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ALBERTO ADRIANI Simón Alberto Consalvl * Praga, otoño de 1936. Biografía, autobiografía. Para un retrato de Alberto Adriarú es uno de los ensayos biográficos de Mariano Picón-Salas escritos con mayor profundidad, redactado como una confesión, entre el ensimismamiento y el estupor emocional que le causó la noticia de la muerte del joven y excepcional Minis- tro de Hacienda. Estas páginas, breves pero intensas, además de constituir una biografía de Adriani, son al propio tiempo una confesión autobiográfica de Picón- Salas. Apenas tiene tiempo de llegar a su destino, lenta navegación y lentos trenes. Se quejará en cartas para amigos de que recibe pocas noticias de Venezuela en ese verano de Praga, su primer verano en una Europa deslumbrante y en una antigua ciudad que lo cautiva. ''Alberto Adriani" es un capitulo del libro sobre el gran histo- riador venezolano Mariano Picón-Salas que actualmente está terminando de escribir ,,:n Washington, Simón Alberto Con- salvi, En este texto, Consalvi analiza una de las cinco bio- grafías de Picón-Salas (Alberto Adriani, Francisco de Miranda, Pedro Claver, Simón Rodr iguez y Cipriano Castro) escritas por Picón-Salas. Para Cansa lvi , el ensayo biográfico de D. Mariano sobre Adriani es también, en buena medida, un ensayo auto- biográfico, pues tanto el uno como el otro vivieron vidas pa- ralelas, unidos desde muy jóvenes en etapas fundamentales de su existencia, amigos verdaderos y venezolanos de excepción, cuyas coincidencias humanas e intelectuales, como su con- cepción de Venezuela, los identificó de manera muy profunda. El libro de Consalvi "Mariano Picón-Salas. Ejercicios de Com- prensión", circulará en 1994. 163

Para un retrato de Alberto Adriarú estupor emocionalance.msinfo.info/bases/biblo/texto/NE/NE.03.07.pdf · vida de Alejandro Magno, la tragedia deque ya se la habían echado encima

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ALBERTO ADRIANI

Simón Alberto Consalvl *

Praga, otoño de 1936. Biografía, autobiografía. Paraun retrato de Alberto Adriarú es uno de los ensayosbiográficos de Mariano Picón-Salas escritos con mayorprofundidad, redactado como una confesión, entre elensimismamiento y el estupor emocional que le causóla noticia de la muerte del joven y excepcional Minis­tro de Hacienda. Estas páginas, breves pero intensas,además de constituir una biografía de Adriani, son alpropio tiempo una confesión autobiográfica de Picón­Salas. Apenas tiene tiempo de llegar a su destino, lentanavegación y lentos trenes. Se quejará en cartas paraamigos de que recibe pocas noticias de Venezuela enese verano de Praga, su primer verano en una Europadeslumbrante y en una antigua ciudad que lo cautiva.

''Alberto Adriani" es un capitulo del libro sobre el gran histo­riador venezolano Mariano Picón-Salas que actualmente estáterminando de escribir ,,:n Washington, Simón Alberto Con­salvi, En este texto, Consalvi analiza una de las cinco bio­grafías de Picón-Salas (Alberto Adriani, Francisco de Miranda,Pedro Claver, Simón Rodr iguez y Cipriano Castro) escritas porPicón-Salas. Para Cansalvi , el ensayo biográfico de D. Marianosobre Adriani es también, en buena medida, un ensayo auto­biográfico, pues tanto el uno como el otro vivieron vidas pa­ralelas, unidos desde muy jóvenes en etapas fundamentales desu existencia, amigos verdaderos y venezolanos de excepción,cuyas coincidencias humanas e intelectuales, como su con­cepción de Venezuela, los identificó de manera muy profunda.El libro de Consalvi "Mariano Picón-Salas. Ejercicios de Com­prensión", circulará en 1994.

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el 26 de agosto le escribe al Ministro de RelacionesExteriores, Esteban Gil-Borges, para confiarle que laúnica noticia que ha recibido de Venezuela es la parami dolorosisima del fallecimiento de mi entrañable ami­go el doctor Adriant. Recibe pocas noticias, a pesar deque el país atraviesa una etapa singularmente dinámicaque para él resultaba de vital interés. No era el tiempomomificado de Juan Vicente Gómez, cuando los díasnaufragaban en la más obstinada monotonía. 1936 erapara los venezolanos un año crítico, un año de grandesexpectativas y de grandes decisiones y el aislamientocomenzaba a atormentar al escritor, recién llegado aPraga. Además de que no tenía noticias, ese día deagosto recibió la primera y la peor de todas, la que nopodía imaginar y la que lo afectaría de manera pro­funda porque, sin duda, Adriani era su punto de con­tacto y su exclusivo punto de apoyo con el régimen y,al propio tiempo, la garantía del rumbo venezolanoque ambos compartían. Quizás por eso utilizó esas dospalabras de confesión agónica de ensimismamiento yestupor para comenzar las páginas biográficas de Alber­to Adriani, a quien había dejado en Caracas apenasquince días antes, lleno de optimismo y de ambiciososproyectos reformistas. Así, escribió, ya entrado ese otoñode pesadumbres: No puedo decir aún, en el ensimis­mamiento y estupor emocional de que no me recobro, laadmiración que tenía, la carga fecunda de grandes espe­ranzas venezolanas que todos babtámos puesto en Al­berto Adriani.

Quizás era el mejor de sus amigos y el amigo conel cual coincidía de manera más sensible y más huma­na en la comprensión de los problemas de Venezuela.Compañero de colegio, amigo de adolescencia, a quienlo unía no sólo todo el tiempo pasado y los episodiosde la juventud en Mérida, sino también la reflexiónintelectual que a lo largo del tiempo (y fueren cualesfueren las geografías), cultivaron de manera admirable:Una amistad sin dudas ni secretos que no lograron des­truir los años ni las distancias, que no s610 se conservó

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a pesar de una larguísima ausencia de casi quince años,cuando ambos dejaron Venezuela y tomaron caminosdiferentes; el uno hacia las capitales del Norte (Gine­bra, Londres, Washington), el otro hacia el Sur, San­tiago de Chile. Nuestras cartas valían por largas con­versaciones, dice Picón- Salas. En esas cartas comen­zaba a inventarse el país que habría de nacer despuésde la muerte del General Juan Vicente Gómez, jus­tamente, en ese año estelar (y trágico) de 1936.Comí ensu compañía (y éste es mi último recuerdo) la noche del24 de julio, confiesa el escritor. Junte a la botella devino Chianti y frente a las frescas pastas italianas, cena­ron esa noche en el grato restaurante de Contestablle .Cenaron, conversaron y divagaron, porque era tiempopropicio para la especulación imaginaria de lo que po­día ser Venezuela. ¿Quién mejor que ese Ministro deHacienda de 38 años, con la cabeza llena de ideas y deproyectos de reforma y de creación de un nuevo tiem­po, sin precedentes en la historia de esta tierra, y quiénmejor que el escritor de 35 años que se despedía esanoche del amigo en las vísperas de su viaje a Europa,qué mejores y más entusiastas interlocutores para fa­bular sobre Venezuela convertida en un gran país?

24 de julio: noche de mucha lluvia en Caracas,último encuentro entre Alberto Adriani y Mariano Picón­Salas. El escritor escasamente tuvo tiempo de llegar aPraga, deslumbrarse con la antigua ciudad, inclinarseante los apóstoles medievales del Puente Carlos o con­templar el espectáculo del reloj que da las horas comosi se tratara de una gran ceremonia, Picón-Salas apenastuvo tiempo de deslumbrarse y de comenzar a sentirsesolo e irremediablemente aislado de su país y de susamigos. Quince días después recibe la noticia que jamásesperó: ellO de agosto, el ministro Alberto Adrianihabía sido encontrado muerto en su habitación del Ho­tel Majestíc. Era un lunes por la mañana y, al parecer,pocos supieron cómo transcurrió su vida ese último finde semana. Junto con el Presidente de la República,

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General Eleazar López-Contreras, Alberto Adriani era enese agosto de 1936 el otro venezolano más importantey de mayores proyecciones y quizás también el minis­tro que suscitaba más enconadas resistencias entre laturbia red de los intereses creados, porque se propo­nía modernizar el país, su economía y sus finanzas y,porque todo esquema de modernización implicaba afec­tar los antiguos privilegios. A sus críticos respondió,como lo referirá después Picón-Salas: Aquí estoy comoel soldado en vela. Soy y seré fiel a mi convicción tnte­rior, a lo que creo que el país necesita. Estudio los asun­tos, cotejo los juicios con los otros, y nunca lanzo unaopinión a priori. Si desgraciadamente las fuerzas de iner­cia y de retroceso logran prevalecer en Venezuela sobrelas fuerzas de creación, si no fuera suficiente mi buenafe y mi empeño de cumplir, retornaré a mi antiguo ynunca olvidado oftcio de campesino. Allá en las tierrasdel Alto Escalante hay una casa de teja, unos barbechossembrados por mí y unos libros que me aguardan.

