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revista numero 33
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Las Ciencias Sociales y las Humanidades
en el norte de México
VOL. 17NÚMERO
33ENERO-JUNIO
2 0 0 8
REVISTA DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES
ISSN
018
8-98
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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE CIUDAD JUÁREZ
Jorge M. Quintana SilveyraRector
David Ramírez PereaSecretario General
Javier Sánchez CarlosDirector del Instituto de Ciencias
Sociales y Administración
Servando Pineda JaimesDirector General de Difusión Cultural
y Divulgación Científi ca
Héctor Antonio Padilla DelgadoDirector GeneralDirector GeneralDirect
Rosalía Herrera OlivasAsistente
Mayola Renova GonzálezSubdirectora de Publicaciones
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE CIUDAD JUÁREZNóesis, Revista de Ciencias Sociales y Humanidades del Instituto de Ciencias Sociales y Administración
Comité Editorial:Juan Luis SariegoEscuela Nacional de Antropología e Historia ENAH-ChihuahuaConaculta/Instituto Nacional de Antropología e HistoriaChihuahua, Chihuahua, MéxicoNoemí Luján UAM-XochimilcoMéxico, D.F.María VaraUniversidad Autónoma de MadridMadrid, EspañaTony PayánUniversidad de Texas en El Paso Department of Political ScienceEstados UnidosClara Eugenia RojasUniversidad Autónoma de Ciudad Juárez MéxicoChristine CartonUniversidad Autónoma de Ciudad Juárez MéxicoVíctor OrozcoUniversidad Autónoma de Ciudad JuárezMéxicoServando Pineda JaimesUniversidad Autónoma de Ciudad JuárezMéxicoRoberto FollariUniversidad Nacional de Cuyo ArgentinaJosé Manuel GarcíaUniversidad Estatal de Nuevo MéxicoEstados UnidosGustavo Gómez QuintanaDiseño de portada
Nóesis es una revista del Instituto de Ciencias Sociales y Admi-nistración de la UACJ, volumen 17, número 33, enero-junio 2008. Para correspondencia referente a la revista, comunicarse al teléfo-no: (656) 688-38-00 exts. 3658, 3853 y 3658; línea directa (656) 688-38-53, o bien escribir a los siguientes correos electrónicos: [email protected] y/o [email protected].
Hecho en México /Printed in Mexico
© UACJ
Los manuscritos propuestos para publicación en esta revista debe-rán ser inéditos y no haber sido sometidos a consideración a otras revistas simultáneamente. Al enviar los manuscritos y ser acepta-dos para su publicación, los autores aceptan que todos los dere-chos se transfi eren a Nóesis, quien se reserva los de reproducción y distribución, ya sean fotográfi cos, en micropelícula, electrónicos o cualquier otro medio, y no podrán ser utilizados sin permiso por escrito de Nóesis. Véase además normas para autores.
Revista indexada en LATINDEX, C, C, LASE Y REDALYC.
Nóesis: Revista de Ciencias Sociales y Humanidades/Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Instituto de Ciencias Sociales y Administración. núm. 1, vol. 1 (noviembre, 1988). Ciudad Juárez, , vol. 1 (noviembre, 1988). Ciudad Juárez, ,Chih.: UACJ, 1988.SemestralDescripción basada en: núm. 19, vol. 9 (julio/diciembre, 1997)Publicada anteriormente como: Revista de la Dirección General de Investigación y Posgrado.ISSN: 0188-98341. Ciencias Sociales—Publicaciones periódicas2. Ciencias Sociales—México—Publicaciones periódicas3. Humanidades—Publicaciones periódicas4. Humanidades——México—Publicaciones periódicas
H8.S6. N64 1997300.05. N64 1997
Permisos para otros usos: el propietario de los derechos no permite utilizar copias para distribución en general, promociones, la crea-ción de nuevos trabajos o reventa. Para estos propósitos, dirigirse a Nóesis.
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EL SIGNIFICADO DE NÓESIS
NÓESIS. Este término es griego y se vincula con otro muy empleado en la filosofía clásica: nous (razón, intelecto). La elección de este título se deriva de algunas consideraciones acerca de la teoría del conocimiento que se desprenden del conocido símil de la caverna (República, VII).
El hombre, que ha podido contemplar el mundo de los arquetipos, esto es, que ha logrado penetrar las esencias, no puede ya contentarse con la proyección deformada del conocimiento sensible. La luz que lo iluminó es la filosofía, que Platón conceptualiza todavía en el sentido pitagórico de ancla de salvación espiritual. Al ser iluminado por ésta, el hombre siente la necesidad de comunicar a ex compañeros de esclavitud la verdad que ha encontrado, aun cuando estos últimos puedan mofarse de él, como lo había hecho la mujer tracia con Tales. La misma alegoría recuerda los descensos al Hades del orfismo y del pensamiento religioso pitagórico.
En el conocimiento, así caracterizado, Platón encuentra diversos grados. El primero es dado por la experiencia, que es de suyo irracional, porque se fundamenta en una repetición mecánica de actos.
Ésta se racionaliza en el arte (techne), es decir, en la habilidad adquirida, en las reglas metodológicas, puesto que en dicha actividad se investigan los datos de la experiencia. Entre las distintas artes sobresale la filosofía, porque no examina los fenómenos aisladamente, sino que los ve en su con-junto. Platón llama a esta visión totalizadora “dialéctica”, y dice que ella se alcanza a través del ejercicio de la razón (nóesis).
Por medio de este ejercicio alcanzaremos pues el conocimiento que, para ser válido, debe ser verdadero y tan real como su objeto. Estas con-sideraciones sintetizan el propósito y el objetivo de esta revista: presentar trabajos que reflejen, manifiesten, denuncien, los diferentes aspectos de nuestra realidad y hacerlo a través del “ejercicio de la razón”, es decir, de la NÓESIS.
Dr. Federico Ferro Gay (Dr. Federico Ferro Gay (Dr. Federico Ferro Gay ( Dr. Federico Ferro Gay ( Dr. Federico Ferro Gay ( ))
Contenido
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Abstracts
Presentación
Sección monográfica (Coordinador Dr. Juan Luis Sariego)
Espacio, territorio y territorialidad simbólica. Casos y problemática de la arqueología en el norte de MéxicoFrancisco Mendiola Galván
Las Ciencias Sociales en el noreste de México. Un análisis desde dentroEfrén Sandoval Hernández
En la búsqueda de una antropología del norte de México. La experiencia de los coloquios Carl LumholtzJuan Luis Sariego
Sección variaControl social en la sociedad redMiguel Héctor Fernández Carrión
Impacto de las sequías en el Río Conchos y sus repercusiones en el manejo internacional del agua entre México y Estados UnidosLuis E. Cervera Gómez
Datos generales de la masonería y cambio religioso en Xochiapulco, Puebla, México. (Una visión desde la historia cultural)David A. López Vibaldo
Grupos económicos y crecimiento urbano: las dos realidades de las Grupos económicos y crecimiento urbano: las dos realidades de las Gruposciudades en el suroeste estadounidenseFrancisco J. Llera, Alfredo Granados, Ma. de los Ángeles López, Lidia Nesbitt, Gabriela Velazco, Abril Pérez, Lorena Pérez, Aydee Quintana, Hugo Rojas, Mariana Loera y Daniel Fierro
Sección libros, entrevistas y otras narrativasDramaturgia de HermosilloSusana Báez
Masculinidad(es) en la historia de Don DanielSergio Pacheco González
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Abstracts
Space, Territory and Symbolic Territoriality. Cases and Problematic of the Archaeology in the North of Mexico.In this work are analyzed the concepts of space, territory and symbolic territoriality. In turn, it is being indicated the need to integrate them to the archaeological research, not only as an act of respect towards the indigenous people, but also as a way of obtaining elements for the defense of their own territories. To demonstrate that the symbolic territoriality has been ignored, even forced, there are approached in this article some cases that have been presented to the interior of the archaeo-logical research in the North of Mexico. Derivative of this, there are pro-posed some strategies that will help to the archaeology to have an ampler consciousness of what are those territories.Key words: Space, territory, arqueolgy.
Francisco Mendiola Galván
The Social Sciences in the Northeast of Mexico. An Analisis from Within.I write this article as a member of the academic community of the northeast of Mexico, more specifically, of the state of Nuevo León. According to this context, I depart form my personal experience and that of other colleagues in order to show what I consider a process of change of reality of the social sciences in the region. In this work, I use my own personal experience to illustrate the situation and main problems faced by the education institutions and the social sciences during the ninety’s, mainly. Also, I use it to demonstrate that such situation has changed with the arrival of more researchers and the opening of more spaces for social science research.Key words: Education institutions, social sciences, research.
Efrén Sandoval Hernández
The Experience of the Carl Lumholtz Conferences.The present article deals with the Carl Luhmoltz Conferences, which focused on the anthropology and development of the social sciences and the anthropology of Mexico, particularly in the northern part of the country.Key words: Anthropology, social sciences, northern Mexico.
Juan Luis Sariego Rodríguez
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The Social Control in the Net Society.The social control in the net society, is old as the human history and has always existed. What has been changed is their ideologi-cal and applied conditions. Starting from the last part of the XX century, where the information and comunication revolution took place in the society. Subtle changes in the net has been shown worldwide; due to those peculiarities that the informationalism (Castells) confers to the red soci-ety in the Cyberspace. This control is unilaterally exercise by the super-power of the United States with the technical control and manipulation in the contents presented in the red and, in consequence, in the society.Key words: social control, society net, fear, globalization
Miguel-Héctor Fernández-Carrión
Impacts of Droughts on the Rio Conchos Watershed over the Interna-tional Water Treaty Between Mexico and the United States of America.This paper is aimed to analyze drought conditions using PDSI values and hydrological data for the Rio Conchos Watershed during two decadal periods: 1950´s and 1990s. Related to drought and from the International Water Treated signed in 1944 two key words are analyzed: extreme drought conditions and five years cycle -pre-established as a maximum time with these extreme drought conditions. Key words: Rio Conchos Watershed, drought and International Water Treaty of 1944.
Luis E. Cervera Gómez
General Performances of the Masonry and Religious Change in Xochi-apulco, Puebla; Mexico (a Vision from Cultural History).This document explain in few words the research work make in the past years 2003, 2004 y 2005 to obtain the Anthropology grade for the Benemerita Universidad Autonoma de Puebla, with the finality to show one event of religious change in native community in the mountain range of Puebla, Mexico in Xochiapulco one continual historic events together the Masonry and the nationalism, play a crucial role for the conformation of the current identity of the community.Key words: Masonry, Xochiapualco, religious change, cultural history, Puebla.
David Alejandro López Vibaldo
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Presentación
Las Ciencias Sociales y las Humanidades en el norte de México. La diversidad de situaciones que tiene lugar en las sociedades
contemporáneas exige a los académicos e investigadores universitarios vincular su ejercicio profesional con dos propósitos fundamentales: uno, generar conocimiento que contribuya a la solución de problemas locales y regionales, y dos, conseguir una mejor formación de científi-cos sociales y humanistas.
Los alcances de uno y otro propósito conducen a plantear la nece-sidad de dar seguimiento a un proyecto, el cual haga un balance sobre la situación y el desarrollo actual de las ciencias sociales y humanidades en la actualidad. De este modo, el balance habrá de considerar distin-tos cauces. Por ejemplo, un primer cauce consistiría en estudiar los di-ferentes aspectos concordes con las trayectorias de los seres humanos o las sociedades humanas según dictan los informes y conocimientos relacionados con ciencias como la historia, el arte, la filosofía, la psico-logía, la sociología, la economía, etcétera.
Un segundo camino sugeriría revisar en qué medida se ha logrado institucionalizar a las ciencias sociales y las humanidades en el ámbito académico. Es decir, esta opción propondría realizar un recuento ge-neral que destaque los enfoques teórico-metodológicos en los que se sustentan el quehacer científico, social y humanístico en determinada región.
Una tercera ruta plantearía inspeccionar el ejercicio profesional de los arqueólogos, los antropólogos, los sociólogos, etcétera, donde conceptos como espacio, territorio, comunidad o contexto, se constituyan como la esencia del conocimiento científico. Esto es, la idea de dirigir nuestra mirada hacia uno u otro rumbo habría de permitir adentrarnos en una aventura epistemológica-empírica que nos auxilie para cono-cer en qué forma y bajo qué directrices una u otra región —localizada en México, Estados Unidos o cualquier otro espacio geopolítico— se ha convertido en la actualidad en un objeto relevante de estudio social y humanístico.
En este caso, la oportunidad de emprender esta aventura —posi-
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cionados en el norte de México— nos ha conducido a reunir en este fascículo un número selecto de artículos cuyo contenido revela algu-nas preocupaciones que abrevian atinadamente las circunstancias que guardan uno u otro de los cauces referidos. En particular, la sección monográfica de este número recoge tres artículos, los cuales ponen al descubierto lo difícil y complejo que puede resultar desafiar los riesgos, prácticas o estilos peligrosos que se manifiestan —desde muy diversos ángulos en las ciencias sociales y humanas— en el intento de buscar aproximarnos a una realidad compacta, no estandarizada ni definitiva, cuya parcelación académica-científica del saber no es necesariamente compartida.
En este marco, Francisco Mendiola Galván, profesor de la Escue-la Nacional de Antropología e Historia (ENAH), presenta un recuen-to de los conceptos de espacio, territorio y territorialidad simbólica en la arqueología en el caso del norte de México, destacando la necesidad de analizar las circunstancias de los pueblos indios de esta región, dada su preocupación por proponer y poner en marcha las distintas estra-tegias que contribuyan a defender el significado y el simbolismo que representa cada comunidad y territorio.
En cambio, Efrén Sandoval Hernández, profesor de la Universi-dad Autónoma de Nuevo León (UANL), en su artículo Las Ciencias Sociales en el noreste de México. Un análisis desde dentro estudia, a partir de hacer una remembranza sobre los procesos formativos ocurridos en materia de investigación social en la región de la zona metropolitana de Monterrey, lo que él considera el proceso de cambio ocurrido en la realidad de las ciencias sociales en el caso neoleonés.
Finalmente, Juan Luis Sariego, también profesor de la ENAH, Unidad Chihuahua, comparte con los lectores de este número el signi-ficado que la experiencia de la celebración del Coloquio Carl Lumhol-tz de Antropología e Historia representa en el marco de las ciencias sociales para los estados anclados en el norte de México.
Ante este panorama, cabe afirmar que las preocupaciones de los estudiosos de las ciencias sociales y las humanidades van más allá de una frontera geopolítica o una historia única establecida. Por ello, no sorprende que el marco de la globalización en esta nueva era tecno-
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lógica haya venido a imponer nuevos esquemas. Prueba de ello se muestra en el contenido de los artículos compilados que conforman la Sección Varia. En estos apuntes, un primer artículo propuesto por Miguel Héctor Fernández Carrión, profesor del Instituto de Estu-dios Históricos y Económicos (IEHE) de España, revisa, con base en los conceptos de “informacionalismo” a la cibersociedad o la “sociedad red” de Castells, los formatos bajo los cuales Estados Unidos ejerce un control social utilizando y manipulando a su favor los contenidos presentes en la red de la informática.
Un siguiente artículo asociado con las fronteras, cuyo autor es Luis E. Cervera Gómez, investigador del Colegio de la Frontera Nor-te (COLEF) sede Ciudad Juárez, sitúa al Río Conchos como el pro-tagonista principal de su análisis. Cervera utiliza el índice de sequía de Palmer para ilustrar que el impacto del cauce de este río en las condiciones de sequía extrema repercute en el manejo que se haga del Tratado Internacional de Aguas entre México y Estados Unidos. Los resultados obtenidos son sorprendentes.
Luego, atendiendo una perspectiva de la historia cultural, David Alejandro López Vibaldo, profesor de la Universidad Iberoamericana campus México, nos expone las repercusiones que la masonería y el nacionalismo han provocado en el cambio religioso sufrido recien-temente en la identidad de la comunidad indígena de Xochiapulco, Puebla. Cierra esta sección el artículo de tipo colectivo, firmado por Francisco Javier Llera Pacheco, Alfredo Granados Olivas, María de los Ángeles López Nórez, Lidia Nesbitt, Gabriela Velazco, Abril Pérez Cardona (profesores de la UACJ) y Aydee Quintana Duarte, Lorena Pérez Zamora, Hugo Rojas, Mariana Loera Espinoza y Daniel Fierro Lara (estudiantes de la UACJ), cuyo contenido enfatiza los procesos de desarrollo económico y crecimiento urbano experimentados por dos ciudades del suroeste estadounidense: Tucson y Phoenix, Arizona, con propósitos de comparación.
Finalmente, ha correspondido a Susana Baez (profesora de la UACJ) y a Sergio Pacheco González (estudiante del Programa de Doc-torado de Investigación en Ciencias Sociales del ICSA de la UACJ) compartirnos cada uno un texto para la Sección Libros, entrevistas y
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otras narrativas. Esta sección, la cual concluye este fascículo, recoge las reflexiones de Baez respecto al contenido de la Dramaturgia de Her-mosillo de Enrique Mijares (coord. y pról.). Y, por lo que corresponde al Mtro. Pacheco, él nos presenta un resumen y un análisis sucinto de la historia de Don Daniel, un inmigrante con 74 años de edad, proce-dente de un entorno rural, cuya trayectoria de vida no ha estado exenta de enfrentar situaciones personales y familiares marcadas por el dolor y la esperanza. En breve, ilustra la confluencia de diversos ejes que dan cabida a las representaciones de la(s) masculinidad(es).
De este modo, no resta más que invitar a nuestros lectores a con-tinuar con esta aventura cognitiva de forma que su panorama sobre el curso de los acontecimientos y la historia contemporánea permita ampliar el horizonte del entendimiento individual, social y humano.
Myrna Limas HernándezUACJ
En este trabajo se analizan los conceptos de espacio, territo-rio y territorialidad simbólica. A su vez, se señala la necesidad de integrarlos a la investigación arqueológica, no sólo como un acto de respeto hacia los pueblos indios, sino también, como una manera de obtener elementos para la defensa de sus propios territorios. Para demostrar que se ha ignorado, incluso violentado la territorialidad simbólica, se abordan
en este artículo algu-nos casos que se han presentado al interior de la investigación ar-queológica en el norte de México. Derivado
de esto, se proponen algunas estrategias que ayudarán a la arqueología a tener una mayor conciencia de lo que son estos territorios.
Espacio, territorio,Palabrasclave:
arqueología
Francisco Mendiola Galván1
In this work are analyzed the concepts of space, territory and symbolic territoriality. In turn, it is being indicated the need to integrate them to the archaeological research, not only as an act of respect towards the indigenous people,
but also, as a way of obtaining elements for the defense of their own territories.
To demonstrate that the symbolic territoriality has been ignored, even forced, there are
approached in this article some cases that have been presented
to the interior of the archaeological research in the north of Mexico. Derivative of this, there are
proposed some strategies that will help to the archaeology to have an ampler consciousness of
what are those territories.
Space, territory,
SecciónMonográfi ca
Espacio, territorio y territorialidad
simbólica.
archaeology
1 Arqueólogo y maestro en Antropología Social. Investigador de tiempo completo de la Escuela Nacional de Antropología e
Historia en Chihuahua. Nacionalidad: mexicana. Correo: [email protected]
Fecha de recepción: 22 de enero de 2008 Fecha de aceptación: 1 de mayo de 2008
Casos y problemática de la arqueología en el norte de México
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El propósito de este trabajo es presentar algunas reflexiones sobre la interrelación entre espacio, territorio y territorialidad sim-
bólica y la investigación arqueológica en México, particularmente a partir de la que se ha desarrollado en la parte norte de este país. Para tal efecto se citan algunos ejemplos que fueron tomados de los estados de Sonora, Sinaloa y Chihuahua, esto con la idea de resaltar la ignorancia supina de su arqueología en torno a lo que es el terri-torio simbólico. Por un lado, se subraya la necesidad de repensar la relación entre las sociedades indígenas contemporáneas y los con-textos arqueológicos, es decir, reflexionar sobre el ámbito de las vinculaciones entre los grupos indígenas, sus territorios y la cultura material depositada arqueológicamente en ellos; por el otro, se busca el acercamiento a la arqueología sobre la base del respeto de la te-rritorialidad simbólica. Con la claridad de que esto no sólo es para relacionar el presente indígena con su pasado, la interrelación entre éstos podría llegar a evidenciarse por medio de la investigación de la cultura material arqueológica, reforzada, en muchos casos, por las fuentes etnohistóricas, como son los códices y las crónicas de con-quista y evangelización. Con ello se presenta la real posibilidad de considerar que las cosmovisiones, percepciones simbólicas y prác-ticas existentes en los espacios y territorios que las sociedades vivas ocupan, ayudarían a la comprensión global del fenómeno arqueoló-gico y también del etnográfico, ambos en cada uno de sus contextos culturales y naturales; pero lo más importante es hacer patente la necesidad de que la investigación arqueológica —como es el caso de la mexicana— debería de adquirir un mayor compromiso en relación con los derechos indígenas en términos de la defensa de los territo-rios de los pueblos indios.
Es bien sabido para la historia de la antropología mexicana que los trabajos de Manuel Gamio, Alfonso Caso y Carlos Navarrete en la primera y segunda mitad del siglo XX, muestran una interrelación, incluso simbiosis, entre la cultura indígena moderna y la arqueología. Sus trabajos ofrecen ejemplos maravillosos que desafortunadamente
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nla arqueología mexicana de los últimos tiempos no ha comprendido del todo en el sentido etnoarqueológico, sociocultural y etnográfico con el presente de los grupos indígenas y mucho menos los ha utili-zado para reivindicar y defender sus derechos territoriales.2
La actitud congruente de defensa y revalorización de las culturas indígenas de estos estudiosos, se contrapone en lo general al queha-cer arqueológico actual, ese que ha buscado legitimar el discurso del poder y, por ende, al poder mismo. En ese sentido, Miguel Bartolomé afirma: “El grupo social portador del aparato político de la sociedad ha incrementado su poder ideológico tratando de hacer suyos todos los símbolos que contribuyan a su legitimación histórica. El pasado prehispánico es incluido como parte de ese proceso de apropiación
2 Al enfrentarse a la cultura india, Manuel Gamio experimentó una exigencia por partida doble y contradictoria: por una parte, se debe conservar lo original y propio del aborigen, por la otra, inevitable y necesario es acercarlo a nosotros en aras de que progrese precisamente haciéndolo que deje ese dañino alejamiento (Villoro, 1979: 199). Es con Gamio que se inicia la Escuela Mexicana de la Arqueología. Al interior de ella se gestaron las políticas para la conservación patrimonial en relación con los grupos indígenas y con ello se buscó fomentar el sentimiento de hermandad latinoamericana. Uno de sus seguidores fue Alfonso Caso, principal promotor, hasta la década de 1950, quien, de una manera muy particular de hacer percibir la antigüedad, generó un impactó en el sistema educativo a través de sus investigaciones arqueológicas, siendo verdaderas apologías al pasado indígena que construyeron y consolidaron la nacionalidad mexicana. Dicha escuela, además de sus contribuciones a la arqueología en el ámbito de la investigación y la enseñanza, promovió el respeto al indígena del pasado y del presente (cfr. Litvak, 1986: 147-149). De Carlos Navarrete mucho se puede decir: Bolfy Cottom lo ubica como un verdadero humanista que ha sabido conjugar la arqueología con la etnología, la historia y la sociología (2002: 42), personalidad que resume la máxima lección de que “la arqueología no tiene sentido si no es en relación con su compromiso con el presente. El compromiso iniciaba como un compromiso político [...] y que era permanentemente expresado no solamente en clase sino en todo tipo de actos académicos y públicos —con las consabidas protestas de algunos que lo denunciaban de intentar ‘politizar la arqueología”— (Gándara, 2002: 22). La posición de Navarrete contrasta y se opone a la de Alfonso Caso, para esto basta revisar sus consejos “A un joven arqueólogo mexicano” Caso, para esto basta revisar sus consejos “A un joven arqueólogo mexicano” Caso, para esto basta revisar sus consejos “(1974) en los que es posible percatarse de que este sabio mexicano consideraba incongruente y “acientífi co” mezclar arqueología con política. No obstante, es
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simbólica orientado hacia la reificación del Estado” (1997: 72).3 Las posiciones ambiguas o de ignorancia por parte de la arqueología mexicana en cuanto a la presencia indígena en los espacios en los que ella trabaja, se traducen en una indiferencia de la otredad presente como proyección del pasado: “si el indio muerto no importa menos el que ahora vive”. Julio César Olivé Negrete considera que las colec-tividades que conforman el pueblo indígena son descendientes de las poblaciones que habitaron los distintos espacios de lo que ahora es México antes de la Conquista, así resulta “…evidente la relación es-pecial, de orden espiritual, ideológico, que vincula a los sitios arqueo-lógicos con dichas comunidades” (2004: 808 [1998]). La displicencia de la arqueología en ese sentido hacia los grupos indígenas actuales no es circunstancial, es uno de los tantos síntomas del positivismo que la caracteriza: la materialidad del dato es lo que cuenta, lo demás
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muy importante que Caso llegara a afi rmar en sus cursos sobre indigenismo que las viejas culturas indígenas sirven “…para explicar modalidades todavía vivientes en las comunidades indígenas actuales” (Caso, 1989: 141 [1956]). Es evidente que, a partir de la escuela de reconstrucción monumental en la década de 1930, la separación entre la arqueología y las culturas indígenas vivas, se recrudece —paradójicamente— con las posturas positivistas de Alfonso Caso, las cuales marcan una brecha entre arqueología y política. No obstante, para un análisis y evaluación del divorcio entre las culturas indígenas y el quehacer arqueológico contemporáneo, es necesario revisar las tendencias y escuelas de la arqueología mexicana del siglo XX (reconstrucción monumental, marxista, ecología cultural y tecnicista) y constatar que en ellas prevalece la indiferencia hacia lo indígena.
3 La arqueología mexicana, sobre todo la que en Mesoamérica se practica, sigue aún cumpliendo un papel de reproductora ideológica. En el pasado reciente esta disciplina fue uno de los principales alimentos ideológicos del nacionalismo; aho-ra, lo es más como agente del desarrollo económico, en particular como detonante importante del turismo. Uno de tantos síntomas de este tiempo de vientos neo-liberales, son las propuestas de reforma del sexenio foxista por parte del sector educativo gubernamental, las cuales han buscado erradicar la enseñanza de la his-toria del México prehispánico en los planes de estudio de la escuela secundaria. Cuauhtémoc Velasco señala en torno a estas intenciones que la historia prehispá-nica ha tenido un papel muy importante en la construcción de identidad y en el mismo discurso mexicanista; además, y por otra parte, el integracionismo buscó que las culturas indígenas vivas desaparecieran en aras de un nacionalismo ram-
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apesta.4 Tal condición de indiferencia, incluso de rechazo por parte de la arqueología mexicana, se debe en parte a posiciones como la de Olivé Negrete:
…muy difícilmente podrá establecerse un vínculo directo entre las comunidades prehispánicas y las sociedades indígenas actuales, dados los procesos de pobla-miento, migraciones, redistribución, aculturación, genocidio y demás factores que provocaron grandes cambios en la demografía y en la localización de las poblaciones indígenas. Sin embargo, no puede descartarse que en algunas regiones del país la población indígena actual efectivamente descienda de los grupos que construyeron los monumentos, ya que la etnohistoria nos da instrumentos para ubicar en lo general dichos pueblos, pero no para identif icar una relación directa con los monumentos de la región, salvo los códices (op. cit.: 808).
Idea, que si bien resulta cierta para la interpretación teórica, téc-nica y práctica de la arqueología, es contraria, a la idea que se desa-rrolla en este trabajo en el ámbito del territorio simbólico (al que Olivé Negrete llama “lo ideológico” o del “orden espiritual”). Por otra parte, debo señalar que si bien es cierto que en algunos espacios en los que la arqueología investiga ya no existen grupos indígenas vivos, es-tos sitios arqueológicos no les han dejado de pertenecer; así tampoco
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plón. Ahora, las pretendidas reformas impactarían negativamente tanto en la base de la nacionalidad como en la formación de identidad de las nuevas generaciones (2004: 36). A todas luces es clara la intención de eliminar de raíz todo resquicio indígena pasado y presente con la idea de que el desarrollo fl uya sin estorbos socioculturales emanados de los pueblos indios, así también se consideran las disciplinas que los estudian y fomentan (historia, antropología y arqueología).
4 Navarrete señala: “...nos estamos volviendo cada día más arqueólogos y menos antropólogos, y cada día más doctores y menos arqueólogos. Por eso ignoramos nuestro alrededor. No existen los hombres, han desaparecido los hombres vivos [...] Los arqueólogos de ahora ya no arribamos más a tierras de indios (Buscá la carroña donde los niños y los chuchos arrancaban carne morada, buscá en la sarna de toda la comunidad, buscá entre las cobijas el olor a chivo mojado, buscá en el sudor pegado al sombrero y éste al mecapal y éste al cacaxte y éste a la espalda y ésta casi hasta el suelo durante siglos. Ya no excavés tanto, escarvá un poquito entre la mugre y la caca. Sentí los piesotes y el solo callo. Comete tu sanguchito frente a la disentería y seguí tan tranquilo...)” (1978: 150-151).
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se debe asumir que por el solo hecho de estudiarlos nos convirtamos en poseedores de su conocimiento y aún menos de sus territorios. Nunca nos han pertenecido y nunca nos pertenecerán sobre todo si se es congruente con lo que es el territorio simbólico, algo que la arqueología mexicana no ha considerado de manera responsable, de allí su irrespetuosa relación con la materialidad cultural del pasado en relación con los espacios y sitios que investiga. La tradición ar-queológica nos envuelve y articula en la inercia de la investigación.5
Dicha tradición, en gran medida, alimenta la idea anacrónica del “pasado glorioso de México”, sobada proyección nacionalista, útil a la verborrea demagógica y oficialista de los gobernantes de extrac-ción priísta y no priísta, del pasado inmediato y del presente mismo, quienes han emitido elementos discursivos que hacen referencia a una identidad monolítica en la que, para los fines del proyecto de na-ción, los indígenas no están; ese es el México profundo que plantea Guillermo Bonfil (1990), conformado y representado históricamen-te por los indígenas que no se ven, negados por los planes y acciones del neoliberalismo. Así, frente a un emisor imaginario —arqueólogo tradicional por cierto—, se escucha el rechazo irónico de la anterior idea: “estás equivocado, la arqueología es una ciencia pura, objetiva, que cuantifica y mide los datos que sistemáticamente obtiene; la ar-queología no es política porque entonces dejaría de ser arqueología y entonces no podría reconstruirse el pasado social ni investigar, con-servar y difundir el patrimonio cultural, actos que deben ser asépti-cos por el bien del desarrollo nacional, y a propósito de asepsia, los indios ya no son dueños de nada, porque además de que estorban a este desarrollo, ellos ya tuvieron su tiempo, sus ancestros nos legaron sus ruinas, sus centros ceremoniales, sus cuevas, sus tepalcates, sus pinturas rupestres y sus propios muertos en tumbas con ofrendas, las cuales, entre más ricas sean, más será mi fama como arqueólogo, ¿lo
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5 La tradición arqueológica se defi ne como “aquél legado cultural específi co de co-nocimientos, enfoques y modos cognoscitivos, lo mismo que de actitudes, valores, intereses y formas de conducta repetidos e interactuados por grupos o cuasigru-pos de arqueólogos de ese modo identifi cados” (Vázquez, 1996: 9).
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demás?, lo demás no importa...”.6
Las reflexiones del presente ensayo tienen en parte su origen en las afirmaciones que Alicia Barabas hace de la arqueología en rela-ción con el “…modelo conceptual sobre la representación del espacio a través de la etnografía, y no desde la especulación arqueológica o desde la exclusiva abstracción teórica” (2003: 17), idea que se com-plementa por los límites de los territorios habitados que guardan una condición de apropiados “…tal como lo dejan ver los códices, mapas, lienzos y títulos, así como también los mitos y los rituales en muchos de los pueblos indígenas del presente” (Ibíd.: 22). La discu-sión entonces gira en torno a la exclusión que hace la arqueología del territorio y la territorialidad simbólica en el ámbito del discurso académico y de su misma práctica profesional, situación que a to-das luces resulta paradójica frente a un buen número de casos en los que la arqueología nacional descubre evidencias materiales y lo
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6 Idea imaginada y sarcástica de corte porfi rista que no se aparta un ápice de la realidad. Con ella me atrevo a preguntar: “¿Por qué la arqueología en México ha despreciado al indio cuando que éste es el heredero directo de todo lo que es prehispánico? Pregunta hasta cierto punto mal formulada porque nadie puede ser heredero de lo que todavía está vigente, es decir, se ignoran en cierta medida las continuidades (revitalizadas o transformadas) que se expresan ahora en prácticas y concepciones que se originaron al interior de las sociedades pretéritas: cosmo-visiones, identidades, mitologías, tradiciones orales, prácticas laborales, religiosas, curativas, creencias y costumbres en general de los indios del pasado en los indios del presente” (Mendiola, 2005: 10). Lo que pretendo expresar con esta idea es que fuera del discurso trillado de que los indígenas son los herederos directos de las culturas prehispánicas y de su misma materialidad, la fractura inherente que existe entre su pasado y su presente, enmascara la realidad de la continuidad de sus representaciones, prácticas culturales, conocimientos, sitios arqueológicos y territorios, los cuales, está por demás decirlo, les han pertenecido siempre, por lo tanto, la fi gura jurídica occidental que se conoce y maneja como “herencia” se redimensiona al ser ellos los verdaderos poseedores de la materialidad provenien-te del pasado, de su pasado. Pero la realidad cruda de la ideología ofi cial que se impone, en palabras de Miguel Bartolomé es que “… el pasado no pertenece a sus herederos nativos sino a una abstracta nación mexicana, incluyente en el nivel simbólico pero excluyente en lo social. Así los pueblos indios, anteriores al Esta-do, aparecen como exteriores al mismo” (1997: 72).
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que las fuentes documentales etnohistóricas ofrecen en términos de información, esa que corrobora el dato arqueológico, simbiosis que finalmente se enriquece con la etnología.7
Es posible que esta reflexión pudiera desembocar no sólo en el campo de los complejos problemas epistemológicos que mantienen constantemente a la arqueología al borde del precipicio de la conje-tura y la especulación, sino también, en el de su ignorancia manifiesta que se traduce en una falta de respeto hacia los grupos indígenas del presente, esto en términos de la relación con sus territorios, aspectos que, en su conjunto, remiten de nuevo y esencialmente a cuestiones dia-crónicas y sincrónicas de lo epistemológico, ontológico y ético: ¿cómo hemos sabido de la realidad?, ¿cómo sabemos de la realidad?, ¿cómo es la realidad?, y ¿cómo nos relacionamos con esa realidad (indíge-na) pasada y presente? La búsqueda de las respuestas rebasaría con mucho el espacio de este ensayo, es por eso que sólo se aborda, en lo general y en lo particular, la problemática arriba esbozada.
El ensayo se estructuró bajo cuatro apartados; en el primero, se revisa el uso del concepto de espacio en arqueología; en el segundo, se analizan, en lo general, los conceptos y términos de espacio, terri-torio, territorialidad simbólica y derechos territoriales indígenas por parte de la etnología, citando para ello algunos ejemplos en los que la antropología y la arqueología de algunos países del Continente
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7 Tuve la oportunidad de conocer en el año de 1984 un códice poshispánico en la Mixteca Alta, específi camente en la población de San Pedro Yucunama, lo-calizada arriba del pueblo de Teposcolula en el estado de Oaxaca (véase fi gura 1). Guardado con todo cuidado por las autoridades municipales y de la misma sindicatura, dicho documento es reconocido como título de propiedad por los indígenas mixtecos. En él se observan los glifos del toponímico del Cerro del Amole (Yucunama), los de las tierras de labor y los de los señores principales (ca-ciques). Es un códice de piel de venado del siglo XVI que Alfonso Caso registró en su magna obra: Reyes y reinos de la Mixteca (1979: 8 y 348); sin embargo, este Reyes y reinos de la Mixteca (1979: 8 y 348); sin embargo, este Reyes y reinos de la Mixtecaautor no muestra el dibujo o fotografía de este valioso material etnohistórico. La información que dicho códice contiene se puede constatar arqueológicamente, por lo menos a través de algunos de los materiales y elementos como la cerámica, lítica y alineamientos de piedra del Cerro del Amole, toponímico y emblema del lugar que es la referencia más importante de ese territorio simbólico.
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Americano han apoyado a ciertos grupos étnicos indígenas en sus derechos identitarios y territoriales;8 el tercero, señala los desaciertos de la arqueología en cuanto a la profanación de espacios, territorios y sitios sagrados de grupos indígenas actuales, utilizando para ello tres ejemplos del norte de México y que fueron desprendidos de la ac-tuación arqueológica desarrollada en los estados arriba mencionados; el cuarto y último, presenta una propuesta general en torno a lo que la arqueología tendría que retomar para sus estudios en territorios indígenas, aun cuando en sus espacios no existan culturas indígenas vivas.
