juega consigo y con las cosas, lejos de toda perplejidad metdica.La evolucin anormal de Rusia y de Espaa les ha llevado, pues, a interrogarse sobre su propio

    destino. Pero son dos grandes naciones, pese a sus lagunas y sus accidentes de crecimiento. Cuntoms trgico es el problema nacional para los pueblos pequeos! No hay irrupcin sbita en ellos, nidecadencia lenta. Sin apoyo en el porvenir ni en el pasado, se apoyan graciosamente sobre s mismos:de ello resulta una larga meditacin estril. Su evolucin no puede ser anormal, porque no

    evolucionan. Qu les queda? Resignarse a s mismos, ya que, fuera de ellos, est toda la Historia dela que precisamente estn excluidos.Su nacionalismo, que suele ser tomado a broma es ms bien una mscara, gracias a la cual intentan

    ocultar su propio drama y olvidar en un furor de reivindicaciones, su ineptitud para insertarse en losacontecimientos: mentiras dolorosas, reaccin exasperada frente al desprecio que creen merecer, unamanera de escamotear la obsesin secreta por s mismos. En trminos ms sencillos: un pueblo quees un tormento para s mismo es un pueblo enfermo. Pero mientras que Espaa sufre por haber salidode la Historia y Rusia por querer a toda costa establecerse en ella, los pueblos pequeos se debatenpor no tener ninguna de esas razones para desesperar o impacientarse. Afectados por una taraoriginal, no pueden remediarla por la decepcin ni por el sueo. De este modo no tienen otro recursoque estar obsesionados consigo mismos. Obsesin que no est desprovista de belleza, ya que no leslleva a nada y no interesa a nadie.

    Hay pases que gozan de una especie de bendicin, de gracia: todo les sale bien, incluso susdesdichas, incluso sus catstrofes; hay otros que nunca logran tener xito y cuyos triunfos equivalen afracasos. Cuando quieren afirmarse y dan un salto hacia adelante, una fatalidad exterior intervienepara romper su empuje y para retrotraerles a su punto de partida. Carecen de todas lasoportunidades, incluso la dcl ridculo.Ser francs es una evidencia: no se sufre ni se alegra uno por ello; se dispone de una certeza que

    justifica el viejo interrogante: Cmo se puede ser persa?.La paradoja de ser persa (en este caso, rumano) es un tormento que hay que saber explotar, un

    defecto del que hay que sacar provecho. Confieso haber mirado en otro tiempo como una vergenzael pertenecer a una nacin vulgar, a una colectividad de vencidos, sobre cuyo origen me caban pocasesperanzas. Crea, y quiz no me engaaba, que habamos surgido de la hez de los brbaros, del

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    desecho de las grandes invasiones, de esas hordas que, incapaces de seguir su marcha hacia el Oeste,se desplomaron a lo largo de los Crpatos y del Danubio, para acurrucarse ah, para dormitar, masa dedesertores en los confines del Imperio, chusma maquillada con una pizca de latinidad. De tal pasado,tal presente. Y tal porvenir. Dura prueba para mi joven arrogancia! Cmo puede serse rumano?,era una pregunta a la que yo no poda responder ms que por una mortificacin de cada instante.Como odiaba a los mos, a mi pas, a sus campesinos intemporales, encantados con su torpor y se diraque deslumbrantes de embrutecimiento, yo me avergonzaba de ser su descendiente, renegaba deellos, me rehusaba a su infra-eternidad, a sus certidumbres de larvas petrificadas, a su soarrera

    geolgica. Era intil que buscase bajo sus rasgos el azogamiento las muecas de la rebelin: el mono,ay, se mora en ellos. A decir verdad, acaso no propendan ms bien a lo mineral? No sabiendo cmozarandearlos, cmo animarlos, comenc a soar con su exterminacin. Pero no se puede hacer unamatanza de piedras. El espectculo que me ofrecan justificaba y desviaba, alimentaba y desanimabami histeria. Y no dejaba de maldecir el accidente que me hizo nacer entre ellos.Una gran idea les posea: la de destino; yo la repudiaba con todas mis fuerzas, no vea en ella ms

