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Llegó el último día de la Pascua, o sea el miércoles. Los fariseos y sumos sacerdotes entendían que el tiempo apremiaba. Pese a las repetidas deliberaciones

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Llegó el último día de la Pascua, o sea el miércoles. Los fariseos y sumos

sacerdotes entendían que el tiempo apremiaba.

Pese a las repetidas deliberaciones celebradas

en días precedentes, no se había hecho nada, porque Jesús estaba protegido por el favor popular y, en consecuencia, se le

permitía andar impunemente por Jerusalén y hasta predicar

en el Templo.

Las fiestas en general, y sobre todo la Pascua,

eran consideradas por el procurador romano

-a causa de la enorme influencia de multitudes excitadas- como períodos de

verdadera convulsión.

Al primer tumulto que acaeciese, Poncio Pilatos lanzaría sus soldados sobre la

multitud de peregrinos, comenzando a destruir de verdad

el lugar santo y la nación, como se había temido.

Era absolutamente preciso conjurar aquel peligro

y hacer que todo marchase normalmente durante la Pascua.

Aquel miércoles se celebró nuevo consejo para discutir tal cuestión. Entonces se reunieron los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo en el

palacio del sumo sacerdote llamado Caifás y deliberaron prender a Jesús con engaño y

matarle.

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La ayuda vino de donde menos se esperaba. Entonces uno de los doce, el

llamado Judas Iscariote, yendo a los sumos sacerdotes, dijo:

«¿Qué me queréis dar y yo os lo entregaré?»

Y estipularon treinta (monedas) de plata.

Y desde entonces (Judas) buscaba una oportunidad para entregarlo. Esta es la

información de Mateo (26, 14-16), con la que concuerdan los otros

dos Sinópticos, quienes no mencionan la suma acordada, aunque añaden la

comprensible noticia de que los sumos sacerdotes se alegraron

de la propuesta de Judas.

En efecto, con aquel colaborador, la empresa

de prender a Jesús secreta y prontamente resultaba empresa fácil.

Estos se “alegraron,” al ofrecerles arteramente

la entrega un discípulo, conocedor de los lugares de su refugio.

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La ocasión propicia para sus planes era al amparo de la noche, cuando reinan las tinieblas y nadie ve lo que los malhechores hacen sigilosamente. Juan dice que

los que hacen lo malo aman las tinieblas y aborrecen la luz y no vienen a la luz para que no sea reprendido lo

que hacen. En cambio todo el que hace lo bueno lo hace a la luz del día para que se vea (Jn

3:19-21).

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Hay una marca en particular que los escritores

del Nuevo Testamento, el Evangelio, hacen mención de cuando se habla de Judas Iscariote, es decir, "El Traidor".

• Mateo 10:04 - "Simón, cananea, y Judas Iscariote, el traidor".

• Marcos 3:9 - "y Judas Iscariote, el traidor".

• Lucas 16:06 - "y Judas, hijo de Jacobo, y Judas Iscariote, que fue el traidor".

• Juan 18:05 – Ellos le respondieron: Jesús de Nazaret. Jesús les dijo: “Yo soy""Judas, el que le entregaba, estaba con ellos".

En la traición de Judas vemos cómo se entrelazan los designios de Dios y el libre actuar del ser humano. Nadie puede negar que Judas haya actuado

libremente.

Y, sin embargo, su actuación fue anunciada de antemano y no se escapó tampoco a la voluntad de Jesús: esa acción fue realizada cuando había llegado

“La hora” de Jesús.

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La traición se basó en un trato comercial. Judas propuso que se le retribuyese de alguna manera

la entrega (Mateo). En Marcos se dice más globalmente que “prometieron” darle dinero.

Pero Lucas también insiste en lo de Mateo: “convinieron” las dos partes en una cantidad

de dinero. Y ésta fue fijada en “treinta monedas de plata.” Que tenían que ser siclos del templo, ya que deberían ser repuestos luego en él

(26:6).

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Los tres evangelistas Mt 26:14-16; según san Lucas Lc 22:1-6 y según san Juan 13:21-30 destacan

la culpabilidad de Judas, al destacar que fue él a ofrecerse a los jerarcas para entregar a Jesús.

Pero Lucas detalla que también trató, sin duda para el prendimiento de Jesús, con "los guardianes” del templo — ¿antes? ¿después? —.

Estos estaban reclutados entre los levitas, bajo el mando supremo de un sagán.

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El siclo (sheqel) del templo equivalía a unos 10 denarios aproximadamente.

