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Capítulo 2 EL FIN DE LA EVOLUCION SOCIAL GENERAL: COMO ELUDIERON EL PODER LOS PUEBLOS PREHISTORICOS Introducción: El relato evolucionista convencional Una historia del poder debe empezar por el principio. Pero, (dónde debemos situar ese principio? Como especie, los seres humanos aparecieron hace millones de años. Durante la mayor parte de esos millones de años, vivieron sobre todo como recolectores nómadas de frutos silvestres, bayas, frutos secos y hierbas, y como carroñeros de las presas de animales mayores que ellos. Después fueron elaborando su propio sistema de caza. Pero por lo que podemos suponer de esos recolectores-carroñeros y recolectores-cazadores, su estructura social era sumamente flexible, adaptable y variable. No institucionalizaron de forma estable unas relaciones de poder; no conocían clases, Estados, ni siquiera élites; es posible que incluso sus distinciones entre sexos y grupos de edades (dentro de la edad adulta) no indicaran diferencias permanentes de poder (tema de grandes debates en la actualidad). Y, naturalmente, no tenían escritura y no tenían una <historia> en el sentido actual del término. O sea que en los verdaderos comienzos no había ni poder ni historia. Los conceptos elaborados en el capítulo I no tienen prácticamente pertinencia para el 99 por 100 de la vida de la humanidad hasta la fecha. Así que no voy a empezar por el principio! Después -aparentemente, en todo el mundo- se produjo una serie de transiciones: a la agricultura, a la domesticación de animales y al sedentarismo, que acercaron mucho más a la humanidad a las relaciones de poder. Surgieron sociedades estables, delimitadas, presuntamente «complejas», que incorporaban la división del trabajo, la desigualdad social y el centralismo político. Ahora quizá podamos empezar a hablar de poder, aunque nuestro comentario tendría que incluir muchas matizaciones. Pero esta segunda fase, que representaría aproximadamente al 0,6 por 100 de la experiencia humana hasta ahora, tampoco tenía escritura. Su <historia> es prácticamente desconocida y nuestro relato ha de ser sumamente cauteloso. Por fin, hacia el 3000 a.C. se iniciaron una serie de transformaciones conexas que llevaron a una parte de la humanidad al 0,4 por 100 restante de su vida hasta ahora: La era de la civilización, de relaciones permanentes de poder encarnadas en Estados, sistemas de estratificación y patriarcado y de historia escrita. Esa era se generalizó en el mundo, pero se inició en un reducido número de lugares. Esa diminuta tercera fase es el tema de este libro. Pero, al contar esa historia, ¿cuánto nos tenemos que remontar al decidir cuáles fueron sus orígenes? Se plantean dos preguntas obvias: dada esa clara discontinuidad, ¿es el conjunto de la experiencia humana una sola historia? Y, dada nuestra ignorancia casi total del 99 o el 99,6 por 100 de esa experiencia, ¿cómo

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Capítulo 2

EL FIN DE LA EVOLUCION SOCIAL GENERAL: COMO ELUDIERON EL PODERLOS PUEBLOS PREHISTORICOS

Introducción: El relato evolucionista convencional

