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Los modelos en las ciencias sociales * Fernando Leal Carretero Universidad de Guadalajara El gran científico social austriaco Fritz Machlup se lamentó muchas veces que el término “metodología” hubiese dejado de significar lo que significó siempre —un verdadero discours de la méthode, o expresado más dilatadamente: la reflexión lógica y epistemológica sobre la naturaleza, principios, objetivos, alcances y límites de la investigación científica— para pasar a significar la exposición y discusión de las diferentes técnicas que se han ido creando para la recolección, ordenamiento y análisis de los datos empíricos (véase Machlup 1978). Estas técnicas tienen una enorme importancia, pero no debemos olvidar que el que sepamos cómo hacer algo tiene utilidad escasa o hasta negativa cuando no se enmarca en una reflexión sobre lo que estamos haciendo y para qué lo estamos haciendo. Entre los grandes temas de tal reflexión —es decir, de la metodología en su sentido clásico— se encuentra el de los modelos, uno de los muchos temas que no encuentran cabida en las discusiones sobre las técnicas de investigación, a pesar de que éstas deberían siempre elegirse en función del modelo. Mi amistad con ese hombre, profesor, investigador y administrador de todo punto admirable que fue Fernando Pozos me ha movido a rendirle homenaje escribiendo precisamente sobre los modelos en ciencias sociales de una manera que creo y espero que él hubiera apreciado. Muchas veces conversé con él sobre una cuestión que le atraía mucho: las regiones; y en esas conversaciones estaba siempre presente el concepto metodológico de modelo: ¿hasta dónde es la región un modelo?, ¿cómo podemos modelar un conjunto de personas, empresas e instituciones como región?, ¿qué ganamos y qué perdemos al construir modelos regionales? Con el ánimo de que este capítulo sea útil a los estudiantes de ciencias sociales —un principio que animó siempre a Fernando y por ello un objetivo central de este libro— me he permitido citar pasajes más largos de lo acostumbrado: explicar un concepto cualquiera no sirve de gran cosa si no se lo ilustra con ejemplos, y estos sólo son útiles si se presentan con algún detalle. 1 El presente trabajo se divide en cuatro secciones. En la sección I presento algunas ideas generales que subyacen a la manera como se concibe aquí la construcción de modelos en general y de los modelos en las ciencias sociales. En la sección II discuto entonces los esquemas conceptuales tan frecuentes en muchos trabajos de ciencias sociales: se trata ciertamente de una parte indispensable de los modelos, pero no son en sí mismo modelos todavía; un modelo es siempre un artefacto teórico y un esquema conceptual es algo que la teoría requiere y con lo que la teoría trabaja, pero que no puede substituir a la teoría. La importancia de este punto, que podría parecer en sí mismo trivial, es que la confusión entre esquema conceptual y modelo * Publicado en Cómo se hacen las ciencias sociales: Una antología de ejemplos y preceptos en homenaje a Fernando Pozos Ponce, coord. por Fernando Leal Carretero, Universidad de Guadalajara, 2008, pp. 347-411. 1 En el espíritu bilingüe de este libro dejo las citas tomadas del inglés en su lengua original y sólo traduzco los textos tomados de otras lenguas. Aprovecho esta nota para agradecer las observaciones y comentarios de Jorge Ramírez a la primera versión de este texto. 1

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Metodología

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Los modelos en las ciencias sociales*

Fernando Leal Carretero Universidad de Guadalajara

El gran científico social austriaco Fritz Machlup se lamentó muchas veces que el término “metodología” hubiese dejado de significar lo que significó siempre —un verdadero discours de la méthode, o expresado más dilatadamente: la reflexión lógica y epistemológica sobre la naturaleza, principios, objetivos, alcances y límites de la investigación científica— para pasar a significar la exposición y discusión de las diferentes técnicas que se han ido creando para la recolección, ordenamiento y análisis de los datos empíricos (véase Machlup 1978). Estas técnicas tienen una enorme importancia, pero no debemos olvidar que el que sepamos cómo hacer algo tiene utilidad escasa o hasta negativa cuando no se enmarca en una reflexión sobre lo que estamos haciendo y para qué lo estamos haciendo. Entre los grandes temas de tal reflexión —es decir, de la metodología en su sentido clásico— se encuentra el de los modelos, uno de los muchos temas que no encuentran cabida en las discusiones sobre las técnicas de investigación, a pesar de que éstas deberían siempre elegirse en función del modelo.

Mi amistad con ese hombre, profesor, investigador y administrador de todo punto admirable que fue Fernando Pozos me ha movido a rendirle homenaje escribiendo precisamente sobre los modelos en ciencias sociales de una manera que creo y espero que él hubiera apreciado. Muchas veces conversé con él sobre una cuestión que le atraía mucho: las regiones; y en esas conversaciones estaba siempre presente el concepto metodológico de modelo: ¿hasta dónde es la región un modelo?, ¿cómo podemos modelar un conjunto de personas, empresas e instituciones como región?, ¿qué ganamos y qué perdemos al construir modelos regionales? Con el ánimo de que este capítulo sea útil a los estudiantes de ciencias sociales —un principio que animó siempre a Fernando y por ello un objetivo central de este libro— me he permitido citar pasajes más largos de lo acostumbrado: explicar un concepto cualquiera no sirve de gran cosa si no se lo ilustra con ejemplos, y estos sólo son útiles si se presentan con algún detalle.1

El presente trabajo se divide en cuatro secciones. En la sección I presento algunas ideas generales que subyacen a la manera como se concibe aquí la construcción de modelos en general y de los modelos en las ciencias sociales. En la sección II discuto entonces los esquemas conceptuales tan frecuentes en muchos trabajos de ciencias sociales: se trata ciertamente de una parte indispensable de los modelos, pero no son en sí mismo modelos todavía; un modelo es siempre un artefacto teórico y un esquema conceptual es algo que la teoría requiere y con lo que la teoría trabaja, pero que no puede substituir a la teoría. La importancia de este punto, que podría parecer en sí mismo trivial, es que la confusión entre esquema conceptual y modelo * Publicado en Cómo se hacen las ciencias sociales: Una antología de ejemplos y preceptos en homenaje a Fernando Pozos Ponce, coord. por Fernando Leal Carretero, Universidad de Guadalajara, 2008, pp. 347-411.

1 En el espíritu bilingüe de este libro dejo las citas tomadas del inglés en su lengua original y sólo traduzco los textos tomados de otras lenguas. Aprovecho esta nota para agradecer las observaciones y comentarios de Jorge Ramírez a la primera versión de este texto.

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teórico es probablemente la causa primordial del carácter preteórico de tantos y tantos proyectos, informes, tesis y artículos de investigación. En cambio, donde siempre encontramos modelos en el sentido propio de la palabra es en los relatos de los historiadores, antropólogos y otros científicos sociales; partiendo de ellos en la sección III argumento que esos modelos son relativamente poco explícitos y elaborados. Gracias a un proceso de esquematización, que analizo brevemente en la sección IV, los modelos teóricos de las ciencias sociales se van finalmente destilando y formalizando a partir de modelos narrativos y esquemas conceptuales.

I

Para entrar un poco en calor, comienzo por romper una lanza contra uno de los lugares comunes más favorecidos en la academia contemporánea: ese de que la realidad se construye. Con perdón de los seguidores de modas, la realidad no se construye; lo que se construye son modelos de la realidad.2 Los modelos son generados por una serie más o menos coherente de supuestos teóricos. Cuando la serie es sólida (porque sus términos y proposiciones son precisas y obedecen a reglas sintácticas claras), entonces hablamos de una teoría en sentido estricto, uno de cuyos índices más claros es justamente la capacidad de generar modelos ad libitum.3 Si algo falla en la formulación de los supuestos teóricos y se cae una y otra vez en las falacias discutidas desde Platón y Aristóteles (quaternio terminorum, petitio principii, suggestio falsi, etc.), eso se decantará en la escasa capacidad de generar modelos y en la pobreza relativa (en claridad, precisión, generalidad, sencillez, validez, confiabilidad, predictividad) de los modelos que se generen. Sea el estatuto de los supuestos teóricos el que fuere, los modelos son construidos, y la construcción depende de ignorar la mayoría de los aspectos de la realidad observable. En este ignorar aspectos reside toda la fuerza de un modelo; si se intentase no hacerlo, el estudio de la realidad sería propiamente imposible. El mapa no es el territorio; pero sin mapa no podemos movernos en el territorio.

¿Cómo sabemos que tal o cual modelo es bueno? Cuando digo “bueno” no quiero decir “fiel”, porque un modelo por definición no puede ser fiel, no puede representar las cosas tal como

2 La pretendida “construcción de la realidad” no es sino una edición pirata de los idealismos de la modernidad

europea temprana, por lo que no deja de sorprender que tantos escritores supuestamente de izquierdas la enarbolen con un entusiasmo digno de mejor causa. Por lo demás, hay autores sobrios como Searle (1995) o Hacking (1999) que han tratado, con su bien conocida y apreciada lucidez, de extraer algún sentido de las toneladas de sinsentido que el asunto ha producido y continúa produciendo; pero se trata de una labor ingrata y en mi opinión de no muy clara utilidad.

3 Las teorías se originan históricamente en modelos parciales relativos a aspectos de la realidad física, química, anatómica, fisiológica, psicológica, social, política, económica, etc., que observamos a nuestro alrededor. Primero aparecen modelos bastante reducidos en alcance; luego se encuentra la manera de unirlos en modelos cada vez más poderosos y de mayor alcance; cuando llegan a cubrir lo que en un momento histórico nos parece ser la totalidad de los fenómenos de un cierto tipo muy general, entonces es que hablamos de “teorías”. Da pues más o menos lo mismo que llamemos “miniteoría” a un modelo o “macromodelo” a una teoría. Algo que es, sin embargo, interesante, es que, según aumenta la complejidad lógica del modelo o la teoría, se convierte ella en un generador fecundo de modelos en los que no habían pensado los creadores de la formulación original. Esto es parte de lo que quiere decirse cuando se habla del “poder predictivo” de una teoría. Sobre el papel central de los modelos en la ciencia, véase Giere (1988). Al lector apresurado de Kuhn (1962) podría tal vez parecerle esta descripción anticuada o inadecuada, pero si tiene la paciencia de leer p.ej. su discusión sobre los modelos de los fenómenos eléctricos (que se encuentra desgraciadamente desperdigada por todo el libro), verá que sobre este punto no hay controversia.

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son. La palabra “bueno” es vaga, pero es posible precisarla: sabemos que tal o cual modelo es bueno en la medida en que nos permita formular hipótesis lo suficientemente precisas y decisivas como para que —otra vez con ayuda de modelos— puedan ser sometidas a un diseño de prueba (experimental, cuasiexperimental, o al menos observacional). Con otras palabras, en la medida en que dichas hipótesis arrojen resultados (positivos o negativos) definidos, podemos decir que el modelo que usamos es bueno. Por dar un ejemplo relativamente sencillo, los modelos anatómicos que poseemos del cuerpo humano (documentados en cientos y cientos de ilustraciones, diagramas, fotografías e imágenes) son muy buenos: han sido sometidos a prueba infinidad de veces (incluidas los miles de intervenciones quirúrgicas que se llevan a cabo diariamente en los hospitales del mundo) y el modelo ha mejorado a consecuencia de ello. Como dije antes, que los modelos anatómicos sea buenos modelos no significa tanto que sean correctos, sino que han podido corregirse según se han ido enfrentando a la evidencia. En cambio, los modelos astrológicos no son buenos, ya que nunca podemos estar seguros de si las observaciones confirman o desconfirman las hipótesis asociadas a ellos. Otro tanto valdría mutatis mutandis de muchos otros tipos y variedades de modelo que encontramos en diversas disciplinas.

Muchos estudiantes se quedan perplejos cuando uno les pide que expliciten el modelo que utilizaron sea para plantear su hipótesis, sea para ponerla a prueba en su diseño metodológico. Algunos dicen o sugieren que ellos no tienen un modelo. Eso sencillamente no es posible. Todos usamos modelos todo el tiempo; sin ellos no podríamos describir ni explicar nada. De hecho, no podríamos hablar. Tómese una palabra cualquiera, p.ej. “triste”. ¿Cuántas veces hemos descrito o explicado la conducta de una persona utilizando esa palabra? Pues bien, esa palabra condensa un modelo: las personas tristes se comportan (eso postula el modelo) de ciertas maneras típicas, características, esperables. Decir “triste” es trabajar con un esquema cognitivo de comportamientos. Ese esquema es un modelo que usamos para decir que tales o cuales personas son o están tristes (uso descriptivo) o que tales o cuales personas hicieron tal o cual cosa porque eran o estaban tristes (uso explicativo). No es tal vez un modelo muy bueno; pero es un modelo.

