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Pierre Mesnard autor de otro texto. Debo a la conjunción de un congreso de filosofía política y al generoso descuido de un profesor paulista, los indicios que me permitieron descubrir, al fin, uno de los plagios perpetrados por Borges contra la historia. Es probable que todo el asunto sea una cuestión bien sabida desde el primer momento por los entendidos, sin que esto fuera en desmedro del goce sutil que la complicidad con esta pequeña impostura les provocara. Para mí, el hallazgo –al fin, un avatar siempre subjetivo– fue primero un acontecimiento placentero y, en alguna medida, un alivio: descubrí uno de los trucos de Borges. Pero de inmediato tomé consciencia de que en esta emoción bibliográfica había una cierta perversidad: temí padecer de los síntomas de un crítico. Una de esas fantásticas transmutaciones de la realidad que, en una genial operación literaria, le permitió crear por este dispositivo un personaje nuevo pergeniado a partir de un pequeño cambio sobre un personaje histórico real. El congreso de filosofía tuvo lugar en el auditorio de la Universidad Di Tella a mediados de agosto de1999, organizado por la Asociación Hobbesiana Argentina de la Universidad de Buenos Aires, cuya Presidenta me pidió que reseñara para el Boletín de la Asociación el libro La última razón de los reyes, de Renato Jannine Ribeiro, profesor de filosofía de la Universidad de San Pablo, quien asistió al congreso como profesor invitado y expuso un muy interesante trabajo que relacionaba la concepción del lenguaje del filósofo de Malmesbury con la poesía metafísica del siglo XVII. Pierre Mesnard publicó una edición crítica de la Oeuvres philosophiques de Jean Bodin, en la que incluyó una introducción y un retrato del pensador francés y algunos comentarios, dedicando una atención especial a aquellos ensayos que trataban sobre la nueva concepción de la historiografía que propiciaba Bodin entre otros, intelectuales humanista,

Pierre Mesnard

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Pierre Mesnard autor de otro texto.

Debo a la conjunción de un congreso de filosofía política y al generoso descuido de un profesor paulista, los indicios que me permitieron descubrir, al fin, uno de los plagios perpetrados por Borges contra la historia. Es probable que todo el asunto sea una cuestión bien sabida desde el primer momento por los entendidos, sin que esto fuera en desmedro del goce sutil que la complicidad con esta pequeña impostura les provocara.

Para mí, el hallazgo –al fin, un avatar siempre subjetivo– fue primero un acontecimiento placentero y, en alguna medida, un alivio: descubrí uno de los trucos de Borges. Pero de inmediato tomé consciencia de que en esta emoción bibliográfica había una cierta perversidad: temí padecer de los síntomas de un crítico.

Una de esas fantásticas transmutaciones de la realidad que, en una genial operación literaria, le permitió crear por este dispositivo un personaje nuevo pergeniado a partir de un pequeño cambio sobre un personaje histórico real.

El congreso de filosofía tuvo lugar en el auditorio de la Universidad Di Tella a mediados de agosto de1999, organizado por la Asociación Hobbesiana Argentina de la Universidad de Buenos Aires, cuya Presidenta me pidió que reseñara para el Boletín de la Asociación el libro La última razón de los reyes, de Renato Jannine Ribeiro, profesor de filosofía de la Universidad de San Pablo, quien asistió al congreso como profesor invitado y expuso un muy interesante trabajo que relacionaba la concepción del lenguaje del filósofo de Malmesbury con la poesía metafísica del siglo XVII.

Pierre Mesnard publicó una edición crítica de la Oeuvres philosophiques de Jean Bodin, en la que incluyó una introducción y un retrato del pensador francés y algunos comentarios, dedicando una atención especial a aquellos ensayos que trataban sobre la nueva concepción de la historiografía que propiciaba Bodin entre otros, intelectuales humanista, hombres del derecho, abogados pertenecientes a la burguesía, como el titulado Metodo para la fácil comprensión de la historia escrito en latín en 1566 y conocido como el Methodus. Mesnard formó parte de lo que se denominó el Preludio Francés de la historiografía moderna nacida en el siglo XVIII, junto con François Boidouin, Loys Le Roy, François Hotman, Jean Du Tillet, Estienne Pasquier, Pierre Pithou, Claude Fauchet, René Choppin, Guy Coquille y Henri La Popelinière. Estos intelectuales, referentes del Renacimiento Francés del siglo XVI, buscaban un modo de narrar la historia francesa, una histoire accomplie que explicara el desarrollo de la civilización de manera perfecta, que diera cuenta del sentido de la historia, con criterios distintos de los utilizados hasta entonces por los historiadores políticos y eclesiásticos mayoritariamente italianos.

