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Platón y Aristóteles en el cielo judeocristiano (¿qué es la Ciencia? Apología teológica en tres breves actos)

Platón y Aristóteles en el cielo judeocristiano · neoplatónico y neoplatonizante. Así pues, no será del todo injusto exponer alguna versión de Cristo más aristotélica. Sea

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Page 1: Platón y Aristóteles en el cielo judeocristiano · neoplatónico y neoplatonizante. Así pues, no será del todo injusto exponer alguna versión de Cristo más aristotélica. Sea

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Nota a la obra.

Esta no pretende ser una buena obra de teatro, lo que me sería imposible dada mi inexperiencia al respecto, ni tampoco una técnica reflexión filosófica pues esta obra no renuncia, al menos hipotéticamente, a ser representada en comunidad ante el público más diverso y heterogéneo posible: el común de los mortales. Aún así, está escrita como trabajo de evaluación continua de la asignatura Historia de la Filosofía Antigua del grado de Filosofía de la UNED. Por tanto, he de aclarar algunos aspectos de la misma.

Primero, su intencionalidad. Ésta pasa, sobre todo, por ser una forma divertida de poner en experiencia comunitaria parte de los contenidos que se han ofrecido en la asignatura. Por otro lado, si he escuchado bien al entender que la esencia aristotélica se encuentra en las acciones virtuosas comunitarias, entonces, la representación (hipotética) de esta obra, a falta de una mayor virtud del autor, representaría quizá una de las mejores maneras exponer las propias enseñanzas del estagirita.

Respecto de los personajes, su caracterización es excesivamente simplista. He exagerado las diferencias entre la vulgaridad de algunos personajes y la corrección y educación de otros, al menos esa ha sido mi intención, para poner de manifiesto los medios con que debe contar el pensar filosófico en comunidad: la libertad, la amistad y la educación; relaciones que unen y separan, sin renunciar al debate crítico, a los miembros de la polis.

Cabe destacar la presencia de dos personajes singulares: Albert Einstein y Jesús de Nazaret. Obviamente no se trata de exponer detallada y fielmente sus ideas, algunas de las cuales desconozco y otras, aún conocidas, no cabrían en la obra ni en su propósito. Ambos personajes están incluidos para presentar siempre distintos puntos de vista, y ponerlos en diálogo con otros que, en principio, se piensan incompatibles. Los humanos y nuestros razonamientos somos, a mi modo de ver, siempre más compatibles de lo que algunos pretender hacer ver. También me gustaría advertir que el personaje de Jesús de Nazaret es quizá una versión demasiado “aristotelizada” del personaje histórico del que, por otra parte, poco conocemos. La mayor parte de la tradición cristiana que nos ha llegado es de corte neoplatónico y neoplatonizante. Así pues, no será del todo injusto exponer alguna versión de Cristo más aristotélica. Sea esto siempre dicho y hecho con el mayor de los respetos y desde una posición muy particular y reconocidamente simplificada.

Respecto de las teorías filosóficas de Platón y Aristóteles, que son las que ocupan el objeto de la presente obra, tengo que reconocer lo siguiente: por un lado, no están expuestas en detalle, lo que no podría hacerse obviamente en completitud ni siquiera en una sola obra; ni tampoco están expuestas técnicamente pues, como he dicho anteriormente, existe una intencionalidad en la obra de llegar a todos los públicos. Sin embargo, lo anterior no pretende disculpar todas las faltas y errores de interpretación en mi estudio de estos dos autores. Mi aprendizaje y la asimilación crítica de sus pensamientos es un proceso que tan sólo acaba de empezar, cosa que asumo con cierta dignidad, aunque con mucha humildad.

Como se nos decía en el curso, es por el error por lo que aprendemos. Acepto de antemano el error de esta experiencia, quedándome por ello con lo posible correcto. Espero, eso sí, haberme equivocado lo más certeramente posible.

Un cordial saludo, Salvador

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Escena 1ª (Escena del paraíso, con sonidos adormecedores de cascadas de agua y cantos de pájaros. Ángeles y otros personajes bíblicos se sitúan alrededor de una figura central, a modo de Dios. Ninguno de ellos habla.) (Voces de Platón y AristótelesJ Aristóteles: Maestro, ¿Dónde estamos? Platón: Ciertamente no lo sé, Aristóteles. Aristóteles: Qué extraño lugar es este, maestro, podría decirse que nos encontramos en el mismísimo Olimpo. Platón: Por qué dices eso, Aristóteles. Aristóteles: Porque tiene la apariencia un lugar idílico y superior, maestro, tal y como nos lo cantaba el poeta Hesíodo, ¿no es así? Platón: Así es, Aristóteles, pero recuerda que aquellos dioses eran sólo un mito antropomórfico. Aristóteles: Por eso lo digo, maestro. Estos que vemos aquí parecen por un lado seres divinos pero, por otro lado, tienen forma humana. Platón: En eso consiste precisamente el mito, Aristóteles. Aristóteles: Es cierto, maestro, ¿cómo podría lo divino tener forma o cualidad humana siendo los humanos tan imperfectos? Platón: Los dioses mitológicos son sólo representaciones de los pueblos que los adoran, ¿recuerdas lo que decía el maestro Jenófanes en Colofón? Aristóteles: Claro, maestro, decía que “si los bueyes o los caballos o los leones tuviesen manos, o pudieran dibujar con ellas y realizar obras como los hombres, los caballos dibujarían imágenes de dioses parecidas a las de los caballos, y los bueyes parecidas a las de los bueyes, y harían los cuerpos de los dioses cada uno tal y como tiene el suyo” 1. Platón: Eso es, efectivamente, lo que él decía. Además, Aristóteles, si te fijas bien te darás cuenta de que estos no pueden ser los dioses olímpicos, aquellos eran muchos mientras aquí todos parecen adoran a un único Dios. Aristóteles: Eso es cierto, maestro, y además los dioses de la mitología olímpica eran alegres y joviales, aunque también terribles. Estos, en cambio, parecen estar tristes y aletargados, como si estuviesen esperando algo. Platón: En cualquier caso, recuerda, Aristóteles, que los dioses mitológicos no se corresponden con lo divino verdadero. Aristóteles: No podría ser así por lo que acabamos de decir. Platón: ¿Recuerdas, además, las enseñanzas de nuestros sabios más antiguos? Aristóteles: Claro, maestro. Los antiguos sabios milesios comprendieron que lo divino se encuentra en las leyes inmortales de la physis; el maestro Parménides, desde Elea, nos hizo ver como lo divino también se encuentra en el ser del pensar sincrónico; y el maestro Heráclito, en Éfeso, sostenía que lo divino residía en las leyes del decir comunitario de la polis, que por eterno es entonces divino. Platón: Efectivamente, así lo decían, Aristóteles. Pero, ¿dices entonces que hay tres leyes de lo divino? La physis, el logos y la polis. Aristóteles: No, maestro, al contemplar lo inmanente y eterno de los procesos naturales encontramos leyes, leyes que son expresables entre los hombre a través de palabras, de igual manera que en la experiencia del diálogo racional de la comunidad aparecen también las leyes de la ciudad: polis, physis y logos son una y

