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Pepe Gutiérrez-Álvarez NELSON MANDELA. UN LARGO CAMINO…PARA VOLVER A COMENZAR Apuntes biográficos y fílmicos A modo de introducción. No creo que exista ningún otro político de la segunda mitad del siglo XX, que haya contado con tantos ensayos biográficos y que, además, casi todos ellos se puedan encontrar en ediciones en castellano. Sin embargo, Nelson Mandela no siempre ha tenido tan “buena prensa” Había ganado unas elecciones por mayoría aplastante en su país, pero todavía figuraba como “terrorista” en los papales del Departamento de Estado made in USA, la máxima autoridad sobre la cuestión. El personal que quiera echar un vistazo a las hemerotecas, se encontraran con una sorpresa. La mayor parte –sino la totalidad- de los diarios e informativos que lo han convertido en un icono incuestionable, lo trataron como “terrorista” durante mucho tiempo, por lo menos hasta los años noventa. No hay que decirlo; “terrorista” era la lucha armada de los que se oponían al régimen del “apartheid”, el más infame de la historia después del nazismo –al decir del propio Mandela- con el que tuvo no pocas coincidencias y paralelismos. Desde el orden establecido no se consideraba como tal al régimen del “apartheid”, responsables de masacres como la de Shaperville o Soweto (por no hablar de sus intervenciones

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Pepe Gutiérrez-Álvarez NELSON MANDELA. UN LARGO CAMINO…PARA VOLVER A COMENZAR Apuntes biográficos y fílmicos A modo de introducción. No creo que exista ningún otro político de la segunda mitad del siglo XX, que haya contado con tantos ensayos biográficos y que, además, casi todos ellos se puedan encontrar en ediciones en castellano. Sin embargo, Nelson Mandela no siempre ha tenido tan “buena prensa” Había ganado unas elecciones por mayoría aplastante en su país, pero todavía figuraba como “terrorista” en los papales del Departamento de Estado made in USA, la máxima autoridad sobre la cuestión. El personal que quiera echar un vistazo a las hemerotecas, se encontraran con una sorpresa. La mayor parte –sino la totalidad- de los diarios e informativos que lo han convertido en un icono incuestionable, lo trataron como “terrorista” durante mucho tiempo, por lo menos hasta los años noventa. No hay que decirlo; “terrorista” era la lucha armada de los que se oponían al régimen del “apartheid”, el más infame de la historia después del nazismo –al decir del propio Mandela- con el que tuvo no pocas coincidencias y paralelismos. Desde el orden establecido no se consideraba como tal al régimen del “apartheid”, responsables de masacres como la de Shaperville o Soweto (por no hablar de sus intervenciones

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militares en la zona), un régimen “democrático” en el que la mayoría “africana” estaba excluida, convertida en una suerte de “sin papeles” en su propio país… Hoy todo eso parece historia, Mandela fue liberado por movilizaciones que sacudían el país día sí, día también, por campañas de solidaridad que llenaba estadios en el Reino Unido, y la historia entró en otro curso. En una nueva página que podemos definir como una revolución a medias, el racismo institucional fue derrotado y actualmente, en Sudáfrica no existe segregación racial, los odiosos batunstanes ha sido demolidos, y los terroristas de ayer son ministros, ocupan cargos, hasta son laureados internacionalmente. Ese es el caso de Mandela que ha dejado de ser el “extremista de izquierda” del que hablaba la prensa domesticada para convertirse en una suerte de santo negro y laico, un personaje al que la ONU la ha dedicado un día entero: el 18 de julio, de tantas connotaciones en el Reino de la Españas. En su momento, esta revolución a medidas fue contada como la única posible. Existían unos muros que impedían a la mayoría cumplir sus propios proyectos de recuperar las riquezas de las que habían sido expoliados por la violencia. Más allá aparecía la amenaza de un ejé4rcito y de una derecha fascista, la advertencia de un mar de sangre. Por otra parte, era la época del desplome de los regímenes mal llamados socialistas, del desarme de revoluciones en Centroamérica, del cerco y acoso contra la Nicaragua sandinista. Parecía que solamente el “empate” era lo único viable, como sucedió aquí, en las Españas, en 1977-1978. El African National Congress estimó que con su llegada al poder, la historia había terminado, no se planteó que solamente se había cubierto una etapa. Lo que siguió después empaña la biografía de Nelson Mandela y la de toda una generación. Mandela el pacificador se convirtió en un padre de la patria vivo, en alguien que quedaba por encima de la historia. Un personaje convertido en una marca registrada con el que todo el mundo se quería fotografiar, un producto que producía millones y millones en toda clase de objetos y de eventos. Al mismo tiempo, las diferencias entre los de arriba y los de abajo se fue haciendo todavía más abismal. En este punto, la diferencia radicaba en que el ANC ha servido para el ascenso social de una casta de políticos y funcionarios que viajan en primera con los blancos. La propia familia se Mandela se ha enriquecido de forma escandalosa y el revolucionario de Rivonia, es ahora alguien que se utiliza para legitimar la nueva realidad existente. Este trabajo aparece cuando todo indica que Mandela marchará a la gloria eterna. Su nombre ya figura en calles, plazas y entidades en un desenfrenado culto a una personalidad…domesticada. .Se habían visto cosas parecidas, pero no en vida. Lenin fue elevada a los altares por Stalin como sumo sacerdote, pero él ya había muerto y además, había mostrado su disgusto a toda clase de homenajes. Algo parecido sucedió con Gandhi, cuyo apellido a llegado a ser el de una familia aristocrática de nuevo cuño, la misma que invocaba su nombre y su ejemplo mientras servían a un Estado que mantenía los abismos sociales e invertía en armamento atómico. Se trata de una recopilación de trabajos publicaos en tiempos lejanos, en los años ochenta. Cuando el autor formó parte activa del comité anti-Apartheid que reunió a militantes muy diversos en campañas minoritarias, pero que contribuyeron a dar a conocer la resistencia al apartheid. Al final de la década, Mandela nos visitó en Barcelona y dio un mitin en pla plaza Sant Jaume. En se tiempo publiqué un estudio, Nelson Mandela. La lucha es mi vida (Ed. Río Nuevo, Barcelona, 1988), y preparé una biografía suya para la editorial Lumen en una colección que cerró antes de publicarla. En ese tiempo publiqué trabajos en todas las revistas de historia que existían en el mercado español. Reúne trabajos sobre el personaje y sobre las películas que se han realizado entorno suyo. Se apoya en biografías como las de Mary Benson, Fátima Meer y Jack Lang, de las que he extraído una documentación básica. Espero que sirva para los lectores y lectoras que se acerquen al mito desde ojos críticos, y a los que emplean el cine como un medio de análisis. Todos ellos han sido publicados en Kaos, aunque he añadido algunas correcciones.

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El título advierte de que el largo camino hacia la libertad, todavía está por culminar. En se nuevo trama, la biografía del Mandela militante será un aliciente, en tanto que la trayectoria del Mandela beatificado por el Estado y por los amos del mundo, srá un obstáculo. Quizás se trate pues, de separar una parte y otra. PRIMERA PARTE: UN RETRATO PARCIAL "El hombre muere entre todos aquéllos que mantienen silencio ante la tiranía" (Wole Solynka)

1. El largo camino hacia la libertad, el libro de Nelson Mandela (*) En líneas generales, la historia oficial sobre Mandela se ha escrito en las dos últimas décadas, en términos como los siguientes: Esta apasionante autobiografía del líder político surafricano Nelson Mandela, El largo camino hacia la libertad (1994) ocupa un lugar destacado ya entre las memorias de las figuras más importantes del siglo XX. En sus páginas se descubre en clave individual el largo camino seguido por el África negra hacia la consecución de la libertad política y la restitución de su dignidad humana. El libro se abre con la evocación de la infancia en el campo. Nelson Rolihlahla Mandela, hijo de un jefe xhosa de la etnia sudafricana de los thembu, pasó su infancia en Transkei, inmerso en la simplicidad de la vida aldeana y el respeto hacia la tradición tribal. Adoptado por el jefe de los thembu frecuentó las mejores escuelas abiertas a los africanos, donde descubriría las contradicciones de la imposición de una cultura extraña y la opresión del sistema del apartheid. Luego pasa a relatar con una elegante prosa sus primeros años como estudiante y pasante de un despacho de abogados en Johannesburgo, el lento despertar de su conciencia política y su papel central en el renacimiento de un CNA estancado y la formación de la Youth League en la década de 1950, así como su lucha personal por reconciliar su actividad política con su devoción hacia su familia, la angustia de la ruptura de su primer matrimonio y el dolor al separarse de sus hijos. El lector, de su mano, asiste en primera persona a la escalada de la confrontación política entre el CNA y el gobierno en la década de 1950,

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que culminaría con el paso de Mandela a la clandestinidad («La pimpinela negra») y el célebre proceso de Rivonia Nelson Mandela comenzó a escribir su autobiografía "Long Walk to Freedom" en Robben Island a los diez años de encarcelado. Por entonces ya había llegado a constituirse en el icono de la batalla por la liberación de África del Sur; millones de niños llevaban su nombre en el resto del continente africano. Nacido en 1918 en Transkei, a 800 millas al este de Cape Town, era hijo de Gadia Henry Mphakaniswa, jefe por sangre, por ejercicio y por nombramiento colonial. Étnicamente un xhosa, o lo que es lo mismo un firme creyente en la importancia de las leyes, de la educación y la cortesía; constituyendo parte de un orden social donde cada uno conocía su sitio. Pertenecía al clan Madiba, nombre que infunde un gran respeto y por el que muchos le conocían. A su padre lo describe como un hombre honrado, recto, amable, algo terco también; guía en la comunidad, todo un soberano; con cuatro esposas. La infancia de Mandela fue modelada por ritos, costumbres y prohibiciones y la importancia del aspecto y la dignidad. Como él escribe, "me definía a través de mi padre". Pero tan sólo por pocos años: su padre falleció cuando tenía nueve. Su madre lo dejó con el regente en funciones de los Thembu, parte del mayor pueblo Xhosa, en Mqhekezweni, un cercano puesto misional metodista. Allí empezó a comprender la contribución social de los misioneros y a tomar en serio su vida cristiana. La vida en los tribunales fue su primer contacto con la jefatura, el liderazgo y la democracia; pues el regidor solía congregar al pueblo en reuniones generales donde a cada uno se le permitía no solo hablar sino también criticar, mientras el jefe por su parte escuchaba, para hablar en último lugar. Por ese tiempo comenzó a interesarse también por la historia africana. Según costumbre, a los dieciséis fue circuncidado; tras lo cual había que elegir entre escuela o trabajo en las minas; decisión que podríamos decir equivalía a otro rito. El regente decidió escuela para Mandela. Fue admitido en el Instituto Clarkebury, lo que constituyó una gran ayuda para ampliar su mente. Tres años más tarde fue al Healdtown Wsleyan College para cursar Artes Liberales. El mayor recuerdo de su estancia allí fue la visita de Krune Mqhayi, poeta xhosa y cantante famoso, cuya actuación alabando a los xhosa y criticando a los blancos ante la escuela en pleno, confundió y escandalizó a Mandela. Finalmente, ingresó en Fort Hare, la única institución a nivel universitario para negros, en la cual han sido educados muchos líderes africanos de habla inglesa. Al cabo de un año fue expulsado por boicotear una elección. A su regreso a Mqhekezweni, el regente tenía acordado el matrimonio de Mandela; éste entonces huyó a Johannesburg. Allí se movió de un lugar a otro, sobreviviendo como pudo; planeó completar su B.A. por correspondencia, lo que finalmente consiguió. Fue admitido como empleado contratado en un bufete de abogados dirigido por un judío. Fue ahí, en Johannesburgo, donde estableció el primer contacto con miembros del ANC (African National Congress), tales como Walter Sisulu y Oliver Tambo, y líderes comunistas como Joe Slovo, por citar un par de ejemplos. Allí también fue donde conoció directamente la vida en los municipios. Los tempranos años 40, estuvieron para Mandela llenos de juvenil idealismo, años en que los "Africanistas" del ANC planeaban lograr el cambio en Sud Africa, y erradicar el complejo de inferioridad que muchos negros tenían. Año clave para Mandela fue el 1946, profundamente inmerso en cuestiones políticas. Hubo una huelga, de unos 70.000 mineros africanos, por salario mínimo y vivienda familiar. Fue aplastada y las Uniones declaradas fuera de la Ley. El Gobierno impuso además restricciones de residencia y movilidad a los Indios, lo que auguraba cosas peores para los Negros. Y se casó con su primera mujer, Evelyn. Dos años después, con la victoria del Partido Nacionalista en las elecciones de blancos, fue introducido oficialmente el "apartheid", y en los siguientes años el alcance de leyes restrictivas concernientes a casi todos los aspectos de la vida diaria fue

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teniendo más alcance. El Bantu Education Act de 1953, que rebajaba la educación para los negros, promovió, veinte años más tarde, protestas en Soweto, en las que tomaron parte 15.000 estudiantes, resultando heridos muchos de ellos y algunos muertos. Hecho que se hizo famoso en la película Sarafina. Se refiere también la Masacre de Sharpeville cuando la policía disparó sobre la multitud que huía, y mató a 69 civiles. Llega aquí su separación de Evelyn, que al convertirse en Testigo de Jehová alteró sus creencias y modo de vivir. En 1963, en el Juicio Rivonia, Mandela y diez más, incluyendo a Sisulu, Govan Mbeki (padre de Thabo Mbeki) y el poeta de color Dennis Brutus fueron condenados y presos en Robben Island. Sus memorias en la prisión son vivas, como cuando -sin amargura- describe la segregación, pequeños vejámenes y humillaciones a los que estaban sujetos. Dieciocho años más tarde fue trasladado a Pollsmoor, prisión de régimen más suave, cercano a Cape Town; y finalmente fue liberado el 11 de febrero de 1990. Con nostalgia recuerda el histórico discurso, nueve días después, revocando el estado de emergencia y la prohibición de partidos y organizaciones ilegales. Lo más duro estaba por comenzar: las negociaciones. Y gran parte de su éxito se debió a la capacidad humana, a la paciencia, habilidad diplomática y visión de Maliba. Aunque admite fallos en cuanto a su vida familiar. Su segundo matrimonio, con la controvertida y terca Winnie Madikizela, también se quebró. Como confesó en la boda de su hija Zindzi: "Veíamos crecer a nuestros hijos sin nuestra guía, y, cuando salimos de la prisión, mis hijos dijeron, Ser el padre de una nación es un gran honor, pero ser padre de familia es una más grande alegría. Pero fue una alegría de la que he disfrutado poco". Mandela escribe con gran candor, con muchos detalles llamativos profundamente grabados en su memoria. Es un libro extenso, pero digno de ser leído, de un hombre que a pesar de sus fallos, y de algunas creencias equivocadas en procedimientos morales, merecerá permanecer en la Historia por sus alcances de reconciliación entre las muchas partes de una nación especialmente dividida. (*) El largo camino hacia la libertad de Nelson Mandela Título original: Editorial: Punto de lectura Año publicación: 2004 (1994) Temas: Ensayo: Memorias y biografías 2. Mandela, una historia africana. Nadie podrá cuestionar que Mandela ha sido hasta el final de su vida, uno de los mayores políticos que ha producido el siglo XX. De haber muerto en los años cincuenta podrían haber sido comparado con cualquiera de los grandes jóvenes líderes negros que, como Antonio Lembele o Steve Biko, que marcaron con su potente personalidad el movimiento de resistencia. De haber muerto después del proceso de Rivonia su figura habría podido resultar equiparable a la trágica y magnífica de Patricio Lumumba. Pero siguió siendo alguien de una talla excepcional en los años del ostracismo, era ya un anciano cuando le llegó la liberación, pero emergió como un líder imaginativo, alguien a la altura de unas circunstancias especialmente complicadas, y dejó el poder con el prestigio intacto, aunque hay luces y sombras en el balance objetivo de su actuación. Pero incluso en el caso de que se puedan juzgar severamente algunas de sus posiciones, no hay duda que fue el artífice de la reconciliación racial que sacó a Sudáfrica del "apartheid", impidiendo que el país cayera en una guerra civil. Pero esa fue una fase. Una etapa inicial en un continente en el que el dilema entre el socialismo o la barbarie (neoliberal), resulta más evidente que en ningún otro. Ahora todo aquello parece quedar lejos, pero Mandela empezó a ser mundialmente reconocido cuando en los años ochenta, la crisis abierta, con las movilizaciones masivas en las calles, las muertes y las torturas de los resistentes, convertía a Sudáfrica en uno de los centros de la atención pública de todo el mundo, y familiarizó a muchas personas con términos hasta entonces extraños como apartheid, bóers,

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bantú, bantunstanes, y con personajes como Steve Biko, Desmond Tutu, Walter Sisulu, pero sobre todo con Nelson y Winnie Mandela, la olvidada pareja protagonista del gran drama histórico del apartheid en su última fase, después de la cual comenzaría una nueva etapa en la historia de Sudáfrica en la que el racismo era apartado de las leyes, y el CNA conseguía gobernar con una mayoría absoluta, dentro de la cual se podían contar los votos de muchísimos blancos que también creían que el apartheid merecía morir, y ser enterrado como una variante colonial del nazismo, como una muestra especialmente cruel de la "supremacía blanca". En este tiempo, y en el que le sigue, el prestigio de Nelson y Winnie Mandela han superado al de todos los gobernantes de la época. Muy pocas veces en la historia una pareja ha conseguido, reunir tras de sí un apoyo nacional e internacional tan vasto, hacía mucho tiempo que líderes proscritos no daban un salto histórico --revolucionario-- que les llevara desde la prisión y la humillación, a protagonizar un cambio histórico incompleto pero impresionante, y recibir los máximos honores. Incluido el Nobel de la Paz para Nelson compartido con De Klerk, lo cual no deja de ser una paradoja, aunque este del Nobel a veces parece tan disparatado como el Oscar, y aunque no se lo dieron a Hitler o Franco (y si se lo dieron, no fue por falta de firmas), se lo otorgaron a Kissinger, con toda posibilidad, el peor que los dos. Así es que, aunque situados después de la ruptura matrimonial en ángulos diferentes, Nelson y Winnie, cada uno a su manera, siguieron representando la historia viva de Sudáfrica, una historia en movimiento que sigue ocupando las portadas de los medias, y sobre la cual sigue valiendo la pena tratar de ofrecer un "mapa" que nos ayude a situarnos en uno de los grandes episodios de la historia del siglo XX, y cuya importancia para el devenir del continente africano resulta incuestionable. Sudáfrica es el país más desarrollado de una tierra para que el siglo XXI, presume más bien malos augurios. Una luz oscura sobre su porvenir se manifestó con especial claridad y evidencia en la Conferencia Mundial sobre el SIDA celebrada en Barcelona, y en cuyo cierre tomaron parte el ex-presidente USA, Clinton (al que el incalificable Bush casi ha elevado casi a los altares) y Mandela. Ambos se pronunciaron por algo tan elemental como subversivo, las personas estaban mucho antes que las patentes de las grandes multinacionales de la medicina. La diferencia entre uno y otro es: Clinton habría hecho lo contrario de estar en el poder. Mandela habría declarado exactamente lo mismo de estar gobernando. La diferencia entre el decir y el hacer. Mandela todavía encarna una revolución aunque sea a medias, la última y una de las más importantes del siglo XX. Acabó con la idea de una supremacía blanca en el continente africano. Se puede decir que, en no poca medida, Mandela se convirtió en el "rostro" de la oposición y de la superación del apartheid en los periódicos, la radio, la televisión y el cine. En sus últimos años de cárcel, su nombre fue asociado a todo tipo de acontecimientos y manifestaciones multitudinarias que gritaban su nombre, y las embajadas y consulados sudafricanos de todo el mundo se veían asediados por gente que gritaba lo mismo. En estos años, resultó extraña la entidad, empezando por el Nobel de la Paz, que al repartir un premio de carácter solidario o humanístico no tuviera a Mandela entre sus galardonados en tanto que su efigie ocupaba en los murales y panfletos un lugar cercano al "Che" Guevara. Fue también entonces cuando se publicaron numerosos libros, más sobre Mandela y Winnie que sobre Sudáfrica, siguiendo el mismo hilo: servían para iluminar los acontecimientos que les había tocado vivir, porque representaban al pueblo, y porque su causa era la verdadera, o al menos la más representativa. En el 2002 fue aclamado por todos los representantes del continente reunidos en Durban para celebrar la creación de la Unión Africana. El potencial de este carisma no podía pasar desapercibido para el cine y la TV, y de ahí que una de las principales cadenas de la TV pública norteamericana le dedicara una superproducción a su nombre (Mandela, a la que ya me he referido en la primera parte de un doble trabajo sobre Mandela en el cine) que tuvo la virtud de suscitar la indignación de la llamada "Mayoría Moral", y de diversos "medias" republicanos, que

