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1 00 pequeñitos cuentos recopilación carlos g. barba

Micro Cuento s

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Corro hacia la playa. Si las olas hubieran dejado sobre la arena un pequeño barril de pólvora, aunque estuviese mojada, una navaja, algunos clavos, incluso una colección de pipas o unas simples tablas de madera, yo podría utilizar esos objetos para construir una novela. Qué hacer en cambio con estos párrafos mojados, con estas metáforas cubiertas de lapas y mejillones, con estos restos de otro triste naufragio literario.

Ana Maria Shua, Robinson desafortunado

Prometo escribiros, pañuelos que se pierden en el horizonte, risas que palidecen, rostros que caen sin peso sobre la hierba húmeda, donde las arañas tejen ahora sus azules telas. En la casa del bosque crujen, de noche, las viejas maderas, el viento agita raídos cortinajes, entra sólo la luna a través de las grietas. Los espejos silenciosos, ahora, qué grotescos, envenenados peines, manzanas, maleficios, qué olor a cerrado, ahora, qué grotescos. Os echaré de menos, nunca os olvidaré. Pañuelos que se pierden en el horizonte. A lo lejos se oyen golpes secos, uno tras otro los árboles se derrumban. Está en venta el jardín de los cerezos.

Leopoldo Maria Panero, Blancanieves se despide de los siete enanos

Ana Maria Shua

Guillermo Cabrera Infante

Salió por la puerta y de mi vida, llevándose con ella mi amor y su larga cabellera negra.

Guillermo Cabrera Infante, Dolores Zeugmáticos Pagin

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La niña sólo tenía cuatro años, sus recuerdos, probablemente, ya se habían desvanecido y su madre, para concienciarle el cambio que le esperaría, la llevó a la cerca de alambre de espino. Desde allí, de lejos, le enseñó el tren.—¿No estás contenta? Ese tren nos llevará a casa.—Y entonces ¿qué pasará?—Entonces ya estaremos en casa.—¿Qué significa estar en casa? —preguntó la niña.—El lugar donde vivíamos antes.—Y ¿qué hay allí?—¿Te acuerdas todavía de tu osito? Quizás, encontraremos también tus muñecas.—Mamá, ¿en casa también hay centinelas?—No, allí no hay.—Entonces, de allí, ¿se podrá escapar?

Istvan Orkeny, El hogar

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos en la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando. Corriente en todo, menos en una cosa: tenía Otro Yo.

El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo ante sus amigos. Por otra parte, el Otro Yo era melancólico y, debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como era su deseo.

Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. Cuando despertó, el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo qué hacer, pero después se rehizo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Éste no dijo nada, pero a la mañana siguiente se había suicidado.

Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero en seguida pensó que ahora sí podría ser íntegramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.

Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le llenó de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: “Pobre Armando. Y pensar que parecía tan fuerte, tan saludable”.

El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro Yo.

El otro yo.Mario Benedetti,

Mario Benedetti

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—¡Socorro! —gritó. —¡Auxilio! —volvió a gritar.—¡Ayuda!Y los que iban a rescatarlo dejaron de correr: no sería tan grave lo suyo, si aún le

quedaban ganas de buscar sinónimos.

Miguel Ibáñez de la Cuesta, Muerte de un estilista

Había en el bosque osos, castores y caribúes, pero ni rastro del lobo feroz. «¿Lobo estás?», preguntó Caperucita excitada, conociendo los hábitos nocturnos

del lobo.

Juan Carlos Muñoz , Caperucita Roja

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Joseba Sarrionandía

Imagínate a Franz Kafka en una calle de Praga. No, no es Praga, es otra ciudad. Imagínatelo en una calle de Berlín.

En el noviembre de 1923, él y Dora Dymant cambiaron de casa -Grunewaldtrass, 13- y alquilaron dos habitaciones en casa de un médico.

Imagínate a aquel escritor, afectado ya por la tuberculosis, paseando por la calle en una tarde nublada y tranquila.

Una niña llora en la acera. Franz Kafka se acerca a la niña, que oculta su cara bajo mechones pelirrojos. Llora porque ha perdido su muñeca.

-No, no se ha perdido -le dice Franz Kafka. Que no se ha perdido, que no llore, que la muñeca ha tenido que marcharse de viaje y

que no se ha despedido de ella porque los adioses son tristes. -Hace poco me he encontrado con tu muñeca -dice Franz Kafka-, a la salida de la

ciudad. Y me ha dicho que te ha escrito. Imagínate a la niña secándose las lágrimas con las manitas. La niña, desde la

profundidad de sus ojos azules, mira al hombre moreno, al extraño mensajero. El mensajero, Franz Kafka, sube calle arriba con su traje negro y paso lento, para

perderse, como el más misterioso de los mensajeros, tras la esquina de la calle. La niña, durante las semanas siguientes, recibió las cartas de la muñeca, en las que

le contaba un viaje extraordinario, cada vez desde más lejos.

Joseba Sarrionandía, Franz Kafka y la niña

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Hace muchos años vivía en Grecia un hombre llamado Ulises (quien a pesar de ser bastante sabio era muy astuto), casado con Penélope, mujer bella y singularmente dotada cuyo único defecto era su desmedida afición a tejer, costumbre gracias a la cual pudo pasar sola largas temporadas.

Dice la leyenda que en cada ocasión en que Ulises con su astucia observaba que a pesar de sus prohibiciones ella se disponía una vez más a iniciar uno de sus interminables tejidos, se le podía ver por las noches preparando a hurtadillas sus botas y una buena barca, hasta que sin decirle nada se iba a recorrer el mundo y a buscarse a sí mismo.

De esta manera ella conseguía mantenerlo alejado mientras coqueteaba con sus pretendientes, haciéndoles creer que tejía mientras Ulises viajaba y no que Ulises viajaba mientras ella tejía, como pudo haber imaginado Homero, que, como se sabe, a veces dormía y no se daba cuenta de nada.

Augusto Monterroso, La tela de Penélope, o quién engaña a quién. P

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Augusto Monterroso

Lo que más obsesiona a la cuchara es poderse soltar de los hilos de la miel.

Ramon Gómez de la serna. Greguerías

Ramón Gómez de la Serna

Aquel pintor tan pobre y barbilampiño no sólo llevaba pintado un fino bigote sobre su labio superior; también sus calcetines, que higiénicamente cambiaba cada día de color, eran pintados. Y la mujer con la que dormía estaba pintada sobre la sabana.

Ángel Guache, Las apariencias del pintor

Ángel Guache

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Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.

Augusto Monterroso. El dinosaurio

Le pregunté a la culta dama si conocía el cuento de Augusto Monterroso titulado "El dinosaurio".

-Ah, es una delicia -me respondió- ya estoy leyéndolo.

José de la Colina. La culta dama

Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan —no lo saben, lo terrible es que no lo saben—, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Julio Cortazar, Historias de Cronopios y de famas

Julio Cortazar

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a 6Hembra que entre mis muslos callabas

de todos los favores que pude prometertete debo la locura.

Leopoldo María Panero, Hembra..."El último hombre"

Leopoldo María Panero

José de la Colina

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Al principio la fe movía montañas sólo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios.

