Los Verdaderos Últimos de Filipinas

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  • 7/25/2019 Los Verdaderos ltimos de Filipinas

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    LOS VERDADEROS LTIMOS DE FILIPINASJuan Jimnez Mancha

    Al finalizar la guerra en suelo tagalo entre Espaa y los Estados Unidos, se origin laextraa circunstancia de que alrededor de 13.000 espaoles, entre soldados, civiles y

    frailes, quedaban como prisioneros en manos de los filipinos. Los afectados, como susfamilias, pensaron que se trataba de una situacin pasajera a la que pronto alguien darasolucin. Pero no ocurri as. El cautiverio de estos prisioneros de una guerra yaacabada se prolongar, en la mayora de los casos, durante aos y medio.

    Una vez ms la historia de los perdedores de una guerra recibieron el desprecio y elolvido de toda la sociedad, pero con el agravante del largo y angustioso encierro entierras remotas, queridas y recientemente arrebatadas. Las bocas de los testigos sellenaros de buenas palabras y esperanzadoras intenciones, pero nadie arriesg su

    posicin por enmendar el destino de unos seres abandonados a su suerte Dnde quedel honor con tanta pasin defendido como valor supremo de la patria? La nacin se

    hunda, y la repatriacin de los espaoles en Filipinas se presuma gravosa para lasmaltrechas arcas del Estado. No importaba si se demoraba un tiempo. Las autoridadesfilipinas deberan haber puesto en libertad a estas personas una vez abandonadas lasarmas, pero nada ni nadie les empuj a actuar en este sentido. Llegaron incluso aargumentar que no apreciaron inters en alguno de los mximos gobernantes espaoles.Exageraron muy poco. Por su parte los Estados Unidos, supuesto paladn de losderechos humanos, apenas se preocuparon por un tema para ellos menor y ajeno. Laopinin pblica de los pases occidentales pareca pedirles, sin embargo, una accinliberalizadora. En octubre de 1898 el General Ottis, Comandante en jefe de las fuerzasestadounidenses de ocupacin en Manila, envi una carta a Aguinaldo solicitando lalibertad de la totalidad de espaoles prisioneros. El lder revolucionario contestar,tambin a travs de carta, exponiendo los motivos de tan atpica retencin. Aguinaldoslo hablar del pasado. As, se alegaba que los funcionarios civiles espaoles eranvoluntarios armados, que en ocasiones llegaron a torturar y fusilar a ciudadanosfilipinos. Ahora no caba el perdn. En cuanto a los clrigos, se les acusaba de sercreadores de grandes colonias agrcolas, conducidas de una manera egosta y en contrade las necesidades de las clases ms humildes. Aguinaldo, especialmente duro con ellos,defenda que bajo la mscara de la cura de almas se esconda el afn por enriquecerse yhacerse dueos absolutos de las vidas, hacienda y honor filipinos. En la carta se decaque con el encarcelamiento de civiles y frailes se daba satisfaccin a una vital exigenciadel pueblo tagalo. Finalmente, la retencin de soldados se justificaba con el

    mantenimiento en crceles espaolas de ciudadanos filipinos. El General Ottis volvi ainsistir enviando otro escrito en donde se apelaba con mayor viveza a los derechoshumanos y a las normas internacionales vigentes. De nuevo la respuesta de Aguinaldofue negativa.

    No hay unanimidad sobre el trato recibido por los cautivos durante aquel perodo. EnEspaa no se saba apenas nada sobre el acontecer diario de aquellas personas. Filipinasestaba demasiado lejos. Los testimonios dejados por los propios reos reflejancontradicciones en bastantes casos. Del anlisis de los mismos podemos concluir que lascondiciones de vida que padecieron variaron mucho en virtud de tres factores: el pasodel tiempo (el trato fue de mejor a peor segn mermaban las posibilidades econmicas

    del ejrcito revolucionario), las provincias (pues la simpata o afecto hacia el pueblo

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    espaol era muy diferente segn la localidad), y el jefe insurrecto que mandase en lazona (en virtud de sus cualidades humanitarias).