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tacharon sin empacho a Mandela de "comunista" y de "terrorista", palabras que también estuvieron en la boca de la Margaret Thatcher o del demócrata-cristiano alemán Helmuth Kolh, gente con bula para todo. Mandela fue un hueso atravesado en la garganta de los conservadores británicos cuando, en julio de 1988, el estadio de Wembley de Londres se puso hasta la bandera para escuchar un concierto musical con la reunión del mayor plantel de grandes de la música popular de nuestro tiempo. Mandela llegó a convertirse en un fenómeno social coreado por millares y millares de manifestantes y huelguistas en Sudáfrica. Aunque en ningún punto comparable con las campañas solidarias realizadas en otros países europeos, desde la segunda mitad de los años ochenta se formaron en algunas capitales españolas, diversos colectivos solidarios que aportaron su grano de arena a la lucha internacional contra el apartheid. Esta campaña se compuso de las actividades clásicas de denuncia del racismo, actividades callejeras con pancartas, recogidas de firmas, propuestas parlamentarias, charlas y mesas redondas, y naturalmente, la edición de libros y folletos. Inmerso en esta actividad, y partiendo de otros muchos trabajos como la biografía de Nelson escrita por Mary Nelson el autor de estas líneas tuvo ocasión de apergaminar una edición de escritos de y sobre Mandela que recibió el título de Nelson Mandela. La lucha es mi vida. Materiales para una biografía (Ed. Río Nuevo, BCN, 1989) que llegó a las librerías cuando Mandela ya era un personaje conocido en la calle, poco antes del colosal concierto en el estadio de Wembley, y de su ulterior pasaje por Barcelona, invitado por el Ayuntamiento de la ciudad. En esta ocasión, Mandela pudo hablar a un extenso público congregado en la plaza de Sant Jaume y poco después, tal como había predicho el mismo ante una audiencia que seguramente lo consideró quimérico, fue elegido el primer presidente negro de Suráfrica, y protagonizaba el acontecimiento liberador más importante finales del siglo XX, de una década de derrotas para todos los movimientos de liberación, incluyendo los que en la vecindad con Sudáfrica habían provocado la caída del odioso ultraimperialismo portugués, y habían contribuido al "regalo" de la revolución de los claveles en Portugal, que tanta ilusión causó en una generación que acabaría haciendo la vida imposible al franquismo y conquistaría las libertades democráticas en España. Por aquel entonces, ser de izquierdas y no ser anticolonialista era un absurdo que nadie admitía abiertamente. Después, Felipe González siguió vendiendo amas a Pretorio cuando había una campaña mundial de boicot. Que importa como sea el gato si caza ratones... En aquel momento, la cuestión de la cuestiones era acabar con el apartheid, y abordar los grandes cambios que la mayoría social del país venía exigiendo en las calles, en los lugares de trabajo, de vida y de estudio con una audacia y una voluntad que estaba convirtiendo un pueblo de gente férreamente sometida en un pueblo altivo cuyos sueños dejaban de ser pesadillas. Desde entonces, muchas cosas han cambiado en Sudáfrica y en el mundo, pero lo más importantes es que, primero, que el apartheid ha quedado atrás sin que haya tenido lugar ninguna hecatombe humanitaria, y segundo, que Sudáfrica ha adquirido un sentido muy diferente para el continente africano; ya no era el centro contrarrevolucionario coligado con Washington para sostener y complementar los ejércitos "contras" que acabarían destruyendo sistemáticamente toda perspectiva de mejora y de estructuración social y nacional en Angola, Costa Verde y Mozambique, sino que, por el contrario, emergía como la portavoz más fuerte y autorizada de un continente que parece condenado a ocupar permanentemente las páginas más calamitosas de los noticiarios. Desde esta nueva perspectiva, casi quince años después, me he propuesto elaborar una nueva contribución que ayudara a los lectores interesados en el laberinto sudafricano a aclarar mínimamente el período --el largo período- final de la lucha contra el apartheid para facilitarle de esta manera un bosquejo serio de la situación que se abría a principios del año 90, y sobre la cual, una década larga más tarde, es ya posible establecer un cierto balance crítico. En nuestro momento, la experiencia

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sudafricana sigue teniendo un valor extraordinario para situaciones de barbarie bloqueadas como la de Palestina, pero también se está poniendo en evidencia sus limitaciones delante de la cuestión social, una solución aplazada que se manifiesta con especial virulencia a través del SIDA o de la delincuencia de los marginales. Quizás pues, tendríamos que hablar de una historia de lucha que en su día simbolizan muy especialmente Nelson Mandela como un pretexto de primera magnitud como una manera entre otras de hablar del destino de África. Ya hemos insistido en otros artículos en las ventajas del cine que por su propia naturaleza de arte popular, es una vía privilegiada para extender estas discusiones en toda clase de entidades en las que se labore por un mundo en el que África tenga un espacio para la esperanza, y en las que el método del cine-forum puede resultar una ayuda inapreciable. Pero también están los libros, existe una hermosa bibliografía con la que descubrir un continente mártir, y también biografías llenas de significados como la de Mandela. El debate es algo tan difícil como necesario, y para lo cual resulta muy importante que entre nosotros las profundas tradiciones culturales colonialistas ("africanistas") sean sustituidas por otras mucho más críticas y solidarias, no solamente porque este destino también depende de nosotros porque formamos parte de él, por ejemplo a través del fenómeno de la emigración que está trayendo África a nuestras calles. Un destino que comprende igualmente la discusión sobre fines y medios, un debate sobre el que Mandela ha aportado muchas cosa. Sobre una historia africana sobre la cual nunca se aprenderá lo suficiente, y ante una realidad trágica que clama por la solidaridad de todas las personas con conciencia que no pueden mirar hacia otro lado delante de ese macabro espectáculo de las pateras que tanto dicen de nuestras grandes miserias morales. Lástima que cuando Mandela recibió a la escuálida representación del Barça no tuviera unas palabras sobre esos africanos que mueren antes de llegar hasta nuestras costas. PD. Este artículo apareció publicado en Kaosenlared y suscitó el siguiente comentario firmado por dzerzinski (20-09-2007 19:04)…”Aunque tu mismo nos remites a un articulo posterior, en tu semblanza de Mandela, aún concordando en que fue un símbolo universal de dignidad humana, falta una exposición con mas sentido critico de su presidencia y la realidad posterior a 1994.,mantenimiento de miseria estructural y paro masivo entre la población negra, no depuración de aparatos del estado, abandono de las nacionalizaciones y medidas socializantes contenidas en la carta de la libertad, lamentable situación de 5 millones de seropositivos, utilización del prestigio del ANC para la implementación de medidas neoliberales-privatizaciones, encarecimiento y privatización de servicios públicos --agua, gas , electricidad-, a la mayoría popular negra, en política exterior retórica antiimperialista se combina con proximidad practica a EE UU y la Europa del capital, un activista sudafricano publicaba hacen poco en la lahaine, .un esclarecedor articulo sobre el apartheid racial al apartheid de clase, quizás debamos la Sudáfrica posterior a 1994 con los mismo ojos de la trans-traicion española 3. La muerte de Oliver Tambo La inesperada muerte de Oliver Tambo llevó en 1991 a Mandela la presidencia del CNA, el partido que acabó gobernando Sudáfrica, además con una mayoría absoluta, con el apoyo de un sector impresionante de blancos. Mandela parecería haberse estado preparando toda su vida para una ocasión por la que ninguno de los políticos "realistas" del mundo habría dado unos ochavos. En sus últimos años como prisionero, era en realidad más libre que sus torturadores, era admirado por gente dispuesta a morir y por la gente solidaria de todo el mundo. La cárcel templó su fuerza interior, sin ella habría convencido a sus compañeros

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obviamente radicalizados por la violencia racista. Su seguridad se había forjado viendo como a pesar de las indecibles barbaridades padecidas, la libertad se abría camino, irrumpía cada día en los noticiarios que ya no podían ocultar la verdad de un pueblo en marcha, y a finales de los años ochenta, Mandela ya había vencido, y también convencido. ¿De qué?, de una auténtica "ruptura pactada" que afectaba a la mitad de la cuestión. O sea que sí bien rompía radicalmente con el apartheid, al tiempo que se detenía en el umbral de lo socioeconómico; es más, el CNA tenía que guardarse algunos de los puntos más avanzados socialmente de la Carta de la Libertad por los cuales había movilizado a millones de personas . Lo primero fue fruto ante todo de una lucha democrática; lo segundo del poder mortífero que mantenían los "señores", así como de una coyuntura histórica internacional que convertía hasta el programa socialdemócrata más moderado en un "extremismo". El acuerdo fue refrendado por todo el mundo, y Estocolmo --como ya había hecho al final de la guerra del Vietnam--concedió por igual a los representantes de las víctimas y de los verdugos, a Mandela y a De Klerk, el Premio Nobel de la Paz. Sobre el alcance de la "revolución democrática" hablaba el hecho de que presos y exiliados como Nelson Mandela y Joe Slovo, que hasta hace poco tiempo eran considerados auténticos “malditos”, pudieran negociar cambios radicales de Estado con el gobierno, y que finalmente, accedieran a tareas de gobierno, y desde aquí imponer una serie de leyes a favor de una Sudáfrica multirracial y democrática; el alcance era más prosaico, el CNA no podía abordar ningún proyecto de reconstrucción social; este compromiso no le impidió al CNA ganar elecciones, ni le llevó a desmovilizar a sus simpatizantes, muchos de los cuales piensan que se encuentran en una etapa que dará lugar a otra cuando cambie el curso de la historia. Nadie puede subestimar esta "revolución" que (como dirá el escritor Tom Sharpe, el célebre autor de la delirante Wilt, y una de las plumas más certeras contra el racismo institucional), todavía se asesinaba en las calles, ahora lo hacían los únicos que legalmente pueden hacerlo. Un testigo muy atento del significado de este cambio, Edward B. Saïd, lo describió como sigue: "Viajé a Sudáfrica por primera vez en mayo de 1991; un período sombrío, húmedo, invernal, en el que todavía regía el apartheid, aunque el CNA y Nelson Mandela habían sido puestos en libertad. He regresado diez años más tarde, esta vez con un tiempo veraniego, a un país democrático en el que el apartheid ha sido derrotado, el CNA está en el poder y una sociedad civil enérgica y conflictiva se afana en completar la tarea de traer la igualdad y la justicia social a este país que sigue dividido y pasa apuros financieros. Pero la lucha de liberación que puso fin al apartheid e instituyó el primer Gobierno elegido democráticamente el 27 de abril de 1994, sigue siendo una de las grandes hazañas humanas registradas en la historia. A pesar de los problemas actuales, Sudáfrica es un lugar que incita a ser visitado y en el qué pensar, en parte porque tiene mucho que enseñarnos a los árabes sobre la Iucha, la originalidad y la perseverancia" Dicha "sociedad civil enérgica" se componía de un extenso movimiento de masas de obreros y ciudadanos extraordinariamente politizados y radicalizados, conscientes de que sí bien ya se han superado los peores obstáculos queda todavía mucho por hacer. En este cuadro se insertan los sindicalistas más combativos, los sectores más vivos del CNA, amén de otras organizaciones nacionalistas como el PAC o el Furor, más minoritarias pero con unas fuerzas significativas, como no podía ser menos el SACP ha sufrido una crisis muy fuerte de la que se ha desprendido un importante sector de izquierdas ("trotskista" según la prensa), etc. A pesar de haberse erigido en el máximo símbolo de esta "revolución consentida", el propio Mandela no ha desaprovechado las ocasiones para hacerse eco de las resonancias críticas que se cuestionan la disciplente actuación de los líderes del CNA en las reuniones de los "amos del mundo" como las de Davos mientras aumentan las diferencias entre la cima y la fosa social, una fosa en la que el SIDA y la delincuencia aparecen como plagas poco menos que apocalípticas. En esta crítica subsiste un

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análisis del significado del apartheid más profundo que quien quieren verlo como un edificio construido por la cortedad de miras del zafio afrikánder, que hace más de medio siglo evolucionó desde las granjas a los despachos. El apartheid fue la culminación de todo el proceso de desarrollo capitalista que estructura, simultáneamente, las relaciones entre las razas y las relaciones de clase. A los blancos les corresponden todos los beneficios de la propiedad burguesa, a los negros todos los estigmas de la condición proletaria (o lumpen), solo un pequeño sector podía considerarse como una clase media. El apartheid era la última fase de lo que algunos comentaristas han definido como "capitalismo racial", eliminó las bolsas de pequeña burguesía negra y convirtió al pueblo africano en una fuente inagotable de mano de obra barata. El color era un pretexto, los racistas no tuvieron problemas cuando en algunos momentos de su existencia necesitaron mantener buenas relaciones con los nativos y sobre todo con sus mujeres. Los llamados "colored", los mestizos, son un testimonio de esta relación que abominaban en sus reuniones calvinistas. Esta forma de regulación social parecía perfecta, y ciertamente rindió sus "beneficios", la minoría blanca se convirtió en una de las elites más ricas y poderosas del mundo, hasta los sindicalistas blancos (desde la huelga general "soviética" de 1922, apoyada por el SACP) estaban tan bien pagados que raramente se preocuparon de sus compañeros de clase. No obstante, cada fueron más los blancos lúcidos que sabían que vivían sentados en un volcán. Las contradicciones internas del sistema permanecieron ocultas hasta que, con el desarrollo capitalista del país, se hizo necesario ampliar el mercado interior y aumentar la mano de obra cualificada. Entonces la coherencia del "poder blanco" se rompió, y el movimiento social antiapartheid ya se había hecho Imparable... Lo que tuvo que acabar haciendo ahora el presidente de Klerk era algo de lo que ya proponían los liberales desde décadas atrás, y lo que había impulsado a muchos grandes empresarios a negociar con el CNA fuera de Sudáfrica. . ¿Qué fue lo que negociaron el CNA y el PN? En el ámbito constitucional las discusiones se centraron primordialmente en el sufragio universal, nada por debajo de una persona, un voto. Esta fue una divisa común de todo el movimiento de oposición, incluida, como hemos dicho, amplios sectores de raza blanca. Como esto ya era imposible de negar, el PN planteó las cosas al revés: buscó la manera que la minoría blanca "no se sintiera oprimida", esto se traducía por unas normas que le concedan un derecho especial de control y veto, con todo el fin del significaba acabar con cualquier subdivisión racial, con cualquier exclusión como la de los "bantunstanes", esas naciones que no quieren serlo. El desmantelamiento real de los "homelands" sería históricamente el fin de unas "reservas" a en la que permanecía censadas veinte millones de personas. Su desaparición como entidades socio económicas particulares inherentes al apartheid. Hacían imprescindible una reforma agraria radical, que daría al traste con la dualidad entre la agricultura capitalista de las zonas "blancas" y la microagricultura de subsistencia de los "bantunstanes" dando paso a una justa redistribución de las tierras, sin embargo, esta cuestión quedó aplazada. A estas medidas corresponderían igualmente la desaparición de los sistemas políticos particulares, los gobiernos "peleles que han dado nacimiento a formaciones sociales y administraciones públicas específicas. A lo largo de este trabajo hemos podido anotar las serias conexiones de Mandela con los ideales revolucionarios y socialistas, expresados tanto por su identificación con los primeros años de revoluciones como la argelina y la cubana, sus lecturas apasionadas le “Che” Guevara, un personaje con el que es ampliamente comparado (y con el que comparte fotos en innumerable murales y affiches en todo el mundo), por sus lecturas marxistas, y sobre todo por la convicción, expresada claramente en la Carta, de que la extrema miseria del pueblo sudafricano tendría que ser reparada.