Esperamos de nuestros alumnos que usen modelos mejores que ese que se condensa en la palabra “triste”. Aunque no tengo una teoría propiamente dicha de cómo crean los seres humanos sus modelos, confío en que la investigación en ciencias cognitivas proporcionará algún día los instrumentos para crearla. Con todo, algunos hallazgos nos permiten esbozar el comienzo de un modelo de la construcción de modelos. Hay evidencia, en efecto, de que el aparato cognitivo humano lleva a cabo al menos cinco operaciones elementales: categorizar, narrar, detectar relaciones causales, leer la mente de otros organismos, esquematizar. Cada una de ellas aparece en un momento distinto y, según las circunstancias de la estimulación e interacción social, se desarrolla a lo largo de toda la vida con formas y grados diferentes en los individuos. A su vez, cada una de estas operaciones influye en las otras, se alimenta de ellas y las retroalimenta. Así por ejemplo, aunque la categorización precede a y no requiere del lenguaje, su adquisición (y la adquisición de sistemas semióticos complementarios, como las notaciones matemáticas) potencia indefinidamente tanto la categorización como la esquematización. Por cierto, quisiera dejar sentado aquí que entiendo por “esquematizar” la capacidad específica de crear representaciones externas de las cosas mediante diagramas de distinto tipo (desde el dibujo de un bisonte pasando por la graficación geométrica hasta el diseño de un circuito electrónico). Así por

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ejemplo, los seres humanos comienzan a detectar relaciones causales probablemente desde el primer año de vida, pero es casi seguro que se requiere de una formación disciplinada, y tal vez incluso de un talento especial, para llegar a ser capaz de esquematizarlas.

Cada una de las cuatro primeras operaciones de mi lista (y queda claro que no aspiro a ningún tipo de exhaustividad en mi recuento) ha dado lugar en años recientes a enteros campos interdisciplinarios de investigación.4 La quinta operación, en cambio, la operación de esquematizar, ha corrido con algo menos de suerte, si bien algunos matemáticos y teóricos de la computación trabajan en ella con interés y éxito crecientes.5 Pues bien, los modelos en su sentido primario son justamente representaciones esquemáticas. Pero eso no quiere decir que el modelaje como tal requiera siempre de esquemas. Ya una categorización relativamente simple, como la contenida en la palabra “triste”, apunta, como se dijo antes, a un modelo. Piense el lector que la operación de narrar requiere del lenguaje y se comienza a desarrollar muy poco tiempo después que el niño produce sus primeras palabras y oraciones. Al principio, las narraciones son meras secuencias de acontecimientos (Paquito se volteó de prisa y el vaso se cayó al suelo y se rompió y la maestra se levantó y le gritó a Paquito y Paquito se puso a llorar y se salió corriendo del salón y�…), pero con el paso del tiempo se van haciendo más sofisticadas, incluyendo primero las relaciones causales (Paquito tiró el vaso al suelo y por eso se rompió) y luego el llamado “paisaje mental” (Bruner 1986: cap. 2), creado por lo que los actores piensan y sienten (el vaso se rompió y por eso la maestra se enojó y regañó a Paquito y Paquito se puso muy triste y se echó a llorar). De esta manera, las operaciones de detección de nexos causales y la lectura de las mentes ajenas se superponen a nuestras narraciones, convirtiéndolas en vehículos predilectos para la expresión de modelos, aún antes de que podamos crear los esquemas correspondientes.

Pues bien, quisiera sostener aquí que es la varia combinación de estas cinco operaciones cognitivas fundamentales lo que subyace a la construcción de modelos de la realidad, tanto para uso en la vida cotidiana como en la investigación científica. La filosofía de la ciencia nos ha enseñado que la tarea de “explicar” corresponde a la teoría.6 Los modelos son la expresión formal (en ocasiones formalizada e incluso matematizada) de la teoría; pero son siempre una expresión parcial, quiero decir cortada a la medida de un caso muy particular que nos interesa y del que no sabemos a ciencia cierta si tendrá aplicaciones más allá de ese caso, aunque esperamos

4 Por falta de espacio cito una sola referencia por tema en beneficio del lector curioso: Bowker & Star 1999

(categorización), Britton & Pellegrini 1990 (narrativización), Sperber, Premack & Premack 1995 (causalización), Frith & Wolpert 2003 (mentalización).

5 Véase p.ej. Glasgow, Narayanan & Chandrasekaran 1995. Aunque sólo recientemente se ha comenzado a atacar de manera sistemática y teorica el problema de la esquematización, es claro que hay discusiones directas e indirectas en trabajos precursores de distintas disciplinas (notablemente en filosofía, matemáticas, pintura, escultura e historia del arte), las cuales algún día podrán ser retomadas en los modelos cognitivos modernos.

6 La tarea de explicar no puede hacerse sin el auxilio previo de lo que llamamos “describir”. Describimos para poder explicar, de la misma manera que explicamos para poder comprender (lo que pasó o está pasando), predecir (lo que va a pasar) y controlar (lo que queremos que pase). Estos tres fines últimos de la teoría son (con una sola excepción, cf. Feynman 1986) de creciente dificultad y en muchas situaciones no se pueden cumplir o no cabalmente.

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que las tenga. Una de las fascinaciones de la historia de la ciencia es justamente que los modelos parciales resultan tener muchas veces aplicaciones vastas e insospechadas.7

II

Sin duda la operación de categorizar o clasificar es la primera en desarrollarse en el ser humano y está presente ya en la percepción (Harnad 1987). La mente humana se ve enfrentada por un lado a múltiples impresiones que afectan a nuestros sentidos, y por otro lado a innumerables ideas producidas internamente por mecanismos cognitivos que (al menos en parte) operan de manera autónoma y según ciertos principios de razonamiento (lógico, matemático, probabilístico). Toda clasificación es un intento de poner orden en esa realidad confusa, de extraer patrones regulares del caos de ideas e impresiones.8 Así nacen los estereotipos dicotómicos que separan tajantemente los buenos y los malos, los blancos y los negros, los hombres y las mujeres, la izquierda y la derecha, nosotros y ellos. Todos sabemos con qué facilidad caemos en esa manera de ver el mundo, de razonar sobre él y de actuar en él. Un ejemplo notabilísimo de las primeras teorizaciones en ciencias sociales, en las cuales la categorización dicotómica juega un papel central, es el que se ilustra con estos dos textos:

Las voluntades humanas se encuentran en múltiples relaciones mutuas; cada relación es un efecto recíproco que, en la medida en que es dado o actuado por una parte, es recibido o padecido por la otra. Esos efectos están empero hechos de tal manera que o tienden a la manutención o a la destrucción de la voluntad o del cuerpo ajenos: son afirmativas o negativas. A las relaciones de afirmación mutua se dirige la teoría que aquí presento: ellas son los objetos exclusivos de esta investigación. Toda relación afirmativa crea unidad en la multiplicidad o multiplicidad en la unidad. Consiste de fomentos, facilitaciones, servicios, que van y vienen, y pueden considerarse como expresiones de las voluntades y sus fuerzas. El grupo formado por esta relación positiva se llama... asociación (Verbindung). La relación misma, por tanto la asociación, puede pensarse como vida real y orgánica —tal es la esencia de la comunidad (Gemeinschaft)— o como formación ideal y mecánica —tal es el concepto de sociedad (Gesellschaft). Por la aplicación se verá que los nombres elegidos están fundados en el uso sinonímico de la lengua alemana. Pero la terminología científica hasta ahora los ha usado de manera equivalente y sin distinción. Por ello conviene empezar con observaciones que presentan la oposición como algo dado. Toda convivencia íntima, casera, exclusiva, encontramos que se entiende como vida en comunidad. La sociedad es la vida pública, el

7 Reiterando lo dicho en la nota 2: Toda teoría general nació como un modelo teórico parcial que fue posible

combinar con otros modelos parciales y generalizar progresivamente a más situaciones. Advierto aquí que la generalidad es cuestión de grado: la teoría de la gravitación universal es general por cuanto se aplica a todos las masas del universo, pero el propio Newton sabía, y expresó al inicio de su gran obra, que no cubría todos los fenómenos físicos. Hoy día, la búsqueda de la Theory of Everything (la gran unificación de la teoría general de la relatividad, heredera de la de Newton, con la electrodinámica cuántica) es una promesa de mayor generalidad. De parecida, si bien más modesta manera, la teoría económica ha iniciado una ruta de generalización cuyos límites no se perciben aún (cf. Hirshleifer 1985, Becker 1993, Gintis 2004).

8 En este contexto renuncio provisionalmente a la distinción entre los tres modos de clasificar (conceptos genéricos, tipos de corte medio, tipos ideales) que introduce Max Weber en su metodología, ya que en todos los casos se trata de operaciones de categorización. En cambio, la distinción entre escalas o variables (cualitativas/nominales, comparativas/ordinales, cuantitativas/continuas) que, después de Weber y de modo independiente introdujeron Hempel & Oppenheim en el exilio holandés (1936) y Stevens (1946) en Estados Unidos, es mucho más radical y realmente corresponde a operaciones cognitivas diferentes.

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mundo. En comunidad con los suyos se encuentra uno desde que nace, con todo el bien y el mal que van con ello... [Tönnies 1887: §1; mi traducción]

Reconoceremos solamente dos tipos de solidaridad positiva que se distinguen por los caracteres siguientes:

1° La primera une directamente al individuo con la sociedad sin intermediario. En la segunda el individuo depende de la sociedad porque depende de las partes que la componen.

2° La sociedad no se considera bajo el mismo aspecto en ambos casos. En el primero, eso que se llama sociedad es un conjunto más o menos organizado de creencias y sentimientos comunes a todos los miembros del grupo: es el tipo colectivo. Por el contrario, la sociedad de la que somos solidarios en el segundo caso es un sistema de funciones diferentes y especiales unidas por relaciones definidas. Estas dos sociedades no son por lo demás más que una. Son dos caras de una sola y misma realidad, pero que igual requieren que se las distinga.

3° De esta segunda diferencia se desprende otra que va a servirnos para caracterizar y denominar estos dos tipos de solidaridad.

La primera no puede ser robusta sino en la medida en que las ideas y tendencias comunes a todos los miembros de la sociedad superan en nombre e intensidad aquellas que pertenecen personalmente a cada una de ellas. Una sociedad de este tipo es tanto más enérgica cuando este excedente [de lo colectivo sobre lo individual] es más considerable. Ahora bien, lo que constituye nuestra personalidad es lo que cada uno de nosotros tiene de más propio y característico, lo que lo distingue de los otros. Esta [primera] solidaridad, pues, no puede crecer sino en razón inversa de la personalidad. Hay dentro de cada una de nuestras conciencias, hemos dicho, dos conciencias: una que nos es común con el grupo entero al que pertenecemos, la que por consiguiente no es yo mismo sino la sociedad que viven y actúa en nosotros; otra que no representa por el contrario sino lo que tengo de personal y distinto, lo que me hace un individuo. La solidaridad que deriva de las similitudes alcanza un máximo cuando la conciencia colectiva recubre exactamente nuestra conciencia total y coincide en todos sus puntos con ella ; pero en ese momento nuestra individualidad se reduce a cero. (…)

Las moléculas sociales que no serían coherentes sino de esta sola manera no podrían pues moverse juntas sino en la medida en que ellas no tienen movimientos propios, como hacen las moléculas de los cuerpos inorgánicos. Es por ello que nos proponemos de llamar mecánica a esta especie de solidaridad. Tal palabra no significa sino que se produce por medios mecánicos y artificialmente. No la llamamos así sino por analogía con la cohesión que une entre ello los elementos de los cuerpos brutos, por oposición a la que constituye la unidad de los cuerpos vivientes. Lo que termina de justificar esta denominación es el vínculo que une así al individuo con la sociedad y es de todo punto análogo con el vínculo que pone en relación la cosa con la persona. La conciencia individual, considerada bajo este aspecto, es una simple dependencia del tipo colectivo y sigue todos sus movimientos, como el objeto poseído sigue los que le imprime su propietario. En las sociedades en que esta solidaridad está muy desarrollada, el individuo no se pertenece, como veremos más adelante; es literalmente una cosa de la que la sociedad dispone. Así, en estos mismos tipos sociales, los derechos personales no se distinguen aún de los derechos reales.

Muy otra es la solidaridad que produce la división del trabajo. Mientras que la precedente implica que los individuos se asemejan, esta supone que difieren unos de otros. La primera no es posible sino en la medida en que la personalidad individual está absorbida en la personalidad colectiva; la segunda no es posible sino por tener cada uno una esfera de acción que le es propia, por consiguiente una personalidad. Es necesario entonces que la conciencia colectiva deje al descubierto una parte de la conciencia individual a fin de que establezcan esas funciones especiales que ella no puede reglamentar; y mientras más se extienda esta región, más fuerte será la cohesión que resulta de este tipo de solidaridad. En efecto, por un lado cada uno depende tanto más

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estrechamente de la sociedad cuanto el trabajo está más dividido, y por otro lado la actividad de cada uno es tanto más personal cuanto más especializada está. Sin duda, por circunscrita que esté [dicha actividad], no es nunca completamente original ; incluso en el ejercicio de nuestra profesión nos conformamos a usos, a prácticas que nos son comunes con toda nuestra corporación. Pero, incluso en este caso, el yugo que padecemos es menos pesado que cuando la sociedad entera pesa sobre nosotros, y deja bastante más espacio al libre juego de nuestra iniciativa. Aquí pues la individualidad del todo crece al mismo tiempo que la de sus partes; la sociedad se vuelve más capaz de moverse junta, al mismo tiempo que cada uno de sus elementos tiene más movimientos propios. Esta solidaridad se asemeja a la que se observa en los animales superiores. Cada órgano, en efecto, tiene en ellos su fisionomía especial, su autonomía, y sin embargo la unidad del organismo es tanto más grande cuanto esta individuación de las partes es más marcada. En razón de esta analogía, nos proponemos de llamar orgánica la solidaridad que se debe a la división del trabajo. [Durkheim 1893: Libro I, cap. 3, sec. IV; mi traducción.]

