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INTRODUCCIN

2. Place y es til recordar que Nos mismo, en el primer da de noviembre del Ao Santo, 1950, ante una gran multitud de Eminentsimos Cardenales, de venerables Obispos, de Sacerdotes y de cristianos, llegados de las partes todas del mundo -decretamos el dogma de la Asuncin de la Beatsima Virgen Mara al Cielo[1], donde, presente en alma y en cuerpo, reina entre los coros de los ngeles y de los Santos, a una con su unignito Hijo. Adems, al cumplirse el centenario de la definicin dogmtica hecha por Nuestro Predecesor, Po IX, de ilustre memoria de la Concepcin de la Madre de Dios sin mancha alguna de pecado original, promulgamos[2] el Ao Mariano, durante el cual vemos con suma alegra que no slo en esta alma Ciudad singularmente en la Baslica Liberiana, donde innumerables muchedumbres acuden a manifestar pblicamente su fe y su ardiente amor a la Madre celestial sino tambin en toda las partes del mundo vuelve a florecer cada vez ms la devocin hacia la Virgen Madre de Dios, mientras los principales Santuarios de Mara han acogido y acogen todava imponentes peregrinaciones de fieles devotos.

Y todos saben cmo Nos, siempre que se Nos ha ofrecido la posibilidad, esto es, cuando hemos podido dirigir la palabra a Nuestros hijos, que han llegado a visitarnos, y cuando por medio de las ondas radiofnicas hemos dirigido mensajes aun a pueblos alejados, jams hemos cesado de exhortar a todos aquellos, a quienes hemos podido dirigirnos, a amar a nuestra benignsima y poderossima Madre con un amor tierno y vivo, cual cumple a los hijos.

Recordamos a este propsito particularmente el Radiomensaje que hemos dirigido al pueblo de Portugal, al ser coronada la milagrosa Virgen de Ftima[3], Radiomensaje que Nos mismo hemos llamado de la "Realeza" de Mara[4].

3. Por todo ello, y como para coronar estos testimonios todos de Nuestra piedad mariana, a los que con tanto entusiasmo ha respondido el pueblo cristiano, para concluir til y felizmente el Ao Mariano que ya est terminando, as como para acceder a las insistentes peticiones que de todas partes Nos han llegado, hemos determinado instituir la fiesta litrgica de la "Bienaventurada Mara Virgen Reina".

Cierto que no se trata de una nueva verdad propuesta al pueblo cristiano, porque el fundamento y las razones de la dignidad real de Mara, abundantemente expresadas en todo tiempo, se encuentran en los antiguos documentos de la Iglesia y en los libros de la sagrada liturgia.

Mas queremos recordarlos ahora en la presente Encclica para renovar las alabanzas de nuestra celestial Madre y para hacer ms viva la devocin en las almas, con ventajas espirituales.

I. TRADICIN

4. Con razn ha credo siempre el pueblo cristiano, aun en los siglos pasados, que Aqulla, de la que naci el Hijo del Altsimo, que reinar eternamente en la casa de Jacob[5] y [ser] Prncipe de la Paz[6], Rey de los reyes y Seor de los seores[7], por encima de todas las dems criaturas recibi de Dios singularsimos privilegios de gracia. Y considerando luego las ntimas relaciones que unen a la madre con el hijo, reconoci fcilmente en la Madre de Dios una regia preeminencia sobre todos los seres.

Por ello se comprende fcilmente cmo ya los antiguos escritores de la Iglesia, fundados en las palabras del arcngel San Gabriel que predijo el reinado eterno del Hijo de Mara[8], y en las de Isabel que se inclin reverente ante ella, llamndola Madre de mi Seor[9], al denominar a Mara Madre del Rey y Madre del Seor, queran claramente significar que de la realeza del Hijo se haba de derivar a su Madre una singular elevacin y preeminencia.

5. Por esta razn San Efrn, con frvida inspiracin potica, hace hablar as a Mara: Mantngame el cielo con su abrazo, porque se me debe ms honor que a l; pues el cielo fue tan slo tu trono, pero no tu madre. Cunto ms no habr de honrarse y venerarse a la Madre del Rey que a su trono![10]. Y en otro lugar ora l as a Mara: ... virgen augusta y duea, Reina, Seora, protgeme bajo tus alas, gurdame, para que no se glore contra m Satans, que siembra ruinas, ni triunfe contra m el malvado enemigo[11].