La muerte de Adriani tranquilizó a sus adversarios,en la misma medida que llenó de estupor a sus ami­gos. Había regresado a Venezuela, cuenta Picón-Salas,en 1931. Dejaba la poderosa nación del Norte sumidaen la perplejidad y en la confusión producida por lamás profunda crisis de su historia. Se detuvo breve­mente en Caracas, donde le ofrecieron algún destinoburocrático de menor cuantía y en un momento absolu­tamente incompatible con sus ideas y con sus designios.Venía de Washington, última escala de su periplo porel extranjero, lugar propicio como ninguno para estu­diar la economía de la América Latina a través de lasestadísticas y papeles de los Estados Unidos. A pesardel gran peligro que comportaba no aceptar un puestoen aquellos días oprobiosos del 'Jefe único", Adriani sefue a Zea, e internándose más en la montaña, empezócon verdadero tesón a trabajar unas tierras del A Ita Es­calante. Desde allí me escribió una carta magnifica, re­lata Picón-Salas. El sentía, como César cuando leía la

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vida de Alejandro Magno, la tragedia de que ya se lahabían echado encima los treinta años y todavía nohabía actuado... Picón-Salas lo tranquiliza, desde San­tiago de Chile. Compara su experiencia agrícola con elretiro del joven Bismarck en una granja de Pomeraniaen 1847, huyendo del tedio de los grandes salones deViena o de París y de la futilidad de las cortes eu­ropeas. Si en aquel momento de 1931 yo comparé elretiro de Adrtani en Zea con el de Bismarck en Pome­rania, era porque él estaba llamado a ser en nuestratierra el gran estadista creador, el hombre que lleva suverdad y su destino definitivo por sobre toda otra contin­gencia; por sobre las tumbas, adelante, como decía elverso goetheano. Lo conocía bien y sabía que su inte­ligencia y su honestidad estaban a prueba de cualquiertentación de desliz; que era orgánicamente virtuoso, noen el sentido de los incapaces o de los anémicos, sino enla temperatura alta de la probidad, del sacrtficto, de lavoluntad probada como la mejorflecha.

Biografía, autobiografía: como un espejo frente aotro, Alberto Adriani/Mariano Picón Salas. Cuando yaentrado el otoño de Praga, el escritor rememora al jovenestadista, prefiere trazar el perfil del Adriani-hombreprivado que coincide con el Adriani-hombre público: yen pocos hombres vi esta coincidencia entre lo privado ylo público, esta admirable armonía vital que prefigura­ba el gran papel histórico que le correspondía en la ac­tual resurrección de Venezuela. La memoria de Picón­Salas parece reverdecer al evocar al primer Adriani, alestudiante de bachillerato en la Mérida de 1916. Lodescribe como un estudiante excepcional, él, que teníacondiciones para entender quiénes lo eran y quiénesno lo eran porque para ese momento ya escribía susensayos humanísticos, de erudición alegremente pre­suntuosa, y era admirado por los viejos profesores dela Universidad. Adriani es otro adolescente excepcional,sin duda, y ambos se reconocen. Adriani estudia histo­ria, filosofía, geografía y su curiosidad no tiene límites;

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domina pronto los idiomas extranjeros (francés, inglés,italiano) e interpreta unos atlas alemanes de GeografíaEconómica y describe con precisión el curso de la GranGuerra y ubica con espontaneidad de cartógrafo loslugares donde se libran las grandes batallas. Cuando seconocen, (parece revivirlo Picón-Salas), conversan detemas trascendentes, materialismo, positivismo, quiénsabe de qué otros complejos asuntos. En última instan­cia, el escritor rememora la solidez de Adriani: Toda miinfantil pedantería filosófica se deshizo en aquella prime­ra conversación con Adriani. Los libros que yo leía, enopinión, de él, eran sumamente viejos. Ese materialismoorondo y satisfecho del siglo XIX, ese materialismo quepretendía haber destruido todo misterio y ofrecer al bur­gués de nuestra época un mundo perfectamente mensu­rable y clasificable, ahora estaba en bancarrota; era dema­siado simplista y grosero; y a medida que avanzaban lasciencias positivas, el limtte de lo conocible se iba ha­ciendo más vasto. Atamos, moléculas, electrones. "Y sobretodo -aduertia mi arntgo-, existe una vida espirttual queno está enteramente sujeta, como pensaban aquellos ma­terialistas, a lo fisiológico".

Adriani se gradúa de bachiller en el liceo anexo ala Universidad de Los Andes en 1916. Su tesis versabasobre esos asuntos que tanto admiraron a Picón-Salas,bastante lejanos de lo que después iba a ser su pasióncomo economista. La tesis, Psicologta Comparada/El tipo criminal nato ante la sana Ptlosofta, era unavisión panorámica (y, sin duda, intrincada) de las ten­dencias en boga en materia de psiquiatría, psicologíasocial, psico-fisiología, psicología comparada y, finalmen­te, de las teorias de Lombroso sobre los tipos crimina­les. Con solemnidad de doctor, el novel bachiller llegaa conclusiones como esta: Los estudios e investigacio­nes de esta escuela, han dado origen a dos nuevas cien­cias: la Antropologia Criminal, que estudia al delincuen­te desde el punto de vista biológico; y la Sociología Crimi­nal, que estidia el delito como fenómeno social y en sus

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facto-res sociales, indagando los medios más adaptadospara prevenir e impedir tales fenómenos, o para efec­tuar la profilaxis y la terapia social de la delincuencia.Para un bachiller de 17 años estas elucubraciones cien­tíficas iban más allá de lo permisible. Toda la tesis estáconcebida en esos terminas y esta expresaba, simple­mente, la seriedad de Adriani, la trascendencia que ledaba a su formación desde la adolescencia. El historia­dor Rondón Marquez refiere la anécdota de que un diaya en Caracas, se acercó el Ministro Gil-Borges al escri­torio de Adriani en la Cancillería, vio sobre la mesa Elarte de amar de Ovidio y exclamó: El bachiller Adrtanicuando lee inmoralidades las lee clásicas...

En la Revista del Centro de estudiantes de Dere­chos, en Junio y Julio de 1919, Adriani pública su en­sayo Progresos democrdttcos de la América Latinaestudia el proceso histórico de estos países, el papel delos grandes dictadores, lo artificioso de las constituciones,Bolívar y los inconvenientes del federalismo, la inmi­gración y la educación. La educación es para los sociólo­gos modernos, el factor capital de las transformacioneshistóricas, escribe. Desde la adolescencia piensa comoreformista. No escribe nada que no esté vinculado auna posibilidad de acción. En el texto revela su conoci­miento de Enrique Ferri, de Guglielmo Ferrero, de Gus­tavo Le Bon, del brasileño M. de Oliveira Lima, delmexicano Bulnes, del peruano Ventura García-Calderón ,cuya obra clásica, Les democraties latines t : Ameri­que lo influyó de manera visible. Así escribe: El caudi­llismo o la autocracia se hace una fase necesaria en laevolución de los pueblos latinos-americanos. Pero cuan­do se refiere a los autócratas, no menciona a Gomez,sino a Guzmán Blanco, junto a Porfirio Días, Rosas oPortales.

Dos o tres años después, alrededor de 1923, escribedesde Ginebra el ensayo El idealismo actual y no­sotros. Proclama la muerte del positivismo, como si supensamiento hubiera evolucionado de manera sustan-

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cial. Impresiona su sed de lector y su familiaridad conpensadores y escritores europeos de ese momento.Oigámoslo: Debemos alegrarnos de la muerte del positi­vismo y del tramonto del btstorictsmo y de sus otros descen­dientes más o menos legítimos. Para nosotros fue unaverdadera calamidad. Conducidos por él, Le Bon y otrossociólogos nos condenaron a la imposibilidad de ascen­der hasta el rango de los pueblos que crearon civiliza­ciones expansivas. En manos de nuestros sociólogos elbagaje del positivismo sirvió para elevar a dogmas cientí­ficos ciertas teorías políticas discutidas y discutibles, des­conocer aspiraciones y necesidades muy altas y para in­movilizar a la historia que es esencialmente mudable ydebemos querer progresiva. Todo podía aceptarlo Adria­ni, menos eso que llamó inmovilidad de la historia.Sobre la muerte del positivismo le escribirá en 1924 aPicón-Salas, desde Ginebra: Se palpa hoy una nuevaorientación de la historia. Nosotros estaremos muy pron­to bajo el influjo de esa orientación. La escuela positivis­ta, materialista y pesimista -que entre nosotros está repre­sentada por una cara huesosa y una columna vertebralinflexible- se ha derrumbado lastimosamente, gracias aDios. (Lo de la "cara huesosa" y la "columna vertebralinflexible "eran alusiones directas a Laureano Vallenilla­Lanz). Más adelante: La historia vuelve a ser recuento dela vida de los grandes hombres. Los hombres hacen lahistoria, cuando lo quieren, en todo momento que se re­suelvan a hacerlo ... Por fin ha perecido ese determinis­mo que nos quitaba toda posibilidad de control y decambio en los hechos de la historia. El tal sistema erauna atrofia de la voluntad y una hipertrofia de la inteli­gencia. Así reaccionaba contra el positivismo, en esascartas que cruzaban el Atlántico y que iban de Ginebrahasta Santiago de Chile. Para Adriani una revisión dellenguaje tenía implicaciones de significación, como sicontenido y continente formaran una unidad necesaria.Así le añadía a Picón Salas, en esa misma carta del 16de diciembre: Comencemos por torcerle el cuello a la

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retórica. Emprendamos la ofensiva contra todas las fra­seologías que escandalizan y asustan y que como loscanes latido res, no muerden. Enseñemos el lenguaje efi­caz: el de las frases cortas, incisivas y ásperas; de laspalabras que son hecho, con cualesquiera otros. A losorfebres incurables, habrá que someterlos a la gimnasiay al sport. Seamos los precursores de una generaciónhambrienta de la acción. Adriani parece adelantar elretrato de sí mismo: pensaba y escribía con un solopropósito: trazar las rutas de la acción, las palabrascomo hechos, contra la inmovilidad de la historia, con­tra la resignación pesimista.