Con una diferencia de escasos seis años, estos dos clásicos de la sociología presentan sus respectivas dicotomías en términos a primera vista muy semejantes, si bien curiosamente invertidos. De todas las posibles maneras de distinguir tipos de sociedad, estos dos autores coinciden al menos en los adjetivos “orgánico” y “mecánico” para caracterizarlas; pero mientras que el modo de asociación tradicional se le presenta a Durkheim como mecánico y a Tönnies como orgánico, el modo moderno es mecánico para Tönnies y orgánico para Durkheim. El lugar dentro de la obra en que el contraste hace su aparición es, sin embargo, muy distinto: para Tönnies la distinción es punto de partida (“conviene empezar con observaciones que presentan la oposición como algo dado”) y su objetivo es construir una “teoría” de la comunidad y una “teoría” de la sociedad (la primera parte del libro de Tönnies), con cuya ayuda sea posible interpretar tanto el derecho natural como el derecho positivo en sus diferentes partes y aplicaciones. Durkheim parte más bien del derecho positivo al que divide según otra tipología (derecho represivo vs. derecho restitutivo) y de esta tipología deriva la tipología de sociedades. Su objetivo es explicar funcionalmente la división del trabajo. Tanto Tönnies como Durkheim parten del dato fundamental de la sociología que Comte había puesto como principio de esta ciencia nueva: que los modos de asociación han evolucionado (de la comunidad a la sociedad en Tönnies, de la ausencia casi total de división del trabajo a su presencia dominante en Durkheim).9 El propósito básico sigue siendo tanto teórico (comprender el cambio) como práctico (ayudarnos a vivir con él). A semejante propósito es que sirven las distinciones que ambos introducen con la ambición de modelar la realidad. Dicho de otra manera, la clasificación no es sino una manifestación parcial del modelo; pero el modelo en realidad debe contener proposiciones generales, a que los términos de las dicotomías aluden más que explicitan. Para entender a Durkheim o a Tönnies no basta con conocer la distinción en términos conceptuales; es necesario

9 La antigua disciplina empírica de la historia, fundada en Grecia y revolucionada durante el siglo XIX, se

enfrentó desde temprano a las protestas y objeciones de los filósofos, quienes preferían especular sobre la marcha de los asuntos humanos a lo largo del tiempo. De esos tempranos esfuerzos especulativos, que en el siglo XVIII recibirían el nombre de “filosofía de la historia”, surgió en el XIX la idea de una ciencia nueva, a la que Comte puso el nombre de “sociología” y de la que se prometía el establecemiento de las leyes del desarrollo de las sociedades. Desde entonces ha habido una convivencia más o menos turbulenta entre la nueva historia científica y la sociología en el intento de describir y explicar las grandes transformaciones que han alterado las sociedades y economías de todo el mundo.

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más bien conocer el conjunto de proposiciones por el que uno y otro explica las formas que toma el derecho o que permite usar el derecho para explicar ciertos aspectos de la sociedad.

La ambición categorizadora es tal vez la característica más palpable de la sociología. Los libros y artículos de esta disciplina están repletos de clasificaciones de todo tipo; pero he aquí que en su afán clasificatorio los sociólogos a menudo olvidan enunciar las proposiciones de la teoría de que forman parte, como describe con su habitual ironía y vivacidad ese gran comentador de la metodología de las ciencias sociales que fue Homans:

Theorists continually harped on the vital importance of theory, that is, the importance of what they themselves did, and by dint of impressive iteration they had made the idea stick. Graduate students dreamed of becoming pure theorists, as if theory did not have to be about anything in particular. Yet what was a theory? If I judged from what grand theorists like Talcott Parsons said, and even more from what they did in the name of theory, their notion of theory was not mine. For them a theory was a conceptual scheme, often a set of categories. For me a conceptual scheme—and I myself had developed one on The Human Group—was not enough. “A conceptual scheme is not a theory!” I used to shout to myself. For them, the categories, the concepts, were supposed to be “logically” related to one another. For me, the concepts were to be empirically related. Nature, not logic, made a relationship what it was. Logic was a matter of the relationship between propositions, not between concepts. For me, the heart of any theory, as indeed of all success in science, was a set of propositions, each of the general form: x varies as y. The trouble with grand theory was not that it failed to make contact with data. Data could always be subsumed under one or another of the categories. The trouble was rather that it lacked propositions. That is, it was not a theory at all. [Homans 1968: 6.]

Y no es que la sociología no contenga proposiciones. Contiene muchas y muy interesantes; pero la distancia entre teoría en el sentido propio de los conjuntos de proposiciones (de distinto grado de generalidad) y “teoría” en el sentido honorífico de los esquemas conceptuales es a menudo enorme. Y no es que los esquemas conceptuales sean inútiles: antes al contrario, son útiles y de hecho indispensables para poder formular proposiciones, ya que estas tratan justamente de los tipos de cosas que en aquellas hemos clasificado.

En lo que resta de esta sección quisiera ilustrar este punto fundamental al hilo de clasificaciones de distinta complejidad. Nuestro punto de partida habían sido las dicotomías, que son probablemente el primer tipo de categorización que hacemos, al menos de manera consciente. Pero, aunque primitivas, las dicotomías no son tal vez nunca una mera partición de un conjunto de cosas en dos subconjuntos, una división inerte entre dos clases que no tienen ninguna relación entre ellas. Es por este hecho que las dicotomías como tales son sólo una manifestación muy parcial del modelo subyacente. Tomemos un ejemplo simple: la distinción entre los sexos. Esta distinción es en sus inicios pretéorica y puramente morfológica: múltiples rasgos observables distinguen claramente a hombres y mujeres. Pero lo que interesa a la teoría (o a la práctica) es explicar la diferencia. La teoría de la división sexual encargada de hacerlo no pertenece a las ciencias sociales, sino a la biología general. Una parte de esa teoría (la que explica los mecanismos de la reproducción) está avanzadísima, mientras que la otra (la que explica el origen de la división sexual misma) ha dado algunos pasos, pero debemos admitir que el sexo es aún un enigma en este sentido. Con respecto a ambas preguntas, la dicotomía hombre/mujer no es una mera clasificación, sino que va acompañada de múltiples relaciones teóricas (cf. el gran

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descubrimiento de la gestación como una unión de un óvulo con un espermatozoide). Las proposiciones que expresan esas relaciones y que han sido descubiertas por la biología o por las neurociencias son incorporadas a muchos estudios de antropología y de psicología evolucionista o social, es decir se toma prestada la teoría de aquellas ciencias. En otros estudios, como los demográficos, se utiliza la dicotomía preteórica para formar conjuntos y modelar p.ej. las variaciones en la distribución poblacional en áreas o períodos particulares, a fin de poder explicar dichas variaciones. Finalmente, algunos sociólogos han propuesto crear una teoría propia de la dicotomía sexual, pero reformulándola en términos de género, que sería una distinción social. Independientemente de la opinión que se tenga de las “teorías” de género, es claro que la dicotomía no es en ellas una mera categorización inerte, sino que se postulan múltiples relaciones (p.ej. de subordinación, de división del trabajo, de diferencias en el acceso a bienes de distinto tipo). Y estas relaciones son la parte medular de la teoría (el conjunto de proposiciones generales), no la dicotomía como tal.10 Con lo que confirmamos lo dicho antes: las clasificaciones son parte del modelo, no el modelo mismo.

Otro tanto pasa, como sugerí antes, con las dicotomías de Tönnies y Durkheim: su verdadero sentido está en la cadena de proposiciones de la que forman parte y que hay que reconstruir con cuidado. Pero hay clasificaciones que sobrepasan la dicotomía. Así por ejemplo, a la distinción tradicional entre el mundo antiguo y el mundo moderno, Comte había ya añadido un eslabón y propuesto un modo de pensar y actuar al que llamó “metafísico”, intermedio entre distinguir el modo primitivo basado en concepciones religiosasy el modo moderno que llamó “positivo” o “científico”. Este procedimiento para superar las dicotomías puede observarse con frecuencia, y de hecho a veces plantea preguntas interesantes. Así, la transición a la modernidad fue pensada por Marx primero en términos de feudalismo y capitalismo (una dicotomía), pero luego fue enriquecida por el “modo de producción esclavista” que habría sido característico del mundo grecorromano. Todo parecía tan lineal como antes, hasta que el conocimiento creciente del Lejano Oriente obligó a los teórico a postular un “modo de producción oriental”, que ya no tenía una relación lineal con los otros tres. No entro en los detalles de la trifulca que esto provocó, porque lo único que me interesa aquí es mostrar el procedimiento lógico subyacente. Y es claro que, si bien Marx y los marxistas heredaron el lugar común de la dicotomía antiguo-moderno, ellos procedieron a construir una teoría (buena o mala), es decir un conjunto de proposiciones más o menos generales que describían y explicaban esos “modos de producción”.

Hay otro procedimiento para enriquecer una dicotomía: la subclasificación, que ocurre cuando uno o ambos miembros de una dicotomía a su vez se dicotomizan. Tomemos como ejemplo la dicotomía, usual en economía, entre una estructura de mercado con competencia perfecta y otra con competencia imperfecta. Esta segunda estructura de mercado a su vez se divide en estructura monopólica y estructura oligopólica, una categorización más completa que la

10 Esto no debe entenderse como si la categorización sobre la que se basa la teoría no tuviera importancia. De hecho, un conocedor tan agudo de la historia de la ciencia como Kuhn ha insistido en que la principal dificultad para entender las transiciones entre las teorías (o como decía él un poco metafóricamente: para “traducir” una teoría en términos de la otra) reside en la taxonomía (Kuhn 1983, 1990; cf. Sankey 1993, 1998), es decir en lo que llamamos aquí el esquema conceptual. Es una pena que Kuhn haya muerto antes de terminar el libro en el que iba a exponer sus últimas ideas sobre los procesos de redifinición y reclasificación que tienden tantas trampas a quienes están poco familiarizados con los métodos filológicos. Por lo demás, la dificultad de la traducción puede fácilmente exagerarse; un antídoto contra la hipérbole lo encuentra el lector en Weinberg 1998.

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inicial. Conviene hacerse cargo que —a diferencia de la distinción entre sexos, que salta a la vista de cualquier observador— la distinción entre las estructuras de mercado requirió de teoría. De hecho, la teoría económica original se refería exclusivamente a la competencia perfecta y es ya de suyo un conjunto de proposiciones sumamente complejo. Sabían los economistas que se trataba de una idealización que no correspondía directamente a ninguna realidad empírica; pero durante mucho tiempo no podían ponerse de acuerdo en cómo teorizar el otro miembro de la dicotomía. Sólo cuando la teoría había madurado lo suficiente —es decir, hasta que fue posible modelar monopolios y oligopolios—, pudieron los economistas postular una estructura de mercado con competencia imperfecta que no fuera la mera negación estéril de la competencia perfecta, sino algo capaz de ser descrito y explicado mediante proposiciones independientes con un similar grado de sofisticación al de la competencia perfecta. Pero los modelos de monopolio y oligopolio distan mucho de ser meros esquemas conceptuales; son por el contrario conjuntos complejos de proposiciones, que es lo que debe ser una teoría.

Ahora bien, toda subclasificación requiere de criteros de división adicionales a los que produjeron la primera dicotomía. Si esos criterios son exclusivos del miembro de la dicotomía que ha sido subdividido, no hay problema: tenemos una estructura de árbol con ramas que no se cruzan. Si tenemos muchas clases que se dividen y subdividen, entonces tenemos lo que se llama una taxonomía; las más acabadas son las que encontramos en la biología y la química, en ambos casos acompañados de poderosas teorías que explican esas taxonomías. Pero una observación cuidadosa de algunas de esas taxonomías es que las ramas o bien tienen relaciones entre sí de diverso tipo —tales como las analogías y homologías en biología— o bien comparten criterios de clasificación.11 Cuando esto ocurre, lo que tenemos es una clasificación cruzada. En ciencias sociales, este tipo de clasificaciones se volvió muy popular a partir de las matrices de la sociología parsoniana y postparsoniana. Un ejemplo entre muchos es el de los “tipos de componentes axiológicos de las expectativas de rol social” (Parsons 1951: 103-104) que reproduzco a continuación de una manera ligeramente simplificada:

Universalismo Particularismo Afectividad Neutralidad Afectividad Neutralidad

Especificidad Clase 1 Clase 2 Clase 5 Clase 6 Logro Difusividad Clase 3 Clase 4 Clase 7 Clase 8

Especificidad Clase 9 Clase 10 Clase 13 Clase 14 Adscripción Difusividad Clase 11 Clase 12 Clase 15 Clase 16

Puede verse que esta matriz está formada por cuatro dicotomías, dos principales (universalismo vs. particularismo, logro vs. adscripción) y dos secundarias (afectividad vs. neutralidad, especificidad vs. difusividad), con lo que se producen 16 clases. Vale la pena detenerse en esto un poco, ya que las ideas no suelen ser claras con respecto a la combinatoria que subyace a las

11 Remachando lo dicho: las clasificaciones de los biólogos y químicos son solamente parte del modelo. Cuando se descubrió la tabla periódica de los elementos, no se explicó nada: se estableció un ordenamiento natural que requería una explicación. Nadie se imaginó que la tabla por sí misma era un modelo científico; pero todos pensaron que tendría que ser parte del modelo. Con el tiempo los avances de la química y la física produjeron una explicación para la tabla periódica; entonces se pudo disponer de un modelo de los elementos y pudo verse la tabla como una manifestación, una expresión parcial, pero necesaria, del modelo.

