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ORAD, LUEGO PREDICAD EDWARD McKENDREE BOUNDS

ORAD, LUEGO PREDICAD - cogop.org · un prisionero es colocado en confinamiento solitario, ... E. M. Bounds es mejor conocido por sus libros acerca de la oración. El libro titulado:

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ORAD,LUEGO

PREDICADEDWARD McKENDREE BOUNDS

ORAD,

LUEGO

PREDICAD

Edward McKendree Bounds

ORAD,

LUEGO

PREDICAD

Edward McKendree Bounds

Reimpreso por:Casa de Publicaciones Ala Blanca

P.O. Box 3000Cleveland, TN 37320-3000

E.U.A.1994

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INTRODUCCION

Somos criaturas sociales. Es normal desear la asociación con los demás, gozar de la compañía de aquéllos que piensan igual que nosotros. Cuando un prisionero es colocado en confinamiento solitario, esto es generalmente visto como un castigo extremo. Sin embargo, para el predicador llamado por Dios, los tiempos de soledad, durante los cuales puede gozar de comunión ininterrumpida con su Señor, son una necesidad y deben ser buscados.

Encontrándose en medio de un ocupado tiempo de ministerio, cuando la ciudad completa de Capernaum estaba buscando a Jesús, llevándole a todos los enfermos y poseídos por demonios, siendo testigos de Su poder sanador y liberador, Marcos registra: “Levantándose muy de mañana, cuando todavía estaba oscuro, salió, y se fué a un lugar solitario, y allí oraba” (Marcos 1:35). Jesús consideraba estos momentos de soledad como vitales. El necesitaba tener tiempo a solas con el Padre, tiempo en el que la divina comunión no fuera interrumpida por nada ni nadie.

Existen momentos durante los cuales la oración congregacional es deseable, cuando nos unimos a otros para buscar a Dios juntos. En Hechos, capítulo cuatro, leemos acerca de una

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oración congregacional tal: “Después que oraron, el lugar donde estaban reunidos tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo y hablaban la palabra de Dios con valor” (Hechos 4:31).

Esas oraciones en conjunto, aun cuando pueden ser tan maravillosas, sin embargo, no pueden tomar el lugar de los momentos durante los cuales el predicador tiene que separarse para pasar tiempo a solas con Dios. Jesús encontró necesaria esa clase de oración, y a través del ejemplo enseñó cuán necesaria era para todos aquéllos que Lo siguen en el ministerio público. Fallar en este momento sería fallar en el trabajo para el cual Dios nos ha señalado—predicar Su bendita Palabra. Nuestras iglesias deben convertirse nuevamente en iglesias de oración. No existe forma alguna en que las mismas se conviertan en iglesias poderosas en su ministerio y alcance hasta que se tornen poderosas en la oración. Hasta que aquéllos que llenan nuestros púlpitos sean reconocidos como guerreros de oración, será imposible que nuestros escaños se llenen de santos cuyo deseo sea orar.

Este pequeño folleto le está siendo provisto a nuestros ministros con la esperanza de que los inspire a un compromiso más serio de oración—oración profunda e intercesora. No debe permitirse que nada tenga prioridad por encima del tiempo dedicado a solas a Dios.

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Estos extractos del libro de E. M. Bounds titulado Power Through Prayer, muestran parte de la importancia que este predicador metodista le da a la oración. De hecho, los mismos le darán una idea de la carga consumidora de su vida.

Edward McKendree Bounds nació en el condado de Shelby, Misurí, en 1835. Cuando contaba con veinticuatro años de edad, él reconoció su llamado a la predicación y pastoreó iglesias dentro de su denominación en los estados de Misurí, Tenesí y Alabama. Mas tarde él sirvió como editor de The Christian Advocate. Su trabajo finalizó cuando fue a morar con el Señor el 24 de agosto de 1913, Aquel cuya comunión en oración él tanto atesoraba.

Aunque él fue un prolífico escritor acerca de diferentes temas, E. M. Bounds es mejor conocido por sus libros acerca de la oración. El libro titulado: Power Through Prayer, del cual fueron tomadas las selecciones de este pequeño folleto, ha sido reimpreso en varias ocasiones por diferentes editores, y ha sido publicado un un sinnúmero de traducciones.

Debido a que la mayor parte del contenido del libro ha sido escrito para predicadores, yo he utilizado el título Orad, Luego Predicad. Mi oración es que según usted lea estos mensajes, los mismos lo inspiren a convertirse en un predicador

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que pueda identificarse con alguien que ha pasado tiempo con Dios.

Billy Murray Supervisor General Iglesia de Dios de la Profecía

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Se Necesitan Hombres de Oración

Estudie la santidad de vida universal. Su completa utilidad depende de esto, ya que los mensajes que usted predica duran a penas una hora o dos; su vida predica toda la semana. Si satanás tan sólo puede lograr convertir a un ministro en alguien que codicie la alabanza, el placer y la buena comida, entonces logrará arruinar su ministerio. Entréguese a la oración, y obtenga sus textos, pensamientos y palabras de Dios mismo. Lutero pasó por lo menos tres horas diarias en oración.—Robert Murray McCheyne

Nos encontramos constantemente abrumados por la necesidad de crear nuevos métodos, nuevos planes, nuevas organizaciones para el avance de la iglesia y para asegurar el crecimiento y eficiencia del evangelio. Esta tendencia actual ha tendido a perder de vista al hombre o a encerrarlo dentro de un plan u organización. El plan de Dios es hacer mucho del hombre, mucho más que de cualquiera otra cosa. Los hombres son el método de Dios. La Iglesia está buscando mejores métodos; Dios está buscando mejores hombres. “Hubo un hombre enviado de Dios cuyo nombre era Juan”.

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La dispensación que fue precursora y que preparó el camino para Cristo estaba atada a aquel hombre llamado Juan. “Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado”. La salvación del mundo proviene de ese Hijo amado. Cuando Pablo apela al carácter personal de los hombres que le dieron fundamento al evangelio en el mundo, él resuelve el misterio de sus éxitos. La gloria y eficiencia del evangelio dependen de los hombres que lo proclaman. Cuando Dios declara que “los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para corroborar a los que tienen corazón perfecto para con él”, lo que expresa es la necesidad que tiene de la raza humana y Su dependencia en ella como canales a través de los cuales poder ejercer Su poder sobre el mundo. Esta verdad vital y urgente es una que esta época de máquinas tiende a olvidar. Olvidarlo es tan mortífero para la obra de Dios como lo sería sacar al sol de su esfera. Las consecuencias no serían otras que obscuridad, confusión y muerte.

Lo que la Iglesia necesita en la actualidad no son mayores o mejores máquinas, ni nuevas organizaciones o más y mejores métodos, sino hombres a quienes el Espíritu Santo pueda usar—hombres de oración, hombres poderosos en la oración. El Espíritu Santo no fluye a través

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de métodos, sino a través de hombres. El no se encuentra en las máquinas, sino en el hombre. El no unje planes, sino hombres—hombres de oración.

Un eminente historidador ha dicho que los accidentes de carácter personal tienen más que ver con las revoluciones de las naciones que lo que los historidadores filosóficos o los políticos democráticos están dispuestos a admitir. Esta verdad se puede aplicar completamente al evangelio de Cristo, al carácter y la conducta de los seguidores de Cristo—cristianizar el mundo, transfigurar a las naciones y a las personas. Esto es eminentemente cierto de los predicadores del evangelio.

El carácter, así también como la suerte del evangelio dependen del predicador. El es el que hace que el mensaje de Dios para el hombre triunfe o perezca. El predicador es la lámpara de oro a través de la cual fluye el aceite divino. La lámpara no sólo debe ser de oro, sino estar abierta y carente de impurezas, para que el aceite pueda pasar completo e ininterrumpidamente.

El hombre hace al predicador. Dios debe hacer al hombre. El mensajero es, de ser esto posible, mucho más que el mensaje. El predicador es mucho más que el mensaje. El predicador hace el mensaje. Así como la leche procedente del seno

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de la madre no es otra cosa que la vida de la madre, así también todo lo que el predicador dice está impregnado de lo que él es. El tesoro se encuentra en vasos de tierra, y el sabor del vaso impregna y puede hasta descolorar. El hombre, el hombre completo, yace detrás del mensaje. La predicación no es una actuación de una hora. Es el fluir externo de la vida. Puede que se necesite vivir veinte años para crear un mensaje, debido a que se hayan necesitado veinte años para crear a ese hombre. El mensaje verdadero es algo que da vida. El mensaje crece debido a que el hombre crece. El mensaje es poderoso debido que el hombre es poderoso. El mensaje es santo debido a que el hombre es santo. El mensaje está lleno de unción divina debido a que el hombre está lleno de unción divina.

