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Beato Luquesio Modestini: El primer seguidor seglar de San Francisco San Francisco se hallaba en la ciudad-fortaleza e imperial de la familia Poggio Bonizzi (actual Poggibonzi), señor del lugar, sobre el camino de Florencia a Siena. Allí le fue donado en 1213 la iglesia de Santa María propiedad de “Vico Camalduli” junto con dos casas, donde sus frailes instalaron un convento. En esta ciudad vivía un hombre llamado Luquesio Modestini (según la tradición, conocido de Francisco y su padre). Nacido en Caggiano, en la Toscana, ambicioso mercader de telas, vanidoso estafador y ostentoso de vida mundana. Partidario de los Guelfos (contrarios al poder temporal del papado), apoyaba a este escandaloso partido con su dinero y luchaba él mismo en contra de los Gibelinos (favorables al poder temporal de los papas). Aunque interiormente guardaba reverencia al Suma Pontífice. Siendo muy perseguido de sus contrarios, dejó su ciudad para dedicarse exclusivamente a su comercio, mudándose a Poggibonsi. Conoció a su esposa Bonadonna Bencivenni, de familia de alta alcurnia, pero del partido contrario de los Gibelinos, defensores del papa. Previo acuerdo de dejar la carrera de armas y llevar una vida pacífica, se logró el matrimonio. Dándole como dote, dos casas. El negocio de telas al que se dedicó era prospero, pero algo faltaba… Tocado por la Gracia, vió el desengaño de tal vida y comenzó a mudar de actitud. Pocos años después de este cambio de vida y de entrega a los pobres y presos, se encuentra con San Francisco, a quien ya conocía por sus sermones. Sabía el Santo Patriarca que pasaba por su alma y veía en él a “otra plantita”. El Santo Patriarca le confió la idea de fundar una orden para seglares de ambos sexos y de cualquier estado. Junto a Luquesio, pidieron el hábito su esposa la Beata Bona, el beato Pedro colle, su pariente Bruno de Colle y su mujer y otros dos llamados Boerio y Martholese. Estos junto a otros muchos estuvieron reunidos a la hora convenida en Poggibonsi, Florencia, cuna de la Tercera Orden Franciscana. La forma del hábito que señaló S. Francisco fue de lana de color gris ceniza y su respectiva capa, con una cuerda con tres nudos, modesto y humilde y no tan grueso como el de los frailes, por consejo del Seráfico Patriarca cuya máxima era que los laicos

Luquesio Modestini primer miembro de la OFS

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Beato Luquesio Modestini: El primer seguidor seglar de San Francisco    San Francisco se hallaba en la ciudad-fortaleza e imperial de la familia Poggio Bonizzi (actual Poggibonzi), señor del lugar, sobre el camino de Florencia a Siena. Allí le fue donado en 1213 la iglesia de Santa María propiedad de “Vico Camalduli” junto con dos casas, donde sus frailes instalaron un convento. En esta ciudad vivía un hombre llamado Luquesio Modestini (según la tradición, conocido de Francisco y su padre). Nacido en Caggiano, en la Toscana, ambicioso mercader de telas, vanidoso estafador y ostentoso de vida mundana. Partidario de los Guelfos (contrarios al poder temporal del papado), apoyaba a este escandaloso partido con su dinero y luchaba él mismo en contra de los Gibelinos (favorables al poder temporal de los papas). Aunque interiormente guardaba reverencia al Suma Pontífice. Siendo muy perseguido de sus contrarios, dejó su ciudad para dedicarse exclusivamente a su comercio, mudándose a Poggibonsi. Conoció a su esposa Bonadonna Bencivenni, de familia de alta alcurnia, pero del partido contrario de los Gibelinos, defensores del papa. Previo acuerdo de dejar la carrera de armas y llevar una vida pacífica, se logró el matrimonio. Dándole como dote, dos casas. El negocio de telas al que se dedicó era prospero, pero algo faltaba…Tocado por la Gracia, vió el desengaño de tal vida y comenzó a mudar de actitud. Pocos años después de este cambio de vida y de entrega a los pobres y presos, se encuentra con San Francisco,  a quien ya conocía por sus sermones. Sabía el Santo Patriarca que pasaba por su alma y veía en él a “otra plantita”. El Santo Patriarca le confió la idea de fundar una orden para seglares de ambos sexos y de cualquier estado. Junto a Luquesio, pidieron el hábito su esposa la Beata Bona, el beato Pedro colle,  su pariente Bruno de Colle y su mujer y otros dos llamados Boerio y Martholese. Estos junto a otros muchos estuvieron reunidos a la hora convenida en Poggibonsi, Florencia, cuna de la Tercera Orden Franciscana. La forma del hábito que señaló S. Francisco fue de lana de color gris ceniza y su respectiva capa, con una cuerda con tres nudos, modesto y humilde y no tan grueso como el de los frailes, por consejo del Seráfico Patriarca cuya máxima era que los laicos viviesen según su estado, evitando la vana curiosidad y ostentación. “De esta forma también se vistió su mujer la Bienaventurada Doña Bona, Matrona venerable y muy virtuosa.” La Crónica que nos ha conservado estos detalles, añade que el Pobrecillo le enseñó “algunas oraciones de viva voz” hasta darle una regla por escrito (Wadding, Annales Minorum, al año 1221, XIII).

