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Maliandi Etica y Biotecnologia Cuestion de Principios

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Doctor Ricardo Maliandi:

TICA Y BIOTECNOLOGA: CUESTIN DE PRINCIPIOS

Ricardo Maliandi

El impacto de la biotecnologa en los ms diversos mbitos de la vida humana poda parecer, hasta hace poco tiempo, algo vinculado a la llamada ciencia ficcin. Hoy, cuando se anuncia (cada vez con mayor insistencia, pese a las fuertes oposiciones) la clonacin de seres humanos, cuando se extiende la produccin y el consumo de alimentos transgnicos, cuando se barrunta la posibilidad de eficaces terapias oncolgicas de base gentica, cuando se discute el patentamiento de la vida, cuando se dispone del mapa del genoma humano, cuando se progresa en la produccin y el perfeccionamiento de chips de ADN, cuando se avecinan problemas vinculados al nuevo concepto de eugenesia comercial que tendr a su vez, entre sus consecuencias, la aparicin de formas de discriminacin gentica, cuando los grandes laboratorios como Du Pont, Monsanto, Novartis y Hoechst han reemplazado la Qumica por la Biologa y se dedican casi exclusivamente a la investigacin y la produccin biotecnolgicas, cuando los genes de cualquier especie viviente pueden introducirse en los cromosomas de cualquier otra especie viviente (con lo cual es factible crear quimeras vivientes, resultados de la combinacin de hombres, animales, plantas, hongos o bacterias), cuando la humanidad vive incluso la amenaza del bioterrorismo, que se har tanto ms pavoroso cuanto mayores sean justamente los recursos biotecnolgicos y el acortamiento de los tiempos en los procesos de manipulacin gentica, el mencionado impacto ha perdido, sin duda, su atmsfera de ficcin, y se vuelve contundente como un terremoto. Believe it or not: lo increble alcanza a presentarse con evidencia brutal, como el derrumbe de las Torres Gemelas en Nueva York.

Pero estas nuevas posibilidades tecnolgicas son, ante todo, precisamente eso: nuevas. Todo est todava, quirase o no, crase o no, en la etapa experimental. El caso es que, como se trata de un experimento tan omniabarcador, resulta que todos nos hemos convertido en conejos de Indias. Quizs las prximas generaciones alcancen a tener un panorama ms claro. Para la generacin actual, todo est todava en lo que en terminologa cartesiana se llamara oscuro y confuso. Sabemos que, irremisiblemente, con la biotecnologa todo va a cambiar; pero no sabemos todava cmo sern esos cambios. Estamos ante una inmensa apuesta: podemos perder o podemos ganar; seguramente ganaremos algo y perderemos algo; slo que no conocemos an las dimensiones de los respectivos algos Lo que s sabemos es que, en razn de lo que perderemos, estamos hoy ante el mayor riesgo que ha afrontado el gnero humano.

Los cientficos, demasiado ocupados en sus tareas de investigacin y experimentacin, demasiado urgidos por los empresarios que financian esas tareas, y, ahora, adems, fascinados, maravillados ante las inmensas posibilidades inditas con que se encuentran, no tienen tiempo, ni tampoco muchas ganas, de ponerse a calcular los riesgos que todo esto implica para la salud y el medio ambiente. Ya ocurri as en otras ocasiones: los qumicos no le dedicaron demasiada atencin a los riesgos del DDT y los pesticidas; los fsicos slo miraron de soslayo los clarsimos riesgos de la experimentacin con la energa nuclear, y no hablemos del demasiado obvio riesgo entraado en la produccin de bombas atmicas, sino que ni siquiera tomaron medidas de previsin y prevencin acerca de cmo la gente iba a despojarse de los peligrossimos residuos radiactivos que amenazan no slo a nuestra generacin, sino tambin a las siguientes durante muchsimo tiempo. Algo similar les ocurre hoy a los bilogos. No es que ignoren los riesgos implcitos en lo que hacen (cmo van a ignorarlos ellos, precisamente?), sino que sus tareas se han vuelto demasiado especficas; sienten que no pueden ocuparse de todo, y al mismo tiempo, como dije, pasan por la gran fascinacin que producen los secretos de la vida y la ya inaugurada viabilidad de experimentos biolgicos inditos.

La biotecnologa, conjuntamente con la tecnologa de la informtica, y particularmente en su combinacin con sta (la bioinformtica), es ya una realidad palmaria, y trae consigo como ha ocurrido con todas las grandes revolucionesde la tcnica novsimas posibilidades que producen una mezcla de esperanzas y temores. Ella estrena, conjuntamente con expectativas para la solucin eficaz de graves problemas, un sinnmero de nuevos peligros, que se suman a los que siempre padeci la humanidad. Por un lado es cierto que, al menos en parte, muchos de los inevitables peligros naturales fueron precisamente conjurados por determinados logros tcnicos; pero por otro lado, esos mismos logros (o nuevas pericias y materiales vinculados con stos) fueron fuente de inmensos desastres. En eso consiste, precisamente, la ambigedad (no la neutralidad, como suele decirse) valorativa de la tcnica. Desde el momento en que la economa de caza y recoleccin fue cambiada por la de produccin de alimentos (revolucin agrcola del neoltico), la vida entera del hombre se modific: se diversific el trabajo, lo cual determin tambin la diversificacin de grupos sociales, en tanto que la tcnica se desarroll en proporcin representable mediante una curva exponencial, y respondi cada vez ms a los intereses de unos grupos humanos contra los intereses de otros.

La humanidad ha vivido desde el comienzo entre grandes desequilibrios y compensaciones que a su vez resultaron ocasin de nuevos desequilibrios. Acaso el desequilibrio originario fue lo que hoy se llama un desequilibrio ecolgico, una inadaptacin de nuestra especie al medio ambiente. El fenmeno es frecuente en la naturaleza: las especies que se desadaptan, es decir, que no producen en s mismas los cambios adecuados a los que tienen lugar en su medio ambiente, sufren el deterioro de sus funciones vitales y, con un ritmo ms o menos acelerado segn las circunstancias, acaban por desaparecer de su nicho ecolgico, o incluso del planeta, del mundo: se extinguen. No dudo de que se pueda ofrecer explicaciones complementarias, e incluso ms complejas y fundadas, de estos fenmenos; pero parece plausible la idea de que la especie humana fue una excepcin: se desadapt y no logr una compensacin natural, y, no obstante, tampoco se extingui (al menos, hasta ahora). La necesaria compensacin tuvo carcter artificial: consisti en la invencin de la tcnica. La carencia de zarpas o de grandes colmillos fue compensada por el hacha de piedra. As se sali del inicial desequilibrio ecolgico. Como los utensilios tambin devinieron armas, determinaron, sin embargo, una nueva forma de desequilibrio: el etolgico, consistente en que se crearon posibilidades de agresin intraespecfica para las que no tenamos, como especie, suficientes instintos inhibitorios que obraran como contrapeso a dichas posibilidades. Dicho de otro modo: se volvi muy fcil matar a nuestros semejantes, asesinar. Hubo que echar mano a una compensacin ya no natural, sino cultural: la moral. Si ante el desequilibrio ecolgico la tcnica fue la compensacin de ese desequilibrio y simultneamente la causa de un desequilibrio etolgico, ante este ltimo la tica, aun con todas sus deficiencias propias de lo que se configura slo culturalmente, es el nuevo invento (o descubrimiento, segn se la interprete) compensatorio. El sentido primario del ethos reside, pues, en un intento de inhibir la agresin humana intraespecfica mediante un sistema, cada vez ms intrincado, de recriminaciones y sanciones sociales, que dieron lugar asimismo a la poltica y al Derecho. De nuevo esa compensacin trajo consigo interrelaciones sociales ms complejas (nuevas formas de desequilibrio), y las pulsiones agresivas humanas fueron refinndose bajo diverssimas maneras psicolgicas e institucionales. No slo se limit la sancin jurdica y moral del homicidio a los casos que no constituyeran formas de contraviolencia o, sobre todo, que no tuvieran lugar en el marco de las guerras (otro gran invento al que contribuy decididamente la tcnica, en una mutua relacin de retroalimentacin con el podero blico), sino que, adems, surgi la crueldad, el deleite con el sufrimiento ajeno, as como todas las aberraciones imaginables en ese orden de cosas. Es cierto, pues, que en todas las especies animales hay agresin intraespecfica; pero slo entre los seres humanos se practica la tortura, o se es capaz de inferir dolor con el nico fin de producirlo. La agresividad originaria es reprimida, inhibida y sancionada, etc., pero, a la vez, esas formas de represin, inhibicin, sancin, etc., sin duda necesarias, se convierten (al menos parcialmente) en peculiares resortes de formas de agresin mucho ms sofisticadas. La territorialidad, el sexo, el miedo y el alimento, que obraban como los principales disparadores de la violencia en el paleoltico, son ahora slo ejemplos eventuales de una lista muchsimo ms amplia, en la que entran infinitas variantes del resentimiento, la envidia, la malevolencia, los celos, las supersticiones, el afn de lucro, el aburrimiento, la identidad, el sentimiento de frustracin, la competencia, etc., etc. Como en la fbula del lobo y el cordero, sin embargo, el uso de la violencia siempre se acompaa con la pretensin de un justificativo.

La diversificacin de las formas de agresin abre constantemente nuevos riesgos a la convivencia humana, pero no hay que olvidar que ella es, precisa y paradjicamente, una indeseada e imprevista derivacin de ciertos logros alcanzados con el fin de controlar la agresividad. Desde el comienzo, la tcnica y la moral (y, por tanto la tica entendida en un sentido amplio) estuvieron estrechamente vinculadas, de un modo conflictivo, en el que los trminos se oponen y al mismo tiempo se suponen entre s. En consecuencia, no podra pensarse que ese gran acontecimiento tcnico representado por la emergencia de la biotecnologa sea una excepcin. Tambin ahora, y precisamente porque se trata de la aparicin de una nueva realidad, la tica se encuentra ante lo que desde sus orgenes ha sido su principal incitacin. Tiene que ponerse con urgencia en funcionamiento, o renovar radicalmente sus modos de intervencin, porque la biotecnologa, en tanto autntica revolucin tcnica y cultural, provoca un nuevo y desconcertante desequilibrio etolgico. A la tica corresponde la nada fcil tarea de hallar instancias que eviten los nuevos desequilibrios (en este caso, tanto ecolgicos como etolgicos), o que los compensen cuando se producen. Esas instancias, desde luego, sern por otro lado semilla de futuras complicaciones y de variantes de la agresin, pero en esto no hay alternativa. En la medida en que aquella dialctica (de desequilibrios y compensaciones) vaya comprendindose mejor, sin embargo, ser probable y relativamente ms fcil desarrollar tambin mecanismos anticipados de control. Para esto son, a mi juicio, necesarias dos actitudes que se corresponden con las dos dimensiones de la razn: la voluntad de minimizar los conflictos (evitndolos, resolvindolos o regulndolos), y el reconocimiento de que todo lo social est conflictivamente estructurado . Lo segundo parece oponerse a lo primero, pero en realidad lo complementa. Las opciones unilaterales, en cambio, son siempre desacertadas.