El mensaje no puede ir más allá de donde se encuentra el hombre. Los hombres muertos predican mensajes muertos, y los mensajes muertos matan. Todo depende del carácter espiritual del predicador. Bajo la dispensación judía, el sumo sacerdote había inscrito con letras enjoyadas sobre la frontalera dorada: “Santidad sea a Jehová”. Así es que todo predicador en el ministerio de Cristo debe ser moldeado con el mismo dicho santo. Es una gran vergüenza que

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el ministerio cristiano tenga menos santidad en su carácter y que su meta no sea tan santa como lo era el sacerdocio judío. Jonathan Edwards dijo: “Yo busqué más deseosamente la santidad y conformidad en Cristo. El cielo que yo deseaba era un cielo de santidad.” El evangelio de Crsito no se mueve debido a ondas populares. Este no tiene poder en sí mismo para moverse. Este se mueve según los hombres que tienen potestad sobre él se mueven. El predicador debe impersonar el evangelio. Sus características divinas y más distintivas deben ser personificadas en él. El constriñente poder del amor debe estar en el predicador como una fuerza que se proyecta, que es excéntrica y todo consumidora. La energía de la auto-negación debe estar en su ser, su corazón, sangre y huesos. El debe salir adelante como un hombre entre hombres, vestido de humildad, viviendo en mansedumbre, sabio como una serpiente, manso como paloma; con las ataduras de un siervo pero con el espíritu de un rey, independiente en su comportamiento pero con la simpleza y dulzura de un niño. El predicador debe entregarse por completo y con gran abandono y un celo consumidor, a su trabajo, el cual no es otra cosa que la salvación de los hombres. Ellos deben ser hombres con corazón, heróicos, compasivos

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y mártires carentes de temor, ya que habrán de sostener y darle forma a la generación de Dios. Si fueran hombres tímidos, y que sólo trabajan el tiempo que se supone, que buscan un lugar, si lo que quisieran fuera complacer a los hombres o le tuvieran temor a los mismos, si su fe en Dios y en Su Palabra fuera una fe débil, si su postura fuera quebrantada por cualquier faceta por la que pasaran o por el mundo, entonces no podrían sostener la iglesia ni traer el mundo a Dios.

El mensaje más fuerte del predicador debe ser para sí mismo. Su trabajo más difícil, delicado, laborioso y completo deberá ser consigo mismo. El entrenamiento de los doce fue la gran, difícil y continua obra de Cristo. Los predicadores no son hacedores de mensajes, sino hacedores de hombres y de santos, y sólo aquel que se ha entrenado bien para este negocio y que se ha hecho a sí mismo hombre y santo está listo para hacerlo. Dios no necesita grandes talentos, ni gran aprendizaje, ni grandes predicadores, sino hombres repletos de santidad, de fe, amor, fidelidad, grandes en Dios—hombres que prediquen siempre grandes mensajes desde el púlpito, cuyas vidas sean santas. Son estos hombres los que pueden moldear una generación.

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Nuestra Suficiencia Viene De Dios

Pero por sobre todas las cosas él sobresalió en la oración. La naturaleza intrínseca y el carácter de su espíritu, la reverencia y solemnidad de su mensaje y comportamiento, y la brevedad y plenitud de sus palabras a menudo han tocado con admiración hasta a extraños, a la vez que han llegado a otros llevándoles consuelo. Y en verdad era un testimonio. El conocía y vivía más cerca del Señor que otros hombres, ya que aquellos que lo conocen más, saben que existe una razón mayor para acercarse a él con temor y reverencia.—William Penn hablando de George Fox

Parece inverosímil que la gracia más dulce sea la que dé el fruto más amargo. El sol da vida, pero la insolación causa muerte. La predicación ha de proveer vida; pero puede matar. El predicador sostiene la llave; él puede abrir así también como cerrar. La predicación es la gran institución de Dios para la edificación y madurez de la vida espiritual. Cuando ésta es apropiadamente ejecutada, sus beneficios son incontables; cuando es llevada a cabo erróneamente, ningún mal

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excede a sus terribles resultados. Destruir la manada es algo fácil si el pastor no se preocupa o si el pasto es destruido; es fácil capturar la ciudadela si el vigía duerme o si se envenena la comida y el agua. Investido de tan condescendientes prerogativas, expuestos a tan grandes males, envueltos en tantas responsabilidades, sería una parodia del mal genio del diablo y un libelo, en lo que a su carácter y reputación se refiere, si él no tratara de utilizar su influencia para adulterar al predicador y la predicación. En vista de todo esto, nunca está fuera de lugar la exclamación interrogativa de Pablo: “¿Quién es suficiente para estas cosas?”

Pablo dice: “No que seamos suficientes de nosotros mismos para pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra suficiencia es de Dios”. El verdadero ministro es tocado por Dios, capacitado por Dios y hecho por Dios. El Espíritu de Dios está en el predicador con poder para ungir, el fruto del Espíritu está en su corazón, el Espíritu de Dios ha vitalizado al hombre y la Palabra; su predicación da vida. Esta da vida en la misma manera en la que lo hace la primavera; ésta da vida en la misma forma en la que la resurrección lo hace; provee esta vida ardiente en la misma forma en la que

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el verano da vida ardiente; da una vida fructífera en la misma forma en la que el otoño da frutos. El predicador dador de vida es un hombre de Dios cuyo corazón siempre tiene sed de Dios, cuya alma siempre busca a Dios, cuyos ojos sólo miran a Dios, y en quien, a través del poder del Espíritu de Dios, la carne y el mundo han sido crucificados, y su ministerio es semejante al generoso caudal de un río dador de vida.

La predicación que mata es la predicación no espiritual. La habilidad de la predicación no proviene de Dios. Fuentes menos divinas le han provisto energía y estímulo. El Espíritu no es evidente ni en el predicador ni en su predicación. Muchas son las fuerzas que pueden ser proyectadas y estimuladas por la predicación que mata, pero no son fuerzas espirituales. Pueden parecer fuerzas espirituales, pero son sólo una sombra; algo falso. Puede que parezcan tener vida, pero la vida es una vida magnetizada. La predicación que mata lo es la letra; puede que tenga forma y que sea ordenada, pero de todas formas es la letra, seca, vacía, un mero carapacho. Puede que la letra tenga dentro de sí el germen de la vida, pero carece del soplo de la primavera para que esta vida sea evocada; son semillas del invierno, tan duras como la tierra invernal, tan frías como

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el aire del invierno, no se descongelan ni germinan. Esta predicación de la letra tiene la verdad. Pero aun la verdad divina en sí, carece de energía dadora de vida; la misma tiene que recibir la energía del Espíritu, con todas las fuerzas de Dios respaldándola. Si la verdad carece del respaldo del Espíritu de Dios ésta mata de la misma manera, sino de peor forma, de lo que lo hace el error. Puede ser verdad sin mixtura; pero carente del Espíritu tanto su sombra como su toque matan, su verdad es error, su luz obscuridad. Esta predicación de la letra carece de unción, ya que no está ni añejada ni ungida por el Espíritu. Pueden haber lágrimas, pero las lágrimas no pueden hacer funcionar la maquinaria de Dios; las lágrimas pueden ser semejantes a una brisa veraniega que sopla sobre un témpano de hielo cubierto de nieve, lo único que se derrite un poco lo es la superficie. Pueden haber sentimientos y ahínco, pero es la emoción del actor y el ahínco del abogado. El predicador puede sentir algo debido a su propio calor, ser elocuente debido a su propia exégesis, y predicar con ahínco el producto de su propio cerebro; el profesor puede usurpar el lugar e imitar el fuego del apóstol; el cerebro y los nervios pueden hacer que se aparente y que se finja la obra del Espíritu de Dios, y a través

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de estas fuerzas la letra puede brillar y centellear como un texto iluminado, pero el brillo y centelleo serán semejantes a una vida estéril como lo es un campo sembrado con perlas. El elemento que trata con la muerte se encuentra escondido detrás de las palabras, detrás del mensaje, detrás de la ocasión, detrás de la forma, detrás de la acción. El gran estorbo se halla en el predicador mismo. El no tiene dentro de sí las poderosas fuerzas que crean la vida. Puede que él sea honesto en su ortodoxia, honestidad, limpieza o sinceridad; pero en alguna manera, el hombre interior, el que se encuentra en su lugar secreto, nunca ha sido quebrantado ni se ha entregado a Dios; su vida interior no es una gran avenida para la transmisión del mensaje y del poder de Dios. En alguna forma el yo, y no Dios, es el que gobierna en el lugar santísimo. En alguna parte, de manera completamente inconsciente, algún conductor no espiritual ha tocado su ser interior y la corriente divina se ha detenido. Su hombre interior nunca ha sentido su completa bancarrota espiritual, su completa carencia de poder; él nunca ha aprendido a clamar con un llanto inefable de completa desesperación hasta que el poder de Dios y el fuego divino desciendan, llenen, purifiquen y doten de poder. En cierta manera

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perniciosa, la auto-estima y la habilidad propia han difamado y violado el templo que debería ser mantenido sagrado para Dios. La predicación dadora de vida le cuesta mucho al predicador—la muerte de sí mismo, la crucifixión ante el mundo, el tormento de su propia alma. Sólo la predicación crucificada podrá dar vida. La predicación crucificada sólo puede provenir de un hombre crucificado.