1920. Adriani y Picón-Salas, los dos estudiantes deMerida, son ahora huéspedes de una pensión muy mo­desta en el barrio caraqueño de Caño Amarillo. Lo primeroque Adriani adquiere es una silla de extensión y un es­tante para sus libros. Justifica la compra de la sillacómoda porque significa aprovechamiento al máximode sus lecturas y de sus reflexiones y no tiene nadaqué ver con pretensiones o disfrutes de voluptuosidad.El diálogo de los días de Mérida continúa en Caracas,bajo perspectivas ya diferentes, yesos dialogas quizáslos conduzcan a la reflexión sobre la necesidad de res­pirar otros aires: si algo tenía esa pensión de CañoAmarillo, (Junto a la estación del ferrocarril de La Guaira,el bullicio de los mercaderes y aquellos depósitos decafé de olor muy acre), era la cercanía del Palacio deMiraflores, como símbolo y presencia asfixiante de ladictadura.

Adriani, dice Picón-Salas, intuía la necesidad deun pensamiento venezolano un poco pragmático, un pen­samiento que fuera como otra forma de acción, dondese esclareciera la obscura y turbulenta realidad de nues­tro país, desconocida, velada, entre un manto adiposode retórica y de literatura superflua. Quizás lo que Tho­mas jefferson llamaba "the mode of action called trínk­ing". En ese tiempo, Adriani y Picón-Salas descubren aDomingo Faustino Sarmiento y a Juan Bautista Alberdi:

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y, de pronto, desde el propio pasado de América, es­cuchábamos aquellas voces tan criollas, tan aplicables ala realidad de Venezuela, de Sarmiento y de Alberdi,que habían conocido circunstancias como las nuestras:tiranías, desiertos, barbarie, pero que, a diferencia denosotros, tuvieron la decisión de vencerlas. De Sarmien­to pensaban que después de Bolívar, era la personali­dad más recia y más útil de la tierra latinoamericana. Eluno prefería a Sarmiento, el otro a Alberdi, por aquelestilo un poco enjuto, lleno de claridades, cargado deverdades americanas... Así, un día Picón-Salas le dice:- Tú debes ser el Alberdt de Venezuela. Tú, como Alberdi,en el año de gracia de 1852, debes escribir las Bases denuestra República.

Cuenta el escritor que por esos días se hablabamucho de revolución en Venezuela. Uno de los estu­diantes del círculo de Caño Amarillo, Leopoldo Ortega­Lima, se lanzó a la revolución, cayó preso, murió de­secho poco después. Hay que hacer la revolución, pen­saba Adriani, pero primero tenemos que hacerla ennosotros mismos, porque Gómez es, de cierta manera,la consecuencia de un estado social. Gómez mandaporque nosotros hemos sido la indisciplina, la impro­visación, la guacbafüa. Para hacer esa revolución prio­ritaria que comenzaba consigo mismo, Adriani se fue aEuropa en 1921.

De Zea a Mérida. De Mérida a Caracas. De Caracasa Ginebra, Alberto Adriani se asoma ahora, desde elmejor balcón posible, al mundo de la postguerra. De­legados de países viejos y de países nuevos, nacidosdel Tratado de Versalles, príncipes y princesas sin pa­tria, echados al azar el mundo por las revoluciones,deambulan ahora por los corredores del palacio de laSociedad de Las Naciones. Buen lugar, apasionante en­crucijada del mundo para un hombre de ueintttantosaños que quiere estudiar Economía, perfeccionar los idio­mas extranjeros y entrar en contacto con los problemasde la política moderna. Así describe Picón-Salas el esce-

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nario que estrena Alberto Adriani en aquella Ginebracalvinista, la ciudad de Rousseau y de Arniel, dondesigue lloviendo de manera inclemente, donde la gentese aburre, pero donde también se adquiere el hábito depensar.

En la escena europea comparece uno de los per­sonajes políticos que más impresionará a Adriani: elalemán Walter Rathenau. En Alemania, escribe Picón­Salas, después de los años terribles de 18, 19 Y 20, haaparecido un político de genio Walter Ratbenau. Graneconomista, gran escritor. Las ideas más caras a Adriantsobre el Estado deber y la disciplina social, se expresanpor la boca de ese gran judio que es, en ese momento,-como desmintiendo la oscura e irracional filosofía ra­cista- el intérprete conmovido y emocionado de todo unpueblo. A Walter Rathenau dedicó Adriani uno de susmás brillantes ensayos, en las páginas de la revistaCultura Venezolana. ¿Pero, para quién escribía Adriani?En la Venezuela gomecista no sabían leer estas cosas,dice Picón-Salas y añade: Todo lo que nos era descono­cido en la ignorancia y el hermetismo político que sufríanuestra patria se nos revelaba en la prosa de Adrtant. lapolítica y economía de masas, la técnica al serutcto delEstado, la aguda revisión que sufrta en Europa el libe­ralismo económico.

En el mundo singular de la Sociedad de las Nacioneses introducido Alberto Adriani por el historiador Carac­ciolo Parra-Pérez, también de Mérida. ¿Qué mejor lugarpara observar y ver, para reflexionar y aprender que laSociedad de las Naciones de esos años de la Postgue­rra? Adriani parece ser un sediento infatigable. En unade sus cartas, le escribe a Picón-Salas: Pocos son lospueblos europeos que, como la cbecoeslouaquta de Masaryh,han sabido organizarse siguiendo las lineas claras y huma­nas de una concepción [urtatco-fuosoftca, en la mayo­ría prevalece el egoísmo, el interés de lo inmediato, el ex­hibicionismo del prestidigitador que se suele llamar po­lítico. Pero en esta Casa Internacional de Ginebra hay

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excelentes archivos y noticias; se va elaborando, a pesarde todo, el derecho y la economía de los nuevos Estados.

Así, el espectador sediento que es Alberto Adrianien 1922, a los 23 años de edad, escribe en Ginebra unode sus mejores textos: La nueva Alemania y WalterRatbenau . Enjuicia con admiración la historia de Ale­mania: En el drama de la historia, Alemania es un actorque no ha representado sino grandes papeles. Analiza elenfrentamiento de los imperialismos que desembocó enla Gran Guerra; glosa la obra del italiano Adriani Til­ger, I relatiuisti contemporanei , sobre tres personajesalemanes que incitan su pensamiento: Vaihinger, Ein­stein, Spengler. Del primero escribe: Para él todas lasconcepciones de nuestro esptritu todas las leyes de nuestrasciencias, todas la categorías de nuestros sistemas, no sonotra cosa que símbolos, ficciones, llenos de contradtcio­nes, sin consistencia real, que mudan de época en épocay de persona a persona. Del segundo: Einstein es elgrande hombre del momento, el renovador más audazde la ciencia de este siglo. Destruye conceptos de espacioy de tiempo objetivos. Niega el fundamento de la fisicaneunoniana, y con ella de toda la física moderna: laconcepción de un espacio inmóvil, homogéneo, isotropo,amorfo, uacio, existente entre sí, independientemente delas cosas que lo llevan, indefinidamente extendido enlas tres direcciones. El espacio, el tiempo, el movimiento,son espacios relativos que varían con cada nuevo sis­tema de coordenadas que elija el observador. y, finalmen­te, sobre el filósofo de la Historia: Spengler es el autor deLa Decadencia de Occidente. Para él no existe unacultura única, que acumule en el curso del tiempo susconquistas espirituales, acercándose indefinidamente ala verdad absoluta. Todas las civilizaciones se equiualen,son irreductibles la una a la otra y todas están igualmen­te destinadas a nacer y perecer. De la una a la otra nohay progreso. La labor del hombre realiza una obra deSisifo: crear para destruir, destruir para crear.

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En los intelectuales y en los científicos percibíaAdriani la resurrección alemana después de la derrota yen un hombre que lo llenó de admiración por su ener­gía y por su dinamismo: Walter Rathenau, en quien re­conocía tanto la capacidad de organizador, como susvirtudes de escritor, sus ideas, a las cuales considerabacomo una de las manifestaciones más vigorosas delpensamiento político europeo de los treinta años pre­cedentes. Admiraba sus críticas al sistema capitalista ysus críticas al socialismo y se identificaba, no hay duda,de manera profunda con esa manera de pensar: No es,pues, ni individualista ni socialista. Es ecléctico, comolos hombres de las grandes épocas, cuando las teorías ylas especulaciones se sumergen en la vida y en las cosas,para incorporarse a la realidad, que es ecléctica. En laSOCiedad, en el Estado y en la economía que él presienteen el porvenir se asocian el liberalismo ético y la consi­deración de las necesidades y de las aspiraciones socia­les. Walter Ratheneau pareció impresionarlo de maneraindeleble. En sus ideas del futuro y en sus concepcio­nes de la sociedad y del Estado esas huellas estaránsiempre presentes.

