Laforet, La Llamada

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  • 8/18/2019 Laforet, La Llamada

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    La

    llamad

    a

    CARME

    N

    LAFORE

    CAPITULO PRIMERO

    ESTE relato comienza con el amanecer sobre un pequeño puertodel sur, algún tiempo después de terminada nuestra guerracivil.

    El mar resultaba liso, con un encendido color de cobre, según elsol comenzaba a caldearlo en el horizonte, y all, en una lnearo!a, se con"undi# por unos minutos con el cielo, hasta que laluz lo invadi# todo de manera que el agua resultaba de un azulplata, deba!o de un $rmamento apenas velado por el calor, yen su super$cie podan distinguirse algunos barcos pesqueros,inm#viles, y la silueta de un vapor, cada vez m%s de$nida,porque se acercaba al puerto, conducido por el pr%ctico.

    El buque que haca su entrada era de carga y se diriga a unpuerto de &mérica. 'levaba también en su interior unos pocos

    pasa!eros, sin gran prisa por llegar al otro lado del mundo, oque pre"eran la compensaci#n de un pasa!e relativamentem#dico y aquella des( pedida que se haca de la patria, conescalas en puertos impensados, como aquel hacia el que sedirigan.

    )esde la cubierta los pasa!eros vean claramente la pequeñaciudad, tan bañada de luz, con tal brillo de sol en los cristalesde las casas, que pareca bella. Todos deseaban desembarcar*hasta un caballero setent#n, muy pulcro, con una barba

    blanca a la antigua usanza, cuya presencia en el buque parecae+traña.

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    &quel hombre evocaba en seguida una vida pausada, en unacasa protegida del "ro por cortinas gruesas, con una vie!asirvienta que llevase zapatos de paño en los pies, y no hiciera

    ruido al andar para no interrumpir sus meditaciones. También lehaca pensar a uno en grandes comidas de -avidad en las queél presidiera la mesa, como patriarca de muchos hi!os y nietos,y en agradables paseos en un coche de caballos, y hastaen obras de caridad razonablemente distribuidas y

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    acompañadas de buenos conse!os. &quel caballero, con sushermosas y serenas "acciones, haca pensar en un buenburgués del siglo pasado. &lgo completamente en desacuerdocon sus ocho o diez compañeros de via!e, gentes todas

    marcadas con un sello especial de desarraigo y aventura.

    Si este caballero envuelto en un impecable abrigo gris oscuroque le haca conservar los restos de una antigua prestancia,entre los tra!es veraniegos de los otros pasa!eros, no hubieraestado aquel da apoyado en la barandilla del buque de carga,y no hubiese sentido el deseo de desembarcar y conocer laciudad, esta pequeña historia no se hubiera escrito... odrahaberse escrito otra* pero ésta casi estoy segura de que no.

    El caballero se llamaba don /uan 0oses, y en sus tiempos habasido un médico con buena clientela, pero haca años que don /uan haba de!ado de e!ercer su ciencia. -i estos detalles

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    ni el porqué de su via!e a &mérica los conoca nadie en aquelbuque. uiz%s únicamente el capit%n. ero es posible que alcapit%n, con sus muchas preocupaciones, se le hubieranolvidado.

    )on /uan ba!# a tierra después del desayuno. E+amin# contristeza la suciedad y el abandono de las calles, aguant#impasible una nube de chiquillos astrosos que le cercaronpidiéndole perras, y logr# encontrar un pequeño !ardn, unascalles limpias, y un ca"é, en cuya terraza haba mesitas dondepoda uno sentarse de cara al mar. )on /uan se sent# en unsill#n de mimbre, !unto a una de aquellas mesitas, y encendi#un cigarro. 'uego, empez# a chuparlo lentamente. Tena unasmanos grandes, per"ectas. En su !uventud haban sido unasmanos llenas de belleza masculina, largas, sensibles.Entorpecidas por la edad, aún conservaban su encanto.

    Se oan las campanas de una iglesia. &unque no era da "estivodon /uan dud# entre seguir en su tranquila holganza o acudir aaquella llamada. &quel da, casualmente, era un da especialpara el caballero. Era el da de su cumpleaños. 2na ligerasonrisa le 3ot# en los labios al darse cuenta de que norecordaba e+actamente los que cumpla. 4Setenta y siete osetenta y ocho5... 'a duda le tuvo en suspenso unos segundos,antes de dar otra chupadita a su puro. Se remont# a la "echade su nacimiento e hizo un breve c%lculo. S#lo setenta y siete.&quella llamada de las campanas comenzaba de nuevo y volvaa atraerle. Se enderez# lentamente, dispuesto a levantarse. Enaquel mismo momento el mozo del ca"é, que hasta entonceshaba sido invisible, apareci#, quit%ndole la visi#n del mar.

     — 4ué va a ser5

    )on /uan pens# decirle que por el momento nada, que volveraun rato m%s tarde, y que hiciera el "avor de indicarle el caminom%s corto hacia aquella iglesia cuyas campanas sonaban tancerca* pero don /uan, al levantar sus o!os color avellana haciael camarero, sinti# que las palabras se le acababan y qued#unos segundos en silencio.

     — 2n ca"é, por "avor.

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    &l caballero, en aquel camarero !oven le pareca haber visto un"antasma. ued# preocupado. 'a cara ancha del camarero, consu nariz respingona y "ea, personalsima, y aquel espesocabello negro, y los o!os pequeñitos, verdes como aceitunas...

     Todo su rostro, en $n, le result# a don /uan increblemente"amiliar.

    6'o miraré m%s despacio. 7uando venga me $!aré bien6, pens#.

    7uando volvi# el mozo, el parecido que don /uan encontraba en sucara

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    se acentu# en vez de desaparecer. &quel muchacho se parecamucho a otro que haba sido, muchsimos años antes,compañero de estudios de don /uan y luego su amigo ntimodurante toda una vida, sin que envidias ni celos pro"esionales,

    ni tampoco8 todo hay que decirlo 8 el violento car%cter delamigo, enturbiaran aquellas relaciones. &quel muchacho,suponiendo que sus gruesos labios de comisuras ba!asestuviesen rodeados de una barba espesa y negra... S, hubierasido su mismo amigo, 7arlos 9art redivivo.

     —  /oven, yo quisiera hacerle una pregunta un poco personal.

    :&quel ligero levantamiento de las ce!as, aquel gesto especialde los labios, tan despreciativo, que unas veces se ganaba lacon$anza y el respeto e+cesivo de los clientes de 7arlos, yotras los espantaba...;

     — )game, señor.

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    )on /uan carraspe#, y sus o!os tropezaron con las manos delcamarero, que eran bastas, curtidas, con las uñas enterradasen la carne. )on /uan comenz# a vacilar... -o haba manosm%s distintas que las de este hombre y las de su amigo 7arlos,muerto haca veinte años.

     — -ada... 'e va a parecer a usted una tontera. Se trata de unparecido casi asombroso que tiene usted con una persona aquien yo estimé mucho... Seguramente no habr% odo usted !am%s el nombre de 7arlos 9art.

    El camarero enro!eci# de una manera casi imperceptible,deba!o de su piel tostada.

     — S, señor, si se trata de un médico de ive aún5

     — S, señor.

     —  Tu ta ha muerto. 4'o sabas5... )urante la guerra.

    ?nconscientemente don /uan tuteaba a aquel !oven. 'e parecaimposible no hacerlo.

     — 9ire, señor, nosotros con la "amilia de mi madre nunca tuvimoscontacto. El caballero record#, de pronto, una antigua historia.&quellas cosas no le depriman sino que parecan re!uvenecerle.Se dio cuenta de que en los últimos años se haba idoquedando muy solo, sin poder hablar con nadie de aquella vidasuya que ya le quedaba a las espaldas. Tuvo un anto!o.

     —  =o estoy aqu de paso por unas horas. Esta noche saldr% mibarco... 9e gustara mucho poder saludar a tu madre.

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    El camarero mir# pensativo hacia la bande!a de metal quesostena entre las manos* tamborile# en ella ligeramente.

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     — 9ire, señor 8 di!o al $n 8, le aconse!o que novaya...

     — 4or qué, hi!o mo5...

     — 9i madre, la pobre, est% as, como quien dice, algo guillada.&quella casa est% muy abandonada... -o es que a m me

    importe* yo all no vivo, soy un hombre casado... ero es porusted. uiz% no le guste aquello.

     — 9ira, hi!o* 7arlos 9art, al que tú te pareces tanto, era para m como un hermano, y mi hi!a !ug# con tu madre muchas veces...En estos tiempos el ser pobre no es nada e+traño. 'o e+trañova siendo lo contrario...

    El !oven miraba ir#nicamente con sus o!illos de aceituna ale+traño señor de barba blanca.

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     — -osotros hemos sido siempre pobres, señor... -o es por eso...En $n, si usted se empeña, yo con darle la direcci#n cumplo.

     — @azme ese "avor, hi!o... 47u%l es el apellido de tu padre5

     — '#pez... or /osé '#pez, el 6Sargento6, lo conoce todo el barrio.& mi madre le dicen la 6Sargenta6.El ceño del anciano se oscureci#.

     — 'e digo eso, señor, para que no se e+trañe. or lo dem%s, mipadre de!# el E!ército antes de nacer yo... )e modo que ni sépor qué le siguen llamando sargento... =o creo, señor, que no leva a gustar la visita... ero all% usted.

    7uando don /uan se levantaba para irse le dio la última indicaci#n.

     — En las señas que le he dado encontrar% un almacén demaderas. Entre sin miedo y atraviese el patio. @ay una escaleraal "ondo. Suba. En seguida encontrar% la puerta.

     — Aracias, hi!o.

    )on /uan hubiera querido abrazar a aquel muchacho taciturno.-o se atrevi#.

    'a casa de 9ercedes 9art estaba le!os. -o muy le!os, porqueen aquella pequeña ciudad todas las distancias eran cortas,pero s a la mayor distancia posible de aquel ca"é dondetraba!aba su hi!o.