  Resplandeció en Luquesio una gran compasión por pobres y afligidos que se olvidaba de sí mismo, de su casa y familia. De todos sus bienes se quedó con una pequeña casa con un huerto que cultivaba para su sostenimiento, habiendo vendido y a todo en 1227, entregando lo obtenido al hospital de San Juan. Con esta virtud se aprovechó su alma en poco tiempo. De avaro en bienes temporales, con el cambio de vida y habito se volvió prodigo en la entrega de sus bienes, auxiliando a pobres y extraños. Conocido es el milagro de los panes: un día acuden unos pobres y el siervo Luquesio les había entregado todo el pan disponible. Al poco tiempo llegan otros, Luquesio pide a su esposa, la beata Bona que traiga más pan, esta le contesta de mala manera que ya no había, ya que al principio era contraria a tanta prodigalidad pensando en su familia y en que se quedaría muy pobre. Lo agraviaba diciéndole que se “le había dado vuelta la cabeza con tantos ayunos y penitencias, que no había nada para ellos ni sus dos hijos por lo que se verían obligados a mendigar para ellos, haciendo el ridículo ante los demás. Eran constantes y pesados estos insultos que el santo con paciencia y compasión soportaba para su mayor virtud. Desoyendo el agravio le vuelve a solicitar que busque en el arca donde estaba el pan, que allí encontraría. Fue la beata  con poca fe

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y al abrir el arca, la encontró llena de pan, hecho que produjo su conversión definitiva, pidiéndole perdón, siendo en adelante compañera inseparable de su marido en sus aventuras misericordiosas. Con semejante apoyo no solo daba lo sobrante de su sustento familiar, sino hasta lo necesario para él, su mujer y dos pequeños hijos. Y si no poseía nada, los consolaba con lágrimas. Culpaban de indecentes, sus familiares y conocidos, estos extremos de su piedad, viéndole reducido al estado de pobreza, pero él estaba atento a su vocación, menospreciando esos reparos venidos de la vanidad para detener la virtud.

Una vez, un sacerdote le pidió algunas cebollas de su quinta para él, como se quejase de la poca cantidad, le dijo Luquesio que bendijera las que quedaran ese día, así lo hizo y al día siguiente la miserable cantidad se multiplicó.Cuidaba mucho de la educación religiosa de sus dos pequeños hijos, infundiéndoles el Temor de ofender a Dios, con el santo ejemplo de sus padres. Pero Dios se los llevó pequeños, para tener consigo a dos pequeños ángeles. De esta manera ya estaba totalmente desprendido del mundo.Recorría el beato diversas ciudades pidiendo limosna para los pobres y enfermos de diversos hospitales, sin importarle el qué dirán y el tiempo gastado en ello. En tiempos difíciles para las ciudades marítimas de Sena y Pisa, donde se encontraban otros pobres, llevaba en un asno, una bolsa llena de remedios: jarabes, píldoras, conservas y todo lo mínimo indispensable para los enfermos, que producía en estos, una alegría inmensa el solo hecho de ver a tan caritativo personaje. Llevaba a los enfermos según sus deseos o necesidad a los hospitales en su caballo, de a dos o de a tres, caminando él al lado del caballo, sin pensar en el cansancio de dicho trabajo. A quienes no podían ir a caballo, los llevaba de la mano, exhortándolos a proseguir el camino. En estos mismos actos virtuosos se dedicaba su mujer con las mujeres pobres, imitando la Caridad de su esposo santo.