Pero cuando la fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, éstas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades que las que resolvía. La buena gente prefirió entonces abandonar la fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio.

Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien, muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de fe.

Augusto Monterroso, La fe y las montañas.

La mujer que amé se ha convertido en fantasma. Yo soy el lugar de sus apariciones.

Juan José Arreola, Cuento de horror.

Para que su horror sea perfecto, César, acosado al pie de la estatua por los impacientes puñales de sus amigos, descubre entre las caras y los aceros la de Marco Bruto, su protegido, acaso su hijo, y ya no se defiende y exclama: ¡Tú también, hijo mío! Shakespeare y Quevedo recogen el patético grito.

Al destino le agradan las repeticiones, las variantes, las simetrías; diecinueve siglos después, en el sur de la provincia de Buenos Aires, un gaucho es agredido por otros gauchos y, al caer, reconoce a un ahijado suyo y le dice con mansa reconvención y lenta sorpresa (estas palabras hay que oírlas, no leerlas): ¡Pero, che! Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena.

Jorge Luis Borges, La trama

Estabas a ras de tierra y no te vi. Tuve que cavar hasta el fondo de mí para encontrarte.

Juan José Arreola, Ágrafa musulmana en papiro de oxyrrinco

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Juan José Arreola

Jorge Luis Borges

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El ángel de la guarda le susurra a Fabián, por detrás del hombro:-¡Cuidado, Fabián! Está dispuesto que mueras en cuanto pronuncies la palabra

zangolotino.-¿Zangolotino?- pregunta Fabián azorado.Y muere.

Enrique Anderson Imbert, Tabú

Enrique Anderson Imbert

Isaac Asimov

Contar la historia del día en que el fin del mundo se suspendió por mal tiempo.

Augusto Monterroso, Historia fantástica.

Mi hermano empezó a dictar en su mejor estilo oratorio, ése que hace que las tribus se queden aleladas ante sus palabras.

-En el principio -dijo-, exactamente hace quince mil doscientos millones de años, hubo una gran explosión, y el universo..

Pero yo había dejado de escribir.-¿Hace quince mil doscientos millones de años? -pregunté, incrédulo.-Exactamente -dijo-. Estoy inspirado.-No pongo en duda tu inspiración -aseguré. (Era mejor que no lo hiciera. Él es tres

años más joven que yo, pero jamás he intentado poner en duda su inspiración. Nadie más lo hace tampoco, o de otro modo las cosas se ponen feas.)-. Pero, ¿vas a contar la historia de la Creación a lo largo de un periodo de más de quince mil millones de años?

-Tengo que hacerlo. Ése es el tiempo que llevó. Lo tengo todo aquí dentro -dijo, palmeándose la frente-, y procede de la más alta autoridad.

Para entonces yo había dejado el estilete sobre la mesa.-¿Sabes cuál es el precio del papiro?- dije.-¿Qué?Puede que esté inspirado, pero he notado con frecuencia que su inspiración no

incluye asuntos tan sórdidos como el precio del papiro.-Supongamos que describes un millón de años de acontecimientos en cada rollo de

papiro. Eso significa que vas a tener que llenar quince mil rollos. Tendrás que hablar mucho para llenarlos, y sabes que empiezas a tartamudear al poco rato. Yo tendré que escribir lo bastante como para llenarlos, y los dedos se me acabaran cayendo. Además, aunque podamos comprar todo ese papiro, y tu tengas la voz y la fuerza suficientes, ¿quién va a copiarlo? Hemos de tener garantizados un centenar de ejemplares antes de poder publicarlo, y en esas condiciones, ¿cómo vamos a obtener derechos de autor?

Mi hermano pensó durante un rato. Luego dijo:-¿Crees que deberíamos acortarlo un poco?-Mucho -puntualicé, si esperas llegar al gran público.-¿Qué te parecen cien años?

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El viejo literato dijo a la muchacha que en el momento de morir él quería tener un último recuerdo de lujuria.

Adolfo Bioy Casares, Gran final

Una dama de calidad se enamoró con tanto frenesí de un tal señor Dodd, predicador puritano, que rogó a su marido que le permitiera usar de la cama para procrear un ángel o un santo; pero, concedida la venia, el parto fue normal.

William Drummond, (1618). La venia

Abel le había confesado a su hermano que, no pudiendo contener sus brotes irrefrenables de maldad, asesinaría a los pocos mortales para anular el proyecto divino de la humanidad. Caín desdichado, antes de matarlo, le prometió que nadie conocería el secreto.

Carolina Olmos, Los hermanos

Aquella muerta me dijo:-¿No me conoces?... Pues me debías conocer... Has besado mi pelo en la trenza postiza de la otra.

Ramón Gómez de la Serna, Aquella muerta Pagin

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-¿Qué te parecen seis días?-No puedes comprimir la Creación en sólo seis días -dijo, horrorizado.-Ése es todo el papiro de que dispongo -le aseguré-. Bien, ¿qué dices?-Oh, está bien -concedió, y empezó a dictar de nuevo-. En el principio...-¿De veras han de ser solo seis días, Aarón?- Seis días, Moisés -dije firmemente

Isaac Asimov,¿Cómo Ocurrió?

Adolfo Bioy Casares

William Drummond

Ramón Gómez de la Serna

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A lo lejos se escucharon doce campanadas. Arriba, la luna se distraía mirando las nubecitas negras que pasaban a su lado. Abajo, entre las lápidas, dos espectros hablaban entre sí.

—No me vas a creer, pero tuve un sueño —dijo uno de los fantasmas. El otro lo miró con sus ojos muertos inundados de incredulidad. De su boca salió un suspiro.

—No puede ser —dijo lanzando un aliento de ataúd apolillado.—Soñé, te lo juro. Ayer al mediodía, en el panteón. Soñé.—¿Qué soñaste?—Soñé que estaba vivo, y no sé por qué soñé eso. ¿Serán nostalgias de mi otra vida?—No, no creo —dijo el otro cadáver, y agregó, espantado—: Temo que sea una

premonición.

Julio César Parissi, Cuento nocturno

Julio Cesar Parissi

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Cuando Juan salió al campo, aquella mañana tranquila, la montaña ya no estaba. La llanura se abría nueva, magnífica, enorme, bajo el sol naciente, dorada.

Allí, de memoria de hombre, siempre hubo un monte, cónico, peludo, sucio, terroso, grande, inútil, feo. Ahora, al amanecer, había desparecido.

Le pareció bien a Juan. Por fin había sucedido algo que valía la pena, de acuerdo con sus ideas.

—Ya te decía yo —le dijo a su mujer.— Pues es verdad. Así podremos ir más deprisa a casa de mi hermana.

Max Aub, El monte

Un hombre pidió a Nasrudín dinero en préstamo. El Mulá pensó que no lo recobraría jamás, pero de todas maneras le dio dinero.

Para su sorpresa, el hombre no tardó en devolverle el préstamo. Nasrudín se quedó pensativo.

Algún tiempo después el mismo hombre le pidió nuevamente dinero prestado diciéndole: "Tú sabes que yo cumplo, pues te he devuelto tu préstamo la vez anterior".

