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Nuevo diez lesiones

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Fundación para la Educación y el Desarrollo-FEDES-

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DIEZ LESIONES PERSONALESPARA LLEGAR A LA MEDIACIÓN

DE LOS CONFLICTOS

Programa Educación e Investigación Social

Proyecto Mediación y Mecanismos Alternativos de

Solución de Conflictos en Equidad para la Convivencia Pacífica en la

Familia, la Escuela y la Comunidad 2005-2006 (Localidad de Usme)

FEDES

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Dirección EjecutivaMatilde Quintero Valencia

Coordinación Programa Educación e Investigación SocialHilda B. Molano Casas

Coordinación Proyecto Mediación y Mecanismos Alternativos de Solución de Conflictos en Equidadpara la Convivencia Pacífica en la Familia, la Escuela y la Comunidad 2005-2006 (Localidad de Usme)Hilda B. Molano Casas

Equipo PedagógicoLuis Gómez Merchán Fernando González Santos María Cristina Rojas ErasoRamsés Benjumea Torres Dirección EditorialFernando González Santos

Coordinación Editorial Helena Gardeazábal Garzón

TextosFernando González Santos

Diseño y DiagramaciónRamsés Benjumea Torres

Instituciones Educativas Distritales ParticipantesMiguel de Cervantes SaavedraNuevo San Andrés de los Altos

© FEDES

ISBN:

Calle 25B No. 35-30, Bogotá D.C., ColombiaTels. (571)2443354 -(571)[email protected]

Primera EdiciónJunio de 2006

Segunda EdiciónSeptiembre de 2009

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CONTENIDO

Presentación

Primera LesiónSobre las berracas riñas y aquellas cosas del conocimiento

Segunda LesiónLógica y gramática en la famosa expresión: “Por lámpara”

Tercera LesiónPostulados de biología: El cuerpo humano y aquello que nos jode

Cuarta LesiónLos héroes de la historia ynuestra sed de venganza Quinta LesiónGlosario de las pasiones que me ponen rabón El miedo El odio Los celos La venganza La ambición

Sexta Lesión¿La materia se transforma?De lámpara a parcero

Séptima LesiónQué mamera el deber

Octava LesiónLa norma de la escucha: ¡ábrase del juicio!

Novena LesiónLa norma de la creación:¡listo parce!

Décima LesiónLibertad y corresponsabilidad:píllese, notifíquese y cúmplase

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PresentaciónMaestros, maestras, pintas, estudiantes, padres, madres, parceritos, parceritas: El presente texto ha surgido de los momentos que hemos compartido con ustedes durante el año 2006, en torno a la mediación del conflicto escolar y social que nos aqueja. En los distintos talleres y actividades educativas, se afirmó abiertamente y sin tapujos, que estábamos demasiado aburridos con aquellos discursos que no tenían en cuenta nuestras voces, ni tocaban el fondo de las cosas.

Es por ello, que tanto el proyecto adelantado, como las reflexiones que aquí aparecen, intentan recoger el sentido de tales planteamientos, a partir de dos ideas básicas. La primera, que sólo quienes comparten un espacio, una época y una realidad, pueden transformar su forma de vida, sus relaciones y problemáticas; la segunda, que todos los con-textos de la cultura, la ciudad o la nación, están vinculados entre sí y por eso es necesario entender lo que nos pasa, a partir de lo que ocu-rre en los diferentes estadios sociales.

En ocasiones, los maestros ven en la juventud un problema para la es-tabilidad de las instituciones; los padres, asumen que el asunto es que la escuela no funciona y los jóvenes dan por hecho que la educación es una mamera y les llama más la atención otros planes o experien-cias. Pero el asunto es quizá preguntarnos por aquello que de manera conjunta nos aqueja. Bien sea adentro o afuera de la escuela; a nivel personal o general.

Si las “diez lesiones personales” que vienen a continuación se piensan, se comparten y se leen para adelantar acciones colectivas, podremos llevar nuestro actual conflicto a un lugar diferente a la agresión, des-pojados de la carreta formal y las ilusiones vacías. Lo importante es asumir que el conflicto no es de alguien en particular, sino de todos; y que su tratamiento tiene que responder a los diferentes intereses. A lo bien, que si ponemos la creatividad, la fuerza y el saber que poseemos, en función de la mediación de los conflictos, seremos protagonistas de una sociedad que nos ha puesto al margen de las grandes decisiones y de una educación que aún no ofrece la oportunidad que merecemos.

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Primera Lesión

Sobre las berracas riñas y aquellas cosas del conocimiento

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Primera Lesión

Sobre las berracas riñas y aquellas cosas del conocimiento

Riñas, desamores, embarazos, alegatos, llegadas tarde, subida de voz, em-pujones, golpes, otras agresiones físicas, hasta con arma blanca y hasta con otras armas, desorden en el salón, amenazas de distinto orden… Y todos los derivados y derivaciones. Sabemos de qué estamos hablando. Claro papá: del tropel; y que esto sí es de todos los días y en dónde ocurren estas cosas, a qué hora, cómo hacer para que no se descubran y la norma que se debe aplicar, así no se detenga esta larga cadena de acciones. Sabemos de planes policivos y estrategias institucionales para prevenir lo que aún no se previe-ne y en qué queda la llamada al acudiente. Sabemos que afuera es otra cosa y que adentro a veces se pone peludo. Sabemos tanto que…Alguien decía lo siguiente: “Nosotros los que conocemos somos desconocidos para nosotros mismos, nosotros mismos somos desconocidos para nosotros mismos: esto tiene un buen fundamento: no nos hemos buscado nunca, ¿cómo iba a su-ceder que un día nos encontrásemos?”.