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A pesar de la prudencia en sus planteamientos, Mandela no habría dudado en afirmar, sobre todo en los momentos en que acentuaba cierto parecido físico con la imagen del “Che”, en dar por buenas la frase de Marx según la cual se trataba de expropiar a los expropiadores. Sin embargo, diversos factores le han llevado atenuar estos planteamientos. Entre ellos se encuentran sin duda la ruina de las expectativas socialistas en las antiguas colonias portuguesas, provocada sobre todo por la estrategia “contra”, la descomposición de los regímenes estaliniano, y el estancamiento (y retroceso) de las tendencias socialistas en China o en Cuba, así como la comprensión de lo que esto podía significar en Sudáfrica considerando que, “a las malas”, el gobierno de Pretoria no era como el de Somoza, y que una política por nivelar a blancos y negros significaría, más que probablemente, un dantesco baño de sangre. Todo esto además se insertaba en una época en que la restauración conservadora parecía carecer de oponentes, de manera que Mandela llegó al poder con una promesa de revolución “democrática”, pacífica y negociada. Desde esta perspectiva se puede entender porque, por más que Mandela en su primer discurso en Ciudad del Cabo, reafirmara los objetivos contenidos en la Carta de la Libertad, un programa que los africanos conocen y siente como poca gente en el mundo lo hace con su Constitución, a la hora de las negociaciones la parte "social" de la Carta quedara cuanto menos postergado por las negociaciones. Esto era evidente con uno de sus puntos claves de la Carta es, como se refirió Mandela, el de la nacionalización de las minas y otros sectores determinantes de la economía. Cuando la aspiración fue archivada, los neoliberales del mundo respiraron tranquilo, ellos también "votaban" por Mandela por aceptar un compromiso que no tocaba una economía monopolizada en un 70 por ciento por la minoría blanca expoliadora. Tampoco se abordaba la cuestión de un nuevo ejército y una nueva policía aunque se abría la puerta de una composición multirracial bajo los mandos ya existentes. Uno de los escándalos mayores sufridos por el gobierno de CNA sería la reedición de "razzias" policíacas orquestadas por el viejo lenguaje del apartheid. En realidad, muchas de las grandes cuestiones de fondo se aplazaban hasta una nueva fase histórica. 4. Libertad para Mandela. En Junio de 1964, Nelson Mandela y los otros hombres del proceso de Rivonia (Sisulu, Mbeki, Kathrada, Mhlaba, Motsoaledi y Mlangeni), llegaron a Robben Island y empezaron a cumplir su cadena perpetua. Era una noche fría y viajaron con las esposas y los grilletes puestos, sentados en una plataforma elevada en el lateral de una furgoneta, y tuvieron que utilizar un cubo para hacer sus necesidades. La cárcel está situada a unas siete millas de Ciudad del Cabo, y era; famosa por estar muy bien protegida. Los casos de evasión eran apenas existentes. La celda de Mandela, en una sección recién formada de "incomunicación" era de "máxima seguridad". Durante los primeros meses estuvo incomunicado, carecía de noticias de los suyos, tenia horribles pesadillas. "Cada hora, dirá más tarde, me parecía un año. Sufrí esta incomunicación durante dos meses y al final llegué a la conclusión de que no existía nada más inhumano que el verse privado de la compañía de otros seres humanos". Durante los primeros diez años, los de Rivonia tuvieron que trabajar en una cantera de cal, en una enorme cavidad hollada por generaciones de presos negros, bajo el ardiente sol del verano o bajo las heladas y húmedas nieblas invernales. Las condiciones de trabajo eran inhumanas. Su alimentación consistía primordialmente en porridge de maíz y verdura pasada. La actitud de los guardianes se hacía insoportable, en ocasiones eran castigados con trabajos forzados y en celdas especia les. Más tarde la situación cambió un poco y fueron empleados para trabajos más holgados como el pavimentado de carreteras o la recogida de algas en las playas. Las visitas

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periódicas de Winnie, a pesar de sus estrechas limitaciones, fueron un bálsamo en esta situación. Muy poca gente se acordaba de Mandela durante esta época. El régimen de Pretoria gozaba entonces de un desarrollo económico pletórico, y la resistencia no levantó cabeza hasta el estallido de Soweto. El aislamiento de los presos era casi completo y las noticias que le permitían conocer no eran en ningún modo favorables a sus aspiraciones. No obstante, mediante huelgas de hambres y protestas intermitentes, con la débil presión internacional que fue creciendo a finales de los años setenta, entre otras cosas mediante las actividades de Helen Suzman, el "rostro humano" de los parlamentarios liberales y de la Cruz Roja. Desde entonces se fueron logrando mejoras graduales. Se acabaron los trabajos más penosos, se permitió le entrada de la prensa y se incrementaron las visitas y las cartas. Mandela pudo cultivar sus famosos bidones de plantas y comenzó a leer, incluso a estudiar para una licenciatura londinense de leyes que se vio truncada por una nueva prohibición. Sólo se le permitió estudiar afrikáans, economía e historia. Todos los testimonios de esta época coinciden en mostrarnos un Mandela firme. Ni siquiera flaqueo cuando se enteró de algunos de los más graves percances de Winnie con la policía. La Dra Motlana describirá así esta posición: "!Oh, poderoso, poderoso!. Excepto por unas pocas canas era el mismo Nelson que hace tantos años que conozco. !Dignidad absoluta, un gran jefe xhosa!. Extremadamente sano, mental y físicamente..." En 1981 fue trasladado a la prisión de Pollsmoor, un moderno penal a unos 45 minutos en coche de Ciudad del Cabo. La explicación mas lógica que se le ocurrió a su gente era que le querían trasladar mas cerca del hospital Groote Schuur, lo que causó la natural perturbación a Winnie que se enteró de todo por la prensa. Pollsmoor era otro mundo en comparación con la Isla Robben, y en su primera visita Winnie pudo constatar que Nelson: "Tenía un aspecto formidable. La primera pregunta fue naturalmente, porqué le habían trasladado. No tenía ni idea. La razón más lógica parece apuntar hacia razones administrativas. Me dijo que el primer día del traslado había estado consultando con un abogado de ciudad del Cabo acerca de la educación de los jóvenes prisioneros en la Isla (Robben). Acababa de recibir un cheque de unos14.000 rands para sus estudios. A muchos de ellos se les había encarcelado después del levantamiento de 1976; él hubiera podido ayudarles a continuar sus estudios (...) Robben llegó a ser conocida como la Universidad Mandela. Jóvenes que habían dejado la escuela con nivel 6 salieron de la Isla con licenciatura. En su ausencia el programe finalizó”. Los que fueron a visitarles -personalidades cada vez más importantes, al final era como un jefe de Estado en el exilio, no en vano todas las encuestas realizadas en Sudáfrica le daban este papel, en el caso de que en Sudáfrica pudiesen votar los ciudadanos negros en unas elecciones libres--, se encontraron con un hombre bien parecido, alto y delgado, bien conservado gracias a un régimen deportista férreamente mantenido a lo largo de los años aparentemente mucho mas joven. Vestido con su propia camisa caqui y unos pantalones a medida, en vez del uniforme de presidiario obligatorio. Se mostraba firme, abierto, muy interesado por todo lo que ocurría en el mundo, y con el tiempo se fue ganando el respeto y la confianza de sus guardianes desarrollando una singular actitud en la que la bondad y la afabilidad no le impedían ponerse en su lugar. Era pues el mismo de Rivonia. En una de las ocasiones finales en las que Winnie Mandela fue a visitarle, iba acompañada con su primer nieto, de apenas tres meses, envuelto en una manta. Había dos guardianes de servicio. Mandela, que normalmente sólo tenía contacto con su mujer a través de una gruesa ventana de cristal, pidió a los guardianes que le dejaran coger al niño, algo que no había hecho desde hacía 20 años. Los guardianes, ambos blancos, no pudieron evitarlo, y tras rogarle a Mandela que mantuviera el secreto, le pusieron el niño sobre las manos. Las lágrimas de Mandela les conmovió, y el secreto solo fue revelado por uno de ellos. Algunas de estas anécdotas ayudan a comprender el hecho de que Niel Bamard, el impasible sabueso, jefe de los servicios

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de información del apartheid, se fiara de él lo bastante como para recomendar al presidente F. W de Klerk que le dejara en libertad y empezara a negociar los términos de la transición a la democracia. Son muchas las razones por las que Mandela ha conseguido tranquilizar, seducir y ganarse con la razón a la Sudáfrica blanca. No hay duda de que la tentación más "humana" para alguien que sufre el ser "enterrado en vida", es la de la venganza. Esto es lo que cumple, por citar un ejemplo, uno de los personajes más legendarios de la literatura popular, el conde de Montecristo, una trama que hemos leído y visto en cine centenares de veces, sin cuestionarnos que hacía lo correcto, y esto es lo que anima a los poderosos a bombardear Afganistán, o a los débiles sacrificarse en los atentados suicidas en Palestina. Pero, aunque se trata de la opción más "humana", sin embargo, en la vida real la dinámica vengativa no resulta tan simple, y mucho menos en una sociedad como la surafricana, y en una cuestión como la del racismo, que implica a una minoría determinante de la población, y más especialmente, cuando se defiende un proyecto de Estado que no busca "darle la vuelta a la tortilla", sino superar un círculo vicioso terrible. En los años de presión, Mandela tuvo que darle muchas vueltas a esta cuestión, y lo hizo desde su perspectiva de que la victoria era inevitable, y que se trataba de encontrar una alternativa integradora y moralmente convincente. Durante este tiempo forjó un propósito reconciliador que pasaba en lo inmediato tanto por la reafirmación sin fisura de su dignidad y del colectivo que representaba, como por buscar las maneras de tender la mano al "hermano lobo" que en aquel confín del mundo permanecía encarnado por sus guardianes, un grupo bastante representativo de la pesadilla de su supremacía blanca, caracterizada por el racismo más impenitente del mundo, incluyendo el "profundo sur" norteamericano previo a las grandes transformaciones auspiciadas por el movimiento de los Derechos Civiles. En los momentos de mayor ira tuvo que pensar que "a las malas", todo se complicaría, y se haría mucho más dramático. Así es que, en vez de urdir la revancha, Mandela invirtió el esquema y se planteó trabajar a fondo la premisa "Conoce a tu enemigo". Un principio en el que el estoicismo, el ideal franciscano y las propuestas emancipadoras se daban la mano, un ejercicio cuyo uso le iba a resultar muy útil más tarde en sus diálogos con el propio Gobierno. Visto desde otra perspectiva, Mandela pensó que por esta vía tenía mucho más que ganar. Más que, por citar un ejemplo, los hermanos Soledad, dos militante en la línea de Malcom X cuyas Cartas desde la prisión, conmovieron la opinión pública internacional en los años setenta, y que veían en el odio al opresor un factor liberador frente a la mansedumbre materna, siempre dispuesta a lo que fuera con tal de no soliviantar a los blancos; Mandela también compartía su firme autoestima, dialogar no significaba doblegarse, significaba convencer. De entrada, Mandela se propuso enseguida aprender el idioma de los guardianes, el afrikaans ("la lengua de los opresores") y su historia. Al mismo tiempo empezó a estudiar el proceso que seguían sus mentes, con el fin de influir en ellas para sus propósitos. Esta página de su biografía, que no ha sido conocida hasta después de su liberación, pero es la que impregna todos los testimonios de sus compañeros de cautiverio que la ilustran con numerosas anécdotas. Lo que estaba haciendo Mandela era aplicar la famosa la frase de Chesterton según la cual la aventura más difícil, es conocer y darse conocer al vecino más próximo. Ese paso lo fue dando Mandela como parte de una estrategia y una convicción en la que, obviamente, anidaba una potente seguridad personal así como una capacidad innata de causar simpatía en los demás. Uno de sus compañeros, Maharaj, cuenta el caso de un día que marchaban a trabajar. Los guardianes "nos estaban empujando para que acelerásemos el paso. De repente, aparece Mandela en primera fila y nos susurra a todos: "No cedáis ante las amenazas. Seguid andando a vuestro paso normal'. No había ninguna discusión con los guardianes. Ningún desafío patente. Era una forma callada de conservar en nuestro

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interior una parte que el guardián se veía impotente para dominar"... Esta actitud, según Walter Sisulu, empezó a alterar la correlación de fuerzas. Por primera vez, las autoridades penitenciarías se vieron forzadas a dialogar con los presos. "Porque, cuando no conseguían que nos moviéramos, tenían que preguntarse qué podían hacer", explica Sisulu, que pasó 25 años en la cárcel con Mandela. "Entonces decidieron reconocer a nuestra dirección. Ése fue un momento muy importante". Aquella fue una guerra de nervios, una guerra de desgaste, y la cuestión para los presos pasaba por reafirmarse como colectivo en sus ideas y en su humanidad. Pero, al mismo tiempo, Mandela hacía hincapié en la necesidad de convencer a los guardianes para que dejaran de tratarles, en palabras de Maharaj, "como a monos en el zoo". Según Mandela que no eran los presos quienes necesitaban. "Descubrimos formas de comunicarnos con ellos, charlar con ellos y, por más groseros que fueran, echar abajo su grosería", explica Maharaj para describir otro elemento del método de Mandela. El fruto fue inmediato y sorprendente. Los guardianes empezaron a mostrar la inferioridad que sentían respecto a nosotros, debido a nuestra preparación y nuestro comportamiento. Hasta el punto de que empezaron a pedirnos que les ayudáramos en sus estudios, y a acudir a nosotros en busca de consejos cuando tenían conflictos con sus superiores". Paso a paso Mandela iba imponiendo su voluntad a los guardianes. Eso es lo que descubrió George Bizos, su abogado durante casi cuatro decenios, durante una visita a la isla. A mediados de 1984 el gobierno, cada vez más presionado por las exigencias de libertad que le llegaban desde dentro y fuera del país, lanzó su primer "globo sonda". Winnie cuenta que le habían ofrecido "liberarle" con la "condición de que se instalará en "su" patria del Transkei".' y naturalmente, rechazó la oferta. Winnie precisó que "!Ofrecerle esta clase de "libertad" después de entregar veintidós años de su vida por la lucha!. Ni siquiera vale la pena discutirlo. Uno de sus visitantes, el jurista norteamericano Samuel Dash dialogó con él sobre sus ideas y Mandela insistió que el problema central seguía siendo "la igualdad política". Luego le explicó nuevamente los tres principios de su programa: "1. Una Sudáfrica unificada, o sea sin homelands artificiales; 2. Representación negra en el Parlamento central (no asociación en esa especie de asambleas del apartheid que acababan de ser decretadas para los asiáticos y la gente mestiza, y 3. Un hombre, un voto. Mandela seguía pues defendiendo un proyecto de sociedad multirracial, esta era una de las preocupaciones del CNA, la mano seguía tendida por más que cada vez más que muchos blancos seguían temiendo la igualdad. Esta sociedad multirracial no podía ser obra de un día, necesitaba su tiempo, y el preso se mostraba dispuesto, por ejemplo a "mantener la separación de viviendas hasta que haya suficientes nuevas oportunidades de empleo y alojamiento que permitan a los negros vivir dignamente en Johannesburgo". El punto crucial seguía siendo el de la violencia, y Mandela insistió en sus argumentos. Consideraba la violencia como una última instancia obligada por el terror blanco y que reconocía que en el enfrentamiento eran los negros los que sufrían más. De "todas formas, anotó, sí los líderes blancos no actúan de buena fe con nosotros, sí no se reúnen con nosotros para tratar la igualdad política y sí de hecho nos dicen que tenemos que seguir oprimidos por los blancos, entonces no quedara otra alternativa para nosotros que la violencia y le prometo que venceremos". Estas últimas palabras no eran propaganda, la historia había comenzado a dar el gran giro en Sudáfrica. Aquel hombre sometido por unos guardianes sin escrúpulos y olvidado por los medios de comunicación de su país y del mundo, resurgía ahora imponiendo condiciones desde su celda. En contra de su pueblo permanecía el “poder pálido" , con el más poderoso ejército del continente, en aquellos momentos, el auténtico talón de hierro que aplicaba el fascismo exterior en connivencia con la

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Norteamérica de Reagan para desestabilizar los países vecinos, que, como Angola, Mozambique y Cabo Verde, habían conseguido la independencia del agonizante imperialismo portugués (otro gran aliado de Pretoria), gracias a una “toma de conciencia” de la oficialidad más joven y democrática que había auspiciado en abril de 1974 la famosa “revolución de los claveles” que daba al traste casi a sesenta años de dictadura. El ejército del apartheid actuaba como principal soporte de las “guerrillas” mercenarias, de las respectivas maniobras “contras” de estos países, al tiempo que realizaba excursiones terroristas persiguiendo los "santuarios" de Umkhonto. Se trataba además de un poder que seguía teniendo el apoyo de las hipócritas grandes potencias, pero en el interior de las cuales, sobre todo en Estados Unidos y en Inglaterra, emergían poderosos movimiento de solidaridad con la Sudáfrica democrática. Aunque posiblemente la victoria prometida no podría producirse por un combate directo, había pues que confiar que, con "el tiempo y con la ayuda de otros en nuestra fronteras, el apoyo de la mayoría de las naciones del mundo y el continúo adiestramiento de nuestro pueblo podemos hacerle la vida insoportable". Un. pronóstico que se cumplirá claramente pocos años después, cuando la crisis económica interna se ha hecho más grave que nunca, se ha ampliado el cerco internacional, la división se ha instalado en la población blanca donde, finalmente solamente una minoría abiertamente neonazi siguió levantando la vieja bandera del apartheid. Pero sobre todo, ocurre que la mayoría negra niega a seguir como antes. Todavía en junio de 1986 el gobierno trató de retomar la iniciativa y sugirió a través de su ministro de Asuntos Exteriores --o sea el más sensible a la presión internacional-- que Mandela estaba invitado a participar en una mesa de negociaciones sí renunciaba a la violencia. "El mismo es quien provoca su permanencia en la cárcel -declaró el “premier” bóers Botha--, sólo tenía que renunciar a la violencia y entonces estaría preparado para unirse a nosotros...". Pero ya no convencía más que a los convencidos. Botha aseguró en la misma declaración que la mayoría de la población estaba a favor de estas negociaciones para "proteger gente inocente... La responsabilidad de un enfrentamiento recaía según el ministro, en los extremistas de derecha y de izquierdas que olvidaban que "una vez se ha accedido al poder mediante métodos violentos se gobierne utilizándolos y se es derrocado de la misma manera". La única violencia legal es la del poder, venían a reafirmar, en tanto que la de la oposición era ilegítima. Una filosofía tan vulgar y antigua como la historia del mundo, esa historia que Voltaire dijo en una ocasión que se podía contar a través de sus crímenes, algo sobre lo que la minoría blanca habría tenido que responder…de sufrir una derrota militar. La respuesta de Mandela ya estaba en la calle. La había dado en una carta dirigida a su hija Zindziswa que fue leída ante una muchedumbre reunida en el estadio Jabulani de Soweto el 10 de febrero de 1985, y contiene una respuesta coherente con su ideario, la muchacha proclamó “Mi padre y sus camaradas desean haceros esta declaración al pueblo en primer lugar. Tienen claro que son responsables ante vosotros y ante vosotros solamente...Mi padre no habla sólo por sí mismo y de sus camaradas de la prisión Pollsmoor, sino que también espera hablar por todos los encarcelados por su oposición al apartheid...Mi padre dice: "Soy un miembro del CNA. Siempre he sido un miembro del CNA y lo seguiré siendo hasta el día en que me muera. 0liver Tambo es mucho más que un hermano para mi...Mi padre dice: "Me sorprenden las condiciones que me quiere imponer el gobierno. Yo no soy un hombre violento. Mis colegas y yo escribimos a Malam en 1952 solicitándole una mesa redonda para encontrar una solución a los problemas de nuestro país pero lo ignoraron (…) Con Strijdom (…) Cuando Verwoerd estaba en el poder sus solicitamos un convenio nacional para toda la gente de Sudáfrica para que decidiese el futuro. Esto también fue en vano... Fue entonces cuando agotamos todas las otras formas de resistencia que recurrimos a la lucha armada".