    Es justo reconocer, hablando en general, un esfuerzo inicial de gran parte del pueblofilipino. Los vnculos de amistad y de sangre pesaban lo suyo, aunque hubo quienes se

    recrearon en sentirse superiores a la nacin antes dominadora. En un gran nmero depoblaciones se obligaba a los prisioneros a trabajar en la construccin de carreteras,cavando trincheras, talando rboles o arreglando y limpiando caminos y calles. Enalgunos pequeos pueblos pudieron, sin embargo, gozar durante el da de una casicompleta libertad de accin. Otras localidades optaron por el riguroso encierro enimprovisados e inhspitos sitios, sin siquiera camas, y en ocasiones bajo estrictavigilancia. Algunos testimonios nos hablan de que bastantes personas fueron despojadasde todas sus pertenencias. Las ayudas materiales dependan tambin de las jefaturas y delos recursos manejados. En los primeros meses se pagaba diariamente una pequeacantidad de dinero en metlico, as como cerca de una libra de arroz. Pero prontoescasearon los socorros, agravndose las condiciones fsicas y psicolgicas de unas

    personas vctimas no slo del hambre, la miseria y la crcel, sino que tambin, yconviene no olvidarlo, de la derrota en la guerra y de un destino ilgico que jams

    pudieron entender. Muchos, los ms necesitados, se empearon en reclamar sin xito losfondos que tenan depositados en Manila, o sus pagas como soldados o funcionariosespaoles. Pero nunca desde instancia estatal alguna se les hizo llegar dinero, pese a la

    posibilidad de canalizar los abonos a travs de las autoridades de Manila. Algunos jefesmilitares ayudaron econmicamente a los soldados ms necesitados. En verano de 1899,aproximadamente al ao de prisin, se llegaron a registrar casos hasta de venta decautivos, a estas personas se las dispens un trato similar al de los esclavos. Lossufrimientos se agudizaron an ms a raz de los continuos traslados de localidad a quefueron expuestos, en ocasiones recorrieron descalzos a pie varias decenas de kilmetrosdurante largas y penosas jornadas. Los lazos de hermandad tambin afectaron a altasinstituciones del ejrcito revolucionario, varios jefes de las tropas de Aguinaldo dictaronseveros castigos hacia todo aquel filipino que ofendiera a algn prisionero. Otrosllegaron incluso a cobijar en sus hogares, durante meses, a bastantes oficiales.

    Numerosos soldados lograron escapar gracias a la ayuda de filipinos amigos, familiareso solidarios con los espaoles.

    Como consecuencia de estas fugas Aguinaldo dict un decreto el 5 de noviembre de1898 en donde se amenazaba con veinte aos de crcel, se deca que por traicin, a todoaquel que ayudase a huir a algn prisionero de guerra. A su vez, se ordenaban nuevos

    traslados en busca de reconcentraciones en puntos claves de cada provincia. Con estosreagrupamientos se persegua un mejor control y orden en las retenciones, adems deuna presumible reduccin en las posibilidades de evasin. Aguinaldo estableci porentonces las siguientes condiciones para la entrega a Espaa de militares y civiles:

    1 . Se abrirn negociaciones formales entre Espaa y el gobierno nacional filipino,nombrando Espaa un delegado para tratar con el gobierno filipino.

    2. Espaa libertar y repatriar:

    - Todos los filipinos retenidos como prisioneros en la pennsula o en los presidios de

    Africa, por hallarse directa o indirectamente complicados con la insurreccin, y del

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    mismo modo los que se hallan confinados por igual concepto en Las Carolinas,Mindanao, Jol, Paragua, etc.

    - Todos los prisioneros de guerra, tanto civiles como militares, condenados comotraidores, revolucionarios o desertores, por haber secundado en cualquier sentido el

    movimiento filipino hacia la independencia durante este siglo.

    - La libertad de estos prisioneros se ha de verificar antes que los filipinos entreguen alos espaoles que tienen en su poder. Espaa, adems, conceder una amnista general y

    plena para todos los espaoles y filipinos que hayan sido acusados de complicidad conla rebelin.

    3. Espaa pagar todos los gastos de repatriacin de los filipinos que tienenprisioneros, y pagar tambin los gastos de manutencin y repatriacin de los espaolesprisioneros de los filipinos. Estos pagos se consideran como una indemnizacin deguerra. El gobierno nacional filipino consentir en pagar los gastos de repatriacin de

    los filipinos.

    La principal exigencia de Aguinaldo radicaba pues, en teora, en la liberacin de losvarios cientos de filipinos confinados en crceles de la pennsula ibrica y el norte deAfrica. El gobierno espaol estaba incurriendo en el grave error poltico de no ponerlosen libertad, medida que materializar varios meses ms tarde, ya a destiempo.