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clasificaciones. Toda clasificación depende de dos cosas: el número n de atributos o variables que se manejen, y el número m de valores que se asignen a cada variable. La palabra “dicotomía” (en griego: “cortar en dos”, “partir por mitad”) se refiere a m, es decir al número de valores asignados. Si pues tenemos un solo atributo (n = 1) y lo dicotomizamos (lo dividimos en dos, le asignamos dos valores, m = 2), obtendremos dos clases; si tenemos dos atributos, obtendremos cuatro clases; si tres atributos, ocho clases; si cuatro atributos (como Parsons en el ejemplo), la dicotomización nos dará (le dio a Parsons) dieciséis clases; y en general, si tenemos n atributos, por dicotomía obtendremos exactamente 2n clases. Las clasificaciones se enriquecen si estamos en posición de asignar tres valores por cada una de las n variables o atributos (en griego: una tricotomía), obtendremos 3n clases; y en general, si tenemos n atributos y a cada uno le asignamos m valores, obtendremos m n clases.

Volviendo sobre el ejemplo de Parsons, supongamos que Parsons hubiese preferido que dos de sus variables se hubiesen partido por tres (tricotomía), hubiese p.ej. preferido subdividir Universalismo y Particularismo en Afectividad Positiva, Neutralidad y Afectividad Negativa, y también subdividir Logro y Adscripción en Especificidad, Semidifusividad y Difusividad. Entonces Parson habría obtenido 36 clases (22 32). A su vez, utilizar cuatro tricotomías hubiese producido 81 clases (32 32 = 34), etc. Creo que el lector podrá apreciar la explosión combinatoria que se produce en cuanto uno aumenta el número de atributos o el número de valores asignados a cada atribut, lo inmanejable que esto puede volverse, y con ello los límites del método clasificatorio. Como solía decir Homans, “cajas dentro de cajas”, o algo más burlonamente: “casilleros (pigeonholes) dentro de los que puede uno meter cualquier cosa”. En Parsons cada una de las clases contenidas en la matriz tiene una descripción, p.ej. la Clase 10 se describe como “expectativa de acción disciplinada específica hacia clases de objetos sobre la base de cualidades”. Muy bien; pero lo que quisiéramos saber es cuáles son las proposiciones generales que valen para esta u otra cualquiera de las clases o incluso de las categorías principales. Esto es lo que falta en Parsons (o en Habermas, que en este punto es muy parsoniano).12

A pesar de las flaquezas que tiene un énfasis puramente conceptual sobre las matrices, quisiera insistir en que su utilización tiene importancia en la medida en que nos permitan no cometer el error, por lo demás bastante común, de ignorar ciertas combinaciones. Por tomar un ejemplo muy sencillo, imaginemos un aprendiz de etnógrafo que descubre un día una distinción entre dos tipos de comportamiento (X,Y) y otro día otra entre dos tipos diferentes (Z,U) dentro del mismo grupo humano. En muchas ocasiones ganaría mucho si tratara de unir sus dos distinciones para llegar a cuatro clases (XZ, XU, YZ, YU) de acuerdo con todas las combinaciones posibles. ¿Por qué es importante? Imaginemos p.ej. que se da cuenta de que una

12 Un ejemplo extremo de la confusión es una anécdota que narra (de segunda mano) Homans en su autobiografía:

estando Parsons de visita en Cambridge durante el apogeo del keynesianismo, se atrevió a declarar que la teoría de Keynes era “un interesante caso especial de la teoría [parsoniana] de la acción”. Homans comenta que lo que debió haber pasado en la mente de Parsons fue más o menos esto: primero, identificar algunas categorías keynesianas que cabían cómodamente en algunos de los casilleros parsonianos (cosa que, como dice Homans, siempre puede hacerse), y después observar que aquéllas tenían menor extensión que éstas (una operación puramente lógica). Lo que Parsons nunca advertió es que lo importante de la teoría keynesiana —como de cualquier modelo económico— no son nunca las categorías, sino las proposiciones. Hay que imaginar cómo debió tomar el auditorio una pretensión tan disparatada; por decoro no repito la que menciona el propio Homans (1984: 328).

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de esas combinaciones posibles no existe, o al menos, que él no ha podido observarla en la realidad, y por más que busca y pregunta a sus informantes la combinación no aparece (p.ej. los sacerdotes no preparan brebajes medicinales). Nótese que se trata de una observación negativa: sin el auxilio de la combinatoria el etnógrafo incipiente podría no haberse fijado nunca en esa ausencia, que ahora le suscita una pregunta novedoda: ¿por qué existen las demás combinaciones (sacerdotes y brujos que practican curas rituales, brujos que preparan brebajes) y esta no (sacerdotes que preparan brebajes)? El hecho exige una explicación; y la combinatoria fue lo que permitió plantearla.13

El lector perspicaz notará que he hablado solamente de presencia y ausencia, cuando en la realidad podemos muchas veces ir más allá y contar observaciones. Entonces nuestras matrices contendrán números, a los que podremos aplicar métodos estadísticos sofisticados. Este es un primer paso en la dirección correcta. La pregunta no será si una celda está vacía, sino cuáles son las diferencias numéricas entre las celdas. Aunque parezca mentira, esto a veces se pasa por alto por falta de disciplina combinatoria. Más de una vez he visto un estudiante que está interesado en la asociación (o incluso la relación causal) entre dos variables, pero se contenta con hacer observaciones en que la variable independiente está presente, y si por ventura la encuentra siempre acompañada de la variable dependiente, entonces concluye apresurada y jubilosamente que existe la asociación o incluso (si cree disponer de un modelo explicativo) que existe la relación causal. Se le olvida que hay que buscar también si hay casos donde la variable dependiente está presente, pero la independiente no lo está. Esto parece trivial, pero piense el lector con cuánta facilidad aceptamos una explicación del tipo “la pobreza causa la criminalidad” a pesar de que hay muchos delincuentes ricos y muchos pobres que no son delincuentes.

Un caso muy notable de uso acucioso de la combinatoria es el análisis de los mitos que llevó a cabo Lévi-Strauss en una serie deslumbrante de libros. Con mucha frecuencia en la literatura antropológica sobre mitos se pasa de largo el hecho de que lo único que efectivamente existe de un mito es una versión particular de él, y por tanto que las versiones de los mitos que podemos obtener se distinguen de formas más o menos notables. El hecho es en principio conocido para el caso de los mitos sobre los que tenemos información escrita y diversa (p.ej. los mitos de la antigüedad griega); y no se requiere de grandes dotes deductivas para concluir que lo mismo ocurrirá en el caso de todos los mitos pergeñados por el ingenio humano. Pero hasta Lévi-Strauss ningún antropólogo parece haberse seriamente propuesto la tarea de diseñar un método apropiado para contrastar las semejanzas y las diferencias de los mitos. Personalmente tengo muchas dudas sobre el método que Lévi-Strauss utilizó para recolectar sus datos.14 Y la teoría cognitiva que creó para llevar a cabo la interpretación no está tampoco por encima de

13 Hace algunos años Ragin (1987) propuso formalizar y perfeccionar el método comparativo mediante la

aplicación implacable y persistente de este procedimiento. Las relativaments simples álgebras booleanas originalmente propuestas por Ragin han sido substituidas en años recientes por técnicas más sofisticadas que hacen uso de la teoría de conjuntos borrosos (Ragin 2000; véase también Goetz 2006).

14 Uno pensaría que debió aprender la lengua nativa en cada caso, identificar informantes de diversos tipos y condiciones, grabar las diferentes versiones que ellos le proporcionaran, inventar un sistema de escritura para la lengua nativa, transcribir las versiones a la lengua nativa, y finalmente llevar a cabo una traducción fiel, sometida a revisiones en consulta con informantes calificados y provista de los comentarios filológicos que hicieran al caso. No queda nada claro si hizo esto, hasta dónde lo hizo, y cómo lo hizo para las decenas y decenas de lenguas y culturas que reporta y analiza en su vasta e imponente obra.

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objeciones importantes (véase p.ej. Sperber 1974). Pero la idea de contrastar presencias y ausencias de elementos en los mitos era metodológicamente urgente. Sin esa constatación no podíamos disponer de un objeto digno de explicación. Naturalmente, las matrices de presencias y ausencias sólo representan una parte del modelo, si bien una parte esencial.

La complejidad de una clasificación no es en sí misma importante teóricamente; lo que es importante es la teoría que acompaña a la clasificación. Desgraciadamente, cuando creemos que la clasificación es ya la teoría, no hacemos el esfuerzo por explicitar el modelo a cuya servicio está aquélla. Veamos ahora un caso distinto.

III

Se ha objetado muchas veces a los historiadores que no utilizan la teoría. No quiero negar que haya algún caso patológico en que pueda decirse esto con justeza, pero debemos colocar el onus probandi firmemente en las espaldas de los acusadores. Personalmente, lo que he observado es más bien que las narraciones que pululan en los libros de historia y ciencias sociales contienen ya muchos de los modelos con cuya ayuda formulamos, defendemos, elaboramos y ponemos a prueba nuestras hipótesis. Tomemos como ejemplo la famosa narración de Bernal Díaz del Castillo sobre la destrucción de las naves de Hernán Cortés:

Después de cuatro días que partieron nuestros procuradores para ir ante el emperador nuestro señor, como dicho habemos, y los corazones de los hombres son de muchas calidades y pensamientos, parece ser que unos amigos y criados de Diego Velázquez, que se decían Pedro Escudero, y un Juan Cermeño, y un Gonzalo de Umbría, piloto, y un Bernardino de Caria, vecino que fue después de Chiapa, padre de un fulano Centeno, y un clérigo que se decía Juan Díaz, y ciertos hombres de la mar que se decían Peñates, naturales de Gibraleón, estaban mal con Cortés, los unos porque no les dio licencia para volverse a Cuba cuando se la había prometido, y otros porque no les dio parte del oro que enviamos a Castilla; los Peñates porque les azotó en Cozumel, como otra vez he dicho en el capítulo XXVII, cuando hurtaron los tocinos a un Barrio; acordaron todos de tomar un navío de poco porte e irse con él a Cuba a dar mandado a Diego Velázquez para avisarle cómo en la Habana podían tomar en la estancia de Francisco de Montejo a nuestros procuradores con el oro y recaudos, que según pareció que de otras personas que estaban en nuestro real fueron aconsejados que fuesen a aquella estancia, y aun escribieron para que Diego Velázquez tuviese tiempo de haberlos a las manos; por manera que las personas que he dicho ya tenían metido matalotaje, que era pan cazabe y aceite y pescado y agua y otras pobrezas de lo que podían haber y ya que se iban a embarcar y era más de medianoche, el uno de ellos, que era el Bernardino de Coria, parece ser que se arrepintió de volverse a Cuba, lo que fue a hacer saber a Cortés.

Y como lo supo, y de qué manera y cuántos y por qué causa se querían ir, y quién fueron en los consejos y tramas para ello, les mandó luego sacar las velas y aguja y timón del navío, y los mandó echar presos, y les tomó sus confesiones; y confesaron la verdad y condenaron a otros que estaban con nosotros que se disimuló por el tiempo, que no permitía otra cosa, y por sentencia que dio mandó ahorcar a Pedro Escudero y a Juan Cermeño, y cortar los pies al piloto Gonzalo de Umbría, y azotar a los marineros Peñates, a cada doscientos azotes, y al padre Juan Díaz si no fuera de misa también le castigaran, mas metióle harto temor. Acuérdome que cuando Cortés firmó aquella sentencia dijo con grandes suspiros y sentimientos: “¡Oh, quién no supiera escribir, por no firmar muertes de hombres!” y paréceme que este dicho es muy común entre jueces que sentencian algunas personas a muerte, que tomaron de aquel cruel Nerón en el tiempo que dio muestras de buen emperador.

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Y así como se hubo ejecutado la sentencia, se fue Cortés luego a matacaballo a Cempoal que son cinco leguas de la villa, y nos mandó que luego fuésemos tras él doscientos soldados y todos los de caballo, y acuérdome que Pedro de Alvarado, que había tres días que le había enviado Cortés con otros doscientos soldados por los pueblos de la Sierra, porque tuviesen qué comer, porque en nuestra villa pasábamos mucha necesidad de bastimentos; y le mandó que se fuese a Cempoal, para que allí daríamos orden de nuestro viaje para México; por manera que Pedro de Alvarado no se halló presente cuando se hizo la justicia que dicho tengo. Y luego que nos vimos todos juntos en Cempoal, la orden que se dio en todo diré adelante.

Estando en Cempoal, como dicho tengo, platicando con Cortés en las cosas de la guerra y camino que teníamos por delante, de plática en plática le aconsejamos los que éramos sus amigos, y otros hubo contrarios, que no dejase navío ninguno en el puerto, sino que luego diese al través con todos y no quedasen embarazos, porque entretanto que estábamos en la tierra adentro no se alzasen otras personas, como los pasados; y demás de esto, que tendríamos mucha ayuda de los maestres y pilotos y marineros, que serían al pie de cien personas, y que mejor nos ayudarían a velar y a guerrear que no estar en el puerto. Y según entendí, esta plática de dar con los navíos al través, que allí le propusimos, el mismo Cortés lo tenía ya concertado, sino quiso que saliese de nosotros, porque si algo le demandasen que pagase los navíos, que era por nuestro consejo y todos fuésemos en los pagar. Y luego mandó a un Juan de Escalante que era alguacil mayor y persona de mucho valor y gran amigo de Cortés y enemigo de Diego Velázquez porque en la isla de Cuba no le dio buenos indios, que luego fuese a la villa y que de todos los navíos se sacasen todas las anclas y cables y velas y lo que dentro tenían de que se pudiesen aprovechar, y que diese con todos ellos al través, que no quedasen más de los bateles, y que los pilotos y maestres viejos y marineros que no eran para ir a la guerra, que se quedasen en la villa, y con dos chinchorros que tuviesen cargo de pescar, que en aquel puerto siempre había pescado y aunque no mucho. Y Juan de Escalante lo hizo según y de la manera que le fue mandado, y luego se vino a Cempoal con una capitanía de hombres de la mar, que fueron los que sacó de los navíos, y salieron algunos de ellos muy buenos soldados. [Díaz del Castillo 1632: caps. 57 y 58; cursivas añadidas.]