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8 A reserva de indagar para el futuro más casos que presenten vínculos específi cos sobre la defensa de los territorios y derechos indígenas en los que esté intervi-niendo la arqueología en México, en este ensayo se citan para el norte de este país (tercer apartado) los casos de Mogotavo o Mogotabo (Barrancas del Cobre, municipio de Urique, Sierra Tarahumara, Chihuahua) relacionado con indígenas tarahumaras-rarámuri, así también el de los indígenas pimas en la sierra de So-nora; ambos innegablemente no sólo reivindican la pertenencia al espacio en el que se encuentran los sitios arqueológicos y al territorio (simbólico o no), sino que de igual manera ofrecen elementos que se utilizan o podrían utilizarse para la defensa de los derechos territoriales indígenas.
Fig. 1. Códice de Yucunama, Mixteca Alta, Oaxaca. Es un documento del siglo XVI que la comunidad de San Pedro Yucunama utiliza como título de propiedad (Foto: F. Mendiola, 1984).
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El concepto de espacio y su uso en la investigación arqueológica
L a investigación arqueológica considera tradicionalmente tres dimensiones: espacio, tiempo y cultura. Interesa aquí abundar
en la primera dimensión. Según Jaime Litvak, el espacio es algo muy claro para la investigación arqueológica, ya que la localización de los objetos no presenta, en teoría, dificultad alguna. Sin embargo, la si-tuación se hace mayormente compleja cuando se cruza la variable de la distribución geográfica de los sitios con materiales parecidos fren-te a otros que son diferentes, cuestión que permite definir una región [arqueológica] como distinta a otras. Esto en particular le interesa al investigador porque estas diferencias pueden implicar la consi-deración de causas de dominación política y económica, comercio, identidad religiosa, presencia de un grupo étnico, aspectos que en su conjunto y en combinación con otros rasgos, coadyuvan a la recons-trucción de una cultura arqueológica. En esta reconstrucción no se dejan de lado el análisis y explicación de las relaciones que la cultura estudiada entabló con su medio ambiente natural y la adaptación al mismo. El espacio para la arqueología es un importante instrumento de análisis pues da cabida a una serie de relaciones entre sitios que permiten dilucidar el funcionamiento interno que se ha generado en dicha dimensión, lo que a su vez permite buscar (sobre todo desde el enfoque de la arqueología ambiental) correlaciones entre áreas cultu-rales y regiones naturales (Litvak, 1986: 33, 42-43 y 132).
De esta concepción general de la dimensión espacio, en con-junto con las que se demarcan como tiempo y cultura, lo más que se ha llegado a proponer es una arqueología con enfoque antropológico a través del uso de la “analogía etnográfica”, manejada como el esta-blecimiento de semejanzas entre situaciones del pasado o de la anti-güedad con ejemplos modernos que remiten en lo general a estados de desarrollo análogo (Ibíd.: 143-144). Pero esto no significa que en general la arqueología mexicana considere conceptualmente al territorio y a la territorialidad simbólica en términos de un respeto, traducido éste en un sentido práctico, como sería aquel en el que sus actores buscaran la autorización o los permisos correspondientes de
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los pueblos indios para llevar a cabo investigaciones arqueológicas en sus territorios. Es claro que Litvak (op. cit.) así como la mayoría de los investigadores no han planteado aproximarse de esa manera. Lo tradicional es que para el arqueólogo, como lo señala Marta Mon-zón, tanto el tiempo como el espacio del pasado sean considerados como algo lejano a su presente, [independientemente] de que se for-mulen propuestas “desde nuestro presente” (2002: 35), cuestión que permitiría suponer, en principio, que podrían tomarse en cuenta las culturas indígenas —que también son parte de ese nuestro presen-te—, pero esto, en la dinámica de la investigación arqueológica, no se concibe ni se presenta de esa manera.
La afinidad y la ayuda mutua entre arqueología y etnohistoria son innegables y necesarias. A decir de Ana María Crespo, la ar-queología accede a etapas tempranas no documentadas y a temas poco abordados en las fuentes como son los de demografía y los as-pectos tecnológicos y de cultura material en general. La etnohistoria permite la comprensión de las historias regionales que se pueden encontrar en fuentes escritas y documentos. Arqueológicamente los estudios de territorio consideran la estructura jerárquica del asenta-miento que distingue la residencia de señores principales y su corte, casas señoriales, la población dominada, la composición étnica de la unidad política y las relaciones sociales de producción, sin dejar de considerar el ámbito doméstico; la etnohistoria, también para los es-tudios de territorio, ofrece conocimientos de las instituciones socia-les que se vinculan con las formas de parentesco, herencia, religión y política, sucesión de monarcas y hazañas de conquista con precisión de tiempo y lugar (Crespo,1996: 59-60 y 71).9 Sin embargo, estudios como el de Crespo no contienen menciones ni planteamientos de
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9 Para establecer el deslinde del territorio, marcas en los linderos, lugares de fun-dación y división territorial, el estudio de Ana María Crespo utilizó tres fuentes históricas: La historia tolteca-chichimeca de la región Puebla-Tlaxcala; también los Anales de Cuauhtilán (Códice Chimalpopoca) y el relato de Xólotl, que se encuentra consignado en la Monarquía Indiana, los dos de pueblos de la cuenca de México (Op. cit.: 61).
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relación entre arqueología y etnohistoria con la etnografía de los te-rritorios considerados como objetos de investigación, situación que, por otra parte, es importante en cuanto a la necesidad de diferenciar territorio de espacio, debido a que el primero no puede ser concebido únicamente como el espacio en el que se reproduce el grupo humano como sociedad (cfr. Ibíd.: 59), sino que debe integrarse, al concepto mismo de territorio como espacio, la variable de que el primero se construye culturalmente por una sociedad a través del tiempo (Bara-bas, 2001: 16). Ambos tienen implicaciones y significados diferentes, distinción que pretende ser mayormente clarificada en el siguiente apartado.
El espacio para la arqueología es, en conclusión, una dimensión física innegable porque funciona como contenedor y sostén de los elementos y materiales arqueológico-culturales que en él se encuen-tran distribuidos y depositados.10 Para la arqueología no hay terri-torio como tal en la medida en que no tenga o no se haya propuesto tener la información etnohistórica suficiente, también, de continuar con la actitud de exclusión e ignorancia de los pueblos indígenas de nuestro tiempo, estará fuera de todo manejo integral y equilibrado de lo que se considera es el territorio y del mismo territorio simbólico.
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10 La interpretación de la arqueología recae en los contextos donde se encuentran los elementos muebles e inmuebles, no obstante, es claro que esa interpretación no siempre está respondiendo las interrogantes formuladas puesto que se trabaja en y con las dimensiones de tiempo y espacio. Para la dimensión de espacio, la arqueología encuentra lo que aparentemente no es más que “arreglos espaciales de objetos” ( Judith Hernández, 1997: 139). Esos objetos están muertos sin la consideración de lo que en el presente existe como vida (simbólica) en el uso de espacios y de relación entre objetos. Esta misma autora da la respuesta al citar una historia narrada por una indígena que ha bordado un huipil, Hernández se pregunta: “¿qué hubiéramos podido decir de este huipil sin conocer las palabras de la indígena que lo bordó?” (cfr. Ibíd.Ibíd.Ibíd : 149-150). La arqueología tiene enfrente muchas respuestas y no las ve, esto seguirá sucediendo si ésta continúa negando o ignorando las culturas indígenas del presente.
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Espacio, territorio, territorialidad simbólica y derechos territoriales indios
El espacio para la etnología aparentemente no difiere de la concep-ción que posee de él la arqueología. En esa dimensión espacial la tie-rra y el medio ambiente remiten a una base física en la que un pueblo se ha asentado. Es así un contenedor con rasgos específicos y en el que se han estado “…construyendo diversos significados, prácticas, pertenencias y límites en la medida que un pueblo (o varios pue-blos) vive allí, se sustenta de él y crea historia, sociedad y cultura en relación con ese medio ambiente” (Barabas, en prensa: 16).11 Dado que el espacio se relaciona directamente con la naturaleza, ambos se conciben sin límites, tal es el caso de las fronteras nacionales e inter-nacionales, las cuales [arbitrariamente] cortan los territorios étnicos (Barabas, 2003: 22). Lo mismo sucede con la investigación arqueo-lógica al asignarse espacios, áreas y regiones de estudio sin apoyarse de la información etnohistórica y de la etnografía del territorio o de la misma etnoterritorialidad, teniendo como resultado la fragmenta-ción etnoarqueológica que conduce al vacío de la especulación. Para Maurice Godelier, el espacio es “una extensión de tierra como una extensión de agua y, en nuestros días, de espacio aéreo: los recur-sos —explotables— en el interior de estos espacios pueden hallarse tanto en el suelo como en el subsuelo, en la superficie de las aguas o en sus profundidades” (1989: 107). Si la arqueología considerara no sólo estos factores, sino también la simple presencia de las sociedades indígenas, esa aparente diferencia en la concepción del espacio entre las disciplinas antropológicas como la etnología —por cierto sutil entre el pasado y el presente— prácticamente desaparecería.
El territorio es el ámbito espacial que histórica y culturalmente
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11 Para los Kogi, tribu del norte de Colombia, “la tierra es un gran plato redondo. Nosotros vivimos en la tierra de en medio y su centro Cherua que es el centro del universo. Allí nacieron los Kogi y desde allí poblaron la Sierra Nevada” (Reichel-Dolmatoff , 1996: 71).
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ha sido apropiado por un pueblo, pero también es un espacio que culturalmente se construye a través del tiempo por lo que es definido como territorio (Barabas, en prensa: 3 y 16). En el espacio del terri-torio hay tradiciones, memoria histórica, costumbres, ritos y distintas formas de organización social que lo conforman como territorio cul-tural (Barabas, 2001: 16). Maurice Godelier define territorio como “…la porción de la naturaleza, y por tanto del espacio, sobre el que una sociedad determinada reivindica y garantiza a todos o a parte de sus miembros derechos estables de acceso, de control y de uso que re-caen sobre todos o parte de los recursos que allí se encuentran y que dicha sociedad desea y es capaz de explotar” (Godelier, op. cit.: 107), sesgo de tratamiento económico del territorio que difiere sólo por el agregado de la naturaleza simbólica de Alicia Barabas: “Territorio es entonces toda porción de la naturaleza simbólica y empíricamente modelada por una determinada sociedad, sobre la cual ésta reivindica derechos y garantiza a sus miembros la posibilidad de acceso, control y uso de los recursos que allí se encuentran” (Barabas, en prensa: 16), pudiéndose también entender el territorio desde el punto de vista del control político y/o del poder.
La territorialidad entendida como un fenómeno colectivo, es el resultado de la múltiple articulación históricamente establecida entre la naturaleza y la sociedad en contextos de interacción especí-ficos (Barabas, 2001: 16). Por otra parte, la territorialidad simbólica adquiere un matiz o un carácter especial que la antropología y, en particular, la etnología tratan bajo determinados enfoques, lo que hace que éstas no sólo difieran, sino que también se alejen de las categorías geográficas o político-administrativas, aunque estos pará-metros no dejan de relacionarse con el territorio. La territorialidad simbólica se vincula con categorías de representaciones territoriales estructuradas, articuladas y en acuerdo con una lógica interna que es propia de las culturas. Los territorios simbólicos están marcados por la cosmovisión, por las prácticas rituales, la mitología y los lugares sagrados que llegan a ser emblemas territoriales e identitarios y esto en sí es el territorio cultural, su espacio es la urdimbre de representa-ciones, concepciones y creencias de profundo contenido emocional.
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Los toponímicos lo expresan en su relación de concepción cosmoló-gica y hacen que se rememoren los eventos ocurridos que se han re-marcado en el lugar (Barabas, 2003: 20-23). Ideas que desencadenan el concepto de etnoterritorio, es decir, territorio que está habitado por un grupo etnolingüístico de historia profunda; el etnoterritorio cataliza y reúne tiempo y espacio, lo que lo convierte en el soporte central de identidad y cultura, de tal manera que integra “…concep-ciones, creencias y prácticas que vinculan a los actores sociales con los antepasados y con el territorio que éstos les legaron” (Barabas, en prensa: 16-17). Así, tanto los territorios locales como los globa-les poseen puntos geográfico-simbólicos muy significativos que son sagrados para quienes los construyen y usan: son emblemáticos y se identifican como lugares (Barabas, 2003: 23). Esos lugares son sitios generalmente sagrados y con significado, poseen huellas o marcas y además tienen mucho poder convocatorio. Son interpretados, en su proceso de simbolización de asentamiento de las huellas, como “textos” asociados a emociones, recuerdos y experiencias que en su conjunto edifican sistemas de símbolos de los espacios culturales. Pero también los territorios, al contener lugares sagrados diversos, se convierten en espacios polimorfos por las diferencias de su geomor-fología general y específica, constituida ésta por cerros, cuerpos de agua, cuevas, formaciones rocosas de estructura caprichosa que se relaciona con los dueños del lugar o entidades territoriales, algunas de ellas potentes (Barabas, en prensa: 17-19).12
Es casi inadmisible que la arqueología mexicana siga ignorando Fr
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12 Hay seres míticos con los que los chamanes tienen que negociar para poseer poderes especiales y así deben hacerlo para obtener el permiso y utilizar algunos espacios y recursos y con ello curar enfermedades; es el espacio y es su uso. Como dice Chápune [indio Yucuna de la amazonia colombiana]: “en la selva todo tiene sus dueños y las cosas no se utilizan así nomás sin pedir permiso” (María Clara van der Hammen, 1992: 109). Para la pequeña tribu de los Desana, también de la amazonia colombiana, los cerros son las casas de los animales de la selva, ima-ginadas como grandes malocas de carácter uterino y los ríos como los cordones umbilicales que unen al individuo con el paraíso uterino (Reichel-Dolmatoff , 1986: 123-124).
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todo este conocimiento simbólico de los territorios indígenas. Es en ellos donde se encuentra el mayor número de sitios arqueológicos, sea en Mesoamérica o en el norte de México. Una buena cantidad de los mismos forman parte de una territorialidad simbólica y, por tan-to, de los etnoterritorios. Esos lugares, como sitios arqueológicos, di-cho a la manera de Rodman (1992) son “productos de la experiencia vivida”.13 Existen, en cada sitio arqueológico, esas marcas o huellas independientemente de que los espacios arqueológicos se ubiquen o no en territorios de indígenas vivos. Podría hablarse en principio y con la debida cautela de un Feng Shui14 para los sitios arqueológicos, sin que esto esté subrepticiamente simpatizando con una “antropo-logía gnóstica” o una “arqueología esotérica”; es, en verdad, algo mu-
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13 Citado por Alicia Barabas (en prensa: 17).14 “Signifi ca, en chino, viento-agua. La fi losofía oriental abunda en lenguaje simbó-
lico. El agua es el símbolo de la vida, mientras que el viento es la fuerza que mue-ve la energía de vida sobre las superfi cies, sea ésta la de una casa o departamento o se trate del análisis de grandes territorios” (Chagas, 2002: 21).
15 Las experiencias personales que en ese sentido he tenido al estar por primera vez en algunos sitios arqueológicos, me permiten atreverme a referirlas aquí y esto es debido a que, por un lado, existe una plena identifi cación con lo que Alicia Bara-bas asienta sobre las marcas y huellas de los lugares, lo que me ha hecho recordar-las vivamente, y, por el otro, sus ideas me infunden confi anza para hacer referencia en lo general a ciertas vivencias al interior de esos espacios y que tienen que ver con sonidos, sensaciones de tristeza, paz, euforia y vacío, también con la presen-cia de luces y singulares movimientos físicos de desplazamiento de mi persona. Parecería que este testimonio es el resultado de la infl uencia de la literatura de Carlos Castaneda. Debo decir con toda honestidad que más que infl uencia es la confi rmación de la necesidad de mirar y acceder con respeto a los pasajes narrados por este autor en el proceso de conocimiento de otras realidades. La antropología mexicana se ha caracterizado por su actitud despreciativa hacia el trabajo de este autor, por lo que no es gratuito que Octavio Paz, con la agudeza de su pluma, haya dicho que: “Si los libros de Castaneda son una obra de fi cción literaria, lo son de una manera extraña: su tema es la derrota de la antropología y la victoria de la magia; si son obras de antropología su tema no puede ser lo menos: la venganza del ‘objeto’ antropológico (un brujo) sobre el antropólogo hasta convertirlo en un hechicero. Antiantropología” (Paz, Octavio. Prólogo a Las Enseñanzas de Don Juan, 1973, de Carlos Castaneda, 2003: 11).
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cho más serio que eso.15 Las condiciones y los eventos referidos en esta última nota a pie de página me han obligado a pedir permiso no sólo a las comunidades indígenas y de mestizos para visitar las zonas arqueológicas, sino también, y en términos de “petición mental”, a los lugares con arqueología donde no hay comunidades vivas rela-tivamente cercanas o lejanas a ellos, y con esa “solicitud”, de alguna manera, se autorice mi presencia en ellos para conocerlos. Éste es el plano individual, en el plano de la tradición arqueológica mexicana, debería ya discutirse seriamente sobre las formas de relación con los etnoterritorios y los mismos territorios simbólicos.
Lo anterior se vincula directamente con los derechos territo-riales indios porque las actividades etnográfica y arqueológica pue-den ayudar de manera importante a la defensa de dichos derechos tal como se observa a través de algunos ejemplos. Los ejes de las deman-das indígenas en el ámbito de su derecho cristalizan en los términos de pueblo, territorios y autonomía (cfr. Gómez, 2002: 236), lo que en otras palabras significa la búsqueda del reconocimiento de la au-tonomía territorial, además de las formas de gobierno indígena y del sistema normativo de justicia (cfr. Sariego, 2002: 236-239). En el caso concreto de los derechos territoriales y en el sentido de una autodelimitación de los territorios étnicos, Alicia Barabas señala que los pueblos indígenas están en toda su capacidad al:
…utilizar sus propias representaciones sobre el espacio, la cosmovisión, la narrativa sagrada o los procesos rituales, como conocimientos y prácticas que moldean la territorialidad simbólica, y a éstos como base para la (re)construcción de etnoterritorios susceptibles de ser delimitados, es sólo implementar políticamente una parte del patrimonio cultural para obtener el reconocimiento legal de los territorios étnicos por parte del estado nacional (Barabas, en prensa: 2).
Entonces, si existe la noción de territorio inmemorial, entendi-do éste como el territorio histórico de los pueblos de indios antes de la conquista, distinguiéndose del de “ocupación tradicional”, el cual se ocupa de los procesos de expropiación y redistribución agraria (Ibíd.: 11), la antropología, la arqueología y también la etnohistoria
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pueden brindar mucha luz si apelan al territorio inmemorial en con-junto con el reconocimiento histórico de sus “centros, sus fronteras y sus cerros sagrados mediante relatos de las hazañas migratorias y fundadoras de los héroes primigenios, que dejaron huellas de su paso por los cerros y otros lugares del territorio” (Ibíd.: 24). Esto ya ha pasado así en la búsqueda de las raíces identitarias; por ejemplo, con los indios Masphee, del este de Estados Unidos de Norteamérica. Ellos buscaban ser reconocidos como tribu que reclamaba sus dere-chos culturales y territoriales ante el sistema judicial de los blancos a fines de la década de los setenta del pasado siglo. Las preguntas de los jueces pretendían encontrar las pruebas de tal identidad tribal de conocimiento literal y oral, desafortunadamente el juicio no fue ganado por esta tribu, no obstante, el desarrollo del mismo propor-cionó una gran lección de “continuidad narrativa de la historia y las identidades” ( James Clifford, 1995: 347-407).
Otro ejemplo es el de los Guambianos de Colombia, quienes lo-graron sustentar su indianidad; además, reivindicar sus demandas de recuperación de sus territorios y de su misma historia a través de las excavaciones arqueológicas que arrojaron fechas del 2000 A. C., esto por medio de la datación de la cerámica identificada, recuperando, más que todo, la posesión de su territorio (Gros, 2000: 73).
En México, la desvinculación entre arqueología y las culturas indígenas es clara. Aun después del levantamiento zapatista en enero de 1994 en el estado mexicano de Chiapas, esta disciplina no se ha planteado seriamente una revisión de las necesidades y reclamos que las comunidades indígenas demandan en el sentido de sus derechos. La profundidad cultural que la arqueología maneja por su carácter diacrónico, debería proporcionar constantemente elementos de de-fensa a los derechos indígenas (Mendiola, 2005: 13), sin embargo, su desinterés ha generado que los indígenas sean quienes comien-cen a “asumir el control de su pasado”, solicitando les sean devueltos los restos arqueológicos, o la administración de los museos y zonas arqueológicas y a formar parte también de las investigaciones, todo esto como una manifestación de su desacuerdo con las maneras en cómo se ha construido su propio pasado (Díaz-Andreu, 1998: 128).
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De igual manera, esta autora señala que las demandas indígenas en ese sentido son un reto para la arqueología latinoamericana al tener que buscar las raíces indígenas (Ibíd.) y no exclusivamente arqueo-lógicas.16
La profanación de la arqueología. Algunos ejemplos del norte de México
La arqueología y la historia del centro y sur de México son dife-rentes a las del norte. Los grupos etnohistóricos y sus actuales des-cendientes indígenas también son distintos entre sí, en sus prácticas culturales y en su misma cosmovisión. No obstante, en la actualidad los grupos étnicos indígenas de México coinciden en lo general en cuanto a la noción de autonomía de sus territorios, pueblos, formas de gobierno tradicional y sistemas de impartición de justicia, en po-cas palabras, demandan respeto y reconocimiento a sus derechos, de tal modo que la arqueología y la misma historia y etnohistoria pue-den proporcionar elementos de profundidad histórico-cultural en el sustento de una lucha que se entabla en ese sentido (Mendiola, op.
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16 En el caso de México, y a partir de los acuerdos de Larráinzar (Chiapas), en la Mesa sobre Derechos y Cultura, sección Turismo, los compromisos que se fi jaron fueron los de reglamentar el acceso gratuito de los indígenas a los sitios arqueológicos; proporcionar capacitación a los mismos para que los administren; otorgar las utilidades que deja el turismo; la posibilidad de que los sitios sean uti-lizados por los indígenas como centros ceremoniales; y defender los sitios cuando éstos se vean amenazados por los grandes proyectos turísticos. Julio César Olivé, quien proporciona esta información, analiza también las implicaciones y posibles problemas desde el punto de vista jurídico, técnico y social en tanto se diera cumplimiento a estos compromisos (cfr. Olivé, 2004: 808-810); no obstante, in-cfr. Olivé, 2004: 808-810); no obstante, in-cfr.dependientemente de concretarse o no estos acuerdos, el acto de pedir permiso a las comunidades indígenas para investigar arqueológicamente en sus territorios sería casi como una obligación por parte de los arqueólogos, esto no sólo como un principio básico de respeto, sino también para obtener elementos arqueológicos en defensa de sus poseedores.
17 La relación arqueología y derecho en México no consideraba para la década de 1980 la construcción de los antecedentes sobre las culturas prehispánicas de
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cit.: 17).17 Tomando esto en consideración, es necesario señalar que la arqueología que se practica en general en México, y particular-mente en su norte, ha sido por una parte indiferente, e irrespetuosa por la otra, precisamente de los derechos culturales, identitarios y territoriales indígenas. Son tres casos que se citan a continuación: el de los Tohono O’ odham (pápagos), el de los Mayos (cahítas) y el de los Tarahumaras (rarámuris).
Tohono O’ odham
En la segunda mitad de la década de 1980, un lugar ceremonial per-teneciente a los Tohono O’ odham (pápagos) llamado Wikita, cer-ca de Quitovac, Sonora, fue excavado por arqueólogos franceses del Centro de Estudios Mexicanos y Centroamericanos (CEMCA) sin contar con el consentimiento de este grupo indígena, profanando así sus espacios sagrados. Después de un año y medio de que estos in-dígenas entablan la demanda para que se les regresen los materiales arqueológicos, el litigio finalmente es ganado por ellos y posterior-mente, en una ceremonia especial, vuelven a enterrarlos (Villalpando, 1999: 133 y Vázquez, 1996: 98-99). Este fue un fuerte golpe para la arqueología oficial mexicana, pues la pone en entredicho al haberse autorizado las excavaciones a través de su Consejo de Arqueología del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). La ar-queóloga mexicana Elisa Villalpando continuó trabajando en el sitio con el permiso expreso de los Tohono O’ odham, en total cordialidad y entendimiento; ellos saben y confían que una vez que se hayan analizado los restos culturales y los entierros, éstos les serán devuel-tos (Villalpando, op. cit.: 133). En ese mismo sentido existe ahora una importante experiencia entre los indígenas pimas de Sonora a quienes se les ha proporcionado elementos de identidad a través del fomento de un amor por su patrimonio cultural arqueológico, expre-
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México como referencia del desarrollo de la historia jurídica y arqueológica en este país (cfr. Olivé, 1980: 23-24), por eso es que en esa historia jurídica de Julio César Olivé no fi guran los “indios vivos”.
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sado éste en sitios con pinturas rupestres. Su experiencia vivencial en estos lugares los ha reconectado intensamente con su pasado y con su presente (cfr. Aguilar y Beaumont, 2004), al grado de ser ahora guardianes de los mismos (Chacón, Enrique, comunicación perso-nal, 2007).
Mayos
Entre las décadas de 1980 y 1990 se llevaron a cabo investigaciones arqueológicas en la región indígena mayo que se localiza en el sur de Sonora y el norte de Sinaloa, tanto por Ana María Álvarez (1985) como por mi persona (Mendiola, 1994). Álvarez hace todo un plan-teamiento de desarrollo que llama “Cultura Huatabampo” y que tie-ne lugar entre el 1000 al 1450 D. C. Estas sociedades arqueológicas seguramente son las mismas que describen las fuentes coloniales (cfr. Álvarez, op. cit.: 185) y éstas, a su vez, están relacionadas con los in-dígenas yaquis y mayos actuales.
Trabajé la arqueología y el arte rupestre del norte de Sinaloa entre 1987 y 1991. Encontré claras asociaciones de algunos de los petrograbados con los toponímicos de filiación nahoa. Los cahíta, que son también los grupos etnohistóricos a los que hace referencia el jesuita Andrés Pérez de Ribas (1944) en su obra por primera vez publicada en 1645: Zuaques, ahomes tehuecos y sinaloas entre otros, los cuales pertenecieron al tronco lingüístico yuto-azteca; ellos se pro-longan hasta nuestros tiempos y se les conoce como mayos. Reco-nozco aquí que profané uno de sus sitios sagrados en el año de 1987: siguiendo el reglamento establecido por el Consejo de Arqueología del INAH, removí de su lugar original un petrograbado disgregado conocido como “La Piedra del Agua” de la Laguna Tetaroba-Jahua-ra I (véanse figuras 2 y 3). Mi argumento era que se encontraba desprotegido por estar en un corral de vacas. Por ello recomendé la necesidad de que se depositara bajo techo. Este material fue llevado al Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad de Occidente.
Esta acción fue reclamada con justa razón por el cobanaro (go-
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bernador) tradicional don Tirso Jichimea Buitimea (indio mayo), quien en ese momento era el responsable del templo del Tepuchca-hui, en la banda derecha del Río Fuerte en el norte de Sinaloa. Don Tirso calificó este acto como una falta de respeto a sus ancestros, lo que significó que mi pensamiento y corazón dieran un vuelco que me llevó a cuestionar la manera en cómo la arqueología se relaciona con los territorios indígenas, reflexión inevitable sobre el papel que jugamos los arqueólogos en relación con el patrimonio cultural. De manera inmediata la única salida viable que vi en ese momento fue ofrendar mi trabajo de Sinaloa a todos los mayos, y en especial, con las debidas disculpas, a Don Tirso (cfr. Mendiola, 1994: 1, 212, 260-263), de tal manera que la lección está más que aprendida, esperando que las reflexiones aquí expuestas tengan ecos positivos.
Rarámuri-Tarahumaras
El tarahumara o rarámuri en Chihuahua es parte de la tierra y ésta no se reduce a la parcela o al bosque porque es el territorio ocupado por ellos y sus ancestros.18 El territorio para los rarámuri posee un
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18 “...el territorio asignado por sus dioses, cuya tenencia siempre habían defendido [los tarahumaras], como un patrimonio sagrado” (Plancarte, 1954: 28, citado por Meza, 2001: 37).
Fig. 3. Dibujo del mismo petrograbado (Fuente: Mendiola, 1994: 163).
Fig. 2. Transportación del petro-grabado “La Piedra del Agua” (Foto: F. Mendiola, 1987).
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amplio significado; en el territorio se han desarrollado las relaciones sociales de sus antepasados y ante la amenaza del despojo se lucha por seguir viviendo en él manteniéndolo como su posesión. En el territorio se ha nacido, es donde se cultiva, se obtiene leña y agua, no obstante, éste ha sido afectado por las leyes agrarias desvirtuando así su significado (Meza, 2001: 37 y 68).
La investigación arqueológica, si bien ha aportado mucha información a partir de 1890 con las exploraciones del noruego Carl Lumholtz (1981), esta disciplina de entrada confirmaría y justificaría sin ningún cuestionamiento la posesión de los territorios por parte de los rarámuri, aunque en la práctica no ha adquirido conciencia del papel que podría desempeñar como defensora de los derechos territoriales indígenas en la Sierra Tarahumara, y sí, por el contrario, ha sido poco o nada respetuosa de los mismos.
En este sentido, el ejemplo es el del Proyecto Arqueológico-Et-noarqueológico Sierra Tarahumara, dirigido por Suzanne Lewens-tein de la Universidad de las Américas, Puebla, el cual comenzó en el año de 1991. Su objetivo fue “estudiar la arqueología de la sierra, desde la llegada de los primeros grupos hasta la ocupación actual por la etnia tarahumara” (Lewenstein y Sánchez: 1991; 167). Aparte de los detalles técnicos del proyecto, es claro que esta investigación violó el territorio rarámuri, puesto que no hubo de por medio considera-ciones de ningún tipo en términos del carácter sagrado o hacia la misma posesión del mismo por parte de la investigadora en cuestión, al no solicitar ella permiso expreso a las comunidades de esta etnia. Lo importante para esta investigadora era hacer los registros y la recolección de los materiales arqueológicos existentes en los terrenos de las casas rarámuri. La siguiente cita textual no requiere de dema-siada explicación para confirmar esa actitud irrespetuosa del entorno del territorio y de las unidades habitacionales de estos indígenas por parte de los chabochis (hombres y mujeres blancos):
Actualmente los tarahumaras radican en el área y siguen ocupando casi todos los sitios arqueológicos, explotándolos como milpa, o en el caso de las cuevas, como refugio temporal para sus chivos. La presencia tarahumara, aunque brinda
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la posibilidad de conocer mejor las opciones para la subsistencia y los límites demográficos en la sierra, nos dif iculta el análisis cerámico y la interpretación del registro arqueológico. Muchas veces es difícil saber si una dispersión de artefactos en superficie representa un sitio arqueológico, una ocupación reciente, un abandono temporal o una combinación de estos fenómenos (Lewenstein, 1995: 161-162).19
Es clara la intromisión del investigador en los espacios que son de los indígenas, ahora resulta que los tarahumaras “estorban” a la investigación arqueológica. Esto, desde el punto de vista ético, es grave, pero también epistemológica y metodológicamente refleja incongruencias en torno a los contextos y sus materiales. Así, por ejemplo, al respecto de que no hay diferencias en lo general entre el presente y el pasado de los contextos —sólo la temporal que es una mera construcción social y psicológica— responde a que los cambios en el contexto arqueológico son apenas perceptibles entre un registro actual de áreas de actividad de una unidad doméstica, como puede serlo una cueva o abrigo rocoso que se esté ocupando actualmente por una familia nuclear tarahumara y esto es en relación con el contexto arqueológico considerado también como una unidad doméstica antigua. Tanto en uno como en otro contexto se halla el metate, los olotes desgranados y el fogón, los cuales indican el área de preparación de alimentos; el apisonado, el de descanso; y el de las lascas, en el que se elaboraron las herramientas líticas u objetos de madera, es decir, el área de trabajo o de manufactura de instrumentos (véase figura 4) (cfr. Mendiola, 1994 a).
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19 El estilo de cursivas es mío.
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También esto sucede con los santuarios y marcas naturales sa-gradas entre los mayos del presente y que se traslapan con las de los cahítas del pasado, por ejemplo, por medio de petrograbados y pinturas rupestres los lugares sagrados pueden reconocerse en com-binación con festividades como es la de la Santa Cruz (3 de mayo) en el norte de Sinaloa (véase figura 5).
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Fig. 4. Fogón y ollas. Área de actividad del presente rarámuri (Foto: F. Mendiola, 2006).
Fig. 5. Indígena mayo en la cúspide del Cerro Cahuinahua un 3 de mayo. Este cerro contiene petrograbados antiguos (Foto: F. Mendiola, 1988).
Fig. 6. El constante uso social del espacio. Grupo rarámuri (Foto: Olga Sánchez Caro, 1998).
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Afortunadamente las comunidades indígenas de la Sierra Ta-rahumara recurren cada vez con mayor frecuencia a los organismos gubernamentales, de ellos han buscado el apoyo para la defensa de sus derechos territoriales. Es el caso reciente de la comunidad de Mogotavo, municipio de Urique, donde se encuentran las Barrancas del Cobre: a fines de 2006 un representante del ejido Mogotavo soli-citó al INAH-Chihuahua un peritaje arqueológico, ya que su comu-nidad se estaba viendo amenazada por la presencia de un particular que señalaba que esas tierras le pertenecían. Esto, junto con proble-mas de linderos del ejido mencionado, el INAH y la Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI) realizaron los peritajes correspondientes. En cuanto al arqueológico, se señala que fueron 22 asentamientos de diferentes temporalidades, los más antiguos con una cronología que va del 1200 al 1521 de nuestra era (después de Cristo), así como también otros sitios más recientes. Se concluye en ese informe-peritaje que esta tierra de la comunidad de Mogotavo ya estaba habitada antes de la llegada de los europeos (Chacón, 2007: 3, 61 y 63). En cuanto al peritaje antropológico, se utiliza principal-mente el argumento del uso sociocultural y económico del espacio y territorio indígena en el sentido innegable de su ocupación de largo raigambre e intenso presente, sobre todo ante las actividades propias de sus habitantes indígenas que en este caso son los rarámuris (cfr. Bra-vo et al., 2007).20
Propuesta general
La investigación arqueológica debe seriamente contemplar pedir permisos a las comunidades indígenas actuales al pretender estudiar a sus antepasados; de lo contrario, éstas tienen el pleno derecho de negarlos. También se les debe proporcionar la suficiente información obtenida al concluir los estudios, esto con la idea de apoyar la de-fensa de sus derechos territoriales. Ciertos materiales arqueológicos,
20 Actualmente el proceso legal continúa sobre la base de estos dictámenes (Enrique Chacón, comunicación personal, 2007).
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una vez analizados, deberían ser devueltos a las comunidades para su resguardo y exhibición museográfica —siempre y cuando las condi-ciones así lo permitan —; los restos óseos de humanos, recuperados en contextos arqueológicos, tendrían que, si así lo decidieran las co-munidades, volverse a enterrar, esto conforme a sus usos y costum-bres actuales. El Consejo de Arqueología del INAH debería incluir en sus reglamentos uno o varios artículos que indicaran la necesidad de contar con la autorización expresa de los pueblos indígenas para la realización de las investigaciones. La idea es lograr un desarrollo armónico entre la comunidad y los investigadores. Los arqueólogos deberán capacitarse en el ámbito etnográfico y en los aspectos más importantes sobre territorialidad simbólica, máxime cuando vayan a llevar a cabo sus estudios en territorios indígenas. La conciencia de que los espacios no nos pertenecen (a los arqueólogos), aun sin exis-tir en ellos grupos indígenas vivos, se vuelve tan vital que la manera de estudiar su pasado se redimensiona integralmente.
Conclusión
Las anteriores reflexiones han sido de carácter preliminar, por lo tanto se requiere mayor análisis en los ámbitos epistemológicos y éticos que permitan la explicación mayormente argumentada sobre el vínculo entre arqueología y los territorios simbólicos. De igual manera es importante que se desarrollen nuevas formas de relación entre el accionar de esta disciplina y el espacio-etnoterritorio y terri-torialidad simbólica: para empezar el respeto es básico. En suma, se ha planteado aquí el ejercicio de una arqueología viva en tanto que se toma en cuenta a las sociedades indígenas presentes, las cuales han entablado profundas relaciones culturales, históricas, políticas, económicas e ideológicas con sus territorios. En este sentido, la ar-queología en México no puede ni debe seguir actuando al margen, y menos de manera irrespetuosa, en torno a los territorios indios. De continuar con esta actitud, no habrá condiciones para generar, con sensibilidad, la voluntad política suficiente que facilite brindar más y mejores elementos para la reivindicación y defensa de los derechos
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lica territoriales indígenas, por lo tanto, los estudiosos de esta realidad
social tendrían que ser los primeros en contribuir con ello.
Fig. 7. Un presente que se funde con un pasado (Foto: F. Mendiola, 2006).
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Escribo este texto como miembro de la comunidad académica del noreste de México y más específi camente de Nuevo León. En este contexto, me baso en mi experiencia personal y en la de otros colegas para mostrar lo que considero un proceso de cambio de la realidad de las Ciencias Sociales en la
región. En este trabajo utilizo la narración de mi experiencia personal como una herramienta para ilustrar la situación y los principales problemas de las instituciones educativas y las Ciencias Sociales principalmente
en la década de los noventa, y también para evidenciar que dicha situación ha cambiado con la llegada de más investigadores y espacios para la investigación de corte científi co social.