    Según don /uan se iba acercando, se daba cuenta de que eraaquél un barrio pobre, pero al anciano le daba gusto andar porall, porque las casas estaban limpias, encaladas. &lgunaspuertas de!aban ver patinillos cargados de 3ores. -o habavisto en la ciudad nada m%s alegre. 'a luz intensa de lamañana haca que el cielo sobre los calle!ones luciera comoun toldo de azul cegador.

    7hiquillos morenos, medio desnudos, !ugaban por todas partes.& veces, desde el mar, llegaba una bocanada de aire "resco ysalino.

    )on /uan trat# de recordar me!or a 9ercedes 9art, y tambiénsu historia.

    9ercedes y su hermana 0osa eran hi!as del único hermano de7arlos, que muri# muy !oven. 7arlos pasaba una pensi#n a su

    cuñada para ayudar a su pequeña viudedad* y la mu!er de7arlos, aquella bondadosa &na 9ara, quera a las niñas mucho.?ncluso las mimaba en e+ceso. 'e gustaba regalarles tra!es,

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    sacarlas de paseo, lucirlas... orque las niñas eran muy bonitas.Sobre todo 9ercedes. &hora recordaba don /uan que 9ercedesera la m%s bonita... Espigada, rubia, con unos grandes o!os

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    verdes. areca una princesilla. &na 9ara estaba encantadacon ella. 7oncluy# llev%ndola a su casa a temporadas cada vezm%s largas. Trataba de buscarle un buen marido, pero9ercedes era di"cil de contentar. 9ara 0osa, en cambio, se

    cas# en seguida.

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    En cuanto a la recuperada 9ercedes, nunca m%s volvi# aaparecer por casa de sus tos. Bue devuelta a su madre, con laprohibici#n absoluta de volver a pisar aquella casa... -isiquiera don /uan se atrevi# nunca a preguntar por ella. -o

    saba por qué medios 8 seguramente por conducto de su hi!a,que era muy amiga de la otra hermana, de 9ara 0osa8 selleg# a enterar de que se haba casado y se haba ido a vivirle!os.

    oco a poco don /uan se haba ido olvidando de 9ercedes. 7on9ara 0osa haba seguido la amistad de su "amilia, cuando lostos murieron. 9ara 0osa misma haba muerto atendida por don /uan, a consecuencia de las heridas que recibi# en un

    bombardeo. Sus hi!os eran e+celentes muchachos...

    )on /uan se detuvo delante de una puerta cochera, abierta depar en par, de!ando ver un patio abierto, con un emparrado,ba!o el que se apilaban tablones de madera de pino. &quellacasa no se pareca a las de la vecindad. Era grande,destartalada y ruinosa. ero aquel patio en donde picoteabangallinas y se desperezaba un gatazo rubio tena un encantoespecial y una gran paz. &l entrar en él, don /uan se dio cuentade que el patio estaba rodeado, a la altura del primer piso, poruna especie de corredor en cuyas barandas haba ropa tendiday adonde se abran muchas puertas. Era una casa de vecindad.)on /uan subi# las escaleras y llam# a la primera puerta deaquel corredor, como le haban indicado. 2na súbita timidez seapoder# de él al darse cuenta de que era la hora de la comida.ero ya no poda volverse atr%s. Saba que no sera capaz devolver aquella tarde, que aquel impulso que le haba movido a

    visitar a 9ercedes no volvera.

    7asi con alivio vio que no contestaba nadie. & otras puertashaban asomado algunas caras curiosas.

     — 4& quién busca, abuelo5

    )on /uan no estaba acostumbrado a orse llamar as. Brunci# elceño.

     — 4Es ésta la casa de don /osé '#pez5

    @ubo un silencio y una consulta entre los o!os dedos o tresmu!eres. )on /uan se senta inde$niblemente molesto. Se leacerc# una deellas.

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     — 4-o ser% usted, por casualidad, don olicarpo, el notario de lacalle &lta5

     — -o, hi!a* no soy de aqu.

     — C&h... 9ire, pues si pregunta por don /osé '#pez, el

    6Sargento6, ah vive* y si aporrea bien la puerta puede serque le abran, porque la mu!er

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    est% un poquillo lela, y a veces no quiere or... ero como estaren casa s que est%. &ntes la vi entrar yo misma.

    &quella mu!er dispuesta, sin esperar a que don /uan siguierasus conse!os, empez# ella misma a golpear la puerta, como si

    quisiera tirarla, mientras gritabaD — C9ercedes C>isita...

    oco a poco el corredor se haba ido poblando. 9u!eres, niños*hasta algunos hombres seguan con curiosidad la marcha delos acontecimientos.

    & los dos o tres minutos se entreabri# ligeramente unventanuco !unto a la puerta. )on /uan apenas pudo adivinar elescorzo de una cara de mu!er y el brillo de unos o!os.

     — 9ercedes, que este caballero te est%esperando aqu, de pie. Entonces seoy# una voz llena, armoniosa dentro desu tono grave.

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     — >oy en seguida.

    )on /uan haba olvidado completamente aquella voz.

    CAPITULO II

    @&7?& las doce de la noche zarp# el barco de carga, con rumbo aotros puertos, antes de emprender la ruta directa hacia&mérica. )on /uan vio ale!arse las luces del puerto, agruparseel humilde brillo de la ciudad hasta parecer, en la le!ana, comoun puñado de estrellas. Súbitamente aquellas estrellasdesaparecieron en la noche y don /uan tuvo "ro. )espacio seacerc# a su camarote. 'o comparta con un hombre !oven cuyacara estaba cruzada por una gran cicatriz, & don /uan, el primerda de conocerlo, aquel hombre le haba inspirado recelo. &horaya estaba acostumbrado a su presencia, y pensaba que,incluso, al término del largo via!e, llegara hasta a cobrarlea"ecto. El hombre de la cicatriz no se haba acostado. )on /uanabri# el ventanillo porque haca demasiado calor en contrastecon el aire de la cubierta. -o pudo dormir en mucho rato.

    -o saba si haba hecho bien visitando a 9ercedes. &l prontoella se negaba a acordarse del caballero. 'uego se ech# allorar al saber que su to y su hermana haban muerto.

     — Entre todos me destrozaron la vida, don /uan, pero no les guardorencor.

    9ercedes, según calculaba el caballero, no deba tener aúncincuenta años. Su voz conservaba un encanto especial, y no

    poda decirse que "uera una mu!er e+traordinariamenteenve!ecida. Su cara, al menos en aquella penumbra delcuartito en que don /uan la vio, casi no tena arrugas, o notena ninguna... ero algo terrible haba pasado por ella. )eaquella especie de princesilla esbelta, nerviosa, no quedabanada. Era una mu!er "ondona, descuidada, sin peinar un cabelloque ya no era rubio, con las uñas sucias, partidas, y uninsoportable olor a cocina que pareca venir de su bata llena demanchas y que ahogaba la atm#s"era de la habitaci#n. En unmomento determinado, don /uan vio que le "altaba un diente.Ella se dio cuenta de la mirada del caballero.

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     — Bue una bo"etada de mi marido...

     — 4ué dices, hi!a5

     — ue mi marido me parti# el diente, en una discusi#n, y huboque sacarlo... C/e, !e... 7osas de la vida. & esto me

    condu!eron mis tos

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    cuando se empeñaron en torcer mi vocaci#n. 4ué le

    parece5 )on /uan no saba qué contestar.

     — 47#mo te casaste5

     — 

    or la ?glesia.)on /uan qued# desconcertado.

     —  =a lo supongo, pero...

     — S* yo era bonita, yo tena talento, pero desde que mi to nosretir# la pensi#n, mi madre y yo nos moramos de hambre,adem%s yo estaba como quien dice encerrada. 9i maridoterminaba entonces el servicio militar. Tena buen tipo. -osengañ#... 9e engañ# a m. & mi madre lo mismo le daba*quera deshacerse de m y vivir con 9ara 0osa... &hora me

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    acuerdo que hubo una sola persona que di!era que mi boda eraun disparate. Bue la suegra de 9ara 0osa. ero yo pensé queera cosa interesada, para que su hi!o no tuviera que cargar conmi madre, y me entraron m%s ganas de hacerlo. 9i novio

    hablaba de que tena tierras por aqu... = las tena, ya lo creo...ero todo desapareci#. 9i madre me deca que el cariño mevendra con los hi!os. Tuvimos hi!os, pero el cariño no havenido... C/e, !e...Cué cariño ni qué cuerno -o nos podemos ver... 7uando tengodinero y hay teatro me escapo al teatro... Entonces él memuele las costillas... orque yo no he perdido mis a$ciones... =aún les dara ciento y raya a muchas recitando... 4uiere

    escucharme5'a pregunta "ue hecha con una pasi#n conmovedora. )on /uanasinti#. Entonces 9ercedes se puso de pie. &bri# los brazos, yechando la cabeza atr%s, cerr# los o!os. )on /uan tuvo ganasde llorar. 7rea que los años le haban quitado la "acultad deconmoverse, pero aquella mu!er le dio una inmensa l%stima. &pesar del silbido que se escapaba a veces entre sus dientes, lavoz tena un raro encanto. uiz%, en e"ecto, años atr%s tuvo

    talento.

    'lamaron a la puerta. 9ercedes no hizo el menor caso.

     — C&bra, madre

     — )ebe ser tu hi!a 8 indic# tmidamente don /uan, porque lavoz era la de una chiquilla.

    9ercedes "runci# el ceño. 'uego se encogi# de hombros, y, ene"ecto, al abrir la puerta entr# una chiquilla como de quince

    años, "eúcha, descarada. — -o habr% preparado la comida de padre, 4verdad5 Se

    interrumpi# con súbita timidez al advertir a don /uan.

     — 9i hi!a... )on /uan 0oses, un caballero como ves. &lgo de loque tú no tienes ni idea... )on /uan, en otros tiempos, eracomo mi padre.