Lo primero que podemos observar es aquí la increíble cantidad de detalles particulares que contiene este pasaje. El historiador de la época puede indudablemente obtener de este texto valiosa información prosopográfica y etnográfica. Pero para los propósitos de este trabajo son las pocas palabras puestas en cursiva las que contienen el modelo. Antes de seguir adelante, conviene comparar un texto histórico muy posterior que retoma el modelo de Bernal Díaz:

Anticipating the dangers and hardships that lay ahead, some men, especially the followers of Velázquez, plotted mutiny. Their intention was to steal a ship and inform the governor of events so that he could seize the vessel dispatched to Spain. Cortés learned of the conspiracy, and, after a trial and confessions, he hanged two of the leaders and sentenced the pilot to have bis feet cut off, while the others were given two hundred lashes. Minor participants, including a priest, were released unpunished.

The companions of Cortés were not soldiers but soldiers-of-fortune, and only firm leadership based on respect (and fear) could maintain discipline. As weaker Spanish captains discovered, such men were prone to mutiny under stressful conditions. Cortés was both intelligent and tactful, but his great authority stemmed most of all from his own fearlessness; he was in the front ranks of battle, and he shared with bis men all the fatigues, privations, wounds, fevers, and narrow escapes from death and sacrifice. He was fearless in taking decisive action as well.

Now determined to drive to the highlands as soon as possible, Cortés arranged to give the weakhearted no alternative and the disloyal no opportunity to desert. Alleging the unseaworthiness

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of the ships, he instructed loyal pilots to strip the vessels and then scuttle them as quietly and quickly as possible. When the men, encamped inland at Cempoala, learned what had happened, they were shocked and angry. According to some versions, the men were told that one ship had been saved to take back to Cuba any who wished to go; then, taking careful note of those who indicated they would be on the vessel, Cortés had the ship sunk. His audacity brought the army close to mutiny, and some no doubt questioned bis sanity; but by this bold stroke he cut off all means of retreat. There was now no question of the Spaniards’ course – they would have to conquer the mighty Culhúa-Mexica or die in the attempt. So Cortés led his men into the heart of the Aztec Empire, on one of the greatest epic adventures of all times. [Meyer & Sherman 1991: 106; cursivas añadidas.]

Aquí los detalles son algo menores y el lector perspicaz notará probablemente dos diferencias: (a) con el beneficio de cuatro siglos de distancia, pueden los autores conceptualizar la marcha de Cortés como inevitable y como una epopeya, cosa que Bernal Díaz difícilmente podía hacer; (2) se utilizan otros modelos aparte del que aquí nos interesa.15 A pesar de tales diferencias, reconocemos en ambos textos el mismo modo de explicar lo que ocurrió: para evitar deserciones futuras de sus soldados, Cortés manda destruir las naves. El modo de explicar es en ambos textos característico de la historia: un hecho concreto explica otro hecho concreto.

A pesar de la indudable concreción de la narrativa histórica, debo insistir en que los detalles particulares del acontecimiento histórico situado e irrepetible contienen un modelo explicativo general. Para convencernos de ello, consideremos ahora una presentación más abstracta del modelo:

One can sometimes improve one’s outcome by eliminating certain options from the opportunity set. To see how, consider a game between two agents or players, A and B [Fig. 1]. In this game, A moves first. A can either terminate the game by moving left, in which case both get a reward of 3, or move right, in which case B has the next move. In that case, B can ensure 2 for himself and 4 for A by moving left, whereas if B moves right both get 1. Clearly, if B is rational, he will move left. Similarly if A is rational and knows that he can count on B’s rationality, he will move right. Note, however, that the outcome (4,2) is not what B would most prefer. He would rather that A move left to the outcome (3,3). One way in which B can achieve this goal is to eliminate his option of going left at the second stage. In that case, A will know that the outcome of going right will be (1,1). To

15 Dichos modelos adicionales son sugeridos por las siguientes oraciones: “only firm leadership based on respect

(and fear) could maintain discipline”, “such men were prone to mutiny under stressful conditions”, “his great authority stemmed most of all from his own fearlessness”. En vista de lo que sigue, quisiera advertir al lector que no debemos confundir un modelo con el modo como lo representamos o expresamos. En historia el modo de representación es casi puramente verbal, aunque a veces los historiadores, como otros científicos sociales, usan una combinación de códigos. Podemos de hecho, distinguir toda una jerarquía de “lenguajes” en el sentido lógico-semántico, a saber L1: lenguaje ordinario hablado (español de todos los días, con su sintaxis, léxico y fonología ordinarios); L2: lenguaje ordinario escrito (L1 menos la fonología, o si se quiere con tipografía, y con ciertas inevitables diferencias en sintaxis y léxico); L3: lenguaje especializado (L2 con múltiples y profundas ampliaciones, reducciones y modificaciones en sintaxis y léxico); L4: lenguaje gráfico (L3 acompañado de diversos dibujos, esquemas y diagramas, con sintaxis y léxico más o menos definido); L5: lenguaje formal (código simbólico, p.ej. algebraico, generalmente acompañado de L3 o L4; sintaxis y léxico perfecta y rigurosamente definidos); L6: lenguaje de programación (L5 acompañado de reglas y procedimientos implementables en una computadora, con generalidad limitada; sintaxis y léxico perfecta y rigurosamente definidos); L7: lenguaje matemático (L5 o L6 limitado por axiomas y procediendo de manera deductiva a la demostración de teoremas y solución de problemas de gran generalidad; sintaxis y léxico perfecta y rigurosamente definidos).

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avoid that, he goes left instead. More concretely, suppose that A and B are two opposing armies. A’s first move corresponds to the choice between opening negotiations and attacking. If A chooses to attack, B then has the choice between retreating and fighting. Because a war would be so destructive, it would then be in B’s interest to retreat. However, B may use the classical stratagem of burning his bridges, thus making retreat physically impossible and, as a consequence, bringing A to the negotiation table. [Elster 1989: 19-20; con leves modificaciones a la figura.]

[Insertar Fig. 1 aquí]

Este texto está formulado con ayuda de la teoría de juegos: tenemos dos jugadores abstractos (el jugador A y el jugador B), y la decisión que tome uno de ellos modifica las alternativas de acción del otro jugador. Los números juegan aquí un papel ejemplificador, y la única propiedad que importa es la ordinal: 4 > 3 > 2 > 1. De hecho, en vez de usar números podríamos usar letras, siempre y cuando indicásemos claramente el orden de preferencia de las alternativas así etiquetadas. Curiosamente, hacia el final del texto viene una viñeta histórica, que no representa ningún acontecimiento particular, sino más bien un tipo que corresponde probablemente a muchísimos acontecimientos que han ocurrido en la historia de la humanidad. Tenemos, pues, un orden de abstracción de los modelos:

máximamente abstracto es el modelo general (con letras o números) que representa de una manera muy estilizada muchísimos encuentros posibles entre actores que tienen dos propiedades en común: (a) las opciones de uno de los actores dependen de la decisión que tome el otro, (b) la estrategia aparentemente irracional de limitar las propias opciones tiene ventajas;

de un grado intermedio de abstracción es el modelo esquemático aludido con la frase “la estratagema clásica de quemar sus puentes”, que corresponde en realidad a muchas situaciones concretas posibles debido a su carácter metafórico (hasta de un enamorado que se decide a declarar su amor podemos decir que “quemó sus naves”); y

completamente concreto es el modelo incrustado en las narrativas de historiadores como Bernal Díaz o Meyer & Sherman: aquí se trata de hechos particularísimos, situados y fechados, en que logramos explicar la conducta de los actores mediante principios generales.

El lector podrá advertir que casi no hay solución de continuidad entre el modelo profusamente narrativo de un historiador y el modelo áridamente formal propio de la teoría de juegos. De hecho, los grandes historiadores políticos y militares manejaban una versión intuitiva de la teoría de juegos que no se formalizó hasta el siglo XX. Y la idea, cada vez más popular, de las narrativas analíticas, no es otra cosa que el manejo consciente, explícito y sofisticado de la teoría de juegos en historia. De hecho, la aplicación de la teoría de juegos que contiene el texto de Elster que acabo de citar es muy simple en razón de su propósito didáctico elemental. Pero advierta el lector que la complejidad de los modelos que podemos crear con ayuda de la teoría de juegos puede variar enormemente dependiendo del problema histórico o sociológico de que se trate (para modelos más complejos, y utilizados para construir explicaciones de hechos y procesos históricos reales y muy variados, véase Bates et al. 1998.)

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Podemos resumir lo dicho como sigue:

los modelos narrativos pueden referirse a un acontecimiento o proceso histórico particular, o bien ser en sentido estricto ficticios, y representar un tipo de acontecimiento o proceso general y probable; y además

pueden ser más o menos extensos y llenos de detalles particulares, o más o menos esquemáticos o abstractos; por lo que

mientras más ficticios y más esquemáticos sean, tanto más susceptibles serán de dar lugar a modelos funcionales.

Todo esto es cuestión de grado, lo cual se vuelve claro cuando examinamos otros ejemplos de modelos.

Los modelos narrativos históricos relativamente esquemáticos son característicos de los grandes sociólogos, y los hallamos en abundancia en Tocqueville, Marx, Durkheim, Weber, Pareto y Simmel. En particular, los dos textos más célebres de Tocqueville, De la democracia en América y El antiguo régimen y la revolución, no son otra cosa que series enjundiosas e irresistibles de modelos narrativos de este tipo.16 A continuación un pasaje ilustrativo de su método:

Ocurre a veces, en un pueblo donde las opiniones se dividen, que al romperse el equilibrio entre los partidos, uno de ellos adquiere una preponderancia irresistible. Rompe todos los obstáculos, aplasta a su adversario y explota la sociedad entera para su propio provecho. Entonces los vencidos, desesperando de tener éxito, se esconden o callan. Se produce una inmovilidad y un silencio universales. La nación parece reunida bajo un solo pensamiento. El partido vencedor se levanta y dice: “He devuelto la paz al país, se me deben acciones de gracias.”

Pero bajo esta unanimidad aparente se esconden aún divisiones profundas y una oposición real. Fue lo que ocurrió en América: cuando el partido democrático hubo obtenido la preponderancia, se le vio apoderarse de la dirección exclusiva de la cosa pública. Después, no ha dejado de modelar las costumbres y las leyes según sus deseos.

En nuestros días, puede decirse que en los Estados Unidos las clases ricas de la sociedad se encuentran casi enteramente fuera de los negocios políticos, y que la riqueza, lejos de ser allí un derecho, es una causa real de desfavor y un obstáculo para llegar al poder.

Los ricos gustan pues mejor de abandonar la lid que sostener una lucha a menudo desigual contra los más pobres de sus conciudadanos. No pudiendo tomar en la vida pública un rango análogo al que ocupan en la vida privada, abandonan la primera para concentrarse en la segunda. Forman en medio del Estado una especie de sociedad particular que tiene sus gustos y sus disfrutes a parte.

El rico se somete a este estado de cosas como a un mal irremediable; evita incluso con gran cuidado mostrar que [tal estado de cosas] lo hiere; se le oye pues elogiar en público las dulzuras del gobierno republicano y las ventajas de las formas democráticas. Y es que, además del hecho de odiar a sus enemigos, ¿qué hay más de natural a los hombres que adularlos?

¿Ven ustedes a este opulento ciudadano? ¿No se diría un judío de la Edad Media que tiene miedo de que se sospeche cuán rico es? Su atuendo es simple, su marcha modesta; entre las cuatro murallas de su morada se adoran los lujos; no deja penetrar en este santuario sino a algunos

16 Recomiendo al lector a dos excelentes comentadores de los modelos de Tocqueville, Jon Elster (1993: 101-191)

y Raymond Boudon (2005).

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huéspedes selectos a quienes insolentemente llama sus iguales. No encontramos en Europa apenas algún noble que se muestre más exclusivo que él en sus placeres, más envidioso de las menores ventajas que asegura una posición privilegiada. Pero hélo aquí que sale de su casa para ir a trabajar en un reducto polvoriento que ocupa en el centro de la ciudad y de los negocios, y donde cualquiera es libre de abordarlo. En medio del camino su zapatero pasa por casualidad, y ambos se detienen: se ponen entonces a discurrir juntos. ¿Qué pueden decirse? Estos dos ciudadanos se ocupan de los asuntos del Estado y no se despedirán sin apretarse las manos.

En el fondo de este entusiasmo por convenir y en medio de estas formas obsequiosas hacia el poder dominante [N.B.: el de la democracia], es fácil apercibir en los ricos un gran asco por las instituciones democráticas de su país. El pueblo es un poder que temen y desprecian. Si el mal gobierno de la democracia produjese un día una crisis política; si algún día la monarquía se llegase a presentar en los Estados Unidos como una cosa practicable, se descubriría muy pronto la verdad de lo que sostengo. [Tocqueville 1835: 2ª parte, cap. II; mi traducción.]