I write this article as a member of the academic community of the northeast of Mexico, more specifi cally, of the state of Nuevo León. According to this ón. According to this ócontext, I depart form my personal experience and that of other colleagues in order to show what I consider a process of change of reality of the Social Social SSciences in the region. In this work, Sciences in the region. In this work, SI use my own personal experience to illustrate the situation and main problems faced by the education institutions and the social sciences during the ninety’s, mainly. Also, I use it to demonstrate that such situation has changed with the arrival of more researchers and the opening of more spaces for social science research.
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Las Ciencias Sociales en el noreste de México.
Un análisis desde dentro
Efrén Sandoval Hernández1
1 Profesor de la Universidad Autónoma de Nuevo León, Instituto de Investigaciones Sociales. Correo: [email protected]
Fecha de recepción: 25 de septiembre de 2007 Fecha de aceptación: 18 de enero de 2008
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Introducción
Como estudiante de sociología, en la década de los noven-ta, conocí una parte de lo que sucedía o no sucedía
en el ámbito de la investigación y la formación académica y profe-sional. La ausencia de investigadores, de programas de posgrado y la escasa vinculación entre formación e investigación, eran las ge-neralidades hace poco más de diez años. Hoy podemos decir que la región, y principalmente la zona metropolitana de Monterrey, es el escenario en que un mayor número de investigadores, a través de institutos o centros de investigación y proyectos con apoyo financie-ro, comienzan a establecer los vínculos entre el proceso formativo de los científicos sociales y la investigación. Considero que nos en-contramos en un momento favorable para la generación de mejores y mayores procesos formativos encaminados hacia la investigación social en la región.
Para la realización de este trabajo me apoyo en la propuesta de la “ubicación” de Rosaldo (1991: 30). Al respecto, el autor menciona que “el etnógrafo, como sujeto ubicado, comprende ciertos fenómenos humanos mejor que otros”. Esa “ubicación” se refiere a la forma en que la experiencias cotidianas permiten o inhiben ciertos tipos de discer-nimiento”.
Estudiando sociología en los noventa
Estudié la licenciatura en Sociología en la Facultad de Filosofía y Le-tras (FFYL) de la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) en la década de los noventa. En ese entonces, la planta de maestros es-taba compuesta básicamente por un psicólogo social, una economista y un sociólogo. Entre ellos tres se repartían buena parte de los cursos, aunque como auténticos “bateadores emergentes” podían aparecer dos sociólogas, un antropólogo o un sociólogo.
Debido a la escasez de personal, en lugar de que los cursos se aco-plaran a la trayectoria de los estudiantes (definida por los semestres cursados), aquellos se definían de acuerdo a la disponibilidad de pro-
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fesores. Así, la formación de los estudiantes en lugar de seguir una trayectoria lineal (del primero al noveno semestre), comprendía una trayectoria zigzagueante, en donde al mismo tiempo se cursaban clases de tercero, quinto u octavo semestre, dependiendo de la disponibilidad de profesores. Desde luego, la aparición de los profesores eventuales implicaba cambios en los contenidos; y hasta la improvisación de pro-gramas.
Como estudiantes suponíamos o entendíamos que la ausencia de profesores se debía básicamente a dos cosas: a que los pocos sociólogos que destacaran académicamente no eran bienvenidos en la facultad, y a que les pagaban 30 pesos por hora de clase.
El investigador más reconocido de la ciudad era en ese entonces el Dr. Víctor Zúñiga, especialista en cuestiones urbanas y de cultura. Era miembro de El Colegio de la Frontera Norte (COLEF), pero después pasó a ser parte de la Universidad de Monterrey (UdeM), institución privada que además representaba un mundo opuesto para los estu-diantes de la universidad pública. Los aspirantes a sociólogos sabíamos que el Dr. Zúñiga había coordinado varios libros sobre cuestiones ur-banas en Monterrey, pero jamás lo habíamos leído, entre otras razones porque no formaba parte de la bibliografía de ninguno de nuestros cursos. Sabíamos también que otras generaciones de estudiantes de la FFYL habían tenido al Dr. Zúñiga como profesor. Los estudiantes de mi generación suponíamos que “el mejor sociólogo de la ciudad” debía darnos clases, pero pensábamos que los 30 pesos por hora que recibiría como paga, serían insuficientes.
Dos sociólogas investigadoras (con libros publicados, miembros del SNI) también se involucraron en algún momento en la carrera de sociología. Ninguna de las dos duró mucho tiempo ahí. Una fundó el Instituto de Investigaciones Sociales (IINSO) de la UANL (Dra. Es-thela Gutiérrez), la otra desarrolló su trayectoria como investigadora en El Colegio de México (Dra. Ma. de los Ángeles Pozas). Entre los estudiantes era sabido que ninguna de las dos había sido bienvenida por los profesores que mantenían el control de la carrera, aunque tam-bién sabíamos que quienes asistieron a los cursos de la Dra. Pozas los recordaban gustosamente.
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Otra socióloga llegó a la FFYL en los años noventa, era la Dra. Verónika Sieglin. Algunos estudiantes de sociología pudieron tomar alguno de los cursos que ella daba dentro de la carrera de historia. Los estudiantes tuvieron muy buenos comentarios, pero pronto supimos que surgieron los celos de la coordinadora de la carrera de sociología. Jamás daría clases de sociología y terminaría por irse a otra facultad.
El Dr. Mario Cerutti impartía los cursos de Historia de América Latina. Su presencia en la facultad era un ejemplo de la mejor situación que la historia tenía en relación a la sociología, no sólo en la facultad sino en la localidad. Pero su partida también fue un ejemplo de que la Facultad de Filosofía y Letras no era un lugar para los académicos. La pregunta que los estudiantes nos hacíamos era, ¿por qué teníamos tan pocos profesores?, ¿por qué la mayoría de nuestros profesores no eran investigadores?, o dicho de otra manera ¿por qué los pocos inves-tigadores no eran nuestros profesores?
Como estudiantes no necesitamos mucho tiempo para responder a esa pregunta. La facultad estaba dominada por un grupo de maestros de formación normalista. Los profesores que destacaban por su tra-yectoria académica eran más bien una amenaza para el grupo político en el poder, y sólo algunas excepciones eran permitidas, seguramente a cambio de ciertos favores políticos. Los investigadores que no estaban en la facultad, que de todas formas no eran muchos, no tenían necesi-dad de jugar tal dinámica política.
Varias consecuencias se derivaban de la situación que he descrito en los párrafos anteriores. La principal era que los egresados teníamos una muy deficiente formación. No sabíamos diseñar un diagnóstico o una encuesta, tampoco un análisis estadístico, mucho menos construir un objeto o problema de investigación. Además, no teníamos ningún contacto con el mercado laboral ni con el campo de la investigación. Nuestra formación era un reflejo del estado de las Ciencias Sociales en Monterrey. Con un solo centro de investigaciones (venido desde Tijuana, El Colef ) y con casi nulos vínculos con otras instituciones locales, con un sociólogo investigador en una universidad privada en donde la investigación no era prioridad, y con un grupo de profesores normalistas más preocupados por mantener cotos de poder.
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En lo personal, mi trayectoria académica cambió sustancialmente cuando a la FFYL llegó un egresado de sociología que había comen-zado sus estudios de doctorado en una universidad de Estados Unidos. Se trata de Rubén Hernández, un estudiante de sociología de los años ochenta, de aquellos años en los que el Dr. Víctor Zúñiga (UdeM) y la Dra. María de los Ángeles Pozas (COLMEX) daban clases en la fa-cultad. Rubén es hoy profesor de la Universidad de California en Los Ángeles, Estados Unidos. Él llegó a la facultad buscando estudiantes que le ayudaran en su investigación doctoral aplicando una etnoen-cuesta en un barrio obrero de la ciudad. Abrió un taller de investiga-ción a través del cual los estudiantes encontramos mucho de aquello que no hallamos en nuestros profesores.
Con Rubén Hernández, por primera vez algunos estudiantes de sociología fuimos al campo, tuvimos encuestas en nuestras manos y tocamos las puertas de algunos hogares para aplicarlas, hicimos un censo de viviendas, supimos qué era una pregunta de investigación y más o menos cómo debía hacerse una encuesta. Para mí la experiencia con Rubén Hernández fue fundamental, pues me hizo descubrir el campo de la investigación. Aunque tenía la inquietud de estudiar algu-na maestría para superar el rezago académico de mi formación y para llegar a ser investigador, la experiencia con Rubén me ayudó a ponerle nombre a las cosas, a saber que existían el CONACYT, programas de becas, centros públicos de investigación. También, por medio de esta experiencia conocí literatura actualizada sobre investigaciones recien-tes. Esta me sirvió como puente entre la formación universitaria y la investigación, algo que la carrera de sociología por sí misma no me podía ofrecer.
Durante el último semestre de la licenciatura, apliqué para entrar a la maestría del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS). Me tuve que mudar de Monterrey para continuar mi formación, en la región noreste no había otra insti-tución en donde pudiera continuarla, a menos que fuera más al norte, en Tijuana por medio de una maestría en El Colef o en el Colegio de Sonora (COLSON), pero eso que llamamos el norte es tan grande, que a veces se nos olvida que Monterrey está mucho más cerca de
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México o Guadalajara que de Hermosillo o Tijuana. Me decidí por el CIESAS Occidente. Aunque ya había otras experiencias de egresados de Sociología de la UANL que se habían ido a estudiar a universidades en otras ciudades o en el extranjero (Rubén Hernández, Patricio Solís, Ma. Elena Ramos),2 recuerdo que en aquel año de 1998 varios profe-sores y compañeros se acercaron a mí como si fuera la primera vez que alguien se iba a estudiar una maestría a otra ciudad. Al parecer, era algo muy poco común.
En el CIESAS, en Guadalajara, encontré que mis profesores eran autores de libros, coordinadores de investigaciones, miembros del SNI y, en general, académicos consolidados. Todo el ambiente era muy di-ferente al que había vivido en la universidad.
Como estudiante universitario, en Monterrey, el mundo de la aca-demia me resultaba totalmente desconocido. En cambio, para algunos compañeros de la maestría, originarios de Guadalajara o del Distrito Federal, la academia era un ambiente ya conocido. Sus profesores ha-bían sido los autores de obras o investigaciones reconocidas, sabían cómo funcionaban los proyectos y los centros de investigaciones, ha-bían sido becarios, asistentes y hasta habían escrito tesis.3 De alguna manera, me quedaba claro que la deficiente formación en la carrera de sociología tenía que ver no sólo con las cuestiones políticas al interior de la FFYL y la universidad misma, sino en general con la escasa in-vestigación social que se hacía en la ciudad y en la región. Afortuna-damente, después de diez años, el panorama parece haber mejorado,
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2 Actualmente Rubén Hernández es profesor investigador en UCLA, Patricia So-lís lo es en el COLMEX, Ma. Elena Ramos lo es en la Facultad de Trabajo Social de la UANL. Posteriormente, otra egresada de Sociología, Lilia Palacios, hizo sus estudios de doctorado en el extranjero. Ella es hoy investigadora en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UANL.
3 En la FFYL, las tesis de sociología son muy escasas. Los estudiantes se pueden graduar por promedio de excelencia o tomando un curso en una maestría. Obvia-mente, ante la falta de vinculación con la investigación, estas dos opciones eran las más seguidas por los estudiantes. Además, hoy en día, la burocracia requerida en la UANL para presentar una tesis de licenciatura implica el pago de varios miles de pesos.
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aunque todavía se encuentra en desventaja en relación a otras zonas del país. Hoy, en el noreste de México hay más oferta educativa en Ciencias Sociales, más investigadores y centros o institutos de investi-gación. Este nuevo escenario puede no ser el ideal, pero al menos será suficiente para generar procesos de formación hacia la investigación en los estudiantes actuales. En la siguiente sección doy cuenta del es-tado actual de las Ciencias Sociales en el noreste, sin que esto quiera decir que los vicios y problemas políticos y presupuestales hayan sido superados.
Los cambios en los últimos años
Como menciono en la sección anterior, para la sociología y para las Ciencias Sociales en general prácticamente no había espacios en el noreste de México durante la década de los noventa. Destacan sola-mente instituciones como El Colegio de la Frontera Norte, el Centro de Investigaciones de la Facultad de Economía de la UANL y la sede del Instituto Nacional de Antropología e Historia. El Colef tenía una planta muy reducida de investigadores, en la facultad de Economía la econometría ya dominaba, así es que tendríamos que preguntarnos si aquello más que ser ciencia social era ingeniería social. Y en el INAH era desconocido el trabajo de la única antropóloga que por azares de la vida había llegado a la ciudad. Por otra parte, en la Universidad de Monterrey apenas se empezaban a abrir las puertas para algunos in-vestigadores.
Además de estos lugares, sólo existían algunos institutos dentro de las universidades (UANL e ITESM) que en realidad eran más un membrete que verdaderos centros o institutos de investigación. La realidad era que la presencia de tales instituciones o centros pasaba inadvertida para la comunidad estudiantil universitaria. Había una se-paración entre la actividad docente y la de investigación. Y esta última en realidad era muy escasa.
Aunque a partir de los años setenta se inició una política de descen-tralización de los institutos de investigación en todo el país (Muñoz y Suárez, 1991: 31), el noreste de México, comprendido por Tamau-
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lipas, Nuevo León y Coahuila, parece haber llegado muy tarde a la repartición del pastel, conformando el escalón inferior de la enorme desigualdad que ha marcado el desarrollo de las Ciencias Sociales en el país (Muñoz y Suárez,1991).
A pesar de que el noreste cuenta con la tercera ciudad más grande del país, y de que al mismo tiempo mantiene un papel fundamental para la economía nacional, durante los años ochenta la región no destacaba por hospedar a un grupo importante de científicos sociales nacionales. En cambio, estados como Jalisco, Michoacán y Puebla ya albergaban al 10.5% de los investigadores, sin mencionar que 7 de cada 10 de ellos se encontraban en el D.F. (Muñoz y Suárez,1991: 33 y 42).
Ahora bien, de acuerdo con la regionalización ofrecida por Alvara-do y Guzmán (1991),4 para 1984 en el norte de México se encontraba el 17% del total de centros o institutos de investigaciones del país, la mayoría dedicados a la investigación en economía, educación e his-toria, pero, al mismo tiempo, estaban integrados por una mayoría de licenciados o maestros, siendo esta región la que tenía el menor por-centaje de doctores investigadores en toda la república, con sólo el 11% (Alvarado y Guzmán,1991: 53). Esto nos habla de centros o institutos no consolidados, muchos de los cuales desaparecieron o se mantuvie-ron en ese estatus, sobre todo debido a la disminución de presupuestos que caracterizó a la década de los ochenta.
Diez años después, es decir, en 1994, sólo había dos centros de investigación consolidados en todo el norte de México, se trata de El Colegio de la Frontera Norte y El Colegio de Sonora. Éstos alberga-ban a investigadores, la mayoría de ellos con doctorado y dedicados primordialmente a la investigación (Béjar y Hernández,1996:109). Este hecho muestra que no todo el norte es igual y que a la hora de hacer un análisis sobre el estado de las Ciencias Sociales, vale la pena diferenciar. Así, al hablar de la realidad de las Ciencias Sociales en la
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4 Alvarado y Guzmán (1991: 50) establecen la siguiente regionalización: 1. Región norte, 2. Región centro occidente, 3. Región centro sur, 4. Región sur- sureste y 5. Zona metropolitana de la Ciudad de México. La Región norte incluye a todos los estados fronterizos, además de Baja California Sur, Sinaloa y Durango.
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región, Alvarado y Guzmán (1991: 54) advierten que:
Hay diferencias marcadas por subregiones, ya que existen centros e institutos de investigación social que se han desarrollado con mejores condiciones de operación, particularmente en la franja fronteriza, en ciudades como Tijuana y Mexicali, o en Hermosillo y Culiacán, que contrastan con el conjunto de instituciones en toda el área.
Esto ha sucedido a pesar de que en el noreste se encuentra la ter-cera aglomeración urbana más grande del país, la cual mantiene uno de los índices más altos de centros de educación superior de la nación: la ciudad de Monterrey. Esta ciudad y el noreste de México, aunque tarde, en los últimos años han desarrollado de manera lógica más es-pacios para las Ciencias Sociales. Digo que de manera lógica pues en todo el país es notorio que el desarrollo de los centros o institutos de investigación están vinculados con las grandes universidades (Alvara-do y Guzmán,1991: 60). Al contar Monterrey con una de las mayores ofertas educativas del país, lo que ha sucedido a partir de la década de los noventa resulta una consecuencia lógica.
En el noreste de México han surgido algunos proyectos o progra-mas de educación superior en diferentes áreas de las Ciencias Sociales en los últimos años. Algunos de ellos han logrado ya su registro en el Programa Nacional de Posgrados del CONACYT, y la mayoría de ellos están vinculados con las universidades locales, como la UANL, el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), la Universidad de Coahuila (UADEC) y la Universidad Autónoma de Tamaulipas (UAT). Además, el número de centros de investigación, pero sobre todo la cantidad de proyectos, de investiga-dores y la actividad académica ha aumentado.
En la UAT se imparte el doctorado en Educación, el doctorado en Educación Internacional y el doctorado en Derecho. En esa institu-ción está acreditada ante el Programa Nacional de Posgrado la maes-tría en Desarrollo Regional.
En la UANL forman parte del Programa Nacional de Posgrados, la maestría en Economía, maestría en Ciencias con Especialidad en Ciencias Sociales, la maestría en Ciencias con orientación en Trabajo
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Social, el Doctorado en Filosofía con orientación en Trabajo Social y Políticas Comparadas de Bienestar Social, el Doctorado en Ciencias Sociales con Orientación en Desarrollo Sustentable. Además, entre otros existe la maestría en Derecho, el doctorado en Derecho y en Filosofía con acentuación en Ciencias Políticas. En el ITESM, la maestría en Administración Pública y Política Pública y la maestría en Comunicación forman parte del PNP.
En la UADEC se imparten las maestrías en Educación, en De-sarrollo Regional y en Desarrollo Social. Esta última forma parte del PNP. Además, se imparte el doctorado en Ciencias de la Educación. Ante la ausencia de centros públicos de investigación en Ciencias So-ciales, la UADEC ha concentrado el apoyo a los proyectos de inves-tigación social que se da en Coahuila. Hasta 2006, ahí se realizaban cuatro proyectos de investigación, tres relacionados con la educación y otro más dirigido hacia el empleo y el desarrollo urbano.5 Hasta el año 2005, en ese estado había once investigadores en Ciencias Sociales miembros del SNI.6
En Nuevo León, la presencia de centros públicos de investigación en Ciencias Sociales y de investigadores de esta área ha aumentado considerablemente. Además dEl Colef, institución que en Monterrey tiene ya once investigadores y cuya presencia en la ciudad data de más de diez años, actualmente se encuentra en esta ciudad la sede del Pro-grama Noreste del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), y una sede del Centro de Investi-gaciones en Tecnología Avanzada del Instituto Politécnico Nacional (CINVESTAV). Investigadores dEl Colef y el CIESAS, así como otros del IINSO de la UANL, dan cursos, dirigen tesis o involucran a estudiantes universitarios en sus proyectos de investigación. Lo mismo sucede con el Departamento de Posgrado de la Facultad de Trabajo Social de la UANL, en donde un grupo de más de diez investigadores
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5 “Estado del arte de los sistemas estatales de ciencia y tecnología. Coahuila, 2006”. Dirección Adjunta de Desarrollo Regional y Sectorial. Dirección de Desarrollo Estatal.
6 www.siicyt.gob.mx/siicyt/docs/Edo_Arte_CyT_2006/COAHUILA.pdf
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se vinculan con los estudiantes por medio de los programas. En total, en Nuevo León en el año 2005 había 69 investigadores en Ciencias Sociales miembros del SNI.7
Cabe destacar que en la actual década, el ITESM ha iniciado una política de impulso a la investigación, incluyendo a las Ciencias Socia-les. Lo anterior se explica debido a la necesidad de certificación inter-nacional, para lo cual se hace necesario dar mayor prioridad a la inves-tigación. En consecuencia, el ITESM abrió la Escuela de Graduados en Administración y Política Pública (EGAP), el Centro de Inves-tigaciones en Comunicación e Información y el Centro de Estudios sobre Norteamérica. La EGAP ha logrado conjuntar a 14 científicos sociales, la mayoría de ellos economistas, miembros del SNI. Además, ahí se imparten seis maestrías profesionalizantes y un doctorado en Política Pública.
En Tamaulipas, la presencia dEl Colef se ha mantenido en Mata-moros y Nuevo Laredo, aunque la vinculación entre los investigadores de la institución y estudiantes universitarios no ha sido fácil debido a que la todavía escasa oferta de Ciencias Sociales de la UAT se en-cuentra en otras ciudades del estado. Hasta el año 2005 en la entidad había cuatro investigadores en Ciencias Sociales miembros del SNI. Cabe destacar que en 2002 se abrió El Colegio de Tamaulipas, ins-titución que ha sido víctima del manipuleo político, por lo que hoy está integrada por cuatro investigadores, ninguno de los cuales tiene el grado de doctor. Siendo dos de ellos economistas y uno del área de Derecho.
Como se puede notar, el estado de Nuevo León, con su capital Monterrey, concentra la dinámica académica y de investigación de la región noreste, al tener más investigadores e instituciones de educa-ción superior con la mayor oferta. Cabe destacar que en este caso el gobierno impulsa actualmente un proyecto llamado “Monterrey, ciu-dad internacional del conocimiento”, que contempla la construcción de lo que serán los mayores laboratorios de investigación tecnológica de la zona. Este programa se enfoca al desarrollo tecnológico, pero de ma-
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7 www.siicyt.gob.mx/siicyt/docs/Edo_Arte_CyT_2006/NUEVOLEON.pdf
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nera indirecta las Ciencias Sociales se han visto beneficiadas por este proceso. El gobierno estatal favoreció la instalación de una sede del CINVESTAV, con éste llegó la maestría en Educación en Ciencias y tres científicas especializadas en educación de las ciencias.8
La llegada del CIESAS y el CINVESTAV debe ser vista con re-servas, en el sentido de que las instituciones que dependen de instan-cias federales o que tienen sus sedes centrales en la capital del país “se rigen por una dinámica de trabajo y valores propios que no siempre permean al resto de las sedes locales. En ocasiones, por el contrario, dificultan la interacción con los académicos del lugar y la formación de recursos humanos para la zona o región” (Muñoz y Suárez,1991:33). De la misma manera, “no siempre se ha podido cumplir el propósito de que las instituciones que vienen desde el centro, tengan una plena aco-gida o integración con las que ya funcionan en los lugares en los que se instalan” (Muñoz y Suárez,1991: 37). De esta manera, al tiempo que algunos investigadores de las instituciones venidas desde el centro son acogidos e invitados a participar en programas de educación superior, otros son excluidos, y el estudiantado tiene que sufrir, una vez más, los celos entre académicos y las limitaciones presupuestales, administra-tivas o políticas.
Conclusiones
Con el aumento en el número de instituciones, científicos sociales, investigadores miembros del SNI, proyectos de investigación y de la oferta de educación superior, las Ciencias Sociales en el noreste pare-cen estar sentando unas buenas bases para generar mayores y mejores procesos de formación. No obstante, hay un aspecto que puede ser central para que dicho proceso se genere de mejor manera, se trata de la apertura de las universidades e instituciones de educación superior ante la nueva realidad.
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8 www.cinvestav.mx/lineas/index.htm/El CINVESTAV también tiene una sede en Tamaulipas, sin embargo no tiene ninguna especialidad relacionada con las Cien-cias Sociales.
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Las universidades, tanto las públicas como las privadas, no fomen-tan la elaboración de tesis entre sus estudiantes. En vez de hacerlo, promueven otras formas de titulación que reditúan mayores ingresos para la caja registradora. En las primeras hay alternativas para evitar la titulación con tesis, y en las segundas, privilegian los posgrados pro-fesionalizantes sobre los de investigación, graduando de su maestría a estudiantes que elaboran esbozos de proyectos o propuestas de trabajo que no rebasen las cincuenta cuartillas.
Tanto unas como otras están plagadas por institutos o centros de investigación integrados por un solo profesor investigador que sirven como membrete y estadística para lograr las acreditaciones nacionales e internacionales, no para realizar investigación.
Aunado a lo anterior, dependencias universitarias sostienen regla-mentos que impiden la colaboración de profesores o investigadores miembros de otras instituciones para dirigir o comentar tesis. Cuando no es éste el caso, los estatutos de las dependencias establecen cier-tos requisitos burocráticos que más bien parecen obstáculos para la colaboración interinstitucional, por lo que es casi imposible que un estudiante tenga como asesor a un investigador o especialista externo a su universidad.
Por su parte, los científicos sociales del noreste están en un am-biente en donde no es fácil encontrar estudiantes de Ciencias Sociales. Aunque la oferta educativa existe, ésta es muy limitada tanto a nivel de licenciatura como de posgrado. La ausencia de ciertas carreras como la antropología o las deficiencias en otras como la sociología, representan dificultades para que los investigadores encuentren colaboradores. Para salvar esto, se ven en la necesidad de formar de manera independiente a los estudiantes para que puedan participar en las investigaciones.9
Ahora bien, varios procesos van mostrando el impacto positivo de la mejor situación de las Ciencias Sociales en la región. En Monterrey, por ejemplo, investigadores del IINSO, el INAH y El Colef, llevan a cabo un seminario interinstitucional. Al mismo tiempo, el IINSO involucra en su programa de doctorado a investigadores dEl Colef, y
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9 Tal ha sido el caso de la Dra. Séverine Durin, del CIESAS, quien formó a estu-
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el CIESAS Programa Noreste lleva a cabo una investigación en donde participan miembros del INAH. El mismo CIESAS Programa No-reste impulsó en 2006 la conformación de la Red de Investigadores del Agua en Cuencas del Norte de México, en la cual se involucran tam-bién investigadores dEl Colef, la UANL, la Escuela Nacional de An-tropología e Historia Unidad Chihuahua, la Universidad Iberoameri-cana, la Universidad Juárez del Estado de Durango, la Universidad de Sonora, El Colegio de Sonora, la Universidad Nacional Autónoma de México y El Colegio de Tamaulipas.
Además, la incursión del ITESM en la investigación en Ciencias Sociales debe ser vista como algo positivo, no sólo por el impacto que tiene en la atracción de investigadores a la región, sino por las conse-cuencias que esto debe traer también en el trabajo de otras universida-des locales, que seguramente responderán en un afán de competencia, pero a la vez en defensa de sus formas de trabajo, perspectivas de análi-sis y abordaje de ciertas temáticas particulares. La UdeM, por ejemplo, iniciará la carrera de Sociología en este año (2008), y con ello romperá el monopolio de la UANL en la materia.
Con todo, las Ciencias Sociales en el noreste tienen un reto mayor, reto que no existe en algunas otras regiones de México, se trata de su-perar las limitaciones y prejuicios de la ideología dominante de corte “liberal porfirista”, según la cual los hechos sociales tienen un origen individual (Zúñiga y Contreras,1998: 69). En este contexto, las Cien-cias Sociales siguen siendo algo extraño entre la población del noreste, en donde las actividades de corte productivo abarcan prácticamente todo el espectro del mercado laboral y de las expectativas sociales. Para los funcionarios públicos de alto y mediano nivel, los estudiantes de licenciatura o posgrado, los profesores de las escuelas públicas y pri-
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diantes de licenciaturas y maestrías para que hicieran trabajo de campo en un pro-yecto de corte antropológico. Comentario hecho por la misma doctora durante su presentación en el Quinto Seminario, región noreste, del Ciclo de seminarios itinerantes de discusión y análisis sobre el estado actual de las Ciencias Sociales en México, llevado a cabo los días 7 y 8 de junio de 2007.
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vadas, los empresarios grandes y pequeños, los comerciantes formales e informales, los obreros, empleados, comunicadores, periodistas y de-más sectores del noreste, encontrar a un científico social es toparse con un desconocido a quien se debe preguntar qué es lo que hace y, sobre todo, para qué sirve.
Bibliografía
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Béjar Navarro, Raúl y Héctor H. Hernández Bringas. La investigación en Ciencias Sociales y humanidades en México. México, UNAM/CRIM, Porrúa, 1996.
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Rosaldo, Renato. Cultura y verdad. Nueva propuesta de análisis social, México, CONACULTA, Grijalbo, 1991.
Zúñiga, Víctor y Óscar Contreras. “La pobreza en Monterrey”. En Luis Lauro Garza (coord.), Nuevo León Hoy. México, La Jornada Ediciones, UANL, 1998, pp. 65-83.
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Th e present article deals with the Carl Lumholtz Conferences, which focused on the anthropology and development of the social sciences and the anthropology of Mexico, particularly in the northern part of the country.
Key Words:Words:Words
PALABRAS CLAVE:
El presente artículo trata sobre el Coloquio Carl Lumholtz, el cual está enfocado en la Antropología y el desarrollo de las Ciencias Sociales y la Antropología en México, en particular en la zona norte.
Antropología, Ciencias Sociales, norte de México
Anthropology, Social Sciences, northern Mexico
Th e experience of the Carl Lumholtz
conferences
1 Investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, unidad Chihuahua.
Correo: [email protected]
En la búsqueda de una antropología del norte de
MéxicoLa experiencia de los coloquios
Carl Lumholtz
Fecha de recepción: 24 de enero de 2008 Fecha de aceptación: 21 de abril de 2008
Juan Luis Sariego Rodríguez1
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Introducción
Pordos ocasiones —octubre de 2005 y 2007—, la Escuela Na-cional de Antropología e Historia (ENAH) Unidad Chi-
huahua ha llevado a cabo la celebración del Coloquio Carl Lumholtz de Antropología e Historia del Norte de México. En dichos eventos académicos han participado más de 60 conferencistas y ponentes especialistas en temas relativos a esta región del país, procedentes de instituciones de investigación nacionales, de Estados Unidos y Canadá. Puesto que se trata de un acontecimiento indudablemente novedoso en el panorama de las Ciencias Sociales en el vasto terri-torio que componen los estados norteños (Baja California Norte y Sur, Sonora, Sinaloa, Chihuahua, Durango, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas), bien merece un comentario y un análisis, tarea que me propongo abordar en este breve ensayo.
El contexto: la antropología y las Ciencias Sociales en el norte de México
Tanto la enseñanza como la investigación de las disciplinas antropo-lógicas y, en general, de las Ciencias Sociales, son hasta hoy tareas con un enorme déficit en el panorama de las universidades y centros académicos de los estados del norte de México. En las facultades y centros de enseñanza, la ausencia de programas de formación en licen-ciatura y posgrado en áreas tales como la Sociología, la Economía, la Historia y la Antropología contrasta no sólo con lo que sucede en las universidades del centro y sur del país, sino también con el indudable impulso que las carreras tecnológicas, administrativas y empresariales han adquirido como alternativas profesionales más recurrentes entre los jóvenes que acceden a la educación superior.
Existe un vacío académico dentro de la Antropología explicable si se tiene en cuenta que en México la tradición antropológica ha esta-do desde sus orígenes ligada al estudio de la arqueología de las altas culturas mesoamericana y maya, así como al de las culturas indígenas y rurales de las regiones del centro, sureste y Golfo de México. El cen-
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ztralismo con el que operan muchas instituciones públicas vinculadas al campo de las disciplinas antropológicas tampoco ha sido el entorno más adecuado para desarrollar el quehacer académico de este campo del conocimiento en el norte del país.
Y sin embargo, el panorama de las sociedades y grupos humanos de esta zona constituye un escenario privilegiado para estudiar, entre otros temas, la conformación del México moderno, los procesos de cambio demográfico motivados por la inmigración, la modernización econó-mica, la alternancia política, las conflictivas relaciones fronterizas con Estados Unidos, la urbanización y conformación de una nueva clase obrera en la industria maquiladora de exportación, el desarrollo de una pujante agroindustria de exportación y el consecuente surgimiento de un nuevo proletariado de jornaleros agrícolas, etcétera.
Para la mirada antropológica, sin duda el hecho más relevante del norte de México es su diversidad cultural. En efecto, en estas latitudes es notoria la presencia de importantes grupos étnicos con identidades culturales muy marcadas y contrastantes con las de partes del país, como lo atestiguan, por ejemplo, la autonomía política “de facto” de los yaquis, el sistema de organización social en bandas y clanes de los seris, la lucha por el derecho al binacionalismo de kikapúes, pápagos y paipai o la tenaz persistencia de la cosmovisión y las prácticas rituales de los tarahumaras.
Pero además, el mestizaje de origen colonial derivado en gran me-dida de la expansión de la minería; la aparición de figuras sociales distintivas del agro norteño como las de los rancheros, medieros, va-queros y arrieros; las políticas de colonización por parte de grupos ex-tranjeros como mormones y menonitas; la atracción migratoria hacia los polos urbanos norteños de numerosos contingentes de población del centro y sur del país y la circulación constante de grupos humanos a lo largo de una inmensa frontera, han dado al norte un perfil cultural sumamente dinámico, híbrido y heterogéneo. Lejos de aquel viejo y etnocéntrico prejuicio vasconceliano de que, en México, la cultura se acaba donde se acaba el maíz, asistimos desde hace ya varias décadas a un indudable y vigoroso auge de las manifestaciones y expresiones culturales y artísticas de las sociedades del norte del país.
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Por desgracia, la antropología y en general las Ciencias Sociales llegaron tardíamente a reconocer la importancia de estos fenómenos y comenzaron con retraso a estudiarlos, requiriendo para ello de un instrumental conceptual y metodológico que se adaptara a las particu-laridades históricas y sociales de estas regiones del país. Por lo que se refiere a las disciplinas antropológicas, creo que es ésta la fase en la que nos encontramos: para quienes desde la arqueología, la etnografía, la antropología social, la lingüística indígena y la etnohistoria se acercan al pasado y al presente del norte de México, se ha vuelto cada vez más evidente el imperativo de construir un aparato epistemológico nuevo con categorías historiográficas, sociológicas y culturales adaptadas que traten de dar cuenta de las realidades norteñas. Se logrará así superar el procedimiento metodológico tradicional que por mucho tiempo con-sistió en trasplantar mecánica y artificialmente conceptos y modelos explicativos surgidos de otras regiones y contextos del país.2
La orientación del Coloquio Lumholtz
Inspirado en la figura y en la obra etnográfica del viajero noruego Carl Lumholtz (quien a finales del siglo XIX recorrió los territorios indí-genas de la vasta Sierra Madre Occidental dejando de ello constancia en diferentes obras, entre las que destaca El México desconocido), este coloquio propone como centro de los debates la antropología —en to-das sus vertientes y subdisciplinas— y la historia del norte de México. Se pretende en primer lugar propiciar intercambios académicos y de investigación que estén a la par de otros equivalentes como el Colo-
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2 Por sólo poner algunos ejemplos, baste referir las enormes limitaciones que la ar-queología mesoamericana enfrenta a la hora de dar cuenta del pasado de las po-blaciones de cazadores, recolectores y nómadas del norte de México. Algo similar sucede cuando se han querido extrapolar conceptos propios de la estructura so-cial, modelos de apropiación territorial y prácticas productivas de las sociedades indígenas del centro y sur de México para entender las formas de vida de las etnias del norte. Los procesos de colonización, mestizaje, así como las guerras étnicas contra la presencia europea, en fi n, tuvieron aquí características propias y propiciaron estructuras sociales distintivas.
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quio Paul Kirchhoff, organizado por la especialidad de Etnología del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacio-nal Autónoma de México; las Mesas Redondas de Palenque auspicia-das bianualmente por el Instituto Nacional de Antropología e Historia en las que se reúnen especialistas en materia de historia, arqueología, iconografía y epigrafía mayas, o como las Mesas Redondas de Monte Albán y Teotihuacán, también propiciadas por el mismo instituto.
El segundo gran objetivo del Coloquio Lumholtz es el de aspirar a construir una visión unitaria e integral que, asumiendo las particula-ridades de cada una de las diferentes regiones del norte, permita una visión holista y articulada entre todas ellas. Porque, en efecto, hasta ahora, lo que ha predominado es el intercambio y el debate académi-cos entre especialistas de cada una de las entidades federativas que in-tegran el norte a través de coloquios estatales entre los que destaca por su sólida tradición el Simposio de Historia y Antropología de Sonora que se viene celebrando regular y anualmente en Hermosillo desde 1975 y en cuya organización participan la Universidad de Sonora, el Centro INAH Sonora, el Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo y El Colegio de Sonora, además de otros organismos loca-les. Con menor regularidad otras reuniones y congresos de este tipo se han venido desarrollando en las capitales de otros estados norteños, así como en las ciudades de la frontera.
Sin embargo, es notoria la ausencia de espacios institucionaliza-dos y regulares donde tenga lugar un intercambio entre especialistas de diferentes regiones y entidades federativas del norte. En ocasio-nes es llamativo constatar que ciertos fenómenos como la frontera, la maquila, el desarrollo de la agricultura comercial de exportación y el consecuente proceso de formación de un nuevo proletariado de jorna-leros agrícolas o la situación de tal o cual grupo étnico, a pesar de ser fenómenos que están generalizados en muchas partes del territorio norteño sólo son estudiados desde una óptica localista. Así, por ejemplo, se estudian los jornaleros agrícolas de Baja California, los de Sinaloa y los de Sonora, pero pocas veces los del noroeste; se investiga acerca de los pimas de Chihuahua y los de Sonora, de los tepehuanos de Duran-go y los de Chihuahua, olvidando que más allá de las fronteras estata-
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les, uno y otro grupo constituyen una unidad cultural y comparten en común elementos organizativos, simbólicos y rituales semejantes. En cuanto a las historias regionales sucede algo parecido puesto que priva en ellas un cierto provincialismo: su estudio se reduce exclusivamente al entorno estatal o al de la relación norte-centro entre las sociedades o grupos de tal o cual estado norteño con la capital del país, desde-ñándose una perspectiva este-oeste u oeste-este que trate de explicar las articulaciones, semejanzas o diferencias entre las sociedades de los estados norteños.