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Lo decía Friedrich Nietzsche en el libro Genealogía de la Moral, hace algo más de cien años. Y tal vez lo sigamos diciendo nosotros, porque en ocasio-nes lo que más cerca de nosotros está, es lo que más ignoramos. No es que ignoremos lo que sucede, sino que desconocemos el por qué sucede. De tan-to que sucede lo que sabemos, se nos pasan los días, las semanas y los años, sin conocerlo. Sólo sentimos, escuchamos, palpamos y vemos los efectos de lo que nos ocurre o lo que provocamos en los otros. Pero, ¿acaso logramos ir más allá?

Sabemos de sumas y restas y ecuaciones y planetas y de la tabla periódica y nombres de genios y fechas históricas y que E es igual a mc al cuadrado, es decir: Energía, igual a Masa, más la velocidad de la luz, la famosa fórmula de Einstein, con la cual se crearon las bombas que destruyeron a Hiroshima y Nagasaki. Sabemos que la masa se puede volver energía y la energía masa y que todo lo sólido se evapora en el aire. Y por eso sabemos que Bolívar pensó, cuando se publicó la carta de Jamaica: “no son los españoles, sino nuestra propia desunión lo que nos ha llevado de nuevo a la esclavitud”. Y si no lo sabemos, deberíamos saberlo mijo, como dice el profe de histo-ria. Sabemos mucho o poco, tal vez lo suficiente como para no conocernos: ¿Quiénes somos?

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Segunda Lesión

Lógica y gramática en la famosa expresión: “Por lámpara”

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Lógica y gramática en la famosa expresión: “Por lámpara”

Por las clases de gramática he aprendido el significado de las palabras. Así, por ejemplo, “alumno” quiere decir: aquel que hay que alumbrar, y “lámpa-ra: aquel que alumbra mucho. Adentro aprendo a usar la palabra alumno y afuera la palabra lámpara. En ese proceso de dar luz a quien no la tiene, se van construyendo las frases: “El alumno X es solicitado en la coordinación”. Pero la riqueza del lenguaje me permite utilizar otros sustantivos, sin que llegue a cambiar el significado de la frase. Es entonces cuando el alumno X se convierte en: “allá el señor”, “señorita tal”, “el personal de atrás”, “tan lindo él”. Mientras que con lámpara tenemos otras construcciones gramati-cales, como: “mucho lámpara”, “por lámpara”, “pilas, lámpara”.

Pero cuando de las palabras se pasa a la acción, o mejor, cuando las palabras llevan directamente a la acción, entonces el asunto se pone caliente, y es cuando digo: “Ahora sí, lámpara”, “¿Qué estaba diciendo, lámpara?”. Esos, como diría el profe de español, son actos ilocucionarios, porque las pala-bras no son para comunicarle al “lámpara ese”, tal o cual mensaje, sino para encenderlo, para caerle, mejor dicho, para actuar sobre él. Son expresiones que acompañan una acción en el momento en el que las pronuncio. O sea, que mientras digo lámpara le voy cascando en vivo y en directo. Es por eso que estos “actos de habla ilocucionarios” dependen de lo que estoy haciendo y del contexto donde nos encontramos, si es adentro o si es afuera.

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Dependiendo del lugar en el que se da la acción, los actos ilocucionarios van aumentando progresivamente, vienen en cadena: “Yo no le tengo miedo, lámpara”; “¿Cree que estoy solo, lámpara?”; “Listo, lámpara, nos vemos a la salida”. Así, de lamparazo en lamparazo, logro llegar a lo que le alcanzo a escuchar al último lámpara, porque después se vuelve un ruido colectivo: “a la salida, en el parque”. Con una ilustración como ésta, le queda más fácil a la gramática explicar por qué los llaman actos ilocucionarios. El parque es la “locación”, el territorio; ahí sí es lámpara contra lámpara y vale todo. La acción se ejerce en un espacio concreto. ¿Queda claro lo que es un acto ilocucionario? Fácil, pues pegar y actuar al mismo tiempo.

En el territorio, en el lugar, en la locación, en el parque, comienza pues el recital de sinónimos, aquellos que equivalen a lámpara; entre ellos tene-mos: pinta, pirobo, gonorrea…, y muchos más, cuyos significados logramos aclarar en la clase de español, cuando se explica el tema de los sinónimos. Entre actos ilocucionarios y sinónimos, el personal pasa de ser alumno a ser lámpara. Para ilustrar esto tengo que recurrir a otro gran campo del saber: La lógica. Más exactamente, la Lógica Aristotélica. No importa si estamos en sexto, séptimo u once, la lógica es la misma. Simplemente, si X nos dice que está lloviendo y Y nos dice que está haciendo sol, ¿Cómo puede ocurrir que X y Y sean verdaderas? ¿Cómo puede llover y no llover, o hacer sol al mismo tiempo? En consecuencia, si X nos dice que Suárez es lámpara, mientras que Y afirma que Suárez es alumno, ¿Cómo puede ser Suárez, lám-para y alumno al mismo tiempo? Esto no puede ser según Aristóteles. Es una contradicción de principios.

