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LA VISIÓN Javier Albalat Requena

La visión 2

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LA VISIÓN

Javier Albalat Requena

LA VISIÓN

La vida es más simple de lo que uno quiera pensar. Paso y vista al frente.

Ella no pone obstáculos, nos los ponemos nosotros solitos en la búsqueda

incesante de la verdad cuando realmente la tenemos en nuestras narices.

Salto y vista al frente. Ya casi estaba. Todos queremos ser más que los

demás. La ambición es buena si no es por egoísmo o avaricia, pero

queremos una casa más grande o un coche más potente. O simplemente

ganar más dinero. Me paré y me di la vuelta. Impacto. Alegría. Satisfacción.

Melancolía. Sensaciones que recorrieron mi cuerpo. Distinguí la torre de la

iglesia, centro neurálgico de Alcublas, mi amado pueblo.

Me quedé unos minutos observando desde las alturas y luego me senté.

Bebí agua ávidamente para calmar la sed acuciante. El sol me daba de

lleno. Crucé las piernas y cerré los ojos, sintiendo la gélida brisa

contrarrestada por el sol, sumergiéndome en mis cavilaciones.

- Hola, joven. Vengo a traerle una buena noticia -dijo una voz

cascada a mis espaldas. Abrí los ojos y me di la vuelta, sorprendido. Había

un hombre encorvado con pinta de ser muy mayor, con una barba canosa

tirando a blanca acabada en punta y apoyado en un bastón que me

sonaba bastante.

- Hola… -respondí de forma automática.

- Bienvenido seas -me respondió con una sonrisa carente de dientes.

Miré a mí alrededor y no veía ningún medio de transporte. ¡Qué

extraño! Un hombre que debía de tener no menos de noventa años no

podía subir por una senda tan empinada como la que yo acababa de subir

y con esfuerzo.

- Perdone, decía algo de una buena noticia… -comenté tratando de

romper el hielo.

El misterioso anciano sonrió otra vez.

- Te decía que traigo buenas noticias para ti -repitió.

- ¿Y ha venido hasta aquí solamente para traerme una buena

noticia? -pregunté intrigado.

- ¡Claro! -sonrió el hombre.

El anciano me miraba sin dejar de sonreír.

- Usted dirá… -le dije, con una media sonrisa, tratando de ser amable.

- El final está cerca -me dijo, borrando la sonrisa de su arrugado

rostro.

- ¿El final de qué? -pregunté, cada vez más intrigado.

- ¡Del mundo! -gritó el viejo mientras se agachaba hacia mí abriendo

unos ojos como platos.

Reconocí que estaba asustado por un señor de unos noventa años,

con una especie de cayado que me era familiar de haberlo visto en otra

parte. Nos quedamos mirándonos fijamente durante unos segundos para

luego recobrar la compostura.

El hombre levantó su bastón hacia el horizonte, hacia la Serranía.

- Dentro de poco todo este paisaje tan verde y fértil se convertirá en

fuego y muerte -aseguró.

- ¿Y eso por qué…? -pregunté atónito.

- Porque dentro de muy poco bajará nuestro señor Jesucristo del

cielo para castigar a Lucifer y a todos los seres humanos que hayan

predicado o hecho el mal. Lo quemará todo y el fuego arderá durante mil

años -susurró el viejo con una voz áspera y sibilina que recordaba a una

persona agonizando.

- Acabáramos… Con la iglesia hemos topado… -pensé molesto.

Posiblemente el hombre se había escapado de algún manicomio o

era uno de esos locos que van predicando la palabra del Señor puerta por

puerta.

Pero el contexto en el que nos hallábamos no cuadraba. Un hombre

muy mayor en la cima de una montaña, sin ningún viso de algún tipo de

transporte, hablándome de Jesucristo y de un futuro más bien negro.

