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ISSN 1657-9992 ISSN 1657-9992 Universidad del Tolima Año 2005 Volumen 4 Nº 8 Rafael Gutiérrez Girardot. 1928 - 2005

Revista Aquelarre Dedicada a Rafael Gutierrez Girardot

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ISSN 1657-9992ISSN 1657-9992

Universidad del Tolima

Año 2005

Volumen 4 Nº 8

Rafael Gutiérrez Girardot. 1928 - 2005

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Nº 8

Segundo semestre 2005

Revista de filosofía, política, arte y cultura delCentro Cultural de la Universidad del Tolima

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Revista del Centro Cultural de la Universidad del Tolima.

Rector: Dr. Jesús Ramón Rivera BullaEditor: Julio César Carrión CastroConsejo Editorial: José Hernán Castilla Martínez

Arlovich CorreaCésar Fonseca Árquez

Manuel León CuartasFernando Ramírez DíazHugo Ruiz Rojas

Diseño y Diagramación: Leonidas Rodríguez FierroImpresión: El Poira EditoresDirección Postal: Centro Cultural Universidad del Tolima Barrio Santa Helena - Ibagué

Teléfono: (98)2669156 - IbaguéCorreo Electrónico: [email protected]

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Tabla de contenido

Carta del editor .............................................................................................................. 5

En la muerte de Rafael Gutiérrez Girardot ...................................................................... 7

Rubén Jaramillo Vélez

Presentación ................................................................................................................. 15

José Hernán Castilla

Artículos de Rafael Gutiérrez Girardot

Sobre Guillermo Valencia ............................................................................................. 17

Cómo leer a Tomás Carrasquilla ................................................................................... 19

Una tentativa de “historia social” en Colombia ............................................................. 23

El ‘Anuario colombiano de historia social y de la cultura’ .............................................. 25

Carlos Arturo Torres y el pensamiento contemporáneo ................................................. 27

Un caso complejo ......................................................................................................... 29

La literatura colombiana: Mito y realidad ..................................................................... 33

Sobre una antología ...................................................................................................... 39

Figuras imaginarias ....................................................................................................... 45

¿Panorama? ¿inédito? ¿de poesía? .................................................................................. 47

Kafka y Colombia ....................................................................................................... 51

El debate de los historiadores ........................................................................................ 55

Eros y política .............................................................................................................. 59

Devoto filósofo de Envigado ........................................................................................ 63

Prólogo (a De sobremesa de José Asunción Silva) ........................................................... 67

El “piedracielismo” colombiano .................................................................................... 75

Estratificación social, cultura y violencia en Colombia ................................................. 85

Para una ‘desprovinciación’ de León De Greiff .............................................................. 99

Polémica y crítica ....................................................................................................... 107

Estimado universitario... ........................................................................................... 113

El maestro y la educación ........................................................................................... 117

Noticia bibliográfica ................................................................................................. 119

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Las ilustraciones de la presente edición, fueron tomado de Animales mitológicos de AntonioGrass

La portada. RevistaFoto: Premio Literario Alfonso Reyes, 2002

Los artículos son publicados bajo la exclusiva responsabilidad de sus autores

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Carta del editor

El profesor Rafael Gutiérrez Girardot, fallecido en Alemania el pasado 27 de mayo, espoco conocido en nuestro país, pero tal vez sea el intelectual colombiano de mayorprestigio y reconocimiento internacional. Casi toda su obra fue escrita en el exterior.

Nació en Sogamoso en el año de 1928 y se radicó en Europa desde 1950 pero siempremantuvo permanente contacto con la realidad política y cultural de Colombia y Latinoamérica,como lo corrobora su prolífica producción intelectual. Fue alumno de Heidegger, de Xavierde Zubiri y de Hugo Friedrich. Hombre de amplia formación humanística; coherente, lúci-do y radical en la exposición de sus ideas. Profesor de filosofía, historia, crítica literaria ehispanística en varias universidades europeas. Traductor de Nietzsche, Martin Heidegger,Ernst Jünger, Walter Benjamin, Gottfried Benn y de otros filósofos y pensadores alemanes.Reemplazó a Jorge Luis Borges como docente en el Instituto de Göteborg en Suecia y man-tuvo su cátedra como profesor emérito en la Universidad de Bonn hasta el final de su vida.

Aunque sólo vivió en Bogotá entre 1966 y 1967, no dejó de confrontar la mediocridadintelectual y el rastacuerismo reinante en un medio cultural signado por el acomodamientooportunista. Sostuvo que las élites colombianas sienten un profundo desprecio por la cultu-ra, son simuladoras del saber y autodestructivas. Culpó de nuestro atraso espiritual al catoli-cismo legado por la colonización española porque generó “un pensamiento visceralmentedogmático” y una sociedad pacata y ensimismada que forma intelectuales carentes de ethosacadémico que “utilizan la inteligencia como trampolín para el ascenso social y el ascenso alpoder”.

Responsabilizó a los intereses confesionales, empresariales y mercantilistas de corromper ydestruir la universidad pública, fomentando desde las universidades privadas la baja calidadeducativa y el desprecio por una formación para la mayoría de edad y el uso público delpropio entendimiento. Fustigó sin misericordia a la gran prensa como expresión oficial de laoligarquía que siempre ha gobernado nuestro país y afirmó que el negocio de la educaciónprivada es una estafa que dicha oligarquía le hace a la sociedad.

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Este número monográfico de la revista Aquelarre del Centro Cultural de la Universidad delTolima se publica como un sentido homenaje póstumo al maestro Gutiérrez Girardot, elagudo polemista y ensayista que marcó con sus escritos una impronta de ilustración sobre elacontecer nacional. Hemos querido presentar algunos de sus textos de crítica literaria, referi-dos exclusivamente a autores colombianos, en la consideración de que nuestros lectores sesentirán estimulados a conocer su extensa obra.

Para esta edición hemos contado con los aportes de Rubén Jaramillo Vélez, profesor delDepartamento de Filosofía de la Universidad Nacional, que presenta una breve disertaciónsobre la vida intelectual de Rafael Gutiérrez Girardot y con la invaluable colaboración de JoséHernán Castilla, conocedor de su obra, quien también se ha encargado de informarnos sobreuna amplia bibliografía del autor. Esperamos estar contribuyendo, de esta manera, al necesa-rio debate sobre la influencia política y cultural de esta apreciada obra, desde un medioacadémico e intelectual tan opaco, superficial y provinciano como el nuestro.

El editor

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Les agradezco mucho por esta invita-ción. Sin embargo, como lo dije hacetres semanas en el acto que con el pa-

trocinio de la Casa de la Cultura de la ciudadtuvo lugar en el teatro Sugamuxi deSogamoso, me resulta una ocasión muy tris-te, pues desde el día 28 de mayo, cuando meenteré del fallecimiento del gran maestro yamigo Rafael Gutiérrez Girardot, he estadotratando de elaborar el duelo, en vano. Sumuerte significa una perdida, en primer lu-gar para nosotros los colombianos, aunqueen realidad lo es para la América Latina en suconjunto, para esa que Manuel Ugarte lla-mara la “Patria Grande”: Indo-ibero-américa,una pérdida para todo el ámbito de la cultu-ra en lengua española.

Rafael Gutiérrez Girardot fue, en efecto, unade las figuras intelectuales más prominentesde este continente en la segunda mitad delsiglo veinte, si se tiene en cuenta que su ges-tión cultural, tan seria, tan genuina, tan fun-damentada, comenzó a perfilarse desde fina-les de los años cuarenta, cuando realizaba es-tudios de jurisprudencia, a través de sus pri-meros escritos -ensayos, artículos, reseñas crí-ticas- publicados en la Revista de la Univer-sidad del Rosario cuya dirección le fue enco-mendada por su rector de entonces,monseñor José Vicente Castro Silva, a quién

él siempre recordará con singular afecto. Ya alo largo de la década del cincuenta se dio aconocer ampliamente, en particular cuandose integró al grupo de intelectuales que secongregaron alrededor de esa gran revista quefue Mito.

Pero debo reiterar que me resulta sumamen-te triste llevar la palabra en esta ocasión. Enprimer lugar quisiera recordar que hace yamás de veinte años un grupo de jóvenes, en-tre los que se contaba mi amigo José HernánCastilla, aquí presente, que luego sería elcoeditor de una selección de sus escritos (His-panoamérica: imágenes y perspectivas), comen-zaron a leerlo, y corresponde a ellos el méritode haber puesto en circulación una serie decuartillas en fotocopias, llamando la atenciónsobre la obra de este ilustre compatriota quevivió casi cincuenta años en esa especie deexilio, tan frecuente en nuestro medio cuan-do una persona que se distingue por sus ex-celsas cualidades intelectuales es aislada y re-chazada y se ve obligada a emigrar para ges-tar su obra en el extranjero. De manera quees con mucha emoción, pero con mucha ysincera tristeza, que recuerdo aquí al maestroGutiérrez Girardot.

Aunque yo tuve la oportunidad de conocer-lo en alguna ocasión en Berlín, cuando reali-

En la muerte deRafael Gutiérrez Girardot*

Rubén Jaramillo Vélez **

* Conferencia pronunciada en Ibagué el viernes 26 de septiembre, por invitación del Centro Cultural de la Universidaddel Tolima** Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia

Rafael Gutiérrez Girardot yRubén Jaramillo Vélez - 1987

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zaba mis estudios, con motivo de una confe-rencia que él dictó en el seminario deromanística, debo mi relación con el profe-sor Gutiérrez a ese grupo de jóvenes que,como les decía, hace unos años comenzarona difundir su obra. En particular a mi apre-ciado amigo Juan Guillermo Gómez, quedespués de haber realizado sus estudios enAlemania se desempeña actualmente comodocente de cultura hispanoamericana en laUniversidad de Antioquia y está llevando acabo una gran labor como editor de los clási-cos del pensamiento y la cultura hispanoame-ricana como, por ejemplo, los dos libros deJosé Luis Romero, muy amigo del maestroGutiérrez Girardot, Latinoamérica: las ciuda-des y las ideas y Situaciones e ideologías enAmérica latina, así como la obra del gran his-toriador chileno Mario Góngora, tan reco-mendado por Gutiérrez, y una antología delensayo colombiano de los siglos XIX y XX.

Fue entonces a través de Juan GuillermoGómez, de José Hernán Castilla y otros jó-venes que yo entré en contacto con RafaelGutiérrez Girardot. En 1986 publiqué en laserie monográfica Argumentos, que por en-tonces comenzaba a editar, su ensayo intitu-lado “Universidad y Sociedad”, que ha teni-do una gran acogida en nuestro medio. Deesta manera, mi amistad con él comenzó aquíy no en Alemania. Mantuve una correspon-dencia con él, no muy frecuente pero de porlo menos dos o tres cartas anuales. Me en-tendía muy bien con sus familiares en Bogo-tá, doña Leonor Gutiérrez de Happle, la pri-ma que tanto lo quería, y su esposo, un inge-niero alemán muy simpático y muy amigosuyo. También tuve la oportunidad de cono-cer a su señora esposa, la madre de sus doshijas, una dama encantadora que mucho loamaba y le acompañó solidariamente duran-te casi cincuenta años.

En primer lugar haré referencia a algunosdatos biográficos para que ustedes tengan una

idea preliminar de quién era el maestro Ra-fael Gutiérrez Girardot.

Nació en el año de 1928 en Sogamoso, esaciudad de Boyacá tan peculiar en el conjun-to del departamento ya que por ser la puertade entrada a los llanos orientales y por su cli-ma, así como por ser una ciudad muy libe-ral, se diferencia del resto de las poblacionesdel departamento. Precisamente, como melo decía su compañero de infancia, mi amigoy muy estimado profesor Carlos PatiñoRoselli, las pocas familias conservadoras deSogamoso eran por entonces, en efecto, la deGutiérrez y la del propio Patiño. Su padre sellamaba Rafael María Gutiérrez. Era un diri-gente del partido conservador, abogado y se-nador de la República, que sería asesinadoen 1932, cuya esposa, Anita Girardot, eradescendiente del héroe de la campañalibertadora, el héroe del Bárbula.

Como huérfano de padre, Gutiérrez fue edu-cado por su abuelo materno, Juan de DiosGirardot, a quien consagraría páginas de hon-da devoción y afecto. Después de haber cur-sado estudios de primaria y bachillerato enSogamoso y Tunja se matriculó en la facul-tad de Derecho del Colegio Mayor de Nues-tra Señora del Rosario y al mismo tiempo enel recientemente fundado Instituto de Filo-sofía de la Universidad Nacional, que comen-zó a funcionar como adscrito a la facultad deDerecho de la misma y cuyo origen nos re-cuerda también la gestión de otro gran co-lombiano, gran amigo nuestro y de RafaelGutiérrez Girardot, el viejo maestro RafaelCarrillo Luque, un indígena canguamo delpoblado de Atanquez ubicado en una estri-bación de la Sierra Nevada de Santa Marta,quien después de haber realizado estudios enel Liceo Celedón de Santa Marta se trasladóa Bogotá y cursó también estudios de juris-prudencia en la Universidad Nacional, aun-que desde un principio se consagró con granfervor al estudio y la difusión de la filosofía.

Sin corbatín en Bonn 1991

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El mismo Gutiérrez recuerda a tres de susmaestros que fueron los fundadores del Ins-tituto. Cayetano Betancur, filósofo y juristaantioqueño, fallecido ya hace unos treintaaños, el ya mencionado Rafael Carrillo, yDanilo Cruz Vélez, que todavía vive y a quientuve el privilegio de escuchar como mi orien-tador en la primera etapa de mi formaciónfilosófica.

Rafael Gutiérrez Girardot pertenece a esageneración que al salir de la adolescencia ex-perimentó el trauma más profundo de la his-toria de nuestro país en el siglo veinte des-pués de la guerra de los mil días, que se ini-ció con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitánel nueve de abril de 1948, un evento que parteen dos la historia de Colombia y que dio ori-gen al dramático período de la “Violencia”durante los diez años que le siguieron.

Basta mencionar algunos nombres, como eldel poeta Fernando Charry Lara, muy ami-go suyo por cierto, fallecido apenas hace unosseis u ocho meses. Recuerdo que hace unosquince años la prima de Gutiérrez le ofrecióuna cena a él y a su señora y en esa ocasiónestuvo presente Charry Lara (que por ciertotambién fue uno de mis profesores, de litera-tura hispanoamericana, en la universidad).Pertenecen también a esa generación, entreotros, nuestro premio nobel, Gabriel GarcíaMárquez, y el padre Camilo Torres Restrepo;Héctor Rojas Erazo, el gran pintor FernandoBotero; Orlando Fals Borda, pionero de lasociología moderna en Colombia; HernandoValencia Goelkel, crítico literario y cinema-tográfico, además de excelente traductor delinglés, que murió hace unos años.

Algunos miembros de esa generación se agru-paron alrededor de la Revista Mito, cuyosfundadores fueron los “benjamines” de lamisma. Me estoy refiriendo a Jorge GaitánDurán y a Eduardo Cote Lamus, que falle-cieron ambos trágicamente, el primero en un

accidente de aviación en las Antillas cuandoregresaba de París, en l962; y el segundo, quemurió poco después a consecuencia de unaccidente automovilístico acaecido en lasproximidades de Pamplona cuando se des-empeñaba como gobernador de Santanderdel norte.

Como ya lo he mencionado, Gutiérrez co-menzó su gestión intelectual en el Colegiodel Rosario, cuando monseñor Castro Silvale encomendó la dirección de la Revista, enla cual publicó en el número de mayo/juniode 1949 la traducción de un ensayo sobre eltomismo moderno del sacerdote dominicoJosef Bochenski. Igualmente publicó el 15 deenero de 1950 en el suplemento literario delperiódico El Siglo, para el cual por entoncestambién escribía comentarios y reseñas elmaestro Rafael Carrillo, un ensayo sobre elsegundo centenario de Goethe, a quien co-nocía muy bien. Ya había publicado allí, el 9de octubre del 49, un artículo intitulado“Heidegger frente a Sartre”, lo que me pare-ce muy significativo porque en esa época eranmuy pocos los intelectuales colombianos queconocían a Heidegger mientras Sartre era casihegemónico. Quisiéramos mencionar otroartículo publicado en el suplemento literariode El Siglo intitulado “Un Nietzsche desdedentro”.

En familiacon su esposaMarliese y sushijas Bettina yMartella - 1985

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Ya he mencionado algunos autores alemanesde los cuales se va a ocupar Gutiérrezfervorosamente a lo largo de su vida, comoGoethe, Nietzsche y Heidegger. Sobre el se-gundo publicaría en 1966 en la EditorialUniversitaria de Buenos Aires (Eudeba) unlibro que no ha perdido actualidad y vigen-cia: Nietzsche y la filología clásica, uno de losmejores trabajos que se han escrito en lenguacastellana sobre ese aspecto específico de suobra. También publicó por entonces en elsuplemento del Siglo un artículo sobre JuliánMarías, el discípulo más conocido de Orte-ga; y luego uno sobre Camilo José Cela, queaños más tarde recibiría el Nobel

Igualmente elaboró la presentación de dospoetas colombianos de su momento, Fernan-do Arbeláez, fallecido hace unos quince añosy que hacia mediados de los sesenta seleccio-nó una antología de la poesía colombiana queeditó la división de extensión cultural delministerio de educación; y Marco F. Chávez,a quien no conozco. En 1950 publicó tam-bién en la Revista del Colegio Mayor delRosario un registro de los documentos sobrela historia nacional que se guardaban en elarchivo del Colegio, acompañado de una notaintroductoria.

También por entonces publicó en el suple-mento literario de El Siglo un ensayo sobrelas nuevas tendencias del pensamiento espa-ñol, y el 20 de mayo del 51 un artículo inti-tulado “Barba Jacob y el existencialismo”.Tradujo igualmente una conferencia de CarlSchmitt que se publicó igualmente en El Si-glo el 17 de julio del 51. Allí mismo publicópoco después un artículo intitulado “Notaspara una definición de Hispanoamérica” queanticipa su gran ensayo “La visión de Hispa-noamérica de Alfonso Reyes”, así como unartículo sobre el intelectual y la cultura mo-derna, que luego reelaboraría y leería en elClub Suamox de su ciudad natal con motivodel homenaje que se le rindió allí el 18 de

noviembre de 1993, con el título “Los inte-lectuales en la historia”, que se reprodujo enla revista congratulatoria de la Casa de laCultura de la ciudad que se publicó hace tressemanas.

Al iniciar la década del cincuenta Gutierrezviajó a España. Por entonces era un conser-vador conciente y simpatizaba con la ideolo-gía del régimen español. En España estudiócon el pensador más importante de la pri-mera mitad del siglo veinte, Javier Xubirí, queen su momento sería opacado por Ortega; almismo tiempo realizó estudios de sociologíaen el Instituto de Estudios Políticos de Ma-drid.

Sin embargo, ya en el 53 se trasladó a la uni-versidad de Friburgo, en el suroeste de Ale-mania, en donde entró en contacto con dosfiguras que van a ser decisivas en su desarro-llo intelectual. En primer lugar con el granromanista alemán Hugo Friedrich, que diri-giría su trabajo de promoción, autor, entreotras, de una obra ya considerada “clásica”,La estructura de la lírica moderna, así comode un libro intitulado Tres clásicos de la nove-la francesa (Balzac, Stendhal y Flaubert). Tam-bién se vinculó al gran pensador MartínHeidegger, con quien llegaría a mantener alo largo de los años una genuina amistad yque por esa época volvía a la cátedra, pues alconcluir la guerra había sido destituido porlas fuerzas de ocupación en razón de su com-promiso durante el primer año de la dicta-dura de Hitler, cuando adhirió al partidonacionalsocialista y en su discurso de pose-sión como rector de la universidad deFriburgo elogió el acontecimiento.

El profesor Gutiérrez alcanzó un dominiopleno de la lengua alemana y llevó a cabouna serie de valiosas traducciones de las cua-les mencionaré luego algunos de los títulosmás significativos. También fue nombradoprofesor en el Instituto Iberoamericano de

Con el escritor R.H. MorenoDurán en Puntalarga - 1993

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Gotemburgo, Suecia, y catedrático de “Mun-do hispánico” en la Escuela de periodismode Madrid, así como en la UniversidadMenéndez y Pelayo de Santander, una uni-versidad internacional en la cual se realizanprestigiosos cursos de verano para extranje-ros. También fue profesor invitado en la Uni-versidad de Columbia en Nueva York.

Finalmente, inició su regular carrera docen-te en la Universidad de Bonn, en la cual lle-gó a dirigir los estudios de hispanística y cul-tura hispanoamericana. Precisamente haceunos diez años, con motivo de su paso a lacondición de profesor emérito, JuanGuillermo Gómez y su hija Betina Gutiérrezcompilaron un volumen en su homenaje quefue publicado por la editorial Vervuert deFrankfurt y para el cual, lo que mucho mehonra, contribuí con un ensayo. En los últi-mos años, liberado ya de la carga docente re-gular, realizó una tarea muy fecunda y cos-mopolita, asistiendo a eventos de gran signi-ficación en los Estados Unidos (Universidadde Maryland), España, Argentina, México.Publicó en las revistas más importantes de laEspaña post-franquista, como Quimera, Elviejo Topo, Cuadernos hispanoamericanos (quedirigía su amigo Luis Rosales), así como enrevistas venezolanas, argentinas, mexicanas y,desde luego, colombianas.

Les mencionaba la gestión de Gutiérrez comotraductor porque es un intelectual que haservido de vínculo entre la cultura alemana,que él conocía en un grado de intimidad sor-prendente, y el ámbito hispanoparlante.

Quisiera recordar, para dar un ejemplo bienpertinente, que hace unos años, cuando elprofesor Gutiérrez vino a Colombia y diri-gió un seminario en la Universidad Nacionalsobre la Introducción a la Fenomenología delespíritu, al tratar la crítica del romanticismo,que en el caso de Hegel se integra a la polé-mica con su condiscípulo Schelling, llevó a

cabo un análisis de la novela Lucinda deFriedrich von Schlegel con tanto detalle yprecisión como sólo un profesor alemán deGermanística podía efectuar, porque se in-troducía de lleno en la trama y la temática dela obra, un procedimiento bien característi-co de su estilo docente, que me parece ex-cepcional en nuestro medio pues paraGutiérrez el discurso filosófico no debía sercomprendido sólo a partir de una exégesisrigurosa desde el punto de vista filológico sinoque debería aprehender la circunstancia his-tórica, social, política (yo siempre he soste-nido, por ejemplo, que no se puede compren-der el Idealismo alemán si no se conoce aLutero, si no se entiende el significado pro-fundo de la Reforma -el primer momento dela subjetividad como “principio de la moder-nidad” según Hegel- y que los trabajos deKant sobre ética, como la Fundamentaciónde la metafísica de las costumbres, tienen comoantecedente el texto de Lutero La libertad deun hombre cristiano, de 1521).

Gutiérrez tenía eso, una extraordinaria sen-sibilidad para lo que Karl Jaspers llamara “loenglobante”. Insistía en mostrar la formacomo el filosofema, el discurso, arraiga en ununiverso de significado. Era una actitud per-manente en su docencia. Porque no sólo erafilólogo, intérprete, sino también un infati-gable y sensible lector en los espacios en quese movía, tan amplios, por lo demás: era ungran conocedor de la cultura, de la literatu-ra, la novela, la poesía española e hispano-americana y, al mismo tiempo, de la filoso-fía, la literatura, el ensayo y la poesía alema-na. También conocía otros ámbitos, algo dela literatura francesa y norteamericana. Perosobre todo la hispanoamericana, que él sen-tía todos los días porque aunque residía enBonn vivía en función de nuestro continen-te, en función de la “patria grande”.

En cuanto a la difusión de la cultura alema-na, que conocía de manera inusitada, tradu-

Con su primaLeonor Gutiérrez de Happle1998

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jo por ejemplo La fiesta de la paz, un extensopoema de Hölderlin, que publicó la edito-rial El Ancora de Bogotá hace ya diez años.De Heidegger tradujo una serie de textos su-mamente complejos como, por ejemplo, losComentarios a la poesía de Hölderlin. Para tra-ducir este ensayo y a un poeta tan profundoe intenso (que por su parte también habíasido traductor, porque había vertido al ale-mán la Antígona de Sófocles) se requiere deun conocimiento muy preciso y afirmado dela lengua alemana.

Gutiérrez reveló una gran comprensión deun intelectual tan complejo como MartinHeidegger, que a pesar de sus equivocacio-nes en el campo de la política fue un genui-no pensador, el último representante de lagran tradición metafísica, así estuviera lejosde considerarse un metafísico.

Además de los ya mencionados Comentarios ala poesía de Hölderlin, que fue publicada en1953 en la revista Bolívar, tradujo para los Cua-dernos Hispanoamericanos, que, como les decía,dirigía el poeta Luis Rosales, gran amigo suyo,La lección sobre la cosa, un fragmento de exége-sis de algunas páginas de la Crítica de la razónpura que luego se publicaría en Ideas y Valores,la revista de nuestro Departamento de filoso-fía, con el título La cosa. Tradujo también en el54 para la Revista Bolívar otro ensayo deHeidegger: Abandono del ser y errancia y, para laRevista Nacional de Cultura de Caracas, En poe-ma habita el hombre (unos años más adelante sepublicaría también en la revista Tierra Firmeque editaba en Bogotá Francisco Posada unatraducción de este ensayo). Para la revista MitoGutiérrez tradujo otro ensayo de Heidegger: Dela experiencia del pensar, que se publicó en elnúmero dos de junio/julio del 55.

Al año subsiguiente, en el número 10, de oc-tubre/noviembre de 1956, publicó en la mis-ma revista sus Notas sobre Hegel, que luegoamplió y volvió a publicar con el título: Hegel,

notas heterodoxas para su lectura, en mi opi-nión uno de los mejores trabajos que se hanpublicado en nuestro país sobre el gran pen-sador alemán y en el cual, como en el casoque comentaba del seminario sobre Hegel,también se destaca su estilo, al considerar elcontexto, el complejo universo que se reflejaen la obra del filósofo. De otra parte, comosu estilo era fundamentalmente polémico,porque no se limitaba a la reseña sino quereflexionaba sobre la actualidad, alberga tam-bién el inicio de una polémica con KarlPopper que mantendrá toda su vida.

Sin embargo, de todas sus traducciones deesa época la más significativa fue la de la Cartasobre el humanismo de Heidegger, que se pu-blicaría en el 59 en uno de los “Cuadernos”de la editorial Taurus, que Gutiérrez habíacontribuido a fundar en Madrid. Como us-tedes quizás saben, fue la respuesta a una cartaque le enviara un estudiante de filosofía quele preguntaba por entonces, recién pasada laguerra, cómo sería posible volverle a dar unsentido a la palabra “Humanismo”: JeanBeaufret, quien entre tanto es uno de losmejores divulgadores de Heidegger en la aca-demia francesa.