Pero nada, Suárez es lámpara y es alumno, qué le hacemos. El deber de la educación y el derecho al tropel se lo exigen. ¿Qué hace Suárez si a la sali-da lo está esperando el parche del gomelo con sus respectivos sinónimos? ¿Y qué hace si a la entrada está la coordinadora? Pues parchar y estudiar; alumbrar y dejar que lo iluminen. Porque los actos ilocucionarios también se dan en la escuela. Ya lo veremos en otra lesión personal.

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Tercera LesiónPostulados de biología:

el cuerpo humano y aquello que nos jode

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Tercera Lesión

Postulados de biología: el cuerpo humano y aquello que nos jode

Cuando el lunes en la mañana se va formando en fila el personal para la izada de bandera, y entre moretones, rasguños, chichones, Suárez y los lam-parones que le quedan del viernes saca pecho al entonar el Himno Nacional de la República de Colombia y el Himno de Santa Fé de Bogotá y el Himno del colegio; mientras esto sucede, él se va acordando que no hizo la tarea de biología, interrumpiéndose así su espíritu patrio, el espíritu que va to-mando forma de alumno. “La cosa era sencilla”, dice el profesor de biología, señalando la cartelera del aparato digestivo. El cuerpo tiene órganos y los órganos tienen funciones. Las extremidades superiores tienen la función de golpear, las extremidades inferiores la de patear y el estómago, en tanto órgano del sistema digestivo, la de recibir los lamparazos. Todo es una es-tructura, el cuerpo forma a un individuo y el individuo a una especie. Era fácil la tarea. Y aunque Suárez la sabe, no la trajo. En física y en biología hablamos de cuerpos, pero cada quien tiene una ex-periencia particular con su cuerpo, bien sea en el salón, en la casa, en el parque, a punta de golpes, de ganas de comer, de mirar las nenas o mirar los manes, de comportarse en las locaciones. ¿Qué pasa, acaso, cuando un cuerpo se encuentra con otro cuerpo? ¿Una voz con otra voz? ¿Una mano con otra mano? ¿Un órgano con otro órgano? ¿Una figura con otra figura? O esto nos alegra y nos empuja a nuevas acciones, o por el contrario, nos aflige y nos detiene. En el lenguaje lamparezco sería: o “todo bien” (nos sentimos a gusto con el gesto de aquel con quien entramos en contacto), o en otro sentido: “todo bien, pirobo” (sentimos agresión). Los cuerpos crean efectos en los otros cuerpos, o generan un: “a lo bien”; o un: “a lo bien, pirobo”.

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“¿Qué me mira?”. Muchos rollos, por ejemplo, comienzan con este gesto; como si detrás de los ojos se escondiera una intención maliciosa. Algo que nos incomoda, que nos detona los órganos, el sistema nervioso, el aparato respiratorio, las glándulas, las entrañas. Es como si las miradas tuvieran sus códigos, sus signos. La clase de biología toda, se activa en una mirada. Pero volvamos al punto: ¿Sabemos por qué? Seguramente, detrás de las funcio-nes del cuerpo, de las funciones básicas, se hallan pasiones, de diferente na-turaleza, unas ayudan a potenciar nuestra vida y otras nos crean problemas. Aquellas que nos joden son las que provocan el conflicto.

Cuando siento que el otro es una lámpara, una gonorrea, un pirobo, es por-que los diversos sistemas de nuestro cuerpo activan la memoria que guarda-mos: las humillaciones, los dolores, las tristezas; lo que nos afecta en lo más profundo. Y en el instante mismo de esa mirada, queremos dar respuesta a la historia de nuestras jodidas. Y de jodida en jodida, de pasión en pasión, se arma en masa el tropel. Tal como señala el profe de disciplina, se arma “la algarabía”. Pero no porque se esté refiriendo a la gran lengua árabe, que es lo que significa la tal “algarabía”, sino a los trompazos que nos damos a la salida. Como ven todos los significados cambian en estas lesiones perso-nales.

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Cuarta LesiónLos héroes de la historia y nuestra sed de venganza

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Cuarta Lesión

Los héroes de la historia y nuestra sed de venganza He leído en los libros que Cristóbal Colón conquistó América; pero también, que trajo consigo las epidemias, los saqueos y las masacres más violentas. Que el gran Napoleón Bonaparte fue el símbolo de la Revolución francesa, el que propició las leyes y los derechos de nuestra época; pero que fue un ser ambicioso y vanidoso. Que Simón Bolívar liberó a la Gran Colombia; pero que al mismo tiempo fue tentado por el poder y la ilusión. Hoy tengo mis propios héroes, mi ídolos (musicales, deportivos, televisivos, barriales…), los cuales me despiertan nuevas pasiones y sensaciones. Actúo como ellos, imito sus ademanes, al tiempo que oculto aquello que me somete al despre-cio de lo que soy. Cuando algo me afecta, por ejemplo la miradita de Suárez, trato de responder en forma similar, con el disfraz y la actuación de estos ídolos que reinvento en la imaginación.