Era norma de la Ley hebrea (Éxodo, 21, 32) que cuando un buey mataba de una cornada a un

esclavo, el dueño del buey debía pagar en seguida al dueño del esclavo 30

siclos de plata como indemnización del daño sufrido.

Así, pues, en la práctica el valor medio de un esclavo debía computarse en unos 30 siclos.

Pudo suceder que los sumos sacerdotes se inspirasen

en aquella norma de la Ley al estipular el pago a Judas,

porque así se obtenía el doble resultado de atenerse a la letra legal incluso en aquel caso, y de considerar

a Jesús como un esclavo

cualquiera.

El fijarse el precio de la venta en treinta siclos se debe, seguramente, a un acto más de desprecio a

Jesús, ya que, según el Éxodo, se fija en “treinta siclos de

plata” el precio que había de pagarse a un dueño por un

esclavo que se hubiese inutilizado (Ex 21:32).

En el profeta Zacarías se lee cómo el profeta, representando a Yahvé, renuncia a continuar apacentando el rebaño de Israel, y pide su salario. Y me

dieron de salario “treinta siclos de plata” (Zac 11:12-13). Y manda arrojar ese precio por haberle tasado en un

precio de esclavos.

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Cristo, bien consciente de su misión y de su fin, denuncia que va a la muerte. Es algo que siempre quiere destacar Jn: la

gran conciencia de Cristo 14.

Pero la gravedad del crimen de Judas se anuncia: “más le valía no haber nacido.”

La frase, que es usual 15, no alude al castigo

que Judas pueda tener en la otra vida, sino a la monstruosidad de vender a su

Maestro, al Hijo de Dios.

Cuando los apóstoles le preguntaron cada uno

si era él, también Judas lo hizo. Y Cristo se lo dijo, pero en voz baja, pues Pedro hará

“señas” a Juan para que pregunte a Cristo quién es

(Jn), y sólo a ellos se lo dirá. Pero ni aun así

sabían ellos que la traición era inminente.

La frase con que Cristo se lo denuncia: “Tú lo has dicho,” no es frecuente,

aunque sí bíblica y extra bíblicamente conocida,

y significa su uso una cierta solemnidad 16.

El complemento detallado de esta denuncia es la narración que de ella trae el evangelista

San Juan (Sal_13:21-30). En cambio, Mt-Mc, que ponen esta denuncia antes del relato

de la institución eucarística, parecen situarla en su contexto histórico, y que Judas no recibió la Eucaristía 17.

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Sobre los motivos que hayan podido influir definitivamente en Judas los evangelistas acusan

la “avaricia”. Judas, probablemente, pensaba en Cristo como un Mesías nacionalista. Algunos

llegaron a pensar que hubiese pertenecido al partido de los “zelotes,” exaltados nacionalistas.

Y que en él, al ver el giro del mesianismo espiritual de Cristo, hubiese cundido la desilusión.

Y por prevenirse de haber sido discípulo, hubiese llegado a su traición. Ya de atrás, san Juan dice que andaba en malos pasos con relación a Cristo (Jn

6:70.71).

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Lucas, presenta la escena diciendo que entró Satanás en Judas. Había terminado el relato

de las tentaciones de Jesús diciendo que el diablo se alejó de él hasta (que llegara su) tiempo,

inicia ahora el relato de la traición diciendo que entró Satanás en Judas, el llamado Iscariote,

el cual fue a concertarse con los sumos sacerdotes para perpetuar su delito (Lucas, 22, 3 y sigs.)

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No es un caso de posesión diabólica, sino la obra por excelencia del enemigo de

Jesús y su reino, que pone en juego los resortes para la

lucha, utilizando un discípulo.

El pecado es lo contrario al bien del hombre porque busca su destrucción

tanto a nivel espiritual como físico.

Satanás sólo entra si se le deja entrar. Puede tentar y tienta como lo hizo con

Jesús y lo hace con todos. Pero para entrar

necesita una puerta abierta.

Satanás es soberbio, pero es lúcidamente inteligente. Conoce las debilidades de los hombres y las prueba. Odia a Dios, y sabe que el mayor daño que le puede hacer es

destruir a los hombres.

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Conoce la debilidad de Judas, su amor por el dinero, y lo que el dinero lleva

consigo.

Ha seguido su comportamiento a lo largo

de los tres años.

Ha podido observar sus trampas.

Y sobre todo su resentimiento por no entender

el modo como Jesús lleva las cosas adelante.