-Esta vez no, bribón -rugió Nasrudín-; me engañaste la vez pasada cuando creí que no me lo devolverías. No te saldrás con la tuya por segunda vez.

Idries Shah. Las ocurrencias del increíble Mulá Nasrudín

Max Aub

Idries Shah

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María Olga es una mujer encantadora. Especialmente la parte que se llama Olga.Se casó con un mocetón grande y fornido, un poco torpe, lleno de ideas honoríficas,

reglamentadas como árboles de paseo.Pero la parte que ella casó era su parte que se llamaba María. su parte Olga

permanecía soltera y luego tomó un amante que vivía en adoración ante sus ojos.Ella no podía comprender que su marido se enfureciera y le reprochara infidelidad.

María era fiel, perfectamente fiel. ¿Qué tenía él que meterse con Olga? Ella no comprendía que él no comprendiera. María cumplía su deber, la parte de Olga adoraba a su amante.

¿Era ella culpable de tener un nombre doble y de las consecuencias que esto puede traer consigo?

Así, cuando el marido cogió el revólver, ella abrió los ojos enormes, no asustados, sino llenos de asombro, por no poder entender un gesto tan absurdo.

Pero sucedió que el marido se equivocó y mató a María, a la parte suya, en vez de matar a la otra. Olga continuó viviendo en brazos de su amante, y creo que aún sigue feliz, muy feliz, sintiendo sólo que es un poco zurda.

Vicente Huidobro. Tragedia

Todos los viernes por la mañana Nasrudín llegaba al mercado del pueblo con un burro al que ofrecía en venta.

El precio que demandaba era siempre insignificante, muy inferior al valor del animal.Un día se le acercó un rico mercader, quien se dedicaba a la compra y venta de

burros.-No puedo comprender cómo lo hace, Nasrudín. Yo vendo burros al precio más bajo

posible. Mis sirvientes obligan a los campesinos a darme forraje gratis. Mis esclavos cuidan de mis animales sin que les pague retribución alguna. Y, sin embargo, no puedo igualar sus precios.

-Muy sencillo -dijo Nasrudín-. Usted roba forraje y mano de obra. Yo robo burros.

Idries Shah. Detrás de lo obvio

Vicente Huidobro

-Yo no lo maté: él solito se le atravesó a la bala.

José Emilio Pacheco. Memorias de Juan Charrasqueado

José Emilio Pacheco

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Él, que pasaremos a llamar sujeto, y quien estas líneas escribe (perteneciente al sexo femenino) que como es natural llamaremos objeto, se encontraron una noche cualquiera y así empezó la cosa. Por un lado porque la noche es ideal para comienzos y otro porque la cosa siempre flota en el aire y basta que dos miradas se crucen para que el puente sea tendido y los abismos franqueados.

Había un mundo de gente pero ella descubrió esos ojos azules que quizá -con un poco de suerte-se detenían en ella. Ojos radiantes, ojos como alfileres que la clavaron contra la pared y la hicieron objeto -objeto de palabras abusivas, objeto del comentario crítico de los otros que notaron la velocidad con la que aceptó al desconocido. Fue ella un objeto que no objetó para nada, hay que reconocerlo, hasta el punto que pocas horas mas tarde estaba en la horizontal permitiendo que la metáfora se hiciera carne en ella. C a r n e dentro de carne, lo de siempre.

La cosa empezó a funcionar con el movimiento de vaivén del sujeto que era de lo más proclive. El objeto asumió de inmediato -casi instantáneamente- la inobjetable actitud mal llamada pasiva que resulta ser de lo más activa, recibiente. Desplazamiento del sujeto y el objeto en el mismo sentido, confundidos si se nos permite la paradoja.

Luisa Valenzuela. La cosa

-Hölderlin ist ihnen unbekannt? (¿Conoce usted a Hölderlin?) -preguntó el Dr. K.H.G. mientras cavaba el foso para el cadáver de un caballo reventado.

-¿De quién habla? -preguntó el centinela alemán.-Él escribió el Hiperión -explicó el Dr. K.H.G. Le gustaba mucho explicar-. La figura

cumbre del romanticismo alemán. Y a Heine, por ejemplo, ¿lo conoce?-¿Quiénes son ésos? -preguntó el centinela.-Poetas -dijo el Dr. K.H.G.-. ¿Tampoco le suena el nombre de Schiller?-Sí, me suena -dijo el centinela alemán.-¿Y el nombre de Rilke?-También -dijo el centinela alemán y se puso colorado como un pimiento, y le pego un

tiro, sin más, al Dr. K.H.G.

Istvan Örkény. In memoriam Dr. K.H.G.

Luisa Valenzuela

Istvan Örkény

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Ésta es una historia de tiempos y de reinos pretéritos. El escultor paseaba con el tirano por los jardines del palacio. Más allá del laberinto para los extranjeros ilustres, en el extremo de la alameda de los filósofos decapitados, el escultor presentó su última obra: una náyade que era una fuente. Mientras abundaba en explicaciones técnicas y disfrutaba de la embriaguez del triunfo, el artista advirtió en el hermoso rostro de su protector una sombra amenazadora.

Comprendió la causa. "¿Cómo un ser tan ínfimo" -sin duda estaba pensando el tirano- "es capaz de lo que yo, pastor de pueblos, soy incapaz?" Entonces un pájaro, que bebía en la fuente, huyó alborozado por el aire y el escultor discurrió la idea que lo salvaría. "Por humildes que sean" -dijo indicando al pájaro- "hay que reconocer que vuelan mejor que nosotros".

La salvación. Adolfo Bioy Casares

Adolfo Bioy Casares

El enemigo estaba allí, fuertemente atrincherado y protegido por numerosas baterías, que cubrían con su fuego todo el valle. Era preciso atravesarlo con cargas furiosas de la caballería. El Alto Estado Mayor calculó que serían precisas cinco oleadas, cada una de ellas con cinco mil hombres. Teniendo en cuenta que el enemigo causaría un sesenta o setenta por ciento de bajas, era lógico suponer que la quinta oleada llegaría a su destino. Dadas las órdenes pertinentes se iniciaron las cargas. La batalla no se desarrolló según el calculo previsto y lo cierto es que para la supuesta última y definitiva oleada sólo quedaban dos soldados. Preguntaron estos si la carga tenían que hacerla a galope forzosamente, como las anteriores. Vistas las circunstancias, se les dio plena libertad para hacer lo que quisieran. Y los dos soldados, pie a tierra, cansadamente, arrastrando de la brida a sus respectivos caballos, se lanzaron contra el enemigo, hablando tranquilamente de sus cosas...

José Manuel Alonso Ibarrola. Ataque masivo

Qué bueno.

Luisa Valenzuela. El sabor de una medialuna a las nueve de la mañana en un viejo café de barrio donde a los 97 años Rodolfo Mondolfo todavía se reúne con sus amigos los miércoles por la tarde.

José Manuel Alonso Ibarrola

Luisa Valenzuela

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El humorismo es el realismo llevado a sus últimas consecuencias. Excepto mucha literatura humorística, todo lo que hace el hombre es risible o humorístico.