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Es ahí cuando aquellas pasiones que me joden la vida y el alma, que me trabajan la cabeza, logran encerrarme. Frente a estas pasiones, trato de ser el más fuerte y el más representativo del grupo, cuando en verdad lo que siento es una debilidad re-tenaz. Aunque también trato de marginarme y excluirme, actuando por sorpresa, en un momento dado. Dichos estados derivan de las pasiones tristes, dolorosas, humillantes; las que nos quitan la fuerza de crear algo nuevo. En realidad, no es que actuemos autónoma e independientemente de las miradas, las burlas, los roces o las palabras externas. Si nos comportamos violentamente, es porque algo del exterior nos ha causado esta violencia; algunas ocasiones en forma inmediata, como cuando me inundo de rabia ante los gestos, las expresiones o los empujones de los otros. En otras ocasiones, voy guardando y acumulando a lo largo de mi crecimiento cada una de las cosas que me van haciendo, cada una de las agresiones que voy experimentando, en mi familia, en mi casa, con mis amigos, con el parche, con otros parches.

Es entonces cuando las sensaciones de dolor y de rabia, se vuelven sen-timientos de venganza, odio y envidia. A estos le llamamos, junto con un filósofo que se llamó Baruch Spinoza, las pasiones tristes; aquellas que nos quitan la energía, el deseo de actuar en el mundo, que nos detienen, en fin, que nos joden y no nos dejan actuar con libertad. ¿Cuáles son estas pasio-nes? Hagamos nuestro propio glosario en la siguiente lesión personal.

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Quinta LesiónGlosario de las pasiones que me ponen rabón

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Glosario de las pasiones que me ponen rabón

La palabra rabón la utilizo de muchas maneras. “Estoy rabón”, quiere decir que estoy piedro, que estoy llevado, que no aguanto nada, que algo me tie-ne a punta de explotar. Y si digo: “Qué man tan rabón” o “Aquella nena tan rabona”, es porque el otro o la otra, se portaron mal conmigo, me tiraron a joder, sus actos tenían la intención de producirme un malestar. Las pasio-nes tristes, las que nos quitan la energía de actuar, se crean con este doble juego: Estoy rabón, porque los demás son unos rabones. Hablemos enton-ces de las diferentes formas como sentimos la rabonada.

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El miedo

Puedo sentir miedo de manera inmediata, cuando siento que algún aconte-cimiento se convierte en una amenaza. Sin embargo, lo más terrible es cuan-do vivo permanentemente cundido por el miedo. Este último es un miedo ante lo externo, porque siento que la sociedad es una rabona conmigo. El miedo social inhibe mi expresión y me somete a la impotencia. No participo porque me da miedo, no hablo porque me da miedo que los otros se burlen de mí. Ese miedo va constituyendo mi personalidad, desde la escuela, hasta la casa. Comienza con adjetivos como: “tonto”, “desobediente”, “incapaz”. Desde pequeños oigo estas afirmaciones de los cuchos, esas que me ponen tan rabón, hasta que me convenzo de ser una persona débil, mucho más dé-bil que el mundo exterior.

Gracias al miedo me voy convirtiendo en un ser que duda todo el tiempo; no se si abrirme o abstenerme de participar de un grupo, de relacionarme con otras personas o hacer cosas diferentes a las que normalmente hago. Es esta duda la que no me deja cruzar una cierta frontera y salir del ensimis-mamiento, de esa rabonada en la que siempre ando. Aparentemente, los actos de agresividad con que respondo me ayudan a traspasar los límites de mi propia impotencia, pero en realidad son simples mecanismo de evasión, que funciona cuando estoy con el parche, con la pandilla, con los chinos. Es la imagen ficticia que nos convierte en el modelo de los héroes o líderes que nos hace creer que podemos llegar a ser como ellos.

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El odio

Mi odio surge cuando alguna pinta hace algo negativo contra aquello que más aprecio. Cuando le hacen algo a mi parecero, a mi nena, o a mí. Cuan-do era chico, me enrabonaba el que me quitaran los objetos de juego, o me abrieran de la persona con quien quería estar cerca, o no me dejaran seguir gozando de algo. Pero el odio más tenaz es aquel que se relaciona con lo que amo. En esos momentos siento que el odio me domina, que se me sale el loco que llevo dentro, que no puedo medir las consecuencias. Los demás se me convierten en enemigos. Sobre todo, en el instante en que me han falla-do. Es una sensación tan jodida, que a veces siento que me estoy destruyen-do por dentro con sólo sentir odio.

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Los celos Es una chimba cuando siento que alguien me gusta, que alegra mi vida, con su cuerpo, sus palabras o sus detalles. Pero en el momento en el que la per-sona que me gusta no responde, que quiere a otro, que no me pone atención, caigo en la desilusión. Si está a mi lado, si comparte lo que quiero compartir con ella, todo bien, la rabonada permanente se me pasa, me siento fuerte y creo que al fin el mundo está conmigo, que tengo una oportunidad. Lo ché-vere del amor es no sólo sentir que puedo amar, sino que aquella de quien estoy enamorado me ama también. Así que cuando imagino que la persona que amo está en la jugada, más afecto siento por mí mismo, crece el reco-nocimiento personal. Por el contrario, al caer en el desencanto del amor, mi propia imagen se afecta negativamente.