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La Letra Mata

Durante esta aflicción examiné mi vida comparándola con la eternidad como nunca antes lo había hecho cuando gozaba de salud. Al examinar la manera en la que había llevado a cabo mis tareas como hombre, para con mis semejantes, como ministro cristiano y oficial de la iglesia, mi consciencia me encontró aprobado; pero el resultado fue diferente en lo relacionado con mi Redentor y Salvador. Mi gratitud y amorosa obediencia en nada pueden compararse con la obligación que tengo debido a la manera en que me redimió, preservó y apoyó durante las vicisitudes de mi vida desde la infancia hasta mi ancianidad. La frialdad de mi amor hacia Aquel que me amó primero y que ha hecho tanto por mí me confundió y agobió; y para completar, mi carácter indigno, yo no sólo había descuidado mejorar la gracia que me había sido dada en lo que a mi tarea y privilegio se refieren, sino que debido a que no la había mejorado, aunque estaba lleno de un perplejo cuidado y labor, ésta se había apartado de aquel primer celo y amor. Me sentí confundido, me humillé,

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imploré misericordia, y renové mi pacto tratando de consagrarme a mí mismo al Señor sin reserva alguna.—Obispo McKendree

La predicación que mata puede ser, y a menudo es, ortodoxa—dogmática, inviolablemente ortodoxa. Nosotros amamos la ortodoxia. Es buena. Es lo mejor. Es la limpia y clara enseñanza de la Palabra de Dios, los trofeos ganados por la verdad en su conflicto con el error, los diques que la fe ha levantado para protegerse de las desoladoras inundaciones de la honestidad o de la imprudente incredulidad; pero la ortodoxia, tan clara y dura como el cristal, sospechosa y militante, puede no ser otra cosa que la letra bien formada, bien nombrada, y bien aprendida, la letra que mata. No hay nada tan muerto como la ortodoxia muerta; demasiado muerta como para especular, demasiado muerta como para pensar, estudiar u orar.

La predicación que mata puede poseer perspicacia y comprender los principios, puede ser muy erudita y crítica en su gusto, puede ser minuciosa en su estudio gramatical de la letra, puede estar tan apegada al perfecto patrón de la letra, e iluminar como Platón y Cícero iluminaron, puede estudiar en la misma manera en la que el abogado estudia sus libros de texto para escribir

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su alegato o defender su caso, y sin embargo ser semejante a una helada, una helada que mata. La predicación de la letra puede ser algo elocuente, llena de poesía y retórica, salpicada de oración, sazonada de sensación, iluminada por el genio, y sin embargo estas cosas no son sino masivas o castas, monturas costosas, las flores raras y hermosas que cubren el féretro dentro del cual se encuentra el cuerpo. La predicación que mata puede carecer de escolaridad, puede que no contenga ni pensamiento ni sentimiento fresco, que esté cubierta de generalidades sin gusto o de especialidades insípidas, de estilo irregular, desaliñada, sin estar salpicadas de oración ni de estudio, careciente de pensamiento, expresión u oración. ¡Cuán grande es la desolación que existe bajo esa clase de predicación! ¡Cuán profunda la muerte!

Esta predicación de la letra trata con la superficialidad y sombra de las cosas, no con las cosas en sí. Esta no penetra hasta el interior. No tiene una visión profunda, un sólido entendimiento de la vida escondida de la Palabra de Dios. Es cierta en lo exterior, pero el exterior es el carapa-cho que debe ser quebrado y penetrado por el grano. La letra puede ser vestida de tal manera que sea atrayente y esté a la moda, pero la

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atracción no es hacia Dios ni es la moda una celestial. La falla se encuentra en el predicador. Dios no lo ha hecho. Este nunca se ha encontrado en las manos de Dios como el barro en las manos del alfarero. El ha estado ocupado con el mensaje, el cual sólo encierra su pensamiento, diseños y fuerzas impresionantes; pero nunca ha buscado las cosas profundas de Dios; nunca las ha estudiado, pensado en ellas o experimentado. El nunca se ha encontrado frente al “trono elevado de la gracia”, nunca ha escuchado el canto del serafín, nunca ha tenido una visión ni sentido esa terrible santidad, y gemido en completo abandono y desesperación sintiendo su debilidad y culpa; nunca ha sentido su vida renovada, su corazón tocado, purgado, quemado por el carbón encendido del altar de Dios. Su ministerio puede atraer personas a él, a la iglesia, a la forma y ceremonia, pero nadie es verdaderamente atraído a Dios, no se induce ninguna comunión dulce, santa y divina. La Iglesia ha sido pintada pero no edificada, complacida pero no santificada. La vida es suprimida; hay frío en el aire veraniego; la tierra está quemada. La ciudad de nuestro Dios se convierte en la ciudad de los muertos; la Iglesia se torna en un cementerio y no en un ejército que lucha. La alabanza y la oración son ahogadas;

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la adoración está muerta. El predicador y la predicación han ayudado el pecado; no la santidad; han ayudado a llenar el infierno, no el cielo.

La predicación que mata es la predicación carente de oración. Sin oración, el predicador crea muerte, y no vida. El predicador que es débil en la oración es débil en su fuerza dadora de vida.El predicador que ha apartado la oración como un elemento conspicuo y prevaleciente de su propio carácter, ha privado su predicación de su distintivo poder dador de vida. La oración profesional ha existido y existirá siempre, pero la predicación profesional lo único que hace es ayudar a la predicación muerta en su nefasta obra de muerte. La oración profesional enfría y mata tanto a la predicación como a la oración. Mucha de la devoción relajada y perezosa, de las actitudes irreverentes encontradas en las oraciones congregacionales pueden atribuirse a la oración profesional desde el púlpito. Las oraciones provenientes de muchos púlpitos son largas, áridas, divagantes y necias. Sin la unción o el corazón, éstas caen como una lluvia helada sobre la adoración. Estas son oraciones que sólo traen muerte. Todo vestigio de devoción ha perecido bajo su frialdad. Mientras más muertas, más crecen. Existe una gran necesidad de suplicar

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que las oraciones provenientes del púlpito sean oraciones cortas, avivadas, sinceras, del Espíritu Santo—directas, específicas, ardientes, simples y llenas de unción. Una escuela que le enseñara a los predicadores cómo orar, así como Dios lo desea, sería más beneficiosa para la verdadera piedad, adoración y predicación, que todas las escuelas teológicas.

¡Deténgase! ¡Considere por un momento! ¿Qué somos? ¿Qué estamos haciendo? ¿Predicando para matar? ¿Orando para matar? ¡Orándole a Dios, el gran Dios, el hacedor de todos los mundos, el Juez de la humanidad! ¡Qué reverencia! ¡Qué simpleza! ¡Qué sinceridad! ¡Qué gran verdad interior se demanda! ¡Cuán real debe ser! ¡Cuán profunda! ¡La oración a Dios debe ser el ejercicio más noble, el esfuerzo más profundo del hombre! ¿No deberíamos deshacernos para siempre de la detestable predicación y de la oración que mata, y hacer lo verdadero, lo más grande—orar en verdadera oración, predicar para crear vida, para que nuestras oraciones lleguen al cielo, toquen a Dios, y Este abra los tesoros necesarios para llenar las necesidades del hombre?

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Tendencias A Ser Evitadas

Coloquemos nuestra mirada en Brainerd, quien gemía ante Dios en los bosques de América en pro de los gentiles que perecían sin cuya salvación, él no podía ser feliz. La oración—secreta, ferviente, creyendo en ella—es ahí que yace la raíz de toda la divinidad personal. Un conocimiento competente del idioma del lugar en el que vive el misionero, un temperamento ameno, un corazón entregado a Dios en una relación religiosa muy cercana—estos, estos son los logros que mucho más que el conocimiento y los demás dones, nos capacitarán para convertirnos en los instrumentos de Dios en la gran obra de la redención humana. —Carrey’s Brotherhood, Serampore

Existen dos tendencias extremas dentro del ministerio. Una es apartarse de la confraternidad con las personas. El monje y el hermitaño son ejemplos de esto; ellos se apartan de los hombres para consagrar su tiempo a Dios. Ellos han fallado, claro está. El que estemos con Dios es de provecho solamente en la medida en que esparzamos el invaluable beneficio recibido con la humanidad.