En Londres, 1925, escribe sobre Los Estados Unidosde Europa. De la unidad de Europa que se dibuja enlos tratados de Locarno, diferentes al tratado de Versa­lles que prolongó la división del viejo Continente. Coin­cide con Keynes, y con otros pensadores que previe­ron los inmensos perjuicios de la persistencia de esteúltimo tratado. Lo seduce ciertamente la idea de launidad europea: Europa es el hogar de la civilizaciónoccidental y el asiento de muchas fuerzas que todavía ladirigen e impulsan. Unificada y potente, puede ser pre­cioso factor de equilibrio en la política mundial, estímu­lo inapreciable de nuestra prosperidad económica y denuestra formación espiritual. Más todavía. Un ejemploconvincente que puede ayudar la realización de la uniónde los pueblos latinos de América, que fue la idea mástrascendental y la más alta del genio de Bolívar. Estos

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son los asuntos y las visiones que dominan la mente deAlberto Adriani en sus días de Ginebra y de Londres,los grandes pensadores políticos, las teorías económi­cas, los esquemas de grandes ambiciones, como la unidadde Europa. En la Ginebra de ese tiempo, dice Picón­Salas, refiriéndose a la primera experiencia europea deAdríaní, se está realizando la educación de un estadista.En Ginebra, en Londres, como poco más tarde en Wash­ington, Alberto Adriani se esculpe a si mismo, piedra ycincel, noches de invierno y de vigilia.

Poco tiempo después de Adriani, en 1923, le tocael turno del viaje a Mariano Picón-Salas. La biografíaahora se torna más definitivamente autobiografía: En1923 yo vivo en cñüe horas de pruebas y de pobreza. Sehabía cerrado aquella casa estudiantil y caraqueña deCaño Amarillo y nos dispersamos a buscar nuestro pro­pio destino. Picón-Salas apela a la imaginación parasobrevivir. Es Vigilante en un colegio o repórter paraun diccionario biográfico, uno de esos "Who~s Who" quese escriben para satisfacer la vanidad de gentes que quie­ren pasar a la Historia pagando la entrada. Un ticket,quizás muy barato, para viajar a la inmortalidad. En esetiempo las cartas de Adrtani eran mi tónico más fuerte,recuerda Picón-Salas. Piensan en el futuro: Gómez noes ni puede ser eterno y ya se va poniendo viejo yalgún día deben regresar ambos a Venezuela. Formulanproyectos: Adriani propone la creación de un periódicomoderno que contribuya a echar los fundamentos de lapatria futura. Quizás coincidía con un escritor del sigloXVIII quien pensaba que lo que separaba los libres delos oprimidos era el "habito de pensar" y que en lamente del hombre estaban las únicas bases de cualquiersistema político: lo que el hombre piensa es lo quecuenta. Las cartas que se cruzan Adr íani y Picón-Salasson extensas. Las de Adriani están firmadas en Ginebra,Londres, Washington o Zea, en el estado Mérida. Yo,(confiesa Picón-Salas) más sedentario, apenas cambiabaen los veranos algunos lugares y nombres de la geografía

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administrativa de la República de Chile. En esas cartasse registra una pasión venezolana excepcional, parecenser el itinerario de las mejores vivencias, la confesióníntima y abierta de dos grandes espíritus para quienesel ejercicio de pensar era un menester cotidiano. Enuna de ellas, (enero, 1922) Adriani le confía a Picón­Salas sobre su viaje a Florencia: ... Viví allí dos momen­tos inolvidables: un crepúsculo visto desde el Piazzale deMichelangelo, en una de las colinas que dominan a Floren­cia; y otro atardecer junto al Perseo y al David: dos figu­ras milagrosas, que por sí solas nos explican el valor delarte y que retratan uno de esos raros momentos de lahistoria en que la juventud es la edad de todo un pue­blo: nos imaginamos que cada florentino tenía enton­ces diez y ocho años.

De Ginebra, Adriani pasa a Londres es llamado aWashington por el desterrado ex-Ministro de RelacionesExteriores, Esteban Gil-Borges, para que ejerza la jefaturade la Sección Agrícola de la Unión Panamericana (ConGil Borges había viajado Adriani en 1921, cuando elMinistro inauguró la estatua de Bolívar en Nueva Yorky prefirio morderse la lengua antes de mencionar alGeneral Gómez y pagó tal osadía con el exilio). Ahorase reencontraban. Si un economista busca ansiosamenteaprendizajes y experiencias, los Estados Unidos le de­pararían el espectáculo trágico de la Gran Depresión ylos innumerables debates y controversias que la rodea­ron. Con esa visión decide regresar a Venezuela en1931 y se radica en Zea, dedicado a la agricultura y alestudio, al reconocimiento de la realidad que en laúltima década sólo había percibido a través de los li­bros de los informes económicos, de los diagnósticosde los tecnócratas y de las experiencias ajenas. Un añoantes el General Gómez decidió pagar la deuda vene­zolana, o lo que restaba de la deuda. En el momento enque se iniciaba la gran catástrofe económica mundial,el prudente economista que se llama el general Gómez(observa Picón Salas) decide pagar la deuda pública de

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Venezuela. El hubiera podido invertir con más tino esedinero en obras reproductivas dentro del país y prevenirla crisis y la cesantía que no se rigen por la voluntad delBenemérito, sino por las posibilidades de un mundo pro­ductor y consumidor; pero en tal caso esa medida noserviría para la propaganda exterior del régimen. Deahí que Picón-Salas refiera con alguna ironía lo que lagente en el mundo comentaba al encontrarse con algúnvenezolano, en tiempos tan conflictivos:

-¡Ah, el señor es del país que pagó la deuda!

En este asunto siempre controversial de la deuda,Picón-Salas quizás olvidó lo que Adriani en uno de sustextos escritos en Zea en mayo de 1931: Las crisis, loscambios y nosotros. Se trataba de un análisis de losfenómenos y de las consecuencias de la Gran Depre­sión, iniciada con la caída espectacular de valores en laBolsa de Nueva York en 1929. Allí manifestó su con­formidad con esa decisión: Debido a la sabia políticaseguida por el régimen acaudillado por el General j. V.Gómez, nuestro país no ha incurrido en nuevas deudasdurante los últimos años y ha pagado, por el contrario,la totalidad de su deuda exterior y, en considerable me­dida la interna. Nuestra situación monetaria se mantu­vo sólida. Conviene observar que la rectitud intelectualde Adriani y su probidad como economista, predominapor sobre toda otra circunstancia personal, política ode la índole que fuere. Reconocerle a la dictadura unadecisión determinada, como esta del pago de la deuda,le otorgaba a sus críticas, sus discrepancias y sus análi­sis generales, mayor validez desde el punto de vistateórico y, desde luego, también desde un punto devista ético. La observación contribuye a darle un perfilmás exacto a la personalidad de Adriani. Su pensa­miento no dependía ni de la fortuna ni de los riesgosde sus coincidencias ni de sus discrepancias.

Resulta consistente con esta apreciación su actituden cuanto al café, al petróleo o a los diversos asuntos

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en torno a los cuales discrepó de las políticas reinantes.Como los precios del café entran en crisis y se arruinanlos caficultores venezolanos, Gómez decide hacerles algu­nas dádivas porque el petróleo le daba para esas lar­guezas fiscales: diez millones de bolívares en 1934 ydiez millones en 1935. En cuando Alberto Adriani, desdeZea, se convierte en crítico de esa política y señalacuáles deben ser los caminos de una estrategia agrícolainteligente y racional, cuyo destino no dependiera de lamunificencia del General. Estaba bien provisto de cono­cimientos técnicos, de estadísticas y de cifras para argu­mentar con solidez. y por su veracidad y porque lasverdades se convertían entonces en protestas, dice Picón­Salas, el nombre de Alberto Adriani fue en aquellos díasel de un posible candidato a las cárceles gomecistas.Para escapar la tormenta, hace un discreto viaje a Co­lombia. Adriani usó el método más inteligente de ha­blarle a los venezolanos sin tratar de predisponer (inú­til y riesgosamente) al régimen: analizó, criticó o elogióla política cafetera de otros países, del Brasil en par­ticular, y asi expresa sus puntos de vista, aunque enalgún momento no evadiera la crítica abierta a la políticade dádivas: No imponer la mendicidad obligatoria y tro­car los agricultores en mendigos que agradecen la dádiva,sino producir y saber qué vamos a producir, es lo quenecesita la economía.

Uno de los antiguos amigos de Adriani, el Dr. Ma­nuel R. Egaña, con quien compartió sus días de Wash­ington, ofrece un testimonio invalorable: El 21 de di­ciembre de 1935 el General Lopez-Ctmtreras, como En­cargado del Poder Ejecutivo, dictó varios decretos tendien­tes a uitaltzar moral y materialmente el país. Por uno deellos se destinaron Es. 30.000.000 para comprar café aun precio muy superior al que prevalecía entonces. Unsistema nuevo y más audaz se abría paso en la pro­tección de nuestra economía, distinto de la concesión dedádivas de las postrimerías de la dictadura; pero care­cía de amplitud y sacaba la exportación del café de sus