San Gregorio Nacianceno llama a Mara Madre del Rey de todo el universo, Madre Virgen, que dio a luz al Rey de todo el mundo[12]. Prudencio, a su vez, afirma que la Madre se maravill de haber engendrado a Dios como hombre s, pero tambin como Sumo Rey[13].

Esta dignidad real de Mara se halla, adems, claramente afirmada por quienes la llaman Seora, Dominadora y Reina.

Ya en una homila atribuida a Orgenes, Isabel saluda a Mara Madre de mi Seor, y aun la dice tambin: T eres mi seora[14].

Lo mismo se deduce de San Jernimo, cuando expone su pensamiento sobre las varias "interpretaciones" del nombre de "Mara": Spase que Mara en la lengua siriaca significa Seora[15]. E igualmente se expresa, despus de l, San Pedro Crislogo: El nombre hebreo Mara se traduce Domina en latn; por lo tanto, el ngel la saluda Seora para que se vea libre del temor servil la Madre del Dominador, pues ste, como hijo, quiso que ella naciera y fuera llamada Seora[16].

San Epifanio, obispo de Constantinopla, escribe al Sumo Pontfice Hormidas, que se ha de implorar la unidad de la Iglesia por la gracia de la santa y consubstancial Trinidad y por la intercesin de nuestra santa Seora, gloriosa Virgen y Madre de Dios, Mara[17].

Un autor del mismo tiempo saluda solemnemente con estas palabras a la Bienaventurada Virgen sentada a la diestra de Dios, para que pida por nosotros: Seora de los mortales, santsima Madre de Dios[18].

San Andrs de Creta atribuye frecuentemente la dignidad de reina a la Virgen, y as escribe: (Jesucristo) lleva en este da como Reina del gnero humano, desde la morada terrenal (a los cielos) a su Madre siempre Virgen, en cuyo seno, aun permaneciendo Dios, tom la carne humana[19]. Y en otra parte: Reina de todos los hombres, porque, fiel de hecho al significado de su nombre, se encuentra por encima de todos, si slo a Dios se excepta[20].

Tambin San Germn se dirige as a la humilde Virgen: Sintate, Seora: eres Reina y ms eminente que los reyes todos, y as te corresponde sentarte en el puesto ms alto[21]; y la llama Seora de todos los que en la tierra habitan[22].

San Juan Damasceno la proclama Reina, Duea, Seora[23] y tambin Seora de todas las criaturas[24]; y un antiguo escritor de la Iglesia occidental la llama Reina feliz, Reina eterna, junto al Hijo Rey, cuya nvea cabeza est adornada con urea corona[25].

Finalmente, San Ildefonso de Toledo resume casi todos los ttulos de honor en este saludo: Oh Seora ma!, oh Dominadora ma!: t mandas en m, Madre de mi Seor..., Seora entre las esclavas, Reina entre las hermanas[26].

6. Los Telogos de la Iglesia, extrayendo su doctrina de estos y otros muchos testimonios de la antigua tradicin, han llamado a la Beatsima Madre Virgen Reina de todas las cosas creadas, Reina del mundo, Seora del universo.

7. Los Sumos Pastores de la Iglesia creyeron deber suyo el aprobar y excitar con exhortaciones y alabanzas la devocin del pueblo cristiano hacia la celestial Madre y Reina.

Dejando aparte documentos de los Papas recientes, recordaremos que ya en el siglo sptimo Nuestro Predecesor San Martn llam a Mara nuestra Seora gloriosa, siempre Virgen[27]; San Agatn, en la carta sinodal, enviada a los Padres del Sexto Concilio Ecumnico, la llam Seora nuestra, verdadera y propiamente Madre de Dios[28]; y en el siglo octavo, Gregorio II en una carta enviada al patriarca San Germn, leda entre aclamaciones de los Padres del Sptimo Concilio Ecumnico, proclamaba a Mara Seora de todos y verdadera Madre de Dios y Seora de todos los cristianos[29].