Ante mi silencio, el viejo prosiguió:

- Cuando hayan pasado mil años, nuestro señor Jesucristo volverá

con sus ángeles para apagar el fuego eterno y perdonar a las almas

arrepentidas. A Lucifer y sus adeptos los enviará para siempre a las

entrañas del infierno y luego…

- Espere -interrumpí, levantando una mano- Mire, debo advertirle

que no me interesan estas cosas. Si le soy sincero, ni creo en Dios ni en la

iglesia.

- Tú crees en Dios -aseveró el viejo con gesto serio, señalándome con

un dedo curvo. Este hombre empezaba a ponerme nervioso.

- Tal vez, pero no en la iglesia que usted representa -le espeté ya

mosqueado.

El hombre rió como un motor que no quiere arrancar.

- Esos a los que te refieres son los primeros de la lista -dijo

sonriéndome- Háblame sin miedo y con franqueza -me pidió con otra

sonrisa.

Titubeé antes de contestar:

- Pues… Tengo una relación nefasta con la iglesia. Pienso que no se

puede ser más hipócrita. Predican lo contrario a la palabra del Señor que

usted predica. Me refiero a que me parece increíble que una institución

que predica las sagradas escrituras sea una patraña para engañar y estafar

a las personas. Lobos disfrazados de piel de cordero o, más bien, de ricas

telas y terciopelos, con una dieta prohibitiva, así como anillos y crucifijos

de oro fastuosos… Lo siento, pero no es algo con lo que esté muy de

acuerdo. No es la imagen que desearía ver Jesús, lo que han hecho con sus

doctrinas, sus parábolas y sus enseñanzas. Uno lee la Biblia, censurada por

la iglesia, y no puede evitar odiar a sus representantes actuales. Se han

dedicado a amasar enormes fortunas que podrían solucionar de un

plumazo la hambruna -dije, finalizando mi argumento con un suspiro.

El viejo me miraba sonriéndome, como si estuviera orgulloso de mí,

como un padre lo estaría de su hijo.

- Acabas de demostrarme que a pesar de tu juventud, eres sabio y

sensato -dijo- Y como te he dicho antes, aquellos a los que te refieres serán

los primeros en sufrir el castigo divino. Sólo los que muestren verdadero

arrepentimiento, serán perdonados de sus pecados.

- ¿Pero de qué sirve perdonar si ya se ha hecho todo el daño? -

pregunté- Yo los haría sufrir por toda la eternidad.

- ¡Ah! Ahí está la diferencia entre el ser humano y Dios, pues Él es

grandiosamente misericordioso. Dios nos entregó los diez mandamientos

para que los cumpliéramos, para así ganarnos la eternidad en el cielo… -

explicó el anciano.

No pude evitar echarme a reír a carcajada limpia.

El viejo me miraba con un rictus serio, apoyando las dos manos

sobre su bastón, como esperando a que terminara de reírme.

- Perdone, no lo he podido evitar… Pero de ser esto cierto, el cielo se

quedará vacío y el infierno sufrirá overbooking durante siglos, pues hoy en

día el que no es pecador o es tonto de remate o es un puritano que vive

pisando huevos -me defendí.

- ¿No has pensado, joven, que quizás estés equivocado, que hay más

corazones puros de lo que puedas imaginar? -preguntó el anciano.

- Perdone señor, pero eso casi es una utopía a día de hoy. Me explico:

Desde hace muchos siglos el hombre se mueve por dinero, sexo y drogas.

Por lo tanto, entre tanta depravación y una sobredosis de los siete pecados

capitales, no se escapa ni el tato -le expliqué.

Ante la mirada impasible del viejo, proseguí:

- Usted mismo, a lo largo de su larga vida, seguro que lo ha vivido

muchas veces. Hombres y mujeres que acaban seducidos por el ansia de

ser más ricos o poderosos, sin importar el precio que cueste o aún peor,

segando vidas inocentes con tal de conseguir su objetivo, para al fin y al

cabo, después de una relativa corta vida, morir y volver a ser polvo y

cenizas… Entonces, ¿qué sentido tiene esto? Si sólo tenemos que vivir y

disfrutar de lo que disponemos o lo que se nos ofrece, ni más ni menos.