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cauces normales. Adrtani criticó el decreto en un largotelegrama que dirigió al General López-Contreras, quien,magistrado ecuánime y resuelto desde entonces a incor­porar nuevos valores al "equipo" gubernamental (consteque es de Adriani de quien repito la expresión) le con­testó llamándole a Caracas. Llegó el 29 o 30 de diciem­bre y a principios de enero fue nombrado Presidente deuna Comisión destinada a estudiar la manera de am­pliar al cacao, al ganado, al azúcar, al papelón y aotros productos agrícolas los beneficios del decreto de 21de diciembre. Egaña, otro gran venezolano, consideróque textos de Adriani como La crisis, los cambios ynosotros o como El dilema de nuestra moneda y lasituacion economica venezolana, marcaron hitos yseñalaron pautas en las investigaciones y en el análisisdel proceso del pensamiento económico del país, disci­plina, como expresó el Dr. Egaña, demasiado conde­nada al abandono. No cabe duda: este de El dilema denuestra moneda es uno de los más profundos y másagudos análisis del problema monetario venezolano enla década de los 30 y, nadie mejor que Egaña parajuzgarlo. Es una sólida reflexión sobre la crisis mundial,los años de la Gran Depresión, los efectos de la crisisen el mundo y sus consecuencias sobre la economíavenezolana y qué caminos tomar. Adriani propone ladesvalorización de la moneda y argumenta de esta ma­nera: En una situación normal no me habría atrevido aproponer la desvalorización, es decir, la mutilación delbolívar. Habría sido un acto inmoral, patológico. Perohoy, después de que los Estados Unidos de América, Inglate­rra y más de cuarenta países han desvalorizado su mone­da; cuando lo han desvalorizado los países que com­piten con nosotros en los mercados del mundo; cuandola crisis está acosándonos y ya nos tiene al borde de laruina, lo anormal, lo patológico, es que en esta situa­ción sólo la moneda sea intangible. Establecido el con­traste entre nosotros y la moneda, no hay duda sobrequién debe ser el vencido. Adriani está en Zea cuando

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escribe este análisis en 1934, y si sus conclusiones sonsólidas y admirables, no menos lo son las innumerablesfuentes y las notas que acompañan al texto. Compatiblesiempre con sus desvelos, expresaba con claridad laurgencia en la acción. Así, terminó ese texto con estaspalabras admonitorias: Mientras las dificultades se agra­van el tiempo huye, implacable como el Destino. Las ho­ras se deslizan furtivamente, llevándose nuestras espe­ranzas y nuestras oportunidades, que son fragmentos denuestra vida. Recordemos las elocuentes palabras gra­badas bajo el reloj del sol del Colegio de Todas las Ani­mas, en Oxford. Pereunt et imputantur, las horas pasany se nos cargan en cuenta. Adriani persiste sobre sutesis devaluacionista en cartas para algunos venezola­nos como Vicente Lecuna y Rodolfo Auvert y para ami­gos personales como Julio Planchart y Eduardo ArroyoLameda. La situación que de ruina y de incertidumbreque Adriani veía a su alrededor, en los Andes, era talque le escribió al último: Crea usted que esto abate elánimo.

Adriani hablaba con claridad inesperada, en unanación muy poco consciente de su destino y de susposibilidades, en esos días de los primeros años de ladécada de los 30, cuando regresa a Venezuela. Advertíaque nunca se insistirá lo bastante en 10 deplorable ycontraproducente de la situación de un país cuya eco­nomía descansa sobre uno o pocos cultivos. Entre 1930­35 dedica innumerables páginas a los asuntos del caféy a la crisis de los precios, las complejidades del mer­cado, como a los riesgos de la dependencia. Casi comouna herejía, en la Venezuela de Juan Vicente Gómez, seatrevió a escribir: No debemos equivocarnos en la apre­ciación de los cambios que han seguido al auge de laindustria petrolera en Venezuela; esa industria es pre­caria; está en manos extranjeras; es, desde el punto devista económico, una provincia extranjera enclavada enel territorio nacional y ejerce una influencia relativa­mente instgntftcante en la prosperidad económica de nues­tro pueblo.

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Postulaba como la mejor y más discreta alternativala diversificación de la producción agrícola, proceder alreconocimiento e inventario de los recursos naturalesde Venezuela. Sobre su concepción de que la industriapetrolera era un enclave, una provincia extranjera, escri­bió en otro momento (931): Es verdad que esta indus­tria aumentó el volumen de nuestra producción y denuestra exportación, acreció la productividad del tra­bajo nacional y apresuró mejoras en nuestras comuni­caciones con el exterior y en nuestras facilidades para elcomercio extranjero. Sin embargo, por su índice y por laestructura particular que ofrece en Venezuela, esa in­dustria es, desde el punto de vista económico, una provin­cia extranjera enclavada en nuestro territorio, y el paísno obtiene ventajas con las cuales podamos estar ju­bilosos, por más que sean, en cierto sentido, satisfac­torias. Hay que ver que gran parte de las sumas corres­pondientes a las exportaciones petroleras se quedan enel extranjero para satisfacer rentas de capitales extranje­ros invertidos, maquinaria y aprovisionamiento extran-­jeros, fletes de navíos extranjeros, altos empleados ex­tranjeros. Repentinamente, sin consideraciones excesivaspara nosotros, aun cuando tal vez con causas justifica­das, reducen un día sus explotaciones, dejando sin tra­bajo millares de venezolanos, y sumidas en la crisis ri­cas regiones venezolanas.

En la crítica a la industria petrolera iba, desdeluego, implícitas la crítica a la política del régimen deGómez frente a los intereses extranjeros. Añadió enton­ces: Nos castigan, sin que alcancemos a adivinar el por­qué, con vendernos sus productos a precios mayores delos que obtienen en el extranjero. En fin, el desarrollo dela industria petrolera no ha sido un bien relativo. Enese texto sobre Las crisis, los cambios y nosotros,escrito en Zea en 1931, se redescubren reflexiones ab­solutamente pertinentes -sobre la manera de ser y deproceder de los venezolanos. Alguien puede asombrarsede que ya en 1931, Adriani pudiera hacer observacio-

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nes como la de cualquier otro venezolano sensato de ladécada de los 90. Veamos, por ejemplo: En lo que ata­ñe al superávit de nuestra balanza de pagos, cabe pre­guntarse: ¿Se economizó? ¿Se convirtió en reserua del país?¿Se empleó en inversiones, útiles, susceptibles de aumen­tar la producttuidad del país? No se puede responder conun sí o con un nó absolutos a estas preguntas. Pero, engeneral, puede afirmarse que fue mucho mayor la parteque se empleó en consumo inmediato y en inversionesmás propias para aumentar los gastos futuros que lafutura productividad del país. Adriani divisaba con cla­ridad el rumbo que tomaba el ingreso petrolero, ya en1931, y por eso preguntaba si el superávit en la balanzade pagos era invertido racionalmente. Con suma prepa­ración técnica y argumentación inobjetable, asediaba ycuestionaba a los doctores de Caracas, estrategas de laeconomía y del régimen de Juan Vicente Gómez, desdesu modestísima aldea de Zea.

Más allá de la dictadura y más allá del régimen im­perante, hay unos venezolanos que cambian poco ycuyos hábitos contemporáneos parecen tener reconoci­dos antecedentes. Oigamos a Adriani: Muchos de losbeneficiados por los años de prosperidad y otrospor seguirsu ejemplo fueron los constructores de lujosas mansiones,los pródigos viajeros de los viajes de placer, los consumi­dores de automóviles, otctrotas, licores, sedas, prendas,perfumes y otros artículos de lujo. Adriani se preguntó sivalía la pena detenerse a escribir un "cahier de do­leances", la autocrítica o la confesión de nuestros peca­dos o, mejor, pensar y diseñar el futuro. Lo que importamás bien, (escribió, dispuesto benévolamente al borróny cuenta nueva y con excesivo optimismo),es tendernuestro espíritu hacia lo futuro, divisar los caminos másexpeditos; y conducirnos de manera de estar prepara­dos para cuando se presente la próxima crisis. Quizáspersistir en el "cah ier de doleances", en la autocrítica yen la toma de conciencia de los venezolanos nos habríapreservado de lo que ya en 1931, Alberto Adriani con-

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sideraba como maneras extravagantes: los pródigos via­jeros de los 70, de los 80, de los 90, pródigos viajerosde almas vacías. ¡Ah, los viajeros del país que no puedepagar sus deudas!

Entre los textos escritos por Alberto Adriani, suconferencia Las limitaciones del nacionalismo econó­mico (dictada en el Salón de Lectura de San Cristóbal,bajo la dirección entonces del Or. Amenodoro Rangel­Lamus, en julio de 1935), puede considerarse como unade sus más profundas reflexiones, donde resplandecede manera coherente y cabal su concepción de Vene­zuela y de América Latina, y donde muestra su ex­cepcional dominio de los grandes problemas mundia­les. Revisa el proceso de los nacionalismos de distintasépocas y regiones, con un conocimiento verdaderamen­te admirable. Adriani dividió esa conferencia en cincocapítulos. 1. El nacionalismo de moda. 2. El carácterdel nuevo nacionalismo. 3. En la brecha abierta al inter­nacionalismo. 4. Las razones de los dos sistemas, y 5.¿Hacia la economía mundial o hacia las economías im­periales? En breves páginas, sin duda sustanciales, hacela historia de ese fenómeno y sus variantes. Señala quees uno de los temas de moda y una de las ideas-fuerzade la época. Ese nacionalismo, sin embargo, no es elaislado y reducido de quienes piensan que la Naciónha de ser como la mónada sin ventanas de Leibnüz, Hade vivir ensimismada, admirándose, como el Narciso mi­tologico. Cuando reflexiona sobre la historia señala queentre la multitud de provincias y de estados-ciudadesdel período feudal, surgieron tres grandes países, Es­paña, Francia, Inglaterra. Como consecuencia de las Cruza­das y del Renacimiento (dice), de la vida europea sehabía transformado y estos grandes Estados vinieron arepresentar un progreso económico y social considera­ble. Sólo los grandes Estados podían ofrecer un camposuficientemente amplio a la vida económica y a los ideales,ambiciones y voluntad del nuevo europeo. La Revolu­ción Francesa impulsó decididamente el nacionalismo,

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pero en la forma que adoptó en ese tiempo fue conse­cuencia o resultado de la reacción contra el mapa políti­co trazado de manera tan arbitraria por el Congreso deViena. Ernesto Renán (escribe Adriani) resume así suidea de la nación: es un plebiscito cotidiano. Ortega yGasset nos dice lo mismo con otras palabras: es un pro­grama sugestivo de vida en común. Lo que interesa sub­rayar es que la nación es mucho más, infinitamentemás porvenir que pasado, y por esto es que es necesariorehacerla cada día.

