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1 ORION Carlos Raúl Sepúlveda Nota de los editores Desde que se iniciara el estudio científico de la parapsicología en el Instituto Rhine, se hizo evidente para los investigadores la necesidad de un nuevo signo gráfico. Un signo que simbolizase en las paginas impresas la procedencia mental del párrafo o pasaje, de igual modo como los signos de puntuación convencionales indican que los conceptos que adicionan son de origen verbal. Así, se escogió para representar este concepto la convención #, principalmente porque existe en muchas máquinas de escribir. El mencionado símbolo, utilizado casi exclusivamente por profesores, científicos y estudiantes de parapsicología en tesis doctorales, estudios técnicos y libros de alta especialización se emplea aquí por Juan Louis Brisset, por primera vez ,en una obra escrita en lenguaje corriente. Brisset, eso si, le otorga un significado distinto, el de Alien -sueño, concepto de su creación, que pretende definir un estado infra- vigílico, tal como explica en su obra. Consideramos necesario advertir también que todas las referencias bibliográficas, relativas a autores y personalidades históricas, y ubicaciones, tanto geográficas como arqueológicas de esta obra, son absolutamente verificables en las fuentes citadas. CAPITULO I: Contacto en el mar. En el verano de 1990 me encontraba en la provincia de Bio-Bio en medio de unas cortas vacaciones cuando se inició la más extraordinaria experiencia que jamás hubiese conocido y la vida insólita que llevo desde entonces. El relato que hago a continuación, mientras veo caer el crepúsculo desde la milenaria arcada de piedra que se abre desde mi habitación hacia la selva, carece de pruebas tangibles.

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ORION Carlos Raúl Sepúlveda

Nota de los editores

Desde que se iniciara el estudio científico de la parapsicología en el Instituto Rhine, se hizo evidente para los investigadores la necesidad de un nuevo signo gráfico.

Un signo que simbolizase en las paginas impresas la procedencia mental del párrafo o pasaje, de igual modo como los signos de puntuación convencionales indican que los conceptos que adicionan son de origen verbal. Así, se escogió para representar este concepto la convención #, principalmente porque existe en muchas máquinas de escribir.

El mencionado símbolo, utilizado casi exclusivamente por profesores, científicos y estudiantes de parapsicología en tesis doctorales, estudios técnicos y libros de alta especialización se emplea aquí por Juan Louis Brisset, por primera vez ,en una obra escrita en lenguaje corriente.

Brisset, eso si, le otorga un significado distinto, el de Alien -sueño, concepto de su creación, que pretende definir un estado infra- vigílico, tal como explica en su obra.

Consideramos necesario advertir también que todas las referencias bibliográficas, relativas a autores y personalidades históricas, y ubicaciones, tanto geográficas como arqueológicas de esta obra, son absolutamente verificables en las fuentes citadas.

CAPITULO I: Contacto en el mar.

En el verano de 1990 me encontraba en la provincia de Bio-Bio en medio de unas cortas vacaciones cuando se inició la más extraordinaria experiencia que jamás hubiese conocido y la vida insólita que llevo desde entonces.

El relato que hago a continuación, mientras veo caer el crepúsculo desde la milenaria arcada de piedra que se abre desde mi habitación hacia la selva, carece de pruebas tangibles.

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Bien sé, por mi propia experiencia que el testimonio personal o colectivo no basta para justificar ningún aserto.

La humanidad constituye una especie inestable, insegura. Nos manejamos orgullosamente en una minúscula parte del conocimiento creyendo pisar en terreno conquistado, a pesar de que el devenir histérico nos muestra día a día que lo que pomposamente llamamos ciencia, es solamente una tentativa frustrada por construir una imagen coherente de la realidad.

Aún así, continuamos exigiendo objetividad y criterio científico como si todo esto tuviese alguna importancia.

De modo pues, que para ceñirme a tal usanza, no tengo inconveniente en señalar que durante los meses de enero y febrero de dicho año, hubo en Chile una oleada de avistamientos de objetos voladores no identificados, ovnis, que se inició en Punta Arenas, la ciudad situada en el extremo más austral del mundo, siendo especialmente notable a la altura de la provincia de Concepción para derivar luego al oeste.

Si consultan los diarios de ese período, ¨La Discusión y ¨El Sur ¨, entre otros, podrán apreciar incluso, un dibujo, realizado por un testigo ocular, notablemente parecido a la nave original. Pero me estoy adelantando.

Ahora está claro para mí que se había establecido en los cielos chilenos uno de esos invisibles caminos, esas líneas rectas sobre las cuales circulan los platívolos, que el investigador Aimé Michel descubriera.

La gran ola de platillos voladores que invadió los cielos de Europa durante el año 1954, permitió establecer al científico francés, que las observaciones entregadas por los testigos estaban distribuidas en una impecable línea recta, aún cuando se tratara de distancias tan extensas como las existentes entre Francia, Italia y las Islas Británicas.

La ortotenia, una novedosa teoría operativa, estableció las constantes en la aparición de los intrusos cósmicos, así como descartó de manera definitiva el azar y puso en descubierto una voluntad racional y un método en el desplazamiento de los extraterrestres.

Posteriormente, y a raíz de los mismos sucesos que a continuación narraré, he llegado a la conclusión de que los testimonios que entregan las publicaciones especializadas, suelen ser parcos en lo relativo a lo que hacían los testigos al momento de producirse el contacto. También, en lo que dice relación con su personalidad, educación, ideología, etc.

Este fenómeno es ahora perfectamente explicable para mí. He comprendido que a causa del impacto psíquico que provoca el suceso en el instante en que ocurre, la

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mayoría de la gente prefiere evitar pensar en ello y opta por un olvido voluntario, pero no menos profundo que el natural. Ahora les diré‚ lo que nos ocurrió.

El encuentro

Mi nombre es Jean Louis Brisset, chileno, profesor de enseñanza básica, soltero, 32 años recién cumplidos, aficionado a los videos de acción y gran amante del montañismo y la pesca.

El día 26 de enero del año ya citado me encontraba junto a un grupo de amigos, acampando en una playa cercana a Concepción, en la provincia de Bio-Bio.

Mis compañeros eran Ismael Burgos, un pintor paisajista aproximadamente de mi edad, evangélico, Patricio Haschke, ingeniero y mi amigo de infancia con su esposa Eugenia, maestra de profesión y, finalmente, un joven, Jaime Morales, amigo de Ismael, quien se agregó al equipo en último momento y cuya ocupación continúo ignorando.

La noche estaba tibia y hermosa con ese increíble cielo estrellado que solo puede verse en mi país y para disfrutarla habíamos dejado a la hoguera consumirse sin agregar la leña previamente acopiada.

Eugenia, quién posee una excelente voz, cantaba acompañándose de una guitarra y el resto coreaba las últimas estrofas de Río, río, la antigua canción chilena.

Ismael se levantó para añadir un leño a las brasas mortecinas que comenzaban a cubrirse de ceniza cuando de pronto, al dirigir sus ojos hacia la playa quedó paralizado.

- ¡Miren , miren!- exclamó con voz quebrada.

Nos volvimos hacia el punto indicado.

Al principio creí que se trataba de un fenómeno óptico, una increíble visión que parecía proyectar la película de una puesta de sol al revés y el astro, rojo y gigantesco, deformado por la refracción del aire, emergiera de las aguas levantándose hacia el cielo lentamente, con una especie de majestad ceremonial, tal como el sacerdote levanta una ostia frente al altar.

Permanecimos inmóviles y en silencio, sin poder aceptar ni comprender lo que veíamos.

Un viento frío que venía desde el océano nos sacudió de pronto levantando desde los carbones de la fogata un torbellino de chispas.

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-! Señor !- dijo Ismael con una voz gruesa, distorsionada, cayendo de rodillas frente a la visión.

Comprendí que Burgos imaginaba estar frente a algo trascendental y milagroso, un fenómeno que tenía que ver con su fe.

Tampoco yo estaba muy lejos de compartir sus creencias enfrentando a aquel glóbulo sangriento e inconmensurable que flotaba ingrávido. Que se acercaba a nosotros como si el viento que se levantaba desde el mar ,le arrastrase en dirección a las arenas que resplandecían iluminadas ahora por la intensa luz.

- Cambia de color- dije con una voz áspera, tan extraña que a mí mismo me sobresaltó. En efecto, el ovoide, del matiz rojo inicial, había derivado al naranja y posteriormente a un amarillo que se iba tornando verde azulado, tal como si una rosa cromática girara lentamente sobre el horizonte.

El esferoide, suspendido sobre nosotros cubría las estrellas y todo el cielo con su enorme estructura. Divisé‚ algunas formas que se enganchaban unas con otras como si fuesen partes móviles , fragmentos de un rompecabezas de metal.

Mis ojos distinguieron, en la parte inferior de la nave, una zona obscura, un diseño preciso, una forma familiar y ajena al mismo tiempo cuya procedencia no pude precisar.

- Es un plato volador - susurró Patricio atrayendo protector a Eugenia - un verdadero plato volador...

Era realmente ridículo llamar plato volador a aquello y sin embargo...

La voz de Haschke actuó como una señal.

El aparato pareció romper los invisibles lazos que le anudaban a la ingravidez y cayó vertiginosamente hacia nosotros.

Me pareció que el cielo , como en el antiguo cuento infantil, se desplomaba.

Sin saber como, ni porqué ,por primera vez en mi vida, fui asaltado por el pánico.

Invadido por un espanto incontrolable eché a correr hacia la playa, a cualquier lado, no importa donde, sin pensar .

La nave se detuvo milagrosamente , no había otra palabra, a un par de metros de la cabeza de Ismael Burgos que permanecía orando de rodillas junto al fuego, y volvió a ascender otra vez con una rapidez imposible de asimilar.

-! Ahí viene de nuevo ! - gritó alguien.

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El colosal navío, como un cachalote furioso, volvió a picar hacia nosotros.

Como en una pesadilla atroz pude darme cuenta que Patricio corría junto a mí, arrastrando de la mano a su mujer.

Noté‚ como se iluminaba hasta el último detalle del terreno, al aproximarse la nave nuevamente a la tierra, siguiéndonos de la misma manera como un gato juega con su presa y pasar rozando nuestras cabezas, silencioso como un infinito pez globo.

Eugenia tropezó cayendo al suelo y mi amigo la arrastró por algunos metros antes de detenerse para permitir que se irguiera.

- !Ay, ay! Estos desgraciados ! ! Estos desgraciados ! Oí que ella sollozaba desconsoladamente.

Yo proseguí mi insensata carrera.

Ya volvía.

El aire desplazado por la máquina generaba una poderosa fuerza que me impulsaba hacia adelante incontenible.

Esta vez sentí un olor; un olor profundo, penetrante, parecido al que desprenden en primavera las agujas de los pinos ; un aroma ajeno que me llegaba hasta las vísceras, sondeándolas como una espada fría.

Sentí nauseas y a pesar de toda mi voluntad, perdí el conocimiento.

Los testigos

Lo primero que pude ver entreabriendo los ojos fue una luz parpadeando al final de una especie de túnel.

Sentía un hormigueo en las piernas, algo así como una especie de vibración persistente, como un calambre acompañado por un intenso dolor de cabeza.

La molestia iba en aumento con cada latido de mi corazón repercutiendo en mis sienes como el parche de un tambor golpeado. Una basca amarga me apretó la garganta. Todavía experimentaba nauseas, continuaba mareado e ignoraba el sitio en que me encontraba. Torpemente intenté‚ ponerme de pié‚.

La arena crujió en mis manos y bajo las rodillas.

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! La playa, por supuesto !

Con una exclamación de temor el recuerdo de lo ocurrido me inundó de pronto; el platívolo, el pánico sin control, la nave extraterrestre surcando el aire como un escualo hambriento...

La luz aquella, debía proceder de nuestra fogata, eso, y mis amigos...

¿ Que habría sucedido con ellos ?

Me acerqué‚ tambaleante.

Sí. Allí estaban todos, un patético grupo en torno al fuego como antaño se agrupara el clan en las cavernas huyendo de las sombras, de los grandes saurios, del terror..

Volvieron hacia mí sus ojos dilatados por el espanto.

-! Es el gringo ! ¿ Que te pasó Jean Louis ? ¿ Adónde te habías metido ?

- No lo sé, - respondí dejándome caer junto al fuego - No puedo recordar, solo se que no me siento bien. Tampoco el resto tenía muy claro lo sucedido. El tiempo se había distorsionado en una forma tan extraña que a pesar de que me parecía que solo habían transcurrido unos minutos desde la aparición de la nave, podía vislumbrarse en el cielo, hacia el este , la claridad que precede el alba.

Tomé un trago de pisco e hice circular la botella. Sin duda lo necesitábamos. Ismael y Morales creían vivir una muy particular experiencia mística. Un contacto en vivo y en directo con el Espíritu Santo; La llama iluminadora de los profetas que bajaba desde el cielo, una gracia que a todos nosotros, tal vez por la buena compañía, nos había sido concedida por voluntad del Altísimo.

Pato se atrevió a opinar ,con gran molestia de Burgos, que podía tratarse de una astronave y, en cuanto a Eugenia, esta opinó, aún temblorosa, que debía tratarse de una alucinación colectiva.

El tema “platillos voladores” nunca había sido materia de mi predilección por lo que no era fácil, aún en ese momento, entregar mi opinión, sin embargo, ya no podía ignorar como un hecho objetivo la existencia de razas, una o varias, extraterrestres.

Desde “La Guerra de los Mundos “ de Herbert George Wells en adelante, las películas y novelas nos habían mostrado horribles monstruos, criaturas agresivas y belicosas, reflejos de nuestros propios temores que llegaban al tercer planeta con el sano y comprensible propósito de dominarnos, apoderarse de nuestros recursos naturales, utilizar a la humanidad como mano de obra esclava ; Disponer

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de nosotros como alimento o simplemente achicharrarnos con sus pistolas de rayos láser por el viejo problema del espacio vital.

Poco a poco, no obstante, de acuerdo a los cambios cada vez más dramáticos que se producían en la correlación de fuerzas internacionales, el equilibrio, o más bien la creciente homogeneidad de las potencias en el afán de buenos negocios y la respectiva y creciente necesidad de paz mundial y estabilidad comercial, otros novelistas, otros cineastas y otros guionistas de TV, sensibles al fenómeno, se habían encargado de enseñarnos algo diferente ; los alienígenas ,en virtud de las nuevas condiciones imperantes, se transformaban en antiguos dioses benevolentes, héroes civilizadores ; Mesías tecnológicos de nuevo cuño hacia los cuales la mirada de la humanidad se volvía con esperanza o angustia.

La verdad es que, en el presente, existen cada vez menos personas que nieguen la posibilidad de su existencia e incluso se han organizado diferentes grupos, movilizando en torno a los supuestos salvadores alienígenas sus inquietudes, esperanzas y sentimientos.

Los citados grupos se constituyen en portavoces que difunden los mensajes celestiales. Comunicaciones paternalistas e ingenuas que nos dicen que seamos buenos niños y no metamos los dedos en los enchufes eléctricos ni juguemos con las fuerzas cuyo potencial ignoramos ,como la investigación espacial y la energía atómica.

Miles y miles de personas levantan en la actualidad sus ojos hacia la infinitud de las galaxias esperando, contra toda razón, la venida de estos ángeles tecnificados en la gloria de la ciencia desconocida, que nos vendrán a redimir de nuestros pecados y a rescatarnos del núcleo atómico infernal al que nos conduce inevitablemente nuestra propia maldad o tontería.

Sin embargo ninguno de estos casos, de los cuales yo estaba al tanto, coincidía con los extraordinarios sucesos que acabábamos de experimentar.

De alguna manera sentía que habíamos sido defraudados. Esperaba, aún sin darme cuenta, mas seriedad por parte de los alienígenas.

Tal vez algo similar al arribo de Cristóbal Colon al nuevo continente; Una rodilla en tierra, pendones al viento y nosotros, terrícolas, adelantándonos maravillados tal como visualizara el director de la película “Encuentros cercanos del tercer tipo”.

Quizás un pequeño pulpo azul que dijera en un castellano con algo de acento :! Saludos, hermanos de la humanidad terrestre ! o algo parecido ,y nosotros, responder con toda la dignidad posible, con la mismísima tradicional y suicida hospitalidad con que los incas recibieron a Pizarro : Sean bienvenidos a la Tierra.

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Hasta me era posible aceptar su indiferencia, pero nunca, de ningún modo, que se pusieran a jugar a la pelota con nosotros.

Éramos como las víctimas de un chicuelo travieso que se oculta detrás de la puerta y nos sorprende inesperadamente saltando y gritando ! Buuu !

Mientras más pensaba en ello, entre mis silenciosos y pensativos amigos, mayor era mi creciente enojo.

El solo pensar en que aquella descomunal mole de tecnología interplanetaria cuyo funcionamiento no era siquiera capaz de imaginar, había sido lanzada una y otra vez sobre nosotros, con el único propósito de vernos correr, despertaba en mi una indignación tan grande que mi temor y confusión iniciales habían dado paso a la ira.

- ! Imbeciles ! Desgraciados, que se creerán ! - Pensaba aún tembloroso por la humillación.

Me venían a la memoria aquellos documentales sobre fauna africana que suelen entregar por televisión. Esos en que los camarógrafos viajan en helicóptero y filman, bajo ellos en el “veldt”, en la gran sabana, los rebaños de antílopes y cebras que se desperdigan aterrados como si fuesen granos de arena sacudidos en un papel blanco por el aterrador estruendo de la máquina volante.

Tal vez, sin saberlo, éramos también los protagonistas de una filmación cósmica, una película realizada para la diversión de inconcebibles espectadores de otros mundos.

Ismael parecía ya decididamente molesto. En su inocencia, no podía entender que después de la maravillosa escena que acabábamos de presenciar, no experimentáramos deseos de proclamar a su Dios. Todo aquello le parecía casi una ofensa personal.

- Te alabo, Padre mío - murmuraba entre dientes - porque has escondido estas cosas de los sabios y los intelectuales y los has revelado a tus pequeñuelos.

Jaime, poseído, caminaba sobre la arena orando a viva voz en una extraña jerga que mezclaba a Jehová y la Coca-Cola en el mismo plano, en tanto Eugenia, utilizando un mecanismo de autodefensa muy femenino se había convencido, de que nada de lo pasado era real y que habíamos sido víctimas de una alucinación colectiva, fruto de quién sabe que factor natural.

- En cuanto a mí - señaló Haschke - que nadie me ponga de testigo. Si llegaran a hacerlo tengan por seguro, desde ahora, que lo negaré todo. Este asunto es demasiado delicado para mi imagen profesional, tengo algunos clientes y quiero seguir del mismo modo. ¿ Por lo demás , que ganaríamos con dar testimonio de

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algo que nadie más creería ? Solo mala publicidad y para remate un sinfín de molestias.