Una historia del poder debe empezar por el principio. Pero, (dónde debemos situar ese principio? Como especie, los seres humanos aparecieron hace millones de años. Durante la mayor parte de esos millones de años, vivieron sobre todo como recolectores nómadas de frutos silvestres, bayas, frutos secos y hierbas, y como carroñeros de las presas de animales mayores que ellos. Después fueron elaborando su propio sistema de caza. Pero por lo que podemos suponer de esos recolectores-carroñeros y recolectores-cazadores, su estructura social era sumamente flexible, adaptable y variable. No institucionalizaron de forma estable unas relaciones de poder; no conocían clases, Estados, ni siquiera élites; es posible que incluso sus distinciones entre sexos y grupos de edades (dentro de la edad adulta) no indicaran diferencias permanentes de poder (tema de grandes debates en la actualidad). Y, naturalmente, no tenían escritura y no tenían una <historia> en el sentido actual del término. O sea que en los verdaderos comienzos no había ni poder ni historia. Los conceptos elaborados en el capítulo I no tienen prácticamente pertinencia para el 99 por 100 de la vida de la humanidad hasta la fecha. Así que no voy a empezar por el principio! Después -aparentemente, en todo el mundo- se produjo una serie de transiciones: a la agricultura, a la domesticación de animales y al sedentarismo, que acercaron mucho más a la humanidad a las relaciones de poder. Surgieron sociedades estables, delimitadas, presuntamente «complejas», que incorporaban la división del trabajo, la desigualdad social y el centralismo político. Ahora quizá podamos empezar a hablar de poder, aunque nuestro comentario tendría que incluir muchas matizaciones. Pero esta segunda fase, que representaría aproximadamente al 0,6 por 100 de la experiencia humana hasta ahora, tampoco tenía escritura. Su <historia> es prácticamente des-conocida y nuestro relato ha de ser sumamente cauteloso. Por fin, hacia el 3000 a.C. se iniciaron una serie de transformaciones conexas que llevaron a una parte de la humanidad al 0,4 por 100 restante de su vida hasta ahora: La era de la civilización, de relaciones permanentes de poder encarnadas en Estados, sistemas de estratificación y patriarcado y de historia escrita. Esa era se generalizó en el mundo, pero se inició en un reducido número de lugares. Esa diminuta tercera fase es el tema de este libro. Pero, al contar esa historia, ¿cuánto nos tenemos que remontar al decidir cuáles fueron sus orígenes? Se plantean dos preguntas obvias: dada esa clara discontinuidad, ¿es el conjunto de la experiencia humana una sola historia? Y, dada nuestra ignorancia casi total del 99 o el 99,6 por 100 de esa experiencia, ¿cómo se puede saber si lo es o no? Sin embargo, la historia como un todo tiene un firme anclaje. A partir del Pleistoceno (hace aproximadamente un millón de años) no hay muestras de ninguna <especiación> o diferenciación biológica entre las poblaciones humanas. De hecho, sólo existe un caso anterior conocido de especiación a lo largo de los diez millones de años de vida de los homínidos: La coexistencia de dos tipos de homínidos a principios del Pleistoceno en África (uno de los cuales se extinguió). Es algo que puede parecer curioso, pues otros mamíferos que aparecieron al mismo tiempo que la humanidad, como los elefantes o el ganado vacuno, han dado muestras de considerable especiación después. Piénsese, por ejemplo, en la diferencia entre los elefantes indios y los africanos y compárese con las minúsculas diferencias fenotípicas de pigmentación, etc., entre los seres humanos. Por tanto, en toda la gama de la humanidad ha existido una cierta unidad de experiencia (argumento aducido vigorosamente por Sherratt, 1980: 405). ¿Qué tipo de historia unificada podemos narrar?

