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I A L G U N O S A NTECEDENTES PERSONALES Si un hom bre se pregunta cóm o llegó a interesar- se en aquellos ám bitos del pensam iento que estaban destinados a ocupar el sitio m ás im portante a lo largo de toda su vida, no le será fácil encontrar una res- p u esta sen c illa . Q u izá n a c ió co n u n a in c lin a c ió n h a c ia determ in a d o s p r o b le m as, o quizá fue la influencia de a lg u n o s d e su s m aestro s , o d e las id eas en b o g a , o d e ex- p erien cias p erso n ales q u e lo gu iaro n p o r el sen d ero de sus intereses posteriores — ¿quién sabe cuál de estos factores han determ inado el rum bo de su vida?— . In - d u d a b le m ente, si uno quisiera saber con precisión la influencia relativa de todos estos factores, nada que no fuese una autobiografía histórica detallada podría siquiera intentar dar con las respuestas. T oda vez que el propósito de este libro no es en m odo alguno el de una autobiografía histórica, sino m ás bien el de una autobiografía intelectual, trataré de seleccionar unas cuantas experiencias de m i a d o - lescencia que condujeron a m i p o sterio r in terés p o r las teo rías d e F reu d y d e M arx y p o r la relació n entre am b as. www.elboomeran.com

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A L G U N O S A N T E C E D E N T E SP E R S O N A L E S

S i u n h o m b r e s e p r e g u n t a c ó m o lle g ó a in t e r e s a r -s e e n a q u e llo s á m b it o s d e l p e n s a m ie n t o q u e e s t a b a nd e s t in a d o s a o c u p a r e l s it io m á s im p o r t a n t e a lo la r g od e t o d a s u v id a , n o le s e r á f á c il e n c o n t r a r u n a r e s -p u e s t a s e n c illa . Q u iz á n a c ió c o n u n a in c lin a c ió n h a c iad e t e r m in a d o s p r o b le m a s , o q u iz á f u e la in f lu e n c ia d ea lg u n o s d e s u s m a e s tr o s , o d e la s id e a s e n b o g a , o d e e x -p e r ie n c ia s p e r s o n a le s q u e lo g u ia r o n p o r e l s e n d e r o d es u s in t e r e s e s p o s t e r io r e s — ¿ q u ié n s a b e c u á l d e e s to sfa c to r e s h a n d e te r m in a d o e l r u m b o d e s u v id a ? — . In -d u d a b le m e n t e , s i u n o q u is ie r a s a b e r c o n p r e c is ió n lain f lu e n c ia r e la t iv a d e t o d o s e s t o s f a c t o r e s , n a d a q u en o f u e s e u n a a u t o b io g r a f ía h is t ó r ic a d e t a lla d a p o d r ías iq u ie r a in t e n t a r d a r c o n la s r e s p u e s t a s .

T o d a v e z q u e e l p r o p ó s it o d e e s t e lib r o n o e s e nm o d o a lg u n o e l d e u n a a u t o b io g r a f ía h is t ó r ic a , s in om á s b ie n e l d e u n a a u t o b io g r a f ía in t e le c t u a l, t r a t a r éd e s e le c c io n a r u n a s c u a n t a s e x p e r ie n c ia s d e m i a d o -le s c e n c ia q u e c o n d u je r o n a m i p o s t e r io r in t e r é s p o rla s t e o r ía s d e F r e u d y d e M a r x y p o r la r e la c ió n e n t r ea m b a s .

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Si deseo comprender de qué manera el problemade por qué los seres humanos actú an como lo hacenllegó a ser de tan primordial interés para mí, tal vezbaste con partir de la premisa de que haber sido hijoú nico, con un padre angustiado y taciturno y unamadre predispuesta a las depresiones, fue suficientepara despertar mi interés por las extrañ as y misterio-sas razones que motivan las reacciones humanas. Sinembargo, recuerdo con toda claridad un incidente —tendría unos doce añ os— que estimuló mis ideasmucho más intensamente que cualquier experienciaanterior, y que preparó un interés por Freud que nohabría de manifestarse hasta diez añ os después.

