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Maestría

EL SIGLO XIX, UNA APROXIMACION A LA HISTORIOGRAFIA MEXICANA

María Luna Argudín

2013

Posgrado en Historiografía

1

Índice

Presentación: los problemas historiográficos

Cap. 1 Mora: liberalismo e historia

Cap. 2 La tradición retórica y la historia

Cap. 3 Las fronteras móviles entre historia y ficción

Cap. 4 Las historias generales y México a través de los siglos

2

Presentación: los problemas historiográficos

Luciano de Samosata (125-180) bajo el elocuente título de Vera historia narra tres

relatos: un viaje a la Luna (en el que se libra una batalla entre los habitantes de la

Luna y el Sol), una expedición al obligo de una ballena y la visita a un muerto

ilustre.1 Retoma la antigua paradoja de Epiménides al declarar que la única

afirmación veraz en su historia es que él miente. De este modo establece un nuevo

juego con el lector, pues el público tampoco tiene bases para creer esta afirmación.2

Un siglo después de que escribiera Cicerón, quien llamó a Herodoto “el Padre

de la Historia” por su afán por distinguir entre la doxa (opinión del vulgo) y la

epistemé (el conocimiento los relatos sometidos a la crítica), el agudo retórico con

su Vera historia puso en duda los marcadores y fronteras tradicionales que

separaban la historia de la ficción.

Debate inacabado cuyas respuestas en los en los últimos 26 siglos (si tomamos

a Aristóteles como referente) han sido muy diversas y fecundas en matices, quizá

una de las más lúcidas fue la de Sexto Empírico. El latino distinguió tres narrativas:

historia, ficción y mito. La historia narra la verdad realmente como sucedió, la

ficción relata cosas que no sucedieron pero que parece que sucedieron y el mito

cuenta cosas que no sucedieron y que son falsas. En pocas palabras, la antigüedad

clásica establece que la distancia entre historia y literatura radica en la

intencionalidad del autor, mientras que una pretende relatar la verdad, la otra

trabaja con la verosimilitud.

El debate sobre la naturaleza del conocimiento del pasado se vivifica en

México después de la independencia, pues se ve en la historia un importante

vehículo para comprender y gobernar la complejidad del presente. Pero, la noción

1 Luciano de Samosta, Historia verdadera. 2 G.W. Bowersock, Fiction as History, Nero to Julian, p. 3-4.

3

de historia es problemática. Luis de la Rosa en abril de 1844 leyó una conferencia

en El Ateneo Mexicano que es ilustrativa. Ahí sostiene que bajo la literatura deben

entenderse “los idiomas, la oratoria, la poesía, todos los escritos inspirados por la

imaginación o que son la expresión de un sentimiento, la historia y todos los ramos

anexos a ella”. La literatura en este sentido amplio es considerada como “el más

poderoso instrumento para propagar la instrucción y la moralidad” y, en

consecuencia, el instrumento que mejor puede “influir en la civilización y en el

engrandecimiento de los pueblos”.3

En la conferencia de la Rosa es posible advertir que las elites culturales

escribieron con una triple función social: observar y reflexionar sobre la realidad,

formar los valores de las jóvenes generaciones y moldear una cultura y una

identidad distinta a la española. De hecho, cultivaron de manera simultánea varios

géneros de las artes liberales: poesía, cuento, cuadros y novelas de costumbres,

novela histórica, teatro, historia, oratoria y ensayo, por lo que se les llamó

“polígrafos”.

Un rasgo distingue a los polígrafos mexicanos: su capacidad para fundar

instituciones políticas y culturales, de hecho conciben su quehacer político y

cultural como una sola misión.

Para aprehender la noción de historia este libro propone como lugar de

observación el taller del historiador, a partir de la estrecha articulación entre

preceptiva, debates y las prácticas escriturísticas con las que los polígrafos

representan el pasado.

Antes que ofrecer una revisión exhaustiva de autores y obras, se han elegido

textos emblemáticos que permiten acceder desde distintas perspectivas a la misión,

qui en plural misiones es más correcto, de la historia.

3 Luis De la Rosa, “Utilidad de la literatura en México”, p. 87.

4

El capítulo 1. Mora: liberalismo e historia, fundamentalmente aborda la

profunda interacción entre el presente que se quiere modificar y la representación

del pasado.

El capítulo 2. La tradición retórica y la historia, propone que la noción de

historia en el siglo XIX mexicano se mantiene enraizada a la tradición retórica, que

se organiza en las nociones de imparcialidad y justicia, en un dialogo permanente

entre presente y pasado, en busca siempre de lecciones para el arte de gobernar.

Para ello, fue necesario estudiar a los preceptistas, para contrastar perceptiva y

práctica en las obras históricas de Lucas Alamán.

El capítulo 3. Las fronteras móviles entre historia y ficción, revisa la

problemática que señalara Luciano de Samosata en la representación del pasado, a

través de la novela histórica y de los cuadros históricos de Vicente Riva Palacio y

Manuel Payno, entre otros polígrafos.

El capítulo. 4 Las historias generales y México a través de los siglos, analiza los

esfuerzos de connotados conservadores como Francisco de Paula Arrangoiz y de

liberales triunfantes como Vicente Riva Palacio por representar un pasado común

en el que se identificaran los mexicanos. Estas historias denotan continuidades

profundas: la interacción entre el presente que se quiere modificar y la

representación del pasado, y la pervivencia de la tradición retórica.

Me resta agradecer a las sucesivas generaciones de alumnos de la Maestría en

Historiografía con quienes he debatido algunos de los capítulos que aquí se

presentan. Hace ya una década que en el Seminario de Historiografía con Saúl

Jerónimo y Silvia Pappe planteábamos la necesidad de elaborar un libro que antes

que respuestas acabadas, propusiera problemas historiográficos, ellos

pacientemente revisaron mis primeras propuestas. A Leonardo Martínez

Carrizales debo inteligentes palabras de aliento cuando comenzaba yo a concebir el

carácter matricial de la tradición retórica. Teresita Quiroz, Cuauhtémoc Hernández

5

y Silvia Pappe me urgieron a concluir este libro, lo que no hubiera sido posible sin

el siempre delicado apoyo de Elvira Buelna Serrano. Fundamentalmente estoy en

deuda con Camila Navarrete Luna y Alejandro Luna Ledesma, aunque refractarios

a la historia, me han impulsado y orientado con sus siempre agudos comentarios.

6

Capítulo1. Mora: liberalismo e historia

José María Luis Mora (1794-1850), doctor en teología, “consagró su pluma, muy

razonadora y muy elocuente al credo reformista. Nadie demostró mejor que él la

necesidad de suprimir los privilegios y la inmensa necesidad de la educación

nacional” –afirma Justo Sierra en sus Cuadros de historia patria.4

Constructor del Estado mexicano, la actuación pública de Mora es

indisociable de la formulación doctrinaria liberal y del diseño de los sistemas de

gobierno. Campeón del federalismo y arquitecto del “prólogo de la reforma”, sus

obras políticas son visitadas y revisitadas de manera permanente. Sin embargo,

aunque es uno de los primeros polígrafos que escriben una historia general, México

y sus revoluciones no ha captado la misma atención. Estas páginas proponen develar

el entramado argumentativo de esa historia, brindando al lector contemporáneo

los elementos mínimos necesarios para comprender la apuesta culturalista que

hace el autor, pues cree firmemente que sólo mediante una profunda

transformación del “estado moral” del mexicano será posible consolidar el orden

liberal.