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Casi todas las narraciones son evolucionistas. Primero explican cómo los seres humanos fueron desarrollando sus capacidades innatas de cooperación social; después, cómo fueron surgiendo inmanentemente cada forma sucesiva de cooperación social a partir del potencial de su predecesora para una organización social «superior» o, por lo menos, más compleja y poderosa. Esas teorías fueron las predominantes en el siglo XIX. Ahora, desprovistas de los conceptos de progreso desde formas inferiores hacia formas superiores, pero conservando todavía el concepto de evolución de la capacidad y la complejidad del poder, siguen siendo las dominantes. Sin embargo, existe una peculiaridad en esta narración que sus partidarios reconocen. La evolución humana ha diferido de la evolución de otras especies por el hecho mismo de que ha mantenido su unidad. No se ha producido una especiación. Cuando una población humana ha ido desarrollando una forma particular de actividad, muy a menudo ésta se ha difundido prácticamente entre toda la humanidad, por todo el mundo. El fuego, el vestuario y el refugio, junto con una colección más variable de estructuras sociales se han difundido, a veces a partir de un solo epicentro, a veces a partir de varios, desde el Ecuador hasta los polos. Los estilos de cabezas de hacha y de cerámica, los Estados y la producción de mercaderías se han difundido muy ampliamente a lo largo de la historia y de la prehistoria que conocemos. De modo que este relato se refiere a la evolución cultural. Presupone un contacto cultural continuo entre grupos, basado en una conciencia de que, pese a las diferencias locales, todos los seres humanos forman una sola especie, se enfrentan con determinados problemas comunes y pueden aprender soluciones los unos de los otros. Un grupo local crea una nueva forma, quizá estimulada por sus propias necesidades ambientales, pero resulta que esa forma tiene una utilidad general para grupos de medios completamente diferentes, y éstos la adoptan, quizá con modificaciones. Dentro del relato general, cabe destacar algunos temas diferentes. Podemos subrayar el número de casos de invención independiente, porque si todos los seres humanos son culturalmente similares, pueden ser similarmente capaces de dar el siguiente paso en la evolución. Esta es la escuela que cree en la «evolución local». O podemos subrayar el proceso de difusión y propugnar unos pocos epicentros de la evolución. Esta es la escuela «difusionista». Es frecuente contrastar la una con la otra, que a veces se enfrentan en una acerba polémica. Pero fundamentalmente son análogas y narran el mismo relato general de una evolución cultural continua. De modo que casi todos los relatos actuales responden a mi pregunta inicial: «¿Forma toda la experiencia humana una sola historia?» con un sí tajante. Así se revela en los relatos de casi todos los historiadores, reforzados por su actual predilección (especialmente en las tradiciones históricas angloamericanas) por el estilo de narración continua atento al «qué ocurrió después». Este método deja de lado las discontinuidades. Por ejemplo, Robens, en su Pelican History of the World (1980: 45 a 55) califica a las discontinuidades entre las tres fases de meras «aceleraciones del ritmo del cambio» y de un cambio de foco geográfico en un desarrollo esencialmente «acumulativo» de las capacidades humanas y sociales, «arraigado en eras dominadas por el lento ritmo de la evolución genética». En las tradiciones más teóricas y orientadas hacia las ciencias de la arqueología y la antropología estadounidenses, el relato evolucionista se ha narrado en el idioma de la cibernética, con diagramas de corrientes de la aparición de la civilización a lo largo de diversas fases a partir de los cazadores-recolectores, junto con retroalimentaciones positivas y negativas, modelos alternativos «en escalera» y «en rampa» de desarrollo incremental, etc. (por ejemplo, Redman, 1978: 8 a 11; cf. Sahlins y Service, 1960). El evolucionismo predomina, a veces de forma explícita y otras de forma encubierta, como explicación de los orígenes de la civilización, la estratificación y el Estado. Todas las teorías rivales de la aparición de la estratificación y del Estado presuponen un proceso esencialmente natural de desarrollo social general. Se los considera

