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Por los canales

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Pensó en la muerte de sus padres y no lo sumió la soledad. Estarían todos ahí. Los argentinos. Los que en las calles pasaban con la complicidad de lo propio y de lo auténtico. Porque no eran sus familiares o sus amigos lo que lo ataba al mundo y a vivir sino esos seres que con el anonimato de lo querido le decoraban la vida desde su ventana al ser lo que se era junto a ellos. Las calles y la gente. Todos con esa modalidad que oscila entre el desinterés y el ser curiosos. La forma de caminar y de hablar. De vestirse y de negar. El servicio de inteligencia que ellos le eran al mirar tan solo sus rostros. La vorágine del hoy. El centro de una litúrgica bondad entre lo conocido y lo que se entiende. La cadencia del tono de voz. Las especulaciones permanentes sobre todo tratando de adivinar el devenir. El mapa de las calles que más que sujeto a próceres se debía a los conductos que todos conocían de la ciudad. Los canales de irrigación del inconciente. También pensó en el tiempo perdido. En todo el esfuerzo que no se había amarrado a una escollera. En el ver a la deriva lo que la vida le había echo hacer. El poner en tela de juicio el color de lo que le acercaba a todos ellos. El sortilegio de pasar por delante de tantas cosas sin reconocerlas como suyas. Como si la propiedad de lo que lo circundaba fuera un reparto distribuido por razones arbitrarias pero certeras. Es decir que todo le pertenecía a alguien y ese era el derecho de cada uno a existir. La gente se ocupaba de lo suyo pero uno era parte de eso. Porque si pasaba algo todos éramos nuestro refugio. Para conocerse bastaba con hablar unas palabras. Llenas de inquietudes. El tránsito era estar de paso pero también existir para los demás. La verdad era el ser concientes de una fuga entre los canales del irse y volver haciendo cosas entre ellos. Los testigos afloraban de las baldosas caminando con urgencia o displicencia según el momento del día y lo que a cada uno le sucediese. El agotamiento del esfuerzo que era en vano se compensaba con la pertenencia a un núcleo de ideas de por vida. Uno podía tocar la vida de los demás cuando te contaban sus arbitrariedades. Las intermitencias de una delicadeza para obrar, sujeta a espacios y al tiempo que transcurría como la arena entre los dedos escapándose con la belleza de lo tibio. El verdadero motivo por el que se vivía con la mirada de lo que se concentraba dentro.