    )on /uan no protest# de la e+ageraci#n. 9ientras la chiquilladesapareca en la cocina en busca de unos alimentos 8 que, ene"ecto, no estaban preparados, y que según don /uancomprendi# deberan llevarse al padre, al lugar dondetraba!aba8, 9ercedes dio e+plicaciones.

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     — Es la última de las siete... S#lo quedan ella y el mayor. 'osotros murieron uno a uno. )ios hizo ese "avor...

    )on /uan haba visto muchas cosas en su vida y no erahombre capaz de asustarse demasiado, pero aquella

    tranquilidad de 9ercedes

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    hablando de sus hi!os muertos le estremeci#. ens# en supropia hi!a, que tena la misma edad de 9ercedes, que habasido educada con los mismos principios que ella... @asta lepareca que haban ido al mismo colegio... 4odra hablar as su

    hi!a, aun después de una vida como la que 9ercedes haballevado5 )on /uan con$aba en que no. 9ercedes no hizo unasola pregunta a don /uan sobre su antigua amiga 7armen, lahi!a del caballero. &s, don /uan no le di!o que viva en &méricadesde muchos años atr%s. ue él iba ahora a morir a su lado,rodeado del cariño de ella y de los nietos... 9ercedes tampocopregunt# por los dos hi!os de don /uan, y as, don /uan no le di!oque haban muerto, y también su nieto /uanito, que ya era un

    muchacho al empezar la guerra... )on /uan no pudo hablar desus queridos "antasmas, y escuch# en cambio una historias#rdida y muchas que!as de boca de aquella mu!er. 'a consol#como pudo y le dio dinero. 7uando se iba a marchar, 9ercedesle pregunt# de pronto por los hi!os de 9ara 0osa.

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     — -o viven en ive con 'olita, la hi!a de 9ara 0osa.

     — )éme la direcci#n, don /uan.

    )on /uan se la dio con unos vagos remordimientos. ero, 4quéotra cosa poda hacer5

     — )oña Elosa me quera bien...

     — S, es una pobre mu!er... 2na buena mu!er... ero no est% ensituaci#n de ayudarte.

     — -o le voy a pedir ayuda. En todo caso la ayudara yo a ella, sila miserable nieta no la cuida bien...

    )on /uan se convenci# de que, en e"ecto, la cabeza de 9ercedesno rega del todo.

     — -o, hi!a, no le hace "alta eso tampoco. >iven modestamente,pero no necesitan ayuda...

     — -i yo se la voy a dar... S#lo a doña Elosa... Esa santa...

    &hora don /uan, en su camarote, empez# a pensar en estadoña Elosa, en quien nunca se haba $!ado, aunque la vio milveces. Era pequeñita y prodigiosamente arrugada, aunquedeba ser m%s !oven que él mismo... Se haba ido arrugando yencogiendo con los años aquella buena señora, sin que nadiese diera cuenta. -unca haba sido guapa, ni lista, ni m%s omenos buena que mil mu!eres de su tipo dedicadas a su casa,a sus hi!os, m%s bien sosainas y silenciosas. = la pobreperturbada 9ercedes, que se en"ureca o lloraba al recuerdo desu hermana, tena una sonrisa a la evocaci#n de esta vie!ecillay deca que era santa...

    CEn $n... )on /uan cerr# los o!os. El ruido del mar lo "uedurmiendo. )eba!o de sus p%rpados cerrados aún quedaba elrecuerdo de las luces de la ciudad al ale!arse. &l $n seperdieron en su sueño.

    'as luces de la pequeña ciudad seguan brillando, sin embargo,re3e!%ndose en el mar negro y tranquilo, que llevaba al sueñode sus casas un acompasado rumor de olas. Siguieron brillando

    hasta el amanecer, y entonces nuevamente, al salir el sol,"ueron sustituidas por el brillo de su luz re3e!%ndose en todassus ventanas. 9ercedes no durmi# en toda la noche.

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    C@aba recitado tan bien @aca años que no recitaba delantede nadie... & veces, s, a veces, cuando a la atardecida nohay nadie, sala a las

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    a"ueras, y en una roca, sobre el mar, abra los brazos, como

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    9ercedes dese# con locura ver un retrato suyo, en queapareca con un lindo escote, unas 3ores, unas gasas blancasalrededor. @aba sido preciosa. &ún lo era.

     — 

    2na buena peluquera, un buen masa!ista... C/e, !e... Todavapodra dar yo mucha guerra... )on /uan me ha dicho que meconservo asombrosamente !oven... El pobre vie!o... 7asi a puntode hacerme el amor olvid%ndose de que puedo ser su hi!a... S *casi ha estado a punto.

    'a idea la regoci!aba. -o s#lo don /uan, sino muchos, muchos...Si ella apareciera bien vestida, declamando... &ún tenaaquellas gasas blancas, aquellas 3ores arti$ciales queadornaban su vestido en su "otogra"a pre"erida.

     Triun"ar... Tenerles a todos a sus pies. 'uego, rechazarles, comouna reina.

    -o poda estarse quieta. @izo un gesto brusco y dio en la caraa su marido, despert%ndole. El hombre tuvo un sobresalto.

     — CEh 4ué pasa5 4ué hora es5

     — -ada... 4ué diras si me "uera a ver a mi "amilia deete adonde quieras* mientras m%sle!os me!or... = no "astidies...

    69e iré 8 pens# 9ercedes8. 9e iré.6

    Este sencillo pensamiento le volva !oven el coraz#n, le hacallorar, como a un preso a quien abren la c%rcel.

     — 9e iré.

     Tena dinero. )on /uan le haba dado bastante dinero. Seteñira el pelo, se cuidara las manos, se per"umara...

     Triun"ara. — )oña Elosa me ayudar%... S, doña Elosa... =a no se

    acordaba bien de c#mo era doña Elosa* pero era una señoramuy buena. )e eso estaba segura. @aba mediado muchasveces para que sus tos la perdonaran... El da de su bodallor#... 'a ayudara. )urante todos los das que siguieron,continu# 9ercedes a"errada al recuerdo de la vie!a señora.Este recuerdo le daba %nimo para preparar su via!e.7onsigui# un salvoconducto* secretamente se cosi# un tra!enuevo... 7on una botella de agua o+igenada se tiñ# los

    cabellos, y se los quem#. El marido se dio a todos los diablosy la golpe#.

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     — 64ue te vas con tu "amilia5... C>ete con tu "amilia de unavez... @ace veinticinco años que oigo esa murga. & ver sidesapareces un buen da y nos de!as vivir.6

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    9ercedes compr# un billete de tercera clase, y se "ue sindespedirse. Sin saber por qué, llor# mucho cuando el trenarranc# de la estaci#n. 'uego se "ue serenando.

    El via!e "ue inc#modo. 7asi insu"rible. En aquella época los

    trenes iban abarrotados, no se encontraba nada para comer enlas estaciones. -adie se $!aba en aquella mu!er aunque eratan e+traña, con su cabello quemado y teñido, y por todoequipa!e una cesta, que vigilaba con el mayor esmero.

     Tuvo que hacer dos transbordos* casi se qued# helada unanoche, aunque aún no era época de "ro. 7uando lleg# a

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    &l pronto miraba hacia todos lados, recelosa. ensaba que ibaa encontrar alguien que la reconociese. ue la iban ainterrogar. -adie le deca nada, y concluy# tomando su breba!ehirviente con una satis"acci#n e+traña. -o comprenda c#mo no

    haba tenido arrestos, en tantos años, para hacer lo que estabahaciendo ahora. Se senta libre, inocente. 2na colegiala envacaciones.

    Se puso en camino un rato m%s tarde. Tena que buscar la casade su sobrina, la casa de doña Elosa, y era muy di"cilorientarse en aquella ciudad que ella crea conocer tan bienpero que le daba la impresi#n de haber crecido, de habersecomplicado monstruosamente. Se sent# en un tranva con airede reina. @aba olvidado ya la negrura de su cara y susmanos... = se haba equivocado de lnea.

    )io mil vueltas, anduvo, pregunt#... &l $n encontr# la casa. 'aportera la mir# con descon$anza.

     — 4& doña Elosa busca5... C&h, bueno...

    En la puerta del piso tuvo que aguantar la inspecci#n de unacriada, que al cabo, con un 6CEspere6 le cerr# la puerta y lade!# esperando all, en el rellano de la escalera.

    2nos minutos después la puerta se abri# y en su marcoapareci# una vie!ecita vestida de negro. 'a vie!ecita tena elcabello plateado, su!eto en un moño. &unque 9ercedes norecordaba ya la cara de doña Elosa, supuso en seguida queera ella.

     — ero, 4no me conoce5 4-o me conoce5...

    Se tir# a sus brazos, antes de que la anciana tuviera tiempo de

    retroceder. orque doña Elosa vea algo muy raro. 2na mu!ercon el cabello ro!izo, quemado, vestida de verde, con una caracompletamente llena de tiznones, donde relucan unos o!osverdes también. )oña Elosa temi# deshacerse en aquelimpetuoso abrazo.

     — @i!a... 4-o te habr%s equivocado5... &hora no recuerdo...

     — Soy 9ercedes, la hermana de 9ara 0osa.

     — C)ios mo... asa.

    9ercedes sigui# a la señora a lo largo de un pasillo oscuro.'uego se abri# una puerta y apareci# una alegre habitaci#n, y

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    una alegre galera de cristales donde cantaban en su !aula doscanarios y se abran 3ores en macetas. 2na mu!er !oven, decara severa, daba su papilla a un niño de un año, que noquera tomarla. Se volvi#, y sus o!os se abrieron con cierto

    espanto, luego con irritaci#n, al ver a su abuela seguida deaquel esperpento.

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     — @i!a, 'olita... &qu tienes a tu ta 9ercedes, que acaba dellegar.

     — 4& mi ta5... 4ué ta5

     — 'a única hermana de tu madre.

    'olita se limpi# la mano en una servilleta y luego la tendi# a9ercedes.

     — erdone. -unca haba odo hablar de usted. 7ay# un silenciopenoso. 2n silencio que s#lo interrumpan los p%!aros con susgor!eos.