    que un subterfugio de poltrones una excusa para todas las abdicaciones, una expresin del sentidocomn y su filosofa fnebre. Mi pas, cuya existencia, visiblemente no vena a cuento, se me aparecacomo un resumen de la nada o una materializacin de lo inconcebible, como una especie de Espaasin siglo de oro, sin conquistas ni locuras, y sin un Don Quijote de nuestras amarguras. Formar partede l, qu leccin de humillacin y de sarcasmo, qu calamidad, qu lepra!Yo era demasiado impertinente, demasiado fatuo, para percibir el origen de la gran idea que reinaba

    en l, su profundidad o las experiencias, el sistema de desastres que supona. No deba comprenderlahasta mucho ms tarde. Cmo se insinu en m, es algo que ignoro. Cuando llegu a experimentarlalcidamente me reconcili con mi pas que, de inmediato, dej de obsesionarme.Para dispensarse de actuar, los pueblos oprimidos se entregan al destino, salvacin negativa, al

    mismo tiempo que medio de interpretar los acontecimientos: su filosofa de la historia de uso casero,visin determinista con base afectiva, metafsica de circunstancias...Si bien los alemanes son tambin sensibles al destino, no ven en l, empero, un principio que

    intervenga desde el exterior, sino un poder que, emanado de su voluntad, acaba por escapar a esta ypor volverse contra ellos para destrozarles. Unido a su apetito de demiurgia, el Schicksal supone notanto un juego de fatalidades en el exterior del mundo como en el interior del yo. Tanto da decir quehasta un cierto punto, depende de ellos.Para concebir lo exterior a nosotros, omnipotente y soberano, se requiere un muy amplio ciclo de

    quiebras. Condicin que mi pas cumple plenamente. Sera indecente que creyese en el esfuerzo, en la

    utilidad del acto. De este modo, no cree en ellos y, por correccin, se resigna a lo inevitable. Le estoyagradecido por haberme legado, junto con el cdigo de la desesperacin, ese saber vivir, esa solturafrente a la Necesidad, as como numerosos callejones sin salida y el arte de plegarme a ellos. Siemprelista para apoyar mis decepciones y revelar a mi indolencia el secreto de conservarlas, me haprescrito, adems, en su celo por hacer de m un bribn preocupado por las apariencias, los mediospara degradarme sin comprometerme demasiado. No slo le debo mis ms hermosos y segurosfracasos, sino tambin esa aptitud para maquillar mis cobardas y atesorar mis remordimientos. Decuntas otras ventajas no le ser deudor! Sus ttulos para mi gratitud son, en verdad, tan mltiples,que sera fastidioso enumerarlos.Por mucha buena voluntad que hubiera puesto en ello, acaso habra podido, sin l, echar a perder

    mis das de una manera tan ejemplar? El me ha ayudado, empujado, animado. Fracasar en la vida,esto se olvida a veces demasiado pronto, no es tan fcil: se precisa una larga tradicin, un largoentrenamiento, el trabajo de varias generaciones. Una vez realizado ese trabajo, todo va de maravilla.

    La certidumbre de la Inutilidad os corresponde entonces en herencia: es un bien que tus mayores hanadquirido para ti con el sudor de su frente y al precio de innumerables humillaciones. Te aprovechasde ello, suertudo, y lo exhibes. En lo tocante a tus propias humillaciones, siempre te ser posibleembellecerlas o escamotearlas, afectar un aire de aborto elegante, ser, honrosamente, el ltimo de loshombres. La cortesa, uso de la desdicha, privilegio de los que habiendo nacido perdidos, hancomenzado por su fin. Saberse de una laya que nunca ha sido es una amargura en la que intervienecierta dulzura e incluso algn placer.La exasperacin que me embargaba antao cuando oa a alguien decir, a cualquier propsito:

    destino, ahora me parece pueril. Ignoraba entonces que llegara a hacer otro tanto, que,amparndome yo tambin tras ese vocablo, referira a l la buena y mala suerte y todos los detallesde la dicha y la desdicha, que, adems, me agarrara a la Fatalidad con el xtasis de un nufrago y le