Recordaremos igualmente que Nuestro Predecesor, de ilustre memoria, Sixto IV, en la bula Cum praexcelsa[30], al referirse favorablemente a la doctrina de la inmaculada concepcin de la Bienaventurada Virgen, comienza con estas palabras: Reina, que siempre vigilante intercede junto al Rey que ha engendrado. E igualmente Benedicto XIV, en la bula Gloriosae Dominae[31] llama a Mara Reina del Cielo y de la tierra, afirmando que el Sumo Rey le ha confiado a ella, en cierto modo, su propio imperio.

Por ello San Alfonso de Ligorio, resumiendo toda la tradicin de los siglos anteriores, escribi con suma devocin: Porque la Virgen Mara fue exaltada a ser la Madre del Rey de los reyes, con justa razn la Iglesia la honra con el ttulo de Reina[32].1. Por inspiracin del divino Espritu escribieron los sagrados escritores aquellos libros que Dios, conforme a su paterna caridad con el gnero humano, quiso liberalmente dar para ensear, para convencer, para corregir, para dirigir en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y est apercibido para toda obra buena (2Tim 3,16ss). No es, pues, de admirar que la santa Iglesia, tratndose de este tesoro dado del cielo, que ella posee como preciossima fuente y divina norma de la doctrina sobre la fe y las costumbres, as como lo recibi incontaminado de manos de los apstoles, as lo haya custodiado con todo esmero, defendido de toda falsa y perversa interpretacin y empleado solcitamente en el ministerio de comunicar a las almas la salud sobrenatural, como lo atestiguan a toda luz casi innumerables documentos de todas las edades. Por lo que hace a los tiempos modernos, cuando de un modo especial corran peligro las divinas Letras en cuanto a su origen y su recta exposicin, la Iglesia tom a su cuenta defenderlas y protegerlas todava con mayor diligencia y empeo. De ah que ya el sacrosanto Snodo Tridentino pronunci con decreto solemne que deben ser tenidos por sagrados y cannicos los libros enteros con todas sus partes, tal como se han solido leer en la Iglesia catlica y se hallan en la antigua edicin Vulgata latina[1]. Y en nuestro tiempo, el concilio Vaticano, a fin de reprobar las falsas doctrinas acerca de la inspiracin, declar que estos mismos libros han de ser tenidos por la Iglesia como sagrados y cannicos, no ya porque, compuestos con la sola industria humana, hayan sido despus aprobados con su autoridad, ni solamente porque contengan la revelacin sin error, sino porque, escritos con la inspiracin del Espritu Santo, tienen a Dios por autor y como tales fueron entregados a la misma Iglesia[2]. Ms adelante, cuando contra esta solemne definicin de la doctrina catlica, en la que a los libros enteros, con todas sus partes, se atribuye esta divina autoridad inmune de todo error, algunos escritores catlicos osaron limitar la verdad de la Sagrada Escritura tan slo a las cosas de fe y costumbres, y, en cambio, lo dems que perteneciera al orden fsico o histrico reputarlo como dicho de paso y en ninguna manera como ellos pretendan enlazado con la fe, nuestro antecesor de inmortal memoria Len XIII, en su carta encclica Providentissimus Deus, dada el 18 de noviembre de 1893, reprob justsimamente aquellos errores y afianz con preceptos y normas sapientsimas los estudios de los divinos libros.

2. Y toda vez que es conveniente conmemorar el trmino del ao cincuentenario desde que fueron publicadas aquellas letras encclicas, que se tienen como la ley principal de los estudios bblicos, Nos, segn la solicitud que desde el principio del sumo pontificado manifestamos respecto de las disciplinas sagradas[3], juzgamos que haba de ser oportunsimo confirmar e inculcar, por una parte, lo que nuestro antecesor sabiamente estableci y sus sucesores aadieron pala afianzar y perfeccionar la obra, y decretar, por otra, lo que al presente parecen exigir las circunstancias, para ms y ms incitar a todos los hijos de la Iglesia que se dedican a estos estudios a una empresa tan necesaria y tan loable.