Cuando esto último ocurre, aparecen los celos, siento el detenimiento de mi potencia, no me importa nada. Al experimentar celos, también logro llegar al odio; contra la persona que amo y con el lámpara que posiblemente está con ella. Con la misma fuerza con la que la amo, la puedo llegar a odiar. Es ahí cuando intento reprimir mis deseos y placeres y trato de no quererla más, de no sentir. El problema es que en ocasiones no aguanto y entonces: “¿Qué le pasa lámpara?” Cada vez que aparecen los celos crece la descon-fianza y el temor por el otro género y por mí. Con los celos, una pasión alegre se convierte en pasión triste. Eso hace que muchas veces me sienta traicio-nado y que vuelva a la rabonada de antes.

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La venganza

Cuando la rabonada me va envolviendo, pienso que tengo pocas salidas. Las cosas me pesan en la cabeza, no creo en los demás, la realidad es os-cura. Trato de cumplir con ciertos deberes, pero ando es buscando cómo responder a lo que me han hecho, a las jodidas que me han causado, a los golpes y las palabras, que he percibido y ante las cuales no he podido res-ponder. Poco a poco, y casi sin darme cuenta, estoy acumulando cada una de las rabonadas, vivo en función de ellas; se vuelven permanentes. Esto es la venganza, un estado constante en el que quiero causarle daño a otros pirobos y gonorreas. Esto lo voy volviendo mi principio, pues es también principio del parche en el que ando, quienes me llaman para hacer las vuel-tas que tenemos pendientes. Por un momento me convenzo que si jodo a las personas y a las cosas que odio, puedo recobrar la alegría y la tranquilidad. Sin embargo, es una simple jugada de la mente, que me hace suponer que la fuerza negativa del odio puede convertirse en fuerza positiva. Es la fantasía en que caigo, cuando deseo triunfar con mi poder. Es el círculo vicioso entre las acciones y rabonadas de los demás y mis reacciones.

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La ambición

La ambición es una sensación muy extraña, no deja de enfrentarme a la am-bivalencia de mis actos. En un primer momento, yo trato que los demás ad-miren lo que personalmente más admiro y que se comporten de acuerdo a mi propio comportamiento. Pero el asunto es que cuando todos los que nos la pasamos juntos buscamos lo mismo, se crean las discordias y las molestias mutuas. Digamos que allí aparece la competencia, pues cada quien busca tener más o aprovechar más lo que todos deseamos poseer. Normalmente la ambición se da en el mismo parche y el grupo de amigos; igualmente, se da entre el grupo y otro grupo que quiere montarla de lo mismo. Sea con los amigos o con los enemigos, la ambición surge de la identidad. Nos esforza-mos para que otras pintas no posean las cosas que deseamos poseer.

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Sexta Lesión

¿La materia se transforma? De lámpara a parcero

Hay pintas que no me puedo pasar, con quienes tenemos cazado un tropel constante. Pero lo que no puedo entender muy bien, es cuando la rabonada que me causaban algunas otras lámparas y algunos cuchos, se va transfor-mando con el tiempo. No tanto porque hallamos hecho las pases, sino por haber llegado a entender que el lámpara aquel, finalmente buscaba lo mis-mo que yo: reconocimiento, legitimidad, confianza en él mismo. Y hasta termino por sentir aprecio, no sólo por la pinta esa, sino porque se me quita un peso y un guardado que no me dejaba en paz. Es algo así como que lo que uno odia y desprecia, al lograr superar la rabonada, termina valorándolo más que si no lo hubiera odiado. Igual pasa cuando uno se reconcilia con alguien que uno quiere o ama, resulta queriéndole más que antes.

Tal vez ocurre lo mismo que con una vacuna, en la que en el mismo virus está la cura, o con el veneno que ofrece la sustancia para salvar la vida de quien lo ha recibido. Cómo diría el profe de química: “la materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma”. Cuando le doy vueltas a las vainas y lo-gro ver cosas que antes no veía, siento más bien que aquello por lo que tenía desprecio, me va llenando de asombro. En realidad es que normalmente despreciamos la sociedad, el entorno, el barrio, las otras pintas. Les que-remos destruir. Pero si lográramos asombramos, estaríamos más abiertos a descubrir que a destruir. El asombro es como quitarse un manto que le impide ver lo que hay más allá de lo inmediato.

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La venganza y el odio no se sostienen por sí mismos, sino porque una fuer-za a mantener nuestra imagen, así sea ficticia, nos domina. Esa sensación nos vuelve esclavos, pues cuando las cosas se hacen desde el sentimiento de odio, todas nuestras hazañas, aventuras y luchas, terminan siendo infruc-tuosas. Tal vez deberíamos ser más Einstein, quien cuando se le preguntó si era el científico más importante, dijo que solamente era un curioso que se extrañaba con el mundo. Y ser menos los nazis o los norteamericanos, quienes utilizaron la potencia de aquel físico pensar para hacer la bomba atómica y destruir otras naciones. Esto es lo que hace el odio, la venganza y los celos, toman nuestra potencia y la devuelven contra nosotros mismos.

Para ver a las lámparas, a los pirobos, a las gonorreas, de otra forma, es necesario asombrarnos con nuevas vainas de la realidad que nos rodea. El asombro crea una excitación tal, que las experiencias negativas terminan desplazándose por la emoción de conocer y explorar más de mí y de los otros.