Otras traducciones, para la colección “Estu-dios Alemanes” de la editorial Sur de BuenosAires, que codirigío durante muchos años,fueron, por ejemplo, Filosofía práctica y Teo-ría de la Historia de Hermann Lubbe y unaobra de Judith Janoska-Bendl intitulada MaxWeber y la sociología del iluminsimo. En lamisma serie editó una muy afortunada selec-ción de ensayos de Herbert Marcuse (Cultu-ra y sociedad), la Dialéctica del iluminismo deHorkheimer y Adorno, así como seleccionesde los ensayos de Walter Benjamín, GottfriedBenn, F. G. Junger, Alexander Mitscherlich,entre otros.

También en la revista Mito, ya en noviembrede 1957, publicaría una reseña de la nueva

En Bogotá - 1993

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edición de las obras de Nietzsche que habíaemprendido el profesor Karl Schlechta,acompañada de un pequeño libro llamadoEl caso Nietzsche en el cual aquel denunciabalas falsificaciones que había emprendido suhermana Elizabeth con la complicidad de unode sus últimos discípulos y amigos, el músi-co vienés Peter Gast (que no se llamaba asísino Heinrich Köselitz pero Nietzsche habíabautizado como Pedro el huésped),asunto alque se referiría Gutierrez en un artículo inti-tulado Otra vez Nietzsche publicado en elnúmero 16 de la revista.

Lo anterior nos permite bocetar, así seafragmentariamente, una visión de conjuntode la primera etapa en la obra del maestroGutiérrez Girardot. No quisiera ser muy ex-haustivo y no mencionaré los títulos de suslibros más recientes, que son suficientemen-te conocidos.

Me gustaría terminar subrayando que en miopinión lo que más sobresale en la gestióntan fecunda del profesor Rafael GutiérrezGirardot fue su profundo y sincero compro-miso con Colombia y con la América indo-ibero-americana, su intención por rescatar delolvido a las grandes figuras que han ido te-jiendo la realidad y el misterio de la AméricaLatina. Precisamente en uno de sus textos re-cordará él un ensayo de Alfonso Reyes que lle-va como título La equis en la frente y se refierea México como a un enigma. Tal y como lorepresenta también un famoso óleo de DavidAlfaro Siqueiros intitulado Nuestra Imagen.

Pero ese enigma que es América Latina fuetambién, desde un principio, desde la Cartade Jamaica de Bolívar, la patria de la utopía.Por eso Gutiérrez recuerda de continuo eltexto La Utopía de América del gran maestrodominicano Pedro Enriquez Ureña (1925).De la misma manera que siempre evocarápermanentemente a Alfonso Reyes, el com-pañero y “amigo fraterno” de aquel, su cola-

borador en Ciudad de México cuando, hacia1910, emprendieran ese gran proyecto reno-vador de la cultura a través del Ateneo de laJuventud, que congregaría a la generación queasumió la tarea de superar el estrecho marcode referencia del positivismo, que había sidoun poco la ideología legitimante del proyec-to desarrollista del Porfiriato pero se habíaagotado, como don Porfirio mismo y su ré-gimen, hacia finales de la primera década delsiglo.

Debo concluir, pues se agotó el tiempo deque dispongo hoy. Para terminar, quisieraleerles un párrafo de un ensayo que me envióhace 20 años el profesor Gutiérrez y que meenorgullece haber publicado en la seriemonográfica Argumentos, intitulado QuéUniversidad para qué sociedad, una contribu-ción que le fue solicitada por entonces porlos amigos mencionados y a la cual él res-pondió de inmediato.

El problema se refiere a las relaciones entre laUniversidad y la Sociedad. Gutiérrez se loplanteaba de una manera muy contemporá-nea por haber sido testigo -y al respecto porcierto que tuvimos en alguna ocasión unacontroversia porque, como en muchas otrascosas, no estaba del todo de acuerdo con él-de los desarrollos del movimiento estudian-til de mediados de los años sesenta en Ale-mania y era conciente de algunas consecuen-cias no muy positivas del mismo, seguramen-te porque, como se lo dí a entender en esa

La familia Gutiérrez:Marina, Leonor, Martella,Marliese de Gutiérrez,Rita Happle, MichaelDenhoff y Bettina en el actode exaltación como ProfesorEmérito de la Universidad deBonn - 1993

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ocasión, asumía la posición de profesor afec-tado por la insurgencia juvenil, pues se dabacuenta que estaba en peligro una institucióntan sensible a los cambios apresurados comola universidad, cuya problemática debe sertratada con mucho tacto, con mucho cuida-do.

Porque cuando los tecnócratas neoliberales,que ni siquiera saben hablar castellano, asu-men la dirección de la educación pública,ponen en peligro la soberanía nacional. Por-que, como lo hemos venido experimentan-do en los últimos años, en el país se estánintroduciendo paradigmas para dirigir -y enrealidad desorientar- los desarrollos de la edu-cación superior que no se fundamentan enuna genuina reflexión sobre nuestra realidad.

Gutiérrez iniciaba esa reflexión consideran-do una universidad “que se acomodara a lasexigencias de la democratización de la socie-dad sin por ello descuidar o pervertir su tareay su misión”, y planteaba que esta rede-finición de las relaciones entre la sociedad yla universidad sólo sería posible en socieda-des como las europeas, caracterizadas por unalarga tradición universitaria y científica, esdecir, como decía, “en sociedades en las queha existido una auténtica relación con laUniversidad y en las que la institución uni-versitaria ha tenido un estatus social es-pecial, propio de su tarea, a su función y alpapel que juega el saber en dichas socieda-des”.

Pero agregaba que este no sería el caso de lassociedades hispánicas. “En ellas no hay quedefinir de nuevo, ni siquiera definir por pri-mera vez esa relación. En ellas hay que crear-la, es decir, poner de presente la significaciónvital de la Universidad para la vida política ysocial, para el progreso, la paz, y una demo-cracia eficaz y no solamente nominal. Conotras palabras: para establecer una relaciónentre Universidad y Sociedad en los países

hispánicos es necesario demostrar a esas so-ciedades que el saber científico no es compa-rable con un dogma, que es esencialmenteantidogmático; que el provecho inmediatodel saber científico no es reglamentable nideterminable por ningún grupo de la socie-dad, sino que surge de la libertad de la inves-tigación, de la libertad de buscar caminosnuevos, de descubrir nuevos aspectos por víasque a primera vista no prometen resultadostraducibles en términos económicos; que, fi-nalmente, el saber científico y la cultura noson ornamentos, sino el instrumento únicopara clarificar la vida misma del individuo yde la sociedad, para ‘cultivarla’ y, con ello,pacificar y dominar la violencia implícita enla sociedad moderna burguesa, esto es, en lasociedad en la que todos son medios de to-dos para sus propios fines, en la sociedad‘egoísta’”.

Al considerar que una de las condiciones sinequa non, inherente a la vida del espíritu, hade ser la honestidad, la disciplina, el trata-miento serio, riguroso y responsable de losproblemas y las ideas, quisiera reiterar queesto es lo que ha de significar para nosotrosel ejemplo de su vida y su obra, lo que nosenseña su actitud y su esfuerzo tan genuinos:su paciencia, su laboriosidad, su compromi-so. De todo ello podemos extraer valiosasenseñanzas que nos permitan abandonar el“rastacuerismo”, las actitudes parroquiales, elrencor y la simulación, tan frecuentes en nues-tro medio. El contacto con su obra ampliaránuestro horizonte y nos abrirá a la esperanza.Nos hará concientes de la magnitud de la cri-sis por la que estamos atravesando y nos pro-veerá de medios para reconocerla, para pen-sarla con acierto y, eventualmente, superarla.Hoy, más que nunca, resulta impostergableel sereno pero implacable ejercicio de la crí-tica, sobre el cual se pronunciara Kant conabsoluta radicalidad cuando decía que la ra-zón sólo concede su respeto a lo que puedesoportar su examen público y libre.

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Este nuevo número especial de la revista Aquelarre reúne una selección de textos escritos por Rafael Gutiérrez Girardot sobre temas y autores colombianos, textos que, conexcepción de una breve nota sobre un prólogo de Rafael Maya aparecida en Cuader-

nos Hispanoamericanos y una correspondencia privada, han sido ya publicados en Colombia.

Los trabajos recopilados en la presente edición de Aquelarre son estudios breves de diversocarácter -artículos periodísticos, ensayos, registros bibliográficos- que constituyen, e inclusorepresentan, auténticos exponentes de la manera publicística de abordar por el autor aspectosconcernientes a la realidad política, social y cultural del país.

Aunque corresponden a las diversas épocas de su trayectoria intelectual, esta veintena detexos no sólo revelan la dedicación y la seriedad con que trabaja un gran maestro, sino de-muestran efectivamente con cuánta fuerza y exigencia rigurosa, pasión y certera acciónorientadora y polémica intervenía siempre el profesor y el crítico literario Gutiérrez Girardot.

Los materiales aquí reunidos permitirán, eventualmente, al lector retomar obras insustituiblespara la comprensión y el análisis riguroso de las estéticas literarias y la historia social de laliteratura hispanoamericana, contenidas en el ensayo fundamental que es Modernismo deGutiérrez Girardot; esto es, medir el verdadero alcance de su lección magistral frente al per-tinaz “olvido de lo nuestro” latinoamericano: “lo ‘nuestro’ -como decía él- que está por des-cubrir y valorar y situar adecuadamente dentro de la cultura, filosofía, historiografía, juris-prudencia, literatura, crítica y hasta prosa de los países de lengua española o más concreta-mente, frente a las fanfarronadas de España”. Entre esos aportes hay que citar, indudable-mente, los ensayos sobre narradores y poetas colombianos titulados: “José Fernández de

Presentación

José Hernán Castilla *

* Filósofo Universidad del Rosario. Miembro del Consejo Editorial de Aquelarre

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Andrade: un artista colombiano finisecular frente a la sociedad burguesa” (en José AsunciónSilva, Obra completa, edición de Héctor Orjuela, París-Buenos Aires: Colecc. ALLCA, Archi-vos, 1992); “La vorágine: su significación para las letras de lengua española del presente siglo”(incluido en Cuestiones, México: F.C.E., 1994); el dedicado a “La poesía de Fernando CharryLara”, y asimismo, “Entre la retórica y la transparencia, dos poetas colombianos: Álvaro Mutisy Aurelio Arturo”, recogidos ambos en su libro Heterodoxias (Bogotá: Taurus, 2004), paracitar tan sólo los estudios más destacados en su ocupación con autores nacionales.

Los textos compilados siguen el orden cronológico, según la fecha de aparición de las revistasy los periódicos en donde fueron publicados por primera vez. Al final de cada texto el lectorpodrá encontrar información concerniente a la procedencia de los ensayos.

Los editores confiamos en que esta octava edición de la revista Aquelarre que se entrega alpúblico universitario colombiano y de habla española, representará una valiosa sugestiónpara cuantos deseen penetrar en el significado genuino de la obra crítica del autor: Puessabido es que, “los medios de discusión en nuestro mundo son el silencio y, si pueden, elcastigo callado” que encontró en Colombia Rafael Gutiérrez Girardot.

* * *Los agradecimientos de los que debemos dejar constancia son, el primero, para doña LeonorGutiérrez de Happle, prima hermana del profesor Gutiérrez Girardot, quien nos confió foto-grafías inapreciables de su álbum familiar. Parte del trabajo de la digitación de los textos,corrió a cargo de la señorita Ximena Perilla Espinosa, a quien también le estamos reconoci-dos. Tras emprender la selección de las reseñas bibliográficas, artículos y ensayos de GutiérrezGirardot, y asimismo teniendo en cuenta las inevitables limitaciones de espacio, nos propu-simos como tarea pedagógica ofrecer al público lector al menos una muestra sugerente de susabundantes referencias críticas. En particular las interpretativas de índole literaria, y otrascuestiones y disquisiciones suyas con relación a la historia y el acontecer sociocultural colom-biano. Con harto fundamento sospechamos del amplio interés para incorporar estos disper-sos materiales y la acogida que en adelante pueda tener, en nuestro medio académico, estaotra forma de lectura que enseña Rafael Gutiérrez Girardot. Porque incluso aún -como escri-be P. Henríquez Ureña sobre Alfonso Reyes- “Debajo de sus complejidades y sus fantasías,sus digresiones y sus elipses, se descubre al devoto de la noción justa, de la orientación clara”,en todo caso, al exponente de “la razón, educada en la persecución de la verdad, dispuesta ano descansar nunca en los sitiales del error, a no perderse entre la niebla de las ideas vagas, aprecaverse contra las ficciones del interés egoísta, es luz que no se apaga”.

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Una justa valoración de laobra poética de GuillermoValencia, propuesta por el

poeta Rafael Maya en el prólogo a unaantología de la obra de Valencia *, haprovocado no pocas protestas y ha dado lu-gar a una serie de respuestas airadas. Maya,director de la revista Bolívar, de Bogotá, porhaber vivido intensamente el clima espiritualen que Guillermo Valencia desarrolló su obra,tiene, como pocos en Colombia, un profun-do conocimiento de la obra que hoy ha veni-do a criticar con tanta nobleza y serenidad.Pues al lado de los reproches y de los juiciosmenos favorables al mito de Valencia, abun-dan los párrafos de reconocimiento del valorhumano del popular maestro de Popayán. Desu largo estudio, no publicado en la edicióncitada -los parientes del poeta retiraron laedición-, siete breves apartes merecen citar-se, pues son la señal de un clima de críticaliteraria objetiva que en Colombia, y en ge-neral en Hispanoamérica, ha venido pidién-dose desde hace ya tiempo, sin que hasta aho-ra se hayan resuelto a darle actualidad.

En primer término, después de dejar clara-mente sentado que Valencia tuvo gran vigen-cia social y política; que siempre se mantuvodentro de los marcos de la ortodoxia religio-sa y política; que a pesar del encumbramien-to a que llegó, nunca dejó su habitual senci-llez y hospitalidad, Maya enjuicia de modogeneral las repercusiones de su tránsito porla historia colombiana. “No marcó huellaprofunda en la política nacional, ni legó a supartido o a la República el beneficio de unareforma fundamental, ni siquiera de una pá-gina doctrinaria de valor perdurable”. La exi-gencia de Maya tiene, en efecto, plena justi-ficación. De Valencia, aparte de la obra poé-tica, sólo queda un recuerdo y no pocas anéc-dotas. La causa de esta escasa actualidad delmaestro se halla en el hecho de que GuillermoValencia “supo crearse su propio mito envida”, aunque sin extravagancias y sin vana

Sobre Guillermo Valencia

* El prólogo en mención titulado “Guillermo Valencia” está recogido en: Rafael Maya, Obra crítica. Selección de CristinaMaya, vol. 2, Bogotá: Ediciones del Banco de la República, 1982.

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heroicidad. La fascinación que su personali-dad ejercía era aprovechada en beneficio delacrecentamiento de su prestigio y poder. Y,en segundo lugar, concluye Maya, porque

“buena parte de su actividad mentalla gastó en pequeñas luchas polí-

ticas..., ya literarias o con suje-tos que osaron censurar algu-nas de sus poesías”. Parte delmito Valencia es la leyendadel humanismo. Maya, ate-

niéndose a la obra escrita y pu-blicada de Valencia, se limita a

comprobar que no tiene la obraque lo sitúe al lado de los grandes hu-

manistas colombianos, como Caro, Cuervoo Suaréz. Su prodigiosa memoria le permitíarepetir páginas enteras de autores de lenguasvivas y muertas “sin conocer a fondo más queel francés”. Pero un gran poder de síntesis yuna brillante imaginación eran en Valenciafacultades que antes que humanista le colo-can al lado de los grandes conversadores. Fueprecoz, continúa Maya, pero ello trae consi-go buen número de limitaciones al lado delas ventajas.

Guillermo Valencia fue poeta parnasiano.Esta es la verdadera clasificación, pese a loque de simbolista o romántico hay en algu-nos de sus mejores poemas. Con todo, noobstante el excesivo cuidado exterior, plan-tea problemas de carácter social, histórico yhumano que lo apartan del “parnasianismoconcebido como pura estética formal”. Supoesía es una poesía cerebral. Es “la laborio-sidad y lenta concreción de ideas que la cul-tura va depositando en su inteligencia y queel poeta desprende luego de la corteza cere-bral”. Por este aspecto, Valencia es el testi-monio de una época. En él prenden todas lascorrientes espirituales de los últimos treintaaños del siglo pasado.

El juicio de Maya es riguroso, pero hecho concordialidad y objetividad científica. Y no sólo

revisa los tópicos que en torno a Valencia hanido acumulándose, sino que, en el fondo, hayun anhelo de replantear el problema de lahistoria literaria colombiana. Valencia fue elarquetipo de una especie de intelectual quehoy no se conoce en Hispanoamérica sinomuy desdibujadamente. Toda la curiosidadpor las cosas del espíritu y la fidelidad a suvocación literaria le presentan como hombrepor sobre todo humano. Y los errores por élcometidos, las omisiones de que está llena suactividad intelectual, los vicios de que adole-ce, sólo comprueban que la época que vivióValencia y la sociedad que lo encumbró nosupieron responder adecuadamente a los es-tímulos espirituales que encarnaba el Maes-tro. Por sobre el juicio que Maya da de Va-lencia como hombre y poeta, puedeentreverse un juicio más severo sobre la so-ciedad colombiana y la historia cultural deaquella época. Reducida a sus verdaderos lí-mites, la obra y la persona de Guillermo Va-lencia quedan como un símbolo. Nada másquería hacer Maya al escribir su prólogo. Lle-var hasta sus últimas consecuencias y mos-trar su discordancia con la realidad de las afir-maciones que la crítica literaria colombianaha tejido en derredor de una obra.

“Sobre Guillermo Valencia” se públicó en la revista Cua-dernos Hispanoamericanos, núm. 37, Madrid, enero de1953, p. 77-79.

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El detallado libro de Kurt Levy sobrela vida y obra de Tomás Carrasquilla,que tanto material pudo aprovechar,

y los muchos artículos laudatorios que regis-tra su bibliografía, con excepción del exce-lente de Eduardo Castillo, conducirán a unadiscusión algo bizantina sobre la pertenenciade la obra del maestro antioqueño a una es-pecie de género novelístico, pero, en mediode la estéril discusión, harán olvidar el ricocontenido literario y la forma artística de susobras.

Toda clasificación sirve sólo de provisionalayuda a un trabajo, es un trabajo previo yorientador, que pierde su función cuando seha examinado el contenido y la forma de unaobra. Así, pues, puede tener valor la afirma-ción de que Tomás Carrasquilla es un autorcostumbrista; o la otra, de que sobrepasa loslímites del costumbrismo para convertirse enel precursor de la novela regionalista hispa-noamericana; o la otra de que Carrasquilla esel Galdós colombiano o de que puede tenersemejanzas con Dickens, etc., etc., pues talafirmación establece una comparación, quepuede servir para hacer resaltar, no las seme-janzas, sino las diferencias de la obra deCarrasquilla dentro de una especie, género o

estilo de novela. Y hacer resaltar las diferen-cias es el primer paso para llegar a sus pecu-liaridades. En realidad, todo enunciado lite-rario sobre un autor que se agote en la com-probación simple de un “ismo”, es estéril yexterno a la obra literaria misma.

Tomás Carrasquilla es, ciertamente, un au-tor regionalista. El concepto “regionalismo”es demasiado vago, de modo que la mismacalificación podría darse a un Tomás Mann,cuyas novelas de la primera época, la más fa-mosa entre ellas, Los Buddenbroocks, está he-cha con el material de su región, más aún, desu ciudad natal, Lübbeck; más aún: de unaclase social de su ciudad. Regionalista sería,también, un Robert Musil, quien tomó,como material de sus novelas, tanto de la pri-mera, Las confusiones del pupilo Törless, comode la más importante de la literatura alema-na actual, El hombre sin propiedades, su ciu-dad natal, Viena; más aún: una clase socialde Viena. Regionalista sería también el grannovelista austríaco Heimito von Doderer entodas sus novelas, que tienen por material suciudad natal, Viena, y acontecimientos pre-cisos, reales, regionales de Viena en un de-terminado período de su historia. ¿Qué dife-rencia entonces el “regionalismo” hispano-

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americano, el de Tomás Carrasquilla, del re-gionalismo europeo, y por qué no se llama aestas novelas “novelas regionalistas”? Seríademasiada necedad la de dar a la palabra “re-gión”, cuando se aplica a la novela hispano-americana, un sentido valorativo, es decir,hacerla equivalente de “provincial” o “pro-vinciana”, con todas las consecuencias queesto trae, pues sería tanto como definir losgéneros literarios sobre la base del materialnacional; un procedimiento que no cabe enla ciencia literaria, porque ésta considera laobra literaria primera y esencialmente como

obra de arte y los géneros literarioscomo actitud del configuradorartístico ante el lenguaje y anteel objeto, pero independiente-

mente del objeto. De otro modo,la poesía de los “poetas malditos”,por ejemplo, habría de llamarse“poesía alcohólica”, no simplemen-te “poesía”. Y si se aplica semejanteprocedimiento a la llamada novela

histórica, sería preciso decir enton-ces que cada novela de este género de-

bería llamarse más bien, “novela re-volucionaria”, “novela pacifista”, “no-

vela tradicionalista” -los clasificadores inven-tan cualquier nombre- etc., etc. Si se aceptael nombre, “novela regionalista” para TomásCarrasquilla, entonces debe hacerse solocomo hipótesis de trabajo, como una entrevarias más, y lo mismo cabe decir de las otrascalificaciones arriba mencionadas. Es decir:que la clasificación indica una sola cosa: queTomás Carrasquilla noveló su región. Para se-mejante comprobación solo basta leer susnovelas. Pero dicha comprobación no dicenada sobre lo esencial en toda la novela comoobra de arte: sobre la estructura de la narra-ción, sobre la naturaleza misma de la novela,es decir, si la novela es de caracteres, novelade situaciones -para servirse de la división deE. Muir, The Structure of the novel, Londres,1947-, y si es novela de caracteres, cómo es-tán constituidos esos caracteres, de qué ins-

trumentos se sirve Carrasquilla para descri-birlos, o cómo se relacionan en sus novelas elcarácter y la situación, y, en fin, qué sentidotienen estas relaciones para el propósito deCarrasquilla de hacer resaltar alguno de esoselementos, etc., etc.

No menos importante es tener en cuenta, yjustamente en Carrasquilla, el problema fun-damental de la estética contemporánea: el dela relación con la realidad. En este punto esen el que sería útil la comprobación de queCarrasquilla es un novelista “regionalista”,pues en la explicación de la forma comoCarrasquilla trata y utiliza la realidad “regio-nal”, se puede ver y medir la fuerza del crea-dor literario. Es evidente que semejante es-tudio tiene varios aspectos, de los cuales elque se podría llamar sociológico no puedeser necesariamente el primero. Antes que éste,y justamente como base de todos los demás,se encuentra el aspecto literario, o más exac-tamente: el de la estructura de la obra.

El mismo Tomás Carrasquilla ha dado indi-caciones sobre su obra, que en la bibliografíase han pasado olímpicamente por alto y queson de excepcional importancia para exami-nar su obra dentro de las corrientes literariashispanoamericanas y occidentales del presen-te. Entre las más importantes, vale la penamencionar dos que están en relación: la quedice que sí se puede novelar la vida provin-ciana, porque cualquier cosa es objeto posi-ble de novelar, justamente la vida insignifi-cante de la provincia, lo más pequeño y apa-rentemente lo menos heroico, como mu-chas de las vidas que Carrasquilla noveló. Es,pues, una confesión de “realismo” o de senti-do concreto de la literatura, en oposición alseudo-romanticismo reinante en la novelahispanoamericana del siglo XIX y de comien-zos del XX. Es, por otra parte, una confesiónliteraria, no una simple observación. Se piensaen la tendencia de la novela europea moder-na, precisamente la que ha escogido como

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materia la vida simple y cotidiana con todassus decadencias y sus ridiculeces, sin que porello pierda calidad artística la obra. La mis-ma tendencia que hace que los novelistas,antes de escribir una novela, hagan estudioshistóricos y se empapen de la realidad, comosi fueran a escribir no una obra de ficción,sino un libro científico. Federico de Onís,cuyo prólogo sigue siendo lo mejor que se haescrito hasta ahora sobre Carrasquilla, ha lla-mado la atención sobre la capacidad deCarrasquilla para transfigurar esa realidad, esdecir, sobre la gran fuerza artística creadoradel novelista antioqueño. En este tema de latransfiguración de la realidad -dando al vo-cablo transfiguración el sentido de magia quetiene- en donde se vería cómo la clasificaciónde Carrasquilla como novelista realista, re-gionalista o costumbrista es absolutamenteun desacierto. El mismo material regional daal lenguaje -uno de sus poderes de transfigu-ración sería, por ejemplo, el humor y la iro-nía-, un elemento transfigurador más. La otraobservación se refiere a lo que se podría lla-mar método de trabajo y que, por la graciacon que la hace Carrasquilla, parece haberpasado inadvertida. Carrasquilla llama a susmanuscritos “mapamundis”. Puede ser queél mismo haya agregado algunos croquis asus manuscritos y que se refiera a estos cro-quis de la región -los mapas serían un argu-mento más a favor de la afirmación de queCarrasquilla no ha copiado pasivamente larealidad, sino que la ha estudiado para confi-gurarla y transfigurarla-, pero es más posibleque se refiera a las correcciones que él solíahacer en sus manuscritos, al trabajo de pulirla prosa, que muchos han creído “espontá-nea”, inmediata. Nada de esto ha esclarecidoel trabajo de Levy. No se conocen las versio-nes de diversas páginas de una misma obra,que darían luces del trabajo de Carrasquillaen una prosa. Esta tarea correspondería a unaverdadera edición crítica hecha sobre la basede los manuscritos, y de ser posible, con re-producción de muchos de ellos. Pero aparte

de esto, la referencia de Carrasquilla sirve parainvalidar la falsa idea de la “espontaneidad”de su prosa. Es una espontaneidad hecha, esuna espontaneidad que no denota “intui-ción”, al estilo de un romanticismo popular,hoy nuevamente en boga, sino “exactitud”,“conocimiento”, precisión, conciencia.