1 Clemente de Alejandría, Strom. V 109, 3 (DK 21 B 15 [cont. 14])

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la misma ley2 para los maestros de la antigüedad, y esa ley eterna es precisamente la se desvela como lo divino. Platón: Así es, Aristóteles, y la búsqueda de esas leyes necesita de una Ciencia Aristóteles: ¿Cómo, si no, podríamos buscarlas? Platón: Hablaremos de eso más tarde si quieres, Aristóteles, ahora seamos cautos, recuerda que los hombres de culturas mitológicos no son muy dados a aceptar la razón. Quizá podríamos ser condenados en estas tierras por lo que decimos. Aristóteles: Eso es cierto, maestro, recuerda como condenaron al maestro Sócrates por impío. Platón: Impío! Por defender lo divino racional! ¿Cómo podría haber mayor impiedad que condenar a un hombre por buscar lo divino a través del pensar y del diálogo crítico y razonado? Aristóteles: Pobre maestro Sócrates. Platón: El más virtuoso de todos los mortales! Aristóteles: Al menos vivió y murió con dignidad, y permanecerá siempre en el pensar eterno. Platón: Eso es cierto, Aristóteles. Ala! andémonos con cuidado entonces, no sabemos si las personas entre las que nos encontramos son bárbaros o gentes de la polis. Esperemos a ver lo que ocurre para poder hacernos una idea de dónde estamos y entre qué gentes nos encontramos. Aristóteles: Eso haremos, maestro. (Entran el banquero y el obispo) Obispo: Qué bonito! Pero qué bonito nos ha quedado el paraíso!! Banquero: Sí, Eminencia. Obispo: Es maravilloso, todo idílico y en perfecta armonía, ¿Qué maravillosa es la creación perfecta de Dios? Banquero: Sí, eminencia. Obispo: Usted cree en Dios, ¿verdad? Banquero: Sí, eminencia. Obispo: No le veo yo a usted muy convencido. Banquero: Eminencia, yo creo en el dios Dinero y en el dios Poder, esos son mis dioses. Obispo: Bueno, bueno, hijo mío, pero para que existan ese Dinero y ese Poder que idolatra usted, mi señor banquero, debe primero existir un Orden, no me negará usted eso, y ese Orden lo establece Dios y lo determina la Santa Madre Iglesia. La turba no lo puede comprender pero en Verdad es necesario que nos dejen a nosotros administrar su moral y sus deseos, sus quehaceres y sus esfuerzos. Si no fuese por nosotros, las personas estarían simplemente pensando en ser felices y disfrutar de los placeres terrenales. Hay cosas mucho más importantes que todo eso! Está Dios! ¿qué sería de Dios si dejásemos a las personas preocuparse felizmente por sus cosas? Banquero: Y – sonriendo burlonamente –, ¿qué sería de nosotros?, Eminencia. Obispo: ¿Nosotros? Bueno, nosotros tenemos la difícil misión de conducirlos por el buen camino y para ello es necesario que estemos bien provistos. La nuestra es una ardua tarea y una lucha sin cesar contra la Ciencia y el Progreso, que pretenden arrebatarnos el poder para llevarnos a todos por la senda de su libertinaje moral, mi señor banquero!

2 Cfr. OÑATE, T., El nacimiento de la filosofía en Grecia, Dykinson, Madrid, 2004, p. 85.

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Banquero: En fin, mientras ese buen camino del que usted habla coincida con el mío, Eminencia, yo no tengo ningún inconveniente. Obispo: Lo es, lo es, mi señor banquero, no le quepa la menor duda de que lo es. Usted es una persona piadosa que contribuye con su Dinero y su Poder a que la Santa Madre Iglesia pueda conducir a sus fieles por donde deben. Ya le digo que la gente no puede comprenderlo, pero necesariamente en toda sociedad ha de haber clases. No puede gobernarse una turba de ignorantes como si todos fuésemos iguales. Dios no lo ha querido así, y no podemos ir contra los designios de la Providencia. Los mejor dotados debemos iluminar al gentío, ese es nuestro mandato. Así lo ha querido Dios, ¿verdad? Banquero: Sí, Eminencia. Banquero: Por cierto, Eminencia, ¿todo está preparado para esta tarde, verdad?¿no habrá olvidado usted nuestro acuerdo? El plazo expira pronto. Obispo: No se preocupe, mi señor banquero, todo está preparado. Con el Dinero que usted ha tenido a bien tan generosamente prestarnos, Dios se lo agradezca, hemos dispuesto todo como lo planeamos, no habrá ningún problema, se lo aseguro. Banquero: Así lo espero, Eminencia. Obispo: Bueno, hijo mío, ahora he de dejarte. Voy a comprobar que todo esté listo y que no falte ningún detalle. Banquero: De acuerdo, Eminencia, hasta luego. (El obispo se va, dejando al banquero sólo contando un fajo de billetes. Aparece el político) Político: Oh, mi señor banquero! A usted andaba yo buscándole! Banquero: Hombre! Aquí está el politicucho! Político: No me gusta como dice usted eso de politicucho, al fin y al cabo, creo que como representante legítimo de la ciudadanía me merezco un poco más de respeto! Banquero: (Riéndose socarronamente) No se enfade, amigo politicucho, si yo respeto a la política y a sus políticos! Eso sí, siempre que éstos respeten mi Dinero y mi Poder, claro está. Político: Pues claro que lo respetamos, mi señor banquero, cómo no habríamos de hacerlo. El populacho no se da cuenta, pero el poder del Capital es esencial para el Progreso de la sociedad, ¿cómo podríamos avanzar en nuestros objetivos si no fuese por su inestimable ayuda? La gente se cree que las carreteras, los hospitales y las escuelas salen de la nada y se pasan todo el día rezando a Dios, Ja! Como si Dios fuese a venir aquí a construir todas esas cosas! Banquero: Espero que no! (riéndose burlonamente) dejaríamos de ganar una buena cantidad de dinero! Político: No se preocupe, mi señor banquero, esas cosas las hacemos posible nosotros, los políticos, con su inestimable ayuda, eso es cierto, pero somos nosotros los que administramos los bienes y mantenemos el Orden necesario en toda sociedad, ¿qué sería del populacho sin nosotros? Banquero: ¿Y qué sería de nosotros sin ellos? mi señor politicucho. Político: ¿Nosotros? Nosotros somos imprescindibles. Sin nosotros el populacho se andaría todo el tiempo disfrutando de los placeres más banales, sin preocuparse por la Altas miras del Progreso, o peor aún! Dando limosnas caritativas a la Iglesia para que su alma suba al cielo, Ja! Para engordar la tripa de los obispos, diría yo! Qué engañados los tienen a estos pobres ignorantes! Banquero: Pero los obispos, como nosotros, también tienen que comer, ¿no?

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Político: ¿Cómo nosotros dice usted? No, mi señor banquero, nosotros debemos estar bien pertrechados y provistos de todo lo necesario para poder dirigirlos por el buen camino, ¡por el camino del Progreso!! Mi señor banquero, ¡el camino del Progreso! Banquero: Sí, sí, mi señor politicucho, claro que sí. Por cierto, ¿está todo preparado como convenimos? Político: De eso precisamente quería yo hablarle. Todo está preparado como convenimos, pero… han surgido algunas dificultades, nada con importancia, pero para las que requeriría un poco más de dinero, si usted tuviese a bien prestármelo, mi señor banquero. Por lo demás, no se preocupe por nada, todo saldrá como planeamos, se lo aseguro. Banquero: Toma, aquí tienes más dinero, no quiero que nada salga mal. Político: Muchas gracias, mi señor banquero. No se preocupe por nada, todo saldrá tal y como está previsto, no habrá ningún problema. Ahora mismo me voy a comprobar que todo está preparado. Hasta la noche, mi señor banquero. Banquero: Hasta luego politicucho (sonríe con sorna) (El político se va de la escena contando el dinero. El banquero se va por el lado contrario. Se queda solo la escena del paraíso) (Entran andando Platón y Aristóteles) Aristóteles: Qué extraños sucesos estos que acabamos de ver, maestro! Ahora sí que podríamos pensar que estamos en el mismísimo Olimpo, con todas las tribulaciones e intrigas de los dioses mitológicos! Platón: No lo creo, Aristóteles, estas personas me han parecido demasiado vulgares y faltas de arte para poder constituir siquiera un mito! Aristóteles: Eso es cierto, maestro. Platón: Aún así, a través del método dialéctico, podemos descartar algunas cosas que seguro que no son. Aristóteles: Cuáles, maestro. Platón: Por ejemplo, ¿crees que estos que hemos visto son hombres de Ciencia? Aristóteles: Si fuesen hombres de Ciencia, el diálogo entre ellos sería claro y crítico, buscarían la verdad! Platón: Así es, Aristóteles, luego no son hombres de Ciencia. ¿Podrían ser entonces hombres que aman lo divino? Aristóteles: ¿Cómo habrían de serlo, maestro, sin Ciencia ni diálogo racional? Platón: Tampoco me parecen a mí hombres dedicados a lo divino, Aristóteles, ¿has visto que manera tan despreciable de hablar de la polis tenían? Aristóteles: Sí, maestro, despreciar a la comunidad es despreciar lo divino que hay en ella. Platón: A mí más bien me parece que deben ser algún tipo de sofistas por esa forma de tratar a los ciudadanos. Aristóteles: Así parece más bien, maestro. Platón: El señor grueso con cara burlona debe ser un rico comerciante, pero ¿y el señor que ha hablado con él en primer lugar? Alguna de sus ideas pudieran no ser tan descabelladas, pero cierto es que las planteaba sin fundamento ni rigor científico. ¿Cómo puede hablar de la Verdad sin utilizar el método dialéctico ni el razonamiento científico? Aristóteles: No hay otro camino para encontrar lo divino que la Ciencia y la Poesía, maestro, ¿cómo puede estar ese hombre a favor de Dios y en contra de la Ciencia?