México y sus revoluciones

Mora escribe su historia desde el exilio para el público europeo, con el fin de

explicar la profunda inestabilidad política que caracteriza al periodo

posindependiente, más aún cuando los gobiernos mexicanos buscan establecer

relaciones políticas y comerciales y obtener créditos de las potencias atlánticas. En

Europa se cree –explica– que los males por los que atraviesan las repúblicas

americanas no tendrán fin y se atribuyen a la naturaleza y carácter de su población.

El liberal combate esta imagen difundida para defender que México se encuentra

4 Justo Sierra, Cuadros de historia patria, p. 456.

7

en un profundo tránsito entre el antiguo régimen instituido por la monarquía

católica española y la construcción de un nuevo orden. Mora indica la magnitud

del cambio: México al separase de España se vio obligado a “establecer los

principios de la libertad pública hasta entonces desconocidos”, vencer las

resistencias, y librar una revolución constitucional.5 El resultado es que no hay

ningún orden establecido: no el antiguo, porque sus principios están ya

desvirtuados y medio destruidos los intereses que lo apoyaban; no el

nuevo, porque aunque las doctrinas en que se funda y los deseos que

ellas excitan son ya comunsísimas en el país, todavía no se ha acertado

con los medios para combinarlas con los restos que existen aún del

antiguo sistema, o de hacerlos desaparecer; en suma, no se puede volver

atrás ni caminar adelante sino con grande dificultad.6

El primer volumen de México y sus revoluciones es un profundo y agudo

diagnóstico de los más diversos ámbitos del país. La mayor parte de este volumen

es un cuadro estadístico, género socorrido durante el primer tercio del siglo XIX.

Éste adopta diversos formatos: exposiciones, noticias, memorias.7 Sus autores

frecuentemente son funcionarios, que se desempeñaron en el periodo virreinal y

posteriormente en los gobiernos de los estados o departamentos del país. Escriben

para el propio gobierno con el fin de proporcionar información sobre el territorio,

sus habitantes y recursos naturales.8 Mora, en cambio, se dirige a la opinión

pública.

5José María Luis Mora, México y sus revoluciones, Vol. 1, p. 551. 6 Ibidem, p. 554. 7 El antecedente más antiguo de estos escritos son las Relaciones Geográficas que datan del siglo XVI.

Durante el periodo colonial se continuaron recogiendo este tipo de informes para lo cual se

elaboraron cuestionarios específicos hasta dar forma en el siglo XVIII a las Memorias, cuya

estructura básica se siguió utilizando en el siglo XIX. Para mayores detalles véase José Marcos

Medina Bustos, “La memorias estadísticas en la primera mitad del siglo XIX: el caso del noreste

mexicano”. 8 Sirvan de botón de muestra los siguientes títulos: Miguel Ramos Arizpe presentó un cuadro

estadístico ante las Cortes de Cádiz. Tadeo Ortiz Ayala escribió La estadística del Imperio mexicano

(1822), pronto los estados publicaron las suyas. El título de la escrita por Juan Manuel Riego,

8

El liberal guanajuatense al adoptar el cuadro estadístico como género

discursivo, da a conocer la extensión de la República y sus riquezas naturales; el

estado de la minería, industria y comercio; la propiedad, las rentas y la hacienda

pública. Señala explícitamente que se propone presentar una continuación del

Ensayo político sobre la Nueva España de Alejandro von Humboldt porque “Méjico

después de 1804 ha sufrido cambios de mucho tamaño que han causado una

variación total en su fisonomía moral y política”.9

Mora, como la mayor parte de los polígrafos, acude al Ensayo político para

impulsar su proyecto, pero también porque comparte con el barón importantes

presupuestos liberales. Humboldt sostuvo que la libertad era la esencia de lo

social, los obstáculos impuestos por la corona española a la vida económica –como

monopolios, y prohibiciones– son su principal crítica, porque considera que se

oponen a la libertad y al desarrollo del hombre.10 Por este motivo, tanto para el

alemán como para el mexicano, el despotismo es una flagrante violación al orden

natural y moral.

Su punto de partida es conocer el orden natural porque están convencidos de

que éste determina el orden moral y político. De acuerdo con este plan general,

Mora sigue fielmente la estructura del Ensayo político, e incluso transcribe largos

pasajes.11 Describe el clima y la producción alimentaria, los recursos orográficos y

mineros, para colocar en este amplio escenario a la población.

Salvador Porras, Francisco Velasco y Manuel José de Zuloaga muestra los objetivos que se

perseguían con este género: Memoria sobre las proporciones naturales de las Provincias Internas

Occidentales. Causas de que han provenido sus atrasos, providencias tomadas con el fin de lograr su remedio,

y las que por ahora se consideran oportunas para mejorar su estado, e ir proporcionando su futura felicidad

(1822). Es un género tan arraigado que continúa cultivándose aún en la segunda mitad del siglo. 9 José María Luis Mora, México y sus revoluciones, Vol. 1, p. VII. 10 Juan A. Ortega y Medina, “Estudio preliminar”, p. XIV, véase también Juan A. Ortega y Medina,

Humboldt desde México. 11 Sobre las transposiciones entre el Ensayo político de Humboldt y México y sus revoluciones de Mora

véase José Miranda, Humboldt en México.

9

Mora comienza a reunir materiales y escribir lo que será México y sus

revoluciones en 1826, es posible que empiece a escribir hacia 1830, pero publicará

seis años más tarde. Su perspectiva ha cambiado frente a sus trabajos y acción

política del decenio de 1820. Charles A. Hale estudió a profundidad las

transformaciones en el pensamiento del ideólogo del liberalismo, el historiador de

las ideas afirmó que Mora se inicia en la vida pública como editor del Semanario

Político y Literario (1821), en éste alaba la independencia y muestra dos constantes

que mantendrá a lo largo de ese decenio: la admiración a la Constitución de Cádiz

(1812) y su identificación con el constitucionalismo francés, en particular con

Benjamin Constant.12 En sus primeros textos su principal preocupación es lograr

un diseño constitucional capaz de garantizar los derechos y libertades

individuales. De 1824 a 1827 como dirigente de un pequeño grupo político que

redacta la primera constitución del Estado de México, la entidad federativa más

poblada e importante de la República, comenzó por elaborar una Ley Orgánica

Provisional, que normaría al estado mientras se promulgaba la constitución local.13

Entonces Mora muestra tres preocupaciones que habrán de atravesar sus obras: la

división y equilibrio de poderes; cómo limitar el poder de la sociedad –

representado por el Congreso– y cómo diseñar y garantizar un poder judicial

inviolable. Sus trabajos se alimentan de su patente fe en el derecho natural: “El

hombre –afirma– no viene a la sociedad a buscar derechos; de estos los dotó la

naturaleza; viene sí a procurarse la seguridad en el ejercicio de ellos”.14

12 Charles A. Hale, El liberalismo en la época de Mora, p. 75.

13 Otros problemas que atiende el Congreso y en los que Mora desempeña un papel fundamental

son la organización del gobierno municipal; el establecimiento del sistema judicial mediante el

juicio por jurados; y formula la ley electoral. Ibidem, p. 89. 14 Debate del 12 de mayo de 1824, Actas, I, 265–6, citado en Charles A. Hale, El liberalismo en la época

de Mora, p. 89.