H e aquí tal incidente: conocí a una joven, amigade la familia. Tendría tal vez veinticinco añ os; erahermosa, atractiva, además de ser pintora. La prime-ra pintora que conocí. Recuerdo haberme enteradode que había estado comprometida en matrimoniopero que algú n tiempo después había roto el com-promiso; recuerdo que casi invariablemente acompa-ñ aba a su padre viudo. Segú n la imagen que tengo deéste, era un hombre viejo, poco interesante y sin mu-cho atractivo, o por lo menos así me parecía (tal vezmi valoración estaba un tanto distorsionada por loscelos). Un día me enteré de la fatal noticia: su padrehabía muerto, e inmediatamente después ella se habíasuicidado dejando una nota en la cual expresaba sudeseo de ser enterrada junto con su padre.

J amás había oído hablar del complejo de Edipo nide las fijaciones incestuosas entre hija y padre. Pero

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me sentí profundamente conmovido. La joven mehabía atraído bastante; y había sentido honda aver-sión hacia el padre que tan poco atractivo me parecía;nunca antes había tenido noticia de que alguien sehubiese suicidado. Me consumía pensando en estostérminos: « ¿Cómo es posible?» ¿Cómo es posible queuna joven y bella mujer pudiese amar tanto a su padreque prefiriese ser enterrada junto a él a vivir para losplaceres de la vida y del arte?

Ciertamente no pude contestar, pero el « cómo»se me quedó grabado. Y cuando conocí las teoríasfreudianas, éstas parecieron encerrar la respuesta auna experiencia aterradora y enigmática que me sa-cudió en una época en que empezaba a entrar en laadolescencia.

Mi interés por las ideas de Marx tuvo un origenbien distinto. Me eduqué en el seno de una religiosafamilia judía, y las páginas del Antiguo Testamentome conmovían y estimulaban más que cualquier otracosa a la cual estuve expuesto. No todos los episodiosme afectaban por igual: la historia de la conquista deCanaán por los hebreos me aburría e incluso me dis-gustaba; me desagradaban las historias de Mordecai yla de Esther; ni —por aquel entonces— apreciaba elCantar de los Cantares. Pero la historia de la desobe-diencia de Adán y Eva, de la súplica de Abraham aDios para que salvara a los habitantes de Sodoma yGomorra, la misión de Jonás en Nínive, junto conmuchas otras partes de la B iblia, me impresionaronprofundamente. Sin embargo, lo que más me conmo-

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vió fueron las profecías de Isaías, Amós y Oseas; notanto por sus amenazas y presagios de desastre comopor su promesa del «fin de los días», cuando las na-ciones «forjarán de sus espadas rejas de arado y de suslanzas, azadones: no desenvainará la espada un pue-blo contra otro ni se adiestrarán más en el arte de laguerra», cuando todas las naciones sean amigas, y cuan-do «el conocimiento del Señor llenará la tierra, comolas aguas llenan el mar.» La visión de paz universal yarmonía entre todas las naciones me conmovió pro-fundamente cuando tenía entre doce y trece años deedad. Probablemente la razón inmediata para estarabsorto con la idea de la paz y el internacionalismoradique en la situación en que me encontraba: un niñojudío en un ambiente cristiano, viviendo episodiostransitorios de antisemitismo y, más importante aún,una sensación de extrañamiento y un sentimiento depertenencia a una casta por parte de ambos bandos.Quizás el sentimiento de casta me desagradaba mu-cho más debido a que sentía un deseo abrumador detrascender el aislamiento emocional de un muchachosolitario y mimado; ¿qué podía haber más emocio-nante y hermoso para mí que la visión profética depaz y hermandad universales?

Quizá todas estas experiencias personales no mehubiesen afectado tan profunda y perdurablementede no haber sido por el acontecimiento que más queninguna otra cosa determinó el rumbo de mi de-sarrollo: la Primera Guerra Mundial. Cuando estallóla guerra en el verano de 19 14 yo era un muchacho de

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catorce años para quien la excitación de la guerra, lacelebración de la victoria, la muerte de soldados aquienes conocía eran lo más sobresaliente de mi ex-periencia. No me interesaba el problema de la guerracomo tal; no me impresionaba su inhumanidad in-sensata. Pero pronto todo eso cambió. Algunas expe-riencias con mis maestros contribuyeron a ello. Miprofesor de latín, que en los dos años anteriores a laguerra había proclamado la frase Si vis pacem, parab ellu m («Si quieres paz, prepárate para la guerra»),su máxima favorita, se regocijó cuando estalló la gue-rra. Me di cuenta de que su supuesto interés por lapaz no podía haber sido verdadero. ¿Cómo era posi-ble que un hombre que siempre pareció preocuparsetanto por la preservación de la paz se encontrase aho-ra tan jubiloso por la guerra? Desde entonces me re-sultó difícil creer en el principio de que las armaspreservan la paz, aun cuando lo defiendan personasque posean más buena voluntad y honestidad que miprofesor de latín.