Yo no quise decir nada. La cabeza me dolía bastante y el temblor que venía sintiendo en las extremidades desde que recuperara la conciencia no había disminuido en lo mas mínimo.

Lo único que quería era estar de regreso en casa lo mas pronto posible y descansar, sobre todo descansar, sentía que todo el cuerpo había sufrido golpes y magulladuras, aunque aparentemente no mostrara ninguna señal externa del maltrato.

Nuestras exclamaciones nerviosas, nuestras advertencias, la ira, el ‚éxtasis, habían sido reemplazadas por un creciente, espeso silencio que solo era quebrado por el ruido de las olas al estallar contra el roquerío.

La excursión estaba arruinada irremediablemente. El sol había hecho su aparición y las gaviotas chillaban sobrevolando la espuma.

Deshicimos las carpas de campaña, empacamos nuestros enseres y emprendimos el regreso.

CAPITULO II: El mensaje de los dioses.

Patricio habría tenido razón al aconsejar que olvidáramos todo el asunto a no ser por un detalle. Una vez de regreso en casa, había descubierto que la experiencia estaba afectando seriamente mi salud.

Los dolores de cabeza que me asaltaran desde un principio no habían terminado ni mucho menos; por el contrario, transcurridos ya ocho días de ocurrido el "Incidente " como habíamos dado en llamarle, parecían haber aumentado en intensidad y frecuencia.

A pesar de que siempre he tenido una sana y abundante cabellera, en el peine se me quedaban manojos de pelo flojo y sin vida ,que parecía chamuscado.

En la parte superior de la espalda, por el cuello, subiendo hacia la nuca me aparecieron unas placas rojizas, perfectamente geométricas, formadas por pequeños puntos, diez para ser exactos, que semejaban un rombo.

A juzgar por su equidistancia podría haber sido un extraño instrumento dotado de una decena de agujas hipodérmicas cada una situada a tres milímetros de la otra. Yo era un mal enfermo, siempre lo he sido y experimentaba aún el decaimiento y las nauseas con que se iniciara mi mal.

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Permanecía horas y horas sumido en un profundo sopor, del que ni la solicitud y el cariño de mis familiares y amigos lograban arrancarme.

Sin embargo no eran este cuadro el que más me preocupaba. Aquello que en mi vaga y ocasional percepción me parecía más alarmante era el caos que había arrastrado a su seno mi antigua personalidad.

Parecíame a veces que mi viejo yo se fuese disolviendo paulatinamente y brotase en cambio una extraña larva, una desconocida formación que intentaba apoderarse del mando.

Todo aquello en lo que había creído, mis pensamientos, emociones y sentidos, estaba siendo cuestionado por la naciente entidad e incluso mis valores estéticos parecían en camino de variar.

Las bajas construcciones suburbanas, los edificios coloniales , las reliquias del siglo diecinueve y hasta el Parque Forestal de mi entrañable Santiago me parecían ahora de una abrumadora fealdad.

Se llamó al medico.

El profesional, un hombre serio y entrado en años, no pudo brindarme ayuda. Recurrió entonces a la tabla salvadora de los facultativos que ignoran la cura o la enfermedad ; atribuyó mi estado a los efectos de una alergia o un envenenamiento.

De todas maneras no podía aventurar otras opiniones puesto que yo, siguiendo el consejo de Hascke, no le informé‚ acerca de la causa a la que de una forma u otra ,atribuía mis dolencias.

A mediados de la segunda semana los dolores de cabeza se hicieron menos frecuentes y las nauseas dejaron de incomodarme pero en cambio mi lengua se volvió tan torpe que a menudo debía callar, ante la imposibilidad de articular palabra alguna.

La sintomatología psíquica, unida a las ya descritas consecuencias físicas, continuaba evolucionando.

Mi hermano menor, René ,a menudo se veía obligado a despertarme por las noches, alarmado por mis gritos de pavor.

Abría los ojos aterrorizado, tembloroso, bañado en sudor pero no podía recordar absolutamente nada.

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Yo estaba persuadido de que mis pesadillas seguían un patrón o eran una sola que se repetía día y noche en cuanto era invadido por aquel pesado sopor que constituía a su vez , una de las manifestaciones de mi desequilibrio.

Finalmente, también el letargo que me mantenía postrado la mayor parte del tiempo comenzó a desvanecerse. Mi antigua voluntad, la que siempre había sido firme y dispuesta, como una guadaña, reaparecía.

Descubrimientos

Decidí enfrentarme por primera vez, en forma analítica ,a lo que me estaba sucediendo.

Para comenzar, percibía que había experimentado un cambio en lo relativo a mi anterior personalidad. Esta transformación no se refería tan solo a la cuestión específica de tener que relatar el Asunto Ovni, un suceso que para muchas personas, la mayoría, iba a ser algo difícil de aceptar.

Eso, sin duda, tendría que producirme algunos momentos embarazosos, pero nada más.

Hasta el momento nada me impulsaba a comunicarlo. En los demás testigos, con la sola excepción de Burgos y su motivación religiosa, notaba idéntica reticencia. Todos queríamos olvidar lo más rápido que pudiésemos, el maldito asunto.

No, no era eso. En realidad lo que me preocupaba eran otros aspectos. Es decir; En primer lugar había existido un efecto traumático. Luego, dicho efecto se manifestaba en un shock nervioso.

Personalmente, desde luego, el incidente no parecía haberme ocasionado ninguna consecuencia positiva. Sin embargo todo el asunto era percibido por mi inconsciente como una violación de mi intimidad psicológica. Por otra parte, comenzaba a abrigar serios temores de que se produjesen secuelas de orden físico, neurológico o incluso psiquiátrico a raíz del encuentro cercano.

Quizás a la luz de esas reflexiones era necesario que modificara mi primera impresión del extraterreno “bromista”,quien nos hiciera víctimas de su capricho.

Bajo ese prisma me parecía consecuente estimar que todo el encuentro cercano había sido una situación que poseía un montaje deliberado y cuyo objetivo era establecer un contacto con nosotros, los testigos.

A pesar de esas reflexiones me parecía que el propósito alien no estaba en modo alguno claro. Podía existir una gran variedad de alternativas tales como;

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a) Proceder a un estudio físico directo del espécimen terrestre.

b) Realizar un estudio comparativo del comportamiento grupal en condiciones de tensión.

c) Inyectar determinadas substancias o conceptos sobre los ejemplares sometidos a su acción.

9.- Que si la hipótesis del punto c era correcta, debía ser yo aquel espécimen y la implantación extraña se estaba manifestando a nivel del inconsciente en mis sueños, esos terribles sueños esquivos que mi memoria, a pesar de su evidente contenido de angustia, era incapaz de retener.

Y, tal vez el punto principal:

10.- Mi “contacto” había sido radicalmente distinto a aquel de mis compañeros. Ninguno de ellos había sufrido consecuencias físicas o psíquicas del incidente por lo cual no podía dejar de hacerme una pregunta.

¿ Por qué a mí?

¿Qué‚ era lo que en realidad me habían hecho mientras estuve inconsciente, solo e inerme?

El tiempo durante el cual había sido sometido a la influencia de fuerzas externas no podía ser medido puesto que los relojes de todos se detuvieron a la hora en que la nave emergió de las aguas.

¿ Porqué‚ entre todos, yo?

Sin embargo, la única pista para responder a ese interrogante debía estar más allá de mi conciencia; en un sueño al cual no había logrado acceso aún.

El extraño mal que me aquejaba había generado además una consecuencia inesperada. El servicio médico me había extendido una licencia por 60 días prorrogable en tanto se determinaban las causas de mi incapacidad.

Seguía perdiendo cabello, aún cuando en menor cantidad de lo que lo hacia al principio. El facultativo que me examinara pensaba hallárselas frente a una especie de contaminación por radiación natural o algo así, si bien, yo estaba seguro de que había comenzado a sospechar de un mal psicosomático, posibilidad que yo mismo no podía descartar.

La sensación de extrañeza que experimentaba había crecido como si el transcurso del tiempo la asentara aún más firmemente.

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Mi casa, los objetos de uso común, los edificios que podía ver desde la ventana de mi cuarto, me parecían absurdamente feos, obscuros, sucios, y me maravillaba de no haber podido notar antes la sordidez del medio que era mi entorno habitual.

El alien-sueño

Tres semanas pasaron de ese modo y una noche, antes de quedarme dormido, René se sentó junto a mi lecho.

Mi hermano y yo siempre habíamos estado muy unidos y la situación comenzaba a afectarle a su turno.

-. Tienes que enfrentar el asunto de una vez -. Me dijo .- Es la única manera. Tienes que conocer el sueño. -. Sabes que he tratado .- le respondí con la penosa voz que apenas podía articular ahora.- Lo intento, de veras lo intento, pero no puedo.

-. Mira.- me contestó.- Hay una manera. Lo único que tienes que hacer es programarte antes de dormir. Es igual como cuando uno se hace el propósito de despertar a una hora determinada. Sin saber como ni porqué‚, un reloj interno actúa y te hace abrir los ojos a la hora justa. Es como establecer una fijación, un gancho en una parte minúscula de tu voluntad. Con el sueño es lo mismo. Si te repites con convicción que vas a despertar recordando lo soñado, lo harás.

-. Lo intentaré Necho.- respondí.

Estaba tan hastiado de la situación que si me hubiera sugerido hacer un conjuro chilote dando tres volteretas en torno a la cama lo hubiera hecho con tal de terminar con el asunto de una vez por todas.

Y lo conseguí.

No fue necesaria la técnica sugerida por René puesto que ni siquiera estoy seguro de que efectivamente durmiera.

Existe un punto preciso entre la conciencia y el sueño REM, o, como lo llamamos los hispano parlantes, MOR, una fase del sueño en que se pueden apreciar bajo los párpados cerrados del sujeto movimientos oculares rápidos; En que aún no nos despojamos de nuestro estado de conocimiento.

Yacemos relajados y nos parece que fuéramos flotando, sin peso, cada vez más alto hasta “caer” sobre nuestro cuerpo e incorporarnos sobresaltados por la sensación de vuelo interrumpido que nos sobrecoge el estómago.

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Cuando sentí llegar el letargo vespertino, el letargo que como las sombras aparecía regularmente como una de las consecuencias de mi enfermedad, noté‚ una diferencia extraña, una diferencia que muy rara vez había podido encontrar en mis andanzas oníricas.

Era una particularidad que me maravillaba. Justamente antes de entrar en la fase MOR noté‚ una ligera debilidad, un mareo que fue reemplazado enseguida por una sensación de libertad y dominio que nunca había experimentado en circunstancia alguna, dormido o en estado de vigilia.

Era un durmiente que sabía, alguien que conservaba la conciencia en medio de su ensoñar.

#.

Me encontré‚ de pronto al pie de una enorme escalinata de piedra.

Más abajo, el camino se perdía hacia un valle minúsculo atravesado por un río que parecía desde la altura un hilillo de plata.

Delante de mí, ascendiendo la escalera vi moverse una silueta pequeña, alguien que al oír mis pasos se volvió hacia el lugar en que yo estaba.

Pude observar un rostro oscuro, viejo, de cuero reseco, que se quebró en innumerables grietas dejando al descubierto una sonrisa.

El hombre me mostró con su mano la cúspide y reemprendió el ascenso.

Le seguí.

El cielo lucía cuajado de estrellas enormes, fijas, que casi no titilaban en el aire ligero. Me di cuenta de que era preciso respirar profundamente a fin de evitar la fatiga de la escalada.

El pequeño viejo se volvía cada cierto lapso y con un ademán me incitaba a continuar tras sus pasos.

De pronto el temor me golpeó como una ráfaga de viento, me parecía estar siguiendo a un espectro, a un espíritu maligno que me conducía a un destino horrendo. La sonrisa en el rostro incásico debía ser solo una trampa, un ardid para apaciguar mis recelos.

La angustia creció en mi interior pero me eché a reír.

Había recuperado la conciencia de soñar.

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Puedo volar hacia la cúspide.- me dije .- y, aunque no pudiese hacerlo, aunque me cayera en la espantosa sima, no temería.

-.Me bastaría con cerrar los ojos e imaginar que soy un copo de nieve para caer dulcemente, muy despacio.

Ya nada podía dañarme. Sin embargo había leyes en ese país de sueño, porque los sucesos ocurrían a pesar de todo y, si bien yo podía modificar y controlar mis terrores, existían una geografía y una arquitectura que permanecían ahí una y otra vez; caminos y escaleras, templos, montañas y firmamento, tan sólidos y ciertos como cualquier templo, cordillera y cielo

-. Vamos.- me incité‚.- tras él.

El hombrecillo había llegado a la cúspide y abría los brazos hacia el cenit.

Un recuerdo antiguo me asaltó de pronto.

-. Un amauta.- pensé‚.- ! Es un amauta !

Un sabio sacerdote, un mago inca adorador del sol, un astrólogo de los que fueron base ideológica en la estructura imperial paleo-americana.

Una lividez como la que antecede la aurora inundó el cielo, una claridad de relámpago, eléctrica y terrible. A su luz pude observar como descendía una inmensa esfera de cristal, una bombilla transparente y perfectamente visible que se posaba como un ave sobre las columnas de piedra, por encima de la cabeza del anciano.

Pude ver, en el interior de la urna de cristal, algo aterrador. Deslumbrante y luminoso, de magnitud colosal, pendía de alambres que le atravesaban, un cuerpo mutilado.

Experimenté‚ su dolor al ver como se debatía desdichadamente como un bicho clavado vivo en un insectario.

El torso era masculino y comprendí, en una forma vaga, que se trataba del principio espiritual divino que anima el universo, bajo él, en la parte inferior del esferoide podía distinguirse otro torso.

Era también un cuerpo mutilado, terrestre, oscuro, femenino.

Supe, en cuanto le vi, que un lazo de amor me ataba a él y entendí su naturaleza como parte mía, el principio maternal, fuente y motor de todo lo creado y también conocí que solo en su unión con el espíritu masculino podría encontrar la eternidad.

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Los cuerpos, al interior del cristal, se buscaban, fracasaban y volvían a encenderse en medio del dolor hasta que por fin la unión fue consumada.

Sobre el plinto de las columnas descubrí entonces, de pie ,semejantes a milenarios demonios o divinidades, a unos seres pequeños, de piel lechosa que derivaban en un violento matiz azul..

Danzaban haciendo lentos gestos con los brazos rematados en manos de cuatro dedos.

Así debía ser la danza de Siva, el destructor, pensé‚. Así bailarían los dioses otorgando significado al espacio, al tiempo, al movimiento.

La forma de los danzarines, aún cuando correspondía a la humana, poseía algo extraño, molesto en las proporciones. Algo que recordaba la morfología de los batracios en la disposición de sus articulaciones.

Alguien tiró de mi brazo. Me volví sobresaltado y vi que el viejo indio había descendido hasta el lugar en que me encontraba presenciando la danza para reclamar mi atención.

-. Tu... tengo algo tuyo .- dijo con una voz sorprendentemente juvenil y entera.

Lo miré, sin comprender.

-. Es la parte blanca.- insistió.- el pedazo celeste, cósmico de ti.

Me señaló la esfera y entendí que toda la visión había sido conjurada para mí como una alegoría escolar, tal como si fuera una fábula de Esopo o Lafontaine, acomodada para mi comprensión emocional e intelectual.

-. ¿ Dónde estás ? -. Pregunté‚.- ¿ Quién eres ? ¿Te soñaré de nuevo?

Me indicó hacia abajo, sin responder.

Sobre una de las colinas inferiores vi una gran marca dibujada en la tierra, un geoglifo, familiar y sin embargo remoto.

-. Ese es el signo.- dijo el amauta.

Era un diseño que arrancaba de un vástago grueso como el tronco de un árbol o la rama central de un candelabro y se trifurcaba en los extremos deshaciéndose en proyecciones regulares en cada punta; un tridente.

De pronto le reconocí.

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Era la forma que ostentaba la parte inferior del ovni.

¡La marca obscura que se precipitara sobre mí!

Desperté.

CAPITULO III: Los poderes secretos

. La verdad es que un sueño, aunque fuera tan extraordinario como el mío, no hubiese bastado para impulsarme a buscar alguna huella que lo confirmara en la vida ordinaria.

Sin embargo, las dramáticas modificaciones que experimentara mi personalidad habían proseguido su avance.

Podía reproducir una y otra vez el sueño implantado, ya no me cabía duda alguna de su origen, bastándome para ello cerrar los ojos y dejar que las imágenes desfilaran vívidamente ante mí como en una grabación.

Ciertamente era una visión trascendental y fuera de lo común, pero tuve la impresión de que de ahora en adelante, mis sueños no serían eso exactamente ,sino otra cosa.

Una especie de puente que me comunicaría con diversas realidades o, mejor dicho, con una única realidad en diferentes niveles de conciencia.

Mi vida física había evolucionado hacia la vegetatividad. A pesar de que mis horas de reposo real eran dos o tres ,el alien-sueño, lo llamaré así de ahora en adelante para diferenciarlo del de tipo común, me invadió como bruma en todo el tiempo restante.

El alien-sueño, como ya he anticipado, podía ser dirigido parcialmente y aprendí que, con un poco más de practica, podía orientarle casi siempre de acuerdo a mis deseos. Por ejemplo deseaba alien-soñar a mi hermano René, y, después de una transición leve, en que perdía por un lapso de segundo mi identidad y experimentaba una sensación de presión interior, tal como si soplara dentro manteniendo boca y narices obstruidas, me encontraba sentado exactamente tras él, encaramado en un asiento del aula en que se impartía el ramo de Historia del Derecho, en la Facultad de la Universidad de Chile.

Podía escuchar la disertación del profesor acerca de la fronda aristocrática, leer bastante bien la página de apuntes del profesor Eyzaguirre e incluso, inclinarme sobre el hombro de mi hermano y susurrarle la respuesta que buscaba.

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Lo sorprendente del caso es que, en el instante en que yo le alien-soñaba, René, efectivamente se encontraba en la clase que yo había presenciado y declaraba haber captado, incluso, al anónimo auxilio que alguien le “soplaba” desde atrás a fin de que pudiese responder correctamente una pregunta.

Después de esos primeros intentos no fueron ni una ni dos las experiencias en que mi alien-sueño parecía invadir la realidad. Por mi parte, yo disfrutaba al conducirme como una presencia psíquica, una especie de fantasma incorpóreo que se metía intrusamente en aquellos lugares a los cuales me arrastraba mi imaginación.

Así, con lentitud pero de manera segura, me fue ganando la certidumbre de que el alien-sueño era una herramienta válida y confiable para explorar y conocer el medio que me rodeaba y todavía más allá.

Fuerzas ocultas

A pesar de la preocupación de mis familiares y el médico que aún me asistía, mis viajes psíquicos se hicieron más prolongados y frecuentes, el letargo era ya prácticamente una situación estable que me hacia aparecer mucho más enfermo de lo que en realidad me encontraba.