En vinculacin con las empresas biotecnolgicas (indudable institucin ejecutiva de los nuevos y diverssimos productos de esta nueva y colosal creatura que la mente humana trajo al mundo) suele usarse el concepto de capital de riesgo. Pero este riesgo est referido casi exclusivamente al aspecto econmico, es decir, al riesgo de la inversin, implcito en un tipo de actividad que no garantiza de antemano los beneficios econmicos esperables. La atencin excesivamente concentrada en ese aspecto puede hacer olvidar que el riesgo de la biotecnologa no se restringe al campo de lo econmico, sino que tambin representa un inmenso riesgo social. Incluso el riesgo econmico queda de algn modo, a mi juicio, subsumido bajo el concepto ms amplio de un riesgo para la supervivencia del gnero humano. Este aspecto del riesgo es, en razn de lo que venimos viendo, precisamente el tema o uno de los temas fundamentales de la tica, y que justifica que la tica filosfica tambin sea invitada (como acontece en algunas ocasiones al menos) a dialogar con los biotecnlogos.

Hay que destacar que ni la ciencia ni la tecnologa, particularmente el nuevo concepto de la tecnociencia, son ni pueden ser algo ajeno a la tica. Ms bien dira que se trata de una relacin absolutamente inevitable. Precisamente porque tanto la ciencia como la tcnica, la tecnologa y la tecnociencia, constituyen, en definitiva, tambin formas de poder. No solamente representan formas de saber y de informacin, sino que, a su vez, ocurre que esa informacin y ese saber pueden ser manejados para finalidades que implican una posesin de poder muy significativa. Ya lo haba visto en el siglo XVII Francis Bacon cuando deca aquello de scientia propta potentia, es decir, la ciencia para alcanzar poder. En el siglo XIX el positivismo, y especialmente a partir del fundador de esa corriente, Comte, repeta aquella frmula de "saber para prever". Pero prever para tener dominio, porque siempre el saber y la tcnica han sido formas de adquirir dominio, de adquirir poder. Este poder en primera instancia aparece como el poder (hasta cierto punto razonable, aunque tambin se lo demoniz desde el comienzo, como una especie de agresin a la Madre Tierra) del hombre sobre la naturaleza, pero con mucha frecuencia se convierte asimismo en el poder de unos hombres sobre otros, el dominio de los seres humanos. Por lo tanto incide en el aumento de la desigualdad social, y de aqu hay un solo paso para que se incurra en lo que se conoce como explotacin y, por tanto, como injusticia social. Ha habido desde el comienzo actitudes favorables al desarrollo de la tcnica y luego de la tecnologa, y al mismo tiempo actitudes de impugnacin o de rechazo frente a las posibilidades tcnicas y tecnolgicas. Humanos, demasiado humanos, son tanto el hincharse de jbilo frente a un nuevo y sofisticado artefacto que nos libera de algn esfuerzo cotidiano, como el retraerse, presa de espanto neofbico, ante la ms tenue reverberacin de un mecanismo desconocido Esto se ve sobradamente en el caso actual de la biotecnologa, pero constituye una relacin de hechos que se ha dado, me permito suponer, desde el comienzo de la tcnica, es decir, desde que el hombre invent el hacha de piedra.

La tecnofilia consiste en la actitud de amor a la tcnica, en el entusiasta panegrico de la tcnica, en el aplauso indiscriminado de todo lo que sea tcnico y por el solo hecho de serlo. Semejante actitud no es del todo arbitraria ni antojadiza; no es una desnaturalizacin excesiva; tiene su razn objetiva de ser, porque no cabe ninguna duda de que la tcnica se ha convertido en algo imprescindible para la vida humana. El medio tcnico es para el hombre lo que el medio acutico es para el pez, y casi todo nuestro entorno est necesariamente determinado por elementos tcnicos. Es obvio que no podemos vivir sin tcnica.

Pero al mismo tiempo hubo y sigue habiendo una actitud tecnofbica junto a la tecnoflica, y la tecnofobia (el miedo a la tcnica) tambin a su manera est y ha estado siempre justificada, sobre todo porque la tcnica al mismo tiempo que procuraba y proporcionaba las posibilidades de supervivencia a la especie, ha representado siempre riesgos para el medio ambiente e incluso para la vida humana. Y porque adems, como dije, posibilita las relaciones de dominio de unos hombres sobre otros.

Incluso se ha comentado que desde la gran revolucin de la tcnica (consecuencia de la revolucin agraria) que tuvo lugar en el neoltico, la tcnica despert mucho entusiasmo por un lado; pero por otro tambin grandes temores que llevaban incluso a la supersticin. Ciertas actividades tcnicas imprescindibles desde entonces, como la roturacin de la tierra, que representaba herir a la Madre Tierra, eran ya lo dije tenidas por algo demonaco. Esta idea de lo demonaco, o la constantemente evocada imagen del aprendiz de brujo, son por cierto determinadas en parte por prejuicios ancestrales mgicos o mticos; pero constituyen asimismo modos elementales de denunciar aspectos de la tcnica que la convierten sin cesar, a la vez que en algo imprescindible, tambin en algo temible. Ese es el gran conflicto intrnseco de toda tcnica.

Es importante sealar, cuando se est en un dilogo entre la filosofa y la ciencia, que los trminos "tica" y "moral" suelen usarse con cierta imprecisin y no poca despreocupacin, y no siempre se tiene conciencia de cul es la diferencia de significacin que les cabe. Desde luego, tales diferencias de significacin siempre son convencionales, y hay que reconocer que "tica" y "moral" originariamente se pueden haber tomado como sinnimos. Simplemente ocurre, en tal caso, que uno de estos trminos tiene origen etimolgico griego y el otro latino. Pero es importante entender que la convencin ms generalizada indica considerar la moral como el conjunto de las creencias y las actitudes referidas a las normas y los valores, en tanto que la tica se refiere a la reflexin sistemtica acerca de estas costumbres, creencias, actitudes, valores, normas, etc. Entonces, en la tica (entendida ahora en un sentido ms estricto), no se trata simplemente de una cuestin de creencias, sino de una disciplina que necesita valerse de argumentos, de razonamientos, de razones, de fundamentos.

El problema principal que yo tratara de dejar planteado en lo que atae a la relacin de la tica con la biotecnologa y con la tecnociencia en general es un problema que se escinde a su vez en dos conceptos: uno sera el de la eticidad de la ciencia, y el otro que podra denominarse, a la inversa o recprocamente, la cientificidad de la tica. La idea de la eticidad de la ciencia, o el problema de la posible eticidad de la ciencia, ha adquirido particular significacin por el hecho de que, desde comienzos del siglo XX, y a partir de planteamientos de los filsofos neokantianos y de Max Weber, se insisti en que la ciencia deba ser valorativamente neutral. La idea de la neutralidad valorativa de la ciencia ha dado lugar a muchsimas discusiones. Muchas veces, para ilustrar el sentido de esa supuesta neutralidad, se ha comparado la ciencia con un martillo, o sea, se le ha otorgado un carcter meramente instrumental. El martillo, se dice, es algo con lo cual se pueden hacer cosas buenas, si, por ejemplo, se construye un mueble, pero se pueden hacer cosas malas si se usa para romper la cabeza del vecino. Con la ciencia, segn esa ptica, pasara algo anlogo: ella, en s misma, slo constituye una forma rigurosa de saber, y si ese saber se usa bien, se lograr un beneficio; si se usa mal, se har un perjuicio; pero ni el presunto beneficio ni el presunto perjuicio dependen de la ciencia como tal, sino de quien se sirve de ella. El argumento es simple y muy claro, y seguramente logra convencer a muchos. Pero parte de un supuesto falso: el de que ese saber se obtiene al margen de intereses muy concretos. Las cosas por saber son prcticamente infinitas. El saber cientfico tiene que seleccionar sus objetos, y es en esta seleccin donde, desde un comienzo, se abandona la neutralidad, especialmente cuando ese saber tiene una proyeccin muy clara en el poder que confiere. La biotecnologa y, en general, la tecnociencia, es un buen ejemplo de cmo el respectivo saber que se va alcanzando depende de cules son los intereses de la empresa que financia justamente la obtencin de ese saber. Ni la ciencia ni la tcnica surgen, y se despliegan, al azar, sino siempre con propsitos muy especficos, propsitos que por lo general se vinculan con la adquisicin de poder. El poder siempre entraa riesgos, porque se usa para imponer los intereses de unos por encima de los de otros. Esta posibilidad de elementos de riesgo que estn nsitos en todo lo que sea ciencia y en todo lo que sea tecnologa, es lo que hace que la ciencia no pueda prescindir de sus implicaciones ticas. Es decir, que existe una fundamental responsabilidad moral del cientfico y del tecnlogo, una responsabilidad no slo de tipo econmico, o de lealtad al inversor que la posibilita, sino fundamentalmente frente a la comunidad y, en nuestro tiempo, frente a la humanidad en su conjunto.

En cuanto al otro lado de la cuestin, el de la cientificidad de la tica, se trata de saber si la reflexin sobre estas cuestiones es meramente, como lo propone la actitud cientificista, un asunto del sentido comn, es decir, que nadie necesita investigar ni estudiar en tica porque cada uno tiene el sentido comn necesario para saber cundo algo est bien y cuando est mal, o cundo se debe o no se debe hacer. Pero ocurre que eso que se llama "sentido comn" tiene una infinidad de variantes, al punto de que se ha sealado ms de una vez la paradoja de que el sentido comn es "el menos comn de los sentidos" y hay muchos criterios en lo que respecta a la accin. La tica es una disciplina filosfica que representa el esfuerzo de la razn por hallar fundamentos de la accin moral. Es la nica instancia desde la cual se puede ofrecer criterios racionales para esa accin. Desde luego, no digo que siempre tenga xito posiblemente lo tenga slo excepcionalmente o jams , pero es se su cometido, y cada vez que se procura obrar racionalmente, es decir, cada vez que se quiere realmente pensar en lo que se hace, en lugar de obrar ciegamente segn los impulsos circunstanciales, se est ya reconociendo la necesidad de la tica. Aunque haya disparidad y discrepancia entre las teoras ticas, todas apuntan a lo mismo, y precisamente en su propsito es donde estn tcitamente de acuerdo. Cuando se eluden los criterios racionales se corre el riesgo de que las acciones queden sometidas a la arbitrariedad, al capricho, o, lo que es ms frecuente, a los intereses particulares y egostas. En este sentido, la accin puede ser racional en el sentido de la racionalidad instrumental (que es la forma bsica, pero tambin la ms elemental de la razn); pero no puede serlo en el sentido de la razn prctica. Por cierto, muchos niegan que la razn sea algo ms que razn instrumental; pero, de nuevo, hay que ver si se puede ser consecuente con esa opinin en los casos verdaderamente conflictivos de la interaccin social.