También me impresionó la historia de odio con-tra los ingleses que inundó Alemania en aquellos años.Súbitamente se habían convertido en vulgares merce-narios, malévolos y sin escrúpulos, que pretendíandestruir a nuestros inocentes y demasiado confiadoshéroes alemanes. En medio de esta historia nacionalun suceso decisivo destaca en mi mente. En nuestraclase de inglés se nos había encomendado memorizarel Himno Nacional Británico. Nos encomendaronesta tarea antes de las vacaciones veraniegas, cuando

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todavía reinaba la paz. Al reanudarse las clases, losalumnos, en parte por travesura y en parte por estarcontagiados del sentimiento de anglofobia, le co-municamos al profesor que nos negábamos a apren-der el himno nacional de quien ahora era nuestropeor enemigo. Aún lo veo de pie frente a la clase,respondiendo a nuestras protestas con una sonrisairónica y diciéndonos con toda calma: «¡No se en-gañen, muchachos; hasta ahora Inglaterra jamás haperdido una guerra!». Era la voz de la cordura y delrealismo en medio de un odio insensato —¡y era lavoz de un profesor respetado y admirado!—. Estaúnica frase y el tono racional y sereno con que fuepronunciada resultó ser una iluminación. Logróromper la loca pauta de odio y de autoglorificaciónnacional, y me hizo meditar y exclamar: «¿Cómo esposible?».

Fui creciendo y mis dudas aumentaron. V arios demis tíos, primos y compañeros murieron en la guerra;las predicciones de victoria de los generales resulta-ron erróneas —y pronto aprendí a entender el ambi-guo idioma que hablaba de «retiradas estratégicas» y«victoriosa defensa»—. Sucedió algo más. Desde unprincipio, la prensa alemana había descrito la guerracomo algo impuesto al pueblo alemán por unos veci-nos envidiosos que querían estrangular Alemaniapara así librarse de un rival próspero. La guerra sedescribía como una lucha por la libertad; ¿no estabaAlemania luchando contra la encarnación misma dela esclavitud y la opresión, el zar de Rusia?

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Aun cuando todo ello me pareció convincentedurante algún tiempo, sobre todo cuando ningunavoz se alzaba para disentir, mi creencia en tales afir-maciones comenzó a verse asaltada por las dudas.Ante todo, era un hecho que un número creciente dediputados socialistas votaron en contra del presu-puesto bélico del Reichstag y criticaron la posiciónoficial del gobierno alemán. Se hizo circular clandes-tinamente un folleto titulado J’accuse («Yo acuso»),donde se discutía la cuestión de la culpabilidad de laguerra, principalmente —según recuerdo— desde elpunto de vista de los aliados occidentales. Demostra-ba que el gobierno imperial no era en forma alguna lavíctima inocente de un ataque, sino que junto con elgobierno austro-húngaro era el principal responsa-ble de la guerra.

La guerra seguía. Las trincheras se extendían des-de la frontera suiza hacia el norte, hasta el mar. Alconversar con los soldados nos enterábamos de lavida que llevaban, apretujados en fosos y trincheras,expuestos al fuego concentrado de la artillería inicia-do por un ataque enemigo, para luego tratar una yotra vez de atravesar las líneas enemigas sin conse-guirlo nunca. Año tras año los hombres más sanos de cada nación, viviendo como animales en cuevas, se mataban unos a otros con fusiles, granadas de ma-no, ametralladoras, bayonetas; la matanza continua-ba, acompañada de falsas promesas de una prontavictoria, falsas declaraciones de inocencia, falsas acu-saciones contra el enemigo malvado, falsas ofertas de

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paz e hipócritas proclamaciones de condiciones paradicha paz.