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Platón: No es posible, Aristóteles. Aristóteles: Y, ¿el señor que ha entrado en último lugar? Decía ser un político, maestro, y hablar en nombre de la Ciencia y el Progreso, ¿qué palabra es esa? Platón: Ciertamente no la entiendo, Aristóteles. A mí más bien me pareció ser uno de esos tecnócratas que confunden la Ciencia con la técnica, y el avance de nuestros conocimientos con la destrucción de todos los pasados. Los sabios antiguos se merecen nuestro más sincero respeto! Aristóteles: Efectivamente, maestro, y hablaba de las personas como si fuesen herramientas. Platón: No sé, Aristóteles, parece que hemos venido a aparecer en tierras bárbaras, habitadas por hombres de dioses mitológicos. Aristóteles: Así parece maestro. Platón: Recuerda, Aristóteles, los hombres que se creen su propia mitología del poder siempre se conducen hacia las guerras, por las que pretenden imponer sus criterios. Aristóteles: Tiene usted razón, maestro. Pero, maestro, usted describió un mito en su obra el Timeo, ¿no es así? Platón: Sí, Aristóteles, pero bien sabes que ese era un mito consciente de serlo, y expuesto tan sólo para enseñar la senda del conocimiento científico. Aristóteles: Sí, maestro, eso nos advertía precisamente en la Academia. Si no lo recuerdo mal, maestro, en el mito de la caverna usted contaba la peripecia de una serie de hombres que, atados a unas cadenas, no podían contemplar otra cosa que las sombras de unas figuras que la luz de un fuego proyectaba sobre las paredes de la caverna. (En la pantalla del escenario se proyecta un dibujo del mito de la caverna) Platón: Así es, Aristóteles. Aristóteles: Y de este modo, los hombres, atados por las cadenas de la ignorancia, confunden esas sombras, que son tan sólo apariencia, con lo verdadero. Platón: Efectivamente, Aristóteles, eso es exactamente lo que significa el mito. Aristóteles: Y nos decía que los hombres que, a través del conocimiento, pudieran deshacerse de sus cadenas contemplarían también las figuras verdaderas de las cuales las sombras son solo su proyección. Platón: De forma análoga a como a través del conocimiento podemos conocer las ideas que representan las cosas sensibles. Aristóteles: Eso es, maestro. Platón: Efectivamente, Aristóteles, pero recuerda que ni siquiera así esos hombres pensarían que aquellas figuras que ven son más verdaderas que sus sombras pues, como lo que han visto siempre son las apariencias sensibles del mundo que nos rodea, no creen que las figuras sean más verdaderas. Aristóteles: Eso sólo lo podrían hacer, maestro, si se preguntasen ¿qué es la verdad? Platón: Pero no la verdad que vemos, pues es natural que todo lo que vemos constituye en sí una cierta realidad, sino la verdad que se esconde tras la realidad aparente. Aristóteles: Para eso, maestro, tendrían que salir de la caverna y darse cuenta de que todo es un juego de luces entre las figuras y sus sombras. Platón: Eso es, Aristóteles, y ese “salirse de la caverna” es también preguntarnos por la verdad de las propias figuras, es decir: exponer las ideas para preguntarnos por su verdad.

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Aristóteles: Y eso nos lleva a preguntarnos precisamente ¿qué es la verdad? Platón: Bueno, recuerda, mi fiel amigo, que ese era sólo el tercer estadio de nuestro camino del conocimiento. Hay un cuarto y último estadio que debemos alcanzar si queremos conocer la verdad. Aristóteles: ¿cuál es ese estadio, maestro? Platón: El reconocimiento de que no hay verdad eterna en las cosas que vemos, pero que tienen sentido precisamente porque participan en cierto sentido de la verdad. Aristóteles: Ese razonamiento es confuso, maestro, explíquese mejor, por favor. Platón: Me explicaré para que podamos entenderlo mejor, Aristóteles. Dijimos que en el primer estadio del camino hacia la verdad nos hacíamos cargo de que lo aparente son sólo sombras de unas ideas más perfectas, ¿no es así? Aristóteles: Efectivamente, así es, maestro. Platón: En el segundo estadio, nos preguntábamos precisamente sobre cuál era la verdad de esas figuras. O si las Ideas de los seres nos conducen a buscar otras Ideas más fundamentales como la Idea del Bien. Aristóteles: Así es como lo dijimos. Platón: Bien, en cierto sentido podemos decir que las figuras, es decir, las Ideas, son más verdad que sus sombras pues éstas son proyecciones de aquellas, y por tanto las figuras son causa de las sombras. Aristóteles: Eso es cierto, maestro. Platón: Ahora bien, de igual manera que el preguntarnos sobre la verdad de las sombras nos remite a las figuras, también el preguntarnos sobre la verdad de las figuras nos remite a otra cosa. Aristóteles: ¿A qué cosa, maestro? Platón: Conceptualmente, a las Ideas más fundamentales y ontológicas, al Ser y a la idea del Bien. Aristóteles: Quiere decir que, preguntándonos por la verdad que se esconde también en las figuras, ¿nos estamos preguntarnos cuáles son las Ideas a las que las figuras nos remiten? Platón: Eso es lo que digo, mi querido amigo. Aristóteles: Pero entonces ese razonamiento no tendría límite y no podríamos conocer la verdad de nada porque siempre habría que preguntarse por la verdad de las verdades, y así infinitamente. Platón: Eso es cierto, Aristóteles, por eso digo que las cosas aparentes no son la verdad, ni tampoco las ideas que expresamos en el lenguaje porque nuestras palabras también son apariencia, sonora en ese caso. Aristóteles: Entonces, ¿es que no existe la verdad? Platón: No, amigo mío, esa es precisamente la cuestión. Por preguntarnos precisamente por la verdad, eso ya mismo quiere decir que existe, y por reconocer una relación entre las apariencias y las Ideas conceptuales que representan vemos que cuando las pronunciamos o las escribimos dejan de ser verdad en sí porque ya tienen la forma de apariencia. Aristóteles: Claro, ya no serián verdad pura y simplemente, sino escritura o palabra pronunciada. Platón: Eso es, pero al expresarla reconocemos que esas palabras quieren decir algo, reconocemos que los conceptos se refieren a algo que se deja entrever en las palabras, en su significado. Aristóteles: Así que conceptualmente no podemos alcanzar tampoco las ideas pero al expresarnos y preguntarnos por las Ideas, ya estamos intuyendo que las Ideas son la verdad a la que nos referimos.