Para apreciar en sus reales dimensiones el problema del vnculo entre la tica y la tecnociencia es preciso entender que existe tambin una cierta cientificidad de la tica en el sentido de que ella requiere un tipo de rigor cientfico, requiere criterios de objetividad, requiere investigacin y sobre todo requiere fundamentacin. Lo que hace la tica es la bsqueda de fundamentos; en esa bsqueda radica su misin especial. Desde luego hay teoras que se caracterizan por negar la posibilidad de esa fundamentacin, a veces teoras que provienen de filsofos como Schopenhauer, quien a principios del siglo XIX deca que predicar moral es fcil, fundamentarla es difcil. Obsrvese bien: deca que es difcil, y sin duda tena razn. Un siglo despus, Wittgenstein comentaba esto y lo traspona a una actitud que se conoce como escepticismo tico (aun cuando el propio Wittgenstein no lo deca con la intencin habitual de los escpticos): "predicar moral es intil; fundamentarla, imposible". Esto es ya una exageracin. Me parece admisible que la prdica moral sea fcil y que sea intil. Tambin creo, como dije, que la fundamentacin es difcil. Pero, si se piensa que es posible obrar racionalmente, es necesario reconocer que es posible fundamentar la tica, ya que no es otra cosa lo que se quiere decir cuando se admite que hay acciones racionales o razonables. Hay que convenir en que, al menos en principio, existen posibilidades de fundamentacin, aunque se trate de una tarea sumamente ardua Algo est claro: o bien se niega la posibilidad de fundamentacin, o bien se la afirma. Ahora bien, hay distintas maneras de negarla, y tambin distintas maneras de afirmarla. Por eso contamos hoy con un gran cmulo de teoras que han surgido con respecto a cmo se la debera fundamentar. Hay fundamentaciones de tipo emprico, hay fundamentaciones cientficas incluso. Muchas veces de manera expresa se ha postulado alguna forma de ciencia como la instancia desde donde deban fundamentarse las normas morales. Esto es lo que pas, por ejemplo, hace unos veinte o treinta aos con lo que se llam sociobiologa, una singular mezcla de ciencia e ideologa que, como la biotecnologa, est tambin vinculada al comienzo de los trabajos tecnolgicos posibilitados por el descubrimiento del ADN y sus funciones. Las propuestas de fundamentaciones cientficas de las normas morales fallan, por supuesto. Son las primeras en cometer lo que ya denunciaba Hume con su ley de la inderivabilidad del es al debe y lo que a comienzos del siglo XX Moore llam falacia naturalista. Por ms que se sepa (y nunca se sabe bastante) cmo es algo, no puede inferirse de ese saber cmo debera ser. Lo normativo moral tiene que ser entendido e investigado desde un tipo de saber tan riguroso como el cientfico, pero distinto de ste: el saber tico, es decir, la tica filosfica. Esta no puede fundamentar lo que es, y la ciencia (quiero decir, las disciplinas cientficas particulares) no puede fundamentar lo que debe ser. Pero, aunque el ser y el deber ser tienen que distinguirse, tampoco se puede pensar que estn totalmente desvinculados. La necesaria relacin entre el ser y el deber ser, sobre todo cuando se trata de las implicancias tecnolgicas, refleja (o, ms bien, determina) la necesaria relacin entre la ciencia y la tica.

Jean Ladrire seala que hay por lo menos cuatro niveles en que los descubrimientos cientficos y tecnolgicos pueden favorecer el pensamiento tico. Primero, ampliando las incumbencias de la tica a nuevos mbitos, como en el caso de la ingeniera gentica. Segundo, provocando nuevos problemas ticos vinculados a aquella ampliacin, y obligando as a nuevos esfuerzos reflexivos en torno de los fenmenos morales. Tercero, insinuando y alentando la creacin de nuevos valores, es decir, ampliando no slo su propia tematizacin, sino tambin la sustancia tematizada. Y cuarto, modificando la manera de plantear la cuestin de la determinacin de las normas, por ejemplo, mediante la sugerencia de procedimientos motivacionales especficos o la analoga con los procedimientos metodolgicos de la ciencia. Es cierto que la Ladrire analiza estas relaciones desde una perspectiva relativista, que personalmente no comparto, e incurre entonces en inconvenientes argumentativos que sera largo y acaso ocioso examinar aqu. De todos modos, creo que acierta en su manera de observar el tipo de relaciones que la ciencia est en condiciones de establecer con la tica. Y, en definitiva, aun cuando su posibilidad sea siempre tema de discusin, creo que la cuestin especfica de la fundamentacin es no slo autnticamente filosfica, sino que tiene adems una particular relevancia para la praxis real. En la consideracin de esta problemtica hay que apelar a argumentos que permitan justificar criterios racionales de accin y, en especial, de la accin vinculada con la tecnologa. Otro problema se plantea an cuando se trata de aplicar

esos criterios. La tica no enfrenta slo el problema de la fundamentacin, sino tambin el de la aplicacin. Entonces es absolutamente imprescindible el dilogo interdisciplinario entre la filosofa y la ciencia, porque los filsofos no podemos opinar acerca de las ciencias concretas, especficas, tcnicas, que correponden a los cientficos, pero los cientficos tampoco pueden dar indicaciones acerca de lo que legitima o justifica normas o valoraciones determinadas.

El riesgo particular de la biotecnologa, el riesgo que ella implica no slo para los inversores, no slo para las empresas que arriesgan en ella su capital, sino para toda la gente, para la humanidad en su conjunto, est en que inaugura contextos inditos en la vida humana. Muchas veces han tenido lugar crisis morales porque determinados sistemas de normas, que nunca son de vigencia eterna, entran en obsolescencia, se vuelven ingenuos, se desvinculan de la realidad, crisis en las que la gente deja de creer en determinados valores, en determinadas normas. En tales casos acontece que la gente deja de contar con criterios de accin y necesita saber con qu tipo de normas se reemplazarn aquellas en las que todos, o la mayora, han dejado de creer. Sin embargo, el problema, aunque dramtico, deja atisbar soluciones, y el reemplazo de unas normas por otras no resulta imposible, Pero en un caso como el de la biotecnologa, la situacin es distinta, porque aqu lo que ocurre es que se trata de la emergencia de situaciones nuevas, inditas, para las que nunca hubo antes normas determinadas, y carecemos de criterios para elaborar las requeridas normas nuevas. No se trata de reemplazar una norma por otra, sino de elaborar normas para un tipo de realidad que nos resulta extraa, de inaugurar los aspectos normativos de situaciones hasta hoy desconocidas. Esto slo puede hacerse a travs de una investigacin filosfica, y luego a travs de un dilogo interdisciplinario, y de un particular tipo de convergencia, entre la filosofa y la ciencia. La biotecnologa es una realidad de efectos demasiado importantes como para que quede slo en manos de los biotecnlogos: ha comenzado a convertirse en un

patrimonio de la humanidad.

Pero la convergencia no slo es necesaria entre las perspectivas de la ciencia y la filosofa, sino tambin entre los principios correspondientes a una posible tica de la biotecnologa. Qu se quiere decir cuando se habla de principios? El concepto de principiofue probablemente el que marc el ingreso en el pensar filosfico, es decir, el que determin el decisivo y tan mentado pasaje del mythos al logos. Los filsofos pre-socrticos buscaban un principio (arch) cosmolgico, desde el cual pudiese ser explicado cuanto acontece en el universo. Esa bsqueda intelectual no se satisface ya con recursos imaginativos ni con la sumisin a lo que dictamina arbitrariamente una autoridad. La razn se vuelve adulta: descubre su propia dimensin crtica. Es cierto que ya la magia, y, ms tarde., la mitologa, haban entendido que el mundo sensible tiene que ser explicado a partir de algo no sensible. No eran formas de indagacin totalmente irracionales, porque ya se hacan desde haca muchos milenios sobre la base de la comprensin de cmo se conectan medios y fines. En tiempos ms cercanos se haba planteado, a patrtir de all, la retrospectiva pregunta por qu?, la conexin causal entre los hechos presentes y determinados hechos anteriores. All se anunciaba lo que ms tarde sera el pensar cientfico. Pero hasta dnde se deba o poda retroceder en la indagacin de las causas? Para mitigar sus grandes perplejidades, el hombre invent (o quizs descubri) la existencia de fuerzas superiores, incomprensibles, pero a las que se poda atribuir aquellas causas ocultas , y con las cuales se poda tambin mantener algn tipo de relaciones mediante prcticas rituales.

Ese tipo de explicaciones poda proporcionar alguna satisfaccin emocional; pero l;a razn se hallaba as ante un vaco, que a la postre intent llenar (y semejante intento habra de llamarse filosofa) acuando la decisiva nocin de principio. Se supone que fueron los presocrticos los primeros en tomar clara conciencia de ella, y quienes formularon, como dije, las primeras propuestas acerca de un principio supremo, a partir del cual pudiera entenderse racionalmente todo lo dems. La actitud empirista de todos los tiempos, y sobre todo bajo la forma positivista especificada desde el siglo XIX, mantuvo sin embargo la insatisfaccin racional, desconfiando de toda alusin a principios, y, en consecuencia, buena parte del debate filosfico, a lo largo de ms de veintisis siglos, consisti y consiste an, aunque se lo enmasare en el enfrentamiento entre tres posturas intelectuales distintas: 1) la de quienes acaso por nostalgias de lo mgico y lo mitolgico, y / o por influjo de fuertes motivaciones emocionales impugnan como inautntica toda propuesta racional (irracionalismo), 2) la de quienes se atienen a la coherencia lgica pero tambin a las bases exclusivamente empricas o positivas, es decir, a los testimonios de los sentidos (empirismo, sensualismo, positivismo), y 3) la de quienes, insatisfechos con lo meramente emprico, se esfuerzan por encontrar, o proponen, principios racionales no-empricos (racionalismo, apriorismo).

