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el nacional sábado 26 de marzo de 2011 2. F ue en la vie- ja y venera- ble casa de Altamira en donde que- daba el Celarg, lamentable- mente mudado al edificio que ocupa hoy en día. Co- rría el año 1980 y asistía al Taller de Poesía, mientras William Niño Araque iba al de Ensayo. El Coordinador de los talleres era Oswaldo Trejo Febres, que es lo mis- mo que decir la inteligencia y la gracia. Para entonces, William había estudiado bachillerato en el Liceo Carlos Soublette; música en la Escuela José Lorenzo Lla- mozas, donde formó parte del coro de Juventudes Cul- turales y era tenor; y había egresado de Arquitectura en la UCV. Tenía 27 años y era flaco y melenudo, con su rostro oriental. Ya había iniciado sus críticas de ar- quitectura y urbanismo y las vacas sagradas lo veían con sorpresa y curiosidad, como si se tratara de una especie ignota. Lo domi- naba entonces la misma pasión que lo poseyó has- ta el día de su muerte: la vida urbana caraqueña. Durante treinta años fui- mos familia. Tanto Oswal- do como William fueron los tíos de mis hijos y como pa- rientes de Guadalupe. Ade- más de la frecuentación semanal de la amistad (Bor- ges dixit) llevamos muchos proyectos a puerto juntos. A algunos de ellos quiero refe- rirme, en homenaje a su vi- da, a su memoria y a lo que dejó para siempre sembra- do en quienes lo quisimos entrañablemente. El Departamento de Pu- blicaciones de la GAN en co-edición con Monte Ávi- la Editores publicó el Dic- cionario de las Artes Visua- les Venezolanas, en 1983. El capítulo de Arquitectura La vida sin William fue obra de Niño Araque. Ya entonces afloró lo que estuvo presente en su vida: su traba- jo sin mezquindad alguna a favor de la obra ajena. Quiso el destino que en la segunda edición del Diccionario, co- editado por la GAN, la Fun- dación para la Cultura Urba- na y la Fundación Cisneros, no sólo William participara, como veinte años antes, sino que su hermana Esmeralda, trabajara en tándem con Ale- jandro Salas, quien coordinó la obra durante años hasta su conclusión. En la GAN también tuvie- ron lugar varias excepciona- les exposiciones curadas por Niño Araque; recuerdo las de James Alcock (1992), Tomás Sanabria (1995), Wallis, Do- mínguez y Guinand (1998) y Carlos Raúl Villanueva (2000). Las cuatro, pivotales y frutos de su devoción. Otra, de gran importancia, tuvo lugar en el Centro Cultural Consolidado, 1950: el espíritu de lo moderno (1997), dirigida por Guadalu- pe Burelli y John Lange, con curaduría de Niño Araque. En esta muestra se puso de ma- nifiesto su ojo particular, ese que Marianella Salazar, su queridísima amiga, celebraba en su programa de radio, con las intervenciones de nuestro amigo. “El ve lo que nadie ve”, le escuché decir a Mariane- lla muchas veces. Esta misma agudeza e inesperado punto de vista estaba presente en el programa de radio que ani- maba con Federico Vegas y Marisabel Peña, ahora sin su voz entusiasmada, de tenor maduro. Siempre lamenté que no fue- se dado más a la docencia. No obstante, impartió asignatu- ras en la Facultad de Arqui- tectura de la Universidad José María Vargas y, más recien- temente, a ruego mío, en los Diplomados de Estudios La- tinoamericanos del Centro de Estudios Latinoamerica- nos Arturo Uslar Pietri de la Universidad Metropolitana. Rafael aRRáiz lucca experto en nubes y condicio- nes climáticas, así como en la paciencia de Pedro Quintero, artífice del Diseño Gráfico de esta tríada alada. También en la FCU, para su Colección de Cuadernos, hicimos con Fe- derico Vegas un par de entre- vistas largas, ya documentos, a Tomás Sanabria y a Martín Vegas (2002). Coordinamos juntos un li- bro para la Exxon Mobil que es una joya de diseño gráfico, ya muy difícil de conseguir: Caracas: 1567-2030 (2004). Entrevistamos a los expertos en el tema, escogimos cen- tenares de fotografías y se- leccionamos alrededor de 40 proyectos arquitectónico-ur- banísticos y se publicó una obra monumental que, ojalá, algún día pueda reeditarse