Llevando el Beato, una vez a un pobre sobre sus hombros un enfermo, un joven se burló de él diciendo: “Esa carga que llevas, parece más un demonio que un hombre”. A lo que el beato respondió: “La carga que llevo, hermano mío, es a Jesucristo. Porque Él dijo: “Lo que hicisteis con uno de mis pequeños, a mí me lo hicisteis”. Y así yo pienso que llevándolo a este pobre, lo llevo a mi Señor Jesucristo”. Dicho esto el joven quedó inmediatamente mudo y con un intenso ardor en sus entrañas…Viéndose de tal manera, se echó a los pies del santo pidiéndole perdón y mostrando  con señas verdadero arrepentimiento de sus palabras. Rogó el beato a Dios por él, diciéndole luego: “Levántate hijo del suelo, que está restituida su sanidad”. Y le fue restituida el habla y calmado el ardor. Confesando llorosamente su culpa, le dijo el Siervo: “Hijo: las injurias que se hacen a los pobres, hallan venganza en la Ira de Dios. Ámalos mucho desde hoy en adelante y teme no te suceda peor sino te corriges”.En otra ocasión se juntaron unos jóvenes disolutos en la ciudad de Massana, para robarle toda la provisión que llevaba para los pobres, cuando lo encontraran por el camino. También con deseos de maltratarlo de hecho y de palabras, para probar su fama de santo y si no lo hallaban paciente tenerlo por embustero. Advertido el santo por revelación, iba al encuentro animoso por amor de Cristo. Al encontrárselos les dijo: “Ya me tienen en sus manos, pero no puedo dejar de advertirles, que tengo a Dios por defensa, por cuyo amor me he desposeído de mi hacienda, y esta provisión que llevo es patrimonio de sus pobres, fundado en la piedad cristiana. Toda su conspiración es vanísima teniendo a Dios por protector; pero si aun con este aviso no se dá por vencida vuestra temeridad, yo estoy dispuesto a sufrir las injurias que deseen hacerme”.

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Quedaron atónitos los jóvenes y postrados a sus pies le pidieron perdón, corrigiéndolos con humildad y mansedumbre, dándoles consejos de vida eterna. Desde allí en adelante lo tenían por santo.

En vida de este siervo de Dios ocurrió que un hombre natural de Poggibonsi, conocido íntimo del santo hacía tiempo estaba preso en Florencia  por deudas. Era un rico Tesorero de la ciudad de Florencia, se perdió  en la avaricia, fue preso y se confiscaron sus bienes. Su  familia de muchos hijos era sustentada por el Beato Luquesio durante este largo trance. Puesto el hombre en esa terrible situación se encomendó a Dios fervientemente, poniendo delante de la Majestad de Divina los méritos de Luquesio para alcanzar la libertad deseada. Lo llamativo es que el preso lo creía al santo ya difunto. Lo invocó diciendo: “Desdichado de mí en esta oscura prisión. ¿Qué harán mi mujer e hijos en tanta miseria a causa de mi desgracia? Luquesio, mi buen amigo, refugio de pobres y consuelo de afligidos, acaso ya habrás muerto? Este solo recurso tenía mi memoria para consuelo de mis penas, pero este ya me falta, pues presagioso mi corazón me dice que es muerto. ¡Oh Luquesio, santo amigo mío, no dudo que tus virtudes labraron tu corona de gloria! En el tiempo de las aflicciones se conoce la fineza de los amigos y nunca has sido más poderoso para socorrer necesidades, ahora que estás en la gloria, no olvides la caridad que tuviste con mi pobre familia, ahora que vive en la mayor miseria y desamparo. Apiádate de ellos y de mí!  Cosa maravillosa! Estaba Luquesio vivo en Poggibonsi cuando ocurrió esto y sobrevivió a este caso algunos años más, cuando se halló en Florencia, a 20 millas de su ciudad, en la cárcel junto a su amigo y habiéndolo consolado, le sacó de la cárcel sin abrir la puerta  y se encontró en frente de su casa. Asombrado y creyendo que era un sueño o ilusión , toco a la puerta de su casa despertando  a su mujer e hijos, quienes se sorprendieron de verlo. Se examinó tiempo después el suceso y viendo que no había puertas ni cárceles abiertas, se tomó como milagroso y se le perdonó la deuda. Pudo suceder esto de dos maneras: o entró el Beato Luquesio por ministerio de un ángel o tomando el ángel la forma del siervo de Dios. De cualquier forma, quiso Dios favorecer la fe del afligido en su santo amigo.