    9ercedes se haba derrumbado en una silla del comedor.orque aquella habitaci#n era un comedor muy bonito, abiertopor una puerta corrediza a la amplia galera, donde estaba'olita con su niño, y que estaba amueblada como un simp%tico

    cuarto de estar.

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    9ercedes miraba los cuadros de las paredes, el "rutero delaparador, las blancas cortinas de la galera.

     — C)ios mo Cué "elicidad estar aqu

    Esta e+clamaci#n no encontr# eco. Ftra vez un silencioe+traordinario volvi# a caer sobre las mu!eres, durante unminuto lo menos.

    CAPITULO III

    2STE), doña Elosa, me lo di!o... 6Si algún da no puedesaguantar a ese monstruo, esc%pate, ven a mis brazos. =o te

    ayudaré, yo te protegeré...6 Todos estos años he vividopensando en esas palabras. &qu me tiene.

    Era la hora de la comida de medioda. 'a "amilia estaba en lamesa. Todos miraban a doña Elosa. Todos, eranD 'olita, sumarido 8 un !oven, serio 8 y un niño de siete años, rubio ygracioso, que miraba con admiraci#n a la abuelita.

    &parte de esta admiraci#n, doña Elosa s#lo cosechaba en lasmiradas espantado asombro. 9ercedes coma a dos carrillos,

    adem%s de hablar. 'os otros, aunque estaban callados, casi nopodan pasar bocado.

     — or eso, cuando don /uan 0oses "ue a verme de parte de usted,yo comprend que era mi destino. @e venido decidida atraba!ar, a triun"ar. 2sted me acompañar% por los camerinos.Su respetabilidad me pondr% a salvo. orque son muchos lospeligros del teatro para una mu!er como yo... = no quiero...

    'as cabezas del matrimonio se volvan como si un mecanismolas mane!ase a comp%s. 'os dos pares de o!os iban de la cara

    e+traordinaria de 9ercedes a la no menos asombrosa de laabuelita.

    'a abuelita, tmida como un p%!aro desde que 'olita tena usode raz#n, no pareca e+trañada en absoluto de las razones quedaba aquella loca. @asta tena una chispa divertida en loso!os.

     — 4)e modo que don /uan te "ue a ver de mi parte5

     — S... Si no llega a ser por eso, yo hubiera muerto. Estaba apunto de suicidarme cuando lleg#.

    'olita no se pudo contener.

     — 4Es verdad eso5... 4Tú mandaste a don /uan, abuela5...

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    'a abuela no menta nunca. Eso lo saban todos. ero la abuela,sin que nadie se e+plicase por qué, tampoco quera decir laverdad.

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     — @i!os mos... =o soy tan vie!a, que todo se me olvida. Es muyposible que como yo he recordado tantas veces a 9ercedes enestos años, a don /uan se le ocurriera...

    &hora el matrimonio se miraba. )ebieron de comunicarse

    muchas cosas en un segundo, con los o!os. El marido parecainterrogar. 'a mu!er contest# con un gesto de asentimiento.Entonces él habl#.

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     — El caso es... que usted, 9ercedes, debe pensard#nde va a hospedarse. &qu nopodemos tenerla.

    9ercedes se irgui#. Brunci# el ceño.

     — )oña Elosa dir% la última palabra.

     — 9ercedes... Esta casa es de 'uis.

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     — C&buela

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    'a abuela enro!eci#. &l cabo de un rato se "ue serenando, yentonces levant# la vista, sobre sus ga"as, y encontr# que lacara de su nieta era demasiado dura.

     — 4ué edad tienes, hi!a ma5

     — >amos, yaya. areces trastornada hoy tú también. >eintisiete años.

     —  /usto, tenas dos cuando 9ercedes se cas#... 9ercedesera encantadora en aquel tiempo... = tan loca...

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     — ero tú siempre has sido tan razonable... CEs increble que ledi!eras una cosa as... = que ella se acuerde al cabo deveinticinco años y tú lo encuentres natural... >amos, meparece que empiezas a chochear... 'uis estaba estupe"acto.

     — 'uis y tú sois demasiado !#venes. Es natural que no entend%is... — -o me vas a decir que piensas

    acompañarla por los camerinos... 'aabuelita suspir#.

     — obre 9ercedes... -o habr% camerinos...

     — 7laro que no... CSi est% para mandarla al manicomio

    'uisito, el niño mayor del !oven matrimonio, $ngiéndosedormido, atisbaba por entre sus pestañas rubias a la 6yaya6, subisabuela, que comparta con él un pequeño dormitorio.

    @aban comprado los padres dos camitas e+actamente iguales,haca poco. @aba otro niño en la casa y la cama de la abuelitasera para él el da de mañana. 'a abuelita saba que secontaba con su pr#+ima muerte, porque en estos tiemposmodernos se cuenta con todo, y hasta senta vagosremordimientos por encontrarse tan "uerte, tan %gil, tan gozosade vivir... uiz% llegase a tatarabuela, por aquel camino...'uisito, el da de mañana pudiera llegar a encontrarse en laobligaci#n de mantenerla. Esto era turbador. 'a abuelitasiempre haba sido mantenida, vestida, cuidada por alguien.rimero sus padres. )esde los diecisiete años, su marido. 9%starde su pobre hi!o* luego un nieto* ahora, el marido de estanieta...

     — 'a yaya tiene suerte. ertenece a esa generaci#n de mu!eresque !am%s han hecho nada... -unca ha sido capaz de ganar uncéntimo.

     — 4-o has ganado nunca un céntimo, yaya5

     — -unca, hi!ito.

     —  =o ganaré para ti cuando sea grande.

    & la abuelita le "uncionaba bien el coraz#n, conservabamisteriosamente ntegra la dentadura, lo que, a pesar de susarrugas, la haca tan !uvenil al rerse, y sus o!os hundidos eranbrillantes, y estaban dulci$cados por unas asombrosas

    pestañas oscuras, rizadas, to( talmente in"antiles. -adie sedaba cuenta de estas bellezas de la yaya, pero s se presentaque 6iba a dar guerra6 mucho tiempo aún.

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    &l pequeño 'uisito le gustaba mirarla todas las noches, cuandoella haca sus oraciones. &lgunas veces 'uisito estaba yadormido, pero la mayora despertaba al roce de sus zapatillasde $eltro en el suelo, y la vea venir, con una bata gruesa

    sobre su blanco camis#n y arrodillarse

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    en el reclinatorio ba!o el cuadro de la >irgen de 9ontserrat.Siempre haba una lamparilla encendida deba!o del cuadro dela >irgen, y durante toda la noche aquella luz velaba y librabade la oscuridad. &quella noche, cuando lleg# doña Elosa, el

    niño estaba bien despierto. @aba odo cosas e+traordinariassobre su yaya, dichas por sus papas y parecan muyen"adados.

    68ronto nos encontraremos en la obligaci#n de encerrarla...¿Te has $!ado c#mo le daba alas a esa chi3ada5... CEstabadispuesta a meterla en casa... 'os vie!os se vuelven comocriaturas. @ay que vigilarla mucho...6

    'uisito la vigilaba mucho, pero nada raro encontraba en ella.&hora, rezando a la >irgen, era la misma abuelita encantadora

    de siempre. Es verdad que se cubra la cara con las

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    manos, pero eso lo haca siempre, no sin que a 'uisito lede!ase de producir una terrible inquietud. 'e pareca que nadiese tapa la cara as m%s que para llorar. 'a abuelita meditabaen los e+traños caminos de la rovidencia.

    68 9e la has puesto en las manos, )ios mo. uiz% puedahacer algo por ella... &l pronto ni me di cuenta. 9%s bien measust#...6

    )oña Elosa tena el humilde convencimiento de que )ios s#lohaba querido de ella cosas muy chiquitas y "%ciles. @aba sidouna administradora prudente de humildes bienes que nuncaconsider# suyos, y le haban estado vedadas las grandes obrasde caridad. &hora ni siquiera poda echar en el cepillo de la

    iglesia diez céntimos, porque su nieta sola olvidar que la yaya,a pesar de estar tan bien cuidada, tan decentemente vestida,quiz% necesitara algo de dinero para un pequeño capricho. = layaya !am%s reclam# esto. Se consideraba con una inteligenciamuy mediana, incapaz de aconse!ar a nadie m%s que con ele!emplo de su alegra, y aunque !am%s haba estado ociosa,consideraba que haba hecho muy pocas cosas en su vida. ueella supiera no haba salvado a ningún pecador, y hasta temaque su hi!o, bastante escéptico, hubiese pensado muchasveces, al ver su "ervor, que la credulidad8 como él deca 8 estaba reservada a las almas simples ytmidas, a las personas insigni$cantes como su madre. Esto lahaba llenado de angustia muchas veces, aunque !am%s lo di!oa nadie.

    68Tú me la has trado, )ios mo... = al pronto no lo entend.6

    )oña Elosa haba sentido cariño por 9ercedes cuando

    9ercedes era una criatura encantadora, llena de vida, algodesquiciada. Se acordaba muy bien de que aquella precipitadaboda suya con un hombre de aspecto za$o a ella le horroriz#.Saba que 9ercedes iba al matrimonio como lanzando un retoal destino. 'a misma 9ara 0osa, su nuera, coment#D

    68 9enos mal que él parece capaz de dominarla. ero no me"o mucho de que no se escape con un violinista el da menospensado.6

    )oña Elosa se impresion# con aquello delviolinista.

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    8 @i!a, prométeme que si alguna vez piensas hacer una locura,te acuerdes de que tienes una vie!a amiga que no teabandonar%... &ntes de hacer nada, ven, habla conmigo.

    &lgo as de disparatado le haba dicho ella a 9ercedes el da desu boda. 9ercedes le contest# con altanera que se casabaenamorada y que era m%s decente que muchas beatasmo!igatas que conoca.

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    'uego, 9ercedes desapareci#. -o vino ni a la muerte de sumadre. -adie supo !am%s qué haba sido de su matrimonio nide su vida. ero doña Elosa, da a da, haba incluido sunombre en la rutina de sus oraciones. = ahora, haba aparecido.

