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Pescador de un río que ya no existe El río Caipe es un curso de agua cuya existencia está muy ligada a la cultura, economía e historia de Obispos. Es fama que alguna vez fue navegable, que en sus mejores tiempos transitaron por allí lanchas y motores fuera de borda, y que las poblaciones de Obispos y Borburata, ubicadas en sus márgenes, desarrollaron allí por siglos una rica cultura fluvial. No fue entonces ningún accidente aislado el que Alberto Arvelo Torrealba escribiera su dramático poema, luego hecho canción, “El canoero del Caipe”; de este río se alimentaron y por allí se desplazaron e hicieron vida varias generaciones de barineses. Hace dos décadas “un rico” (discrepan las fuentes testimoniales en la identidad de este personaje; al parecer fue José Isilio Cordero) desvió o bloqueó su cauce para crear un canal artificial que irrigara sus haciendas, y esto ha traído como consecuencia una drástica disminución del río hasta convertirlo en un caño precario donde ya no transita embarcación alguna. Ya no hay canoeros ni pescadores en el Caipe; lo que queda de aquel oficio de la pesca es la costumbre de muchos jóvenes de irse a pescar en el río Masparro (que no es el Caipe pero se le parece y queda relativamente cerca) y en el embalse del mismo nombre. Algo más que queda del río son su leyenda y su historia. Ambas pueden encontrarse en la voz de quienes crecieron en sus márgenes y en sus adentros. En la plaza del pueblo preguntamos por alguien que hubiera sido pescador en el esplendor del Caipe. Unos pobladores nombraron a varios señores; apenas lo nombraron pregunté dónde vivía: se llama

Pescador de Un Río Que Ya No Existe

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Crónica venezolana

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Page 1: Pescador de Un Río Que Ya No Existe

Pescador de un río que ya no existe

El río Caipe es un curso de agua cuya existencia está muy ligada a la cultura, economía e historia de Obispos. Es fama que alguna vez fue navegable, que en sus mejores tiempos transitaron por allí lanchas y motores fuera de borda, y que las poblaciones de Obispos y Borburata, ubicadas en sus márgenes, desarrollaron allí por siglos una rica cultura fluvial. No fue entonces ningún accidente aislado el que Alberto Arvelo Torrealba escribiera su dramático poema, luego hecho canción, “El canoero del Caipe”; de este río se alimentaron y por allí se desplazaron e hicieron vida varias generaciones de barineses.Hace dos décadas “un rico” (discrepan las fuentes testimoniales en la identidad de este personaje; al parecer fue José Isilio Cordero) desvió o bloqueó su cauce para crear un canal artificial que irrigara sus haciendas, y esto ha traído como consecuencia una drástica disminución del río hasta convertirlo en un caño precario donde ya no transita embarcación alguna. Ya no hay canoeros ni pescadores en el Caipe; lo que queda de aquel oficio de la pesca es la costumbre de muchos jóvenes de irse a pescar en el río Masparro (que no es el Caipe pero se le parece y queda relativamente cerca) y en el embalse del mismo nombre.Algo más que queda del río son su leyenda y su historia. Ambas pueden encontrarse en la voz de quienes crecieron en sus márgenes y en sus adentros. En la plaza del pueblo preguntamos por alguien que hubiera sido pescador en el esplendor del Caipe. Unos pobladores nombraron a varios señores; apenas lo nombraron pregunté dónde vivía: se llama Nicolás Sánchez. Puro capricho o intuición: si a este caballero le pusieron el nombre del patrono de su poblado natal difícilmente puede encontrarse alguien tan representativo de su espíritu.***Nacido en Borburata de Barinas en 1944, todavía le brillan los ojos al rememorar las jornadas de pesca de su juventud. De sus padres y abuelos recuerda que fueron también pescadores, y que el producto de aquellas faenas no era el comercio: la gente pescaba para comer y para regalarles a los vecinos.“Nos reuníamos como 15 ó 18 muchachos y preparábamos las palmas para pescar. Abajo les colocábamos piedras, que cumplían la función que cumplen los plomos y las cadenas de las atarrayas y los chinchorros: mantener abajo la palma mientras uno la arrastra. Eran como atarrayas pero hechas con las hojas de palma. En la punta derecha y en la izquierda se ubicaban los ‘caloneros’, los que halaban la palma; los ‘zambullidores’ son los que se meten en el agua para enganchar el pescao”.

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Toda una enciclopedia viviente de lo que fue la cultura en tiempos del impetuoso Caipe, Nicolás recuerda entre otros episodios las veces que resultó picado por rayas. “Cuatro veces me zamparon el aguijón esa bichas; eso lo pone a uno a gritar como un muchacho, ¿oyó? El mejor remedio para sanar esas heridas son los cocimientos a base de artemisa, escoba negra y concha de cedro. Uno mete el pie o la parte del cuerpo donde tiene el pinchazo y poco a poco va desapareciendo el dolor. La marca queda ahí para toda la vida”. Sobre la popular receta que recomienda que una mujer preñada coloque su vagina en la herida del afectado dice: “Eso debe ser muy sabroso, pero que yo sepa no quita el dolor”.

Una vez lo arponeó una raya “entiempada” (con el período: “a las rayas les viene la menstruación, igual que a las mujeres”) y le ocurrió lo que todos los pescadores de río saben que ocurre en esos casos: cuando el joven Nicolás fue llevado a su casa a reponerse del lanzazo llevaba el miembro viril erecto. “Eso es verdad, yo lo viví: hasta que a uno no se le quita el dolor no se le baja la parazón. Me dio mucha pena porque unas vecinas de la casa fueron a socorrerme y tuve que recibirlas así, ¿qué más iba a hacer?”.También recuerda Nicolás que para cruzar de Borburata a Obispos (él lo hacía tres veces a la semana para ir al cine) había que hacerlo en lancha. “Pero en el verano, cuando bajaban las aguas, los vecinos del pueblo nos organizábamos y construíamos un puente de guafas (bambú). Eso era una fiesta; había sancocho y bebida mientras se trabajaba. Esos puentes eran nuestro orgullo, quedaban muy fuertes y la gente cruzaba el río a pie. Cuando volvía el tiempo de lluvias hasta ahí llegaba el puente porque el agua se lo llevaba. Nada más nos servía mientras duraba el verano”.

La última vez que Nicolás pescó en el Caipe ya el río se había venido a menos, y ocurrieron dos cosas con visos de tragedia: dos caimanes atraparon a sendos niños, pero no se los comieron sino que los arrojaron fuera del río moribundo: extraña forma de esos violentos compañeros de viaje planetario de decirnos que no querían más gente en el río asesinado.