Hombre de oración constante y elevada, sea en casa o fuera de ella, trabajando o descansando, continuamente andaba su alma elevaba a Dios. En el silencio de la noche contemplaba y meditaba la Palabra de Dios y de día ejercía la caridad, teniendo presente al Dueño de sus favores.

Siendo Superintendente de la fábrica del Convento de San Francisco de Poggibonsi, no había tenido tiempo para darse a la oración y oyendo que los religiosos al caer la tarde comenzaban el Oficio de Completas, apenas entró a la iglesia se puso de rodillas, entró en éxtasis. El sacristán, cuando llegó la noche, quiso cerrar las puertas de la iglesia; se llegó a él y lo encontró inmóvil como una estatua. Hablándole, creyó que estaba muerto y asustado, avisó a los frailes. Cuando llegaron estos, lo encontraron elevado sobre los aires, perdido en la Divinidad y debiendo esperar a que volviera del rapto.

Otro día, sacando un tiempo pequeño a su trabajo de superintendente, entró a la iglesia y encontró a un religioso orando. A este lo turbó el Demonio con una ilusión, haciéndole creer que se caía el techo de la iglesia, provocando que el fraile saliera corriendo asustado, pero Luquesio, reconociendo el engaño le dijo al religioso: “ Padre, a donde va tan asustado? Porqué dejas la adorable presencia del Cuerpo de Cristo?” Le

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respondió el fraile: “No oyes el crujir de la madera y como se cae la iglesia?”. Sonriendo el santo le contestó: “No temas hermano, que eso fue artimaña del Demonio para turbar tu paz de espíritu y entorpecer tu oración. Quédate conmigo y deja tu miedo, para que no salga ganando el enemigo”. Tranquilizado el religioso, estando junto al siervo largo rato en oración, pudo contemplarlo elevado en los aires absorto en oración y comprobando así que fue engañado por el Diablo.

Otra vez, asistiendo junto a la Comunidad de religiosos, mientras que se cantaba el “Cántico de los tres niños”: Benedícite omnia opera Domini Domino…entró en consideración de la consonancia de la alabanza en que la variedad de toda la Creación canta al Creador. En esto entró en éxtasis y se elevó por los aires por mucho tiempo para edificación de toda la Comunidad. En estos raptos lo vieron muchas veces y a tal grado de contemplación le levantaron sus penitencias, que derribó los ataques de la carne para volar libre en espíritu.

Su abstinencia fue admirable: ayunaba todas las cuaresmas de San Francisco con pequeñas escalas de groseras viandas de mala comida, obtenidas de lo más despreciable de sus limosnas. Ayunaba martes y viernes a pan y agua en memoria de la Pasión de Ntro. Señor, durante todo el año. Usaba duros cilicios y frecuentes disciplinas sin que sus frecuentes asistencias a hospitales y cárceles, dispensaran esta ascesis.Habiendo probado El Señor su virtud con diversos trabajos, persecuciones y temporales  infortunios, lo llamó para darle la corona de vencedor. Sufriendo de una larga enfermedad, se desconsolaron los pobres y en especial su amada esposa. Su mujer Buonadonna o Bona, viendo a su marido cercano a la muerte, le rogó con devoción que como le fue fiel compañera en los trabajos de esta penosa vida y valle de lágrimas, así por intercesión suya, le sacase también de este destierro y poder gustar juntos de la patria Celestial. Fue oída su devota oración, y aquel mismo día enfermó gravemente y recibidos los sacramentos, pasó al Señor a las pocas horas de su marido Luchesio “a quién había servido en el Señor”.