Era evidente que mi actitud había provocado como efecto secundario un considerable deterioro físico.

Había perdido una gran cantidad de cabello y, el que me restaba, largo y anémico, se había mezclado a una barba crecida entre cuyo color rubio apuntaban unas hebras blancas.

Mis ojos se habían hundido en las cuencas y parecían grandes pedazos de vidrio mojado, pero no importaba; casi nada importaba ya.

Había sido absorbido por un juego peligroso y secreto, un juego solitario, un vicio, dueño cada vez en mayor medida de mi voluntad y mis acciones.

Es cuestión de imaginarse poseer una capa que nos transforma en una persona invisible, un anillo mágico que abra todas las puertas y franquee todos los secretos, unas botas aladas que nos conduzcan a cualquier lugar en forma instantánea y solo entonces podrá comprenderse la fascinación que experimenté‚ al comenzar a controlar el alien-sueño.

Posteriormente he descubierto que el don que recibiese de la nave extraterrestre, ese día ya lejano, junto al Pacifico, no fue la capacidad de aliensoñar, puesto que tal característica ha sido propia de la especie humana desde sus primeros pasos.

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Aún más, la mayoría de los aspectos obscuros del desarrollo de la humanidad, los poderes secretos que controlaban las élites a lo largo de su historia, radican en esta capacidad, celosamente guardada por pequeños grupos que han ejercitado para siempre, para su beneficio y en pos de sus objetivos, las fluctuaciones espirituales y materiales de las sociedades y sistemas humanos.

Lo que me entregó la nave fue un mensaje y una técnica para descifrarlo.

No era un regalo y no estoy seguro todavía de la verdadera intención que animó a los alienígenas a proporcionármelo precisamente a mi.

Incluso es posible que jamás pueda saberlo. Pero es mío.

Sobre el fenómeno mismo ¿qué puedo decir?

Todo cuanto opinara sería subjetivo, hipotético, sondeos que, a causa de mi naturaleza ávida de respuestas, me facilitan el manejo de una técnica experimental.

El alien-sueño tiene mucho que ver con la integración de la pequeña parte racional que manejamos, el neo-cortex cerebral, para denominarlo de una manera practica, la Primera Conciencia; con el gran Meso-cortex, el sector de nuestra mente que comprende nuestros instintos, nuestros lazos zoológicos con los vertebrados mamíferos de sangre caliente.

La parte en donde la inteligencia se transforma en aptitud para la supervivencia, la etapa pre fonética que en el alba del tiempo, cuando los conceptos viajaban de mente a mente por otros caminos que no eran sonidos ni significantes e, incluso, la integración del Paleo-cortex, el sector ofidio de nuestro cerebro, la más primitiva de nuestras agrupaciones celulares superiores.

Para esta escisión, esta trágica división de nuestras potencialidades mentales, existe una única confluencia; el sueño.

Allí, como en un espejo deformado el que apenas puede visualizarse, se asoman deseos, urgencias, representaciones simbólicas y también nuestro pasado aéreo, de simios voladores y arborícolas, de tigres carniceros, de terribles saurios con cuellos como tubos de desagüe, cráneos de Wolkswagen y mandíbulas de serruchos.

En cambio en el alien-sueño aparecía lo que yo había llamado la Conciencia Profunda, una técnica que me proporcionaba algo más, una practica de la cual aún no conocía todas las posibilidades, pero cuyos comienzos aparecían tan seductores que eran capaces de otorgar sentido a todas las molestias que yo sufriera con anterioridad.

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Me incomodaba entonces comunicarme con la gente.

Pienso ahora que debe ser lo mismo que si a una persona que nunca ha visto en su vida una película se le obsequia un televisor en colores y se trata de charlar con ella acerca del tiempo en circunstancias de que ella está absorta en las imágenes del aparato.

Cualquier comunicación con otro ser humano, del mismo modo, era una pérdida de tiempo en mis exploraciones psíquicas y, por otra parte, yo no estaba dispuesto a revelar nada de lo que me estaba aconteciendo.

Sin embargo, no tardé‚ en darme cuenta de que en mi actitud había una falla fundamental; sin el contacto de los demás no podía comprobar la veracidad de los hechos que alien-soñaba. Debía, además, alimentarme mejor, ejercitar mis músculos, reintegrarme en lo posible a una pauta aceptable de conducta de acuerdo a los antecedentes de mi vida anterior. Por otra parte existían los que había comenzado a llamar alien-sueños trascendentales, para distinguirlos de aquellos de tipo común.

Estas experiencias bien podían ser viajes en el tiempo, pero de cuyo origen y credibilidad no existía confirmación posible.

¿Qué‚ originaba aquellas visiones? ¿Eran acaso semillas sembradas por los alienígenas en mi sub.-conciente?

¿ O era algo en mi que seleccionaba episodios siguiendo un patrón hacia el cual mi Conciencia Primera no tenía acceso?

También era posible que se tratara sencillamente de un accidente de mi imaginación, un engendro del cerebro debilitado por aquella prolongada convalecencia. Lo ignoraba, pero los alien-sueños trascendentales seguían produciéndose tozudamente, a pesar mío y de mis deseos.

La constante del alien-sueño trascendental era la participación del mismo personaje con el cual tomara contacto en mi primera experiencia; El mismo amauta, el inca, que continuaba llamándome con amabilidad e insistencia y la obsesionante señal, repetida una y otra vez, el tridente esculpido en granito, dibujados en la costra endurecida del desierto, asomando apenas entre el coirón o la llareta.

A veces los flamencos surcaban el cielo con un vuelo rosa y de pronto, la sombra ancestral del cóndor caía planeando sobre el suelo reseco, haciéndoles huir hacia una edad antigua.

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Veía en ocasiones grandes edificaciones levantadas sobre las cumbres, piedra esculpida con rara finura, arquitecturas desoladas que nacían en la aurora del mundo.

Allá, entre las formas emergentes en lo alto del macizo andino, entre cumbres volcánicas y nieves que afilaban el aire como un cuchillo, una carga obscura y terrible estaba siendo depositada en mi, algo que no deseaba ni podía explicar.

Sentía ira y temor al ascender desde los alien-sueños como un buzo que de pronto se desprendiera de su peso y se elevara aceleradamente hacia la Primera Conciencia. Quería despertar.

¡Quería despertar!

Regreso a la vida

Como una persona que ha caminado por la estrecha frontera de la muerte mi recuperación fue una señal de pleno retorno a los colores vitales.

Amaba el frío del otoño que despertaba mis mejillas sensibles aún por la afeitada, las hojas secas del Parque Forestal, el charco de agua estrellado por el cierzo, el claro arroyuelo en que se había transformado el río Mapocho gracias a las primeras nevadas de la cordillera.

Amaba las palomas grises de la ciudad y las cumbres escarchadas de los Andes con su friso de encajes dibujados bajo el sol blanco, anémico de brumas.

Me excitaba el olor del café‚ recién hecho y los amigos que me sacudían la mano en el paseo Ahumada.

Ciegos, actores, músicos callejeros y payasos me parecían como recién creados, más nítidos y reales de lo que nunca habían sido.

Aún necesitaba el brazo de mi hermano para caminar entre la gente y el murmullo de hormiguero formado por miles y miles de voces, pisadas, toses, ruido de bocinas y chasquidos de motores me acunaban como si fuesen una oceánica sinfonía de humanidad.

No quería volver a reflexionar sobre teorías abstrusas, no quería interrogarme sobre lo que era, lo que sería y lo que había sido. No quería presentir, suponer, ni reflexionar.

Únicamente deseaba ser yo, mi antiguo ego, el mismo; uñas cortas y limpias, cabello firme y recortado donde debía ser.

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Poder mirar muchachas bonitas que pasaban por la calle Huérfanos o Estado, guiñarles un ojo, susurrarles un piropo al pasar. Leer el diario y comer un sándwich de lomito en la esquina de la calle Nueva York mirando las rosas frescas envueltas en papel celofán que vendían las floristas.

Todo Santiago me parecía más entrañable y próximo. Los cafés a donde nos juntábamos a conversar tomando un exprés o un cortado con leche mientras escuchábamos la ultima “copucha”, el chisme extraordinario que implicaba un secreto de estado o las fluctuaciones experimentadas por el precio de la moneda extranjera, me eran tan añorados como el hogar a un marino que regresa.

Establecí algunas limitaciones en la conversación; nunca hablar de ovnis, naves extraterrestres o películas de ciencia-ficción.

Nada de futuros ni presentimientos y sobre todo nada, nada de sueños. Sin embargo eso era lo más difícil.

Permanecía acostado en la oscuridad, con los ojos abiertos, temiendo y anhelando a un mismo tiempo, dormirme.

Estaba largo, largo tiempo así, luego, trataba de sentir los dedos de mis pies, intentaba sedarlos, relajar sus músculos uno a uno, más tarde pensaba en los músculos de mis piernas, en el estómago y caía de pronto en una inconsciencia total sin inquietudes, angustias ni esperanzas.

Tampoco, decidí, era posible continuar de ese modo.

Era necesario que me enfrentara a la verdad de mi situación, que asumiera mi autentica realidad.

Debía aceptar que existía un alien-sueño; un camino de acceso a la Conciencia Profunda, un don de los extraterrestres por lo que a mí respectaba, un mensaje que debía descifrar, una misión, una búsqueda acerca de la cual no poseía más que una compulsión y un vuelo visionario.

René siempre había sido mi amigo, confidente, mi aliando más cercano así es que se lo conté todo.

Los alien-sueños, esas visiones voraces que eran más que los sueños y superiores a la realidad, el llamado misterioso que se originaba en el signo del tridente y hasta la maravillosa danza creacional de los extraterrestres azules fue compartido.

Aún más, le relaté mis dudas torturantes, las inevitables preguntas que no tenía más remedio que formularme con respecto a mi propia cordura.

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-. Mira.- me dijo René.- Es preciso partir dándole un orden a todo esto. En primer lugar tu estás recuperándote, no tienes ninguna molestia, han desaparecido las cefaleas y temblores musculares. Se puede decir también que tu actitud es sana, positiva; quieres comer, ejercitar tu cuerpo, vivir en forma agradable, olvidar lo molesto y proseguir avanzando, sobre esto no hay discusión posible. En cuanto a lo otro, aunque tuviera efectivamente la importancia que le das, tu mismo has comprendido la necesidad de mantenerlo bajo control. Eso no significa que lo aceptes como cierto o lo desconozcas como si se tratase de una pesadilla producto de la fiebre o una alucinación. Lo que hay es un hecho cierto. Hubo un ovni y de ahí creció la raíz de todo. Lo otro puede o no puede ser un sueño pero el ovni fue una realidad.

-. No. No es un sueño.- interrumpí.- Un alien-sueño.

-. Como quieras llamarlo, pero lo esencial es esto; Si realmente estás experimentando una compulsión, un impulso irresistible como lo definimos en Leyes, una fijación obsesiva con respecto a esas visiones, alucinaciones, mensajes o lo que sean, es preciso que te enfrentes a ello y lo resuelvas de una buena vez. No sacas nada postergando el asunto porque igual va a terminar por alcanzarte.

-. Pero... pero si yo no quiero.- objeté‚.- No quiero terminar como un profeta demente anunciando la venida de los extraterrestres en sus naves brillantes ni proclamando la salvación de la tierra o cualquiera idiotez semejante. Nada de eso, no quiero ser un fulano que es arrastrado por sus obsesiones, alguien que termina por sorber su vida como una taza de café‚ envuelto en insensateces; quiero ser el mismo, el que siempre fui.

-. Tampoco yo quiero que seas un alucinado.- me replicó.- Lo que sucede es que si continúas con esto puedes volverte a enfermar. ¿ Sabes? Hay que pararlo de una vez por todas.

-. ¿ Y entonces? ¿ Qué puedo hacer? ¿ Cómo enfrentar a los alien-sueños y resolver el enigma del tridente?

-. Yo lo sé.- dijo mi hermano.- Yo voy a decírtelo.

-¿ Pero como? ¿ Qué vas a saber tu del tridente?

-. Yo lo he visto, sé donde está. Y puedo llevarte hasta allí. Ten confianza Jeannot, vas a saberlo todo. Volverás a la vida.

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CAPITULO IV: Los centros del poder

Pasamos la frontera boliviana y el camión comenzó un esforzado ascenso por un camino amplio pero lleno de irregularidades. El motor del vehículo rechinaba con el esfuerzo.

Por espacio de cuatro horas atravesamos un mundo de cordones montañosos y profundas quebradas en que crecía la paja brava apenas mecida por el aire tenue de la cordillera.

A veces en un recodo de nuestra ruta, enhiestos los largos cuellos que giraban como periscopios, vivaces los dulces ojos de mujer, unas llamas observaban el paso del camión.

Franqueadas las más altas cimas estábamos llegando a las grandes planicies andinas, por encima de los 4.000 metros.

Solo algunos volcanes interrumpían la sábana del altiplano.

En contraste con el territorio que acabábamos de abandonar existían aquí numerosas vertientes y fuentes de agua. .

Grandes cantidades de aves acuáticas como taguas, patos y flamencos, sobresaltados por el ruido de la maquina volaban de pronto en bandadas bullangueras.

En las serranías el cielo se veía azul profundo y algunas nubes blancas como un vellón de alpaca se deshilachaban sobre los nevados.

-. Hasta aquí no más llegamos. Usted parte por el camino que va al oeste mientras yo sigo hacia el norte, a La Paz. Cuídese compadre, mire que este territorio es muy solo, muy duro, especialmente a la zona que va usted, más allá del Titicaca siguiendo la cadena del Illampú.

-. Lo haré. - respondí sacando del vehículo mi mochila por una correa.- Gracias por traerme amigo. ¡Que tenga suerte!

El camionero chileno sacudió la cabeza con un gesto familiar que yo interpreté como si dijera! Este gringo atravesado! Con una mezcla de lástima y admiración, luego hizo arrancar el motor.

Lo observé‚ hasta que el vehículo desapareció camino adelante en la primera curva. Luego, introduciendo el otro brazo por la correa de la mochila emprendí la marcha.

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Más allá del Elqui

Con René habíamos partido una semana antes en dirección al Norte.

Primera parada; La Serena.

Desde aquella ciudad llena de iglesias con su suave trazado hispano y sus jardines con arbustos de flores moradas, nos dirigiríamos hacia la cordillera subiendo por el corazón del valle del Elqui.

Aquella tierra ubérrima, que cantara en su nostalgia europea Gabriela Mistral, me pareció una débil línea verde, más polvorienta que otra cosa, entre quebradas y peladeros amuñonados que levantaban sus cerros desnudos, en los que solo crecían algunos quiscos y cactus candelabros.

Pensé‚ fugazmente, que ni siquiera los lagartos tendrían la capacidad de sobrevivir bajo aquel sol despiadado.

Viajábamos en ese microbús de recorrido interurbano que, saliendo desde Coquimbo sube hacia la cordillera pasando por Vicuña, Montegrande, Pisco, Paihuano y una media docena de pueblecitos distribuidos a lo largo de aquel hilo de agua que baja desde el este.

En ocasiones nos cruzábamos con un viejo que conducía su burrito cargado por la vera del camino, un chico en bicicleta con su perro, figuras solitarias enmarcadas en un suelo duro, áspero, de piedras canteadas; colinas, quebradas, cerros y más cerros; de vez en cuando un boquerón oscuro señalando el lugar en que funcionara una antigua mina abandonada.

Al final, donde los caminos se perdían en huellas de piedra que subían y bajaban como senderos de hormigas en la cordillera, encontramos nuestra meta.

Descendimos en la ultima bomba bencinera, parador y cocinería en una sola pieza.

A la izquierda, media docena de casitas edificadas con adobe, a la derecha, colinas, piedras, sierra.

Nos quedamos mirando los cerros, la tierra amarillenta y ocre calcinada por el sol. Ni una brizna de sombra.

Encontré‚ casi una burla cuando René, satisfecho y sonriente me señaló hacia el este.

-. ¿ Ves algo?

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Parecía el mago que descorre el velo y abre la caja en que su hermosa ayudante ha desaparecido.

Recorrí de nuevo el paisaje con la mirada; cerros tras cerros, violetas, marrones, grises y amarillos, cada uno idéntico al otro hasta fundirse en la lejanía.

-. Nada.- respondí.- No veo nada.

-. Por allá detrás debe estar el límite con Argentina.- replicó- Este lugar debe ser el cerro Tórtolas.

-. Es lo mismo.- dije.- no se ve igual.

-. Pues está aquí.- afirmó.- Lo que buscamos está aquí. Mira al pie de ese cerro grandote, morado, fíjate en las marcas blancas.

Lo volví a mirar.

Era un cerro pelado, con protuberancias de piedra como el lomo de un burro con arestín y de pronto pude verla.

Nada espectacular y sin embargo la imagen del tridente que guardaba en la memoria se ajustó hasta el ultimo detalle con el gran geoglifo señalado con rocas más claras sobre las piedras y el cascajo mineral rojo y azulino.

-. Es él.- le dije.- Es el mismo. Tenías razón, ya no hay duda alguna, está aquí.

En Chile los geoglifos no son frecuentes, solo se han estudiado con cierta amplitud los de Cahuil, cerca de Arica, él de Pintados, del que se piensa que fue hecho unos 500 años después de Cristo, una curiosidad debido a su proximidad en el tiempo, Lluta, a quien no se había podido fechar pero del que se sospecha habría sido realizado unos 10.00 años antes de Cristo, es decir, cuando se cazaba al primitivo caballo americano, a las grandes presas como el Milodón, el mastodonte y el guanaco, cuando se vivía en cuevas y campamentos de cazadores y, por último; cerro Tórtolas, el lugar en que nos encontrábamos.

Sabíamos que aquí había existido también un santuario muy posterior, tal vez incásico.

El lugar se había considerado sagrado por unas cuevas en las que existían pinturas rupestres o bien por los mismos geóglifos nítidamente dibujados en el plan.

René, lector impenitente, había localizado por mi descripción el tridente en un artículo de arqueología.

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-. Desde el cerro se ve muy bien.- le dije.

El geoglifo era una gran figura “dibujada” en la tierra, por medio de la acumulación de pequeñas piedras claras sobre fondo oscuro o tal vez por un despeje de rocas que dejaba superficies vacías de un color distinto sobre el terreno.

El tridente tenía tal vez unos 250 metros de largo y reproducía con exactitud aquel de mi visión.

La forma estaba flanqueada por algunos espirales que me parecieron conchas, toda una representación del espacio interminable que se volvía sobre sí mismo.

Mucho después, supe que es un ideograma común a varias culturas que significa Ra. Es entonces un símbolo solar de la luz

Más de 10.000 años.

¿ Quién habría dejado el mensaje sobre la tierra? ¿ Para quién?