I

3. El primero y sumo empeo de Len XIII fue exponer la doctrina de la verdad contenida en los sagrados volmenes y vindicarlos de las impugnaciones. As fue que con graves palabras declar que no hay absolutamente ningn error cuando el hagigrafo, hablando de cosas fsicas, se atuvo (en el lenguaje) a las apariencias de los sentidos, como dice el Anglico[4], expresndose o en sentido figurado o segn la manera de hablar en aquellos tiempos, que an hoy rige para muchas cosas en la vida cotidiana hasta entre los hombres ms cultos. Aadiendo que ellos, los escritores sagrados, o por mejor decir son palabras de San Agustn [5], el Espritu de Dios, que por ellos hablaba, no quiso ensear a los hombres esas cosas a saber, la ntima constitucin de las cosas visibles que de nada servan para su salvacin[6], lo cual tilmente ha de aplicarse a las disciplinas allegadas, principalmente a la historia, es a saber, refutando de modo anlogo las falacias de los adversarios y defendiendo de sus impugnaciones la fidelidad histrica de la Sagrada Escritura[7]. Y que no se ha de imputar el error al escritor sagrado si en la transcripcin de los cdices se les escap algo menos exacto a los copistas o si queda oscilante el sentido genuino de algn pasaje. Por ltimo, que no es lcito en modo alguno, o restringir la inspiracin de la Sagrada Escritura a algunas partes tan slo, o conceder que err el mismo sagrado escritor, siendo as que la divina inspiracin por s misma no slo excluye todo error, sino que lo excluye y rechaza con la misma necesidad absoluta con la que es necesario que Dios, Verdad suma, no sea en modo alguno autor de ningn error. Esta es la antigua y constante fe de la Iglesia[8]. ,

4. Ahora bien: esta doctrina que con tanta gravedad expuso nuestro predecesor Len XIII, tambin Nos la proponemos con nuestra autoridad y la inculcamos a fin de que todos la retengan religiosamente. Y decretamos que con no menor solicitud se obedezca tambin el da de hoy a los consejos y estmulos que l sapientsimamente aadi conforme al tiempo. Pues como surgieran nuevas y no leves dificultades y cuestiones, ya por los prejuicios del racionalismo, que por doquiera perniciosamente cunda, ya sobre todo por las excavaciones y descubrimientos de monumentos antiqusimos llevados a cabo por doquiera en las regiones orientales, el mismo predecesor nuestro, impulsado por la solicitud del oficio apostlico, a fin de que esta tan preclara fuente de la revelacin catlica no slo estuviera abierta con ms seguridad y abundancia para utilidad de la grey del Seor, sino tambin para no permitir que en manera alguna fuese contaminada, ardientemente dese que fuesen cada vez ms los que slidamente tomaran a su cargo y mantuviesen constantemente el patrocinio de las divinas Letras; y que aquellos principalmente a los que la divina gracia llam al sagrado orden emplearan cada da, como es justsimo, mayor diligencia e industria en leerlas, meditarlas y exponerlas [9].

5. Por lo cual, el mismo Pontfice, as como ya haca tiempo haba alabado y aprobado la Escuela de Estudios Bblicos fundada en San Esteban de Jerusaln gracias a la solicitud del maestro general de la sagrada Orden de Predicadores, Escuela de la que, como l mismo dijo, el conocimiento de la Biblia recibi no leve incremento y los espera mayores[10], as el ltimo ao de su vida aadi todava una nueva razn para que estos estudios, tan encarecidamente recomendados por las letras encclicas Providentissimus Deus, cada da se perfeccionasen ms y con la mayor seguridad se adelantasen. En efecto, con las letras apostlicas Vigilantiae, dadas el 30 del mes de octubre del ao 1902, estableci un Consejo, o como se dice Comisin, de graves varones, que tuvieran por encomendado a s el cargo de procurar y lograr, por todos los medios, que los divinos orculos hallen entre los nuestros en general aquella ms exquisita exposicin que los tiempos reclaman, y se conserven inclumes no slo de todo hlito de errores, sino tambin de toda temeridad de opiniones[11],el cual Consejo tambin Nos, siguiendo el ejemplo de nuestros antecesores, lo confirmamos y aumentamos de hecho, valindonos, como muchas veces antes, de su ministerio para encaminar los intrpretes de los sagrados libros a aquellas sanas leyes de la exgesis catlica que ensearon los Santos Padres y los doctores de la Iglesia y los mismos Sumos Pontfices[12].