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    lengua cristalizada, la poesa es perfectamente compatible con un genio brbaro y una lenguainforme. Crear una literatura es crear una prosa.Qu hay de ms natural que el que tantos no dispongan de ningn otro modo de expresin ms que

    la poesa? Incluso los que no estn particularmente dotados obtienen, en su desarraigamiento, en elautomatismo de su excepcin, ese suplemento de talento que no habran encontrado en unaexistencia normal.Bajo cualquier forma que se presente, y sea cual sea su causa, el exilio, en sus comienzos, es una

    escuela de vrtigo. Y el vrtigo no es cosa a la que a cualquiera le sea dada la suerte de llegar. Es una

    situacin-lmite y algo as como el extremo del estado potico. Acaso no es un favor ser transportadoa l de golpe, sin los rodeos de una disciplina, por la sola benevolencia de la fatalidad? Pensad en eseaptrida de lujo, Rilke, en el nmero de soledades que le fue preciso acumular para liquidar susataduras, para tomar tierra en lo invisible. No es fcil no ser de ninguna parte, cuando ningunacondicin exterior os obliga a ello. El mismo mstico no alcanza el desapego ms que al precio deesfuerzos monstruosos. Arrancarse del mundo, qu trabajo de abolicin! El aptrida lo lleva a cabo sinsufragar los gastos, por el concurso -por la hostilidad- de la historia. Nada de tormentos ni vigilias paraque se desprenda de todo; los acontecimientos le obligan a ello. En cierto sentido, se parece alenfermo, quien, como l, se instala en la metafsica o en la poesa sin mrito personal, por la fuerza delas cosas, por los buenos oficios de la enfermedad. Absoluto de pacotilla? Quiz, pero no estprobado que los resultados adquiridos por el esfuerzo superen en valor a los que derivan del reposo enlo ineluctable.Un peligro amenaza al poeta desarraigado: adaptarse a su suerte, no sufrir ms por su causa,

    complacerse en ella. Nadie puede salvar a la juventud de sus zozobras pero se desgastan. Lo mismosucede con la aoranza del terruo, con toda nostalgia. Los pesares pierden su lustre, se marchitan y,a pesar de la elega, caen pronto en el abandono. Qu hay entonces de ms normal que instalarse enel exilio, Ciudad de Nada, patria invertida? En la medida en que se deleita en l, el poeta dilapida lamateria de sus emociones, los recursos de su desdicha, como su sueo de gloria. Como la maldicinde la que sacaba orgullo y provecho ya no le abruma, pierde, con ella, la energa de su excepcin y lasrazones de su soledad. Expulsado del infierno, intentar en vano volver a instalarse en l, sumergirseen l de nuevo: sus sufrimientos excesivamente amortiguados le volvern indigno de ello parasiempre. Los gritos de los que antao estaba tan orgulloso se han vuelto amargura, y la amargura nose transforma en versos: ella le llevar fuera de la poesa. No ms cantos ni ms excesos. Una vezcerradas sus llagas, en vano hurgar en ellas para extraer algunos acentos: en el mejor de los casos,

    ser el epgono de sus dolores. Le espera una decadencia honrosa. Falta de diversidad, de inquietudesoriginales, su inspiracin se seca. Pronto, resignado al anonimato y como intrigado por sumediocridad, adquirir la mscara de un burgus de ninguna parte. Helo ah en el trmino de sucarrera lrica, en el punto ms estable de su desclasamiento.Integrado, asentado en el bienestar de su cada, qu le queda por hacer? Deber elegir entre dos

    formas de salvacin: la fe y el humor. Si arrastra todava algunos vestigios de ansiedad, los liquidarpoquito a poco por medio de mil oraciones; a menos que no se complazca en una metafsica amable,pasatiempo de versificadores agotados. Si, por el contrario est inclinado a la burla, minimizar susderrotas hasta el punto de alegrarse de ellas. Segn su temperamento, pues, har ofrendas a lapiedad o al sarcasmo. En uno y otro caso, habr triunfado sobre sus ambiciones, como sobre su malasuerte, para alcanzar una meta ms alta, para llegar a ser un vencido decente, un rproboconveniente.