Aristteles advirti que la de los principios es la cuestin filosfica por excelencia, ya sea que se los niegue o se los afirme, y, en este ltimo caso, porque surgen las discrepancias acerca de su determinacin precisa. Desde el punto de vista etimolgico, principio (principium) alude a comienzo, es decir, a lo primero (primum, prtos) en el orden temporal. Es en tal sentido lo que est en el origen. Pero principio suele entenderse asimismo como lo primero en el orden lgico, o en el cosmolgico, o, en definitiva, en el ontolgico, como ocurri con la arch de los presocrticos. Desde el punto de vista lgico , un principio es una proposicin de la que se pueden deducir otras proposiciones. Pero, tambin en lgica, se designa principios, por otra parte, a las reglas bsicas que deben tenerse en cuenta en todo razonamiento correcto (principio de identidad, de no-contradiccin, de tercero excluido y, a veces, tambin de razn suficiente). La polisemia acontece parejamente desde el punto de vista ontolgico, ya que entonces principio puede entenderse como elemento de un compuesto, como condicin para la existencia de algo determinado (o para toda posible existencia), como causa de la que derivan determinados efectos (o de la que deriva todo lo que existe), etc., etc. Son significaciones claramente diversas y, sin embargo, interrelacionadas. Estas, y acaso muchas otras que podran mencionarse, aluden, de uno u otro modo, a la necesidad de aclarar, en lo posible, lo que, espontneamente, nos resulta oscuro. Con los principios se trata de dar razn de algo. Y aqu nos interesa el hecho de que lo que acontece en el mbito lgico y ontolgico vale a fortiori en el mbito tico. En el ethos nos encontramos con normas y valores que requieren justificacin, legitimacin, fundamentacin. Muchos pensadores han credo, y otros muchos siguen creyendo an, que para ello se requiere principios ticos. Pero tambin son muchos los que rechazan la posibilidad de establecer principios. Es tema de discusin entre racionalistas e irracionalistas,

o entre empiristas y aprioristas, que entienden la nocin de principio de maneras diversas o aun inversas. Una oposicin clsica en tica se da entre el principio de Kant (el imperativo categrico) y el principio de utilidad (Bentham, Mill y otros utilitaristas). Incluso en la tica contempornea se han propuesto explcitamente principios en los que orientar la accin moral, como, por ejemplo, el principio de esperanza (E.Bloch), el principio de responsabilidad (H.Jonas), el principio de reverencia a la vida (A.Schweitzer), el principio del punto de vista moral (K.Baier), el principio del discurso (K.O.Apel), etc.

El recurso a principios determina la actitud que se ha llamado principalismo o principialismo. Las teoras ticas que derivan todo lo moral a un principio nico pueden denominarse monoprincipalismos. Es lo ms frecuente, pero hay tambin formas de pluriprincipalismo, es decir, teoras que reconocen diversos principios. El ejemplo ms conocido en la tica del siglo XX fue el de los principios prima facie de David Ross, y, ms recientemente, el de los principios bioticos, de Beauchamp y Childress. Estos autores norteamericanos conciben los principios como puntos de partida para orientar moralmente las acciones mdicas. Su contribucin, de indudable valor, no slo para la biotica, sino tambin para la teora tica en general, presenta sin embargo, a mi juicio, la deficiencia de que no brinda una justificacin suficiente de los principios propuestos y, en relacin con esto, los relativiza. No se trata slo de que restringe su aplicabildad (lo cual puede, y hasta debe, hacerse tambin desde posiciones no relativistas), sino de que los convierte en soportes poco confiables, de manera similar a lo que acaece cuando se recurre a intuiciones.

Ya Kant advirti que, aunque el empirismo no se identifica con el relativismo desemboca casi fatalmente en ste. A su vez, el relativismo (que ha presentado infinitas variantes a travs de la historia) es una manera elemental de interpretarar la facticidad de opiniones morales discrepantes. Casi todos los relativismos confunden la validez de las normas morales con la vigencia fctica de las mismas. En otros trminos: segn la perspectiva relativista, es moralmente vlido aquello en lo cual de hecho se cree, al margen de que se lo pueda justificar con argumentos y tambin al margen de que fcticamente se lo cumpla o no. Los relativistas saben o pueden saber que para la vigencia de determinadas normas basta con que la mayora piense que se las debera cumplir, aun cuando nadie las cumpla. La mera verificacin o comprobacin emprica de que existen diferencias de creencias morales en los distintos grupos es tarea de la tica descriptiva, que puede practicarse, por ejemplo, desde la antropologa cultural. Hoy resulta realmente indiscutible que tales diferencias existen; las discusiones giran ms bien en torno de las caractersticas especficas que las diferencias envuelven en cada caso. El relativismo cultural corriente en antropologa no es meramente una postura terica, sino el resultado de la reiterada comprobacin de un hecho. Pero el grande y frecuente error estriba en inferir del relativismo cultural un relativismo moral. Esa es una manera de cometer la falacia naturalista: lo descriptivo puede ofrecer informacin valiosa a la reflexin normativa, pero no puede servirle de premisa. La vigencia fctica debe distinguirse de la validez Ahora bien, los principios ticos se relativizan a menudo por causas antropolgico-culturales, como la que se acaba de sealar; pero en ocasiones tambin se lo hace como respuesta a las diferencias entre situaciones o circunstancias, como ocurre cuando David Ross, o tambin Beauchamp y Childress, reconocen principios slo provisionalmente aplicables. La provisionalidad de aplicacin ya estuvo expresamente formulada en la moral provisional cartesiana, pero tambin puede proponerse, en teoras pluriprincipalistas contemporneas, como recurso para paliar conflictos entre los principios. Un principio provisionalizado (si se me permite el horrible neologismo) ser aplicable mientras su aplicacin no estorbe o impida la de otro, que entonces ha de considerarse superior, y hay que acudir as con frecuencia no es el caso de Beauchamp y Childress a la postulacin de una jerarqua entre los principios, y a afrontar el consecuente problema de si esa jerarqua, por su parte, se concebir a su vez como relativa o provisional , etc. El paradigma de provisionalidad, para la aplicacin de principios, puede ser vlido como uno de los intentos de combatir el rigorismo kantiano (es decir, la pretensin de que un principio moral sea siempre aplicable y de que su aplicacin efectiva constituya una condicin necesaria para determinar el carcter moral de un acto). Pero el inconveniente de semejante paradigma es que en l la validez intrnseca del principio se hace tambin transitoria, y, en definitiva, acaba por confundirse con la vigencia fctica. Dicho de otra manera: el paradigma de provisionalidad se refiere a la aplicabilidad, pero afecta asimismo a la fundamentacin o justificacin del principio.

Las ms famosas teoras relativistas (como las que sostuvieron los sofistas del siglo V a.C.) fueron tambin, a su modo, formas de pluriprincipalismo. Dado que confundan la validez con la vigencia, admitan la validez de todos los principios vigentes, y como stos son prcticamente infinitos, ninguno resultaba demasiado significativo. El relativismo es un tipo de teora que suele surgir como respuesta crtica frente a posturas dogmticas, absolutistas y generalmente monoprincipalistas. Pero hay que aclarar dos cosas: en primer lugar, que no todos los monoprincipalismos son necesariamente dogmticos, y, en segundo lugar, que no todo pluriprincipalismo admite una infinidad de principios. Los pluriprincipalismos razonables son particularmente restringidos, como en el caso del que defienden en Biotica Beauchamp y Childress. As, pues, estos autores no cometen la exageracin sofstica; pero, como de todos modos, y segn se vio, provisionalizan la aplicabilidad y, en consecuencia, ablandan excesivamente los fundamentos, se mantienen en el rea endeble de las teoras relativistas. Los cuatro principios que estos autores proponen (beneficencia, no maleficencia, autonoma y justicia) haban sido mencionados en teoras anteriores, si bien no en el sentido de constituir un sistema tetrrquico segn los exponen ellos. El principio de beneficencia muchas veces se piensa asociado al de no-maleficencia (lo cual no es correcto, entre otras razones, porque pueden hallarse en conflicto entre s). Tal parece el caso ya en su mencin originaria, en el propio Hipcrates, quien, en el libro I de las Epidemias lo formula como el deber mdico de favorecer o al menos no perjudicar. Los principios de justicia y de autonoma tambin aparecen ms de una vez en la historia de la tica, aunque con sentidos diversos. En la filosofa contempornea tambin existen claros antecedentes de la teora de Beauchamp-Childress. El libro de David Ross, al que dichos autores remiten con frecuencia, The Right and the Good , estableca toda una lista de principios, entre los que se cuentan el de beneficencia, el de no-maleficencia y el de justicia. Diego Gracia seala que, adems de Ross, tuvo William Frankena una influencia decisiva en la concepcin principalista de Beauchamp-Childress. Estos autores, en efecto, saludan la versin que hace Frankena del postulado de Hume, segn el cual la beneficencia y la justicia son los dos mayores principios de la moral. Tambin se muestran acordes con lo que Frankena llama

(retomando una clsica expresin de Kurt Baier, el punto de vista moral, entendido como una desapasionada actitud de simpata en la que las decisiones morales se toman recurriendo a buenas razones basadas en principios, y destacan el hecho de que, para Frankena, esos dos principios captan la esencia del punto de vista moral. Gracia considera a Frankena como el intermediario entre Ross y Beauchamp-Childress, y enfatiza la crtica que Frankena dirige

al intuicionismo de Ross y la carencia, en ste, de un criterio para resolver los conflictos entre deberes prima facie. Parece lcito preguntar qu principios podran proponerse en un pluralismo restringido en el que, a diferencia de lo que ocurre tanto en Ross, como en Frankena, Beauchamp-Childress e incluso Gracia, se reconociera el carcter a priori de esos principios. Y si, adems, se reconocieran las relaciones conflictivas entre ellos? Creo que tales reconocimientos seran factibles en el marco de lo que he llamado tica convergente , es decir, una tica que admite una pluralidad de principios ( y precisamente, como en el caso de Beauchamp-Childress, no ms de cuatro). Esta tica tambin reconoce, empero, una conflictividad a priori entre tales principios, y, en relacin con esto, algo as como un metaprincipio que exige maximizar la armona entre ellos. Los principios de la tica convergente pueden inferirse de la bidimensionalidad de la razn (fundamentacin y crtica) y de su doble estructura conflictiva (sincrnica y diacrnica). Son pensados entonces como constituyendo dos pares: universalidad - individualidad (conflictividad sincrnica) y conservacin - realizacin (conflictividad diacrnica). Universalidad y conservacin son principios propios de la dimensin fundamentadora; individualidad y realizacin lo son de la dimensin crtica. Desde la tica convergente, esos cuatro principios (que propongo llamar cardinales) determinan la calificacin moral de los actos. Los principios mismos se fundamentan por reflexin pragmtico-trascendental, y la tica convergente puede ser vista como una variante de la tica del discurso, no slo por la apelacin a esa forma de reflexin, sino tambin porque los principios cardinales tienen que hacerse valer en el marco de los discursos prcticos a los que remite dicha tica.. En otros trminos, la tica convergente recibe esa denominacin, ante todo, del hecho de que en ella se combinan dos perspectivas apriorsticas: la visin de la conflictividad axiolgica enfatizada por Nicolai Hartmann en su tica material de los valores, y la fundamentacin pragmtico-trascendental propuesta por Karl-Otto Apel en su tica del discurso.