Había capítulos y más capítulos de libros escritos acerca del enigma de los geoglifos. Se decía que habría sido obra de los aimaraes, de los licán-antai, de los diaguitas, tal vez del antiguo pueblo desaparecido que momificaba a sus reyes y sus santos mucho antes de que en Egipto se comenzase a soñar en la edificación de las pirámides.

Una raza antigua, una raza de magos dominadores del desierto.

Siguiendo la línea cultural de conquista de las civilizaciones americanas superiores, hacia el norte, en Nazca, Perú, existen más geoglifos de gran belleza y perfección.

El gran desierto de Nazca es un panel natural de exhibición en el cual se han realizado monumentales figuras zoomorficas que solo pueden apreciarse desde el aire.

¿ Un espacio puerto señalado con figuras kilométricas? ¿ Un templo abierto para rendir culto a los dioses con sacrificios sustitutos de colibríes de 60 metros de una punta de ala a otra, sus enormes arañas, monos, zorros, su ballena- tiburón, un pelícano o terodáctilo, su constelación de espirales y el tridente?

Cuando la meseta desértica fue descubierta algunos soñadores hablaron de pistas de aterrizaje, de mensajes hacia el cielo que solo aeronautas podían recibir.

Jim Woodman incluso, un americano de más imaginación que rigor científico, subyugado por el hecho de que los dibujos eran visibles únicamente desde el aire, planteó su tesis de que los nazcas bien habían podido ser aero-navegantes.

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Ante el escepticismo de la ciencia oficial, Woodman, utilizando como referencia un trozo de cerámica que reproducía un globo provisto de una cesta familiar a las tradicionales balsas de totora utilizadas en el lago Titicaca, logró construir y elevar un globo utilizando materiales primitivos recogidos en la propia Nazca, sin embargo había otra explicación para el misterio, como yo mismo descubriría más tarde. Una explicación tan sencilla y fantástica como inaceptable.

Y ahora estábamos aquí, en la desolación del norte chico arrastrados por el torbellino de una extraña obsesión, una visión compulsiva implantada en medio de circunstancias tan extrañas, que mi razón se negaba a aceptarlas.

-. Bien.- insistió René.- ¿ y ahora?

-. Ahora.- respondí.- vamos a entrar en el restaurante, pedir un cabrito asado con papas costinas y a remojarlo todo con un vaso de pajarete, después... ¡ Ya veremos!

La máquina increíble

Al término del camino, cuando encontrábamos al fin lo que habíamos buscado a lo largo de centenares y centenares de kilómetros, no sabia que hacer.

En cierto modo había esperado encontrar alguna señal, un mensaje, tal vez el misterioso enviado que se introducía en mi alien-sueño llamándome.

Sin embargo estábamos ahí y no había ocurrido nada.

Caminamos hacia el geoglifo y me di cuenta que el diseño, que desde las alturas se apreciaba a la perfección, una vez aproximado iba perdiendo su estructura hasta transformarse en una clara línea marcada en una superficie compacta y dura, una línea cuyos meandros aparecían dibujados tan rectos como si hubiesen sido trazados por un tiralíneas.

Nada.

Cero.

Removí unas rocas con el pie y vagué al azar junto a la línea.

René me observaba con cierta inquietud, acomodado sobre una roca. -. ¿ Y ahora Jeanot, qué vamos a hacer?

-. ¿ Qué‚ te parece acampar? - repliqué‚.

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-. ¿ Aquí?

-. Aquí mismo, despejemos un sitio y levantemos la carpa.

Se me hacia un tanto cuesta arriba comunicarle que ya no se me ocurría que hacer. En realidad creo que René ya lo sabia.

Levantamos la carpa apartando unos pedruscos y clavando penosamente en tierra las estacas de metal.

Caía la tarde y con el contraste típico del inhóspito Norte Chico comenzaba a hacer frío.

Me dediqué‚ a recoger una gran cantidad de pequeños arbustos secos como alimento para la hoguera. No nos iban a servir de mucho puesto que se quemaban en un minuto, tan rápidamente como el papel y apenas nos alcanzaron para calentar el agua del café‚.

En el mercado de La Serena habíamos adquirido papayas, pasas y mazapanes de huesillo así es que abrimos las cajas cubiertas de papel celofán y saboreamos en silencio el dulzor de la fruta.

Las sombras se habían puesto más largas y la luz, oblicua, estaba teñida de amarillo. El día terminaba y en la inmensa bóveda desteñida comenzaban a asomar las estrellas.

Me froté‚ las manos. El frío se hacia más intenso ante la inminencia de la llegada de la noche. ¿ Y ahora qué?

La pregunta flotaba inexpresada entre mi hermano y yo, una interrogante sin respuestas.

-. Voy a salir a dar una vuelta.- dije.

René quiso ponerse de pie.

-. No.- le indiqué.- No, quiero ir solo.

El cielo más hermoso del mundo, la noche más clara y estrellada relucía sobre mi cabeza.

Vacilante, encaminé‚ mis pasos hacia las líneas del geoglifo, paralelas como los rieles de un ferrocarril.

Me alejaba de nuestra pequeña tienda de campaña con su patética lámpara de parafina, rojiza y miserable en contraste con la inmensa cúpula luminosa.

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No podía apartar mi mirada del cielo.

Recordé‚ que los físicos señalaban este lugar como uno de los sitios en que el globo terráqueo permite el paso a las energías cósmicas, que es un punto de peregrinaje para sectas e iluminados.

Jamás había visto tal despliegue de luz, parecía que mi sensibilidad extrañamente estimulada por el lugar, era capaz de percibir el movimiento; la armónica relación entre las infinitas piezas de la relojería celeste que se engranaban y caminaban como partes de un total inconcebible.

Hasta podía sentirse que el mirador terrestre, mi planeta, se movía también integrándose al infinito muestrario pirotécnico.

-. Vengan.- pensó‚ con algo de angustia.- Vengan ahora.

Pero el cielo no respondió.

El terreno a la luz de las estrellas parecía un paisaje lunar, un campamento espacial, centrado en la tienda solitaria con su lámpara encendida, perdido entre las cimas de los cerros desnudos, erosionados, como si un niño jugara con un saco roto de azúcar granulada y más allá, la línea extrañamente resplandeciente del geoglifo.

Anduve hacia ella y puse pie sobre la marca recta, de unos cuarenta a cuarenta y cinco centímetros de anchura.

Fue como si de pronto entrara en un terreno conocido, familiar, mío.

El alien-sueño comenzaba.

¿ O era más bien una realidad superior, una tercera forma de conciencia, intuida pero jamás alcanzada hasta aquel preciso instante?

Tuve por una fracción de segundo un movimiento de rebeldía, de resistencia ante aquella sensación absorbente que me paralizaba.

Recordé‚ las variadas formas de hipnotismo animal que conocía, al pajarillo fascinado por las lentas oscilaciones del cuerpo de una culebra, la gallina que, colocada con el pico tocando una raya de tiza blanca dibujada en círculo en el suelo permanece allí, incapaz de liberarse de aquella extraña sumisión.

Descubrí que en alguna forma yo había sido capturado por aquel milenario señuelo del tridente, por un mecanismo que funcionaba en niveles para-físicos harto más allá de mis posibilidades de comprensión.

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Sin poder resistir más aquella fuerza inexplicable coloqué‚ un pie delante del otro y di un paso, dos, tres y con gran cuidado comencé‚ a caminar sobre el tridente como si anduviese por un estrecho y frágil puente rodeado de abismos y sombras.

Nunca he podido, a pesar de mi actual desarrollo, recordar más tarde la totalidad de lo que sucedió y por ende tampoco es posible explicarlo con demasiada claridad.

Tengo el convencimiento de que el hecho de caminar manteniendo el equilibrio sobre la pirca y seguir las variaciones caprichosas del diseño, me condicionó de alguna forma provocando el derrumbe de las barreras que en mi cerebro separaban los dos tipos de conciencia que ya conocía.

Sentí encenderse en mi interior una luz poderosa que consumía telarañas, secas estructuras podridas como madera abandonada, una luz que crecía, que trascendía más allá de mi piel con su claridad, una luz que brillaba como una estrella caída.

La tierra se iluminó con una aurora inesperada.

Las lágrimas me corrían libremente por las mejillas. Sabia ya que la luz y yo éramos uno.

El poder no significaba sino que había expandido un conocimiento antiguo y nuevo, un conocimiento tan vasto y solitario que ya no tenía cabida en las simples palabras.

Era ahora el amo del alien-sueño, de la ilusión y de la realidad como un todo. Experimenté‚ entonces la necesidad de elevación, de proximidad a los enormes astros que brillaban alumbrando mi transfiguración.

Lenta, muy lentamente, me fui desprendiendo de las piedras blancas.

Muy despacio, como un globo cautivo que se escapa, una mota de polvo estelar flotando ingrávida sobre el firmamento.

Y me encontré‚ entonces, de súbito, de pie en el viento, igual que un volantín dormido sobre el cielo.

-. Vuelo.- pensó‚ con coherencia absoluta ya.- No es un alien-sueño, vuelo.

Abajo, desde las sombras oí subir un grito ronco, tal vez espanto, asombro.

René. Atraído por la luz había corrido hasta ubicarse entre las líneas paralelas de la rama central del geoglifo y me contemplaba desde allá, la cara desencajada, el cabello erizado por lo extraño de la situación, por el temor a lo desconocido.

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Mi hermano hizo un gesto extraño con ambos brazos como si tratase de elevarse hacia mí, luego, se desvaneció. Miré hacia la tierra y vi ante mí, extendido, gigantesco y esplendoroso, el signo del tridente.

CAPITULO V: Caminos divergentes.

Cerca de las cuatro de la mañana Necho se quedó dormido al fin.

Lo observé con ternura, con una cierta tristeza puesto que había comprendido que a partir de ahora nuestras sendas tomarían derroteros distintos y puse sobre él, mi saco de dormir.

Cuando descendí y le conduje hasta la tienda, mi hermano temblaba todavía sin poder evitarlo. Le ayudé‚ a sentarse sobre su cama y permaneció en silencio.

Estuvimos así por un largo rato hasta que puse mi mano sobre su brazo.

René se deshizo con suavidad de la presión. -. Todavía brillas.- dijo.

Miré mis dedos. Era verdad.

A través de la piel podía distinguirse una luminosidad suave, una especie de aura que flotaba en torno a mí como había visto alguna vez en las fotografías Kirlian. Y recordé que el Éxodo hablaba del regreso de Moisés y su descenso del monte Sinaí.

El profeta había bajado, mas no sabía que la piel de su rostro se había hecho radiante.

Si, eso era,”Aarón y todos los hijos de Israel miraron a Moisés y he aquí que la piel de su rostro brillaba, por lo cual tuvieron miedo de acercársele”...

-. Moisés se cubrió el rostro con un velo.- dijo René como adivinando mis pensamientos.- ¿ Qué harás ahora?¿ Te esconderás a donde nadie pueda verte? ¿ Subirás a la cumbre de la montaña como subió Moisés al Sinaí? ¿ Qué vas a hacer? ¿ Volarás? ¿ Moverás cordilleras?

Supe entonces de su suave incredulidad, su condescendencia con el hermano “tocado”, supe de su temor y su desconsuelo.

Supe del abismo abierto entre nosotros, un precipicio que ni el amor, ni la sangre, ni ninguna palabra preexistente sería capaz de franquear.

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-. Tú lo sabes todo.- le respondí.- Te lo he contado paso a paso. No hay revelaciones divinas, no hay mensajes sobrenaturales, soy solamente yo, que estoy cambiando, pero soy también, para ti, por siempre, Jeanot, tu hermano. El que siempre he sido. Puedes acompañarme si quieres, te enseñaré lo que he aprendido. Puedo ayudarte a soltar esas cosas, a destruir esos nudos que existen dentro de ti. Hay una técnica en esto. Un conjunto de reglas precisas, un sistema para lograr tu evolución definitiva

-. Volarás.- agregué‚ poniéndome de pie.- podrás ser lo que quieras, ir donde quieras, puesto que existe un brillo en ti. El poder reluce sobre tu persona al igual que en algunos hombres.

René volvió la cara desafiante y su ira, su impotencia, su pena me golpearon como un ramalazo de aire helado.

-. No cambiaré.- su voz tenía el tono definitivo de una campanada.

-. Piénsalo, Necho.- le dije.

La soledad era una niebla espesa que crecía y crecía hasta ahogarme en un limbo desconocido.

-. No tengo nada que pensar. Yo quiero mi vida tal como es. Mi carrera, mis planes, ser lo que quiero ser. Lo otro no me importa. Y añadió amargamente.-¡ Ojalá nunca te hubiera pasado a ti!

En la mañana lo acompañé hasta el paradero del bus. Llevaba la cara cubierta con una bufanda y gafas a pesar de lo cual, algunos pobladores se detuvieron a mirarme con curiosidad.

-. Me quedaré aquí por algún tiempo. Por favor dile a los "viejos" que no se preocupen. Dile a la familia que voy a estar bien. Es solo que necesito un poco más de tiempo, tal vez un par de semanas.

Me miró con tristeza.

-. ¿Y qué es lo que vas a hacer?

-. No lo sé. Lo único que puedo adelantarte es que no habrá escándalos ni exhibiciones circenses.

-. Tengo que volver.- dijo René.- No puedo dejar botada la Facultad. ¿ Tendrás cuidado Jeanot ?

Mi corazón saltó ante el viejo apelativo cariñoso.

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-. ¡ Claro René! No te preocupes. Además voy a escribirles. Es solo que... tu sabes... Debo terminar esto, ¿verdad?

-. Lo sé.- replicó.- lo sé‚.

Nos dimos un abrazo y él subió al autobús.

Me volví para irme.

El vehículo partió y dio vuelta en una curva perdiéndose de vista, pero seguí percibiendo el rostro triste de mi hermano, aplastado contra el vidrio, mirando con ojos vacíos, como si el ultimo lazo con mi antigua verdad no quisiera terminar de romperse.

El valle de la muerte

.Sentado junto a la carpa de campaña vi como la tarde concluía.

Ya no necesitaba de una hoguera puesto que había pensado rodearme de una suave brisa cálida y de ese modo, mi sensibilidad térmica regulada por la fuerza de mi voluntad, me mantenía en una grata temperatura independiente del frío que existía en el primer estrato de la realidad.

Obscurecía muy despacio y lo apacible de mi entorno me introdujo imperceptiblemente en un alien-sueño.

#. -

Me encontré‚ caminando por un estrecho valle, una hendidura flanqueada por prolongados farallones. Podía ser incluso, que se tratase del profundo lecho seco de un río.

A ambos lados del desfiladero se levantaban enormes columnas de piedra sobre las cuales reposaban monumentales estatuas de dioses con cabezas de perro.

Pensé‚ en Anubis, el dios cinocéfalo del antiguo Egipto. ¿ O era de chacal su cabeza? Aquel que conducía a las almas, al “Ka”, el doble espiritual, frente al terrible juzgado del supremo Osiris.

“Oh corazón, corazón que recibí de mi madre, corazón de cuando yo vivía en el mundo, no te levantes de testigo contra mí. No declares en mi cargo ante el dios grande...”

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El corazón, mi Primera Conciencia, que repetía las palabras de “El libro de los muertos”; el rollo de papiro que facilitaba a los difuntos, reyes o picapedreros, el tránsito a la eternidad.

Y de pronto, le divisé‚. Reconocí de inmediato al hombre que se aproximaba puesto que su rostro me era tan familiar y querido como el de un antiguo amigo de infancia.

Era el amauta, el viejo astrólogo inca, el que fuera el personaje central en mis alien-sueños trascendentales. El sabio venía caminando con un paso ligero, impropio de su grave apostura y de su edad aparente. Su figura, muy cercana, pareció vacilar y se desvaneció tras un muro de llamas que estalló separándonos.

Era una barrera de un par de metros y tan alta que comprendí que de nada me serviría el vuelo para intentar su paso.

Imaginé tener una piel fresca, húmeda como la de una salamandra del medioevo, pensé en la zarza que ardía sin quemarse frente a Moisés cuando le fue entregada la revelación.

En las palabras de la Biblia “Y apareció un ángel de Yahvé‚ en una llama de fuego en medio de una zarza. Veía como la zarza ardía en el fuego pero la zarza no se consumía...”

¿ Cómo habría descrito de otro modo aquel hombre de su tiempo la luz poderosa de un foco encendido, el mismo resplandor del ovni que yo había visto?

Sin embargo este era un fuego verdadero. Un fuego similar a aquel sobre el cual caminaban en la India los adoradores de Agni, un fuego purificador, el mismo fuego en el que renacería el ave Fénix.

Entré‚ sin vacilar en las llamas. Mis ropas y mi cabello desaparecieron en una llamarada.

Sentí la carne arder y chisporrotear, los ojos estallar como vesículas, los tendones contraerse, la grasa derretirse y en medio de aquel dolor espantoso los huesos tornarse cal y cenizas y aún así continué‚ en movimiento hasta atravesar el arroyo de fuego.

Todo estaba bien. Mis ojos podían ver desde sus cuencas, las quemaduras habían cesado de martirizarme, mi carne, mis tendones estaban en su sitio y mi piel parecía la misma pero sentí que todo sería distinto desde ahora. Que la realidad había efectuado un nuevo giro, que era diferente en un grado que me parecía imposible calcular.

El amauta extendió sus brazos con un gesto de alegría.

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-. Has venido al fin, mi hermano.- dijo.- Temía que estuvieses extraviado. Te he esperado ya por mucho tiempo.

-. Ten.- añadió entregándome un lazo y un antiguo cántaro incaico.- Este es el cordón de la justicia. Bebe, esta es el agua de la fuente de la juventud.

Levanté el aríbalo y dejé correr el líquido fresco por mi garganta.

-. El agua de la vida eterna. Así podrás llegar a las regiones donde domina Ra. Podrás pasar sin miedo alguno delante del gran jaguar que guarda la entrada al mundo de los infiernos.

-. ¿ En que lugar te encontraré? ¿ En donde debo seguir buscando?

Él me sonrió y sentí que estaba tan próximo a mí como mi propia piel.

-. Ven a la montaña grande.- respondió.- Al Illampú, frente al lago Titicaca, en el techo del mundo. Allí, en una “yunga”, un valle escondido entre las faldas orientales de la cordillera te estaré aguardando. Solo allí, hermanito, podrás recibir el regalo que anhelas, la sabiduría de la Conciencia Total.

Cerré las manos abiertas sobre mis rodillas. El sol me ardía en la epidermis sin llegar a tocarla y me di cuenta de que era tarde, pasado incluso el mediodía. No tenía hambre pero me forjé‚ el propósito de ingerir alimentos con regularidad.

No olvidaba el desequilibrio que me produjo la falta de comida cuando descubrí el alien-sueño.