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resultado del desarrollo dialéctico de las estructuras nucleares de las sociedades prehistóricas. Esta narración concreta tiene su origen en la teoría política normativa: hemos de aceptar el Estado y la estratificación (Hobbes, Locke), o hemos de derrocarlo (Rousseau, Marx), debido a acontecimientos prehistóricos reconstruidos o hipotéticos. Los antropólogos y los arqueólogos contemporáneos, aliados, narran un relato de la continuidad de todas las formas conocidas de la sociedad humana (y, en consecuencia, también de la pertinencia de sus propias disciplinas académicas para el mundo de hoy). Su ortodoxia central sigue siendo un relato de fases: desde unas sociedades relativamente igualitarias y sin Estado hacia sociedades por rangos con autoridad política y, más tarde, a sociedades civilizadas y estratificadas con Estados (ortodoxia admirablemente resumida por Fried, 1967; véanse en Redman, 1978:201 a 205, otras posibles secuencias de fases y véanse asimismo en Steward, 1963, la secuencia más moderna influyente de fases arqueológicas/antropológicas ). Friedman y Rowlands (1978) han ampliado la lógica de este enfoque al señalar un defecto en las narraciones de la evolución. Aunque se identifique una secuencia de fases, las transiciones entre ellas se ven precipitadas por las fuerzas un tanto aleatorias de la presión demográfica y el cambio tecnológico. Friedman y Rowlands colman esa laguna al elaborar un modelo detallado y complejo, «epigenético», de un «proceso de transformación» de la organización social. Concluyen diciendo: «Así, cabe esperar que podamos predecir las formas dominantes de reproducción social en la fase siguiente en términos de las propiedades de la fase actual. Ello es posible gracias a que el propio proceso reproductivo es direccional y transformativo» (1978: 267 y 268). El método de estos modelos es idéntico. En primer lugar, se comentan las características de las sociedades de cazadores-recolectores en general. Después se expone una teoría de una transición general hacia el sedentarismo agrícola y el pastoralismo. Después, las características generales de esas sociedades llevan a la aparición de unas cuantas sociedades concretas: Mesopotamia, Egipto y China septentrional, a veces con la adición del Valle del Indo, Mesoamérica, el Perú y la Creta minoica. Examinemos las fases habituales y definamos sus términos cruciales: 1. Una sociedad igualitaria es algo que se explica por sí solo. Las diferencias jerárquicas entre persona y entre el desempeño de papeles en función de las edades y (quizá) del sexo no están institucionalizadas. Quienes ocupan las posiciones más altas no pueden hacerse con los instrumentos colectivos de poder. 2. Las sociedades por rangos no son igualitarias. Quienes se hallan en los rangos superiores pueden utilizar los instrumentos generales colectivos de poder. Ello se puede institucionalizar e incluso transmitir por vía hereditaria en un linaje aristocrático. Pero el rango depende casi totalmente del poder colectivo o de la autoridad, es decir, del poder legítimo utilizado únicamente para fines colectivos, libremente conferido y libremente retirado por los participantes. Así, quienes ocupan los rangos más altos tiene una condición social, formulan decisiones y utilizan recursos materiales en nombre de todo el grupo, pero no disponen de un poder coercitivo sobre los miembrosrecalcitrantes del grupo y no pueden desviar los recursos materiales del grupo para su propio uso privado y convertirlos así en su «propiedad privada». Pero hay dos subgrupos de sociedades de rangos que también se pueden colocar en una escala evolucionista: 2a. En las sociedades de rangos relativos cabe calificar a las personas y los grupos de linaje en posiciones mutuamente relativas, pero no existe un punto que sea el más alto de la escala de manera absoluta. Sin embargo, en casi todos los grupos existen una incertidumbre y una polémica insuficientes para que, finalmente, las relatividades sean incoherentes entre sí. El rango será cuestionado. 2b. En las sociedades de rangos absolutos, surge un punto superior absoluto. Al jefe o jefe supremo se le acredita el rango más alto sin polémica y los linajes de todos los demás rangos se miden en términos de su distancia respecto de ese jefe. Ello suele expresarse ideológicamente en términos de su descendencia de los primeros