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A continuación, la carta repite las exigencias de su movimiento, que Botha "renuncie a la violencia”, que "desmantele el apartheid, que legalice a las organizaciones de la oposición, que dé libertad a los presos y permita el regreso de los exiliados, que "garantice la actividad política libre para que el pueblo decida quien los va a gobernar". Su libertad es la libertad de todos, no es "el único que ha sufrido duran te estos largos años solitarios y desperdiciados". Al final proclama: "No amo la vida menos que vosotros. Pero ni puedo vender mis derechos de nacimiento ni estoy dispuesto a vender los derechos de nacimiento de mi gente para ser libre. Estoy en prisión como representante del pueblo y de vuestra organización, el CNA que fue prohibido. ¿Que libertad me ofrecen cuando la organización popular sigue estando prohibida? ¿Qué libertad me ofrecen cuando me podrían arrestar por un delito según el “pase"? ¿Qué libertad me ofrecen para vivir mi vida como una familia con mi querida esposa que sigue desterrada en Brandford? ¿Qué libertad me ofrecen cuan do debo pedir permiso para vivir en una zona urbana? ¿Qué libertad me ofrecen sí necesito un sello en mi "pase" para buscar trabajo? ¿Qué libertad me están ofreciendo cuando ni siquiera se respeta mi ciudadanía sudafricana? Sólo pueden negociar los hombres libres. Los prisioneros no pueden concertar contratos...Yo no puedo hacer ni haré ninguna promesa en un tiempo en el que ni yo, ni vosotros el pueblo, estamos libres. Vuestra libertad y la mía no se pueden separar. Volveré". La conclusión no podía ser más clara: "La salida no depende de él" respondería Winnie en 1990, porque Mandela seguía poniendo sus condiciones para su un hecho pare el que es difícil encontrar un parangón en la historia. Había caído ya el presidente Botha con un saldo claro de una derrota de su reforma calificada de cosmética, y había entrado un nuevo presidente, Frederik W. de Klerk que daría un giro que exigía la situación gubernamental. En una de sus primeras declaraciones, de Klerk reconocía que había que acabar con el apartheid e impulsó a continuación algunas medidas importantes. Fueron liberados todos los de Rivonia con excepción de Mandela, y delante de las grandes manifestaciones de masas con que fueron recibidos, Sisulu, Mbeki y los otros proclamaron su fidelidad al CNA --o al SACP, plenamente identificados en este proceso--, y defendieron sus ideas de lucha por más que el gobierno les instó a pacificar los espíritus. El movimiento de oposición estaba ya desmantelando muchos de los aspectos más cotidianos del apartheid, la desobediencia a las leyes era ya un punto de honor para la mayoría que entraba y salía por playas, restaurantes y hospitales con el mismo derecho que hasta entonces se había reservado a los blancos...No pasó mucho tiempo para que de Klerk cumpliera otro requisito planteado por el prisionero de Pollsmoor: la legalización de les organizaciones anti-apartheid, del CNA y del SACP en primer lugar. El apartheid tenía ya los días contados. En el fondo de este cambio histórico estaba la crisis social que vivía Sudáfrica, la oposición de los países del Frente del rechazo con Zimbabwe en primer lugar, el fin de la hegemonía directa de Sudáfrica en Namibia, pero la nueva política exterior soviética de abandono de las luchas nacionales y antiimperialistas, la caída del muro de Berlín, y la descomposición del estalinismo, un “nuevo mundo” en el que caía lo malo pero ascendía lo peor (la llamada “revolución conservadora”). La liberación de Mándela ya estaba madura. Su libertad se había convertido en una esperanza para los liberales blancos que reconocían ahora en Mandela la posibilidad de contener lo que algunos comentaristas y activistas tan notables como Breyten Breytenbach habían caracterizado como un proceso irreversible de guerra civil que dividiría a los mismos blancos, de manera incluso más tajante a la que Pretoria estaba tratando de atizar con los atentados provocados por las huestes zulúes del neoliberal Buthelezzi. De hecho, los propio bóers se habían dividido, una mayoría "evolucionista" se había situado detrás de Klerk argumentando ahora a favor de los "derechos de la minoría" (blanca, por supuesto), de las garantías para el mercado libre, etc.

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Una minoría formaba un nuevo partido conservador que forma algo parecido a lo por aquí se llamó durante la “Transición” "el Búnker” y no dudaba en emplear la esvástica en sus estandartes y colgar carteles en los que se podía leer “!Que cuelguen a Mandela¡" Estos conservadores declararon que preferían emigrar a nuevas tierras; repetir el "gran treck" de sus antepasados, antes de integrarse en una sociedad multirracial, mera palabrería, entre otras cosas porque ya se no quedaban tierras que colonizar, se la habían quedado en los últimos siglos. Por lo tanto, ¿qué tierras iban a reclamar?, ¿en nombre de qué?, ¿donde encontrarían la mano de obra cuasi esclava?, tampoco podrían regresar a su "Europa", a la liberal Holanda donde habrían seguramente parecidos gente de otro planeta. El gobierno trató de acondicionar la liberación de Mandela seguramente a una declaración pacificadora en tanto que el CNA también puso su premisa: el fin del Estado de Emergencia, ya que no se podía negociar nada mientras "se mata despiadadamente a nuestra gente en las calles de Johannesburgo”. La esperada libertad de Mandela llegó finalmente en un día que señaló como ningún otro la historia de Sudáfrica: el 11 de febrero de 1990. Salió por la puerta grande, sin un acuerdo estricto. Entre otras cosas porque Mandela seguía siendo un militante del CNA y los problemas que estaban encima de la mesa no eran tan simples como para encontrar una rápida vía negociadora. De momento allí estaba, en la calle, en medio de su pueblo que lo clamaba en actos multitudinarios, de ebullición imposibles de encontrar en otros en estadios, con un pueblo “rebosante” de alegría y de ritmos que eran ahora de reafirmación, no eran ni esclavos, ni enanos, ni desechos (como los había tratado la misma señora de De Klerk), sino seres humanos dignificados por la conquista de libertad, por su ideales y por su pertenencia a una nación que nacía de nuevo. En aquellos escenarios irrepetibles, Mandela apareció con un aspecto que fue describió así la novelista blanca Nadine Gordimer: "Allí estaban las fotografías, mil veces reproducidas, del hombre joven alto, sonriente y peinado a la antigua; y allí estaba también el héroe mítico (nuestro "Che" Guevara, por no decir nuestro Mesías), inmortal aunque en algunos momentos se pensase que nadie volvería a verle con vida" Inmediatamente después de su liberación, de las escenas de alborozo familiar y nacional, Mandela ha podido por primera vez en su vida viajar libremente, con un pasaporte en regla, y ha emprendido un largo periplo pera pedir al mundo solidaridad en la gran tarea de reconstruir Sudáfrica sobre nuevas bases. Sus encuentros se ha repartido entre los amigos de su causa en África, con los lideres namibios en primer lugar y con el líder histórico de la OLP, Yasser Arafat -el Israel sionista fue sido durante muchos años el mejor amigo del régimen sudafricano--, y ha vuelto a encontrarse con Oliver Tambo, el amigo de siempre que le sustituyó en le tarea de reconstruir el ANC durante los duros años que siguieron el juicio de Rivonia, cuando la batalla parecía irreversiblemente perdida. Sólo los más soñadores querían creer que no era así. Una vez más los "utópicos" de ayer tienen la razón hoy. 5. La herida sangra de nuevo El asesinato a la vieja usanza por parte de la policía sudafricana –que siempre fue multirracial, vean sino la película de Morgan Freeman, Bopha, con Danny Glover-, de 34 mineros en huelga en la operación represiva más sangrienta desde que concluyó el apartheid, ha removido los cimientos de una sociedad que había mudado de piel pero en la que, como en todas partes, la prepotencia de los poderosos se ha ido haciendo más y más ostensibles todavía que en aquellos años en los que la mayoría negra permanecía encarcelada en su propia país. Ahora ya no se trata de los testimonios de los sobrevivientes. La “masacre” ha sido emitida en los telediarios de todo el mundo, rememorando una vez más la vieja escena del talón de hiero del Estado al servicio de las que se enriquecen del trabajo ajeno.

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Hemos visto como la policía disparaba sus armas automáticas contra una multitud que les tiraba alguna que otra piedra, y que enseñaba sus palos y algún que otro machete, algo que es de los más normal en el país más inseguro del continente. El hecho de que personaje que evidenciar una vez más que la policía es la policía. Como en los “buenos tiempos” en los que el “apartheid” era estimado como un modelo específico de desarrollo separado por las elites gobernantes de Occidente, pasaron hasta 12 horas de silencio oficial. No fue hasta entonces que el ministro de policía Nathi Mthethwa. Además de los muertos ha habido una gran cantidad de personas heridas, y son muchos los familiares que no saben nada de los suyos, todos ellos mineros cuyas condiciones de trabajo y de vida resultan tanto más insultantes al lado de los beneficios de la multinacional británica. Es por eso que desde el viernes 10 de agosto, centenares de huelguistas, reclaman subidas salariales. Cobran el equivalente de 400 euros al mes, viven en tugurios junto a la mina, sin agua corriente. “Es nuestro trabajo el que hace ricos a las compañías mineras y no nos podemos dar una vida decente” explicaba uno de ellos. Como no podía ser menos, la matanza, ocurrida en la planta de platino Marikana de Lonmin, ha sido justamente comparada con la de 1960 de Shaperville cerca de Johannesburgo, el lugar ya tristemente célebre donde la policía racista se “defendió” de la multitud abrió fuego y dejando en el suelo a más de 50 muertos, entre ellos mujeres y niños. También los había entre los mineros negros, porque los blancos todavía no descienden a los pozos de las minas. Este paralelismo ha planteado un interrogante: socialmente hablando, ¿algo ha cambiado desde 1994, cuando Nelson Mandela dejó atrás tres siglos de dominación blanca para convertirse en el primer presidente negro de la mayor economía del continente? El diario Soweto cuyo nombre es un homenaje al mayor municipio negro de Sudáfrica donde hubo otra matanza mayor y no menos célebre, contesta a esta pregunta: "Ha ocurrido antes en este país donde el régimen del apartheid trató a la gente negra como objetos (…) Ahora está continuando bajo una forma distinta". La resistencia al “apartheid” ganó la batalla contra el régimen del “poder blanco” en un momento de restauración neoliberal, después de la descomposición del llamado “socialismo real2, y a continuación que la maniobra “contra” del fascismo exterior norteamericano hubiera cerrado el camino a las crisis revolucionarias abiertas en Centroamérica tras la victoria de los sandinistas contra Somaza y sus compinches del Norte. El planteamiento de seguir hasta el final, se vio amenazado por un posible baño de sangre, y así lo anunciaba la derecha racista con no pocas complicidades internas y externas. Entonces Mandela y el ANC (y el PC sudafricano que entró en el gobierno ante el escándalo de la derecha que, finalmente, casi ha dado las gracias a dios) tomaron el camino del medio… Limitaron el alcance de la resistencia a una revolución política antirracista, lo que bajo los viejos esquemas de socialdemócratas y estalinistas se entendió como una “primera etapa”, un paso intermedio que debería preparar el trayecto para la “meta final”. Sin embargo, esa segunda etapa nunca llegó, es más, ni tan siquiera se planteó. Después de la victoria, lo que ha visto la mayoría trabajadora es que un sector del ANC se ha enriquecido, y tiene casas tan grandes como los blancos. Al mismo tiempo, como consecuencia de las medidas neoliberales, las condiciones de vida de la mayoría no han hecho más que empeorar. Esto es tan evidente que un señor tan conservador como Clint Eastwood lo subraya al final de Invictus (2010), hecha a la mayor gloria del talento político de Nelson Mandela (Morgan Freeman) que supo solventar un problema de conciliación a través del deporte. Pero ese no era “el problema”. Esa foto en la que aparece como secuestrado por Bill Clinton –que bajo otros modales sirvió a los mismos señores que tiranizaron Sudáfrica, produce desazón por no decir otra cosas. Se acabó el “apartheid” pero siguió la lucha de clases, ahora con una patronal “limpia” de connotaciones fascistas, y por lo tanto más agresiva si cabe que antes. Pero esta matanza nos devuelve a la memoria de Shaperville y Soweto, “retrata” un sistema en

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el que las multinacionales tienen todos los derechos (hasta el derecho de casi no pagar impuestos), y los trabajadores muy pocos. En esas estamos, con una patronal que emplea al gobierno del ANC con su guardia armada, y con unos mineros dispuestos a no claudicar. Entre tanto, Sudáfrica acaba de pasar otra página de sangre en la que el racismo ha sido sustituido por el capitalismo sin máscaras. 6. El caso de Winnie Mandela

Durante décadas, la lucha de las mujeres contra el régimen sudafricano de “apartheid” fue tan importante como la de los hombres. En esta lucha, Winnie fue un símbolo nacional e internacional... En estos tiempos, la impunidad de Winjnie aparece como un ejemplo más de la impunidad otorgada por el régimen de Pretoria al “aparato” del ANC, con visos de una transición pensada en los términos clásicos. Se trata de la enésima redición de la manida componenda: que todo cambie en lo político para que lo fundamental (la riqueza del país en manos de una minoría blanca ahora ampliada a otra minoría negra), todo siga igual. A lo largo de duros años de lucha. desde 1964 hasta hace el final del “apartheid”, Winnie se va a convertir en "la mujer más perseguida de Sudáfrica" en una referencia emblemática de primera magnitud tanto para el "poder pálido" (que para "robarle su alma" no dudó en emplear "todos los procedimientos, incluidos los más viles"), como para la resistencia sometida que la sostiene como la mujer del "jefe" de la nación oprimida por lo que ha "sufrido y sido castigada, no por corrupción o por características criminales en su carácter y conducta, sino porque su vida personifica la lucha del hombre negro para la justicia y la liberación. Ha sufrido porque usted y yo merecemos más de lo que el estilo de vida sudafricano es capaz de proporcionarnos. Su sufrimiento es la medida de nuestro valor como seres humanos y de su amor por nosotros..."(Manas Buthelezzi). Hasta entonces había sido la esposa de Nelson, una, joven vivaz y luchadora que apenas pudo disfrutar globalmente de más cuatro meses de relación normal con su pareja y que se había entregado con cuerpo y alma en la disciplina del CNA. Ahora, se quedaba sola junto con sus dos pequeñas hijas, y delante de un desafío no precisamente fácil. Algo de ello entrevió Mandela en su último encuentro antes de ser enviado a la Isla Robben, cuando le dijo: "Te difamarán, es de esperar que te digan que eres la responsable de que yo esté en la cárcel. Eres joven y la vida sin un marido está llena de todo tipo de insultos. Espero que vivas de acuerdo con mis objetivos". Winnie se había convertido en algo parecido a una bandera, no en vano uno de sus desafíos más habituales al régimen fue des vestirse con los colores del CNA. Pero Winnie no era muy consciente de todo lo que le esperaba, una realidad que puede ser comprendida simplemente repasando las notas que incluimos en la cronología, o y de las cuales se desprende que durante más de veinte años, Winnie no

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conoció apenas más de nueve meses de libertad "normal" para una ciudadana africana. Su primera orden de "destierro" le fue impuesta en 1961. Esta es una medida administrativa tomada por la policía contra personas que "malutilizan" su libertad y significa una severa asignación de la residencia. A veces tiene algunas variantes, aunque por lo general se trata de que no puede abandonar el lugar fijado sin un permiso especial, esto era lo que le recordaba el policía el día de la sentencia de Rivonia. Durante el juicio, Winnie tuvo que superar numerosos obstáculos para obtener el permiso que le permitiera asistir a las sesiones de éste' Ulteriormente la policía añade una cláusula especial para ella. Entonces Winnie no podrá trabajar para una institución o similar para niños, lo que le conlleva la pérdida de su empleo como asistenta social' Esto la obliga a trabajar para un colegio de Johannesburgo...por correspondencia. En 1969, todavía "desterrada" es detenida por la temible Special Branch sin ningún motivo aparente. Esta arbitrariedad es muy habitual en la policía sudafricana que consiga imponer entre los africanos una profunda incertidumbre. De su encarcelamiento durante seis meses, Winnie ha preferido guardar silencio. Nada más liberada sufre su tercera orden de destierro. Durante veinte años la justicia no dirá una palabra sobre las medidas policíacas. La policía ha podido actuar impunemente en todo momento, intentando aterrorizar a las niñas, de desmoralizar a esta mujer que resurgía fortificada después de cada experiencia. En octubre de 1975, por primera vez, Winnie se encuentra en libertad. En una mañana del miércoles 16 de junio de 1976, 20.000 escolares de Soweto comienzan una manifestación de protesta contra la orden gubernamental que los obligaba a utilizar el afrikáans. El idioma de los odiados bóers, en las clases de los institutos de Enseñanza Media. Caminaban danzando, con visible buen humor y con algunas pancartas en las que se podía leer: !ABAJO EL AFRIKAANS! ¡NO SOMOS BÓERS! !SI NOSOTROS TENEMOS QUE SABER AFRIKAANS, LOS VORSTER TIENEN QUE SABER ZULÚ!" La policía intervino inmediatamente. La manifestación no se detuvo hasta que un niño de trece años, Héctor Petersen, fue muerto de un tiro por las espaldas, y de que varios niños más murieran. Los disturbios estallaron en Soweto y los enfrentamientos alcanzaron cotas ya olvidadas. El ejército irrumpía en los actos y manifestaciones y el número de niños muertos se multiplicó. La indignación popular fue impresionante. Se levantaron barricadas, atacaron comisarías de policía y hogares de los policías negros, los más odiados. Winnie estuvo allí. Vio lo que pasó, y lo contó así:…”los escolares cogieron piedras, utilizaron tapas de cubos de basura a modo de escudos y marcharon contra las metralletas. No es que no supieran que el hombre blanco estaba fuertemente armado, marcharon contra densas ráfagas de metralletas. Se podía oler el tiroteo por todas partes. Los niños morían en la calle y mientras morían los otros marchaban al frente, enfrentándose a las armas. Nadie ha despreciado el poder del enemigo. Sabemos que está armado hasta los dientes. Pero la decisión, la sed de libertad en los corazones de los niños era tan grande que estaban dispuestos a enfrentarse a las metralletas con piedras" Esto es lo que "ocurre cuando quieren romper estas cadenas de opresión. Ninguna otra cosa parece importar". Nunca se supo hasta el momento el número de víctimas. En su inmensa mayoría niños, un sector social que en los años siguientes dará miles de víctimas mortales así como miles de presos- en los acontecimientos de Soweto que ocuparán en la historia social de Sudáfrica un lugar similar a los de Shaperville-Langa. Fue también un hecho que marcó al rojo candente la trayectoria de una nueve generación, muy alejada del sentimiento gradualista y pacifista de Luthuli. El ejército y la policía actuaron contra los escolares como sí fueran los enemigos en una guerra, y entró de lleno en los barrios obligando a exiliarse a varios miles de africanos que tuvieron que marchar hacía el exilio, a engrosar los campos de refugiados y las filas de los militantes organizados del CNA que desde principios de los años sesenta dirigía 0liver Tambo. El aliento moral e intelectual de esta nueva generación estaba poderosamente influido por la "Conciencia