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Séptima LesiónQué mamera el deber

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Qué mamera el deber

En la escuela hay profes y cuchos que intentan cambiar la rutina, pero hay otros que nos tratan como si estuviéramos en un cuartel y sólo usan la voz para mandar. Aquí adentro también se dan los actos ilocucionarios, pues no se enseña sino se ordena. Una palabra acompaña la acción de poder. Sus palabras son expresiones que aparecen como obligaciones. La información se basa en órdenes. Más que aprender física, historia, español…, lo que se nos enseña es disciplina; un maestro es alguien que sabe de técnicas de dis-ciplinas, más que de ciencia o arte. Los actos ilocucionarios de la escuela, los que llevan directamente a la acción, son señales de orden y de quietud, son actos para obedecer y hacer que se obedezca. Es otra lección que se con-vierte en lesión. Por eso escuchamos cosas como: “a ver Suárez”; “Adelante, señorita”; “No tenemos todo el tiempo para esperarla”.

En la escuela, las preguntas ya tienen respuesta y las respuestas son simples repeticiones. El comportamiento tiene leyes y las leyes son deberes. Pero allá no se busca comprender esto de las pasiones tristes y de las sensacio-nes que tenemos; mucho menos del asombro. Más que mediar el conflicto, lo que se hace es castigar y sancionar. La norma como mero castigo, nada permite comprender. Simplemente es una aplicación de cargos y descargos. La norma aumenta las pasiones tristes, las jodidas y las rabonadas que tene-mos, da por hecho que la mejor manera de formar es castigar.

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Pero, ¿por qué la norma se convierte muchas veces en algo negativo? No porque sea mala ni buena, sino porque busca producir una sensación terri-ble en la persona: La culpa. Más que asumir la responsabilidad de nuestros actos, la norma busca hacernos sentir culpables y de esta manera debilitar nuestro entusiasmo. Por eso es otra de las tantas tristezas que tenemos. La culpa busca que sintamos algo así como un odio mayor contra noso-tros mismos. Es entonces cuando la norma actúa como detenimiento, como coacción y se convierten en un medio para que nuestros cambios no sean porque nos asombramos con otras cosas, sino porque le tememos a lo que nos pueda ocurrir. Más que un archivo personal tenemos un expediente, un Observador, un Manual de Convivencia y un Boletín.

Pero muchos maestros piensan que sólo la escuela tiene normas y que lo que buscamos al crear trifulcas es abandonar las normas. El problema es que afuera también hay normas, ¿Sí pilla? Los parches tienen normas, mu-cho más severas que las de la escuela. A uno lo ponen a prueba, para ver si puede seguir perteneciendo. No pasar de un territorio, de un barrio al otro, es una norma que se cumple porque se cumple. Aquí también hay obedien-cia. Y ni le cuento los castigos. Así que las normas de adentro y las de afuera son parte de la misma moneda; lo que las diferencia es quién tiene el poder y quién no, quién manda y quién obedece. ¿No será, acaso, que el asunto es ubicar la norma en un lugar diferente al castigo y a la sanción?

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Octava LesiónLa norma de la escucha:

¡ábrase del juicio!

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La norma de la escucha: ¡ábrase del juicio!

No es que sea fácil decirle a alguien “todo bien”, mucho menos a un pirobo y muchísimo menos a un o una lámpara. A veces digo “todo bien” o su equi-valente “a lo bien”, de manera casual, porque empujé a una persona sin cul-pa y entiende que fue así, o cuando busco que alguien me crea lo que estoy diciendo. Pero llegar a decir ¡a lo bien! De verdad, con signos de admiración y en un momento de conflicto, resulta complicado. Eso sería mediar. Ahí sí, eso que usted llama el tal “asombro” no sería algo fantasioso.

El “problema” del conflicto, es que nadie escucha a nadie, a lo bien. Si no es el alegato, es el golpe; si no es la retahíla de los cuchos, es la sanción, el ob-servador, el castigo del parche. Y uno se va acostumbrando a vaciar, a cascar, a castigar, a joder al que lo jode. Dentro y fuera de la escuela. Y sin escucha todo se vuelve una mierda. La escucha se ha convertido en una muletilla. Cuando digo: “tengo que hablar con usted”, es porque quiero montársela de algo, darle mi versión, convencerlo, que me rinda cuentas.

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Pero escuchar es todo un arte, es el primer paso del asombro. No sólo para aclarar una situación pasajera, sino para descubrir las causa de las cosas. Cuando descubrimos las causas, entendemos por qué y buscando qué, al-guien se comporta de esa manera. Para escuchar necesito despojarme de los juicios y reconocer a los otros en las mismas condiciones. Asombrarme con su carreta antes de ver como malo o bueno lo que dice, por paila que sea. Sólo hay escucha en el momento en que com-prendo la sensación que invade a las personas y que les hace actuar de cierta forma. Para escuchar es necesario crear un nuevo ambiente cultural, escolar y familiar, donde la expresión sea una condición de las relaciones.

Pero cuando convierto en burla lo que dice el compañero, estoy jodiendo la comunicación de todos. Y cuando reprobamos sus palabras sin entender el fondo de lo que dice, estamos separándonos de la interlocución. Lo que logramos con esto, parce, es propiciar que la norma se use para callar a la persona y al grupo. Para decir, a lo bien, a lo bien parce, tengo que comenzar por lo más jodido de todo: aprender a escucharme a mí mismo, escuchar mi cuerpo y mi pasado. Aprender a expresarme, sin latigarme. La burla que hago a los demás, es sólo el medio de defensa que utilizo para dármelas de sobradito y dejar ocultos mis sentimientos. Igualmente, el juicio con que miro a la gente y a mis compañeros, es el juicio que tengo sobre mí mismo. Para escuchar es necesario dejar de enjuiciar; a lo bien, ¡ábrase del juicio!