    Aguinaldo consideraba que los frailes prisioneros eran un caso aparte, ya que, segn l,haban actuado como agentes del Papa. La entrega tena que ser negociada con el SumoPontfice, establecindose las siguientes condiciones:

    1 Que un delegado apostlico demande su libertad en nombre del Papa.

    2. Que todas las bulas y decretos pontificios concediendo privilegios especiales a lasrdenes religiosas, contra las leyes o reglas generales de la Iglesa, sean abolidos.

    3. Que todos los derechos del clero secular sean respetados.

    4. Que los frailes no puedan desempear ningn cargo parroquial, catedral, episcopal odiocesano.

    5. Que todos los cargos parroquiales, catedrales, episcopales o diocesanos hayan de serdesempeados por individuos del clero secular filipinos o naturalizados.

    6. Que se fijen reglas para la eleccin de los obispos. Podr celebrarse un concordatocon el Vaticano sobre las bases de estas condiciones.

    Los filipinos empezaban a pensar polticamente como una nacin ansiosa de suindependencia real.

    Los frailes no gozaban de las simpatas de la mayor parte del pueblo por ellos mismoscolonizado. sus criterios feudales, empleados a lo largo de muchos aos, impulsaron el

    crecimiento de las ansias independentistas. Las cinco rdenes ms extendidas, y ahoracastigadas, eran las de los dominicos, agustinos, jesuitas, franciscanos y recoletos. Las

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    condiciones de vida que sufrieron durante el cautiverio fueron especialmente duras. Enocasiones se practicaron con ellos torturas y humillaciones pblicas hasta llevarlos a lamuerte.

    Pero tambin, al igual que en el caso de soldados y civiles, recibieron la ayuda de un

    gran nmero de filipinos incapaces de olvidar de golpe los lazos de amistad, y en estecaso espirituales. Muchos soldados que custodiaban frailes se acercaban a ellos paradarles dinero, ropa o comida, en nombre de otra gente o de su propia familia. Lasmismas rdenes religiosas trabajaron sin desmayo en socorro de sus propios integrantes.

    Todos los prisioneros escribieron multitud de cartas a diferentes instituciones yautoridades, tanto de la pennsula como, sobre todo, de Manila. Lo ms solicitado eranmedicinas, ropas, calzado, o al menos parte de sus pagas como soldados o funcionarios.El gobierno liberal de Sagasta, dej escapar los momentos que rodearon a la firma delTratado de Pars, el 10 de diciembre de 1898; pese la humillacin sufrida en los camposde batalla y en los despachos parisinos, al gobierno espaol le corresponda exigir la

    rpida puesta en libertad de todos los prisioneros de guerra, pero pudo ms el miedo aMcKinley y el deseo de salvaguardar otros intereses.

    As, antes de que concluyera el fatdico ao slo cabe destacar la labor de socorropromovida por el Casino Espaol de Manila, bajo la direccin de su presidente, AntonioFuset. El propio Casino encabez la suscripcin con 5.000 duros, obtenindose a loscuatro meses la catidad de 26.000 pesos. Muchos fondos llegaban a Manila va Madrid,

    pero tanto tardaban en recalar en el Casino que el propio Fuset se tuvo que personar enla capital espaola para acelerar los envos. El Casino tambin intent que el GeneralPrimo de Rivera cediese como subscripcin el dinero que le adeudaba el Estado, 80.000

    pesos recaudados como subscripcin popular, como premio a su tarea de pacificacin delas islas, en gestin previa a la guerra hispano-norteamericana. Pero el Casino fracasen su empeo provocando adems la indignacin del clebre General, quien lleg adifundir en prensa un comunicado donde expona lo siguiente:

    Madrid, 22 de noviembre de 1898.Sr. Director de El Imparcial:Muy seor mo. Con la firma annima de Varios espaoles aparece hoy un telegrama ensu peridico, en que se habla de que hoy ceda los 80.000 pesos de la subscripcin hechaa mi favor en Filipinas para los que sufren prisioneros de los tagalos. Aparte de quesobre esto he dicho cuanto deba y donde deba, comprender Vd. que mi respetabilidad

    me impide hacer el juego a cuatro desocupados, que por lo visto, tratan de constituirseen mis administradores. Lamentando como el que ms la situacin de los prisioneros,comprendo la ineficacia del sistema que se trata de seguir, pues no es de recursosseguramente de lo que carecen, sino de medios de emplearlos o de consentimiento parahacerlo por parte de sus indignos opresores.