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Negra", una nueva corriente nacionalista que ocupó el vacío dejado por el CNA y el PAC, y que se distinguía de las anteriores por un mensaje de orgullo racial muy semejante al que en los EE.UU. ejemplificaron los Black Panthers, que conmovieron el corazón del imperio durante el verano que siguió al asesinato de Martin Luther King, el hermano norteamericano de Luthuli Uno de los líderes más conocido de este movimiento fue Steve Biko. Winnie interpretó esta irrupción de la juventud escolarizada en el escenario de las duras luchas contra el régimen racista como una reedición de la Liga Juvenil del CNA que, como ya hemos señalado, en los años cuarenta planteó que “se tenía que africanizar la lucha y se tenía que acentuar y integrar la militancia de la juventud". La aparición de “Conciencia Negra” era, dirá Winnie, una "necesidad histórica". Respondía a la cuestión que el hombre blanco había suscitado negando la personalidad del africano, y su respuesta fue: "políticamente vamos a progresar por separado". Sin embargo, no encuentra que esta sea una diferencia con el CNA que mostró nuevamente su capacidad al integrar a numerosos líderes provenientes del movimiento. Para Winnie, "está fuera de lugar discutir en los años ochenta las diferencias ideológicas en una lucha que comenzó hace 400 años" y lo fundamental sigue siendo: que el enemigo es el gobierno racista”. Para ella, como para el CNA, no es posible imaginar una Sudáfrica "en la que el hombre blanco no exista" y plantea el problema en los siguientes términos: "La organización "paraguas" del CNA (la UDF) acoge a todo aquel que luche junto con nosotros en contra de la opresión. ¿Debo de ignorar al estudiante blanco de la Universidad de Witts o de la Ciudad del Cabo que está afectado por el mismo sistema que mi gente, aquí en el Estado Libre? Él está luchando por la misma causa que yo. Esto sí que es un camarada. y no puedo ignorara aquellos estudiantes que hoy en día son tan valientes como para hacer manifestaciones en contra de la República dejando una silla vacía (como las que se utilizan en los rodajes de películas) con un cartelito que indica `Nelson Mandela…" Recuerda el caso del policía blanco que le escribió horrorizado por lo de Soweto donde estuvo presente y disparó al cielo, y naturalmente, cita con afecto y admiración al colectivo de militantes blancos que han sido compañeros de lucha para nosotros. En particular Helen Joseph por la que asegura tener tanta devoción "como por mi madre Lilian Ngoyi ". "Ellos, concluye, son parte de nosotros, de la causa, de nuestros sufrimientos. Estamos decididos a crear una situación racial armoniosa en este país, incluyendo al sudafricano blanco, al estudiante blanco". Es justo hacer notar sin embargo que no es en este terreno donde Biko --al que Winnie proclama como "ídolo nacional"-- , como "uno de nuestros más grandes nacionalistas" y al que profesa "'la mayor admiración- y la corriente de Conciencia Negra desarrolla sus discrepancias. Ellos no cuestionar el valor de un grupo de blancos antirracistas, lo que subrayan es su escasa representatividad; tampoco niegan a los estudiantes un lugar en la lucha, el problema radica en otros aspectos como son el hecho de que a pesar de su marginalidad en el combate contra el "apartheid” se le atribuye a los blancos un peso decisorio en los pactos políticos, y esto nos lleva a un tema primordial: el de la autoestimación africana. El esclavismo, la segregación y el "'apartheid"' (las tres fases de la dominación blanca y colonial en Sudáfrica), se han apoyado sobre el sentimiento y la concepción de que la civilización blanca, los valores representados por los blancos, han sido superiores, y su dominación ha creado un efecto de sumisión entre los negros que han tendido a subestimar sus propios valores tradicionales y culturales, su propia personalidad africana...El fin de la hegemonía blanca ha de ser, viene a decir “Conciencia Negra”, el principio de la reconstrucción de la nacionalidad, las tradiciones y el orgullo negro. Durante el transcurso de los acontecimientos de Soweto, un día después del primer tiroteo, Winnie construyó la Black Pathers African (BPA) que comenzó a desarrollar una intensa actividad paralela a la de los jóvenes estudiantes, a veces para sacarlos de las comisarías ya veces para organizar entierros colectivos ya que las familias no

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tenían ni para un entierro particular de los suyos”. La BPA englobaba a líderes de diferentes puntos de vista y pasó a ser el medio de expresión de las luchas que se desenvuelven trágicamente por las calles. Sobre el importante papel de Winnie escribió la doctora Motlana: "Como única mujer en el poder, era más que un hombre. Winnie es poderosa, fiel y honesta. Pero ante todo es valiente y tiene unas agallas que muchos de nosotros no tenemos. Se enfrentaba a capitanes de policía armados con metralletas y les mandaba a hacer punteas. En realidad ella nos asustaba; a menudo yo le decía que era condenadamente temeraria, que haría que nos encerrasen a todos y cuando la amenazaban con encerrarla, ella simplemente decía: "!Hazlo, hombre!". Finalmente será detenida por cinco meses, sin mediar proceso y sin permiso para tener visitas, y al salir recibe una nueva orden de asignación de residencia. La creen destruida, pero se equivocan de nuevo, Es vigilada, atropellada por los policías que desfilan casi cada día por su casa, vigilada, calumniada --se le atribuyen relaciones escandalosas en una prensa adicta que inmediatamente es puesta al alcance de Nelson en su prisión de Robben Island--, constantemente amenazada, y sin embargo "respira todavía", comentan los mandos del régimen. Volverá a ser exiliada nuevamente, ahora a unos quinientos kilómetros de Soweto, el guetto que se había convertido en símbolo de la resistencia. Su nuevo destino se encuentra en el corazón del Estado Libre de Orange, "el reino de los bóers" dirá ella. "Aquí, esto es la Edad Media, Francia antes de la Revolución. Aquí los nuestros deben de llamar "señor" a sus patronos blancos". En un principio los blancos, completamente identificados con el apartheid, parecen dispuesto a lapidarla al menor movimiento en falso. Sin embargo, después irán cambiando progresivamente de actitud. Descubren que se trata de "una mujer instruida, limpia y desenvuelta", que al parecer "no tiene nada que ver con los cafres de aquí", le confía un bóers muy representativo a la prensa. Sin embargo sí que tendrá mucho que ver con los africanos de allá, Winnie no tarda en integrarse entre su gente, en convertirse en un elemento claramente galvanizador de sus reivindicaciones. Así, ante el estupor de bóers y africanos hasta entonces más bien sumisos la figura desafiante de Winnie, con su eterna boina sobre la cabeza, su inconfundible manera de andar y de dirigirse a los demás, sin hacer ninguna distinción de raza o de autoridad, entrando y saliendo por los comercios hasta entonces exclusivos para blancos, obligando a éstos a aceptarla y con el tiempo, a modificar sus hábitos basados en la presunción de su superioridad brutal y ridícula. Esta actividad se convierte en "su último placer", al franquear las líneas de demarcación impuestas por la maraña de leyes racistas desafía la frontera que "se para el pasado del futuro". El barrio, el "viejo cuartel" bóers, entrará con su presencia en un proceso de ebullición. Anteriormente la segregación no necesitaba de las señalizaciones clásicas del sistema, cada raza sabía a que atenerse. Donde se encontraban sus dominios, el de los blancos favorecidos y el de los negros sometidos a la servidumbre. Con Winnie cambian las reglas del juego. Los blancos no salen de su estupor, los negros comienzan a sentirse personas con derechos. Las condiciones sociales de estos son terribles. viven en tierras estériles, en chozas o barracas miserables, y la mayoría trabajan la tierra para los terratenientes del lugar. Dar a conocen los servicios sociales más elementales, y en esta tarea se impone Winnie creando guarderías, escuelas, promoviendo actividades de grupo, y al poco tiempo Brandford pasa a ser uno de los centros de agitación del país. Los blancos ya no se sienten seguros. "La prisión de Winnie es poco más que un comedor normal, carece de luz eléctrica porque "les costaría demasiado cara" a las autoridades, comenta ella con su habitual ironía--, y de los servicios más necesarios de la civiIización. No obstante, poco a poco le van llegando algunos "privilegios", regalos de diversas embajadas como la de austriaca que le trajo un televisor, los americanos un refrigerador, etc. Poco a poco su "autoridad" de "mujer del jefe" va siendo internacionalmente reconocida y políticos y diplomáticos van a verla, a veces con sinceridad, a veces para hacerse perdonar la

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complicidad de sus gobiernos --como el español bajo el mandato de Felipe González que aumentó en los años ochenta su comercio con Sudáfrica, aprovechando el vacío dejado por países que habían adoptado el boicot, esto a pesar del que el CNA participaba en la Internacional Socialista, un organismo en el que figurará personajes tan siniestros como Mubarak-- con el sistema. Como la "mujer del jefe", Winnie prodiga cada vez más sus declaraciones a la prensa y pasa a ser durante los ochenta junto con Desmond Tutu, una de las voces irrenunciables para los medios de comunicación de todo el mundo que registran cada uno de sus pasos, cada una de sus declaraciones y posicionamientos públicos. Cuando habla Winnie es igual a cuando actúa: no tiene muchas dudas. Da a sus palabras un tono "jacobino" que se acentúa al compás del crecimiento de los movimientos de "contestación" al sistema que irán ampliándose desde finales de los setenta para hacerse irreversibles en la mitad de los ochenta dando espacio a una situación de crisis abierta del régimen que ya no puede gobernar solamente con el garrote y se ve obligado a emprender un camino de "reformas" internas que acabaran finalmente en el fracaso a pesar de los apoyos casi incondicionales de los Estados Unidos de Reagan. de la Gran Bretaña de Thatcher, de la Alemania de Kohl, y de la actitud de "crítica positiva" de la Comunidad Económica Europea. Winnie confía en que los "negros estarán en el poder" antes de su muerte. Lo conseguirán por la violencia, ya que --declara con el rostro rojo por la cólera--: "Ellos asesinan a nuestros niños por centenares cada año. Nos tratan como sí fuésemos subhombres. No pueden esperar piedad de nosotros (...) La noche en la que ahorcaron a tres jóvenes héroes en Pretoria. no pude cerrar los ojos. Tenia ideas de venganza...El régimen parece finalmente desistir de su acoso, sin embargo en 1985 una bomba destruyó su casa --su "domicilio forzoso"- en Brandford, y una última orden de confinamiento le prohíbe ahora pisar los distritos judiciales de Johannesburgo y Roodeport. En unas declaraciones de principios de 1986, reitera con fuerza sus criterios: "El gobierno de Sudáfrica ha entrenado a los blancos en ser mucho más intransigentes que cualquiera otra potencia colonial de África. y lo que es aún peor: el régimen racista ha oprimido a la mayoría del pueblo de este país de una forma tan brutal que a estas personas les será muy difícil orientarse en una fase de transición. Será un proceso muy doloroso". Desde este punto de vista. Winnie no duda en atacar a Occidente "!que se vaya al diablo Occidente!¡", clama en una ocasión, así como a les multinacionales ("Las compañías multinacionales, por lo que a nosotros se refiere, son criminales políticos en este país. No estaríamos donde estamos actualmente -políticamente- sino hubiera sido por estas empresas extranjeras"). En cuanto al futuro, no son ellos -los oprimidos-, los que deben de plantearse el problema de los blancos: "Es su problema. Tienen la audacia de hablar de la protección de los grupos minoritarios cuando ellos están oprimiendo a la mayoría. !La arrogancia!. Se sientan en el poder durante más de 400 años legislando en contra de millones y millones de personas y oprimiéndonos durante generaciones y ahora debemos de preocuparnos por la protección de los derechos de la minoría, de sus propiedades y sus lujos". Sin embargo, a pesar de este furor “jacobino” que se apoya en verdades difícilmente cuestionables, Winnie se reafirma en los valores de la Carta de la Libertad que presenta como: "...un proyecto de nuestro futuro gobierno. Cualquier modificación que se tenga que efectuar será de acuerdo con este sagrado documento. Será un estado socialista: no hay otra forma de resolver nuestro problema de hambre. las discrepancias entre los grupos de población, los ricos y los pobres. Todo el mundo tendrá una parte equitativa de la riqueza de este país." Después del emprisionamiento de Nelson, la única posibilidad de comunicarse de éste con Winnie será por medio de unas cartas que no podían exceder las 500 palabras y que tenían que ceñirse a problemas personales y familiares, aunque son suficientes para que él consiga insuflarle un tono combativo solamente por el tono. por un aliento que se desprende mientras habla de sus macetas, de sus plantas en notas llenas de vida y color. También se permitían visitas periódicas que no excedieran los treinta

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minutos de duración. Siempre con unos guardias al lado que interrumpían al menor pretexto. En el fin de semana del 12 y 13 de mayo de 1984 tuvieron su primera visita de "contacto":" ¿Pueden imaginárselo?, escribe ella; Desde 1962 no tocaba su mano", y recuerda el momento en que besó a su marido como algo "fantástico y doloroso" porque...ya tiene que ser cruel un sistema que me denegó ese derecho durante veintidós años". En las cartas que se irán intercambiando durante la larga estancia de Nelson en les prisiones. Se aprecia entre líneas todo el dolor de la pareja. al tiempo que el afán mutuo de fortalecimiento y comprensión. En una de ellas, él le confiesa que piensa mucho en su tarea como "madre, compañera y mentora" y dice admirar su postura de no doblegarse ante una gama de problemas que "habrían frustrado a cualquier mujer". También hay en ellas un espacio para unas notas poéticas: "Casi olvidaba decirte que hay victorias cuya gloria reside en el hecho de que son conocidas solamente por aquellos que las ganan, pero hay heridas que dejan profundas cicatrices cuando se curan". En febrero de 1989, cuando el prestigio de Winnie Mandela parece estar fuera de toda duda, tiene lugar un acontecimiento trágico que la lleva a conocer su peor momento personal. La que ha era llamada "la madre de la nación'", había caído en desgracia y fue nominada entonces en los medios informativos más convencionales como "Evita negra", un apodo que contenía elementos dudosos y turbios. Los datos de esta crisis estaban relacionados con los guardaespaldas de Winnie que formaban el Mandela Club de Fútbol al que se acusó de tener aterrorizada a la población de Soweto donde Winnie había vuelto residir y más concretamente, se le acusó del asesinato de dos jóvenes negros. Según testimonios citados por la prensa (por ejemplo Erik Van Eyes, corresponsal de El País en Johannesburgo, que en sus crónicas no se había ahorrado ningún detalle en la descripción de la barbarie racista) los guardaespaldas de Winnie les torturaron para hacerles declarar que habían sido objetos de abusos sexuales por parte de un pastor metodista blanco. En una de las declaraciones se inculpaba a la propia Winnie se haber participado en una de las sesiones de tortura. Algo escalofriante que durante un tiempo sembró la duda alrededor de esta mujer inmersa en una guerra cuyo alcance no podía por menos que sobrepasarle. Una de las víctimas fue Stompie Mokhestsi que tenía catorce años y era conocido como el "terror de Tumahole", un sobrenombre conseguido por su actitud arriesgada y valiente delante de las fuerzas policíacas que ocupaban constantemente su barriada. Stompie se erigió en el líder de una banda de niños revolucionarios a los diez años. y se había hecho "un hombre" en las batallas contra el apartheid. Tenía sus propias ideas sobre la lucha, y sobre él se decía que era capaz no solamente de citar de memoria la Carta de la Libertad sino también de algunas de las obras de Marx, todo un símbolo del potencial de una nueva generación que ansiaba una nueva Sudáfrica liberada. Era un pequeño mito. Un ejemplo palpitante de las nuevas generaciones de africanos que han incorporado a la lucha política en medio de la guerra civil que vive el país en la última década. Su prestigio era tal que los periodistas, incluido los extranjeros, venían a entrevistarle y quedaban asombrados de su lucidez política". La respuesta de Winnie fue bastante convencional, todo era un mero montaje de la policía racista; Esto podía haber sido convincente solamente hace unos años, pero en el momento político que ocurrió ya no lo era tanto y no porque la policía no fuera capaz de montar cualquier atrocidad, sino porque las críticas y las denuncias vinieron también de su propia “barricada", comenzando por el CNA que añadía al caso sus propias consideraciones sobre como Winnie había acabado extralimitándose en su poder personal. . La ocasión sirvió para alumbrar más claramente su trayectoria política en los últimos años. Winnie, se venía a decir, había actuado como "la mujer del jefe" y no como una militante igual entre iguales. Nunca había pertenecido a la estructura formal de las organizaciones anti-apartheid, se había mantenido a la sombra de Nelson, y ni tan siquiera se integró en 1986 al Frente Democrático Unido (FDU), llamada la

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organización "paraguas" del CNA, aunque no dudó en hablar en nombre de ambas formaciones aprovechando su relación privilegiada con los medios informativos. Nelson había tratado de designar asesores, militantes reconocidos, pero ella siguió actuando por libre, rechazando las consideraciones críticas y cayendo en el "culto a la personalidad". A veces hacía declaraciones muy polémicas, como cuando dijo a sus colaboradores que "juntos, hombro con hombro, con nuestras cajas de cerillas y nuestros collares, liberaremos este país". Estos métodos --el de quemar con la rueda de un coche alrededor a los "colaboracionistas"---habían sido rechazados y denunciados por algunos de los dirigentes más respetados de la resistencia que lo consideraban indignos de la causa que involucraban, por más que podían reconocer las razones de todo el odio suscitado por el apartheid. La historia resultaba muy espinosa, aunque finalmente fuera "archivada" incluso por los medios de comunicación que hasta muy recientemente se habían distinguido por un apoyo más o menos indirecto al régimen de Pretoria. Por ejemplo, enfatizando los enfrentamientos entre africanos, y dándole credenciales democráticas al terrorismo criptofascista de Inkhata, y sobre todo porfiando en las posibilidades de reformas internas del sistema en apoyo a la política de Botha). La liberación de Mandela, que vino a darse poco después, significó su separación definitiva, Winnie dejó de ser la mujer y portavoz del preso político más celebre de nuestro tiempo, sino parte de un pasado en el que difícilmente podía estar al corriente. En esta etapa de Winnie, la luz acaba neutralizada por una sombra. Una luz grande y una sombra trágica y confusa. Detrás de todo, cabe no olvidar la presencia corruptora de un sistema que (como todos los sistemas opresores) también acababan envileciendo a los oprimidos. Sobre Winnie la prensa racista había destilado durante años una multitud de noticias ignominiosas. En una de ellas por ejemplo, se le atribuían relaciones "ilícitas" con Desmond Tutu. Pero se trataba de insinuaciones que no soportaban la prueba de unos días, ¿se puede decir entonces que hubo un montaje, aunque fuera parcial, de la siniestra Special Branch?. También hay que considerar el tema lumpen, legiones de jóvenes negros caen en la delincuencia, a veces pueden tener un pie en el delito común y otro en la lucha. No era otro el caso presumible de sus guardaespaldas, cuyas actividades hasta el CNA tuvo que denunciar. Pero estas páginas no pueden hacer olvidar la luz, la de Winnie que era el dedo en el ojo del régimen racista. Sin embargo, en lo privado era incuestionable que Winnie había mantenido relaciones con diversos hombres, el último de los cuales sería Dali Mpofu, un abogado lo bastante joven para ser nieto de Mandela, con quien Winnie vivía una aventura extraordinariamente indiscreta. Es posible que él fuera también la razón de que ella "no hubiera querido mudarse a la casa de Mandela en la cárcel, porque la relación había empezado meses antes de la liberación". El caso es que cuando Mandela salió en libertad, el 11 de febrero de.1990, ambos decidieron mantener las apariencias, pero por poco tiempo. Pero el ideal que tan celosamente había guardado él en el vacío de su prisión se desvaneció finalmente a la fría luz del mundo real. Apoyó a su esposa durante el proceso por el caso de Stompie, incluso después de que la hallaran culpable de haberlo secuestrado y agredido; aunque no la pudieron relacionar con su asesinato. Pero tenía que llegar un momento en el que los recelos privados de Mandela sobre la inocencia de su mujer y las humillaciones personales que se veía obligado a sufrir fueran mayores que la conciencia culpable que siempre le había guiado, y entonces se convencería de que conservar una imagen de armonía conyugal ya no era tan importante para la causa política,, y por lo tanto llegó la hora de la ruptura, además él no tardó en encontrar consuelo en los brazos de Graça Machael, la viuda del líder independentista mozambiqueño. Mandela lo supo hacer a su manera, recordando todo lo que ella había significado para él durante tantos años, y haciendo un reconocimiento de su valor militante. Los periodistas esperaron vanamente más detalles. Ella ya no pudo hablar más en su nombre, pero lo siguió haciendo a su estilo como portavoz de los desheredados.