10

Desde una perspectiva político–doctrinaria al inicio de la década de 1830,

Zavala y Mora, aunque rivales políticos, configuran los principios de "la reforma

liberal". El afán constitucionalista del guanajuatense se expresa en su Catecismo

Político de la Federación Mexicana (1831) en el que reflexiona sobre las propuestas de

Montesquieu, Bentham y Constant; defiende la libertad de expresión y de prensa.15

Por primera vez, ataca los privilegios que jurídicamente se conceden por razón de

clase o de estamento, lo que juzga que impide que en México se asiente el principio

liberal de la igualdad de los ciudadanos ante la ley. En 1833 Antonio López de

Santa Anna y Valentín Gómez Farías son electos presidente y vicepresidente de la

república, respectivamente. Es en este marco en el que el Dr. Mora elabora el

“Programa del Partido del Progreso”, que propone libertad de imprenta, abolir los

fueros del clero y la milicia, la supresión de las instituciones monásticas, conocer y

amortizar la deuda pública con los bienes del clero, destruir el monopolio

educativo de la Iglesia y el impulso a la educación pública estatal, tolerancia de

cultos y abolición de la pena de muerte.16

Es de sobra conocido que Gómez Farías pone en marcha y profundiza este

ambicioso programa de reformas en contra de la Iglesia,17 medidas que fortalecen

la oposición al Vicepresidente, que se aglutina en torno a Santa Anna. El caudillo

militar regresa a la ciudad de México y toma la presidencia, el 24 de abril de 1834.

Dos años después de que Gómez Farías renunciase a su cargo, Mora afirmará que

15 Las ideas son inocentes --decía Mora en su Catecismo-- "y no pueden contarse entre los crímenes y

las ofensas, y es justo que sean libres en el orden político". "La prensa de oposición --proseguía--

favorece al Gobierno al hacerle ver sus faltas y revelar las incipientes sediciones." Opinaba Mora

que "no es el ejercicio de la libertad de prensa, sino el abuso de la autoridad, lo que provoca las

sediciones". Citado por Robert F. Florstedt, "Mora contra Bustamante", p. 37. 16 Este documento puede consultarse en José María Luis Mora, Revista política. 17 Las medidas que instituye el gobierno de Gómez Farías son la secularización de las misiones de

California, el pago del diezmo se torna voluntario sin la coacción de las autoridades civiles,

establece la libertad para cumplir con los votos monásticos, el gobierno toma en sus manos la

provisión de curatos, se prohíbe a las comunidades religiosas vender sus bienes, la universidad y

otros colegios de estudios superiores en manos del clero son suprimidos.

11

pese a que las reformas no pudieron sostenerse, “el antiguo monopolio del clero

fue destruido de manera que no podrá reconstituirse nunca”.18

Al escribir México y sus revoluciones, retirado de la palestra pública, considera

que el problema político no sólo se reduce a establecer límites constitucionales al

poder arbitrario, sino que propone también un profundo cambio a la cultura

política y social imperante – al estado moral lo llama el ideólogo– sin el cual no es

posible consolidar el orden liberal. Es por ello que en su diagnóstico se orienta a

definir el carácter de los habitantes del territorio mexicano y destacar las

transformaciones que se han operado desde la Independencia.

El indígena, descendiente de los primeros pobladores, forma una franca

minoría. Es “tenazmente adicto a sus opiniones, usos y costumbres”, lo que se

expresa en su vestimenta, alimentos, cultos y ceremonias que son los mismos que

tenía en la época de Moctezuma. Su terquedad –explica Mora– se debe “al trato

bárbaro y opresivo que recibieron primero de sus antiguos sultanes y después de

los conquistadores”.19 El guanajuatense reconoce que el indio vive abatido, y que

esta condición no ha mejorado, a pesar de que la independencia proclamó la

igualdad ante la ley aboliendo el sistema de castas, y con ello terminó el trabajo

indígena compulsivo y la exclusión educativa. Concluye que la situación de los

indígenas no ha registrado cambios sustanciales en el México independiente. Su

pronóstico es pesimista porque considera que el principal obstáculo para que

progrese es su terquedad, que “por una parte es el efecto de su falta de cultura, es

por la otra el origen de sus atrasos y fuente inagotable de sus errores”.20

18 José María Luis Mora, México y sus revoluciones, Vol. 1, p. 91. 19 Ibídem, p. 64. 20 Ibídem, p. 70. La antología Espejo de discordia, preparada por Andrés Lira, ofrece una atinada

selección de textos que permite profundizar sobre los prejuicios de Mora hacia los grupos

indígenas.

12

En México domina la raza blanca –afirma el ideólogo– a la que

paulatinamente, sin importar ni su color ni su origen, se han asimilado las castas.21

Su carácter, costumbres y hábitos son españoles porque los americanos fueron

separados del resto del mundo por tres siglos.22 El estado moral mexicano y su

cultura política son producto de su historia, caracterizada por trescientos años de

un doble despotismo, el civil y el religioso, que engendró la obediencia ciega y la

superstición.

La paulatina emancipación política y cultural del despotismo es para Mora la

clave de la transformación moral. Aislado “de los pueblos civilizados y bajo el

dominio de la Inquisición” tuvo pocos avances en materia de cultura. Con el apoyo

que Carlos III dio a la Ilustración se registraron rápidos avances en las ciencias y en

la literatura. La lectura de los filósofos franceses –aunque prohibida– marcó el

inicio de la revolución moral y política que transformó el orden social.

Enfatiza que la cultura política del mexicano cambió con las transformaciones

políticas que se plasmaron en el marco jurídico institucional. La Constitución de

Cádiz (1812) favoreció crecientes libertades positivas: la libertad de imprenta y de

industria, que “dieron un impulso prodigioso a la ilustración mexicana que

después no fue posible contener”.23 La independencia rompió “las cadenas que por

tantos siglos habían aprisionado las facultades mentales de los mexicanos”,24 y lo

que es aún más importante dio “dignidad a los hombres de que antes se hallaban

despojados, y éste sólo hecho ha sido un principio de virtudes sociales”.25 Mora

destaca como virtudes sociales los valores del utilitarismo: el amor al trabajo y a la

empresa lucrativa.

21 José María Luis Mora, México y sus revoluciones, Vol. 1, p. 70. 22 Ibidem, p. 76. 23 Ibidem, p. 86. 24 Ibidem, p. 87. 25 Ibidem, p. 82.

13

La adopción del sistema federal fue “el más fuerte y poderoso impulso que

ha recibido la ilustración nacional”.26 Cada estado tuvo que debatir cómo organizar

la administración regional, lo que favoreció que se divulgaran todo tipo de

conocimientos a través de periódicos y otros papeles públicos, escuelas de

primeras letras y tertulias.