    68 Te ped da a da por ella, y ahora viene a m... Es !usto, Señor*pero,4qué puede hacer esta pobre vie!a con una pobrecita mu!erchi3ada que sueña un delirio de grandezas y de triun"os comodesquite a toda su vida56

    'a oraci#n se prolongaba. 'uisito vio que, en e"ecto, la abuelitase secaba unas l%grimas de sus o!os al levantarse delreclinatorio. &hora se acercaba a él. El niño no se $ngi#dormido.

     — 4Te ha reñido mam%, yaya5

     — -o, hi!o.

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     — 4Es verdad que eres una vie!ecita un poco chi3ada5

     — -o lo sé... 9e parece que s#lo un poco cobarde.

    9ercedes no apareci# al da siguiente en la iglesia donde doñaElosa iba todas las mañanas y a donde le haba dado cita.)urante una semana, doña Elosa la esper# con paciencia. &l$n la vio una mañana cerca de la puerta de su casa. arecaaún m%s desquiciada que el da que lleg# de su via!e. @abaadelgazado.

     — Si usted no me consigue diez pesetas, doña Elosa, ya notendré cama para dormir esta noche.

    )oña Elosa tuvo ganas de persignarse, como cuando

    empezaba una tarea di"cil, pero contuvo aquel gesto. —  Todos los das te esperé en la iglesia... 4or qué no has venido5

    Sube conmigo. >as a compartir mi almuerzo.

    'olita no estaba en casa, lo que era 8 según pens# doña Elosa8 una suerte. En un %ngulo de la mesa del comedor se vea,sobre una servilleta limpia, un taz#n azul y un trozo de panamarillo, de aquel pan de entonces, que se rompa alcaer alsuelo.

     —  Traiga otra taza para la señora. 'a criada se plant#. — S#lo hay leche !usta y ese trozo de pan.

    8or eso le digo que traiga otra taza. >amos a compartir la leche.

    'a leche era mala, pero estaba caliente y con"ortaba. Buecuidadosamente repartida en las dos tazas. 'a abuela di!o queno tena hambre y de!# su trozo de pan a 9ercedes.

     — 4= esto es un almuerzo en una casa de señores5

    9e!or lo tom%bamos nosotros, siendo pobres... —  Tiene que ser as en estos tiempos. 'olita es muy buena ama

    de casa. =o, en su lugar, no sabra c#mo arreglarme... & vecesme da pena.

     — Es una roñosa y nada m%s.

     — -o, hi!a.

    9ercedes cont# sus aventuras, haciendo que doña Elosa le !urase no comentarlas con sus nietos.

     — -adie tiene que saber estas miserias hasta que yo triun"e...

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    9ercedes no tena habitaci#n $!a. @aba descubierto unosdormitorios para mu!eres, en los que por poco dinero se podadescansar. 2na buena mu!er que haba conocido le guardabael equipa!e... @aba estado dos veces en el teatro, y haba

    hecho adem%s una solicitud para

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    sindicarse como pro"esional, pues quera traba!ar.

     — Eres muy lista, hi!a... 47#mo te has enterado de tantas cosas entan poco tiempo5

     — 

     =o misma estoy asombrada... ero una conoce gente... Elhambre agudiza el ingenio...C/e, !e

    &quella risita nerviosa de 9ercedes era muy desagradable.

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     —  =o no te puedo dar diez pesetas, hi!a ma, porque no lastengo... ero te daré otra cosa... S, ya lo he estado pensandodurante el desayuno* te daré otra cosa... ero has deprometerme que me vendr%s a ver. -o puedes estar as, sola,haciendo esa vida terrible.

     — 4>ida terrible5... 2sted no sabe lo que es una vidaterrible... >ida terrible la que yo llevé al lado de aquelhombre.

     — areca un buen hombre... ero no para ti. uiz% también él hasido desgraciado.

     — 4Gl5 4ué m%s quera que una mu!er como yo5... Cue usted mediga esas cosasl...

     — 4@as tenido hi!os5

     — Siete.

     — )ios mo... 4)#nde los has de!ado5

     — 7inco murieron... 'os dos que quedan son grandes, y no mequieren. Salieron al padre...

     — ero, 4no piensasen ellos nunca5.9ercedes "runci#el ceño.

     — -o pienso, no... -o pienso. =a es hora de que una vez enla vida piense en m, en m, en m...

    Era una especie de ataque histérico. 'leg# 'olita cuando lotena.

     — C>amos 4ero qué es esto5

     — 'a pobre 8 coment# la abuelita 8, se lehan muerto cinco hi!os... 'olita qued#desconcertada.

     — C>aya por )ios... ues es una desgracia...-o lo crea del todo, y sin embargo, de las mil cosas que habaodo en boca de su ta 9ercedes, ésta era una de las pocasabsolutamente verdaderas. 9ercedes se seren# de pronto. 'ehaba tomado cierto miedo a 'olita. @ubo una pausa.

     — @oy, ta, no te puedo invitar a comer.

     — Aracias, estoy invitada en otro sitio.

     — >eo que te arreglas bien... 4-o piensas volver con tu marido5

     —  /am%s.

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     — Sin embargo, después de tenercinco hi!os... 2n silencio. & doñaElosa le

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    palpitaba el coraz#n.

    6=o te lo he pedido, )ios mo, y ella ha sentido mi llamada...ero ahora... ahora no sé qué hacer.6

    or lo pronto, la abuelita hizo algo pr%ctico. Escondiéndose de

    'olita dio a 9ercedes un grueso relo! de tapa, todo de oro,adornado con brillantes. 2na !oya antigua, la única queguardaba.

     — Empéñalo, hi!a ma, y no de!es de venir averme.

     — Se lo pagaré con creces cuando sea "amosa.

     = cuando 9ercedes se "ue, las consabidas descon$anzas de lanieta.

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     — >aya, no sé qué concili%bulos te traas con 9ercedes en tucuarto, pero te voy a pedir que esa mu!er no entre otro da enel dormitorio de mi niño... -o sé si te has $!ado, pero esespantosamente sucia. -o sé c#mo la aguantas al lado.

     —  =a ves, hi!a...9ercedes viva de una manera e+traña, pero viva. Encontr# unbarrio en el que su "acha no e+trañaba, un ca"é donde podapermanecer horas al abrigo de la calle. 2nas raras gentes,unas raras mu!eres que encontraban su caso muy natural yque la animaban en sus ensueños. -o estaba chi3ada, comodeca el bruto de su marido como decan sus hi!os y susvecinas. 7on el producto del relo! compr# un tra!e de noche de

    quinta mano. Se lo aconse!# una buena mu!er. 2na mu!er untanto e+traña, que le deca también que deba buscarhombres.

     —  =o soy una señora.

     —  =o también. 4= qué5... Todava eres !oven.

     —  =o aspiro a ser una artista, no una "ulana.

     — &ll% tú...

    'a verdad es que en aquellos ambientes de gentes turbias, lavirtud de 9ercedes su"ra pocos asaltos. 7asi poda decirse que9ercedes no atraa.

    'a amiga le habl# de un local donde salan artistasespont%neos al tablado. &ll, una noche, con aquel tra!e que sehaba comprado, poda darse a conocer. Si gustaba, hasta lacontrataran. &quello poda ser un principio.

    Se arreglaron las cosas para realizar este plan. & 9ercedes le

    palpitaba el coraz#n como a una criatura. =a no le quedabacasi dinero, pr%cticamente nada... = todo el mundo tenahambre alrededor suyo. Ella haba añorado muchas cosas !unto a su marido, haba credo pasar años de miseria... ero lamiseria era esto que pululaba a su alrededor, y en lo que ellase vea envuelta... or primera vez se preocupaba de losdem%s. @aba repartido su dinero con otros, después decomprarse el tra!e. Se conmova al escuchar que aquella mu!er

    gruesa y pintada, que era su amiga, encontr# muerta a unaniñita, hi!a suya, cuando regresaba a su casa, durante laguerra. 9ercedes tena ganas de llorar al orla.

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     —  Tú no sabes lo que es perder un niño.

     = a 9ercedes le pareca que no lo saba. ue todas aquellascriaturas que se le haban muerto eran de otra mu!er le!ana,insensible. 2na mañana "ue a la iglesia que le haba indicado

    doña Elosa, y la esper# en

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    la puerta. 'a vie!ecita sinti# la misma inquietud y lamisma alegra con"usa de siempre al verla.

     — @i!a... @e estado rezando por ti... 4Se te acab# el dinero5

     — -o, doña Elosa. >engo a pedirle otra clase de "avor.

     — )esayunar%s conmigo.

    & 9ercedes en los últimos tiempos se le haba despertado unasensibilidad nueva. 2na sensibilidad que la haca pensar en losdem%s y ser delicada.

    8=a he desayunado, doña Elosa, pero la acompañaré.

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     = cuando estuvieron sentadas en el alegre comedor, mientrasla abuelita migaba su pan en leche, aprovechando un momentoen que 'olita se iba a sus quehaceres, di!o la gran noticia.

     — 

    Esta noche debuto. 'a abuelita se atragant#. — 4ué dices5

     — S, en un local respetable... Tiene queacompañarme.

    'a abuelita empez# a toser tanto que hubo que darlegolpecitos en la espalda para que se le pasara aquel ahogo.

     — 4=o5... 4)e noche5... -o he vuelto a salir de noche desde quemuri# mi di"unto... = tena yo veinticinco años, entonces...

    >olva 'olita.

     — 4ué pasa, yaya5...

     — -ada, hi!a* que a 9ercedes le van bien las cosas... Esta tardeva a venir a la iglesia conmigo, que hay e+posici#n delSantsimo, para darle las gracias a )ios...

     — 4=o5

     — S, hi!a. Es lo natural. =a hablaremosentonces detodo. 'olita pareca laimagen de la inquietud.

     — ues iré entonces... 2sted no me "alte. — -o, no. 47#mo voy a "altar5...

     = aquella tarde, anochecido ya, se encontraron en la iglesia.