    Un pueblo de solitarios

    Intentar divagar sobre las pruebas sufridas por un pueblo, sobre su historia que desconcierta a la

    Historia, sobre su destino que parece depender de una lgica sobrenatural en la que lo inaudito semezcla con la evidencia, el milagro con la necesidad. Unos le llaman raza, otros nacin, otros tribu.Como se rehsa a toda clasificacin, lo que de l puede decirse de preciso, es inexacto; ningunadefinicin le conviene. Para captarlo mejor, sera preciso recurrir a alguna categora aparte, pues todoen l es inslito: acaso no es el primero en haber colonizado el cielo y haber situado en l a su dios?

    Tan impaciente de crear mitos como de destruirlos, se ha creado una religin de la que se reclama yde la que se avergenza... Pese a su clarividencia, hace gustosamente concesiones a la ilusin:

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    espera, siempre espera demasiado... Conjuncin extraa de energa y de anlisis, de sed y desarcasmo. Con tantos enemigos como tiene, otro cualquiera en su lugar se hubiera rendido; pero l,inepto para las dulzuras de la desesperacin, pasando por alto su fatiga milenaria, las conclusionesque su suerte le impone, vive en el delirio de la espera, completamente decidido a no sacar unaenseanza de sus humillaciones, ni deducir de ellas una regla de modestia, un principio de anonimato.Prefigura la dispora universal: su pasado resume nuestro porvenir. Cuanto ms vislumbramos los dasque se nos aproximan, ms nos acercamos a l y ms le huimos: todos temblamos de tener queigualarle un da... Pronto seguiris mis pasos, parece decirnos, mientras traza, sobre nuestras

    certidumbres, un signo de interrogacin ...Ser hombre es un drama; ser judo, otro. De este modo, el judo tiene el privilegio de vivir dos veces

    nuestra condicin. Representa la existencia separada por excelencia o, para emplear una expresincon la que los telogos califican a Dios, lo absolutamente otro. Consciente de su singularidad, piensaen ella sin cesar y no la olvida jams; de dnde le viene ese aire forzado, crispado; o falsamenteseguro de s, tan frecuente entre los que llevan la carga de un secreto. En lugar de enorgullecerse desus orgenes, de exhibirlos y proclamarlos, los camufla: pero acaso su suerte, distinta a cualquierotra, no le confiere el derecho de mirar con altanera a la turba humana? Siendo vctima, reacciona asu manera, como un vencido sui generis. Por ms de un aspecto, se emparienta con esa serpiente dela que hizo un personaje y un smbolo. No vayamos, sin embargo, a creer que l tambin tiene lasangre fra: sera ignorar su verdadera naturaleza, sus apasionamientos, su capacidad de amor y deodio, su gusto por la venganza o las excentricidades de su caridad. (Ciertos rabinos hasidicos en nadaceden a los santos cristianos). Excesivo en todo, emancipado de la tirana del paisaje, de lasingenuidades del arraigamiento, sin ataduras, acsmico, es el hombre que nunca ser de aqu, elhombre venido de otra parte, el extranjero en s, y que no podra sin equvoco hablar en nombre de losindgenas, de todos. Traducir sus sentimientos, convertirse en su intrprete, qu tarea lerepresentara, si lo pretendiese! No hay muchedumbre que pueda l arrastrar, llevar, sublevar: latrompeta no le corresponde, se le reprocharn sus padres, sus ancestros que reposan lejos, en otrospases, en otros continentes. Carente de tumbas que mostrar o que explotar, sin medio de ser elportavoz de ningn cementerio, no representa a nadie sino a s mismo, nada ms que a s mismo.Que se reclama del ltimo slogan? Que se encuentra en el comienzo de una revolucin? Se verrechazado en el momento mismo en que sus ideas triunfen, en que sus frases tengan fuerza de ley. Sisirve a una causa, no podr enorgullecerse de ella hasta el final. Llegar un da en que le sea precisocontemplarla como espectador, como decepcionado. Despus defender otra, con sinsabores no