en su homenaje. Fue uno de los libros en los que más trabaja- mos. Aquellos años fueron la locura, no sólo para nuestro amigo sino para su hermana En verdad, las clases de Wi- lliam iban con él, con su mi- rada. En ValeTV hizo muchos documentales y entrevistó a muchas autoridades acadé- micas y gerenciales en los do- cumentales que hicimos en la Fundación para la Cultura Urbana. Aquí se abre el capítulo de trabajo de los últimos diez años. Cuando Econoinvest le dio luz verde al proyecto de creación de la Fundación pa- ra la Cultura Urbana, en sep- tiembre de 2000, a mi regreso de Oxford; de inmediato Wi- lliam pasó a formar parte de su Junta Directiva, al frente de los temas de ciudad. El pro- yecto “Cien ideas para la Ciu- dad”, que se hizo en Caracas, Maracaibo, Valencia, Barqui- simeto, Cúcuta y un largo et- cétera fue idea suya, así como muchas conferencias y semi- narios que se organizaban to- dos los años. Concebimos juntos el Pro- Esmeralda, ya que el méto- do de escritura de William la incluía a ella. Escribía a mano los textos, con su le- tra arquetipal de arquitec- to y luego le dictaba a Esme- ralda. Así fue con los textos del libro Fotografía Urbana Venezolana (2010), cuyas galeradas iban y venían, con el lenguaje caracterís- tico de Niño, que fue tejién- dose como una suerte de lí- rica urbana de gran poder metafórico y revelador. Durante años estuve in- sistiéndole a nuestro amigo para que hiciera una selec- ción de sus textos para pu- blicarla. No lo logré, pero su hermana y este servidor nos hemos comprometido a ter- minar la labor, comenzada por su autor y procrastina- da mil veces, en razón de un proyecto urgente acerca de una obra ajena. Así era William. Caracas y la arquitectura venezolana se quedan sin su entusiasta mayor, sus amigos seguiremos ade- lante sin el tesoro de su pre- sencia. El nacimiento de los morochos Octavio y Julieta, en su familia, marca un hi- to. Se fue él, llegan otros. En lo personal, cierra una etapa de mi vida y comien- za otra que jamás sospeché que iniciaría. Se dice fácilmente, pero fueron treinta años de traba- jo en la GAN, al frente de su unidad de Arquitectura; de ellos, diez compartidos con la FCU, aquella insignia que logramos navegar un equi- po de fervorosos, del que William fue pieza determi- nante. Siempre he pensado que la riqueza de nuestras vidas depende radicalmente de los amigos que Dios nos coloca en el camino. A noso- tros nos bendijo. Su amistad vino a enriquecernos. Era la némesis de un vampiro, era un pájaro azul que imantaba los ambientes y alzaba vuelo incesantemente. s yecto Cenital, que llegó a ma- terializarse en Caracas (2004), Valencia (2006) y Maracaibo (2007), y que al principio pa- recía un desvarío. Se junta- ron todos los buenos espíritus: una acreencia de un allegado fue pagada con horas de vuelo en helicóptero sobre Caracas. Fueron alrededor de 15 ho- ras en las que Nicola Rocco, ese magnífico fotógrafo, voló con William atisbando desde el aire toda la ciudad. La ope- ración se repitió en Maracaibo y Valencia, ya con otras con- diciones y con aliados loca- les. Nos faltaron dos conjun- tos urbanos: Ciudad Guayana y Barcelona-Puerto La Cruz, pero estuvieron siempre en- tre los planes. Todavía me asombra cómo logramos uno detrás de otro estos tres libros ya irrepetibles, verdaderos incunables, pero en los logros estuvo el fervor y el empeño de William, quien durante varios años se nos volvió un aNToNIo rodrIGUez William Niño araque L a urbe te tra- ga. “Simón, el defectuoso te traga”. Es un laberinto de asfalto y hormigón igual o peor de indómito que la chiapaneca selva Lacandona donde circulan a toda prisa autos y personas por igual. Personas en autos por igual. Y abajo, un enorme reptil de hierro y goma en sus comi- suras recorre sus entrañas, hondo es el crujido metálico de sus múltiples patas. La co- rroe veloz, como veloz corre la vida acá, imperceptible. A la Ciudad de México na- die la doma. Sólo ellos, los que viven en la calle, es de ellos la calle. Los chilangos