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antepasados, quizá incluso de los dioses, del grupo. Así aparece una institución característica: un centro ceremonial, consagrado a la religión, controlado por el linaje del jefe. De esta institución centralizada al Estado no dista más que un paso. 3. Las definiciones del Estado se comentarán con más detalle en el volumen III de esta obra. Mi definición provisional se deriva de Weber: El Estado es un conjunto diferenciado de instituciones y de personal que incorporan la centralidad, en el sentido de que las relaciones políticas irradian hacia afuera para abarcar una zona te-rritorialmente demarcada, sobre la cual reivindica el monopolio de la formulación vinculante y permanente de normas, respaldado por la violencia física. En la prehistoria, la introducción del Estado convierte a la autoridad política provisional y a un centro ceremonial permanente en un poder político permanente, institucionalizado en su capacidad para utilizar la coacción sobre los miembros sociales recalcitrantes cuando sea necesario, de forma sistemática. 4. La estratificación comporta el poder permanente e institucionalizado de algunos sobre las oportunidades vitales materiales de otros. Su poder puede consistir en la fuerza física o en la capacidad para privar a otros de los elementos necesarios para la vida. En la bibliografía sobre los orígenes, suele ser un sinónimo de las diferenciales de propiedad privada y de las clases económicas, y por eso yo lo trato como una forma centralizada de poder, separada del Estado centralizado. 5. El término de civilización es el más problemático, debido a la carga axiológica que comporta. No existe una sola definición que baste para todos los fines. Trato con más detalle de la cuestión al comienzo del capítulo siguiente. Una vez más, basta con una definición provisional. Según Renfrew (1972: 13), la civilización combina tres instituciones sociales: El centro ceremonial, la escritura y la ciudad. Cuando las tres se combinan, inauguran un salto en el poder humano colectivo sobre la naturaleza y sobre otros seres humanos que, cualesquiera sean la variabilidad y la disparidad del registro prehistórico e histórico, constituyen el comienzo de algo nuevo. Renfrew califica a esto de un salto en el «aislamiento», la contención de seres humanos tras unas fronteras sociales y territoriales, claras, fijas y delimitadas. Yo utilizo la metáfora de una jaula social. Con estos términos, podemos advertir la existencia de estrechos vínculos entre las partes de la narración evolucionista. El rango, el Estado, la estratificación y la civilización guardaban estrechas relaciones entre sí porque su aparición puso fin, lenta pero inexorablemente, a un tipo primitivo de libertad y señaló el comienzo de las presiones y de las oportunidades representadas por un poder colectivo, distributivo, delimitado, permanente e institucionalizado. Yo deseo disentir de esa narración, aunque fundamentalmente lo que hago es sumar las dudas de otros. Uno de los puntos de desacuerdo se debe a que se observa algo extraño: mientras que la Revolución Neolítica y la aparición de sociedades de rangos ocurrieron independientemente en muchos lugares (en todos los continentes, por lo general en varios lugares aparentemente no relacionados entre sí), la transición hacia la civilización, la estratificación y el Estado fue relativamente rara. El prehistoriador europeo Piggott ha declarado: «Todo mi estudio del pasado me convence de que la aparición de lo que denominamos civilización es un acontecimiento de lo más anormal e impredecible, cuyas manifestaciones en el Viejo Mundo quizá se deban a fin de cuentas a una sola serie de circunstancias en una zona limitada de Asia occidental, hace cinco mil años» (1965: 20). En este capítulo y en el siguiente sostendré que Piggott no hace sino exagerar levemente lo ocurrido: es posible que en Eurasia hubiera hasta cuatro conjuntos peculiares de circunstancias que generasen la civilización. En otras partes del mundo deberíamos añadir por lo menos dos más. Aunque nunca podemos ser precisos en cuanto al total absoluto, probablemente sea inferior a diez. Otros puntos de desacuerdo se centran en la secuencia de fases y toman nota de la aparición de un movimiento involutivo o cíclico, en lugar de una secuencia puramente evolutiva. Algunos antropólogos se basan en los puntos de desacuerdo en el seno de la biología, que es la ciudadela del evolucionismo y sugieren que el desarrollo social es