Tenía la necesidad de fortalecer mi organismo, acumular calorías, existía todavía un largo camino por recorrer.

El Titicaca estaba en Bolivia. Revisé mi geografía, el lago más alto del mundo. Recordaba muy poco más acerca de él. Una extensión navegable de más de 200 kilómetros con varias islas en su interior, las más importantes, la Isla del Sol, desde donde surgieron Manco Capac y Mama Ocllo, los fundadores de Tahuantisuyo y la de Coatí.

Me vinieron a la memoria “Los Comentarios Reales” publicados por el Inca Garcilaso de la Vega, nieto del Inca Hualipa Tupac que hablan de la aeronave “brillante como el oro” que descendió en la isla del Sol en el lago Titicaca.

El Inca Garcilaso conocía la historia de labios de su madre, prima de Atahualpa, la princesa Isabel Chimpu Ocllo. Isabel le relató como de aquella nave había descendido una mujer, idéntica a las mujeres actuales salvo en la cabeza cónica y en las grandes orejas (¿ Podía ser acaso un casco con sus auriculares sobresalientes?) Así como en sus manos palmeadas de! cuatro dedos!

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La mujer extraterrestre, denominada por los naturales Orejona, realizó diversos experimentos genéticos, ensayando incluso la cruza de un tapir con óvulos que ella misma aportara.

Los experimentos se frustraron puesto que los seres así concebidos tenían una inteligencia menguada, con dos manos pero con órganos reproductores similares a los del cerdo-tapir. La alienígena, había regresado finalmente a su planeta natal que había identificado como Venus, la estrella del pastor.

Veinte kilómetros al sur de la cuenca del Titicaca encontramos otra prueba de esta relación venusina con la cultura mesoamericana.

Unos 600 años después del nacimiento de Cristo en lo que los arqueólogos llaman el Clásico Tardío surgió el Imperio de Tiahuanaco.

El núcleo de la ciudad lo constituía el Kalasassaya, un edificio rectangular del cual solo quedan en pie una serie de monolitos que debieron sostener un muro.

En el lado este, una escalinata conducía a un patio interior que daba acceso a otra plataforma. Sobre ella se levanta todavía, resistiendo a los siglos, la Puerta del Sol.

La Puerta del Sol es una pieza monolítica de 3 metros de alto por cuarenta centímetros de espesor. En la parte central de la piedra hay una abertura a manera de puerta.

El dintel tiene un bajorrelieve formado por cuatro franjas horizontales; dos de ellas compuestas por seres humanos alados y las otras dos con extrañas figuras de ave con brazos y piernas humanas y soles y cabezas de cóndores mirando hacia el motivo central que se encuentra justo sobre la puerta.

El sobre-relieve representa una figura humanoide, cuya cabeza desproporcionada con relación al cuerpo, es cuadrada.

Sus manos sostienen cetros que terminan en cabezas de cóndores.

La puerta, que fuera restaurada de su inclinación inicial, se encuentra partida por un rayo. Del estudio de esta pieza se desprendió que los signos grabados correspondían a un calendario de 290días,descubrimiento debido a los científicos Kiss y Poznansky.

Rolf Muller, un astrónomo alemán, después de un prolongado y complejo estudio calculó que la construcción de la Puerta del Sol se había realizado hacía unos 12.000 años, mucho antes de que el imperio de Tiahuanaco se formara. Sin embargo seguía pendiente la pregunta. ¿ Por qué 290 días y no 365?

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La respondió en septiembre de 1961 un comunicado de la Academia de Ciencias de la URSS.

Los doctores Kotelnikov y Shklovsky habían determinado que el período de rotación sobre su eje del planeta Venus era de casi 9 días terrestres por lo cual en el año venusino habría entonces 225 días.

Con esta base, el físico soviético Alexander Kazántsev emitió la tesis de que el calendario de la Puerta del Sol representaba un ciclo anual, y no uno mensual.

Los enigmáticos 290 días representaban entonces un periodo de 12 años. Este hecho determinaba entonces un ciclo de 10 años venusinos de 24 días cada uno y dos años bisiestos. Con lo cual la ciencia moderna venía a igualar el conocimiento que poseían sobre el planeta Venus los antiguos cazadores prehistóricos que la habían construido.

Tal era la extraordinaria tierra, la misteriosa provincia a la cual me llamara aquel enigmático mentor.

Viajes veloces

Comencé‚ a preparar algunos alimentos de acuerdo a la disciplina que me había auto impuesto. Mientras revolvía la olla para evitar que los tallarines se pegaran no pude evitar una sonrisa, recordando a mi padre que, como buen galo, no abandonaba sus pretensiones de “chef de cuisine”, invadiendo el fin de semana los dominios de mi madre y rociando harina, aceite, o derramando generosamente la sal o el azúcar sobre el mesón de la cocina, en pos de su obra maestra gastronómica.

No le habría gustado seguramente la consistencia de mis pastas o la cara de los huevos que había frito en el campamento.

¿ Que pensaría ahora? ¿ Le habría contado René lo sucedido?

Yo esperaba que mi hermano hubiera tenido el buen sentido de callarse, pero nunca se sabía. Sin pretenderlo me abstraje y cerró‚ los ojos...

# .

- En mi cuarto el cubrecamas estaba pulcramente extendido sobre la almohada. Todo se veía ordenado y limpio.

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Me subí a la silla y, de pie sobre ella, hurgué‚ en el fondo de mi guardarropa hasta extraer una pequeña caja de metal. Allí tenía mi pasaporte, documento que deseaba llevar conmigo a Bolivia y cuya visa pensaba efectuar en la frontera.

Lo puse en mi bolsillo y saqué‚ el dinero que mantenía guardado para hacer frente a las eventualidades.

En Arica trataría de comprar moneda extranjera.

Estaba a punto de marcharme, pero no resistí el impulso de ver a mis padres. Crucé‚ el corredor y escuché‚ desde la puerta.

La televisión estaba encendida y papá leía el diario mientras mi madre tejía junto a la ventana.

-. Te digo que ya está bien.- decía mi padre con cierto tono de impaciencia en la voz.

-. ¨Pero entonces, ¿ porqué no se vino con René? ¡ Este niño va a terminar por matarnos! ¿ A donde se quedó? ¿ Que es lo que quiere hacer de su vida?

-. René lo dijo.- La voz de papá tenía un tono de obligada paciencia.- Solo quiere pasear un poco. Descansar, terminar de recuperarse. René, tu sabes, es un chico muy serio. Si él lo dice es que efectivamente es así. ! Vamos! Ya no te preocupes más, Jeanot está muy bien, recuperado por completo.

-. ¿ Y si es así... porqué entonces René llegó tan raro?

-.¡ Voyons ! Será porque a lo mejor discutieron, o porque está triste, porque tuvo que regresar o porque... Hay miles de explicaciones Sonia, ¡por Dios! Trata de no preocuparte.

-. ¿Y si no vuelve?

-. Pero si mandó a decir que iba a escribirnos pronto. ­Ya pues, ¡ déjame terminar de leer esto! Le aseguro que su hijo está perfectamente.

-. No sé‚ Jean, no lo sé‚. A veces siento un mal presentimiento, un temor a no sé qué‚...

Me separé‚ de la puerta. Debía escribir, era lo primero que debía hacer en cuanto regresara.

Giré para irme y me encontré‚ cara a cara con mi hermano.

-. Llegaste.- dijo acercándose a mí- ¡ Has vuelto!

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-. No Necho.- respondí.- Aún no. Solo vine a buscar mi pasaporte. No digas nada por favor. Bastante tienen ya los pobres con tener un hijo que quiere ser abogado, ¡ Bien podemos evitarles otro disgusto!

Pero él no sonrió como solía hacerlo ante mis bromas.

-. Entonces... ¿ a donde estás?

-. René, tu sabes a donde estoy.- le dije.- ¡Cuídate mi viejo! Hasta luego.

-. Adiós.- respondió.

Le di un golpecito en el hombro y me esfumé‚.

Cuando abrí los ojos la comida estaba fría, los huevos parecían congelados sobre los tallarines y decidí calentarlos en la sartén.

Palpé el pasaporte en el bolsillo de la chaqueta. Ahí estaba, junto al dinero de las emergencias.

Había ido y regresado en forma instantánea. El pensamiento tiene una velocidad superior a la de la luz, me dije.

Era curioso. Se trataba de mi primera telekinesia, dejando aparte mis primeros confusos ensayos, de lo que en parapsicología se denomina un “aporte” y no me sentía asombrado. Era como si aquella cualidad hubiese sido mía desde siempre.

Lo único que esperaba era no haber perdido la capacidad de asombro, de maravilla, que siempre había caracterizado mi vida anterior y que yo identificaba con la alegría de vivir, el afán de investigar y descubrir cosas nuevas.

La experiencia recién vivida reafirmaba mis teorías sobre el carácter eminentemente operativo del alien-sueño. Era precisamente por eso que todo cuanto hiciera me dejaba la sensación del “dejá vu”, algo experimentado con anterioridad o al menos presentido o soñado.

También acentuaba la diferencia con la otra visión, aquello que yo llamaba el alien-sueño trascendental.

El mensaje sueño que con su característica hiper -realidad me anonadaba con su contenido simbólico, complejo y arquetípico.

En el alien-sueño trascendental, debía establecer que se encontraban las diferentes etapas y características propias de las construcciones alegóricas. Sabía que la psiquis, como lo demuestran las estadísticas de la psicoterapia contemporánea, desarrolla la alegoría, o representación simbólica de ideas

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abstractas por medio de figuras, grupos o atribuciones, sin ninguna dificultad en los estados infra vigílicos, dentro de los cuales estaba lo que yo había definido como Conciencia Profunda o alien-sueño.

Así, si lo analizara desde el punto de vista de la sicología, podía apreciar, desde el primer momento, el “descenso a los infiernos”; las regiones inferiores, situadas bajo el plano normal (un lecho seco de río, un valle profundo, etc.)

En esta etapa eran pues, normales las vivencias desagradables, el fuego, los fragmentos del “Libro de Los Muertos” del Egipto antiguo que venían a mi memoria desde olvidadas paginas escolares, los demonios o dioses cinocéfalos.

El renacimiento tras la agonía del fuego señalaba un regreso a la vida ordinaria en la cual poseía de nuevo carne y huesos y una promesa de ascenso a las regiones “cósmicas”.

La indicación de la gran montaña, el Illampú, en el techo del mundo y la promesa de una nueva forma de conciencia.

Para mí estaba claro que el alien-sueño trascendental era el portador de un mensaje cuidadosamente elaborado por un misterioso remitente, y ahora yo estaba en camino para descubrir a quien.

CAPITULO VI: Camino al Illampú.

Mi “aura” se había ido atenuando hasta desaparecer con discreción en el tono ligeramente tostado que había adquirido mi piel en la cordillera y entre mis cabellos claros, de modo que pude desplazarme con facilidad hasta La Serena y, una vez allí, comprar un boleto con destino a Antofagasta.

A través de la ventanilla veía desfilar formas deslavadas y suaves; un tono terroso que cambiaba hacia el rojo ladrillo, el mismo tostado o el verde claro con vetas blanquecinas.

El paisaje variaba en forma permanente; altos, bajos, quebradas, cauces secos, soledad. Piedras y más piedras se amontonaban junto a las minas abandonadas, ni una casa, ni una sola sombra de vegetación y la infinita hilera de postes de teléfono que se perdía a lo lejos.

De repente, una bomba bencinera y media docena de casitas dispersas. No quería pensar en el misterio que me aguardaba más allí de la frontera y miraba pasar con mirada ausente los salares solitarios, pueblos fantasmas y el sol de Vincent Van Gogh girando en el cielo desnudo.

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Sin embargo, el hombre, a pesar de todo, había logrado sobrevivir aquí. Por esta misma ruta el Imperio de Tiahuanaco expandió su influencia política y cultural en los oasis conquistados al lugar más seco del planeta.

Los incas siguieron el mismo camino para difundir entre los pueblos del desierto sus técnicas agrícolas, su arte, su cultura, aquí organizaron la ruta que requerían para lograr un transporte y una comunicación eficientes, lo que, militar y económicamente era inevitable para que el Imperio llegase hasta las márgenes del río Maule.

Arica, con sus playas abiertas, su clima grato, era la puerta del desierto.

La ciudad de la eterna primavera, como suelen llamarla, es una ciudad que también tuvo un pasado. Poco antes de llegar, en las faldas de un cerro, junto a la carretera panamericana, descubrí unos nítidos geoglifos.

Otra vez me sentí invadido por la maravilla de aquel enorme sentido de la geometría en el diseño, de encontrar aquella asombrosa exactitud en unas líneas, cuyas desviaciones, según los matemáticos, jamás sobrepasaban los diez segundos de arco.

En el mundo actual, con todos los aparatos de precisión de que dispone la ciencia moderna, no ha sido posible repetir esta exactitud casi milimétrica.

Miré.

Aquel felino de lomo encorvado que era la figura de mayor realce. Se trataba tal vez de un puma o un gato montés y no pude dejar de preguntarme que efecto podía tener en mi, el caminarla, como lo hiciera con el tridente del cerro Las Tórtolas.

No obstante aquella perfección, los incas habían desdeñado el arte y el sentimiento de aquellos misteriosos constructores antiguos, puesto que el Camino del Inca, una de las mayores obras de ingeniería del mundo antiguo, pasaba en ocasiones, sin ningún reparo por sobre las marcas en la tierra que dejara aquella cultura desaparecida.

Entramos en Arica. Es una ciudad pequeña, aproximadamente del tamaño de Chillán, con una vieja plaza provinciana de árboles añosos, una ciudad de confluencia a donde los caminos se juntan y el ferrocarril internacional parte hacia las alturas de los Andes.

En la residencial en donde me alojé‚ esa noche me indicaron a un camionero, cliente de la casa, que partiría al día siguiente hacia La Paz vía Visviri con su camión de mercancías.

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Acordé‚ con el hombre mi transporte por una pequeña suma de dinero. Prefería, me dijo, viajar en compañía, tanto por seguridad, como porque la charla acortaba las largas horas que le aguardaban frente al volante.

Ahora, finalmente, estaba aquí, en el altiplano, mientras el camión que me había transportado se alejaba camino a La Paz y yo me internaba en una región sub.-tropical, de grandes y espesas selvas y anchos ríos que venían desde la cuenca amazónica.

Sabía que frente a mí llegaba el Beni que se juntaba con el Mamoré‚ formando el río Madeira en la frontera con el Brasil.

Muchas veces había oído mencionar a Bolivia como el país del altiplano pero a medida que me internaba en su territorio más patente se me hacía lo errado de esa definición.

La verdad es que se trata de un bello e inmenso país, cuyos bosques exuberantes se alternan con grandes praderas y algunas de las regiones más elevadas de la tierra.

El Illampú, el que consideraba mi punto de referencia, por ejemplo, tenía una altitud de casi 6500 metros en su cima más elevada.

Algo me decía que debía encaminarme hacia el este, siempre al este, tal como estaba orientada la Puerta del Sol en Tiahuanaco. Al este, en donde latía un corazón civilizador irradiando estructuras sociales, políticas y tecnológicas a los hombres desde los tiempos más remotos.

Sabía, con un conocimiento irracional, ajeno a mi Primera Conciencia, que en algún lugar debería existir otro Centro de Poder, semejante al que descubriera más allí del valle de Elqui.

Un lugar en que mis mutaciones espirituales adquirieran su verdadero sentido y mi yo integrado descubriría la razón final de la extraña aventura que me arrastraba lejos de mi hogar y de los míos.

Caminando por el borde del amplio camino admiré‚ aquel hermoso paisaje. Se veían, como en un mosaico de colores, las lomas labradas con el típico chaqui taclla, un arado de pie, una especie de pala y machete que venía usándose desde los tiempos imperiales.

Las ordenadas hileras de maíz, las plantaciones de la papa y el olluco y, de vez en cuando, pintorescas caravanas de llamas cargadas con productos agrícolas que atravesaban el sendero en camino al mercado.

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En ocasiones divisaba campesinos con ponchos y “chullos” multicolores afanándose sobre la tierra y a pesados camiones que se cruzaban en la ruta con destino a las minas o a las plantaciones.

Me sentía algo fatigado.

Había dormido en el camión por la noche y mis articulaciones se hacían notar con cierta molestia, así es que me detuve al borde del camino haciendo “dedo”, hasta que un camión vacío pareció atenderme.

El vehículo pasó delante y se detuvo, llevado por la inercia a unos quince metros de allí, yo eché a correr con la mochila a cuestas hasta alcanzarle.

-. ¿ Para donde va el amigo? -. Me preguntó el conductor con una voz de acento algo gutural.

Era un tipo rubio, calvo, los ojos azules desteñidos como el agua.

-.Voy al este del lago Titicaca, más allí de las faldas del Illampú.- contesté.

-. Suba.- me dijo abriendo la portezuela.

Monté al vehículo y partimos levantando una nube de polvo amarillento.

Mi amable compañero era un hacendado de origen germánico que junto a su padre había viajado a nuestro continente en el año 46, poco después de concluida la Segunda Guerra Mundial.

Era dueño de aquel viejo camión y una estancia en la cual criaba ganado al otro lado del Illampú.

-. La verdad es.- expliqué‚ ante sus preguntas.- que no voy a un sitio en especial. Deseo recorrer estos lugares, conocer... es un país maravilloso, ¿ verdad?

-. Ya. La gente, aquí, en América, no tiene idea de cuanto.- respondió él.- Creo que muy pocos de nosotros llegamos a conocer estas tierras por completo. Aquí hay oro, plata, estaño. Es como un enorme pastel en que todos los minerales afloraran como fruta confitada, y vea los ríos, ríos mansos, navegables y este cielo límpido, el aire... Yo creo que así fue la aurora de los tiempos, así debió ser en el principio de la creación.

Estaba comenzando a hacer calor. Muller, que de ese modo se llamaba mi interlocutor, se enjugaba regularmente la frente con un gran pañuelo a cuadros.

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Me dijo que le gustaba Chile, especialmente el sur. Uno de sus hijos, Erwin, vivía en la provincia de Llanquihue desde hacía doce años. Su charla, amigable y reconfortante me fue amodorrando y me quedé dormido.

El pan bajo la piedra

#.-

En lo alto de las cumbres resonó multiplicándose en un centenar de ecos un “pototó”.

La concha marina tenía la sonoridad de un cuerno de caza.

Su largo aullido me estremecía con el tono de angustia, de urgencia que resonaba sobre las colinas terrosas.

Me encontré‚ a la entrada de un gran templo construido por enormes bloques de granito.

Era una edificación familiar, ya alien-soñada con anterioridad.

Pasé bajo el dintel monolítico que remataba la puerta de piedra, más ancha en la base como si fuese un cono truncado.

Las losas en el suelo tenían un pequeño declive, como si hubiesen sido desgastados por un roce innumerable de sandalias indígenas.