Hay una obervación de Adriani sobre esa época delos nacionalismos y del progreso material del mundoque no debe obviarse, por su ilustración. En Europa, lapoblación creció de 180 millones en 1800 a 500 mi­llones en 1930. De 1820 a 1924 repartió por todo elmundo alrededor de 55 millones de emigrantes. Y elcomercio mundial que era en 1800 de 7.600 millonesde bolívares-oro, se elevó en 1929 (última década deprosperidad), a 346.000 millones. Adriani examina losgrandes cambios ocurridos en la estructura y en la con­cepción de las relaciones internacionales. Desde finalesdel siglo XIX se perfila la política internacional de unamanera diferente, se crean diversos organismos mun­diales, económicos o políticos, que pretenden darle cohe­rencia o regular las relaciones entre Estados. En unapalabra, está naciendo la política multilateral. Allí señala:La vida internacional iba creciendo, pero no satisfacto­riamente. Había pueblos económicamente poderosos ypueblos pobres, de economía rudimentaria, naciones capi­talistas y naciones proletarias, naciones fuertes y nacionesdébiles. Estas destgualdades eran inevitables, pero dabanlugar a explotaciones inicuas, y a prepotencias e injus­ticias. Algo todavía más grave eran los conflictos entrelas grandes Potencias para apoderarse de los recursos delos débiles y para saciar su sed de poderío. La GuerraMundial demostró la necesidad de darle remate al edifi­cio internacional, es decir, darle contenido y órganospolíticos.

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Este proceso conduce a la creación de la Sociedadde las Naciones y de algún modo también a su frus­tación. Pocos como Adriani conocen el proceso, pocoscomo él habían estado tan cerca de la escena. Este esel testimonio de! observador: El ensueño de un orga­nismo político mundial quedó frustado el día en que losEstados Unidos se negaron a formar parte de la Socie­dad de las Naciones, después de que le habían dado enel Presidente Wilson su profeta y su artífice. Las perspec­tivas se volvieron desesperadas cuando japón a su vez laabandonó. El internacionalismo que subsiste en Gine­bra, fundamentalmente de marca europea, no da mar­gen a muchas esperanzas. Diagnostica los conflictos quedesató ese proceso, unos en curso todavía, como lashuellas de la Gran Depresión, otros en el horizonte yanublado, como la otra gran Guerra: La crisis mundial,que dura desde hace seis años, ha sido a la vez causa yefecto de esta evolución. Como no ha sido posible encon­trar remedios internacionales para los males económi­cos, cada país ha tratado de defender su economía me­diante las devaluaciones monetarias, las altas tarifas adua­neras, las prohibiciones de importación y exportación,losmonopolios de exportación, losacuerdos de compensación,los contingentamientos y otras providencias de vario or­den, que han contraído aun más el comercio internacio­nal y han arrastrado las naciones hacia la economíacerrada o autarquía económica.

La disertación de Adriani se detiene en el análisisde los sistemas: la autarquía económica y el libre comer­cio. Desecha al primero por imposible y por incon­veniente y se remonta a uno de los grandes clásicos, aAdam Smith y a La Riqueza de las Naciones. Smithproclama que todo pueblo preferirá siempre comprar loque necesita a los precios más baratos posibles. Ningúnhombre prudente se empeñará en fabricar por sí mismolo que pueda adquirir a un precio menor del que puedaproducirlo. Así e! sastre no se hará sus zapatos sinoque los mandará a hacer al zapatero. El zapatero no se

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hará sus vestidos sino que los mandará a hacer al sastre.El agricultor preferirá ordenar sus zapatos al zapatero ysus vestidos al sastre. Y así sucesivamente. RazonabaSmith: Lo que constituye prudencia en la conducta detoda familia, no podrá ser locura en el caso de un granpaís. Si un país extranjero puede suministrarnos un pro­ducto a un precio inferior al que nos cuesta producirlo,es mejor comprarlo con una parte de nuestro trabajo,empleado en alguna actividad para el ejercicio de lacual estamos en mejores condiciones que nuestros com­petidores. Con argumentos propios y ajenos, Adrianiabogaba por el comercio internacional, por la econo­mía de mercado y sus ventajas y también sobre el pa­pel del Estado: ni convidado de piedra, ni policía, niregulador arbitrario o protector incondicional.

Al responder a la cuestión ¿Hacia la economía mun­dial o hacia las economías imperiales?, Adriani analizala divergencia de criterios y de tesis predominantes.Piensa así: La opinión muy generalizada es que duranteun período, que puede ser largo, se desarrollará el comer­cio imperial y transconttnental. Se redondearán grandesáreas capaces de controlar la más completa variedad derecursos, dentro de las cuales la vida económica puedealcanzar la mayor diversificación posible, donde puedantrabajar con el mayor rendimiento las grandes indus­trias de producción en masa. La mayor parte de esasáreas imperiales las tenemos ya a la vista: el ImperioAmericano, el Imperio Ruso, con su nueva etiqueta deUnión de las Repúblicas Soviéticas, el Imperio Británico,el Imperio Nipo-Cbino, en formación avanzada. Son es­tas las agrupaciones humanas que van a ser los grandesactores de la historia por venir. En ellas se vivirá la vidamás intensa y se emprenderán losproyectos más incitan­tes. Allí nacerán los grandes hombres que podrán reali­zar las grandes tareas. Es decir, el Imperio, el Estado deproporciones continentales, parece ser la agrupación queverdaderamente está hoya la "altura de los tiempos". Noimporta que Rusia haya vuelto a su antigua etiqueta, La

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Gran Rusia; Japón es un imperio y China se perfilacomo otro gran centro. El imperio británico hizo mutis,pero fue sustituido por la Comunidad Económica Eu­ropea. De modo que la idea de Adriani persiste en larealidad, aunque ahora esas áreas tengan nombres menoscontroversiales que ese de "imperios", y expresen con­notaciones esencialmente económicas como NAFTA yAPEe. Estas son, en efecto, las agrupaciones humanasque, como lo previó Adriani con singular lucidez en1935, se han convertido en los grandes actores de lahistoria contemporánea y lo serán aún con mayor vi­gencia en el siglo XXI.

En esa Venezuela de un Juan Vicente Gómez queestá en espera de la muerte o de hombre como AlbertoAdriani en Zea o Mariano Picón-Salas en el lejano ycivilizado Santiago de Chile, que esperan lo mismo, (lamuerte de un hombre como resurrección de un país),Adrianí encuentra una metáfora para condenar a quie­nes a lo largo de la Historia han tenido poca visión ono han tenido ninguna. Hay otra tierra que le duele, laItalia de sus ancestros, la Italia de los marinos liguresque le dieron nombres al mundo desconocido. Para nomirar hacia Venezuela, mira hacia ella. Habla sobre pa­triotismo y nacionalismo en sus formas estrechas, ru­rales, elementales: Si ese patriotismo lograra dividir envez de unir a la América, si llegara a impedir una co­laboración que podría multiplicar las fuerzas de cadapaís, iría contra los intereses permanentes de estas co­lectividades americanas, exclama, como si estuviera muyconsciente de que esas eran las fuerzas predominantes,precisamente encaminadas a menguar los intereses per­manentes de América y, en particular, de los latinoame­ricanos. Así llegó a su imaginación la metáfora necesa­ria: En los estados-ciudades italianos, desde el siglo xv,hasta 1870, no dejó de existir un patriotismo activo,pero estrecho, miope,peruerttdo. No supo abarcar la nación,ni darse a las grandes tareas, que son, en el fondo, lasque hacen losgrandes pueblos, y su vida se tornó mezquina,

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pobre, insignificante. Hubo grandes italianos, pero noencontraron sino ttattas minúsculas.

Hubo grandes venezolanos, grandes latinoameri­canos, pero no encontraron sino Venezuelas minúscu­las. Quizás esta no sea una lectura arbitraria del pensa­miento de Alberto Adriani. El era uno de esos grandesvenezolanos. La nostalgia italiana sangraba por sus ve­nas venezolanas. Hubo grandes italianos, pero no en­contraron sino Italias minúsculas. ¿Estaba Venezuela oel fantasma de un país posible detrás de estas palabras?Veamos: Así, fueron otros pueblos, muchas veces con laayuda de italianos, lo que recorrieron las rutas del mun­do e hicieron la grande historia. Entretanto, la naciónitaliana perdía, tal vez para siempre, sus oportunidadesde expansión.

Aboga por la integración de América Latina. Enmedio de una situación que dejaba poco espacio parala utopía, busca refugio en Bolívar y Miranda. Piensaque la creación de la Gran Colombia y del Congreso dePanamá han sido las iniciativas o los precedentes demayor significación en la búsqueda de ese ideal. Sinabandonar la Unión Panamericana, ni la Sociedad delas Naciones, aprovechando las oportunidades que Wash­ington y Ginebra nos ofrecen para acercarnos y paracolaborar con los demás países americanos, debemosconsagrarnos a la tarea de laborar hasta su realización,por la unión continental que Bolívar soñó realizar enPanamá, dándole, como es natural, la estructura y lasformas que exige la época actual. Esta tarea no puedeser la obra de un día, sino que requerirá décadas. Loimportante es que proceda con continuidad y método.Nuestra divisa debe ser la de Apeles: "Nulla dies sinelinea". Así hablaba y pensaba Adriani en 1935. Estabaen su plenitud el estadista que se formaba en Ginebra acomienzos de la década de los 20.