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En esta época ni los predicadores ni el pueblo común están muy interesados en Dios. Ese no es nuestro deseo.

Esos no son nuestros anhelos. Nosotros nos encerramos a estudiar, nos convertimos en estudiante, en ratones de biblioteca, estudiosos de la Biblia, creadores de mensajes, conocidos por el conocimiento literario, por nuestros pensmientos y mensajes; pero, ¿dónde se encuentra el pueblo de Dios? Ojos que no ven, corazón que no siente. Los predicadores que son grandes pensadores y grandes estudiantes deben ser grandes guerreros de la oración, o si no serán los descarriados más grandes, profesionales sin corazón, racionalistas, menos que el más pequeño de los predicadores ante los ojos de Dios.

La otra tendencia es a popularizar por completo el ministerio. El predicador deja de ser el hombre de Dios, y se convierte en un hombre de negocios, del pueblo. El no ora debido a que su misión es para con el pueblo. Si puede mover a las personas, crear interés, una sensación de favor hacia la religión, un interés en el trabajo de la Iglesia—entonces se siente satisfecho. Su relación personal con Dios no es un factor en su trabajo. La oración tiene muy poco, si acaso, algún lugar en sus planes. El desastre y la ruina de un ministerio

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tal no puede ser computado con aritmética terrenal. Lo que el predicador es depende de su oración a Dios; de eso depende de cuánto beneficio puede ser para sí mismo, para sus feligreses, y de eso depende también su poder para hacer el bien, cuán fructífero es, su verdadera fidelidad a Dios, a los hombres, al tiempo y a la eternidad.

Para el predicador es imposible mantener su espíritu en armonía con la naturaleza divina de su llamado divino si no ora mucho. Es un serio error pensar que el predicador, debido a su tarea y fidelidad a la obra y a la rutina del ministerio puede mantenerse ágil y preparado. Aun la creación de mensajes, lo cual es un arte incesante y agotador, aun si es llevado a cabo como tarea, como trabajo, o como placer, endurecerá y estrangulará el corazón, si se descuida la oración a Dios. El científico pierde a Dios en la naturaleza. El predicador puede perder a Dios en su mensaje.

La oración refresca el corazón del predicador, lo mantiene en sintonía con Dios y comprendiendo a las personas; eleva su ministerio, sacándolo del frío profesionalismo, fructifica la rutina y mueve cada rueda con la facilidad y el poder de la unción divina.

Spurgeon dijo: “El predicador, claro está, se encuentra por encima de todos los demas,

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distinguiéndose como un hombre de oración. El ora como un cristiano ordinario, ya que de no hacerlo sería un hipócrita. El ora más que los cristianos ordinarios, ya que si no quedaría descalificado para el oficio que ha asumido. Si como ministros, ustedes no son hombres de oración, entonces hay que tenerles pena. Si se tornan descuidados en la devoción sagrada, no sólo habrá que tenerles pena a ellos sino también a las personas a su cargo, y llegará el día en que se sentirán avergonzados y confundidos. Todas nuestras bibliotecas y estudios son nada cuando son comparados con nuestros lugares secretos de oración. Nuestras épocas de ayuno y oración en el Tabernáculo han sido días grandiosos de verdad; nunca antes ha estado la puerta de los cielos tan abierta como ahora; nunca antes han estado nuestros corazones tan cerca de la Gloria central”.

La oración que convierte a un ministerio en uno poderoso no es la oración corta, semejante a los extractos añadidos a la comida para darles un sabor placentero, sino que la oración debe ser un acto del cuerpo y procedente de lo más íntimo de nuestro interior. La oración no es una tarea insignificante, a ser colocada en una esquina; no es una actuación a llevarse a cabo gradualmente, compuesta de fragmentos de tiempo tomados

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del tiempo dedicado a los negocios o a otros compromisos de nuestras vidas; sino que significa lo mejor de nuestro tiempo, el corazón mismo de nuestro tiempo y debido a eso hay que darle todo nuestro ser. Esto no quiere decir que nuestro lugar secreto sea absorbido en el estudio o devorado por las actividades ministeriales; sino que significa que nuestro lugar secreto debe tener el primer lugar, el estudio y las actividades el segundo, ya que tanto el estudio como las actividades recibirán nueva vida y se tornarán eficientes debido al tiempo dedicado en oración. La oración que ha de afectar nuestro ministerio deberá darle un tono a nuestra vida. La oración que da colorido y que cambia el carácter no es una tarea placentera y un pasatiempo a ser llevado a cabo rápidamente. Esta debe tener un lugar profundo en el corazón y la vida así como lo tuvieran las “lágrimas y el gemir” en la vida de Cristo; ésta debe hacer que el alma se sienta en agonía y con un gran deseo, como ocurriera en la vida de Pablo; debe ser un fuego que proceda de lo más íntimo y una fuerza similar a la “oración efectiva y ferviente” de Santiago; debe poseer una calidad tal, que al ser colocada en el candelero dorado y encendida ante Dios, obre una agonía y revolución espiritual.

La oración no es una pequeña costumbre que

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nos hubiera sido pegada con alfileres, como lo fueran los pañales, cuando éramos pequeños. Tampoco es una corta recitación de quince minutos antes de comer durante una hora, sino que es una obra seria procedente de los años más serios de nuestra vida. Esta requiere más tiempo y apetito que nuestras comidas más largas o más ricos banquetes. La oración que hace que la predicación sea una exitosa, debe ser una a la que se le dedique mucho tiempo. El carácter de nuestra oración determinará el carácter de nuestra predicación. La predicación carente de profundidad, hará que nuestra predicación carezca de profundidad. La oración hace que la predicación sea fuerte, le da unción, y hace que toque a las personas. En todo ministerio cuyo propósito es hacer el bien, la oración siempre ha sido algo tomado muy en serio.

El predicador debe ser ante todo un hombre de oración. Su corazón debe haberse graduado de la escuela de oración. Es solamente en la escuela de oración donde el corazón ha de aprender a predicar. No hay aprendizaje que pueda tomar el lugar de la oración. No existe empeño, diligencia, estudio, o dones que puedan suplir su carencia.

Hablarle a los hombres acerca de Dios es algo grande, pero hablarle a Dios en pro de la

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humanidad es más grande aun. El hombre que no ha aprendido a hablarle a Dios de los hombres nunca podrá hablarle exitosamente acerca de Dios a los hombres. Mucho más importante aun, las palabras provenientes de un púlpito que no está cubierto por la oración, no son otra cosa que palabras que causan muerte.

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La Oración, lo Más Esencial Usted conoce el valor de la oración; ésta

es de valor incalculable. No la descuide nunca.—Sir Thomas Buxton

La oración es la primera, la segunda y la tercera cosa de importancia para el ministro. Ore, luego de lo cual, mi querido hermano, ore, ore y ore.—Edward Payson

La oración debe ser una fuerza conspicua y constante, un ingrediente importante en la vida del predicador, en su estudio y en su púlpito. No debe estar en un segundo lugar, ni ser un mero formalismo. A él le es dado estar con su Señor “toda la noche en oración”. Para entrenarse en la oración abnegada, se le dice al predicador que mire al Señor, quien “levantándose muy de mañana, aun muy de noche, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba”. El estudio del predicador debe ser un cuarto de oración, un Bethel, un altar, una visión, y una escalera, para que todo pensamiento ascienda al cielo, y no que vaya a los hombres; para que cada parte del mensaje pueda ser perfumado por el aire celes-tial y transmitir un aire de seriedad debido a que Dios estuvo en el estudio.

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Así como la locomotora de un ferrocarril no se mueve hasta que el fuego es encendido, la predicación, con toda su maquinaria, perfección y lustre se mantiene completamente detenida, en lo que a resultados espirituales concierne, hasta que la oración se ha encendido y creado la corriente. La textura, fineza y fuerza del sermón carece de valor a menos que el poderoso impulso de la oración forme parte de él, se manifieste a través de él y lo respalde. El predicador debe colocar a Dios en el mensaje a través de la oración. Es a través de la oración, que el predicador debe mover a las personas hacia Dios antes de que las personas sean movidas hacia Dios a través de sus palabras. El predicador debe haber tenido una audiencia y acceso directo a Dios antes de poder tener acceso a la gente. El que el predicador goce de un acceso directo a Dios es la forma más segura de lograr que el pueblo tenga un acceso directo a El.