de a pie. Limpian parabri- sas, venden cidís de música o películas piratas —aun li- bros, textos de García Már- quez, Fuentes, Vargas Llo- sa. “¡Mire lleve usted el más completo compendio musi- cal de José Alfredo Jiménez!”, se oye, inverosímil, en las baldosas de la alameda o en el metro, la infinita serpien- te metálica. Cargan a lomo limpio los canales de la res y el puerco en el mercado de El DF, laberinto interminable de vidas y hormigón ésta, un mallón malva. Acto 2. Su piel requemada, los rastros del sol sobre su ros- tro caucáseo, ojos azulísi- mos y sonrisa de cuidada dentadura —contrastante para un dueño de la calle y sus noches— se lanza a la intersección de las aveni- das. Los mazos vuelan, flo- tan en el aire, suspendidos por segundos captan lo su- ficiente la atención. Hacen su trabajo de artificio y lue- go vienen algunos pesos que el malabarista recoge por la ventanilla de los vehículos. Regresa. Acto 3. —Simón, el defectuoso te traga carnal.s David Espino (México, 1972) es reportero desde 1992. Ha traba- jado para los diarios regionales El Sur, La Jornada y Milenio Dia- rio. Su primer libro de crónicas, Acapulco dealer, sobre la violen- cia generada por el narcotráfi- co en México, está en impren- ta y aparecerá a mediados de este año bajo el sello editorial de la Universidad Autónoma de Guerrero. Sus textos se pueden leer en su blog personal: repor- teroerrante.blogspot.com la Merced. Y venden cualquier cosa en Tepito, cualquier co- sa. Ropa de marca, calzado de marca, software y computado- ras de marca, aunque después de que se le da el dinero no re- gresen con ellas. No importa, esto es el DF. Un retazo, al menos, del DF. La gente acá lucha todos los días contra este monstruo y sus demonios. La noche, los autos, la calle y sus morado- res, los transeúntes sumidos en sus celulares, en sus iPod, en su contradictoria soledad en medio de más de 20 millo- da uno de ellos, cosmogo- nías diametralmente opues- tas sorteando la suerte de vivir a diario como si fuera la últi- ma oportunidad de aliento. Episodios de vida que pasan efímeras por la ventanilla del autotrasporte urbano o de los automóviles de lujo de quienes no se atreven a retar a la urbe. Nunca la conocen. Ilusos. La ciudad es indócil para aquellos que la provocan. “La neta carnal, está cabrón que llegues hasta Santa Fe así como así” —dice un malaba- rista nocturno cuando se le pregunta por el rumbo a to- mar para llegar a la elitista zo- na, luego de apreciarlo trabajar entre los semáforos: Acto 1. El personaje prepara sus ma- labares para distraer a los au- tomovilistas que empiezan a mostrar su hastío por lo lento del tráfico. Pareciera sacado de un circo de cuento. Descalzo, con corte punketo que oculta en una gorra sucísima, tatua- jes de un demonio en su hom- bro derecho y osamentas en la espalda que emulan su espina dorsal; pircing en los alrededo- res de sus orejas y pulseras de cueros y collares colgados de ambos tobillos que asoman de una bermuda caqui y, abajo de DaviD espiNo nes de congéneres. La oscuri- dad es de otras especies, de los hombre mono, el resistol 5000 en bolsas o botellas de plásti- co, la mona, mata a diario sus neuronas. Viven en las profun- didades de los desagües y sa- len como animales nocturnos a buscar alimento en los basu- reros. Ellos son los dueños de las penumbras, son los dueños de la ciudad. La conocen como los lunares de su rostro; viven de ella. O ella en ellos. Sí. O termina por devorar a los intrusos. Aventureros que quieren hacerla suya. Insensa- tos. Los otros pasan por la ori- lla. Se refugian en el hotel de cinco estrellas o los hostales del zócalo, en los taxis, hasta sus destinos predecibles. Ven pasar las casas con sus vidas familiares, con sus amantes y sus orgasmos; las arterias con sus choques y atropellados, con los robos a mano armada, con los cafés nostálgicos; con los chilangos y sus tribus: dar- ketos, punketos, nerds, emos, eskatos, grafiteros, concheros. Punto, y narcos. Una razón de vida en ca- archIvo un retazo del D.f.