En las guerras deja de serlo porque durante éstas el hombre deja de serlo. Dijo Eduardo Torres: El hombre no se conforma con ser el animal más estúpido de la

Creación; encima se permite el lujo de ser el único ridículo.

Augusto Monterroso. Humorismo.

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.

Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida,

jodidos, rejodidos:Que no son, aunque sean.Que no hablan idiomas, sino dialectos.Que no profesan religiones, sino supersticiones.Que no hacen arte, sino artesanía.Que no practican cultura, sino folklore.Que no son seres humanos, sino recursos humanos.Que no tienen cara, sino brazos.Que no tienen nombre, sino número.Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la prensa local.Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata.

Eduardo Galeano. Los nadies

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Augusto Monterroso

Eduardo Galeano

Conozco a una muchacha generosa y valiente, siempre resuelta a sacrificarse, a perderlo todo, aun la vida, y luego a recapacitar, a recuperar parte de lo que dio con amplitud, a exaltar su ejemplo, a reprochar la flaqueza del prójimo, a cobrar hasta el último centavo.

Adolfo Bioy Casares. Retrato

Adolfo Bioy Casares

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He aprendido a nadar en seco. Resulta más ventajoso que hacerlo en el agua. No hay el temor a hundirse pues uno ya está en el fondo, y por la misma razón se está ahogado de antemano. También se evita que tengan que pescarnos a la luz de un farol o en la claridad deslumbrante del hermoso día. Por último, la ausencia de agua evitará que nos hinchemos.

No voy a negar que nadar en seco tiene algo de agónico. a primera vista se pensaría en los estertores de la muerte. sin embargo, eso tiene de distinto con ella: que al par que se agoniza uno está bien vivo, bien alerta, escuchando la música que entra por la ventana y mirando el gusano que se arrastra por el suelo.

Al principio mis amigos censuraron esta decisión. Se hurtaban a mis miradas y sollozaban en los rincones. Felizmente, ya pasó la crisis. Ahora saben que me siento cómodo nadando en seco. De vez en cuando hundo mis manos en las losas de mármol y les entrego un pececillo que atrapo en las profundidades submarinas.

Virgilio Piñera. Natación

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde.

Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto.

Cabalgaron tres días, y le dijo: "Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso." Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere.

Jorge Luis Borges. Los dos reyes y los dos laberintos

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Virgilio Piñera

Jorge Luis Borges

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Los presos políticos uruguayos no pueden hablar sin permiso, silbar, sonreír,

cantar, caminar rápido ni saludar a otro preso. Tampoco pueden dibujar ni recibir dibujos de

mujeres embarazadas, parejas, mariposas, estrellas ni pájaros.

Diaskó Pérez, maestro de escuela, torturado y preso por tener ideas ideológicas,

recibe un domingo la visita de su hija Milay, de cinco años. La hija le trae un dibujo de pájaros.

Los censores se lo rompen a la entrada de la cárcel.

Al domingo siguiente, Milay le trae un dibujo de árboles. Los árboles no están

prohibidos, y el dibujo pasa. Diaskó le elogia la obra y le pregunta por los circulitos de colores

que aparecen en las copas de los árboles, muchos pequeños círculos entre las ramas:

-¿Son naranjas? ¿Qué frutas son?

La niña lo hace callar:

-Ssssssshhhhh.

Y en secreto le explica:

-Bobo. ¿No ves que son ojos? Los ojos de los pájaros que te traje a escondidas.

Eduardo Galeano. Pájaros prohibidos

El Final

El profesor Jones había trabajado en la teoría del tiempo a lo largo de muchos años.

—Y he encontrado la ecuación clave —dijo un buen día a su hija—. El tiempo es un campo. La máquina que he fabricado puede manipular, e incluso invertir, dicho campo.

Apretando un botón mientras hablaba, dijo:

—Esto hará retroceder el tiempo el retroceder hará esto —dijo, hablaba mientras botón un apretando.

—Campo dicho, invertir incluso e, manipular puede fabricado he que máquina la. Campo un es tiempo el. —Hija su a día buen un dijo—. Clave ecuación la encontrado he y.

Años muchos de largo lo a tiempo del teoría la en trabajado había Jones profesor el.

Final El

Fredric Brown. El final Pagin

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Eduardo Galeano

Fredric Brown

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La verdá, la verdá, me plantó la mano en el culo y yo estaba ya a punto de pegarle

cuatro gritos cuando el colectivo pasó frente a una iglesia y lo vi persignarse. Buen

muchacho después de todo, me dije. Quizá no lo esté haciendo a propósito o quizá su mano

derecha ignore lo que su izquierda hace. Traté de correrme al interior del coche -porque una

cosa es justificar y otra muy distinta es dejarse manosear- pero cada vez subían mas

pasajeros y no había forma. Mis esguinces sólo sirvieron para que él meta mejor la mano y

hasta me acaricie. yo me movía nerviosa. Él también. Pasamos frente a otra iglesia pero ni

se dio cuenta y se llevó la mano a la cara solo para secarse el sudor. Yo empecé a mirar de

reojo haciéndome la disimulada, no fuera a creer que me estaba gustando. Imposible

correrme y eso que me sacudía. Decidí entonces tomarme la revancha y a mi vez le planté la

mano en el culo a él. Pocas cuadras después una oleada de gente me sacó de su lado a

empujones. Los que bajaban me arrancaron del colectivo y ahora lamento haberlo perdido

así de golpe porque en su billetera sólo había 7.400 pesos de los viejos y más hubiera podido

sacarle en un encuentro a solas. Parecía cariñoso. Y muy desprendido.

Luisa Valenzuela. Visión de reojo

Una mañana tarde noche el niño joven anciano que estaba moribundo enamorado

prófugo confundido sintió las primeras punzadas notas denotaciones reminiscencias

sacudidas precursoras seguidas creadoras multiplicadoras transformadoras extinguidoras

de la helada la vacación la transfiguración la acción la inundación la cosecha. Pensó recordó

imaginó inventó miró oyó talló cardó concluyó corrigió anudó pulió desnudó volteó rajó

barnizó fundió la piedra la esclusa la falleba la red la antena la espita la mirilla la artesa la

jarra la podadora la aguja la aceitera la máscara la lezna la ampolla la ganzúa la reja y con

ellas atacó erigió consagró bautizó pulverizó unificó roció aplastó creó dispersó cimbró lustró

repartió lijó el reloj el banco el submarino el arco el patíbulo el cinturón el yunque el velamen

el remo el yelmo el torno el roble el caracol el gato el fusil el tiempo el naipe el torno el vino el

bote el pulpo el labio el peplo el yunque, para luego antes ahora después nunca siempre a

veces con el pie codo dedo cribarlos fecundarlos omitirlos encresparlos podarlos en el

bosque río arenal ventisquero volcán dédalo sifón cueva coral luna mundo viaje día trompo

jaula vuelta pez ojo malla turno flecha clavo seno brillo tumba ceja manto flor ruta aliento

raya, y así se volvió tierra.

Luis Britto García. Subraye las palabras adecuadas.