Es necesario reiterar que la oración, como mero hábito, como una función efectuada rutinariamente o de forma profesional, no es sino algo muerto y putrefacto. Esa clase de oración no está conectada en manera alguna a la oración por la que abogamos. Estamos enfatizando la verdadera oración, la cual enciende la vida del

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predicador—la oración que emana de la unión con Cristo y de la plenitud del Espíritu Santo, la cual emana de la profunda y sobreabundante fuente de compasión y deseo de bienestar eterno para el hombre; un celo y deseo consumidor de poseer la gloria de Dios; una completa convicción del difícil y delicado trabajo del predicador y de la imperativa necesidad que existe de la poderosa ayuda de Dios. La oración cuyo fundamento lo son estas solemnes y profundas convicciones, es la única oración verdadera. La predicación respaldada por una oración tal es la única predicación que siembra la semilla de la vida eterna en los corazones humanos y que prepara a los hombres para el cielo.

Es cierto que puede haber predicación que sea popular, placentera, intelectual, literaria, sabia, con una medida y forma de bien, por la cual se haya orado poco por no decir nada; pero la predicación que logra la manifestación de Dios debe nacer de la oración profunda, debe ser expuesta con la energía y el espíritu de la oración, debe dársele seguimiento y hacerse germinar, y ser mantenida como una fuerza vital en los corazones de los oyentes a través de las oraciones del predicador, mucho después de que la ocasión haya pasado.

Tal vez podamos excusar la pobreza espiritual de nuestra predicación en muchas maneras, pero

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el verdadero secreto puede ser encontrado en que no existe urgencia alguna por la presencia de Dios en el poder del Espíritu Santo en nuestras oraciones. Existen innumerables predicadores que pueden predicar hábiles mensajes, según su conocimiento, pero cuyos efectos son a corto plazo y no se convierten en factores de importancia dentro de las esferas espirituales donde se está librando la terrible guerra entre Dios y satán, entre el cielo y el infierno, debido a que los predicadores no se han tornado en poderosos militantes y en personas victoriosas espiritualmente a través de la oración.

Los predicadores que obtienen poderosos resultados para Dios son aquellos que han prevalecido en sus súplicas ante El, al atreverse suplicar por los hombres. Los predicadores poderosos en sus cámaras de oración con Dios son los que serán poderosos en los púlpitos ante los hombres.

Los predicadores son seres humanos, y están expuestos a las fuertes corrientes humanas. La oración es un trabajo espiritual y la naturaleza humana es tal, que no disfruta del trabajo espiritual. La naturaleza humana desea llegar al cielo impulsada por vientos favorables, surcando

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por un mar en calma. La oración es un trabajo humillante. Esta degrada el intelecto y el orgullo, crucifica la vanagloria y muestra nuestra bancarrota espiritual; todo esto es difícil de soportar por la carne humana. Es más fácil dejar de orar que soportar todo esto. Debido a eso, llegamos a uno de los puntos más cruciales de estos tiempos, y tal vez de todos los tiempos—poca o ninguna oración. De estos dos males, tal vez la poca oración sea peor que la falta de oración. La poca oración tiende a hacer que la gente piense que está bien, es un pretexto para la conciencia, un engaño, una ilusión.

El predicador está comisionado a orar así también como a predicar. Su misión está incompleta si no hace bien las dos cosas. El predicador puede hablar con toda la elocuencia humana y angelical, pero a menos que pueda orar con una fe tal que atraiga la ayuda celestial, su predicación será “como metal que resuena, o címbalo que retiñe”, en lo que a la honra permanente a Dios, y sus usos para la salvación de las almas se refiere.

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Mucho Tiempo Debe SerDedicado a la Oración

Los grandes maestros de la doctrina cristiana han encontrado siempre en la oración su más grande fuente de iluminación. No limitándonos meramente al tiempo que la iglesia inglesa dedicaba a la oración, se registra que el Obispo Andrés pasaba cinco horas diarias sobre sus rodillas. Las grandes resoluciones prácticas que han enriquecido y embellecido la vida humana en los tiempos cristianos han sido logradas a través de la oración.—Canon Liddon

Aunque debido a la naturaleza de las cosas, muchas de las oraciones privadas deben ser cortas; aunque las oraciones públicas, como regla, deben ser cortas y condensadas; aunque existe amplio lugar y se valora la oración jaculatoria—sin embargo, en nuestro tiempo de comunión privada con Dios, éste es un aspecto esencial para su valía. El mucho tiempo empleado con Dios es el secreto para toda oración exitosa. La oración que se siente como una fuerza poderosa es el producto inmediato del mucho tiempo pasado

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con Dios. Nuestras oraciones cortas le deben su eficacia y eficiencia a las oraciones largas que las han precedido.

La oración prevaleciente corta no puede ser efectuada por alguien que no haya prevalecido con Dios en una poderosa y larga lucha. La victoria de Jacob no hubiera podido ser ganada si no hubiera habido la lucha de toda la noche. No conocemos a Dios si le hablamos de forma intermitente y corta. Dios no derrama Sus dones sobre aquéllos que vienen a El de manera casual y rápida. Pasar mucho tiempo a solas con Dios es el secreto de conocerlo y de ser influenciado por El. El cede ante la persistencia de una fe que Lo conoce. El derrama sus mejores regalos sobre aquellos que declaran su deseo y apreciación por esos dones a través de su constancia e importunidad. Cristo, quien es nuestro Ejemplo en esto como en otras cosas, pasó muchas noches enteras en oración. El acostumbraba orar mucho. El tenía un lugar habitual de oración. Su historia y carácter están compuestos por largas sesiones de oración. Pablo oraba de día y de noche. Daniel tuvo que sacar tiempo de cosas importantes para orar tres veces al día. No existe duda alguna de que las oraciones de la mañana, el medio día y la noche, efectuadas por

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David, fueron en muchas ocasiones más que extensas. Aunque no tenemos un recuento específico del tiempo que estos santos de la Biblia dedicaron a la oración, existen indicaciones de que pasaron mucho tiempo orando, y acostumbraban, en algunas ocasiones tener extensos periodos de oración.

No deseamos que nadie llegue a pensar que el valor de sus oraciones ha de ser medido por el reloj, sino que nuestro propósito es que quede plasmado en nuestras mentes la necesidad de estar a solas con Dios; y que si este acontecimiento no ha sido producido por nuestra fe, entonces nuestra fe es débil y superficial.

Los hombres que mejor han ilustrado el carácter de Cristo y que más poderosamente han afectado el mundo han sido aquellos que han pasado mucho tiempo con Dios, al punto de haber convertido esto en parte indeleble de sus vidas. Charles Simeón le dedicaba a Dios las horas de las cuatro a las ocho de la mañana. El Sr. Wesley dedicaba dos horas diarias a la oración; él comenzaba a las cuatro de la mañana. Alguien que lo conoció bien escribió lo siguiente acerca de él: “Para él la oración era su negocio más que cualquier otra cosa, y yo lo he visto salir de su cámara de oración con una serenidad tal que su

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rostro parecía brillar”. John Fletcher manchaba las paredes de su habitación con el aliento de sus oraciones. En ocasiones él solía orar toda la noche; siempre, de manera frecuente y con gran seriedad. Su vida completa fue una vida de oración. El solía decir: “No me levantaba de mi asiento sin elevar mi corazón a Dios”. Su saludo a sus amigos siempre era: “¿Me reúno contigo en oración?” Lutero dijo: “Si dejo de pasar dos horas en oración cada mañana, el diablo se lleva la victoria durante todo el día. Tengo tanto que hacer, que no puedo hacer nada sin dedicar tres horas diarias a la oración”. Su dicho era: “Aquel que ha orado bien ha estudiado bien”.

El Arzobispo Leighton estaba tanto a solas con Dios que al parecer se encontraba en una perpetua meditación. “La oración y la alabanza eran su negocio y su placer”, dice su biógrafo. El Obispo Ken pasaba tanto tiempo con Dios que se dice que su alma estaba enamorada de Dios. El estaba con Dios antes de que el reloj tocara las tres cada mañana. El Obispo Asbury dijo: “Me propongo levantarme a las cuatro de la mañana tantas veces como pueda y pasar dos horas en oración y meditación”. Samuel Rutherford, cuya fragancia de piedad todavía se deja sentir, se levantaba a las tres de la mañana para encontrarse con Dios

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en oración. Joseph Alleine se levantaba a las cuatro de la mañana para orar hasta las ocho. Si él escuchaba a algún comerciante efectuando sus negocios antes de que él se levantara, exclamaba: “¡Oh, cuán vergonzoso! ¿No se merece mi Señor mucho más que el suyo?” Aquel que ha aprendido bien este trabajo, lo utiliza cuando surge la necesidad, y sabiendo que el cielo lo escuchará y recompensará.