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Novena LesiónLa norma de la creación:

¡listo parce!

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La norma de la creación: ¡listo parce!

En la educación tradicional nos han hecho sentir que somos poco inteli-gentes y que llegamos a la escuela sin nada en la cabeza, a mamar gallo, a montarla y a joder. Tal vez porque hay una sola manera de evaluar, trasmitir información y explicar los contenidos. Siento que muchas de las cosas que ando pensando, que las ideas a las que les doy vueltas, por ejemplo, sobre la forma de ser de la gente, el mundo, mi familia, los inventos de la ciencia, el futuro, y un resto de vainas más, por las cuales me da la reflexionadera, son pendejadas que me invento para perder el tiempo. En ciertos momentos, construyo otros universos, le pongo nuevos colores a las cosas, atravieso los planetas y en un segundo transformo la realidad en la que ando. Eso me pasa en el salón, cuando estoy con alguien, o voy por la calle.

Todo se acaba cuando vuelvo a escuchar los tales actos ilocucinarios esos: “Claro, Suárez otra vez distraído” o “¿Qué pasa lámpara, pensó que no lo íbamos a encontrar? Cuando me elevo pensando en estas cosas, antes de la llamada de atención, creo que quiero una realidad diferente. Pero las tareas, las evaluaciones, los logros, la vuelta del parche, me mandan para otro lado y me acuerdo que debo responder o si no estoy paila. Y estar paila afuera y paila adentro, no aguanta.

Seguro que la imaginación, cuando a uno se le eleva el coco, también debe servir de algo o si no para qué la tenemos. No simplemente para memori-zar, ni para hacer operaciones que luego olvidamos, o cuadrar pleitos que me llevan a lo mismo. Es imposible dejar de pensar, siempre le estoy dando vueltas a todo,pero como el único lugar donde ocurren cosas divertidas y arriesgadas es en el parche,allá es donde nos imaginamos lo que nadie si-quiera imagina.

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Y las hacemos y les damos forma. De resto, lo demás es repetición y aburrimien-to. El asunto es que la capacidad de mi invención, cuando se pone en función del conflicto, termina siendo para la destrucción, como la bomba atómica y como todas las bombas y las armas.

La imaginación es el puente de la creación y siempre, querámoslo o no, pasará por una especie de destrucción; sólo que es muy diferente destruir la vida de alguien, la sociedad, la humanidad de un lámpara, que destruir una forma de pensar, unos esquemas y unos hábitos. Esto último es tal vez lo que necesita-mos: destruir lo que nos tiene destruidos. Entonces la creación se vuelve la in-vención de un mundo posible, diferente. La creación que llevaría a los parches, a los cuchos, a los parceros, a las gonorreas, a inventar un mundo posible, sería la que se basa en pasiones alegres. Pero la imaginación que termina encerrada en pasiones tristes, en venganza, odio y ambición, termina utilizando nuestra inteligencia para la destrucción, pues nos mantiene en el resentimiento y en la marginalidad.

La creación puede darse en la realización de un relato, de una imagen, de un experimento, de una práctica deportiva… Puede darse en las relaciones sociales, adentro y afuera de la escuela. En la creación uno deja de ser “alumno” y “lám-para”, y pasa a ser “autor” o “protagonista”. Es una creación individual, pero también colectiva, pues requiere negociar con los demás las formas y los proce-sos. La creación no es una simple idea, sino una idea que se vuelve forma, que tiene sentido, que cambia el significado original de la realidad que vivimos. Por eso en la creación, hay también rupturas. Los rompimientos que se dan en la creación no son violentos, pues no se dan desde la rabonada; están dominadas por el entusiasmo y las pasiones a legres, por el asombro y no por el odio, por la práctica y no por la carreta.

La violencia, por ejemplo, busca detener, imponer y someter; la creación pre-tende movilizar y transformar. Las dos son fuerzas, pero una es negativa y la otra positiva. La creación cuesta mucho, porque es la auténtica metamorfosis de la sociedad y del ser humano; es el: !A lo bien, parce!, y es el: “bacano pelao”.

El conflicto, el tropel, no puede transformarse, si no somos creativos. De nada sirven las normas, los consejos, las amenazas y las recompensas, si nuestra edu-cación no toma como norma formativa la creación. Mejor dicho, el conflicto nos puede llevar a crear o a destruir. Cuando uno logra dar forma, provocar un sen-tido nuevo, joder la cultura que nos jode, llegamos a decir: ¡Listo parce!

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Décima LesiónLibertad y corresponsabilidad: píllese, notifíquese y cúmplase

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Libertad y corresponsabilidad: píllese, notifíquese y cúmplase

Si en un principio está la escucha y para que haya escucha tenemos que va-lidar la expresión; si además, estas dos vainas tienen caso cuando existe la posibilidad de la creación, nos enfrentamos luego a lo más difícil de todo, a lo que casi ningún cucho, jefe, o líder o esclavo está dispuesto. Ni los de afuera, ni los de adentro. Se trata del cambio en el berraco poder. Así de cla-ro, parcerito. El asunto, es que cuando suponemos que tenemos la verdad, la razón, la autoridad, estamos sometidos nuevamente a las pasiones tris-tes, al reconocimiento de un centro, de una salvación o de una autoridad. Nuestra cultura se basa en eso, en el hecho de que alguien tiene el poder y alguien no. Alguien hace las normas y otros las cumplen. ¿Cómo voy a sen-tirme responsable de algo que no he creado?