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Una mirada al Distrito Federal

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el nacional sábado 26 de marzo de 20112. 

Fue en la vie-ja y venera-ble casa de Altamira en donde que-

daba el Celarg, lamentable-mente mudado al edificio que ocupa hoy en día. Co-rría el año 1980 y asistía al Taller de Poesía, mientras William Niño Araque iba al de Ensayo. El Coordinador de los talleres era Oswaldo Trejo Febres, que es lo mis-mo que decir la inteligencia y la gracia. Para entonces, William había estudiado bachillerato en el Liceo Carlos Soublette; música en la Escuela José Lorenzo Lla-mozas, donde formó parte del coro de Juventudes Cul-turales y era tenor; y había egresado de Arquitectura en la UCV. Tenía 27 años y era f laco y melenudo, con su rostro oriental. Ya había iniciado sus críticas de ar-quitectura y urbanismo y las vacas sagradas lo veían con sorpresa y curiosidad, como si se tratara de una especie ignota. Lo domi-naba entonces la misma pasión que lo poseyó has-ta el día de su muerte: la vida urbana caraqueña.

Durante treinta años fui-mos familia. Tanto Oswal-do como William fueron los tíos de mis hijos y como pa-rientes de Guadalupe. Ade-más de la frecuentación semanal de la amistad (Bor-ges dixit) llevamos muchos proyectos a puerto juntos. A algunos de ellos quiero refe-rirme, en homenaje a su vi-da, a su memoria y a lo que dejó para siempre sembra-do en quienes lo quisimos entrañablemente.

El Departamento de Pu-blicaciones de la GAN en co-edición con Monte Ávi-la Editores publicó el Dic-cionario de las Artes Visua-les Venezolanas, en 1983. El capítulo de Arquitectura

La vida sin Williamfue obra de Niño Araque. Ya entonces afloró lo que estuvo presente en su vida: su traba-jo sin mezquindad alguna a favor de la obra ajena. Quiso el destino que en la segunda edición del Diccionario, co-editado por la GAN, la Fun-dación para la Cultura Urba-na y la Fundación Cisneros, no sólo William participara, como veinte años antes, sino que su hermana Esmeralda, trabajara en tándem con Ale-jandro Salas, quien coordinó la obra durante años hasta su conclusión.

En la GAN también tuvie-ron lugar varias excepciona-les exposiciones curadas por Niño Araque; recuerdo las de James Alcock (1992), Tomás Sanabria (1995), Wallis, Do-mínguez y Guinand (1998) y Carlos Raúl Villanueva (2000). Las cuatro, pivotales y frutos de su devoción. Otra, de gran importancia, tuvo lugar en el Centro Cultural Consolidado, 1950: el espíritu de lo moderno (1997), dirigida por Guadalu-pe Burelli y John Lange, con curaduría de Niño Araque. En esta muestra se puso de ma-nifiesto su ojo particular, ese que Marianella Salazar, su queridísima amiga, celebraba en su programa de radio, con las intervenciones de nuestro amigo. “El ve lo que nadie ve”, le escuché decir a Mariane-lla muchas veces. Esta misma agudeza e inesperado punto de vista estaba presente en el programa de radio que ani-maba con Federico Vegas y Marisabel Peña, ahora sin su voz entusiasmada, de tenor maduro.

Siempre lamenté que no fue-se dado más a la docencia. No obstante, impartió asignatu-ras en la Facultad de Arqui-tectura de la Universidad José María Vargas y, más recien-temente, a ruego mío, en los Diplomados de Estudios La-tinoamericanos del Centro de Estudios Latinoamerica-nos Arturo Uslar Pietri de la Universidad Metropolitana.

Rafael aRRáiz lucca

experto en nubes y condicio-nes climáticas, así como en la paciencia de Pedro Quintero, artífice del Diseño Gráfico de esta tríada alada. También en la FCU, para su Colección de Cuadernos, hicimos con Fe-derico Vegas un par de entre-vistas largas, ya documentos, a Tomás Sanabria y a Martín Vegas (2002).