    CAPITULO IV

    )FH& E'FIS& pas# un da de terrible inquietud. @aca años que no

    senta una emoci#n, una turbaci#n tan grande. 'leg# acomparar este trastorno, estas palpitaciones de coraz#n, estaansiedad, con las su"ridas el da de su boda, cuando apenasera una chiquilla.

    -o poda comer, ni zurcir la ropa, ni acertaba a contarle cuentosal bisnieto. 7uando su nieta la miraba de improviso, seruborizaba. 'e pareca un espantoso problema de conciencia elque le haba planteado 9ercedes con su petici#n de

    acompañarla aquella noche.7omprenda que lo razonable era decir que no, que de ningunamanera, y hasta indignarse.

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    CElla, doña Elosa, después de toda una vida pasada en lamayor austeridad, descolgarse a los setenta años con unaescapada a un local nocturno, autorizando con sus canas laslocuras de una perturbada...

    ?maginaba las caras de sus nietos, la cara de su ancianodirector espiritual...

    ?maginaba todo esto, porque algo muy hondo dentro de ella laimpulsaba a decir a 9ercedes que s, que iba a acompañarla.2na voz muy clara e insistente se de!aba or en el "ondo delalma de la abuelita e+plic%ndole que su presencia aquellanoche poda impedir un último desvo de aquella criatura que lehaba venido a las manos. Estaba tan loca la

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    desgraciada, que no comprenda las razones que ella le diesepara negarse. Se sentira abandonada como un perro. -ovolvera !am%s a ver a doña Elosa y aquel único h%lito de luzque la ataba aún a una vida respetable, quedara roto y cegado

    para siempre. &l evocar la cara de asombro que posiblementepondra su director espiritual, doña Elosa se agarr# como a unclavo ardiendo a la idea de consultar con él aquella duda. Si él,con autoridad, con$rmase aquella vocecilla imperiosa que ledeca a doña Elosa que la caridad no siempre tiene que serprudente, entonces... ni mil nietos, ni mil en"ados domésticospodran impedir a la abuelita el cumplimiento de su deber.

    Se detuvo unos segundos antes de marcar el número del

    convento donde viva su director... Gl le dira que no.

    9arc# al $n. Si el padre /iménez deca que no, pues no... 9%ssabra el padre de caridad cristiana que una pobre vie!a. 'eobedecera.

     Todas sus angustias se calmaron en un momento, y una granpaz la invadi# mientras marcaba aquel número.

    Este estado espiritual s#lo dur# unos minutos. 'os quetranscurrieron hasta que "ue in"ormada de que el padre /iménez

    no estaba en

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     — 7re que iras a alguna visita. 7omo nunca te pones sombreropara ir a la iglesia, como no vayas de boda...

    8S, hi!a* pero un da es un da. Si quieres acompañarme. ..

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     —  Tengo demasiado quehacer en casa para permitirme beateras,ya lo sabes.

     — -unca te lo he reprochado... Tienes que perdonarme que tehaya ayudado hoy tan poco en la costura...

    'a nieta sonri#, con su sonrisa di"cil, que tanto le suavizaba lacara las raras veces que apareca.

     — -o te preocupes, yaya... @aces m%s de lo que puedes.

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     = la abuelita sinti# unos terribles remordimientos. -i la )ivinaresencia, que senta en la Sagrada Borma, lograba calmar suangustia.

    6)ime algo, )ios mo, indcame algo... -unca supe resolver

    nada... Te ped muchas cosas durante mi larga vida, unas meconcediste, otras no... =o siempre acepté tus designios... =ahora, a mi ve!ez, esta mu!er por la que tanto he rogado, vienea m... = yo no he sabido aconse!arla, ni dirigirla, ni creo quehubiera servido de nada... = me pide un "avor absurdo, y yotengo la idea de que mi caridad est% en concedérselo, aunquese disgusten mis nietos, aunque me manden a un manicomio...6

    9ercedes encontr# a doña Elosa arrodillada y llorando, cuando

    entr# en la iglesia.9ercedes haba pasado un da de plena eu"oria, ensay%ndose arecitar. Se haba probado su tra!e de noche en el cuarto de suamiga, aquella servicial mu!er gruesa, de vida irregular, que seo"reci# a prestarle varias pulseras y un collar de vidrioreluciente.

    9ercedes sac# del "ondo de su cesta unos tules vie!os.

     — 

    4-o iran bien tapando algo el escote5 — uita all%... Tienes un escote hermossimo. @ay que lucirlo.

     —  Ten en cuenta que yo... aunque me has conocido en estascircunstancias, soy una verdadera señora... =a sabes que todolo que sea arte, bueno* pero otras cosas... Si hubiera queridoengañar a mi marido no me habran "altado ocasiones enveinticinco años... &dem%s he invitado a una señora de mi"amilia. 2na verdadera dama.

     — @as hecho bien. Eso da tono...

     — S* quiero de!ar bien sentada mi posici#n. &rte puro. Si algún davuelvo a encontrarme con mi marido y con mis hi!os, quieroque sean ellos los que me pidan perd#n de rodillas, no locontrario...

     — -o saba que tuvieras hi!os...

    9ercedes haba encontrado a esta mu!er comiendo en la mismamesa que ella en un restaurante de n$ma categora. Era unamu!er ya mayor, con bolsas ba!o los o!os, con el tra!e muy

    pretencioso, pero sucio y a!ado. & pesar de eso, llevaba lasuñas pintadas y una rada piel al cuello. También llevabasombrero. areca impaciente del mal servicio.

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     — -o sé c#mo aguanto estas ordinarieces. 9e viene c#modo esterestaurante porque est% cerca de casa, pero si no...

     — 7uando se est% acostumbrada a otra cosa...

    Esta observaci#n de 9ercedes le conquist# su simpata. &l

    encontrar

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    una oyente de un pasado de grandezas, de "abulosos amantesarruinados por su amor, de via!es en trenes de lu!o, la simpataaument#. &l saber que 9ercedes haba abandonado a unmarido incom( prensivo, y que estaba sola y decidida a triun"ar

    por sus propios medios, la tom# inmediatamente ba!o suprotecci#n. &quella respetabilidad que 9ercedes e+hibasiempre, como una especie de pasaporte, la admiraba, aunquela !uzgaba una ingenuidad. 9ercedes le cont# que tena "amiliaen

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     — or el empeño te daran una miseria... 'o mismo lorecuperar%s cuando tengas dinero. & 9ercedes esto lecaus# un gran disgusto.

     — )oña Elosa no se merece esto* no, no se lo merece...

     — ero si lo recuperar%s... C>amos... Envez de agradecérmelo... 9ercedes se loagradeci# regal%ndole parte de aqueldinero.

     — 'o tomo como comisi#n 8 di!o dignamente laamiga.

     =a haba tomado otra comisi#n adelantada. ero esto no lo di!o.&l $n y al cabo era sincera en su a"%n de proteger a 6la pobrechiquita6.

     — 4S#lo sabes recitar eso de las oscuras golondrinas5... Siempre

    gusta, pero est% muy visto.9ercedes también saba 6El tren e+preso6. 'a amiga opin# queesto era me!or, y que le daba muchsimo sentimiento.

    &l llegar la hora de la cita en la iglesia, 9ercedes se "ue abuscar a la abuelita.

     — -o sé qué ponerme... Tendré que ir a la iglesia. 'a amiga seimpresion# y le de!# su sombrero y su piel para cubrirse unpoco los brazos, porque el vestido de 9ercedes era

    e+cesivamente veraniego. — 7reo que permiten las mangas hasta el codo. ero as vas m%s

    vestida.

    9ercedes brillaba con su tra!e del "ulgurante verde, el mismoque haba cosido en su casita le!ana, y que se haba puestopara el via!e. 'as luces del templo estaban encendidas.9ercedes entr# con aire de reto. -adie se $!# en ella. 7asiinconscientemente se arrodill# en la puerta. )aban la

    bendici#n con el Santsimo.Era una e+traña, olvidada sensaci#n. )esde su boda, pocasveces haba estado 9ercedes en una iglesia.

    6-o me hacen "alta beateras para ser m%s honrada que nadie,ni para tener m%s coraz#n que mis tos, que me echaron decasa s#lo por una tontera de niña, porque yo era artista decoraz#n, y me tenan envidia...6.

    &hora estaba arrodillada, un poco temblorosa. &provech#aquello para una tmida petici#n. 6-o creo mucho en Ti... erosi esta noche triun"o mandaré a decir una 9isa.6

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    Esta promesa le daba "uerza ante s misma. Ella no peda nadasin pagarlo...

    arte de las luces se apagaron. El sagrario estaba cerrado.&lgunas personas salan ya.

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    9ercedes busc# con los o!os a doña Elosa. Era di"cildistinguirla entre tantas señoras vestidas de negro... &l $n lavio. &l acercarse not# que estaba llorando. 'as l%grimas lecaan tan serenas por su cara arrugadita, que era muy posible

    que ni lo notase. El coraz#n de 9ercedes se conmovi# deba!ode su brillante vestido. &quella señora haba sidoindeciblemente buena con ella... sin motivo. = deba de tenermuchas penas si lloraba de aquella manera. >ivir con aquellaodiosa nieta deba ser desagradable.

    Sin hacer ruido se arrodill# a su lado. )oña Elosa pareci# sentirsu presencia, porque después de secarse las l%grimas con supañuelo volvi# la cara hacia ella. 9ercedes no pudo darse

    cuenta del sobresalto que reciba doña Elosa al verla con aquelsombrero y aquellas

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    pieles. 9edio minuto temblaron los labios de la vie!ecita antesde que pudiera 3orecer en ellos una sonrisa de bienvenida.'uego hizo la señal de la cruz y se levant#. 'as dos salieron a lanoche de septiembre.

     — 4>endr%, doña Elosa5

     — -o sé, hi!a ma... Si pudiéramos entrar en algún sitio parahablar tranquilamente... ero ni siquiera puedo invitarte a unca"é...8 4-o puede5 -o se preocupe. ara eso, tengo.