Por eso, y para comenzar a llenar estos evidentes vacíos, los Colo-quios Lumholtz en primer lugar buscan abrir un espacio de intercam-bio académico entre estudiosos del norte de México y, en segundo, se proponen como meta llegar a construir explicaciones y categorías de análisis que permitan hablar con propiedad de aquéllo de específico que tiene, desde la antropología y la historia, el norte de México.
La tarea no es para nada sencilla, ya que en realidad los modelos ex-plicativos con que contamos hasta hoy para entender de forma integral el norte de México son limitados, anacrónicos y en algunos casos etno-céntricos. En efecto los conceptos clásicos con que la arqueología y la antropología entendieron el norte de México, los de “Arido-América”, “Oasis-América”, el “Southwest” o, simplemente, “la Gran Chichimeca”, aunque tienen el mérito de encuadrar al norte en un área cultural que trasciende las fronteras nacionales, todos ellos adolecen de un olvido de la enorme diversidad de este gran territorio. También pecan de una cierta tendencia a definir el norte por lo que no es: el espacio de gran-des civilizaciones agrícolas y urbanas que aplicaron, como en el caso de la mesoamericana, avanzadas formas de división del trabajo y sistemas estatales. Sin embargo, no deja de ser paradójico que todo el norte se asimile a la idea de la aridez y desierto, siendo que sus fértiles cuencas y distritos de riego están considerados como los graneros de México. Además, los términos Chichimeca y Southwest son claramente de-signaciones construidas desde fuera del entorno norteño y connotan un cierto desprecio (en el primer caso) o un implícito anexionismo anglosajón (en el segundo).
Pero sobre todo, estas nociones que fueron construidas para expli-
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car la naturaleza de los territorios, el pasado prehispánico y la realidad arqueológica, están lejos de significar lo que el norte de México es en la actualidad y por eso se vuelven en cierta forma inservibles a la hora de entender la historia moderna y contemporánea de las sociedades norteñas. Parece evidente pues que se requiere una nueva mirada sobre el norte de México que, insisto, reconozca desde el principio su diversi-dad cultural, parta de una etnografía actualizada y opte por una mirada procesual e histórica, combinando el análisis de la permanencia con el del cambio, superando toda forma de determinismo medioambiental.
El norte de México, por lo demás, necesita ser despojado de los prejuicios culturales etnocéntricos que por mucho tiempo tuvieron vi-gencia y que se empeñaron en asignarle las categorías de norte bárbaro y proclive a los modos de vida estadounidenses, condenándolo irremi-siblemente a ser una tierra de olvido a los ojos de intelectuales e insti-tuciones culturales del país, mucho más cautivados por el esplendor de las culturas del centro y sur de México. Es evidente que estas visiones distorsionadas y los estereotipos derivados de ellas no corresponden a las imágenes de un norte plagado de contrastes y diversidades cultura-les, económicamente pujante y modernizador desde los días del “mila-gro mexicano” y políticamente tendiente a la alternancia y el cambio. El norte bárbaro de la machaca, las botas y la polka es paradójicamente el mismo escenario que conoció la revolución verde. También es el entorno donde los pueblos indios de la sierra, la costa y el desierto mantienen vigentes cosmovisiones, prácticas de sociabilidad y formas de gobierno y justicia claramente distintivas, que algunos se han atre-vido a calificar de expresiones de una autonomía de facto y que apuntan hacia una modalidad particular de construcción de la nacionalidad
Es el norte del desierto, pero también el de las sierras madres, el del mar, las islas, las penínsulas, los oasis, las fronteras, los grandes sistemas fluviales y los corredores agrícolas. Es el norte atravesado por fronteras étnicas y clasistas, así como por regionalismos, localismos y diferencias contrastantes. Es además un norte donde los cambios sociales tienen un ritmo acelerado. Baste decir, como ejemplo, que allí donde hace poco más de un siglo llevaban a cabo sus correrías apaches y coman-ches, hoy se asienta una industria maquiladora de exportación en las
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ramas electrónica y de autopartes de alta competitividad internacional; que en los desiertos yermos de Sonora, Baja California, Coahuila y Chihuahua florece una horticultura de exportación que cada día cruza sin reparos las fronteras de la globalidad; en fin, que el norte se ha convertido en un territorio donde todo circula: mercancías, migrantes e ilegales latinoamericanos, narcóticos, pero también una creciente ac-tividad e industria cultural de masas.
También es el norte donde las figuras sociales de la ruralidad re-visten perfiles específicos ligados, entre otras cosas, a la abundancia de tierra y la ausencia de agua, la práctica de la mediería, los límites del sistema de haciendas y una vieja tradición de movilidad y autonomía de vaqueros y rancheros. Además, desde el final de la década de 1960, el norte, en especial el fronterizo, se pintó del color de las maquilado-ras y en ellas surgió una nueva clase obrera, sin precedente en el país, compuesta mayoritariamente por jóvenes y mujeres. Después vinieron la narcosiembra, el narcotráfico, los cárteles de la droga y su cosecha de violencia emblemáticamente proyectada en los feminicidios de Ciu-dad Juárez. Y, en medio de todo eso, es el norte de las bandas gruperas, la de El Recodo, Los Tigres y Los Cadetes, el de la acordeón y la tambora. Pero también el de la danza del venado, de la pascola y el tutuguri. ¿No es todo ello suficiente para atraer la atención y la curio-sidad de las nuevas generaciones de antropólogos y científicos sociales mexicanos?
Las temáticas del Coloquio Lumholtz
En sus dos ediciones, el Coloquio Lumholtz ha abordado temáticas muy diversas, tal y como se muestra en los cuadros que aparecen al final de este texto. En la primera de 2005, el eje central de los debates fueron las visiones disciplinarias sobre el norte de México y éstos estu-vieron aglutinados en torno a 6 mesas de discusión: Visiones discipli-narias sobre el norte de México, El norte profundo, El norte antiguo de México: la mirada de la arqueología, La construcción histórica de la identidad norteña, Problemas sociales del norte contemporáneo y Violencia y género en el norte de México.
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Así, mientras los arqueólogos presentaron una visión de conjunto del estado del conocimiento sobre las diferentes regiones del norte de México, los historiadores discutieron acerca del surgimiento y trans-formación en el tiempo de varios elementos constitutivos de la reali-dad norteña. El discurso de los arqueólogos fue recurrente al insistir en que, tanto en la Península de Baja California, como en el noroeste y el septentrión, las evidencias muestran la existencia de tempranos asentamientos de grupos humanos con un alto grado de adaptación a los contextos ecológicos del desierto, las serranías y los litorales maríti-mos. También fueron reincidentes las referencias a las expresiones ar-tísticas y culturales que conforman el legado de estos pueblos y que se muestran particularmente en vestigios arquitectónicos (como Paqui-mé en Chihuahua), sistemas avanzados de tecnología agrícola (como el Cerro de Trincheras en Sonora) y, especialmente, en una difundida presencia del arte rupestre que aparece en todo el norte de México y que remite a un complejo mundo de símbolos y cosmovisiones sobre la caza, el agua, la vida en sociedad y las deidades supraterrestres cuyos significados estamos aún lejos de descifrar. Sin duda son estos últimos elementos algunos de los que más emblemáticamente distinguen las culturas arqueológicas del norte.
De los temas tratados por los historiadores, destacaron, en especial, aquéllos que se refieren al impacto de la colonización misionera y civil en diferentes entornos indígenas del norte mexicano. A partir de los análisis presentados se concluye la importancia estratégica de seguir estudiando la institución del pueblo de misión y sus actores sociales, su arraigo, asimilación y rechazo entre las etnias autóctonas, las ideologías pastorales y las prácticas productivas de las diferentes órdenes religio-sas que se instalaron en los territorios norteños, así como el profundo impacto civilizatorio que produjo entre los pueblos indios la presencia europea. Además de revisar y discutir algunas visiones y reinterpreta-ciones acerca de la frontera México-Estados Unidos, la mesa de His-toria contó también con una interesante propuesta sobre la perspectiva de la historia ambiental como estrategia para entender los cambios operados en los territorios y sociedades norteñas.
Un tercer núcleo de debates giró en torno a lo que en el Coloquio
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se denominó “el norte profundo”, es decir, la realidad pasada, presente y heterogénea de los grupos étnicos, en su mayoría de raíz yutoazteca, que se asentaron en los desiertos, serranías, valles y fronteras del vasto territorio norteño y que hoy, excluidos o integrados, forman parte de sus dinámicas sociales. Tras la propuesta de una tipología general que busca agrupar estas etnias de acuerdo a su inserción en el territorio, su relación con las economías regionales, sus modos de organización política y sus luchas en torno a la autonomía, y después de haber ana-lizado la situación de las lenguas indígenas en el norte de México, se presentaron algunos casos contrastantes: el de los seris de la costa sonorense quienes, desde su propia cosmovisión, luchan por hacerse oír entre los planificadores de organismos públicos que deciden las políticas de conservación ambiental del Mar de Cortés; el de los pue-blos indios de la Sierra Tarahumara (tarahumaras, pimas, tepehuanes y guarijíos), con una cosmovisión distintiva e inmersos en la defensa de sus prácticas jurídicas; el de los migrantes indígenas del centro-sur de México que cada día con mayor visibilidad se integran al escenario de las grandes ciudades y polos fronterizos al mismo tiempo que se han vuelto indispensables para hacer funcionar la moderna agricultura de exportación localizada en los fértiles valles norteños.
Las mesas de discusión que tuvieron lugar el último día del Primer Coloquio Carl Lumholtz estuvieron dedicadas a reflexionar sobre un conjunto de realidades del norte contemporáneo de México. En el plano económico y productivo se destacaron los impactos del Tratado de Libre Comercio en la agricultura, los nuevos sistemas de contra-tación y procesos productivos en las maquiladoras norteamericanas y japonesas instaladas en la frontera. Desde el punto de vista cultural, varios ponentes llamaron la atención sobre el nuevo mapa religioso de la frontera norte, así como sobre las expresiones de identidad y repre-sentaciones colectivas de sus habitantes. También se resaltó el desen-canto político y los problemas de la calidad democrática después de la fase de transición y alternancia políticas que se vivieron durante los años recientes en bastantes de las entidades norteñas.
Mención especial mereció un conjunto de acertadas y puntuales reflexiones sobre el fenómeno de la violencia que, en sus variadas mo-
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dalidades como el narcotráfico, el machismo y el feminicidio, cada día cobran más relevancia y desatan preocupantes procesos de desestabili-zación social en muchos lugares del norte mexicano, tanto en el medio rural como en el urbano.
Mientras en el Primer Coloquio Carl Lumholtz predominó una óptica de revisión de los diferentes enfoques disciplinarios de la antro-pología, la arqueología, la lingüística, la sociología y la historia sobre el norte de México, en el segundo, celebrado en los primeros días de octubre de 2007, se optó por recurrir a un tema central que atravesó el conjunto de los debates, el de las fronteras. El norte de México, en efec-to, se encuentra geográfica y culturalmente ubicado entre dos grandes fronteras en las que se presentan fenómenos de asimilación y diferen-ciación: una, la que nos distingue y asemeja al mundo mesoamericano; otra la que nos asimila y diferencia con la civilización anglosajona. Pero además, el norte se encuentra atravesado por una serie de fronte-ras ecológicas, territoriales, étnicas, clasistas, culturales y regionalistas. Todo ello fue motivo de presentaciones, diálogos y debates.
Los primeros de ellos giraron en torno a los temas de la migración, las fronteras y el trasnacionalismo, fenómenos todos ellos que cobran vigencia no sólo en la frontera, sino en todo el norte de México. El primer día, tras revisar los nuevos discursos y enfoques sobre el tras-nacionalismo, se analizaron, en particular, los casos de las corrientes migratorias indígenas hacia las ciudades de Monterrey y Tijuana, dos de los polos urbanos de México de mayor atracción para los grupos étnicos. También se documentó de forma etnográfica la experiencia cotidiana de movilidad y conflicto en los puentes internacionales de Ciudad Juárez.
La ecología y las contrastantes diversidades medioambientales que atraviesan todo el norte, así como las variadas formas de adaptación a estos medios, también fueron objeto de análisis. Al tiempo que se analizaron el impacto del uso y las nuevas modalidades de explotación de recursos naturales como el agua y las riquezas minerales, también se discutió la forma en que la industria maquiladora de exportación estructura y ordena los territorios urbanos fronterizos.
Los regionalismos son expresión de formas contrastantes con las
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que los norteños de diferentes latitudes se apropian e interpretan sus historias regionales y locales. Todos ellos tienen al menos dos refe-rentes obligados: la construcción interna de una identidad distintiva y la conflictiva y al mismo tiempo simbiótica relación con el centro, símbolo del Estado-nación. Se revisaron así los casos de Coahuila, Sonora, Chihuahua, Nuevo León y Tamaulipas, destacándose las si-militudes y diferencias entre ellos.
Pero también la experiencia de frontera atraviesa, en forma polisé-mica, la realidad de los grupos étnicos norteños, tema que fue objeto de algunas de las ponencias del segundo día del coloquio. En algunos de los casos presentados —los yaquis residentes en las reservaciones de Arizona o los grupos yumanos de Baja California— la frontera re-presenta antes que nada una experiencia de ruptura, binacionalismo y globalidad. Pero, desde otro punto de vista, las fronteras étnicas en el noroeste septentrional abarcaron de manera decisiva los espacios crea-dos, peleados y negociados por el coloniaje, cuya definición histórica no se explica fuera de las condiciones ecológicas que los rodearon. Las fronteras étnicas, en fin, demarcan los límites de cosmovisiones sobre las que se construye la identidad, como en el caso de los rituales del yúmari entre los tarahumaras.
La música y el arte en las fronteras del norte, entre otras expre-siones artísticas, también recibieron la atención que reclaman. Así, se examinaron los contenidos y significados de la música de los bailes rancheros, forma característica de expresión de enamoramientos y conquistas en los pueblos mestizos de la Sierra Madre Occidental. Se propusieron además una serie de interpretaciones sobre los oríge-nes, fuentes de inspiración e influencias de los diferentes géneros de la música norestense. Como muestra de la vitalidad del arte fronterizo, se concluyó con una atractiva presentación visual de un performancetijuanense en el que un “hombre bala” ridiculiza y desdeña las barreras físicas y sociales de la frontera méxico-norteamericana.
Como una novedad introducida en la segunda edición de este colo-quio, es de destacarse la organización de una mesa en la que se presen-taron algunas investigaciones sobre diferentes realidades sociales del estado de Chihuahua que resumen algunos trabajos de tesis recientes,
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tanto de licenciatura como de posgrado, fomentando así la participa-ción de jóvenes estudiosos de la realidad norteña. Sobresalió como tema recurrente el panorama religioso, la ritualidad y la historia de las rebeliones tarahumaras, pero también se expusieron dos trabajos de tesis de maestría elaborados por egresados de la ENAH Chihuahua, uno sobre la historia de la arqueología en el estado, y el otro, acerca de la deportación infantil en la frontera.
Conclusiones
Como lo hemos señalado a lo largo de este artículo, el propósito prin-cipal que, desde 2005, ha guiado el Coloquio Carl Lumholtz de An-tropología e Historia del Norte de México organizado por la ENAH Chihuahua, ha sido el de propiciar la comunicación, el intercambio y el debate académicos entre quienes se dedican, desde hace años, a trabajar sobre temas relacionados con estas disciplinas en el norte de México. Con estos encuentros se pretende también ir construyendo, cada vez con más precisión, marcos conceptuales y ejes de discusión que nos permitan ir más allá de los enfoques localistas y construir un discurso integral sobre la historia y la diversidad cultural del norte de México.
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El control social es tan antiguo como la historia misma de la humanidad, siempre ha existido, lo que ha cambiado son sus condicionantes ideológicos y la forma de aplicarse. A partir del último cuarto del siglo XX, la revolución de la información/comunicación ha dado lugar a un cambio de sociedad, que se muestra más sutil, en red, y se ha globalizado. Y, por las peculiaridades que le confi ere el “informacionalismo” (Castells) a la cibersociedad o la “sociedad red” (Castells), este control se ejerce unilateralmente desde la actual superpotencia, Estados Unidos, con el control técnico, gestión y manipulación de los contenidos presentes en la red, y por ende de la sociedad.
Th e social control in the net society, is old as the human history and has always existed. What has been changed is their ideological and applied conditions. Starting from the last part of the XX century, where the XX century, where the XXinformation and comunication revolution took place in the society. Subtle changes in the net has been shown in the worldwide; due to those peculiarities that the informationalism (Castells) confers to the red society in the Cyberspace. Th is control is unilaterally exercise by the superpower of the United States with the tecnical control and manipulation in the contens presented in the red and in consequence in the society.
Key
Word
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Th e Social Control in the Society Net
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Control social, sociedad red, miedo, globalizaciónControl social, sociedad red, miedo, globalizaciónControl social, sociedad red, miedo, PALABRAS
CLAVE:
Th e Social Control in the
Society Net
Control social en la sociedad red
Miguel-Héctor Fernández-Carrión 1
1Miguel Héctor Fernández Carrión,
profesor de la Universidad Complutense de Madrid.
Correo:[email protected]
Fecha de recepción: 18 de abril de 2007Fecha de aceptación: 29 de julio de 2007
Sección Varia
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Introducción2
En esta aproximación al control social en la sociedad red, no se va a tratar de realizar un análisis convencional sociológico sobre el exclu-sivo control social, sino exponer los nuevos mecanismos de control introducidos por el informacionalismo en la sociedad red, a partir de la fundamental comprensión del ideario —textual— que guió la re-volución de la información/comunicación, y la interpretación que se hace de él.
Sociedad red
El cambio de sociedad postindustrial, por el informacionalismo, es es-tablecido por Castells con la denominación de sociedad red. “La so-ciedad red es una estructura social3 formada por redes de información4
alimentadas por las tecnologías de la información características del paradigma informacional” (Castells: 2002, 131). En este nuevo tipo
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2 Para la comprensión de cambio de sociedad habido por la revolución de la información/comunicación se puede recomendar una relativa amplia biblio-grafía de la que destacaría la trilogía sobre La era de la información, de Manuel Castells y por proximidad con este tema, los textos titulados “Aproximación a las relaciones de poder en la red”, “La globalización y las claves del nuevo poder red” y “Aproximación al control social y protesta antiglobalización”, en los que Fernández-Carrión analiza metodológica y comparativamente el cambio social, económico, político y cultural habido en el último cuarto del siglo XX, y centrándose sobre todo en los mecanismos seguidos por los gru-pos de poder en la red.
3 La estructura social se puede entender como “los dispositivos organizativos de los seres humanos en las relaciones de producción, consumo, experiencia y poder, tal como se expresa en la interacción signifi cativa enmarcada por la cultura” (Castells: 2002, 131-132).
4 “Una red es un conjunto de nodos interconectados. Un nodo es el punto donde la curva se intercepta a sí misma. Las redes sociales son tan antiguas como la humanidad. Pero han cobrado nueva vida con el informacionalismo porque las nuevas tecnologías refuerzan la fl exibilidad inherente a las redes, al tiempo que resuelven los problemas de coordinación y de dirección unifi cada
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riónde sociedad, juegan un papel fundamental las redes, que funcionan
distribuyendo información a lo largo de los nodos, de acuerdo con un patrón interactivo, que es clave para el control de las mismas. Aun-que los nodos cuentan con un relativo valor independiente de sus ca-racterísticas específicas, es su capacidad para contribuir a la red con información, lo que unido al funcionamiento técnico con una lógica binaria de inclusión/exclusión de las redes, y el control que ejerce el patrón interactivo sobre el contenido que circula por la red, lo que la información determina en su conjunto una especial escala de valores dentro de la red, clasificándola con diferentes rangos de importancia de acceso, destacando la que considera, por criterios propios, como im-portante de la que relega a un segundo plano, e incluso ignora alguna, excluyéndolo, o por un error social condicionado al no apreciar una información en la red, por lo que se entiende que no existe en cual-quier otra parte del mundo, y directamente se ignora (no existe).5
La sociedad red se caracteriza por la transformación sociotécnica
que han aquejado a las redes, durante toda la historia, en su competencia con las organizaciones jerárquicas. Las redes distribuyen el funcionamiento y comparten la toma de decisiones a lo largo de los nodos de la red de acuerdo con un patrón interactivo. Por defi nición, una red no tiene centro, sólo nodos. Aunque los nodos pueden ser diferentes en cuanto a tamaño, y por lo tanto de relevancia variable, todos son necesarios para la red” (Castells, 2002: 132).
5 Los nodos al igual que la información que se mueve por internet mantiene una escala de valores, y en este sentido si un nodo de una red deja de realizar una función útil, tal como requiere el funcionamiento normal de la red, pau-latinamente queda eliminada de la red, y ésta a su vez se reorganiza. Aunque todos los nodos se necesitan siempre que permanezcan en la red, estos nodos adquieren mayor o menor importancia, al depender de la mayor o menor absorción de información y la velocidad de su procesado, pues si este rendi-miento disminuye, otros nodos paulatinamente absorbe sus tareas.
6 Tratada de forma extensa por el propio Castells en el sexto capítulo dedicado a “El espacio de los fl ujos” (1998, I, pp. 409-462).
7 Tratado igualmente por Castells en el sétimo capítulo “Las orillas de la eter-nidad: el tiempo atemporal” (1998, I, pp. 463-503).
8 Al que se refi ere Castells en el quinto capítulo sobre “La cultura de la virtua-lidad real: la integración de la comunicación electrónica, el fi n de la audiencia de masas y el desarrollo de las redes interactivas” (1998, I, 359-408).
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del espacio,6 del tiempo,7 la cultura8 y el Estado. En cuanto al espacio, se produce un cambio de lugares físicos hacia un espacio de flujos, y entonces surge un tiempo atemporal. Aspectos ambos fundamenta-les para la transformación de las fronteras históricas del Estado-na-ción en el Estado-red. Durante este tránsito, las instituciones pasan a depender de su interacción con múltiples redes, incluidas las insti-tucionales de otros contextos culturales, así como redes del dinero, de información y de otro diverso poder: local, regional y supranacional. Esta nueva concepción del tiempo y del espacio desvirtúa las fronteras de las formaciones culturales específicas, mientras que por el contrario el hipertexto integra todas las expresiones culturales, por lo cual la cultura de la virtualidad real determina la comunicación en todos los contextos y los procesos sociales con los que se relacionan. Asimismo, en la sociedad red las instituciones políticas han dejado de ser la sede del poder real, pues el verdadero poder es el que determina los flujos instrumentales y los códigos culturales incrustados en las redes, y en especial el ejercido por un poder paralelo (IESG e IAB)9 en Estados Unidos sobre el protocolo de funcionamiento de la red.
La sociedad red, en sus diversas expresiones institucionales, al me-nos por ahora, es una sociedad capitalista. Pues, en un principio, la evolución hacia las formas de gestión y producción en red no implica la desaparición del capitalismo, sino su renovación hacia un nuevo tipo de capitalismo global, por el que el capital es global o se hace global para entrar en el proceso de acumulación en la economía de interco-
9 IAB (Internet Activities Board), fue la responsable en Estados Unidos del de-sarrollo de la tecnología internet, en la década de los ochenta, posteriormente ha creado una serie de grupos de trabajo reagrupados por sectores sobre “es-tudios durables”, y actualmente sólo interviene teóricamente en su control “en caso de contestaciones”, mientras que el poder real lo realiza por el mo-mento IESG (Internet Engineering Steering Group), que está constituida por los directores de los diferentes grupos de trabajo (su conjunto constituye el IETF, que está encargado de “buscar soluciones” y “proponer los estándares de internet) y el presidente de IETF (Internet Engineering Task Force), y, -como se analizará más adelante, son los que adoptan directamente el estándar de la red.
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nexiones electrónicas-digitales. Y, en estas circunstancias, aunque el capital es global el trabajo continúa siendo local, así como los benefi-cios económicos de las empresas —por ahora— siguen manteniéndo-se en el ámbito nacional.
En un principio Castells indica que “la red es un autómata” (Cas-tells, 2002: 133), pero seguidamente precisa esta afirmación al pregun-tarse ¿quién programa la red? o ¿quién decide las reglas que seguirá el autómata? a lo que contestará como sociólogo que “los actores socia-les” (Castells, 2002: 134), mientras que un político hubiese respondido que su potencia mundial creadora, que es precisamente la única que conoce los códigos de acceso compatibles para activar los conmutado-res de la red. Entendiendo por red un programa que asigna a la propia red sus objetivos y sus reglas de actuación, este programa está formado por códigos que incluyen la valoración de la actuación y los criterios de éxito y fracaso, inclusión-exclusión, propios de la lógica binaria con la que funcionan las redes.
Asimismo, se puede indicar que las redes que están alimentadas por las “tecnologías de la información”, son las estructuras más efectivas y eficientes que han existido en la historia —según Castells— por su flexibilidad, estabilidad, y su capacidad de supervivencia,10 estas redes parecen seguir la lógica de las propiedades de los mundos pequeños, capaces de conectarse globalmente a partir de redes a pequeña escala interconectadas entre sí, con la única condición de ser capaces de com-partir códigos y protocolos de comunicación.
Con la revolución tecnológica de la información/comunicación ha surgido una nueva economía a escala mundial, y que es “informacio-nal y global” (Castells). Es informacional porque la productividad y la competitividad de los agentes económicos, a nivel regional y nacional, dependen fundamentalmente de su capacidad para generar, procesar y aplicar con eficiencia la información basada en el conocimiento, y al mismo tiempo es global porque la producción, la comercialización y el consumo, así como sus componentes (capital, mano de obra, materias
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10 Como analiza Castells de forma pormenorizada en Teorías para una nueva sociedad, p. 136.sociedad, p. 136.sociedad
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primas, gestión, información, tecnología y mercados) están organiza-dos a escala global, de forma directa o en red, con vínculos entre los di-ferentes agentes económicos, y se desarrolla en tiempo real. E incluso se puede indicar que esta economía informacional es global, pues se ha pasado de una economía mundial a una realidad económica distinta en la historia, que es la interdependencia y la comercialización, en unas condiciones técnicas específicas de ejecución global en tiempo real. Es por tanto una economía que cuenta con la capacidad de funcionar como una unidad en tiempo real a escala planetaria, y auque actual-mente existen límites sobre la globalización, como es que la mano de obra pierde movilidad por los controles inmigratorios y la xenofobia, por ejemplo, las grandes compañías multinacionales siguen manteni-do la mayor parte de sus activos y sus centros de mando estratégicos en sus naciones originarias, y los flujos de capital están restringidos por los reglamentos monetarios y bancarios (aunque la ubicación en centros financieros de algunos paraísos fiscales y la preponderancia de las transacciones informáticas tienden a sortear estos controles polí-ticos).11 Aunque se impone una tendencia contraria, debido a los im-perativos de Estados Unidos de que la globalización afecte o interpe-netre de forma creciente sobre todos los mercados, siendo esta actitud promovida públicamente por diferentes organismos internacionales, acuerdos económicos internacionales, como los que se llevan a cabo en la Ronda Uruguay del GATT, la firma del Tratado de Libre Comercio norteamericano, la intensificación de los intercambios comerciales con Asia, la incorporación gradual de Europa Oriental en la Unión Europa y de Rusia en la economía global, o la que promueve la Organización Mundial de Comercio (OMC)…12.
En resumen, la revolución de la información/comunicación es al
11 Como lo pone en evidencia Stephen Cohen en una declaración ante el Co-mité Económico Conjunto del Congreso de los Estados Unidos, en septiem-bre de 1990, con el título “Corporate nationality can matter a lot”.
12 Todo ello es analizado de forma amplia por Castells en el segundo capítulo de La sociedad red sobre “La economía informacional y el proceso de globali-La sociedad red sobre “La economía informacional y el proceso de globali-La sociedad redzación” (1998, I, 93-178).
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mismo tiempo informacional y global, porque “en las nuevas condicio-nes históricas, la productividad se genera y la competitividad se ejerce por medio de una red global de interacción” (Castells, 1998: I, 93). En estas condiciones se desvanece el enigma clásico de la productividad13
en favor de la productividad basada en el conocimiento, específica de la economía informacional para el consumo y el ocio.14
La nueva economía está construida sobre redes. Y la economía global está formada en torno a redes colaboradoras de producción y gestión. Las empresas multinacionales y sus redes auxiliares represen-tan más del 30 por ciento del PMB (Producto Mundial Bruto), y el 70 por ciento aproximadamente del comercio internacional. Mientras que las grandes empresas están descentralizadas en redes internas (a la manera de intranet), se relacionan externamente por la red, con otras grandes empresas, así como con medianas y pequeñas empresas.15 De
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13 Por el cual la productividad es la fuente del progreso económico. Y de esta forma, mediante el incremento de los rendimientos en producto (output) por unidad de insumo (input) a lo largo del tiempo, la sociedad dominó las fuerzas de la naturaleza, y culturalmente defi nió un tipo de sociedad. Y, es por esto que las fuentes de productividad fueron el centro de debate y de análisis de la política económica clásica, desde los fi sócratas a Marx. Mientras, que posteriormente una serie de historiadores económicos han expuesto el papel fundamental que ejerce la tecnología en el crecimiento económico, por medio del aumento de la productividad, a lo largo de la historia, y principalmente en la era industrial (como analiza Robert M Solow en “Technical change and the aggregate production function” en Revue of Economics and Statistics -1957, n 39, pp. 214-231-).
14 Richard Nelson en “An agenda for formal growth theory” (texto elaborado en 1994, en el Departamento de Economía de la Universidad de Columbia, y no publicado, y al que hace referencia Castells -1998, I, 107-) cuestiona que la teorización formal sobre el crecimiento económico se debe construir en torno a las relaciones del cambio técnico, las capacidades de las empresas y las instituciones nacionales. Mientras, que Castells resalta que la rentabilidad y la competitividad son los determinantes de la innovación tecnológica, y por consecuencia del crecimiento de la productividad.
15 En este sentido “lo que yo llamo —dirá Castells— empresa red conecta a me-nudo a consumidores y proveedores mediante una red de propietarios, como en los modelos de negocio encabezados por Cisco Systems o Dell Computers
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igual forma, el mercado financiero global está conectado a las redes de producción y consumo de todos los países. Éstas, como la economía en general, afectan directamente al medio y a la consideración social en general, y no sólo exclusivamente a la calidad de vida de sus miembros, con relación al valor que socialmente se le da al dinero, y en especial a la renta de las personas.16 Por esto, la expresión cultural y la creación humana, en los nuevos medios de comunicación, están hipervincu-lados, pues mientras que las experiencias individuales pueden existir fuera del hipertexto, las experiencias colectivas, los mensajes compar-tidos, y en suma la cultura como medio social, son captados por lo general por el hipertexto, en lo que una fuente constituye la virtualidad real. Y, se habla de virtual porque se basa en circuitos electrónicos y efímeros mensajes audiovisuales, y también se considera real porque ésta es una realidad presente,17 donde el hipertexto global proporciona la mayoría de los sonidos, imágenes, textos, formas y connotaciones que utilizamos en la construcción de nuestro significado en todos los campos de la experiencia. Asimismo las redes pueden conectarse con otras redes, y para ello sólo necesitan de un mecanismo de conexión material (conmutadores que abran/cierren la conexión entre dos o más redes), y el protocolo de comunicación (constituido por códigos de traducción y compatibilidad entre los objetivos establecidos en dos re-des distintas).
en la industria electrónica. [Y por ello] la verdadera unidad operativa en nuestras economías es el proyecto de negocio, operado por redes de negocio ad hoc” (Castells: 2002, 137-138).
16 Algunas conexiones de esta índole están protegidas por interruptores deci-didos institucionalmente (como los depósitos bancarios garantizados o en su defecto deberían estarlo por los gobiernos, aunque la mayoría no lo están, por lo que los altibajos y sobre todo las llamadas burbujas fi nancieras afectan a la economía general y a la vez sociedad.
17 Aunque hay que atender a una nueva realidad temporal, a la que se le podría denominar “tiempo atemporal”, tiempo fuera del tiempo, tiempo inmediato, que obviamente hace referencia a un tiempo pasado, o distinto al que se hace referencia, en el momento presente en la web o que contemplamos en el mo-nitor del ordenador u otro medio.
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La política está cada vez más implicada e incluso “encerrada” (Cas-tells) en el mundo de los medios, ya sea adaptándose a sus códigos y reglas o intentado cambiar con nuevos códigos culturales. Y, en ambos casos, la política se convierte en una aplicación del hipertexto, ya que el texto simplemente se configura para los nuevos códigos.
Y, por ello, para alterar los resultados de la red, es necesario crearse un nuevo programa, que esté constituido por un conjunto de códigos compatibles, que debe instalarse necesariamente en la red, desde fuera de ella,18 pues en circunstancias normales es imposible hacerlo desde dentro, a pesar de que muchas redes cooperan/compiten entre sí, ya que las redes dependen de sus habilidades de comunicación, mientras que en la red coexisten diferentes puntos de conexión/desconexión (interruptores/conectores), que detienen o restablecen el flujo dentro de la red.
Condicionantes del cambio social en la sociedad red
En los inicios de la era digital, “informacional”, se vive una crisis de identidad de valores comunes a la era industrial, debido a la especial incidencia de las redes globales de riqueza, poder e información sobre la sociedad postindustrial existente, y que está modificando, “cambian-do de significado” (Castells) y de función sus principales instituciones generales (el Estado-nación, que fue el órgano político clave de los últimos siglos), particulares (la familia, nexo de unión biológica y co-mún acuerdo)… o colectivos (los grupos sociales, unidos por diversos motivos igualmente durante siglos). Se ha iniciado la privatización de los órganos públicos, la separación entre los Estados y las naciones, y la diferenciación entre política de representación y política de inter-vención. Se han internacionalizado las finanzas y la producción, se ha individualizado el trabajo e incrementado el empleo femenino (femi-nización del empleo), se ha desvanecido el movimiento obrero, unido al declive del estado de bienestar, la disgregación familiar; y se ha in-
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18 Y este hecho en concreto explica “por qué las redes son estructuras sociales, no comportamiento social” (Castells: 2002, 135).
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dividualizado la vida. Por tanto, se ha dado paso a un nuevo tipo de sociedad, donde se imponen la regla del multilateralismo y los aspectos negativos de los factores anteriores.
En este proceso de cambio obligado, las antiguas instituciones han iniciado una interminable serie de adaptaciones, poniendo en eviden-cia —así como lo hacen las nuevas tendencias de poder global— las fuentes de las “identidades legitimadoras” (Castells), y por tanto sur-gen otras nuevas identidades aún en construcción. De las instituciones y organizaciones de la sociedad civil industrial, que se construyeron en torno al Estado-nación democrático, y el contrato social entre el capital y el trabajo, se da paso a la eliminación de la red de seguridad social, la defensa de la vida, y la propia identidad de hecho, a su propia voluntad o en su contra.19 Es un cambio obligado, es un cambio im-puesto por la red (aunque no de forma abstracta).
Se vive la disolución de las identidades compartidas, como la di-solución de la sociedad como sistema social significativo, más que la creación de una nueva sociedad. Pues se sabe muy bien lo que se deja, pero en cambio no se sabe lo que se inicia. Aunque se entrevé un nue-vo mundo creado exclusivamente en torno a los mercados, a las redes, a los individuos y a las organizaciones estratégicas, aparentemente go-
19 “(…) el movimiento obrero se desvanece (…). No desaparece, pero se con-vierte, primordialmente, en un agente político integrado en el ámbito de las instituciones públicas. Las iglesias mayoritarias, que practican una forma de religión secularizada dependiente tanto del estado como del mercado, pierden mucha de su capacidad de imponer una conducta a cambio de proporcionar consuelo y vender suelo celestial. El reto al patriarcado y la crisis de la familia patriarcal alteran la secuencia de transmisión ordenada de los códigos cul-turales de generación en generación y sacuden los cimientos de la seguridad personal, obligando a los hombres, las mujeres y los nichos a encontrar nue-vos modos de vida. Las ideologías políticas que emanan de las instituciones y organizaciones industriales, del liberalismo democrático basado en el Estado —nación al socialismo basado en el trabajo, se ven privados de signifi cado real en el nuevo contexto social. (…). En este milenio, el rey y la reina, el estado y la sociedad civil, están ambos desnudos, y sus hijos ciudadanos vagan a través de diversos hogares adoptivos” (Castells: 2000, II, 393-394).