    menos patentes. Que cambia de pas? Su drama vuelve a comenzar: el xodo es su asentamiento, sucertidumbre, su hogar.Mejor y peor que nosotros, encarna los extremos a los que aspiramos sin alcanzarlos: es nosotros msall de nosotros mismos... Como su capacidad de absoluto supera a la nuestra, ofrece, para bien ypara mal, la imagen ideal de nuestras capacidades. Su soltura para el desequilibrio, la rutina que haadquirido en l, le convierte en un desquiciado, experto en psiquiatra como en toda clase deteraputicas, un terico de sus propios males: no es como nosotros, anormal por accidente o poresnobismo, sino naturalmente, sin esfuerzo y por tradicin: tal es la ventaja de un destino genial a laescala de un pueblo. Ansioso entregado a la accin, enfermo incapaz de guardar cama, se curamientras avanza. Sus reveses no se parecen a los nuestros; hasta en la desgracia rechaza elconformismo. Su historia es un interminable cisma.

    Vejado en nombre del Cordero, indudablemente permanecer no cristiano mientras el cristianismo semantenga en el poder. Pero le gusta tanto la paradoja -y los sufrimientos que de ella se derivan- quequiz se convierta a la religin cristiana en el momento en que sea universalmente aborrecida.Entonces se le perseguir por su nueva fe. Titular de un destino religioso ha sobrevivido a Atenas y aRoma, como sobrevivir a Occidente y seguir su carrera, envidiado y odiado por todos los pueblosque nacen y mueren...Cuando las iglesias hayan sido abandonadas para siempre, los judos volvern a ellas o edificarn

    otras, o, lo que es ms probable, colocarn la cruz sobre las sinagogas. Entre tanto, acechan elmomento en que Jess sea abandonado: vern entonces en l al verdadero Mesas? Eso se sabr alfinal de la Iglesia..., pues, a menos de un embrutecimiento imprevisible, no se dignarn a arrodillarse

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    con los cristianos ni a gesticular con ellos. A Cristo lo hubieran reconocido si no hubiese sido aceptadopor las naciones y si no hubiera llegado a ser un bien comn, un mesas de exportacin. Bajo ladominacin romana, fueron los nicos en no admitir en sus templos las estatuas de los emperadores;cuando les forzaron a ello, se sublevaron. Su esperanza mesinica no fue tanto un sueo de conquistarlas otras naciones como de destruir sus dioses por la gloria de Yahv: teocracia siniestra erguida anteun politesmo de marchamo escptico. Como hacan bando aparte en el imperio, se les tachaba deignominia, pues no se comprenda su exclusivismo, su rechazo a sentarse a la mesa con losextranjeros, a participar en los juegos, en los espectculos, a mezclarse con los otros y a respetar sus

    costumbres. No concedan crdito ms que a sus propios prejuicios: de ah la acusacin demisantropa, crimen que les imputaban Cicern, Sneca, Celso y, con ellos, toda la antigedad. Yaen el 130 a. de J. C., durante el sitio de Jerusaln por Antoco, los amigos de ste le aconsejaronapoderarse de la ciudad por la fuerza, y aniquilar completamente la raza juda: pues, nica entretodas las naciones, se rehusaba a tener ninguna relacin social con los otros pueblos y los considerabacomo enemigos (Posidonio de Apamea). Les complaci el papel de indeseables? Queran desde elprincipio estar solos en la Tierra? Lo que es cierto es que aparecieron durante largo tiempo como laencarnacin misma del fanatismo y que su inclinacin por la idea liberal es, ms que innata, adquirida.El ms intolerante y el ms perseguido de los pueblos uni el universalismo al particularismo msestricto. Contradiccin de su naturaleza: es intil intentar resolverla o explicarla.Desgastado hasta la mdula, el cristianismo ha dejado de ser una fuente de asombro y de escndalo,