    Desde los peridicos espaoles, y desde muchos extranjeros, se seguan losacontecimientos de Filipinas con gran atencin, en especial lo relacionado con la suertede los prisioneros espaoles. La poca, El Imparcial, El Pas, Heraldo de Madrid, El

    Nacional, etc., destacaron por sus ataques a Sagasta y a su gobierno, alertando acerca desu escasa dedicacin y habilidad para tratar tan grave asunto.

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    A primeros de Enero de 1899 llegaba a Manila, en calidad de Capitn General de lasislas, el General Diego de los Ros, con la misin principal de obtener la rpidaliberacin de los prisioneros. Con l se iniciaba una larga serie de gestiones cuyo finalsiempre deriv en fracaso, y en donde la mediocridad y la falta de inters real fueronuna constante entre polticos y partidos. Numerosas instituciones de variada ndole

    decidieron involucrarse en los acontecimientos con actuaciones humanitarias, como esel caso de la Sociedad Ibero-Americana o el Banco Filipino.

    El 4 de Enero Ros enviaba el siguiente telegrama, de tono pesimista, al gobierno deMadrid:

    La situacin gravsima de los americanos con respecto a los insurrectos imposibilitagestiones sobre prisioneros que puderan ser contraproducentes; pero puede el Gobiernotener la seguridad de que har cuanto sea posible para buscar la solucin que V.E. merecomienda.

    Los revolucionarios filipinos preparaban la sublevacin contra el ejrcitonorteamericano. El 15 de Enero publicaba El Imparcial un nuevo ataque al gobiernoespaol:

    Con argumentos irrebatibles censura La poca el escaso celo que ha demostrado el Sr.Sagasta al ocuparse de la liberacin de nuestros desdichados hermanos de Filipinas.Todo han sido indecisiones, artificios, aplazamientos, digmoslo de una vez mentira y

    burla de la nacin en el Sr. Sagasta y su gobierno, en ese tristsimo asunto del rescate olibertad de los prisioneros espaoles en Filipinas. Mientras duraron en Pars lasnegociaciones para la paz, se escud el primero y disculp su inaccin alegando que eltratar del rescate podra prejuzgar otros asuntos graves. Y como para el Sr. Sagasta eltropezar con una excepcin dilatoria, o con una argucia, por pobre que sea, equivale auna patente para dormir despierto y para la absoluta inaccin, no hay que decir quedesde el primero de octubre de 1898 al 10 de diciembre nada se intent en Filipinas, nian una estadstica aproximada de los prisioneros, ni an el envo de algunas cantidadesal Casino de Manila. Desde el 10 de diciembre ltimo, fecha de la firma del protocolo,desapareca el pretexto, alegado antes, del temor de disgustar a McKinley y a loscomisarios norteamericanos.

    Pocos das despus, sin embargo, se produjo la ansiada sorpresa de la puesta en libertadde los soldados enfermos y de una gran parte del personal civil. La noticia lleg al

    Ministerio de la Guerra gracias a un telegrama recogido el 24 de enero: hoy 23 de enero ha sido concecida libertad a todos los prisioneros civiles y militares,enfermos o intiles, esperando poder comunicar en breve anloga noticia respectomilitares sanos.

    La informacin caus una enorme satisfaccin en la opinin pblica. Varios das mstarde aparecan en algunos diarios las primeras estadsticas de civiles liberados, ascomo del personal que aun se hallaba en poder de los filipinos, al menos 9.000individuos.

    El 5 de febrero se desataba la guerra entre los Filipinos y los Estados Unidos. Espaa,que haba renunciado definitivamente a las islas con el Tratado de Pars, se vea abocada

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    a ser testigo impasible de aquella lucha tan desigual. Su posicin resultaba inslita ydolorosa. Por otra parte, en los ms altos jefes revolucionarios se haba idodesarrollando la idea de que la retencin de aquellos desdichados proporcionaba unvalor cara al futuro, una garanta ante las eventualidades del porvenir. Con la nuevaguerra se truncaron de un modo brusco las esperanzas de liberacin de los prisioneros.