Obsérvese cómo Tocqueville comienza con una serie de proposiciones generales sobre el tipo de cosas que ocurren en la historia. Explicita cuidadosamenta las condiciones bajo las cuales ocurre que un “partido” (lo que antes se llamaba una “facción”) arrasa con todo y no deja alternativa siquiera imaginable. Este mecanismo general es aplicado entonces a la victoria del espíritu democrático en los Estados Unidos. Es tan completa que una forma alternativa de gobierno apenas es pensable. No es necesario entrar aquí en más detalles. El discurso no es histórico; Tocqueville no nos cuenta en gran detalle cómo fue que la democracia venció en Estados Unidos, cómo se desarrolló el conflicto, cuáles fueron los episodios decisivos; no habla de nombres, lugares, fechas. Su discurso es sociológico: primero el modelo, luego su aplicación particular, y al hacer la aplicación se hacen explícitas ciertas consecuencias del modelo (comportamientos de unos y otros, sentimientos, razonamientos contrafactuales, etc.). Compárese con el discurso de Bernal Díaz, en que dominan los detalles de la narrativa, y el modelo apenas se esboza en medio del tumulto de esos detalles, y de hecho nunca se elabora en la fiebre por pasar a más detalles particulares. Y aunque la historia como género ha cambiado muchísimo durante los últimos cien años y se ha visto más influenciadas por las ciencias sociales (particularmente, por la sociología, la economía y la politología), el modo narrativo sigue ocupando un lugar especial en muchos libros de historia.

Ahora bien, una vez reconocido un modelo al hilo de observaciones históricas particulares, el investigador puede construir un modelo puramente ficticio que muestre con mayor claridad aún lo que quiere decir. Esto es especialmente frecuente entre economistas. Considérese los siguientes tres ejemplos:

Somewhere in the heart of the Rust Belt are two small cities: Cleanstown and Grimyville. All of the activities of daily life—shopping, working, going to the park—are equally pleasant in both cities, with one exception: breathing. The Grimyville Steel Company accounts for that. No Grimyvillian ever wakes up and fills his lungs with the crisp morning air that Cleanstowners take for granted. Not only do the residents of Grimyville find breathing relatively unpleasant; they also do less of it. Life expectancy is ten years lower in Grimyville than in Cleanstown.

Why would anyone live in Grimyville? For one reason: it’s cheaper. A house that rents for $10,000 a year in Cleanstown can be had for $5,000 in Grimyville. That $5,000 difference is just enough to keep folks in Grimyville. If it weren’t, people would leave Grimyville and rents would

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fall even further. Young people deciding where to settle are indifferent between the two towns. They like the atmosphere in Cleanstown, but they like the housing prices in Grimyville.

Last week, the Grimyville Council passed a Clean Air Act that requires Grimyville Steel to adopt extensive antipollution measures. Soon the air in Grimyville will be as pure as the purest air in Cleanstown. And when that happens, the rents in Grimyville will rise to Cleanstown levels.

Eventually renters in Grimyville will be living in a clone of Cleanstown. Is this an improvement for them? Evidently not; because if they’d wanted to live in Cleanstown, they could have moved there long ago.

Those young people deciding where to settle gain nothing from the Clean Air Act. Earlier they had a choice between Cleanstown and Grimyville, and they were indifferent. Now they have a choice between two Cleanstowns. They’re no worse off than they were before, but no better off either.

The only people who stand to gain from this entire affair are the property owners of Grimyville, who can now command higher rents than they did before. The Clean Air Act is equivalent to a tax on Grimyville Steel with the proceeds distributed entirely to Grimyville landowners. [Landsburg 1993: 34-35.]

A pension scheme is proposed for the nation, in which “the employer will pay half.” It will say in the law and on the worker’s salary check that the worker contributes 5 percent of his wages to the pension fund but that the boss contributes the other 5 percent. The example is a leading case in the old debate between lawyers and economists. A law is passed designed (as people say) to have such and such an effect. The lawyerly mind goes only this far. According to the lawyer, under the pension scheme the workers will be 5 percent better off on balance, getting half of their pension free.

No economist, though, will want to leave the story of the pension plan in the first act, the lawyer’s and legislator’s act of laws designed to split the costs. Her suspicion is always aroused by things said to be free. She will want to go further into the little drama of pensions. She will say: “At the higher cost of labor the bosses will hire fewer workers. In the second act, consequently, the situation created by the law will begin to dissolve. At the old wage but with the pension added, more workers will want to get jobs than the boss wishes to give. Jostling queues will form outside the factory gate. The competition of the workers will drive down wages. By the third and final act a part of the ‘boss’s’ share of the pension costs—maybe even all of it—will sit on the workers themselves, in the form of lower wages. The intent of the law,” the economist will conclude with a smirk, “will have been frustrated.”

Thus in Chicago when a tax on employment was proposed the reporters asked who would pay the tax. Alderman Thomas Keane (who later went to jail, though not for misappropriation of economics) declared that the City had been careful to draft the law so that only the employers paid it. “The City of Chicago,” said Keane, “will never tax the working man.” Ah, yes.

Thus again in 1987, when Senator Ted Kennedy proposed a plan for workers and employers to share the cost of health insurance, the newspapers reported Kennedy as estimating “the overall cost at $25 billion—$20 billion paid by employers and $5 billion by workers.” Senator Kennedy will never tax the working man. The manager of employee relations at the U.S. Chamber of Commerce (who apparently agreed with Senator Kennedy’s economic analysis of where the tax would fall) said, “It is ridiculous to believe that every company... can afford to provide such a generous array of health care benefits.” The U.S. Chamber of Commerce will never tax the company. [McCloskey 1990: 14-15.] The tragedy of the commons develops in this way. Picture a pasture open to all. It is to be expected that each herdsman will try to keep as many cattle as possible on the commons. Such an arrangement may work reasonably satisfactorily for centuries because tribal wars, poaching, and

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disease keep the numbers of both man and beast well below the carrying capacity of the land. Finally, however, comes the day of reckoning, that is, the day when the long-desired goal of social stability becomes a reality. At this point, the inherent logic of the commons remorselessly generates tragedy. As a rational being, each herdsman seeks to maximize his gain. Explicitly or implicitly, more or less consciously, he asks, “What’s the utility to me of adding one more animal to my herd?” This utility has one negative and one positive component:

1) The positive component is a function of the increment of one animal. Since the herdsman receives all the proceeds from the sale of the additional animal, the positive utility is nearly +1.

2) The negative component is a function of the additional overgrazing created by one more animal. Since, however, the effects of overgrazing are shared by all the herdsmen, the negative utility for any particular decision-making herdsman is only a fraction of –1.

Adding together the component partial utilities, the rational herdsman concludes that the only sensible course for him to pursue is to add another animal to his herd. And another…. But this is the conclusion reached by each and every rational herdsman sharing a commons. Therein is the tragedy. Each man is locked into a system that compels him to increase his herd without limit in a world that’s limited. Ruin is the destination toward which all men rush, each pursuing his own best interest in a society that believes in the freedom of the commons. Freedom in a commons brings ruin to all. [Hardin 1968: 1244]

Desde un punto de vista sociológico, estos tres modelos se inscriben en la clase de las “consecuencias no anticipadas de la acción social dirigida a fines” (Merton 1936), las cuales siempre han presentado un especial interés para las ciencias sociales. De hecho, las ciencias sociales nacieron cuando los primeros economistas intentaron mostrar que la “mano invisible” funcionaba como mecanismo causal detrás de la “riqueza de las naciones”. Después se encontró que, junto a este efecto deseable, había muchos otros —dentro y fuera del mercado— que tenían “efectos perversos” (Boudon 1977, Gosselin 1998). Describirlos y explicarlos constituye desde entonces tal vez la mayor tarea de las ciencias sociales. Los tres modelos citados muestran justamente efectos perversos en acción. En los dos primeros vemos cómo los legisladores persiguen un fin (loable, admirable, deseable), para lo cual fijan impuestos o promulgan leyes; esos impuestos y leyes tienen entonces repercusiones que los legisladores —inocentes como son de las más elementales regularidades de la vida económica— no fueron capaces de prever y que no pretendían o que incluso eran casi exactamente contrarias a las que buscaban obtener.17 En el tercero vemos como una situación jurídica dada (la propiedad comunal, que es en muchos casos el status quo previo a la legislación, pero en otros podría emanar de ella) crea incentivos que perjudican a los mismos usuarios.18

Debido a la gran libertad que tiene el investigador para recrear los detalles de manera que puedan discernirse las líneas del modelo en toda su pureza, suelo recomendar a mis estudiantes

17 Obsérvese como el segundo texto citado es muy semejante al de Tocqueville: primero se expone un modelo

general, luego se aplica a casos particulares. Los otros dos se contentan con presentar el modelo general. Estas son diferencias estilísticas, elegidas por razones independientes del modelo.

18 El multicitado modelo de la “tragedia de la propiedad comunal” (tragedy of the commons), a pesar de su gran utilidad en ciencias sociales, fue por cierto construido por un biólogo con ayuda de la teoría de juegos e inspirándose en un economista del siglo XIX (W.F. Lloyd; cf. <www.econlib.org/library/Enc/TragedyoftheCommons.html>; véase también la discusión en Baden & Noonan 1998). Para una de las aplicaciones más importantes, el lector puede consultar los trabajos de Elinor Ostrom y sus colaboradores (Ostrom 1990, Ostrom et al. 1994, Ostrom et al. 2002), donde el lector encontrará modelos más detallados y apropiados a diversas configuraciones sociales.

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de la materia de metodología que practiquen la construcción de modelos narrativos ficticios. Con su ayuda, en efecto, me parece que puede lograrse gran claridad y precisión acerca del modelo que uno tiene en mente, en preparación a la puesta a prueba empírica al hilo de detalles particulares que eventualmente ya no se inventan sino que se contrastan con el modelo.19

IV

Si hacemos un recuento parsimonioso de lo que hemos visto hasta ahora, podemos decir que:

las narrativas de los historiadores contienen modelos insertados en el flujo de las tramas que construyen;

en esas narrativas están presentes también, de manera más o menos explícita, ciertas categorizaciones;

los científicos sociales construyen categorizaciones, tanto a partir de las presentes en los relatos históricos, como otras diseñadas por ellos como parte de intentos de teorización más abstractos;

los científicos sociales tratan continuamente de destilar modelos como los contenidos en las narrativas sobre la base de categorizaciones apropiadas, de manera de poder presentarlos en toda su generalidad como parte de relatos ficticios y más o menos esquemáticos.

Vimos al principio de la sección anterior cómo Elster destilaba el modelo contenido en la narrativa de Bernal Díaz, utilizando para ello números ficticios que se encuentran en una relación de mayor a menor. Esa relación de orden, como vimos, es lo único que importa en el modelo, no la cantidad misma. Esto es característico de todos los modelos que utilizan números ficticios, p.ej. la diferencia entre 5,000 y 10,000 dólares de alquiler en el modelo de Landbsurg. Pero a veces el carácter esquemático del modelo utiliza números ficticios igualmente esquemáticos, p.ej.

19 Todos los modelos narrativos descansan sobre la facultad humana de representarse de modo bastante complejo el mundo mental de los demás, de ponerse en el lugar de los sujetos estudiados y reconstruir sus temores, esperanzas, creencias, intenciones, planes y razonamientos. En las ciencias cognitivas se habla aquí de una “teoría de la mente” (se entiende, de la mente ajena tanto como de la propia) y en filosofía se prefiere el término folk psychology. Existe una controversia acerca de si se trata efectivamente de una teoría, es decir un conjunto amplio de proposiciones bien encadenadas lógicamente, gracias a las cuales es posible construir modelos ad libitum para la comprensión, anticipación y manipulación de las acciones humanas observables. Comoquiera que ello sea, muchísimos autores han sostenido que esta teoría (de ser una) es utilizada sistemáticamente por los historiadores para construir sus narrativas y los modelos contenidos en ellas. Otros añaden a esto que los resultados de la investigación psicológica experimental muestra que esta teoría contiene errores considerables, y que está poco a poco siendo substituida por una teoría mejor, considerablemente distinta a la “teoría de la mente”. Así por ejemplo, la economía experimental es un campo —premiado con el premio Nobel en 2002— cuyo principal cometido es proponer principios cognitivos más apropiados para la teorización que los utilizados ordinariamente por la economía ortodoxa (cf. Kahneman 2003, Smith 2003). Un intento prematuro de capturar estos principios cognitivos fue emprendido por Vilfredo Pareto (1916), pero la sociología, acaso prudentemente, no siguió este camino. Su motivación original —la persecución social o individual de fines mediante procedimientos y políticas inadecuadas y contraproducentes— ha sido un Leimotif exasperado de muchísimos economistas y otros científicos; pero hasta hace poco ha sido retomada con los instrumentos y conceptualizaciones nuevas (Caplan 2007). Todo esto constituye un tema tan formidable como fascinante que desgraciadamente no puedo sino esbozar aquí para no extender la longitud de un capítulo que ya es demasiado largo.