Luisa Valenzuela

Luis Britto García

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nvasión de mendigos pero queda un consuelo: a ninguno les faltan zapatos, zapatos sobran. Eso sí, en ciertas oportunidades hay que quitárselo a alguna pierna descuartizada que se encuentra entre los matorrales y sólo sirve para calzar a un rengo. Pero esto no ocurre a menudo, en general se encuentra el cadáver completito con los dos zapatos intactos. En cambio las ropas sí están inutilizadas. Suelen presentar orificios de bala y manchas de sangre, o han sido desgarradas a latigazos, o la picana eléctrica les ha dejado unas quemaduras muy feas y difíciles de ocultar. Por eso no contamos con la ropa, pero los zapatos vienen chiche. Y en general se trata de buenos zapatos que han sufrido poco uso porque a sus propietarios no se les deja llegar demasiado lejos en la vida. Apenas asoman la cabeza, apenas piensan (y el pensar no deteriora los zapatos) ya está todo cantado y les basta con dar unos pocos pasos para que ellos les tronchen la carrera.

Es decir que zapatos encontramos, y como no siempre son del número que se necesita, hemos instalado en un baldío del Bajo un puestito de canje. Cobramos muy contados pesos por el servicio: a un mendigo no se le puede pedir mucho pero sí que contribuya a pagar la yerba mate y algún bizcochito de grasa. Sólo ganamos dinero de verdad cuando por fin se logra alguna venta. A veces los familiares de los muertos, enterados vaya uno a saber cómo de nuestra existencia, se llegan hasta nosotros para rogarnos que les vendamos los zapatos del finado si es que los tenemos. Los zapatos son lo único que pueden enterrar, los pobres, porque claro, jamás les permitirán llevarse el cuerpo.Es realmente lamentable que un buen par de zapatos salga de circulación, pero de algo tenemos que vivir también nosotros y además no podemos negarnos a una obra de bien. El nuestro es un verdadero apostolado y así lo entiende la policía que nunca nos molesta mientras merodeamos por baldíos, zanjones, descampados, bosquecitos y demás rincones donde se puede ocultar algún cadáver. Bien sabe la policía que es gracias a nosotros que esta ciudad puede jactarse de ser la de los mendigos mejores calzados del mundo.

Luisa Valenzuela-Los mejor calzados

I

En un lejano país existió hace muchos años una Oveja negra.Fue fusilada.Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó

muy bien en el parque.Así, en los sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente

pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.

Augusto Monterroso. La Oveja negra

Augusto Monterroso

Luisa Valenzuela

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A- Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender la lámpara. No nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura más convincentes que el fervor, la voz de Macedonio Fernández repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante y que morirse tiene que ser el hecho más nulo que puede sucederle a un hombre. Yo jugaba con la navaja de Macedonio; la abría y la cerraba. Un acordeón vecino despachaba infinitamente la Cumparsita, esa pamplina consternada que les gusta a muchas personas, porque les mintieron que es vieja... Yo le propuse a Macedonio que nos suicidáramos, para discutir sin estorbo.

Z- (burlón)- Pero sospecho que al final no se resolvieron A- (ya en plena mística)- Francamente no recuerdo si esa noche nos suicidamos

Jorge Luis Borges. Diálogo sobre un diálogo

Lo maté en sueños y luego no pude hacer nada hasta que lo despaché de verdad. Sin remedio.

Max Aub

Es un programa de juegos por la tele. Los niños se ponen zapatillas de la marca que auspicia el programa. Cada madre debe reconocer a su hijo mirando solamente las piernitas a través de una ventana en el decorado. El país es pobre, los premios son importantes. Los participantes se ponen de acuerdo para ganar siempre. Si alguna madre se equivoca, no lo dice. Después, cada una se lleva al hijo que eligió, aunque no sea el mismo que traía al llegar. Es necesario mantener la farsa largamente porque la empresa controla con visitadoras sociales los hogares de los concursantes. Hay hijos que salen perdiendo, pero a otros el cambio les conviene. También se dice que algunas madres hacen trampa, que se equivocan adrede.

Ana María Shua. Programa de entretenimientos

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Jorge Luis Borges

Max Aub

Ana María Shua

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Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.

Julio Cortázar, Amor

A punto de terminar su relato, una ráfaga de viento se llevó las palabras. Cayeron en tierra fértil, y en primavera brotaron cuentos de colores.

Lola Díaz. Fertilidad

Le escribió tantos versos, cuentos, canciones y hasta novelas que una noche, al buscar con ardor su cuerpo tibio, no encontró más que una hoja de papel entre las sábanas.

Mónica Lavín. Motivo literario

Un día fue a ver a la mujer para la que las cartas, dispuestas con cierto rigor y sometidas al azar de su desvelamiento, eran como un libro abierto.

—¿Cuánto viviré?—Tienes una larga vida —informó la pitonisa.—¿Cuánto? —insistió.—Hasta los 90.“¡Me quedan 60 años de vida!”, pensó. Pero sus ganas de creer eran tan fuertes como

su deseo de demostración. Entonces subió al edificio más alto, para retar esa sabiduría en la que la mitad de su convicción se afincaba, y se lanzó del último piso.

Tardó 60 años en caer.

Guillermo Bustamante Zamudio. Ventura

Guillermo B. Zenudio

Mónica Lavín

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Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me había despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, por que la estaba usando en no sé que aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.

Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frío, pieles de cuero quemado: había quien quería un cóndor y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas y no faltaba los que pedían un fantasma o un dragón.

Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:

-Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima -dijo-Y anda bien -le pregunte-Atrasa un poco -reconoció.

Eduardo Galeano, Celebración de la fantasía

Cuando escribió la palabra “fin” se dio cuenta de que su personaje aún respiraba, pero ya era tarde para ayudarlo, así que cerró la pluma y lo dejó morir.

Álvaro Barragán García, Epílogo

Por ce o por be, algunos lo cuentan todo. Pero lo cuentan ce por ce y be por be. O sea, punto por punto, sin faltar una coma. Mejor es no contar nada de nada, como que tú ni fu ni fa, ni bueno ni malo. No hay que andar con dimes y diretes, contando las cosas con pelos y señales de tal y tal, ni irse por los cerros de Úbeda, ni andar de la Ceca a la Meca, sino plis plas, en un abrir y cerrar de ojos. La cosa no está ni aquí ni allí, sino que es un toma y daca, hoy por ti mañana por mi. Si no, tiempo al tiempo porque eso es así de la cruz a la fecha. Es más, ni tuge ni muge, porque todos sabemos de qué estamos hablando.

Antonino Ney, Incontinencia

Álvaro Barragán

Eduardo Galeano

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Como todos los días, Salvador Lafontaine cuelga sobre el muro la jaula de

perdices y nada le importa que desde hace cuatro años, cuando aquellos días de helada

que lo quemaron todo, ya no haya perdices, porque él las sigue escuchando y no admite la

menor réplica sobre el asunto. El día para él transcurre de esa forma, es decir, al lado de la

jaula, trajinando sobre las varetas de olivo que en sus manos diestras parecen más bien

mantequilla o juncia. Un artista de eso, y a ver, a ver qué daño hace. Salvador Lafontaine no

se mete con nadie, dicen que por no quebrar el trajín de sus perdices, que se pasan el día

refiriendo historias de esos lejanos países que vuelan en la noche.

