PRIMERAS PÁGINAS “wIktoR hIPNotIzA A lAS fIERAS” · PDF fileyección o de un muñeco articulado de asombroso realismo. Todo el mundo pudo ver que en el interior de los ojos del

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Primeras páginas: “Wiktor hipnotiza a las fieras”

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El mejor amigo del hombre es el hipogrifo

No quedaba ni una butaca libre en el Gran CircoAlfa. La función del domingo por la tarde estabasiendo todo un éxito. Sarah, la equilibrista, habíadejado muda a la gente con su número de los platosque giran sobre un alambre. Los hermanos Johnson,cuatro forzudos estadounidenses, habían ofrecidouna buena ración de saltos y acrobacias. La pareja de bailarines croatas Tatiana y Mijail había embe-lesado a los padres con sus piruetas y sus constan-tes cambios de vestuario. Después le tocó el turno aWiktor, el artista más joven del elenco del Alfa.Cuando lo vieron aparecer, todos desconfiaron de loque era capaz de ofrecer. Luego las luces bajaron suintensidad y comenzó a sonar una música suave deaires orientales, que lo llenó todo de misterio. Cincominutos después, los espectadores miraban embo-bados hacia la parte más alta de la cúpula azul sin

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poder creer lo que veían sus ojos. La música parecíamultiplicar la vistosidad del espectáculo. En el cen-tro de la pista, detenido con majestuosidad, aquelchico de apenas once años, de pelo largo y rubio su-jeto en una coleta sobre la nuca, levantaba también lamirada en dirección a lo más alto. Sus ojos resplan-decían con un extraño fulgor amarillo y sus manospermanecían abiertas y levantadas, ejecutando devez en cuando lentos movimientos acompasados.

De pronto, el público fascinado vio descenderdesde las alturas un animal extraño y enorme. Teníaalas, como si fuera una águila, pico afilado y un plu-maje de vistosos colores dorados y rojos. Sus patasdelanteras eran garras afiladas. Los cuartos trase-ros, en cambio, no eran propios de un pájaro, sinoque más bien se parecían a los de un caballo. Tam-bién tenía una larga cola de crin y pezuñas. Más deuno se restregó los ojos nada más verlo aparecerpara asegurarse de que no era producto de su imagi-nación o de la escasa luz que reinaba en la carpa. Algunos se preguntaron si no se trataría de una pro-yección o de un muñeco articulado de asombroso realismo.

Todo el mundo pudo ver que en el interior delos ojos del animal brillaba una luz tenue y amari-

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llenta. El extraño pájaro dio varias vueltas sobre lassillas de los espectadores y fue a posarse al lado delmuchacho.

Se oyeron algunas expresiones de admiración yde sorpresa. La pregunta que la mayoría tenía en lacabeza era:

—¿Qué clase de criatura es ésa?Una voz sonó, atronadora anunciando el final

del número:

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—Un aplauso, señoras y señores, para Wiktor, eljovencísimo hipnotizador, y su hipogrifo amaestrado.

El público explotó en un aplauso entusiasta.—Mamá, ¿ese niño es el domador del monstruo?

—preguntaba una niña pequeña de la primera fila.—Sí, hija, pero el monstruo no es de verdad. Es

un muñeco.—¿Qué animal es ése, papá? —preguntaba otro,

un poco más mayor.—Un hipogrifo, hijo. ¿No has oído al presen-

tador? —¿Los hipogrifos existen, papá?—No lo sé, hijo mío —contestaba el desconcer-

tado padre, rascándose el mentón—. Hasta ahoramismo, pensaba que no.

—¡Qué grande! Por lo menos es el doble de altoque el chico —observaba alguien.

El hipogrifo, que se llamaba Karamazov, pesa-ba exactamente ciento cuarenta y ocho kilos, y medíados metros con sesenta y tres centímetros (cuando seerguía sobre sus dos patas traseras) de modo que eramás del doble de alto que Wiktor. Y, a pesar de todo,él sabía mantener el control en cada momento.

Wiktor y el hipogrifo desaparecieron por la en-trada de artistas, entre ovaciones.

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—Cada día te sale mejor, muchacho —le dijomíster Wu, el mago, elegantemente vestido con suesmoquin dorado y su chistera, a punto de salir alescenario a deslumbrar a los espectadores con sustrucos.

Wiktor sonrió mientras observaba sin pestañeara Karamazov, su hipogrifo, y amarraba una cadenade su imponente cuello. Sabía que el momento enque el animal entraba después del número, era elmás delicado. Si no actuaba deprisa, corría el riesgode que Karamazov despertara de golpe y comenzaraa atacar a cualquiera que se le pusiera por delante.No lo había hecho nunca y, por lo general, no teníamal carácter, pero no convenía olvidar que los hipo-grifos son animales muy fieros y que tienen ciertascostumbres algo molestas, como por ejemplo, la decomer carne humana.