Mientras más se prolongaba esta situación, mien-tras más me iba transformando de niño en hombre,más urgente se volvía la pregunta: ¿cómo es posible?¿Cómo es posible que millones de hombres continúenen las trincheras, para matar a hombres inocentes deotras naciones, para morir y para causar una profundapena a padres, esposas y amigos? ¿Por qué o por quiénluchaban? ¿Cómo era posible que ambos bandos cre-yeran estar combatiendo por la paz y por la libertad?¿Cómo era posible que estallase una guerra cuandotodo el mundo proclamaba que no la deseaba? ¿Cómoes posible que continúe la guerra cuando ambos ban-dos afirman no desear conquista alguna, sino única-mente la preservación de sus respectivas posesionesnacionales y de su integridad? Si, como los sucesosposteriores demostraron, ambos bandos deseabanconquistas y fama para sus dirigentes políticos y mili-tares, ¿cómo era posible que millones de seres huma-nos de ambos bandos permitiesen ser asesinados sinmás propósito que ganar un palmo de territorio y ha-lagar la vanidad de unos cuantos jerarcas? ¿La guerraes el resultado de un accidente sin sentido, o es resulta-do de determinados acontecimientos sociales y políti-cos que responden a sus propias leyes y que puedencomprenderse —e incluso vaticinarse— siempre ycuando se conozca la naturaleza de tales leyes?

Cuando la guerra terminó en 1918, yo era un jo-ven profundamente preocupado, obsesionado por la

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pregunta de cómo era posible la guerra, por el deseode comprender la irracionalidad de la conducta de lasmasas humanas, por un deseo apasionado de paz ycomprensión internacional. Además, me había vueltoprofundamente desconfiado con respecto a todas lasideologías y declaraciones oficiales, y estaba imbuidode la convicción de que «hay que dudar de todo».

He intentado mostrar cuáles fueron las experien-cias de mi adolescencia que crearon las condicionesfavorables para mi apasionado interés por las ense-ñanzas de Freud y de Marx. Me encontraba profun-damente perturbado por dudas relacionadas con fe-nómenos individuales y sociales, y me sentía ávidode una respuesta. Encontré respuesta tanto en el sis-tema de Freud como en el de Marx. Pero también meestimularon los contrastes entre ambos sistemas y eldeseo de resolver dichas contradicciones. A la larga,mientras más crecía y mientras más estudiaba, másdudaba de ciertas presuposiciones de ambos siste-mas. Mi interés principal estaba claramente trazado.Quería comprender las leyes que gobiernan la vidadel individuo y las leyes de la sociedad, es decir, delos hombres en su existencia social. Traté de ver laverdad perdurable en los conceptos freudianos con-traponiéndolos a aquellas premisas que necesitabanser revisadas. Intenté hacer lo mismo con la teoríamarxista, y por último traté de llegar a una síntesisderivada de la comprensión y la crítica de ambospensadores. Tan ambicioso empeño no se logró úni-camente por medio de la especulación teórica. No es

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que menosprecie la especulación pura (todo dependede quién especule); pero, creyendo como creo en elvalor supremo de combinar la observación empíricacon la especulación (gran parte de las limitaciones quesufren las modernas ciencias sociales estriba en que amenudo contienen observaciones empíricas sin espe-culación), siempre he procurado que mi pensamientose guíe por la observación de los hechos, y he optadopor revisar mis teorías cuando la observación así pa-recía justificarlo.

Por lo que se refiere a mis teorías psicológicas, heocupado un excelente punto de observación. Desdehace más de treinta y cinco años he ejercido la prác-tica del psicoanálisis. He examinado minuciosamen-te la conducta, las asociaciones libres y los sueños delas personas a quienes he psicoanalizado. No hay unasola conclusión teórica sobre el psiquismo humano,ni en esta ni en ninguna de mis otras obras, que no sebase en la observación crítica de la conducta humana,realizada en el transcurso de dicho trabajo psiconalí-tico. En cuanto al estudio de la conducta social, heparticipado menos activamente que en mi prácticapsiconalítica. Si bien la política me ha interesado apa-sionadamente desde que tenía once o doce años (a esaedad conversaba de política con un socialista que tra-bajaba en el negocio de mi padre) hasta la fecha, tam-bién he descubierto que no estoy temperamentalmen-te dotado para la actividad política. Por tanto, no herealizado ninguna hasta hace poco, cuando ingresé enel Partido Socialista de Estados Unidos y participé