Tres ensayos –“discursos” los llama Mora– publicados en México y sus

revoluciones sintetizan su proyecto político.

En “La Constitución actual de la República” indica que la ley suprema de

1824 estableció ciertos principios que no pueden cambiarse porque son la base

misma del pacto federal. Estos son la libertad e independencia de la nación, la

libertad de imprenta, la división de poderes tanto del gobierno federal como de los

estados y la intolerancia de cualquier otra religión que no sea la católica. Todos los

demás preceptos constitucionales podrían reformarse, una vez que hubieran

pasado seis años de haberse promulgado la ley fundamental.27

En el ensayo “Reformas que exige la Constitución” publica su diagnóstico del

pacto federal, mismo que considera que es un documento lleno de imperfecciones.

“Si hemos de hablar francamente, la verdadera y única ventaja de este código

consiste en la adopción del sistema federal”–señala.

Conviene recordar que el pacto federal de 1824 fue un compromiso político

entre las regiones para detener la acelerada fragmentación de la República, que se

había expresado al caer el primer Imperio, cuando se separó el territorio

centroamericano. Para Mora el éxito del federalismo radica en que estableció un

sistema de contrapesos entre las regiones, que descansaba en “los celos naturales

de esa multitud de secciones [estados] empeñados en sostener su independencia,

han hecho nulos todos los proyectos de las facciones y de las ambiciones que han

26 Ibidem, p. 88. 27 Ibidem, p. 311 y 312.

14

pretendido dominar la República”.28 La posibilidad de que un estado se

independizara se frenó con dos medidas constitucionales: las entidades federativas

no contaban con fuerzas armadas –más que milicias cívicas– y los gobernadores

quedaron como responsables ante el gobierno federal de los actos de las

legislaturas que “tendiesen a destruir la unión”, pero sobre todo fue clave el severo

castigo que se impuso al estado de Jalisco, cuando en los primeros años de la

federación intentó sustraerse a la obediencia del gobierno supremo.29

En este ensayo Mora esboza las reformas de su ambicioso proyecto que se

cifra en dos elementos: consolidar el federalismo y garantizar la igualdad de los

ciudadanos ante la ley –postulado nodal del liberalismo. Para comprender

cabalmente las reformas puntuales que propone Mora deben tenerse en cuenta que

la república mexicana se montó sobre la cultura política y las instituciones

preexistentes, estableció una república confederal, que fue una solución de

compromiso entre las diversas fuerzas regionales.

La república confederal reformuló la tradición imperial hispánica, que se

fundaba en la fórmula de Montesquieu de erigir una “sociedad de sociedades”, lo

que había permitido en Europa la asociación de estados con diferentes formas de

gobierno bajo un mismo imperio. El pacto federal de 1824 instituyó una república

de colectivos –repúblicas provinciales– frente a un poder central débil, que se

expresó en una doble soberanía: la de los estados exclusivamente en su régimen

interior, y la de la nación.30 Un segundo rasgo confederal se manifiesta en que los

estados contaron con mayores poderes y más efectivos que el gobierno federal. La

competencia de éste último quedó reducida esencialmente a defender al país de las

28 Ibidem, p. 314. 29 Ibidem, p. 315. 30 Para un estudio detallado sobre el confederalismo mexicano véase el capítulo 1, “El debate

fundacional” en Israel Arroyo García, La arquitectura del estado mexicano: formas de gobierno,

representación política y ciudadanía, 1821-1857.

15

pretensiones expansionistas de otras naciones, mientras que el control del territorio

y de su población fue facultad de las entidades federativas.

La nación que se instituye en 1824 es un conjunto de cuerpos —estamentos y

corporaciones— provincias, ciudades, villas y congregaciones y pueblos, que es un

tercer rasgo confederal. La ley fundamental, además, encarna dos ideas de libertad

divergentes: unos defienden las antiguas libertades pactistas, de origen colonial,

que son entendidas en un sentido corporativo y como atributo de cada comunidad

territorial. El pactismo se sanciona en la Constitución con la intolerancia religiosa,

los fueros y tribunales de la Iglesia y del Ejército, que son las dos corporaciones

mejor organizadas, pero también los comerciantes gozan de estos privilegios. En

contraste, otros pugnan por extender la libertad jus naturalista, que se funda en el

individuo y concibe los derechos del hombre como derechos naturales, en la ley

fundamental esta libertad queda plasmada en algunos derechos políticos como la

libertad de pensamiento y de imprenta.31 Precisamente el carácter hibrido de la ley

fundamental conduce a que se perfile una facción política de corte jus naturalista,

al que pertenecen José María Luis Mora y Valentín Gómez Farías, que se llama a sí

misma el Partido del Progreso.32

En México y sus revoluciones el primer punto que Mora juzga necesario

reformar es la intolerancia religiosa. Debe recordarse que la clase política coincidió

en que el catolicismo era el vínculo de unión nacional y el pilar de la moral social

del pueblo, por lo tanto la primera ley fundamental mexicana recogió la tradición

hispánica –como lo habían hecho Los sentimientos de la Nación de Morelos y el

Plan de Iguala de Iturbide. Así, el pacto federal de 1824 estableció que la única

31 Alicia Hernández Chávez, Monarquía -republica- nación-pueblo, p. 35. 32 Las principales obras doctrinarias de Mora -Catecismo Político de la Federación Mexicana (1831),

Disertación sobre la naturaleza y aplicación de las rentas y bienes eclesiásticos (1831) - son ampliamente

conocidas. El mejor estudio continúa siendo el clásico de Charles A. Hale, El liberalismo en la época de

Mora.

16

religión que podría practicarse era la católica y el Estado quedó obligado a vigilar y

proteger el culto.

La voz solitaria de Mora afirma que “tan absurdo delirio” es suponer que

pueda haber un pueblo sin religión como que “el gobierno civil se entrometa a

prescribirla”.33 La primera razón que el sacerdote expone es canónica: ni el

Evangelio ni los Padres de la Iglesia admiten que el culto pueda ser forzado. La

segunda razón es que obstaculiza los proyectos de colonización en un país

despoblado, que requiere de brazos para explotar sus riquezas. En consecuencia,

Mora propone que el artículo constitucional sobre intolerancia religiosa debe

suprimirse. Sin mayor argumentación en el mismo ensayo indica que los fueros

eclesiástico y militar también deben abolirse.