Se puede leer a Tomás Carrasquilla como aun cronista ameno o como a un escritor ocreador. Lo primero es falso, por lo menos,inadecuado. Lo segundo revelará un TomásCarrasquilla como novelista y escritor de pri-mera calidad en la literatura hispanoameri-cana y no menos en la literatura europea. Lareferencia a esta literatura, que Carrasquillaconoció y apreció, no solo se podría agotaren la simple comprobación estéril de influen-cias, sino que tendría que buscar cómoCarrasquilla desarrolló con su propia expe-riencia y con su capacidad artística los prin-cipios de la novela europea tradicional. Setrataría de ver, pues, el puesto que cabe aCarrasquilla en la historia de la novela mo-derna de ascendencia europea. Para este es-tudio no dejaría de ser interesante el conoci-miento de la biblioteca del sediento lectorque fue Carrasquilla. Si bien es cierto quebastaría conocer la novela europea, aun lamoderna, para encontrar que hay enCarrasquilla sorprendentes semejanzas conlos novelistas europeos o de tradición euro-pea, que indican un mismo origen y que, parajuzgar a Carrasquilla muestran una fuerza y

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una personalidad creadora como hasta ahorano ha tenido la literatura hispanoamericana.Esta afirmación se podrá encontrar exagera-da. Baste pensar, empero, en que la obra delos llamados “indigenistas”, el “panfletarismo”de un Icaza, por ejemplo, la novela de la re-volución mexicana, las obras de un Ciro Ale-gría, tienen mucho de periodismo (los pri-meros), o menor calidad literaria (Alegría),que Carrasquilla, y de todos modos, no es-tán situados con independencia ante los estí-mulos ideológicos y ante los modelos litera-rios de que se sirven. No es éste el caso deCarrasquilla. Y si para dar el juicio se le com-para con Mallea o Agustín Yáñez, sería pre-ciso concluir en que los dos también estánsujetos muy fuertemente a los modelos deque se sirven. Carrasquilla desarrolló, se sir-vió, claro, de principios; y la independenciagrande ante los modelos de sus lecturas sepuede ver en el hecho de que tiene partes enlos que aún no ha encontrado la forma, ade-cuada a SU concepción, lo mismo que encada novelista europeo, un Dickens, para ci-tar un ejemplo. No sucede esto en los arribamencionados: en ellos se advierte tras su obraun modelo, una ley externa a la obra, y cuan-do hay partes débiles, se debe a una falla igual-mente externa o un defecto del modelo.

Sería, en fin, digno de atención el lenguaje“regional” de Carrasquilla; no, empero, paratomarlo como ejemplo de “peculiaridades”hispanoamericanas, sino más bien para veren el uso que él hace su relación con el len-guaje. Los regionalismos o americanismos noson simplemente adherencias, aceptadas lue-go por la academia purificadora. En ellos se

ve una concepción de elementos del lengua-je, especialmente del ritmo, de la fuerza ex-presiva, si se quiere: del color. Pero hay unarazón artística, que obedece a leyes puramentedel arte, por la cual algunos grandes escrito-res se sirven de los regionalismos, y que noes, simplemente, el puro deseo de dar a laobra “color local” y de hacerla más verosímily autóctona. Los regionalismos son la expre-sión de un defecto en la lengua madre y, porotra parte, de la vida misma del lenguaje. Suuso hace más flexible a una lengua, la extien-de, le da ritmo y representación más ricos, lahace más móvil y más capaz de expresar unavida real igualmente rica. Para juzgar ese usobastaría pensar, comparativamente, en la for-mación de la lengua literaria de algunos paí-ses europeos del siglo XIX, especialmente delalemán, que recibió, ya desde la Ilustración,las influencias de las lenguas de los paísesvecinos y, sobre todo, las propias de los dife-rentes dialectos. Un Johann Peter Hebel, elgran poeta del dialecto badense, se ejercitabacon el latín y al alemán culto le dio dos fuer-zas que aprendió en el uno y en el otro. Nosólo hay que tener en cuenta las palabras, sinoel cuerpo todo del lenguaje, enriquecido pordialectalismos o regionalismos, que son losque hacen vivo un lenguaje. El gozo y la flui-dez de la prosa de Carrasquilla deben muchode estas virtudes al uso de sus regionalismos.La prosa castellana gana en ritmo, esto es, envida, en fuerza expresiva, sin dejar de ser cas-tiza y castellana.

Bonn, julio de 1960.

“Cómo leer a Tomás Carrasquilla” se publicó en LecturasDominicales, (suplemento de “El Tiempo”), Bogotá, 31 dejulio de 1960, p. 1, 2.

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El ensayo histórico de intención lite-raria es cada vez menos frecuente enla historiografía hispanoamericana

contemporánea. La especialización de los es-tudios históricos que evidentemente exige elaparato crítico y el tratamiento sistemático yen detalle, la micro-historiografía, permitirá,es cierto, cuando llegue a su perfección, unconocimiento justo de las sombras en que aúnandan largos periodos de la historia hispa-noamericana. Pero la formación de una con-ciencia histórica requiere el ensayo, al que des-graciadamente el historiador suele renunciara favor del instrumento crítico. Trazar con pro-sa fluida y a grandes rasgos el perfil de un acon-tecimiento o un personaje, sin descender a lanovelería a lo Emil Ludwig o la vulgaridadseudo-sicológica a lo José Arturo Cova, es unatarea necesaria para dar a los resultados de laciencia histórica una validez política y nacio-nal. Muchedumbres y banderas de Otto Mora-les Benítez (Ediciones Tercer Mundo, Bogo-tá, 1962), recoge ocho ensayos históricos enla acepción rigurosa del término que por unade sus tesis centrales (la decisiva participacióndel pueblo en la historia nacional), constituyeel equivalente a la monografía histórico- so-cial del peruano Jorge Basadre (La multitud,la ciudad y el campo en la historia del Perú, Lima,1929), y por su intensidad apasionada a otraobra del mismo autor (Meditaciones sobre eldestino histórico del Perú, Lima, 1947, y variasediciones recientes), aunque en éste el nivelliterario es inferior al del colombiano.

Justamente, el tercer capítulo de Muchedum-bres y Banderas pone de relieve, en diferentes

respectos, la diferencia formal, primeramen-te, el estilo de los dos historiadores, y, en se-gundo lugar, la diferencia en detalle de los pro-blemas históricos y sociológicos de las dos na-ciones. Basadre, partiendo de la imagen delPerú utópico y de las fuentes renacentistas eindianas que la alimentan, interpreta el cursohistórico del Perú independiente y republica-no como la contraposición entre el “país pro-fundo”, es decir, el país “auténtico” e “ideal” yel país “inauténtico” de los intereses del grupopolítico y social. En Basadre el pasado incaicojuega un papel importante en la configuraciónde esa imagen. Morales Benítez, en cambio,pinta en el carácter de Miranda, el criollo, yCasa León, el español aristócrata, la mismacontraposición desde el nivel de la historiamestiza de Colombia. Pero lo que en Basadrees utopía ideal se llama en Morales Benítez el“héroe”, la personificación de tendencias his-tóricas y sociológicas de un antagonismo his-tórico social en el “héroe” y el “antihéroe”, va-ría necesariamente el acento y la sustancia dela interpretación y, si se quiere, del modo decomprender la toma de conciencia nacional,porque los dos polos son en Basadre sólo apo-yos del conocimiento y principioshermenéuticos, de donde resulta la utópicameta platónica, en tanto que en MoralesBenítez esos dos polos son formas concretasque poseen carácter ejemplar. El peruano as-pira a elaborar el punto arquimédico desde elque pueda pensarse una filosofía de la historiade su nación; el colombiano, en cambio, esun moralista en el sentido clásico del término.Por eso el peruano da a su ensayo el tono detratado breve, mientras que el colombiano

Una tentativa de “historia social” en Colombia

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acentúa el carácter de ensayo con la prosaaforística, tan preferida por los moralistas clá-sicos. Con excepción de los dos primeros en-sayos, el resto del volumen lo componen “en-sayos ejemplares”, que en ocasiones recuerdanalgunas apasionadas páginas de Rivarol, y cuyarelación con el acontecer nacional se cristalizaen el héroe: “El héroe concentra en sí aquelloque nos permite pensar en la proyección deuna raza” (pág. 199).

De este enunciado fundamental para la inter-pretación histórica de Morales Benítez resultael “pathos” del que están penetrados sus ensa-yos pues el moralista no sólo describe, sino queincita. Para él el conocimiento es instrumentoque ha de mover la voluntad, y la historia no essólo objeto de comprensión sino de creación,es decir, es historia en el sentido clásico, queencierra una alta exigencia política: la de esta-blecer modelos de moral política e histórica. Eneste terreno, la prosa con la que Morales Benítezhace resaltar las líneas y los caracteres del acon-tecer histórico, es, también en su acepción clá-sica, retórica, como la que quería enseñar elmachadiano Juan de Mairena. La brevedad delas frases, el período en una palabra, la decisiónde las afirmaciones, dan a algunas de sus pági-nas un ritmo apasionado de voluntad de con-vicción, no de simple examen solamente.

Si por los enunciados de las tesis cabe la com-paración con Basadre, por la prosa en queestán formulados y por la intención ética quelos nutre cabe la comparación con ciertos au-tores del expresionismo alemán, movidos porigual afán de ejemplaridad y por igual con-cepción de la historia. Con Ernst Toller, porejemplo. Los paralelos, sin embargo, no pre-tenden restar originalidad al autor; antes porel contrario, buscan situarlo en el horizontecontemporáneo y poner de relieve su singu-laridad: la de un ensayista de talento clásicoque, con medios modernos pinta los intran-quilos y heroicos caminos que ha seguido lahistoria de una nación en devenir.

El primer ensayo, que por su carácterinterpretativo se diferencia de los demás,podría convertirse en un trabajo de mayorambición, de un género apenas cultivado enColombia: el de la historia social, combinan-do los métodos de Bernhard Groethuysen(como en su obra Los orígenes de la concienciaburguesa en Francia), y de Max Weber (Laética protestante y el espíritu del capitalismo), yconcentrando la exposición a ciertos temasreferente al “ethos del trabajo”, que están yaesbozados con suficiente claridad en tal ca-pítulo introductorio. Sin duda alguna cabríaaprovechar el material ya catalogado por RivasSacconi en su libro El latín en Colombia. Bos-quejo histórico del humanismo colombiano, yque, aun en el citado libro de Rivas Sacconise halla completamente inexplotado. Sinduda la mucha literatura edificante escrita enlatín tiene que ver bastante poco con el “hu-manismo” en sentido europeo (¿y hay acasootro sentido?), y sí, en cambio, mucho con laformación de un “ethos ultramundano” so-bre la base de una escolástica más o menosortodoxa y que, a diferencia de la “ascéticaintramundana” (M. Weber) del protestantis-mo, de la que nació el capitalismo, contribu-yó a la sedimentación de una estática social,que, al llegar a la modernidad, produce el“dualismo estructural sociológico” en queconsiste, según la escuela de Fracois Perroux,el tan citado subdesarrollo. Pero esta tareacorresponde a los estudiosos de la historia deColombia, que tienen en el libro de MoralesBenítez suficientes incitaciones para hacerlo.El lector simple se satisfará con meditar so-bre el generoso ideal moral y con los mode-los de actitud política y patriótica que ha tra-zado Morales Benítez con tan saludables pa-sión y vehemencia.

Bonn, enero de 1963.

“Una tentativa de ‘historia social’ en Colombia” se publicóen Lecturas Dominicales, (suplemento de “El Tiempo”), Bo-gotá, 27 de enero de 1963, p. 6.

Alfredo
Nota adhesiva
La idea que manifiesta Gutierrez Girardot es la tesis central de Marx en tanto que lo que hace la sociedad es la que mueve la conciencia y no la conciencia a la sociedad.
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Difícilmente podrá apreciarse el valor y el sentido del Anuario Colom-biano de Historia Social y de la Cul-

tura, si no se comparan las publicaciones pe-riódicas de otros países hispanoamericanoscon las pocas que aún aparecen en Colom-bia. El Anuario es no sólo la primera revistacolombiana, sino la primera hispanoameri-cana que, en su título ya, anunciaprogramáticamente el fomento de un modode historiografía, esto es, el social, hasta aho-ra casi desconocido o descuidado en el mun-do de lengua española. Es cierto que la bellarevista Historia Mexicana, del Fondo de Cul-tura Económica, publica con frecuencia tra-bajos sobre historia social de México. Y esevidente también que esos trabajos son, ensu gran mayoría, de inapreciable valor. Sinembargo, basta compararlos con el que eneste primer volumen publica Jaime JaramilloUribe, director del Anuario, sobre “Esclavosy Señores en la sociedad Colombiana del Si-glo XVIII”, para darse cuenta de que aquí lahistoriografía social constituye el nervio cen-tral del trabajo, y que por la calidad, el ma-nejo crítico de las fuentes, su sistematizacióny la elaboración de modelos y conceptos, queponen en orden y dan sentido finos al ricomaterial, este trabajo puede muy bien situar-se a la altura de los que ha dado a conocer elhistoriador alemán Otto Brunner, adelanta-do de este método en Europa. Sin duda ellono quiere decir que antes de Brunner no hu-biera habido historia social. Más bien signi-fica la afirmación de que Brunner ha sabidoestablecer el equilibrio entre la historia social

e historia predominantemente ideológica,que Brunner ha servido de correctivo a lahistoriografía heredada de Meinnecke. Si estocabe decir de la historia social en Europa, enHispanoamérica, que no ha tenido teóricosde la historiografía de la dimensión de unMeinnecke, el valor de la historia social estanto mayor. El profesor Jaramillo titula sutrabajo “Esclavos y Señores” con lo cual re-cuerda no sólo la famosa dialéctica hegelianadel “Señor y Esclavo”, sino el provechoso tra-bajo de adelantado que para Brasil llevó acabo Gilberto Freyre en su Casa Grande ySenzala. De capital importancia en el traba-jo del profesor Jaramillo son los apartadossobre las relaciones amorosas entre dueños yesclavos, las relaciones amorosas extralegales,un punto inédito en la historiografía colom-biana, pero que explica fenómenos tan pro-fundos como la concepción “familística” delEros en la cultura hispanoamericana, o loseufemismos y tabúes tan generalizados queencubren bajo la máscara dulce de la moralsocial al uso un claro “paganismo” real. Jus-tamente, Magnus Morner apunta en su me-ritorio trabajo que a pesar de los esfuerzos dela Corona y de la Iglesia, los indios –y cabedecir lo mismo de los negros- fueron muysuperficialmente cristianizados. No menosimportante es el trabajo de Demetrio Ramos,sobre la Institución del Cronista de Indias,cuya importancia para la “autocomprensión”de Hispanoamérica y para el génesis de for-mas literarias peculiares dentro de lahistoriografía apenas ha sido tratada con hon-dura sistemática. Menos valiosa, aunque no

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deja de ser interesante, es la modesta -comolo da a entender el autor con el título- “Con-tribución a la Bibliografía Filosófica de Co-lombia”, de la que es autor el conocido bi-bliotecario o bibliotecólogo Gabriel GiraldoJaramillo. Aunque su trabajo se llama “con-tribución” a la bibliografía, este no es másque un simple catálogo. Una bibliografía -elinstrumento de trabajo indispensable paratodo trabajo científico- no es una lista de li-bros. Sus presupuestos en el autor deben ser-y eso falta en este- una delimitación claradel concepto de filosofía, en este caso. Estotanto más cuanto que la contribución abarcavarias épocas; épocas, por ejemplo, en las quepor filosofía se entendía simple meditación,manera de ser o actitud intelectual; épocasen las que los temas hoy llamados económi-cos se clasificaban entre los temas de filoso-fía, y aun los de ciencias naturales. Una bi-bliografía -aunque se presente como simplecontribución; ¿y no son contribución enton-ces, los ficheros de la Biblioteca Nacional olos catálogos de librerías de ocasión?- debeser, en el caso de la filosofía, sistemática: Ló-gica, metafísica, etc. ¿Caben, por ejemplo, lasnoticias superficiales del autor de la biblio-grafía sobre José Félix de Restrepo, primerlógico colombiano? ¿Caben en una biblio-grafía filosófica las obras sobre derecho de unautor que figura en la bibliografía? Aparte deestos detalles el trabajo es, desde el punto devista del simple catálogo alfabético, caótico:Betancourt aparece registrado dos veces, unatras Francisco de Paula Barrera; se trata deFélix Betancourt. Otra, esta vez Cayetano,aparece tras Arroyave, y otra vez entre Baronay Candela. Libros que parecen anónimos(Logicarum, p. 118) se registran como auto-res: tras Lozano y Lozano. Hay autores espa-ñoles que sólo han publicado un trabajo detítulo filosófico en Colombia -que ni en supatria siquiera son filósofos o valen por tales-y figuran allí, mientras, por ejemplo, artícu-los de Luis López de Mesa no se encuentranregistrados. Hay libros con indicación de

páginas y año y editorial, y otros de los queno se sabe de qué siglo pueden ser. Hay obrasa las que el bibliotecólogo se digna hacer uncomentario, es decir, usa el procedimiento deuna bibliografía razonada. Sobre otros dadatos casi familiares, por ejemplo, sobre “Ló-gica, fenomenología y formalismo jurídico”,de Nieto Arteta, etc. Sin embargo, la dile-tante deficiencia de esta bibliografía, paracuya utilización el investigador tendrá quehacerla y compulsarla y ordenarla de nuevo,no perjudica en nada la altísima calidad delAnuario. Los documentos que presenta, elInforme de Berdugo sobre el estado social yeconómico de la población indígena blancay mestiza de Tunja y Vélez a mediados delsiglo XVIII, y el Informe de Anuncibay so-bre la población indígena de Popayán en1512 iluminan aspectos poco conocidos enlos manuales de historia colombiana al uso.Los trabajos del Anuario harán posible el co-nocimiento y la elaboración de una historiacolombiana fundada en la realidad, no enmitos, e impedirán la propagación de tesisingeniosas, pero sin fundamento en los he-chos, como la que se difunde ahora, de quelos escolásticos españoles fueron losinspiradores de la independencia hispano-americana. El trabajo del profesor Jaramillo,el de Magnus Morner, en este número, bas-tarían para convencer que todos esos proce-sos son mucho más complejos y tienen otrasfuentes y motivaciones. El fácil método de lasuperficialidad permite no sólo probar, concitas escolásticas esas tesis, sino las contrariascon citas de los enciclopedistas. Donde faltael suelo real de los hechos, son, en historia,todos los gatos de color gris. Ver claro es elmérito que se apunta este Anuario no sólopara la historia colombiana sino para la cien-cia colombiana en Europa.

Bonn, enero de 1964

“El ‘Anuario colombiano de historia social y de la cultura’se publicó en Lecturas Dominicales, (suplemento de “ElTiempo”), Bogotá, 26 de enero de 1964, p. 2.

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En la historia del pensamiento hispa-noamericano contemporáneo, la obrade Carlos Arturo Torres ocupa una

peculiar posición. Considerada como tras-plante de una mentalidad inglesa y, tácita-mente, como subsidiario complemento de lamás eficaz de José Enrique Rodó, no supoverse en ella, por ese prejuicio, la primeraformulación de un pensamiento coherente-mente “ilustrado” que, condicionado en apa-riencia por las corrientes filosóficas inglesa yfrancesa de su época, sólo permite percibirsu dimensión de futuro desde la perspectivade la filosofía contemporánea. Como la Filo-sofía del entendimiento de Andrés Bello, losIdola Fori de Torres fueron respuesta a lassuscitaciones de la cultura de entonces y, a lavez, anticipado esbozo del desarrollo de larazón. En esa situación, es a saber, en la ten-sión entre el presente al que respondió y elfuturo imprevisto, radica la paradójica posi-

ción del pensamiento de Carlos Arturo To-rres. Si se piensa que su concepción central,los “idola fori”, fue una modificada aplica-ción de la noción de Bacon sobre estas cadu-cas, prosaicas divinidades de la sociedad ci-vil, la conjunción de los tiempos y culturasen su obra resulta la confirmación de unacaracterística de la inteligencia americana, lacual, según Alfonso Reyes, es un crisol dediversos “tempos” históricos y lejanas cultu-ras. En los Idola Fori de Torres se encuen-tran, así, la actualización del pensamiento deBacon, la respuesta a los interrogantes de suépoca hispanoamericana y a la previsión deun futuro universal que afecta, por lo tanto,a la realidad del Nuevo Mundo. Para un pen-samiento semejante -y tal es el caso de An-drés Bello- la historiografía filosófica hispa-noamericana sólo ha tenido un espacio mar-ginal. Y sin embargo, pese al valor de un Va-rona, de un Cornejo, de un Lastarria y, ya

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más en el presente, de un Alorrini o de unAntonio Caso, la evolución de la filosofíacontemporánea parece dar razón, menos aellos que a Andrés Bello y a Carlos ArturoTorres.

Efectivamente, por lo que corresponde a To-rres, su posición inquebrantablementeantidogmática -no por eso exenta de pasiónpor la rectitud de la razón y las exigencias delconocimiento- equivale en sus principios alpostulado riguroso de la fenomenologíahusserliana que reclamaba del pensamientouna aproximación desprevenida “a las cosasmismas”, y aunque Torres no se propuso ela-borar sistemáticamente ese principio y, porlo tanto, solamente se limitó a enunciarlo, locierto es que los párrafos en los que lo enun-cia se leen como un reiterado programa deiniciación en la ciencia estricta de la filosofíaque Husserl pedía. No sobra subrayar que esteparentesco no pretende borrar las fronterasque separan al uno del otro: El peso no asi-milado en muchos casos de cientificismo enTorres, lo coloca, en muchos puntos, en elextremo opuesto de las intenciones delfenomenólogo. Sin embargo, el colombianonunca cayó en el pecado de convertir la cien-cia natural en la clave de todo el saber filosó-fico. Y fue éste equilibrio el que le permitióelaborar su análisis de las supersticiones de lasinrazón humana. “Hay -dice- el fanatismode la religión y el fanatismo de la irreligión,

la superstición de la fe y la superstición de larazón; la idolatría de la tradición y la idola-tría de la ciencia; la intransigencia de lo anti-guo y la intransigencia de lo nuevo; el despo-tismo teológico y el despotismo racionalista;la incomprensión conservadora y la incom-prensión liberal”.

Con esta frase traza Torres el campo neutralen el que la razón puede moverse librementeen su examen de los idola. Es el mismo campoque, de modo más perfilado naturalmente, hatrazado hoy la escuela analítica inglesa para elexamen de lo que ella llama, con palabra designificación semejante a la de “idola” y “su-perstición”, las falacias del lenguaje. Torresexamina las supersticiones aristocráticas y lassupersticiones democráticas. Weldon, de laescuela analítica inglesa, analiza sistemáti-camente “el vocabulario de la política” paraponer de presente las falacias que se ocultanen él. Para éste, el material es el vocabulario,para Torres el criterio que determina las con-cepciones. Pero, guardadas las proporciones deépoca y de trabajo sistemático, el camino quesiguen el inglés y el colombiano es el mismo:El de la razón desnuda.

En fin, este phatos con el que Torres defiendela pureza de la razón, con el que afirma ince-santemente su antidogmatismo, constituyetambién un elemento esencial del pensamientocontemporáneo: Acosado por las exigencias delas supersticiones, éste se ha visto obligado arechazar cualquier compromiso que no sea elde su propio derecho al antidogmatismo, a lacrítica y al juicio que desenmascara.

Desde otra posición cabrá reprochar su apa-rente frialdad. Pero no cabrá negar la antici-pada modernidad de la obra filosófica deCarlos Arturo Torres.

“Carlos Arturo Torres y el pensamiento contemporáneo”se publicó en: Boyacá a Carlos Arturo Torres. Opúsculo pre-parado por Eduardo Torres Quintero. Tunja: Ediciones Casade la Cultura, 1967, págs. 79 – 81.

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En uno de sus Artículos de costumbres,publicados en 1883, se burla Ricar-do Silva del obseso lenguaje del co-

mercio que, al parecer, ha invadido por esaépoca lo que el costumbrista llama el “estilodel siglo”. La realidad social que se refleja enese artículo contrasta aparentemente con ladescripción que de la atmósfera de la socie-dad bogotana de esa época hace el escritorargentino Miguel Cané en la figura de unadama de apellido Caicedo Rojas, de quiendice que “tiene la intuición maravillosa delos grandes maestros... ¡Con qué solemnemajestad traducía a Beethoven! ¡Qué ligere-

Un caso complejo

za elegante y delicada adquiría su mano parabordar sobre un teclado uno de esos tejidosaéreos de Mozart! Solloza a Schubert, cantay sueña con Mendelssohn, brilla y gime conChopin, vibra y arrebata con Rubinstein...Sentada al piano, moviendo el arco de su vio-lín, haciendo gemir un oboe o las cuerdas delarpa o el tiple, cantando bambucos con suvoz delicada y justa, componiendo trozoscomo El alba, que es una perla, siempre estáen la región superior del arte”. En cambio,con menos entusiasmo un comandante fran-cés observaba, por la misma época, que “lafatuidad de los bogotanos sobrepasa a cuan-

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to es posible imaginar. No habiendo salidojamás de su tierra, se figuran de buena fe quesu capital es la ciudad más hermosa del mun-do y la llaman la nueva Atenas... En la vidaordinaria, los hombres dicen estupideces, jue-gan, hacen revoluciones y manejan tendu-chos. Las mujeres no hacen sino dormir ycomer dulces... no sale jamás de sus casas sinopara ir a la iglesia. Esta vida sedentaria lasembrutece y engorda de tal modo que pare-cen verdaderos fardos. Los bogotanos afirmanque son muy fieles; en tales condiciones estonada tiene de extraño”.

Estas citas dejan entrever el perfil de la socie-dad bogotana en el último cuarto del siglopasado: las de Cané y el comandante francésGabriac, dos aspectos de la misma desmesu-rada cursilería social y cultural; la de RicardoSilva, el transfondo económico de esasemicultura irracional, sentimentaloide ymenos que provinciana. Con otras palabras:estas dos notas caracterizan la paulatina for-mación de una elemental alta burguesía, a laque otro viajero francés de entonces,D’Espagnat, atestiguaba “una gravedad sen-timental y católica tan especiales”. Importanteen este lento proceso social es la formación,igualmente lenta, de un público para la cul-tura: reducido, primero, a las tertuliassantafereñas, se extiende luego a las revistascomo El Mosaico y más tarde La Fe, El Reper-

torio Colombiano, La Lira Granadina y tan-tas hojas de breve vida y empresas editorialesque alcanzan a llegar, ya entrado el siglo pre-sente, a las Ediciones Colombia en 1925. Peroes evidente que la formación de este públicoreducido y luego más amplio responde a lasaspiraciones e ideales de aquellos grupos li-terarios que inspiran las revistas, es decir, sonel producto y a la vez el eco que reclama, deesa semi-cultura de “gravedad sentimental ycatólica tan especiales”. Su expresión es unaliteratura trivial, es decir, aquella que recogey expresa con aparente sublimidad lasentimentalidad precaria, la superficialidadprovinciana, las formas habituales de esa so-ciabilidad familiar, lo cotidiano y común deesas relaciones sin mundo que por la desme-sura de su limitación provocan la ilusión delmundo de que carecen.

A esta Bogotá de domestico romanticismollega Julio Flórez hacia 1887, a los veinte años,y encuentra en un grupo literario que se hallamado de la tercera generación romántica,La gruta simbólica, el ámbito para su forma-ción y su ejercicio de “lirida inmortal”, paradar vuelo a “su musa fértil, sollozante, cre-puscular”, como dice Eduardo Carranza.