Está bien que evolucionemos en otros sentidos para por ejemplo hallar

una cura para cualquier enfermedad. Pero no, hallan la cura para un

simple resfriado y las empresas farmacéuticas se llenan los bolsillos. Como

ocurrió con la gripe A. ¡No es justo! -me quejé.

El viejo parecía una estatua, así que continué con mi diatriba:

- Si es cierto lo que usted dice, entonces deseo que Jesucristo venga

cuanto antes y empiece a limpiar con su fuego toda la porquería, porque

estoy muy triste de ver en lo que se ha convertido el mundo, pero me

provoca mucha más tristeza saber en lo que se convertirá, pues no hace

falta ser muy listo para saber lo que ocurrirá. Tan sólo hay que ojear un

periódico para darse cuenta de ello. Guerras, corrupción, crímenes,

violaciones y una larga lista de cosas deleznables que ocurren a diario -

dirigí la mirada al horizonte con gesto derrotado- ¿Cómo hemos acabado

así? Tal vez sea el convencimiento de que no existe ningún Dios que luego

nos castigue por nuestros actos, pues, que yo sepa, el Dios del que usted

habla tan bien no hace acto de presencia desde hace por lo menos dos mil

años, por lo tanto, hemos perdido la fe y cuando digo hemos, me incluyo a

mí mismo, lo cual nos lleva a pecar pensando que luego no habrá castigo.

Si Dios por lo menos nos hubiera guiado cual rebaño, otro gallo hubiera

cantado…

Se hizo el silencio. Un silencio incómodo pero revelador. Miré al cielo

azul como buscando algo, para luego mirar al viejo ya realmente cabreado,

que seguía mirándome impertérrito.

- ¡¿Dónde está?! -le espeté- ¡¿Por qué permite Dios que pasen tantas

cosas horribles?!

- La culpa es vuestra. Si nuestro señor Jesucristo no hubiera muerto

en la cruz gracias a vuestra falta de fe, el mundo sería distinto -dijo con

toda la tranquilidad del mundo el anciano.

- Dios mío… ¡este hombre está loco de remate! -pensé, mirando al

hombre.

El viejo tenía la desfachatez de culpar al hombre de todos sus males.

Increíble.

- A ver. ¿Me está diciendo usted que por culpa de unos incrédulos y

locos que acusaron a Jesucristo llevándolo a la cruz hace como unos dos

mil años, debemos pagar las generaciones venideras durante siglos y

siglos? -pregunté, perplejo.

- No fue un castigo. Jesús era un regalo de Dios para la humanidad,

pero en vez de agradecerlo, lo despreciasteis. ¡Imagínalo por un momento!

¡Era el hijo de Dios! ¡Él lo envió a la tierra para enseñar al hombre la

palabra del Señor y no se os ocurre otra cosa que crucificarlo! ¡A su propio

hijo! Jesús no vino a juzgaros y sin embargo, vosotros lo juzgasteis.

Imagínate la tristeza que sintió Dios cuando vio que su propia creación

mataba a su propio hijo. Entonces tomó la decisión de abandonar a la

humanidad un poco a su aire, pues se sintió enormemente decepcionado.

- Pero buen hombre, entienda que caminar sobre el agua, resucitar

muertos, multiplicar panes y peces o curar enfermedades incurables no era

algo muy común en aquellos tiempos. La única explicación que se me

ocurre es que se asustaron tanto que creyeron que aquello solo podía ser

obra del maligno… Aunque por otro lado, la explicación quizás sea más

sencilla… -dije cavilando.

- ¿Cuál es? -inquirió el viejo.