En ciertos momentos me han llamado para ser representante de grupo, per-sonero, o para oír que el Manual de Convivencia es de todos. Sin embargo, en los primeros casos termino cumpliendo el papel de sapo, le cuento al profe de disciplina lo que por debajo está haciendo Suárez; mientras que en el segundo, junto con Suárez, lo que hago es esperar la pena, la vaciada y la notificación en el observador. Lo mismo ocurre en el parche y en la casa, quien tiene el poder lo que hace es mandar y ordenar. Otra vez estos actos ilocucionarios que no nos dejan actuar, pues son los que conducen las ac-ciones.

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Si a nosotros nos dijeran: “miren pelaos, miren parceros, ustedes tienen que inventarse cómo es que esta vaina va a funcionar”, seguramente actua-ríamos y pensaríamos de forma diferente. Si nosotros no sólo fuéramos a la escuela, a recibir carreta, ni simplemente parcharamos en el barrio, sino que tuviéramos que asumir la responsabilidad de la cultura y la educación de nosotros mismos, esto seguramente sería distinto. Algunos cuchos y al-gunas pintas, piensan que asumir la responsabilidad es hacer lo que uno quiere o lo que se le antoja. Pero eso es no entender la responsabilidad. La responsabilidad es echarse al hombro algo, asumir un rol protagónico, par-ticipar en la orientación. Para que todo esto se de, la responsabilidad tiene que cimentarse en la libertad.

Ahora tenemos que invertir la carreta, pues en la vida cotidiana, cuando a uno le dicen que es responsable de algo, lo que le están es tildando y cul-pando. Por eso, la responsabilidad no es culpa, sino compromiso y el com-promiso no es un deber impuesto, sino un acuerdo. Píllese que la cosa no es tan fácil. Entre más libre soy, más responsabilidad adquiero, ya que me veo en la necesidad de responder. En este caso, las normas las utilizo para avanzar en propuestas y proyectos y no para castigar. El castigo es de escla-vos, de seres marginales y con poca capacidad de acción. Las leyes tampoco serían para restringir sino para aumentar nuestra potencia, nuestra alegría y nuestras fuerzas. Ojo parcerito, si en momento momento dado la ley pasa por la restricción de algún comportamiento, ésta debe, a su vez, pasar por la comprensión y no por la culpa y el escarnio público.

Vamos a ver, papá cómo es la cosa… Digamos que la libertad no tiene regla alguna. O mejor, para que no se nos despeluque alguien por ahí y piense que vamos a hacer lo que nos da la gana; la libertad para que sea libertad tiene que tener en cuenta: primero, la realidad, y segundo, la libertad de los otros. Cuando hacemos lo que nos da la gana, no tenemos en cuenta estas dos cosas y por eso es que ser libres, va más allá de lo que queremos hacer. Si el otro no es libre, no estoy ejerciendo la libertad. Cuando jodo a alguien con mi jodedera, y cuando le jodo con mi poder y se la monto, estoy destruyen-do la libertad. Pues las acciones mías y las de los demás se deben tener en cuenta por igual.

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Volvamos a pillar la cosa, pues aquí es donde se define la carajada de las lesiones personales. La libertad tiene sus propias reglas, que son las condi-ciones concretas (una institución, unas políticas, una organización…), a la vez que los actos libres de los otros, es decir, que todos estemos actuando en igualdad de condiciones. Sea para hacer un currículo, un plan, un proyecto. ¿Sabe cual es la berraca cuestión? Que en una sociedad de esclavos como la nuestra, le tenemos miedo a la libertad. Y por eso caemos en el extremo de la sanción constante y de la jodetería; de la disciplina y de las riñas.

En medio de estas dos enfermedades sociales se sitúa la libertad. No es nin-guna de las dos. Por el contrario, hay que aprenderla; y es entre todos parce-ro, porque es la única manera. Necesitamos liberarnos de las pasiones que nos quitan la capacidad de actuar y de las jodidas de los otros, que también no las quitan. La libertad es también un acto ilocucionario, es producir un lenguaje para realizar las acciones; pero en sentido contrario, pues se tra-taría de que la acción sea abierta a todos, a los demás, a mí, al grupo, a la escuela y al barrio.

Por eso hay que hacer las jodas de otra forma, dar un sentido nuevo, asumir las responsables y dejar las culpabilidades. Esto requiere un proceso largo y paciente. Implica crear espacios de diálogo, pues en los contextos donde estamos no los hay; deliberar constantemente sobre lo que buscamos. Es definitivamente una nueva forma de educar. Claro, nos requiere enfrentar-nos a la incertidumbre, ya que todo está por hacer. Es de esta manera que se debe enfrentar el conflicto, abiertamente, discutiendo, avanzando en nue-vas experiencias. Para llegar a la libertad, es imprescindible, potenciar la escucha y la creatividad: son las tres normas principales de cualquier acción pedagógica, plan de estudios o manual de convivencia. Las demás normas son secundarías y formales. Sólo servirán para mantener la tradición y el orden.

Píllese,

notifíquese y

cúmplase.

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