Por los temas predominantes en su poesía: lamuerte, el poeta solitario, la tumba, el amorfrustrado o engañado, las imprecaciones des-esperadas a Dios, la veneración a la madre,por el talante amargo y por la nostalgia, sesuele considerar a Flórez como poeta román-tico y sentimental. Por su presunta inculturay por la facilidad de su talento, se lo calificade poeta popular. Paradójicamente, su méri-to consiste en que no es un poeta románticoy en que si no fue un poeta doctus, sí tuvo almenos una cultura del verso que nada tieneque envidiar a la supuesta maestría de unGuillermo Valencia o, antes, a la de un JoséEusebio Caro. Estilísticamente, el frecuenteempleo de los encabalgamientos y los expe-rimentos que, en algunos casos delatan el

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intento de seguir por las huellas de José Asun-ción Silva, que en él estos procedimientos yla variedad de su métrica reflejan una inten-ción fundamental: la retórica y, en otro sen-tido, el acercamiento del verso a la canción.Poemas como Ego sum, Flores negras, Reto oCuando lejos, muy lejos, podrían comprobaresta afirmación. Pero este carácter estilísticoes el que corresponde a los motivos y talan-tes de sus poemas y el que los despoja de laatmósfera romántica que tienen habitual-mente ellos. Pues los temas de la muerte, delamor engañado, de los celos, de la madre, lasimprecaciones a Dios, las evocacionesnostálgicas del cementerio, son fundamen-talmente retóricos en el sentido de que cons-tituyen los sentimientos habituales, cotidia-nos y por lo tanto gastados que caracterizanla mentalidad “de gravedad sentimental ycatólica tan especiales” de la sociedad de sutiempo. Son pues sentimientos vacíos, ade-manes sentimentales, el sustituto de una pro-fundidad de la vida que no tuvo, ni podíatener, la semi-cultura de aquella época. Poreste carácter no romántico y por su culturadel verso, es Flórez justamente un poeta po-pular: porque expresa, pues, con destreza rít-mica sentimientos básicos de una sociedadtrivializada. Son sentimientos que determi-nan la actitud humana tanto de la inauténticaaristocracia como del pueblo en todos susmatices.

Desde la perspectiva presente, esta poesía “demusa sollozante y crepuscular” podría mere-cer el reproche de sentimentalidad vulgar. Sonefectivamente muchos los poemas de Flórez

que pecan de ese defecto, pero no son los máspopulares, sino los que pretenden respondera las exigencias estéticas de las letras de en-tonces, como El cóndor viejo o los dos sonetosA Bogotá. En cambio los breves poemas deintención irónica como Dios premia a los re-beldes o El ateo y aquellos en los que canta,con resentimiento, o con amargura o despe-cho la baja vida de la ciudad, el amor vendi-do, las noches de pasión, las escenas íntimasde ambigua galantería, nada tienen de sollo-zante y crepuscular y constituyen, para la li-teratura, el punto de partida para un desa-rrollo propio y realmente autóctono, que éstano supo aprovechar. Efectivamente, estospoemas descubren el rico mundo de la ciu-dad, es decir, la vida sentimental y fantásticaen la que se mueven sus habitantes. Ellos can-tan y a la vez describen la topografía sicológicade la capital y en general el tejido anímico deque está compuesta Colombia. Flórez es paraBogotá y para Colombia lo que para BuenosAires y la Argentina fueron, con algunosmatices, Evaristo Carriego y Almafuerte. Y siresulta posible juzgar con más exacto criteriola obra trivial de los argentinos y no así la deFlórez, ello se debe a que los impulsos quedesataron Carriego y Almafuerte fueron apro-vechados por un Jorge Luis Borges, en tantoque en Colombia, tras el mundo real descu-bierto por Julio Flórez surgió la obra de arti-ficio y simulación de Guillermo Valencia.Mientras Flórez cantó desde un determina-do lugar en un determinado momento y consus características reales, Valencia fingió des-de el lugar y el momento hasta el leguaje y lacultura. Aunque Flórez pasa por ser poeta

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inculto y provinciano, lo cierto es que Va-lencia lo fue en mayor grado, justamente porsu afán de no serlo y por el escenario de car-tón de que dispuso para ello. Las canciones ylos versos de Julio Flórez siguen aún de bocaen boca como una creación anónima del pue-blo, en tanto que el parnaso doméstico deValencia se ha esfumado con el coro bullan-guero que lo glorificó. La perduración en elpueblo de la poesía de Julio Flórez indica queaún todo el pueblo espera la terminación delperíodo de la cultura de la simulación, queencarnó Guillermo Valencia, para que se sigapor el camino de su descubrimiento queFlórez apenas insinuó.

“Un caso complejo” se publicó en la revista Ideas y Valores,núm. 30-31, Bogotá, enero de 1968.

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Sobre la literatura hispanoamericana decía con rigurosa discreción PedroHenríquez Ureña que su historia “debe

escribirse alrededor de unos cuantos nombrescentrales: Bello, Sarmiento, Montalvo, Martí,Darío, Rodó”. El juicio del Maestro de Amé-rica, pronunciado en 1925, no fue entoncesparcial ni se fundó en voluntarios olvidos delos muchos nombres que vienen a la mentepara complementar, con generoso fervor pa-triótico, la reducida lista de las cumbres, yque luego, en sus Corrientes literarias en laAmérica Hispánica (1945) citó con breve yjusta caracterización.

En la lista falta y con razón, el nombre de uncolombiano. Quizá porque Henríquez Ureñapuso su atención en obras renovadoras y enpersonalidades continentales, en autores quearticularon diversos momentos de la concien-cia histórica de la América hispánica. De esetipo de escritor carece la historia de la litera-tura colombiana desde la Independencia ypese a Silva, esa carencia se hace notar demanera más ostensible desde el Modernismo.

La literatura colombiana ha merecido los elo-gios de los académicos y casticistas españo-

La literatura colombiana: Mito y realidad

les, pero ya se sabe a qué obra condujo esecriterio, a Ricardo León, a su rimbombanteengolamiento, al pastiche de los clásicos delSiglo de Oro.

La literatura colombiana obediente a seme-jante modelo anquilosado, ni siquiera fuerimbombante ni engolada: fue modestamenteprovinciana, arrogante, servil, de ingeniodoméstico, defectos que se resumen en el fa-moso soneto de Don José Joaquín Casas so-bre la Z castellana y en el asordinado estrépi-to de su verso final: “mi Z castellana, la pro-nuncio porque me da la gana”. Eran un ges-to, una actitud y una ideología, pero más quetodo una secreta nostalgia las que se mani-festaban en tan aplaudido soneto, recitadopor el castizo vate de capa española ante en-tusiasta público oficial por los años 40, losaños en que la literatura hispanoamericanahabía conocido obras de tan decisiva impor-tancia como la poesía de Neruda, la novelade Mallea, el ensayo de Alfonso Reyes, porsólo citar tres nombres al azar, que, junto conlos esfuerzos epigonales -pero meritorios- delas efímeras vanguardias colombianas habíantransformado las nociones de literatura enHispanoamérica.

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Con todo, sería injusto e históricamente fal-so recurrir a este ejemplo para subrayar la notaacademicista y castiza de la literatura colom-biana. Sería tanto como desconocer que, ade-más de León de Greiff o del estridente LuisVidales de Suenan timbres no había surgidoya por los años de las glorias castizas oficiales-consagradas por la autoridad de AntonioGómez Restrepo- el “piedracielismo”, que sediscutía a Huidobro y que se conocía a poe-tas hispanoamericanos, hoy olvidados, comoel peruano Luis Fabio Xamar, por sólo citarun ejemplo. Con todo, esto acontecía en lassombras, y aunque los “piedracielistas” cau-saron entonces asombro y fueron un escán-dalo para los que oficialmente seguían consi-derando que la poesía tenía una funciónedificadora moralmente o que un buen cas-tellano era el que se retorcía para incrustaruno que otro giro del siglo dorado español,no deja de sorprender que solamente en Co-lombia la renovación de la poesía se hizo a lasombra y bajo la invocación de un movimien-to español.

El “piedracielismo” fue, en última instancia,un Neocasticismo, que venía “quedo y sua-ve” -para citar variando a Gerardo Diego- trasla máscara modernizante y pasada por aguas

de las vanguardias europeas de los poetas es-pañoles del 27, del otro Neocasticismo.Vallejo había creado un lenguaje, Lugones yHerrera Reissing, Darío, Huidobro, Hidal-go, Borges habían creado un lenguaje, peropara los poetas colombianos, el Norte seguíasiendo la Metrópolis peninsular. Lo siguiósiendo hasta el punto de que años después,cuando Jorge Zalamea tradujo a S. John Perse-una de las primeras traducciones a lenguaextranjera y una de las más fieles y logradas-este cayó en el olvido meritorio de lo extra-vagante.

La impermeabilidad de la literatura colom-biana frente a lo producido o consagrado porfuera de la metrópoli peninsular ha sido ad-mirable por su absurda pertinacia suicida.Esta ha sido justamente la que ha impedidola creación de una literatura nacional, la queha creado el mito de que una literatura na-cional es una literatura variadamente costum-brista. Este mito es típicamente castellano,producto del largo y vergonzante proceso dela decadencia española desde el siglo XVIII,desde el siglo en el que las fuerzas de la Ilus-tración europea fueron neutralizadas por lossupuestos Ilustrados españoles, por un Feijooo por un Jovellanos, el que en sus poesíasproclamaba la supresión de la propiedad pri-vada y en sus informes de privado real recha-zaba por peligrosa la difusión de las ideas ilus-tradas. Pero si se hace caso omiso del hechode que el tipo Jovellanos prefiguró con susdefectos y con sus mediocres virtudes al Ge-neral Santander, cabe preguntar: ¿Qué tieneque ver este mito peninsular -resucitado enel 98 por la Generación ficticia del mismonombre- con la realidad latinoamericana delsiglo presente? Entre el recoleto provincianoJosé Joaquín Casas que en contra de todoslos argumentos polémicos, americanistas, deun Sarmiento o de un González Prada, de-clara solemnemente su voluntariocastellanismo y los entonces escandalosospoetas de “Piedra y Cielo”, existe en la litera-

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tura colombiana una irritante continuidad.Su norte es la lejana Castilla, un lugar y unpaisaje extravagantes en una América sin ol-mos y sin la luz y los pastores enlutados de laoscura patria del tenebroso Felipe.

El secreto castellanismo de la literatura co-lombiana no se manifiesta solamente en elrechazo del conocimiento de lo extranjero,en su recoleta provincialidad. Hay reaccio-nes ante lo extranjero en Colombia que sontan paradójicas como las que se observan enEspaña. Unamuno, por ejemplo, arquetiporecalcitrante del castellanismo, reclamaba laeuropeización de España -en pleno siglo XX!!!- pero al mismo tiempo rechazaba todo loeuropeo en nombre de un casticismo que sólopodía formular con conceptos europeos. Contodo, sería exagerado comparar las calidadesde los productos: Unamuno es discutible,pero Fernando González sólo provoca unainterrogación atónita.

El que pasa por ser un filósofo de montañeraoriginalidad recibió su impulso creador de la“meditación” ante anécdotas culturales deRoma. Nada de lo que él escribió sobre esosmármoles cabe comparar con el ensayo deValéry sobre Leonardo, y no porque Valérysea francés, sino porque Fernando Gonzálezera un patético repetidor de tópicos de terce-ra mano sobre el tema, porque el resultadode sus meditaciones cabe resumirse en ungesto admirativo. Posiblemente, FernandoGonzález hubiera puesto en tela de juicio supropia fama si sus lectores no lo hubieranempujado a creer seriamente en la importan-cia de sus interesantes ocurrencias. Pero suslectores sólo esperaban de él -y sólo esperande cualquiera- que sus ocurrencias fueraninteresantes, y nada más. Más allá de lo fu-gazmente interesante queda para los lectorescolombianos, al parecer, el reinado de lo ex-traño, de lo extranjero, de lo colombiano. Yel peso intelectual de que carece, lo suplie-ron en este, como en tantos otros casos, con

la leyenda y el superlativo y con el calificati-vo de Don, o el eximio de Maestro. Leyen-da, superlativo y título constituyen una uni-dad. Del Maestro Valencia, por ejemplo, sedifundió la leyenda de que había conocido aNietzsche personalmente, de que conocíaidiomas, lo que contribuyó al superlativo le-gendario, expresado por uno de sus admira-dores bogotanos, según el cual Valencia eramejor poeta que los simbolistas franceses.Con sus ademanes, su leyenda y sus superla-tivos ¿cómo negarle el título de Maestro? Nose requiere un análisis sereno de su obra ori-ginal -un examen de sus traducciones resul-taría aniquilante- para comprobar su leyen-da, sus superlativos, sus ademanes de mele-nudo cacique y su título son un mito que ennada corresponde al valor de su literatura.Recitativa y superficial, su poesía no dejóhuella en ningún poeta hispanoamericano dealguna generación posterior, como es el casode Lugones con su Lunario sentimental, deHerrera y Reissing o de González Martínez.Y no sólo eso, su regencia dictatorial impusoel silencio en torno de quien, como León deGreiff, sí admitía, con ventaja, -sin leyenda,sin superlativo, aunque con el merecido tí-tulo de Maestro- parangón con la más hon-da vanguardia de la literatura europea de en-tonces, con un expresionista como Gottfried

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Benn por ejemplo, quien demanera diferente a Rilke, no sucumbió

a los embates del tiempo. En el caso de Va-lencia -pero no sólo en el suyo: piénsese enIsmael Enrique Arciniegas, en Mario Carva-jal- el público y las instituciones colombia-nas confundieron la literatura universal conla plaza de un municipio y a Homero o aBaudelaire con el bronce del campanarioparroquial. El truco permite colocar al letra-do cacique por encima de todo.

La situación hoy no ha cambiado esencial-mente. Han muerto los vates y los bardos,pero han surgido los nadaístas -vates y bar-dos de un hippismo que no tuvo lugar- y hansurgido los valiosos ensayos de una nuevapoesía y una nueva literatura, que sin em-bargo no puede negar que su esperanza y suimpulso cuentan con la curiosidad generalante cualquier línea escrita por latinoameri-cano despertada por el “boom”. Casi sin ex-cepción, esta literatura es epigonal, y no sóloeso: ha llegado tarde. Vive, pues, de un mito,se alimenta de una falsa esperanza. Su leyen-da, sin embargo, sólo ha variado algunos tér-

minos, pero sigue actuando con la mismafuerza nociva con que actuó la interesadamen-te creada por Valencia para su propia gloria.

Y sigue siendo castellanista en el sentido deque al tiempo que rechaza el conocimiento yla confrontación con las letras europeas, es-

pera su reconocimiento de algún pre-mio español o de algún juicio

balbuciente y pastichoso como el deun Günter W. Lorenz, el gacetille-ro europeo totalmente descono-cido en Europa y, quizás, por eso,más jubilosamente cortejado enHispanoamérica. Esta obsecu-

encia -ejemplar sobre todo en Co-lombia- destaca otro aspecto de las

letras “nacionales”: no sólo unprovincianismo irritante y un descono-

cimiento radical de la vida literariamundial, sino la carencia de medi-das críticas y de criterios de juicio.

Estas no surgen espontáneamente, sino quese forman en el conocimiento y la discusiónde las literaturas en otras lenguas. La grancrítica alemana de la Ilustración, la teoría dra-mática de Lessing, surgió de una discusióncon las doctrinas del teatro clásico francés.Sólo en un conocimiento tal y en una discu-sión crítica cabe perfilar lo propio, deslindarlode lo ajeno y sentar medidas.

En la literatura colombiana -si se exceptúa laexcepcional figura de Sanín Cano- la relacióncon la cultura extranjera ha sido de tímidadependencia o de gesticulante campaneo, o,en no pocos casos, de municipal resentimien-to. Valencia conoció personalmente aNietzsche -al menos esa es la insostenible le-yenda- pero ¿qué huellas dejó Nietzsche ensu obra, aunque fueran huellas de razonadorechazo? Cuando hubo la moda de Rilke enColombia, este -que venía en traduccionesdudosas de Buenos Aires- contaba en la ca-pital santafereña con su exclusivo adminis-trador, pero ¿qué huellas dejó Rilke en Co-

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lombia? La moda francesa del estructuralismorevolucionó el lenguaje de algunos publicistasy lo mismo que cuando se difundió la estilís-tica, lo estructuralista se convirtió en dogmafinal, pero ¿quién se preguntó si elestructuralismo diverso y contradictorio me-recía la veneración o si no era, como dice deFoucault el marxista Pierre Vilar, simplemen-te un delirio? Semejante relación con lo eu-ropeo y extranjero es naturalmente sólo unreflejo de la sociedad, de su presión monár-quica, de sus normas de nostálgico feudalis-mo. El que en el siglo pasado no fue criollo,a imagen y semejanza del costumbrismo es-pañol, se sentía caballero o descendiente dealgún Grande de España. En este aspecto re-sulta significativo comparar una novela comoAmalia de Mármol con De sobremesa, de Sil-va, provenientes del mismo ámbito social dela “aristocracia”: en la obra del argentino seechan de menos los blasones hidalgos de an-tepasados españoles, sus valores son republi-canos, los méritos que se enuncian son cul-turales; en la interesante novela del colom-biano (que trata de un problema semejanteal que discute Martí en Amistad funesta), esjustamente un blasón el que preside la char-la, y el rostro del melancólico personaje estádescrito de tal manera que recuerda los cliséscon que la literatura peninsular pintaba a sushidalgos. Sin las intenciones hedonistas delModernismo, la sociedad colombiana y sureflejo forzado, se ha llenado de princesitas,

de nobles etéreas, como las que pueblan unensayo de tan valiosa información (sin dudasin proponérselo) como el de Antonio GómezRestrepo sobre Bogotá (1926).

Pero no es necesario recurrir a tan viejos do-cumentos para llamar la atención sobre elpertinaz monarquismo de a centavo que si-gue caracterizando a la sociedad colombia-na: basta hacer un análisis de contenido delas páginas sociales de nuestros grandes dia-rios para darse cuenta de que, por encima delos apellidos, el modelo monárquico siguedeterminando la motivación de todo ascen-so social. La familia Pataquiva -para decirlocon nombre simbólico- venida a más, gra-cias a turbias circunstancias que suelen lla-mar “desarrollo”, cifra su personalidad en elregistro de una fiesta o de algún aconteci-miento en la página social, con la misma asi-duidad y con el mismo detalle con que losigue haciendo cualquier Miguel de GermánRibón. Contra lo que suele decirse, este he-cho no es democratización; es simplementeuno de los más perceptibles síntomas del sus-tancial monarquismo de la sociedad colom-biana. Y ese monarquismo se manifiesta en-tre otras cosas en la literatura. Así como lospríncipes, marqueses, condes de la sociedadcolombiana son ficciones, son nobleza deguayaba o aguapanela, son estéril zarzuela,así también la literatura que produce estasociedad es simulación, al menos y sin duda,

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en sus grandes figuras. Como los nobles dezarzuela provinciana, la literatura que ellosadmiten y hasta cultivan no se atreve a la con-frontación con lo auténtico, con la verdade-ra nobleza (vano empeño hoy), con Europa,pero tampoco con la realidad circundante.Todo se queda en un seudocriollismo, que,como Gutiérrez González con el maíz (bajomuy tardía inspiración neoclásica española),cultiva la emoción por el cuchuco. Pero unaliteratura nacional no tiene que ver nada conel cuchuco.

Bajo la presión del monarquismo sustancialde la sociedad colombiana, se han invertidolos términos, se han desplazado todos losacentos, se han falsificado todas las medidas.Y esa realidad histórica de una sociedad

parroquialmente excéntrica es la que hace dela literatura colombiana un mito. No deja deser significativo que las dos grandes novelascolombianas del presente siglo, La vorágine yCien años de soledad, nacieron en el exilio: launa, lejos de la metrópoli, en Sogamoso y encontacto con la realidad, la otra en México.Ninguno de los dos ha cultivado la leyenda,y a ninguno de los dos cabe dar el título deMaestro. Por encima del título engolado -León de Greiff lo considera diferentemente-estos tres colombianos de la literatura uni-versal son simplemente escritores, no prínci-pes simulantes y simuladores, no fantoches.

“La literatura colombiana: mito y realidad” se publicó enEstravagario (Revista Cultural de “El Pueblo”), núm. 6, Cali,2 de marzo de 1975, p. 1, 6.

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Toda Antología es cuestionable, si deantemano no se explican detallada yclaramente los criterios que han ser-

vido para la selección. Para esta excelente yútil compilación, Andrés Holguín apenas losha insinuado en el prólogo: aunque no cita aBousoño y a Dámaso Alonso, se inscribe élen esa corriente seudomística que, sin esfuer-zo alguno, afirma la indefinibilidad de lapoesía y para conocerla se hunde en el en-cantador engaño de la intuición. Sentadasestas inseguras premisas, el crítico o elantologista puede construir un aparatoterminológico, como el extravagante de laestilística de D. Alonso y Bousoño para de-mostrar la objetividad de su intuición, o loque es más sincero, como en el caso de An-drés Holguín, confesar sin más que su crite-rio es muy personal. Pese a que Holguín ha-bla de “lirismo”, de “rigor estético” y de otrostérminos de género parecido, lo que él pre-senta no es una antología crítica sino un su-mario comentado de la poesía colombianadesde 1874 hasta 1974, que según su buen

Sobre una antología

gusto merece considerarse como memorable.En dos puntos esenciales de su prólogo citaHolguín a Bergson y a Dilthey, como si des-de entonces la teoría literaria no hubiera co-nocido autores más certeros, desde Valeryhasta Steiger y Brooks o Wimsat, por no ci-tar las discusiones sobre la teoría poética delos grandes líricos del siglo pasado sobreHölderlin, sobre Schlegel y Novalis, sobreColeridge, por ejemplo, y que le hubieranpermitido formular su tesis de manera másplausible, si no -lo que resulta inevitable-ponerla en tela de juicio y aclararla como loque es: inconsistente opinión de eso que sesuele llamar persona culta. Con esto no setrata de provocar por millonésima vez unadiscusión sobre si la poesía es “definible” ono. La pretensión escolástica y escolar de for-mular respuestas a toda clase de preguntas yproblemas a la manera del catecismo Asteteha dejado de ser, hace tiempos, una necesi-dad primaria de la filosofía. Las definicionescomo “la poesía es...”, la “filosofía es...”, lasociología es...” nunca han estado al comienzo

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de una reflexión sobre el tema, sino al final,como conclusiones resumidas del análisis yla elucidación. El problema de si la poesía es“definible” o no es un seudoproblema, comola solución que suele dársele y que se resumeen esta frase del prólogo: “La intuición esté-tica es mejor guía que todo razonamiento, yse convierte, en última instancia, en supre-ma forma de conocimiento”. Eso es unaseudorespuesta.

Desde la torre del místico, la selección de lospoetas y dentro de ellos de sus poesías me-morables carece de auténticos problemas. Almenos de dos problemas fundamentales: elde la crítica y el de la historia. La crítica y elanálisis se reducen a impresionismo, ni si-quiera llegan a una modesta interpretación.La historia queda fuera completamente: enninguna de sus formas conocidas puede traer-se a cuento, aunque es evidente que una an-tología de poesía que abarca cien años tieneque tener en cuenta las diferentes concepcio-nes de lo que fue la poesía, y que no puedesatisfacerse con designaciones problemáticascomo romanticismo o surrealismo o muchasmás. Las concepciones de lo que es poesía,de lo que debe ser la poesía dependen siem-pre de normas y valores sociales, pues es unadeterminada sociedad en su compleja estruc-tura y en su condicionamiento económico laque impone, por muy variados caminos, loque debe ser bello, lo que debe ser poesía.

En el período que Holguín llama de la gene-ración de “Mito”, por ejemplo, por poesía seentendía lo metafórico, la destreza de crearimágenes: era una concepción epigonal, a la

que concluían los modelos vigentes enton-ces, esto es, la generación del 27 de España,con su supuesto gongorismo y los residuosde la Vanguardia. Considerada esta concep-ción (que ejemplifica Cote Lamus) en su con-texto histórico, el descubrimiento de la me-táfora atrevida y la reducción de la poesíaa ella implicaba primeramente no una sim-ple cuestión de estética literaria, sino un sig-nificativo gesto de alcance indirectamentesocial y político y que cabe resumir con unafórmula de la sociología, el gesto de la inno-vación. Dentro de esta innovación -para se-guir con el ejemplo de Cote- resultaba ape-nas lógico el que se modificara la temática,es decir, el que se recibiera todo tema quefuera “nuevo” por su tratamiento y que noaparecía en la gozosa generación que prece-dió a ésta de “Mito”. Podría ser el tema viru-lento en Hispanoamérica del erotismo, sus-citado en Gaitán Durán por la lectura deBataille, o el de la muerte, que sugirió Rilke,como en Cote Lamus, pero que tanto en eluno como el otro caso resultaban extraños,tanto por lo atrevidos (al menos en Gaitán)como porque ellos venían de autores euro-peos que con el tratamiento de esos temasrespondían, de manera conformista oanticonformista, a problemas específicos deuna sociedad y dentro de una tradición espe-cífica que históricamente muy poco teníanque ver con la artificial “sociedad” culta deBogotá. El no mencionar siquiera estos he-chos históricos, le permite a Holguín apun-tar en sus comentarios líricos (que él consi-dera, al parecer, análisis) a la poesía de Cote,que tras una determinada evolución él llegaa una visión cósmica de la muerte y que en

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sus poemas, “estos poetas, Gaitán Durán yCote Lamus, vivieron íntima y profunda-mente su proceso mortal”.

Aquí hace Andrés Holguín considerables con-fusiones. Favorecidas por las circunstancias,esto es, la rilkeana temática de la muerte, esdecir, un elemento puramente libresco, y porel accidente que de modo contingente cortóla vida de Cote Lamus (quien en este sentidonada tenía en común con Rilke a quienmalentendió en las traducciones conocidasentonces), dichas confusiones adquieren elcarácter de evidencia sentimental, que a suvez equivale a una vacuna contra la crítica.