- Aplicando aquello de que la explicación más sencilla suele ser la

cierta. Estoy casi convencido de que no fue otra cosa que envidia. Creo

recordar que los sumos sacerdotes lo entregaron a Pilatos por la envidia

que les corroía por dentro… -expuse.

- ¡Ah! -sonrió el viejo, satisfecho- Ahí le has dado, muchacho, y ahí es

donde se dio cuenta de que había creado a un monstruo.

- Pero vamos a ver… Vuelvo a repetir, ¿por qué hemos de pagar por

algo que ocurrió hace tantísimo tiempo? ¿Qué culpa tiene el hombre que

está allá abajo cuidando de sus almendros o yo mismo? -pregunté,

tratando de aplicar algo de cordura a la conversación.

El viejo se encogió de hombros.

- Ya está escrito y no se puede hacer nada para cambiarlo. De todas

formas, hay algo en lo que te equivocas. Dios ha hecho breves

intervenciones para evitar males mayores, pero hay cosas que ya estaban

predestinadas. Nunca ha abandonado al hombre, ni lo abandonará, pero

tienes que entender que han existido otras civilizaciones que han

desaparecido de la faz de la tierra porque el hombre es, como vosotros

decís, el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y esto

hay que corregirlo de alguna manera, pero Dios no puede intervenir,

cuando el Diablo siempre interviene y es cuando el hombre desaparece

con la ayuda maligna y no la de Dios. Él nunca se cansará de daros

oportunidades pues, como he dicho antes, posee una misericordia infinita.

Él desea que el hombre se dé cuenta por sí mismo de sus errores y, ante

todo, que renuncie al Diablo de una vez por todas pues sólo así reinarán la

armonía y el amor, haciendo de la tierra un paraíso comparable al cielo.

Pero para que eso ocurra, el hombre debe tener fe en sí mismo y en el

Señor para cambiar radicalmente su forma de ver la vida y a Dios. Y para

que abráis los ojos, Él tendrá que intervenir… -sentenció el viejo, con un

dedo apuntando al cielo.

Desvié entristecido la mirada hacia mi querido pueblo, reflexionando

sobre la información que había recabado hasta ahora.

Al parecer este viejecito con pinta de abuelito de Heidi parecía tener

línea directa con Dios, lo cual acrecentaba mis sospechas de que no estaba

muy cuerdo que digamos. Pero por otro lado, de todo lo que había dicho

había cosas que parecían tener su propia lógica, pero posiblemente las

había estructurado a su favor. Mi propia lógica sumada a mis

conocimientos adquiridos durante mi corta vida, me hacía ver que las cosas

eran muy distintas de lo que el viejo trataba de convencerme. Hablo de

lógica racional y documentada, pues conozco las teorías sobre los orígenes

del planeta. Por eso no casan las teorías teológicas de Dios creó la tierra en

seis días y al séptimo descansó con la teoría del Big Bang. Son dos

fundamentos totalmente opuestos, contradictorios a más no poder. Por

eso, siempre me he inclinado más por lo que puedo ver y tocar que no por

un libro escrito hace casi dos mil años y, además, fuertemente censurado.

La ciencia pura y dura versus el falso misticismo de la Iglesia Santa,

Apostólica y Romana.

Aun así, no podía evitar sentir cierta simpatía hacia el viejo, es más,

me recordaba poderosamente a alguien que no precisaba recordar.

Lástima que me hallara ante un demente, pues parecía atesorar una gran

sabiduría, pero, por desgracia, cuando se llega a una determinada edad, la

mente empieza a jugar malas pasadas, como la de creer a pies juntillas que

el día del juicio final está cerca. Aires de grandeza o narcisismo agudo

figurarán casi con total seguridad en su expediente psiquiátrico, pero aún

así había algo que me reconcomía por dentro, un desasosiego que crecía

cada vez más.

Levanté la mirada y me llevé la sorpresa de mi vida. ¡El viejo había

desaparecido! Me puse a buscar por todos los lados, pero fue

completamente inútil. Caminé unos metros en todas direcciones para

encontrarlo, pero se había esfumado.