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raro, repentino e impredecible, como resultado de «bifurcaciones» y «catástrofes» y no de un crecimiento acumulativo y evolutivo. Friedman y Rowlands (1982) llevan tiempo manifestando dudas acerca de su propio evolucionismo anterior. Yo utilizo sus dudas, aunque me desvío de su modelo. Efectivamente, la civilización, en los pocos casos de evolución independiente, fue un largo proceso gradual y acumulativo y no una respuesta repentina a una catástrofe. Sin embargo, en el mundo como un todo, el cambio conforme una pauta fue cíclico -como dicen ellos-, y no acumulativo y evolucionista. En el presente capítulo, me baso en esos desacuerdos en dos formas principales, las cuales se irán desarrollando a lo largo de los siguientes capítulos. En primer lugar, es posible aplicar la teoría evolucionista general a la Revolución Neolítica, pero después su importancia disminuye. Es cierto que, más tarde, podemos discernir una evolución general ulterior hasta llegar a las «sociedades de rangos» y después, en algunos casos, hasta estructuras provisionales del Estado y de la estratificación. Pero después, la evolución social general cesó. Hasta ahí ha llegado también Webb (1975). Pero yo voy más allá y sugiero que los procesos generales ulteriores fueron de «devolución» -una vuelta atrás hacia sociedades de rangos e igualitarias- y de un proceso cíclico de desplazamiento en torno a esas estructuras, que no llegaron a constituir estructuras permanentes de estratificación y estatales. De hecho, los seres humanos consagraron una parte considerable de sus capacidades culturales y de organización a asegurar que la evolución no continuara. Parece que no querían aumentar sus poderes colectivos, debido a los poderes distributivos que intervenían. Como la estratificación y El Estado eran componentes esenciales de la civilización, la evolución social general cesó antes de que apareciese la civilización. En el próximo capítulo veremos lo que efectivamente causó la civilización; en capítulos ulteriores veremos que las relaciones entre las civilizaciones y sus vecinos no civilizados diferían según el momento del ciclo al que hubieran llegado estos últimos cuando tropezaron con la influencia de las primeras. Este argumento se ve reforzado por otros más. Este nos hace regresar al concepto, ya comentado en el capítulo 1, de «sociedad» en sí. En esa idea se hace hincapié en la delimitación, la estrechez y la presión: los miembros de una sociedad interactúan entre sí, pero no, en ninguna medida comparable, con los extraños a ella. Las sociedades son limitadas y exclusivas en su cobertura social y territorial. Sin embargo, hallamos una discontinuidad entre las agrupaciones sociales civilizadas y no civilizadas. Prácticamente ninguna de las agrupaciones no civilizadas comentadas en el presente capítulo ha tenido o tiene esa exclusividad. Pocas familias pertenecían durante más de unas cuantas generaciones a la misma «sociedad», o si seguían perteneciendo a ella, ésta estaba incluida en unas fronteras tan flexibles que era muy distinta de las sociedades históricas. Casi todas disponían de opciones de lealtad. La flexibilidad de los vínculos sociales y la capacidad para estar libres de cualquier red concreta de poder, era el mecanismo mediante el cual se desencadenaba la devolución mencionada más arriba. En las sociedades no civilizadas era posible escaparse de la jaula social. La autoridad se confería libremente, pero era recuperable; el poder, permanente y coercitivo, era inalcanzable. Ello tuvo una consecuencia especial cuando aparecieron las jaulas civilizadas. Estas eran pequeñas -lo típico era la ciudad-Estado-, pero existían en medio de las redes más imprecisas, más amplias, pero sin embargo identificables, a las que se suele calificar de «culturas». No comprenderemos esas culturas: «Sumeria», «Egipto», «China», etc., más que si recordamos que combinaban unas relaciones anteriores y más flexibles con las nuevas sociedades enjauladas. También esa tarea corresponde a capítulos ulteriores. Por eso, en el presente capítulo establezco el escenario para una ulterior historia del poder. Siempre será una historia de lugares concretos, pues ése ha sido el carácter de la evolución del poder. Las capacidades generales de los seres humanos enfrentados con su medio terrenal dieron origen a las primeras sociedades -a la agricultura, la aldea, el cian, el linaje y la jefatura-, pero no a la civilización, la estratificación ni el

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Estado. Ello, para bien o para mal, se debe a circunstancias históricas más concretas. Como esas circunstancias constituyen el tema principal de este volumen, trataré superficialmente de los procesos de evolución social general que precedieron a la historia. De hecho, se trata de una narración diferente. Yo me limito a relatar el esquema general de las últimas fases de la evolución y después a demostrar con más detalle que efectivamente ese esquema tuvo un final. Adopto una metodología distintiva. Por ánimo de generosidad hacia el evolucionismo, asumo en primer lugar que es correcto, que la narración evolucionista puede continuarse. Después veremos con total claridad el punto exacto de la narración en el que empieza a tambalearse.