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La Preparación del Corazónes Algo Necesario

Porque nada llega al corazón, excepto aquello que es del corazón, o traspasa la conciencia sino lo que proviene de la conciencia.—William Penn

En la mañana me encontraba más preocupado por la preparación de mi cabeza que de mi corazón. Este ha sido mi frecuente error, y me he dado cuenta siempre de su mal, especialmente al orar. ¡Señor, te pido entonces que lo cambies! Agranda mi corazón, y he de predicar.—Robert Murray McCheyne

El mensaje que está más lleno de conocimiento que de sentimiento no llegará eficazmente al corazón de los oyentes.—Richard Cecil

La oración, con su gran fuerza, ayuda a que los labios expresen la verdad a plenitud y con libertad. Debe orarse por el predicador; el predicador es una creación de la oración. Debe orarse por los labios del predicador; sus labios deben estar

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cubiertos por la oración al abrirse. Los labios santos son creados por la oración, por la mucha oración; los labios valientes son una creación de la oración, de la mucha oración. La Iglesia y el mundo, Dios y el cielo, le deben mucho a los labios de Pablo. Los labios de Pablo debieron su poder a la oración.

La multiplicidad ilimitada de la oración es de gran valor y ayuda para el predicador en diferentes formas, y en diferentes momentos, en toda ocasión. Uno de sus grandes valores es que ayuda su corazón.

La oración hace del predicador un predicador de corazón. La oración coloca el corazón del predicador en su mensaje; la oración coloca el mensaje del predicador en su corazón.

El corazón es el que hace al predicador. Los hombres de buen corazón son grandes predicadores. Los hombres de mal corazón pueden efectuar el bien hasta cierto grado, pero eso es raro. El mercenario y el extraño pueden ayudar a las ovejas en ciertas cosas, pero es el buen pastor con su buen corazón de pastor el que bendice a las ovejas y responden completamente al llamado pastoral.

Hemos enfatizado tanto la preparación del mensaje que hemos perdido de vista algo

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importante que debe ser preparado—el corazón. Un corazón preparado es mucho mejor que un mensaje preparado. Un corazón preparado será lo que haga realidad el mensaje.

Mucho se ha escrito acerca de cómo preparar mensajes, al punto de que hemos llegado a pensar que estos preparativos son el mensaje en sí. El joven predicador ha sido enseñado a colocar toda su fuerza en la forma, discernimiento y belleza de su mensaje como si fuera un producto intelectual y mecánico. Por lo tanto, hemos cultivado en las personas un gusto un tanto vicioso, por así decirlo, y le hemos dado más importancia al talento que a la gracia, a la elocuencia que a la piedad, a la retórica que a la revelación, a la reputación y a la brillantez que a la santidad. Debido a esto hemos perdido de vista la verdadera idea de lo que es la predicación, hemos perdido el poder de la predicación, hemos perdido la incitadora convicción de pecado, hemos perdido la rica experiencia y el elevado carácter cristiano, hemos perdido la autoridad sobre las conciencias y vidas, lo cual es siempre el resultado de la verdadera predicación.

No sería suficiente decir que los predicadores estudian demasiado. Algunos de ellos no estudian del todo; otros no estudian lo suficiente. Muchos no estudian de la manera apropiada para

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mostrarse aprobados por Dios. Pero nuestra gran carencia no es una de conocimiento cultural, sino de haber fallado en cultivar el corazón; nuestro triste defecto no es la falta de conocimiento sino la falta de santidad—no es que sepamos demasiado, sino que no meditamos en Dios y en Su palabra, ni velamos, ayunamos y oramos lo suficiente. El corazón es nuestro mayor estorbo para la predicación. Palabras llenas de verdad divina no pueden ser transmitidas debido a que nuestros corazones no son conductores; debido a que son detenidas, se desvanecen, son cortadas de raíz y carecen de poder.

¿Puede la ambición, la cual anda en busca de la alabanza y de una posición, predicar el evangelio de Aquel que se anonadó y tomó para Sí la forma de un siervo? ¿Puede el orgulloso, vano y egoísta predicar el evangelio de Aquel que fue humilde y manso? ¿Puede el hombre de mal temperamento, apasionado, egoísta, duro y mundanal predicar el sistema que habla acerca de sufrirlo todo, de negarse a sí mismo, de ternura, el cual demanda de forma imperativa la separación de la enemistad y la crucifixión de lo mundanal? ¿Puede el superficial oficial mercenario, carente de corazón predicar el evangelio que demanda que el pastor dé su vida por las ovejas? ¿Puede el hombre

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avariento, quien cuenta el salario y el dinero, predicar el evangelio hasta haber expuesto por completo su corazón cosa de poder decir en el espíritu de Cristo y Pablo y en las palabras de Wesley: “Lo tengo por estiércol y escoria; lo pisoteo; lo tengo (no yo, sino la gracia de Dios en mí) por el lodazal de las calles, no lo deseo y no lo busco”? La revelación de Dios no necesita la luz del genio humano, el lustre y la fuerza de la cultura humana, la brillantez del pensamiento humano, la fuerza del cerebro humano para adornarla o imponerla; pero sí demanda la simpleza, la docilidad, la humildad y la fe del corazón de un niño.

Lo que más necesitamos es preparar nuestros corazones. Para Lutero ésto era un postulado: “Aquel que ha orado bien, ha estudiado bien”. No queremos decir que los hombres no han de pensar y utilizar su intelecto; pero la persona que mejor utilizará su intelecto es aquella que más cultiva su corazón. No decimos que los predicadores no deban ser estudiantes; sino que lo que decimos es que su gran estudio lo debe ser la Biblia, y la persona que mejor estudia la Biblia es aquella que ha guardado su corazón con diligencia. No decimos que el predicador no deba conocer a los hombres, pero sí que será un buen conocedor de

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la naturaleza humana si ha estudiado las profundidades y los detalles intrincados de su propio corazón. Si decimos que aunque el canal de la predicación lo es la mente, su fuente lo es el corazón; se puede agrandar y profundizar el canal, pero si no busca bien la pureza y profundidad de la fuente, tendrá un canal seco o contaminado. Decimos que casi cualquier hombre de inteligencia común tiene el sentido suficiente como para predicar el evangelio, pero son pocos los que tienen la suficiente gracia como para hacerlo. Si decimos que aquel que ha luchado con su propio corazón y ha conquistado, aquel que ha enseñado en humildad, fe, amor, verdad, misericordia, simpatía y valentía, aquel que puede derramar los ricos tesoros de un corazón así entrenado, a través del intelecto humano, sobrecargando con el poder del evangelio las conciencias de sus oyentes, el tal será el predicador más veraz y exitoso ante su Señor.

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Unción, la Marca dela Verdadera Predicación

del Evangelio

Hable para la eternidad. Por sobre todas las cosas, cultive su propio espíritu. Una palabra hablada por usted durante un momento en el cual tiene una conciencia clara y su corazón lleno de la plenitud del Espíritu de Dios vale más que diez mil palabras habladas sin fe y en pecado. Recuerde que Dios, y no el hombre, deberá recibir la gloria. Si el velo de la maquinaria del mundo fuera rasgado, ¿cuánto encontraríamos que es hecho en respuesta a las oraciones de los hijos de Dios?—Robert Murray McCheyne

La unción es algo indefinible e indescriptible que un viejo y renombrado predicador escocés describiera de la siguiente manera: “En ocasiones en la predicación existe algo que no puede ser adscrito ni a la materia ni a la expresión, ya que no puede describirse lo que es o de dónde viene, aunque es algo que con una dulce violencia atraviesa el corazón y los sentimientos y que

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proviene inmediatamente del Señor; pero la única forma de obtener algo de esta índole, es a través de la disposición santa del orador”.

Nosotros lo llamamos unción. Es la unción la que hace que la palabra de Dios sea: “viva y eficaz, y más cortante que cualquier espada de dos filos; penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos, y es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón”. Es esta unción la que le da a las palabras del predicador la agudeza y poder y la que crea una fricción y agitación tal en muchas congregaciones muertas. Las mismas verdades han sido dichas de forma estrictamente escrita, de la forma más diplomáticamente posible; sin embargo no han habido señales de vida, ni respuesta alguna; todos han permanecido tan apacibles como la tumba y tan muertos. En el interín, el mismo predicador recibe un bautismo de esta unción, el inflatus divino se apodera de él, la letra de la Palabra es embellecida y encendida por este misterioso poder, y comienzan los latidos de vida—la vida que recibe o la vida que resiste. La unción satura y convence a la conciencia, quebranta el corazón.