- Todo esto ha sido una alucinación. -pensé, recordando que había

sentido dolor al pellizcarme- No puede ser cierto…

Miré hacia el cielo y me di cuenta de que el sol empezaba a ponerse,

así que emprendí la vuelta a casa, asustado por lo que había sucedido.

No podía creer que una alucinación se hubiera apoderado de mí,

pero no podía ser otra cosa. Pero aun así, mi cabeza seguía dando vueltas a

la ficticia conversación que acababa de tener con un fantasma, si es que se

le podía llamar así. En mi cabeza retumbaban las palabras del viejo como

advertencias. Me venía a la cabeza la eterna lucha del bien y del mal, de

ángeles caídos y de la pugna por el poder. Estaba hecho un lío que me

consideraba incapaz de resolver, pues escapaba a mi comprensión

humana. Tomé la decisión de tratar de olvidarme del asunto y no comentar

nada a mis allegados para evitar que juzgaran seriamente mi salud mental.

Pero aun así, me era imposible dilucidar un motivo o causa sobre lo

que había ocurrido. Partiendo de la base de que soy muy escéptico en lo

que se refiere a fantasmas o almas que vagan por ahí o a una hipotética

segunda vida después de la muerte, algo que siempre he rechazado de

plano. La ciencia dice que somos un conjunto de células que nacen, viven y

mueren. Y ya está. Pero el ser humano, a lo largo de su existencia, la ha

tergiversado sin parar, tratando de hallar alguna explicación a la vida,

buscando consuelo cuando alguien muere con el convencimiento de que

lo volverán a ver en el cielo o en el más allá, vaya usted a saber. La vida es

tan simple como la muerte. Pero no. Siempre hay alguien que dice que hay

una dimensión paralela a la nuestra. No, no y no. Hay que ser prácticos y

pragmáticos, o dicho de otra forma: realistas. Pero aun así, había algo que

no cuadraba…

Unas horas más tarde, no sin dolor de cabeza, empezamos con los

preparativos de las hogueras de San Antón. Era un ambiente gélido que

apenas notábamos, pues la ilusión de disponer las aliagas borraba

completamente la palabra frío de nuestro vocabulario. El hecho de esperar

el sonido de las campanas para prender las hogueras, para, de alguna

forma, purificar nuestras almas, era simplemente emocionante. Luego

siempre había algún cohete pululando por ahí, pero ello no impedía a los

vecinos disfrutar de unos minutos de fiesta. Aunque sea tradición, es una

alegría cumplirla, pues así honramos a los que no están y al sentir común

de un pueblo.

Después de cenar y de charlar animadamente con los amigos y

vecinos, fui a la plaza mayor para presenciar la gran hoguera. Todo un

pueblo alrededor, como desde la antigüedad la familia se sentaba

alrededor del fuego. Todo era una fiesta, se percibía en el ambiente la

pólvora quemada y el chocolate líquido esperando. Luego una traca y

comenzaba el espectáculo. A pesar de mi forma de ser, práctico y

pragmático, hay un trasfondo de romanticismo y de ensoñaciones, algo

que me hace mirar el fuego pensativo durante largo rato. De repente, lo

que hacía unos minutos había sido la cima de una gran hoguera, se

desmoronó, dejando dentro de mi campo de visión la fachada de la iglesia

junto con el aullido de sorpresa de los presentes. Algo me llamó la

atención. Algo que no quería ver. En la fachada, justo encima de la puerta

principal, había una figura que me era familiar. Abrí la boca sorprendido y

los ojos se me abrieron como platos. ¡No lo podía creer!

Las lágrimas brotaron de mis ojos sin permiso al mismo tiempo que

reía como si hubiera recordado un viejo chiste, pero con la diferencia de

que me lo habían contado desde el Reino de los Cielos….