El entierro de la Beata se hizo con solemne pompa y fue muy concurrido por su fama de santidad y obrando muchos milagros. Fue enterrada en la iglesia del Castillo de la familia de Podio Bonizzi (actual Poggibonsi) y se perdieron con ocasión de que los florentinos arrasaron el castillo en el siglo XVI. Solo se conserva un brazo que luego de estar en la iglesia del convento de San Francisco en Poggibonsi (actual Basílica de San Luquesio) se conserva en la Iglesia Asunción de la Santísima Virgen María, de la misma ciudad.

Conociendo que su muerte estaba cercana por revelación divina, dispuestas sus cosas e hizo llamar a fray Hildebrando, confesor suyo, se preparó para recibir a la Hermana Muerte. Lo alentó el discreto confesor para duro trance, pero el santo respondió: “Padre, estimo sus saludables consejos, pero me tiene el Señor en su gran Misericordia tan prevenido para este lance que la caridad con que fortalece mi espíritu, destierra mis temores”. Elevando sus manos y ojos al cielo expresó: “Ofrezco gracias infinitas a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo; a la Santísima Virgen María y a mi Padre S. Francisco y a todos los santos, porque me siento libre de los lazos del Demonio, no por merecimientos míos, sino por los méritos de la Pasión de mi Señor Jesucristo”. Dicho esto y recibida la Extremaunción y el Santo Viático, pasó de este mundo a su Creador, el 20 de abril de 1250.

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Se juntó toda la clerecía y el pueblo, llevando el venerable cuerpo a la iglesia de los frailes menores ubicada fuera de Poggibonsi, en el lugar denominado “de Camaldo”, que fuera donado a S. Francisco en 1213  y donde se estaba construyendo la iglesia dedicada a S. Francisco según indicaciones de Fray Elías (hoy Basílica de San Luquesio).

Durante la peregrinación y exequias, dicen las biografías antiguas: “Cayo grande lluvia que inundaba los campos y fue cosa notable, que no se mojó persona alguna de las que llevaban y acompañaban el cuerpo del Siervo de Dios” (Primera parte de la Historia de la Tercera Orden de Ntro. Seráphico P. S. Francisco, Fray Juan Carrillo, editada en 1610). “Y a vista de este patente milagro a vista de todos fue creciendo la fe que tenían en su santidad”  (La Venerable y Esclarecida Orden Tercera de S. Francisco.

 MILAGROS DEL BEATO LUQUESIO

Un enfermo que estaba con una gran hinchazón en todo el cuerpo, se acercó como pudo al cuerpo y “besando la mano del Bienaventurado Luquesio, hizo lo que hacía en vida, pues lo sanó del todo. Por este milagro, aquél hombre tocado por la mano de Dios se hizo Frayle Menor” (Primera parte de la Historia de la Tercera Orden de Ntro. Seráphico P. S. Francisco, pág. 50; Fray Juan Carrillo, editada en 1610).El hermano de Fray Hildebrando, llamado Teobaldo, queriendo ser curado, sin besar la mano de Luquesio, se curó de cáncer de estómago.

Un hombre que se acercó al féretro a besar su pié, sin ser visto cortó un dedo y enseguida brotó sangre con un perfume agradable.

Una mujer viniendo de sus exequias, halló en su casa a su hijo pequeño que se había quemado medio cuerpo. Tomó la madre a su hijo en sus brazos, invoca a los gritos al Beato Luquesio. Y súbitamente su hijo queda sano y sin lesión alguna.Una mujer de mala vida, al ver emotiva procesión, se convierte de su mala vida.