Un ejemplo de las crónicas universales de tradición medieval, contra cuyo método se diferenciaban estos autores, son los Annales de Nicole Gilles, editados en Paris por primera vez en 1492 y reeditado catorce veces antes de 1621: Les tres elegantes, tres veridiques et copieuses annales des tres preux, tres nobles, tres chrestiens et tres excellens moderateurs des belliqueuses Gaules, donde Gilles describe las siete eras de la historia humana: la creación del mundo con Adán, la era de Noé, la de Abraham, la cuarta de David; la quinta, la de la Cautividad Babilónica, la sexta con la encarnación de Cristo y la séptima por venir con el Juicio Final. La Popelinière acuñó el término de Nueva Historia en el título de su obra Dessein de l’histoire nouvelle des françois en 1599. Este movimiento de renovación de los métodos historiográficos se inspiró en los utilizados por los llamados

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anticuarios y según el profesor A. D. Momigliano se basó en la distinción entre autoridades originales y derivadas y en la superación de los objetivos morales de la historia, como un conjunto de exempla, ejemplos pedagógicos para determinar la conducta a seguir, proponiendo patrones sociales o individuales canonizados por la tradición hermenéutica aceptada. La historia era un patrón de conducta reforzado por el estilo literario, por esta razón, tanto los Calvinistas como los Jesuitas llamaron libertinos a aquellos intelectuales que intentaban escribirla persiguiendo otras intenciones tal como la verdad histórica, arrebatada de las manos de la hermenéutica tradicional.

Borges se burla de cierta crítica literaria, que en un movimiento inverso al iniciado por la historiografía en el siglo XVI, empeñada en distinguir la historia de la literatura, buscaba aplicar criterios de verdad casi científicos, haciendo valer la pretensión más o menos kantiana de su lado crítico, pero reclamando a la vez el privilegio, heredado por línea directa de su parte literaria, de producir también un texto perteneciente a un género digno de respeto; un texto que haga literatura hablando sobre literatura: un cuento hecho con partes de una novela. Un cuento hecho con la intención de decir lo que dice el Quijote, lo que quiere decir; con la intención de mostrar la diferencia y de confundir a los críticos y perder su objeto de estudio en alguna región intermedia entre el Quijote y este espejismo distractivo atribuido a Pierre Menard.

El modo de hacer historia estaba dominado por el humanismo italiano inspirado en los clásicos griegos y latinos y por los anticuarios. Pero el espíritu historiográfico se mudó a Francia.

En algún momento, la historia dejó de ser literatura y comenzó a ser considerada una investigación científica que reclamaba rigor, pruebas, análisis de fuentes. En el siglo XVII surgió en Francia lo que se denominó como una Revolución Científica y una Nueva Historia, que cuestionó las tradicionales narraciones históricas basadas en ejemplos moralizantes, en la veneración del criterio de autoridad, en la Divina Providencia, en la Fortuna. Estienne Pasquier, en su Recherches de la France, en 1560 fue el primero en tomar conciencia de que la Edad Media no había producido ni su Heródoto ni su Tucídides –al menos respecto de la historia de Francia– y fue el primero en aplicar a la investigación histórica los métodos seculares y apodípticos utilizados por juristas y filólogos incurriendo en lo que sus colegas juristas, abogados, oficiales de justicia y miembros de la corte, criticaron como una innecesaria referencia de citas de fuentes primarias y secundarias, vecina del plagio. Este procedimiento le valió la acusación de ser un “monstruo de impertinencia”. Pasquier fue el primero en escribir una historia de Francia que se apartara de los relatos de las épicas batallas y portentosos milagros de las Grandes Chroniques y soslayara las leyendas que se remontaban hasta Príamo y Héctor1 y que veneraban antiguos ancestros troyanos de Francia, que las crónicas merovingias identificaban con un tal

1 “Exinde origo Francorum fuit. Priamo primo regi habuerant...” Cf. Chronicarum quae dicuntur Fredegarii Scolastici libri IV cum continuationibus, ed. B. Krusch, 1888, Monumanta Germaniae historica, Scriptorum rerum Merovingicarum, II, pág. 45. A. Joly en Benoit de Sainte-More et le roman de Troie, Paris, 1871, cita, sin dar rerferencias específicas, una cédula del Rey Dagoberto en la que se lee: “ex nobilissimo et antiquo Trojanorum reliquarium sanguine nati.”, citado por George Rupert, The Idea of Perfect History. Historical Erudition and Historical Philosophy in Renaissance France, University of Illinois Press, Chicago/London, 1970, pág. 73.