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activamente en el movimiento por la paz mundial.Lo hice así, no porque haya cambiado mi opinióncon respecto a mis aptitudes, sino por mi convicciónde que era mi deber no permanecer pasivo en unmundo que parece encaminado hacia una catástrofeque él mismo ha elegido. Me apresuro a añadir quehubo en ello más que un sentimiento de obligación.Mientras más irracional y deshumanizado parecevolverse este mundo nuestro, más puede un indivi-duo sentir la necesidad de reunirse y trabajar al ladode los hombres y mujeres que comparten los propiosintereses humanos. Yo experimenté esa necesidad yestoy agradecido por el compañerismo tan estimu-lante y alentador de aquellos con quienes he tenido lasuerte de trabajar. Pero, así como no participé activa-mente en la política, tampoco mi pensamiento socio-lógico se ha basado exclusivamente en libros. Es in-dudable que sin Marx y, en menor medida, otrosguías de la sociología, mi pensamiento habría queda-do privado de sus más importantes estímulos. Pero elperíodo histórico que me tocó vivir se convirtió enun laboratorio social que nunca falló. La PrimeraGuerra Mundial, las revoluciones alemana y rusa, eltriunfo del fascismo en Italia y la lenta victoria delnazismo que se abatía sobre Alemania, la descompo-sición y perversión de la Revolución rusa, la GuerraCivil española, la Segunda Guerra Mundial y la ca-rrera armamentística, todo ello ofrecía un campopara la observación empírica que permitió la elabora-ción de hipótesis, así como su verificación o rechazo.

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Apasionadamente interesado como estoy por lacomprensión de los acontecimientos políticos, y siem-pre consciente de que mi temperamento no me permi-tía participar de forma activa en ellos, conservé ciertogrado de objetividad, aunque nunca caí en el desapa-sionamiento, condición que algunos científicos polí-ticos consideran un requisito inexcusable para la ob-jetividad.

Hasta aquí he tratado de ayudar al lector a com-partir conmigo algunas de las experiencias e ideasque me transformaron en receptor anhelante cuandoen la segunda década de mi vida entré en contactocon las ideas de Freud y de Marx. En las páginas si-guientes deseo hacer a un lado toda referencia a mievolución personal y concentrarme en los conceptosteóricos y en las ideas; los de Freud y los de Marx, lascontradicciones entre ambos, y mis propias ideas acer-ca de una síntesis resultante del intento de compren-der y resolver dichas contradicciones.

Existe, sin embargo, la necesidad de añadir unareflexión antes de comenzar a discutir los sistemas deMarx y de Freud. Junto con Einstein, Marx y Freudfueron los arquitectos de la época moderna. Los tresestuvieron poseídos por la convicción de que existeun orden fundamental que preside la realidad, unaactitud básica que ve en la obra de la naturaleza —dela cual forma parte el hombre— no sólo secretos quedescubrir, sino pautas y designios que explorar. Portanto, la obra de estos hombres, cada uno a su propioy singular modo, participa de los elementos del arte,

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así como de la ciencia, expresión suprema del anhelodel hombre para comprender, de su necesidad de sa-ber. En este libro, sin embargo, mi interés se limita aMarx y a Freud. Al colocar juntos sus nombres qui-zá se tenga la impresión de que los considero hom-bres de igual estatura e idéntica importancia históri-ca. Deseo aclarar desde un principio que no es así.No es necesario recalcar que Marx es una figura de re-levancia histórica mundial, con quien Freud no puedecompararse en este sentido. Aun cuando alguien,como yo ahora, lamente profundamente el hecho deque en casi la tercera parte del planeta se predique un«marxismo» distorsionado y degradado, tal hechono disminuye la gran importancia histórica de Marx.Pero muy aparte de este hecho histórico, considero aMarx, el pensador, como alguien de mucha mayorprofundidad y alcance que Freud. Marx fue capaz devincular la herencia espiritual de la ilustración huma-nista y del idealismo alemán con la realidad de los he-chos económicos y sociales, sentando así los cimien-tos de una nueva ciencia del hombre y de la sociedadque es empírica y a la vez está impregnada del espíri-tu de la tradición humanista occidental. A pesar delhecho de que este espíritu humanista es negado ydistorsionado por la mayoría de los sistemas quepretenden hablar en nombre de Marx, creo, y así tra-taré de demostrarlo en esta obra, que un renacimien-to del humanismo occidental volverá a situar a Marxen el lugar preponderante que le corresponde en lahistoria del pensamiento humano. Con todo, aun

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considerando lo anterior sería iluso ignorar la impor-tancia de Freud por el hecho de que éste no alcanza-ra las alturas que escaló Marx. Es el fundador de unapsicología verdaderamente científica, y su descubri-miento de los procesos inconscientes y de la natura-leza dinámica de los rasgos de carácter es una contri-bución única a la ciencia del hombre, que ha alteradola imagen del ser humano para los tiempos venideros.

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