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Platón: Eso es, ciertamente, lo que quiero decir, amigo mío. Aristóteles: Entonces, en el discurso conceptual no está la imagen de las ideas, sino que tan sólo podemos vislumbrarlas, y esa es su verdad, ¿no? Platón: Así lo pienso yo. En definitiva, no tenemos otro camino que el verdadero camino científico para encontrar lo eterno, y por tanto divino, que subyace a nuestra experiencia sensible. Aristóteles: Qué bellos son siempre sus razonamientos, maestro, pero mucho me temo que no hayan llegado a ser comprendidos por las gentes de otros tiempos y de otros lugares. Platón: Al menos, parece que aquí no los entendieron. Anda, Aristóteles, dejemos eso por ahora y busquemos en otra parte indicios que nos pueden indicar dónde nos encontramos y entre qué gentes estamos. Aristóteles: Claro, maestro, le sigo. (Ambos se van del escenario)

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Escena 2ª: (En el escenario aparecen dos posiciones más elevadas, en uno de ellos está subido el obispo con Platón enjaulado a su lado y, en el otro, está el político, con Aristóteles enjaulado a su lado. Al pie de cada uno de las plataformas se encuentra una turba de ciudadanos – grupos 1 y 2, de tres personas cada uno –. Entre los personajes que atienden al obispo se encuentra una persona vestida de militar con el arma en la mano. Entre los que atienden al político, hay un científico de bata blanca. Toda la escena y sus diálogos suceden de forma ruidosa y desordenada) Obispo: Hijos míos! Dios es Uno y Todopoderoso! Él tiene el Poder para hacer cualquier cosa que nosotros le pidamos! Grupo 1: Sí!! Loado sea Dios!! Político: Compañeros, la verdad no existe!! No os dejéis engañar!, la verdad es una mera construcción de la imaginación que nos quieren hacer creer estos beatos!! Grupo 2: Sí!! Es cierto, la verdad no existe!! Obispo: No le escuchéis, hijos míos! Dios es Uno y Todopoderoso, y castigará a estos ateos haciéndoles arder en el fuego eterno mientras nosotros disfrutaremos del amor de Dios en el paraíso, más allá de la muerte!! Grupo1: Sí!! Alabado sea Dios!! Político: No creáis sus falsas verdades, compañeros!! Creed esto que os digo, la única verdad es que no existe verdad alguna!! Lo que quieren estos curillas es quedarse el dinero de vuestras limosnas para engordar sus panzas y comeros la cabeza con sus miedos! Dios no existe y lo único en que debemos Creer es en la Ciencia y el Progreso!! Y Dios está en contra de la Ciencia!! Grupo2: Sí!! Creemos en la Ciencia y el Progreso!! Dios está en contra de la Ciencia!! Obispo: No le escuchéis, hijos míos, Dios existe! Tened Fe, sed sumisos y obedientes a las leyes que yo os haré saber de Dios, y os prometo que Él os hará un sitio en el paraíso eterno del más allá, después de la muerte! Grupo1: Sí!! Seremos sumisos! Creemos en el más allá!! Político: Es mentira! Cada uno que piense y haga lo que quiera! Las personas somos absolutamente libres!! Haced lo que yo os diga y veréis como todo nos está permitido por el poder de la Ciencia y en nombre del Progreso!! Grupo2: Sí!! El Poder aplastante del Progreso!! Obispo: No escuchéis a estos ateos!! Dios existe y los castigará a todos!! Sabed que la Fe no requiere de pruebas, pero si lo que quieren son pruebas científicas de la existencia de Dios, yo se las daré. Platón! Demuéstrales que Dios es Uno y Todopoderoso!! Platón: (Intimidado) ¿Dios? Yo he dicho que las Ideas son divinas y universales, y que la Idea del Bien es la Idea suprema que …. Obispo: (Interrumpiéndole) Lo veis!! El mismísimo Platón lo dice! Dios es el Bien! Y Dios es el Uno Supremo y Todopoderoso!! Grupo1: Sí!! (mirando al grupo 2) Platón dice que Dios es Uno y Todopoderoso!! Militar: Y esto lo defenderé con la fuerza de Dios y la de mis armas, si es necesario!! Grupo1: Sí!! Político: No creáis a Platón y su falso Demiurgo! El Progreso demuestra que Platón fue superado por su discípulo Aristóteles! Éste fue posterior a Platón y, por tanto, todo lo que Aristóteles dijo contra su viejo y decrépito maestro estaba mejor fundado y era más cierto. Aristóteles! (mirando a Aristóteles enjaulado),

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demuéstrales que ni Dios ni sus Ideas existen! Que lo único verdadero son la Ciencia y sus experimentos! Aristóteles: (Intimidado) Toda ciencia ha de partir del lenguaje y la experiencia de la realidad para …. Político: Veis!! La Ciencia y los experimentos son lo único creíble!! Y Aristóteles y los científicos Modernos nos dicen que Dios no existe!! Grupo2: Sí!! Aristóteles dice que Dios no existe!! Científico: Sólo los experimentos son creíbles!! Y la Ciencia Moderna lo demuestra!! Grupo2: Sí!! Obispo: No les escuchéis! Estos ateos y su Ciencia solo quieren apoderarse de vuestro dinero para extender su libertinaje moral por todo el mundo y condenaros eternamente!! Militar: Nunca lo permitiremos! Por Dios! A las armas!! Grupo 1: Sí!! A las armas!! Político: No permitiremos que sus burdas supersticiones impidan el Progreso Científico!! Científico: La Ciencia es nuestro único Dios! Defendamos el Progreso y la Ciencia frente a un Dios falso! A las armas!! Grupo 2: Sí!! A las armas!! (Los dos grupos se enzarzan en una pelea, el político y el obispo se escabullen cada uno por su lado mientras los grupos pelean. Las personas de la pelea van cayendo al suelo mientras suenan ruidos de bombardeos y disparos. Al final, todos los miembros de los dos grupos quedan tendidos en el suelo. El banquero entra entonces, despacio, contando un fajo de billetes) Banquero: Ja, ja, ja! No hay mejor negocio que la guerra!! Todas me valen: las guerras de Ideas, las guerras del petróleo, las del hambre,… Todas son beneficiosas!! El mundo marchará perfectamente, al menos para mí, mientras nadie gane las guerras ni nadie las pierda. En una batalla infinita, los beneficios son infinitos!! Ja, ja, ja!! Benditos sean estos dioses, el Dios Todopoderoso y la Ciencia Todopoderosa!! El Dinero Todopoderoso, diría yo, Ja, ja, ja! (Entra el obispo) Banquero: Ah! Eminencia! Todo salió como esperábamos!! Obispo: Bueno, ha habido algún derramamiento de sangre, pero al menos no hemos perdido nuestra batalla contra los infieles y ateos que querían destruirnos! Las bajas son dolorosas pero lamentablemente siempre serán necesarias si queremos defender la Verdad de Dios! Banquero: Sí, sí, Eminencia. ¿Ha traído usted el Dinero? Obispo: Sí, aquí tiene usted, el dinero que nos prestó más el interés que acordamos. Banquero: Ah! Excelente! Excelente! Eminencia, cuando necesite más dinero no dude en pedírmelo. Ya sabe usted que su Dios siempre tendrá mi apoyo! (sonriendo). Obispo: Nuestro Dios, hijo mío, nuestro Dios. Banquero: Sí, sí, Eminencia, nuestro Dios (mirando al fajo de billetes con una sonrisa). Obispo: Ahora tengo que dejarle, mi señor banquero, esta lucha es eterna y hay que estar siempre preparado para la próxima batalla. Ya nos veremos, mi señor banquero. Banquero: Ya nos veremos, Eminencia, estoy seguro de ello.