Judas no puede entender un amor tan grande

que le lleve a la pobreza, a decir las verdades

a los poderosos, contra las juiciosas políticas

de los hábiles.

Su vida de fraternidad es difícil con los demás, pues ellos han dejado todo para

seguir a Jesús, y les ve decididos a hacer lo que les

pida,por loco que parezca.

Las peleas y los reproches no faltan. No en vano ellos no tienen tanta paciencia como Jesús,

que siempre le disculpa y le apoya. La misma paciencia y el amor de Jesús le llenan de odio,

pues son un reproche cuando él ya no quiere saber nada de ese reinado que no parece

de este mundo.

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Los sinópticos ponen la llegada de Judas, con el pelotón para prender a Cristo, cuando El estaba aún hablando con sus discípulos.

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Con Judas llegaba una “gran turba armada de espadas y garrotes, enviada por los príncipes

de los sacerdotes y los ancianos del pueblo.” Mc cita las tres partes del sanedrín.

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El hecho de proceder así la sola autoridad judía es un hecho conocido, ya que Roma

solía respetar los poderes legales locales. El sanedrín tenía sus ministros policías.

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Judas va “delante de ellos” (Lc), no como capitán, sino como guía.

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Este pelotón iba armado de “espadas” y “garrotes”; Jn añade también “linternas.”

Eran elementos del equipo militar, aunque seguramente no faltaron lanzas. El uso de estos “garrotes” y “antorchas” pertenecía al armamento de la guardia

del templo.

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La señal que Judas había dado para que le reconociesen bien en aquella penumbra era besarle.

Era uso normal en los discípulos de los rabinos; cuando se encontraban con ellos,

después de abrazarse, los besaban en la mano, rostro y cabeza.

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No hay prueba más dolorosa para un corazón

que a la sensación de ser traicionado, y nunca ha habido traición más espantosa

que la de Judas, y sin embargo, observamos

con lo que la mansedumbre y la paciencia de Jesús se somete a lo que es una fuente

de dolor agudo, a su oferta Corazón.

Él no rechaza ese monstruo contra natura de la ingratitud, pero lo recibe

con humildad y dulzura, y lo abraza con todas

las demostraciones de la más ardiente caridad.

Jesús responde al traidor que está haciendo como un asalto a su sagrada

persona, le llama su amigo.

"Amigo", le dice, con una dulzura inefable, "¿Con un beso traicionas al Hijo del

Hombre?".

Judas ya no ve más que a sí mismo y sus tinieblas, ya no ve la luz de Jesús, esa luz que puede iluminar y superar incluso las tinieblas.

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Pero, ¿qué motivo tuvo Judas para la traición?

La catequesis primitiva no nos da otra razón sino

el amor de aquel hombre al dinero.

En efecto, pocos días antes de la traición vemos que Judas murmura porque María

ungió los pies de Jesús con un costoso perfume que

podía haber sido vendido para dar el producto

de la venta a los pobres (Jn.12:3-6).

El evangelista anota que no es que Judas se cuidara de los pobres, sino que era

ladrón.

En otras palabras, era avaricioso. Estando encargado de la bolsa para los

gastos comunes, él sacaba algo del dinero para

sí.

Bien dice Pablo que “el amor al dinero es la raíz de todos los males” (1ª Tim.6:10).

Fue su codicia lo que perdió a Judas y lo llevó a traicionar a Jesús.

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Sin embargo, otros motivos pueden haber influido en el ánimo de Judas y contribuido

a su traición.

Es posible que él se haya desilusionado de que Jesús no estuviera actuando como

el Mesías guerrero esperado por el pueblo, que

derrotaría a los romanos para restaurar por las armas el reino de Israel. Por tanto, las esperanzas que él –y también los otros

discípulos- tenían de ocupar un cargo importante en el gobierno del

naciente estado, recuperada su independencia,

se verían frustradas.

Mientras que los demás discípulos estaban dispuestos a seguir a Jesús a

donde quiera que Él los llevara porque lo seguían por

amor a su persona y no a una esperada

recompensa, es posible que, desde el comienzo, la

adhesión a Jesús de Judas haya estado motivada por la ambición personal más que por el

amor.

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Es posible que al ver que sus ambiciones no serían satisfechas, él empezara a

buscar con quiénes se podía aliar para su propio

beneficio.

No es imposible tampoco que Judas se diera cuenta de que el curso de acción

que seguía Jesús lo llevaba inevitablemente a un

enfrentamiento con los poderosos en Israel y que saldría perdiendo.