6. Y aqu no parece ajeno al asunto recordar con gratitud las cosas principales y ms tiles para el mismo fin que sucesivamente hicieron nuestros antecesores, y que podramos llamar complemento o fruto de la feliz empresa leoniana. Y en primer lugar, Po X, queriendo proporcionar un medio fijo de preparar un buen nmero de maestros que, recomendables por su gravedad y pureza de doctrina, interpreten en las escuelas catlicas los divinos libros..., instituy los grados acadmicos de licenciado y doctor en Sagrada Escritura..., que habran de ser conferidos por la Comisin Bblica [13]; luego dio una ley sobre la norma de los estudios de Sagrada Escritura que se ha de guardar en los seminarios de clrigos, con el designio de que los alumnos seminaristas no slo penetrasen y conociesen la fuerza, modo y doctrina de la Biblia, sino que pudiesen adems ejercitarse en el ministerio de la divina palabra con competencia y probidad, y defender... de las impugnaciones los libros escritos bajo la inspiracin divina [14]; finalmente, para que en la ciudad de Roma se tuviera un centro de estudios ms elevados relativos a los sagrados libros que promoviese del modo ms eficaz posible la doctrina bblica y los estudios a ella anejos, segn el sentido de la Iglesia catlica, fund el Pontificio Instituto Bblico, que encomend a la nclita Compaa de Jess, y quiso estuviera provisto de las ms elevadas ctedras y todo recurso de erudicin bblica, y prescribi sus leyes y disciplina, declarando que en este particular pona en ejecucin el saludable y provechoso propsito de Len XIII [15]

7. Todo esto, finalmente, lo colm nuestro prximo predecesor de feliz recordacin, Po XI, al decretar, entre otras cosas, que ninguno fuese profesor de la asignatura de Sagradas Letras en los seminarios sin haber legtimamente obtenido, despus de terminado el curso peculiar de la misma disciplina, los grados acadmicos en la Comisin Bblica o en el Instituto Bblico. Y estos grados quiso que tuvieran los mismos efectos que los grados legtimamente otorgados en sagrada teologa y en derecho cannico; y asimismo estableci que a nadie se concediese beneficio en el que cannicamente se incluyera la carga de explicar al pueblo la Sagrada Escritura si, adems de otras condiciones, el sujeto no hubiese obtenido o la licencia o el doctorado en Escritura. Y exhortando a la vez juntamente, tanto a los superiores mayores de las Ordenes regulares como a los obispos del orbe catlico, a enviar a las aulas del Instituto Bblico, para obtener all los grados acadmicos, a los ms aptos de sus alumnos, confirm tales exhortaciones con su propio ejemplo, sealando de su liberalidad para este mismo fin rentas anuales [16].

8. El mismo Pontfice, despus de que con el favor y aprobacin de Po X, de feliz memoria, el ao 1907 se encomend a los monjes benedictinos el cargo de investigar y preparar los estudios en que haya de basarse la edicin de la versin latina de las Escrituras que recibi el nombre de Vulgata[17], queriendo afianzar con mayor firmeza y seguridad esta misma trabajosa y ardua empresa, que exige largo tiempo y subidos gastos, cuya grandsima utilidad haban evidenciado los egregios volmenes ya dados a la pblica luz, levant desde sus cimientos el monasterio urbano de San Jernimo, que exclusivamente se dedicase a esta obra, y lo enriqueci abundantsimamente con biblioteca y todos los dems recursos de investigacin[18].