Me encontré en un anfiteatro ubicado sobre el llano. Hacia el este se alzaba la roca sagrada.

Aquella construcción monolítica tenía una altura de tres metros y ocho peldaños labrados a un costado que permitían el acceso a su superficie, plana, como una mesa de cuatro metros de diámetro.

En el lado que daba al este, el curioso monumento mostraba una especie de respaldo triangular con dos pequeñas proyecciones que sobresalían en los ángulos de la base.

Me imaginé‚ que se trataba de una losa para sacrificios puesto que lucía una argolla de piedra que probablemente se utilizaba para atar allí a la víctima y un canal que corría desde la superficie hasta el pie de la roca.

Debía ser, si no me equivocaba, el canal para la sangre, sin embargo no se veía allí ninguna ofrenda viva.

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Sobre la superficie del ara, en cambio, reposaba una piedra de siete esquinas.

El trabajo era hermoso, tan bello en realidad como si se tratase de un diamante tallado en espínela.

Noté, sin embargo, que el bloque estaba asentado de manera extraña, inestable y traté‚ de desplazarle utilizando toda mi fuerza.

La roca pesaba más de cien kilos pero ante mi embestida osciló hasta deslizarse a un lado dejando al descubierto algo claro y dorado, algo aplastado por el peso y sin embargo blando aún y grato al tacto.

Tomé el objeto con cierta precaución y vi que se trataba de una tortilla, una tortilla de maíz.

Con el pan aplastado entre las manos pase‚ la mirada en torno a mí.

Piedra en la piedra, había dicho Pablo Neruda, ¿ el hombre adonde estuvo?

En un tiempo no demasiado lejano, los exploradores, viajeros y aventureros que se encontraron con estas inmensas y extraordinarias ruinas no pudieron aceptar que las hubiesen construido los hombres con su escasa tecnología y su único esfuerzo.

Se habló y todavía hoy se hace, de razas gigantes quienes se habrían extinguido. Legiones de colosos que habrían desaparecido misteriosamente sin dejar rastro de su paso que aquellas pétreas y desmesuradas construcciones que semejaban un desafío a la eternidad.

Más tarde aparecieron arqueólogos, científicos e investigadores que, desechando aquellas tesis emocionales buscaron nuevas respuestas y explicaciones.

¿ Sería acaso la fuerza del vapor? ¿ No era cierto que los incas habían profundizado en las fuerzas hidráulicas?

¿ Que cantidad de hombres habría sido necesaria para levantar la pirámide escalonada de Saccara, tumba de Dyoser, “el Magnifico” en el siglo XXVIII antes de Cristo, o la pirámide del Sol, su gemela de Teotihuacan?

Ahora la ciencia venía en nuestro auxilio, a proveernos de la fuerza y los elementos necesarios como para repetir las hazañas que realizaron en su tiempo los antiguos sabios uniendo su intuición al trabajo que suponían de miles y miles de hombres.

Y sin embargo la construcción de la represa de Assuán, obligando a mover el templo de Abu-Simbel había dejado dramáticamente al descubierto que nuestra

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ciencia, glorificada y enaltecida desde el siglo XIX, nuestros recursos, los mismos que habían puesto al hombre en la luna, no eran capaces de desplazar los bloques de granito en que habían sido talladas las imágenes de los faraones y que era necesario aserrarlos en trozos para poder conducirles hasta su nueva ubicación.

Nadie dijo nada.

Se calló, puesto que el orgullo de la tecnología contemporánea no era capaz de soportar que se la sometiese a semejante humillación, a ella, con sus computadores, sus grúas mecánicas, sus tractores gigantes y sus juguetes espaciales.

-.¿Y ahora, que harás? -. Había preguntado mi hermano René - ¿ Moverás cordilleras?

Miré de nuevo el bloque y me concentré‚ en la piedra grisácea.

Pensé‚ en su estructura interna, en su fragilidad, en la totalidad de su volumen y su composición molecular hasta que encontré‚ la buscada almendra, la esencia secreta que le otorgaba coherencia.

Con mucho cuidado, desanudé‚ los vínculos que la unían a la suma del planeta y vi como, muy despacio, comenzaba a flotar.

La piedra se contenía suspendida a unos pocos centímetros de la lisa cubierta de mesón de los sacrificios.

Con un dedo empujé‚desplazándola hacia otro lugar, luego, volví a atarla con las ligaduras originales.

El bloque descendió con suavidad posándose en el punto elegido.

¡ De modo que había sido en esta forma!

Pensé‚ que pasaría un largo tiempo antes de que las personas pudieran dominar estas fuerzas.

¿ O era acaso mi misión difundir el poder en el mundo?

El poderoso arte del alien-sueño, esta fuerza que parecía haberse perdido y del cual yo, por el momento, era el único sustentador.

La caracola marina resonó de nuevo sobre las cumbres, angustiosa como una vaca herida anunciando el término de la revelación.

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En el “Nido del Cóndor”

El clamor del pototo, sin embargo, no era lo que me había despertado; los sonidos cambiaron y se transformaron en una bocina del camión en que viajaba.

Se había hecho de noche ya y la luz de los faros me permitió ver que nos habíamos detenido ante una tranquera.

Una docena de perros ladraban saltando alegremente alrededor, contentos de poder hacerlo y alborotar a su gusto.

Más atrás podía distinguir borrosamente la masa obscura de algunas construcciones.

-. Vamos, vamos, despierte.- dijo mi compañero.- ha dormido por lo menos unas seis horas.

- ¿Dónde estamos?.- pregunté‚ aún soñoliento.

-.¡ Abre el portón, Francisco!.- gritó Muller por la ventanilla y, volviéndose hacia mí explicó.- Hemos llegado a mi hacienda. Bienvenido al “Nido del Cóndor”.

-. Gracias señor Muller.- repliqué.- ¿Nido del Cóndor? ¿ Se llama de ese modo?

-. Ya, Nido del Cóndor. Es un nombre apropiado, como podrá darse cuenta por la mañana.

-. Me recuerda al “Falkenhorst” del Robinsón suizo.- comenté‚.

-. ¿ Ha leído a Rudolf Wiss?, No lo había oído mencionar desde mi infancia.

-. Me gusta leer.

Me miró con un nuevo respeto.

-. Baje. Pase adelante, Brisset-. Y gritó a los perros.- ¡Rauss! Rauss; ¡Satanás! ¡Gómez! ¡Blitz! ¡Rauss!-. Agregando.- Tenga cuidado con los escalones.

Algunas ventanas de la casa se habían iluminado ante la algarabía que provocara nuestra llegada.

Subí una pequeña escalinata de madera que conducía a una veranda.

La casa estaba construida sobre unos pilotes de madera a metro y medio del suelo como si fuera un palafito.

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-. Es por los insectos y la humedad.- me explicó Muller más tarde.- El espacio inferior lo utilizamos como leñera.

-. ¡ Hans, Simón! ¡ Traigo un invitado!

Dos jóvenes, algo menores que yo, salieron a nuestro encuentro abriendo las puertas.

-. Este joven es el profesor Juan Louis Brisset, un chileno que anda conociendo nuestro país.

-. ¿ Cómo está? Yo soy Simón.- dijo el muchacho bajo y de cabello rojizo dándome la mano.

-. Y yo Hans.- dijo el otro.- Bienvenido al Nido del Cóndor.

-. Gracias.- repliqué‚. - Muchas gracias por su hospitalidad.

La luz dio un parpadeo.

-. ¿Qué pasa con ese guinche de aire?-. Preguntó Muller.

-. No Sé‚ papá, mañana voy a revisarlo.- repuso Hans agregando.- Hay agua caliente. ¿ Desean tomar un café‚? ¿ Comer algún fiambre?

-. Solo el café‚. Gracias.- dije.

Pasamos a un lugar que era a un tiempo cocina y comedor y tomamos asiento en torno a una gran mesa.

En tanto el señor Muller explicaba algo en alemán a Hans, Simón sirvió el café.

-Este café‚ es boliviano.- comentó Muller.- Se planta, se cosecha y se tuesta cerca de aquí. Creo que le gustará.

¿ Azúcar?

. No gracias.

-. La gente de por acá tampoco la usa. En el campo prefieren consumir la “chancaca” que es un tipo de azúcar con poca cristalización, casi sin refinar.

El café‚ era excelente, aromático y con un sabor muy definido.

-. Hace dos años, cundo visité‚ a Erwin tomé‚ esa especie de café‚ en polvo que beben allí, en Chile. Lo encontré‚ horrible. En cambio el vino me agradó mucho.

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-. Estoy de acuerdo.- le dije con sinceridad.- Después de haber saboreado un verdadero café‚ es muy difícil pasar esos cafés de tarro.

-. Brisset debe estar fatigado, Hans, llévalo a la pieza de alojados. También yo estoy algo cansado. Que duerma bien.

-. Buenas noches.- respondí saliendo tras Hans.

La habitación que me había sido destinada era amplia, con mallas protegiendo las ventanas de los mosquitos. El mobiliario del cuarto estaba compuesto por una amplia cama de madera con un par de sábanas y una manta multicolor sobre un colchón de lana.

Había además un armario en un rincón y un mueble con un espejo en donde se veía un lavatorio y una antigua jofaina de porcelana.

En el piso y extendidas sobre las paredes se veían numerosas pieles de animales; cueros de jaguar, de vacuno, de puma y otras que no me era posible identificar.

En el techo pendía una gran aspa de cuatro brazos que me imaginé‚ debía ser un ventilador que funcionaría durante las horas de mayor calor refrescando la habitación.

-. Buenas noches Jean Louis, que descanses.

-. Gracias Hans. Buenas noches.

Quité‚ mis zapatos, me puse el pijama y reflexioné‚ recostado sobre el lecho.

Hacía apenas dos días que emprendiera su viaje desde la ciudad de Arica, encontrándome ahora cerca de mi objetivo.

Aquí, pensé‚ todo está más cerca de todo, a pesar de las montañas y el terreno irregular, no hay que recorrer mil doscientos kilómetros para ir de Santiago a Puerto Montt o mucho más.

¿ Que me aguardaría en la misteriosa “yunga” de la que me hablara mi visión?

¿ Serían tan amables y hospitalarios como estos bolivianos de origen europeo las gentes que encontraría más adelante?

¿ Que sentido tenía el ultimo alien-sueño que acudiera a mí mientras viajaba en el camión de Muller?

En la base de la piedra, una tortilla.

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Tortilla, maíz, alimento bajo la piedra tallada; germen en la raíz de la civilización.

De pronto, como en un chispazo, comprendí.

Me vino a la memoria un manuscrito azteca encargado por el primer virrey de Méjico, Antonio Mendoza.

El Códice Mendoza, ejecutado unos veinte años después de la conquista del imperio azteca, relata la historia imperial desde la fundación de Tenochtitlán hasta la conquista, así como el número de sus provincias la cuantía de sus tributos y refleja vívidamente las costumbres, nacimiento, educación, matrimonio, virtudes militares, ritos funerarios, en fin; un cuadro de la vida de aquellos americanos y su grandiosa civilización, que carece de parangón con otras culturas.

En el manuscrito, conservado en la Biblioteca Bodleiana de Oxford, se puede ver un gráfico reproduciendo las diversas alternativas de la educación de un niño. Círculos azules representan los años del joven y bajo ellos un óvalo y medio o dos según el caso.

Los óvalos no simbolizan ni soles, ni lunas, ni monedas; son tortillas de maíz.

El acucioso cronista que ejecutara el Códice Mendoza había detectado en esa forma, la esencia del desarrollo de su civilización; que la cantidad de energía consumida per cápita tenía una relación directa, tanto cualitativa como cuantitativa con el tipo de civilización que era posible establecer.

También ese era el mensaje que subyacía en mi visión; la cultura, el arte, la religión, todas las superestructuras sociales, se desarrollaban en función de una base energética.

La cantidad de energía que determinado sistema económico era capaz de distribuir entre sus miembros poseía una incidencia exclusiva en la calidad que esta civilización fuera capaz de alcanzar.

Así, olmecas, aztecas, mayas, tiahuanacos, chavines e incas tenían en común un estímulo para abandonar el nomadismo y la vida de cazadores de las grandes presas; el alimento, y la roca de sus civilizaciones, con sus grandiosos momentos y sus imponentes logros se cimentaba inestablemente en la humilde tortilla de maíz americana.

Comprendí al llegar ese punto de mis reflexiones que los alien-sueños trascendentales, mis visiones inducidas, poseían un claro objetivo didáctico.

De algún modo se me estaba programando para percibir la realidad desde un determinado punto de vista.

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El sistema de aproximación a la realidad podía ser bueno, pero podía también distorsionarla y adecuarla a un objetivo que no era capaz de imaginar.

El hecho de que recordara el Códice Mendoza, apenas entrevisto en el libro de lord Kingsborough, “Antiquities of México” de 1831, o las palabras de “El Libro de Los Muertos”, del antiguo Egipto, indicaban además con claridad que alguna clase de fenómeno se estaba desarrollando también en mi memoria.

Toda la base nemotécnica de la cultura se establece durante nuestra adolescencia e infancia, sin embargo, el tiempo va, por un mecanismo natural, borrando, esfumando, reemplazando datos y actualizándolos de acuerdo a los requerimientos del desarrollo vital.

No obstante, mis visiones hacían cada vez más vividas y frescas las antiguas lecturas; los olvidados textos de estudio que tan de mala gana pasara en el colegio.

Me propuse mantener a toda costa mi independencia de criterio. No permitiría que se me manipulara. Aceptaría el nuevo punto de vista que se me brindaba pero establecería asimismo una vigilancia permanente, puesto que me parecía que me estaban haciendo un presente griego, un caballo de Troya¨que muy bien podía ocultar propósitos absolutamente incompatibles con los míos o incluso, considerando su procedencia, con los de la totalidad de los seres humanos.

Amanecía.

Los gallos cantaban anunciando el alba, los sonidos extraños, la algarabía de los pájaros desconocidos, una sinfonía matinal tan nueva y distinta me recordó que me encontraba muy lejos de mi hogar, en otro país, entre otras gentes.

También pude escuchar otras cosas, el ruido del agua al correr, las aspas del molino de viento que giraba cargando con su dínamo la energía eólica que se consumiría al atardecer, voces hablando en el áspero idioma alemán, risas, gente chapoteando en los lavatorios, sonidos de botas en el porche.

Ya no podía seguir en cama. La luz iluminaba tenuemente el cuarto.

Tiré de una cadenilla que accionaba el interruptor de la ampolleta y vertí agua en la palangana.

Mi primer día en la estancia el “Nido del Cóndor” había comenzado.

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CAPITULO VII: Pistas en la selva

El desayuno fue abundante y de clara tradición germánica; mazamorra de manzanas con crema, kujen, panecillos horneados y jamón acompañados del excelente café‚ que bebiera en la noche, esta vez complementado por una leche rica, gruesa, mantequilla, nata y mermeladas que adornaban la mesa distribuidas en pequeños potes.

Comí con el apetito mayor que tuviera desde los sucesos del Incidente.

Durante la sobremesa, Muller me invitó a permanecer allí por un par de días. Se trataba de una familia agradable por lo que acepté su oferta con gratitud.

Nido del Cóndor era una hacienda ganadera de mediano tamaño. Estaba formada por algunos valles y cercada en parte por montañas y en parte por selvas.

Cuando nos levantamos de la mesa el sol ya se asomaba, esplendoroso por sobre los picos del Illampú.

Desde la galería en que nos encontrábamos podían apreciarse como en un pequeño mantel cuadriculado las faldas de las colinas, las praderas y el tejido apretado de las copas de árboles gigantes en la selva.

Un papagayo de brillante plumaje se balanceaba en un columpio, desde una jaula de junquillos pendiente del techo.

Allí abajo podía verse también algunos peones de origen incásico realizar silenciosamente sus faenas.

-. Hans le atenderá, Brisset.- me dijo Muller.- Le he pedido que lo lleve de cacería. Simón y yo debemos viajar moviendo unos animales hacia otra pastura. Hay un bicho que se ha estado cebando en el ganado. ¿ Sabe usar una escopeta?

-. Apretar el gatillo.- respondí.- el tiro, eso sí, no garantizo a donde vaya a dar.

-. Hans es nuestro mejor tirador.- afirmó Muller.- además les acompañará Francisco, mi hombre de confianza, que es un viejo cazador de jaguares. Con ellos estaré completamente seguro. Se divertirá.

-. ¿ Montas a caballo, Jean Louis?

Era Hans quien preguntaba mientras engrasaba las armas. -. Si no es así, tenemos uno bastante manso.

-. No hay problemas.- respondí.- Me gusta cabalgar.

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-.¡ Estupendo!-. Entonces vamos a partir antes de que empiece a subir el calor.

Hans se apoyó sobre el barandal.

-. ¡ Francisco! Que Moyoc traiga mi caballo y el bayo del papá. Tu y él nos acompañaran con los perros. Vamos a buscar al bicho que ha estado carneando los terneros de la lomada grande.

En unos pocos minutos estuvimos listos y echamos a cabalgar hacia una lejana pastura.

Francisco, un hombre tranquilo y grave, vestido de blanco, hablando dificultosamente el español nos informó que allí se encontraban los restos de una ternera muerta apenas la tarde anterior.

Desde allí, los perros deberían ventear la pista hasta el cubil del carnicero.

Hans, sin dejar de observar el camino, me iniciaba en los secretos de la Máuser que se me había facilitado para los efectos de la excursión de caza.

Echaba de menos la muelle silla chilena, con el pelero tejido y su vellón de lana de oveja, en la que el jinete se sume como en un nido.

Los caballos de los Muller estaban en cambio ensillados con las duras y compactas monturas inglesas a las cuales no lograba habituarme.

El paisaje era en verdad deslumbrante.

Los pájaros saludaban nuestro paso con una enorme algarabía y vi también algunas familias de micos capuchinos de anilladas colas, espiándonos desde las ramas altas de los árboles.

De pronto escuchaba sonidos que me parecían sierras eléctricas, carcajadas horribles, aullidos tales como jamás en mi vida había oído.

La selva vivía a pesar de los “roces” que la hacían retroceder cada cierto tiempo, dejando paños de tierra fértil en los que, únicamente la presencia de raigones obscurecidos por el fuego delataba el origen.

El ganado me pareció fuerte y bagual.

Comprendí que aquellas reses eran tan salvajes como los pecarís o los tapires de la selva por el modo en que corrían escapando al paso de las cabalgaduras en cuanto se percataban de nuestra proximidad.

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Cacerías y tesoros

Me sentía a gusto con mi compañero.

Hans era un buen conversador y estaba ansioso por serme grato.

Cuando notó mi interés por algunas piedras labradas, me fue señalando otras.

-. Aquí.- me dijo.- hay ruinas en todas partes. Bolivia respira leyendas y ha sido cuna de grandes civilizaciones. ¿ Lo sabías?