La segunda reforma que Mora reclama también está relacionada con las

garantías individuales. Exige limitar las competencias del congreso general, pues

éste abusa decretando facultades extraordinarias y leyes de excepción que violan la

libertad civil y la seguridad individual y “dejan a la nación a disposición de

comisiones militares, mismas que han servido de instrumento para las venganzas

de los partidos”. Para proteger a los individuos, Mora propone que la legislatura

conceda al Ejecutivo facultades extraordinarias solamente en caso de sublevación

armada, por el tiempo que ésta dure y siempre se deberá garantizar la vida.34

El tercer aspecto que demanda reformar es el sistema electoral, “base para el

precioso ejercicio de la ciudadanía”, pues considera que el que se había adaptado

de la Constitución de Cádiz (1812) eran “máximas abstractas” con las que se

estableció una "igualdad mal entendida", que extendió los derechos políticos

“hasta las últimas clases de la sociedad".35 En efecto, en el México independiente

33 José María Luis Mora, México y sus revoluciones, Vol. 1, p. 318. 34 Ibídem, p. 324-325. 35 Ibídem, p. 325.

17

predomina un diseño de derechos políticos amplios, si se compara con los modelos

censitarios y fiscales de Estados Unidos, Inglaterra y Francia. Más aún, el

ciudadano se identifica con todo hombre mayor de edad, salvo algunas

restricciones. No obstante, basándose en la tradición hispánica diferencia entre el

ciudadano activo (aquel con derecho a votar y ser elegido como elector) y la

ciudadanía pasiva (persona con derecho a ser votada). El control de la

participación política descansa en el sistema indirecto y en los muy variados

requisitos que se imponen al ciudadano pasivo.

Las elecciones a nivel federal siguieron el complicado procedimiento

instituido en la Constitución de 1812. Es un sistema indirecto en tres grados, que

consiste en seleccionar electores de parroquia, los cuales a su vez eligen electores

de partido. Estos luego se reúnen para elegir diputados al Congreso de la Unión,

senadores y Presidente de la República.

En el ámbito local en el periodo posindependiente las legislaturas de los

estados definen la ciudadanía, los requisitos para ser elector y los procedimientos

electorales. Ello da por resultado que en los estados se registren distintos

procedimientos. La constitución del Estado de México de 1827, en cuya redacción

participó Mora, mantiene el paradigma gaditano, pero la mitad de las entidades

federativas redujo las elecciones a dos grados, mientras que el Estado de Occidente

las incrementó a cuatro.36

Mora en México y sus revoluciones propone que este complicado sistema se

simplifique estableciendo el voto directo y restringido a los propietarios. Ello

ofrece tres ventajas: evita el triunfo de la demagogia, dificulta el fraude electoral al

36 Para mayores detalles véase Israel Arroyo García, La arquitectura del estado mexicano: formas de

gobierno, representación política y ciudadanía, 1821-1857. En particular el capítulo quinto: “Ciudadanos

terrenales”.

18

ser pocos los candidatos y todos ellos conocidos por su experiencia; y evita que los

electores tengan que salir de su lugar de residencia.

Mora en la constitución del Estado de México había pugnado y conseguido

que la ciudadanía quedara asociada a la propiedad. Al ciudadano se le requería

que fuese vecino o que hubiera residido por un año en el estado, que ejerciera

“algún arte, industria o profesión” y que fuera dueño de bienes en el estado que

valieran por lo menos 6,000 pesos.37 En sus artículos publicados en El Observador en

1830 señaló que el gobierno debía residir en “los hombres más sobresalientes por

su virtud, por su talento, por sus luces, por su valor”.38

La clave de la reforma que propone en México y sus revoluciones, aunque más

restrictiva no deja de ser consistente, pues la representación política descansa en el

propietario, a quien se le concibe como aquel que posee un bien obtenido con su

esfuerzo individual, que por su ingreso es independiente y que por su ilustración

cuenta con un juicio centrado.39 Para Mora el sistema judicial también debe

descansar en el propietario. Por los mismos motivos sostiene que los jurados deben

ser propietarios.

Para evitar la inestabilidad política que favorecen las elecciones, Mora

propone que no sea simultánea la renovación de los poderes e incrementar a seis

años el periodo de gobierno del Presidente y el periodo de los senadores.

Mora se esfuerza por fortalecer la federación. Los estados son notoriamente

desiguales en “población, riqueza, civilización y recursos de toda clase”, sin

embargo reconoce que “fue tan político, como justo y oportuno que las secciones

políticas erigidas en provincias por el gobierno español, quedasen en la

37 Charles A. Hale, El liberalismo en la época de Mora, p. 99. 38 “Aristocracia” en El Observador, 22 de abril de 1830 citado por Charles A. Hale, El liberalismo en la

época de Mora, p. 98. 39 Alicia Hernández Chávez, Monarquía -republica- nación-pueblo, p. 38.

19

independencia en clase de estados”.40 Por eso sostiene que en el futuro se

establezcan criterios homólogos para crear nuevas entidades federativas.

La última reforma que propone es suprimir el Patronato de la Constitución. El

Real Patronato Indiano fue un acuerdo entre el Vaticano y la corona española, por el

cual ésta se comprometió a evangelizar los territorios recién conquistados en

América a cambio de una serie de prerrogativas: el monarca decidía dónde y

cuándo fundar catedrales, parroquias, misiones, hospitales, etc.; la Iglesia

recolectaba el diezmo que redistribuía a las diócesis conforme a la cantidad fijada

por el Estado. El rey contó con el “derecho de pase”, es decir, toda comunicación

eclesiástica era revisada por la Corona y ésta podía vetar su circulación.

Una vez declarada la independencia de México, el Vaticano declaró

insubsistente el Patronato y retiró de las diócesis americanas a la mayor parte de

los obispos. El clero quedó prácticamente descabezado. Así, para 1829 no había un

sólo obispo, esta situación apenas mejoró con los seis prelados nombrados en 1832

bajo el gobierno de Anastasio Bustamante. En pocas palabras, no había una

jerarquía eclesiástica que unificara a la Iglesia ni Patronato que la controlase. El

gobierno mexicano intentó restablecer el Patronato, pero el Vaticano se negó,

argumentando que éste era un privilegio concedido a la corona española y no a la

nación.

Mora rechaza el Patronato porque el poder civil queda investido de funciones

eclesiásticas y el eclesiástico de funciones civiles. Considera que “ya es tiempo de

hacer que desaparezca esta mezcla monstruosa, origen de tantas contiendas”.

Exhorta a que “reasuma la autoridad civil lo que le pertenece” para ello debe abolir

el fuero eclesiástico, disponer de los bienes de la Iglesia, sustraer “de su

intervención el contrato civil del matrimonio, etc., etc., y deje que nombren curas y

40 José María Luis Mora, México y sus revoluciones, Vol. 1, p. 335.

20

obispos a los que gusten entendiéndose con Roma como les parezca”. Mora

advierte que si el gobierno mexicano se abrogara las facultades del Patronato –

como lo hizo en 1833– se expondría a crear mártires “que es lo peor que puede

suceder a un gobierno”.41

En el discurso “Estado de la moral pública” con el que cierra el volumen l,

Mora considera que la revolución liberal en el ámbito político ha concluido, pero

todavía falta una última y profunda batalla para crear una nueva moral social que

—en palabras de nuestros días— favorezca un Estado de derecho en el que las

masas conozcan sus deberes políticos y civiles y actúen conforme a la ley, sin

influencia eclesiástica.42 Cifra sus esperanzas en una clase específica: los paisanos,

porque, formada por “negociantes”, artesanos, propietarios de tierras, abogados y

empleados, es la clase “más numerosa, influyente, ilustrada y rica”.43 En contraste,

considera que obstaculizan el orden liberal las otras dos clases que conforman la

sociedad: militares y eclesiásticos.