    de hacer estallar crisis o de fecundar las inteligencias. Ya no incomoda al espritu ni le obliga a lamenor interrogacin; las inquietudes que suscita como sus respuestas y sus soluciones, son blandas,adormecedoras: ningn desgarramiento de futuro ni ningn drama podran venir de l. Su poca hapasado: ahora ya bostezamos ante la cruz... Intentar salvarla, prolongar su carrera, eso ya ni se nosocurre; ocasionalmente despierta nuestra... indiferencia. Tras haber ocupado nuestras profundidades,apenas se mantiene ya en nuestra superficie; pronto, destituido, ir a aumentar el nmero deexperiencias fallidas. Contemplad las catedrales: habiendo perdido el impulso que llevaba su masa,convertidas de nuevo en piedra, se empequeecen y se desploman; incluso su flecha, que antaoapuntaba insolentemente hacia el cielo, sufre la contaminacin de la pesantez e imita la modestia denuestros cansancios.Cuando, por azar, penetramos en una de ellas, pensamos en la inutilidad de las oraciones que all se

    profirieron, en tantas fiebres y locuras derrochadas en vano. Pronto el vaco reinar en ellas. Ya no haynada gtico en la materia, ni hay nada gtico en nosotros. Si el cristianismo conservaba unaapariencia de reputacin, se lo debe a los retrasados que, persiguindole con un odio retrospectivo,

    quisieran pulverizar los dos mil aos en que, no se sabe por qu manejo, obtuvo la aquiescencia de losespritus. Como tales retrasados, tales odiadores se hacen ms y ms raros, y l no se consuela de laprdida de una popularidad tan larga, mira hacia todos los lados al acecho de un suceso susceptiblede volver a traerle al primer plano dc la actualidad. Para que llegara a ser curioso, sera precisoelevarlo a la dignidad de una secta maldita; slo los judos podran encargarse de ella: proyectaran enl la suficiente rareza para renovarlo y rejuvenecer el misterio. Si lo hubiesen adoptado en el momentobueno, hubieran corrido la suerte de tantos otros pueblos de los que la historia apenas conserva elnombre. Fue para evitarse tal suerte por lo que lo rechazaron. Dejando a los gentiles las efmerasventajas de la salvacin, optaron por los inconvenientes duraderos de la perdicin. Infidelidad? Es elreproche que, siguiendo a San Pablo, no deja de hacrseles. Reproche ridculo, porque su faltaconsiste precisamente en una excesivamente grande fidelidad a s mismos. A su lado, los primeroscristianos parecen oportunistas: seguros de su causa, esperaban alegremente cl martirio.Exponindose a l, no hacan por lo dems sino reverenciar las costumbres de una poca en la que el

    gusto por las hemorragias espectaculares haca fcil lo sublime.Completamente distinto es el caso de los judos. Rehusando seguir las ideas de su tiempo, la gran

    locura que se apoderaba del mundo, escaparon provisionalmente a las persecuciones. Pero a quprecio! Por no haber compartido los sinsabores momentneos de los nuevos fanticos, iban despus asoportar el peso y el terror de la cruz, pues es para ellos, y no para los cristianos, para quien lleg aser smbolo de suplicio.A lo largo de la Edad Media, se hicieron asesinar porque haban crucificado a uno de ellos... Ningn

    pueblo ha pagado tan caro un gesto inconsiderado, pero explicable y, bien mirado, natural. Por lomenos tal me pareci el da que asist al espectculo de la Pasin en Oberammergau. En el conflictoentre Jess y las autoridades es por Jess, evidentemente, por quien el pblico, con abundanteslgrimas, toma partido. Esforzndome intilmente en hacer otro tanto, me sentsolo en la sala. Qu