    A los filipinos slo les interesaba ahora conseguir armas, municios o dinero a cambiosde cautivos, mientras que los Estados Unidos se mostraban decididos a evitar cualquiertrueque que pusiera en peligro sus planes de expansin. Pese a todo, desde Espaa seobservaba el nuevo conflicto irradiando nimos hacia el pueblo filipino, y el lgico odiohacia el ejrcito verdugo y pesadilla de la nacin. Ambos sentimientos operaron comofiltros de toda informacin llegada de las islas.

    El 22 de febrero se firmaba en Madrid, al fin, un Real Decreto concediendo el indulto alos filipinos confinados en presidios de la Pennsula y el Norte de Africa, viejaexigencia de Aguinaldo para negociar la libertad de los presos espaoles. Pero ahora los

    jefes filipinos, como acabamos de ver, tenan otras necesidades. La situacin de los

    prisioneros se fue as eternizando. El General norteamericano Ottis se opusosistemticamente a que el General Ros negociase con el gobierno filipino, siempre conel argumento de que si ste reciba slo dinero lo empleara en armas o municiones. Alos filipinos no les importaba las molestias y gastos ocasionados por la vigilancia ymantenimiento de los prisioneros. Las dificultades norteamericanas se conocieronoficialmente en Espaa a raz de un nuevo telegrama de Ros recibido el 12 de marzo:

    General Ottis impide gestin prisioneros. Manifiesta que estando filipinos en guerra conamericanos no puede permitir rescate sobre base recursos metlicos que mejoraransituacin aqu; no permite comisionados atravesar lneas avanzadas. Protesto alegandosentimientos humanitarios, y en nombre de estos creo llegado momento gestionaroficios potencias por mediacin cnsules.

    El mensaje llegado de manila provoc una urgente entrevista entre Silvela -nuevopresidente del Gobierno- y el General Polavieja, profundo conocedor de la causafilipina. Se decidi deshechar negociar con Aguinaldo por miedo a los norteamericanos,como alternativa se determin recurrir a la va diplomtica. De este modo, Rosconvocaba a una reunin en Manila a los principales representantes extranjeros y a las

    personas de mayor influencia en las islas. En el encuentro se nombr una comisininternacional que ira a hablar con Aguinaldo en su misma residencia, entregndole unacarta firmada por el elemento extranjero del archipilago, includo las ms importantes

    industrias y casas de comercio. En la carta se peda la liberacin de prisioneros pormotivos humanitarios. Snchez Ocaa, Jefe de Estado Mayor de Ros, y el auditor de labrigada Octaviano Romeo, fueron elegidos como representantes, aunque el encargadode llevar a Aguinaldo el documento con las firmas fue el Barn Du Marais. El jefefilipino jams recibi este escrito al ser matado el emisario francs en plena misin.

    El 6 de abril llegaba a Madrid un telegrama del Casino Espaol de Manila, en donde sedaba cuenta del nuevo fracaso de una misin negociadora, en este caso formada poraquel centro.

    Poco despus, el 20 del mismo mes, el General Ros mand otra delegacin encabezada

    de nuevo por el auditor de brigada Octaviano Romeo, ahora acompaado por elComandante de Ingenieros Las Heras. Ambos llegaron a Malolos y pudieron

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    entrevistarse con el General Mc Arthur, pero el jefe norteamericano les oblig a desistirde su empeo prohibindoles el cruce de sus lneas.

    Romeo y Las Heras repetirn la empresa el 25 de abril, acompaados por ArmandoAlvares, alto cargo de Tabacalera que representaba a la colonia extranjera, y el

    influyente periodista Jos Gmez Centurin, el cual tena dos hijos militares comoprisioneros. Esta vez se logr atravesar las lneas norteamericanas, pero las tropasfilipinas se oposieron a que continuaran su camino hasta Aguinaldo. Tan sloobtuvieron de ste un telegrama difcil de entender polticamente:

    Estando en negociaciones con el gobierno americano respecto a la libertad de losprisioneros espaoles, no puedo entablar negociaciones de ninguna clase con elGobierno de Espaa.