-. Algo de eso he leído.- le respondí.- Es precisamente una de las razones que me trajeron hasta aquí.

-. Ya entiendo, de modo que lo que buscas por aquí es un tesoro. Eso no es nada nuevo. A menudo aparecen aventureros que, alejándose de las zonas más pobladas pretenden encontrar los tesoros incas, revelando sus misterios y conquistando la riqueza. Yo mismo he descubierto, no lejos de este lugar, algunas interesantes piezas en champi fundido.

-. ¿ Champi?

-. Es el oro nativo en aleación con una parte de cobre. Se utilizaba en todo el imperio antiguo. El cobre le daba más dureza. Creo que se comenzó a usar con Manco Capac y Mamá Ocllo y continuó con los 14 monarcas que le sucedieron.

-. ¡Vaya! De manera que los españoles no se lo llevaron todo.

-.¡ Claro que no! ¿ Acaso lo dices por lo de Atahualpa?

-. Mira, yo sé‚ lo que la mayoría.- respondí.- Pizarro hizo prisionero al inca y Atahualpa ofreció por concepto de rescate el contenido de oro de su prisión y dos veces en plata lo que cupiera en una sala adyacente. ¿ Acaso no fue así?

Hans sonrió.

-. Ya. Es correcto pero te faltan algunos detalles. El asunto que pareces no conocer es que Huayna Capac, duodécimo Inca, había dividido su reino en dos capitales. Para Huascar, su hijo primogénito y legítimo heredero fijó como capital El Cuzco, la ciudad más importante de Quito y Atahualpa, de inmediato, se declaró en rebeldía contra el soberano, su medio hermano.

-. Así se hace la historia.- comenté‚.

-. Cuando Pizarro capturó a Atahualpa, en una jugada muy sucia debo decirlo, este ya había hecho asesinar a Huáscar, el verdadero Inca.

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-La lucha entre los hermanos había debilitado las instituciones del imperio y las normas del derecho incásico- prosiguió Hans -. Las clases dirigentes estaban gestando una fuerte reacción en contra del usurpador. Así, cuando este ofreció a su captor, una parte del tesoro de los incas a cambio de su liberación, no contaba en realidad con el respaldo de los diversos sectores del imperio. Era un hombre abandonado, salvo por su fracción que, debido a la captura de su jefe, había perdido toda influencia. ¿ Sabes cuanto fue el oro que en realidad ofreció? -. ¿ Lo que hacía la pieza donde estaba preso?

-.La verdad es que no lo sé‚.

-. Yo voy a decírtelo.- prosiguió el joven.- Francisco Pizarro ha escrito que tenía 35 pies de largo por 17 o 18 de ancho. Si la altura era de 9 pies, eso nos daría más o menos 105 metros cúbicos de oro. Sin embargo Atahualpa, desconocido por los sacerdotes, tratado de bastado por los grandes del reino, no era capaz de asegurar tal cantidad. El rescate comenzó a llegar con cuentagotas, de los anunciados 400.000 kilos de oro se llegó solo a 5.000. Una vez que los españoles asesinaron a Atahualpa dejó de llegar el rescate y los convoyes de oro detenidos en la marcha fueron escondidos en las montañas.

-. Parece Hans, que eres uno de los expertos que existen sobre la materia.

-. Siempre me ha gustado la historia, la historia y los tesoros. Si no tuviéramos tanto trabajo en la hacienda yo me hubiera hecho huaquero hace tiempo.

-. ¿Huaquero?

-. Claro. A los lugares antiguos, tumbas y santuarios por aquí les dicen huacas. O sea huaquero es saqueador, ¿ porque que otra cosa sino, son los buscadores de tesoros?

Unos pájaros de cogote pelado y plumas negras se echaron a volar graznando con enojo.

-. Aquí es.- dijo Hans deteniendo la marcha de su caballo.

Pude ver el vientre hinchado y sanguinolento de una res muerta. En el aire flotaba un hedor desagradable que inquietó a las bestias haciéndolas pifiar con impaciencia.

-. Con el calor todo se descompone muy rápido.- se disculpó mi anfitrión.

- Francisco, coloca el bozal a los perros para que no ladren y hazlos olfatear las huellas. -. Son.- agregó.- los mejores rastreadores que hayas visto en tu vida. Fíjate, ya ventearon la pista del jaguar.

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El jaguar; recordé el valle de la muerte que viera en el alien-sueño, el amauta me había hablado del jaguar, el gran jaguar que custodiaba las puertas del infierno.

El infierno no era para ellos, los amautas, el lugar de fuego, azufre y sufrimiento que para la mitología cristiana sino mas bien un lugar de tránsito, algo así como un purgatorio, un nivel diferente del cual se podía ascender naturalmente a regiones superiores.

La huella se internaba en la selva de modo que tuvimos que abandonar los caballos en la pastura y continuar a pie.

Nuestros pasos se atenuaban en la cálida masa de hojas podridas que formaba el rico humus de la foresta.

Arriba, en las copas de los árboles, gritaban los pájaros y los micos ejecutando sus sencillos reclamos vitales.

Cuatro horas después, la camisa pegada al cuerpo, mareados por el olor de la vegetación descompuesta y las huellas limítrofes de las criaturas de la selva caminábamos fatigosamente abandonando cualquier referencia conocida.

Nos acercábamos a la presa y los perros gemían de excitación tironeando con fuerza sus traíllas.

-. Hay que tener mucha precaución de ahora en adelante.- me advirtió Hans.- el jaguar es un animal muy “mañoso”. Si piensa que estamos siguiendo su pista, regresa sobre sus huellas, se esconde a un lado del camino y cuando menos lo esperemos, nos ataca sin vacilaciones. Me ha tocado ver a muchos hombres con el brazo, el pecho, los hombros o el rostro desgarrados por un jaguar, y esos han sido los más afortunados.

-. No te preocupes.- respondí.- Tendré‚ cuidado.

Moyoc y Francisco, los peones, llevaban a los perros delante de nosotros y caminaban sin ruido moviéndose como sombras silenciosas.

Yo me esforzaba por captar alguna cosa pero no oía sino el habitual alboroto de monos y papagayos, muy alto, sobre nuestras cabezas.

De pronto, Francisco se detuvo levantando un brazo.

Nos aproximamos con precaución. Frente a nuestros ojos se levantaba un inmenso murallón de piedra, que se alzaba casi verticalmente unos dos mil metros.

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En su base, entre nosotros y la mole, se abría un extenso barranco en cuyo fondo discurría un arroyuelo arenoso.

A unos veinte pasos de la orilla opuesta, a escasos cincuenta metros de nosotros, podía verse una estrecha hendidura negra junto a la cual, un jaguar dormitaba.

Desde nuestro escondite podía ver perfectamente a la fiera; un animal de apariencia tosca, esqueleto ancho, patas cortas y cuerpo pesado.

Un felino en suma, carente de la gracia y nobleza del león o el tigre asiático, pero que proyectaba una sensación de poder y muerte tan grande como aquellos.

-. Saca el seguro al arma.- murmuró Hans.- Voy a tener que acercarme un poco porque este es un mal ángulo para mi tiro. Cúbreme mientras tanto. Por suerte el viento está soplando hacia nosotros.

Como un duende, el muchacho se deslizó aprovechando los troncos de los árboles, las piedras y la espesura para mantenerse a resguardo. Yo, por mi parte, apunté‚ a la fiera tratando de controlar la descarga de adrenalina que hacía latir más rápido mi corazón y temblar el pulso obligándome a respirar más profundamente.

Ya Hans estaba por ganar su posición cuando un bólido pasó junto a mí y se lanzó chapoteando a través del arroyo hacia el cubil.

Uno de los perros se había soltado.

El jaguar, al sentir el ruido, dio un salto que le llevó varios metros adelante.

El valiente can se acercaba, ciego ante el olor de su enemigo y me di cuenta que conservaba aún el bozal que se le había puesto.

El gran felino saltó de nuevo hacia adelante y vi como manoteaba juguetón a nuestro rastreador.

El perro cayó a su lado sin un gemido y, casi de inmediato, el jaguar se desvaneció como un fantasma.

Todo ocurrió tan deprisa que ninguno de nosotros había tenido el buen tino de hacer fuego.

Hans, con el rostro sin sangre retrocedió hacia donde estábamos cautelosamente.

-. Cuidado.- dijo.- Ahora es él quien nos caza.

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Como si toda la selva estuviese enterada de lo ocurrido se hizo un espeso silencio, no se oía ya ni a aves ni a micos. Hasta parecía que el mismo viento había dejado de soplar y solo el murmullo de las aguas, magnificado por la quietud general llegaba hasta nosotros.

-. Perdona.- me dijo Hans.- Ahora solo podemos regresar a casa. No era mi intención arrastrarte a ningún peligro. ¿ Francisco?

Mudamente, el indio le enseñó el cabo de una correa de cuero desgarrada.

-. Bien.- concluyó Hans. No eran precisas más explicaciones, se trataba tan solo de la fortuna adversa.

Extraño destino el mío -reflexioné- Si muriera ahora...

Había sido arrastrado desde mi apacible vida anterior hasta un lugar exótico y lejano, un lugar en que presentía, debían confluir en un mismo cauce mis visiones alien-soñadas y el primer estrato de la realidad.

Traté‚ de abstraerme, salir de la situación de temor que nos envolvía ya como un sudario. ¿No era acaso el amo del alíen-sueño?

Más allí de mis sentidos toqué‚ algo, algo en tensión, como un resorte, algo al acecho; un reflejo de oro y sombra que se agazapaba junto a la senda, unos treinta pasos más allí, junto a nuestras huellas.

-. Está ahí.- dije.- Junto a aquel árbol.

-. Te equivocas, es demasiado lejos para saberlo. Notarías la brisa, un mono...

Francisco y Moyoc se adelantaron. Aquellos hombres no llevaban escopetas sino largas jabalinas de bambú rematadas por hojas de acero.

-. Tengan cuidado.- repetí.- Él está ahí, en la espesura.

Nos acercamos. Apenas a ocho metros del sitio señalado se escuchó un revuelo entre las ramas. Francisco con un movimiento suave, como ensayado muchas veces, dejó caer una rodilla en tierra y apoyando en el suelo el cabo de la lanza, la dirigió con ambas manos hacia el pecho del gran animal que saltaba hacia él.

No tuvimos tiempo para levantar nuestras armas a la cara.

La fiera con un sordo rugido cayó hacia un lado retorciéndose en violentas convulsiones, la hoja de la lanza había penetrado bajo el brazuelo hacia su salvaje corazón.

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Con maravillosa sangre fría, Francisco esperó hasta que el animal se aquietara y poniendo su sandalia sobre la piel moteada recuperó su lanza.

La cacería había terminado.

Choca Chinchay

Moyoc y Francisco colgaron al animal muerto de una rama baja para enseguida, proceder a “cuerearlo” con gran habilidad.

Una vez concluida la tarea, cortaron las amarras y dejaron caer el rojizo cuerpo ensangrentado a las fauces furiosas de los perros.

-. Lástima que Blitz no pueda estar aquí.- dijo Hans.- era un perro de los mejores. Papá va a sentirlo tanto como si hubiese sido uno de nosotros. ¿ Que te parece si ahora revisamos la cueva? Es por si acaso el bicho tuviera familia.

-. De acuerdo.- respondí.

Con las escopetas cruzadas sobre la nuca como un yugo, asidas por ambas manos, vadeamos el arroyuelo en dirección a la grieta.

El agujero en la muralla de piedra tenía unos sesenta centímetros de ancho por un metro cincuenta de alto, de manera que debí entrar inclinado hacia el interior.

La cueva estaba impregnada de un olor fuerte, solo comparable al que había sentido en alguna ocasión frente a las jaulas de los grandes felinos en el Zoológico de Santiago.

Sonó un chasquido seco, como una madera vieja que se parte.

-. ¡Cuidado!.- reclamé‚

Hans trastabilló y maldijo en alemán.

-. ¿Te encuentras bien? .- pregunté‚.

-. Sí. No sé‚ que diablos pisé.

-. Espera, no te muevas, voy a encender mi linterna.

-. ¡Cristo! Un esqueleto. No, más, son muchos más.

Su voz se oía afiebrada.

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-. Era un devorador de hombres, entonces.- dije.

Pero no, no era posible.

Bajo la luz amarillenta de la linterna pude ver una serie, que me pareció interminable, de esqueletos sentados ordenadamente sobre el suelo arenoso.

Sobresaltadas por la luz, bandadas de aves obscuras, semejantes a golondrinas por las filudas alas de tijera y el vuelo errático y veloz, se desprendieron del techo y salieron chillando por la abertura que nos había dado acceso a la gruta.

-. ¿Es un cementerio? .-inquirí.

-. No lo sé.- respondió mi compañero.- No creo. Me parece que los sepulcros son más cuidados. Individuales, con ofrendas, cosas que el muerto usaba, tazones de chicha, sus armas. No. Aquí es otra cosa. Creo más bien que se trata de una masacre o un suicidio colectivo, tal vez una matanza.

-. ¿Cómo Jim Jones en las Guayanas?

-. Puede ser. Tal vez estas personas transportaron y ocultaron algo que debía permanecer en secreto; por eso es la falta de objetos rituales. Sin embargo la posición es la correcta. El cuerpo sentado, las rodillas tocando la barbilla. Casi una posición fetal. ¿ No es muy agradable verdad?

La caverna a medida que penetrábamos en ella se ensanchaba y el techo estaba ya a unos tres o cuatro metros por encima de nuestras cabezas.

El suelo hervía en un siniestro mar de marfil pálido, de mandíbulas desencajadas en terribles gritos silenciosos.

Francisco y Moyoc, quienes nos habían seguido, cambiaron algunas rápidas frases en un idioma que me pareció el quechua.

Solo pude distinguir una palabra conocida entre aquellos fonemas; huaca. Me dieron la impresión de estar temerosos. -. Mira ese garrote.- me señaló Hans.- ¿Acaso no es una antorcha?

-. Veremos.- respondí.

Accioné mi encendedor y con un chisporroteo instantáneo, la esponjosa masa de tela que rodeaba la vara rematando su extremo se encendió.

Una luz clara iluminó las paredes de roca.

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Más allí de los despojos humanos se abría la boca cuadrada de un corredor, labrado a todas luces por manos humanas.

-. Apaga la linterna. No es necesaria por ahora.

Nos encaminamos hacia el pasillo.

La abertura no era muy amplia, tal vez un metro cincuenta por unos dos de altura. El suelo se prolongaba hacia abajo en un declive cuyo plano se acentuaba más y más a medida que progresábamos en nuestra marcha.

El aire que respirábamos era reseco y desagradable, un aire que se hacía difícil aceptar como si fuese el de un antiguo bodegón cerrado por mucho tiempo y cuya atmósfera estuviese cargada de miasmas podridas.

Finalmente llegamos hasta una segunda cámara.

Se trataba de un lugar cuadrado, tal vez de cinco metros por cinco y cuyo techo también estaba más alto.

Debido al tiempo que demoráramos en recorrer la distancia que nos separaba de la cámara funeraria calculé‚ que estaba a unos 30 metros de la entrada.

Un estremecimiento de asombro me recorrió.

Justo al centro de la celda se levantaba una estatua de piedra coloreada.

A la luz vacilante de la antorcha las tonalidades lívidas y azules removieron un recuerdo doloroso y escondido en mi. El monumento representaba a una figura humanoide que permanecía con las piernas cruzadas bajo el cuerpo en la clásica posición del loto oriental.

Los brazos extendidos de la deidad unían, palma con palma, las largas manos de cuatro dedos frente a su pecho. Sobre los hombros se levantaba la ancha cabeza de rana, casi sin cuello, los ojos oblicuos y el tocado exuberante que remataba en dos auriculares colocados en el lugar en donde debían estar los oídos.

Una silueta que ya conociera desde mi primer alien-sueño, un ser que había danzado sobre una columna de piedra enseñándome como se había gestado el planeta en una burbuja de fuego.

Como la lenta disolución de los metales y elementos químicos, en un mar dulce, había combinado estructuras y diseños hasta que algo unicelular, no enteramente mineral ni vegetal, había hecho vibrar sus cilios y comenzado a recorrer la gigantesca aventura hacia la auto conciencia.

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En la base de la estatua podía distinguirse un curioso signo, era necesariamente un símbolo, un ideograma, puesto que las culturas andinas no conocieron la escritura.

Lo examiné‚ con atención. Se trataba de un cuadrilátero algo irregular constituido por cuatro grandes círculos y en cuyo centro se podía apreciar una línea recta formada por tres esferas algo más pequeñas. Casi podían reunirse en una estructura como la letra H o mejor aún, en la figura de un tridente.

Los peones indios, quienes habían llegado tras nuestros pasos, cayeron de rodillas.

¿ Reconocerían a aquel viejo y extraño dios que yo sabía no era una fantasía ni un capricho del artista que lo representara?

¿ A aquel antiguo dios que rigiera sus vidas antes de la llegada de la barbarie española?

-. ¡ Choca Chinchay! ¡ Choca Chinchay!

Él estaba vivo. Sus fieles lo reconocían de regreso.

Hans puso su mano en el círculo superior del cuadrilátero.

-. Betelgeuse.- dijo.

El joven volvió a poner su mano en el círculo compuesto.

- Al sur está Rigel, ¿ ves? Es la constelación del cazador. ¿ Comprendes? Es Orión.

Orión, Choca Chinchay, un antiguo dios junto a Inti, el sol y Killa, la luna, Orión...

¿ Vendrían de allí?

Noté que Moyoc, sin levantarse, retrocedía arrastrando tras él a Francisco. ¿ Reverencia, temor?

Daba lo mismo. Rodeé‚ resueltamente la estatua.

Atrás no había nada. Solo una especie de estrecho nicho vertical que se internaba por espacio de cinco metros al interior de la roca viva.

Me metí en él sin vacilaciones y caminé‚ hasta el fondo.

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En la lisa pared de piedra podía verse los siete círculos que simbolizaban la constelación de Orión.

- ¡ Eh! .- gritó Hans.

Lo estrecho de aquel corredor hacía que obstruyera el resplandor de la antorcha con mi propio cuerpo.

Mis compañeros habían quedado en la oscuridad.

Vi como el camino de luz que creaba la linterna de Hans recorría el techo y destacaba la sombría silueta de Choca Chinchay.

-. Jean Louis...¡Oye! ¿Adónde estás?

-. Aquí, no te preocupes.- repuse.

Me percaté‚ en ese instante de que el diseño de la constelación tenía algo extraño, distinto.

Me aproximé más.

Cada círculo era una media esfera de piedra que sobresalía en el muro, cada una en su lugar con excepción de ... sí, ¡ eso era!

Rigel.