Pero con estas observaciones sumarias sólose quería poner de presente que la genera-ción llamada de “Mito” y ningunaotra generación, pueden versesin tener en cuenta lo que suscomponentes entendían demanera expresa o tácita porpoesía, y que esa com-prensión no es sólo es-tética sino que refiereinmediatamente auna determinadasituación social.No en el senti-do de ideolo-gía tal como laentiende el marxismo vulgar. Para seguir conel ejemplo, en esta generación se repetía unavez más el gesto rebelde del largo romanti-cismo, pero no, como a fines del siglo pasa-do y en la era brillante de la bohemia, comosigno de protesta, sino con intenciones posi-tivas de emancipación: emancipación de con-venciones literarias (del mundo positivo a quehabía llegado“Piedra y Cielo”) y de unaemancipación de convenciones morales(como en Gaitán Durán con su temática deleros). En toda la historia de la poesía, la con-cepción de lo que ella debe ser -transparenteen el ejercicio mismo de los poetas- implica

también una concepción de la figura del poetay de su puesto en la sociedad, en su determi-nada sociedad. Así el poeta modernista,caricaturizado en tantas novelas de Hispano-américa y España, fue en sus figuras másejemplares, la paradójica combinación de unmarginado social que glorifica un mundopuramente cultural de “aristocracia” dorada,y que resulta tanto más paradójico si se pien-sa que ese mundo venía de París por el cami-no de la literatura, pero también por el de lasmercancías, los estilos arquitectónicos, lasmodas, de las que no se escapó la provinciasiquiera. A falta de monografías sobre histo-ria de la cultura de ésta, y otras épocas, bastarecurrir a las novelas del tiempo escritas al-gunas con intención documental, casi siem-pre autobiográfica, como por ejemplo El mal

metafísico del argentino ManuelGálvez -o basta recorrer, para

citar otro ejemplo casual, lasfotografías de los banquetes

de escritores y políticos deaquella época (la biogra-

fía del joven Vallejo porJuan Espejo, contiene

algunas de comidascelebradas en

Trujillo) parac o m p r o b a r

cómo en lossalones y co-

medores de cafés y hoteles el marco criollo seveía sofocado por los estucados y los cuadrosde “gusto” parisiense-. No solamente el granburgués, era opulento, una cierta “opulen-cia” estética, si así cabe llamarla, adornaba lasciudades, los cafés, sitios en que los bohe-mios se reunían para soñar, beber y protes-tar, y para hacer literatura según determina-dos ritos (hechos famosos en las tertuliasmemorables de cada ciudad capital y capitalde provincia en todo el mundo de lengua es-pañola: recuérdese porque las resume a todasgrotescamente, la de Luces de Bohemia, de Va-lle-Inclán) y que ya en la época de la llamada

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generación de “Mito” habían adquirido otrocarácter.

Una antología más aún si se llama crítica, tie-ne que tener en cuenta estas transformacio-nes, y otras más, de lo que se entiende o en-tendió como poesía y como poeta, en unadeterminada época, para seleccionar de acuer-do con su condicionamiento histórico lospoetas y las poesías desde la privilegiada po-sición que da la distancia histórica. En estecaso la intuición estética no resulta ser la “su-prema forma de conocimiento”, sino lo quees la intuición en general, la suprema formadel desconocimiento. La distancia históricano significa en este caso, ni en ningún otro,una peculiar forma de senilidad: el ancianoque está de vuelta (y de ida) mira desde eltrono insolente de sus canas a los que él aven-taja en múltiples decenios y comprueba yalejos de la batalla, que “cualquier tiempo pa-sado fue mejor”. Distancia histórica significaque el contemporáneo que se ocupa con unoo varios pasados, más o menos inmediatos,está en capacidad de disponer de un panora-ma de los tortuosos caminos que siempre haseguido la literatura hasta llegar al presente.La distancia histórica es la capacidad de verdesde el presente lo que en el pasado tenía otuvo carácter seminal -para decirlo con unapalabra horrenda, tomada del actual lengua-je de la dominación, el inglés-. Para explicar-lo con ejemplos, o mejor con un ejemplo.No hace falta recurrir a Hegel para apuntar

que con la aparición de la sociedad burguesaen su forma ya constituida -esto es desde laRevolución Francesa- se cumplió el fin de loque Hegel llamaba “la poesía del corazón” y seinició el dominio de la prosa (es decir, segúnHegel, de la reflexión y de la epopeya burgue-sa, esto es, la novela), porque esto también loobservó ya antes que el famoso filósofo, la in-teligente y fina Germaine de Stäel y porqueademás lo comprueba la historia literaria de lamodernidad cada vez con mayor insistencia.En resumen eso significa que la literatura seha vuelto cada vez más prosaica, esto es, o bienintelectual o bien trivial. Lo que al parecerAndrés Holguín llama “lirismo” no es ni louno ni lo otro. Y es curioso -sea dicho de paso-que un conocedor de la poesía francesa comoes Andrés Holguín no se haya dado cuentade esta tendencia que otro conocedor de lamisma poesía llamó, en uno de los apuntesde su Juan de Mairena la “desintegración dela poesía”. Otro conocedor de la evoluciónde la poesía europea, Jorge Luis Borges, ac-tor en España de las emocionadas escenas conque la Vanguardia quiso mostrar las conclu-siones de esta evolución general en el mun-do, supo encontrar a su regreso a Buenos Ai-res, tras su intensa experiencia y su directoconocimiento de la literatura europea los va-lores modernos de una poesía como la deEvaristo Carriego, prosaico cantor de los su-burbios porteños. Gracias a Borges, Carriegoocupa en la literatura argentina el puesto que,por eso, ha perdido merecidamente un Guido

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Spano. Ocupa el puesto que corresponde his-tóricamente al bardo prosador de la barria-da. Ese puesto corresponde en Colombia aJulio Flórez, al hábil y diestro versificador dela vida prosaica cotidiana de Colombia, aquien Andrés Holguín no encontró digno defigurar en una antología de la poesía colom-biana en la que incluyó el soneto La Catedralde Colonia de Juan Lozano y Lozano.

Julio Flórez no tiene importancia solamentepor su prosaísmo sentimental, que constitu-ye, como en Carriego, una posibilidad de lapoesía moderna (en él, es cierto, sólo comoposibilidad), ni por el caudal de “sentimien-tos” populares -pero no sólo populares- queun narrador de talento hubiera podido apro-vechar (como lo hizo Borges con Carriego, ytambién con su poesía), sino también por sucarácter representativo de un momento de lahistoria de la poesía y de la sociedad colom-biana. Su valor no es sólo documental, es tam-bién poético. Del mismo modo, Holguín noincluyó a Rafael Núñez, cuya poesía, prosai-ca a nivel diferente de la de Flórez, constitu-ye otra posibilidad de la poesía moderna,apenas tenida en cuenta en Colombia. Devalor es en la antología el haber reducido con-siderablemente la selección de GuillermoValencia, quien de no ser por el mito que lorodea, no merece figurar. Dentro del moder-nismo, visto en amplitud, fue él un ejemplode asimilación postiza, y su versificación no

alcanza siquiera de lejos la riqueza de la ver-sificación de un modernista, Valle-Inclán,cuya poesía apenas se menciona. A medidaque se acerca al presente, la antología se con-vierte en un florido santoral lleno de talen-tos, de esperanzas, de milagrosas apariciones.La concepción que tiene Holguín de la poe-sía justifica cualquier cosa, así por ejemplo lainclusión de la precoz Gloria Inés Arias, cuyopoema contrasta con todos los intentos, me-jores o peores del contexto en que se encuen-tra, y que suena a la inocente caricatura deun Rilke pasado por agua bendita.

Pese a estas observaciones -a las que podríanagregarse muchas más- la antología presta unservicio, y quizá el mejor sea el de las obje-ciones que se le puedan hacer a ella desdediversos ángulos, el de las discusiones queprovoque. Desde el punto de vista puramen-te histórico-literario y crítico -si se entiendela palabra en el sentido amplio que hoy tieneen la práctica de la ciencia literaria- la anto-logía requeriría un tercer tomo complemen-tario en el que se recupere el trabajo elemen-tal e indispensable que el autor no hizo, apesar de que tuvo los materiales necesarios ala mano, es decir, bibliografías precisas, con-secuente ordenación de las biografías (mu-chas de ellas nebulosas) y de las notas a piede página, indicación de fechas de los poe-mas, y de los libros de los que se han tomadolas piezas elegidas.

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Y prestaría un servicio considerable, si en unanueva edición, el autor escribiera un prólogomás fundado, si recogiera los comentarios lí-ricos con los que él pretende llevar de la manoal lector, los convirtiera en auténtica crítica yanálisis y los llevara al prólogo en forma con-cisa. La inclusión de García Márquez es sinduda un tributo a la merecida fama mundialdel autor, pero si la justificación que daHolguín al hacerlo no tuviera el carácter deexcepción, entonces en la selección de Rive-ra no podría faltar un trozo de La vorágine.Si tiene carácter de excepción, entonces cabeconcluir que el concepto de poesía del autores simplemente un pretexto para la amablearbitrariedad con la que un diletante conbuen instinto estético recoge un florilegio delas poesías que él considera bellas y las pre-senta a un círculo de damas, más o menosotoñales y más o menos “culturizadas”, paralas que no es indispensable que en la selec-ción haya auténtico rigor, que tenga en cuentala historia y la moderna ciencia literaria. Bastacon que la empresa resulte bonita. Eso tam-bién tiene su función social: recuérdense losSalones literarios presididos en el siglo pasa-do o adornados por damas de los que saliótanto abogado poeta y hasta presidente dealguna república. Recordando la inclusión delsoneto de Juan Lozano y Lozano, en la anto-logía, cabe preguntar al autor de ella: ¿quiso élhacer también “una mole de encaje”? De tan-ta arandela le resultó una mole de ilusión. Ojaláque ella no conduzca a una “parálisis del vien-to” De todos modos, “Delante de su fachada”hay que decir que en el título del “arco ojivalde la portada” sobra la palabra “crítica”.

“Sobre una antología” reseña de Andrés Holguín, Antolo-gía crítica de la poesía colombiana, 1874-1974, Bogotá: Bi-blioteca del Centenario del Banco de Colombia, 2 vols.,1974, se publicó en Estravagario (Revista Cultural de “ElPueblo”), núm. 9, Cali, 23 de marzo de 1975, p. 5.

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Menos que un libro de temasociopsicológico o de teoría de laargumentación cotidiana (como

el de Erving Hoffman The Presentation of Selfin Everyday Life, de 1959, por sólo citar unejemplo), estos ensayos constituyen una retrac-tación confusamente cifrada de la profesiónde fe marxista-leninista con la que el Dr. h.c.Estanislao Zuleta inició su carrera demultifilósofo. El lector buscará en vano unadeterminación empírica y teóricamente fun-dada de lo que el autor entiende por “idealiza-ción”. La carencia de esta determinación obli-ga a concluir que el autor se sirve de un temacientífico para disfrazar su propia desilusiónde su “idealización” del marxismo-leninismoo, para decirlo más exactamente, de suepigonismo de György Lukács (en su libroaparatoso Thomas Mann, la montaña mágicay la llanura prosaica, de 1977). Esa retracta-ción laberíntica influye inevitablemente susanálisis; como, por ejemplo, los que dedica aKafka (“La Metamorfosis”, págs. 103-114, y“Franz Kafka y la modernidad”, págs. 115-127). Ni del contenido de ellas ni de las notasde pie de página cabe deducir que el Dr. h.c.Zuleta conoce los textos originales y las inter-pretaciones más fundadas de Kafka (HeinzPolitzer, Franz Kafka. Parable and Paradox,Cornell University Press, 1962, por ejemplo).En cambio se apoya en una monopolista fran-cesa de Kafka, Marthe Robert (en traduccióncastellana), quien domina el texto muchomejor que el Dr. Zuleta, pero no lo suficiente-mente como para satisfacer las exigenciasfilológicas más elementales. Un mediano co-nocedor de Kafka -en sus textos originales yde la bibliografía esencial sobre él- tendrá que

concluir que estas piezas maestras del Dr. h.c.Estanislao Zuleta nada tienen que ver conKafka, sino con el “subdesarrollo” latinoame-ricano. En la conferencia que el epígono delsupremo filósofo colombiano Darío Echandía,esto es, el Dr. h.c. Estanislao Zuleta, pronun-ció en la Universidad de Tunja en 1983 conmotivo del primer centenario del nacimientode Kafka, se encuentran “cantinfladas”, pordecir lo mejor, como esta: “La modernidad hahecho explotar una cosa nueva en el vínculosocietario, ha hecho explotar los conflictos máshondos, el conflicto entre los hombres y lasmujeres, ahora lo llamamos feminismo y real-mente las feministas han hecho el mejor tra-bajo en ese sentido, pero también la rebeliónjuvenil tiene mil formas, por ejemplo una for-ma negativa: nosotros no seremos como nues-tros padres” (pág. 117). El Dr. Zuleta no es-pecifica por qué esa “forma negativa” de la“modernidad” es exclusiva de ella, ni justificapor qué y cómo la “modernidad” se puede re-ducir a este aspecto. En cambio, prefiere de-leitar al lector con su estilo entre doméstico-epistolar y terminológico que en modo algu-no contribuye a la precisión de lo que quieredecir. El ensayo o, más exactamente, la confe-rencia “Nietzsche y el ideal ascético” (pronun-ciada en la Universidad de Antioquia en 1982)es un despliegue de su desconocimiento de laobra de Nietzsche. Ya en la primera página(pág. 143) cita imprecisamente la famosa obrade su víctima: El origen de la tragedia y el espí-ritu de la música. Aunque el Dr. Zuleta hayaleído esa obra en traducción castellana, ellono implica que el conocedor de Goethe, deKafka, de Thomas Mann y de Nietzsche nocorrija, en beneficio de una lectura precisa, el

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detalle aparentemente insignificante del títu-lo traducido: el original no dice y (und) sinodel (aus dem) espíritu de la música. Una pági-na más adelante, el Dr. Zuleta recae en su“cantinflismo” y asegura: “la visión trágica dela existencia que consistía en aceptar lo trági-co de la vida y aceptar, al mismo tiempo, lavida”. La visión trágica de la existencia no con-siste, evidentemente, en aceptar, sino en fun-damentar por qué la existencia es trágica. Yesa fundamentación de Nietzsche es lo que nocomunica el Dr. Zuleta. Otra “cantinflada”depara el Dr. Zuleta al lector en la misma pá-gina: “alrededor de ese problema gira el pen-samiento de Nietzsche durante todo un largoperíodo que cubre desde la primera obra, has-ta las últimas”. ¿Tuvo períodos de desarrolloel pensamiento de Nietzsche o fue todo su pen-samiento un solo período? Y entonces ¿paraqué hablar de período, que tiene un significa-do muy preciso de división de fases -al menosen el lenguaje de la historia y de la historia dela filosofía? No satisfecho con estos descuidosmeramente “filológicos”, el Dr. Zuleta instru-ye a sus oyentes indefensos y a sus lectores conesta noticia: “En lo relacionado a la lógica, mevoy a referir a La voluntad de dominio, a unode sus últimos textos” (pág. 150). Como lopuso de presente Karl Schlechta en la primeranueva edición de las obras de Nietzsche(Samtliche Werke, Munich, 1954-1956; nocabe esperar del especialista Zuleta que conozcala edición de Colli y Montinari), La voluntadde dominio es una obra compuesta y adereza-da, por suscitación de la hermana, con apun-tes de Nietzsche, a veces falsificados por lahermana. Para quien trabaja científicamentesobre Nietzsche (universitariamente; y por ellugar en el que el Dr. Zuleta dictó esa confe-rencia es de esperar que haya respondido a esaalma máter), el libro La voluntad de dominioes filológicamente insostenible e implica unainterpretación fascistoide de su pensamiento.Fundado en textos falsos (sea el citado o lastraducciones, que no indica), no ha de sor-prender que cuando se enfrenta al problemacomplejo del juicio o juicios de Nietzsche so-

bre Sócrates se remonte con erudición increí-blemente “lorite-menascoide”, es decir, demedio-oídas, a Platón y, sin aducir textos cla-ves, vislumbra apenas y naturalmente de modofilosóficamente insuficiente lo que Sócratespudo significar para Nietzsche: el “hombreteórico”. Pero en esa confusión parroquial deque hace gala el Dr. Zuleta, para apuntarloacude a la terminología francolátrica y dice:“que en el discurso racional” (pág. 146)Sócrates “apunta” ...“como dice Platón en laCarta Séptima a los amigos de Dión a otrohecho”...Con “discurso racional”, con la pala-bra de moda, todo suena muy científicamen-te. Y el oyente de la conferencia del Dr. Zuletadebió de quedar apabullado ante semejanteslucubraciones, que ni siquiera se permitieron“filósofos” antifilósofos como FernandoGonzález o el gran irreverente argentinoMacedonio Fernández.

Notas de un mal lector título Borges su irónicanecrología de José Ortega y Gasset. Sería ex-cesivo decir que el Dr. Zuleta es, como Borges,un “mal lector”. El Dr. h.c. Estanislao Zuletaes simplemente un “piadoso lector”, que sesirve de los libros y de las conferencias paracargar a sus oyentes y lectores de sus ocurren-cias sobre libros con su triple problema: el desu autodidactismo, el de su obediencia a lamoda (marxismo-leninismo, estructuralismode segunda mano) y el de su importantismo.Sería falso suponer que este triple problema esexclusivo del Dr. h.c. Estanislao Zuleta. Unestudiante hispano ansioso de saber compro-bará que las universidades hispanoamericanasestán excesivamente llenas, tanto como las es-pañolas, de Estanislaos Zuletas. El libro delilustre Dr. h.c. es, además de un testimoniopolítico personal, una denuncia indirecta ypeculiar -e involuntaria- de la miseria apara-tosa de la universidad.

“Figuras imaginarias” reseña de: Estanislao Zuleta, Sobre laidealización en la vida personal y colectiva y otros ensayos(Bogotá, Procultura, 1985), se publicó en Boletín Culturaly Bibliográfico, Bogotá, vol. XXIV, núm. 13, 1987, p. 79-80.

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Este Panorama compilado por Santia-go Mutis carece de un prólogo o unepílogo en el que se expongan los cri-

terios de selección de los poemas de cada unode los autores recogidos. ¿Se trata de poemasinéditos que forman parte de una obra enmarcha, o de poemas inéditos que los poetasno han decidido publicar, o de poemas in-éditos de épocas anteriores de la evoluciónde cada autor y que éste desecha del todo oespera integrar en una nueva serie? Por lasfechas colocadas en cada sección dedicada aun poeta puede suponerse que se trata de unaselección hecha con los diversos criteriosmencionados más arriba como preguntas.Con todo, para poder apreciar el desarrolloinédito de la poesía colombiana entre 1970y 1986, sería necesario justificar la diversi-dad de criterios y también el lapso que se haescogido. Y ello obligaría a un ordenamientodiferente del generacional que, sin duda, haservido de principio a la elaboración del Pa-norama. ¿Por qué se escogió el cuestionable ymecánico principio generacional? Como elrecopilador no explica los principios que loguiaron, cabe deducir que el criteriogeneracional es sólo una suposición; es decir,que el compilador se ha guiado por las fechasde nacimiento de los poetas, lo cual es unaconsiderable abreviatura de la noción de ge-neración.

Pese a ello, el Panorama agrega a los tipos deantologías (y la compilación de Santiago

¿Panorama? ¿Inédito? ¿De poesía?

Mutis es ne-cesariamenteuna antolo-gía) conoci-das -esto es, la“antología consulta-da” a los poetas mismos o a laantología de los poemas prefe-ridos por grandes figuras de lacultura- uno más que, mientrasno se sepa cómo y quién eligiólos poemas, cabría llamar “an-tología consultada de la poesía inédita” o sim-plemente “antología de la poesía inédita”. Esefectivamente una novedad pero, precisamen-te por eso, exige una fundamentación paraque la novedad no se convierta, antes de ha-berse desarrollado, en una especie de direc-torio y muestrario de los poetas y sus pro-ducciones y en una antiantología y aunantipanorama (el panorama se guía por lascumbres y abarca sólo muy difusamente elresto; no es un mapa) en donde se registra a“todos los que son”. ¿Pero se encuentra en él,realmente, a “todos los que son” o creen serlo?

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¿Cómo captar, para ser fiel al concepto deinédito, a los poetas colombianos de ese lap-so que por diversas razones -extremo rigorconsigo mismo, imposibilidad de publicar ode acceder a las empresas editoriales, porejemplo- son absolutamente inéditos, peroque pueden o podrían ser estéticamente másvaliosos que los conocidos? La recopilaciónde Santiago Mutis debería llamarse más exac-tamente “Panorama (o Antología) de los poe-mas inéditos de los nuevos poetas colombia-nos que, en general, ya no son inéditos”. Yentonces cabría preguntar: ¿qué agrega al co-nocimiento y valoración de los poetas ya pu-blicados en su gran mayoría este Panoramade sus poemas inéditos? Un poema inéditode Mario Rivero, con cuya selección se inau-gura el Panorama, como La balada de maeseVillon (págs. 18-22), por ejemplo, obliga aconcluir que es un homenaje a León de Greiffque no lo honra, porque León de Greiff es,como rubendariano esencial, un poeta quepracticó la máxima de Darío: “la poesía esmía en mí”. Lo mismo ocurre, para citar otroejemplo, con el poema Estación (págs. 172 ys.) de Jaime García Maffla: es un homenajeal Jorge Guillén de Cántico, pero ese ejerci-cio guilleniano del poeta colombiano no hon-ra a su modelo, pues carece del presupuestointelectual denso que configura la forma del

poeta español. Pero estos y otros ejemplos quecabría aducir serían del todo insuficientespara deducir, confirmando una frase deBorges, que la literatura de lengua española(Borges se refiere a la literatura española)“siempre vivió de las descansadas artes delplagio”. Lo único que cabría decir es que es-tos y otros poemas semejantes merecen se-guir siendo inéditos y que muchos deceniosmás tarde, cuando se prepare la edición críti-ca de la obra poética de algunos poetas querecoge este Panorama, estos poemas, ripiososcuando se los considera aisladamente, encon-trarán su adecuado lugar en el aparato críti-co que reconstruya la génesis de la obra delrespectivo creador. Por esto, todo lo que sepueda deducir de la lectura de este Panoramatiene carácter hipotético, no solamente por-que la obra de estos poetas, especialmente lade los más jóvenes, se encuentra en procesode configuración, sino porque los poemasinéditos no son fundamento suficiente -soncuriosidades o ripios, principalmente- parahacer afirmaciones de carácter general. Paraeso sería necesario tener a disposición unaantología temática de la poesía publicada quetenga en cuenta, no sólo para su elaboraciónsino para la elaboración del prólogo o delepílogo, la “recepción” de la obra de los poe-tas escogidos.

Hipotéticamente, pues, cabe afirmar que enla poesía colombiana del lapso 1970-1986predominan temáticamente lo autobiográficopatente como el amor, la contemplación delmundo circundante, el Yo mayúsculo. Estoque podría considerarse como una caracte-rística esencial de la subjetividad de la líricano es en realidad subjetividad sino una for-ma de narcisismo que, como tal, constituyeno solamente una huida de la realidad sinouna incapacidad de traducir poéticamente lasangrienta, degradada y confusa realidad co-lombiana sin caer en ese supuesto “realismo”verbalmente combativo y eclesial que propa-gó el Archiduque de la Isla Negra en su can-

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to de amor al Padrecito Stalin de su Cantogeneral (1950; parte III de la sección Que des-pierte el leñador). Concomitante con esta in-capacidad de penetrar poéticamente la reali-dad más imperativa e intimidante y condi-cionada por ella es la incapacidad de confi-gurar un lenguaje y formas que expresen ladramática densidad de esa realidad sin hacer“poesía política”. La violencia en el siglo XXprovocó poemas como Grodek de GeorgTrakl, publicado en 1914, el año de su muer-te; España, aparta de mí este cáliz (1939) deCésar Vallejo y la obra poética de Paul Celan(1920-1970), de la que se destaca la Fuga dela muerte (1952), por sólo citar los ejemploscumbres. Especialmente en Celan, esta ex-periencia universal de la violencia lo llevó aconsiderar la poesía como silencio y opaci-dad, como la forma con que la mudez pro-ducida por la violencia se expresa poéticamen-te. El resultado es una poesía a primera vistahermética y a veces impenetrable, pero ya elpunto de partida de su poética -esto es, laexpresión de la mudez que causa el espectá-culo de las violencias- implica no sólo unaconfrontación con la realidad sino una buscade formas expresivas nuevas y, especialmen-te, adecuadas para desentrañar serenamenteel nudo que está detrás de la violencia. Estamudez no se satisface con los hallazgos (de laFuga de la muerte: “La muerte es un maestroque viene de Alemania”, con lo cual se refie-re al genocidio de los judíos por elnacionalsocialismo, entre otros), de modoque la expresión de esa mudez pone perma-nentemente en tela de juicio precisamente aesa expresión. Y ese cuestionamiento oautocuestionamiento de la poesía -que Ce-lan corrobora teóricamente invocando aMallarmé- excluye la posibilidad de cualquierforma de retórica tópica.

No cabe duda de que la mención de Trakl yCelan como ejemplos de una poesía que seenfrenta a una realidad violenta y que sabetransponerla a su lenguaje, enriqueciéndolo,

tropezará en Colombia con la susceptibili-dad y la suspicacia de quienes, muy por elestilo del figurón castizo, satisfechamenteinculto y grasosamente patriotero que pintóMariano José de Larra en su artículo de cos-tumbres El castellano viejo, convierten su ig-norancia en pilar de la soberanía nacional.Para eso pueden invocar las diversas “teorías”sobre la “dependencia”, como la que formu-ló -consecuentemente con su marxismo ele-mental, esto es, aplicando la dependenciaeconómica al campo de la filosofía- haceveinte años el Jaime Balmes de la izquier-da peruana, Augusto Salazar Bondy,con su folleto ¿Existe una filosofía denuestra América? (Siglo XXI). Estay otras teorías de la “dependen-cia” parecen no conocer los pro-cesos de formación de la especi-ficidad cultural y de la dinámi-ca de la “originalidad”. Pues la“originalidad” no es posible sin el es-tudio previo de la “dependencia”; esdecir, sin asimilar y poner en tela de jui-cio la “dependencia” no hay especificidad.Los ejemplos mencionados sólo quieren in-dicar que ha habido y hay una posibilidad deexpresar poéticamente la mudez que han oca-sionado las violencias del siglo XX. En la dis-cusión crítica con estas expresiones se puededesarrollar la expresión poética de la variantede mudez que ha producido en Colombia laversión nacional de la violencia universal eneste siglo. Pero eso exige que el poeta sea poe-ta doctus, que considere la poesía no como lasimple manifestación de una espontaneidaddel sentimiento, sino como la conjunción deespontaneidad y reflexión, de espontaneidady cultura que disciplina la espontaneidad yla impresión, la enriquece y la configura.

Los grandes hitos de la poesía colombiana:José Asunción Silva, León de Greiff, RafaelMaya, Aurelio Arturo, Jorge Gaitán Durán,Fernando Charry Lara, Fernando Arbeláez(en su segunda fase, especialmente) signifi-

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caron una “desverbalización” dela poesía o, dicho de otra ma-

nera, un deslinde entre poe-sía y demagogia, así sea laleve de la “cotidianidad”.Este proceso fue suspendi-do por la praxis del anacró-nico épater le bourgeois del

nadaísmo. Hay otros factorespolíticos y sociales que contri-

buyeron a ese retroceso y queposibilitaron el nadaísmo, como

la paulatina descomposición de lavida política y social y la cegueraante los problemas sociales. A todosellos sucumbió fácilmente, con laayuda del nadaísmo, el desarrollo de

la poesía colombiana.