    Entraron en una lechera. -o podan hacer una pare!a m%sestramb#tica. )oña Elosa llevaba un sombrero muy discreto,un abriguito de lana $na, una tirita negra al cuello.

     — @i!a... Si voy contigo ha de ser sin permiso de mis nietos. -o

    comprenderan nunca que yo quisiese salir de noche. En cuantoa acompañarme, ni pensarlo... 7omprender%s que si lo hago esporque creo en ti...

     — -o le de"raudaré... @e odo a las me!ores actrices. -o son nadacomparadas conmigo...

     — -o es eso. &unque no triun"es, yo creo en ti. 7reo que eres unamu!er buena y desgraciada que trata de encontrar su camino yquiero ayudarte, quiero acompañarte en tus peligros, para queno pienses que una vie!a egosta, llegado el momento, no supo

    ser cristiana y te de!# sola... ero tú me vas a hacer en cambiootro "avor.

     — Se lo !uro.

     — 9e vas a dar la direcci#n de tu marido... or lo que tú me hascontado de él, es un hombre algo ordinario... hasta bruto, perono malo. uiere a sus hi!os, traba!a... Si se ha redo de ti, si teha e+asperado, ser% s#lo porque no te ha entendido... ero aestas horas estar% angustiado sin saber d#nde has ido... Tal vezdesea que vuelvas... Tus hi!os también te echar%n de menos.

    -o es posible que todos tengan un coraz#n de piedra... =o séque no.

    )oña Elosa hablaba con una e+traña 3uidez. 7onmovida hastalo m%s hondo. &lgo de su emoci#n se le contagi# a 9ercedes.ero ésta movi# la cabeza.

     —  =o no volveré... 2sted no sabe lo que es sentirse comoenterrada viva años y años. 'legar a creer que una est%chi3ada. Tumbarse en la cama das enteros a ver si viene la

    muerte.'a dueña de la lechera atisbaba con descon$anza a sus dosúnicas clientes de la tarde. 2na señora, una anciana

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    respetable, pulquérrima... y, no caba duda, una "ulana de ba!aesto"a... 'as dos llorando.

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    )e pronto, 9ercedes se siti# "ra. Tuvo un segundo deconsiderar chi3ada a doña Elosa. 'e pareci# una tonteraaquella invitaci#n a su 6debut6. Si la vie!a no quera ir, buenagana de obligarla. &hora sala habl%ndole del marido y de los

    hi!os. 4ué le importaba a ella5 'uego se $!# en la alianza quedoña Elosa conservaba en uno de sus delgados dedos, y le vinoel recuerdo de la !oya vendida. &quella pobre señora s#loprocuraba su bien... C= era tan señoral... Gsta era la verdad.Su amiga no acababa de creer la historia de la "amiliarespetable. &quella tarde le haba contado, adem%s, que habade!ado una casa provinciana, llena de comodidades, hasta delu!o, por seguir la llamada de su arte... Si doña Elosa iba con

    ella, lo creera. — 4Es necesario que yo le dé la direcci#n de mi marido para que

    usted venga conmigo5

     — S, es necesario.

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    9ercedes se la dio, y doña Elosa sinti# esto como un triun"o...-o saba por qué era un triun"o... 7oncretamente no se habapropuesto nada. 'e pareca que hasta tena $ebre.

     — 

    &hora, hi!a ma, yo no puedo volver a casa... -o me de!aransalir. Eso es seguro. >as a tele"onear tú, diciendo, de mi parte,que me han invitado a cenar unos amigos, y que me de!en lallave del piso deba!o del "elpudo... &s se la de!amos a mi nietoalgunas veces...

    9ercedes cumpli# el encargo.

     —  =a est%. Se ha puesto la criada... -o entenda bien al pronto,pero se lo he repetido.

     — Cue sea lo que )ios quiera

    'a e+clamaci#n de la anciana sali# ahogada, como la de uncondenado a muerte.

    )espués, doña Elosa se vio envuelta en la única aventura desu vida que mereciera este nombre. Entr# por un barrio decalle!as sucias que no conoca. Subi# a un e+traño piso,antiguo, oscuro, donde, en una habitaci#n pequeñsima, larecibi# una mu!er monstruosa. Ella sola poda llenar el cuartocon sus carnes, pero haba adem%s una cama con las ropas

    grises, un armario con espe!o y una especie de tocadorcargado de cosas. )esde unas medias arrugadas, pasando porbarras de labios, una ca!a de rimmel, una polvera monstruosa yla "otogra"a de un bailarn, hasta un bocadillo a medio comer.

    'a mu!er pareci# comprimirse un poco para que cupiesen all doña Elosa y 9ercedes. En seguida se puso a charlar y adisculparse de la pobreza de su habitaci#n.

     — -o siempre he vivido as... 9e pasa como a esta niña... Es elazar, el destino. 2nos tienen mucho, otros tienen poco. araunos la vida es "%cil, para otros di"cil.

    )oña Elosa no despeg# los labios. S#lo sonrea. Estabapensando que la vida, la verdad, no era muy "%cil para nadie.ue a 'olita, por e!emplo, le sera m%s "%cil y m%s barato tenerla casa sucia y descuidada, y de!ar que los niños "uesen rotos ycon los mocos colgando, y si 'uis se en"adaba, acostarse en lacama y pensar en la muerte, como haba hecho esta estúpidade 9ercedes durante años...

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    'a sonrisa de la abuelita se volvi# dura. S, 9ercedes era unaestúpida y ella otra. Estaba muy arrepentida de haber venido. =ni siquiera se atreva a decirlo.

     — 'a vida es in!usta, in!usta 8segua diciendo la gorda8* si)ios

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    e+istiera, noconsentira esto.

    Entonces la abuelita se indign#. Estaba tan poco acostumbradaa indignarse que s#lo le sali# una vocecilla temblona.

     — 

     =o sé una cosa... ue )ios e+iste, y que la miseria puedellevarse de muchas "ormas. En casa hemos pasado hambredurante la guerra, pero no hubo suciedad ni abandono, porquemi nieta es una mu!er heroica* ella tiene su pago en suconciencia limpia, en el respeto de su marido, y como ellatantas mu!eres, tantos hombres que se sacri$can... 4Es estoin!usto5... -o todo depende del dinero ni siquiera de la !uventudni de la salud. =o he vivido mucho y lo sé.

     — 7on usted no me meto, señora, usted es muy buena, no haym%s que verlo* pero le aseguro que yo tampoco soy mala...

    regúntele a esta niña quién la ha acogido en esta ciudad, sisu nieta o yo...

    )oña Elosa no saba por d#nde salir. Se senta como en unapesadilla.

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     — >amos, anmese. 'e voy a dar una copita.

    )oña Elosa tom# la copita y se sinti#, en e"ecto, m%s animada.7uando llegaron al local del 6debut6, hasta le gust#. @abaorquesta, mucha geste bien vestida en aquellas mesas... = malvestida también. Todo era e+traordinario. Sobre una tarimasuban los artistas. 7asi todos cantaban. 'es aplaudan mucho.)oña Elosa hasta empez# a comprender que aquellosaplausos les enviciaran.

    7uando subi# 9ercedes al estrado, empez# a palpitarlelocamente el coraz#n.

    Estaba horrible. Era horrible su tra!e. @orrible su cabello

    quemado a trozos, con las races oscuras. @orribles aquellosabalorios que se haba puesto... Sin embargo, la aplaudieronantes de empezar. Ella salud#. &bri# los brazos y ech# lacabeza hacia atr%s. 'uego empez#. )oña Elosa cerr# los o!ospara no verla, para or su voz solamente. = su voz eraagradable, llena. = recitaba algo muy sentimental, algo quedoña Elosa conoca y le gustaba.

    6C&h, )ios mo* tiene talento6

    Esta e+clamaci#n ntima de doña Elosa se vio cortada porvarias carca!adas incontenibles que estallaban en las mesas. 'aanciana abri#, asombrada, los o!os.

    9ercedes, casi en trance, sin darse cuenta de nada, segua...

    'as risas se hicieron "uertes, descaradas. 2n chico !oven, entra!e de etiqueta, se apretaba el est#mago, como si se pusieseen"ermo de tanto rer.

    9ercedes, espantada, de!# de recitar. 'as risas ba!aron detono. Se oyeron voces.

    8 Cue siga Cue siga

    9ercedes sigui#, con la voz un poco temblorosa. ero ya noestaba segura de s misma, miraba hacia los lados, seequivocaba...

    &quello, aquella agona que doña Elosa estaba viendo, parecaser de una gran comicidad. ero entre las risas se oan

    abucheos, silbidos. &lguien grit# una procacidad.9ercedes se detuvo. Se plant# en !arras y lanz# un insulto alpúblico. 'os abucheos ensordecan.

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    9ercedes ba!# del estrado. Se pis# el tra!e. Estuvo a punto decaer. &l llegar a la mesa donde la esperaban la abuelita y laamiga, se ech# a llorar desesperada.

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    )oña Elosa temblaba. 9iraba a su alrededor. =a la atenci#n delpúblico se diriga a un nuevo artista. -adie les haca caso.

    'a amiga de 9ercedes procuraba calmarla.

     — @as sido muy tonta. -o debiste de ponerte nerviosa. 'o hasestropeado todo. >aya, no llores. &"ortunadamente eres !oven...

     — Escrbale a mi marido, doña Elosa... 9e vuelvo...

    'a anciana tendi# en silencio su pañuelo a aquella pobre mu!erllorosa. 'uego le habl#D

     — @i!a... Eso es una tontera... -o tienes ahora m%s motivos paravolverte a tu casa que hace un rato... Esta gente grosera noentiende tu arte, eso es lo que pasa, y nada m%s... -o debes

    desesperarte.

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    9ercedes escuchaba... &quella vie!ecita era bien e+traña.

     — 4& usted le gust#5

     — 9ucho, hi!a ma... Tienes mucho talento.