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(Se va el obispo. Entra el político) Banquero: Oh! Por aquí viene mi querido politicucho! Político: Oh! Mi señor banquero, cuánta sangre y cuánto sufrimiento! Pero al menos no hemos perdido la batalla en favor del Progreso y la Ciencia! Las bajas son siempre lamentables pero sin duda son necesarias, así es como evoluciona la Humanidad, en una eterna lucha que no podemos perder! Banquero: Sí, sí, mi querido politicucho, Dios no lo quiera! Quiero decir, nosotros no dejaremos que ocurra! una eterna lucha! (en voz baja, mirando al fajo de billetes:) eternos beneficios!. ¿Ha traído usted el dinero? Político: Sí, aquí tiene usted. Tengo que agradecerle su desinteresado apoyo, sin el que no poríamos librar esta eterna lucha contra el Poder Opresor. Banquero: Por supuesto, mi querido politicucho, Dios no quiera, ejem., quiero decir, yo no dejaré que pierda esta eterna batalla ni – mirando al fajo de billetes – que deje de ser eterna. Político: Ahora he de irme, tenemos que estar preparados para la próxima batalla, el sacrificio que nos exige el Progreso es infinito y no podemos descansar ni un segundo! Adiós! Banquero: Adiós, señor politicucho! (riéndose). (El político desaparece, y empiezan a levantarse las personas de los grupos, primero el militar, luego el científico; luego los demás a la vez) Militar: Gracias, mi señor banquero, aquí tiene el dinero que me prestó para comprar mis armas, más los intereses. Sin ellas no hubiese podido defender mis Altas Ideas. Banquero: Bien, bien, cuando quiera comprar más armas, no dude en contar conmigo. (El militar se va, el científico de bata blanca se levanta y se acerca al banquero) Científico: Muchas gracias, mi señor banquero, aquí tiene el dinero que me prestó para poder defender mis teorías científicas, más los intereses que acordamos. Sin este dinero no podría haber demostrado mi Verdad Científica frente a los moralistas equivocados. Banquero: Adiós, adiós, señor científico, (riendo) cuando quiera volver a talar un bosque en nombre del Progreso Científico no dude en volver a visitarme! Ja, ja, ja! (Se va el científico, se levantan el resto de personajes) Todos: Tome, mi señor banquero, aquí le devolvemos el dinero que nos prestó para poder luchar por nuestras vidas y nuestras familias. Banquero: Y los intereses. Todos: Sí, sí, y los intereses. Le estamos muy agradecidos y estaremos siempre en deuda con usted. Banquero: Je, je, je, no lo saben ustedes bien! Adiós, amigos míos todos! Adiós (riéndose el banquero, los demás se van) (El banquero se queda solo, contando el dinero con una sonrisa en su cara de felicidad, y se va del escenario andando despacio y repitiendo:) Banquero: Eterna lucha, etenos beneficios, jejeje. Eterna lucha, eternos beneficios,….

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(Se quedan solos Platón y Aristóteles, encerrados en sus respectivas jaulas. Presa del pánico por lo que han visto y atemorizados, permanecen asustados en sus jaulas) Aristóteles: Maestro, ¿qué ha pasado? Qué horribles sucesos hemos presenciado! Ahora es seguro que estamos en tierras bárbaras, porque es imposible que hayamos viajado al futuro! Qué armas! Cuánta destrucción!! Platón: Y qué banalidades, amigo mío!! ¿Has visto qué razonamientos? Aristóteles: No, maestro, en verdad no he escuchado ningún razonamiento digno de atención, sólo ruido y sangre! Maestro, y decían luchar en nuestro nombre! Platón: Sí, mi querido Aristóteles, tienes razón al decir que no hemos podido viajar al futuro. Del futuro hubiese sido esperable que las personas hubiesen avanzado en busca de la verdad racional y del discurso organizado de la polis. Lo que hemos visto nos indica que o bien hemos retrocedido a un pasado más ignorante que el nuestro, o bien estamos en tierras bárbaras a las cuales no llegó en lo más mínimo nuestro legado. Aristóteles: O no lo entendieron quizá, maestro. Platón: Puede ser, Aristóteles, puede ser. En cualquier caso, estamos en grave peligro entre estas gentes bárbaras. Aristóteles: Eso es bien cierto, maestro. Manipulan, desatienden a la razón y desprecian a las personas. ¿Dónde hemos venido a aparecer, maestro? Platón: Esa es la consecuencia de los dioses mitológicos: imponen sus ideas e intereses a través de la guerra y la destrucción, sin racionalidad alguna para ello. No hay racionalidad, efectivamente, en ninguna mitología del poder y de la guerra. Aristóteles: Ninguna, maestro. Platón: Como tú bien recordabas, Aristóteles, yo escribí un mito pero, como también hemos dicho, yo lo propuse conscientemente, como una analogía con el método científico para llegar a la Verdad. Estos, en cambio, son de aquellos hombres que se creen sus propios mitos. Si uno se cree sus propios mitos, sin someterlos al diálogo crítico, entonces intenta someter e imponer sus ideas. No es mi caso, como bien sabes, Aristóteles Aristóteles: Sí, eso es cierto, maestro. Pero incluso en su analogía, maestro, hay cosas que no entiendo, ¿podríamos dialogarlas para así exponer la verdad que pudieran revelar? Platón: Luego, luego, Aristóteles. Ahora no parece el momento y, además, encerrados en estas jaulas no es posible ni el pensar ni el diálogo crítico y en libertad. Aristóteles: Eso es cierto, maestro. Platón: Veamos que ocurre con nosotros, y si de alguna manera podemos salir de estas prisiones, después dialogaremos libremente sobre cualquier tema que quieras. Aristóteles: Eso haremos. (Intentan forcejear con las rejas de sus jaulas, sin éxito. Entran Jesús y Einstein, hablando entre ellos) Jesús: ¿Y dice usted que también es hebreo? Einstein: Sí, señor. Jesús: Qué grata coincidencia. Yo nací en Belén, pero mi familia es de Nazaret.

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Einstein: Yo, en cambio, nací lejos del Templo, ese es siempre un pesar para los judíos de la diáspora, y además tuve que huir de mi país porque los bárbaros de la guerra quisieron matarme. Jesús: Bárbaros los ha habido y habrá siempre en cualquier lugar. Fíjese en mi caso, fueron judíos como nosotros quienes me condenaron y me ajusticiaron. Einstein: Y, ¿Cuál fue su delito, buen hombre? Jesús: Denunciar la opresión de los tiranos y los mercaderes. Yo sólo quise mostrar a las gentes que el Dinero y el Poder son falsos ídolos, y que el Dios verdadero es el que nace de la amistad y el amor de las gentes y de sus pueblos. Einstein: Y, ¿le condenaron por eso? Jesús: Así lo hicieron. Einstein: Tiene usted razón, bárbaros los hay en todas las culturas y todos los tiempos. Estos que querían matarme a mí se decían cristianos. Jesús: ¿Cristianos? Einstein: Sí, eso decían. Decían adorar a un tal Cristo. Jesús: ¿Cristo? No entiendo esa palabra. Aristóteles: Cristo significa “mesías” en nuestra lengua. Jesús: ¿Mesías? Sí, a Jerusalén llegaban todos los días hombres de todas partes diciéndose los mesías pero, ¿quiénes son ustedes? Y, ¿qué hacen ahí encerrados? Aristóteles: Yo me llamo Aristóteles, soy de Estagira, en el reino de Macedonia, y este es mi maestro Platón, de Atenas. Jesús: Gentiles! He oído hablar de su pueblo. Einstein: ¿Los maestros Platón y Aristóteles?! Jesús: ¿Los conoce usted? Einstein: ¿Conocerlos?! Bueno, no personalmente, pero conozco y admiro su obra! Pero, ¿qué hacen ustedes encerrados? Platón: Hemos aparecido en este lugar y los hombres de dioses mitológicos nos han capturado y encerrado en estas jaulas. ¿Podrían, por favor, sacarnos de aquí? Jesús: Por supuesto, salgan ustedes. (Abriendo la jaula de Aristóteles) Si reinase la verdadera amistad entre las gentes no harían falta las cárceles. Aristóteles: Eso me parece muy cierto, señor, (saliendo de su jaula) muchas gracias. Einstein: (Abriendo la jaula de Platón) Qué vergüenza! Encerrar a estos sabios maestros! Salga, salga usted, por favor, maestro Platón. Platón: Muchas gracias, señores, no hay nada peor que verse enjaulado tan miserablemente. Aristóteles: La libertad! Maestro, es la mayor y más admirable cualidad de las animas! Platón: Perdones, señores, ¿quiénes son ustedes? Einstein: Yo me llamo Albert, nací en una región que ustedes llamarían bárbara, y soy Físico. Aristóteles: Un colega! Qué grato es encontrarse siempre con los amigos de la Paideia! Platón: Ah, la ciencia del movimiento! Qué bella es! Pero no se preocupe, amigo Albert, las tierras no son bárbaras sino los hombres que las habitan, y éstos parecen poblar todas las tierras. Aristóteles: Cierto, maestro. Y qué bella es la Física, y qué placer encuentra uno siempre en la contemplación de la naturaleza, ¿verdad, maestro? Platón: Así es, Aristóteles. Y, ¿cuál es su teoría, señor? ¿Acaso ha seguido usted las enseñanzas del maestro Tales en Mileto o de alguno de sus discípulos?