El 17 de diciembre de 1935 muere el General JuanVicente Górnez. Adriani y Picón Salas se encuentranotra vez en Caracas, al poco tiempo. El primero ha

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llegado de Zea, el segundo de Santiago de Chile. Picón­Salas cuenta: Ahora estamos en Caracas bajo ese febrerolleno de esperanzas de 1936. Pocos momentos febrilesha vivido Venezuela como aquellos meses que siguierona la muerte del dictador todopoderoso. Ese febrero lerecordó a Picón-Salas, de algún modo, probablementepor las expectativas y el entusiasmo general, los díaslejanos Ce igualmente confusos) de 1810. Ve al AlbertoAdriani de entonces como el estadista que siempre presin­tió y como el venezolano más preparado para asumirresponsabilidades de conducción. Adriani sabía econo­mía, pero también sabía historia. Conocía la teoría, perose había ejercitado también en la práctica. La realidadera, en efecto, ecléctica y en el Alto Escalante, eglógica.El biógrafo escribe: Economía sin historia, sin sociolo­gía, sin geografía humana, sin psicología, es sólo posiblepara aquellos tontos graves que, porque calculan bien sutasa de interesesy ejercen libremente la usura, se sienteny se llaman a sí mismos, entre nosotros, financistas oeconomistas. Y lo que sobre la naturaleza humana no ledecían los cuadros estadísticos, él lo buscaba en los gran­des historiadores o en lospensadores polittcos.

1936 fue el último año en la vida Alberto Adriani;pero también fue el primero, el único, de su beligeran­cia como gran figura de la política y de la escena vene­zolana. De enero a agosto de 1936 la vida de Adrianiresplandece con una fuerza inusitada. Adriani y Picón­Salas echan las bases de ORVE, el movimiento de Or­ganización Venezolana, nombre quizás impreciso, peroajustado a los requerimientos de ese tiempo auspicioso.Adriani y Picón-Salas trazan las ideas que han de orien­tar su acción, el estratega y el teórico que quiereninterpretar la realidad, sin hacerle concesiones innece­sarias y contraproducentes a la especulación. Adrianitenía el apremio del tiempo o lo padecía, como si lle­vara por dentro la certidumbre de la muerte cercana.En enero, Adriani comparece en la escena de modosingular. En la Organización Venezolana se inscriben,

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junto con ellos, otros venezolanos de jerarquía queregresan, casi' todos, al país, como Rómulo Betancourt,Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos, Raúl Leoni, JuanOropeza.

Al poco tiempo, el Presidente López-Contreras nombraMinistro de Agricultura y Cría al doctor Adriani el 1Q demarzo. Picón-Salas es el Secretario General de ORVE, losustituye luego Juan Oropeza y, finalmente, RómuloBetancourt asume la responsabilidad central de la Or­ganización Venezolana. Es Adriani quien trabaja de mane­ra esencial en el Programa de Febrero de López Contre­ras y allí se reconocen sus postulados fundamentalessobre la economía y sobre el papel del Estado. ORVEdirá en algún documento que hay coincidencias entreel programa de López y el programa o concepción delos problemas venezolanos de la organización naciente.Pocos momentos auspiciosos había vivido Venezuelacomo ese momento estelar que se comprobará un tantoefímero a la vuelta de los días. El país no daba paratanto optimismo. Del MAC, Adriani pasa el Ministeriode Hacienda, a finales de Abril. Era el cargo más im­portante del país en esa hora en que se proponían y seintentaban profundas reformas, elementales quizás, parauna tierra embalsamada por tantas décadas de dictadu­ras y desórdenes. Adriani muere, silenciosamente, en lamadrugada del lunes 10 de agosto. Lo encuentran muer­to en su habitación del Hotel Majestic. Una muerteextraña, brutal, sorpresiva, imprevisible, crítica, porquecon la muerte de Alberto Adriani nadie podrá imagi­narse nunca lo que perdió Venezuela. Las conjeturasque siguieron a esa muerte fueron de diversa natu­raleza, aunque el énfasis en las implicaciones de lapérdida del gran reformista y del hombre del Estadopareció silenciarse en la resignación. La versión que sepropagó con mayor curiosidad señalaba que había muer­to por haber hecho el amor inmediatamente después decenar. (En Venezuela prevalece la anécdota). Tambiénse dijo que la autopsia había revelado ciertas dosis de

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estricnina en su cuerpo. Haya sido cual haya sido lacausa de la muerte, lo cierto es que sus innumerables(y poderosos) enemigos respiraron con tranquilidad. Na­die podría sustituir a Alberto Adriani. Nadie tenía la fu­erza de sus ideas, ni de su coraje, ni su poder de per­suasión. Remitámonos a un testigo no comprometidocomo el Ministro de los Estados Unidos en Caracas, Mr.Mredith Nicholson; en su nota n2 • 411 al Secretario deEstado, le dice el 11 de agosto: Tbe Government ofVenezuela Suffered a heavy loss on August 10 tn thedeatb of Dr. Alberto Adrtani, Mtnister of Hacienda, whowas found dead in bed that morning presumably of aheart attace. Dr. Adrtani was. only 38 years old and inthe few months stnce he bad taken part in the polütcallife of tbe country bad distingutsbed btmself by a natu­ral capacity for financial matters, a comprebenstue oteui­potnt and a conscienttous deootton to duty.

Más adelante, el Ministro norteamericano, luego dehacer algunas consideraciones sobre su trayectoria enEuropa (la Sociedad de las Naciones) y en los EstadosUnidos (la Unión Panamericana) expresa: There ts nodoubt tbat Dr. Adrtani 's loss will be keenly felt, sinceVenezuela can ill afford to be deprtued of bts sen/ices attbts ttme. His uieuis were satd to be htghly intelligent aswell as economtcally sound, and h15 long restdence abroadbad gtuen birn a ualuable tnternattonal background. Susustitución, según Meredith Nicholson, sería extremada­mente difícil por las condiciones excepcionales de Adria­ni.

La oposición que desataron las ideas y las refor­mas del Ministro de Hacienda eran expresión de su in­compatibilidad con los poderosos intereses que domi­naban la economía venezolana, desde adentro o desdeafuera. Adriani, en 1936, como generalmente lo hizo alo largo de sus escritos, postulaba un Estado fuertecomo si comprobáramos una vez más la teoría de losciclos (intervencionismo y no intervencionismo) Adrianidesahuciaba entonces la vigencia el Estado liberal con

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el mismo convencimiento con el cual generalmente sele reivindica en este fin de siglo.

En su texto La tributación y el nuevo Estadosocial, al analizar en febrero de 1936 un seminariollevado a cabo en la Universidad de Columbia, en Nue­va York, expresó: Todos los autores que toman parte enel symposium están de acuerdo en que el Estado liberalha dejado de existir. Este Estado, cuya divisa en el cam­po de la economía era "laissezfaire, latssez passer", limi­taba sus actividades a la protección de la vida y la propie­dad. Eran los días en que existía el convencimiento casigeneral de que el individuo sabía administrar la rique­za mucho mejor que el Estado. Adriani postuló su tesiscon claridad: El nuevo Estado es intervencionista. Nopuede contenerse, en ningún campo, con dejar hacer ydejar pasar. Cambian los tiempos y cambian las per­cepciones. En 1936 eran esas las visiones, estaban de­masiado frescas las huellas de la Gran Depresión, comosi en una alegoría, la mano oculta del mercado fuerasolamente un discreto guante tras el cual se oculta lamano del Estado. Adriani tenía una concepción inteli­gente del papel del Estado ni mano oculta (o mágica),ni mano de hierro. Había leído a Adam Smith en suspropios textos y no en las deformaciones ni en losmanuales adaptados.

Nadie como el propio Alberto Adriani pudo darmejor y más cabal idea de los antagonismos y pasionesque se desataban en 1936, entre quienes defendían eltiempo muerto de la dictadura y quienes avizoraban,como él, un país moderno y dinámico. En un breveensayo, escrito en Abril, La vieja plaga y nosotros,hace una cierta autopsia del complejo auto-destructivodel venezolano, con una dureza y una sinceridad queno dejaban dudas. Al referirse a la "vieja plaga", escribiósin metáforas: Los días que vivimos recuerdan los quecausaron la ruina de la Primera República o los quepreludiaron la sangrienta, ruinosa y retrasante Guerrade la Federación. Más todavía, recuerdan todos los que

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sucedieron a las muchas tiranías que han afligido anuestro pais, sin que supiéramos afianzar nunca las li­bertades conquistadas a precio de sangre o concedidasgratuitamente por algún caudillo de generosa inspira­ción.