    -o caba duda de que doña Elosa hablaba en serio. Ella nomenta nunca* 9ercedes saba que doña Elosa no estabamintiendo... &dem%s hablaba contra ella misma. 2n rato antesestuvo haciendo de catequista, y ahora le deca que no debadesanimarse, que era una artista... )esgraciadamente doñaElosa le pareca a 9ercedes muy poco inteligente en estamateria.

     — &hora tranquilzate, toma tu poquito de coñac, y a la

    cama...9ercedes, de codos sobre la mesa, se tap# la cara conlas manos* aquella cariñosa invitaci#n al descanso la llen# dedesolaci#n y le record# que ella no tena cama, como no "ueseun !erg#n alquilado en un dormitorio compartido con vie!asmendigas. 'a amiga pareci# adivinar sus pensamientos.

     — Esta noche te vienes a mi cuarto, chiquita* necesitasdescansar... ero antes vamos a acompañar a esta señora, queseguramente no sabr% volver sola a casita.

    CAPITULO V

    E' padre /iménez tranquiliz# mucho m%s a 'uis y a 'olita que elmédico. El médico haba sido llamado al da siguiente de laescapada nocturna de la anciana, y di!o que s#lo tena un"uerte catarro y algo de depresi#n. reguntado acerca del"uncionamiento de las "acultades mentales de la señora se

    mostr# muy e+trañado. )i!o que le pareca una personatotalmente en sus cabales. ero 'olita y 'uis quedaronigualmente preocupados. 2na e+traña vergJenza les impedacontar al doctor que la señora haba llegado a casa a las dos dela mañana, neg%ndose, adem%s, a contar d#nde haba estado.

     — S#lo lo diré a mi con"esor, y si él me lo manda, a vosotrostambién, si no... Solamente os pido perd#n por el susto que oshe dado.

    'a abuelita no sali# de casa en ocho das, y en este tiempo todasu "amilia estuvo pendiente de la vuelta a su convento delpadre /iménez. &l $n lleg#, y al $n vino a ver a doña Elosa, y

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    después de estar encerrado con ella un buen rato, sali#sonriente, bail%ndole en los o!os unas chispitas de irona.

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     — -ada, nada, tranquilidad... )oña Elosa est% tan bien de lacabeza como ustedes o como yo... -o estoy autorizado acontarles d#nde estuvo aquella noche, pero s puedo decirlesque tuvo unas razones altruistas para estar "uera de casa...@izo una obra de caridad... uiz% mal entendida... uiz%sinútil. ero una obra de caridad al $n. =o les ruego que no semuestren tan inquietos y que la de!en hacer su vida desiempre... El caso no se repetir%...

     — ero es que hay cosas... 9i niño me cont# que, al da siguiente,la abuela le dio una carta, con sellos y todo, y el encargo deecharla al buz#n, sin decir una palabra a nadie... = ayer harecibido otra, muy e+traña, que no nos ha enseñado, y que laha hecho llorar.

     — Estoy enterado, estoy enterado... -ada de eso tiene importancia.

    &s, pues, 'olita y 'uis no tuvieron m%s remedio quetranquilizarse y quedarse al mismo tiempo con su curiosidadinsatis"echa. 'a abuelita volvi# a sus comuniones diarias, y

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    reapareci# su e+presi#n risueña y pac$ca. & veces, sinembargo, se le escapaba un suspiro, y entonces la nieta lamiraba con inquietud.

    'a abuelita haba recibido contestaci#n a la carta que envi# al

    marido de 9ercedes. Escriba el hi!o mayor, pues el padre,según contaba este muchacho, 6del disgusto se encuentra conuna pulmona6. Según contaba el hi!o de 9ercedes, todosestaban deseando que volviera... 6= bien hemos su"ridorecordando que tantas veces nos amenaz# con marcharse y nole hicimos caso.6 El marido comprenda 6que ahora estaba ellamuy bien con sus parientes ricos de

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    misteriosa velando algún di"unto pobre de la vecindad. &s pas#cerca de un mes hasta que un domingo por la tarde estando laabuelita sola en casa, con el nietecito m%s pequeño, llamaron ala puerta y apareci# 9ercedes con su tra!e verde rabioso, muy

    limpio y planchado, el cabello hasta la mitad oscuro, y la carasin pintar, pero al parecer bien lavada.

    9ercedes, después de un largo silencio misterioso, dio unagran noticia. Se haba colocado como sirvienta para todoen una casa modesta,

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    donde no la trataban mal.

    &l pronto, la abuelita no se dio cuenta de que haba ocurridoun milagro, porque siempre tiene uno la idea de que losmilagros son cosas complicadas y espectaculares* pero, poco apoco, mientras 9ercedes hablaba, la anciana comprendi# quequiz% no iba ella tan desca( minada al pensar en que la )ivinarovidencia haba tenido mucho que ver en aquel asunto, yque ella, doña Elosa, quiz%s haba sido un humildeinstrumento.

    9ercedes, al da siguiente de su 6debut6, y después de pasar lanoche en aquel cuarto de pesadilla con la amiga gorda, seen"ad# con ella.

     — )i!o que no me iba a tener all toda la vida de balde, y mepropuso cosas que ninguna señora puede aceptar... -ospeleamos y se qued# con todo lo mo, menos este tra!e, queera lo único que yo llevaba puesto cuando sal de all...

    9ercedes pas# toda la mañana vagando por las calles, pero conla cabeza m%s despe!ada que en toda su vida. Empez# apensar y a pensar... 'as cosas que la abuelita haba dicho de

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    su nieta 'olita la noche anterior le rondaban la cabeza. Seimagin#, por primera vez, que quiz% si en aquellos años de sumatrimonio haba sido tan desgraciada, un poco de culpa tenaella también. -o haba procurado que los hi!os le dieran

    alegra, no haba pensado en nadie m%s que en ella misma,haba estado embrutecida...

     — ero ahora he vivido. 9e he dado cuenta de lo que es lamiseria de verdad. )e que no s#lo su"ro yo, sino tambiénotros... -o sé c#mo decirle, doña Elosa, parece que me hevuelto distinta...

    )oña Elosa la miraba. 'a vea hablar despacio, sin dramatizar,sin mentir... Era, en e"ecto, otra mu!er.

    9ercedes tena un gran remordimiento. El relo! de la abuelita,que ya no se recuperara.

     — Eso "ue lo que me dio la idea de ponerme a servir... 9ire, yo,usted lo sabe, me he educado en muy buenos pañales... Ftrascosas haré, pero robar a quien me ha "avorecido... -o, eso nolo hago. 2sted no se arrepentir% nunca de haber ayudado a9ercedes. Estoy traba!ando. 7éntimo a céntimo yo ahorraréese dinero, doña Elosa...

    7omo la anciana se pusiese a llorar, 9ercedes crey# que erade pena de haber perdido su !oya. ero doña Elosa, entrel%grimas, se rea como una bendita.

    9ercedes no entendi# muy bien lo que le di!o la abuelitaaquella tarde, porque la pobre señora, con la emoci#n, decacosas un poco incoherentes* hablaba de una llamada de )ios alcoraz#n de 9ercedes, cosa que a 9ercedes le pareci# undisparate, pero que no se atrevi# a contradecir... 'uego le

    enseñ# la carta de su hi!o. — iénsatelo bien... Ellos no saben tus aventuras. =o, bien sabe

    )ios, no ment en mi carta, pero tampoco les di!e nada... Seimaginan que est%s muy bien y que si vuelves es por purocariño... Si todo lo que me has dicho es verdad, y lo mismo queaqu has empezado una nueva vida est%s dispuesta aempezarla en tu casa, entonces est%s salvada. =a ves que elloste quieren... En el relo! no pienses, yo te lo regalé... -o hehecho en mi vida me!or regalo. iensa en reunir dinero para tuvuelta, para adecentarte un poco, para llevar un rega(lito a tuhi!a... 4-o te da alegra pensarlo5

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    9ercedes senta un gran paz y, s, alegra... Era como sihubiera estado muy en"erma y un medicamento "uerte lahubiera curado. Todo se le volva de pronto tan natural, tansencillo, tan limpio... @asta le pareca que la abuelita haca

    demasiados aspavientos. )e las dos, ella era la m%s serena.Esto le daba "uerzas.

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    >olvi# un poco tarde a la casa donde serva y la señora la riñ#con aspereza. Ella no replic# una palabra. -o habl# de su"amilia rica ni de sus buenos pañales. -ada. Silencio.

    &l acostarse aquella noche pens#, con cierta ternura, en su

    marido, que no poda dormirse, que se encontraba tan solo enla cama... Cuién lo hubiera pensado

    Evoc# los lechos inh#spitos que haba recorrido. Este mismoera inc#modo, en comparaci#n con su ancha cama dematrimonio.

    8 Es por poco tiempo, por poco tiempo8murmur#.

    2n ancho camino soleado se le abra en la vida. -o pensaba

    que era el mismo camino que la haba llevado al borde de lalocura. -o pensaba nada.

    9edio dormida, tuvo una ocurrencia que le pareci# muy "eliz.

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    6-o hay nada como via!ar, para darse cuenta de las cosas, paraconocer la vida.6

     = m%s tarde se le ocurri# la idea de que en una ventana de sucasa iba a poner cortinas blancas como las de la galera de

    'olita.Si hubiera podido ver a doña Elosa, en su reclinatorio,o"reciendo a )ios sin palabras un gozoso &leluya, 9ercedeshubiera sonredo comprensiva. )oña Elosa era demasiadobuena para que uno "uese a desbaratar sus ilusionese+plic%ndole que los milagros no e+isten... Ella haba estado unpoco desquiciada. 'uego haba su"rido espantosamente, y sehaba curado. &quel via!e haba sido algo as como uno de

    esos tratamientos que se les hacen a los locos, que o les matao les cura.

    Esto hubiera pensado 9ercedes. = si se lo hubiera e+plicado adoña Elosa, la anciana señora hubiera asentido... = hubieseseguido dando gracias a )ios con el mismo entusiasmo.orque doña Elosa y 9ercedes tenan una idea distinta de loque es un milagro. -ada m%s.