    La nica explicacin a este sorprendente mensaje radica en una nueva ingenuapretensin filipina: Aguinaldo y sus consejeros pensaban ahora que los prisioneros les

    seran de utilidad para negociar una paz honrosa con los norteamericanos.Cmo si aestos ltimos les importase en algo la suerte de aquellos pobres! Ros apost entonces

    por hacer llegar a Aguinaldo a alguna personalidad de su entera confianza. De estomodo se envi, bajo el permiso del General Ottis, al escritor y periodista espaol JosMara Romero y Salas, residente en Filipinas desde bastantes aos atrs, y director delDiario de Manila y el Diario de Filipinas. Tambin marchaba en la expedicin IsaacFernndez de los Ros. Pero en este caso las tropas americanas imposibilitaron el pasode los comisionados, provocando su regreso a Manila aduciendo motivos de alta

    poltica. Romero y Salas marchar a Hong-Kong donde fundar, lejos de la censuraestadounidense, el Correo de Oriente, peridico portavoz de la opinin de los espaolesque an quedaban en las islas.

    A primeros de Junio el General Jaramillo sustitua a Ros en su cargo. Bajo la nuevadireccin se persistir en la postura errnea de delegar en otros las delicadas tareas degestin, pese a que Aguinaldo siempre se escudi, para esquivar negociar, en la pocarepresentatividad de las personas comisionadas. Pero tampoco Jaramillo, como Ros,expondr la vida en el trabajo encomendado. La primera delegacin formada por elnuevo Capitn General estar encabezada por Antonio del Ro y el Comandante EnriqueToral. El General Ottis les autoriz a cruzar las lneas. Los emisarios partieron hacia elcampo filipino el 15 de junio. Durante varios das de negociacin, al fin, con Aguinaldoy otros jefes filipinos, los cuales afirmaron que pondran en libertad a todos los

    prisioneros menos a los frailes, excepcin que no pudo ser aceptada. El gobiernofilipino comunic entonces que se admita la liberacin de todos los prisioneros sinexclusin alguna, pero con dos condiciones:

    1. El reconocimiento de la independencia filipina y de que la cesin hecha por Espaade su soberana a Filipinas a la nacin americana careca de todo valor.

    2. Aceptado esto, el gobierno filipino se comprometa a sufragar todos los gastos derepatriacin de los prisioneros espaoles, pero se tena que pagar por su libertad enarmas, municiones, provisiones o en su equivalencia en metlico.

    El primer requisito slo pudo calificarse como un disparate, mientras que para el pago,lgicamente en dinero, era imprescindible burlar la oposicin norteamericana. Tras

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    varias jornadas de dilogo los filipinos estipularon el canje en 7 millones de pesos, cifraque a los espaoles les pareci desorbitada, ofreciendo varios das despus, comoalternativa, la suma de 2 millones. Las negociaciones se interrumpieron, pero en un tonoamistoso. Justo por aquellas fechas, el 30 de junio, Aguinaldo firmaba el famosodecreto otorgando la libertad a los hroes espaoles de Baler, no considerndolos, por

    tanto, prisioneros de guerra. La hazaa de una treintena de hombres, en el futuroconocidos como los ltimos de Filipinas, fue dejando a un lado el inters por laangustiosa situacin de unas 9.000 personas an injustamente cautivas. Los soldados delglorioso destacamento eran puestos a disposicin de los comisionados espaoles. Desdemayo se hablaba en la pennsula cada vez ms de Baler, y menos de los hombres quean quedaban en Filipinas. En la prensa lleg a desaparecer el ya viejo tema de los

    prisioneros. El gesto de Aguinaldo otorgando la libertad a aquel puado de soldados fueexageradamente aplaudido en Espaa. Nadie se acord de los miles de presos todava enmanos filipinas.

    A primeros de agosto el General Jaramillo conoca un nuevo decreto firmado por

    Aguinaldo el 5 de junio. En dicho texto se conceda la libertad a mas prisioneros civilesy militares enfermos, indicndose el procedimiento a seguir para hacer efectiva laliberacin.

    Las autoridades espaolas se apresuraron a reemprender las negociaciones para liberar atodos sin exclusin, pero se suspendieron las mismas por orden del gobierno de Madrid,al parecer por presin norteamericana ante la sospecha del trueque por dinero. Lasgestiones espaolas apuntaron de nuevo hacia el bando norteamericano. Jaramillo pidi

    permiso al General Ottis para llevar vveres a los prisioneros espaoles, e incluso pararecogerlos bajo bandera de la Cruz Roja, pero la respuesta fue negativa.