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bernadas por modelos de “expectativas racionales” inconexas.20
En este nuevo mundo no hay aparentemente necesidad de identi-dades, al menos colectivas, pues se impone individualmente la cultura de la supervivencia del día a día; los instintos básicos, los impulsos de poder particulares, locales o globales; los cálculos estratégicos centra-dos en uno mismo, y a nivel macrosocial “los rasgos claros de una dinámica nómada y bárbara, de un elemento dionisíaco que amenaza con inundar todas las fronteras y volver problemáticas las normas polí-ticas-legales y civilizadas internacionales” (Panarin: 1994, 37). Asimis-mo, se trata de un nuevo mundo en el que se reafirma el nacionalismo, basado en el poder por el poder; en la imposición de la ley del mercado (arbitraria moralmente hablando, y guiada por razones financieras) y sobre todo destaca la individualización social en torno a una visión del mundo centrada en el yo (“selbstanschauung”) frente a una centrada en la cultura y los valores generales (“weltanschauung”), contra una potencia (“macht”), evidenciada en el pasado, y que en la nueva socie-dad aparenta no existir por su camaleónica representación en la red.21
Como alternativa de futuro, en beneficio del colectivo humano que aspire a un nuevo contrato social entre la propia sociedad, el capital, el trabajo y un ente político reconocible (instituciones convencionales), que le englobe a nivel nacional o supranacional, y en el que participe directamente en su toma de decisiones o al menos en la elección de sus representantes surgen los nuevos movimientos sociales o “comunas de resistencia” opuestas a los flujos globales y al individualismo radical. Existen varios tipos de protestas, las que se organizan en torno a los valores tradicionales de Dios, patria y familia, y se les unen emblemas étnicos y de defensa territorial (grupos étnicos, grupos con identidad
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20 Y a la manera del guión del Mago de Oz, el protagonista no quiere aparecer en escena, y exponer sus propósitos.
21 “El poder sigue rigiendo la sociedad; todavía nos da forma y nos domina (…). El nuevo poder reside en los códigos de información y en las imágenes de representación en torno a los cuales las sociedades organizan sus instituciones y la gente construye sus vidas y decide su conducta. La sede de este poder es la mente de la gente”, aunque todo está orientado desde Estados Unidos. (Castells: 2002; II, 398-399).
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territorial, comunidades religiosas…). Pero también existen otros tipos de grupos variados contestatarios, que sin llegar a incluirse en un prin-cipio en los movimientos antiglobalización, se agrupan a los actuales movimientos de mujeres, con conciencia antipatriarcal; ecologistas, en defensa del entorno natural, la salud y el bienestar propio… Y, todos ellos conforman la “identidad de resistencia” (Castells), aunque deben tender a constituir las “identidades proyecto” (Castells), con tres opcio-nes de futuro, que son:
1 Mantenerse como comunidad defensiva. 2 Convertirse en grupo de interés, y 3 Unirse a la lógica de la negociación generaliza o la ló-
gica dominante, o elaborar proyectos de transforma-ción de la sociedad en su conjunto.22
22 Según Castells los nuevos grupos sociales que surgen de la resistencia comu-nal a la globalización, la reestructuración capitalista, la organización en red, el informacionalismo incontrolado y el patriarcado y los valores tradicionales: son hasta el momento los ecologistas, las feministas, los fundamentalistas re-ligiosos, los nacionalistas y localistas. Y de entre todos ellos entiende que exis-te dos clases principales de entidades potenciales de lucha. La que denomina “los profetas”, personalidades simbólicas cuyo papel no es de los dirigentes carismáticos o el de los estrategas sino el de dar rostro a una sublevación simbólica, del tal modo que hablen en nombre de los insurgentes presen-cialmente y por la red. Y, el segundo grupo que clasifi ca de “principal” es una forma de organización e intervención interconectada y descentralizada, ca-racterística de los nuevos movimientos sociales, y son además los productores y distribuidores reales de códigos culturales (Castells: 2000, II, 400-402).
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Sociedad del miedo
Al igual que el estudio de la acción es fundamental para la compren-sión de la sociedad contemporánea, el miedo ha sido una constante en la historia de la humanidad, a la que se le podrían añadir los factores del odio, la compasión, el respeto… y la violencia, pueden darse por se-parado o conjuntamente y actuar a través de una acción determinada. El miedo debe entenderse como el principio de una actitud pre/pos o antecesora/sucesora de un acto humano.23 Una acción puede desarro-llarse individualmente o en grupo por los condicionantes del odio, la compasión, el respeto y la violencia, mientras que el miedo es el resulta-do de una reacción o es el estado previo a una acción, o ambas a la vez.
Un acto con violencia, odio, compasión o respeto, tendrá sus corres-pondientes respuestas y consecuencias. Pues, mientras que se puede actuar miedosamente ante un hecho que da pavor o angustia, también se puede hacer violentamente. En estos casos, el miedo puede causar-nos una inactividad momentánea o duradera, que tiene valor por sí mismo. Y esta doble función del miedo en el sujeto, y no su conside-ración médica del miedo patológico, será clave para la comprensión de la sociedad red.
Cuanto más hagamos a la vida depender de factores exógenos a nuestra persona, más probabilidades tenemos del alcanzar el estadio del miedo, e igualmente, cuanto más ajenos seamos de nuestro en-torno social hay más probabilidades de ser miedosos. En la sociedad red se es más vulnerable al miedo, por varias razones: se vive inmerso en una transformación de identidad individual y colectiva, además de que están en crisis los valores tradicionales postindustriales (núcleo familiar, familia patriarcal, trabajo permanente, valores culturales… de grupo social nacional y local…), y con anterioridad coexistían dos bloques ideológicos dispares y definidos que posibilitan un espacio ideológico amplio entre ambos. Mientras que con el cambio de socie-
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23 En otra línea Christophe André en Psicología del miedo (Barcelona, Kairos, 2005. Psychologie de la peur. Odile Jacob, 2004), diferencia entre miedos normales y miedos patológicos.
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dad se ha transformado el orden de las cosas: se impone el individuo sobre el grupo, se ha desvanecido el núcleo familiar, destacando por el contrario la falta de criterios morales, éticos…, así como el trabajo es temporal… y no existe más que una realidad ideológica capitalista norteamericana, de la que sólo se puede estar a favor o en contra. Todo esto por sí solo, y más aún en conjunto, los factores de inestabilidad personal y de difusión del grupo, son suficientes para determinar un estado de crisis y una propensión a la soledad, al individualismo, a la insolidaridad, al egoísmo, a la depresión…, y sobre todo al miedo.24
Se puede hablar de la sociedad red como una sociedad del miedo, pues la falta de identidad se encuentra inmersa en la lucha por definir otra realidad que le es ajena, y además se cuenta con la agravante de que el sujeto depende de un mayor número de elementos ajenos, por lo que en una situación adversa se puede convertir en un ser marginal de la propia vida, y ante otros muchos temores, aunque menores y di-versos e incontrolados, tiende a sentirse igualmente con miedo.
También la acción humana puede estar condicionada por un estado del miedo externo que interioriza. Puede sentir miedo por ser emi-grante ilegal (sin papeles), emigrante sin puesto de trabajo, ciudadano sin porvenir y medio de subsistir (parado), por ser nacional en una zona geográfica nacionalista (ciudadano en Euskadi), por ser distinto al entorno social de uno (refugiado, retornado, tener preocupaciones intelectuales… distintas a las dominantes de su entorno local, regional y/o nacional), pero también se puede tener por temor a perder lo que se tiene (ocupado, casado… en suma la vida).
Touraine acierta al destacar la función del individuo (sujeto) y la ac-ción que ejercita, para la comprensión de la sociedad contemporánea. Asimismo, Castells ha puesto especial énfasis en la falta de identidad en la sociedad red, y Fernández-Carrión ha querido introducir el fac-tor del miedo como determinante del nuevo comportamiento social,
24 Según mi criterio los diferentes estadios patológicos en los que se puede en-contrar el sujeto, como estar sumido en la depresión, ser un ser solitario, indi-vidualista, egoísta… está comprendido y al mismo tiempo está superado por el estado del miedo.
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que supera el estado biológico individual del simple resultado de un estado de ánimo y reacción causa-efecto ante un hecho determinado (propio de una sociedad preindustrial), para trascender a la actitud de la mayoría de la sociedad ante la realidad que vive, sufre, y contra la que a veces se rebela en soledad (individualmente).
Fuente: Elaboración propia.
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Factores Endógenos (FED)
Factores Sociales (FS)
Factores Exógenos (FEX)
Factores Psicológicos (FP)
➝ FS y FEX, en sociedades dictatoriales: dictaduras y totalitarias.
FS y FEX, en sociedades represivas.
FP y FED, en sociedades en crisis política, cultural.FP y FED, en sociedades democráticas.FP y FED FS y FEX, en sociedades con especial expansión eco-nómica, social y política.
FP y FED, en sociedades democráticas.
FP y FED FS y FEX, en sociedades con especial expansión económica, social y política.
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El proceso de desarrollo del miedo (PH) sigue el siguiente esque-ma (Figura 1): primero (1) los procesos exógenos inciden sobre los factores sociales (FS), seguidamente (2) los factores psicológicos (FP) afectan a los factores endógenos (FEN), posteriormente (3) los facto-res psicológicos (FP) repercuten sobre el individuo (Yo), como tam-bién lo hacen (4) los factores sociales (FS), (5) los factores exógenos (FEX) y por último (6) los factores endógenos (FEN).
PH = FP+FEN-FS-FEX
<+ mayor miedo>- menor miedo
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N Factores FEX FS FEN FP
1 +FS +FEX 10-9 9 9 10-9
2 -FS -FEX 8-7 7 7 8-7
3 +FP +FED 6-5 5 5 6-5
4 -FP -FED 4-3 3 3 4-3
5+FP +FED –FS -FEX
2-1 1 1 2-1
Cuadro 1. Porcentajes de los factores de la sociedad y el individuo.
Fuente: Elaboración propia.
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FEX FP
Dictadura 10
“Liberalizado”: ciudadano con plena conciencia de poseer ideas propias y contrarias a la mayoría predominante en su época, en un Estado con especial desarrollo
social y cultural
10
Totalitarismo 9
“Libre pensador”: ciudadano que se muestra crítico, con criterios de pensamiento propios, en un Estado con especial desarrollo
económico
9
Represión política
8Ciudadanos en democracia
incipiente8
Represión social
7Ciudadano en democracia
consolidadas7
Crisis social 6Ciudadano bajo un Estado con
crisis social 6
Crisis política 5
Ciudadano bajo un Estado con crisis política, y además excepcionalmente el opositor
político en regímenes dictatoriales o totalitarios
5
Democracia consolidada
4
Ciudadano bajo un Estado con represión social, y además
excepcionalmente opositores sociales o miembros de
protestas sociales en regímenes dictatoriales o totalitarios
4
Democracia incipiente
3Ciudadano bajo un Estado con
represión política3
Desarrollo esp. económico
2Ciudadano bajo Estado
totalitario2
Desarrollo esp. social
1 Ciudadano bajo dictadura 1
Cuadro 2. Porcentajes de los factores exógenos (FEX) y factores psicológicos (FP).
Fuente: Elaboración propia.
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El cálculo del proceso de desarrollo del miedo (PH) determina el grado (<+ o >-) de miedo imperante en una sociedad, en un grupo social o individuo que se analiza conjuntamente o de forma indepen-diente, y sirve para determinar el porcentaje de mayor o menor deci-sión o indecisión para iniciar acciones de protesta social. Por ejemplo:
<+ 20, equivale al mayor miedo, y por tanto, corresponde a la menor aptitud posible para la protesta.
<+ 1, existe miedo aunque en su expresión mínima, y por ello, esa persona o grupo es o puede ser contestatario.
>- 20, no existe el miedo, sino lo contrario, una aptitud especial-mente predispuesta a la protesta.
>- 1, es el menor miedo posible, y al igual que <+1, esa persona o grupo es o puede ser contestatario, aunque en un porcentaje algo menor que en el estadio <+1.
= 0, corresponde a un estadio crítico en el que el miedo y la dis-posición personal liberalizadora se igualan, representando una sociedad en plena crisis social, política, cultural... durante dé-cadas, y en la que la represión y la protesta se contraponen en diferentes procesos de desarrollo y decadencia de estas actitudes políticas, sociales y personales.
Nuevo tipo de protesta social ante la globalización
Del estadio de “locus clasicus” que —según Marx— desempeñaba el ser humano tradicional, por el simple hecho de vivir en sociedad, y ser actor social de su época, sin ser consciente de ella, (y que terminó ad-mitiendo Max Weber o George Orwell, por ejemplo), se dio paso en la Edad Contemporánea a la concepción del ser humano como actor principal de la historia y protagonista de los grandes hechos históricos, como será la constitución de la Independencia de Estados Unidos y declaración de los derechos humanos, la Revolución Francesa, la Re-volución Rusa, la Guerra Civil Española, el mayo del 68...
La globalización conlleva un conjunto de cambios tan complejos y múltiples que, según Giddens, es “imposible” estar a favor o en contra
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de la globalización.25 Incluso llega a señalar el autor británico que los manifestantes antiglobalización son “tan parte del proceso globaliza-dor como aquellos contra los que protestan”, como es el hecho que los manifestantes de Seattle y de otros lugares del mundo emplean Inter-net para conectarse con otras personas; también muchas de las ONG involucradas,26 como Greenpeace, por ejemplo, son organizaciones globales. Una de las pancartas presentes en la manifestación de Seattle resume esta contradicción con los siguientes términos: “Únete al mo-vimiento mundial contra la globalización”, a la manera de la consabida consigna decimonónica del Manifiesto Comunista de “proletarios del mundo uníos” (aunque actualmente sería más difícil definir la condi-ción de proletario que la de trabajador globalizado).
Los primeros movimientos opuestos a la globalización son los anti-capitalistas, y la inicial acción de masa fue organizada por la izquierda del CIO, Central Sindical Estadounidense, en Detroit, donde se pre-paró en gran parte la manifestación de Seattle, interviniendo diferen-tes movimientos sociales: ecologistas, pacifistas, cristianos, marxistas… Posteriormente, en Génova 2001, sobre el movimiento anticapitalista se impone el movimiento antiglobalización.
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25 Según Chomsky “Lo que vaya a ser Internet depende de lo que decidamos —es un error este pensamiento, pues la red y su contenido ya está confi gurado, y sólo es matizable o destruible—. Puede ponerse al servicio de la información, de la ilustración, de la organización, de la posibilidad de eludir el control de los medios de comunicación, etcétera; pero también se puede convertir en una técnica de supervisión, una técnica de dominio, control y marginalización, de comercio electrónico, consumismo, pornografía y otras formas de distrac-ción. Pero eso es lo mismo que ocurre con cualquier otro medio —lo cual es igualmente un error, la red es algo más que cualquier otro medio—. Esos inventos técnicos se pueden comparar con un martillo, que podemos emplear para torturar a una persona o para construir una casa; al martillo le da igual —el martillo es el mismo—, y lo mismo ocurre con Internet” (Chomsky: 2002, 143).
26 A fi nales del segundo tercio del siglo XX existían unos cientos de ONG, actualmente hay aproximadamente unas treinta mil, y muchas de ellas tienen carácter mundial.
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Los movimientos antiglobalizadores se oponen al poder excesi-vo de las grandes multinacionales27 y a la política actual del mercado mundial, y en especial contra la política internacional y nacional que favorece los mecanismos de desarrollo del mercado predominante, pues creen que la globalización es la causante de la creciente desigual-dad del mundo.28 Aunque, el poder global es menos persistente que lo fuera los anteriores —según Giddens— debido a la menor perdura-bilidad en el tiempo de las empresas en el mundo, pues “las grandes empresas no son tan estables como se suele pensar” (Giddens, 2002: 88), pues entre ellas se produce un tipo de “rotación”, fusión, adhesión o división que según su criterio la debilitan, hasta el punto que dirá
27 Hay que tener en cuenta que más del 70% del comercio internacional está protagonizado por empresas multinacionales, pues su producción la tienen internacionalizada y al mismo tiempo sus mercancías, bienes y servicios se comercializan globalmente, mientras que el verdadero comercio de mercan-cías representan aproximadamente el 30% del comercio mundial.
Y, por otra parte, se mantiene la idea expuesta por Chomsky de que “actual-mente no vivimos en una sociedad esclavista ni fascista, sino que disfrutamos de un gran número de derechos inexistentes hasta no hace mucho tiempo —menos de un siglo—. Pero nadie los donó: surgieron de la lucha popular contra los poderosos; a eso se reduce la historia, y así va a seguir siendo” (Chomsky, 2002: 127), y actualmente con los movimientos antiglobaliza-ción. Al mismo tiempo, Chomsky indica, según su criterio personal, que la empresa es “causa del mal humano”, pues “la empresa es la institución más parecida a un totalitarismo que haya podido idear el ser humano” (Chomsky, 2002: 130), pero esto no es así, y sobre todo cuando el trabajo comienza a ser un bien escaso. Si es cierto que los oligopolios (las grandes empresas o “megaempresas” según Chomsky) no cumple las condiciones necesarias para que se dé un verdadero libre mercado, pues con una serie de continuas alian-zas oligopólicas, se vinculan al poder del Estado, formando parte del sistema dominante, por el simple hecho de ser el poder económico.
28 Globalmente, no es mayor la diferenciación existente entre los países ricos y los pobres en la actualidad a la que ha existido en el siglo pasado. De 1860 hasta 1960, el mundo se hizo más desigual, pues políticamente era lo que le interesaba a las grandes potencias del mundo: Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania, pero a partir de 1960, esta situación se ha estabilizado y —según Giddens— se ha “invertido”, aunque para esto último hay que tener en cuenta
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que de las veinte mayores compañías que existían en el mundo hace veinte años, sólo dos mantienen actualmente la misma forma, pero en cambio Giddens se olvida de la importancia que tendría a este res-pecto elaborar o conocer la historia de empresarios por encima de una historia de empresas, pues en este caso se tendría conocimiento de las corporaciones desaparecidas o nuevas, que mayores accionistas, pro-motores… se perpetúan o desaparecen del mundo empresarial.29 Esto es importante, sobre todo cuando el poder empresarial y los mercados han invadido muchas y diversas áreas de la vida cotidiana que deberían ser un espacio exclusivamente público.30
Pero tras la globalización económica subyace otra más peligrosa que
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fundamentalmente el caso de China, con un desarrollo económico que afecta a miles de habitantes, por lo que solamente con este cambio varía la curva de la desigualdad mundial. A pesar de este condicionante distorsionador, es necesario pasar de un modelo que establezca exclusivamente la comparación nacional bruta o comparación simplifi cada de los PIB de los países a un aná-lisis en el que se atienda a los cambios habidos en el PIB en relación con la cantidad de habitantes de cada país.
A este respecto, Chomsky dirá que “casi todas las cifras macroeconómicos de los últimos veinticinco años son peores que las de los veinticinco anteriores y nos han conducido a una tremenda falta de igualdad” (Chomsky, 2002: 123). Pero al mismo tiempo Chomsky señala que a nivel fundamentalmente eco-nómico el dominio de Estados Unidos no es tan grande como hace cincuen-ta años. Hace medio siglo, poseía aproximadamente la mitad de la riqueza mundial, y en los últimos veinticinco años esta cifra ha descendido al 25%. Y, se puede hablar de tres centros económicos principales: Europa, en torno a Alemania; en el hemisferio oriental: Asia, con bases en China y Japón y en el hemisferio occidental, aunque sobre todos ellos se impone la realidad política y económica de Estados Unidos.
29 Giddens pone el ejemplo de Monsanto Corporation que en cierto momento parecía una de las empresas que dominaban el mundo, pero debido a la pro-testa de algunos consumidores el nombre de la marca Monsanto quedó tan perjudicado que la compañía tuvo que transferir algunas de sus actividades a otras marcas y dividir por tanto la empresa (Giddens, 2002: 88).
30 Este proceso se inició en España, en el tercer tercio del siglo XX, cuando las actividades patrocinadas y gestionadas por las instituciones públicas de ámbito local hasta nacional comenzaron a fomentar la participación en el patronazgo de entidades privadas (bancos, particulares...).
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es la política, que tiende a ejercer la dirección ideológica y el “control del pensamiento”, debido esto último “al intento de crear un marco de creencias, ideas y nociones que, o bien mantendrán a la población al margen, o bien harán que apoye al poder” (Chomsky: 2002, 146), favo-reciendo por tanto la consolidación de la llamada “fabricación del con-senso” (incluso a la manera que lo proponían Kennedy y Roosevelt).31
Otra posición de protesta contra la llamada globalización, y en un futuro será contra la propia red, es la realizada por los hackers, con su peculiar noción de creatividad como modo de vida. Fueron ellos quienes impulsaron la revolución de las tecnologías de comunicación, con el desarrollo del software y de Internet, como lo prosigue Linux, y que han favorecido la innovación social.32 La acción de los hackers es
31 George Orwell escribió que “en una sociedad libre, el control de pensamiento requiere una buena formación que determine qué se debe decir y qué no se debe decir en cada situación”, a lo que responde Chomsky, que todo depende del tipo de educación de que se trate “si es una educación liberadora, como la aplicada, por ejemplo, por los anarquistas en España a lo largo de medio siglo y que forma parte del trasfondo de la verdadera revolución anarquista de 1936, entonces sí puede ayudar a la gente. Pero si es una educación con-formista, la dañará (…) MIT (…) se trata ante todo de una universidad cien-tífi ca: y se supone que es subversiva. En todos los departamentos de ciencias se espera que los estudiantes pongan en cuestión la ortodoxia, que planteen ideas nuevas, que expliquen a los docentes el porqué de sus errores. Ésa es, se espera que los estudiantes pongan en cuestión la ortodoxia, que planteen ideas nuevas, que expliquen a los docentes el porqué de sus errores. Ésa es, se espera que los estudiantes pongan en cuestión la ortodoxia, que planteen
exactamente, la forma en que progresa la ciencia, y así debería ser también en asuntos más importantes, como la vida humana.
“Los resultados del trabajo científi co producen, por supuesto, poder y bene-fi cios, aunque también ayudan a la gente; pero desde un punto de vista ins-titucional son sólo cuestiones secundarias. Sin embargo, en otros sectores de la vida universitaria, en aquellos que se interesan por los asuntos humanos, es peligroso ser subversivo, pues la gente podría aprender o entender demasiado o poner en cuestión las ideologías imperantes. Por eso, de la misma manera que no esperamos de la iglesia que nos proporcione una educación liberadora, tampoco lo esperamos de nuestras instituciones educativas” (Chomsky: 2002, 148-149).
32 Analizado por Pekka Himaner en Th e Hacker Ethic and the Spirit of Infoma-cionalism, y donde indica que la ética de los hackers es para la revolución de las tecnologías de la comunicación (información) lo que la ética protestante fue para el capitalismo.
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la antagónica a la actuación de las grandes empresas informáticas, que se han servido de la comercialización de estos software, realizados por hackers independientes o empleados suyos, para enriquecerse (Micro-soft, Oracle...). Pero en cambio, una variante negativa de los hackers es la desarrollada por crackers, que luchan directamente contra la red de forma organizada desde un posicionamiento estrictamente criminal, atacando indiscriminadamente los servidores, equipos informáticos, para destruir, borrar o dañar todo lo que está a su alcance, sin motivo alguno, por el puro placer de destruir o estafar a particulares o empre-sas. Mientras que en un sentido contrario, existe también otra manera organizada de actuar por motivos políticos contra empresas (Micro-soft, Oracle), instituciones públicas (Congreso de Estados Unidos) y organismos militares (NASA) para dañar sus infraestructuras o entor-pecer su funcionamiento, como un nuevo tipo de guerrilla política, y a la que la ITAA denomina “guerra cibernética”33 frente a los anteriores crackers que denominara “delincuentes cibernéticos”.34
Los actores sociales se podrán cuestionar la red desde fuera y, des-truirla desde dentro, o de forma pacífica construyendo una red alterna-tiva en torno a valores alternativos, o bien, construyendo una estructura defensiva no red, una “comuna cultural” o “comunidad de resistencia” (Castells) o “comuna red” (FCarrión), que no permita conexiones fue-ra de su propio conjunto de valores. Estas redes alternativas son cons-truidas alrededor de proyectos alternativos, que compiten de una red a otra para tender puentes de comunicación, en particular oposición a los códigos de las redes actualmente dominantes. Por esto, la globali-zación se puede combatir asignando diferentes objetivos al programa
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33 A la que hace mención en el principio general número 13, para la seguridad informática de Estados Unidos.
34 Trata sobre este aspecto en el principio general número 16. Asimismo, a nivel de internet se difunde Th e global century. Globalization and
nacional security, bajo la edición de Richard L. Kugler y Ellen L. Frost, en cuyo primer volumen se trata sobre la estrategia de seguridad a seguir por Estados Unidos ante la globalización, y en segundo se cuestiona signifi cativa-mente la interrogante de la “unidad o fragmentación”, y en el que obviamente se destacan las ventajas que los inconvenientes de la seguridad global.
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de la red, con la perfección o modificación voluntaria de los objetivos del programa desde dentro. Pero para salvaguardar su seguridad, la red está en continua transformación y evolución, por lo que desde un prin-cipio depende de las redes tradicionales, las que en un proceso activo, no fijo, se renuevan constantemente para hacer que la red funcione y de esta forma es especialmente menos vulnerable.
En un ataque frontal a la red, los actores sociales (activistas) nece-sitan poseer los códigos de acceso compatibles para combatir los con-mutadores, pues para la supervivencia de la red, ésta no tiene centro y dispone de una variedad interminable de configuraciones, de tal modo que para eliminarla en su conjunto, hay que borrar dichos códigos, pero éstos están en todos los nodos, que pueden reproducir las instruc-ciones y encontrar nuevas vías de actuación. Así pues, sólo la capacidad material para destruir la conexión puede eliminar una red.
Existirá vida independiente más allá de la sociedad red, en las “co-munas culturales” o “comunidades de resistencia”35 (Castells) que re-chacen los valores dominantes y construyan de manera autónoma las fuentes de su propio significado y forma de subsistir. Estas comunas culturales que actúan como de resistencia, deben comenzar lógicamen-te negando la interconexión mediante la afirmación de valores que no pueden ser procesados en ninguna red, sólo aceptados y seguidos de forma convencional. Pues, por el contrario, la incorporación conlleva la aceptación implícita del objetivo programado de/por la red, así como su lenguaje auxiliar y sus procedimientos de funcionamiento, que a la manera de leyes de conducta, asumen por tanto un determinado con-trol de la sociedad red. Y, por esto hay pocas probabilidades de cambio
35 “Las comunidades de resistencia defi enden su espacio, sus lugares, contra la lógica sin lugares del espacio de los fl ujos que caracteriza el dominio social en la era de la información. Reclaman sus memoria histórica y afi rman la perma-nencia de sus valores contra la disolución de la historia en el tiempo atempo-ral y la celebración de lo efímero en la cultura de la virtualidad real. Utilizan la tecnología de la información para la comunicación horizontal de la gente y la plegaria comunal, mientras que rechazan la nueva idolatría de la tecnología y conservan los valores trascendentales contra la lógica deconstructoras de las redes informáticas autorreguladoras” (Cerf, 2000: II, 397-398).
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social dentro de una red, o en la red de redes.En este contexto se impone el eslogan “Think global, act local”,
pues sólo la lucha global puede hacer frente a un poder global, frente la acción local que defiende al ciudadano (“sujeto”) y sus derechos rea-les del poder inmediato, y situaciones concretas.36 Es correcta la idea expuesta por Daniel Bell sobre la dificultad que tienen las actuales naciones de resolver los grandes y pequeños problemas del individuo, pero asimismo, es cierto que esto es también debido a la insistencia e incidencia del poder global la que imposibilita dicha solución en algu-nos de sus aspectos, global, nacional, regional o local.
Otro factor a tener en cuenta en la globalización, como elemento desestabilizador, marginal o diferencial es la creciente inmigración en el mundo desarrollado. La inmigración se ha convertido en una acti-vidad libre, desde el momento en el que las personas tienen derecho de poder vivir donde estimen oportuno, pero esto provoca problemas adicionales a los países, al añadirse a la problemática cotidiana exis-tente en Estados Unidos o Europa, principalmente, y para su solución se ha generalizado la teoría de que “hay que lograr que la gente no desee vivir fuera de su país” (Chomsky, 2002: 137), o se efectúe una intensa política de inmigración, se ayude económicamente a los go-biernos de los países de origen de la inmigración masiva o se instale en ellos algunas empresas que faciliten el trabajo laboral de los jóvenes,37
principales agentes de la inmigración. Aunque en realidad la inmigra-ción también ejerce como un factor dinámico de la economía, de la sociedad y de la cultura de un país, al introducir en el nuevos valores culturales, sociales y demográficos.
36 Y, en estas circunstancias, en las que en la sociedad red se reivindica la consi-deración de “ciudad-Estado” (Castells).
37 Como US Labor Movement propuso un programa compensatorio para el desarrollo de México, previo a la integración en el NAFTA, pero que al fi nal no se cumplió, pues los inversores y el capital norteamericano prefi rieron otro método de inversión menos altruista.
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Figura 2. Esquema de constitución en los principios de la sociedad red
En los principios de la sociedad red los sujetos pasivos, por defecto o hasta que toman una actitud de crítica personal o protesta colecti-va contra el stablishment, están constituidos por el individuo (Yo), el colectivo y la sociedad, mientras que los sujetos activos son el Estado supranacional (ES) y la Organización de Control Global (OCG), que actúan sobre los primeros con un específico control global a nivel so-cial, político… a través de internet, televisión, cine, prensa, literatura… Con el desarrollo de este tipo de sociedad, la OCG se impone o tiende a identificarse con ES para ejercer un control único, unidireccional, firme e implacable contra el Yo dentro de un colectivo (igual a socie-dad unificada), en el que la crítica personal o protesta de grupo se trata como una acción realizada directamente por disidentes de OCG.
Yo
Colectivo
Control global (CG)Sociedad
Estado Supranacional (ES)
Organización de control global (OCG)
Fuente: Elaboración propia.
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Figura 3. Esquema del proceso de control y protesta social en los inicios de la sociedad red.
En los inicios de la sociedad red el proceso de control y protesta social se ejerce a través de una acción de control global diaria y perma-nente por OCG, actualmente en formación por Estados Unidos, que con la ayuda de la ONU (en función del único ES válido), adquiere tal notoriedad en la formación de la nueva sociedad, que trasciende la tradicional represión política, social, cultural, religiosa.. imperante hasta entonces por el Estado-nación (en decadencia, por lo que lo re-presentamos tachado). Mientras, el individuo no tiene otra opción que la crítica privada o pública, a través de la prensa, de los escritos perso-nales… o conjunta con un grupo de disidentes al nuevo Estado global (ES) en desarrollo (representado en su estado originario por Estados Unidos), con pretensión de conformarse como la única organización de poder global (OCG) en el futuro en la sociedad red.
Control global
Represión política Crítica
personal
Protesta social, política
Fuente: Elaboración propia.
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Conclusiones
Siguiendo el esquema de las tecnologías de doble uso, que se originan con un uso militar y ultiman en una aplicación civil, las nuevas tecno-logías en la actual sociedad red controlan a la sociedad aparentemente de forma anónima, pero en beneficio de un grupo, con subgrupos, de poder global (mundial) con nombres propios.
Bibliografía
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Impacto de las sequías en el Río Conchos y sus repercusiones en el manejo internacional del agua entre México y Estados Unidos
Se analiza la sequía en el Río Conchos mediante el índice de sequía de
Palmer y datos de escurrimiento; en dos periodos decenales: 1950’s y
1990’s. Se relacionan con el Tratado Internacional de Aguas de 1944 en
dos de sus términos: condiciones de extrema sequía y períodos de cinco
años – preestablecidos como el tiempo máximo con condiciones de
sequía extrema.
Th is paper is aimed to analyze drought conditions using PDSI values
and hydrological data for the Rio Conchos Watershed during two decadal
periods: 1950´s and 1990s. Related to drought and from the International
Water Treaty signed in 1944 two keywords are analyzed: extreme drought
conditions and fi ve years cycle - pre-established as a maximum time with these
extreme drought conditions-.
Key Words:
PALABRAS CLAVE:
Rio Conchos Watershed, drought and International
Water Treaty of 1944.
Descurrimiento del Río Conchos, sequía y tratado internacional de agua de 1944.
Luis E. Cervera Gómez1
1 Investigador de El Colegio de la Frontera Norte (mexicano), Dirección
Regional Noroeste. Candidato a doctor por la Universidad de Arizona.
Tels. (656) 617-65-93 y 617-89-58. Fax: (656) 618-40-55.
Correo: [email protected].
Impacto de las sequías en el Río Conchos y sus repercusiones en el manejo internacional del agua entre México y Estados Unidos
Impacts of Droughts on the Rio Conchos Watershed over
the International Water Treaty Between Mexico and the United States of America
Fecha de recepción: 21 de abril de 2007
Fecha de aceptación: 07 de agosto de 2007
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Introduction
The Conchos river basin, which drainage area entirely lies in Mexican territory is the most important tributary of the Rio Grande/Rio Bravo downstream of Fort Quitman, Texas. Since 1944 its flows together with other five tributaries are part of a binational treaty on water al-location between the United States and Mexico. Due principally to a prolonged drought Mexico had failed to deliver the water granted to the United States according to the Article 4 of the Water Treaty. As a consequence Mexico has an accumulated deficit that looks hard to pay. As part of this treaty, the concept of “extraordinary drought” is consid-ered, but not measured. Thus, there is not a specific drought index to define different levels of drought including extreme conditions. Other relevant aspect of this treaty is the maximum time established as a maximum time with drought conditions, a five-year cycle. To under-stand the current international problems originated for drought, this work analyze hydrological conditions throughout a statistical analysis of the flows of the Conchos at the entrance of the two main dams (La Boquilla and P. Madero) to test the following:
1. Changes in the mean and variability of the inflows during his-torical records.
2. Analysis of indicators of drought, i.e. Palmer Drought Severity Index (PDSI) for the closest climatic region in Texas (Near Oji-naga).
3. Comparison of the 1950’s drought and the 1990’s drought. Sim-ilarities, differences?
The final purposes of this research in terms to clarify basic con-cepts of the 1944 International Water Treaty are twofold. First, the understanding of what can be considered as extreme drought condi-tions. Second, the understanding of duration of drought over time compared with the five-year periods politically pre-established as a maximum period of drought.
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Rio Conchos
The study area is represented by the Rio Conchos Watershed (see Figure 1). This river is not only the Chihuahua’s most important river, but it is also recognized as one of the most important river systems in all of northern Mexico (Kelly, 2001). Because its waters give life to an extensive territory in Mexico and it is also one of the principal tributaries of the Rio Grande, this watershed has a crucial importance as an international resource shared between Mexico and the United States of America.
Climate and watershed characteristics
Using the Köeppen climatic system modified by Enriqueta Garcia for the Republica Mexicana, the Rio Conchos has four climatic divi-sions: (1) Very arid (BW) in the Chihuahua desert area; (2) Arid; (3) Semiarid (BS1); and (4) Sub-Humid (AC) in the forests areas of the Sierra Madre Occidental (SMO) (CNA, 1997). Rainfall in the Rio Conchos watershed averages 377 mm (14.8 inches), but it ranges from 300 (11.8 inches) to 1 000 mm (39 inches) at the upper basin to about 200 (8 inches) to 400 mm (16 inches) in the lower basin (CNA,
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Mexican portion of theRio Bravo/Grande Basin.
Rio Conchos drainage area.
Figure 1. Rio Conchos Watershed. Map used under permission of Israel Velasco, IMTA.
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1997; CONABIO, 2000). The annual average temperature range is from 8-18oC in the upper basin to about 16-22oC in the lower basin (CONABIO, 2000).
In Mexico, the Rio Conchos Watershed has nine major populat-ed municipalities (See Table 1) with about 1 068 901 inhabitants, of which 63% are concentrated in the municipality of Chihuahua (main-ly in the city of Chihuahua). There are 273 658 housing units with an average of about 3.91 inhabitants per house.
In this basin, rapid rates of population and economic growth have led to the widespread conversion of natural ecosystems to farmland, industrial areas, and more urbanized areas. Urbanization, agricultural intensification, resource extraction, and water resources development are examples of human-induced phenomena that have had significant impact on the people, the economy and the natural resources of the Rio Conchos basin. Thus, higher rates of deforestation in the upper basin, intensive agriculture, and urbanization in the middle and lower basin areas are the principal factors undermining the natural condi-tions of this basin. Consequently, the natural hydrological conditions of this basin have been strongly affected in terms of hydrologic char-acteristics, water quantity and water quality. Im
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Municipality # of inhabitants # of housing units Avg. inhab./house
OjinagaHidalgo del ParralJimenezSan Fco. De ConchosDeliciasChihuahuaCamargoMeoquiSaucillo
24,313100,88138,2592,837
116,132670,20845,83039,84830,593
6 568 24 509 9 260 748 29 466 173 582 11 574 10 228 7 723
3.684.114.133.783.933.853.953.893.91
Table 1. Municipalities Inside the Rio Conchos Watershed, Chihuahua, Mexico.
Source: INEGI, 2000. XII Censo General de Población y Vivienda: preliminary results.
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The Rio Conchos basin in its entirety contains one-half the entire Rio Grande drainage in Mexico. Historically, this river has supplied water mainly for agricultural activities (agriculture and livestock). Furthermore, adequate streamflow is necessary to support riparian habitats, and finally to satisfy downstream demands by the U.S. and Mexico according to international agreements (USDOI, 1998). In the Rio Conchos watershed, upstream from the subarea (Rio Grande-Rio Conchos to Amistad Reservoir), expanding agricultural, mining, and timber harvesting activities as well as urban and industrial develop-ment affect both the quantity and quality of Rio Grande flows and its aquatic-biological characteristics within the subarea (USDOI, 1998; Davis, 1980).