Rigel, al sur del cielo estaba desplazado a la derecha en un sitio que no correspondía. Sin detenerme a reflexionar puse mi mano sobre la esfera y empujé‚ tratando de ubicarla en su verdadera situación.

Alcancé‚ a oír un grito de advertencia ahogado por el estrépito de toneladas que se precipitaban sellando la entrada del nicho.

La “galga”, la vieja trampa incásica había funcionado sellando para siempre la abertura.

Estaba sepultado vivo.

CAPITULO VIII: El valle secreto

Una de las cosas más valerosas que yo haya hecho nunca fue el apagar voluntariamente la antorcha.

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Tenía un miedo atroz a quedar sumido para siempre en la oscuridad, pero debía considerar la rapidez con que la llama consumiría el aire escaso y contaminado además por el polvo del derrumbe.

Al menos la mitad de la segunda cámara, la sección correspondiente al espacio que existía entre las espaldas de la imagen de Choca Chinchay y la entrada del nicho, se habían desplomado, aislándome de Hans y sus compañeros.

Por fortuna ellos debían estar bien.

Me senté‚tratando de controlar el temor que amenazaba inundarme de manera total.

-. Una trampa.- me dije.- ¡ Una trampa! Pero... ¿ Acaso iba a morir aquí?

Encogido en la oscuridad, abrazando mis piernas casi en la misma posición que los despojos humanos de la primera cámara trataba de recuperar el dominio de mí mismo.

El hecho de morir tendría tan poco sentido ahora como si me hubiera dado muerte, horas atrás, el jaguar durante la cacería.

Poseía además la impresión de que todos los acontecimientos que transcurrieron no eran ocasionales, que, de algún modo habían sido prefigurados, fabricados con una finalidad, un propósito que ignoraba pero cuya ejecución era evidente al menos para una parte de mí.

Cinco metros de largo por dos de altura. Diez metros, la cuenta era fácil. ¿ Cuantos metros cúbicos de aire consumían por hora los pulmones humanos? ¿Cuánto tiempo de vida me quedaba? Valor, me animaba, valor. ¿ Acaso no había ocurrido todo como en mi último alien-sueño?

El dios jaguar, una deidad felina, toda garras y dientes, el collar de cráneos a sus pies.

La puerta del infierno y el valle de la muerte. ¿ Acaso era otra cosa aquella larga y estrecha tumba?

A partir de mi encuentro con el ovni toda mi vida semejaba una partida de ajedrez entre dos maestros quienes habían calculado de antemano las causas y efectos de cada movimiento.

Esta impresión alimentaba mi rebeldía y reafirmaba mi propósito de mantener hasta el último instante mi libertad de espíritu y mi independencia de criterio.

Paciencia, quizás fuese posible rescatarme.

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Sabía bien, no obstante, que aquello no podía ser.

Hubiera querido poder sollozar, pensar en mi familia, en las cosas que habría querido realizar y ahora quedarían únicamente como bocetos de mi imaginación pero el aire se enrarecía y se hacía cada vez más dificultoso respirar.

¿ Sería así morir?

Había leído en una ocasión que el acto de fallecer, en sí, no era mayormente molesto ni desagradable, apenas una sensación diferente, como entrar de pronto en una tina de agua fría.

¿ Que pasaría si yo alien-soñaba y volvía a casa?

Estaría en Santiago, me movería y comería, podría respirar a pleno pulmón arriba del cerro San Cristóbal, en el Parque Metropolitano, ir al cine, jugar una partida de ajedrez en el Hoyo de Abajo o una mesa de pool mientras mi cuerpo agonizaba lentamente en su presidio de granito.

¿ Y si eso no ocurriera y yo fuese capaz de transportarme tal como había hecho con mi pasaporte y el dinero en el cerro Tórtolas

-. Piensa, piensa.- me estimulaba.- debe haber una salida. Encuéntrala amigo, no te quedes aquí como una momia más.

Luz, luz... ¡ Si tan solo tuviese un poquito de luz!

Al principio tenuemente, con más fuerza luego, mi piel comenzó a brillar y poco a poco las paredes de la prisión se fueron haciendo visibles hasta que pude percibir su más pequeña irregularidad.

Me puse de pie e intenté‚ mover la esfera con que causara el desastre, pero no fue posible. Estaba trabada definitivamente.

Tampoco el resto de las esferas respondió a mis esfuerzos.

Recorrí con la mirada hasta el último rincón.

En el lugar por donde había ingresado se veía un solo paño liso de pared; un monolito labrado de una pieza que se había deslizado hasta la al ser accionado el mecanismo que obturara para siempre la abertura.

No hay salida, no existe, pensé‚ con desesperanza.

Sin embargo, a pesar del desaliento que me invadía no pude dejar de observar un fenómeno que me pareció extraño.

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¿ Cuanto tiempo había transcurrido desde que la trampa se cerrara a mis espaldas? ¿ Porqué‚ el oxígeno aún no se terminaba?

Aspiré‚ hondamente dándome cuenta que allí a pesar de haber perdido la noción del tiempo pasado, seguía habiendo aire como si no estuviese yo metido en aquel sepulcro de roca viva.

¿ Acaso los crueles e ingeniosos arquitectos que diseñaron la celada habían incluido un conducto de aire con el fin de que el sacrílego muriera con la lentitud ceremonial que requería su falta?

­ ¡Allí estaba! En el techo, justo sobre el símbolo de Orión, se abría un agujero cuadrado de unos 60 centímetros.

Un agujero inalcanzable que ascendía en forma vertical hasta perderse de vista. Sin ningún esfuerzo, levité‚ hasta él unos tres metros y, en menos de un segundo, posaba mis pies sobre los asideros de piedra escalonada.

Paititi, la ciudad perdida

Ascendí lentamente.

Las estrechas paredes del túnel rozaban mis hombros comprimiéndolos hacia adelante, pero continué‚ mi penoso arrastre hacia arriba.

De pronto noté‚ que el conducto se torcía tomando una dirección horizontal y me obligaba a progresar a gatas hacia un grisáceo y lejano resplandor. Animado por él aceleré‚ mi marcha.

Varias veces debí detenerme a descansar hasta que, finalmente, arribé‚ a la boca del conducto emergiendo al exterior.

Las rodillas me dolían debido al roce pero experimentaba también una sensación de plenitud, la satisfacción de haber traspasado un obstáculo infranqueable.

Descansé‚ un instante tendido en el estrecho saliente en donde desembocaba el agujero.

Estaba situado sobre un talud casi vertical desde el cual descendía serpenteando una escalinata de roca.

Sobre mi cabeza, las enormes paredes de piedra subían por casi mil metros para ir a reunirse en un estrecho boquerón de unos doscientos metros de diámetro.

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Había traspasado la barrera exterior y me encontraba en el cráter de un volcán extinguido.

Bajo mis ojos se extendía un verdadero valle interior.

Aquel cráter era enorme y antiguo. Durante siglos había crecido allí la selva cubriendo las estériles cenizas, levantando sus catedrales de árboles, musgo, espesuras de bambúes y lianas.

La selva invasora rodeaba a una gran plataforma, lisa e inmaculada sobre la cual, diseñada con la micrométrica exactitud que ya conocía podía distinguirse el signo del tridente.

Más tarde sabría que tal construcción posee una planta muy similar a la que tuvo el Kalasasaya de Tiahuanaco, sin los templetes que se levantan sobre ella en dos hileras.

El palacio, pues tal pensé‚ que era, está circundado por casas, templos y edificios; torreones, corrales y acueductos que aparecen velados por la exuberancia de la vegetación.

De pronto, entre cortinas de bambúes, asoman muros de granito blanco exquisitamente encajados de la manera inigualable que solo los artesanos incas lograran conseguir.

La impresión que me produjera descubrir aquella ciudad era extraía, indefinible.

De pronto me parecía reconocerla, con sus muros y escalinatas, tan familiar como la esquina de Bandera con Alameda y de pronto ajena, lejana, terrible como una vieja pesadilla.

El tridente, solo podía ser aquel tridente que también para mi se había transformado en un símbolo de confluencia, un punto en el que desembocaban simultáneamente mi vida anterior, el ovni procedente, según suponía de algún planeta de la constelación de Orión y el impulso civilizador americano que levantara la ciudad en esta “yunga” secreta, en un recodo del tiempo.

El tridente; un símbolo acuático para un planeta de ranas azules.

Emprendí el descenso, usando la escalinata, en dirección a la ciudad secreta.

Algunos pájaros cantaban entre la maleza.

Para ellos no existían los pétreos muros del volcán ni sus alturas vertiginosas.

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Una vez al pie de las escaleras me encontré‚ sobre unas baldosas de granito sorprendentemente limpias y, sin vacilar, entré‚ por una puerta que se abría bajo las raíces de un árbol enorme.

Yo ya había estado allí

Ante mi se extendía un anfiteatro que en su parte este, confluía en un solitario monolito sagrado; la mesa de sacrificios en donde se me revelara el origen de las civilizaciones americanas.

Di un par de pasos hacia el interior antes de escuchar el silbido del garrote que caía sobre mi cabeza, levanté‚ una mano intentando amortiguar el golpe pero ya era tarde y el mundo estalló sobre mí.

Yahuarcutec

Era la fiesta del Capac Raymi, el mes de la “magnífica fiesta” y todos los miembros de la comunidad de Paititi, la ciudad secreta, estaban congregados en el templo.

Los dos “ayllús”, o clanes que componían la “saya”, encabezados por los Malkus, jefes y guardianes del santuario, se encontraban reunidos con toda la solemnidad del caso.

Las sandalias resonaban alegremente sobre los suelos de piedra como en cada festival, puesto que en Paititi, los palacios y templos, las casas y corrales, solo pueden ser utilizados durante la celebración.

Las llamas, en los corrales, se agitaban con inquietud, cargadas todavía con los aríbalos repletos de la chicha que se utilizaría durante la fiesta.

Los Malkus dieron la señal para que la música se iniciara.

Los tambores, troncos vaciados recubiertos con piel de tapir, percutieron sordamente bajo las agudas flautas confeccionadas con fémures de jaguares y de olvidadas víctimas guerreras; antaras y quenas comenzaron a plañir a su vez hasta que, poco a poco, los guerreros, cogidos de la mano, ataviados con armas y túnicas rituales giraron en círculo en torno al ara de los sacrificios.

Me dolía el cráneo y el monótono cántico que me rodeaba me hacía experimentar una extraña sensación de irrealidad.

El techo de piedra se bamboleaba sobre mi cabeza y el aroma penetrante de las flores de la selva dispuestas bajo mi cuerpo acentuaban el mareo.

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Me senté‚ con un gemido.

Las dos imponentes figuras que me flanqueaban, después sabría que se trataba de los Malkus, se volvieron para mirarme y descubrí, bajo la maravillosa corona de plumas irisadas, extendidas en abanico como la cola de un pavo real, la serena cara de Francisco que me contemplaba.

-. Fuiste golpeado antes de saber que eras tú a quien se aguardaba.- dijo.- No podía adivinarlo. Por eso solté‚ al perro y traté‚ de alejarles de la cueva del jaguar. Pero estás aquí y es lo que importa.- y añadió señalando hacia una pequeña silueta ataviada con una túnica gris.- Yahuarcutec te espera.

Logré‚ ponerme de pie.

Sobre mi ceja derecha podía palpar algo grande y doloroso; un chichón de campeonato. La piel rota había sangrado y mis dedos sintieron la costra áspera bajo las yemas.

El hombre pequeño ataviado de gris se volvió y, sin sorpresa alguna, reconocí en él al amauta, el principal personaje de mis alien-sueños.

La sonrisa familiar distendió el viejo rostro arrugado y los ojos doloridos se iluminaron.

-. Bienvenido, hermano.- dijo, en un curioso español, extendiendo sus brazos.

-. Gracias.- repliqué‚. Me sentía confuso y tímido.

-. Tal como me había sido revelado, estás aquí.- prosiguió el viejo.

- Como antes que tú, hace muchos, muchos milenios, llegara otro blanco desde la costa. Viracocha, Espuma de Mar, desde lejanas tierras para vivir entre mi pueblo. También él, como tú, sintió el llamado de Choca Chinchay, también él vino por el océano y subió más allí de las cumbres y una vez que hubo aprendido aquello que constituía el objeto de su viaje, regresó a morar entre los suyos.

Los tambores resonaban y resonaban en mi frente, casi no podía entender aquello que el hombrecillo estaba diciendo.

-. Ven.- dijo el amauta.- Salgamos de la fiesta. Debemos hablar.

Subimos a la inmensa terraza blanca sobre la cual el tridente semejaba una sombra precisa.

-. Dame tu brazo.- pidió el amauta.- Mi espíritu es fuerte pero mis piernas son antiguas, muy antiguas.

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Sentí temblar su mano sobre mi codo, ni una hoja en la selva miniaturizada del cráter, se movía.

Estaba atento, despejado ya.

Abajo, los sones de la música y los rítmicos golpes de los pies de los danzarines llegaban atenuados hasta nosotros.

-. Mira.-ordenó el anciano.- Mira allí arriba.

En el centro exacto del cráter lucia sobre el firmamento la más bella de las constelaciones del hemisferio; Orión.

-. Aquel es el hogar, la morada celeste de Choca Chinchay, desde allí sigue viniendo hasta nosotros. Caminemos, vamos a hablar, te contaré...

Durante tres meses he vivido solo en Paititi con Yahuarcutec, el amauta.

Los dos clanes que guardaban la ciudad acuden tan solo durante las diversas festividades.

Sin embargo sabemos que custodian el muro exterior, las faldas del cono volcánico como antes que ellos, lo hicieron sus padres y los padres de sus padres y probablemente lo harán, cuando llegue el momento, sus hijos.

Paititi, la ciudad secreta consagrada a Choca Chinchay no morirá jamás.

Aquí he aprendido, en este tiempo, cosas que jamás hubiera podido imaginar en mi vida anterior.

Con Yahuarcutec he conocido el secreto de las más antiguas leyendas y canciones de su pueblo, he podido mirar con los ojos abiertos un cosmos inmisericorde, frío como el brillo de sus propias estrellas en el cual, el único motor es el instinto de la supervivencia.

Desde que brotara la vida en el universo, esta fue, en cualquiera de sus formas, un temblor y un crecimiento. Una vez surgida no podía evitar el expandirse y caminar lenta o aceleradamente hacia la conciencia. Para cumplir este propósito no tenía otro camino que el auto fagocitarse, devorarse a sí misma para asegurar su persistencia.

La vida es la única forma de energía que transita desde lo cuantitativo a lo cualitativo alimentándose de su propia esencia.

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Así, el universo es un enorme campo de batalla en que las entidades vivientes, ubicadas en distintos niveles de conciencia, se interrelacionan y buscan su expansión a costa de las más vulnerables.

Más de diez mil años antes, los oriones habían establecido una alianza con los seres humanos.

Yahuarcutec piensa que entre nosotros existen también otras razas no humanas que combaten entre sí y contra los oriones, que tras toda guerra, está la lucha por la energía, llámese esta un rebaño de mamuts, una cantera de pedernal, un pozo, una mina de hierro, un campo de trigo o un pozo de petróleo.

En las lejanas estrellas se combate con todas las armas.

En nuestro planeta, una tierra de nadie, las batallas son secretas y las bajas en las luchas se ocultan bajo cerros de cadáveres humanos.

Chinchay, un filósofo y líder orión fue el gestor de un ya más que milenario plan; desarrollar tecnológicamente a la humanidad con el objeto de producir una eclosión artificial de hiper -conciencia, la cual haría a los terrestres aptos para una alianza.

De acuerdo al esquema trazado, los dioses oriones descendieron en sus carros resplandecientes y tomaron contacto con los prehistóricos cazadores del mamut y el milodón.

Había traído para nosotros un regalo; aquel presente que las antiguas crónicas orales registraron como ensayos monstruosos y prodigios de la naturaleza; la genética.

Fue la ciencia alíen la que transformó el Nal Tal, apenas una espiga de dos y medio centímetros y dos hileras de semillas, con sus estambres y pistilos, en la coronta del choclo que establecería el sedentarismo y la agricultura en todo el continente.

Atrás quedaron los ensayos de Orejona y sus híbridos de tapir, la horrible progenie de la cual el único logrado fue Mano Capac y sus hermanas.

Yahuarcutec cree que entre los seres que son el resultado de esta planificada evolución, entre estos humanos destinados a sellar el pacto de alianza con la raza Orión, existe una patria común, un lugar de encuentro en que somos parte de un todo y aunque individuos, compartimos la gracia de una Conciencia Total.

Tal es el territorio de lo que he denominado alien-sueño.

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Cada salto evolutivo, cada acontecimiento particular, se registra en un nivel celular y colectivo, lo que los antiguos sabios hindúes llamaban archivos akasicos.

Así como el huevo humano, en su desarrollo transita desde el estadio de reptil a mamífero. Así nuestras cadenas de A.D.R.N. se modifican estampando, además de la memoria frágil y transitoria de la Primera Conciencia, el recuerdo total de la Segunda Conciencia y la plenitud de la Conciencia Total.

En ocasiones, no conversamos, jugamos y volamos como golondrinas hasta la boca del cráter o nos tele portamos con la sola fuerza de nuestros deseos.

Mi hermano el amauta supone que yo habría podido escapar de la trampa de la Segunda Cámara con solo un poco más de práctica en teleportación.

La verdad es que no amamos a Choca Chinchay, al menos yo no.

Él nos necesita y quizás también la humanidad, en este instante, requiera del antiguo pacto para sobrevivir.

Sin embargo creemos que es preciso buscar a otra gente, gente que desee crecer, que pueda comprender esta enseñanza, donde quiera que esté, haga lo que haga.

Francisco ha traído mis pertenencias desde el Nido del Cóndor.

Muller, caballerosamente las había enviado a Santiago con una carta en la cual comunicaba mi deceso, por lo que debí interceptarlas.

No puedo regresar hasta aquella amable familia sin poner en peligro el secreto de Paititi, por lo que no me queda más remedio que no volver a verles.

No me extenderé en escribir sobre el tesoro de Curi-Cancha, Campo de Oro, que fuera substraído a la codicia de los conquistadores españoles aquí, en la ciudad secreta.

Tampoco escribiré acerca de mis planes, puesto que los planes, como la vida, se van modificando de acuerdo a las circunstancias.

Solo diré que aguardo aquí, junto a Yahuarcutec, el mes de la Pequeña Maduración.

Entonces, como cada año, desde que alguien tenga memoria, Choca Chinchay descenderá en su carro celeste y danzará sobre las milenarias columnas de piedra, renovando el antiguo pacto que su especie ha establecido con la raza humana.

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Una vez más, su danza, que contemplaran una vez los cazadores del eohipus y el milodón, reanudará el lazo de los anfibios con los animales de sangre caliente.

Tesoros, conocimiento, tecnología, todo será transado.

Y yo estaré allí para verlo.

¿ El fin ?