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Einstein: No, maestro Platón, yo nací mucho después de su muerte, aunque algo me llegó de sus teorías. La mía se llama Teoría de la Relatividad. Platón: ¿Quiere decir usted que en su teoría todo es relativo y nada es eterno ni absoluto? Aristóteles: Una relatividad del origen del tiempo en el tiempo sería ya en sí un mal principio! Einstein: No, maestros, algunos han querido interpretar mi teoría así, pero mi teoría no dice que todo es relativo. De hecho, surgió para explicar un fenómeno de la naturaleza que parece común a todos los hombres. Platón: Ah, leyes eternas y divinas entonces! Aristóteles: ¿Qué fenómeno es ese, señor Albert? Díganos. Einstein: La luz. Algunos científicos de mi época realizaron sutiles experimentos para determinar su velocidad y comprobaron que la velocidad de la luz es la misma para todas las personas que intenten medirla, independientemente del estado de movimiento en que se encuentren. Platón: Ah! Ves, Aristóteles! Como en el mito de la caverna, la luz es siempre fuente del conocimiento! Aristóteles: Así es, maestro, ya lo decían también los antiguos sabios: “todo lo gobierna el rayo”3. Einstein: Al menos, ese fue el origen que dio lugar a mi teoría. Jesús: Y, ¿por qué dice entonces usted que hay personas que interpretan su ley como que todo es relativo? Aristóteles: Eso sería ya en sí una contradicción! Si hay ley es precisamente porque no todo es relativo sino que la ley misma es ya común para todos los hombres! Platón: Efectivamente, Aristóteles, una ley es siempre universal. Einstein: Lo dicen así porque, para que precisamente la velocidad de la luz sea constante, el orden del tiempo en el que aparecen los sucesos para distintas personas depende de su estado de movimiento. Aristóteles: De las apariencias habla usted entonces, ¿no? Einstein: Sí, así podría decirse. Platón: En verdad que en las apariencias no está la ley verdadera, eso ya lo dijimos antes, sino que es a través de las apariencias como llegamos a la ley. Einstein: Así lo entiendo yo también, cómo la ley dicta precisamente que, aún habiendo cosas comunes a todos los observadores, tensores los llamamos nosotros, sus coordenadas son distintas para cada observador. Jesús: ¿Coordenadas? Einstein: Sí, las medidas de las apariencias, en cierto sentido. Platón: Ah! Los números y sus medidas! ¿Qué bella parece su teoría? Me gustaría que me la explicase usted con más detalle! Einstein: Es una teoría que necesita de un desarrollo matemático muy complejo. Platón: Las matemáticas! No se preocupe, esa es una de mis pasiones! Por favor, señor, explíqueme su teoría! Aristóteles: Maestro, quizá no sea este el momento, recuerde que nos ocupa la cuestión de dónde nos encontramos. Platón: Es cierto, Aristóteles, esa cuestión es más apremiante. Por cierto, ¿no sabrán ustedes, señores hebreos, dónde nos encontramos?

3 Heráclito, cit. Hipólito, Ref. IX 10 (DK 22 B 64), en OÑATE, T., El nacimiento de la filosofía en Grecia, Dykinson, Madrid, 2004, p. 199.

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Einstein: No, ciertamente no sabría decirles. Mi teoría trata del movimiento y del tiempo diacrónico, y aquí parece más bien que nos encontramos en una cierta eternidad, en el plano sincrónico del pensar y esa es su especialidad, maestros. Jesús: A mí algunas cosas de este instante eterno me resultan familiares al reino de Dios, pero hay demasiada guerra y destrucción para ser su reino. Aristóteles: Si estamos en el tiempo eterno del pensar y del decir, de alguna manera debemos estar en algún sitio divino, pero sí, coincido con usted en que aquí no parece haber mucha amistad, no. Platón: Por cierto – dirigiéndose a Jesús –, sería tan amable de decirnos quién es usted, buen hombre. Jesús: Yo me llamo Jesús y, aunque soy de Nazaret, nací en Belén, y estuve estudiando durante mucho tiempo la ley de Dios. Al final, fui condenado a morir en Jerusalén. Aristóteles: ¿Condenado a muerte? ¿Por qué? Jesús: Oficialmente por blasfemia y hechicería, y por haberme proclamado rey de los judíos, lo cual es absurdo, pues mi palabra es que no hay más reino que el divino ni más rey que Dios! Aristóteles: Mire, maestro, lo condenaron por impío, como al maestro Sócrates! Platón: Ya dijimos, Aristóteles, que bárbaros los ha habido en todos los tiempos y en todos los lugares. Aristóteles: Sí, maestro, y además, que lo divino rige y regula, efectivamente, ya lo dijo también el maestro Heráclito4. Y, ¿por eso lo mataron, señor? Jesús: Bueno, en realidad me mataron porque me tenían miedo. Einstein: ¿Miedo? Jesús: Sí, yo era amigo de los pobres y de los desamparados y éstos me amaban porque yo no los despreciaba. Con el tiempo, cada vez fueron más los que, a través de mis palabras, reconocieron que los poderosos mercaderes del Templo lo habían convertido en un sucio Mercado donde, para redimir los pecados, sólo importaba el dinero que las personas gastaban en sacrificios y otros rituales. Einstein: El poder del dinero corrompe siempre a los hombres avariciosos. Jesús: Y como cada vez eran más los que denunciaban y se revelaban contra la opresión de los sacerdotes del Templo, éstos tuvieron miedo de mis palabras y de mis obras, y me condenaron a muerte. Aristóteles: Como dice el maestro Platón, los bárbaros habitan todas las tierras. Jesús: Yo sólo quise mostrar a los hombres que en el reino de Dios es la Amistad igualitaria y el Amor fraternal lo que nos une y lo que debe guiar nuestras acciones. Amistad y Amor dados y recibidos para y por el prójimo: esa es mi palabra. Aristóteles: Que lo divino se encuentre en nuestras acciones realizadas con amistad en el seno de la comunidad me parece, ciertamente, una verdad y no algo por lo que condenar a muerte a quien lo proclame. Jesús: Pues así hicieron conmigo. Einstein: Usted es entonces ese Cristo que adoraban en mi época los que me querían matar! Jesús: No matarían en mi verdadero nombre ni por seguir mi palabra, eso se lo aseguro, buen hombre. Einstein: Ellos, los cristianos, decían que usted resucitó después de su muerte. Jesús: Eso, de ser así, depende solo del designio de Dios y de si mi palabra ha permanecido en las obras de las personas. 4 “La guerra es padre de todo, de todo es rey [rige y regula]; a unos los señaló dioses, a otros hombres; a unos los hizo esclavos, a otros libres”, en Hipólito, Ref. IX 9 (DK 22 B 53), en OÑATE, T., El nacimiento de la filosofía en Grecia, Dykinson, Madrid, 2004, p. 197.