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En el ámbito de los géneros conviene anotar que en el Gabinete de Mandela hubo cuatro mujeres; una cosa impensable en tiempos de Verwoerd, pero no tanto como la nueva regla que exige que un tercio de los escaños del Parlamento esté ocupado por traseros femeninos. Nota insertada en los comentarios al artículo en Kaosenlared. Los verdaderos revolucionarios, si son verdaderos siempre son difamados Renata ondo (foja-Catalunya) |02-05-2007 15:10 Malcolm x decía que tenemos que ser muy cautos para discernir quien son nuestros enemigos y quienes son nuestros amigos. La prensa europea que siempre se opuso a la liberación y unidad africana a elevado a los altares a Nelson Mandela como un dios y a convertido a la verdadera heroína de la vanguardia de la revolución africana en alguien denostados y odiados (Mugabe y Winnie). Es la misma estrategia que hicieron con Fidel y el Che y que siempre hacen con todos aquellos como Toussaint y Dessailine en la revolución de Haití de 1804. Pero Nelson Mandela para salir de la cárcel tuvo que firmar acuerdos a los que Winnie siempre se opuso porque la dignidad no se negocia. Y por eso esta campaña internacional para terminar con el símbolo de la resistencia y la revolución africana. Esta es la misma razón por la a pesar de que el PPN ya no existía oficialmente, tuvieron que matar al Dr. huey p Newton porque representaba un símbolo de resistencia del pasado del Black Power y por tanto una referencia para las jóvenes generaciones del Hip-Hop. Cualquiera que hubiera estado en Sudáfrica en aquellos años sabe que aquello era una guerra contra el boerismo internacional y el imperialismo que protegieron el apartheid que sean ellos, los criminales, los racistas quienes traten de levantar banderas de la ética o lecciones de moralidad da simplemente asco, risa y repugna pero sobre toda cuando mas asco cuando es la socialdemocracia en periódicos como El país quienes tratan de defender la supremacía blanca que campa por sus anchas no solo en Sudáfrica, Namibia, Zimbabwe, Kenia, Malawi, (allí donde hay tierras y riquezas de ocupar ). Mándela se vio obligado por los servicios secretos occidentales a deshacerse de la influencia de Winnie Mándela para que el neoliberalismo reinara y ya esta reinando en la persona de Mbeki . Algún día el pueblo africano juzgará a Mándela por esta desviación y "pacto". Pero no les bastó quieren derribara los sueños del pueblo porque si podrán dominarlo y asegurarse que nunca se despierte. Hoy los antiguos torturados son hombres de negocios y empresarios que lideran grandes fundaciones de cooperación la desarrollo y la paz mundial jamás han asado por ningún tribunal ¿Peter Botho o Smith en Zimbabwe, país que todavía siguen llamando Rodhesia y otros verdugos y criminales del apartheid? ellos son como Videla, Pinochet pero la estructura d e poder blanco internacional les protege y se han inventado esa sátira de la reconciliación. Winnie mandela ha realizado una contribución incalculable a la lucha liberación y unidad de África y por eso esta siendo agredida. Por ser mujer, por ser revolucionaría y por ser consecuente con las ideas de Kwmae Nkrumah . Ojalá otras lideres africanos tios Tom y lamebotas tomaran su ejemplo frente a tantas cuentas corrientes en bancos de Suiza y lavado de cerebro de la elite en tantos universidades europeas. Que los que han intentado destruir a winnie han fracasado por que ella representa mas 40% del las bases del CNA y de millones de africanos y revolucionarios de todas las razas y géneros que sabemos que el amo nunca podrá hablar bien de un esclavo cimarrón para eso ya tiene sus tios Tom y houssnigger . Uhuru! Viva Winnie Mandela viva africa, unida, independiente y socialista SEGUNDA PARTE: EL CINE Y MANDELA

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. 1. Un Mandela para millones de espectadores.

Mandela (Gran Bretaña-USA, 1987) es una serie de la BBC producida por Richard Bamber en 1987, y obtuvo un gran éxito internacional. Entre nosotros, fue emitida por la TV1 en horas puntas a finales de la década, y conoció una distribución en los vídeo-clubs donde era reconocida como «de multinacional» o sea entre las más potenciadas. Escrita por Ronald Harwood basándose en la recopilación de los escritos de Mandela, se da cuenta de importantes trazos autobiográficos, contados de manera enérgica con ocasión de juicios como el «de Traición» y el de Rivonia, en el que salvó la vida para convertirse en el prisionero político más famoso del mundo. Dada la hostilidad del régimen racista, la serie se rodó en Rodhesia en 1987 con una fuerte protección armada por parte del ejército de Robert Mugabe, un africano marxista que había accedido al poder después de ser considerado, justamente como Mandela, un peligroso terrorista. Su director fue Philip Saville, era autor de algunos telefilmes con un sello claramente comprometido y de cierta notoriedad, tal son los casos de Compañeros de viaje («Fellaw Treveller», 1990), con Ron Silver en el papel de un guionista norteamericano amenazado por el maccarthysmo, o también Max y Helen (Max and Helen», USA, 1990), adaptación de una novela de Simon Wiesenthal (Martin Landau), famoso judío cazador de nazis quien, después de muchos esfuerzos consiguió el testimonio del Dr. Rosenberg (Treat Willians) contra el comandante Schultze, jefe de un campo de concentración. En ambos casos, la realización resulta tan bienintencionada como plana. A pesar de ser un telefilme más bien discursivo, Mandela fue un éxito notable en los EE.UU. Estrenada en plena restauración conservadora, fue objeto de una campaña en contra de la prensa neoconservadora que consideraba a Mandela como un terrorista, no en vano la CIA colaboraba estrechamente con el régimen racista y Reagan lo justificaba) especialmente entre la comunidad afronorteamericana, fuertemente comprometida en movilizaciones contra el «apartheid» y presente a través de sus principales actores protagonistas que ponen todo su oficio y un alto poder de convicción. En dos largos capítulos, la serie cuenta la trayectoria de Nelson Mandela (Danny Glover) desde que instaló el primer despacho de

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abogados negros junto con Oliver Tambo, su compañero inseparable que le sustituyó en la secretaria general del CNA. En uno de los anuncios en video de Mandela se proclama: «Ponga un líder carismático en prisión y el movimiento puede convertirse en una cruzada». Una frase extraída de la serie, que también acaba con otra muy oportuna de Sören Kierkegaad que dice que mientras el tirano acaba su reinado con la muerte, el mártir lo inicia entonces. Los 147 minutos del telefilm son fieles al texto propagandístico en el que se puede leer que Mandela «está actualmente en una celda de la tercera planta del ala de máxima seguridad de la prisión de Pallsmoor, 10 millas al sur de Ciudad del Cabo. Su espíritu se cierne dramáticamente sobre el conflicto racial que en 1986, costó más de mil vidas y que, en el actual, lleva camino de duplicarse por lo menos. Para la mayoría del mundo exterior, la mujer de Mandela, Winnie (Alfre Woodard), de cincuenta y dos años, se ha convertido en su sustituta y un símbolo de la lucha contra el movimiento antiapartheid , y todo su desarrollo, matizado con tintes sangrientos, hasta nuestros días».

En otro anuncio, se insiste: «Desde su juventud, este hombre de color ha dedicado toda su vida a la defensa de los derechos humanos, tratando de conseguir la igualdad para los negros en su país, gobernado por la minoría blanca. En principio, Mandela intentó conseguirlo en base a poner de manifiesto el abuso del poder, no utilizando la violencia al pedir sus reivindicaciones en manifestaciones pacíficas, pero no logró su objetivo, aunque si consiguiera concienciar la opinión pública mundial (...) Mandela, poco a poco, se convirtió en todo un símbolo para su pueblo, lo que le supuso convertirse en un peligro a los ojos del gobierno, siendo condenado en 1963 a cadena perpetua, junto con sus más alegados colaboradores(...) Ha recibido diversas ofertas de su gobierno para concederle la libertad, pero este hombre siempre ha realizado la misma declaración: «Mientras mi pueblo siga como está, yo no puedo abandonar la causa por la que murieron muchas personas»... Por lo tanto, no hay duda que se trata de un trabajo propagandístico, un «biopic» posiblemente en el sentido más noble, pero también más conformista del término. De hecho, esta eficaz miniserie es un encargo efectuado desde la coalición de entidades activistas contra el «apartheid» anglosajonas. Estas cuidaron su distribución, hasta sus más mínimos detalles ya que no es habitual este tipo de comentario en un medio no demasiado idóneo para «arte y ensayo» ni para mensajes humanistas (ni siquiera para el cine en blanco y negro). La película se corresponde estrictamente a dicho objetivo. Informa detalladamente de las vicisitudes personales de Mandela, haciendo un especial hincapié en sus actividades centrales, en sus elocuciones programáticas durante sus intervenciones procesales, sobre todo en Rivonia. También se subraya su relación con Winnie que sabe que vivir con él será vivir sin él, y que sufre un impecable cerco policial,

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amén de un encierro infernal. Menor papel tienen los otros dirigentes del CNA, exceptuando quizás a Walter Sisulu, presente en casi todas sus actividades y compañero de noviazgo y de prisión. Igualmente se ha cuidado la «corrección política» de sus discursos, dejando bien claro que ni Mandela ni el CNA son «comunistas», y que esta cuestión se deriva ante todo de la voluntad del gobierno racista de homologar -a la manera de Franco- toda oposición con el comunismo, algo que aún siendo cierto, no quita, primero, que el SAPC tuviera una gran importancia en el interior del CNA… Se le hace un retrato en siguiendo el modelo liberal de izquierdas, en el que el cine norteamericano tienen tanta experiencia. De manera que en la reconstrucción de sus famosas elocuciones durante el juicio de Rivonia, se subrayan las partes en la que Mandela enfatiza su admiración por el Estado de Derecho, y más concretamente por la Constitución norteamericana, dejando a un lado sus referencias socialistas e igualitarias. Por supuesto, también se evitan otros aspectos polémicos como la adopción de la lucha armada, presentada desde el ángulo más oficialista, escamoteando sus conflictos con la izquierda panafricanista o la discusión sobre hasta donde llegaría el alcance disuatorio, y se ofrece el respaldo del patriarcal Albert Luthuli, presente en la primera quema del «pase» (una especie de «pasaporte» que convertía a los nativos en extranjeros en su propia tierra). Se trata pues de una biografía en la que, de un lado está el poder opresor representado por una política que, desde las primeras imágenes, se presentan como de terror para la mayoría africana. No hay titubeo al mostrar un gobierno brutal, una policía cruel e ignorante, aunque se busca dejar clara la presencia de blancos, indios y mestizos en las actividades opositoras. Y del otro, se presenta la resistencia negra personificada casi integralmente por Mandela. Sin dejar de ser esto lícito, y básicamente cierto, no lo es menos que la historia del CNA también tiene sus problemas, y está atravesada por numerosos debates y conflictos que no siempre se solucionaron con claridad, por ejemplo, en el caso de la lucha armada, suscitada a continuación de la célebre matanza de Shaperville. En este momento, Mandela es influenciado también por experiencias como la de la revolución argelina que coexiste con la gandhiana originaria. Ni que decir tiene que no se hace ningún apunte crítico hacia la persona Winnie Mandela a la que se había descrito como «la madre del pueblo negro de Sudáfrica...la encarnación del espíritu negro», entre otras cosas porque su parte turbia afloró justamente cuando Mandela fue liberado de sus cadenas como consecuencia de una crisis social sin precedentes en Sudáfrica, y una campaña de solidaridad internacional igualmente sin precedente, que culminó en el célebre concierto de Londres, que batió récords de público. Es muy curioso el contraste entre este “happy end” y la crudeza de la situación bajo el “apartheid”. Sobre este punto resulta del mayor interés revisa una vieja película, La conspiración (The Wilby Conspiracy, USA, 1975), que realizó Ralph Nelson, y que produjo significativamente Sidney Poitier, entonces en la cumbre. Entre película y película de negro-limpio-bueno e inteligente del tipo Adivina quien viene esta noche (1967), hecha a la mayor gloria de la pareja legendaria formada por Spencer Tracy y Katharine Hepburn, Poitier produjo películas comprometidas, y La conspiración, bajo el formato de un “thriller” con tesoro incluido, lo era en aquel momento, cuando en el “mundo libre”, casi nadie hablaba de Mandela. Y tanto que lo era. Describe una Sudáfrica en la que la situación para la mayoría negra se hace cada vez más difícil. La policía impera y la gente de color es sometida a continuos atropellos, y aunque hay blancos liberales con buenas intenciones, la lucha se va recrudeciendo. La abogada liberal Rina consigue en un juicio que liberen a Shack Twuala (Sidney Poitier), su cliente, sin saber que es un destacado activista del clandestino movimiento negro que tiene en jaque al departamento de Seguridad Nacional. Un tal Jim (Michael Caine), británico y amante de Rina y bastante ajeno a lo

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que sucede en Sudáfrica, se ve de pronto envuelto en una trepidante huida con Shack para intentar escapar del cerco policial y conseguir atravesar la frontera, sin imaginarse que todo obedece a un plan perfectamente estudiado. Su director Ralph Nelson, no ofrece muchos matices. El activista y la pareja de cómplices blancos son perseguidos por dos policías especialmente racistas, y que tienen un plan: hacer que Shack les lleve hasta donde se encuentra Wilby, el líder del movimiento de liberación…En un momento dado, la actuación de los policías es tan vejatoria que el atribulado Jim (un papel que Caine casi hace creíble), no duda en dispararle en cabeza poli. Entonces Shack le viene a decir, “Al fin has comprendido. Esto es lo que nosotros estamos obligados a hacer”.

Esta película no consiguió la resonancia que obtuvo Cry Freedom, sobre todo porque se realizó en una fase anterior a la de los ochenta, cuando la resistencia se hizo irresistible con movilizaciones de todo tipo, pero resulta claramente lo que podíamos llamar “una apología del terrorismo”, aunque a los amigos del régimen de Pretoria no les preocupó ya que pasó desapercibida. Para ellos o había duda: el “apartheid” se desarrollaba en un “régimen democrático” quizás perfeccionable, y dicho régimen tenía el monopolio de la violencia. El “terrorismo” por lo tanto era lo que hacía la resistencia…

En aquellos tiempos, la lucha contra el “apartheid” parecía detenida, en Occidente se cantaban las excelencias del régimen racista. Al regerso de un viaje, Manuel Fraga Iribarne, publicaba dos artículos en el diario el País, mostrando su entusiasmo. Los negros acabarían siendo integrados gracias al desarrollo económico, muy superior a la de otros países de la zona, obviamente subyugado por el vecino que jugaba un papel muy similar al de Israel en Oriente Medio. De hecho, Israel se mostró siempre, una gran amiga de esta Sudáfrica.