Este Panorama permite percibir las huellasde ese retroceso. Con todo, la antología noproporciona material suficiente para diferen-ciar esta afirmación, y tampoco para supo-ner que en ese cuerpo inédito de la poesíacolombiana de un breve lapso se encuentranpasos seguros para salir del empobrecimien-to al que ha llegado la poesía colombiana.Unas muestras, como los poemas de Fernan-do Garavito o el poema Interior de OrietaLozano, por sólo citar dos ejemplos, dejanabierta la pregunta por el desarrollo poste-rior de los poetas. Pero esta pregunta es evi-dente para casi todos los poetas del Panora-ma, al menos para quienes no han llegado alos cincuenta años.

Si la antología preparada por Santiago Mutispuede prestar un servicio, éste sería no sóloel de la recopilación primera o, si se quiere,el de una primera catalogación, sino princi-palmente el de incitar a un examen críticodel desarrollo de la poesía colombiana desdeel punto de vista de los intentos de“desverbalización” para reconstruir su curvadescendente, que no sólo se debe al retroceso

nadaísta y sus concomitancias políticas y so-ciales, sino también a los sedimentos quedejaron la fascinación que ejercieron, en losaños 40 y 50, especialmente poetas comoPablo Neruda y León Felipe. En la recons-trucción de esa curva sería preciso preguntarpor la escasa atención que se prestó a AurelioArturo y por los motivos complejos que, encambio, llevaron a admirar a un poeta me-nor (frente a Arturo y a César Vallejo, porejemplo) como Octavio Paz. No sería impro-bable que la reconstrucción de esa curva sa-cara a luz una concepción inédita, en el sen-tido riguroso de la palabra, de la poesía, cuyodominio en Colombia no ha permitido quese trace nítidamente el límite entre poesía ydemagogia o, más precisamente, entre poe-sía y poetería.

Pese a los defectos esenciales de taller que vi-cian este Panorama, una ocupación con éldespierta preguntas e incitaciones múltiples,como la de la clarificación de conceptos, laprecisión de tareas (el título mismo exige cla-rificación de conceptos y, consecuentemen-te, precisión de la tarea panorámica oantológica), la investigación del horizontepolítico, social y cultural que explique el ni-vel estético de la poesía colombiana del lapsofijado por el compilador. Si se compara estePanorama con la Antología crítica de la poesíacolombiana. 1874-1974 (Biblioteca del Cen-tenario del Banco de Colombia, 2 tomos,Bogotá, 1974) de Andrés Holguín, no serádifícil comprobar que la recopilación hechapor el filósofo “andino” sólo plantea pregun-tas relativas al antologista. Este defectuosoPanorama, en cambio, plantea preguntas re-lativas a la ciencia literaria y a la historia de lapoesía colombiana. En sus lagunas consistesu mérito.

“¿Panorama? ¿Inédito? ¿De Poesía?” reseña de Panoramainédito de la nueva poesía en Colombia, comp. de SantiagoMutis (Bogotá: Procultura, 1986), se publicó en BoletínCultural y Bibliográfico, vol. XXV, núm. 15, 1988, p. 160-162.

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En el año de 1915 apareció la narra-ción de Franz Kafka que le abrió laspuertas de la fama internacional: La

Metamorfosis. Tras el título se ocultaba la pro-testa alegórica del hijo débil contra el robus-to y autoritario padre. Cuatro años antes, enel año del Señor de 1911, en la lejana Repú-blica de Colombia un doctor gris fundó el

Kafka y Colombia *

diario El Tiempo, que en el curso de los añoshabría de sufrir, como su fundador, la meta-morfosis. Fue una peculiar variación de la quecuenta Kafka. El entonces doctor gris y sudiario se convirtieron en un robusto y auto-ritario padre de la inerme República. Y comobuen pater familias, en vez de convertir a sushijos, como lo hizo el padre de Kafka, en in-

* Esta réplica de R.G.G. al artículo de “El Tiempo” titulado “Mario Laserna. Al estilo enciclopédico” se publicó en elextinto diario “La Prensa” de Bogotá el martes 10 de enero de 1989, pág. 7. El escrito sobre Laserna había aparecidopublicado en el periódico “El Tiempo” el domingo 13 de noviembre de 1988, pág. 2 de la sección A. Lo transcribimosseguidamente en su integridad:“Era amigo íntimo de Einstein, uno de los grandes sabios del mundo. Ha cenado con Jimmy Carter cuando todavía no erapresidente de Estados Unidos y ha cazado con Giscard, cuando lo era en Francia. Domina el inglés, el francés y el alemánal punto de dar conferencias sin intérpretes en las grandes universidades del mundo. Y eso sobre temas científicos, dehistoria, de sociología, de filosofía...“Ese personaje, nacido en 1923, se puede encontrar en cualquier cancha de tejo, o en uno de esos restaurantes paracamioneros tomando changua o comiendo morcillas. Se viste de manera descomplicada y es capaz de viajar en mula o entractomula.“Esa flexibilidad se la heredó a su padre, un antioqueño pobre de Marinilla, que vendía dulces y bizcochos en la plazapública, y contrataba montañeros para llevarle mulas hasta Ibagué.“Ese paisa, convertido en prospero negociante, fue el mismo que compró el Teatro Real en Bogotá para poder ver todas laspelículas mexicanas que llegaban al país...

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sectos, convirtió a insectos alegóricos en per-sonalidades. En los 78 años de ejercicio desu autoridad paterna, la Casa ha beneficiadoa tal número de menores de razón y verdadque podría inaugurar un museo digno decompetir con las más ricas colecciones decoleópteros del mundo. Ninguna de ellas, nisiquiera la que hizo famoso entre los zoólo-gos del mundo al ensayista y novelista ErnstJünger, tiene especímenes tan raros como losque podría presentar la Casa: el coleópterocolombo-kafkense, es decir, un coleópteroque tiene, como Jano, dos caras, y dos cuer-pos, un Gregorio Samsa que mantiene en per-manente estado de indecisión el proceso dela metamorfosis, que es a la vez Samsa antesy después del acontecimiento, un permanentedevenir, o dicho con términos técnicos, uncoleóptero-en-el-tiempo. El devenir -o la in-decisión- es una característica esencial de estaespecie colombo-kafkense. Como es lo unoy lo otro o, más exactamente, como no es nilo uno ni lo otro, su ser-en-el-tiempo se de-termina mediante la “inflación” -no en el sen-tido económico de la palabra-. Inflación, eneste sentido, es Ser-en-El Tiempo. Y en Co-lombia, quien no es Ser-en-El Tiempo no es.Pero ¿quién es? Así como hace 78 años el grisdoctor y su diario comenzaron a invertir an-ticipadamente -o “premonitoriamente”, parautilizar un vocablo preferido de la Colombia“protuberantemente” orteguiana- La Meta-morfosis de Kafka, así también ha invertidola Casa un concepto de Heidegger, que éste

formuló en 1927: el del “man”, esto es, elimpersonal “se” (se dice, se piensa, etc.). El“se” (dice, piensa, etc.) representa laanonimidad... lo que dice “la gente”. No asípara la Santa Casa. En el número 27090 desu monárquico Boletín, correspondiente al13 de noviembre de 1988 -en Colombia esun año de júbilo y esperanza nacionales: seconmemora la fundación de la Universidadde los Andes- se encuentra el más ilustrativoejemplo de esa inversión del concepto de“man” o “la gente” de Heidegger. En la co-lumna titulada Gente aparece una fotografíade uno de los filósofos e historiadores, políti-cos e internacionalistas colombianos másdesconocido en el mundo científico e inte-lectual del Occidente, el doctor MarioLaserna. En la comunidad científica e inte-lectual internacional es un “man”, es de “la

“Mario Laserna, uno de sus siete hijos, también le heredó su excentricidad: llegaba al Gimnasio Moderno tirando unababilla. Luego estudió Derecho en la Universidad del Rosario, Matemáticas en la Universidad de Columbia en NuevaYork y Física en Princeton.“Fue allí donde se hizo amigo de Einstein. Con él comenzó a escribir un libro sobre la Filosofía de la Historia. Einsteinmurió antes de que concluyeran. Pero Laserna es el único colombiano que tiene, además, decenas de cartas inéditas delfísico más famoso de este siglo.“También es uno de los raros coleccionistas de obras de arte colonial de los siglos XVII y XVIII. Eso le apasiona como elpersonaje Bolívar del cual es uno de sus especialistas.“Optimista y buen vividor, Mario Laserna le ha jalado a todo lo que le ha salido. Y le han salido muchas cosas: ha sidoeditor de periódicos, torero de vaquillas, jugador de billar y de tenis, ciclista de esos que viajan desde Oxford hasta París,ganadero e industrial, concejal de Bogotá, embajador de Colombia en París y ahora en Viena... Conservador y buencreyente sí sigue siendo.“Este miércoles la Universidad de los Andes cumple 40 años. Él fue su inspirador y estuvo entre el grupo que la fundó.”

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gente”. Pero en virtud de las artes de inver-sión que maneja la Santa Casa, este miem-bro de “la gente” se convierte en una perso-nalidad internacional. Sólo a él le ha tocado,al parecer, gozar el privilegio de cenar con J.Carter antes de que fuera presidente. Y comosi el haber estado cerca de esta reliquia fuerapoco, sólo él, al parecer, fue designado por laDivina Providencia a cazar con Giscard cuan-do era presidente francés. Es evidente, sinduda alguna, que la Santa Casa o su infor-mante ignoran voluntariamente el hecho deque Giscard, como dice familiarmente elmago redactor, invitaba a cazar una vez al añoa todos los embajadores acreditados en Fran-cia, y naturalmente, también a Mario, no,como sugiere el columnista, sólo a Mario. Deseguir esa lógica, cualquier monja o feligréscolombiano que haya asistido a una misa ce-lebrada por el Papa en la Plaza de San Pedropodría publicar la noticia -en la leída páginasocial, pagada si no es amigo de la Monar-quía- siguiente: “Sor Corazón de la Sangre -o doña Patricia Arias de Knutter- regresó ayerde Roma, en donde pasó una hora y mediaorando con el Papa”.

Pero la Casa o su informante no sólo se haespecializado en comunicar verdades recor-tadas. En el caso del doctor Mario Laserna,la Casa o su informante ha desarrollado unmétodo de indiferencia que podría llamarse:“cómo sacarle sangre a un retrato” o, másexactamente: cómo convertir a un retrato entierra y abono de un árbol. Del retrato de

Einstein con Laserna (de Alberto con Mario,para los iniciados, para la “inmensa mino-ría”) la Santa Casa o su informante ha sacadoun árbol: su tronco es el libro de Filosofía dela historia que Alberto estaba escribiendo conMario cuando el copensador de Mario mu-rió: su copa son las decenas de cartas inéditasque Alberto escribió a Mario.

Para desgracia de Mario, de la Santa Casa yde la fama científica internacional de estagolpeada República, es precisamente este ár-bol el que confirma el hecho de que el doc-tor Mario Laserna es absolutamente desco-nocido no sólo en la comunidad científica eintelectual internacional, sino sobre todo enlos círculos de discípulos, compañeros super-vivientes y especialistas en su “íntimo ami-go”. En su beneficio cabría suponer queMario, dotado de una imaginación produc-tiva y de un sentido para el negocio, confun-dió, posiblemente en alguna pesadilla, al fí-sico judío-alemán Alberto con el hombre deEstado colombo-norteamericano Alberto, alpremio Nobel de Física Alberto con el Al-berto anti-premio, pues le tocó gobernar aun país que le quedaba “chiquito”, es decir,que le quedó “cuellón” al país o, lo que es lomismo, que fue un anti-premio, naturalmen-te inmerecido. Sin embargo, la posible pesa-dilla no explica del todo la colaboración queAlberto prestó a Mario en la redacción de unlibro sobre Filosofía de la historia. En dóndese encuentra ese fragmento de libro: ¿en losarchivos de Alberto o en los de Mario? Si en

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los de Alberto, entonces ¿por qué no se lo hapublicado? Porque es muy malo, es decir,¿porque denota muy claramente el cerebrouniversal de Mario? ¿O porque no se conser-va en esos archivos, posibilidad poco plausi-ble? ¿O porque no existe? Y si existe y enton-ces tiene que conservarse en los archivos deMario, ¿por qué no lo ha publicado? Es unmisterio. Pues una persona inteligente comoMario, fundador de la Universidad a la queColombia y las empresas le deben sus aseso-res y directores más modernos y sólidos, ju-gador de tejo, posiblemente experto en aguar-diente, en cuchucos, brevas, aguapanelas,mazamorras y arepas del afortunado depar-tamento que lo vio nacer; este hombre que“se las conoce todas” o, como se dice en unade las lenguas que él domina, c‘est a dire, elGerman, “lavado con todas las aguas”, sabede sobra que un libro inédito que lleve aun-que sólo sea entre líneas de un personaje,puede convertirse en un “bestseller”. Y si elfragmento del libro es malo, basta recordarlas novelas de Isabel Allende para comprobarel poder mágico que ejerce un nombre. Isa-bel Allende es García Márquez pasado porun bidé, pero dorada con el áurea del presi-dente que sucumbió a los temores del Her-mano Grande y a las impaciencias concomi-tantes de ciertas “izquierdas”. Aunque MarioLaserna -o Mario, simplemente, para susamigos como Alberto E.- es menos prolíficoque la Scherazada chilena, no hay motivo al-guno por el cual el exrector de la Universi-dad Nacional se sirva de un procedimientosemejante. Nadie en el mundo científico e

intelectual del Occidente y del Oriente sabequién es y qué significa científica e intelec-tualmente Mario Laserna. En este sentido,Mario Laserna se asemeja a Isabel Allendeantes de la muerte de Salvador Allende. Peroeste estado puede experimentar metamorfo-sis. La muerte de Salvador Allende facilitó lametamorfosis de Isabel Allende en escritorade fama internacional. La muerte de AlbertoE. también facilitó a Mario Laserna la meta-morfosis que en él puso en marcha la SantaCasa. Si Isabel Allende fue pariente del pre-sidente sacrificado, ¿por qué no habría degozar de esos beneficios familiares quien fue“íntimo amigo” de Alberto E? El fragmentodel libro sobre Filosofía de la historia podríapublicarse sin necesidad de poner de relievela íntima amistad que unió a Mario con Al-berto. Como en el caso de Adorno yHorkheimer, en el de Einstein y Laserna sal-ta a la vista. Eso, naturalmente, siempre ycuando exista ese fragmento...

En la Conjuración de Catilina observó Salustio-quien no es, como hubiera supuesto el ar-quitecto del equipo capitaneado por el hom-bre de Estado, el mayordomo de alguna ha-cienda sabanera-: “Desde hace mucho tiem-po hemos desaprendido a llamar las cosas porsu nombre: obsequiar el bien ajeno se llamagenerosidad; audacia para obrar malvada-mente se llama gallardía. Por eso, la Repúbli-ca se encuentra al borde del abismo”. Salustiohubiera podido agregar: convertir acoleópteros alegóricos en Gente, se llama Ser-en-El-Tiempo.

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Hace dos años se llamó “el debatede los historiadores” a la discusióniniciada en la República Federal de

Alemania por el historiador Ernst Nolte y elsociólogo Jürgen Habermas sobre la consi-deración histórica del nacionalsocialismo.Para estar al día, Colombia tiene también su“debate de los historiadores”. Pero para se-guir siendo lo que no debe ser, el tema deldebate provocado por tres historiadores tra-dicionales, Eduardo Santa, Roberto Velandiay Germán Arciniegas, presidente de la ilustrey moderna corporación, es considerablemen-te antiguo. Tiene casi la edad del gran cruza-do Germán Arciniegas. El abanderado de lacampaña a favor de la tradición obliga a com-probar, a juzgar por sus obras históricas, queel debate de hoy es la inversión del que tuvolugar en Francia en 1903. En ese año publi-có el sociólogo e historiador de la economíaFrancois Simiand un artículo sobre Método

El debate de los historiadores

histórico y ciencia social en el que criticaba elmétodo histórico de Charles Seignobos y lereprochaba el manejo impreciso del concep-to de causalidad. Ese concepto es imprecisoporque confunde las causas inmediatas delacontecimiento con causas más profundas.Las causas más profundas, asegurabaSimiand, se encuentran en la sociedad y ensu desarrollo total. La historiografía que re-presentaba Seignobos rendía tributo, en cam-bio, de manera evidentemente parcial a lo queSimiand llamó el “ídolo de la política”, el“ídolo del individuo” y “el ídolo de la crono-logía”. La personalidad y la política eran elobjeto exclusivo de la historiografía. No esnecesario ser marxista -escribió Alfonso Re-yes en El Deslinde (1944)- para “aceptar lanecesidad de esta exégesis (la de Marx), quecompleta el entendimiento de los hechos so-ciales”. A la interpretación materialista de lahistoria de Marx le dio Reyes una significa-

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ción semejante “al de la revolucióncopernicana, que trasladó el centro del diagra-ma desde la Tierra hasta el Sol. El individuo,antes agente omnímodo, pasa a ser un pla-neta más que gravita en torno a otro puntodeterminante”. Es perfectamente posible queun Roberto Velandia o un Germán Arciniegashubieran acusado a Reyes, por esta frase, decomunista. Si estos dos historiadores hubie-ran leído con la debida atención y la sufi-ciente preparación intelectual la obra seminalde la sociología moderna, Economía y socie-dad (1925) de Max Weber, no cabe duda deque lo hubieran llamado comunista. Pues laocupación crítica y científica de Weber conMarx fue una de las más decisivas suscita-ciones para la configuración de las teoríassociológicas de Weber, quien, por lo demás,fue un apasionado liberal. De lo que dice elacadémico Roberto Velandia (según la trans-cripción de sus opiniones en Cromos, 8-3-1989, p. 22), esto es que a los historiadoresde Roux, Kalmanovitz y Silvia Duzán “no lesgustan los héroes” se deduce que el ilustreacadémico ignora completamente todos losdebates historiográficos por lo menos a par-tir de los años 60 y que ni siquiera se ha en-terado de la copiosa historiografía españo-la, cuya renovación se debe a Jaime VicénsVives ya en los años 50 con su Historia socialy económica de España y América por sólo ci-tar algunos ejemplos extranjeros. El argumen-to del historiador Antonio Cacua Prada, estoes, que “los programas del Ministerio indu-cen a los autores a escribir así” ya nada tieneque ver con metodología historiográfica. Es

una versión aparentemente sutil, de una delas armas que se usaron durante la “guerrafría”. Pues el sabio historiador sugiere que esosprogramas contaron con la “asesoria de unruso... enviado por la Unesco, para planifi-car y elaborar nuestro pénsum. El fue jefe deeducación secundaria de la URSS”. De ahí aacusar a la Unesco de agente de infiltracióncomunista no hay más que un paso.

Pero la vehemencia con la que atacan los aca-démicos es perfectamente comprensible yhasta legítima. La llamada nueva historia esuna historiografía mundial. Los puntos devista que arguyó Simiand en su artículo cita-do contra Seignobos suscitaron la formaciónde una amplia metodología historiográfica,primero en Francia y luego en Alemania ylos Estados Unidos, cuyos resultados fueron,por sólo citar dos ejemplos, conocidos en elmundo hispánico, La sociedad feudal de MarcBloch y El Mediterráneo en la época de FelipeII de Ferdinand Braudel. Nada de eso ha ocu-pado la atención de la Academia Colombia-na de la Historia. Y cuando GermánArciniegas subraya el “carácter” legal de latarea de la Academia, esto es, el de ser un“organismo asesor y consultor del gobiernoy guardador permanente de la honra y elnombre de Colombia”, entonces no se pue-de evitar la pregunta: ¿qué “asesoría” puedeprestar una Academia como la de la Historiaque no se ocupa con los problemas teóricosde la materia que pretende administrar ex-clusivamente, que desconoce de modo escan-daloso el desarrollo de la historiografía mo-

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derna y que, consiguientemente, desconoceel hecho elemental de que al cambio de lasociedad tiene que seguir el cambio de suexpresión y de su autocomprensión? Cual-quier empresa económica o científica de cual-quier parte del mundo rechazaría la “aseso-ría” de una institución que no sólo no está aldía sino que, además, se caracteriza por suampulosa esterilidad. Basta comparar. No hayun sólo miembro, ni la corporación en con-junto, que haya elaborado una obra como ladel historiador peruano Jorge Basadre, Intro-ducción a las bases documentales para la histo-ria del Perú (1971). No hay un sólo miem-bro de ese templo santanderino de la historiaque haya publicado una obra equiparable ala del historiador argentino José Luis Rome-ro, Latinoamérica: las ciudades y las ideas(1976). No hay un solo miembro de esa altainstitución científica que se haya ocupadocon problemas teóricos fundamentales de suquehacer y que haya dado a luz una obracomo la controvertible del historiador espa-ñol José Antonio Maravall, Teoría del saberhistórico (1958). Los ejemplos pueden mul-tiplicarse. Esa erudita esterilidad -las pocasexcepciones sólo confirman la regla- es en elfondo la causa de tan anacrónicos ataquescontra la nueva historia. Pues esta nueva his-toria implica un cambio en el ejercicio deloficio: profesionalidad. Y consiguientementeimplica una nueva concepción de las tareas yfunciones de una Academia de la Historia.No a una institución exclusivamente corres-ponde la tarea de ser “guardador permanen-te del patrimonio nacional, de la honra y elnombre de Colombia”, sino principalmentea los políticos y a toda la sociedad colombia-na. A una Academia de la Historia le corres-ponde la tarea precisa de iluminar el pasadodel país, de buscar en él las causas de la ac-tual situación suicida de Colombia, de fo-mentar la conciencia de esos problemas paraenfrentarse honrada y serenamente a ellos.Pero esa tarea exige la actualización de losinstrumentos de trabajo, y no por razones de

moda o puramente científicas, sino por mo-tivos políticos en el prístino sentido de lapalabra -no en el colombiano “politicástreo”o caciquista-. Colombia debe tomar concien-cia de que su pertenencia a la llamada “co-munidad internacional” no es pasiva, es de-cir, que no se puede reducir a las actividadesde la política exterior, por lo demás tan inefi-caces. El adelanto de las ciencias en esa co-munidad, entre ellas la historiografía, es unpresupuesto esencial para participar activa-mente en ella, por la simple razón de que lacomunidad internacional se sustenta hoy enel adelanto de las ciencias. Con esta realidada la vista, es un acto de cinismo probable-mente inconsciente, cuando el académicoCacua Prada reprocha a los representantes dela nueva historia que su propósito es el de “aca-bar con nuestra nacionalidad” o cuando elHerodoto colombiano, Roberto Velandia, lesimputa que ellos quieren mostrar que “nues-tra política no registra sino una serie de opre-siones a las clases menos favorecidas, con locual se está fomentando la lucha de clases”.Es perfectamente posible que el ilustre his-toriador Velandia desconozca la historia po-lítica de Colombia. Pues si tuviera un cono-cimiento del primer gobierno de AlfonsoLópez Pumarejo no hubiera abortado esa fra-se.

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Parece que el presidente de la Academia Co-lombiana de la Historia está empeñado enenterrar el “patrimonio nacional” y en piso-tear “la honra y el nombre de Colombia”.Pues con sus ataques contra la nueva historiano hace otra cosa que poner en ridículointernacionalmente a un país que tiene pon-tífices culturales tan terca y despóticamentealejados y extraños a la realidad cultural ac-tual como el doctor Germán Arciniegas. QueDios le conceda muchos años de vida paraque como historiador, al menos por el estilode Stefan Sweig, despeje, con una biografíadel “hombre de las leyes” que conspira, unode los problemas más enigmáticos del lacera-do país: el legalismo terrorista de los herede-ros bobíticos del general Francisco de PaulaSantander. El presidente de la Academia co-lombiana de la historia, “caudillo historio-gráfico por la gracia de El Tiempo”, el ocultoFrancisco Franco de Colombia, es un aban-derado de la “AWL”, es decir, de los EstadosUnidos de América. De ellos dijo el liberta-dor Simón Bolívar en una carta al coronelinglés Campbell del 5 de agosto de 1829, queellos “parecen destinados por la Providenciapara plagar la América de miserias a nombrede la Libertad”. “Los astros y los hombresvuelven cíclicamente», dijo Borges en su poe-

ma La noche cíclica. Vuelven con diversasmáscaras. El debate contra la nueva historiaes también un debate a favor del nebuloso yprodictadurismo anticomunista norteameri-cano. Lo más sorprendente es que el doctorArciniegas parece querer ignorar que en larenovación de la historiografía los historia-dores de su país patrono han jugado un pa-pel esencial.

La vehemente reacción de los “académicos”y de su cruzado contra la nueva historia reve-la un problema: es el problema de la identi-dad del liberalismo colombiano. Qué es eso:¿liberalismo colombiano? ¿Es un problemade gerontología? ¿Es un problema de caci-quismo anacrónico que se esfuerzademagógica e irresponsablemente ensupervivir a costa del país? “¿Hasta cuándo -cabe decir con la Catilinaria de Cicerón- abu-sarás Catilina (la monarquía de El Tiempo ysu clientela falsamente llamada liberalismocolombiano) de nuestra paciencia?”.

¿Hasta cuándo ha de fomentarse con méto-dos terroristas y fascistoides la mediocridad?

“El debate de los historiadores” se publicó en el diario “LaPrensa”, Bogotá, jueves 13 de abril de 1989, p. 8.

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En este volumen se recogen trabajos so-bre la obra de Jorge Gaitán Durán,cuya muerte prematura hace un cuar-

to de siglo aproximadamente se conmemoraen estos años. Sería simple y detestable pre-sunción, presentar a los lectores un breve re-sumen valorativo o únicamente resumen delos testimonios justos de admiración que serecogen en este libro y que analizan algunosaspectos de la obra de quien sucumbió nosólo en Guadalupe sino sobre todo en su pa-tria bajo las contorsiones provincianas de esaversión banalizadora y miserablemente tar-día de un viejo y esencial problema de la cul-tura occidental, el nihilismo, que se llamóNadaísmo y cuyo contenido se redujo a ges-tos. Frente a estos revolucionarios, frente aeste “golpe de Estado” parroquial contra laIlustración, la obra de Jorge Gaitán Duránsignifica precisamente el intento de recupe-rar y asimilar para Colombia esa Ilustraciónque fue sofocada secularmente por el catoli-cismo contrarreformista de la herencia espa-ñola y sus pacatos continuadores en Colom-bia.