Coordinamos juntos un li-bro para la Exxon Mobil que es una joya de diseño gráfico, ya muy difícil de conseguir: Caracas: 1567-2030 (2004). Entrevistamos a los expertos en el tema, escogimos cen-tenares de fotografías y se-leccionamos alrededor de 40 proyectos arquitectónico-ur-banísticos y se publicó una obra monumental que, ojalá, algún día pueda reeditarse en su homenaje. Fue uno de los libros en los que más trabaja-mos. Aquellos años fueron la locura, no sólo para nuestro amigo sino para su hermana

En verdad, las clases de Wi-lliam iban con él, con su mi-rada. En ValeTV hizo muchos documentales y entrevistó a muchas autoridades acadé-micas y gerenciales en los do-cumentales que hicimos en la Fundación para la Cultura Urbana.

Aquí se abre el capítulo de trabajo de los últimos diez años. Cuando Econoinvest le dio luz verde al proyecto de creación de la Fundación pa-ra la Cultura Urbana, en sep-tiembre de 2000, a mi regreso de Oxford; de inmediato Wi-lliam pasó a formar parte de su Junta Directiva, al frente de los temas de ciudad. El pro-yecto “Cien ideas para la Ciu-dad”, que se hizo en Caracas, Maracaibo, Valencia, Barqui-simeto, Cúcuta y un largo et-cétera fue idea suya, así como muchas conferencias y semi-narios que se organizaban to-dos los años.

Concebimos juntos el Pro-

Esmeralda, ya que el méto-do de escritura de William la incluía a ella. Escribía a mano los textos, con su le-tra arquetipal de arquitec-to y luego le dictaba a Esme-ralda. Así fue con los textos del libro Fotografía Urbana Venezolana (2010), cuyas galeradas iban y venían, con el lenguaje caracterís-tico de Niño, que fue tejién-dose como una suerte de lí-rica urbana de gran poder metafórico y revelador.

Durante años estuve in-sistiéndole a nuestro amigo para que hiciera una selec-ción de sus textos para pu-blicarla. No lo logré, pero su hermana y este servidor nos hemos comprometido a ter-minar la labor, comenzada por su autor y procrastina-da mil veces, en razón de un proyecto urgente acerca de una obra ajena. Así era William.

Caracas y la arquitectura venezolana se quedan sin su entusiasta mayor, sus amigos seguiremos ade-lante sin el tesoro de su pre-sencia. El nacimiento de los morochos Octavio y Julieta, en su familia, marca un hi-to. Se fue él, llegan otros. En lo personal, cierra una etapa de mi vida y comien-za otra que jamás sospeché que iniciaría.

Se dice fácilmente, pero fueron treinta años de traba-jo en la GAN, al frente de su unidad de Arquitectura; de ellos, diez compartidos con la FCU, aquella insignia que logramos navegar un equi-po de fervorosos, del que William fue pieza determi-nante. Siempre he pensado que la riqueza de nuestras vidas depende radicalmente de los amigos que Dios nos coloca en el camino. A noso-tros nos bendijo. Su amistad vino a enriquecernos. Era la némesis de un vampiro, era un pájaro azul que imantaba los ambientes y alzaba vuelo incesantemente. s

yecto Cenital, que llegó a ma-terializarse en Caracas (2004), Valencia (2006) y Maracaibo (2007), y que al principio pa-recía un desvarío. Se junta-ron todos los buenos espíritus: una acreencia de un allegado fue pagada con horas de vuelo en helicóptero sobre Caracas. Fueron alrededor de 15 ho-ras en las que Nicola Rocco, ese magnífico fotógrafo, voló con William atisbando desde el aire toda la ciudad. La ope-ración se repitió en Maracaibo y Valencia, ya con otras con-diciones y con aliados loca-les. Nos faltaron dos conjun-tos urbanos: Ciudad Guayana y Barcelona-Puerto La Cruz, pero estuvieron siempre en-tre los planes. Todavía me asombra cómo logramos uno detrás de otro estos tres libros ya irrepetibles, verdaderos incunables, pero en los logros estuvo el fervor y el empeño de William, quien durante varios años se nos volvió un

aNToNIo rodrIGUez

William Niño araque

La urbe te tra-ga. “Simón, el defectuoso te traga”. Es un laberinto

de asfalto y hormigón igual o peor de indómito que la chiapaneca selva Lacandona donde circulan a toda prisa autos y personas por igual. Personas en autos por igual. Y abajo, un enorme reptil de hierro y goma en sus comi-suras recorre sus entrañas, hondo es el crujido metálico de sus múltiples patas. La co-rroe veloz, como veloz corre la vida acá, imperceptible.