    A finales de septiembre Del Ro y Toral retornaron a negociar, llevando en la manounas bases sobre las cuales llegar a un definitivo acuerdo. Los jefes filipinos rechazaronel intento alegando, una vez ms, falta de representatividad en los comisionadosespaoles. Tras varias nuevas entrevistas se decidi concertar un encuentro entre ambos

    bandos para el 2 de octubre. Llegado aquel da el Gobierno filipino insisti otra vez enla necesidad del pago de los 7 millones de pesos, as como en el reconocimiento de susoberana en las islas. Las conversaciones conclueron con estas irnicas palabras de loscomisionados de Aguinaldo:

    El gobierno filipino no retiene por placer ni gusto a los prisioneros espaoles ni

    obstaculiza su liberacin, sino que pretende sola y exclusivamente sacar de este asuntolas ventajas que le proporcionan sus derechos, conveniencias e intereses.

    Los delegados espaoles vieron como se les daba el pasaporte para abandonar elterritorio filipino. Aguinaldo y sus colaboradores evidenciaban un gran nerviosismoante los enormes avances de las tropas norteamericanas. Las carencias humanas ymateriales empujaron a Aguinaldo a dictar otro decreto en donde ofreca entregar a los

    prisioneros al gobierno norteamericano, pero los Estados Unidos hicieron caso omiso ycontinuaron acorralando al ejrcito filipino. Aguinaldo se vio obligado a diseminar susfuerzas, hecho que favoreci el abandono de los prisioneros, los cuales ya eran slo unestorbo. De esto modo, la mayora de confinados en el norte y centro de la isla

    acudieron a los campamentos americanos para all tomar de los comisionados espaolesun poco de dinero en metlico y algo de calzado y ropa.

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    Se reencontraban con la libertad, pero no tenan que agradecrselo a nadie. Lascircunstancias, antes crueles con estas personas, se ponan ahora de su parte. Al ejrcitofilipino no le interesaba ya aquella retencin, ni era capaz de atenderla. Pese a que elfeliz desenlace slo fue producto de la casualidad, muchos espaoles pretendieronadjudicarse el mrito de una supuesta gestin definitiva. Por entonces abundaba la

    enfermiza necesidad de afanarse en edificar hroes contemporneos, con los quecompensar en el nimo el declive del pas. De este modo, muchos elevaron a lacategora de gesta la labor de Jaramillo, otros la de Ros y otros la de Antonio Fuset,Presidente de la Comisin Ejecutiva de esta institucin, como hroe responsable enPars de las conversaciones finales que desencadenaron la liberacin.

    Precisamente la revista La Cruz Roja, subtitulada rgano oficial de la AsambleaSuprema espaola, realizar un seguimiento detallado de los pasos de los recinliberados, dando cuenta de la llegada de buques y de los socorros dispensados en los

    puertos para paliar su lamentable estado. Desde una revista disidente de la Cruz Roja,titulada El Camillero, se mantendr una tarea informativa similar. Pero la publicacin

    ms original y en exclusiva dedicada al tema que nos ocupa fue Los Prisioneros, nacidacomo peridico auxiliar de la asociacin de las familias de los prisioneros en Filipinas.Se trataba tan slo de una pgina editada con periodicidad irregular, pero que fue

    portavoz de toda clase de noticias y quejas en torno a la realidad y futuro de losprisioneros. Dede sus columnas se intent presionar tanto a las Cortes, como a la prensa,opinin pblica e incluso al pueblo filipino. En ella se divulgarn las relacionescompletas de liberados, indicando sus nombres, cargos y lugares en donde se hallaban.La revista, editada en Madrid, dur, que sepamos, desde el 29 de octubre de 1899 al 7de enero del ao siguiente, posiblemente slo cinco nmeros; pero pese a su efmeraexistencia aporta unos datos extraordinariamente valiosos y cargados de emocin,

    producto de la indignacin e impotencia de los familiares afectados. El director y elprincipal redactor responsable, Luis Garca Arias y Andrs de Lovaine respectivamente,fueron citados a juicio por una demanda interpuesta por la Cruz Roja, al cuestionar el

    buen fin del dinero que se recaudaba para obras benficas. Igual suerte corrieron losresponsables de El Camillero. Otras revistas irrepetibles que atendern al tema de los

    prisioneros sern Filipinas ante Europa, conocida como el peridico de Aguinaldo, perotambin editado en Madrid, y cuya direccin corri a cargo del filipino Isabelo de losReyes y Florentino, personaje de compleja trayectoria pero fundamental para entenderla Historia de Filipinas. Tambin en Barcelona surgir El Filipino, peridico que erargano del subcomit filipino de Barcelona. Sus caractersticas ideolgicas fueronsimilares a las de Filipinas ante Europa, su director era Manuel Artigas y Cuerva,

    responsible tambin de la creacin y direccin, junto a Eduardo Castaer, de la Voz deUltramar, otro ejemplo de publicacin singular de consulta obligada para el historiador.