En la ciudad de Recanate, en la provincia de la Marca de Ancona, fue un tiempo de tanta violencia entre los ciudadanos, de tantas muertes innecesarias, que el  Magistrado o alcalde del lugar publicó un edicto u ordenanza que dictaba que se entierre vivo al homicida junto al asesinado, para tratar con esto de apaciguar la violencia y desastrosas muertes. Poco después de publicado el edicto, sucedió que dos hermanos, discutiendo por  la hacienda familiar, uno dio muerte al otro. Preso el delincuente, se le aplicó la fuerza de la ley, atando al vivo junto al difunto y fueron enterrados juntos en el Convento de S. Francisco de Recanate. Tenían estos hermanos una tía, hermana de su madre, que era natural de Poggibonsi y devotísima de San Luquesio, en quién ponía su confianza para que Dios se apiade de aquella pobre juventud. Era tan firme la fe de esta mujer, que sabiendo que ya estaba ejecutado el suplicio, no perdía las esperanzas en el remedio por medio de su santo a quien le repetía las súplicas. Sucedió al día siguiente que unos niños estaban traveseando por el cementerio, quienes llegados a la tumba de los hermanos, vieron con susto que la tierra se movía tímidamente de arriba hacia abajo. Asustados, salieron corriendo y entrando en la iglesia del convento de los frailes, que estaban rezando el Oficio divino, comentaron lo sucedido. Después de oír a los niños, salieron a ver si era verdad o ilusión infantil. Vieron asombrados que se movía la tierra

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de aquel sepulcro, empezaron a cavar la tierra para ver el motivo. Apenas comenzado, oyeron voces apenas audibles. Reconociendo que eran voces humanas que decían: “Piedad! Estamos vivos! “y que al cavar más profundo, más fuerte se oían, siguieron la tarea con más cautela hasta hallar vivos a los dos hermanos. Aunque los religiosos no salían de su asombro, desataron a los hermanos. Corrió la voz por el pueblo sobre este prodigio, que vino a verlo. También se llegó el Magistrado con el ministro de justicia, el obispo con el clero y la madre de los hermanos, llamada Juana con su hermana. El obispo llamó a los resucitados y les preguntó sobre lo sucedido. Habló primero el muerto: “Señor, viéndome ya muerto por tantas heridas, perdoné de corazón a mi hermano y me encomendé con todo afecto al Bendito Luquesio, en cuya devoción me crió mi madre y me alentó mi tía”. El asesino dijo: “Señor, cuando me vi por la atrocidad de mi delito, condenado a muerte tan cruel, como el ser sepultado vivo, con verdadero dolor de mis pecados, pedí a Dios misericordia y me encomendé al   Bendito Luquesio, haciendo voto de que si me libraba, me haría religioso de la Orden de los Menores”. La madre y la tía dijeron que en tan lastimoso conflicto, nunca perdieron las esperanzas, repitiendo al Santo Luquesio, muchas súplicas. Los oyentes admirados y emocionados lloraban de alegría ante tal prodigio. El hermano que había muerto, se volvió a vivir con su madre. El homicida renunció a su patrimonio, producto de su ambición y entró como fraile de San Francisco llevando una vida ejemplar.Una mujer que hacía seis meses estaba ciega, le prometió al Beato ir a visitar su tumba y este se le apareció en sueños con una esplendorosa luz, diciéndole: “Antes de que llegues a visitar mis relíquias, recuperarás la vista”. Se puso en camino desde su pueblo, la Villa de Linari y a poca distancia, recuperó la vista de manera perfecta.Con el contacto de sus relíquias un ciego de nacimiento recobró la vista y otro que en un accidente había perdido un ojo, lo recuperó.

Un niño que incautamente cayó en un pozo profundo de agua, lo encomendó su afligida madre al Beato Luquesio, y el santo lo sacó de la profundidad, sosteniéndolo con sus manos sobre la superficie del agua, sin heridas. Y mientras bajaban a rescatarlo, el niño hacía señas para que rescaten al hombre que estaba debajo del agua sosteniéndolo. Ese hombre, era nuestro santo.

Fray Bartolomé, religioso menor de Ponte Pilio, al pasar por un puente algo dañado, cayó sobre el rio Arno. Invocando al Siervo de Dios, salió salvo del agua llegando a una orilla y sin el hábito mojado.