At the confluence of the Conchos with the Rio Grande (Presi-dio/Ojinaga), the inflow of the Conchos increase significantly the Rio Grande’s streamflow. Thus, the Rio Conchos supplies the largest percentage of Rio Grande flows allocated by Mexico in accordance with the international water treaty (USDOI, 1998). During the 1980’s the total annual flow of the Rio Conchos averaged 737 000 acre-feet (908.7 Mm3), representing this flow approximately five times the flow of the Rio Grande measured upstream (IBWC, 1989 in USDOI, 1998).
Th e 1944 International Water Treaty
In 1944, the U.S and Mexico signed a treaty to allocate the water re-sources from the international watersheds shared by these two coun-tries. In general, this treaty includes the Colorado River, the Tijuana River and the Rio Bravo/Rio Grande. The Rio Grande/Rio Bravo waters between Fort Quitman, Texas and the Gulf of Mexico are “hereby allotted to the two countries in several manners, but in this research I will only focused to the waters granted to the United Sates under Article 4 of the Water Treaty.
In accordance with the 1944 Water Treaty, the United States has right to a portion of water coming from six tributaries. This granted water is described in the Subparagraph (c) of Article 4 as follows:
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One-third of the flow reaching the main channel of the Rio Grande from the Conchos, San Diego, San Rodrigo, Escondido and Salado Rivers and the Las Vacas Arroyo, provided that this third shall not be less, as an average amount in cycles of f ive consecutive years, than 350,000 acre-feet annually (IBWC, 2002).
However, same Article 4 considers in its last part, what to do in case that Mexico fail to pay the aforesaid water allocation. Thus, the Water Treaty literally states:
In the event of extraordinary drought or serious accident to the hydraulic systems on the measured Mexican tributaries, making it diff icult for Mexico to make available the run-off of 350,000 acre-feet (431,271,000 m3) annually, allotted in subparagraph (c) of paragraph B as the minimum contribution from he aforesaid tributaries, any deficiencies existing at the end of the aforesaid f ive-year cycle shall be made up in the following f ive-year cycle from the said measured tributaries.
Persistence of drought in Chihuahua for a ten years period from 1990 to 2000 had seriously impacted water quantity generated from the Rio Conchos and as a consequence less water was reaching the Rio Bravo. This situation put a Mexico in a deficit situation, which affects the 1944 U.S./Mexico water treaty. Kelly (2001) reports that in the five-years cycle ending on October 2, 1997, Mexico owed about 1,240 Mm3 (1.024 million acre-feet). In the current five year cycle corresponding to the period from October 3, 1997 to April 6, 2002, Mexico has an accumulated deficit of 1 476 181 acre-feet (1,820.13 Mm3) (IBWC, 2002).
Drought
1) Changes in the mean and variability of the inflows during the period of recordFor this part, I did a statistical analysis of the Rio Conchos flows at the entrance of the two main dams; these are La Boquilla, and P. Madero. A 63 years spanning period of inflows from 1935 to 1998 were con-sidered from La Boquilla. Also, a 49 years spanning period from 1949 to 1998 were analyzed for the Madero reservoir. Statistical analysis
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comprises descriptive parameters to study patterns and changes in flows regime. These stats are mean, coefficient of variation, maximum, minimum, standard deviation, skew and Kurtosis. All descriptive data were analyzed using EXCEL spreadsheets and results are displayed in Appendixes I and II. Additionally to test statistical differences be-tween drought conditions during 50’s and 90’s the SPSS was used.
The annual flows of the Rio Conchos before to reach La Boquilla dam and the Madero reservoir are highly variable, this because the most important climatic factor affecting Chihuahua’s rivers is the spa-tial and temporal variable pattern of its rainfall. Figures 2a and 2b show the inflows of the two studied reservoirs. As we can observe river flows of the Rio Conchos varies greatly from year to year representing a pattern of possible droughts, floods and what can be considered nor-mal conditions. In La Boquilla, the mean annual flow was estimated in 1 229 39 millions of cubic meters (Mm3). The maximum registered annual flow was about 3 529 20 Mm3 (almost three times the average flow) during 1991. The minimum annual flow was estimated in 137 Mm3, corresponding this figure to the year of 1951 when the region was having extreme drought conditions. According to Fierro (1999) during 1951 the average annual precipitation was about 129.8 mm for the State of Chihuahua.
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Figure 2a. The annual inflows to La Boquilla Reservoir, Rio
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Figure 2a. The annual inflows to La Boquilla Reservoir, Rio Conchos (1935-1998)
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Figure 2a. The annual inflows to La Boquilla Reservoir, Rio Conchos (1935-1998)
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Considering the mean streamflow value of about 1229.39 Mm3 as normal conditions of flow and from a hydrologic perspective we can detect a kind of hydrological drought or extreme hydrological drought conditions during 1940, 1948, 1950-1951, 1956-1957, 1959, 1969, 1982, 1985, 1994-1995, and 1997-1998. Also, we can emphasize wet or extreme wet conditions during 1938, 1941-1942, 1958, 1966, 1968, 1978, 1981, 1984, 1986, and 1991 (three times the mean value). Fi-nally, the annual flow variability presents a coefficient of variation of about 60%.
In the Madero reservoir, the mean annual flow was estimated in 400.81 millions of cubic meters (Mm3). The maximum registered an-nual flow of about 941.30 Mm3 (more than two times the average flow) was presented during 1981. The minimum annual flow was es-timated in 36.70 Mm3, corresponding this figure to the year of 1994 when the region was having extreme drought conditions (this is also analyzed in the next task). The impacts of drought during 1994 were very drastic for the region, in such a way that the 50% of the livestock inventory (1 000 000 heads) was lost. Also, great problems were re-ported for the temporal and irrigated agriculture.
Considering the mean value of about 400.81 Mm3 normal condi-tions of flow we can detect drought or extreme hydrologic drought conditions during 1950-1951, 1952-1954, 1956, 1961-1962, 1964-1965, 1967-1969, 1977, 1982-1983, 1985, 1992-1995, 1997-1998. In addition, we can emphasize wet or extreme wet conditions during 1949, 1955, 1958, 1960, 1966, 1968, 1971-1972, 1974, 1978, 1980,
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Figure 2b. The annual inflows to Madero Reservoir, Rio Conchos (1949-1998)
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1981, 1984, 1986, 1990-1991, and 1996. Finally, the annual flow vari-ability presents a coefficient of variation of about 63%.
In La Boquilla dam, the greater mean monthly inflows start in July to end in October. From the summer season, the maximum values are during August and September (352.91 and 376.01 Mm3 respectively). In the Madero reservoir, we found that the maximum flow values are during July to September, reaching a maximum during August (125.2 Mm3), see figure 3.
2) Analysis of indicators of drought, i.e. PDSI for the closest climatic region in Texas2.1 Definition of drought.— It is widely accepted that drought is a nor-mal, recurrent feature of climate, and it can be present in most of the different climatic zones. Furthermore, it is also generally accepted that there is not a general definition of drought. Thus, we can find more than 150 different concepts, which can be based on meteorological, agricultural, hydrological, and socioeconomic disciplinary perspectives. Basically we can find two main types of drought definitions, the first one is conceptual and the second one is operational. The first kind of definitions is formulated in general terms, and its utility relies in that it helps people to understand the meaning of drought. According to the National Drought Mitigation Center (NDMC), the operational concepts are useful to detect the beginning, end, and degree of severity
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La Boquilla (1935-1998) Madero (1949-1998)
Figure 3. Mean monthly flow at the Rio Conchos (1949-1998)
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of a drought. Furthermore, the operational definition can be used to analyze drought frequency, severity, and duration for a given period.
In this research to analyze drought conditions I am using the Palmer Drought Severity Index (PDSI). The PDSI in an important climatological tool to evaluate the scope, severity, and frequency of prolonged periods of abnormally dry or wet weather (Climatic Predic-tion Center, 2000). This PDSI was designed to characterize drought solely in terms of meteorological phenomena. Thus, monthly precipi-tation and monthly temperature are used to estimate it. According to Steila (1972), Palmer defines a drought period as:
An interval of time, generally of the order of months or years in duration, during which the actual moisture supply at a given place rather consistently falls short of the climatically expected or climatically appropriate moisture supply. Further, the severity of drought may be considered as being a function of both the duration and magnitude of the moisture deficiency.
After this definition, it is necessary to analyze PDSI in terms of both duration and magnitude of dry or wet conditions. For the PDSI, 11 categories of wet and dry conditions are defined (Table 2).
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Category Dryness or Wetness conditions
4.0 and above3.0 to 3.992.0 to 2.991.0 to 1.990.5 to .990.49 to –0.49-0.50 to –0.99-1.0 to –1.99-2.0 to –2.99-3.0 to –3.99-4.0 and below
Extreme moist spellVery moist spellUnusual moist spellMoist spellIncipient moist spellNear normalIncipient droughtMild droughtModerate droughtSevere droughtExtreme drought
Table 2. PDSI Values for the 11 Drought (or wet) Categories
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The mean monthly variation of PDSI estimated for the period 1895 to 2000 is presented in Figure 4. This chart may represent the general drought conditions of the arid and semiarid areas of the Rio Conchos basin over time. Considering the average PDSI values from 1895 to 2000, the Plamer’s Index places January to June and August and October to December in the same drought category (0.49 to -0.49); this category represent a “near normal” condition. The wetter PDSI category occur during the summer months ( June, July and Au-gust), here it is observed an increase in moisture conditions. During the rainy season the peak value is reached during July, which is con-sidered as incipient moist spell. In general the near normal condition of drought may represent the average drought conditions for the State of Chihuahua, Mexico. Furthermore, PDSI recorded a maximum of “incipient drought” intensity, which reached its peak in September.
To give us some ideas in practical terms about what the different stage conditions of drought can represent, we can see what was re-ported by Steila (1972) for the state of Arizona.
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Mean
Figure 4. Mean Palmer Indices of Drought (1895-2000): Texas 05
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Magnitude and duration of dry and wet conditions—. The PDSI val-ues are highly variable over time. As we already know, these drought indexes are computed using precipitation and temperature; these are highly variable climatic factors, very characteristic of arid and semiarid regions. Figure 5, is showing the PDSI values for the 1895-2000 pe-riod. PDSI values represent the magnitude of a dry or wet condition. From this figure and just analyzing data that match with the hydro-logic data (river flows) we found the following dry or wet conditions.
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Drought category Description*
Mild drought
“In the early part of the year, ranges are fair and soil moisture generally adequate. In late spring and summer, stock tanks are drying, ranges are dry, and fire hazards in grass and forest grazing land becomes apparent.”
Moderate drought “Ranges are very dry and beginning to deteriorate, stock water is short, and rains are needed. Fire hazards increase.”
Severe drought“Ranges are extremely dry, water supply scarce, and the hauling of stock water and supplemental feed is common. The threat of fire is very high.”
Extreme drought
“Parched vegetation, hauling of water and extensive pumping needed, and range animals are loosing weight and suffering death losses.”
*These drought descriptions were based on 40-year period, for each of the drought category.
Table 3. Descriptive References of Main Drought Categories for the State of Ari-zona Reported by Steila (1972)
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Having an extreme drought class we can identify the years of 1935, 1953, 1957, 1997, and 2000. The years of 1951-1954, 1965, 1971, 1975, 1991, 1995-1996 are considered with severe drought. With mild to moderate drought we can detect the following years: 1937, 1938-1940, 1945-1948, 1951, 1963-1964, 1973, 1978, 1985, 1990, 1993-1995, and 1998. Conversely, with extreme wet conditions we can see the years of 1941, 1975, 1979, 1981, 1987, and 1993. As very moist spell conditions are considered the years of 1959, 1979, and 1981.
Maybe the most important aspect of a drought condition is its per-sistency over time. In this analysis, we are considering the consecutive months with dry conditions. Figure 6 is showing duration of drought in months for the studied region. From this figure, it is easy to detect years as 1915, 1927, 1933, 1950-1951, 1961, 1992, and 1997 that have longer duration periods of drought.
Extreme drought.—
It is a very serious situation which results from many months, or even years, of abnormally dry weather. During extreme drought, agricultural crops are complete failure; industries and municipalities may face the need for rationing water; and the local and regional economy begins to become disrupted. Thus extreme drought is essentially a disaster.
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Figure 5. Palmer Drought Severity Index (1895-2000): Texas 05
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3) Compare the 1950’s drought and the 1990’s drought. Similarities, differences?
To compare 1950’s versus 1990’s drought conditions, in this section I am only considering data corresponding to these two decades. Figure 7 is showing the PDSI values for two periods, from 1950 to 1960 and from 1990 to 2000. First, data indicates that 1950’s drought was more persistent than the 1990’s, but the severity index of both decades was similar. In the year of 1950, initiate the longest period of drought during a total of 86 months of consecutive dry months. In the year of 1990, initiate another extensive period of drought having 45 con-secutive dry months (Figure 8). From Figure 8, we found a similar condition regarding to total duration of drought between the 1950’s and 1990’s drought periods. Thus, between 1950 and 1950 we have a total of 87 consecutive months and from the 1992 to 1998 period we have a total of 89 consecutive months of dry conditions. The last comparison between 1950’s and 1990’s drought conditions was made using two histograms of frequency of drought for every decade period. These histograms are represented by figures 9a and 9b. In general, apparently there were more extreme drought and moderate drought during the 1950’s. Conversely, there were more wet conditions dur-ing the 1990’s, having this period very moist and extreme moist spell conditions. Finally, considering the total inflow volume for one of the reservoirs (La Boquilla), we found that the total volume received dur-ing the 1950’s was about 9 617 5 Mm3 compared to the 11 602 1 Mm3
received in the 1990’s.
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Year
Figure 6. Duration of Drought (PDSI: 1895-2000): Texas 05P
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As a concluding remark I found a visible common aspect between the 1950’s and the 1990’s drought; both decadal periods have the most extensive consecutive dry condition.
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1950 1951 1952 1953 1954 1955 1956 1957 1958 1959 1960 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000
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Figure 7. Palmer Drought Severity Index (1950’s and1990’s): Texas 05
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Year
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YEAR
Figure 8. Duration of Drought (PDSI: 1950’s and1990’s): Texas 05
Year Months Year Months Year Months Year Months Year Months Years Months
1895 2 1908 29 1926 33 1945 8 1965 2 1981 31896 7 1911 4 1929 15 1946 8 1966 10 1982 41897 15 1912 14 1933 44 1947 19 1968 9 1983 7
1898 10 1913 2 1936 5 1949 7 1969 6 1985 10
1899 7 1915 37 1937 4 1950 86 1970 12 1986 21
1900 25 1920 8 1938 7 1956 11 1973 7 1990 45
1903 13 1921 7 1939 7 1957 3 1974 19 1994 8
1905 3 1922 7 1942 9 1958 57 1977 11 1995 36
1906 2 1923 3 1943 3 1963 2 1979 12 1996 4
1907 16 1924 14 1944 4 1964 13 1980 12 1997 4
1998 36
Table 4. Initiation of Consecutive Dry Months: Texas 05, Near Ojinaga
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Analytical comparisons between decadal periods of drought
To analyze if there are statistical differences between drought condi-tions during 1950’s versus 1990’s I did a simple comparison between the means values. Thus, considering that in the Rio Conchos water-shed the rainy seasons correspond to the months of July, August and September, a mean three-monthly PDSI value was computed for ev-ery decadal period. After that I did a comparison between means us-ing the one tail T-student probability function.
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Figure 9a. Frequency of Drought (1950-1960): Texas 05
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Mild Incipient Nearnormal
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Moist spell Unusualmoist spell
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Figure 9b. Frequency of Drought (1900-2000): Texas 05
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Table 5 exhibits the mean PDSI values computed with three sum-mer months for the two decadal period. The mean PDSI values for the decadal period during fifties was computed in –1.824 versus the –0.055 mean PDSI value registered during 90’s. Looking at the PDSI scale, the first value corresponds to Mild Drought conditions and the second corresponds to Near Normal conditions. Comparing these two decades throughout a paired test we have the following conclusions. Although the difference in means was equal to –1.769, we are unable to report a difference between means for the fifties and nineties peri-ods (t=-1.411, p value= 0.189).
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Year July August September Mean PDSI1950 1.37 -0.48 -0.1 0.261951 -2.08 -2.52 -3.07 -2.551952 -1.65 -2.81 -3.41 -2.621953 -4.1 -4.5 -5.1 -4.561954 -3.23 -2.17 -3.09 -2.831955 -2.07 -2.3 -2.53 -2.301956 -3.94 -4.3 -4.78 -4.341957 -3.5 -3.49 -3.94 -3.641958 1.91 1.54 2.71 2.051959 -0.64 -0.62 -1.39 -0.881960 1.66 1.78 0.63 1.35
1990 1.69 2.72 3.7 2.701991 3.12 3.18 4.19 3.491992 7.63 7.09 -0.64 4.691993 -0.55 -0.55 -0.96 -0.681994 -2.35 -3.11 -3.31 -2.921995 -2.86 -3.35 -2.75 -2.981996 0.02 1 1.21 0.741997 -0.03 -0.26 -0.88 -0.391998 -3.03 -2.48 -3.31 -2.941999 -1.1 -1.63 -2.19 -1.642000 -3.83 -4.38 -5.22 -4.47
Table 5. Summer PDSI Values: Texas 05, Near Ojinaga
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In a second analysis a Two-sample test was computed and as a result of the T test procedure we have two density plots as showed in Figure 10. On the far left and right sides of the density plot for each test variable. The middle portion of each graph shows the actual distribution of data points, with a normal curve for comparison. The standard deviation differs considerably (2.232 and 2.917). The box plot on the left is for the 1950’s. In this case the peak of the curve are no very close from the median values (horizontal line). This indicates that this curve is asymmetrical. 1990’s PDSI values show a higher standard deviation, but more symmetrical having higher variance than 1950’s data.
Testing decadal fl ow data against historical monthly averagesTo know if the average monthly streamflow values are different from the average monthly historic means registered in every reservoir (Bo-quilla, Madero) and Ojinaga we made the following One-sample t test.
The mean monthly registered stream flow entering to La Boquilla reservoir is about 102.45m3 considering the period from 1935 to 1998, with a maximum of 1,539 and a minimum of 0; the mean monthly stream flow registered in the streamflow entering into Madero dam
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1990’s 1950’s
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PDSI
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Figure 10. PDSI density plots: Texas 05, near to Ojinaga
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was about 33.40m3, with a maximum of 596 and a minimum of 0; finally, the mean monthly registered stream flow registered in the Oji-naga was about 70.38m3, with a maximum of 1 285 5 and a minimum of 6.30m3.
Testing data from the Boquilla dam during 50 and 90During 50’s we are able to say that the historical mean (102.45) does differ significantly from the mean value for this decadal period (72.857) (t = –1.67, p value= 0.126). Conversely during 90’s there is not significant difference from the historical mean (102.45) against the mean value for this decadal period (114.554) (t= 0.512, p value= 0.620).
Testing data from the Madero dam during 50 and 90During 50’s we are able to say that the historical mean (33.40) does not differ significantly from the mean value for this decadal period (29.618) (t = –0.706, p value= 0.49). Same happen during 90’s since there is not significant difference from the historical mean (33.41) against the mean value for this decadal period (28.125) (t=-0.819, p value= 0.432).
Testing data from the Ojinaga streamfl ow during 50 and 90During 50’s data were limited, so for this decade we are using data from 1955 to 1960. Assuming that this period represent the 50’s we are able to say that the historical mean (70.38) does not differ sig-nificantly from the mean value for this five years period (72.648) (t = 0.087, p value= 0.934). Although in this case we have complete data same happen during 90’s since there is not significant difference from the historical mean (70.38) against the mean value for this decadal period (70.653) (t=0.012, p value= 0.990).
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Concluding remarks
Climatic drought is very characteristic of the middle and lower areas of the Rio Conchos Basin, which drainage area is inside the Chihuahuan desert region except for the upper basin located on the Sierra Madre Occidental. In this region, droughts had been historically reported since 1576 affecting seriously to the population and its economics ac-tivities —agriculture and livestock mainly. More recently severe and prolonged droughts had been registered in the Rio Conchos Basin especially during the 1930’s, 1950’s and 1990’s. Evidence suggests that it is the last decade of drought that more had affected hydrological conditions lowering its surface runoff, and water stocks of main dams such as La Boquilla and Madero dams. As a consequence less water is reaching the Rio Grande near Ojinaga, causing problems to Mexico to provide unless the minimum flows allotted to the United States under the 1944 International Water Treaty between these two countries.
Now, Mexico has a significant water debt, which looks hard to pay if severe drought conditions persist.
In this work, drought was analyzed using two approaches. The first one includes the historical analyses of stream runoff measured before the entrances of the La Boquilla and Madero dams. The second analy-sis was focused in a statistical analysis of the Palmer Severity Drought Index (PDSI) measured in a Texas climatic station near to Ojinaga. Analysis indicates that one of the main characteristics of the stream runoff is its high variability, presenting the annual flow a coefficient of variation of about 60% for surface runoff entering the Boquilla and Madero dams. Thus, the high variability of the Rio Conchos flows are evident presenting great changes year to year revealing us periods with drought, floods and normal conditions. Special attention requires hydrological droughts during 50’s and 90’s.
Analyzing PDSI data we have that the most frequent condition of drought for Chihuahua near Ojinaga region is a state of incipient drought, followed by a mild drought condition. Results indicate that under extreme drought conditions we have the following years: 1935, 1953, 1957, 1997, and 2000. Severe drought conditions were present
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during 1951-1954, 1965, 1971, 1975, 1991, 1995-1996. The longer periods of drought were detected the following years: 1915, 1927, 1933, 1950-1951, 1961, 1992, and 1997.
In this research it was found that 1950’s drought was more persis-tent than the 90’s, although the severity index was similar. Thus, dur-ing 1950, initiate the longest period of drought totalizing 86 (7 years) dry months. Furthermore, 45 (≅ 4 years) consecutive dry months ini-tiated in 1990. During the period from 1992 to 1998 we have a total of 89 (≅ 7.4 years) months having dry conditions. Significant differ-ences were found between the 1950 and 1990’s, having more extreme to moderate drought conditions during 50’s. There is evidence that there are longer drought periods having more than five years with severe to extreme conditions. This is important to note because under these conditions it could be more difficult for Mexico to do one’s duty regarding water agreements.
Testing data from the Boquilla dam, statistical analysis indicates that the average stream runoff values during 50’s differ significantly from the historical mean. Conversely, during 90’s there is not signifi-cant difference from the historical mean. For the Madero dam there were no significant differences between both decadal periods (50’s and 90’s) against the historical mean values.
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References:
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This document explain in few words the research work make in the past years 2003, 2004 y 2005 for to obtain the Anthropology grade for the Benemerita Universidad Autonoma de Puebla, with the finality to show one event of re-ligious change in native community in the mountain range of Puebla, Mexico in Xochiapulco one continual historic events together the Masonry and the na-tionalism, play a crucial role for the conformation of the current identity of the community.
El siguiente documento presenta de manera resumida el trabajo de investigación realizado en los años 2003, 2004 y 2005 para obtener el grado de licenciado en Antropología Social por par-te de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, con la finalidad de mostrar un fenómeno de cambio religioso en una comunidad de origen indígena de la Sierra Norte de Puebla, México de nombre Xochiapulco, en donde una serie de sucesos históricos junto a la masonería y el nacionalismo jugaron un pa-pel crucial para la conformación de la identidad actual de dicha comunidad.
General performances of the masonry and religious change in Xochiapulco, Puebla; Mexico (a vision from cultural history)
PALABRAS CLAVE: Masonería, Xochiapulco,
Cambio Religioso, Historia Cultural, Puebla
Key Words:
Masonry, Xochipualco, religious change, cultural history, Puebla
David Alejandro López Vibaldo1
1 Profesor del Departamento de Ciencias Sociales y Políticas en la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México.
Correo: [email protected]
General performances of the masonry and religious change in Xochiapulco, Puebla; Mexico (a vision from cultural history)
Fecha de recepción: 05 de mayo de 2007Fecha de aceptación: 03 de agosto de 2007
Datos generales de la masonería y cambio religioso en Xochiapulco, Puebla, México.
(Una visión desde la historia
cultural)
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éxico
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ltura
l) Introducción
Estainvestigación, presentada en forma muy general, tiene como objetivo mostrar cómo una comunidad de origen
indígena ha conformado su identidad con base en diferentes aconte-cimientos históricos y principalmente en las adecuaciones religiosas, que se han dado a través del tiempo. Xochiapulco, comunidad or-gullosa de su pasado indígena y recelosa de la religión católica (po-seedora de casi todos los bienes y el control político de México en el siglo XIX), adoptó la nueva forma de pensamiento liberal que se estaba dando en gran parte de América, desarrollando ritos masó-nicos y dándole la bienvenida a una misión protestante, buscando crear contrapeso a la iglesia católica ubicada en la vecina Zacapoaxtla. Esto duró hasta la década de los años treinta del siglo XX, donde se empieza a dar un giro dentro de la concepción religiosa de la comu-nidad, culminando en la actualidad con una sociedad donde casi en su totalidad la población profesa el culto católico.
Mi interés académico por realizar una investigación con el tópico de religión se centra, por una parte, en comprender en qué forma las diferentes transformaciones religiosas e históricas han afectado direc-tamente a la cultura de Xochiapulco; y por otra, en explicar el fenómeno que representa la presencia de un grupo masónico en una comunidad indígena, y este de qué manera y en qué medida influyó en la confor-mación de su identidad tanto a nivel individual como colectivo.
Esta indagación parte de la idea de que no se puede estudiar el cambio religioso como un suceso aislado, hay que tomar en cuenta los acontecimientos históricos que se han dado a través del paso del tiem-po en la comunidad, en la región y en el país. Y estos, a su vez, adecuar-los a la mística simbólica propia de los cultos masónicos, protestantes, católicos y al excedido nacionalismo aún presente que han dado forma a la actual identidad religiosa, social y política de Xochiapulco.
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doToponimia
Xochiapulco es el nombre compuesto de las voces náhuatl “xóchi-tl”, flor, y “Apulco”, río más extenso, caudaloso y profundo de la Sierra del Norte. La unión de estas voces significa “La flor del Apulco”. Los inmigrantes chichimecas atravesaron el río que existe por estas regio-nes y que en su idioma náhuatl llamaron “Apolco”, que castellanizado se convirtió en “Apulco”. Como al oriente de dicho río existe una me-seta en donde abundaba una hierba de flor amarilla pequeña, pero muy llamativa, lo llamaron en su idioma con la palabra compuesta “Xochi-apolco”, que significa “lugar en donde abunda la flor del río caudaloso”. Transformado en “Xochiapulco”, es el nombre que se le da al pueblo establecido en tal lugar.2
Fundación
De acuerdo con el informe rendido por el virrey de la Nueva España al corregidor Juan González en el año de 1581, se asegura que hace más de trescientos años, emigrantes chichimecas procedentes del poniente entraron a esta parte de la Sierra Madre Oriental por Zacatlán y avan-zaron hacia el oriente en busca de alimentos, deteniéndose en los sitios donde los encontraron en abundancia.
Tetela pertenecía al señorío totonaco de Xonotla, Apolco y Tlacpac pertenecían al señorío olmeca de Tlatlactepetl. Ya estando en Tete-la, estos inmigrantes encontraron acomodo; otros se diseminaron en
2 Información obtenida del Periódico Ofi cial del gobierno municipal de Xo-chiapulco, Gobierno del Estado de Puebla.
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poblados subalternos, mezclándose posiblemente de manera pacífica. Otros más atravesaron el río Apolatl, que servía de límite con este úl-timo señorío, y se dedicaron a recolectar frutos, hierbas y todo lo que la naturaleza les podía proporcionar.
Mientras su recolección fue pacífica, no tuvieron dificultad con la autoridad del señorío de Tlatlactepetl, hasta que los colectores inter-ceptaron su tránsito en el lugar denominado Tequextecoyan. Entonces desplegó dicho señor sus fuerzas bélicas, logrando someterlos y con-ducirlos a su presencia; él les señaló las tierras de Teteltipan, en Tla-cpac, para sembrarlas en su beneficio, obligándolos con ello a dejar su vida nómada. De esta forma subsistió el poblado de Teteltipan hasta la llegada de los invasores españoles capitaneados por Hernán Cortés a Tlatlactepetl, entonces gobernado por Oliutecutli, también llamado Oliutec, quien ordenó a sus súbditos que se abstuvieran de comuni-carse con los invasores porque estos venían a robar sus tierras. Todos acataron la disposición y un grupo de los de Teteltipan persistió en su incomunicación durante todo el tiempo de la dominación española al adoptar una vida errante y guareciéndose preferentemente en las cue-vas existentes en la región de Xaltiopan, por ser amplias y estar situadas en lugares inaccesibles a donde nunca llegaron los conquistadores.
Cuando los descendientes de la tribu de Teteltipan se dieron cuenta de que la Nueva España había quedado libre de dominación española, dejaron su vida errante para establecerse en los poblados de Cuate-comaco, Texococo y Cuacualaxtla, muy cercanos a la hacienda de la Manzanilla y Xochiapulco.
El dueño de esta última incautaba los animales, aprehendía y mal-trataba a los pastores, lo que provocó el descontento de José Manuel Lucas y su hijo Juan Francisco Lucas.
A raíz de esto, José Manuel empieza a establecer relaciones con el partido liberal, acogiendo el Plan de Ayutla y logrando provisión de elementos de guerra.
La expedición de la llamada Ley Juárez fue pretexto para que el cura de Zacapoaxtla, Francisco Ortega García, y sus adeptos atacaran a la gente de don José Manuel el 30 de noviembre de 1855. Don José Lucas adoptó la estrategia de permitir el triunfo del enemigo en Mi-
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nillas y Cuatecomaco, para luego aniquilarlos en Tepechichil.. Los que se dispersaron durante la batalla fueron muertos por las mujeres de los soldados del ejército liberal.
Al tener conocimiento de estos hechos, el dueño de la hacienda de la Manzanilla, José Domingo Salgado, apresuradamente salió con su familia hacia Zacapoaxtla y abandonó sus propiedades.
Los triunfadores ocuparon inmediatamente la tierra del rancho anexo denominado Xochiapulco para así fundar el pueblo del mismo nombre. El general Juan Álvarez otorgó el reconocimiento de este triunfo y aprobó tal fundación, con la promesa de darle la categoría de municipio tan pronto los estados entraran al nuevo régimen constitu-cional, proporcionándole otra dotación de elementos de guerra con lo que siguió defendiendo la causa liberal.3
Historia
A poco tiempo de su fundación, México es intervenido por las fuerzas militares de Francia, llevándose a cabo una batalla crucial en la ciudad de Puebla el día 5 de mayo de 1862, donde la la comunidad de Xo-chiapulco combate al lado de las fuerzas liberales para frenar el avance de las tropas invasoras hacia la capital del país.
La compañía de Xochiapulco pertenecía en el momento de la re-friega al 6o Batallón de la Guardia Nacional de Tetela de Ocampo, cuya tropa, después de la victoria del cinco de mayo, peleó al año si-guiente y tuvo una trágica derrota a manos de los franceses que pri-mero significó la pérdida de la plaza y posteriormente de la capital de la República; ocurrido esto, dio inicio la guerra en el norte del estado de Puebla.
Los combates, saqueo y pillaje se hicieron presentes en esta región, hasta que en febrero de 1865 se tomó la decisión de atacar la plaza de
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3 Díaz Manzano, Octavio. Breves notas históricas sobre Xochiapulco en el Indígena de la Sierra Norte de Puebla y sus luchas de libertad. México, SEP/Dirección de la Sierra Norte de Puebla y sus luchas de libertad. México, SEP/Dirección de la Sierra Norte de Puebla y sus luchas de libertadgeneral de capacitación y mejoramiento profesional del magisterio, 2ª Ed., 1987, pp. 11-15.
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Zacapoaxtla, que estaba bajo el dominio del ejército imperialista, el día 3 de marzo del mismo año. Sin embargo, los liberalistas no tuvieron éxito, lo que provocó que se replegaran en Xochiapulco donde recibie-ron el ataque del teniente austriaco Beker, al cual le proporcionaron una terrible derrota el día 14 de mayo de 1865.
Estos sucesos, y la firme convicción de continuar la lucha, provo-caron la ira del ejército francés, que lanzó sendos ataques que dieron inicio el 16 de julio de 1865. Las posiciones en las cumbres de Apulco, defendidas por las fuerzas que mandaba el señor Bonilla, fueron des-ocupadas para acudir en auxilio de la plaza de Tetela de Ocampo, que también fue batida y posteriormente tomada.
Reducido cada vez más el campo de acción de los republicanos, a consecuencia de las defecciones y la superioridad numérica del enemi-go, que había ocupado casi todas las poblaciones del litoral, los jefes que sostenían la lucha en esa parte del estado celebraron una junta y adoptaron un nuevo plan de batalla.
Perdida la plaza de Tetela, que servía como núcleo a las operaciones militares, se acordó que las fuerzas que existían en dicha población y pudieron salir después de rechazar varios asaltos, formaran una colum-na con las de Zacatlán y avanzaran unidas hacia la costa de Barlovento, del estado de Veracruz, que obedecía aún al gobierno republicano.
Esta disposición, cuyo fin era debilitar al enemigo al distraer ha-cia varios puntos la atención de sus tropas, comenzó a tener su más exacto cumplimiento, por lo que dicha columna, después de una serie de combates, estableció su campamento atrincherado en la margen opuesta del río, en territorio Veracruzano.
Desde aquí pudo proseguirse la lucha, contándose para tal empresa, y en caso necesario, con el auxilio de la fuerza armada que existía en Papantla bajo el mando superior del general Lázaro Muñoz; el río tomó el papel de baluarte inexpugnable, lo que provocó una sucesión de combates en las que salió triunfante el general Juan N. Méndez.
A su vez, el general Juan Lucas siguió su lucha en las inmediacio-nes de Xochiapulco, plaza de suma importancia para los imperialistas; debido a esto organizaron cuatro fuertes columnas que partieron de diversos puntos el día 4 de agosto de 1865.
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Los defensores de ésta, considerando casi imposible sostener la pla-za por falta de recursos, antes que doblegarse apelaron a la decisión de quemar sus hogares; esta decisión fue apoyada por el jefe de las fuerzas de Xochiapulco, el general Juan Francisco Lucas, quien quemó él mis-mo la casa en la que habitaba.
Cuando las tropas del imperio estuvieron a la vista de la Villa, un montón de ruinas humeantes, cubiertas de ceniza y escombros, les in-dicó el sitio donde se asentaba la población; pese a esto ocuparon la plaza para que al poco tiempo, y siguiendo una estrategia de guerra la cual consistía en esconderse en los cerros y atacar por sorpresa, el general Juan Francisco Lucas retomara Xochiapulco.4
El 15 de enero de 1866 en Papantla, Veracruz, los jefes republica-nos más importantes de las líneas de Sotavento y de la sierra de Puebla se someten al imperio. Un mes más tarde, la asamblea municipal de Xochiapulco da su aprobación a las bases acordadas en Papantla. Des-de ese momento hasta mediados de agosto del mismo año, las fuerzas serranas se mantienen sometidas al imperio, una vez transcurridos esos seis meses las fuerzas liberales vuelven a entrar en combate durante un año más, hasta el año de 1867, cuando Benito Juárez retoma el control nacional.
Pero al poco tiempo, en 1868, retoman las armas, ahora en contra del gobierno estatal, enfrentándose también con tropas del gobierno federal en protesta por lo que se consideró como un fraude electoral. En las elecciones para gobernador del estado, el Congreso le dio el puesto al periodista poblano Rafael J. García, candidato preferido de Juárez, a pesar de que el tetelano Juan N. Méndez había conquistado la mayoría del voto popular. Desde la visión de la gente de la sierra, esto constituyó una devaluación de la participación de la sierra en la defensa del territorio nacional; como resultado de esta crisis, García se aleja del cargo de gobernador.
Xochiapulco se levantaría dos veces más entre los años de 1869 y
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4 Galindo y Galindo Miguel. “Corona Fúnebre que la gratitud pública coloca sobre la tumba del general Juan Crisóstomo Bonilla”. La gran década nacio-nal... México, imprenta Francisco Díaz de León, 1884, pp. 13-21.
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1872 en contra de los ejércitos estatal y federal, teniendo como pugna la aplicación de los derechos conquistados y el reconocimiento de sus tierras. Como esto no se llevó a cabo, se unieron al ejército de Díaz en contra del gobierno juarista.5
A la muerte del presidente Juárez, es el general Sebastián Lerdo de Tejada quien asume la presidencia en el periodo de su administración dio pruebas de relevantes virtudes cívicas, pero cometió el error de querer mantenerse en el poder más tiempo del que marcaba la ley, lo que suscitó un levantamiento que se proclamó en Tuxtepec. Esta revo-lución fue dirigida por el general Porfirio Díaz, a quien se le unieron los combatientes de Xochiapulco.
Terminada la lucha con la derrota de las fuerzas gobiernistas en Tecoac, el 16 de noviembre de 1876 marcharon las tropas victoriosas sobre Puebla sin encontrar resistencia alguna, y de ahí se fueron a ocu-par la capital de la República, donde hicieron su entrada triunfal el día 24 del mismo mes, ocupando la silla presidencial el general Díaz como se había acordado en Tuxtepec.
Mientras tanto, el señor Iglesias se mantenía en el interior en acti-tud hostil, por lo que el general Díaz salió de la capital para perseguirlo y dejó encargado el poder interinamente al general Méndez.