Ilustración o Siglo de las Luces: no es casualque Jorge Gaitán Durán se interesara y exa-minara lúcidamente a una de las figuras cla-ves de este siglo liberador y contradictorio, al

Eros y política

Marqués de Sade (sigue siendo hasta ahorael único ensayo en lengua española sobre estafigura tabuizada). No es casual porque esetradicionalismo colombiano, seguía atado aesa peculiar moral teológica inculcada por elpeninsular catecismo de Gaspar Astete, en-tre tantos más, según la cual la ética dependedel ejercicio sacramentalmente legitimado delos órganos genitales. Las contravencioneshumanamente inevitables contra esta perver-sa falsificación y represión de la naturalezahumana fueron interceptadas en la literaturadel país que practicó más fervorosa ymorbosamente esta represión, esto es, Espa-ña, por la figura del Don Juan. En el clérigomercedario Fray Gabriel Téllez, alias Tirsode Molina, el impulso que representa su DonJuan es una justificación del castigo de eseimpulso. En la versión aguadamente román-tica de este pecador, esto es, en el Don Juandel verboso José Zorrilla, el instinto eróticose espiritualiza: Doña Inés lo salva con suamor, y después de muertos, los dos celebransu unión de un modo que tiene que ver conla cursilería de la liturgia católica barroca: lasdos almas son dos llamas que salen de un dis-positivo rodeado de pudibundeces plumíferasy florales. Para el castizo romántico españolZorrilla, el instinto sexual se neutraliza y selegitima por el amor “puro”.

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En la literatura de lengua española, el erotis-mo y el eros fueron relegados a la literaturatrivial como la del olvidado Pedro Mata o ala literatura de denuncia como las novelaspertinentes de Vargas Vila o fue tratado in-directa y pacatamente en las más conocidasnovelas de la prostitución, como las deD’Halmar, Juana Lucero y Santa de FedericoGamboa. El erotismo como tema de reflexiónpolítica sólo lo ha tratado hasta ahora JorgeGaitán Durán. Pero ya la tematización indi-ca que en Gaitán Durán el erotismo habíasido privado de las cargas tradicionales de lapornografía y de la obscenidad, que no erapues un problema reducidamente moral o deuna moral doble y convencional sino unacuestión política y social. En una época enque el problema político y social se redujo alde la liberación de los indígenas o a la “re-dención” de los trabajadores, Gaitán Duráncomprendió que el problema político y so-cial anterior es el de la liberación del indivi-duo. Y esa liberación comienza con la supre-sión de las cadenas que han oprimido el de-sarrollo y el ejercicio de la fuerza más creativadel hombre: el eros. Gaitán Durán vio el erosen su aspecto más inmediato y, si se quiere,más elemental: en el amor sexual. Pero eseamor sexual en que insistió Gaitán Durán nosuponía ni pretendía predicar el llamado“amor libre”, porque éste podía ser sólo unacto de protesta o de recuperación de place-res hasta entonces impracticables o cohibi-dos, pero sin eros. El eros que tematizó GaitánDurán era un eros que canalizaba su protestapotencial o latente contra la represión en unaplenitud humana en el sentido de que en eleros sexual culminan todas las potencias delhombre. Ese eros no es “cósmico”, como seha querido llamar de manera cursi y patéticael acto sexual y su culminación. Esta consi-deración sería en realidad una inversión “con-testataria” de la concepción católica del erossexual y de sus culminaciones como algo efí-mero que deja amargura. Ese eros es concen-tración de todas las potencias del hombre en

momentos en los que desde la mano hasta elcerebro celebran esos momentos como ple-nitud. En ese sentido, esas plenitudes mo-mentáneas se asemejan a la última plenitud,la de la muerte. Y esos momentos no dejanamargura, sino, precisamente por ser pleni-tud, la conciencia de la finitud del ser huma-no, la de que a esa plenitud se contrapone laotra plenitud, la muerte. Este eros es un eros“político” en el sentido de que hace conscienteal hombre de su realidad o, para decirlo conotras palabras, que el ser humano no es unser “calderoniano”, no es un ser apocalíptico,sino simplemente un “animal racional”, comolo había dicho Aristóteles. Lo que se llama“trascendencia”, un más allá, es sólo una de-formación ideológica del elemento racionaldel hombre. Este eros no es “político” sóloen ese sentido, es decir, en un sentido gene-ral. La conciencia de que el mundo en que sevive no es un paraíso perdido sino una reali-dad contradictoria y llena de extremos esigualmente conciencia de que esa realidad estambién injusta y baja, inmoral e infernal.En Los Amantes se manifiesta esa concienciade modo que casi todos sus poemas son elmejor ejemplo dentro de su obra de la fusiónde eros y política, de oasis erótico no libre detormento y de imprecación política de la in-justicia real y permanente. Por eso, en su en-sayo sobre Sade apunta:

“...para mí el objetivo de la filosofía es la con-

quista de la felicidad humana por medio de la

revolución total”.

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Conquista de la felicidad humana por mediode la revolución total: ¿qué entendía JorgeGaitán Durán por revolución total? ¿Y cómopuede lograr la filosofía su objetivo? Es eviden-te que Gaitán Durán invertía con esta afirma-ción el famoso postulado de Marx según el cual“los filósofos han interpretado diversamente elmundo, de lo que se trata es de transformarlo”.Pero por ello sería elemental y dogmático re-prochar a Gaitán Durán su “idealismo”. En unapunte de su Diario, recogido en Si mañanadespierto, sobre la representación de La muertede Danton de Georg Büchner, Gaitán Duránasegura que la historia de Danton es “de ciertomodo la del stalinismo”. Y resalta la comuni-dad de actitudes de Robespierre y Stalin: losdos ponen por encima los interese abstractosde la Revolución y desconocen o persiguen losintereses inmediatos humanos y “cualquier ma-nifestación de vitalidad o de cultura”. El objeti-vo de la filosofía para realizar esa revolución totalque posibilite la felicidad sería una “ilustración”,un esclarecimiento de la realidad del hombre ydel mundo. Gaitán Durán hace esa observa-ción a propósito de una figura representativade la Ilustración francesa, pero la fe en la razónde esa época no lo seduce a creer que la razónpuede liberar al hombre de las cadenas moralese intelectuales que han impedido al hombre serconsciente y atreverse a imponer su “mayoríade edad”. Precisamente en Robespierre y Stalinla razón misma no pudo detener su propia de-pravación. La “Ilustración”, para seguir con lapalabra, que esperaba Gaitán Durán de la filo-sofía para lograr la felicidad por medio de unarevolución total era la de difundir y convencerla conciencia de las plenitudes del eros. Esto noes un programa, sino una actividad concreta dela inteligencia. Y esa actividad debería comen-zar no con un discurso y una reflexión lógicasobre el eros, sino con el medio expresivo másplástico e inmediato: la poesía.

Dentro de la poesía de lengua española delos años cincuenta que por su acento políti-co se llama “comprometida”, la de Gaitán

Durán constituye una excepción del mismomodo como lo es dentro de la poesía hispá-nica llamada “erótica”. Y esa excepción sefunda precisamente en la liberación del erosde las cargas morales y dogmáticas que loconvirtieron en pornografía y obscenidadcomo también en la liberación de la políticade las cargas igualmente moral-dogmáticasque la convirtieron en principios abstractosy finalmente antihumanos.

A su libro poético Si mañana despierto ante-puso Gaitán Durán dos lemas: una cita de Elsueño de la muerte de Quevedo y una del Dia-rio de Novalis. En la cita de Quevedo se en-cuentra la trajinada frase de que “vivir es mo-rir viviendo”. La de Novalis se refiere a su amorpor la niña Sophie von Kühn que fue tan infi-nito que cabría resumir con el título de unode los magistrales sonetos de Quevedo: Amoreterno más allá de la muerte. Pero Novalis ase-gura que el recuerdo de Sophie es tan fuerteque resucita su presencia. Una realidad y unasuperación de esa realidad enmarcan la obrade Jorge Gaitán Durán. La tensión entre ellascrea una radicalidad que es propia del eros yque en la actitud política, moral y en la activi-dad de Jorge Gaitán Durán se expresa comopasión: pasión por la honestidad intelectual,pasión por la justicia, pasión por la vida contodos sus laberintos, y ante todo una pasiónno patriotera, es decir, una pasión auténticapor Colombia.

El colofón de la separata de Los Amantes dice:“Esta separata de la revista Mito se imprimióel 21 de marzo de 1959, día en que dejó elpaís y la dirección de Mito Jorge GaitánDurán”. El último poema tituladosignificativamente Marcha fúnebre dice:

Como un dios murió al tocar el polvo

sin que negado hubiera nada de lo humano,

falaz palabra, olvido, tumulto de la gloria.

Inmolar supo, vivir como todo un hombre

la afrenta, soberbia o asco de sí mismo,

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el infierno en la larga noche guerrera

que es el ser, ocio de una destrucción invencible,

incendio de la sola presencia que hurtamos a la pena.

Mano violenta o apenas ojo contra el otro, astro

en toda carne, inventó el fasto, los reinos,

la consistencia de los mundos,

espesor de mil soles, tábano atroz

que en la nada despiertos, mantiene a los mortales.

La luz le partió el pecho, respiró todo

el fuego del imperio, fue su Obra única

en ese aire que se acababa de su vida

la inhospitalidad del cielo.

¿Era eso sólo una expresión de su visiónquevediana de la vida o de la experiencia dela sociedad colombiana o las dos cosas a lavez que de ese modo remiten a un origencomún, el de un más allá, cuna de lainhospitalidad de esta tierra?

El eros que dignificó Jorge Gaitán Durán escomo el recuerdo de Novalis: su fuerza supe-ra todo. Pero en épocas de sangre y destruc-ción en que la muerte ha perdido su digni-dad y se ha convertido en una mercancía; enépocas en las que el egoísmo brutal y eldogmatismo -dos caras de una misma mo-neda-, en las que la violencia inherente a losagrado ya no está refrenada por el ritual einconsciente y frenética repite la frase “mue-ra Sansón con todos los filisteos”, el eros con-cebido como liberación individual y políticay como conciencia de la realidad, sólo es unaesperanza. Con todo, la confrontación de eseeros con la actual realidad violenta del mun-do actual y sangrienta y suicidamente vio-

lenta de Colombia podría y debería suscitarun examen profundo y de nivel teórico másalto de las causas y raíces menos perceptiblesde la violencia. El hombre encadenado poratavismos y dogmas religiosos viscerales ma-nifestará la violencia implícita en ellos con eldesenfreno que provoca la ideología resumi-da por el famoso rey burgués francés, LouisPhilippe: “enriquecéos”. Esa mezcla deContrarreforma católica visceral de cruzadoy de “liberalismo” aguado y subdoméstico noneutralizó en Colombia ni al uno ni al otro,sino dio por resultado una versión en el Nue-vo Mundo de las “guerras de religión” quesurgieron en Europa después de la Reformaprotestante y a causa del intento del poderpapal de suprimirla. “Todo nos llega tarde,hasta la muerte” dijo Julio Flórez en una fra-se que merecería burla si no expresara unadesesperación. Leído en el presente, el versode Flórez adquiere una significación mons-truosa: “Todo nos llega tarde, hasta la muer-te”... hasta las mortales “guerras de religión”que ocurrieron en Europa entre el siglo XVIy los primeros años del XVIII.

A los treinta años de la muerte prematura,aunque deseada casi con nostalgia, de JorgeGaitán Durán, su obra constituye una apa-sionada invitación a esclarecer con radical,erótica sinceridad las causas de la frenéticapostración de Colombia y a buscar una desus raíces, quizá la raíz: el encadenamientodel eros, la negación y la falsificación dog-mática del instinto fundamental del hombre.

De una de sus figuras dijo Jorge Luis Borgesque había querido “proponer la lucidez enuna era bajamente romántica”. Ese tambiénfue el propósito de Jorge Gaitán Durán, peropara él era el camino para llegar a la plenituddel hombre: en la vida la que depara el erostransparente que recuerda la muerte, la últi-ma plenitud.

“Eros y política” se publicó en Textos sobre Jorge GaitánDurán, Bogotá: Ediciones Casa Silva, 1990.

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El entusiasmo con elque el autor de estamonografía filosófica

recuerda la impresión que lecausaron los libros y el conoci-miento personal de FernandoGonzález lo seduce a esta afirmación:“Es, pues, un pensador de singulares carac-terísticas, no solamente en las letras colom-bianas sino también en las hispanoamerica-nas, en donde está llamado a ejercer una cre-ciente influencia sobre las nuevas generacio-nes. Sobre todo, porque el conjunto de suobra contiene un admirable mensaje de au-tenticidad” (pág. 15). ¿De qué singularidadse trata? Al capítulo dedicado a F. Gonzálezcomo “Historiador con método propio” an-tepone el autor esta cita: “En esto de biogra-fías se han usado dos métodos hasta hoy: elnarrativo y el filosófico. El primero saca suinterés de los procedimientos del novelista;es muy exitoso: Ludwig. El segundo es másserio e intelectual: Zweig... Usaremos nues-

tro propio método, elemotivo: revivir la historia

por el procedimiento de laautosugestión”.

Es casual que Fernando Gonzálezcite dos “biógrafos” como Emil

Ludwig y Stefan Zweig, que se caracteriza-ron, especialmente Ludwig, por lo que LeoLoewenthal llamó “el triunfo de los ídolosde masas” (Literature, Popular Culture, andSociety, col. Spectrum Book, EnglewoodCliffs, 1961, págs. 109 y sigs.), es decir, ¿la“biografía popular” sin pretensiónhistoriográfica y destinada a satisfacer sueñosy expectaciones triviales de un amplio públi-co manipulable y manipulado en los EstadosUnidos por revistas de diversión? ¿O se debeal carácter heterodoxo de Fernando González?Si es casual la selección, entonces resulta porlo menos aventurero y aventurado que F.González asegure con tanta certidumbre que“en esto de biografías se han usado dos mé-

Devoto filósofo de envigado

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todos hasta hoy”, pues en realidad los dosmétodos son uno, y no tenga en cuenta otrosmétodos, es decir, otros autores magistralesen “esto de biografías”, como J. G. Droysen,por sólo citar un ejemplo.

Si la selección es conscientemente hetero-doxa, ¿entonces por qué escoge a estos auto-res triviales para diferenciarse y practicar sumétodo propio? Un historiador que proyectao elabora un método propio se enfrenta, paradiferenciarse, con historiadores que han cul-tivado la biografía, no con escritores que noson historiadores y utilizan el material histó-rico ya elaborado para componerlo de modoque satisfaga a un público de revistas de di-versión. “En esto de biografías”, FernandoGonzález puso de presente que el nombre conel que bautizó su finca, esto es, “Otraparte”,no era, como asegura el devoto del filósofode Envigado y casi aficionado a la filosofía ya la historia, “una forma directa de expresarel vivo contraste entre los intereses de la so-ciedad y ‘el mundo’ de un viajero del espíri-tu”, sino más exactamente el abismo que exis-te entre el “mundo del espíritu” y lo que Fer-nando González conoció de él. El devoto ju-rista no desarrolla con ejemplos ydilucidaciones el pensamiento expresado enla cita. Para explicar en qué consiste el “mé-

todo emocional o emotivo” asegura que es“una técnica propia de interpretación de per-sonajes” (pág. 79). ¿Pero en qué consiste pre-cisa y detalladamente esa técnica? Su especi-ficidad no se deduce del comentario que elautor dedica a Mi Simón Bolívar. “El posesi-vo -dice- es derivación por línea directa delmétodo emocional” (pág. 85). Pero la cita deFernando González que trae a cuento paraexplicar esa derivación del método emocio-nal sólo comprueba que tanto el autor comosu mentor desconocen completamente la dis-cusión desatada por Max Weber en los años10 sobre el “Sentido de la ‘exención valorativa’en las ciencias sociales y económicas”, estoes, el problema de la relación entre objetivi-dad y subjetividad en esas ciencias y tambiénen la historiografía y que concedió desde elprincipio el peso inevitable de la subjetivi-dad. Lo que se llama “método emocional oemotivo” en Fernando González no es otracosa que una manera desafiante de subrayarun aspecto propio de toda exposición histó-rica.

Con todo, esta preponderancia expresa de lasubjetividad no constituye un método emo-tivo o emocional historiogáfico: es una de lascaracterísticas esenciales del ensayo que seocupa con la historia y que suele llamarse demodo general “estudio del carácter” con sussubdivisones de “retrato, perfil, característi-ca, figura, semblanza”. Pero si los resultadosde ese ensayo son: “...hacer ver que la Améri-ca tropical e india debe poseer y estimular asus historiadores y artistas, capaces de enten-der a los grandes hombres que ha producido,y no importar biografías y monumentos deEuropa; no encargar esas obras a un EmilLudwig, a un Iván Mestrovic, a un Muller.Es cuestión de dignidad. Y, ante todo, deauténtica conciencia americanista” (pág. 88)y que Bolívar “tuvo como ninguno la con-ciencia de la libertad para los pueblos y loshombres de América” (pág. 88), entonces elensayo contiene demasiado poca sustancia.

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“Hacer ver que la América tropical es india”debe “estimular a sus historiadores y artistas”es una trivialidad. Para eso no es preciso es-cribir un libro. Pero para que no se importen“biografías y monumentos de Europa” esnecesario que los historiadores de la “Améri-ca tropical e india” no rehuyan, precisamen-te “por cuestión de dignidad” y “de auténticaconciencia americanista”, la discusión críticacon los “monumentos de Europa”. Pero siFernando González y Henao Hidrón consi-deran que Emil Ludwig, Iván Mestrovic,Muller y Stefan Zweig son “monumentos deEuropa”, entonces sólo cabe suponer que laEuropa de la que ellos quieren independizarsees un espejismo. La biografía es un géneronacido y perfeccionado en Europa, y sus cum-bres no son ni Ludwig ni Zweig, sino Plutarcoy Droysen, entre muchos más. Y si FernandoGonzález postuló un tipo de biografía engen-drado en la “América tropical e india”, no hayotro camino para ello que conocer a fondolos modelos del género que pretende culti-var, poner en tela de juicio sus presupuestosy fundamentar por qué la biografía que debesurgir en esa América debe diferenciarse delmodelo y cómo se diferencia de él. El otroresultado, esto es, que ninguno como Bolí-var tuvo conciencia de la libertad para Amé-rica (“los pueblos y los hombres” dice HenaoHidrón tautológicamente: ¿hay pueblos sinhombres?), no es un resultado a lo que cabríallamar un resultado de la meditación emo-cional o emotiva de Fernando González. Essimplemente una comprobación: sin esa con-ciencia, Bolívar no hubiera libertado a “nues-tra América”.

El historiador con método propio no es louno y carece de lo otro. Y el “filósofo de laautenticidad”, que reconoce tener “ocho porciento de filósofo” y que siente asco por la“filosofía conceptual”, no se molesta, por tan-to, en determinar lo que es filosofía: “Entien-do por filósofo el que se rebuja en las cosasde la vida, las resuelve, parece que vaya a tum-

bar el edificio del universo, y luego se para alpie de los árboles o en los rincones de la casa,como a escuchar, bregando por encontrar unasinergia entre él, el universo mundo y lo des-conocido, que está por detrás o por dentro”(Cartas a Estanislao, citada en pág. 243). Conmenos palabras, el filósofo es el que se sor-prende y pregunta. Pero esta determinaciónya popular de la filosofía y del filósofo es sóloel comienzo de la filosofía y, vista en esta ge-neralidad, no es específica de la filosofía sinode toda teoría. ¿Pero basta esta manera deconsiderar las cosas para formular una teo-ría, sea de la “autenticidad” o de la “egoencia”?La pregunta que inicia el último capítulo, estoes, la de si Fernando González “fue un filó-sofo y no tan sólo un escritor o ensayista” esuna pregunta hoy vana. Convertida en la pre-gunta preferida de las discusiones sobre Or-tega y Gasset, ésta deja el campo abierto atoda clase de especulaciones. Es decir queGonzález “no fue un filósofo, porque no creóun sistema y menos una doctrina”, como rezala cita de A. Saldarriaga (pág. 24), es tantocomo asegurar que la filosofía es sistema ydoctrina; ¿pero no es eso, en medida mayor,la teología? La pregunta está mal planteada ypeor respondida. “Un sector predominantedel pensamiento tradicional, ha creído quela filosofía es amiga de la razón y enemiga dela vida” afirma Henao Hidrón. Aparte de queel vocablo sector con el adjetivo predominan-te no corresponde a la compleja variedad dela historia del pensamiento filosófico, es ne-

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cesario preguntar por los ejemplos más re-presentativos de este “sector predominante”.¿Aristóteles quizá? ¿Hegel o Kant? Tras estaafirmación se percibe la simplificación de lahistoria de la filosofía con la que Ortega yGasset pretendió justificar su pretendido “sis-tema” de la “metafísica de la razón vital”.Henao Hidrón no cita en la Bibliografía aOrtega y Gasset ni a nadie en el que se apoyao a quien recurra para la determinación deestos y otros conceptos. Pero la sospecha deque tras estas frases asoma el simplificadorOrtega es certidumbre, si se tiene en cuentaque nadie fuera de él ha cometido semejanteesquematización. La pregunta de si Fernan-do González u Ortega y Gasset fueron filó-sofos o simplemente ensayistas no es una pre-gunta por si ellos dejaron un “sistema” o una“doctrina”, sino por el rigor, la coherencia, lacualidad y la adecuada fundamentación crí-tica de su pensamiento. Nada de esto se en-cuentra en Fernando González. Pero su anti-intelectualismo expreso y su supuesta teoríade la “egoencia”, su culto del Yo, requierenuna investigación sobre sus fuentes, que elenemigo de leer para, en cambio, meditar nocita, aunque una de ellas fue muy difundida,especialmente en círculos intelectuales del“sector” cafetero-industrial del país (el greco-vasco-judeo-quimbaya: Antioquia y Caldas):Maurice Barrès. La derecha manizalita, SilvioVillegas principalmente, era fervorosa admi-radora de los autores de la llamada “Actionfrancaise”: Barrès, H. Massis, especialmente.Dos fueron los rasgos esenciales en la obra deBarrès: su anti-intelectualismo y su culto al

Yo (expuesto en su trilogía novelesca El cultodel Yo, de 1892). Pero la mención de estaposible fuente o segura coincidencia no tie-ne interés primariamente histórico-literario,sino político. Anti-intelectualismo y culto delYo -en sus diversas versiones regionalistas-abonaron el terreno para la aceptación y nos-talgia del Duce y del Führer. En este contex-to histórico-ideológico ha de interpretarse ellibro de Fernando González sobre Juan Vi-cente Gómez, Mi compadre (1943).

El devoto jurista cierra su desmelenado ho-menaje a su mentor con una cita de ErnestoCardenal que “revela la opinión de su com-patriota José Coronel Urtecho: González estan importante en la literatura latinoameri-cana como Vallejo y Borges, ‘aunque másprofundo que Borges’” (pág. 248). Enemigopolítico de su compañero poético, ¿quiere conesto desacreditar Ernesto Cardenal a Coro-nel Urtecho? El comercio y el provincialis-mo pueden explicar muchas exageraciones,pero no logran fundamentar insensatecescomo la que se encuentra en la contrasolapa,es a saber la afirmación de que elsemidiletante y ampulosamente desaliñadoFernando González es “uno de los más im-portantes pensadores de todos los tiempos”.El libro devoto de Henao Hidrón demuestralo contrario.

“Devoto filósofo de Envigado” reseña de: Javier HenaoHidrón, Fernando González, filósofo de la autenticidad(Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, BibliotecaPública Piloto, 1988), se publicó en Boletín Cultural y Bi-bliográfico, Bogotá, vol. XXVII, núm. 23, 1990, p. 69-71.

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La novela De sobremesa apareció póstu-mamente en 1925. La crítica no supojuzgarla adecuadamente. No corres-

pondía a las nociones de novela reinantesentonces. Nada tenía de común con las no-velas costumbristas de José ManuelMarroquín, o con María, de Jorge Isaacs, ocon las novelas del entonces admirado escri-tor español José María de Pereda. Su perso-naje central era un artista, un poeta, y lo quecontaba era un viaje por Europa y las reflexio-nes y opiniones que le suscitaba su ansia desaber absoluto. Hacía referencias a cuestio-nes filosóficas, políticas y sociales, pero notenía la intención filosófica y política de lafamosa novela Cándido (1758) de Voltaire,autor prohibido por la Iglesia y por ello muyleído. Al desconcierto que produjo la dife-rencia temática se agregó el hecho de que laforma de novelar simulaba un diario. Y comose echaba de menos una “historia” y una for-ma rigurosa en la construcción de la novela,se la consideró como esqueleto de novela,como obra narrativa sin vértebra. Pero preci-samente lo que se echaba de menos en lanovela de Silva era lo que caracterizó desde

finales del siglo XVIII, principalmente, unnuevo tipo de novela en Europa que se llamó“novela de artistas”. Sin proponérselo Silvarevivió, si así cabe decir, la disposicióninvertebrada que caracterizó una de las másfamosas novelas de artistas de la literaturaeuropea: Lucinda (1799), del teórico del ro-manticismo Friedrich Schelegel (1772-1829).Silva no la conocía, muy posiblemente, perotenía de común con el romántico alemán elproblema de la justificación social y moralde su existencia como poeta, es decir, de loque se designó como “existencia estética”.

El problema se planteó con el advenimientode la moderna sociedad burguesa, cuyos va-lores racionales y pragmáticos relegaban alartista y al poeta a un papel social marginal.La justificación del artista y del poeta fue a lavez un desafío. Postuló su existencia al servi-cio del arte, esto es, su existencia estéticacomo un sacerdocio laico y al arte como loabsoluto y supremo. Con ello se desligó delas normas sociales y morales que trató deimponerle la sociedad burguesa que lo habíarelegado. El desafió adquirió la figura del

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dandy, que, tal como lo definióBaudelaire, se distinguía por

ser un individuo des-clasado y hastiado de lasociedad burguesa,que era héroe y queposeía talentos divinosque no se podían ad-

quirir con dinero. El filósofo-teó-logo danés Sören Kierkegaard(1813-1855) condenó la “existen-cia estética”, y su crítica era justifi-cada desde un punto de vista cris-

tiano, porque implícitamente excluía la pre-sencia de Dios. Pero la condena no contem-plaba un aspecto de esa existencia y del en-diosamiento del arte: la sociedad burguesamoderna había dado lugar a lo que Hegel lla-mó “la religión de la nueva época, esto es,que Dios ha muerto”. La existencia estéticano endiosó el arte sólo como protesta y desa-fío a la sociedad que había puesto al margenal arte y al poeta, sino como un sustituto delDios ausente. El dandy era héroe no sólo porsus talentos divinos, inaccesibles a la socie-dad burguesa, sino porque había perdido elapoyo teológico tradicional. Flotaba sobre elvacío, pero esa nada en la que se movía no learrancó queja alguna. El dandy tenía la acti-tud de un estoico. El único dandy de la Re-volución Francesa, Saint Just, quien con ar-gumentos racionales se había convencido dela necesidad de ejecutar al rey, cuando fueacusado por los fanáticos decidió no leer anteel tribunal su discurso de defensa. El silencioy la actitud estoica eran más elocuentes y máselegantemente peyorativos que cualquier re-tórica.

El personaje de la novela, José Fernández, tie-ne muchos rasgos del dandy. La máscara deSilva fue, como su creador, un artista en lasociedad “burguesa” bogotana, es decir, enuna sociedad que comenzaba a seguir losejemplos y las modas de las grandes burgue-sías europeas, especialmente de la francesa.