En síntesis el primer volumen es un cuadro, entendido como un lienzo que

capta el momento que se pinta tanto la naturaleza al servicio del hombre como el

estado moral, es decir su cultura. Frente a sus primeras obras doctrinarias, México y

sus revoluciones expresa una transformación en el pensamiento de Mora. Si en un

inicio su interés se centró en el diseño constitucional para garantizar las libertades

jusnaturalistas, en este volumen expresa la convicción de que el orden social está

determinado por la cultura de sus ciudadanos, que se expresa en sus costumbres.

De ahí que Mora se preocupe por retratar el carácter, e incluso las convenciones

sociales (hábitos, costumbres y normas de urbanidad). En debate con los prejuicios

de un público europeo, Mora se esfuerza por demostrar que el estado moral de los

41 Ibidem, p. 342. 42 Ibidem, p. 547-551. 43 Ibidem, p. 92.

21

mexicanos es producto de su historia, por lo tanto se ha transformado en el tiempo

y es perfectible.

En busca de la soberanía nacional

El segundo volumen de México y sus revoluciones estudia el pasado virreinal. Mora

fija el origen de la nación en la conquista, como lo hará Lucas Alamán, porque –

como se ha indicado– considera que el carácter del mexicano es español. México –

según señala– debe su fundación al conquistador Hernán Cortés, “el más valiente

capitán y uno de los mayores hombres de su siglo para concebir y llevar a efecto

empresas que sobrepujan a las fuerzas del común de los mortales”.44

La segunda parte está dedicada a las conspiraciones que se suscitaron en el

periodo virreinal, todas ellas tentativas “para restaurar su independencia”. El

historiador advierte que únicamente relata los intentos de los españoles para crear

un gobierno soberano, así no se ocupa de los movimientos de resistencia indígenas

por un motivo fundamental: “ellos no formaban parte de la Colonia” y, aunque en

un inicio sus movimientos sociales tuvieron un carácter político, después sólo

reaccionaron a “innovaciones de la autoridad que chocaban con sus hábitos y

costumbres”.45

Reconoce Mora que para escribir su historia tuvo que conformarse con unos

cuantas relaciones e informes,46 pues no cuenta con fuentes para el estudio de la

dominación española debido a que la corona mantuvo en secreto los asuntos de

gobierno, y después de la independencia la mayor parte de los archivos se han

extraviado y los que quedan están sumamente desordenados.

44 José María Luis Mora, México y sus revoluciones, Vol. 2, p. 1. 45 Ibidem, p. 197. 46 Ibidem, p. XIII.

22

El primero que, incitado por sus capitanes y compañeros, pensó en separarse

de la corona española fue Hernán Cortés, pero el vínculo de vasallaje, el honor, la

riqueza y la gloria, todas ellas “ideas dominantes en su siglo”, se lo impidieron.47.

Martín Cortés, hijo del conquistador, fue el primero que “concibió el atrevido

proyecto de hacerse soberano de México”,48 apoyándose en la incalculable riqueza

y poder del marquesado del Valle, que estaba formado por tierras, esclavos,

tributos, y gozaba del privilegio de encomienda, de cobrar diezmos, de nombrar

jueces en los dominios del señorío y “de patronato eclesiástico en el orden del

poder”.49

La Real Audiencia descubrió la conspiración en julio de 1566.

Inmediatamente arrestó a los hermanos Martín y Luis Cortés, a Alonso de Ávila y

Gil González y “a otras muchas personas de primera distinción”,50 que fueron

puestas bajo arresto domiciliario para ser procesados por infidencia. Ávila y

González fueron condenados a ser degollados públicamente.

Mora antes que buscar lecciones en la historia, entrelaza la narración con sus

reflexiones surgidas de su experiencia como dirigente político. Así explica que

cuando una conspiración es descubierta y se llevan a cabo las primeras ejecuciones,

el temor intimida a la población. Para los gobiernos el momento más temible es

cuando

han pasado estos primeros momentos y se ha dado lugar a la reflexión,

cuando cada cual conoce la extensión del riesgo que corre, o se figura

correr, finalmente cuando la desesperación de ser perdonado hace

buscar al delincuente la seguridad que no puede procurarse de otro

modo en un nuevo proyecto de revolución, entonces es cuando la

autoridad pública corre más riesgos, si persigue, si aprisiona, si

47 Ibidem, p. 199. 48 Ibidem, p. 200. 49 Ibidem, p. 201. 50 Ibidem, p. 213.

23

condena, en una palabra sino se muestra generosa prodigando

perdones, y sepultando en el olvido delitos y sospechas que jamás han

podido castigarse, ni hacerse sin grandes sacudimientos del edificio

social que lo ponen a dos dedos de su ruina.51

Para fortuna de España –asienta Mora– llegó a la ciudad de México el virrey,

marqués de Falces, hombre prudente, que puso en libertad a la mayor parte de los

conspiradores y envió a los hermanos Cortés a España para que allá fueran

juzgados con imparcialidad.

Mora reflexiona que lograr que la reconciliación política es una de las tareas

de gobierno más difíciles. La Audiencia, cuyos actos fueron desautorizados por el

virrey, conspiró en la corte de España. En respuesta, la corona envió tres

visitadores para concluir los procesos de infidencia. El visitador Muñoz tomó el

mando político pronto “el tormento y las ejecuciones sangrientas eran su única

ocupación”.52

El suplicio y las ejecuciones a las que fueron sometidas “personas de clase

inferior” tensaron la situación a tal grado que “la autoridad de la metrópoli estuvo

a punto de ser desconocida”, éste fue el motivo por el cual Felipe II removió al

visitador Muñoz y entregó el poder político a la Real Audiencia, en 1568, la que

suspendió los procesos e investigaciones. Al mismo tiempo que la Ciudad de

México recuperó su tranquilidad, el Consejo de Indias absolvió al marqués del

Valle.

Aunque la conspiración hubiera sido exitosa, la Nueva España no contaba

con las condiciones necesarias para sostener la independencia –asienta el ideólogo–

porque los indios se habrían sublevado o España hubiera recuperado su colonia.

51 Ibidem, p. 216. 52 Ibidem, p. 219.

24

A Mora preocupa explicar la larga estabilidad política virreinal, encuentra su

clave en las políticas que tras la conspiración diseñó la corona para evitar todo

connato de independencia.

Primera, la corona dividió a los habitantes estableciendo el llamado sistema

de castas con lo que evitó que la población pudiera formar una causa común contra

la metrópoli y logró que los españoles trataran con poco aprecio a otras razas y que

“éstos profesasen un odio irreconciliable a la que los despreciaba”.53

Segunda, para asegurar la lealtad de los indígenas la corona otorgó

privilegios al clero regular, pues los misioneros, que se habían convertido en sus

defensores, gozaban de una gran influencia sobre los indios.

Tercera, las funciones de gobierno se dividieron entre la Audiencia, el virrey

y el Ayuntamiento estableciendo un sistema de contrapesos.