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En Junio de 1964, Nelson Mandela y los otros hombres del proceso de Rivonia (Sisulu, Mbeki, Kathrada, Mhlaba, Motsoaledi y Mlangeni), llegaron a Robben Island y comenzaron a cumplir su condena de cadena perpetua. Era una noche fría y viajaron con las esposas y los grilletes puestos, sentados en una plataforma elevada en el lateral de una furgoneta, y tuvieron que utilizar un cubo para hacer sus necesidades. La cárcel está situada a unas siete millas de Ciudad del Cabo, y era; famosa por estar muy bien protegida. Los casos de evasión eran apenas existentes. La celda de Mandela, en una sección recién formada de “incomunicación” era de “máxima seguridad”. Durante los primeros meses estuvo incomunicado, carecía de noticias de los suyos, tenia horribles pesadillas. “Cada hora, dirá más tarde, me parecía un año. Sufrí esta incomunicación durante dos meses y al final llegué a la conclusión de que no existía nada más inhumano que el verse privado de la compañía de otros seres humanos”. Durante los primeros diez años, los de Rivonia tuvieron que trabajar en una cantera de cal, en una enorme cavidad hollada por generaciones de presos negros, bajo el ardiente sol del verano o bajo las heladas y húmedas nieblas invernales. Las condiciones de trabajo eran inhumanas. Su alimentación consistía primordialmente en porridge de maíz y verdura pasada. La actitud de los guardianes se hacía insoportable, en ocasiones eran castigados con trabajos forzados y en celdas especia les. Más tarde la situación cambió un poco y fueron empleados para trabajos más holgados como el pavimentado de carreteras o la recogida de algas en las playas. Las visitas periódicas de Winnie, a pesar de sus estrechas limitaciones, fueron un bálsamo en esta situación. Muy poca gente se acordaba de Mandela durante esta época. El régimen de Pretoria gozaba entonces de un desarrollo económico pletórico, y la resistencia no levantó cabeza hasta el estallido de Soweto. El aislamiento de los presos era casi completo y las noticias que le permitían conocer no eran en ningún modo favorables a sus aspiraciones. No obstante, mediante huelgas de hambres y protestas intermitentes, con la débil presión internacional que fue creciendo a finales de los años setenta, entre otras cosas mediante las actividades de la activista anti-apartheid blanca, Helen Suzman, el “rostro humano” de los parlamentarios liberales y de la Cruz Roja internacional. Desde entonces se fueron logrando mejoras graduales. Se acabaron los trabajos más penosos, se permitió le entrada de la prensa y se incrementaron las visitas y las cartas. Mandela pudo cultivar sus famosos bidones de plantas y comenzó a leer, incluso a estudiar para una licenciatura londinense de leyes que se vio truncada por una nueva prohibición. Sólo se le permitió estudiar afrikaans, economía e historia. Todos los testimonios de esta época coinciden en mostrarnos un Mandela firme. Ni siquiera flaqueo cuando se enteró de algunos de los más graves percances de Winnie con la policía. La Dra Motlana describirá así esta posición: “!Oh, poderoso, poderoso!. Excepto por unas pocas canas era el mismo Nelson que hace tantos años que conozco. !Dignidad absoluta, un gran jefe xhosa!. Extremadamente sano, mental y físicamente…Luego el pueblo saló a la calle, los sindicatos realizaron huelgas muy duras, los niños en los colegios se sublevaron, las mujeres negras y blancas se pusieron en primera fila…Querían nada más y nada menos que libertad, igualdad y fraternidad. 2. Luchar por la conciencia de los carceleros. Por la importancia reestratégica de Sudáfrica, esta lucha fue la clave de bóveda de la lucha por la libertad y el socialismo, y su victoria política cerró un período de la historia del continente. Esa historia sigue abierta, quizás con más llagas que nunca, y por lo tanto, esta experiencia volverá a ser recordada, y necesitará ser estudiada. Recuerdo haber leído un artículo del singular escritor español Félix de Azúa, en el que este

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sacaba su trasfondo más airado (y creo que más olvidado), para escribir una trágica y veraz conclusión: “África es el Auswitsch del capitalismo”. No es de otra manera que se puede mirar actualmente la realidad africana, con un pasado de esclavismo y colonización y un presente neoliberal que nos es más que otra vuelta a la tuerca de pasado. Como ya he escrito ampliamente en estas páginas, hay un cine de aventuras coloniales, y hay también una filmografía contra el “apartheid” que, después de diversos preámbulos, consigue el éxito internacional con Cry Freedom, que ponían en tela de juicio o criticaban abiertamente la actuación de los gobiernos occidentales, y que llegaba justamente cuando se desencadenada una campaña internacionalista de amplio calado que tuvo su correlato en España, y quizás especialmente en Cataluña. En los últimos tiempos, el cine ha vuelto a África para ofrecer sus propias aportaciones y denuncias, títulos como Diamante de sangre, El jardinero fiel, o El último rey de Escocia, sobre los que habrá que volver ya que se impone reforzar al máximo los trabajos internacionalistas que se siguen haciendo, y que actualmente cobran más sentido con .la tragedia de la emigración, y los asesinatos institucionales inherentes a la llamada “Ley de Extranjería”. Una Ley que habrían aplaudido los gobiernos del “apartheid”. En estas fechas hay en marcha un ambicioso proyecto cinematográfico sobre Mandela que retoma el título de una obra de Graham Greene, que, curiosamente comportaba una de las principales alegatos internacionales contra este sistema, El factor humano,

que por lo demás fue llevado al cine por Otto Preminguer, y dio lugar a una película desigual pero muy importante. Su productor, Morgan Freeman, es a la vez su protagonista. No era la primer vez que Freeman se asomaba a Sudáfrica, había trabajo en La fuerza de uno (USA, 1992), de John G. Advisen, recordemos igualmente que su “ópera prima” como director fue la adaptación de Bopha, una denuncia muy dura de la actuación policial, amén de una película muy correcta. Morgan cuenta que conoce a Mandela desde hace algún tiempo, y que “su dimensión humana agiganta su figura histórica. Interpretarlo será un honor”. Más recientemente, el cineasta sueco Bille August (Pelle el conquistador) cuenta en Adiós Bafana (USA, 2006) la que hasta ahora sido su última película la historia del celador sudafricano blanco James Gregory, cuya vida se vio implicada con la de Nelson Mandela, como prisionero. El tema de fondo pasa por el cuestionamiento de en semejante situación, cuál de los dos era realmente el preso y cuál el hombre libre. Esta historia carcelaria de Mandela sobre la que John Carlin había escrito unas estupendas crónicas (aparecidas aquí en El País) era desde hacía tiempo un guión en espera de ser llevado a la pantalla. Cineasta de corte tradicional, bastante irregular (suyas son perlas como Las buenas intenciones, basada en un guión de Ingmar Bergman, pero sobre todo, Jerusalén, una magnífica adaptación de Selma Largeloff sobre la que me gustaría dar más detalles), en este trabajo opta por un enfoque

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soslayado, centrado en la lenta y previsible transformación del punto de vista blanco. De un personaje absolutamente repulsivo, pero obviamente, también un ser humano, producto de unas circunstancias que estaban cambiando vertiginosamente fuera de la

prisión . Curiosamente, la trama está basada en las memorias del carcelero, un tal James Gregory (Joseph Fiennes), es por lo tanto otra historia sudafricana contada por un hombre blanco. Pero a la postre, la historia de Gregory es la prueba de las ideas de Mandela sobre la capacidad de cambio, explica el cineasta. Se demuestra la importancia de la reconciliación en un mundo con más conflictos que nunca. El tal Gregory es un arquetipo de blanco racista que considera a los negros como una especie subhumana. Creció en una granja de Transkei y aprendió a hablar xhosa de niño, de ahí que sea el escogido para vigilar a Mandela (Denis Haysbert) y a sus compañeros en la prisión de Robben Island. En un principio, Mandela reacciona con ira, luego recapacita. A las malas todo puede ser peor, se trata de saber cambiar las actitudes, y así es, lentamente la lealtad del carcelero se incline poco a poco hacia la lucha de liberación de Sudáfrica. Dado el escaso conocimiento de los espectadores, justo es agradecer a August, el empeño de recreación del momento histórico y las vicisitudes de Mandela a través del rodaje en escenarios naturales y de una documentación rigurosa. La narración no escatima información de las tres décadas que Mandela pasó una cárcel ideada para destruirlo. Como ya hemos contado en otro lugar, en 1963 se le acusa de sabotaje, traición y de conspirar con otros líderes políticos, por lo que es condenado a cadena perpetua. Cuando el presidente Frederik De Klerk levantó la prohibición que pesaba sobre el CNA, Nelson Mande! fue liberado en medio de la movilización más impresionante de la historia africana. Como presidente del CNA, un año más tarde se sentaba con De Kerk para negociar el fin del apartheid, pero también la garantía de que la minoría blanca mantendría sus privilegios en medio de un contexto internacional francamente reaccionario. Por una cosa y ambos fueron galardonados con el Nobel de la Paz en 1993, punto especialmente celebrado en la miniserie Mandela y De Klerk, que bajo la batuta del amanuense Daniel Petrie interpretaron Sidney Poitier y Michael Caine. Las primeras elecciones de la historia de Sudáfrica se celebraron al año siguiente y Mandela fue elegido presidente de la llamada "nación del arco iris”. Ocupó el sillón presidencial desde 1994 a 1999…Desde esta responsabilidad, la actitud de Mandela fue básicamente integradora partiendo de la consideración de que esta primera fase era ineludible, y por supuesto preferible a una guerra civil cuyas consecuencias eran completamente imprevisibles. Radical y moderado pues, la trayectoria de Mandela lo ha convertido en uno de los personajes más influyentes del pasado siglo y por lo mismo, en pasto para hagiografías fílmicas que habría que discutir. Eso se vio empañado en los últimos años de su gobierno por algunos casos de corrupción, en la expansión de la tragedia del SIDA, y el aumento de la delincuencia, por supuesto ubicada en los barrios negros. El país ha conocido un importante desarrollo económico

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que, como es propio del neoliberalismo, ha aumentado todavía más las diferencias sociales. Ahora los negros pueden entrar y salir de donde quieran, nadie se mete con quien se acuesta, su presencia el os cuerpos de seguridad se ha regularizado, también ha crecido una burguesía negra, y en ella destacan algunos de los nombre mayores del CNA. El lector más interesado pueden conocer todos estos detalles en el documental de Joyce Shelton para Dsicovery Channel, Apartheid: un futuro incierto. Con su reconocida pericia, August centra el encuadre en Ia dura condena de Mandela y su grupo, y en cómo se produce el milagro de un carcelero racista llega a confraternizar con el condenado. El título, según el propio director, se refiere a la despedida real de los dos hombres tras la liberación de Mandela. "Bafana” significa chico en xhosa y alude a ese carcelero que de niño vivió con los negros y que cabo de los años acaba siendo amigo de uno de ellos. La historia claro está, mezcla hábilmente drama carcelario con sentidas dos; de emoción. Como suele ocurrir, con una película de este cariz, una cosa es su aportación cívica, el interés sobresaliente del tema, su valor histórico, y otra diferente, su calidad cinematográfica. El caso es que sin ser una gran película, se puede decir de ella que es una trabajo fehaciente muy depurado en sus detalles como la ambientación, la interpretación, y que resulta por lo tanto un material de incuestionable interés para un buen cine-forum africanista. 3. Dos premios Nobel, uno para el preso, otro para el carcelero.

También hay que hablar de un telefilme bastante oportunista:, Mandela y Klerk (Mandela and the De Klerk, USA., 1997), una miniserie de TV, dirigida por el eficiente Joseph Sargent, autor de algunas películas estimables, y muy reconocido en el medio televisivo donde ha ganado diversos premios, siendo especialmente reconocidos sus alegatos antinazis, y protagonizada Sidney Poitier y Michael Caine, que ya habían trabajado juntos en La conspiración de Wilby, casi veinticinco años atrás. Ambas películas marcan un cierto arco en la apreciación de la situación africana, en la primera, Michael Caine es un británico que se envuelto en un conflicto con la policía obligado por luna contingencia derivada de la actitud comprometida de su novia, una abogada liberal qu defiende a un activista negro, Shack Twala (Sidney Poitier) que ya había estado prisionero en Robbe Island, y que, resulta deliberadamente libre de los cargos que pesan contra él como parte de una maniobra policíaca animada por un policía tan inteligente como repulsivo (Nicol Willianson, el atribulado agente de "el factor humano"), y cuya finalidad es "cazar" a Wilby, un anciano a lo Albert Luthuli que

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es presentado como el "cerebro" de la resistencia. Aunque se muestra molesto por verse liado en una persecución política, y no desaprovecha la ocasión para mostrar su escasa simpatía por el idealismo de su compañero impuesto, al final, será él mismo el que dispare a bocajarro contra el policía, haciéndole un agujero en la frente, un gesto que le permite a Twala, afirmar que, finalmente ha comprendido. Se trata de una resolución radical, y claramente favorable a la violencia contra los verdugos del apartheid, una orientación casi opuesta a la de este biopic conjunto en el que, si bien se exalta el sacrificio de Mandela (Sidney Poitier que si bien puede representar al Mandela actual, liberado, difícilmente lo podemos reconocer como el animado joven del proceso de Rivonia). En la primera parte se reconstruye las actividades del líder africano, mientras que en la segunda se abarca todo el proceso que va desde la caída del "halcón" Botha a el periplo de la "paloma De Klerk sobre el que se enfatiza sobre todo su labor por dar el giro de 180º grado para reformar un sistema acorralado, y que De Klerk cree necesario cambiar para salvaguardar unos intereses que, de otra manera, no habría tenido garantizado. Se trata por lo tanto de una miniserie "oportuna", producida al calor del Premio Nobel compartido. Se nota que la oportunidad tuvo más peso que los demás detalles, y Mandela y De Klerk más bien parece un docudrama, eso sí con actores famosos y con una puesta en escena más cuidada de lo habitual, que propone un mensaje conciliador que da la impresión que olvidarse de hacer notar que se trataba de una fase histórica, que, de ninguna manera, podía considerarse como un "happy end" sin más. Fue emitida varias veces en Tele 5. Como personaje Mandela tiene una intervención especial en la ambiciosa Malcom X, de Spike Lee, y en la que aparece con toda su autoridad moral dando una clase a los niños sobre las sinrazones del racismo. Se trata de un momento "documental" insertado bastante torpemente en una acción que no encuentra su punto de cierre, pero cuyo valor testimonial resulta indudable, sobre todo considerando el perfil "extremista" de Malcom X.

4. Invictus. Mandela gobernante.

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Pero la historia, y las contradicciones, fueron y son mayores de lo que se nos quiere hacer creer. Recordemos… A mediados de 1984 el gobierno, cada vez más presionado por las exigencias de libertad que le llegaban desde dentro y fuera del país, lanzó su primer “globo sonda”. Winnie cuenta que le habían ofrecido “liberarle” con la “condición de que se instalará en “su” patria del Transkei”.’ y naturalmente, rechazó la oferta. Winnie precisó que “!Ofrecerle esta clase de “libertad” después de entregar veintidós años de su vida por la lucha!. Ni siquiera vale la pena discutirlo. Uno de sus visitantes, el jurista norteamericano Samuel Dash dialogó con él sobre sus ideas y Mandela insistió que el problema central seguía siendo “la igualdad política”. Luego le explicó nuevamente los tres principios de su programa: “1. Una Sudáfrica unificada, o sea sin homelands artificiales; --2. Representación negra en el Parlamento central (no asociación en esa especie de asambleas del apartheid que acababan de ser decretadas para los asiáticos y la gente mestiza, y --3. Un hombre, un voto. Mandela seguía pues defendiendo un proyecto de sociedad multirracial, esta era una de las preocupaciones del CNA, la mano seguía tendida por más que cada vez más que muchos blancos seguían temiendo la igualdad. Esta sociedad multirracial no podía ser obra de un día, necesitaba su tiempo, y el preso se mostraba dispuesto, por ejemplo a “mantener la separación de viviendas hasta que haya suficientes nuevas oportunidades de empleo y alojamiento que permitan a los negros vivir dignamente en Johannesburgo”. El punto crucial seguía siendo el de la violencia, y Mandela insistió en sus argumentos. Consideraba la violencia como una última instancia obligada por el terror blanco y que reconocía que en el enfrentamiento eran los negros los que sufrían más. De “todas formas, anotó, sí los líderes blancos no actúan de buena fe con nosotros, sí no se reúnen con nosotros para tratar la igualdad política y sí de hecho nos dicen que tenemos que seguir oprimidos por los blancos, entonces no quedara otra alternativa para nosotros que la violencia. Y le prometo que venceremos”. Estas últimas palabras no eran propaganda, la historia había comenzado a dar el gran giro en Sudáfrica. Aquel hombre sometido por unos guardianes sin escrúpulos y olvidado por los medios de comunicación de su país y del mundo, resurgía ahora imponiendo condiciones desde su celda. En contra de su pueblo permanecía el “poder pálido” , con el más poderoso ejército del continente, en aquellos momentos, el auténtico talón de hierro que aplicaba el fascismo exterior en connivencia con la

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Norteamérica de los tiempos infames de Ronald Reagan, para desestabilizar los países vecinos, que, como Angola, Mozambique y Cabo Verde, habían conseguido la independencia del ultracolonialismo portugués (otro gran aliado de Pretoria), gracias a una “toma de conciencia” de la oficialidad más joven y democrática que había auspiciado en abril de 1974 la famosa “revolución de los claveles” que daba al traste casi a sesenta años de dictadura. Pero después, el ejército del apartheid actuó como principal soporte de las “guerrillas” mercenarias, de las respectivas “contras” de estos países, al tiempo que realizaba excursiones terroristas persiguiendo los “santuarios” de Umkhonto. Se trataba además de un poder que seguía teniendo el apoyo de las hipócritas grandes potencias, pero en el interior de las cuales, sobre todo en Estados Unidos y en Inglaterra, emergían poderosos movimiento de solidaridad con la Sudáfrica democrática y en todo el mundo. También en el Estado español donde el gobierno de Felipe González era uno de los pocos que seguía manteniendo la venta de armas y buenas relaciones con Pretoria. Aunque posiblemente la victoria prometida no podría producirse por un combate directo, había pues que confiar que, con “el tiempo y con la ayuda de otros en nuestra fronteras, el apoyo de la mayoría de las naciones del mundo y el continúo adiestramiento de nuestro pueblo podemos hacerle la vida insoportable”. Un. pronóstico que se cumplirá claramente pocos años después, cuando la crisis económica interna se ha hecho más grave que nunca, se ha ampliado el cerco internacional, la división se ha instalado en la población blanca donde, finalmente solamente una minoría abiertamente neonazi siguió levantando la vieja bandera del apartheid. Pero sobre todo, ocurre que la mayoría negra niega a seguir como antes. Todavía en junio de 1986 el gobierno trató de retomar la iniciativa y sugirió a través de su ministro de Asuntos Exteriores –o sea el más sensible a la presión internacional– que Mandela estaba invitado a participar en una mesa de negociaciones sí renunciaba a la violencia. “El mismo es quien provoca su permanencia en la cárcel -declaró el “premier” borres, Botha–, sólo tenía que renunciar a la violencia y entonces estaría preparado para unirse a nosotros…”. Pero ya no convencía más que a los convencidos. Botha aseguró en la misma declaración que la mayoría de la población estaba a favor de estas negociaciones para “proteger gente inocente… La responsabilidad de un enfrentamiento recaía según el ministro, en los extremistas de derecha y de izquierdas que olvidaban que “una vez se ha accedido al poder mediante métodos violentos se gobierne utilizándolos y se es derrocado de la misma manera”. La única violencia legal es la del poder, venían a reafirmar, en tanto que la de la oposición era ilegítima. Una filosofía tan vulgar y antigua como la historia del mundo, esa historia que Voltaire dijo en una ocasión que se podía contar a través de sus crímenes, algo sobre lo que la minoría blanca habría tenido que responder…de sufrir una derrota militar. La respuesta de Mandela ya estaba en la calle. La había dado en una carta dirigida a su hija Zindziswa que fue leída ante una muchedumbre reunida en el estadio Jabulani de Soweto el 10 de febrero de 1985, y contiene una respuesta coherente con su ideario, la muchacha proclamó “Mi padre y sus camaradas desean haceros esta declaración al pueblo en primer lugar. Tienen claro que son responsables ante vosotros y ante vosotros solamente…Mi padre no habla sólo por sí mismo y de sus camaradas de la prisión Pollsmoor, sino que también espera hablar por todos los encarcelados por su oposición al apartheid…Mi padre dice: “Soy un miembro del CNA. Siempre he sido un miembro del CNA y lo seguiré siendo hasta el día en que me muera. 0liver Tambo es mucho más que un hermano para mi…Mi padre dice: “Me sorprenden las condiciones que me quiere imponer el gobierno. Yo no soy un hombre violento. Mis colegas y yo escribimos a Malam en 1952 solicitándole una mesa redonda para encontrar una solución a los problemas de nuestro país pero lo ignoraron (…) Con Strijdom (…) Cuando Verwoerd estaba en el poder sus solicitamos un convenio nacional para toda la gente de Sudáfrica para que