Juan Bueno de Porcia, en un encuentro entre Gibelinos y Guelfos, quedó preso. El Capitán que gobernaba, hombre feroz, lo hizo atar en un aspa o Cruz de San Andrés, para que muera allí, custodiado por guardias. El pobre invocó a viva voz al santo Luquesio, quién hizo romper las ataduras de manos y pies, ante la vista asombrada de los guardias, que ante el hecho no pudieron moverse, dejando escapar al prisionero.Volaterrano, señor de Villa de Binde, también cayó prisionero en una batalla junto a otros compañeros y fueron puestos en un castillo, encadenados y encerrados  a morir de hambre. Murieron todos menos Volaterrano, que se encomendó al Beato Luquesio y se conservó muchos días sin comer. Una noche se la cayeron los grilletes y viendo todas las puertas del calabozo y del castillo abiertas. Le decía una voz que saliera libre y se llevase consigo las cadenas, que los guardias no lo detendrían. Así lo hizo y escapó sin problemas. Llegándose luego agradecido al sepulcro del Beato, dejando las cadenas como recuerdo del prodigio. Esto mismo les ocurrió a otros tres hombres de Poggibonsi, presos en Florencia, que hicieron voto común de visitar la tumba de su santo

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compatriota. Encontraron las puertas de la cárcel y de la ciudad abierta y pudieron escapar.

Angelo de Ostia, capitán de un navío mercante, yendo de Apulia a Epiro, tuvo que soportar una tormenta tan fuerte que rompió el mástil mayor y se perdió el timón, quedando la nave a la deriva. El capitán que ya veía todo perdido, solicitó a su tripulación que hicieran voto de visitar la tumba del beato Luquesio y confíen en su protección, que él los salvaría. Hecho el voto, se apareció instantáneamente Luquesio, llenando la nave de luz y calmando la tormenta. Pudieron enderezar el timón y arreglar todo lo necesario para seguir, llegando sanos al puerto.

Fray Bartolomé de Tolomei, Ministro Provincial de la provincia de Sena, volviendo del capítulo general celebrado en Marsella en el año 1319 con otros 18 compañeros para su patria, sufrió una terrible tormenta que destrozó los mástiles y los marineros vieron que todo estaba perdido. Venía en la nave, un peregrino de Papiano, devotísimo del Santo Luquesio que viendo la fatalidad evidente, exhortó a todos a hacer voto de visitar su tumba, porque tenía experiencias anteriores en su intercesión. Hecho el voto, el peregrino gritó: “Salvo seremos ya que el santo viene a socorrernos: levántense todos a recibirlo”. Los marineros y pasajeros no vieron nada, pero pronto vieron que el mar se calmó y la tormenta se disipó. Así, el Santo se había hecho presente. Llegados sanos al puerto de Sabona, fueron descalzos y con antorchas en ordenada procesión al Convento de San Francisco a dar gracias a Dios que por los méritos del Bienaventurado Luquesio, los libró de la muerte.

A una mujer anciana y pobre, se le murió una hija que estaba casada y dejó un niño de pecho. La triste abuela, que no podía dar a criar a su nieto, afligida recurrió al patrocinio del “Bendito Luchesio”, de quién era devota, pidiéndole con lágrimas que se doliese él, que fue piadoso padre de pobres, de su extrema necesidad, porque no podía socorrer a su nieto. La oyó el santo y apareciéndose en sueños, la consoló y le tocó los pechos para poder así, alimentar al niño. Despertó y encontró sus pechos llenos de leche y duraron todo el tiempo necesario para la crianza del niño.

Un hombre condenado a sufrir latigazos inocentemente por ser indicado como iniciador de un delito, invocó al santo y durante los latigazos no sufrió ningún dolor ni herida, saliendo libre inmediatamente.

Estos milagros le dieron al beato, culto popular y era día de fiesta en su pueblo, el día de su tránsito. Un leñador fue al campo a cortar leña, despreciando la fiesta. Se cortó con el hacha un pié y reconociendo su culpa, pidió perdón de su culpa y prometió al santo de reservar como festivo su día, si le restituye el pié. Le llevaron a visitar su tumba y quedó de repente sano.

Otros milagros hizo Dios por intercesión del siervo, por los cuales fue dedicada a su nombre la iglesia donde estuvo enterrado en un sepulcro de mármol debajo del Altar principal y que actualmente es Basílica de San Luquesio.