A la Ciudad de México na-die la doma. Sólo ellos, los que viven en la calle, es de ellos la calle. Los chilangos de a pie. Limpian parabri-sas, venden cidís de música o películas piratas —aun li-bros, textos de García Már-quez, Fuentes, Vargas Llo-sa. “¡Mire lleve usted el más completo compendio musi-cal de José Alfredo Jiménez!”, se oye, inverosímil, en las baldosas de la alameda o en el metro, la infinita serpien-te metálica. Cargan a lomo limpio los canales de la res y el puerco en el mercado de

El DF, laberinto interminable de vidas y hormigón

ésta, un mallón malva.Acto 2.Su piel requemada, los

rastros del sol sobre su ros-tro caucáseo, ojos azulísi-mos y sonrisa de cuidada dentadura —contrastante para un dueño de la calle y sus noches— se lanza a la intersección de las aveni-das. Los mazos vuelan, flo-tan en el aire, suspendidos por segundos captan lo su-ficiente la atención. Hacen su trabajo de artificio y lue-go vienen algunos pesos que el malabarista recoge por la ventanilla de los vehículos. Regresa.

Acto 3.—Simón, el defectuoso te

traga carnal.s

David Espino (México, 1972) es reportero desde 1992. Ha traba-jado para los diarios regionales El Sur, La Jornada y Milenio Dia-rio. Su primer libro de crónicas, Acapulco dealer, sobre la violen-cia generada por el narcotráfi-co en México, está en impren-ta y aparecerá a mediados de este año bajo el sello editorial de la Universidad Autónoma de Guerrero. Sus textos se pueden leer en su blog personal: repor-teroerrante.blogspot.com

la Merced. Y venden cualquier cosa en Tepito, cualquier co-sa. Ropa de marca, calzado de marca, software y computado-ras de marca, aunque después de que se le da el dinero no re-gresen con ellas.

No importa, esto es el DF. Un retazo, al menos, del DF.

La gente acá lucha todos los días contra este monstruo y sus demonios. La noche, los autos, la calle y sus morado-res, los transeúntes sumidos en sus celulares, en sus iPod, en su contradictoria soledad en medio de más de 20 millo-

da uno de ellos, cosmogo-nías diametralmente opues-tas sorteando la suerte de vivir a diario como si fuera la últi-ma oportunidad de aliento. Episodios de vida que pasan efímeras por la ventanilla del autotrasporte urbano o de los automóviles de lujo de quienes no se atreven a retar a la urbe. Nunca la conocen. Ilusos.

La ciudad es indócil para aquellos que la provocan.

“La neta carnal, está cabrón que llegues hasta Santa Fe así como así” —dice un malaba-rista nocturno cuando se le pregunta por el rumbo a to-mar para llegar a la elitista zo-na, luego de apreciarlo trabajar entre los semáforos:

Acto 1.El personaje prepara sus ma-

labares para distraer a los au-tomovilistas que empiezan a mostrar su hastío por lo lento del tráfico. Pareciera sacado de un circo de cuento. Descalzo, con corte punketo que oculta en una gorra sucísima, tatua-jes de un demonio en su hom-bro derecho y osamentas en la espalda que emulan su espina dorsal; pircing en los alrededo-res de sus orejas y pulseras de cueros y collares colgados de ambos tobillos que asoman de una bermuda caqui y, abajo de

DaviD espiNo

nes de congéneres. La oscuri-dad es de otras especies, de los hombre mono, el resistol 5000 en bolsas o botellas de plásti-co, la mona, mata a diario sus neuronas. Viven en las profun-didades de los desagües y sa-len como animales nocturnos a buscar alimento en los basu-reros. Ellos son los dueños de las penumbras, son los dueños de la ciudad. La conocen como los lunares de su rostro; viven de ella. O ella en ellos.

Sí.O termina por devorar a los

intrusos. Aventureros que

quieren hacerla suya. Insensa-tos. Los otros pasan por la ori-lla. Se refugian en el hotel de cinco estrellas o los hostales del zócalo, en los taxis, hasta sus destinos predecibles. Ven pasar las casas con sus vidas familiares, con sus amantes y sus orgasmos; las arterias con sus choques y atropellados, con los robos a mano armada, con los cafés nostálgicos; con los chilangos y sus tribus: dar-ketos, punketos, nerds, emos, eskatos, grafiteros, concheros. Punto, y narcos.

Una razón de vida en ca-

archIvo

un retazo del D.f.