9. Ni parece que aqu debe pasarse en silencio con cunto ahnco los mismos predecesores nuestros, en diferentes ocasiones, recomendaron ora el estudio, ora la predicacin, ora, en fin, la pa lectura y meditacin de las Sagradas Escrituras. Porque Po X, respecto de la Sociedad de San Jernimo, que trata de persuadir a los fieles de Cristo la costumbre, en verdad loable, de leer y meditar los santos Evangelios y hacerlo ms accesible segn sus fuerzas, la aprob de todo corazn y la exhort a que animosamente insistiera en su propsito declarando que esta obra es la ms til y que contribuye no poco a extirpar la idea de que la Iglesia se resiste a la lectura de las Sagradas Escrituras en lengua vulgar o pone para ello impedimento [19]. Por su parte, Benedicto XV, al cumplirse el ciclo del decimoquinto siglo desde que dej la vida mortal el Doctor Mximo en exponer las Sagradas Letras, despus de haber esmeradsimamente inculcado, ya los preceptos y ejemplos del mismo Doctor, ya los principios y normas dadas por Len XIII y por s mismo, y recomendado otras cosas oportunsimas en estas materias y que nunca se deben olvidar, exhort a todos los hijos de la Iglesia, principalmente a los clrigos, a juntar la reverencia de la Sagrada Biblia con la piadosa lectura y asidua meditacin de la misma; y advirti que en estas pginas se ha de buscar el alimento con que se sustente, hasta llegar a la perfeccin, la vida del espritu y que la principal utilidad de la Escritura pertenece al ejercicio santo y fructuoso de la divina palabra; y l mismo de muevo alab la obra de la Sociedad llamada del nombre del mismo San Jernimo, gracias a la cual se divulgan en grandsima extensin los Evangelios y los Hechos de los Apstoles, de suerte que ya no haya ninguna familia cristiana que carezca de ellos, y todos se acostumbren a su lectura y meditacin cotidiana[20].

10. Y, a la verdad, es cosa justa y grata confesar que no slo con esta instituciones, preceptos y estmulos di nuestros antecesores, sino tambin con las obras y trabajos arrostrados, por todos aquellos que diligentemente los secundaron, ya en estudiar, investigar y escribir; ya en ensear y predicar, como tambin en traducir y propagar los sagrados libros, ha adelantado no poco entre los catlicos la ciencia y uso de las Sagradas Escrituras. Porque son ya muchsimos los cultivadores de 1a Escritura Santa que salieron y cada da salen de las aulas en las que se ensean las ms elevadas disciplinas en materia teolgica y bblica, y principalmente de nuestro Pontificio Instituto Bblico, los cuales, animados de ardiente aficin a los sagrados volmenes, imbuyen en este mismo espritu al clero adolescente y constantemente le comunican la doctrina que ellos bebieron. No pocos de ellos han promovido y promueven todava con sus escritos los estudios bblicos, o bien editando los sagrados textos redactados conforme a las normas del arte crtica y explicndolos, ilustrndolos, traducindolos para su pa leccin y meditacin, o bien, por fin, cultivando y adquiriendo las disciplinas profanas tiles para la explanacin de la Escritura. As pues, por estas y otras empresas que cada da se propagan y cobran fuerza, como, por ejemplo, las asociaciones en pro de la Biblia, los congresos, las semanas de asambleas, las bibliotecas, las sociedades para meditar el Evangelio, concebimos la esperanza no dudosa de que en adelante crezcan doquiera ms y ms, para bien de las almas, la reverencia, el uso y el conocimiento de las Sagradas Letras, con tal que con firmeza, valenta y confianza retengan todos la regla de los estudios bblicos prescrita por Len XIII, explicada por sus sucesores con ms claridad y perfeccin, y por Nos confirmada y fomentada que es, en realidad, la nica segura y confirmada por la experiencia, sin dejarse arredrar en modo alguno por aquellas dificultades que, como en las cosas humanas suele acontecer, nunca le faltarn tampoco a esta obra preclara.