Cuarta, y la más eficaz según Mora, la Corona se sostuvo en el carácter

supersticioso y xenofóbico de los españoles, lo que favoreció “el dominio teocrático

del clero”.54 Así, el Tribunal de la Inquisición evitó toda discusión sobre los

derechos de los pueblos y las naciones y “al mismo tiempo conocía de delitos

civiles, que hacía aparecer como religiosos por el aparato eclesiástico de su

procedimiento y por las penas espirituales con que a la par de los civiles castigaba,

con lo que lograba inspirar un profundo terror en los ánimos supersticiosos”.55 El

primer auto de fe se celebró en 1575, para llevarse a cabo cada dos años hasta 1596.

La ceremonia conjugó la ostentación religiosa con la diversión pública. Mora

describe detalladamente el espectáculo que expresa una sociedad corporativa y

estamentaria en el que el lugar y participación de cada vecino estaba

cuidadosamente planeada.

53 Ibidem, p. 229. 54 Ibidem, p. 251. 55 Ibidem.

25

Las políticas que siguió la metrópoli fueron tan eficaces que en cerca de dos

siglos no hubo ningún intento en contra de la denominación española.56 Fue hasta

1764 con la expulsión de los jesuitas del imperio español que se preparó una

amplia conjuración en las intendencias de Valladolid, Guanajuato, San Luis y en el

corregimiento de Querétaro. Pese a que la corona ocultó todos los detalles, Mora

asegura que los conjurados buscaban establecer una monarquía con una dinastía

mexicana.57 Los rebeldes pronto fueron contenidos. El castigo fue atroz:

más de 90 personas perecieron en los patíbulos después de haber

sufrido los más crueles tormentos; y sus cuerpos permanecieron por

mucho tiempo insepultos y fijados sobre escarpias repartidos en los

caminos y poblaciones; otros muchos fueron confinados a los presidios

y no pocos destinados a obras públicas y prisión perpetua.58

Mora dedica un espacio relativamente pequeños a la respuesta autonomista

de 1808 en la Nueva España, pues queda enmarcada en la sucesión de

conspiraciones criollas por la independencia, todas ellas frustradas.

En pocas palabras, Mora representa el pasado colonial con dos hilos

conductores: el deseo de los mexicanos por gobernarse a sí mismos y la

yuxtaposición de facultades civiles y eclesiásticas. El minucioso relato de la

represión a las diversas conspiraciones sirve al historiador para demostrar el

carácter tiránico de los gobiernos virreinales, mismos que califica de teocráticos.

Cifrará la necesidad de que México se emancipara de España para romper este

doble despotismo.

“Nada hay más difícil de referir de una manera exacta y que interese la

atención de los lectores que la insurrección de México”, advierte Mora en su

56 Ibidem, p. 257. 57 Ibidem, p. 267. 58 Ibidem, p. 270.

26

volumen tercero.59 Dividido en tres libros, el primero inicia con la conspiración de

Querétaro y concluye con la ejecución de Hidalgo; el segundo, se focaliza en la

junta de Zitácuaro y emergen como figuras extraordinarias López Rayón y José

María Morelos, destaca a este último por “sus prendas morales”, pero

fundamentalmente por sus dotes de gobierno, pues intentó establecer un sistema

representativo.60 El libro tercero tiene un largo y descriptivo título: “Estado de la

insurrección en el sur desde septiembre de 1810 y en el resto del virreinato desde

principios de 1812 hasta la ejecución del general Morelos acaecida en los últimos

días de diciembre de 1813”.

Los libros segundo y tercero se estructuran bajo un eje espacial, ya que el

historiador narra los acontecimientos desde las provincias. Explica que los

insurgentes desde 1811 no contaron con un centro que diera dirección y unidad al

movimiento. “Cada comandante hacia la guerra por su cuenta y riesgo, en el

distrito que le ofrecían las circunstancias, de la manera que podía, y no se cuidaba

de dar cuenta a nadie de sus operaciones, que el mismo olvidaba bien pronto”.61

Así examina la insurrección que estalla en 1812 en México, Valladolid, Guanajuato,

Guadalajara, Zacatecas, San Luis Potosí, Nuevo Santander y Texas.

El ideólogo considera que la revolución de 1810 fue tan necesaria para lograr

la independencia “como perniciosa y destructora del país”.62. Para Mora esta

revolución se distingue por su carácter popular y religioso y por la falta de mando

político militar. A partir de estos tres atributos se propone desmontar los discursos

legitimadores que había desarrollado la insurgencia, y a posteriori puede

59 José María Luis Mora, México y sus revoluciones, Vol. 3, p. I. 60 Ibidem, p. 287. 61 Ibidem, p. III. 62 Ibidem, p. I.

27

afirmarse, que construyeron un potente modelo interpretativo que fue hegemónico

hasta la primera mitad del siglo XX.63

El primer argumento patriota afirmó que los tres siglos de gobierno español

fueron un acto de usurpación a los pobladores indígenas, de quienes los

insurgentes se reclamaron herederos directos. Estrechamente vinculado a este

argumento se propagó otro que presenta a la independencia como una

reivindicación de los oprimidos, de este modo quedaban hermanados los distintos

grupos étnicos y estamentos sociales que luchaban contra el “usurpador

español”.64

Mora explica que para combatir la fuerza de un gobierno establecido “y los

hábitos de sumisión y obediencia”, los insurgentes necesitaron ganarse la

cooperación de los indígenas, “la clase más numerosa del país”. Para ello se

justificó la necesidad de la independencia en “las atrocidades de la conquista y la

destrucción del antiguo sultanismo de los aztecas”.65 El historiador advierte la

falacia del argumento: a la Conquista se atribuyeron las condiciones de explotación

en las que se encontraban los indios “y se quiso deducir de ella la justicia de la

independencia de un pueblo, que nada tenía en común con la nación destruida ni

con los derechos del antiguo sultán de Tenochtitlan”.66

En paralelo los insurgentes a través de la prensa orquestaron una intensa

campaña propagandística que creó una imagen de la grandeza de los antiguos

mexicanos, ello favoreció un sentimiento popular de odio a los españoles, que

habría de convertirse en agente de la movilización popular. Pero, también estos

63 Para mayores detalles sobre este modelo interpretativo y sus continuidades en el siglo XX véase

Mónica Quijada, “Modelos de interpretación sobre las independencias hispanoamericanas”. 64 Mónica Quijada, “Modelos de interpretación sobre las independencias hispanoamericanas”, p.

14. 65 José María Luis Mora, México y sus revoluciones, Vol. 3, p. 2. 66 Ibídem.

28

argumentos desencadenaron negativas consecuencias, pues durante la revolución

se produjo “el ataque más formidable al derecho de propiedad”.

En el México independiente los argumentos patriotas han dado forma a una

igualdad mal entendida y a la xenofobia entre la población -señala Mora. El

carácter popular de la guerra estableció el principio de que los mexicanos, solo por

el hecho de serlo, tienen el derecho y la habilidad para desempeñar todos los

cargos públicos, así como el derecho a apoderarse de los bienes de los españoles,

pues los naturales del país se consideran sus legítimos dueños. Una actitud

xenofóbica se alimenta de la idea de que los extranjeros llegan al país a quitar a los

mexicanos lo que es suyo. Mora considera que esta idea ha trabado la libertad de

comercio, vector fundamental del liberalismo.