Todos los años en el día de su Tránsito, se hace procesión pública y solemne con su cabeza y las reliquias de la santa esposa, en la ciudad de Poggibonsi, participando poblaciones aledañas. Desde la muerte de ambos se los ha llamado Santos, tanto sus

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compatriotas como todas las tres Órdenes, pero oficialmente Luquesio es Beato y Bonadonna Venerable.

El Papa Gregorio X, pasando por este lugar quiso probar su santidad, después de haber oído los milagros y visto la fe que tenían. Ordenó que se tirara su cabeza sobre una pira de fuego, la que estuvo largo rato y, ante la vista de todos y del papa mismo, su cabeza sin daño alguno, saltó de allí y se posó en las rodillas del pontífice. Visto este prodigio, el papa dio indulto apostólico para que tuviese culto público con procesión todos los años, contando con su bendición. Sucedió este hecho en 1273. Antiguamente se le celebraba el 15 de abril con rito doble de segunda clase con octava, sólo para los terciarios regulares. Desde 1694 las tres órdenes lo celebran el 28 de abril.El Papa Pío VI confirmó el culto como Beato en 1779, solamente a Luquesio.El origen del nombre es desconocido, pero se cree que es variante de Lucrecio o Lucio y significa “El que brilla”. Figuran varias acepciones: Luchesius, Lucchese, Lucensis.Es invocado por los padres que están a punto de perder a sus hijos o lo han perdido (ya que el glorioso Luquesio, perdió a sus hijos pequeños). “Estos fueron los primeros frutos y dichosas plantas de la Tercera Orden del Padre San Francisco”.  Se da en muchas biografías actuales como fecha de nacimiento 1181 y de muerte en 1260, pero diversas biografías antiguas y los Anales de la Orden de los Hermanos Menores, datan su muerte en 1242  y todas coinciden en que murió octogenario. Su nacimiento pudo ser cerca de 1160 y falleció en 1142 (y coincidir con la tradición de que era conocido del padre del Poverello), ya que la tumba de San Lucchese se menciona en un documento de 1251.

Según los registros del Convento de San Francisco de Poggibonsi, en 1252 terminó la construcción de la actual basílica que está a su nombre y descansan sus restos (la misma iglesia que Luquesio ayudó a construir y que originalmente se dedicaría a San Francisco).

Los frailes franciscanos inicialmente se limitaron simplemente a restaurar la iglesia románica desde el 28 de octubre 1236, cuando el Papa Gregorio IX envió el permiso para la reparación de la iglesia. En lo que constituye la construcción no se conoce, sólo se conoce la fecha de finalización de gran parte de los trabajos, 1252, y el nombre del que lo creó, el maestro Nicoletto, citado en una placa de mármol colocada en la puerta del relleno lado norte (D.NI AÑO MOLINO CC LII MAGISTER NICHOLETTUS FECIT HOC OPUS) y también está presente en San Gimignano, en 1257.La zona donde se levantaba el monasterio fue devastada por la guerra a menudo y el saqueo de las tropas de Florencia y Siena, que probablemente tuvo varias interrupciones en el trabajo, como en 1257 y 1270.

Fue terminada en 1300 durante la construcción del altar mayor de la que es una piedra que lleva la fecha (MCCC) en la segunda mitad del siglo y ahora debe de haber asumido sus dimensiones actuales.

En 1581, durante la reparación del piso del coro, se encontraron los huesos de Luquesio, el cuerpo fue vuelto a montar y se coloca en una urna en el altar.  En 1810 siguiendo las leyes napoleónicas del monasterio fue suprimido y expulsó a los monjes. En 1814, la Basílica pasó al clero diocesano, pasándose un fraile al clero

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secular para seguir custodiando al Santo y en 1817 los edificios del monasterio fueron vendidos a una persona privada: Francesco Frosini Martinucci.En1925 los franciscanos recuperaron la posesión del convento, y poco después, en 1930 -32, se hicieron de las obras de renovación.Asimismo se ha profundizado en el 1948 para reparar los daños de la guerra y en 1987 bajo la dirección de la Superintendencia de Monumentos de Siena.