La exigencia de maximizar la armona entre los principios cardinales constituye, como dije, un metaprincipio, similar a la exigencia hartmanniana de sntesis axiolgicas, aunque se distingue de sta porque elude todo recurso intuicionista y pone el acento en la necesidad de evitar los usos unidimensionales (o unilaterales) de la razn. Para la tica convergente, la razn (al menos en tanto razn prctica) representa ante todo un esfuerzo por compensar la conflictividad. Su exigencia bsica es la de evitar, resolver o, al menos, regular los conflictos. En estrecha relacin con esa exigencia, la razn establece, desde su dimensin fundamentadora, pero merced a su fondo instrumental, recursos metodolgicos adecuados para responder a aquella exigencia. Sin embargo, y en virtud de su dimensin crtica, la razn resulta, al mismo tiempo, la nica facultad capaz de reconocer la insuperable conflictividad de las interrelaciones sociales y, por tanto, del ethos. La tica convergente es precisamente un intento de hacer compatible aquella exigencia con este reconocimiento. Es una tica en la que deja de ser contradictoria la afirmacin de un universalismo (o apriorismo) en el sentido kantiano y de una ley individual en el sentido de Simmel. La convergenciade fundamentacin y crtica se establece, a la vez, como una propuesta de corregir el aspecto rigorista de la tica kantiana, que deriva de una desafortunada interpretacin de lo conflictivo. Cuando se admite la bidimensionalidad de la razn, hay que reconocer asimismo cierta flexibilidad tica, aunque no slo en el sentido de la ya mencionada provisionalizacin (que podra ser vlida para normas situacionales, pero no para principios), sino en un sentido mucho ms complejo, aunque acorde con la exigencia de minimizar los conflictos entre principios a priori, segn el ya citado metaprincipio (al que podra denominarse tambin principio de convergencia). La tica convergente procura corregir, asimismo, el intuicionismo de la tica hartmanniana. El intuicionismo, en general, fracasa irremisiblemente cuando se trata de hallar fundamentos ticos: el disenso entre intuiciones no puede resolverse recurriendo a nuevas intuiciones. De la tica de Hartmann se toma, pues, la clara percepcin de las relaciones conflictivas del ethos, mientras se rechaza, en cambio, la propuesta intuicionista de fundamentacin. Contra esto, se propone ms bien la conflictividad misma como presupuesto de la racionalidad. Por ltimo, la tica convergente asume la aportacin del criterio pragmtico-trascendental, pero intenta corregir lo que podra llamarse el monismo de la tica del discurso. Aun cuando sta llega a reconocer un sistema de tres normas (o de tres principios), todo gira en torno del principio del discurso (es decir, la exigencia de que los conflictos de intereses sean resueltos por recurso a la argumentacin en el marco de discursos prcticos en los que se busca la formacin del consenso de todos los posibles afectados). La tica convergente no niega ese principio, pero interpreta que en l se conjugan dos exigencias: la de resolver los conflictos (que equivaldra a lo que se ha denominado principio de convergencia) una exigencia que puede considerarse incluso pre-argumentativa, aunque racional y la de hacerlo por medio de argumentos en direccin al consenso (una forma de principio de universalidad). Para la tica convergente, si la conflictividad es tenida ya en cuenta en el procedimiento de fundamentacin (o, en otros trminos, si se reconoce un a priori de la conflictividad), resulta superflua la parte B a la que tiene que recurrir la tica apeliana del discurso cuando advierte que la universalizacin no es siempre posible.

Volviendo ahora al sistema de cuatro principios bioticos de Beauchamp-Childress, parece fcil advertir que ellos representan formas especficas de los que la tica convergente denomina principios cardinales: los principios de beneficencia y no-maleficencia se vinculan diacrnicamente, y pueden entenderse como los de conservacin y realizacin vistos desde la perspectiva biotica. A su vez, los de justicia y autonoma aluden a la dimensin sincrnica, es decir, respectivamente, a los de universalidad e individualidad. A su vez, entonces, los de no-maleficencia y justicia estn en la dimensin fundamentadora de la razn, en tanto que los de beneficencia y autonoma son propios de la dimensin crtica.

Conviene tener presente que Beauchamp y Childress, aunque como vimos relativizan los principios de su sistema, no establecen entre ellos ninguna jerarqua, sino que los consideran como pertenecientes a un mismo nivel. Aqu presenta Diego Gracia una discrepancia con los autores norteamericanos. Sostiene, continuando sugerencias de Ross, que hay entre los principios relaciones jerrquicas: el de no-maleficencia y el de justicia le parecen superiores al de beneficencia y al de autonoma. Los dos primeros corresponden al nivel privado, y los dos ltimos, al nivel pblico o civil. La tica convergente que propongo no acuerda con esa jerarquizacin, porque, por de pronto, no se ve con qu criterio puede justificrsela. Quizs no siempre lo pblico sea superior a lo privado, y, adems. pblico y privado son conceptos relativos: mi familia o mi grupo de amigos es a menudo lo pblico frente a mis asuntos estrictamente personales; pero puede ser lo privado frente a mis deberes cvicos hacia mi pas, y, a su vez, las cuestiones nacionales pueden ser lo privado frente a las internacionales, etc. El principio de justicia, por ejemplo, puede referirse a la relacin con mis congneres, pero tambin a la relacin con mis compatriotas, con mis amigos, con mis parientes, etc., y otro tanto puede decirse no slo del otro principio que Gracia considera como referido a lo pblico, el de no maleficencia, sino asimismo de los principios de beneficencia y de autonoma. En suma, estoy de acuerdo con Gracia respecto del carcter bidimensional de la vida moral; pero no en que haya diferencias jerrquicas entre esas dos dimensiones. Creo, por el contrario, que las dimensiones se corresponden con las de la razn. Ya dije que los principios bioticos de justicia y no-maleficencia representan, para la tica convergente, la dimensin de fundamentacin, mientras que los de autonoma y beneficencia, la dimensin crtica, y que, vistos desde la perspectiva de las estructuras conflictivas, los de justicia y autonoma son sincrnicos, mientras que los de beneficencia y no-maleficencia, diacrnicos. Pero no dira que la fundamentacin es superior a la crtica (o viceversa), ni que lo sincrnico es superior a lo diacrnico (o viceversa). El a priori de la conflictividad es precisamente el concepto que propone la tica convergente para indicar la tensin intrnseca de la razn misma entre esas dos dimensiones y entre esas dos estructuras. Aunque los principios no puedan (salvo excepciones) ser plenamente cumplidos, no es lcito (a menos que se les sustraiga su condicin de principios) relativizarlos ni considerarlos como meramente formales. Los principios bioticos (o ticos en general), son principios del deber ser, no del ser; son denticos, no nticos. Esto quiere decir, entre otras cosas, que no se puede contar siempre con su cumplimiento. Pero hay algo ms, que ahora es particularmente significativo: quiere decir tambin que ese cumplimiento (o esa observancia), cuando realmente acontece, lo hace en la mayora de los casos de manera gradual. En este aspecto, a diferencia de lo que ocurre entre los principios mismos, puede admitirse una peculiar relacin jerrquica: es ms importante la maximizacin de la indemnidad de los cuatro principios que la observancia especfica de cualquiera de ellos, porque, en virtud de aquel a priori de la conflictividad, la plena observancia de uno probablemente implicar transgresin con respecto a otro u otros. El ethos es particularmente complejo: la conflictividad entre los principios es, en tica convergente, un postulado bsico, en relacin con el cual, precisamente, se hace necesario reconocer algo as como un metaprincipio, no ya para orientar directamente, sino indirectamente la accin moral, mediante la bsqueda del mayor equilibrio posible entre los principios que la guan de modo ms directo pero que confligen entre s. El metaprincipio exige una maximizacin de la armona entre los cuatro principios, o, en otros trminos, exige procurar que el cumplimiento de cada uno no lesione a ninguno de los dems.

En la biotica, los principios de justicia y autonoma representan la dimensin sincrnica, mientras que los de no-maleficencia y beneficencia, la diacrnica. Gracia establece, como vimos, un importante vnculo entre el de justicia y el de no maleficencia, referidos a la vida pblica, y entre el de autonoma y beneficencia, referidos a la vida privada. Creo, por mi parte (sin cuestionar esos vnculos, sino slo la jerarqua), que, adems, la primera

vinculacin obedece a la dimensin fundamentadora de la razn, mientras que la segunda lo hace a la dimensin crtica... Este es el eje de lo que vengo denominando etica convergente. Si se reconoce un a priori de la conflictividad, es preciso reconocer tambin el principio ( o metaprincipio) de convergencia, que obliga al esfuerzo por mantener el equilibrio entre los principios cardinales.

Desde luego, y en razn de lo ya apuntado antes, tampoco estoy de acuerdo con Gracia en que los principios sean relativos. Tampoco me gusta, sin embargo, considerarlos absolutos, ya que este trmino va asociado a formas de dogmatismo.. Gracia sostiene que afirmar principios ticos absolutos supone negar que puedan tener excepciones, es decir, que haya circunstancias en las que los principios no sean aplicables. Si los principios son absolutos, deben cumplirse siempre y en todas las circunstancias En tica convergente se habla, como en la tica del discurso, no de principios absolutos, sino de principios a priori. Ahora bien, Apel muestra claramente cmo es posible afirmar un principio a priori y, no obstante, reconocer que hay ciertas restricciones de la aplicacin (no es correcto aplicarlo cuando su aplicacin obliga por ejemplo a infringir compromisos previamente asumidos). Aunque tampoco estoy totalmente de acuerdo con el planteamiento apeliano en este punto, me parece que, en lo esencial, l establece la compatibilidad entre la validez a priori y la aplicabilidad restringida de un principio, y, en tal sentido, permite dar un paso ms all del rigorismo kantiano. La tica convergente tambin admite esa compatibilidad, aunque introduzca variantes en el argumento.