Atribuye el carácter religioso de la guerra de independencia a que fue

encabezada por curas y frailes y seguida por las masas, gente supersticiosa. El

doble carácter popular y religioso de la revolución sancionó la intolerancia

religiosa, “que tanto ha retrasado la prosperidad pública”.67

Mora si bien discute y rechaza la argumentación patriota que legitima la

independencia en la usurpación o en la opresión española, el ideólogo da forma a

otra línea argumentativa igualmente poderosa. En el periodo colonial de manera

temprana, con Martín Cortés, asoma un sentimiento nacionalista que habría de

madurar hasta hacer inevitable la separación de la metrópoli. El segundo

argumento que Mora articula e insiste es que la independencia permitió romper

con el estado imperial español, anclado en el medievo y refractario al cambio. Así

la independencia, aunque presenta facetas negativas, se concibe como una

revolución modernizadora. Pero, la modernización fue incompleta precisamente

debido a su carácter religioso. De ahí que considere indispensable que se

67 Ibidem, p. 3.

29

emprenda una nueva revolución de carácter axiológico capaz de transformar la

cultura política mexicana.

Desafortunadamente el ideólogo deja inconclusa su historia, que según

señaló en el volumen 1 planeaba que escribiría el México posindependiente hasta

el golpe de estado de Santa Anna de 1834. Si bien en su Revista política se concentra

en ese periodo, ésta segunda obra forma parte de su publicística.

Conclusiones

El doctor Mora es una figura central en la configuración política mexicana. Su

actuación en el periodo 1822-1834 ha sido minuciosamente estudiada, a detalle se

ha investigado como ideólogo del liberalismo y federalismo mexicano. Dos obras

en particular han captado la atención de historiadores y científicos sociales: la

Revista política de las diversas administraciones que la República Mexicana ha tenido hasta

1837 y Catecismo Político de la Federación Mexicana. En contraste, su faceta como

historiador se ha considerado como una extensión menor de sus trabajos políticos.

En el volumen 1 de México y sus revoluciones, Mora sigue de cerca al barón

Humboldt para elaborar un un diagnóstico de la sociedad posvirreinal. Retrata su

sistema político, su estructura socioeconómica y sus riquezas naturales convencido

de que el pensamiento humano es capaz de conocer los hechos sociales y naturales

y utilizar ese conocimiento para modificarlos. Mora se esfuerza por actualizar en

los aspectos económicos e institucionales al Ensayo político de Humboldt, pero

fundamentalmente busca demostrar que el mexicano, teniendo un carácter

español, ha modificado sus costumbres con la independencia de España.

Ante la posibilidad de reformar la Constitución de 1824, el liberal

guanajuatense brinda su proyecto de reformas en el que destacan tres aspectos:

consolidar la igualdad de los ciudadanos ante la ley, fortalecer el federalismo y

profundizar la transformación del “estado moral” de los mexicanos. Debe insistirse

30

en que Mora juzga que la revolución política ha concluido, pero considera que es

indispensable aun una transformación de carácter axiológico. No obstante, su obra

no se refiere a los valores cristianos, sino que transluce los valores del utilitarismo:

el trabajo y la libertad de comercio, como freno al despotismo de los imperios y

base de la felicidad social.68

El pasado que representa Mora en el volumen segundo se hilvana a partir

de las frustradas conspiraciones que en el pasado virreinal buscaron la soberanía

nacional. Más allá de la posibilidad de sostener con evidencia histórica esa tesis,

aquí interesa mostrar que de manera implícita Mora sostiene que la nación se

constituye antes que el Estado y que esas rebeliones expresan de la lucha por la

emancipación. Mora hace eco al horizonte confederalista al sostener que los

estados son anteriores, prexistentes, al pacto federal de 1824.

La segunda tesis inserta en México y sus revoluciones propone que la Nueva

España se mantuvo sujeta el dominio teocrático y, en consecuencia, como tercera

tesis propone que la nación criolla gesta en sus entrañas la posibilidad de

emanciparse.

El volumen tercero, aunque inconcluso, es sumamente interesante porque

debate las primeras tesis de legitimación que construyeron los insurgentes, al

tiempo que enarbola su propia tesis con la que dota de un significado cabal a los

volúmenes anteriores. La incapacidad de la corona española para ajustarse al

cambio, impidió una independencia meramente política, como debió haber sido

según Mora. Los insurgentes al buscar la cooperación indígena imprimieron a la

guerra un carácter popular y religioso, que pese a que se consiguió la separación

política de España no se logró la emancipación del clero.

68 Acerca de las expectativas políticas del utilitarismo véase Marcello Carmagnani, “Iberoamérica y

las revoluciones atlánticas”.

31

México y sus revoluciones es posible que haya gozado de una muy favorable

recepción en el siglo XIX. El cuadro estadístico que presenta Mora en el volumen

primero fue la base con la que se calculó la desamortización parcial de los bienes

de la Iglesia durante la invasión norteamericana en 1847. Nuevamente se acudió a

Mora para implementar la ley Lerdo y la desamortización de los bienes de la

Iglesia.

La historiografía porfiriana, y en particular, Vicente Riva Palacio y Justo

Sierra, como voceros del liberalismo triunfante, retomaron la imagen construida en

las logias y en la lucha de facciones69 que contrapuso a dos proyectos de nación:

uno federalista, democrático y popular, cuyas cabezas visibles fueron Mora,

Valentín Gómez Farías y Lorenzo de Zavala; el otro, centralista, católico,

aristocratizante y baluarte de las clases privilegiadas y de los privilegios de la

Iglesia. El primero tenía como modelo a los Estados Unidos y miraba hacia el

futuro; el segundo defendió el orden virreinal. De acuerdo a esta imagen que Justo

Sierra perpetuará en la enseñanza de la historia, el grupo federalista enarboló por

primera vez las demandas que la Reforma concretó: acotar el poder eclesiástico.

Sierra su Cuadros de historia patria sintetiza esta nueva teleología al denominar al

gobierno de Gómez Farías de 1833 “Prólogo de la Reforma.

Convertido en el campeón del federalismo, fue ampliamente leído por los

polígrafos de la generación de la Reforma y por los historiadores positivistas,

quienes utilizarán el volumen 2, en el que Mora relata el pasado virreinal, para

escribir sus cuadros históricos e historias nacionales, como se verá en otro capítulo.

Una potente historiografía revisionista a partir del decenio de 1970 ha puesto en

69 Un estudio detallado de las imágenes que construyeron las logias masónicas es el de Alfredo

Ávila y María Eugenia Vázquez Semadeni, “El orden republicano y el debate por los partidos, 1825-

1828”, p. 21-50.

32

duda estas imágenes con un renovado análisis de los procesos culturales, las

instituciones, actores y formas de gobierno.70

70 Para un balance sobre la historiografía contemporánea en torno a la Independencia véase Alfredo

Ávila y Virginia Guedea (Coord.), La independencia de México, temas e interpretaciones recientes.