Una vez realizadas las elecciones, Porfirio Díaz resultó nombrado para ocupar el Poder Ejecutivo, quien recibió el gobierno de manos del general Méndez en febrero de 1877.6
Fue relativamente corto el tiempo que la calma fue constante en Xochiapulco, ya que las indígenas al ver que el general que habían apoyado no quería abdicar al poder, decidieron tomar las armas para participar en la revolución armada de 1910.
Los xochiapulquenses fueron guiados una vez más por el general Juan Francisco Lucas.
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5 Mallon, Florencia E. “Cinco de mayo: pugna en la sierra”. La Jornada Sema-nal, 5 de mayo de 1985, Año 1, núm. 33, México, p.16.nal, 5 de mayo de 1985, Año 1, núm. 33, México, p.16.nal
6 Bonilla María José en Xochiapulco una gloria olvidada de Rivero Donna Compiladora gobierno del estado de Puebla, Puebla, México., pp. 149-155.
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Masonería en Xochiapulco
Debido a la cercanía que mantenía con Benito Juárez —entonces pre-sidente de la República—, el general Lucas adoptó el culto de este profesando la masonería, para posteriormente transmitirla a los habi-tantes de Xochiapulco. Esta idiosincrasia es observada por varios auto-res que notan este aire de liberalismo, de pensamiento reformista, que invadía algunas partes del país. Un claro ejemplo es la percepción del historiador inglés Thomson:7
Xochiapulco debió su fundación y supervivencia a la intensidad y larga duración —veinte años— de la lucha de los liberales serranos por ganar el poder en el estado. Xochiapulco, aparte de hacerse un pueblo liberal “modelo”, sirvió como la colonia militar más importante para el partido de la Montaña.
Sin embargo, los guerreros nahuas xochiapulquenses se distinguen de los de Cuetzalán por su adhesión más amplia a la “modernidad”. Los seguidores de Pala Agustín, en Cuetzalán, se interesaban por ga-nar respeto para una selección bastante restringida de garantías cons-titucionales (sobre todo, el ser liberado de los trabajos forzosos, de la leva, del encarcelamiento por deudas y oponiéndose agresivamente a la desamortización de los terrenos comunales). En cambio, los pueblos náhuatl del municipio de Xochiapulco (o, al menos, sus líderes) fueron liberales obsesivos al respetar la no-reelección de las autoridades mu-nicipales a lo largo del porfiriato, estableciendo una misión metodista y manteniendo un anticlericalismo agresivo frente a la iglesia católica en Zacapoaxtla. Distribuyeron la propiedad comunal en pequeñas parce-las entre todas las familias del municipio (incluso las familias encabe-zadas por mujeres). Lograron el más alto nivel de asistencia escolar en
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7 Guy P. C. Th omson. “Bulwarks of Patriotic Liberalism. Th e National Guard, Philharmonic Corps and Patriotic Juntas in Mexico, 1847-88”. Journal of La-tin American Studies ( JLAS) 22 (1987), p. 31-68; David LaFrance and Guy P. C. Th omson. “Juan Francisco Lucas, Patriarch of the Sierra Norte de Puebla”. en William H. Beezley and Judith Ewell (eds.), Th e Human Tradition in La-tin America. Wilmington, 1981, p. 1-13 y Knight, “El liberalismo mexicano”, p. 73-75.
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todo el estado. Mantuvieron un calendario frenético de fiestas patrias. Y, por fin, ganaron la concesión para que los hombres se quedaran con sus armas cuando en el resto del estado ya debían desarmarse.
La excentricidad liberal de Xochiapulco fue comentada por Moi-sés Sáenz, el Ministro de Educación, durante una visita a la Sierra de Puebla en 1927:
Xochiapulco es un pueblo extraño; sus dos calles son anchas como avenidas; las casas, en pequeños solares bien cultivados, parecen de gente económicamente equilibrada. No hay iglesia católica pero si una capilla protestante. La casa del gobierno y de la escuela es grande, fuerte y bien cuidada. La gente es adusta, de tradición aguerrida. La f iesta máxima del año es la del 5 del Mayo (el nombre oficial del pueblo es “La Villa del 5 de Mayo”). Hay muchos veteranos de la guerra en contra de los franceses y el Imperio. Recientemente fueron los de aquí delahuertistas. Siempre han sido de espíritu independiente y se conservan hasta la fecha en una especie de semi-autonomía en relación con las autoridades del Estado y federales. Hay en este pueblo no solamente una tradición patriótica, sino también una tradición escolar y cultural. El general Juan Crisóstomo Bonilla fue maestro de la escuela de aquí por diez años, lo siguió otro maestro Indalecio Sánchez, que sirvió ocho, y vino después Manuel Pozos que enseño durante 27 años... Tres cuartas partes de la gente no hablan español y la mitad ni lo entiende ni lo habla. A los niños de primer año hay que hablarles en mexicano.
En Xochiapulco la autonomía política y la armonía social se con-servaron a lo largo del porfiriato gracias a los esfuerzos del general Lu-cas y la intervención mediadora del presidente Díaz, combinados con la propia resistencia fuerte de los xochiapulquenses. La supervivencia del liberalismo popular en Xochiapulco se debió también a la presen-cia de una misión metodista, una amplia red de vínculos masónicos y a la ausencia de una congregación formal católica.
La presencia masónica fue determinante para que en la actualidad Xochiapulco sea una comunidad serrana diferente a las demás, con un orgullo de su pasado de rebeldía e inconformidad ante los diver-sos panoramas nacionales y locales, donde la búsqueda del anhelo de igualdad en base al conocimiento o la luz —como la llaman los grupos masónicos— les ha llevado a mantener las remanentes del liberalismo hasta nuestros días.
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Identidad, nacionalismo y religión en Xochiapulco
Este panorama de liberalismo empieza a transformarse en la década de los años treinta del siglo XX. El nacionalismo se mantiene pero sin sus principales líderes, ya que la gran mayoría ha fallecido, lo que también provoca la desaparición de los ritos masónicos debido a que ya no hay quien los dirija; por otro lado, la misión metodista sin un motivo aparente abandona la comunidad y regresa a Estados Unidos, su país de origen. También la normal rural desaparece, lo que genera que los jóvenes salgan a otros lados a continuar sus estudios. Este con-junto de circunstancias provoca un vacío de culto en la comunidad, situación que fue aprovechada por la iglesia católica, de manera que en la actualidad Xochiapulco presenta casi en su totalidad una población adherida al catolicismo.
Este cambio fue impulsado por una persona proveniente de Tlatlau-quitepec de nombre Pomposa Valderrábano, quien se dedicó a enseñar el rito católico a gran parte de la población; enseñó a rezar el rosario y recaudó fondos para la construcción de un templo católico en Xochia-pulco, meta que logró en 1940, cuando se celebró la primera misa en la comunidad. Para reforzar la nueva pero frágil creencia católica de la comunidad, se empezaron a crear mayordomías de algunas imágenes que se consiguieron entre la gente, pero la que en definitiva estableció el vínculo entre la población y la iglesia fue una imagen de San Martín Caballero.
Según una leyenda de la comunidad, la efigie de San Martín Ca-ballero perteneció al general Lucas, sin embargo, nunca se le rindió culto sino hasta que surgió un botín de guerra de uno de los asaltos que se realizaron a la Hacienda de la Manzanilla. Con astucia la se-ñora Pomposa y la iglesia de Zacapoaxtla hicieron creer a la gente que esta imagen era parte de la devoción y arrepentimiento de Juan Lucas y por añadidura también Xochiapulco debía buscar la redención. Así pues, debían ser fieles al catolicismo y a cambio se les proporcionaría protección y triunfos sobre cualquier dificultad que amenazara a la comunidad.
Desde esta época y hasta nuestros días, la iglesia de la vecina Za-
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capoaxtla no ha cesado en su afán de seguir inculcando la devoción católica, otorgando diversas misas y mandando a pedir misioneros a la ciudad de Puebla. Pese a esto, la fiesta principal de la comunidad sigue siendo el 5 de mayo, día de la Batalla de Puebla, y los valores libera-les siguen estando muy presentes, ya que la devoción a los símbolos patrios y a héroes mitificados también es compartida con los santos católicos.
Esta serie de acontecimientos históricos y sociales han conformado la identidad actual de la comunidad, siendo el fenómeno de cambio religioso el que en mayor medida influyó en la población.
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1 Profesor-investigador en el Departamento de Ciencias Administrativas de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.2 Profesor-investigador en el Departamento de Ingeniería Civil de la UACJ.
3 Profesor-investigador en el Departamento de Ciencias Administrativas de la UACJ. 4 Profesor en el Departamento de Ciencias Administrativas de la UACJ.
5 Estudiante del programa de Licenciatura en Administración de Empresas. UACJ.6 Estudiante de la Maestría en Ingeniería Ambiental. UACJ.
7 Estudiante de la Maestría en Planifi cacion y Desarrollo Urbano. UACJ.
This article seeks to explain how the level of urban development and urban com-petitiveness of cities in the American Southwest is contingent upon the type of entrepreneurial classes existent in each urban locality similar to what happen in the Northern Mexican border cities. To provide evidence this article studies the urban processes experienced by Tucson and Phoenix, Arizona. The document provides an overview of the economic, political and social context of development in Arizona and describes and compares the development of both Phoenix and Tucson. In the last part, the document relates the characteristics of the American Southwest Cities to those of the Mexican Northern Border Cities.
Economy groups and urban growth: the two realities of the southeastern cities of the United States
En este artículo se explica como el nivel de desa-rrollo urbano y competencia urbana de las ciu-dades del suroeste de América son contingentes al tipo de clases empresariales presentes en cada localidad urbana similar a lo que pasa en las ciudades fronterizas del norte de México. Para proveer la evidencia, en el artículo se estudia y se exponen los procesos urbanos experimentados en Tucson y Phoenix, Arizona. En el documento se provee una vista al contexto del desarrollo eco-nómico, social y político en Arizona y se describe y compara el desarrollo en Tucson y Phoenix. En la última parte del documento se hace un relato acerca de las características compartidas por las ciudades del suroeste americano y las ciu-dades fronterizas en el norte de México.
Francisco Javier Llera Pacheco,1 Alfredo Granados Olivas,2 María de los Ángeles López Norez3, Lidia Nesbitt,3 Gabriela Velazco,3 Abril
Pérez Cardona,4 Aydee Quintana Duarte,5 Lorena Pérez Zamora,5 Hugo Rojas,6 Mariana
Loera Espinoza,7 Daniel Fierro Lara7
1 Profesor-investigador en el Departamento de Ciencias Administrativas de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.2 Profesor-investigador en el Departamento de Ingeniería Civil de la UACJ.
3 Profesor-investigador en el Departamento de Ciencias Administrativas de la UACJ. 4 Profesor en el Departamento de Ciencias Administrativas de la UACJ.
5 Estudiante del programa de Licenciatura en Administración de Empresas. UACJ.6 Estudiante de la Maestría en Ingeniería Ambiental. UACJ.
7 Estudiante de la Maestría en Planifi cacion y Desarrollo Urbano. UACJ.
Economy groups and urban growth: the two realities of the southeastern cities of the United States
Fecha recepción: 08 de octubre de 2007Fecha aceptación: 10 de abril de 2008
Grupos económicos y crecimiento urbano:
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rupos económicos
las dos realidades de las y crecimiento urbano:
las dos realidades de las y crecimiento urbano:
ciudades en el suroeste estadounidense
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Introducción
El propósito de este artículo es describir la influencia que ejercen los procesos políticos y los grupos económicos regionales para transfor-mar los modelos de crecimiento urbano en las ciudades estadouni-denses. Las ciudades del denominado suroeste1 son, quizá, las que han experimentado los cambios más acelerados y las que han trans-formado mayormente su forma urbana después del periodo de la Se-gunda Guerra Mundial (Miller, et al., 1991, Powell, 1990). Como re-ferentes de estudio y como los mejores ejemplos de lo anteriormente expuesto, en este análisis se considerarán únicamente los procesos de crecimiento urbano de Tucson y Phoenix, Arizona.
Para efectos de organización, este artículo se dividirá en tres sec-ciones. En la primera se hace un análisis comparativo del papel des-empeñado por los grupos económicos y políticos para el desarrollo de ambas ciudades, pudiéndose entender de manera general por qué Phoenix es en la actualidad una de las más grandes metrópolis de los Estados Unidos y cómo se dio la especialización de Tucson como una ciudad destinada a atraer población en busca de recreación, educación y con poco crecimiento urbano (Powell, 1990). En la segunda sección se hace un análisis del papel de los grupos sociales locales para influir en la conformación de dos morfologías urbanas tan disímbolas en una misma región. Finalmente, la tercera sección está destinada a conclu-siones.
El desarrollo de Tucson y Phoenix: los grupos económicos y políticos
El estado de Arizona es uno de los más representativos del denomi-nado suroeste estadounidense (Ver Mapa 1) (Powell, 1990; Roepke, 1988; Randall, et al., 1991). Se caracteriza por ser una región de de-
1 Para efectos de este artículo, la región del suroeste de Estados Unidos se defi -ne como aquella área geográfi ca que comprende los estados de Texas, Nuevo México, Colorado, Nevada, Arizona y el sur de California.
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sierto, montañas y bosques que han sido transformados por el uso de la tecnología y por el acelerado ritmo de crecimiento urbano en sus prin-cipales ciudades (Powell, 1990). Las ciudades de Tucson y Phoenix constituyen los dos grandes centros urbanos de la entidad, pero su desarrollo tan disímbolo, uno apegándose al modelo de ciudad estado-unidense nueva de la región Este y el otro apegándose a un modelo de ciudad vieja de influencia mexicana, sólo es comprensible a través del análisis comparativo de los contextos económico, político y social que predominaron en ambas ciudades y bajo los cuales operaron los grupos económicos dominantes en cada ciudad (Lawrance, et al.,1991).
Contexto económico: El contexto económico en el que se inser-tan ambas ciudades tiene como referente histórico la fundación de Phoenix como asentamiento poblacional en 1870 y el papel ya rele-vante de Tucson para esas fechas como el centro de comercio y co-municación más importante del recién creado territorio de Arizona (Bufkin, 1981). La introducción del ferrocarril vendría a cambiar el papel de ambos centros y de la economía del estado. La diferencia fue el liderazgo de la clase comerciante en cada ciudad. Phoenix atrajo a un grupo de gente dedicada a la creación de un emporio económico en su nuevo territorio. Desde el principio, el propósito principal de estos empresarios fue el de enlazarse económicamente con la región del este de Estados Unidos en donde se concentraba el poder político del país. El ferrocarril representó un importante papel en esta meta (Luckin-gram, 1993).
En cuanto a Tucson, esta ciudad se concentró en actividades eco-nómicas como la minería y el comercio, circunscribiendo y orientando su desarrollo económico al ámbito local, y a algunas relaciones con la costa del Pacífico de México, el sur de Nuevo México y El Paso, Texas (Luckingram, 1993). En Tucson nunca se asentó una clase empresa-rial unificada con suficiente poder y relaciones como para modificar su economía en la forma en que lo hizo Phoenix. Las diferencias en las dos ciudades empezaron a hacerse evidentes en su economía y en su crecimiento urbano. Para 1910 las dos tenían un número casi igual de habitantes: Phoenix con 11 134 y Tucson con 13 193 ( Johnson,
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1993), pero el centro económico del estado se encontraba claramen-te en Phoenix, donde se habían establecido los cimientos: la garantía de un suministro de agua con la presa Roosevelt, una infraestructura ferroviaria lo suficientemente fuerte como para conectarse a todo el país; la concentración del poder económico y político, y el desarrollo de instituciones financieras (Lavender,1980).
Estos factores definirían la tendencia urbana de las dos ciudades. Phoenix atraía el crecimiento y Tucson lo evitaba (Sell, et al., 1988). El crecimiento urbano en Tucson se vio impactado por la ubicación de la Universidad de Arizona en el Noreste (Bufkin, 1981), pero la ciudad no experimentó un desarrollo tan considerable como el auge de la construcción que hubo en Phoenix de 1920 a 1939 ( Johnson, 1993). La clase empresarial promovió a Phoenix en todo el país y ge-neró una intensa ola de inversiones, lo cual trajo como resultado un auge de obras en la ciudad, hasta la Gran Depresión de 1929. Phoenix se convirtió en un importante mercado conectado con otros mercados importantes del Este, siendo también el principal centro comercial del suroeste (Kotlanger, 1993).
Tucson escogió el turismo y la industria de la salud como los mode-los económicos a seguir durante mucho tiempo. Un modelo conocido como “la industria popular” trajo consigo sentimientos de hospitalidad hacia la industria y un miedo a la expansión de la ciudad. En el Old Pueblo [el Pueblo Viejo, como se le llama a Tucson] comenzó una cul-tura de oposición al crecimiento, y esta inquietud desalentó las inver-siones (Caldwell, 1989). La ciudad había crecido debido a las inversio-nes militares, a la industria médica, a la universidad, el transporte y el turismo (Bufkin, 1981). El crecimiento fue la principal inquietud que estimuló la temprana participación de la comunidad en el desarrollo de las políticas públicas locales. Como resultado de lo anterior, Tucson empezó a hacer uso de la planeación urbana de la zonificación antes que Phoenix. La protección de su entorno natural y la forma en que le afectarían los cambios urbanos influenciaron el crecimiento de la ciu-dad (Sell, et al., 1988). Tucson sacrificó el crecimiento económico en aras de controlar el crecimiento urbano (Sell, et al., 1988). El impacto económico de Phoenix vulneró a la planeación urbana y al control del
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crecimiento como conceptos importantes para el futuro de la ciudad.En el periodo comprendido entre 1920 y 1940, ambas ciudades
trabajaron para atraer al turismo, pero las condiciones económicas eran diferentes (Caldwell, 1989). Los empresarios locales convirtieron a Phoenix en una de las ciudades más publicitadas de Norteamérica (Luckigham, 1993). El clima comercial recibía atención especial. Estas dos políticas, junto con el desarrollo del aire acondicionado, incremen-taron aún más el atractivo de Phoenix (Luckigham, 1993). Después de la Segunda Guerra Mundial, un cambio en los patrones migratorios del país causó un aumento demográfico en la mayoría de las ciudades del sur. Phoenix y Tucson no solamente reforzaron su turismo, sino que también atrajeron a miles de personas que se quedaron como resi-dentes permanentes ( Johnson, 1993). En estas dos ciudades emergió un nuevo concepto de economía basado en los recién jubilados. La creación de la llamada “industria de la jubilación”, que se orientaba a captar a las personas de todo el país que posterior a su retiro laboral buscaban lugares de clima agradable y con entretenimientos, vendría a modificar las políticas públicas y el crecimiento de las dos ciudades (Roepke, 1988).
Phoenix empezó a envolver a otros centros urbanos dentro de su zona metropolitana. Glendale, Tempe y Mesa aprovecharon los bene-ficios económicos y se convirtieron en una extensión de la gran ciu-dad. Estos centros urbanos crecieron como centros habitacionales con economías basadas en los servicios y el comercio (Roepke, 1988). La industria de los jubilados aumentó en tamaño, como la economía de ambas ciudades. El concepto de este auge económico se derivó de los fraccionadores particulares que promovieron la creación de resorts y fraccionamientos para jubilados en muchas partes de Phoenix y Tuc-son. La atracción económica y urbana que explotaron fue la imagen de una región de bajo costo en los precios del suelo, acceso a servicios pú-blicos de calidad, un buen clima, el ambiente del Viejo Oeste y la ga-rantía de entretenimiento (Caldwell, 1989, Wiley y Gottlieb, 1982).
Los grupos económicos locales fueron determinantes para marcar la diferencia entre las dos ciudades en cuanto a la obtención de venta-jas económicas (Kotlanger, 1993). Phoenix se promovió intensamente
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y el sector privado invirtió tanto dinero como lo necesitaba la pro-moción (Luckingham, 1993; Garreau, 1991b). Tucson no se promo-vió al mismo nivel económico, pero la industria de los jubilados se convirtió en la principal fuente de desarrollo (Enmark, et al., 1988). Los empresarios promovieron el turismo, la jubilación y las industrias limpias como el modelo económico para Phoenix. Le imprimieron a su iniciativa tanto dinamismo que hicieron uso no solo de incentivos económicos, sino también políticos, para alcanzar sus metas (Venturi, et al., 1973). Las políticas tributarias blandas, las leyes laborales, la am-plia infraestructura de comunicaciones y el bajo costo de los terrenos fueron los incentivos principales (Wiley y Gottlieb, 1982).
Los grupos económicos de Phoenix establecieron tres metas pri-mordiales para la base económica de la ciudad: atraer industrias “lim-pias”, desarrollar comunidades de jubilados y atraer al turismo. Esos objetivos posteriormente se promovieron en muchas otras ciudades del Estado de Arizona (Roepke, 1988). El crecimiento de las comuni-dades de jubilados puso de manifiesto la capacidad de los habitantes de Phoenix para sacar ventaja de todas las atracciones posibles en la ciudad y el estado (Wiley y Gottlieb, 1982; Jonson, 1993). Las co-munidades de jubilados trajeron consigo incentivos económicos, pero también generaron disgusto y un crecimiento urbano sin control (Cald-well, 1989).
El crecimiento urbano en las zonas periféricas, tanto de Phoenix como de Tucson, y la exigencia de contar con los espacios para vi-vienda y esparcimiento, crearon nuevos desafíos para ambas ciudades (Bernard, 1990). Los urbanizadores habían creado sectores con fuerte participación política, que exigían políticas contra el crecimiento. En pocos años los gobiernos locales se vieron rebasados y la batalla entre el desarrollo económico y el acceso a una buena calidad de vida había iniciado (Garreau, 1991a). La incapacidad de los gobiernos para sa-tisfacer esta necesidad fomentó la creación de “estructuras privadas de gobierno” en las comunidades de elevados ingresos (Garreau, 1991a).
Contexto político: Los grupos políticos del suroeste no estaban bien preparados para enfrentar el rápido crecimiento ni el cambio, y en la
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mayoría de las ciudades gobernaban casi sin oposición y sin apoyo de la comunidad (Bernard, 1990). Phoenix es un mejor ejemplo que Tucson para sustentar la afirmación anterior, porque allí siempre pen-saron en términos de utilidades económicas y nunca les importaron las consecuencias futuras que el crecimiento urbano traería consigo (Bernard, 1990). La participación de los líderes empresariales en la política era esencial para el desarrollo urbano y para promoción de la ciudad. La agresividad empresarial de los grupos económicos de Phoenix se percibe desde el origen mismo de la fundación de la ciu-dad en 1870, al negociar el traslado de la capital del estado a Phoenix. (Luckingram, 1993). Los grupos económicos locales entendieron que no puede haber poder si no se combina lo económico con lo político y por ello establecer la capital del estado en Phoenix fue la primera meta. (Luckingram, 1993).
Phoenix es un caso muy peculiar y probablemente único. Habitada por migrantes de la parte este del país, la ciudad tuvo suerte, ya que llegaron a ella muchas personas ricas y con buenas relaciones políticas, cuya meta era crear el centro urbano más importante del sureste (Ga-rreau, 1991a). Si Phoenix logró un considerable apoyo del gobierno federal, fue por las relaciones personales que tenía su élite empresarial (Wiley y Gottlieb, 1982). El gobierno federal le brindó una ventaja considerable por encima de Tucson, ciudad que fue desarrollada prin-cipalmente por empresarios locales (Wiley y Gottlieb, 1982).
Las alianzas entre los empresarios en Phoenix crearon una élite económica poderosa que necesitaba del control del gobierno para so-lidificar sus proyectos. Phoenix no sería la ciudad que es hoy en día si la élite económica no tuviera el control del poder político ( Johnson, 1993; Luckingram,1993). Los sobornos, la corrupción y los ataques a las garantías individuales en la localidad ayudaron a alcanzar las metas de un pequeño grupo. La política clientelista y de prebendas que siguieron los legisladores federales y estatales hizo posible que se asegurara el suministro de agua, infraestructura para el transporte e inversiones industriales en Phoenix (Wiley y Gottlieb, 1982). Las condiciones eran claras y el progreso de la ciudad obedecía a los facto-res financieros y de mercado. La ciudad se promovió principalmente
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debido a que la mayoría de los líderes empresariales eran propietarios de la mayor parte de la tierra. El control político de la élite económica en Phoenix se prolongó durante casi 25 años y la ciudad creció a un ritmo más acelerado. (Luckingham, 1993; Jonson, 1993).
Tucson carecía de un sector empresarial innovador, pero a diferen-cia de Phoenix, las políticas públicas en Tucson sí se vieron afectadas por la presión de la comunidad (Sherindan, 1986; Caldwell, 1989). Tucson tenía un dilema distinto. En la ciudad había un clima antagó-nico al crecimiento y la comunidad exhortó a las autoridades locales a controlar el crecimiento de la ciudad. Para entonces la economía de la ciudad dependía del turismo, la universidad, el comercio y la industria de la salud (Caldwell, 1989). El gobierno local nunca estuvo bajo el control de ningún grupo económico, lo cual permitió que se estable-ciera una planeación urbana en Tucson que se promovió desde 1872 con el primer plan de desarrollo del pueblo (Bufkin, 1981). De esta forma, Tucson resulta ser una ciudad mejor planeada que Phoenix, pero no por eso más desarrollada económicamente (Bufkin, 1981).
El crecimiento urbano trajo el desarrollo económico a Phoenix y a Tucson, pero también generó la decadencia de los gobiernos locales después de un periodo de auge; ni Tucson ni Phoenix eran capaces de satisfacer todos los requerimientos de la ciudadanía. La calidad de vida, el control del crecimiento urbano, el transporte, el agua y la con-taminación son algunas de las quejas que aún quedan por resolver en ambas ciudades (Enmark, et al., 1988). El fomento de la “industria de los jubilados”, que adoptaron Phoenix y Tucson como modelo econó-mico, tergiversó sus propósitos económicos y políticos. Las comunida-des de jubilados intercambiaron beneficios urbanos y fiscales por votos políticos. La falta de confianza en los gobiernos locales y las exigencias de una mejor calidad de vida por parte de la comunidad, impulsaron la proliferación de esquemas de administración similares a “gobiernos privados” que brindaban lo que los gobiernos municipales no podían darse el lujo de ofrecer en los sectores de mayores ingresos (Garreau, 1991b). El reto para los gobiernos locales es recuperar la confianza de la comunidad, encontrar nuevas formas de satisfacer las necesidades de la población sin sacrificar el desarrollo económico de la ciudad.
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El contexto social y su infl uencia en la conformación de las ciudades estadounidenses
El antiguo pueblo de Tucson ya contaba con un sistema de relacio-nes económicas, sociales y políticas cuando los migrantes anglosajones fundaron Phoenix (Bufkin, 1981). El uso de la tierra y el desarrollo de este asentamiento se asemejó al periodo de la colonización. Al estable-cerse Phoenix, un nuevo sistema de relaciones económicas, sociales y políticas surgió en Arizona (Bufkin, 1981). Phoenix se convirtió en la ciudad dominante en Arizona debido a que se apropió de los elemen-tos básicos del agua y la tierra. Sus estrechos vínculos con el gobierno federal ocuparon un papel importante (Wiley y Gottlieb, 1982).
El modelo del Este que se estableció en Phoenix no se siguió en Tucson. En esta ciudad, el concepto de desarrollo estaba basado en factores locales, es decir, el comercio y la sociedad tendían a estar más relacionados con otros pueblos del sur que con Phoenix (Sherindan, 1986). Los sistemas de relación en Tucson generaron un modelo ur-bano influenciado por la región y por los actores locales (Sherindan, 1986). Por otro lado, Phoenix desarrolló un modelo urbano como los del este de Estados Unidos, poco vinculado con factores locales de la región pero económicamente exitoso (Roepke, 1988).
En términos de su constitución social, las dos ciudades han recibido y promovido la migración de población del norte de Estados Unidos hacia el estado de Arizona (Plane, 1987). Tucson y Phoenix crecieron básicamente a consecuencia de la migración (Plane, 1987). Su patrón urbano se vio fuertemente afectado por el origen de los migrantes y por la historia de cada ciudad (Plane, 1987).
El asentamiento de Tucson siempre se consideró como un lugar aislado desde los primeros años y la descripción de que “su aislamien-to fue tanto protección como su ruina” da una idea de la concepción que tiene de la ciudad la población anglosajona (Sherindan, 1986). En Tucson se dio intercambio y trabajo conjunto entre el grupo anglo-sajón y la gente hispana: los anglosajones y los hispanos tenían rela-ciones muy estrechas en campos como los de la agricultura, la minería
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y el comercio (Sherindan, 1986). Por su parte, en Phoenix los anglo-sajones nunca dependieron de otros grupos para desarrollar la ciudad (Sherindan, 1986).
En Tucson, el diseño de la ciudad se asemeja más al de una ciudad española que al de una ciudad anglosajona. Tucson creció como ciu-dad hispana; su legado histórico y su población de origen hispano le permitieron mantener un patrón urbano homogéneo y la temprana participación de la comunidad en la planeación de la ciudad ayudó en alcanzar este propósito (Tucson Planning Department, 1992). Origi-nalmente, la ciudad creció como un centro regional ligado al suroeste americano y al norte de México. La promoción de Tucson como una ciudad de clima agradable atrajo a gente de todo Estados Unidos, que preservó el estilo urbano original y desarrolló una cultura antagónica al crecimiento (Bufkin, 1981).
Phoenix presenta una tendencia distinta; esta ciudad ha roto de manera abrupta con la estructura arquitectónica tradicional de las ciu-dades antiguas del suroeste de Estados Unidos (Osgood, 1994). Sus orígenes como asentamiento anglosajón y la gran afluencia de migran-tes del Este fomentaron, en pleno desierto, el desarrollo de una ciudad como las del centro de Estados Unidos en la que predominan las áreas con césped. El precio de esta idea es alto: el desierto ha sido arrasado para lograr la meta y el costo de este proyecto en términos de recur-sos naturales probablemente nunca alcance a pagarse ( Johnson, 1993; Osgood, 1994). El auge de construcción en los años veintes generó la expansión urbana de Phoenix, donde se hizo caso omiso a los estilos locales y a donde se importaron una gran variedad de tipos arquitec-tónicos (Kotlanger, 1993).
Como ciudad nueva del suroeste, Phoenix para promoverse ha he-cho uso de las atracciones naturales y del legado histórico de la re-gión (Arizona State Department of Commerce, 1994). La imagen que proyecta es más comercial, industrial y recreativa que cultural e histórica, lo cual abre la brecha con Tucson. La mercadotecnia y una gran cantidad de dinero han ayudado a promover a Phoenix como un oasis en medio del desierto, y hoy en día es más bien un resort para la temporada invernal (Kotlanger, 1993). La concentración de poderes
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políticos y económicos contribuyó a atraer un buen número de empre-sarios dinámicos y adinerados que intensificaron el desarrollo urbano (Wiley y Gottlieb, 1982).
El factor de la conservación del entorno y desarrollo sustentable es hoy día una preocupación de las ciudades en el mundo. En Arizona, el crecimiento demográfico y la expansión urbana de las ciudades ha alertado a los sectores comunitarios sobre la necesidad de luchar para lograr la preservación del entorno (Sell, et al., 1988). En Tucson, el conflicto es entre los líderes políticos que quieren que haya tanto desa-rrollo económico como sea posible dentro del territorio de la ciudad, y los líderes cívicos —a los que les preocupa más que se pueda vivir bien en la ciudad— quieren comunidades lejos de la industria, el comercio y los servicios orientados al turismo (Bernard, 1990). Un lugar como Tucson debe asumir los graves riesgos de la sobrepoblación. La escasez de agua es la principal barrera para la expansión urbana incontrolada, y la disponibilidad de la tierra obliga a una planeación urbana que ga-rantice su crecimiento gradual, además de que se mantenga la calidad de vida en toda la región.
La expansión física de Phoenix se presentó entre 1950 y 1960 como resultado de la migración de militares (Phoenix Planning Department, 1989). La Segunda Guerra Mundial hizo necesario el establecimien-to de la industria de la defensa militar en Arizona, y posteriormente, cuando terminó la guerra, los veteranos migraron a Arizona para re-sidir ahí permanentemente. Las industrias de la defensa militar y la electrónica hicieron que aumentara el tamaño de las zonas metropoli-tanas de Tucson y Phoenix (Lavander, 1980).
La expansión física de Phoenix fue acompañada del crecimiento de las ciudades que le circundaban en el norte como Tempe, Scottsdale, Mesa (Roepke, 1988; Phoenix Chamber of Commerce, 1990). Hoy en día son físicamente una misma unidad urbana, una metrópoli, en la que la ciudad de Phoenix por sí sola abarca un área de 422.86 millas cuadradas ( Phoenix Planning Department, 1990; Osgood, 1994).
La ciudad de Tucson siguió un patrón de expansión hacia el oriente y posteriormente, desde 1960, ha seguido una orientación de sur o poniente (Tucson Planning Department, 1992). De hecho el princi-
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pal crecimiento del área metropolitana es hacia el norte y el noroeste. Esta expansión física de la ciudad es el resultado de bases económicas como el ganado, el algodón, el clima y el cobre, así como la migración de militares y al comercio, el turismo y la tecnología, que se han apli-cado desde 1910 (Tucson Planning Department, 1993). Tucson es una ciudad de 160.2 millas cuadradas, la cual, durante las décadas de 1950 y 1970 se anexó aproximadamente 76 millas cuadradas de terreno, du-plicando así el tamaño (Tucson Planning Department, 1993; Tucson Planning Department, 1994).
Resumiendo, el contexto social representó un papel importante en las diferencias urbanas entre Phoenix y Tucson. En Tucson, la comu-nidad participó en la planeación urbana y la fomentó desde los prime-ros años de la ciudad. Esta comunidad demostró su inquietud sobre el desarrollo del llamado Old Pueblo probablemente porque conta-ba con una mayor población oriunda de Arizona. La ciudadanía de Phoenix no se involucró en la planeación urbana ni en las políticas gu-bernamentales sobre el crecimiento, sino hasta los años más recientes. Como ciudad principalmente habitada por migrantes, Phoenix carecía de una sociedad con vínculos locales, lo cual permitió que los grupos económicos locales manipularan el crecimiento urbano.
Conclusiones
En el estado de Arizona el crecimiento urbano es una inquietud per-manente para los gobiernos locales que se origina mayormente por la limitación de los recursos naturales y no tanto por la decadencia en la calidad de vida económica de la población. Los recursos acuíferos y el suelo desértico han sido sobreexplotados y sobrepoblados a cambio de una ganancia económica. Durante mucho tiempo, en las ciudades del suroeste estadounidense el desarrollo se entendió como crecimiento urbano y atracción de inversiones inmobiliarias. Esto irremediable-mente generó la sobrepoblación y la expansión física de las ciudades, cambiando los patrones urbanos tanto en Phoenix como en Tucson y creando una excesiva urbanización en una región desértica que por mucho tiempo se autodenominó “la tierra de los espacios abiertos”.
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La mercadotecnia sobre el estilo de vida de las ciudades de Arizo-na, aunado a las políticas económicas y urbanas seguidas, ha atraído a un alto número de población y ha creado dos nodos especializados en el estado (Enmark, et al., 1988). Por un lado, las actividades políticas y económicas se han concentrado en Phoenix, y por otro, los intereses culturales e históricos en Tucson. En la actualidad, Phoenix y Tucson tienen ya un modelo urbano histórica, económica, política y social-mente definido que siempre marcará una gran diferencia arquitectó-nica entre ambas. Sin embargo, en lo que coinciden los dos modelos de expansión urbana es en la afectación a la riqueza natural de la región y en el intercambio de espacios abiertos por terrenos comercializables que han originado una decadencia en la vida urbana de la región. Hoy en día se percibe que ambos modelos han sido erróneos para hacer de Tucson y Phoenix ciudades realmente atractivas, toda vez que los efectos en el cambio climático y las nuevas tendencias de la globali-zación demandan que las regiones se preocupen cada vez más por la protección del medio ambiente natural, en frenar la sobrepoblación de las zonas urbanas y en promover la industria sustentable y de alta tecnología (Kolsow, 1994; Pavlakovich, 2005).
Ciudades del suroeste estadounidense han iniciado, hace algunos años, la transformación de sus patrones originales de especialización económica y de sus políticas urbanas orientándose a la búsqueda del desarrollo económico a través de la preservación del entorno natu-ral y los servicios como fuentes principales de generación económica (Browning, 2005). Es decir, cada vez más las ciudades del suroeste están sustituyendo los parques industriales, el desarrollo de las grandes zonas de fraccionamientos para personas jubiladas y la promoción de estra-tegias de atracción de población por políticas de desarrollo económico orientadas a promoverse como áreas sustentables de poca expansión urbana y especializados en los sectores de servicios y la cultura (Brow-ning, 2005). La ventaja de este enfoque es que no solamente se gana en calidad de vida urbana, sino también en el bienestar económico.