Ahora bien, si los problemas ticos que suscita la biotecnologa son analizables en el marco de la biotica, entonces debera admitirse que los principios de sta tambin tienen aqu alguna incumbencia. La conflictividad diacrnica aparece ahora en la oposicin inevitable entre lo que se conoce como principio de precaucin y otro principio que proponemos llamar (por las razones que expondremos) principio de exploracin. El primero de stos ha sido bien estudiado en los ltimos tiempos por autores de trabajos bioticos conscientes de los peligros que entraa la biotecnologa. Aqu planteamos la posibilidad de entenderlo como una especificacin del clsico principio de no-maleficencia, y, por tanto, del principio cardinal de conservacin. Tiene que ver, con el aspecto predominantemente mdico de la biotecnologa, pero se extiende asimismo a los que pudieran considerarse como independientes de la medicina. El principio de precaucin, adems, se refiere en general a los peligros de la tecnociencia, agravados por el hecho de que la gente suele confiar en que todo lo que hacen los cientficos garantiza la proteccin del gnero humano, sin tener informacin de que a menudo esas actividades acarrean o pueden acarrear desastres. Se suele carecer de informacin, por ejemplo, acerca de los muchos casos en que los avances tecnolgicos se aplican antes de tiempo, es decir, antes de que hayan pasado por un perodo suficiente de prueba. Pfeiffer menciona el ejemplo de la siembra experimental de plantas transgnicas a cielo abierto, expuestos a polinizacin, sin pasar por los correspondientes ensayos previos bajo techo. Eso es, precisamente, una falta de precaucin, y casos semejantes han dado lugar a la difusin internacional del principio que estamos tratando.

Los riesgos implcitos en experimentos biotecnolgicos no se restringen a sus posibles efectos en algunas personas o en una zona determinada, sino que, en no raras ocasiones, pueden proyectarse a la humanidad en su conjunto, incluyendo generaciones futuras. La necesidad de una tica del futuro en el sentido en que la concibe Hans Jonas tiene que ver precisamente con estos riesgos y con la inexcusable exigencia tica de comprometerse en acciones que los reduzcan, los controlen y contribuyan a la difusin de la informacin pertinente. Aqu estn en peligro, de manera simultnea, los equilibrios ecolgico y etolgico, que se han vuelto muy complejos: la conservacin de aspectos especficos del equilibrio ecolgico, por ejemplo, puede determinar no slo desequilibrios etolgicos, sino tambin desequilibrios de otros aspectos ecolgicos. Los as llamados efectos sinergsticos aumentan a magnitudes incalculables los riesgos actuales de la manipulacin gentica, sobre todo en casos que requieren ser probados en la interaccin con el medio ambiente: es posible, por ejemplo, la liberacin de material patgeno que provoque tumores cancerosos en generaciones futuras. El riesgo de epidemias de proporciones catastrficas, aunque menor, tampoco est excluido. Por este tipo de peligros latentes, aparece cada vez como ms recomendable la abstencin de experimentos al aire libre, es decir, en contacto con el medio ambiente, aun cuando al xito biotecnolgico los requiera.. En todo caso, la exigencia bsica del principio de precaucin supone siempre que los procedimientos experimentales se hagan con el conocimiento de la poblacin que puede ser afectada. Cuando el riesgo se extiende tambin a las generaciones futuras, esto implica, en consecuencia, la necesidad de prohibir experimentos semejantes.

El principio de precaucin ha alcanzado relevancia jurdica internacional, especialmente a partir del Comunicado emitido el 01.02.00 en Bruselas por la Comisin de la Unin Europea. Es interesante destacar que ese Comunicado toma como punto de partida un claro reconocimiento del conflicto en que el principio de precaucin se encuentra con ciertos derechos bsicos a la investigacin, que, de no ser tenidos en cuenta, haran que la aplicacin del principio incurriera en arbitrariedad. Desde la tica convergente, esa misma circunstancia se interpreta como un autntico choque entre principios. El principio de precaucin, ampliamente justificado (y entendido como forma especfica del de conservacin y del de no maleficencia), representa, sin embargo, una exigencia opuesta a la que es propia del principio que llamo de exploracin y en razn del cual se explican los mencionados derechos.

La recomendacin bsica del referido Comunicado alude a la necesaria reduccin de los riesgos que implican las nuevas tecnologas para los ecosistemas y para todos los organismos vivientes, incluyendo los de prximas generaciones; pero a la vez propone expresamente la bsqueda de consensos generales (y no meramente de cientficos) para la mejor evaluacin posible de los riesgos, para las acciones que hayan de implementarse en concordancia con esa evaluacin, y para cuidar que toda la gente est adecuadamente informada. Pero advierte asimismo sobre la necesidad de prevenir posibles formas de tergiversacin del principio, que podran favorecer a determinados intereses contra otros. La precaucin, adems, tiene que ser tanto ms cuidadosa cuanto menor sea la precisin de la informacin cientfica disponible. Se sabe que es imposible eliminar todo riesgo; pero hay que extremar los recursos que permiten al menos minimizarlo. Los correspondientes procedimientos tienen que ofrecer la suficiente transparencia que garantice ecuanimidad a los diversos intereses en juego: los de la poblacin en general, los de las empresas tecnolgicas, los de los cientficos y los de toda institucin involucrada. Esto resulta una exigencia propia del principio biotico de justicia (el cual con respecto a la biotecnologa tiene por otro lado una especificacin que mencionaremos ms abajo)..

Como indica Pfeiffer, lo que queda absolutamente claro en el principio de precaucin es que las tomas de decisiones para la ejecucin de acciones tecnolgicas (y, en lo que aqu nos interesa, especialmente biotecnolgicas) no pueden ya es decir, no es es ya moral ni jurdicamente lcito, aunque sea tcnicamente posible restringirse al criterio econmico, de productividad y rentabilidad, aunque por cierto ste deba ser tambin tenido en cuenta. Parece innecesario insistir en que valores tales como la vida y la salud de la poblacin (presente y futura) tienen prioridad (en trminos hartmannianos: tanto por su altura como por su fuerza) sobre los valores meramente comerciales o financieros, aunque sean stos, quizs desde siempre pero particularmente ahora, los que representan y otorgan el poder. Por otro lado, es cierto que los riesgos son tambin riesgos econmicos; pero no lo son slo en el sentido del capital de riesgo, ya mencionado, y que tanto preocupa a las empresas biotecnolgicas, sino tambin en el de los daos que la biotecnologa puede y de hecho suele provocar a productores que no se valen de ella. Donde hay agricultura transgnica, por ejemplo, los pequeos productores se ven obligados, contra sus propias convicciones, a abandonar sus tcnicas tradicionales, no slo por razones de competencia, sino tambin porque en caso contrario sus cultivos son arrasados por las plagas que no atacan a los transgnicos, o bien porque se transforman ellos mismos en transgnicos a travs de la polinizacin. Esto acontece a veces en zonas relativamente delimitadas; pero es un problema que deviene gradualmente planetario. La comunidad internacional tiene que bregar para que empresas transnacionales, o incluso estados nacionales econmica y militarmente muy poderosos, como los Estados Unidos (cuya actitud en los foros internacionales es sistemticamente contraria al principio de precaucin) vayan entendiendo y, aun de a poco, respetando estas exigencias razonables que, en definitiva, representan los intereses de la humanidad en su conjunto.

Como el principio de precaucin va necesariamente ligado al concepto de "riesgo, en el sentido de que se trata, como vimos, de minimizar este ltimo, hay que considerar ahora el hecho paradjico de que tambin la aplicacin de ese principio entraa riesgos peculiares. Estos son, sobre todo, riesgos polticos y econmicos: la imposicin del principio puede hacer perder elecciones o inversiones. Pero no se trata de eso solamente. El aspecto que nos interesa destacar es el de que una aplicacin demasiado rigurosa del principio (lo que, en verdad y esto ha sido suficientemente advertido en los debates contemporneos delata una defectuosa comprensin del espritu del mismo) puede devenir en actitudes tales como el oscurantismo, o la demonizacin de la ciencia, o, al menos, de la tecnociencia.

Desde la perspectiva de la tica convergente, esta necesidad y permtasenos el retrucano de tener precaucin con la precaucin remite, de nuevo, al a priori de la conflictividad, es

decir, a una oposicin entre principios. Como el principio de precaucin, segn venimos sosteniendo, representa uno de los extremos del eje diacrnico, hay que admitir, en el otro extremo de ese eje, un principio contrapuesto, al que proponemos llamar principio de exploracin. Este sera tambin un principio bio-tecno-tico, entendido como un modo particular del principio cardinal de realizacin o del principio biotico de beneficencia. Es muy cierto que se debe ejercer precaucin ante acciones que, en el campo de la biotecnologa, ponen en funcionamiento fuerzas desconocidas, segn la clsica imagen del aprendiz de brujo, ya que existe el riesgo de que entre tales fuerzas algunas sean decididamente dainas. Pero no menos cierto es que entre ellas hay seguramente muchas que podran ser muy benficas; fuerzas que nos ayudaran a resolver muchos viejos y penosos problemas. Y el caso es que fuerzas semejantes pueden ya conjeturarse o anticiparse con un grado cada vez ms alto de probabilidad. Tambin es cierto ya lo dijimos que lo meramente posible no es de por s moralmente lcito; pero tambin dijimos que no rara vez la mera posibilidad determina obligatoriedad. Si es posible, en principio, lograr, por ejemplo, terapias oncolgicas muy superiores a las conocidas hasta ahora, y ese logro requiere exploraciones tecnolgicas, estas exploraciones se convierten en obligatorias.

El hombre evolucion explorando campos desconocidos: la invencin del hacha de piedra (asociada ms tarde al uso del fuego) y la adopcin de la agricultura fueron quizs sus dos exploraciones exitosas claves, que, en determinados momentos de su desarrollo, segn vimos, lo salvaron de la extincin. Podra acontecer que la biotecnologa constituyera una exploracin tan importante como lo fueron aquellas. No lo sabemos, por supuesto; porque apenas hemos entrado en ella y an carecemos, por as decir, de un punto de observacin adecuado; pero no es inverosmil sospecharlo. La exigencia de explorar lo desconocido es tan fuerte como la de tomar precauciones ante los peligros que implica. Son exigencias opuestas; se trata, en efecto hay que insistir en ello , de un conflicto entre principios.