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Aristóteles: Efectivamente, así parece que las acciones de las personas y de los pueblos nos mantienen vivos eternamente, y ¿qué hay más divino que eso? Platón: Ciertamente, Aristóteles, lo eterno es lo divino. Aristóteles: Pero, entonces, ¿no pueden ustedes decirnos dónde nos encontramos? Einstein: Ciertamente no, ya les he dicho que confío más en ustedes para descubrir esa verdad. Jesús: Yo tampoco podría decírselo. Si hubiese más amor y amistad, podría decirse que estuviésemos en el reino de Dios, pero me parece que aquí hay mucha falta de tales cosas. Confío en ustedes, hombres sabios, para desvelar ese misterio. Ahora he de irme, hay mucha gente que necesita mi ayuda. Einstein: Sí, yo también he de irme, mi teoría necesita aún de algunos desarrollos para ser completa, y quiero pensar sobre ello. (Einstein y Jesús inician su salida del escenario) Platón: Esperen, señores hebreos, les acompañaremos. (Llegándose a Einstein) Me interesaría sobremanera que me explicase esa teoría suya, me parece muy interesante y quiero saber más acerca de ella. Aristóteles: Sí, maestro, acompañemos a estos amigos. (Acercándose a Jesús) En su compañía, pienso que habremos de ofrecernos buenos y placenteros discursos. Platón: Ala! Vayámonos pues todos juntos. (Salen del escenario)

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Escena 3ª (Aparecen Platón y Aristóteles caminando lentamente y dialogando) Aristóteles: Qué interesantes sabios estos con que nos hemos encontrado, maestro, y qué prudentes y sensibles en sus discursos. Platón: Y, cuánta Ciencia, Aristóteles! Qué bello es dialogar en armonía y poner de manifiesto los distintos pareceres. Aristóteles: Sí que lo es, maestro. Platón: Igual que dije que los bárbaros habitan en muchos lugares, también he de decir que en todos los lugares hay hombres sabios y virtuosos de los que aprender. Aristóteles: Muy cierto, maestro. Pero seguimos sin saber dónde nos encontramos. Platón: Eso también es cierto, Aristóteles. ¿Has podido, a partir de las experiencias de los lenguajes que aquí hemos vivido, sacar alguna idea de dónde nos podemos encontrar? Aristóteles: No lo sé, maestro, se han dicho muchas cosas, y todas requieren nuestra atención. Estoy pensando en algunas de esas cosas. Platón: ¿En qué estás pensando exactamente, Aristóteles? Exponlo al diálogo compartido para que así podamos juntos llegar a algún razonamiento sensato que nos indique dónde nos encontramos. Aristóteles: No sé maestro si sabré exponerlas tan sabiamente como lo hace usted, tendría que ordenar mis pensamientos. Platón: La mejor forma de hacerlo, Aristóteles, es exponiéndolos. Inténtalo al menos, tú eres mi mejor alumno, estoy seguro de que lo harás sabiamente. Además, tus preguntas y tus reflexiones son siempre una fuente de sabiduría y de placer. Aristóteles: Me pregunto, maestro, ya que nos dice que la verdad está sólo en los conceptos y tan sólo podemos vislumbrarla y no alcanzarla completamente porque está en otro lugar, si no habría otra manera de poder experimentarla. Platón: Continúa, por favor. Aristóteles: Pienso, maestro, que las acciones de los entes vivos pueden entenderse también como una cierta experiencia de la verdad. Platón: Explícate. Aristóteles: Me refiero a si en acciones como escribir una obra poética, actuar en una obra de teatro o realizar un discurso entre amigos, como estamos haciendo ahora mismo, si no podemos entender que son en sí mismas una experiencia de la verdad. Platón: Explícate mejor, Aristóteles, pues no consigo ver del todo como al actuar en una obra de teatro podríamos experimentar la verdad. Aristóteles: Mi razonamiento es el siguiente, maestro: en cierto sentido, las cosas son por las acciones en las que las cosas se desvelan: por observarlas, por decirlas, por pensarlas, y así con todas las demás cosas. Platón: Efectivamente, así se revelan las cosas a nuestros ojos, oídos y a nuestro intelecto. Aristóteles: Además, en la acción están relacionados tanto el agente de la acción como el objeto de la acción: cocer una barra de pan puede verse como la relación que une al pan y al panadero, ¿no es así? Platón: Así es. Aristóteles: Y más aún en las cosas vivas, éstas están vivas precisamente por vivir, por hacer cosas, ¿no? Platón: Eso es, precisamente, la vida: vivir, hacer cosas.

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Aristóteles: Esa es su alma. Platón: Puede ser. Aristóteles: Luego la esencia de la vida será vivir, es decir, residirá en nuestras acciones, ¿puede ser así, maestro? Platón: Podría ser, Aristóteles, pero tú sabes bien que la verdad es eterna, y por eso divina, y los animales y los seres animados, todos nacen y mueren: ¿cómo, entonces, podría residir en sus acciones la verdad divina? Aristóteles: Puestas en comunidad, maestro. Platón: Creo ver hacia dónde te diriges, explícate. Aristóteles: Maestro, si nuestras obras y acciones se realizan y se dirigen a la comunidad de nuestros conciudadanos, entonces, al menos las acciones más excelsas y virtuosas pasarán al alma vivo de la propia comunidad, ¿no es así? Platón: Así pues, ¿dices que al actuar en el seno de una comunidad, nuestras acciones pueden incorporarse, si son suficientemente virtuosas, en las costumbres y el acervo cultural de la propia comunidad? Aristóteles: Efectivamente, eso es lo que digo, y es ahí donde reside también nuestra alma, maestro, en la comunidad: en su historia y en su cultura. Platón: Dices entonces que hay dos almas, la de cada individuo y la de la comunidad. Aristóteles: No exactamente, maestro, el alma es la misma, es el aliento de los seres vivos pero, efectivamente, son dos planos de este mismo alma: por un lado, el aliento que habita en nuestras acciones individuales y, por otro lado, estas mismas acciones cuando son realizadas en comunidad y agenciadas por ésta. Platón: Ya veo. Aristóteles: Piénselo, maestro, si nuestros amigos de la Paideia de todos los tiempos las incorporasen en sus propias acciones se convertirían en acciones comunitarias eternas e inmortales, ¿no es así?. Platón: Es interesante eso que dices, Aristóteles, porque en nuestra discusión anterior acerca del mito de la caverna, las ideas conceptuales y los entes vivos habitan en dos mundos separados. Como bien sabes, para unirlas tuve que incorporar la idea de un artesano creador de los entes vivos que realizase su trabajo conforme a las ideas de su imaginación: el Demiurgo. Aristóteles: Pero en ese caso, maestro, tendríamos que encontrar otro enlace entre el artesano y la idea de artesano, otro creador que crease al creador, y así indefinidamente hasta el infinito. Platón: Ese era un problema, Aristóteles, por eso decía que en esa imposibilidad de encontrar el límite se tenía que poder vislumbrar el límite mismo, aunque quizá no encontré realmente la solución al problema. Aristóteles: Además, maestro, si lo pensamos bien, tanto la materia de las cosas como los conceptos son ambos materia: una sensible y otra intelectual, pero ambas están compuestas y pueden dividirse. Platón: Eso parece cierto. Aristóteles: Pero todas las cosas que pueden dividirse y estar compuestas de otras cosas tienen sus causas en esas otras cosas que las componen. Platón: Así puede pensarse. Aristóteles: Sin embargo, la esencia de las cosas, si ha de ser un límite y la causa primera de las cosas, tiene que ser simple e indivisible, si no, si fuese divisible, sería causada por los elementos de sus divisiones y por tanto no sería la causa primera. Platón: Eso parece correcto, Aristóteles. Yo dije que para el creador la causa del hombre era la idea del hombre, es decir, el hombre en sí, y la causa de un perro es el perro en sí, es decir, la idea de perro.