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“casi +1” o “una fracción de –1” en el modelo de Hardin. El funcionamiento de un efecto perverso se vuelve aún más evidente si desarrollamos los números un poco más, como hace Boudon en el siguiente pasaje:

La cuestión es… saber si un grupo no organizado, teniendo conciencia de su interés, disponiendo de los recursos necesarios para promoverlo y cuyo interés no contradice el de ningún otro grupo va a actuar de manera de promover su interés como lo haría una persona en tales circunstancias. (…)

Para fijar las ideas tomemos un ejemplo simple y que tiene la ventaja de estar poco cargado emocionalmente… Imaginemos que un conjunto de propietarios tengan interés en obtener una reducción de la tasa de su contribución predial. El grupo comporta N = 10 miembros Cada uno tiene una propiedad que vale 10 francos. Cada propietario debe pagar 4 francos de impuestos prediales. Imaginemos entonces que, si buscasen desencadenar una campaña en su favor o hacer presión sobre la autoridad fiscal, podrían obtener una reducción de impuestos. Admitamos para fijar las ideas que si cada uno participase en la acción colectiva, obtendrían una reducción de la tasa tributaria de 50% y que la reducción obtenida sea una función del número de participantes en tal acción, de manera tal que con n participantes la tasa de reducción es igual a 5n%. Ello quiere decir que si 9 miembros del grupo participan en la acción colectiva, cada uno de los 10 miembros obtendrá una reducción de 45% de la tasa inicial de 4 francos; igualmente, si el número de participantes es igual a 8, 7, 6,…, 1, 0, la reducción para cada uno de los 10 miembros será respectivamente de 40, 35, 30,…, 5, y 0%. En fin, supóngase que la participación en la acción colectiva implica costos (pérdida de tiempo, participación financiera, etc.), que supondremos medibles y de los que admitiremos que están fijados a 1 franco por cada individuo.

Así, si todos los miembros participan en la acción colectiva, obtendrán juntos un bien por un valor total de 20 francos (puesto que cada uno de los 10 miembros del grupo verá su contribución fiscal pasar de 4 a 2 francos), un bien que les costará en total 10 francos (1 franco por persona).

Si el grupo pudiera ser asimilado a una persona, es claro que el grupo-persona llevaría ventaja en pagar 10 francos por un bien que vale 20 francos. Pero un grupo, incluso compuesto por personas que tienen todas el mismo interés, no es una persona. Veamos en efecto el razonamiento que va a sostener uno cualquiera de los miembros del grupo: Ego. Ego tiene dos opciones posibles: pagar su cuota, es decir contribuir a la acción colectiva o no. Naturalmente, la ventaja que retirará de una y otra estrategia depende del comportamiento de los otros. Consideremos primero la hipótesis según la cual los 9 miembros del grupo distintos de Ego contribuirían a la acción colectiva. En este caso, si Ego mismo no contribuye a ella, la reducción del impuesto será de 45%, es decir que Ego tendrá que pagar un impuesto de 4 – (0.45 4) = 2.20 francos. Si no contribuye a la acción colectiva, entonces Ego gana: 4 francos – 2.20 francos = 1.80 francos. Si contribuye a ella, la reducción del impuesto tendrá mayor importancia para todos: con 10 cabilderos el impuesto se reduce en 50%. El impuesto pasa entonces de 4 a 2 francos y cada uno gana 2 francos. Como los demás, Ego gana entonces 2 francos bajo forma de reducción de impuesto; pero como su participación en la acción colectiva le cuesta 1 franco, su beneficio neto en el caso en que, como los otros 9, participe en la acción colectiva es de 1 franco. Es entonces claro que, bajo la hipótesis de que los otros 9 participen en la acción colectiva, Ego mismo tiene interés en no participar.

Supongamos ahora 8 cabilderos (8 que participan en la acción colectiva) distintos a Ego. Si Ego no participa en la acción, se beneficiará de la reducción de 40% del impuesto obtenido por los otros 8. Tendrá entonces una ganancia neta de 4 0.40 = 1.60 francos. Si participa en la acción, la reducción pasa para cada uno a 45%, es decir a 1.80 francos. Pero Ego debe entonces deducir el costo de su participación en la acción: su beneficio neto es pues en este caso de 0.80 francos.

Si se continúa razonando de la misma manera, se ve que, cualquiera que sea el número de miembros distintos que él que participan en la acción colectiva, Ego tiene interés en no participar. Pero como se supone que Ego no se distingue de ninguna manera de los otros miembros del grupo,

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es claro que si le conviene en todos los casos no cabildear, lo mismo ocurre con los demás. Así, cada uno tiene interés en no participar en la acción colectiva sin importar el número de otros que participen. De donde resulta que nadie participará en la acción colectiva en la que cada uno tiene interés en que todos participen. A diferencia de lo que haría una persona, el grupo dejará de lado el buen negocio que representa la adquisición por 10 francos de un bien colectivo que tiene un valor de 20 francos.

Es evidente que este resultado perturbador no es el producto de las particularidades aritméticas del ejemplo escogido: la aritmética no tiene aquí otra función que facilitar el razonamiento. De hecho, la paradoja proviene de que la acción colectiva tiene por efecto producir un bien (reducción del impuesto) del que se ha supuesto que, por su naturaleza, beneficia necesariamente a todos los miembros del grupo. [Boudon 1977: 39-41.]

Obsérvese con cuidado que al comienzo de este pasaje Boudon tiene buen cuidado de establecer las condiciones de validez de su modelo: no está el hablando de grupos organizados, sino de grupos no organizados; y entre estos sólo de aquellos que cumplen tres características: (1) tener sus miembros conciencia del interés común; (2) disponer de recursos para promoverlo, (3) que no haya otro grupo que se vea perjudicado por las actividades de promoción de tal interés. Si cualquier de estas propiedades no está presente, el modelo de Boudon no se aplica. Es claro que, de manera implícita, Boudon está operando con una clasificación dicotómica (grupos organizados vs. grupos no organizados), y dentro de ella con tres criterios de subclasificación. Si Boudon razonara como Parsons, podríamos tener muy pronto cajas dentro de cajas, y una definción más o menos clara para cada casillero. Pero Boudon no pone el énfasis en la operación de categorizar, sino en la de encontrar nexos causales, combinada con la de leer la mente de los demás (los miembros del grupo observan lo que los demás hacen anticipan lo que los demás podrían hacer). La clasificación está al servicio del modelo, que es como debe ser. Las proposiciones generales (bajo condiciones de validez claramente indicadas) están en el centro, que es como debe ser.

Ahora bien, si hacemos el ejercicio de tabular los números ficticios de Boudon, el razonamiento se vuelve incluso más sencillo que siguiendo la prosa, por demás clara y precisa, de nuestro autor (véase Fig. 2). A cada número de miembros del grupo que participan en la acción colectiva de “cabildeo” le corresponden otros tres números: (1) lo que gana el grupo como totalidad, y lo que gana Fulano, es decir uno cualquiera de los miembros restantes tanto (2) si Fulano no interviene y se queda mejor en casa tranquilo a gozar de los beneficios por los que luchan Zutano, Mengano, etc., quienes sí participan, como (3) si Fulano suma sus esfuerzos a éstos. La tabla de doble entrada es a primera vista igual que las que mencionamos en la sección II, pero hay una diferencia importante: en ella se muestra que bajo ninguna circunstancia gana más Fulano si participa que si no participa. Este resultado es inesperado y, como gustaba de decir Ortega, estupefaciente.

[Insertar Fig. 2 aquí]

Ahora bien, la correspondencia exacta entre los valores que puede tomar la variable independiente (el número de cabilderos) y los que pueden tomar las otras tres variables es lo que los matemáticos llaman una “función” —como por lo demás indica oportunamente Boudon en el pasaje citado— y la tabla lo que hace es representar esa función, la cual podría representarse más

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económicamente mediante ecuaciones algebraicas o bien mediante curvas definida por esas ecuaciones.20 Tal es el modo preferido por los economistas para presentar sus modelos, si bien hay una rama de la sociología (justamente llamada “sociología matemática”), donde encontramos también ecuaciones semejantes, aunque hasta ahora menos populares. Lo importante aquí es insistir en que, si bien cada una de estas esquematizaciones progresivas tiene sus ventajas y desventajas, todas ellas representan una función, que es a lo que se refiere Homans cuando dice que toda proposición teórica es del tipo “x varía según varía y”.21

Aparte del modo de representación mediante tablas y ecuaciones, existe uno que hace uso de coordenadas. Considere el lector uno de los más famosos y potentes modelos de la realidad social de que disponemos: el de la determinación del precio de equilibrio en un mercado con competencia perfecta. Su representación geométrica es bien conocida de todos (Fig. 3). En ella vemos tres proposiciones teóricas representadas simultáneamente. En primer lugar, la cantidad demandada de una mercancía cualquiera aumenta conforme disminuye el precio de ella. En segundo lugar, la cantidad ofrecida aumenta según aumenta el precio. Con otras palabras, tanto la cantidad demandada como la ofrecida están en función del precio. Estas dos funciones se llaman justamente “demanda” y “oferta”. Pero el modelo indica, en tercer lugar, que existe un precio único de equilibrio entre las dos cantidades, la demandada y la ofrecida, el cual a su vez está determinado por las funciones de oferta y demanda. Con otras palabras, el precio de equilibrio está en función de esas dos funciones.

[Insertar Fig. 3 aquí]

Es claro que este modelo depende de un número considerable de supuestos teóricos (p.ej. ¿cómo sabemos que las dos líneas van a cruzarse en un punto y uno solo?); pero eso no es exclusivo del modelo de oferta y demanda. Todos los modelos descansan sobre supuestos teóricos: ya habíamos dicho al principio que todo modelo es una aplicación de la teoría. Por ello mismo, si modificamos los supuestos teóricos (los axiomas y postulados del sistema deductivo de proposiciones, para utilizar la terminología de la lógica y la filosofía de la ciencia), entonces podemos derivar modelos diferentes. Así, el modelo de precio de equilibrio que estamos discutiendo es parte de una estructura de mercado con competencia perfecta; si estudiamos teóricamente estructuras de mercado con competencia imperfecta, entonces tendremos modelos distintos, y en algunos de ellos p.ej. no habrá un precio único de equilibrio o de haberlo se obtendrá por un mecanismo distinto al modelado por el familiar esquema geométrico de oferta y demanda.22

20 Dichas ecuaciones, junto con la teoría que las sustenta, las encuentra el lector curioso en la obra clásica que

primero presentó el tipo de modelos de que habla Boudon, la Lógica de la acción colectiva (Olson 1965: cap. 1). 21 Con otras palabras, la prosa de Boudon, la tabla que propongo y la ecuación o ecuaciones que un matemático

podría construir son representaciones distintas del mismo modelo. La ventaja de una ecuación en este caso es que es más breve y lúcida (además de que permite manipulaciones algebraicas que resultan útiles en el desarrollo de la teoría); una de las desventajas es que menos personas son capaces de leerla y entenderla. En otras circunstancias, la prosa puede ser más apropiada y breve (cf. Iturrioz & Leal 1986: 104-108).

22 Cabe incluso decir que ese esquema postula línea rectas: en otros modelos las funciones de oferta y demanda se representarían como curvas cóncavas (la función de demanda sería cóncava hacia el punto de origen de las coordenadas, la función de oferta sería cóncava alejándose del punto de origen). Esta propiedad matemática de

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Sigamos con otros modos de representación. Muy conocidos y utilizados son los diagramas de flujo. Tratemos primero de aplicar este modo de esquematizar las relaciones entre variables al caso de la oferta y la demanda. Tal vez lo mejor que podemos hacer sería algo así como la Fig. 4. Comencemos con una moción de orden. Aunque este tipo de diagrama es bastante más común en ciencias sociales, en muchos textos se omiten tres elementos fundamentales: (1) la dirección de las funciones, indicada en la Fig. 4 por flechas; (2) las magnitudes que varían, indicadas en la Fig. 4 por variables acompañadas del signo de diferencia ; (3) el signo aritmético con el que se produce la variación, indicado en al Fig. 4 por los símbolos respectivos colocados a un lado del final de cada flecha. Estos defectos frecuentísimos en las figuras utilizadas en libros y artículos de ciencias sociales dificultan o incluso imposibilitan la interpretación unívoca de lo que el autor quiere decir. Haga la prueba el lector de quitar todos estos símbolos adicionales de la Fig. 4, y verá que con esa pérdida de información la figura se vuelve múltiplemente ambigua.

[Insertar Fig. 4 aquí] Pero aún en la forma más completa en que aparece el diagrama de flujo de la Fig. 4, no

podemos decir que representa el modelo teórico con la claridad con la que lo hace la Fig. 3. De hecho, el diagrama de flujo sugiere que los cambios en la cantidad demandada alteran el precio, pero la teoría económica no dice eso: si lo dijera, eso implicaría que los precios cambiarían constantemente y una de las cosas que la teoría económica pretende es justamente explicar la estabilidad (relativa) de los precios. En la figura geométrica lo que cambia el precio de equilibrio no es la cantidad demandada (dentro de una función de demanda), sino el desplazamiento de la función de demanda misma: suponiendo la curva de oferta fija, si la curva de demanda se desplaza hacia la izquierda, el precio de equilibrio desciende, y si se desplaza hacia la derecha, el precio aumenta. Esto es algo que no podemos representar fácilmente en un diagrama de flujo como el de la Fig. 4. Con otras palabras, el diagrama de flujo no representa el modelo con fidelidad.