Pero este principio de exploracin tiene en realidad dos aspectos que deben ser discriminados. El principio cardinal de realizacin (o el biotico de beneficencia) vara su frmula segn se trate de realizar un bien que no existe o de cambiar o eliminar un mal que existe. La exploracin de lo desconocido, en el caso de la biologa molecular y de las posibilidades biotecnolgicas, puede justificarse, por un lado, en las expectativas de hallar e implementar bienes que an no han sido descubiertos y que, por ello mismo, tampoco son aprovechados (por ejemplo, un amplio aumento, mediante tcnicas transgenticas, de reservas alimenticias que permitan paliar el hambre en el mundo), o bien en las expectativas de eliminar males existentes ( por ejemplo, descubrimiento de recursos biotecnolgicos eficaces para la terapia de determinadas enfermedades). Desde esa perspectiva, no se desconocen los riesgos; pero se esgrime asimismo aquel saber popularmente expresado como que quien no arriesga no gana. El riesgo es, en efecto, visto ahora en una faceta distinta a la del principio de precaucin, el ineludible precio del xito. Cuando se opera en un campo desconocido, la inaccin no sirve, y cualquier accin es una especie de riesgosa apuesta, en la que se pierde o se gana. Acierta en esto la conocida imagen de quien se pierde en un bosque: lo razonable no es quedarse quieto, sino marchar siempre en una direccin determinada.

Pero el otro aspecto al que aqu nos referimos es el de que el principio puede interpretarse no arbitrariamente como exigencia de suprimir obstculos a determinadas actividades a las que supuestamente se tiene derecho. Esta sera tambin una forma de procurar la eliminacin de males existentes, interpretados ahora como trabas, ya sea para la actividad mercantil o para la cientfica. As, por ejemplo, uno de los argumentos que se esgrimen contra la aplicacin del principio de precaucin es el de que con ella se obstruye el consagrado derecho liberal al libre comercio. Un ejemplo de eso ha sido sealado en la fuerte oposicin ejercida por el gobierno estadounidense contra los propsitos de la Unin Europea de implementar controles y sistemas de etiquetado para los OGM (organismos genticamente modificados) que se comercializan, o prohibiciones para determinados cultivos de plantas transgnicas. Esa oposicin se ha expresado incluso en amenazas, bajo el pretexto de que semejantes controles o prohibiciones infringen las normas internacionales de libre comercio. No se trata, por tanto, de verdaderos argumentos. Ah el principio de exploracin no es defendido por medio de la racionalidad prctica, sino por medio de la estratgica. Pero lo significativo del asunto es que se presupone la validez de ese principio, aun cuando, errneamente, se la enfatiza mediante la descalificacin del principio opuesto.

Menos arbitraria parece, al menos prima facie, la interpretacin del principio de exploracin como exigencia de eliminar escollos a la libre investigacin cientfica. El argumento preferido es, en este caso, el de que esos escollos expresan oscurantismo. A menos que se est atado a dogmatismos anacrnicos, o a actitudes propias del paradigma de autoridad, nadie puede aprobar prcticas oscurantistas. El trmino mismo es peyorativo, y, de nuevo, presupone la validez del principio de exploracin. Lo cierto es que son tan vlidas las exigencias de control de la investigacin cientfica (por lo que sta implica de riesgos para la gente) como las de promover esa ..investigacin, en vistas de lo que ella puede aportar a la gente. Pero cuando se apunta a eliminar las vallas que apoyadas o no en el principio de precaucin interfieren en la investigacin o la perturban, los controles se interpretan como obstculos. Una caracterstica sobresaliente de la Modernidad fue la liberacin de los controles que ejercan la Iglesia o el Estado sobre el derecho a saber. Y el derecho a saber implica, naturalmente, derecho a investigar. El principio de exploracin se presenta, entonces, como exigencia de defender ese derecho. Como indica Diego Gracia, la libertad de investigacin llega a entenderse como un derecho Humano.

El derecho a la libertad de conciencia, anticipado ya por Locke, se conoce habitual y oficialmente como derecho de libertad religiosa (incluido en la Declaracin Universal de los Derechos Humanos), pero en realidad abarca todas las formas de libertad, incluyendo la de investigacin. De esa libertad, aclara Gracia, slo se excluye lo que vaya contra los principios de no maleficencia y justicia. El derecho de investigacin tambin aparece, de modo ms explcito, en el artculo 19, inc. 2 , del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Polticos, de 1966, que ampla y matiza lo expresado en la Declaracin de 1948. El referido inciso dice lo siguiente:

Toda persona tiene derecho a la libertad de expresin; este derecho comprende la libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de toda ndole, sin consideracin de fronteras, ya sea oralmente, por escrito o en forma impresa o artstica, o por cualquier otro procedimiento de su eleccin

Sin embargo, en el inciso 3 del mismo artculo se advierte que esa libertad puede estar sujeta a ciertas restricciones , que debern expresarse en Leyes y que asegurarn el respeto a los derechos o a la reputacin de los dems, as como la proteccin de la seguridad nacional, el orden pblico o la salud o la moral pblicas

Para la tica convergente, esta necesidad de reconocer, conjuntamente con el derecho a la investigacin (o, diramos, a la exploracin), el tipo de restricciones que ya vimos como exigencias propias del principio de precaucin, deriva del ineludible reconocimiento (implcito en cualquier consideracin racional del problema) del a priori de la conflictividad, en la estructura diacrnica. Es prcticamente como si se dijera: todos tienen derecho a la investigacin; pero todos tienen tambin derecho a que se tomen precauciones contra los efectos adversos que puede tener la investigacin. O, en otros trminos: se debe permitir la investigacin; pero se la debe prohibir cuando sea peligrosa. Como se indica en el Documento expedido por la Fundacin Grfols i Lucas y el Centre de Referncia en Biotecnologia, las nuevas tendencias legislativas europeas entienden el principio de precaucin en el sentido de que la adopcin de medidas preventivas no se excluya por el hecho de que no haya evidencia cientfica de los daos que puedan provocar determinades actividades tecnolgicas. Es cierto que, en el caso de las aplicaciones mdicas de la biotecnologa, que cuentan con mayor aceptacin pblica, esa legislacin no se ha actualizado suficientemente. Pero, en general, se est procurando una regulacin eficiente y transparente de la biotecnologa en la Unin Europea .

En el mbito especfico que ahora nos interesa, es decir, el de la biotecnologa, la cuestin de la libertad de investigacin adquiere, segn Gracia, matices muy peculiares, como consecuencia del potencial benfico y malfico de estas tcnicas Gracia establece aqu, a partir de las consideraciones antes mencionadas, cuatro principios, que constituyen, a nuestro juicio, un aporte relevante para el planteamiento del problema:

1) Se debe respetar la libertad de investigacin, considerada como derecho humano bsico, tambin en el campo de la biotecnologa.

2) Se debe renunciar a toda investigacin que pueda lesionar los derechos de otras personas, o que resulte maleficiente o injusta para ellas.

3) El Estado debe prohibir investigaciones como las que se mencionan en el principio 2, y

4) Se debe controlar jurdicamente las investigaciones biotecnolgicas tambin en el nivel internacional. Gracia fundamenta estos cuatro principios en las conclusiones del Congreso organizado por la Fundacin BBV en Bilbao (1993) sobre los aspectos jurdicos del Proyecto Genoma Humano y en consideraciones de otras importantes fuentes. Creo que, aunque no se menciona, est aludida la conflictividad entre principios. Desde la perspectiva de la tica convergente, dira que el principio 1 de la lista precedente corresponde a lo que he llamado principio de exploracin, en tanto que los otros tres marcan diversos aspectos (y, con ello, la complejidad) del principio de precaucin. Aqu aparecen como meras restricciones a la aplicacin del principio de la libertad de investigar (o del principio de exploracin); pero, dnde empiezan y dnde terminan esas restricciones? Quin decide esos lmites? Por ejemplo, no habra que restringir la investigacin destinada a corregir defectos genticos graves, como el cncer o la anemia falciforme o la enfermedad de Huntington; pero hay que restringir la que procura corregir, por ejemplo, defectos menos graves, como la miopa o la hipoacusia? Y, suponiendo que no se la restrinja, por qu restringir la que podra evitar defectos estticos (que por cierto dependern siempre de gustos particulares)? El principio de exploracin pretende cortar por lo sano, y, en tanto exigencia pura, se opone a toda restriccin. Pero ya sabemos que toda unilateralidad en cuestiones ticas en general (y no slo en tica de la biotecnologa) contradice la bidimensionalidad de la razn. El problema queda, pues, planteado del modo que hemos venido sugiriendo desde un comienzo: se trata de un conflicto de principios (conflictividad diacrnica).

Con respecto al otro eje de la conflictividad de principios en el rea de la biotecnologa, es decir, el sincrnico esto es, el de la oposicin entre los principios de universalizacin y de individualizacin, y, en trminos de los principios bioticos clsicos, entre los de justicia y autonoma nos encontramos con los principios que pueden ser denominados como de no discriminacin gentica y de respeto de la diversidad gentica. El primero expresa la obligacin de justicia frente a las posibilidades actuales de prever, por medio de chequeo gentico, las enfermedades que, con mayor probabilidad, padecer cada individuo, o a las posibilidades de predeterminar el cdigo gentico de un individuo, dotndolo de aptitudes especiales que le permitan ejercer supremaca sobre otros. El segundo se vincula con el problema general (de importancia tica y ecolgica) de la biodiversidad, y sobre todo con el caso especial de la diversidad gentica de la especie humana, que se expresa asimismo como autonoma gentica de individuos y grupos. Ambos principios contienen exigencias racionalmente justificables, pero que apuntan en direcciones contrarias.

El principio de no discriminacin gentica tiene en cuenta valores universales: los vinculados con el ideal de la igualdad de todos los seres humanos. Una civilizacin eugensica, en el sentido en que la pintaba la imaginacin de Aldous Huxley en 1932, en su famosa novela Un mundo feliz, hoy ha dejado de ser una fantasa y se ha convertido, merced a la biotecnologa, en una posibilidad estremecedora. Ya se est en condiciones de remodelar el cdigo gentico de la especie humana. Por cierto, cualquier intento semejante, en el estado actual de los conocimientos ciertos, conducira a resultados catastrficos, vistas las cosas desde el eje diacrnico. Pero vistas desde el sincrnico, esa posibilidad plantea el problema tico de la discriminacin gentica. La ingeniera gentica se vincula inevitablemente con ideas eugensicas, como seala Rifkin, y esas ideas conducen fcilmente a ideologas dogmticas de corte racista. La palabra eugenesia fue acuada en el siglo XIX por Francis Galton, pero las concepciones eugensicas (es decir, las pretensiones de mejoramiento biolgico de los seres humanos) existen desde la Antigedad y pueden verse por ejemplo en la Repblica de Platn. La perpetuacin de los mejor dotados mediante el impedimento de la reproduccin de los peor dotados, o aun mediante la eutanasia de stos, como ocurra en Esparta, fue entendida a menudo como un deber moral y ciudadano, y fue sostenida y recomendada incluso por polticos prominentes, como Theodore Roosvelt o Winston Churchill, habitualmente considerados como idelogos democrticos, opuestos a Adolf Hitler. Aquellos no emprendieron, como ste, un genocidio descomunal; pero contribuyeron a que ese tipo de ideas se diseminaran por el mundo. Hay tambin quienes condenan el Holocausto, pero aceptaran una legislacin que dispusiera la esterilizacin obligatoria de dementes y dbiles mentales.