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    haba sucedido? Me encontraba en un proceso en el que los argumentos de la acusacin meimpresionaban por su justeza. Ans y Caifs encarnaban a mis ojos el sentido comn mismo.Empleando procedimientos honrados, prestaban inters al caso que se les someta. Quiz no pedanms que convertirse. Yo comparta su exasperacin ante las respuestas imprecisas del acusado.Irreprochables en todo momento, no usaban ningn subterfugio teolgico o jurdico: un interrogatorioperfecto. Su probidad me conquist: me puse de su lado y aprob a Judas, no sin despreciar susremordimientos. Desde ese momento, el desenlace del conflicto mc dej indiferente. Y cuando dejabala sala, pens que el pblico perpetuaba por medio de sus lgrimas un malentendido dos veces

    milenario.Por grvido de consecuencias que haya sido, el rechazo del cristianismo sigue siendo la ms

    estupenda hazaa de los judos, un no que les honra. Si antes marchaban solos por necesidad ahora loharn por resolucin, como rprobos dotados de un gran cinismo, de la nica precaucin que hantomado contra su porvenir...Orgullosos de sus crisis de conciencia, los cristianos, contentos de que otro haya sufrido por ellos, se

    relajan a la sombra del Calvario. Si a veces se atarean en rehacer las etapas, menudo partido sabensacar de ello! Con aire de aprovechados, se regodean en la iglesia, y, cuando salen, apenas disimulanesa sonrisa que da la certeza obtenida sin fatiga. La gracia -no es cierto?- se encuentra de su lado,gracia barata, sospechosa, que les dispensa de todo esfuerzo. Son salvados de circo, fanfarrones dela redencin, gozadores cosquilleados por la humildad, el pecado, y el infierno. Si atormentan suconciencia, lo hacen para procurarse sensaciones. Y se procuran an ms si atormentan la vuestra. Encuanto descubran algunos escrpulos, algn desgarramiento o la presencia obsesiva de una falta o deun pecado, ya no os soltarn, os obligarn a exhibir vuestro problema o a gritar vuestra culpabilidad,mientras ellos asisten, sdicos, al espectculo de vuestra zozobra. Llorad si podis: eso es lo queesperan, impacientes de emborracharse con vuestras lgrimas, de chapotear, caritativos y feroces, envuestras humillaciones, de regodearse con vuestros dolores. Todos esos hombres de conviccionesestn tan vidos de sensaciones dudosas que las buscan por todas partes y, cuando no las encuentranen el exterior, se precipitan sobre ellos mismos. Lejos de estar obsesionado por la verdad, el cristianose maravilla de sus conflictos interiores, de sus vicios y de sus virtudes, de su poder de intoxicacin,retoza en torno a la Cruz y, epicreo de lo horrible, asocia el placer a sentimientos que no locomportan en absoluto: acaso no ha inventado el orgasmo del remordimiento? As se ganasiempre ...Aunque elegidos, los judos no haban de adquirir por esta eleccin ninguna ventaja: ni paz, ni

    salvacin... Por el contrario, se les impuso como una prueba, como un castigo. Elegidos sin la gracia.De este modo sus oraciones tienen tanto ms mrito cuanto que se dirigen a un dios sin excusa.No es que haya que condenar en masa a los gentiles. Pero, a fin de cuentas, no tienen de qu estar

    tan orgullosos: forman tranquilamente parte del gnero humano... Esto es precisamente lo que, deNabucodonosor a Hitler, no se ha querido conceder a los judos; desdichadamente, estos ltimos notuvieron el valor de glorificarse de ello. Con una arrogancia de dioses, hubieran debido jactarse de susdiferencias, proclamar ante la faz del universo que no tenan semejantes ni queran tener, escupirsobre las razas y los imperios, y, en un mpetu de autodestruccin, sostener las tesis de susdetractores, dar la razn a quienes les odian... Dejemos los pesares o el delirio. Quin se atreve atomar por su propia cuenta los argumentos de sus enemigos? Tal orden de grandeza, apenasconcebible en una persona, no lo es en absoluto en un pueblo. El instinto de conservacin afea tanto alos individuos como a las colectividades.Si los judos no tuviesen que afrontar ms que el antisemitism