De ser así, todos sus discípulos estarían amenazados de sufrir la misma suerte

que su Maestro.

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Luego está el hecho de la inesperada actitud asumida por Judas sólo dos días

después: en vista de que Jesús había sido

condenado, el traidor se arrepiente de improviso de

haber vendido la sangre de aquel justo y, devolviendo

el precio a los sumos sacerdotes, se ahorca.

Esta no es la actitud de un simple avaro, de un avaro típico sin otro amor que el

dinero, pues éste habría quedado satisfecho con el lucro obtenido, fuese la que fuera la

sucesiva suerte de Jesús, y no hubiese pensado en

devolver el dinero ni en ahorcarse.

Judas fue ciertamente codicioso y avaro, pero, además, era alguna otra cosa.

Bien dice Pablo que “el amor al dinero es la raíz de todos los males” (1ª Tim.6:10).

Fue su codicia lo que perdió a Judas y lo llevó a traicionar a Jesús.

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Existían en él, al menos dos amores: uno el del oro, que le impulsó a traicionar a Jesús,

mas junto a este amor había otro, acaso más fuerte, porque, ya cumplida la traición,

prevaleció sobre el amor del oro, impeliéndole a restituir la ganancia, a renegar de toda la traición, a dolerse por la víctima y a matarse de desesperación al fin.

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Ahora bien: si amaba a Jesús, ¿por qué le traicionó? Sin duda porque su amor era grande,

pero no indiscutible, no el amor generoso, luminoso y confiado de un Pedro o de un Juan,

sino que contenía en su llama un algo de fumoso y oscuro. En qué consistiera este elemento oscuro, lo desconocemos y probablemente será siempre el

misterio de la suma iniquidad.

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Tal iniquidad no consistió sólo en vender a Jesús, sino más, y sobre todo, en

desesperar de su perdón.

Judas había visto a Jesús perdonar a usureros

y prostitutas; había oído de su boca las parábolas de la misericordia,

comprendida la del hijo pródigo; habíale oído exhortar

a Pedro a perdonar setenta veces siete y, sin

embargo, después de todo esto, desespera del perdón

y se ahorca, en tanto que Pedro, después de negar

a Jesús, no desespera, sino que rompe a llorar.

Incluso aquel desesperar del perdón demuestra

que Judas tenía altísima estima por el justo a quien

había traicionado —estima que le hacía comprender la abismal magnitud de su

delito—, pero era una estima incompleta y casi injuriosa,

porque ante la responsabilidad de la traición

se detenía a mitad de camino e injuriosamente suponía a Jesús incapaz de

perdonar al traidor.

Mucho más que por la traición de Judas, Jesús fue injuriado por el desesperar del traidor en

el perdón. Este fue el sumo ultraje recibido por Jesús y la suma iniquidad cometida por Judas.

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Benedicto XVI aclara:

En Judas encontramos el peligro que atraviesa todos los tiempos, es decir,

el peligro de que también los que "fueron una vez iluminados,

gustaron el don celestial y fueron partícipes

del Espíritu Santo", a través de múltiples formas

de infidelidad en apariencia intrascendentes, decaigan anímicamente

y así, al final, saliendo de la luz, entren en la noche y ya no sean capaces de conversión.

En Pedro vemos otro tipo de amenaza, de caída más bien, pero que no se

convierte en deserción y, por tanto, puede ser rescatada mediante la conversión.

(Jesús de Nazaret, segunda parte, p. 29-30).

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En Corintios 10,12, encontramos: “El que crea

estar muy seguro, cuídese de nos caer”.

Todos estamos en peligro de caer y tal vez

todos caeremos si no estamos atentos, vigilantes

y en oración constante para ser oídos y merecer la ayuda y la gracia de Dios.

¡Hay tantos Judas en nuestro mundo! ¡Tantos malos propósitos, tantas mentes

ciegas, tanto corazón torcido!, ¡tantos besos falsos!

Jesús fue y es traicionado. Tú y yo somos

traicionados. Tú y yo a veces somos traidores.

Estamos al acecho de obtener beneficios materiales o mundanos y por eso

vendemos nuestra conciencia al diablo por una recompensa paupérrima.

Al hacerlo ofendemos a nuestro Dios y Señor

que dio su vida para salvarnos.

Pero no caigamos en la desesperanza: es posible cambiar, es posible hacer las cosas mejor,

es posible desechar los malos propósitos, es posible dar pasos hacia la luz.

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