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decidiese el futuro. Esto también fue en vano… Fue entonces cuando agotamos todas las otras formas de resistencia que recurrimos a la lucha armada”. A continuación, la carta repite las exigencias de su movimiento, que Botha “renuncie a la violencia”, que “desmantele el apartheid, que legalice a las organizaciones de la oposición, que dé libertad a los presos y permita el regreso de los exiliados, que “garantice la actividad política libre para que el pueblo decida quien los va a gobernar”. Su libertad es la libertad de todos, no es “el único que ha sufrido duran te estos largos años solitarios y desperdiciados”. Al final proclama: “No amo la vida menos que vosotros. Pero ni puedo vender mis derechos de nacimiento ni estoy dispuesto a vender los derechos de nacimiento de mi gente para ser libre. Estoy en prisión como representante del pueblo y de vuestra organización, el CNA que fue prohibido. ¿Que libertad me ofrecen cuando la organización popular sigue estando prohibida? ¿Qué libertad me ofrecen cuando me podrían arrestar por un delito según el “pase“? ¿Qué libertad me ofrecen para vivir mi vida como una familia con mi querida esposa que sigue desterrada en Brandford? ¿Qué libertad me ofrecen cuan do debo pedir permiso para vivir en una zona urbana? ¿Qué libertad me ofrecen sí necesito un sello en mi “pase” para buscar trabajo? ¿Qué libertad me están ofreciendo cuando ni siquiera se respeta mi ciudadanía sudafricana? Sólo pueden negociar los hombres libres. Los prisioneros no pueden concertar contratos…Yo no puedo hacer ni haré ninguna promesa en un tiempo en el que ni yo, ni vosotros el pueblo, estamos libres. Vuestra libertad y la mía no se pueden separar. Volveré”. La conclusión no podía ser más clara: “La salida no depende de él” respondería Winnie en 1990, porque Mandela seguía poniendo sus condiciones para su un hecho pare el que es difícil encontrar un parangón en la historia. Había caído ya el presidente Botha con un saldo claro de una derrota de su reforma calificada de cosmética, y había entrado un nuevo presidente, Frederik W. de Klerk que daría un giro que exigía la situación gubernamental. En una de sus primeras declaraciones, de Klerk reconocía que había que acabar con el apartheid e impulsó a continuación algunas medidas importantes. Fueron liberados todos los de Rivonia con excepción de Mandela, y delante de las grandes manifestaciones de masas con que fueron recibidos, Sisulu, Mbeki y los otros proclamaron su fidelidad al CNA –o al SACP, plenamente identificados en este proceso hasta el punto de presidir los ministerios más “sucios” en la aplicación de las medidas neoliberales–, y defendieron sus ideas de lucha por más que el gobierno les instó a pacificar los espíritus. El movimiento de oposición estaba ya desmantelando muchos de los aspectos más cotidianos del apartheid, la desobediencia a las leyes era ya un punto de honor para la mayoría que entraba y salía por playas, restaurantes y hospitales con el mismo derecho que hasta entonces se había reservado a los blancos…No pasó mucho tiempo para que de Klerk cumpliera otro requisito planteado por el prisionero de Pollsmoor: la legalización de les organizaciones anti-apartheid, del CNA y del SACP en primer lugar. El apartheid tenía ya los días contados. En el fondo de este cambio histórico estaba la crisis social que vivía Sudáfrica, la oposición de los países del Frente del rechazo con Zimbabwe en primer lugar, el fin de la hegemonía directa de Sudáfrica en Namibia, pero la nueva política exterior soviética de abandono de las luchas nacionales y antiimperialistas, la caída del muro de Berlín, y la descomposición del estalinismo, un “nuevo mundo” en el que caía lo malo pero ascendía lo peor (la llamada “revolución conservadora”). La liberación de Mándela ya estaba madura. Su libertad se había convertido en una esperanza para los liberales blancos que reconocían ahora en Mandela la posibilidad de contener lo que algunos comentaristas y activistas tan notables como Breyten Breytenbach habían caracterizado como un proceso irreversible de guerra civil que dividiría a los mismos blancos, de manera incluso más tajante a la que Pretoria estaba tratando de atizar con los atentados provocados por las huestes zulúes del neoliberal Buthelezzi. De hecho, los propio bóers se habían dividido, una mayoría “evolucionista” se había situado

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detrás de Klerk argumentando ahora a favor de los “derechos de la minoría” (blanca, por supuesto), de las garantías para el mercado libre, etc. Una minoría formaba un nuevo partido conservador que forma algo parecido a lo por aquí se llamó durante la “Transición” “el Búnker” y no dudaba en emplear la esvástica en sus estandartes y colgar carteles en los que se podía leer “!Que cuelguen a Mandela¡” Estos conservadores declararon que preferían emigrar a nuevas tierras; repetir el “gran treck” de sus antepasados, antes de integrarse en una sociedad multirracial, mera palabrería, entre otras cosas porque ya se no quedaban tierras que colonizar, se la habían quedado en los últimos siglos. Por lo tanto, ¿qué tierras iban a reclamar?, ¿en nombre de qué?, ¿donde encontrarían la mano de obra casi esclava?, tampoco podrían regresar a su “Europa”, a la liberal Holanda donde habrían seguramente parecidos gente de otro planeta. El gobierno trató de acondicionar la liberación de Mandela seguramente a una declaración pacificadora en tanto que el CNA también puso su premisa: el fin del Estado de Emergencia, ya que no se podía negociar nada mientras “se mata despiadadamente a nuestra gente en las calles de Johannesburgo”. La esperada libertad de Mandela llegó finalmente en un día que señaló como ningún otro la historia de Sudáfrica: el 11 de febrero de 1990. Salió por la puerta grande, sin un acuerdo estricto. Entre otras cosas porque Mandela seguía siendo un militante del CNA y los problemas que estaban encima de la mesa no eran tan simples como para encontrar una rápida vía negociadora. De momento allí estaba, en la calle, en medio de su pueblo que lo clamaba en actos multitudinarios, de ebullición imposibles de encontrar en otros en estadios, con un pueblo “rebosante” de alegría y de ritmos que eran ahora de reafirmación, no eran ni esclavos, ni enanos, ni desechos (como los había tratado la misma señora de De Klerk), sino seres humanos dignificados por la conquista de libertad, por su ideales y por su pertenencia a una nación que nacía de nuevo. En aquellos escenarios irrepetibles, Mandela apareció con un aspecto que fue describió así la novelista blanca Nadine Gordimer: “Allí estaban las fotografías, mil veces reproducidas, del hombre joven, alto, sonriente y peinado a la antigua; y allí estaba también el héroe mítico (nuestro “Che” Guevara por no decir nuestro Mesías), inmortal aunque en algunos momentos se pensase que nadie volvería a verle con vida” Inmediatamente después de su liberación, de las escenas de alborozo familiar y nacional, Mandela pudo por primera vez en su vida viajar libremente, con un pasaporte en regla, y ha emprendido un largo periplo pera pedir al mundo solidaridad en la gran tarea de reconstruir Sudáfrica sobre nuevas bases. Sus encuentros se ha repartido entre los amigos de su causa en África, con los lideres namibios en primer lugar y con el líder histórico de la OLP, Yasser Arafat -el Israel sionista fue sido durante muchos años el mejor amigo del régimen sudafricano–, y ha vuelto a encontrarse con Oliver Tambo, el amigo de siempre que le sustituyó en le tarea de reconstruir el ANC durante los duros años que siguieron el juicio de Rivonia, cuando la batalla parecía irreversiblemente perdida. Sólo los más soñadores querían creer que no era así. La lección que se ofrece al mundo es optimitas. Una vez más los “utópicos” de ayer tienen la razón después. Sin embargo, aquí habría que decir que Mandela tiene la razón a medias. Como no se olvida de reflejar Clint Eastwood en Invictus, la miseria de la mayoría sigue ahí, es más se ha agravado. No era esta lo que prometían en las luchas, no fue solo por esto por lo que lucharon los trabajadores y los jóvenes. Se dice que la vía intermedia fue la única solución posible; los blancos permitían (o sea no empleaban toda la violencia de la que eran capaces; tampoco lo harían sus aguerridos aliados imperialistas con Israel en prime lugar, no en vano había estado al lado del régimen del “apartheid” desde siempre), y los “nativos” conquistaban el derecho a la igualdad política…Es más un sector significativo de entre ellos, pudo acceder a las riquezas, el ANC ya no es un partido de lucha, es un institución estatal.

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Queda pues la mitad por hacer, que hacer por Sudáfrica, por el cono sur africano, por África que tanto esperaba de su revolución. Más tarde o más temprano vendrá otra oleada de luchas, y entonces, la historia de Mandela será una página del pasado.

La traslación al cine de Invictus, fue un proyecto largamente acariciado, sobre todo por su protagonista, Morgan Freeman. Finalmente, lo dirigió Clint Eastwood. Su título está tomado prestado de uno de los poemas escritos por Nelson Mandela en sus largos años de cautiverio. Estamos hablando de una producción en el que Morgan Freeman –que ya había interpretado a Dios en aluna ocasión- ha sido inspirador, productor y protagonista. Lo recordamos a ambos en Sin perdón, y también en Million Dolar Baby, dos catedrales del cine con las que este Invictus no podrá compararse. También es cierto que Freeman debutó como realizador en Bopha (USA, 1993), una de las películas más dura contra el régimen del “apartheid”, y más concretamente con los nativos que se avinieron a estar a su servicio aunque siguieron viviendo en los barrios delos pobres.. Se trata de una de las películas más esperadas de los últimos meses, y hasta hace días candidata, además, a triunfar en los próximos Oscar de Hollywood. Está basada en la novela del periodista “liberal” (en Sudáfrica esta palabra fue casi sinónimo de “rojo”) John Carlin El factor humano, título por cierto tomado de una gran novela de Graham Greene que Otto Preminger llevó al cine en 1980, y que sin ser de las mejores de las suyas, describía muy bien la podredumbre del régimen del “apartheid”, pero sobre todo la miserable colaboración del gobierno británico. De ahí que en su momento, la película levantara ampollas en Pretoria, no en vano fue uno de los primeros y más reputado alegatos contra un infame sistema racista al que, por cierto, le sobraron amigos “liberales” en Occidente. Esta ya no es tan dura, nos viene a decir que los blancos también tienen alma, aunque esta no llega hasta el punto de renunciar aunque sea a parte de los privilegios que arrancaron a los nativos a sangre y fuego. Y es que en Sudáfrica cambió un sistema ya condenado por la historia y por los pueblos del mundo aunque el gobierno español (de Felipe González seguía vendiéndole armas), y personajes como Reagan, Thatcher, Kohl o Manuel Fraga seguían tachando a al ANC y a Mandela de “terroristas”. Fraga escribió un par de artículos en El País a principio de los ochenta que estaría muy bien recuperar. La película nos sitúa en unos años después de la caída del apartheid y de que Mandela saliera de la cárcel tras 27 años de cautiverio, y nos cuenta la historia de aquellos hechos cruciales en los que Mandela (encarnado por un Morgan Freeman casi alado), elegido presidente tras su salida de la cárcel, pidió el apoyo de la población negra aplastada durante años -y mayoritariamente seguidora del fútbol- a la selección de rugby -el deporte de los blancos en aquel país-, una selección cuyo capitán es interpretado por Matt Damon, un individuo que, por supuesto, tiene que cambiar su actitud y que sabe lo que está en juego. Cuenta el nombre de su película, la catarsis colectiva que llevó a Sudáfrica a superar el régimen de apartheid y la división racial del país a través del triunfo del equipo nacional de rugby en el Mundial

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de este deporte celebrado en aquel país en 199, un momento en el que el “pueblo” se unifica bajo una sola nación, aunque como no deja de apuntar Clint Eastwood, nos lo hace muy arriba y otro my abajo. Cierto, ha surgido una clase media negra que antes tenía la entrada del club vedada, pero no es menos cierto que los antagonismos sociales se han hecho más abismales si cabe. El neoliberalismo ha causado sus naturales estragos con la particularidad de que ahora gobernaba el ANC que se había metido la “Carta de la Libertad” en el bolsillo. Este es el tema, Sudáfrica supera el “poder blanco”, pero solo en lo político, en la vida cotidiana, ya no hay barreras basadas en la piel. Siguen las de las clases… Invictus nos habla de cómo ambos hombres trabajaron codo a codo para acabar con los prejuicios raciales dentro del equipo y dar así un ejemplo a todo el país. El objetivo de ambos fue que Sudáfrica fuera elegida como país anfitrión de la Copa Mundial de Rugby en 1995, durante su primer mandato como presidente, tras años de ser excluidos de las competiciones internacionales debido al apartheid. Como “liberal”, Carlin ha manifestado estar muy contento con la película Confirma lo que ellos ya decían de siempre, había que hacer n cambio político radical, pero sin entrar en el ámbito sagrado e la propiedad. Se podría discutir sobre los valores cinematográficos de la película, a Eastwood le sobra talento, los actores son magníficos, la película “entra”, incluso se podría caber otra lectura, la que se insinúa cuando Matt Damon descubre una Sudáfrica que antes desconocía…

Señalemos finalmente que, como personaje real, Mandela tiene una intervención especial en la ambiciosa Malcom X, de Spike Lee, y en la que aparece con toda su autoridad moral dando una clase a los niños sobre las sinrazones del racismo. Se trata de un momento "documental" inserto bastante torpemente en una acción que no encuentra su punto de cierre, pero cuyo valor testimonial resulta indudable, sobre todo considerando el perfil "extremista" de Malcom X…

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Mandela, Malcom X, Biko, aquí habría mucha tela que cortar, sobre todo a la luz del período histórico que se está abriendo ahora en Sudáfrica, después de haberse demostrado que las revoluciones a medias han de ser –cuanto menos- ultimadas.. 5. Documentales. Cuando estaba en la cárcel se hizo una película valiente sobre él, Mandela (Gran Bretaña-USA, 1987), una serie de la BBC producida por Richard Bamber en 1987, y obtuvo una gran éxito internacional. Entre nosotros, fue emitida por la TV1 en horas puntas a finales de la década, y conoció una distribución en los vídeo-clubs donde era reconocida como «de multinacional» o sea entre las más potenciadas. Escrita por Ronald Harwood basándose en la recopilación de los escritos de Mandela, se da cuenta de importantes trazos autobiográficos, contados de manera enérgica con ocasión de juicios como el «de Traición» y el de Rivonia, en el que salvó la vida para convertirse en el prisionero político más famoso del mundo. Dada la hostilidad del régimen racista, la serie se rodó en Rodhesia en 1987 con una fuerte protección armada por parte del ejército de Robert Mugabe, un africano marxista que había accedido al poder después de ser considerado, justamente como Mandela, un peligroso terrorista.

De hecho, como tal fue considerado por el Departamento de estado norteamericano hasta finales del siglo XX.

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Pero a pesar de este contexto –y con el apoyo decidido de potencias como la propia Norteamérica e Israel--, el apartheid vivió su edad dorada hasta que en los años ochenta la mayoría negra, animada por la las victorias de las cercanas colonias portuguesas, y del movimiento de liberación en Rodhesia, y por el ascenso de nuevas generaciones que ya no soportaban más las cadenas, acabaron haciéndole la vida imposible a pesar del apoyo que gozaba de las potencias occidentales, por no hablar -paradójicamente- del Israel sionista. Otra producción reciente producida y dirigida por un equipo en el que tomó parte el inquieto Jonatham Demme (emitida en Documentos TV a principios de 1999, y titulada Free Nelson Mandela, viene a ser como un epílogo de una historia que ya se cuenta desde la perspectiva biográfica del líder nacionalista. El documental comienza con una visita a la prisión de Robbe Island, lugar obligado de peregrinación de reyes y dignatarios que en muy pocas ocasiones mostraron el menor interés por la resistencia, y acaba con la imagen de un niño, el propio Nelson Mandela, que se dispone a comenzar una nueva historia. A lo largo de dos horas, se oye la voz en off de Mandela que va aclarando su versión de cada acontecimiento histórico. La aproximación fílmica más veraz que se haya hecho sobre Mandela (y Winnie) es Mandela (1987) es una serie de la BBC producida por Richard Bamber de 1987, fue emitida por TV1 en horas puntas a finales de la década, y que incluso aquí conoció una distribución en los vídeo-clubes donde era reconocida como «de multinacional» o sea entre las más potenciadas. Escrita por Ronald Harwood basándose en la recopilación de los escritos de Mandela, se da cuenta de importantes trazos autobiográficos, contados de manera enérgica con ocasión de juicios como el «de Traición» y el de Rivonia, en el que salvó la vida para convertirse en el prisionero político más famoso del mundo. Dada la hostilidad del régimen racista, la serie se rodó en Rodhesia en 1987 con una fuerte protección armada por parte del ejército de Robert Mugabe, un africano marxista que había accedido al poder después de ser considerado, justamente como Mandela, un peligroso terrorista. El género documental en la Sudáfrica del apartheid se ha desplazado desde los textos absolutamente políticos de los 80 hacia una zona más personal. Project 10, una serie de documentales exhibida por todo el mundo, que examina las experiencias personales de diez años de democracia en Sudáfrica, se convirtió en un punto de referencia obligado en la producción nacional de documentales. Project 10 fue desarrollado por la televisora pública SABC1 y financiado por NFVF, el Instituto Maurits Binger y el Instituto Sundance. Un contribuyente fundamental para estimular la realización de documentales en Sudáfrica ha sido Encounters, el festival internacional de cine documental con frecuencia anual de Sudáfrica, el cual incluye talleres sobre producción de documentales. Algunas universidades y escuelas de cine como CityVarsity Film y Television and Multimedia School también ofrecen cursos de comprensión sobre realización de documentales. Nota final. No he podido ver las últimas películas sobre Mandela y sobre Winnie, por el sencillo motivo de que todavía no se han estrenado entre nosotros. De momento, todo indica que siguen las pautas establecidas de exaltación, mucho más crítica con Winnie que con Nelson. Quizás no ha llegado todavía el tiempo para penetrar en lo que este ha acabado significando en manos de los sectores del ANC que han escalado en el poder político y en el financiero a condición de situarse dentro de un orden que expulsa a la mayoría social “nativa”, como es propio en la lógica del llamado neoliberalismo. En “el país del Arco iris” que hablaba Desmod Tute, los privilegios sociales siguen teniendo el mismo color.