Mientras salían, Wiktor escuchó la voz de Vla-dy, anunciando el siguiente número:

—A continuación, recibamos con un fuerte aplau-so al mago más increíble y más poderoso de Orientey Occidente. Llegado directamente de Japón a nues-tra pista, ¡¡¡Míster Wuuuuuuuu Loooooooong!!!

Wiktor se alejó en dirección a los túneles oscu-ros por los que se accedía al subterráneo. Al hacer-

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lo pasó frente a Maddox, que apoyado en una de las columnas laterales observaba todo el espectácu-lo desde la zona de artistas. Aún no había debutadosobre la pista del circo, pero lo haría pronto. Él yWiktor ensayaban varias horas todas las tardes yVlady tenía la intención de que debutaran juntos enmenos de un mes. Aunque, hay que decir que, pese aser compañeros de número y tener la misma edad,los dos chavales no se llevaban precisamente bien.Maddox tenía la impresión de que Wiktor era unpresumido insoportable. Y Wiktor, a quien en reali-dad las relaciones sociales no le interesaban dema-siado, tenía una opinión casi idéntica acerca de Mad-dox.

Lo que suele llamarse una relación difícil.

Dejemos ahora a Maddox mirando el númerodel increíble mago levitante míster Wu —que acabade dejar al público literalmente con la boca abierta—y acompañemos a Wiktor por los oscuros pasadizosque conducen hasta la nave subterránea donde viveKaramazov, el hipogrifo. Nos encontramos en unaantigua plaza de toros, un edificio circular de estiloneomudéjar de la ciudad de Barcelona, llamado pla-

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za Monumental. Es aquí donde el circo tiene insta-lada su carpa. Desde fuera, es un edificio de ladrillodecorado con azulejos blancos y azules que formanestrellas y constelaciones. Por dentro, es un lugar in-menso, lleno de pasillos interminables, que escondeen sus entrañas un sótano plagado de galerías secre-tas y lugares oscuros.

Cuando alcanzó el final de la escalera descen-dente, Wiktor esperó un momento, hasta que susojos se acostumbraron a la oscuridad. A su lado re-soplaba el hipogrifo, amarrado de la cadena y yamucho más tranquilo.

Atravesaron el largo pasillo. Era un espacioabovedado, de altos techos y olor a humedad, rodea-do por numerosas estancias tan oscuras como bocasde lobo. Había puertas que chirriaban y detrás de al-guna de ellas arrancaban escaleras que no parecíahaber pisado nadie en mucho tiempo.

Siguió avanzando hasta una estrecha puerta la-teral, donde tomó el camino que llevaba al sótano.El hipogrifo lo siguió, encogiendo el cuello para caber por el angosto túnel. En realidad, si el huecohubiera sido un poco más estrecho, no habría pasa-do. Sus plumas rozaban las paredes como si se tra-tara de un plumero gigante. Al final de la escalera

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había una estrecha terraza desde la que se obteníauna privilegiada vista de una de las arterias princi-pales de la ciudad. A Karamazov no le gustaba per-manecer allí, y menos a esa hora en que los faros delos coches lo deslumbraban, de modo que el mucha-cho se dio prisa.

Recorrieron los veinte metros de terraza hastallegar a una puerta de hierro oxidado. Wiktor em-pleó sus dos brazos y todas sus fuerzas para abrir lapesada puerta de hierro. Mientras tanto, Karamazovaprovechó para sacudir sus plumas de la suciedadacumulada, y se convirtió por un momento en unaenorme nube de polvo.

La plancha de acero cedió con un escandalosochirrido y ambos pasaron. Wiktor iba primero, ti-rando de la cadena del animal. En cuanto llegaronabajo, el chico se secó el sudor de la frente, desvió lamirada para liberar al hipogrifo del efecto de la hip-nosis y agarró bien la bolsa antes de emprender elúltimo tramo.

El lugar era desolado, de techos altísimos, suelos muy sucios y grises paredes sin ventanas.Sólo en la parte superior de uno de los lados habíauna especie de respiradero que se abría a otra estan-cia interior y por el que se filtraba una luz gris.

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Wiktor se dirigió al fondo de la sala, donde estabala gran jaula que servía de vivienda a su fiel Kara-mazov.