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Francio, sobreviviente de la derrota troyana y posretirmente coronado. En 1519, el humanista Juan Luis Vives había dicho: “Jus totum manat ex historia”. Como los juristas habían recuperado de sus fuentes el derecho romano, Pasquier quiere recuperar por el mismo método la historia francesa de las inexactas crónicas medievales, empezando por las ignoradas referencias de César a los Galos. La postulación de una Historia Perfecta implicaba el conocimiento absoluto de todas sus causas. Los jesuitas y calvinista bautizaron esta corriente inaugurada por Pasquier como la de los libertinos, porque no aceptaban la autoridad de la tradición moralizante de los chroniqueurs, no insistía suficientemente en la santidad de los reyes de Francia ni compartía el fervor místico por Juna de Arco. La historia era para los estudiosos del siglo XVI: maestra de vida, colección de exempla para la posteridad, una retórica edificante, un refuerzo moral, un reaseguro del orden político, una rama de la literatura. Hacia el 1500 comenzó a debilitarse el monopolio italiano de la narración histórica y a lo largo del siglo XVI el liderazgo en los estudios clásicos se mudó a Francia.

Durante muchos años al magisterio de la Iglesia no le interesó de la historia más que los aspectos relacionados con la propaganda fidei, con la historia eclesiástica o clerical. La nueva corriente historiográfica francesa del siglo XVI volvió sus ojos hacia las fuentes de una historia comprendida de otra manera; la llamaban historia integra o histoire accomplie o como dirá La Popelinière en 1599 histoire nouvelle. De eso se trata la obra de Jean Bodin Método para una fácil comprensión de la historia, el Methodus de 1566, traducida y prologada por Pierre Mesnard. Bodin era un abogado, burgués, niño prodigio, humanista, estudiante en París, jurista y un miembro de lo que se denominó la aristocracia de toga, en referencia al atuendo que usaban los abogados, primeros cultores, junto con los filólogos, llamados antiquarians, de los nuevos métodos de investigación histórica. Esta nueva concepción de la historia propugnaba también una nueva concepción de la humanidad: no se podía seguir pensando la historia como una decadencia de edades sucesivamente menos nobles. Bodin juega con la idea de una historia pensada como pregreso o como un ciclo eternamente renovado, sin decidirse por ninguna de las dos formas de la historia. Bodin rechaza explícitamente la idea de que la historia deba dedicarse a calcular cuándo ocurrirá el fin del mundo, a ilustrar el Plan de Salvación de Dios, o a erigir memoriales a la gloria de príncipes y santos y debe ocuparse no sólo de la historia del Pueblo de Dios. La historia se torna universal; Bodin desarrolla una teoría acerca del progreso de la civilización y rechaza la leyenda troyana en cuanto al origen de los Francos, pero este rechazo fortalece la tesis del origen germánico de los mismos, idea que enervaba a algunos intelectuales franceses que pensaron en diluirla reivindicando los panegíricos medievales o mezclando la presunta desendencia de Francio con la presunta desendencia de Gomer, padre de los Galos, cuyos orígenes rastreaban en incontrastables fuentes hasta el Arca de Noé. En 1575 Loys Le Roy escribe De la vicissitude ou varieté des choses en l’univers et concurrence des armes et des lettres par les premieres et plus illustres nations du monde, depuis le temps ou a commencé la civilité & memoire humaine iusques à present.

En 1588 se publicó la obra del primer historiador profesional, escrita por el así llamado docto Vignier, la Bibliothèque historiale dedicada a “la investigación y conocimiento de la verdad de todas las cosas”. En este trabajo, el nacimiento y la muerte de Cristo ya no significan ni el comienzo ni el fin de una era o de una nueva época histórica.