Las nuevas tendencias de especialización de las ciudades del sur-oeste estadounidense tienen especial relevancia para el contexto de las ciudades mexicanas de la frontera norte, principalmente porque evi-
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dencian la falta de un proyecto de desarrollo como región y basado en criterios sustentables. La cercanía geográfica con la región suroeste estadounidense por parte de las ciudades fronterizas mexicanas ubi-cadas en los estados de Baja California, Sonora y Chihuahua no se ha traducido en la adopción de modelos modernos de sustentabilidad y de diversificación de las actividades económicas hacia los sectores servicios y cultura. Por el contrario, ha habido un estancamiento en los modelos de los años 60 y 70, basados en modelos poco sustentables caracterizados por un énfasis en el crecimiento urbano, por la sobreex-plotación de los escasos recursos acuíferos y por un desmedido interés por atraer inversión industrial (Llera, 2005; Ramírez, 2005). Las zonas fronterizas mexicanas, al igual que ciudades como Phoenix y Tucson, se caracterizan por contar con grupos económicos históricamente do-minantes, con alta concentración de sus inversiones en el suelo urbano, que han influenciado el tipo de expansión seguido por cada ciudad y han promovido una concepción de desarrollo en la que la expan-sión física de la ciudad es asociada con el bienestar económico de la población. Este modelo, de alto desperdicio de los recursos naturales existentes, promotor de la pérdida de la cohesión social y promotor de concentración de la riqueza en reducidos grupos económicos, hace a la región de la frontera norte de México cada vez menos competitiva para la diversificación de su economía hacia actividades no industriales y la relega de las nuevas concepciones de desarrollo que exige la globa-lización, en donde la armonía entre crecimiento económico y protec-ción ambiental determina la competitividad de una región o ciudad.
En conclusión, las ciudades en la región estadounidense del suroes-te y en la frontera norte de México en su importancia económica, en su conformación urbana y en su nivel de influencia regional son pro-ducto de los grupos dominantes en cada ciudad, y serán ellos los que, en función del tipo de intereses y actividades económicas en las que están inmersos, determinarán mediante la influencia en las políticas públicas locales si se inclinan por modelos de desarrollo sustentables que les permitan insertarse en un ámbito de competencia mundial o simplemente dan prioridad a modelos de generación de riqueza de corto plazo a través del impulso acelerado de la expansión urbana, la
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sobrepoblación de la región y la promoción de modelos industriales de poco impacto tecnológico.
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Susana Báez Ayala1
Dramaturgia de Hermosillo
SecciónLibros, entrevistas y otras narrativasLibros, entrevistas y otras narrativasLibros, entrevistas
Enrique Mijares (coord. y pról.). Universidad Juárez del Estado de Durango,
Durango, Méx., 2007, 150 pp
1 Profesora de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Departamento de Humanidades.
Correo: [email protected]
Fecha de recepción: 19 de septiembre de 2007Fecha de aceptación: 06 de marzo de 2008
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Si alguno de nosotros, por mera intuición, placer o necesidad académica nos preguntamos qué pasa con el teatro y la dra-
maturgia en la frontera norte de México, más temprano que tarde, por fortuna, abrevaremos en las contribuciones editoriales que el Dr. Enrique Mijares, de la Universidad Juárez del Estado de Durango (UJED), ha realizado a lo largo de su trabajo como investigador, di-rector, dramaturgo, actor, tallerista y/o profesor de otros-as drama-turgos-as en diferentes estados del país. De igual forma arribaremos a su propuesta de teatro virtual.
Uno de los trabajos más recientes del Dr. Mijares es el volumen ti-tulado Dramaturgia de Hermosillo, publicado por la UJED, coordinado y prologado por el mismo Mijares. Texto que se compiló al concluir el Taller de Dramaturgia que impartió en la Ciudad de Hermosillo en el verano de 2005, después de haber ofrecido uno anterior en Arivechi. Mijares es el coordinador tanto de la edición como del taller que dio como resultado los trabajos de los diez autores compilados en el libro y las once obras que se nos ofrecen al interior de sus páginas.
Lo anterior propicia en los lectores la inquietud de sumergirse en estos materiales, ya sea por su emergencia tan reciente como por las posibilidades de hallar propuestas diversas y complementarias en el volumen. Este material resulta en verdad sorprendente y alentador por cuanto que, a la par que el prólogo explica el proceso de produc-ción de este libro y ofrece una breve visión de cada texto mediante las aportaciones de Mijares, los lectores se sorprenden y enriquecen con la relatoría que del taller incorpora Rocío Galicia, investigadora del Centro Nacional de Investigación Teatral Rodolfo Usigli del Institu-to Nacional de Bellas Artes (CITRU-INBA). A quien se le invitó a cumplir el reto de ser juez y parte del proceso de creación: por un lado acompañó al Dr. Mijares en el proceso de taller, el cual tuvo una du-ración de quince días continuos, y por otro, participó como integrante de los talleristas, viéndose con la presión de escribir, al igual que sus compañeros, al menos un texto dramático.
Rocío Galicia ofrece la radiografía o tomografía, si se me permiten los símiles, para aprehender la metodología de enseñanza que el Dr. Mijares propone a los asistentes a sus talleres de dramaturgia; esto lo
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consigue la relatora mediante un gran esfuerzo de síntesis y precisión. Destacaremos que en el apartado subtitulado “Los huesos, la sangre y las entrañas (relatoría)” se abordan los tres aspectos sobre los que gira y descansa la propuesta de Mijares a los participantes de sus talleres: “¿De qué hablar?, ¿para quién? y ¿de qué?”
De estos tres puntos convergentes se debe atender el central: a quién van dirigidos los textos; es decir, el escritor en ciernes debe cues-tionarse, enfatiza Mijares, respecto a quién es en última instancia su posible receptor. Sugiere considerar que el teatro posee ciertos códigos establecidos, pero estos al igual que el receptor se hallan inmersos en una realidad cambiante, que incorpora y propicia las alteridades. Por lo que la propuesta se sustentaba en la multidireccionalidad, pero siem-pre considerando al lector o espectador más allá de un rol pasivo en el proceso de recepción. Al lector se le verá, en todo momento, como un coautor del texto, al dejarle una multiplicidad de espacios vacíos por explorar en la semántica del discurso escrito o en su posible materia-lidad escénica.
Y aun cuando estas ideas pudieran verse como cercos a los autores, la exigencia mayor de Mijares consiste en demandar a sus talleristas un compromiso absoluto, ético, libre en la creación y de fuerte compromi-so con las propuestas iniciales, no abandonarlas a la vez que diversifi-carlas es la mayor responsabilidad de estos autores en ciernes.
Galicia se detiene en el proceso tortuoso de la creación, en donde los autores se preguntan: “¿cómo hacer para que cada línea exprese la postura del personaje, cómo desprendernos de los condicionamientos, cómo ver las diversas opciones sobre un tema, cómo dejar espacios que inviten a la interpretación del público?” (p. 19) Otro aspecto relevante en este cúmulo de inquietudes, anota la relatora, fue experimentar con las estructuras de los textos y alejarse de las tentaciones fáciles, como la linealidad.
Aquí detenemos el seguimiento de las ideas y apreciamos una de las discusiones no resueltas por nuestras sociedades occidentales con-temporáneas: la profesionalización del escritor. En términos genera-les, se sigue subvalorando este oficio y, por tanto, la escritura literaria surge en los tiempos de “ocio” que se le confiscan a las rutinas diarias
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urbanas. Y aquí es en donde resalta el trabajo de Mijares, quien como lobo experimentado sabe moverse en la oscuridad de las urbes y sus asfixiantes prácticas para mostrar a sus alumnos que el teatro se hace palabra y acción cuando hay un trabajo constante, diario, continuo, comprometido, entusiasta, fresco y sobre todo polisémico para ofrecer a los espectadores.
Otro aprendizaje que se desprende de esta metodología es que los asesores de talleres de creación pueden trabajar en dos líneas conver-gentes: la individual, discusión personal entre el autor en proceso y el facilitador, y la colectiva, en donde el grupo en su totalidad comenta los avances de los textos. Pero aquí Mijares resulta categórico: “se trata de evitar caer en comentarios en gustos personales, la descalificación o el ‘yo hubiera hecho…’” (p. 19) Tentaciones comunes en la crítica de los textos literarios o representaciones teatrales.
Rocío Galicia destaca la capacidad de Mijares para inducir a los ta-lleristas a nutrirse de diversas fuentes de información para la creación de sus textos: una, muy relevante, el conocimiento de los elementos de teatralidad textuales y extratextuales; dos, reflexionar en torno a la experiencia personal, testimonial o documental que cada autor posee, o en todo caso ampliarla. Y de allí, de la vida cotidiana, del diario transcurrir de estos autores norteños, fronterizos; de las dinámicas de la vida posmoderna es que Mijares sugiere lo que él denomina la base del “teatro virtual”, que en su opinión se manifiesta claramente en la dramaturgia del norte. Sin pretender agotar la definición, vale la pena señalar que las palabras de Mijares invitan a seguirlo por estos laberín-ticos senderos, no sólo por el caos sino por lo diverso:
Algunas de las características que trabajamos son: la mínima anécdota, estructuras irradiantes, fragmentalidad, multifocalidad y personajes múltiples. Les aconsejo que tomen en cuenta las teorías del caos, las teorías de los fractales, las teorías de las incertidumbres (…) las estructuras que recomiendo que revisen son las del video clip, las de los juegos electrónicos, las de los talk show, las de un cine cada vez más lleno de posibilidades digitales y en última instancia, las del dedo del control de la televisión. (p. 22).
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La propuesta de Mijares con estas recomendaciones es otorgarle un papel cada vez más independiente al lector del texto teatral o al espectador del teatro.
La tercera parte del volumen está dedicada a consignar los textos que cada uno de los talleristas presentó. A saber, en el orden de apa-rición son los siguientes: “Empieza por el final”, de Vicente Benítez Ávila; “Los estanques de Monet”, de Hermes Iván Díaz Ceniceros; “Uranias”, de Jorge Durazo; “Vacío”, de Rocío Galicia; “La siembra del muerto”, de Sergio Galindo; “El día cero”, de Sergio León; “Cor-tados”, de Fernando Muñoz; “Deserere”, de Cruz Robles; “Carraca” y “Matar”, de Carlos Sánchez; y, por último, “¡Toño, carajo”, de Patricia Vargas.
Varios son los elementos comunes en la dramaturgia de estos diez autores. Uno, la brevedad de los textos, ninguno de ellos pareciera aspirar a más de treinta minutos en la representación, aproximadamente. Es evidente que hay una mayor apuesta a lo concreto y polisémico que a las amplias explicaciones de los personajes de un teatro más convencional.
Dos, la ambigüedad en la caracterización de los personajes es otro as-pecto destacable. En varias obras los protagonistas aparecen enuncia-dos como “Dos”, “Uno”, “Asterisco”, “B”, “Guión Bajo”, en Vacío, de Rocío Galicia. De tal forma que estos personajes adquieren la mate-rialidad de “x” persona en los rasgos que representan; cierto que los demás textos utilizan la consensuada práctica de asignar sustantivos colectivos o propios a sus personajes, sin embargo, el que alguno de ellos sea nombrado como “Mamá”, “Maestra”, “Chato”, “Chicano”… no necesariamente le otorga una particularidad al personaje, sino que continúa siendo síntesis de una problemática amplia planteada me-diante estos nombres. No es el caso de “Deserere”, de Cruz Robles, en su trabajo hay una clara relación de intertextualidad con El silencio que la voz de todas quiebra o por lo menos con la información difundida en diver-sos medios impresos y electrónicos sobre las muje res víctimas de los fe-minicidios en Ciudad Juárez. Leemos las palabras de dos personajes:
Hombre 2: Queda mucho camino por recorrer; cada cuerpo no encontrado es una voz para que la nombren.
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Mujer 3: ¡Sagrario, Elizabet, Liliana, María, Laura…! ¡Hijas, ¿dónde están?! (p. 113)
Después del 2001, año en el que se crea la agrupación Nuestras Hijas de Regreso a Casa, A.C., no puede ser gratuita la frase: “¡Hijas, ¿dónde están?!”; la intertextualidad entre esta obra y los feminicidios en Ciudad Juárez resulta inmediata. A pesar de ello, en esta misma cita se reitera el uso de apelativos genéricos: “Hombre 2”, “Mujer 3”.
Un tercer elemento común corresponde a la casi ausencia de acota-ciones en los textos. Si éstas aparecen, precisan algunas intenciones en la caracterización de los personajes, de las acciones y/o de los espacios y el tiempo, tanto de la representación como de la historia. Al renunciar los autores a extenderse en las didascalias, demuestran consistencia respecto a renunciar a ser los “únicos” que poseen el o los significados últimos de los textos. De nueva cuenta abren los visillos a los lectores especializados, como posibles directores, o a los lectores y espectadores no profesionales.
Un cuarto rasgo indica el interés de los dramaturgos y su maestro por las acciones de las obras en escenas o cuadros, cuya distribución puede estar marcada tan solo por un número arábigo o romano, por un sub-título o bien por la referencia a un cuadro pictórico, que funciona a la vez como elemento diferenciador entre los otros fragmentos del texto y como escenografía de la siguiente escena, al sugerir el autor proyectar la imagen; es el caso de “Los cuadros de Monet”.
En relación con el tiempo, la mayor parte de ellos procura romper con un manejo lineal de los acontecimientos y exploran diversos procedi-mientos de analepsis y prolepsis narrativas; quizá el más acertado de estos intentos sea “La siembra del muerto” de Sergio Galindo. Estos procedimientos impactan en la recepción de los discursos o la repre-sentación exigiendo al lector o espectador una mayor participación en la decodificación de los significados del texto.
En cuanto a los temas, se aprecia una cierta coincidencia por dete-nerse en el problema de la violencia de género, en específico los femini-cidios o la violencia intrafamiliar; en las complejidades de narcotráfico, en su vertiente del narcomenudeo y sus múltiples consecuencias entre los adolescentes; la imposibilidad del diálogo entre personas afectadas
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por el desarrollo de las nuevas tecnologías; en esta última línea, la in-comunicación de la pareja es una constante. Otro asunto es el reparto de las tierras en México, visto desde el norte del país; el mundo mas-culino, preferentemente, en los espacios carcelarios y sus esperpénticas realidades, es uno más de los tópicos en torno a los cuales bordean estos materiales; la violencia física y simbólica de los padres divorcia-dos hacia los niños cierra el volumen que ahora comentamos. Algunos subtemas que se van intercalando son la locura, la incomprensión, la soledad, el suicidio.
Acercarse a la literatura dramática ofrece múltiples retos y com-plejidades; uno de ellos se refiere a la cuestión de qué tanto el texto dramático adquiere autonomía frente a la aparente “necesidad” de que el documento sea puesto en escena. A pesar de esta falsa disyuntiva, es evidente la relación biunívoca entre estos dos aspectos del hecho teatral. Pero si lo que tenemos en nuestras manos es el libro recién editado, no resistimos el deseo, el placer de transitar al interior de un volumen que nos ofrece una panorámica de la Dramaturgia de Her-mosillo, y con ello acercarnos a un tema más amplio que es el Teatro de Frontera, como lo ha denominado el coordinador y prologuista del libro que visitamos: Enrique Mijares, a quien debemos la colección más completa y valiosa con la que ahora se cuenta sobre la dramaturgia de los autores de distintos puntos de la frontera norte de México, pero también incorpora otras fronteras internas de nuestro país, como es el caso de un volumen dedicado al teatro del puerto de Veracruz (2007), o internacionales, como Colectivo 2004 (Puerto Rico).
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Masculinidad(es) en la historia de Don Daniel1
Sergio Pacheco González2
1Este escrito forma parte del trabajo de investigación Masculinidad(es), estrategias y (re)acomodos, que para obtener el grado de Doctor en Ciencias Sociales realiza el autor en el Programa de Doctorado de
Investigación en Ciencias Sociales del ICSA de la UACJ. A fi nes del mes de julio de 2007, como parte de las primeras aproximaciones empíricas al tema de la(s) masculinidad(es), realiza tres historias de vida con adultos mayores,
que acuden y participan de las actividades que Ciudadanos Organizados por el Desarrollo Integral de las Comunidades, A.C. (CODIC), coordina en colaboración con el Programa de Atención del DIF en Ciudad Juárez,
entre otras labores comunitarias.
Fecha de recepción: 05 de diciembre de 2007Fecha de aceptación: 12 de marzo de 2008
2 Candidato a Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Correo:[email protected].
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A continuación se presenta un resumen y un análisis sucinto de la historia de vida de Don Daniel, quien es originario del esta-
do de Durango y cuenta con 74 años de edad. Por medio del análisis de esta narración se ilustra la confluencia de diversos ejes de estruc-turación de la vida cotidiana, donde la condición socioeconómica, la pérdida de la presencia paterna primero y la materna en un momento posterior, posibilitan el ejercicio del poder de algunos representantes de la denominada masculinidad hegemónica.
Don Daniel, como una gran proporción de los habitantes de esta ciudad, es un inmigrante procedente de un entorno rural que encon-tró en esta frontera un medio y una forma de vida más satisfactorias que las experimentadas previamente, incluyendo sus incursiones en los Estados Unidos de Norteamérica. Lo aquí presentado fue narra-do por él en dos momentos distintos y corresponde a los efectos que tiene la muerte de su primera y legal esposa. Su narración tiene como eje central la resignación con la que enfrentó la violencia ejercida por su suegro. En este escrito, nuestra conversación aparece entretejida en torno a ese evento que marcó su vida.
Don Daniel nace en el año de 1933, en Municipio Nombre de Dios, Durango. Su padre era ejidatario y su madre se dedicaba al ho-gar, ambos nativos del mismo municipio y sin escolaridad. Su padre falleció cuando él tenía cuatro años, razón por la que no asistió a la escuela. A falta de padre, la figura masculina dominante fue la de un tío materno bajo cuya protección quedaron él —siendo el menor de la familia—, su hermano y su mamá, pues sus dos hermanas vivían con sus respectivos maridos. Su madre fallecería cuando Don Daniel contaba ya con 21 años de edad.
Un elemento que destaca en su relato es la importancia de la pro-piedad de un espacio para vivir. Signo de vulnerabilidad en su infancia y juventud, se convierte en un recurso prioritario y objetivo pronta-mente alcanzado al emigrar a Ciudad Juárez, como podrá observarse más adelante.
—Por mala suerte, en aquellos años, como fue hacienda, o no, no hacienda sino estancia, que le decían, estancia de hacienda y vivían,
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toda la gente, en una área, que de donde dependía la casa grande, era un redondel de casas y cada quien tenía su cuartito, dos cuar-titos. Uno para dormir y la cocina. Y ya cuando el ejido, pues se eligió el pueblo, el área del pueblo y todo aquello tumbaron. Y no, no tuvimos casa.
Para Don Daniel se justifica el quedar bajo la dependencia de su tío en el hecho de que “él ya tenía casa”. No obstante, su poder no se limitaba al hecho de proporcionar techo, en tanto marcó el límite de las posibilidades de su desarrollo.
—No tuve escuela, a cuestión de que… me recogió un tío y pues él me traía nomás en el campo, cuidando vacas. Había clases y usted sabe que, en aquellos tiempos pos era muy difícil la escuela, en cuestión de que no había transportes. Los maestros batallaban mucho para ir. Tenía que, un maestro, tenía que caminar como 40 kilómetros. Pues ya se iba en una burrita, en una burrita. Era el transporte. Y allá se quedaba toda la semana.
La relación con su tío era difícil, marcada por el trabajo, la pobreza y la violencia.
—¿De mí tío? Pos lo que más me recuerda, los golpes que me daba. Las golpizas que me daba. En una vez, me acuerdo, que eso nunca se me ha olvidado, ni se me olvidará; estaba haciendo mucho frío. Andaba en el campo cuidando las vacas. En esos tiempos de que, en aquellos años, ahora ya no se oye decir de eso, que candelillaba. Un friazo, un airecito que le traspasaba a uno el cuerpo. Encon-tré un hoyo redondo, como de hondo así (indica con sus manos, aproximadamente treinta centímetros)… Ahí me metí a resistir el aire norteño que... ahí estoy sentado. Pos cuando salí no hallé ni una vaca.Híjole, ahí ando buscándolas. Y no las hallé. Me fui pa’la casa. —El tío: ¿Quiúbole vacas, on’tán? —Pos se me perdieron, no las hallé.
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—“Bueno, bueno. ¡Cómo que se te perdieron! ¡Órale! Te me vas a buscarlas y no me vienes hasta en tanto no las halles. Y si no ya sabrás”. —En la noche. Yo todavía chico, tendría unos siete, ocho años. En la noche, oscuro, en el monte, unas nopaleras espesas, que me andaba asustando con las sombras de los nopales, que ya se me afiguraban que eran… de muertos.No. Me regresé. Mi madre taba ahí en la orilla cuando llegué, llo-rando, llorando. No, ya llegué.—‘M’ijo, m’ijo. ¿Las vacas?’. —No hallé nada. —‘Válgame Dios, m’ijo. Bueno, a ver…’. —Entré a la casa. Luego, luego agarró un azote, la friega que me puso.
Para el año de 1963, ya casado, “por el civil y por la iglesia”, empieza a trabajar al partido.
—Al partido era, de que él ponía la tierra, yo la sembraba, y de lo que se cosechaba, mitad para él, mitad para mí.Enseguida, el papá de mi esposa le pasó, ocho hectáreas a ella. Ya las estuve trabajando, yo.
La tierra, a manera de dote, sólo se mantiene en propiedad mien-tras el vínculo matrimonial estuvo presente. Al fallecer su esposa, la tierra regresó al dominio de su suegro.
—Ella falleció, a los 13 años de casados. Falleció, recogió mi suegro su terreno y pos yo ya me dediqué a buscarle por hai.
De esa unión procrearon una hija y dos hijos, de los que se hizo cargo, viudo y solo, por dos años.
—O sea, cuando falleció mi esposa, ME tenía seis años, y R tenía cuatro y Rd tenía dos.
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Muy pequeños. Entonces, ese fue el problema, de que yo no pude estar con ellos. Me decía mi suegra: “Déjelos conmigo”. No, no. ¿Cómo se los voy a dejar? Yo me puse a pensar, en que no podía salir a trabajar. Porque allá se trata de pura agricultura. Entonces tenía que salir temprano, a traer las mulas con que trabajaba yo. Llegaba a almorzar y llegaba a darles de comer. Entonces era tan difícil para mí, que no podía darles sus alimentos. ¿Cómo les hacía la comida, si tenía que ir a trabajar? Y eran muy chiquitos ellos, y para bañarlos así a los niños, para un hombre es difícil. Se quedaban ahí en la casa solos. Y era muy difícil. Entonces ya… lo pensé: le dije a mi suegra que los recogiera ella, que yo iba a salir fuera. Y me fui a Los Ángeles, California.
Acostumbrado al trabajo, sin habilidades para atender a sus des-cendientes y seguramente abrumado por la responsabilidad, reconoció las dificultades y optó por proporcionarles la seguridad que ofrecía su suegra. Salió del país, sin considerar que su suegro le prohibiría, a su regreso, ejercer su paternidad.
—Entonces, estuve en Los Ángeles, California y, y allá, mandé una, una carta. Me la regresaron. La recebí y mandé otra. Y me la regre-saron. Mas, nunca supe yo, de quién me la regresó. Fue…, fueron ellos o fueron los tíos o fueron mis suegros. No sé. Cuando regresé de Los Ángeles, mi suegro ya no quiso que viera yo a los niños. Me dijo que no podía poner un pie en las puertas de su casa, que me retirara. Muy bien. Me retiré. Me retiré de ella y pensando en que pos no podía hacer nada por ellos, ni ellos por mí, porque no los dejaban. Y claro, como ellos, mi suegro, tenían recursos de que vivir, y yo pobre... como lo soy, todo el tiempo he vivido en la pobreza.
Después de dos años en Los Ángeles, pasó dos más en Oklahoma. Tiempo después se reúne con su hija e hijos.
—Durante todo ese tiempo, la primera carta que me regresaron es-tuvo guardada, durante todo ese tiempo. A la edad que R tenía 17
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años, me... me afrenté a ellos. Tuvimos platicando como… ahora aquí, usted y yo. Estábamos platicando y Rd me dice: “Papá, pero cómo usted, nunca una carta, siquiera una carta nos escribió”. Le digo: “No m’ijo, les escribí, más no sé si sus tíos, ustedes o sus abue-los, me las regresaron. Les escribí dos cartas, inclusive, aquí traigo una. Pero, cuando me afrenté a ellos, ya vivía yo aquí en Ciudad Juárez. Llevaba mi mochila, con poquita ropa, y ahí llevaba la carta. Me levanté de donde estaba sentado, fui y abrí la mochila y le digo: “Mire m’ijo, aquí está la carta, primera que yo les escribí. No, no me diga usted, en que la hice yo ahora para poderles ver. No me vaya a decir con que la hice, es un, un paro nomás que… nos viene a contar mentiras que escribió. No es cierto. Mire, véala, ahí está. Está cerrada, trae la dirección, trae la fecha y trae el sello de regreso. Ni modo que, que a esta fecha, ahorita yo la haga y le ponga todo eso”. Quedaron convencidos.… Ya estaba en Ciudad Juárez. O sea, sí fue cuando regresé de Okla-homa, porque regresé de Oklahoma, me junté con esta seño-ra que está viviendo conmigo y luego nos venimos para acá.
Al regresar de Oklahoma, vivió en Nombre de Dios, de donde rea-lizaba constantes visitas a Vicente Guerrero. Sin tierra propia, buscó nuevamente trabajar al partido, lo que logró plantando chiles en Rojas, Nombre de Dios. Su desventaja económica le impidió contrarrestar la ofensiva de su suegro, en tanto se asumió como vulnerable. Al cuestio-narle si la posición económica de su suegro le imposibilitó pelear por sus hijos, respondió:
—¡No!, económica mía.No, él era un señor Don. Que no se le podía hablar. No cualquier persona le podía hablar. Él vivía ya en, en el estado, en Durango, Durango.Dueño de... de un hotel. Cuando él iba al rancho, iba con un judi-cial de cada lado. ¿Quién le hablaba? Iba protegido.
El contraste socioeconómico llama la atención y motiva que se le
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pregunte: ¿Cómo le hizo usted para enamorar a esa mujer? La res-puesta es contundente.
—Era pobre.En ese momento, sí. O sea en ese tiempo.
¿Y cómo logró ascender tanto?
—Era pobre él, ejidatario; trabajaba también la tierra. Pero se fue a Durango, a vivir. Se llevó a la familia y ya no supe yo, cómo se hizo de, de dinero…
El dinero es un recurso que da poder y estatus. No sólo vivía su sue-gro y con él sus hijos e hija, en la capital del estado de Durango. Vivía en casa propia, ese lugar donde le prohibieron se volviera a presentar. Como en el caso de su tío, Don Daniel muestra una gran valoración por la propiedad de una casa. En su caso, poseer casa en propiedad es un signo de autoridad.
—Sí. Tenía casa. Tenía casa propia.
Sus visitas a Vicente Guerrero lo pusieron en condiciones de en-contrar pareja, con la cual poco tiempo después habría de residir en Ciudad Juárez. De su regreso de Oklahoma a su nueva unión no trans-curre mucho tiempo.
—Sería cuando mucho un año y medio. Ya me uní con esta señora y luego nos venimos. Inclusive, que me vine para acá, a Juárez, pos fue una cosa, como quiero decirle, pos, para mí… rara. Porque, me vine con un señor que tenía familiares aquí. Y me vine con él con fin de conocer aquí, Ciudad Juárez. No venía a quedarme. Yo vine a... a paseo y a conocer. Pero se me ocurre decirle, a uno de los fa-miliares de él: Oiga, ¿Y por qué no me consigue trabajo? —¿A poco quiere trabajar?—Sí, como no.
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—“Está bien”. —Al otro día, me dice: “Está el trabajo listo. Vamos para que lo vea”. Pues no, no encontramos al señor del trabajo. Y no, pos así quedó. Para otro día, dice: “Vamos a ver otro trabajo, ándele. Ahí está otro”.
El 2 de febrero de 1980 llega a Juárez como turista y se queda a trabajar. Un mes después regresa por su mujer.
—Y comencé a trabajar. Y ya después, pos ya vi que ganaba un cinco más que allá. No, voy por mi familia. Duré un mes aquí, trabajando. Y ya guardé centavitos, me fui y la traje para acá, a la señora.Sí, un mes de lo que estuve aquí trabajando y estuve ahorrando.
Su traslado a Juárez implicó dejar su casa y comenzar una nueva vida en un entorno desconocido, pero que se le ofrecía prometedor. Sus expectativas fueron colmadas: al paso del tiempo logró adquirir un terreno y construir una casa, misma que vendió para mudarse a otro predio y alejarse de una zona conflictiva de la ciudad. Construyó una nueva casa, en la que habita hasta hoy con su familia, integrada tam-bién con los hijos e hijas de su pareja.
—Ya cuando traje a mi familia, ya buscamos un cuartito de renta, aquí… y duramos ocho meses ahí, pagando renta. A los ocho me-ses, conseguimos un terreno y ya empecé a fincar. Pero a los ocho meses ya tenía un cuartito como este. Y ya nos pusimos a vivir ahí, ya radicamos a vivir ahí. Pero como no estuve a gusto ahí, porque había mucha, mucha droga, le digo a la señora: oye, no me gusta aquí. —¿Por qué?, estamos bien?—Sí, pero mira, hay mucho malandro y, y que tal que un día se aga-rran aquí a balazos y hasta nosotros la llevamos sin tener ni porqué. O los muchachos andan afuera y les puede tocar un golpe. Vamos a buscar donde vivir mejor en otra parte. —Bueno, si quieres vende, vende la casa.
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Ya tenía yo cuatro cuartitos, ya había acabado de pagar el terreno. No pos lo vendí rápido, me vine… me vine a vivir aquí, de renta. Ocho días. A los ocho días conseguí ya casa, ¡con terreno!… tenía unos cuartitos de madera. Y ya viví ahí.
Su capacidad de compra y su habilidad para lograr sus objetivos, se vio confrontada por la persistencia de su suegro, quien trató de apode-rarse de la vivienda que había dejado en su lugar de origen, después de haber intentado, sin éxito, despojarle de cualquier vínculo con sus hijos e hija. Eliminar su apellido implicaba borrar su existencia.
—Sí, yo pelié eso, son mis hijos. Pero como él los estaba criando, manteniendo, se creía con todo derecho; inclusive les quería quitar el apellido. Ya había tramitado eso y la hija, como la mujer, como era la mayor, no quiso, no quiso que les quitaran el apellido. Siguió, hasta ahorita. Enseguida, el terreno que tenía para casa, lo tenía de casa en el rancho, anduvo peleando, también anduvo sobre los papeles de la casa para recogerla, quitármela. Que no, que eran de los hijos, era su casa. ¡No era cierto! Él quería aprovecharse, quería aprovecharse de todo. Pero resulta de que fue con mi hermano —ya estaba yo aquí— y le dijo: “Oye, quiero las escrituras de la casa”. “Oiga no, pos mi hermano se fue, a mí no me dejó nada. Él se llevó todo, todo lo de él. A mí no me dejó nada. Si gusta pos vaya a Ciu-dad Juárez”. Y no, él siguió acá, bajo el agua, acá con los grandes, hasta que me di cuenta yo de que fue a catrastro, que es ’onde están los títulos, las escrituras de todo… de toda la… o sea todo el estado. Ahí van a dar a esa oficina, a catrastro y me di cuenta que había ido a catrastro a ver si le daban las escrituras, porque no era título, eran escrituras. Traspaso. Y ya el ingeniero o el licenciado, no sé qué era ahí, le sacó los papeles y le dijo: “Mire, aquí está, pero no se los puedo dar, porque se va a meter usted en un lío grande” . “No, pero que mi hija…”. “No, no señor, usted se va a meter en un lío grande, vale más que deje por la paz todo esto. Mire, aquí está la escritura”, que ya se la leyó, y ya le dijo: “Mire, aquí está el nombre de él, aquí está el nombre de tres testigos, pero el nombre de su hija no apare-
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ce en la escritura, así que no hay único dueño más que Daniel y si usted hace eso, se puede meter en un lío grande, porque él tiene que hacer gestiones de por qué se lo va a recoger”. Si yo estaba pagando, que allá le nombran contribuciones, que aquí es predial; yo estaba pagando todo, yo tenía todo al corriente. Y se asilenció.
La educación era también signo de estatus, desde la perspectiva de Don Daniel, pues cuando hacía referencia a que “él estaba negociando con los grandes”, se refería a quienes identificó como “los licenciados”.
—Entonces enseguida hubo esto. Yo aquí estaba, pero, se da cuenta usted que salió un concreto (sic) de ley en que una casa prestada, a los cinco años, cría derecho el que está ahí. En una de las veces fui y como no nos topábamos, no nos hablábanos, me mandó un mu-chacho. Ya llegó y me habló. Estaba yo platicando con unos ami-gos. Dijo: “Oye, quiero hablar contigo”. Sí, dime qué. “No pero que acá, vamos a la tienda”. No, dime lo que quieras aquí. “Bueno oye, me manda don R, que si no le puedes prestar la casa a Ml”. Ahora Ml es nieto de él, pero nieto. Ah, le digo, fíjate que está trabajoso porque precisamente a eso vine, a vender. No puedo prestársela. “Mira, que él dice que se la prestes, que se hace cargo de todo lo que se necesite en la casa de agua, de luz, algún remiendo que se necesite, él arregla todo”. Pos sí, le digo, está bien todo eso, pero es que quiero vender, precisamente a eso vengo, a ver el cliente. Pero no, no era cierto. Únicamente se me vino a la cabeza, de que pa’quitármelo de encima, decirle eso, que iba a vender. Me vine y duré... pos no duré mucho, cada año estaba yendo yo para allá. Iba, iba, pero duré mucho para vender, más de cinco años.
Educación y dinero son dos recursos de los que se manifestó priva-do en el desarrollo de su vida. Son carencias que le impidieron, como ya se indicó, ejercer su paternidad.
—Pero como yo dinero no tenía, entonces yo lo pensé: bueno, pue-do hacérsela de pleito, pero necesito quién me ampare, quién me
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ayude. Necesito un abogado, un licenciado, algo, pero como yo di-nero nunca tuve. No pude moverle de esa forma. Como le platiqué, dejé las cosas por la paz, pensando hasta que ellos llegaran a… a su edad mayor, que ya pueden decedir, hablar y decedir y lo que ellos decidan.
No consideró haber incumplido con su obligación paterna, expli-cándolo en términos de una analogía posible:
—O sea lo viví en la forma, como si fuera ahora aquí, que si hay un señor que trabaje en maquila y tiene hijos, ¿cómo le va a hacer? Si su trabajo en la maquila no le permite más de que tiene que ser en el primer turno. ¿Cómo le haría para darles su alimento?
Don Daniel refiere que de la venta de la casa que poseía en Nom-bre de Dios les dio a sus hijos e hija la parte que les correspondía. De su suegro sólo identifica su avaricia y su deseo de verlo sumido en la pobreza. Del matrimonio no quiere saber nada.
—Para mantenerlos no lo pensé. Pero el matrimonio tampoco: pensé, que nunca, nunca me casaría. Inclusive ahora esta señora, que digo mi esposa, porque vivimos juntos en unión libre, es muy buena, muy buena señora; me ha dicho: “y por qué no nos casamos”. No, le digo, para qué, para qué nos casamos, así estamos bien.
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i) When citing books in Spanish, remember that only the first word is capitalized (La casa de la noche triste); in English, capitalization is generally done at the beginning of all principal words (The House of the Sad Night). In both languages the
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original spelling should be kept.j) When using acronyms in the text, figures, tables, and bibliography,
spell the meaning at least the first time and specify the acronym to be used in the rest of the text in parenthesis (e.g. Drug Enforcement Administration (DEA); thereafter only DEA).
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BOOK ENTRIES— Last name(s), name of the author. Title of the Book in Italics. Place of publication,
Publishing Company, year, page numbers.
Examples:
Foucault, Michel. Las palabras y las cosas. México, Siglo XXI, 1984, pp. 30-45.Levine, Frances. “Economic Perspectives on the Comanchero Trade”. In
Katherine A. Spielmann (ed.). Farmers, Hunters and Colonists. Tucson, AZ; The University of Arizona Press, 1991, pp. 155-169.
JOURNAL ENTRIES— Last names and name(s) of the authors. “Title of the article”. Name of the
Journal, number, volume, date, page numbers.Journal, number, volume, date, page numbers.Journal
Examples:
Conte, Amedeo G. “Regla constitutiva, condición, antinomia”. Nóesis, núm. 18, vol. 9, enero-junio de 1997, pp. 39-54.
Krotz, Esteban. “Utopía, asombro y alteridad: consideraciones metateóricas acerca de la investigación antropológica”. Estudios sociológicos, núm. 14, vol. 5, mayo-agosto de 1995, pp. 283-302.
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“Political and Religious Leaders Support Palestinian Sovereignty Over Jerusalem”. In Eye on the NBegotiations [on line]. Palestine Liberation Organization, Negotia-tions Affairs Department, August 29, 2000. [ref. August 15, 2000]. Available on Web: <http://www.nad-plo.org/eye/pol-jerus.html>
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El Comité Editorial de Nóesis de manera permanente acoge con gusto propuestas de artículos para publicar en cualesquiera de sus diferentes secciones. Por favor consulte las siguientes normas al preparar sus documentos:
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FICHA DE LIBROApellidos, nombre del autor. Título del libro. Lugar de edición, editorial, año, número
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Foucault, Michel. Las palabras y las cosas. México, Siglo XXI, 1984, pp. 30-45.Levine, Frances. “Economic Perspectives on the Comanchero Trade”. En: Katherine A.
Spielmann (ed.). Farmers, Hunters and Colonists. Tucson, AZ; The University of Arizona Press, 1991, pp. 155-169.
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Krotz, Esteban. “Utopía, asombro y alteridad: consideraciones metateóricas acerca de la investigación antropológica”. Estudios sociológicos, núm. 14, vol. 5, mayo-agosto de 1995, pp. 283-302.
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