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Aristóteles: Pero maestro, la idea de hombre es una idea compuesta por la idea de animal y la idea de ser racional, estas serían sus causas, así como las causas de todo compuesto serían sus componentes. Platón: Así es, por eso, si vamos escalando en la jerarquía de los conceptos llegaremos a que la causa de todas las demás ideas es sólo una: el ser o la Idea del Bien. Aristóteles: Pero entonces ésta pasa a ser una idea vacía de contenido porque si tuviese contenido tendría en este su causa. Platón: En mi razonamiento, la idea del Bien o el Ser estaría presente en todas las cosas pero no diría nada de ninguna de ellas, sólo que se dirían a sí mismas. Aristóteles: Me parece un concepto vacío entonces, maestro, y demasiado alejado de la experiencia sensible. Pienso que si la idea de perro efectivamente no ladra, ¿cómo puede residir ahí entonces la causa de los perros? Platón: Bueno, las ideas están en otro mundo, pero sí, efectivamente, reconozco que es difícil enlazar las Ideas con la experiencia sensible de las cosas, no te lo niego. Aristóteles: Sin embargo, maestro, si lo pensamos bien, las acciones de los entes vivos son inmateriales e indivisibles: leer es leer y no se compone de nada más, así como contemplar una obra de teatro es simplemente contemplar. Platón: Pero en la obra de teatro se necesitan actores y un público (señalando al público), ¿no serían esos su compuestos? Aristóteles: No, maestro, el contemplar la obra es en sí tan sólo contemplar. Por supuesto, contemplamos la obra y la obra es contemplada por el público, pero la acción inmanente es simplemente contemplar y es, además, una acción que reúne precisamente al público con los actores, es lo que hay de común y de enlace entre ellos. Es, además, una acción comunitaria y que pasa por tanto al alma comunitaria a través de la contemplación del público y de la actuación de los actores. Platón: Eso es cierto. Pero, qué pasa entonces si contemplamos la obra de teatro por algún motivo, por ejemplo, para divertirnos o para aprender algo. Aristóteles: Pues que entonces su causa radicaría en esos motivos. La esencia por tanto no sería contemplar la obra por algo, con un fin, sino simplemente contemplarla por el puro placer de la contemplación. Si luego, además, aprendemos algo o nos divertimos, es decir, si los actores nos causan placer con su actuación, entonces esa contemplación será asimilada por el público que la hará suya y pasará así a formar parte del aliento cultural de la comunidad, haciéndose de este modo eterna, y por tanto divina. Platón: Dices, entonces, que lo divino del alma del hombre no son sus acciones individuales, las cuales mueren con su cuerpo, sino que esto divino reside en sus acciones comunitarias a través de sus obras excelsas, recibidas y agenciadas por la comunidad, ¿eso dices? Aristóteles: Precisamente, eso es lo que digo, maestro. Platón: Es interesante lo que planteas, Aristóteles, siempre fuiste mi alumno más aventajado, no me cabe duda de eso. (Platón se queda pensativo por un momento) Platón: Además, creo que tu razonamiento puede sernos útil para averiguar donde nos encontramos. Aristóteles: ¿Cómo, maestro? Platón: Déjame pensar. (Platón se queda en actitud reflexiva por unos instantes) Platón: Dices que, aunque nosotros hayamos muerto, nuestra alma sigue alentando en las acciones comunitarias de todos los tiempos, y que por eso es inmortal y divina, ¿no es eso?

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Aristóteles: Eso es lo que digo, maestro. Platón: Te refieres a que nosotros seguiríamos vivos si viviésemos, por ejemplo, en una obra de teatro en la que se representasen nuestros pensamientos e incluso nos representasen a nosotros mismos, ¿es eso? Aristóteles: Eso es, maestro. En una obra de teatro que tratase de nosotros y de nuestras obras, viviríamos tanto en los actores que nos representasen como en el público que los contemplase. Platón: Podría ser verdad, entonces, que habiendo muerto como hombre individuales, sigamos vivos eternamente en la historia. Aristóteles: Esa es, ciertamente, la verdad. Platón: Y no solo nosotros, sino también las almas de los demás hombres cuyas acciones hayan sido virtuosas. Aristóteles: Ellas también, claro. Platón: Por ejemplo, estos hebreos con los que hemos hablado estarían también vivos en las almas de la comunidad si sus palabras y sus obras fuesen virtuosas. Aristóteles: Así debe ser. Platón: Así que al final, lo que decían del hebreo Jesús, es decir, que había resucitado, es en cierto sentido verdad: resucitó y se convirtió en divino! Aristóteles: Resucitó su palabra y su obra, y resucitará tantas veces como su palabra sea pensada, transmitida e incorporada, desde cada contexto, en las acciones de la comunidad, como las palabras y las obras de todas las personas excelsas y virtuosas. (Platón, pensativo) Platón: Entonces, creo que ya hemos encontrado el límite de nuestra búsqueda, pues sabemos ya dónde nos encontramos. Aristóteles: Así lo parece, maestro. La Ciencia y el discurso racional nos ha mostrado también qué es lo eterno y lo divino, y dónde habita. Platón: Mi querido Aristóteles, qué alumno más aventajado fuiste siempre! (mirando a todas partes y, en particular, al público) Así que nos encontramos en la eternidad de la comunidad! Aristóteles: Así lo parece, maestro. Platón: Pero entonces, Aristóteles, cuando acabe esta obra ¿nosotros pereceremos siendo a la vez inmortales? Aristóteles: No, maestro, lo inmortal no puede perecer. Nosotros, solamente nos ocultaremos, igual que ya éramos antes de esta obra pero aparecimos en ella. Platón: Eso es cierto, Aristóteles. Qué gran razonamiento el tuyo. (Platón y Aristóteles se quedan por un breve espacio de tiempo pensativos, experimentando la plenitud de la experiencia de la verdad que acaban de vivir, mirando al público, compartiendo con ellos esa experiencia de plenitud) Aristóteles: (Mirando al público) Qué grata sensación la contemplación de la verdad, ¿no es cierto, maestro? Platón: (Mirando al público) Sí que lo es, Aristóteles, sí que lo es. Platón: Venga pues, Aristóteles (acercándose y cogiéndose del brazo), acércate a mí y vayamos a ocultarnos entonces que, como bien sabemos, todo lo inteligible tiene un límite y ya ha quedado claro lo que queríamos decir. (Marchándose lentamente del escenario) Quién sabe si volveremos a aparecer nuevamente en otro tiempo y en otro lugar.

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Aristóteles: Eso lo decidirán los actores y el público de los todos los tiempos y todos los lugares, que son quienes, en definitiva, desde sus propias reflexiones y acciones, tienen la potestad para hacerlo. Platón: Eso es cierto, Aristóteles, sin ellos (volviendo la cara al público) no seríamos nada. Aristóteles: Así lo pienso yo también, maestro. Platón: Ala, pues, ocultémonos, con el permiso del público de este tiempo y este lugar, en nuestra morada eterna. Aristóteles: Sí, hagámoslo, maestro. Platón: Buenas noches, Aristóteles, mi fiel amigo. Aristóteles: Buenas noches, maestro.

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