Los domingos, todos los domingos sueltan por el pueblo dos autobuses llenos de

turistas que se llevan el áspero aceite del molino, embutidos caseros, quesos sudados,

piñonates y tortas del Carmona y con un poco de suerte las cestas de Salvador Lafontaine,

que él cuelga de cualquier forma en el mismo clavo donde los otros días reposa la jaula

perdicera. Él de eso vive, de eso y de la paguita de treinta mil pesetas que le sacó Mariano el

del ayuntamiento cuando lo dejaron solo en este mundo y a ver de qué se iba a valer. De

eso, quiero decir, y de escuchar durante horas sus perdices, temiendo que llegue la noche y

al descolgar la jaula descubra que han volado.

Manuel Moya, Perdices

En la sala repleta circuló un aire helado cuando don Luciano, con todo el peso de su

prestigio y su insobornable capacidad de juicio, al promediar su conferencia tomó aliento

para decir: "Como siempre, quiero ser franco con ustedes. En éste país, y salvo

excepciones, mi profesión está en manos de oportunistas, de frívolos, de ineptos, de

venales".

A la mañana siguiente su secretaria le telefoneó a las ocho: "Don Luciano, lamento

molestarlo tan temprano, pero acaban de avisarme que, frente a su casa, hay como

quinientas personas esperándolo". "¿Ah, si?" dijo el profesor de buen ánimo. "¿Y qué

quieren?"."Según dicen pretenden expresarle su saludo y admiración." "Pero, ¿quienes

son?". "No lo sé con certeza, Don Luciano. Ellos dicen que son las excepciones."

Mario Benedetti, Salvo excepciones

Mario Benedetti

Manuel Moya

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En el jardín de Brighton, colegio de señoritas, hay dos estatuas: la de la fundadora y la del profesor más famoso. Cierta noche -todo el colegio, dormido- una estudiante traviesa salió a escondidas de su dormitorio y pintó sobre el suelo, entre ambos pedestales, huellas de pasos: leves pasos de mujer, decididos pasos de hombre que se encuentran en la glorieta y se hacen el amor a la hora de los fantasmas.

Después se retiró con el mismo sigilo, regodeándose por adelantado. A esperar que el jardín se llene de gente. ¡Las caras que pondrán! Cuando al día siguiente fue a gozar la broma vio que las huellas habían sido lavadas y restregadas: algo sucias de pintura le quedaron las manos a la estatua de la señorita fundadora.

Enrique Anderson Imbert. Las estatuas

Tres hombres de aspecto salvaje abordan mi casa y, machete en mano, me exigen que escriba un cuento de gatos.

Los ignoro y, según suelo hacer los domingos, escribo una sencilla historia de piratas.

Choan C. Gálvez. Abordaje

Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del Congreso Internacional de Lingüística y Afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y papeles y se dirigió hacia la salida abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, semiólogos, críticos estructuralistas y desconstruccionistas, todos los cuales siguieron su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática.

De pronto las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica: ¡Qué sintagma!¡Qué polisemia!¡Qué significante!¡Qué diacronía!¡Qué exemplar ceterorum!¡Qué Zungenspitze!¡Qué morfema!La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas. Sólo se la vio sonreír, halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza,

antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: ''Cosita linda".

Mario Benedetti. Lingüistas.

Enrique Anderson Imbert

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En un cajón hay un puñal. Fue forjado en Toledo, a fines del siglo pasado; Luis

Melián Lafinur se lo dio a mi padre, que lo trajo del Uruguay; Evaristo Carriego lo tuvo alguna

vez en la mano.

Quienes lo ven tienen que jugar un rato con él; se advierte que hace mucho que lo

buscaban; la mano se apresura a apretar la empuñadura que la espera; la hoja obediente y

poderosa juega con precisión en la vaina.

Otra cosa quiere el puñal. Es más que una estructura hecha de metales; los hombres

lo pensaron y lo formaron para un fin muy preciso; es, de algún modo eterno, el puñal que

anoche mató un hombre en Tacuarembó y los puñales que mataron a César. Quiere matar,

quiere derramar brusca sangre.

En un cajón del escritorio, entre borradores y cartas, interminablemente sueña el

puñal con su sencillo sueño de tigre, y la mano se anima cuando lo rige porque el metal se

anima, el metal que presiente en cada contacto al homicida para quien lo crearon los

hombres.

A veces me da lástima. Tanta dureza, tanta fe, tan apacible o inocente soberbia, y los

años pasan, inútiles.

Jorge Luis Borges. El puñal

La pitonisa me dijo que mi vida cambiaría de forma radical. Pero no me dijo en qué

consistiría ese cambio.

Viendo que el tiempo pasaba y todo seguía igual, me divorcié de mi marido, aunque

en realidad lo quería, me mudé de ciudad, aunque mi ciudad me gustaba y me busqué un

trabajo totalmente distinto al que tenía, aunque la verdad es que el trabajo me daba mucha

satisfacción.

Ahora, cuando veo mi vida tan cambiada, echo de menos a mi marido, a mi ciudad y a

mi trabajo, pero he llegado a la conclusión de que qué le voy a hacer, si ese era mi destino.

Reyes Adorna. El destino

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Jorge Luis Borges

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Del único hijo que estaba seguro era del pelirrojo. A los otros dos no los había

visto en mi vida. Tras mucho pensar, llegué a la conclusión de que al salir del hipermercado, con la confusión del gentío, me los habían cambiado. No me importó. Los cuidé durante tres años, confiando que otros harían lo mismo con los míos. Hasta el día del parque de atracciones, que con tanto crío me cambiaron al pelirrojo y al mayor de los extraños por una niña y un mulatillo. A éstos los crié durante casi diez años pero un día, al volver de la universidad me llegaron transformados. La chica por un joven que hablaba inglés y el que más tiempo había pasado conmigo por otro con gafas que parecía autista. A ú n a s í , y pensando que la vida era esto, consentí pagarles los estudios hasta el final.

El día que se casaba el inglés, los padrinos –que iban a ser sus pseudohermanos- fueron sustituidos por dos chicas gemelas. Nada feas a decir verdad.

Ahora, ya en el lecho de muerte, espero cada vez que se abre la puerta de la habitación y entran tres jóvenes extraños, que sean mis hijos, los de verdad, los primeros, para poder despedirme de ellos y de este mundo que ya no entiendo.

Ginés S. Cutillas. El equilibrio del mundo

Ginés S. Cutillas

Yo no sé, mira, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí

contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como

bofetadas uno detrás de otro, qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la

ventana; se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va

creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con

todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes, mientras le crece la

barriga; ya es una gotaza que cuelga majestuosa, y de pronto zup, ahí va, plaf, deshecha,

nada, una viscosidad en el mármol.

Pero las hay que se suicidan y se entregan enseguida, brotan en el marco y ahí mismo se

tiran; me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las

emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas.

Adiós gotas. Adiós.