Adriani hizo un análisis lúcido de la devastaciónde la Guerra Federal y de las causas que llevaron alpaís a esa conflagración: Nuestros ideólogos volvieron aprevalecer, y plantearon la lucha en forma incorrecta ytal vez hipócrita. El país se lanzó a la guerra sobre unaplataforma solamente política: centralismo o federación.Triunfó la Federación porque entre sus huestes había uncaudillo y no porque triunfó la Federación. Se le puso alpaís la etiqueta federal, sin que el pueblo sintiera la ten­tación de averiguar todo el contrabando que cubría estaetiqueta, porque, arruinado y desangrado, sólo se intere­saba en la propia terminación de la lucha. De esa guerra,dijo, sólo quedó el "Dios y Federación" con que poraños se remataron las notas oficiales, mientras entródiscretamente en desuso. Volvía a ocurrir en 1936. Quizásusó el término "ideólogos" con alguna ironía y, más, sieran, como dijo, tropicales. Ha vuelto a cundir la pestede los ideólogos tropicales, escribió, que se empeñan enarrastrarnos a disputas bizantinas sobre sistemas polí­ticos, a discusiones sobre metafisica política; que per­sisten en mirar hacia atrás como la mujer de Lot; y,sobre todo, que se afanan en trasmitimos los morbos quevan asociados con la Rusia de Stalin, con la Alemaniade Hitler y la Francia de uerrtot. A Adriani lo dominabala angustia del hombre de acción. Lo que tenía que em­prenderse en esa Venezuela del 36 era tan elemental otan rudimentario y urgente que no requería etiquetas.Sería trágico, expresó sin ambages, que nos entretuviéra­mos en luchar con el solo fin de decidir cuál es la eti­queta con que vamos a marchar a la ruina. Sería in­mensamente doloroso que malbaratáramos este tiempoprecioso en que reverdecen nuestras esperanzas en deli­berar cuál es el santo, de marca soviética, fascista o

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radical, a quien vamos por fin a encomendarnos a lahora de la agonía.

Esta era la tónica del debate venezolano de 1936.Adriani no sólo tenía que impulsar las reformas esen­ciales de un país sumamente retrasado, sino que almismo tiempo, debía persuadir y combatir por su va­lidez, su urgencia y su aplicación indispensable. Teníaun conocimiento profundo de la historia y de los proble­mas de Venezuela y los había estudiado con una pers­pectiva contemporánea. Escribió finalmente Picón-Salasen su biografía de Praga, en medio del desconcierto ydel abatimiento: Muchos proyectos por nacer, por cobrarcuerpo y arraigar en esta soñada nueva realidad vene­zolana, quedaron en los papeles de su escritorio y en esacabeza que inmovilizó súbitamente la muerte una ma­drugada de agosto de 1936.

En una conferencia en el Salón de Lectura de SanCristóbal (donde en 1935 Adriani había disertado sobreel nacionalismo), Picón-Salas perfecciona, le da nuevostoques en 1942, al perfil de su antiguo compañero: Unjoven arquetipo, páginas donde analiza, en un mo­mento propicio, sus ideas sobre el nacionalismo univer­sal. En otras palabras, Picón-Salas revisitaba la escena ylas ideas expuestas por Adriani en 1935 y no solo lasglosaba con admiración, sino que se identificaba ple­namente con ellas, poniendo énfasis en la agudeza yvalidez de sus puntos de vista, en su contemporaneidady comprensión. Picón-Salas advierte que no hay con­tradicción alguna en los términos "nacionalismo" y "uni­versal" utilizados por Adriani. Tal vez conviene recordarciertas palabras del holandés johan Huizinga- El patrio­tismo, dice el tonto que todos llevamos por dentro, esnuestra virtud, en tanto el nacionalismo es el vicio delos demás. En cuanto a las ideas de Adriani, Picón-Salaslas interpretó de esta manera: El verdadero nacionalis­mo, el único eficaz, el que puede actuar sobre la cir­cunstancia autóctona para mejorarla y modificarla, noes el de quien se queda absorto mirando el río que pasa

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por su aldea, sino el de quien acude a la experiencia deotros pueblos, a la lección que dan otras culturas, parafecundar y enriquecer el ámbito propio. Nacionalismo yuniversalismo no son términos excluyentes. y precisa­mente porque los métodos y las técnicas de la vida mo­derna se retardaron tanto en llegar hasta nosotros, nece­sitamos salir a buscarlos sin ningún prejuicio xenófobo.La universalidad de Adriani le venía, en efecto, de muylejos, como expresó el escritor en ese reencuentro de1942: El tenía -como uno de de los signos más cons­tantes de su rico temperamento- aquel instinto geográ­ftco de sus ancestrales marinos ligures, los que navegany visitan tierras desde la más remota antigüedad euro­pea; los que llegaron a la legendaria corte del Gran Khan,los que en los comienzos de la época moderna levan­taron los mapas de los nuevos orbes descubrieron y orien­taron la ciencia renacentista al más cabal dominio dela naturaleza.

Picón-Salas refiere cómo un intelectual extranjeroque visitó Caracas en 1936 le había expresado queAdriani podía ser un hombre de excepción en cualquierparte del mundo; se parece al joven Pitt, creador de laInglaterra moderna, a Cavour, a Sarmiento. En Inglate­rra bastaba que un hombre como Adriani saliera de laUniversidad de Oxford para que ya se pensara en élcomo un futuro Primer Ministro. Añadió el escritor: Desdeel tiempo magnifico de un Santos Micbelena o un Fer­min Toro, en el alba de- la República, no se había sen­tado en el sillón del Ministerio de Hacienda de Vene­zuela un hombre de mirada más universal y de pasiónpatriótica más Vigilante.

Alberto Rórnulo Adriani nació en Zea, en el Estadode Mérida, el 14 de junio de 1898. Sus padres, JoséAdriani y María Mazzei, eran originarios de la isla italia­na de Elba, llegados a Los Andes venezolanos en 1890.Zea no tuvo carretera hasta 1943, lo cual quiere decirque Adriani recorría esas distancias a lomo de mula,porque los caminos no daban ni para caballos de paso

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fino, y comprobó que el petróleo era "sembrado" enotras partes y, sobre todo, en Caracas, en el propiocorazón de la oligarquía. Cuando murió en 1936 era elvenezolano con visión más racional y ambiciosa y elestadista de mejor preparación científica y de pasiónmás lúcida y definida que haya tenido el país. Cuandoactuó, de enero a agosto de 1936, tuvo que hacerlocontra viento y marea. Combatió por la unidad de Vene­zuela tras un ideal común, tras un propósito, contra elnomadismo de la política y el desorden sin rumbo. Lepreocupaba como el primer problema político de nuestropaís, dijo el biógrafo, el único que conciliaría las viejasy estériles discordias regionales, la disgregación y el can­tonalismo imperantes en Venezuela desde los días de laGuerra Federal, que no era otro que la definición depropósitos y de metas de Venezuela como país, o enotras palabras, un proyecto nacional. Sin embargo, larespuesta fue la controversia, la sorda conspiración, laque resumió Mariano Picón-Salas de manera patética aldescribir el ambiente que rodeó a Alberto Adriani, entreapóstatas y filisteos, durante ese tiempo de 1936: Temía-es claro, y no dejé de decírselo- la sorda conspiraciónde muchas gentes envidiosas, resentidas e inertes; el pesotremendo de la rutina, la indefinida guazábara de losintrigantes y de los emboscados. Pasiones atroces, ca­lumnias cargadas de veneno, se levantaban en aquellassemanas contra la genuina buena voluntad de los refor­madores. De las antesalas de ciertos personajes despla­zados o ambiciosos salía cada tarde la hojita anónima,la bien calculada intriga, a disparar confusión. En elinnominado asalto corríamos el peligro de no identifi­carnos ni reconocernos. Reaparecía con ímpetu cegadory segador, la vieja plaga de la discordia. En otras pala­bras, no podía Juan Vicente Gómez morir de la noche ala mañana o, simplemente, no bastaba que muriera elGeneral. El propio Adriani había dicho antes de irse aEuropa, en 1921: Gómez es, de cierta manera, la conse­cuencia de un estado social. Poco tiempo, muy poco,

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permanecería en Praga el biógrafo. Fue acusado de"ateo" y de "comunista" y destituído de su cargo sin ex­plicación alguna (marzo de 1937) por el mismo Can­ciller Estebam Gil-Borges que poco antes lo elogiaba.De Praga, Mariano Picón-Salas viajó directamente a suantiguo refugio de la Universidad de Santiago de Chile,donde el Rector Juan Gómez-Millas le abrió otra vezsus puertas.

En su última nota para el Ministro de RelacionesExteriores le recuerda con alguna ironía la destituciónde que el mismo Esteban Gil-Borges había sido objetoen 1921, como antes se vio, por no haber mencionadoal Benemérito General Juan Vicente Gómez en su dis­curso de Nueva York, en la inauguración de la estatuade Simón Bolívar. Alberto Adriani había viajado en­tonces con Gil-Borges, por primera vez al exterior, comotambién vimos, y de Nueva York pasó a Ginebra, deGinebra a Londres, de Londres a Washington, de Wash­ington a Zea. El Dr. Gil-Borges había sido profesor deambos en la Universidad Central (Filosofía del Dere­cho) y como estudiantes les dio a Adriani y a Picón­Salas muy modestos trabajos en el Ministerio de Rela­ciones Exteriores, en 1920, donde compartieron tareascon otro venezolano de excepción: el poeta José Anto­nio Rarnos-Sucre.

Era prácticamente inevitable que ese retrato de Al­berto Adriani escrito en aquel otoño de Praga fueratambién el autorretrato de Mariano Picón-Salas. Estasson las últimas líneas de ese perfil: Como en la viejacanción de los combatientes que compartieron la mismatrinchera y el mismo duro invierno y hasta el pan y elvino familiar de la Pascua, uno puede decir con la ter­nura un poco áspera de que somos capaces los hombres:"Yo tenía un camarada". Es decir, uno a quién conocí yquién me conoció bien; una mano fraternal que me dabaconfianza y franqueza, unos pies que al lado de losnuestros nos acompañaron a recorrer los misteriosos cami­nos del mundo.

Washington, 1993.

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