Esta unción divina es el aspecto que separa y distingue la predicación del verdadero evangelio

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de todos los demás métodos de presentación de la verdad, y lo que crea un ancho cismo espiritual entre el predicador que la posee y el que no la posee. Esta respalda e impregna la verdad revelada con toda la energía de Dios. La unción es simplemente colocar a Dios en su propia palabra y en su propio predicador. A través de la devoción poderosa, grande y continua, todo se torna potencial y personal para el predicador; ésta inspira y aclara su intelecto, le da perspicacia, dominio y poder para proyectarse; le da al predicador poder proveniente del corazón el cual es mayor que el poder proveniente de la cabeza; lo cual permite que la ternura, pureza y fuerza emanen del corazón a través de la misma. Los frutos de esta unción lo son el engrandecimiento, la libertad, la plenitud de pensamiento, la orientación y simpleza de la pronunciación.

A menudo la formalidad es erróneamente tomada por esta unción. Aquel que posee la unción divina será formal en su naturaleza espiritual de las cosas, pero puede haber mucha formalidad sin haber unción.

La formalidad y la unción parecen ser lo mismo desde algunos puntos de vista. La formalidad puede ser prestamente substituida, sin detección alguna o erróneamente tomada por unción. Se

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necesita tener una visión espiritual para notar la diferencia.

La formalidad puede ser sincera, seria, ardiente y perseverante. Esta persigue algo con buena voluntad, es perseverante, y urge con su ardor; lo sigue con fuerza. Pero ninguna de estas fuerzas va más allá de la mera fuerza humana. El hombre está en esto—el hombre completo, con toda su voluntad y corazón, con toda su mente y genio para planificar, trabajar y hablar. El se ha colocado a sí mismo para un propósito que lo ha dominado, y lo persigue para dominarlo. Puede que no haya nada de Dios en ello. Puede que haya muy poco de Dios en ello, debido a que haya tanto del hombre en ello. El puede presentar súplicas, abogando por su serio propósito, el cual puede complacer o tocar y moverse o abrumar debido a la convicción de su importancia; y en todo esto el empeño puede moverse de manera terrena, siendo impulsada solamente por la fuerza humana, habiendo sido hecho su altar por manos terrenales y habiendo sido su fuego encendido por llamas terrenales. Se dice, acerca de un famoso predicador de dones, el cual utilizaba la Escritura para su propio propósito, que se “tornó en alguien muy elocuente según su propia exégesis”. Es así que los hombres crecen en su empeño a través de sus

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propios planes o movimientos. El empeño puede ser estimulado de forma egoísta.

¿Qué de la unción? Lo indefinible en la predicación es lo que hace a la predicación. Es eso lo que distingue y separa a la predicación de todas las meras oratorias humanas. Es la predicación divina. Esta hace de la predicación algo afilado para aquellos que necesitan esa agudeza. Esta destila como lo hace el rocío para aquéllos que necesitan ser refrescados. Una buena manera de describirla es:

“una espada de doble filo proveniente de un penetrante temple celestial Y dobles eran las heridas que causaba Allí donde entre medio entraba. Era muerte para el pecado; vida Para todos los que el pecado aborrecían. Inflamaba y silenciaba las luchas Lograba tanto la guerra como la paz”.

Esta unción viene al predicador no en el estudio sino en su lugar secreto de oración. Es la destilación celestial en respuesta a la oración. Es la dulce exhalación del Espíritu Santo. Esta impregna, llena, suaviza, infiltra, corta y calma. Lleva la Palabra como dinamita, sal, azúcar; hace de la

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Palabra un consuelo, un emplazamiento, un revelador, un explorador; hace del orador una persona culpable o santa, lo hace llorar como a un niño y vivir como un gigante; abre su corazón y su cartera de manera tan gentil, y a la vez tan fuerte como la primavera abre las hojas. Esta unción no es el don de un genio. No se encuentra en las aulas de aprendizaje. Ninguna elocuencia puede galantearla. Ninguna industria puede ganarla. El prelado que puede conferirla. Es un don de Dios—el sello colocado sobre sus propios mensajeros. Es el rango divino de caballero otorgado a los verdaderos escogidos y a los valientes que han buscando esta honrosa unción a través de largas horas de llanto y de lucha en oración.

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La Oración es la Marca del Liderazgo Espiritual

Dadme cien predicadores que no le teman a nada sino al pecado y que no deseen nada más excepto a Dios, y no me importará si son prelados o laicos; personas tales serán las que harán temblar las puertas del infierno y las que harán que el reino celestial se asiente sobre esta tierra. Dios no hace nada que no sea en respuesta a la oración.—John Wesley

Los apóstoles conocían la necesidad y valía de la oración en su ministerio. Ellos sabían que su gran comisión como apóstoles en vez de relevarlos de la necesidad de la oración, los comprometía aun más a esta urgente necesidad. Era por eso que se sentían muy celosos si alguna otra tarea importante tomaba su tiempo y les evitaba orar como debían hacerlo, por lo cual nombraron laicos que velaran por las delicadas y crecientes tareas del ministerio a los pobres para que ellos (los apóstoles) pudieran sin interrupción alguna “entregarse de continuo a la oración y al ministerio de la palabra”. La oración es colocada en primer lugar y su relación con la oración es lo más importante—“entregarse a ella”, haciéndola su

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mayor preocupación, entregándose a sí mismos a la oración con fervor, urgencia, perseverancia y dedicándole todo su tiempo.

¡Oh, cuán maravillosa la forma en la que hombres santos y apostólicos se entregaron a esta divina tarea de la oración! Pablo dice: “de día y de noche”. “Nos entregaremos constantemente a la oración”, fue el concenso de la devoción apostólica. ¡Oh, cuán maravillosa fue la manera en la que estos predicadores neotestamentarios oraron por el pueblo de Dios! ¡Oh, cómo inyectaron fuerza en sus iglesias a través de la oración! Estos santos apóstoles no pensaban vanamente que habían llenado sus solemnes tareas al predicar fielmente la Palabra de Dios, sino que su predicación llegaba a la médula misma de sus oyentes debido al ardor y a la insistencia de su oración. La oración apostólica era algo gravoso, laborioso y tan imperativo como la predicación apostólica. Ellos oraban poderosamente de día y de noche para llevar a sus oyentes a las más altas cimas de fe y santidad. Ellos oraban aun más poderosamente para mantenerlos en aquella altura espiritual. El predicador que nunca ha aprendido, en la escuela de Cristo, el divino arte de la intercesión por su gente, nunca aprenderá el arte de la predicación, aun cuando sea expuesto

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a la homilética, y aunque sea el genio más dotado en la creación de sermones y en la predicación de los mismos.

Las oraciones de líderes apostólicos santos hacen mucho por convertir en santos a aquéllos que no son apóstoles. Si los líderes de la Iglesia en los años subsiguientes hubieran sido tan particulares y fervientes en su oración por las almas como los apóstoles lo fueron, los tristes y obscuros tiempos de mundanalidad y apostasía no hubieran echado a perder la historia, eclipsado la gloria y detenido el avance de la Iglesia. La oración apostólica es la que hace a los santos apostólicos y la que mantiene los tiempos de pureza y poder apostólico dentro de la Iglesia.

¡Que grandeza del alma! ¡Qué pureza y elevación de motivo! ¡Qué falta de egoísmo! ¡Qué sacrificio y ardua tarea! ¡Qué pasión espiritual! ¡Qué tacto divino es necesario para ser un intercesor de la raza humana!

El predicador ha de entregarse por completo a la oración por su gente; no para que reciban salvación, sino simplemente para que sean poderosamente salvados. Los apóstoles oraron para que sus santos fueran perfeccionados; no para que sintieran meramente un pequeño deseo por envolverse en las cosas de Dios, sino para que fueran

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“poderosamente llenos de la plenitud de Dios”. Pablo no dependió de su predicación apostólica para conseguir esto, sino que “por esta causa, pues, doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo”. Fueron las oraciones de Pablo las cuales condujeron a los que se convirtieron bajo su ministerio por los caminos de la santidad de los cuales Pablo les predicara. Epafras hizo tanto o mucho más a través de la oración por los santos colosenses que a través de su predicación. El laboró fervientemente siempre en oración por ellos para que: “estéis firmes, perfectos y completamente seguros en toda la voluntad de Dios”.

Los líderes son preeminentemente los líderes de Dios. Ellos son las personas primordialmente responsables de la condición de la Iglesia. Son ellos los que forman su carácter y los que le dan tono y dirección a su vida.