Julio Cortazar, Aplastamiento de las gotas

Julio Cortazar

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Hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba, y hablaba. Y venga hablar. Yo soy una mujer de mi casa. Pero aquella criada gorda no hacía más que hablar, y hablar, y hablar. Estuviera yo donde estuviera, venía y empezaba a hablar. Hablaba de todo y de cualquier cosa, lo mismo le daba. ¿Despedirla por eso? Hubiera tenido que pagarle sus tres meses. Además hubiese sido muy capaz de echarme mal de ojo. Hasta en el baño: que si esto, que si aquello, que si lo de más allá. Le metí la toalla en la boca para que se callara. No murió de eso, sino de no hablar: se le reventaron las palabras por dentro.

Max Aub, Hablaba y hablaba

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¡Ay, José, así no se puede!

¡Ay, José, así no sé!

¡Ay, José, así no!

¡Ay, José, así

!Ay, José!

¡Ay!

Guillermo Cabrera Infante, Canción cubana

Despiértese, que es tarde, me grita desde la puerta un hombre extraño. Despiértese usted, que buena falta le hace, le contesto yo. Pero el muy obstinado me sigue soñando.

Ana María Shua, 69

Gabriel Jiménez Emán

Guillermo Cabrera Infante

Había confundido tanto la vigilia con el sueño que antes de acostarse clavaba con un alfiler cerca de su cama un papelito que decía: Recordar que mañana debo levantarme temprano.

Gabriel Jiménez Emán. El sueño y la vigilia

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Al preso lo interrogaban tres veces por semana para averiguar «quien le había enseñado eso». Él siempre respondía con un digno silencio y entonces el teniente de turno arrimaba a sus testículos la horrenda picana.

Un día el preso tuvo la súbita inspiración de contestar: «Marx. Sí, ahora lo recuerdo, fue Marx.» El teniente asombrado pero alerta, atinó a preguntar: «Ajá. Y a ese Marx ¿quién se lo enseñó?» El preso, ya en disposición de hacer concesiones agregó: «No estoy seguro, pero creo que fue Hegel.»

El teniente sonrió, satisfecho, y el preso, tal vez por deformación profesional, alcanzó a pensar: «Ojalá que el viejo no se haya movido de Alemania.»

Mario Benedetti, Eso

Me dijeron que así no olvidaría. Viendo el nudo, recordaría enseguida lo que no debía olvidar. Hoy, mi único pañuelo es un nudo de nudos que nada significa. Como otras veces, empiezo por deshacer el nudo, y entonces es como si resultara al fin aquello por lo cual hice esa marca.. Cuando el pañuelo queda libre de nudos, estrujado pero leve, lo contemplo un rato sobre mi mano con cierta inquietud, como si fuera un ave rara que sabe algo que yo no sé, pero que nunca podrá decírmelo.

Ernesto Santana, Nudos en el pañuelo

Al ponernos al oído aquella caracola escuchábamos ruidos de mar y gritos de náufragos.

Ramón Gómez de la Serna, La caracola

En Sumatra, alguien quiere doctorarse de adivino. El brujo examinador le pregunta si será reprobado o si pasará. El candidato responde que será reprobado…

Jorge Luis Borges, El adivino

Ernesto Santana

Ramón Gómez de la Serna

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Resulta bastante curiosa la idea que algunas personas piadosas tienen de las blasfemias. Creen que ciertas letras del alfabeto, ordenadas de una forma o de otra, pueden, en uno de esos sentidos, lo mismo agradar infinitamente al Eterno como, dispuestas en otro, ultrajarle de la forma más horrible, y sin lugar a dudas ese es uno de los más arraigados prejuicios que ofuscan a la gente devota.

A la categoría de las personas escrupulosas en lo que respecta a las "b" y a las "f" pertenecía un anciano obispo de Mirepoix, que a comienzos de este siglo pasaba por ser un santo. Cuando un día iba a ver al obispo de Pamiers, su carroza se atascó en los horribles caminos que separan esas dos ciudades: por más que lo intentaron los caballos no podían hacer más.

-Monseñor -exclamó al fin el cochero, a punto de estallar-, mientras permanezcas ahí mis caballos no podrán dar un paso.

-¿Y por qué no? -contestó el obispo.

-Porque es absolutamente necesario que yo suelte una blasfemia y Vuestra Ilustrísima se opone a ello; así, pues, haremos noche aquí si no me lo permite.

-Bueno, bueno -contestó el obispo, zalamero, santiguándose-, blasfema, pues, hijo mío, pero lo menos posible.

El cochero blasfema, los caballos arrancan, monseñor sube de nuevo... y llegan sin novedad.

Marqués de Sade. Un obispo en el atolladero

¡Arriad el foque!, ordena el capitán. ¡Arriad el foque!, repite el segundo. ¡Orzad a estribor!, grita el capitán. ¡Orzad a estribor!, repite el segundo. ¡Cuidado con el bauprés!, grita el capitán. ¡El bauprés!, repite el segundo. ¡Abatid el palo de mesana!, grita el capitán. ¡El palo de mesana!, repite el segundo. Entre tanto, la tormenta arrecia y lo marineros corremos de un lado a otro de la cubierta, desconcertados. Si no encontramos pronto un diccionario, nos vamos a pique sin remedio

Ana María Shua. Los peligros del mar

Ahora pasa que las tortugas son grandes admiradoras de la velocidad, como es natural. Las esperanzas lo saben, y no se preocupan. Los famas lo saben, y se burlan.

Los cronopios lo saben; y cada vez que encuentran una tortuga, sacan la caja de tizas de colores y sobre la redonda pizarra de la tortuga, dibujan una golondrina.

Julio Cortázar, Tortugas y cronopios

Marques de Sade

Ana María Shua

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En Maracaibo vivían dieciséis enanos y un medio enano. Todos eran hermanos y el medio enano era el hermano de al medio. También hay que decir que eran sus medio hermanos pues solo compartían el padre, claro que lo compartía solo con la mitad pues los otros ocho querían mas a su madre que a su padre, al que no le perdonaban haberla engañado.

Los ocho ignoraban que era un engaño a medias, es decir, su madre también había engañado a su padre, de hecho esos ocho eran hijos de otro enano. Lo que nos deja con el hecho que que los ocho y los ocho son solo medio hermanos.

Si un día descubrieran toda la verdad, se sentirían desilusionados, pero solo a medias, claro.

Rafael Ballester, Dieciséis enanos y medio

Aunque te aceche con las mismas ansias, rondando siempre tu esquina, hoy no podríamos reconocernos como antes. Tú ya no usas esa capita roja que causaba revuelos cuando pasabas por la feria del Parque Forestal, hojeando libros o admirando cuadros, y yo no me atrevo ni a sonreírte, con esta boca desdentada.

Juan Armando Epple, Para mirarte mejor.

Romeo yacía muerto en la tenebrosa cripta, asesinado por su propia mano, por su propio puñal. Todo había terminado. El corazón de los capuletos había recibido una

puñalada certera. Cuando Julieta despertó de su fingida muerte observó el cuerpo sangrante de Romeo y supo que su plan había sido un éxito. Luego, esquivó el cadáver con desdén y abandonó la cripta. Afuera la esperaba un joven inglés, de apellido Shakespeare, con quien pronto se casaría. Mientras tanto, en la bulliciosa Verona la vida y el amor corrían por las calles como la moneda más corriente.