    Qu importa que perezcan en Filipinas unos cuantos miles de espaoles?, se habapreguntado El Imparcial varios meses atras (11 de enero de 1899). Tambin desde estediario se sealar dos das ms tarde: Espaa no puede dar al mundo, despus de tantasamarguras y de tan grandes vergenzas como las que ltimamente ha sufrido, elespectculo de una nacin que ha perdido el ms grande y el ms fuerte de todos lossentimientos: el sentimiento de la maternidad.

    Entre diciembre y enero de 1900, regresaba la gran mayora de los supervivientes, unas

    6.000 personas, bastantes dadas por muertos por sus familiares. La cifra haba decrecidoporque en los ltimos meses muchos fallecieron vctimas de enfermedades. La

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    repatriacin se efectu a travs de grandes buques, como el San Ignacio, Elcano o elLen XIII, algunos embarques fueron sufragados por los Estados Unidos Sentimientode culpabilidad?

    Ni Silvela ni Sagasta, ni personalidad alguna con verdadero poder, se libraron de la

    vergenza de un olvido tan injusto como innoble, tan poco espaol, si nos atenemos alos conceptos que tanto gustaban en la poca. En todos los diarios aparecieron de unaforma continuada los nombres de los ocupantes de cada barco de repatriacin. Lasllegadas de los mismos se procuraban llevar a cabo de una manera sigilosa, a ser posibleentre las tinieblas de la noche, como haba sucedido en el caso de los repatriados deCuba. Fueron los ltimos en volver a casa, aunque muchos se encontraron sin hogar y seresignaron a vagabundear por el pas. Nunca psaron del anonimato, pero en verdad lescabe el honor, puesto que as quiso el destino, de ser realmente los ltimos de Filipinas,sin cuestionar el papel tradicionalmente asignado de los hores de Baler, a los quetambin les toc vivir el olvido tras un ruidoso recibimiento.

    BIBLIOGRAFA

    Diarios:

    La poca, Heraldo de Madrid, El Imparcial, El LIberal, El Nacional, El Pas.

    Revistas:

    El Camillero, La Cruz Roja, Filipinas ante Europa, El Filipino, Nuestro Tiempo(Rubiano, Santos, Recuerdos de un prisionero de los tagalos, Oct. y Dic. 1907; Feb. ySept. 1908), Los Prisioneros, La Voz de Ultramar.

    Anuarios:

    SOLDEVILLA, Fernando: El ao poltico, volmenes de 1898 y 1899, Madrid, 1899 y1900.

    Libros:

    GENOVA E ITURBE, Juan: Los prisioneros, memoria de la comisin desempeada enel campo filipino por D. Jos Gnova e Iturbe, de orden del Excelentsimo Seor

    Capitn General de Filipinas, D. Diego de los Ros, Madrid, Establecimiento tipogrficode G. Juste, 1900.

    HERRERO SAMPEDRO, Ulpiano: Nuestra prisin en poder de los revolucionariosfilipinos, crnica de dieciocho meses de cautiverio de ms de cien religiosos del centrode Luzn, empleados en el ministerio de las almas, Manila, Imprenta del Colegio deSanto Toms, 1900.

    MARTNEZ, Graciano: Memorias del cautiverio, Manila, Imprenta del Colegio deSanto Toms, 1900.

  • 7/25/2019 Los Verdaderos ltimos de Filipinas

    11/11

    MORENO JEREZ, Luis: Los prisioneros espaoles en poder de los tagalos, relatohistrico de este cautiverio y de las gestiones llevadas a cabo para libertarlos. Manila,Establecimiento tipogrfico del Diario de Manila, 1900.

    RA-BAJA, Carlos: El desastre filipino: memorias de un prisionero. Barcelona,

    Tipogrfica La Acadmica, de Serra Hermanos y Russell, 1899.

    SEECI 2000, N 3 - Junio 1998 (Pgs. 31-38)