Casi todo depende de estos líderes. Son ellos quienes le dan forma al tiempo y a las instituciones. La Iglesia es divina, el tesoro que guarda es celestial, pero tiene la huella humana. El tesoro se encuentra en vasos de barro, y tiene las características de los mismos. La Iglesia de Dios hace, o está compuesta, por sus líderes. Ya sea que los haga o que esté compuesta por ellos, ésta

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sólo será lo que sus líderes sean—espiritual, si sus líderes lo son, secular, si sus líderes lo son, un conglomerado si sus líderes lo son. Los reyes de Israel dotaron de carácter la piedad de Israel. Es raro que una iglesia se revele en contra o se levante por sobre la religión de sus líderes. Líderes espirituales fuertes; hombres santos, a la vanguardia, son una muestra del favor de Dios. El desastre y la debilidad siguen a los líderes débiles o mundanales. Israel había caído bien bajo cuando Dios les dio niños para que fueran sus príncipes y bebés para que los gobernaran. Ninguno de los profetas profetizó felicidad cuando los niños oprimieron al Israel de Dios y cuando las mujeres gobernaron sobre él. Los tiempos de liderazgo espiritual son tiempos de gran prosperidad espiritual para la Iglesia.

La oración es una de las características eminentes del liderazgo espiritual fuerte. Los hombres poderosos en la oración son hombres poderosos que moldean las cosas. El poder que tienen en Dios es el que los lleva a la conquista.

¿Cómo puede un hombre predicar si no ha recibido un mensaje fresco de Dios en su cámara de oración? ¿Cómo puede predicar sin que su fe sea inquietada, su visión aclarada, y su corazón tocado por su relación cercana con Dios? Tristes

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son los labios que hablan desde el púlpito pero que no son tocados por las llamas que se encuentran en la cámara secreta. Estos estarán secos y carentes de unción para siempre, y ninguna verdad divina emanará de ellos con poder. En lo que a los verdaderos intereses de la religión respecta, un discípulo sin una cámara de oración siempre será alguien estéril.

Un predicador puede predicar de manera oficial, para entretener, o para instruir sin haber orado, pero existe una gran distancia entre esta clase de predicación y el sembrar la preciosa semilla de Dios con manos santas y en oración, con corazones gimientes.

Un ministerio carente de oración es el sepulturero de toda la verdad de Dios y de la Iglesia de Dios. Puede que tenga el féretro más caro y las flores más hermosas, pero es de todas formas un funeral, a pesar de lo bien dispuesto que esté. Un cristiano que no ora, nunca aprenderá la verdad de Dios. Un ministerio carente de oración nunca podrá enseñar las verdades de Dios. Años de gloria milenial se han perdido debido a que la Iglesia no ha orado. La venida de nuestro Señor ha sido pospuesta indefinidamente debido a una Iglesia que no ora. El infierno ha cobrado una mayor dimensión y ha llenado sus terribles cavernas

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ante la presencia de los servicios muertos de una Iglesia que no ora.

La mejor y más grande ofrenda lo es la ofrenda de oración. Si los predicadores del siglo veinte aprendieran bien la lección de la oración, y utilizaran a plenitud el poder de la oración, el milenio llegaría a su plenitud antes del final de este siglo. “Orad sin cesar” es el llamado de la trompeta a todos los predicadores del siglo veinte. Si el siglo veinte llevara sus textos, pensamientos, palabras y mensajes a las cámaras de oración, el siglo venidero tendría lugar en un nuevo cielo y en una nueva tierra. El viejo cielo y la vieja tierra manchados y eclipsados por el pecado pasarán bajo el poder de un ministerio de oración.

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Un Púlpito Impregnado de Oración Trae Como Resultado

Fervor en los Escaños

A juzgar, mi oración es mucho más poderosa que el diablo mismo; si no fuera así, Lutero hubiera sufrido una suerte diferente hace mucho tiempo. Sin embargo los hombres no verán y reconocerán las grandes maravillas o milagros que Dios obra por mí. Si dejara de orar, tan sólo un día, perdería una gran medida del fuego de la fe.—Martín Lutero

Los apóstoles sólo tuvieron vislumbres de la gran importancia de la oración antes del día de Pentecostés. Pero el hecho de que el Espíritu viniera y los llenara el día de Pentecostés elevó la oración a su posición vital y poderosa en el evangelio de Cristo. El llamado a la oración efectuado ahora a cada creyente es el llamado más exigente y fuerte de todos. La piedad de la santidad es creada, refinada y perfeccionada por la oración. El evangelio se mueve lento y tímidamente cuando los santos no oran temprano, tarde y largamente.

¿Dónde se encuentran los líderes cristianos

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que puedan enseñarle a los santos de la actualidad cómo orar y llevarlos en oración? ¿Sabemos que estamos criando santos que no oran? ¿Dónde están los líderes apostólicos que puedan poner a orar al pueblo de Dios? Permitid que pasen al frente y que hagan el trabajo, ya que será el trabajo más grande jamás hecho. Un aumento en las facilidades educativas y el gran aumento en la fuerza ejercida por el dinero serán la peor maldición a la religión, si no están santificadas por una mayor y mejor oración. El incremento en la oración no vendrá como algo natural. La campaña para el fondo del siglo veinte o treinta no ayudará nuestra oración sino que la afectará si no somos cuidadosos. Lo único que aprovechará será el esfuerzo específico efectuado por un liderazgo de oración. Los principales deberán dirigir en el esfuerzo apostólico de radicar la importancia vital en el corazón y en la vida de la Iglesia. Sólo los líderes que oran tendrán seguidores que oran. Un púlpito impregnado de oración traerá como resultado fervor en los escaños. Tenemos una gran necesidad de personas que puedan dirigir a los santos en la oración. No somos una generación de guerreros de oración. Los cristianos que no oran son una banda de limosneros que carecen de la pasión, belleza y poder de los santos.

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¿Quién restaurará esta brecha? El más grande entre los reformadores y apóstoles será aquél que ponga a la Iglesia a orar.

Nuestro más grande juicio es saber que la Iglesia de esta época y de todas las épocas tiene la gran necesidad de hombres de una fe tal, de una santidad a tal punto carente de impurezas, de un vigor espiritual tan marcado y de un tan profundo celo espiritual, que sus oraciones, fe, vidas y ministerio sean tan radicales y agresivos que lleven a cabo revoluciones espirituales en las vidas, tanto de las personas como de la Iglesia.

No hablamos de hombres que consigan mover las masas a través de nuevos recursos, ni de aquellos que atraen a través del placentero entretenimiento, sino hombres que puedan avivar las cosas, y obrar revoluciones a través de la predicación de la Palabra de Dios y del poder del Espíritu Santo, revoluciones que cambien la corriente de las cosas.

La habilidad natural y las ventajas educativas no figuran como factores en este asunto; pero si lo hacen la capacidad para la fe, la habilidad para orar, el poder de la completa consagración, la habilidad para el empequeñecimiento, el anonadarse completamente para que Dios reciba la gloria, y el deseo insaciable y siempre presente

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de buscar la plenitud de Dios—hombres que puedan encender la Iglesia en nombre de Dios, no de manera ruidosa y exhibicionista, sino con la intensidad y calor que derrita todo y que lo dirija hacia Dios.

Dios puede obrar milagros si tiene la persona indicada a mano. Los hombres pueden obrar milagros si permiten que Dios los dirija. La completa dotación del poder del Espíritu para que alboroten el mundo sería de muchísima utilidad en estos últimos días. Lo que la Igleisa necesita a nivel universal son personas que puedan alborotar las cosas de manera tan poderosa para Dios, que sus revoluciones espirituales cambien todos los aspectos de las cosas.

La Iglesia nunca ha carecido de estos hombres; éstos adornan su historia; ellos son los milagros vivientes de la divinidad de la Iglesia; su ejemplo e historia son de inspiración y bendición inagotable. Nuestra oración debería ser que aumentaran en número y poder.

Aquello espiritual que ha tomado lugar, puede volverse a repetir, y hasta puede hacerse mejor. Este fue el punto de vista de Cristo. El dijo: “En verdad, en verdad os digo: el que cree en mí, las obras que yo hago, él las hará también; y aun mayores que éstas hará, porque yo voy al

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Padre”. El pasado no ha terminado con las posibilidades ni con las demandas de hacer cosas grandes por Dios. La Iglesia que depende de su historia pasada para sus milagros de poder y gracia es una Iglesia caída.

Dios desea seleccionar hombres—hombres que se hayan crucificado severamente a sí mismos y que también hayan sido crucificados por el mundo; hombres que hayan sufrido una bancarrota tal y que se hayan arruinado ante el mundo a tal grado, que no exista ni la esperanza ni el deseo de que haya una recuperación; hombres que debido a su insolvencia y crucifixión se hayan tornado hacia Dios para que El perfeccione sus corazones.

Oremos ardientemente para que la promesa de Dios en cuanto a la oración haga mucho más que tomar lugar.

“El carácter de nuestraoración determinará

el carácter denuestra pedicación”.

“Hablarle a los hombresde parte de Dios es algo grande,

pero más grande aun eshablarle a Dios de parte

de los hombres”.

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