II

11. No hay quien no pueda fcilmente echar de ver que las condiciones de los estudios bblicos y de los que para los mismos son tiles han cambiado mucho en estos cincuenta aos. Porque, pasando por alto otras cosas, cuando nuestro predecesor public su encclica Providentissimus Deus, apenas se haba comenzado a explorar en Palestina uno u otro lugar de excavaciones relacionadas con estos asuntos. Ahora, en cambio, las investigaciones de este gnero no slo se han aumentado muchsimo en cuanto al nmero sino que, adems, cultivadas con ms severo mtodo y arte por el mismo ejercicio, nos ensean muchas ms cosas y con ms certeza. Y, en efecto cunta luz brote de estas investigaciones para entender mejor y con ms plenitud los sagrados libros, lo saben todos los peritos, lo saben cuantos se consagran a estos estudios. Crece todava la importancia de estas exploraciones por los documentos escritos halados de vez en cuando, que contribuyen mucho al conocimiento de las lenguas letras, sucesos, costumbres y cultos ms antiguos. Ni es de menor inters el hallazgo y la bsqueda, tan frecuente en esta edad nuestra, de papiros, que ha tenido tanto valor para el conocimiento de las letras e instituciones pblicas y privadas, principalmente del tiempo de nuestro Salvador. Se han hallado adems y editado con sagacidad vetustos cdices de los sagrados libros; se ha investigado con ms extensin y plenitud la exgesis de los Padres de la Iglesia; finalmente. se ilustra con innumerables ejemplos el modo de hablar, narrar y escribir de los antiguos. Todo esto que, no sin especial consejo de la providencia de Dios, ha conseguido esta nuestra poca, invita en cierta manera y amonesta a los intrpretes de las Sagradas Letras a aprovecharse con denuedo de tanta abundancia de luz para examinar con ms profundidad los divinos orculos, ilustrarlos con ms claridad y proponerlos con mayor lucidez. Y si con sumo consuelo en el alma vemos que los mismos intrpretes esforzadamente han obedecido ya y siguen obedeciendo a esta invitacin ciertamente no es ste el ltimo ni el menor fruto de las letras encclicas Providentissimus Deus, con las que nuestro predecesor Len XIII. como presagiando en su nimo esta nueva floracin de los estudios bblicos, por una parte invita al trabajo a los exegetas catlicos, y por otra les seal sabiamente cul era el modo y mtodo de trabajar. Pero tambin Nos con estas letras encclicas queremos conseguir que esta labor no solamente persevere con constancia, sino que cada da se perfeccione y resulte ms fecunda, puesta sobre todo nuestra mira en mostrar a todos lo que resta por hacer y con qu espritu debe hoy el exegeta catlico emprender tan grande y excelso cargo, y en dar nuevo acicate y nuevo nimo a los operarios que trabajan constantemente en la via del Seor.

12. Ya los Padres de la Iglesia, y en primer trmino San Agustn, al intrprete catlico que emprendiese la tarea de entender y exponer las Sagradas Escrituras, le recomendaban encarecidamente el estudio de las lenguas antiguas y el volver a los textos primitivos[21]. Con todo, llevaba consigo la condicin de aquellos tiempos que conocieran pocos la lengua hebrea, y stos imperfectamente. Por otra parte, en la Edad Media, cuando la teologa escolstica floreca ms que nunca, aun el conocimiento de la lengua griega desde mucho tiempo antes se haba disminuido de tal manera entre los occidentales, que hasta los mismos supremos doctores de aquellos tiempos, al explicar los divinos libros, solamente se apoyaban en la versin latina llamada Vulgata. Por el contrario, en estos nuestros tiempos no solamente la lengua griega, que desde el Renacimiento literario en cierto sentido ha sido resucitada a su nueva vida, es ya laminar a casi todos los cultivadores de la antigedad, sino que aun el conocimiento de la lengua hebrea y de otras lenguas orientales se ha prolongado grandemente entre los hombres doctos Es tanta, adems, ahora la abundancia de medios para aprender estas lenguas, que el intrprete de la Biblia que, descuidndolas, se cierre la puerta para los textos originales, no puede en modo alguno evitar la nota de ligereza y desidia. Porque al exegeta pertenece andar como a caza, con sumo cuidado y veneracin, aun de las cosas mnimas que, bajo la inspiracin del divino Espritu, brotaron de la pluma del hagigrafo, a fin de penetrar su mente con ms profundidad y plenitud. Procure, por lo tanto, con diligencia adquirir cada da mayor pericia en las lenguas bblicas y aun en las dems orientales, y corrobore su interpretacin con todos aquellos recursos que provienen de toda clase de filologa. Lo cual, en verdad, lo procur seguir solcitamente San Jernimo, segn los conocimientos de su poca; y asimismo no pocos de los grandes intrpretes de los siglos XVI y XVII, aunque entonces el conocimiento de las lenguas fuese mucho menor que el de hoy, lo intentaron con infatigable esfuerzo y no mediocre fruto. De la misma manera conviene que se explique aquel mismo texto original que, escrito por el sagrado autor, tiene mayor autoridad y mayor peso que cualquiera versin, por buena que sea, ya antigua, ya moderna; lo cual puede, sin duda, hacerse con mayor facilidad y provecho si, respecto del mismo texto, se junta al mismo tiempo con el conocimiento de las lenguas una slida pericia en el manejo de la crtica.