El error no es slo tico, sino tambin cientfico: se supone que los comportamientos sociales dependen exclusivamente de la herencia, y no del entorno, o de la educacin. De acuerdo con eso, los fracasos sociales y econmicos se deben a defectos hereditarios (y sobre todo raciales). Adems, las clases altas tienen un derecho natural a los privilegios o el poder de que gozan; y el hecho de que muchos cientficos lo avalen (como ocurri efectivamente sobre todo a comienzos del siglo XX) hace confundir lo ideolgico con lo verdadero. La Alemania nazi fue, desde luego, la culminacin del desvaro eugensico; pero lejos est de haber sido su nica expresin. Con o sin genocidios expresos, las luchas tnicas y racistas existieron y existen an en todas partes del mundo. Las mayores injusticias y los mayores

crmenes cometidos por nuestra especie han estado siempre ligados, directa o indirectamente, a fuertes prejuicios tnicos o raciales. Los desequilibrios etolgicos se corresponden, como vimos, con tcnicas y estrategias dirigidas a recuperar equilibrios ecolgicos; pero se trata de una dialctica infernal, en la que los hombres se olvidan de que sus propias identidades, sus propias diferencias, slo cobran sentido en su relacin complementaria con los caracteres universales que los igualan. Ese olvido est alimentado por la patolgica obsesin eugensica. Pese al horror de la II Guerra Mundial, promovida o pretextada en buena parte por ideas eugensicas, aquella obsesin no se extingui al terminar las acciones blicas. Y no slo subsisti en sus formas clsicas, sino que, adems, con el avance de la biologa molecular, se comenz a pensar en la posibilidad de una eugenesia dirigida por ingeniera gentica. La sucesin de descubrimientos y adelantos biotecnolgicos llevados a cabo en la ltima dcada del siglo XX pone aquel vino viejo en odres nuevas. Tcnicas como el ADN recombinante, o la fusin celular, etc., con las que se pretende mejorar el cdigo gentico de una bacteria o de un animal, reavivan la vieja obsesin dormida (o adormecida ) y le sugieren la posibilidad de nuevos instrumentos eficaces, aplicables a la especie humana. La biologa molecular misma opera con selecciones de genes: hay que conservar genes buenos y desechar genes malos. Cules son los unos y los otros depende de los intereses de las empresas o de los cientficos, o del poder poltico, pero justamente en eso consiste la eugenesia.

El principio de no discriminacin gentica es tambin, entonces, un principio anti-eugensico, una exigencia racional de evitar el repertorio de actitudes injustas a que puede llevar la obsesin eugenista. A la discriminacin social o nacional o cultural o racial que desde siempre perturb trgicamente las interrelaciones humanas se suma ahora la discriminacin gentica. El factor determinante de segregacin no es, en este caso, la raza, ni la clase social, etc., sino el genotipo. No es necesario ser fundamentalista para ejercer esa discriminacin: basta, por ejemplo, ser empresario de una compaa de seguros de vida o de salud. Por ahora es de valor comercial dudoso, en razn de los altos costos de los chequeos genticos, acceder a la informacin gentica de los asegurados; pero sin duda el avance de la biotecnologa ir abaratando esos costos. En diversos pases ya se dictan leyes contra la discriminacin gentica, lo cual es signo de que sta ya se va produciendo y va en aumento. Ese reconocimiento jurdico expresa el principio que estamos comentando. Se ha incluisdo tambin como artculo 6 de la Declaracin Universal sobre el Genoma Humano y los Derechos Humanos, de la UNESCO, dictada el 11 de noviembre de 1997 se dice de modo expreso lo siguiente:

Nadie podr ser objeto de discriminaciones fundadas en sus caractersticas genticas, cuyo objeto o efecto sera atentar contra sus derechos y libertades fundamentales y el reconocimiento de su dignidad.

En la misma Declaracin se establece la consideracin del genoma humano como patrimonio de la humanidad (Art. 1), la separacin entre la dignidad humana y las caractersticas genticas(Art 2) , la exigencia de evaluar riesgos y ventajas de investigaciones, tratamientos y diagnsticos en relacin con el genoma de un individuo, as como la de recabar consentimiento informado en ese respecto (Art. 5), la exigencia de proteger la confidencialidad de los datos genticos personales (Art. 7), el derecho a reparaciones equitativas en caso de daos inferidos a causa de intervencin en el genoma humano, etc.

Sin embargo, as como el principio de justicia aparece, en lo biotecnolgico, bajo la forma de principio de no discriminacin gentica, el principio de autonoma lo hace como principio de respeto a la diversidad gentica. Se opone al de no discriminacin gentica, pues las diferencias genticas, que aquel exige evitar, ahora se trata de conservar e incluso promover. Los ecologistas se preocupan, con razn, ante la paulatina pero crecientemente acelerada prdida de la biodiversidad que se est produciendo en la biosfera terrestre. La extincin de especies biolgicas se ha acrecentado exponencialmente, a consecuencia del impacto de la contaminancin y de la desforestacin masiva. Rifkin propone al respecto una comparacin ilustrativa: en tiempos de los dinosaurios, se calcula que se extingua una especie cada mil aos. Al comienzo de la era industrial esto haba aumentado a una por decenio. En la actualidad se extinguen a razn de tres por hora.

Precisamente muchos de los riesgos que el principio de precaucin exige evitar o controlar estn referidos a la incidencia que la investigacin y la experimentacin biotecnolgicas pueden tener sobre la biodiversidad, y, con ello, sobre la vida humana. Lo que desde hace ya un par de decenios se acostumbra a designar como tica ecolgica, o tambin tica medioambiental (Environmental ethics) tiene este principio del respeto por la diversidad gentica como uno de sus supuestos bsicos. Puede considerarse como una proyeccin o continuacin ecolgica de la proteccin de la biodiversidad. Los diversos grupos humanos tambin se distinguen entre s por caractersticas genotpicas que, en cada caso, constituyen un importante patrimonio gentico. As como, en el plano cultural, resulta lamentable que se pierdan lenguas o tradiciones especficas de los diversos pueblos, tambin aparece como biolgicamente perjudicial, para la especie humana en su conjunto, la desaparicin o extincin de determinados genotipos. No slo por lo que pudiera llamarse una esttica de las variantes disponibles, sino ante todo porque cada una de esas variantes contiene, por ejemplo, potenciales inmunolgicos de los que carecen las dems. El problema tico reside en que la proteccin de esas variantes no debe llevarse al extremo de ejercer presiones polticas o econmicas o culturales para impedir las mezclas de genotipos. Semejantes presiones son siempre eugensicas, y contienen el lastre de fatales errores biolgicos y execrables prejuicios axiolgicos. De hecho, en tiempos de multiculturalismo, aumentan los mestizajes ms diversos y complejos. El respeto de la diversidad gentica no significa una condena de eso, pero corre siempre el riesgo de que se lo malentienda as. De ah el conflicto inevitable con el principio de no discriminacin gentica.

Podra incluso pensarse que, puesto que el principio de no discriminacin gentica est orientado especialmente contra la eugenesia, y que a la vez se encuentra en una oposicin conflictiva a priori con el de respeto a la diversidad gentica, entonces ste tiene algo en comn con la eugenesia. Contra una presuncin semejante, y recordando que todo principio tico es un punto de referencia para resolver conflictos empricos (aunque a su vez se encuentre en conflicto con otros principios) hay que aclarar lo siguiente:

Aunque el principio de respeto a la diversidad gentica no va expresamente contra la eugenesia, se distingue de sta con claridad. La eugenesia es un modo de disolver (no de resolver) conflictos empricos vinculados a lo que el darwinismo llam lucha por la vida (conflictos inter- e intraespecficos). La disolucin de los conflictos entre grupos genticos humanos se disuelve eugensicamente privilegiando a unos sobre los otros, o directamente eliminando a los otros o al menos impidiendo su reproduccin El respeto de la diversidad gentica, en cambio, exige la conservacin de esa diversidad. Reconoce la existencia ineludible de conflictos empricos, en todo lo viviente, entre individuos, entre grupos y entre especies (la pertenencia de este principio a la dimensin crtica (K) de la razn implica ese reconocimiento), pero, en todo caso, apunta a encontrar vas de equilibrio. Podra decirse que es un principio que participa asimismo de la dimensin racional de fundamentacin (F), ya que, como decimos, exige la conservacin de la diversidad..

Como indica Zamudio, la biodiversidad es base de la existencia humana, y comprende no slo el total de los ecosistemas planetarios, sino tambin la variabilidad dentro y entre ellos. La seguridad ambiental depende de ella, ya que permite depurar aire, tierra y agua, descomponer residuios, equilibrar el clima, producir alimentos, frmacos, fibras textiles, etc. El hombre mismo es parte de la biodiversidad, y la proteccin de sta se revela como un modo de proteger al mismo tiempo la diversidad cultural (tradiciones, lenguas, creencias, manifestaciones artsticas). El primer documento internacional importante sobre necesidad de proteger el medio ambiente fue la Estrategia mundial para la Conservacin (1980), en la que ya se adverta la responsabilidad que la generacin actual tiene respecto de las generaciones futuras. El documento enfatiza el hecho de que los recursos vivos, a diferencia de los inanimados, son renovables, a condicin, claro est, de que se los conserve, y, en los tiempos que corren, esto significa asumir modificaciones en los hbitos de consumo y apelar a principios ticos como la equidad, la solidaridad, la justicia y la racionalidad. Pero en 1992, en la Conferencia de Ro sobre Medio Ambiente, esos cambios exigidos 12 aos antes no se haban producido.(Cf. Zamudio, T., 2001: 133). En esa Conferencia, el 5 de junio de 1992 se firm el Convenio sobre Diversidad Biolgica , que fija criterios de contratacin acerca de comercializacin y conservacin de la biodiversidad. Pero todava existen grandes discrepancias inter e intranacionales sobre las reglamentaciones que le daran fuerza obligatoria. (cf. Zamudio, T., 2001: 134 ss.)

Hemos analizado hasta aqu dos conflictos interdimensionales (entre F y K) e intraestructurales (porque cada uno se juega dentro de una determinada estructura conflictiva diacrnica y sincrnica) entre principios. Esos conflictos (entre los principios de precaucin y exploracin, y entre los de no-discriminacin y respeto de la diversidad) son los ms sobresalientes en el mbito de las incumbencias ticas de la biotecnologa. Pero, desde luego, no son los nicos. Podran mencionarse otros cuatro, resultantes del entrecruzami