—Entra —ordenó, abriendo la puerta.Una vez que el hipogrifo hubo cumplido la or-

den con la docilidad con que lo habría hecho un pe-rrito, Wiktor agarró la bolsa que llevaba consigo, laabrió frente a sus ojos y anunció:

—Y ahora, a cenar.Karamazov parecía mucho más tranquilo. Se

sentó sobre sus cuartos traseros y esperó a que sudomador le diera la cena. Nada más ver la comida,agitó las alas en señal de alegría. Wiktor extrajo dela bolsa un pedazo de pollo y se lo entregó con mu-cho cuidado. El hipogrifo, que en aquellos momen-tos no demostró tener precisamente una educaciónrefinada, agarró con el pico el trozo de carne, lo hizovolar en el aire y abrió la boca para que cayera direc-tamente en su gaznate. Luego lo deglutió de la mis-ma manera que cualquier gorrión hubiera devoradouna lombriz, y al acabar emitió un hipo o un eruc-to (no quedó muy claro) y se volvió a mirar a Wik-tor, agitando de nuevo las alas, reclamando más ali-mento.

Es probable que, llegado a este punto, tengas las

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mismas dudas que suelen asaltar a los espectadoresdel circo durante la función. Seguro que te pregun-tas si Karamazov es o no real, si se trata de un robot,de un bichejo mecánico o a saber qué tipo de engen-dro biológico.

Y ¿qué es un hipogrifo? Ajá, sin duda ésa es unapregunta muy inteligente. El hipogrifo es uno de losllamados animales mitológicos, lo cual significa quela mayor parte de los mortales no cree que existan enel mundo real, prefiere dejarlos para el de la fantasía:desde películas hasta leyendas, mitos, cuentos o no-velas. Hay que reconocer que el aspecto del hipogri-fo es un tanto extraño: tiene cuerpo de águila, conplumas rojas, doradas o plateadas y patas de caballo,que tanto pueden ser blancas o negras. No debe dehaber en el mundo más de una docena de hipogrifos,y todos habitan en solitario en las regiones más aleja-das de los humanos, generalmente en tupidas selvas.

Después de la regañina, Wiktor miró de nuevofijamente a los ojos de Karamazov y consiguió que se comportara con un mínimo de corrección. Por lomenos, logró que agarrara los pedazos de pollo desu mano y que no eructara después de tragarlos.

—Y ahora, duerme —le dijo, cuando hubo traga-do el último pedazo de pollo.

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El animal, con mucha mansedumbre, se dejócaer sobre el costado derecho, apoyándose contra lapared, mientras se cubría la cabeza con sus enormesalas. Medio segundo después estaba profundamen-te dormido, emitiendo ronquidos que resonaban enlas paredes como un eco monstruoso.

—Volveré mañana —susurró Wiktor—. Queduermas bien.

El muchacho subió la escalera y desapareciótras el largo chirrido de la puerta oxidada. Durantecinco, diez segundos, el lugar permaneció en un si-lencio sepulcral.

No habían hecho más que perderse las pisadasde Wiktor cuando el hipogrifo emitió un ronquidoprolongado y extraño, algo así como un quejido o unrelincho, y abrió los ojos de pronto en la oscuridad,muy agitado.

Inmediatamente surgió una sombra entre lassombras. Fue como si apareciera de la nada: una silue-ta oscura, de alguien muy delgado y descomunalmen-te alto... Atravesó la sala en dirección a la jaula del hi-pogrifo y le miró fijamente. Entonces sus ojos seencendieron, exactamente igual que minutos antes lohabían hecho los del joven Wiktor. Y lo mismo lesocurrió a los del animal, fijos en los del visitante.

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—Inclínate ante mí —dijo una voz rota que pare-cía venir del techo.

Karamazov bajó la cabeza en una reverencia quele salió algo torpe, seguramente por la falta de cos-tumbre.

—Bien —dijo el otro—, aquí tienes tu premio.Arrojó algo al interior de la jaula. De no haber

estado tan oscuro habría sido posible distinguirlomejor. Parecía una mano; una mano humana. Kara-mazov se apresuró a devorarla con fruición y duran-te unos segundos pareció que del extremo puntia-gudo de su pico sobresalían cinco rollizos dedos deniño.

—Muy pronto regresarás a casa, pequeño —dijola sombra oscura.

Luego se marchó por el mismo lugar por el quehabía salido Wiktor, dejando al hipogrifo en la sole-dad más absoluta.

¿Has leído «soledad»? ¿Seguro? ¿No había na-die más en el enorme sótano?

Sólo un observador muy perspicaz habría podi-do darse cuenta de un detalle. Por la trampilla supe-rior, esa que daba a una habitación contigua desde laque llegaba una luz gris, asomaban dos ojos curio-sos, vivarachos y algo asustados. Llevaban allí un

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buen rato y habían visto toda la escena, de cabo arabo. Y eso, aunque ahora no pudiera saberlo, no eraprecisamente una suerte.


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