Tomemos ahora un ejemplo muy célebre de la politología: el modelo del funcionamiento de la “máquina política” en las ciudades americanas de fines del siglo XIX, que Moisei Ostrogorski construyó en 1902 y James S. Coleman esquematizó (Fig. 5, tomada de Coleman 1990: 127, con levísimas modificaciones). El esquema conceptual que subyace a este modelo postula la existencia de cuatro objetos de intercambio: (1) dinero, (2) votos, (3) puestos de trabajo, (4) leyes y decretos favorables a tal o cual actor. En el modelo circulan esos bienes entre los votantes, los legisladores y las empresas; y el modelo postula que el intermediario que facilita esa circulación es la “máquina política”, es decir las distintas organizaciones de partido o controladas por un partido. De hecho, la Fig. 5 puede leerse tanto de manera separada, como constituida por tres circuitos independientes (votantes–máquina, máquina–legisladores, máquina–empresas), o bien de manera unificada, como constituida por un macrocircuito (votantes–legisladores–empresas), con la máquina política como mediador. En cuanto a la teoría que podría describir y explicar estos circuitos, ella podría ser una aplicación directa de la teoría de la elección pública (es decir, concavidad es teóricamente de gran importancia en economía. Por otra parte, la aplicación de estos modelos a la realidad empírica conduce a los modelos de regresión múltiple de los sociólogos y a los modelos estadísticos de la econometría.

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el análisis económico de la política) o bien una extensión de la teoría psicosociológica de Homans (1974). La segunda sería por lo demás probablemente muy similar a la primera, una vez que se enriqueciera con alguna forma de análisis en términos de oferta y demanda.23

[Insertar Fig. 5 aquí]

Los diagramas de flujo pueden representar en principio muchas más cosas, y la única

recomendación general que se debe hacer es que se haga explícita la dirección de la relación que une los nodos del diagrama y eventualmente el modo, la magnitud y el signo de la variación.24 Igualmente hay que recordar que el diagrama no es más que una representación esquemática del modelo teórico, el cual debe exponerse también sea verbalmente sea con notaciones lógico-matemáticas apropiadas (véase nota 14). Un caso notable que crece en importancia es el de las aplicaciones de la teoría del control en psicología y sociología. La teoría del control —a la que se llamó alguna vez “cibernética”— es la teoría matemática de los servomecanismos o sistemas que se autorregulan o que regulan a otros sistemas. Su primera aplicación es en ingeniería; pero de allí fue transladado para construir una teoría psicológica de la conducta individual como un mecanismo de control de la percepción (Powers 1973). Más recientemente, ha sido extendido por varios investigadores para el modelaje de problemas en la interacción social (para un panorama, véase McClelland & Fararo 2006). Uno de los modelos más fascinantes de esta teoría nos muestra que el efecto neto de dos sistemas de control (dos individuos o dos grupos) que cooperan es el mismo que el efecto neto de dos sistemas de control que están en conflicto (Figs. 6 y 7).

[Insertar Figs. 6 y 7 aquí] Explicando brevemente: cada uno de estos diagramas tiene una línea recta que los divide horizontalmente, la cual corresponde al “valor de referencia” 0, que corresponde a la percepción que los dos sistemas, colaborando o luchando, mantienen lo más constante posible. Nótese en efecto que hay una curva sinusoidal gruesa que apenas sube un poco por encima de esta línea

23 Por cierto: al hacer la aplicación de este tipo de análisis se vería como aparecen enseguida problemas. En la

Fig. 5 los bienes que circulan parecen homogéneos, pero la teoría monetaria nos enseña que el dinero no es una mercancía como las demás, sino que tiene propiedades sui generis. Si se sugiriese p.ej. que los medios de intercambio en el modelo de Ostrogorski son el dinero y los votos, entonces se podría argumentar que los votos tienen propiedades teóricas muy diferentes que el dinero. Las analogías fáciles se disuelven cuando enfoca uno la lente poderosa de la teoría.

24 Es espeluznante la ligereza con la que los estudiantes, e incluso algunos científicos sociales de los que podría esperarse algo mejor, utilizan lo que ya Duverger (1962: 506-515) describía no sin ironía como “figuras imaginarios”. Algún lector despistado podría objetar aquí que señalo la importancia de hacer explícita la dirección de la relación, pero no digo nada de señalar su naturaleza. Una de los errores más importantes de las figuras imaginarias que muestran vínculos entre nodos es, en efecto, el olvidarse de explicitar no solamente en qué dirección corre la relación sino también cuál relación es. La objeción es oportuna, pero no se aplica a lo dicho arriba. Me explico. Debemos distinguir el modelo de su representación; en el caso de los diagramas de flujo que hemos visto, la relación es siempre la misma y es parte medular de la teoría que el diagrama sólo ayuda a expresar. Lo importante, pues, es que esa relación se exprese en la teoría. En cambio, muchas figuras imaginarias se producen en un “vacío teórico”, con lo que la cuestión de señalar la naturaleza de la relación tanto como su dirección se vuelve urgente.

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familia
Resaltado
familia
Resaltado
familia
Resaltado
familia
Resaltado
familia
Resaltado
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recta cuando comienza de nuevo a descender y viceversa.25 Esta curva representa la suma de las acciones, cooperativas o conflictivas, de los dos sistemas, representadas por dos curvas (una continua y otra punteada) mucho más pronunciadas. En el caso de la cooperación (Fig. 6), vemos a los dos sistemas trabajando en la misma dirección y a veces en dirección distinta, pero con una amplitud muy regular y sostenida, como en una danza. En el caso del conflicto (Fig. 7), vemos a los dos sistemas trabajando siempre en dirección contraria y con intensidad creciente, para compensar la acción del adversario; esa variación ascendente en la amplitud corresponde a lo que llamamos escalación (como cuando hablamos de la escalación de la violencia o de las hostilidades). Finalmente, en ambos casos tenemos una curva (formada por rayas y puntos) que representa la “perturbación”, es decir la distancia entre el resultado de las dos acciones combinadas y el valor de referencia. Es percibiendo esa distancia que cada uno de los sistemas de control modula su acción, su dirección y su intensidad relativas, con el fin aparente de mantener estable la percepción del valor de referencia. En el caso de la cooperación, el valor de referencia corresponde a lo que las dos partes están buscando y para obtener lo cual colaboran. En el caso del conflicto, el valor de referencia corresponde a un estado que se mantiene a pesar de que en sentido estricto ninguna de las partes lo quiere: es otra manera de modelar una consecuencia no deseada y no anticipada. El modelo esquematizado en la Fig. 7 es especialmente dramático, toda vez que observamos que las partes en conflicto gastan cada vez más recursos, solamente para mantener el status quo (piense el lector p.ej. en el caso de los países más estancados del mundo, hundidos en conflictos interminables que les impiden desarrollarse; cf. Collier 2007).

Un último tipo de diagrama de flujo emparentado con todos estos y que es importante mencionar por la creciente importancia que tiene es el análisis de redes sociales. Los antecedentes de este tipo de análisis se hunden en la bruma de la historia de las ciencias sociales, ya que desde siempre se ha dicho que la estructura de las relaciones entre individuos y grupos es clave para entender lo que ocurre en las organizaciones, comunidades y sociedades de todo tipo y tamaño. Pero es sólo en las últimas décadas que esta idea general y los muchos intentos de teorizar, modelar y esquematizar se han consolidado en eso que se llama social network analysis (Freeman 2004). Un ejemplo es el de la “fuerza de los lazos débiles” (Granovetter 1973). Nos podemos preguntar: ¿qué es mejor (para conseguir trabajo, pareja, tips sobre hoteles o destinos vacacionales, un buen médico, abogado, arquitecto, psicoanalista, consultor financiero, un préstamo, compañeros para practicar un deporte en grupo, tener buenas conversaciones, enfrentar un adversario, organizar una porra): tener muchos conocidos o pocos, conocerlos a fondo o conocerlos superficialmente? Esta pregunta podemos tratar de contestarla intuitivamente o buscar datos sólidos en una u otra dirección. Y la respuesta puede ser no solamente útil en lo individual, sino ayudar a resolver o al menos comprender un buen número de problemas y enigmas sociales (la persistencia del desempleo, la depresión económica de un pueblo o una región regional, los “círculos de la pobreza”, la soledad urbana). Veamos un comienzo de modelo de red:

25 Como en el caso del modelo de oferta y demanda, también aquí los números asignados, explícita o implícitamente, a todas las distancias respecto de la o las coordenadas de referencia son arbitrarios y ficticios, y tienen como único propósito “ayudar al razonamiento”, como muy bien dice Boudon en el pasaje citado.

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Everything else constant, a large, diverse network is the best guarantee of having a contact present where useful information is aired. (…) [T]he information benefits of a large, diverse network are more than the information benefits of a small, homogeneous network. (…)

Acting on this understanding, people can expand their networks by adding more and more contacts. They make more cold calls, affiliate with more clubs, attend more social functions. Numerous books and self-help groups can assist them in ‘networking’ their way to success by putting them in contact with a large number of potentially useful, or helpful, or like-minded people. The process is illustrated in [Fig. 8]. The four-contact network at the left expands to sixteen contacts at the right. Relations are developed with a friend of each contact in network A, doubling the contacts to eight in network B. Snowballing through friends of friends, there are sixteen contacts in network C, and so on.

[Insertar Fig. 8 aquí]

Size is a mixed blessing. More contacts can mean more exposure to valuable information, more

likely early exposure, and more referrals. But increasing network size wihout considering diversity can cripple a network in significant ways. What matters is the number of nonredundant contacts. Contacts are redundant to the extent that they lead to the same people, and so provide the same information benefits.

Consider two four-contact networks, one sparse, the other dense. There are no relations between the contacts in the sparse network, and strong relations between every contact in the dense network. Both networks cost whatever time and energy is required to maintain four relationships. The sparse network provides four nonredundant contacts, one for each relationship. No single one of the contacts gets the player to the same people reached by the other contacts. In the dense network, each relationship puts the player in contact with the same people reached through the other relationships. The dense network contains only one nonredundant contact. Any three are redundant with the fourth.

The sparse network provides more information benefits. It reaches information in four separate areas of social activity. The dense network is a virtually worthless monitoring device. Because the relations between people in that network are strong, each person knows what the other people know and all will discover the same opportunities at the same time.

The issue is opportunity cost. At minimum, the dense network is inefficient in the sense that it returns less diverse information for the same cost as that of the sparse network. A solution is to put more time and energy into adding nonredundant contacts to the dense network. But time and energy are limited, which means that inefficiency translates into opportunity costs. [Burt 1992: 16-17.]

Aunque el análisis de redes sociales cuenta con técnicas de análisis bastante complejas y sofisticadas (véase p.ej. Wasserman & Faust 1994, Scott 2000, Carrington et al. 2005) y Burt utiliza algunas de ellas en su libro, la sencillez de este ejemplo no debe ocultarnos su poder teórico. Por no citar sino uno de los hallazgos más importantes fundados sobre este modelo, Granovetter (1995) pudo mostrar que uno de los principales obstáculos que impiden a muchas personas conseguir trabajo o al menos un buen trabajo o un trabajo distinto, es justamente la homogeneidad de sus grupos de amigos, conocidos y contactos. Insistir en estos hallazgos es especialmente importante en un momento en que se habla tanto, y con tan poco discernimiento, de “capital social” y de la importancia de las “redes”.

Tal vez uno de los aspectos más fascinantes de este tipo de modelo es que está permitiendo la interfructificación de varias disciplinas dentro de las ciencias sociales que permanecían separadas. Si tomamos solamente el pasaje anterior, vemos cómo conviven razonamientos

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típicamente psicológicos y sociológicos (como cuando se habla de contactos, relaciones, beneficios o incluso amistad) con teoremas económicos (p.ej. el indicado con la frase “costo de oportunidad”). Podemos decir que con los modelos de red volvemos al punto de partida con que iniciamos la discusión de los modelos al comienzo de la sección II: un gran número de las ideas de los pioneros de la sociología, tales como Tönnies y Durkheim, pero igualmente Spencer, Simmel, Pareto o Weber, es decir ideas como comunidad, solidaridad, asociación, circulación de las élites, difusión, etc., pueden modelarse ahora con un rigor y pulcritud que en la época clásica no existía. Por falta de esos modelos ha surgido la dudosa industria de las “lecturas”, “interpretaciones”, “críticas” y “rescates” que pululan en las ciencias sociales. Una mayor claridad sobre la construcción e importancia de los modelos podría ayudarnos a superar esa lamentable situación. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Baden, John A. & Douglas S. Noonan, eds. (1998) Managing the commons. 2a edición. Bloomington (IN):

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Cuántos participan

en la accióncolectiva

Cuántogana

el grupo

Cuánto gana Fulano

si no interviene

Cuánto gana Fulano

si añade su intervención

9 18 1.80 1 8 16 1.60 .80 7 14 1.40 .60 6 12 1.20 .40 5 10 1.00 .20 4 8 .80 0 3 6 .60 –.20 2 4 .40 –.40 1 2 .20 –.60 0 0 0 –.80

Fig. 2

A

B 3,3

4,2 1,1

Fig. 1

+

+

– Cantidad demandada (qD) de una mercancía cualquiera

Precio de mercado (p) de una mercancía cualquiera

p

p

qD

qO

Cantidad demandada (qD) de una mercancía cualquiera

Fig. 4

Cantidad

D

D O

O

Precio

Fig. 3

Legislación

Dinero

Votos para reelección

Votos para legisladores

Dinero y puestos de trabajo

Máquina política

Empresas Legisladores

Votantes

Fig. 5

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Fig. 6

Fig. 7

Fig. 8

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