Sandro Centurión, La verdad acerca de Julieta

No, Cristina no ha llegado todavía. La arrastró un huracán ya va para tres meses y de momento no ha vuelto. No es que temamos especialmente por ella, porque se conoce bien los huracanes y estamos seguros de que cuando se canse, volverá. Lo que temo es que a éste le coja afición, como le ocurrió a madre, que después de irse con todos los que pasaban por aquí, ya de mayor, se largó con uno y nunca más quiso saber de nosotros. A mí, que siempre he sido una incomprendida, me dio por los hombres y ya ve usted, aquí me tiene, en el Texaco Girl's y esperando a Cristina, que, como le digo, tiene que estar al llegar.

Manuel Moya, Huracanes

Juan Armando Epple

Sandro Centurión

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La cebolla no paraba de sonreir, ni siquiera mientras la apuñalaba y la cortaba a juliana. Estuve una tarde sin parar de llorar. Al principio por el jugo que me saltaba a los ojos, luego por todo lo que dije, después por todo lo que callé.

Día tras día, verdulería tras verdulería, supermercados y badulakes. No encuentro, no hay más cebollas sonrientes.

Mira que lloré y lo a poco que me supo. Necesitaría diez cebollas sonrientes más para llorar todo lo que me falta, todo lo que me sobra, todas las espaldas que no acaricié, todos los sitios a los que no fui, todas las veces que aparté la mirada, todos los cuentos que ya no escribo.

Diago Lezaun, La cebolla sonriente

Con el tiempo, el príncipe ha engordado debido a la gula, el alcoholismo y la fiesta permanente. Ahora tiene una barriga gigantesca y una papada descomunal. Las piernas raquíticas apenas son capaces de sostenerlo. Hipa constantemente producto de una borrachera consuetudinaria. “Dios mío”, se dice con amargura la infanta, “ha terminado por convertirse en un sapo, igual que al inicio”. Y concluye que la historia es circular.

Diego Muñoz Valenzuela, Contracuento de hadas

Incubo, s. Miembro de una raza de demonios extraordinariamente impúdicos que, aunque no del todo extinguidos, han conocido mejores noches. Para una descripción completa de los "incubi" y los "succubi" (y también de las "incubae" y las "succubae"), consultar el Liber Demonorum de Protassus (Paris, 1328), donde hay muchas informaciones curiosas que estarían fuera de lugar en un diccionario destinado a servir de texto en las escuelas públicas.

Víctor Hugo relata que en las Islas del Canal de la Mancha, el propio Satanás (sin duda tentado más que en otros sitios por la belleza de las mujeres) suele hacerse el íncubo, con gran alarma y escándalo de las buenas señoras que, en términos generales, quieren ser fieles a sus votos matrimoniales.

Cierta dama acudió al párroco para averiguar cómo podría, en la oscuridad, distinguir al osado intruso de su marido. El santo varón le aconsejó tocarle la frente para ver si llevaba cuernos; Hugo es lo bastante descortés como para insinuar sus dudas sobre la eficacia del método.

Ambrose Bierce, Diccionario del diablo Pagin

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Diego Muñoz Valenzuela

Ambrose Bierce

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Todas las mañanas llego a la oficina, me siento, enciendo la lámpara, abro el portafolios y antes de empezar la tarea diaria, escribo una línea en una larga carta donde, desde hace seis años, explico minuciosamente las razones de mi suicidio.

Cada vez que me dolía la cabeza, él me acariciaba el cabello con una ternura exquisita, me besaba en los ojos y susurraba con los labios pegados a mi frente que ojalá todo ese dolor lo sufriera él.

Comprendí que lo nuestro había terminado cuando me descubrí deseando que se cumpliera su deseo.

Anónimo

A ella le gusta el amor. A mí no. A mí me gusta ella, incluido, claro está, su gusto por el amor. Yo no le doy amor. Le doy pasión envuelta en palabras, muchas palabras. Ella se engaña, cree que es amor y le gusta; ama al impostor que hay en mí. Yo no la amo y no me engaño con apariencias, no la amo a ella. Lo nuestro es algo muy corriente: dos que perseveran juntos por obra de un sentimiento equívoco y de otro equivocado. Somos felices.

Raul Brasca, Amor I.

Hoy proclamé la independencia de mis actos. A la ceremonia sólo concurrieron unos cuantos deseos insatisfechos, dos o tres actitudes desmedradas. Un propósito grandioso que había ofrecido venir envió a última hora su excusa humilde.

Juan José Arreola. Libertad Pagin

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Juan Armando Epple

Juan José Arreola

Luis Mateo Díez

Raul Brasca

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Soy un Adán que sueña con el paraíso, pero siempre me despierto con las costillas intactas.

Juan José Arreola, Cláusula II, (Bestiario, l972)

Penélope, nictálope y noctámbula, teje redes para atrapar un cíclope.

Luisa Valenzuela, Confesión esdrújula

-Quédate -le dije. Y la toqué.

Omar Lara, Toque de queda

Había una vez un colorín colorado.

José Antonio Martín, Cuento que me contó una vez mi hija Adriana, fastidiada de que le pidiera un cuento

Yo contra los huevos fritos no tengo nada. Son ellos los que me miran con asombro, desorbitados.

Ana María Shua. Desorbitados.

Aquel hombre era invisible, pero nadie se percató de ello.

Gabriel Jiménez Emán, El hombre invisible

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Juan Armando Epple

Omar Lara

Juan José Arreola

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Soñé que me besaban: era sólo el latido de tu nombre que esa noche se durmió entre mis labios.

Alba Omil, Obsesiones

Un fama anda por el bosque y aunque no necesita leña mira codiciosamente los árboles. Los árboles tienen un miedo terrible, porque conocen las costumbres de los famas y temen lo peor. En medio de todos está un eucalipto hermoso y el fama al verlo da un grito de alegría y baila tregua y baila catala en torno al perturbado eucalipto, diciendo así:

- Hojas antisépticas, invierno con salud, gran higiene.

Saca un hacha y golpea al eucalipto en el estómago, sin importarle nada. El eucalipto gime herido de muerte y los otros árboles oyen que dice entre suspiros:

- Pensar que este imbécil no tenía más que comprarse unas pastillas Valda.

Julio Cortazar, Fama y eucalipto.

Unas monedas, pidió el mendigo tras su historia, así que el rey mandó que lo arrojaran desde lo alto del palacio, como ejemplo para sus súbditos de que el dinero requiere esfuerzo. Aun se cantan canciones de aquel día, en que el pueblo se indignó, y se alzó como nunca antes. Se aprendieron lecciones diferentes, aquel día. El rey también aprendió algo, aunque nunca pudo contarlo a nadie, y quienes le conocieron dicen que, antes de ser colgado, mantenía su porte y su arrogancia. Pero todo esto son historias que se cuentan, ya sabéis, a cambio de unas monedas, majestad.

Jordi Cebrián, Unas monedas

No hay nada como el amor de una mujer casada. Es una cosa de la que ningún marido tiene la menor idea.

Oscar Wilde

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Cuentos recopilados por Carlos G. Barba

Enviados desde el 15 de octubre de 2008, hasta el 25 de marzo de 2009

Continuará...

Oscar Wilde

Alba Omil

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