Pero esta sociedad no había puesto al mar-gen al artista moderno, es decir, al que habíaendiosado al arte como sustituto de Dios, sinoque había imposibilitado el desarrollo de unafigura semejante. Como todas las sociedadeslatinoamericanas de esa época, la bogotanaera ambigua. De la aristocracia argentina delúltimo cuarto del siglo pasado dijo MiguelCané: “Nuestros padres eran soldados, poe-tas y artistas; nosotros somos tenderos,mercachifles y agiotistas”. Cuando Cané fueembajador argentino en Colombia, se delei-tó con una velada musical en una aristocráti-ca casa bogotana. Cané percibió en ella lapermanencia de lo que echaba de menos enel Buenos Aires moderno: el peso del pasa-do. Pero era precisamente ese peso del pasa-do lo que había impedido una “existenciaestética”. Sociedad burguesa moderna o so-ciedad católica tradicional: las dos plantea-ban el mismo problema, esto es, el del papelsocial del artista. Cané perteneció al grupode escritores latinoamericanos que eran tam-bién políticos. En Colombia, esa tradicióncontinuaba con vigor. Pero quienes la conti-nuaron, como Miguel Antonio Caro o Mar-co Fidel Suárez, no conocían o no habíansacado o querido sacar las consecuencias delo que ocurría en el mundo, de la “transfor-mación de los valores”, como diagnosticóNietzsche, y cerraron las puertas al mundomoderno. Lo que el polígrafo españolMarcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912),ultramontano que veneraba con razón a Mi-guel Antonio Caro, llamó la “Atenassuramericana”, era una Arcadia que no que-ría saber que esa Atenas era una Atenas deyeso y que con yeso tapaba la boca de un vol-cán. Silva no cabía en ese mundo, pero per-tenecía a él y a él le debía el alimento de suvocación. Con todo, en la Arcadia había pe-netrado la visión burguesa del mundo. Lopercibió muy claramente su padre, RicardoSilva, escritor costumbrista sobrio que legó ala literatura colombiana su breve pero agudolibro Artículos de costumbres (1883), que de-

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dicó a su hijo con calidez paternal. En unode esos artículos, “Estilo del siglo”, finge unacarta de amor en la que el enamorado escribea su amada con seco estilo comercial, enton-ces estilo de contabilista. El enamorado se lla-maba “Mártir Plaza de Mercado y Plata”, esdecir, el enamorado era víctima de los nue-vos valores burgueses, el mercado y el dine-ro. La sociedad bogotana no era una excep-ción a lo que Miguel Cané había reprochadoa la de Buenos Aires. En el mismo libro pu-blicó Ricardo Silva un artículo igualmentesignificativo, “Un año en la corte”, en la quese burla con fina ironía de una familia rica deprovincia que se domicilia en la “corte” eimita los ademanes, modas y mobiliarios dela sociedad “cortesana”. La descripción iró-nica de esa imitación no oculta, sin embar-go, el hecho de que la sociedad que sirve demodelo a la familia provinciana no es menosdigna de burla. Ricardo Silva describe en eseartículo un “interieur” de la casa del provin-ciano, el “saloncito de la casa de D. Martín”,en el que sobresalen una “rica alfombra fran-cesa... los sofás, las sillas y los sillones depalisandro... ricas y sencillas guarniciones ogalerías de madera dorada, y la escasa luz quedebía penetrar a través de ellas, quedabaamortiguada aún por los fondos de rica mu-selina bordada. La mesa oval del centro es demadera dorada y cubierta con mármol blan-co, como las consolas de los ángulos. Sobreéstas descansan grandes espejos encerrados enricos marcos florentinos dorados y adorna-dos... Sobre la mesa central hay un enormerecipiente de cristal tallado y montado enbronce dorado...”. El saloncito o “interieur”

de la rica familia provinciana no difiere porsu estilo recargado del “interieur” que Silvadescribe al comienzo de la novela. Una “pan-talla de gasa y encajes”, el “terciopelo carme-sí de la carpeta”, “tres tazas de China... unfrasco de cristal tallado, lleno de licor trans-parente entre el cual brillaban partículas deoro... penumbra de sombría púrpura, produ-cida por el tono de las alfombras, los tapicesy las colgaduras... diminutas pantallas de ro-jiza gasa... el rojo de la pared, cubierto conopaco tapiz de lana... las cinceladuras de lospuños y el acero terso de las hojas de dos es-padas cruzadas en panoplia sobre la rodela...,y destacándose del fondo oscuro del lienzo,limitado por el oro de un marco florentino,sonreía con expresión bonachona, la cabezade un burgomaestre flamenco, copiada deRembrandt”. La familia rica provinciana y lafamilia aristocrática bogotana eran copias decopias del lujo abigarrado de la gran burgue-sía europea. La “aristocracia” latinoamerica-na no tenía otro camino para justificar con eloro de los marcos, el mármol de las mesas,las alfombras, la semioscuridad de las corti-nas, los cristales, el bronce y la loza exótica loque desde la Colonia había caracterizado a lamayoría de las familias que habían encontra-do en el Nuevo Mundo la posibilidad de as-censo social: el árbol genealógico. Los cientí-ficos españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloacomprobaron en un informe a la Corona es-pañola (publicado en Londres en 1826 bajoel título Noticias secretas de América) que esasfamilias aprovechaban cualquier oportunidadpara dar a conocer su alta y vieja alcurniapeninsular, pero que cuando se las contem-

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plaba más de cerca, se encontraban contra-dicciones penosas. Las “hojas de dos espadascruzadas en panoplia sobre una rodela” y elabigarrado “interieur” son signos de que elpersonaje central de la novela, Fernández,estaba crucificado: tenía una honda raíz enese mundo tradicional de simulada aristocra-cia y la otra en el camino hacia la moderni-dad burguesa. El dandy europeo también es-taba crucificado. Pero fue precisamente esacrucifixión la que le permitió esbozar unacrítica a la sociedad burguesa: tenía la dis-tancia del marginado y superior, pero esa dis-tancia no suprimía su raíz burguesa, la quehizo posible su libertad y el endiosamientodel arte. Su crítica a la sociedad burguesa fueuna crítica “desde dentro”. Y no sólo la nece-sidad de justificar su existencia estética loindujo a la reflexión sobre su arte y su papelsocial, sino también su carácter anfibio: eraun antiburgués que tenía que nadar en lasaguas de la burguesía. Sería apresurado ase-gurar que esta tensa ambigüedad contribuyóa su suicidio. Uno de los amigos de Fernándezle dice que todas las circunstancias de su vida,“los tesoros de arte y las comodidades fas-tuosas” de su casa y unos pocos amigos “chi-flados”, son “lo más a propósito para aislartede la vida real”. Fernández replica con unapregunta: “La vida real.... Pero ¿qué es la vidareal... la vida burguesa sin emociones y cu-riosidades?”. En busca de esas emociones ycuriosidades, Fernández dice que le “fascinatodo”: “todas las artes, todas las ciencias, laespeculación, el lujo, los placeres, el misticis-mo, el amor, la guerra, todas las formas de laactividad humana, la misma vida material”,es decir, le fascinan naturalmente los contra-rios (misticismo-vida material; la guerra-amor; arte-política; ciencia-especulación). Lafascinación por una totalidad absoluta, llenanecesariamente de contrarios, no puede sa-tisfacerse, y su meta inalcanzable conduce auna permanente y devoradora insatisfacción,a una intensificación de la tensión ambiguaen que se encuentra el artista anfibio. En la

medida en que José Fernández reproduce enestas frases ideas íntimas de Silva, es decir,ideas de la época que Silva asimiló y no sim-plemente frutos de lecturas para sorprenderde manera snob a los amigos, estas frases cons-tituyen la toma de conciencia de la realidadsocial y personal en la que se encontró Silva.No cabe decir que la toma de conciencia y elpropósito de sorprender a sus amigos se ex-cluyen. La vida bogotana y burguesa que éldetestaba dejó inevitablemente sus huellas enel dandy que, al manifestarla inconsciente-mente, lo transforma y degrada al snob (ad-mirador necio de todo lo que está de moda),a una forma de Oscar Wilde. Son los dos ros-tros del poeta moderno: del Mallarmé her-mético e intelectualmente exigente y delMallarmé aficionado a las frivolidades de lasdamas famosas de París.

De sobremesa tiene un aspecto involun-tariamente crítico con valor de testimonio.El diario que José Fernández lee a sus amigosadmiradores es el diario de un viaje a Euro-pa. Es decir, la confirmación de uno de susrasgos de clase y de su filiación de poeta mo-derno. “El viaje a Europa”, principalmente aParís, fue un rito de corroboración de unasuperioridad cultural y social o simplementesocial. “La ciudad Luz” gozó en el mundocatólico de lengua española de una doblefama. La política, por ser París la cuna de lasideas que impulsaron la Independencia. Nosólo por esa causa, sino también por la inva-sión napoleónica en España, fue París paralos peninsulares el reino del mal. Para los his-panoamericanos católicos, París fue el esce-nario del mal moral y de la perdición. JoséMaría Cordovez Moure cuenta en un apén-dice (“Un viaje a Europa”) de sus Reminis-cencias de Santafé y Bogotá (1893) “la historiade dos estudiantes colombianos en París” conel propósito de mostrar cómo París corrom-pe a los hispanoamericanos de más arraigocatólico y de más pura y piadosa familia: dosantioqueños. Para muchos hispanoamerica-

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nos, el viaje a París incluía una grata excur-sión a las infernales y tentadoras regiones delEros. El viaje a París y a Europa de JoséFernández -o de José Asunción Silva, o de suimaginación- fue no sólo la muestra de suriqueza y alcurnia, sino un acto de desafío ala sociedad pacata y a sus ansias de saberlo yexperimentarlo todo.

La imagen de París y de Europa de la novelase reduce considerablemente a pocos escena-rios: hoteles, comedores, alcobas, y una alu-sión al paisaje suizo. La indicación de las ca-lles de Londres y París y el lujo de sus “suites”,el “butler”, la ropa, las joyerías, los médicos yagentes comerciales hacen saber a sus amigosy a sus lectores que el viaje a París y a Europaque da ocasión al diario no es sólo invención,sino que tuvo una base real. Lo que sin dudano es real sino ficticio es el despliegue de ri-queza y los negocios que hace, que más co-rresponden a la figura de un rico algodoneronorteamericano de Virginia, donde vivióEdgar Allan Poe. Como Poe, José Fernándezamó a una Helena inalcanzable y como Poetenía José Fernández una naturaleza sensiti-va: “nervioso en grado verdaderamente insó-lito”. Como Poe, José Fernández tenía mo-mentos (“períodos”, dice Poe) de “horriblelocura”. Pero la imagen del rico hombre denegocios no es sólo propia de un simple ha-cendado de Virginia. Esta clase aspiraba na-turalmente a la cultura “aristocrática” y ha-bía creado una forma de sentimentalidad quese podía reducir (según los historiadores nor-teamericanos R.B. Nye y J.E. Morpurgo) alidilio de una noche de luna, en la que una

dama vestida de gasa escucha el acompaña-miento del banjo. Semejante a esta culturafue la de la sociedad bogotana de la época deSilva. Noche de luna, banjo, gasa y, natural-mente, embelesamiento. Era la cultura del“hacendado”: en Estados Unidos, del em-prendedor con ambiciones de figuración so-cial y cultural; en Hispanoamérica, del des-cendiente de algún encomendero, con con-ciencia de su ascendencia. Pero la imagen delhombre de negocios de Fernández no tienesólo su remota raíz en la estructura de unasociedad nueva sin tradiciones nobles autén-ticas. José Fernández se sentía capaz de ha-cerlo todo, de reformar al país y, para ello, deaprender en los Estados Unidos el ejemplode la dinámica moderna. En Europa, JoséFernández era una encarnación de ese ejem-plo. Pero como el que soñaba con este papelsocial vivía en dos mundos, el tradicionalbogotano y el moderno al que aspiraba, suportavoz, José Fernández, contempló a Eu-ropa de manera igualmente anfibia. Goza losplaceres, los vicios y la libertad que ofreceParís, pero al mismo tiempo condena a la ciu-dad y, siguiendo un lugar común sobre la ciu-dad luz forjado a comienzos de siglo en Es-paña por el erudito Hervás y Panduro, la lla-ma la “Babilonia moderna”. Exhibe su lujo,aunque se burla de los viajeros europeos quehacen lo mismo pero sin la misma preten-sión aristocrática, y los llama burgueses. EnParís estuvo a punto de matar a una meretrizy muy poco después se conmueve profunday piadosamente con la noticia de la muertede su abuela. Estaba en París, daba riendasuelta a las suscitaciones de la ciudad del mal,

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pero estaba al mismo tiempo en Bogotá ysentía pesadumbre con el estilo de pesebrede la sociedad tradicional. Si no percibió nin-gún aspecto real de Europa, a diferencia deJosé María Cordovez Moure, es decir, si nose embelesó con los monumentos, el paisajey la organización europeos, no fue por faltade sensibilidad. La Europa que describe enprimer plano es la Europa filosófica, literariay pictórica y, más concretamente, el “ambien-te espiritual” de la Europa finisecular. Su via-je por Europa fue un “viaje sentimental”, enel sentido que dio a esta forma de viaje elnovelista inglés Laurence Sterne en su famo-so libro Viaje sentimental por Francia e Italia(1768), es decir, un “viaje del corazón”, comodecía Sterne, de las sensaciones del sujeto.También en esto fue Silva un innovador. Laliteratura de lengua española, tan pobre enlibros de viaje en comparación con la euro-pea, no conocía ni el “viaje sentimental” nila “novela de artistas” en forma de diario. Ytampoco conocía el diario reflexivo, sino eldiario anecdótico. Silva combinó esas dosformas literarias, fomentadas por el cosmo-politismo y la secularidad del individuo en elilustrado siglo XVIII, y creó la primera no-vela radicalmente innovadora y moderna dela literatura de lengua española. La combi-nación de libro de viaje sentimental y de dia-

rio reflexivo no obedecía sólo a lasuscitación más inmediata, esto

es, el Diario de MaríaBashkirtseff, del queFernández-Silva diceque es “un espejo fiel

de nuestras con-ciencias y denuestra sensibili-dad exacerbada”:

La tensión de la“doble vida”, del

carácter anfibio delpoeta, que en su afán de

saberlo todo tropieza con ellímite de esa totalidad misma,

es decir, con la realidad de lo inalcanzabletiene en su núcleo la posibilidad de describirplásticamente esa búsqueda pertinaz perovana de un absoluto: el viaje y el diario delviaje. Lo absoluto fascinante e inalcanzablees en De sobremesa la aristocrática y angelicalHelena. La Helena de Fernández-Silva nadatiene de común con la Helena que dio ori-gen a la figura recurrente de la literatura oc-cidental: la de la Odisea de Homero o la deHelena de Eurípides. Independientemente delas fuentes literarias que suscitaron en Silvaesa figura, esta Helena delata, una vez más,la “doble vida” del poeta. Ella es una “remi-niscencia” de la Virgen María y de las mu-chas variaciones que ha tenido en el arte y laliteratura este arquetipo de pureza, belleza,delicadeza (para Silva fueron los pintores yescritores ingleses que se llamaron a sí mis-mos “pre-rafaelitas”, es decir, que en el siglopasado postularon una pintura anterior a lade Rafael), a la que Fernández-Silva da el va-lor simbólico de la meta inalcanzable, de labúsqueda permanente. Es una Helena quehubiera cabido en la mente angustiosamentecasta de un Luis Gonzaga: una tentación sinpeligro. Pero esa Helena, reflejo indudablede las obligatorias castidades sociales conven-cionales del siglo XX, era una “Lolita”, comoVladimir Nabokov llamó en la novela delmismo nombre a las niñas adolescentes e in-genuas pero instintivamente seductoras. Te-nía quince años de edad. Sólo dos años másque la Sophie von Kühn que afamó el poetaalemán Friedrich von Hardenberg, conoci-do por su seudónimo Novalis (1772-1801),porque ella determinó su pensamiento. LaHelena de De sobremesa significaba la purezaseductora, a diferencia de las damas que se-dujo Fernández, que eran sólo purezas tácti-cas y convencionales. La Helena deFernández-Silva era una conjunción simbó-lica de lo inalcanzable del afán de totalidad,en la cuerda mariana de la sociedad tradicio-nal, la búsqueda de una inocencia que com-pense la tensión de la ambigüedad de la “exis-

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tencia estética”. Cuando le aconsejan que secase con ella, Fernández rechaza la propues-ta. El matrimonio significaría el fin de labúsqueda y, para los dos, el ingreso en la so-ciedad burguesa, la concesión a las conven-ciones sociales.

Fernández-Silva no hace una crítica temáti-ca y detallada a la sociedad tradicional eincipientemente burguesa de Bogotá. Haceuna crítica indirecta a su estado actual, a lapolítica que ella engendra: es su plan de re-forma, que se le aparece en un momento de“suprema paz” que goza “en las horas pasa-das en el picacho a donde subo”. Es, pues,una revelación, “el fin único a qué consagrarla vida”. “Para realizarlo necesitaré un esfuer-zo de cada minuto por años enteros, una vo-luntad de hierro que no ceda un instante”.El plan prevé la implantación, entre otrascosas, de “un plan de finanzas nacional”, laformación de un “partido nuevo, distante detodo fanatismo político o religioso”, un “par-tido de civilizados que crean en la ciencia ypongan su esfuerzo al servicio de la gran idea”.Pero si el plan no resulta “por las buenas”, “sila situación no permite esos platonismos”, espreciso acudir a la revolución, para “provo-car una poderosa reacción conservadora”,aprovechando los medios que brinda el “fal-so liberalismo” del gobierno. La meta seríauna dictadura temporal ilustrada, con unaconstitución elástica que permita “prevenirlas revueltas de forma republicana...”.Fernández-Silva, embriagado con la idea dela realización dictatorial del plan, descubresu admiración por “los triunfos de la fuerza”.Lo que Fernández-Silva llama el “falso libe-ralismo” es, en primer plano, el liberalismoconservador que caracterizó al liberalismohispanoamericano en el siglo XIX, es decir,un liberalismo de máscara. Pero la crítica alliberalismo colombiano e hispanoamericanoes también una crítica a la incipiente socie-dad burguesa, entre tradicional y ansiosa deprogreso, es decir, la crítica a la ambigüedad

que cabe llamar “retroprogreso”. Silva fue,indudablemente, uno de los pocos intelec-tuales hispanoamericanos del siglo XIX queentendió su crítica de artista a la sociedadburguesa, al Estado liberal, que bien entradoel siglo XX se llamó “Estado de derecho libe-ral-burgués”. En esa crítica se halla implícitauna crítica al parlamentarismo, o al fracasodel parlamentarismo que, dos años antes deque se publicara la novela, había analizado elfamoso constitucionalista alemán CarlSchmitt en su influyente ensayo La situaciónhistórico-espiritual del parlamentarismo actual.La propuesta de Fernández-Silva se nutría delconservatismo familiar, pero también de laexperiencia histórica. Sin embargo, lo queFernández-Silva llama “poderosa reacciónconservadora” y la idea de una dictadura tem-poral ilustrada no se reducían al cuño políti-co familiar y a la experiencia histórica hispa-noamericana. La marginalización del poetay del artista en la sociedad burguesa provocóno sólo la reacción de los marginados, estoes, las novelas de artistas y la justificación teó-rica de su existencia (la moderna teoría lite-raria), sino la transformación del dandy he-roico en una nueva versión del rey filósofode Platón. El partido de civilizados que creenen la ciencia y ponen sus esfuerzos al serviciode la gran idea es menos que un partido en elsentido político, propiamente democrático dela palabra, una elite con rasgos de culto.Fernández-Silva esbozó intuitivamente lo quea comienzos de siglo adquirió plena y únicaconfiguración en Alemania: el famoso “Cír-culo de Stefan George”. El gran poeta reno-vador de la lengua alemana -a Rubén Daríose lo llama en Alemania el “George español”-era el rey-filósofo de una comunidad de in-telectuales con organización jerárquica, quetuvo su justificación ideológica y progra-mática en el libro de uno de sus miembros,Max Kommerell, El Poeta como conductor enel clasisismo alemán (1928), que WalterBenjamin llamó la “magna carta delconservatismo alemán”. George no pensaba

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en el nacionalsocialismo, pero se movía en elámbito antiburgués y estético que determi-nó en Alemania lo que se llamó “revoluciónconservadora” (Oswald Spengler, ErnstJünger, entre muchos más), y que fue másculta que los chauvinistas franceses de laAction Française como Henri Massis y sobretodo Maurice Barrés, con quien Silva com-partió su devoción por María Bashkirtseff. Elpoeta burgués antiburgués de esa época se ha-llaba frecuentemente en la antesala ideológicadel totalitarismo. No sólo él, en modo algu-no. En una época de ambigüedades intelec-tuales y políticas, que se enmascaró con dife-rencias y contraposiciones burocrático-ideo-lógicas, no había apenas nadie que se liberarade esta ambigüedad, de este nudo gordiano.

Una figura significativa de comienzos del si-glo presente fue el hoy olvidado Georges Sorel(1847-1922). En él, quien ha sido compara-do con el nudo gordiano, cristalizan las am-bigüedades intelectuales y políticas de la épo-ca: formuló la teoría de la huelga general, cri-ticó el progreso, se inspiró en la filosofíainstitucionalista de Bergson y alimentó laideología de Mussolini. El mismo WalterBenjamin no se sustrajo a esas ambigüeda-des: osciló, como el joven Lukács, entre elelitista y conservador Círculo de StefanGeorge, el teórico del nacionalsocialismo CarlSchmitt y la profesión de fe leninista. Silvafue en Colombia el único y en Hispanoamé-rica uno de los primeros que expresó, en sunovela De sobremesa, la ambigüedad intelec-tual y política de la época, para cuya percep-ción tenía el órgano de su propia ambigüe-dad. Los párrafos de la novela que describeny fundamentan el plan de reforma no sólotienen esa ambigüedad, sino que contienenla pregunta, implícita en el presupuesto de lacrítica a la sociedad tradicional e inci-pientemente burguesa, por la clase en la querecae la culpa y la responsabilidad del fracasodel parlamentarismo. Silva no respondió ex-presamente a esa pregunta. Pero cuando pen-

só en un “partido de civilizados” que creenen la ciencia y ponen su esfuerzo al serviciode la gran idea, no sólo pensó en una especiede república platónica (Silva mismo llama“platonismo” a esa alternativa), sino en lasustancia moral y en la capacidad intelectualy práctica de los políticos y de los ciudada-nos ejemplares. La república platónica queproyectó el múltiple Fernandez-Silva (poetagenial, hábil hombre de negocios, fumadorde opio, Don Juan, exquisito en sus gustos ya veces brutalmente violento) debería ser unarepública tan perfecta que correspondería alabsoluto del arte y de su ansia de conocimien-to y experiencia totales. Desde el punto devista del “popperianismo” de moda, la repú-blica platónica de Silva sería una comproba-ción más del reproche de totalitarismo quehizo Popper a Platón. Pero ese reproche seríala repetición, con otro acento, del hábito le-ninista, esto es, de reprochar, por ejemplo, aRubén Darío (muerto dos años antes de laRevolución de Octubre) que no pensara so-bre la sociedad como Lenin y sus feligreses.Platón no podía anticiparse histórica, socio-lógica y filosóficamente a la sociedad occi-dental después de la experiencia delnacionalsocialismo y de los totalitarismos. Sise deja de lado el “platonismo al revés” dePopper, es decir, la moda, será preciso leerpolíticamente De sobremesa para preguntar,por ejemplo: ¿por qué la sociedad burguesaen general engendró los totalitarismos y, enespecial, por qué la sociedad hispanoameri-cana -no sólo la aristocracia de cartón- sigueapegada al “hombre fuerte”, al “mito” con quese lo rodea y, en fin, ¿por qué las repúblicashispanoamericanas encubren una nostalgiapor la monarquía que hace sospechar que trasella se esconde el cuño de la parroquia y detodas sus arandelas, del párroco como pastory de los feligreses como corderos?

“Prólogo” (a De sobremesa de José Asunción Silva), se pu-blicó en: José Asunción Silva, De sobremesa. Bogotá: ElÁncora Editores, 1993.

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En 1926apareció Suenantimbres de Luis Vidales. Un

año antes, León de Greiff habíapublicado Tergiversaciones.Vidales y De Greiff pertene-cieron a un grupo (quedespués lo han convertidoen “generación”) que por eltítulo de la revista en la que algunos de ellosse dieron a conocer, Los nuevos, se llamó el de“los nuevos”. Lo que pretendían “los nuevos”era ya entonces relativamente nuevo, aun enColombia. No es improbable que otra lla-mada “generación”, la del “centenario”, quedurante más de un cuarto de siglo fue el blan-co de los ataques contra la mentalidadengolada y provinciana que ellos representa-ron y acuñaron, haya desviado la atencióndel reducido público lector de la Atenas sud-americana, que no reparó siquiera en que LuisVidales y León de Greiff eran entre “los nue-vos” los únicos auténticamente nuevos. To-davía imperaba el Goethe de Popayán,Guillermo Valencia, y en regiones menoshumanísticas de la República neoateniense,Julio Flórez tenía la popularidad que más tar-

de compartió conCarlos Gardel. Los mármo-

les de yeso de Guillermo Valencia,la rimbombancia provinciana li-

beral-conservadora de los“centenaristas” y los torren-tes de lágrimas con los quelos lectores y oyentes de los

poemas de Julio Flórez inun-daron el alma popular, no fueron favorablesa la recepción de los propósitos de “los nue-vos”, es decir, los de renovar la poesía colom-biana asomándose al mundo, pero sin darsecuenta de él. Como si fueran diplomáticos -algunos de ellos lo fueron más tarde de ver-dad- “los nuevos” decidieron ser “nuevos”para el caso de que a la hora de la verdad na-die les reprochara que no habían actuado, queno habían sido “nuevos” y que, a la vez, na-die les reprochara que habían actuado, quehabían sido “nuevos”.

En su breve ensayo sobre “Los nuevos” ase-gura Fernando Charry Lara que “desafortu-nadamente la gran mayoría de sus miembrosfue a otros campos, entre los cuales la políti-ca y el periódico reclamaron con mejor for-

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tuna sus talentos”1. La actitud de “losnuevos” era en realidad más adecua-da para hacer carrera política en Co-lombia, y aunque de ese grupo sóloperduran en la historia de la poesíacolombiana Rafael Maya, Luis

Vidales y León de Greiff, la historiapolítica del indefenso país le debe

al grupo oradores políticos cente-lleantes como Jorge Eliécer Gaitán,Silvio Villegas y Augusto RamírezMoreno, menos centelleantes

como Gabriel Turbay, quien conGaitán fue candidato a la Presidencia

de la República neoateniense, y un presi-dente, Alberto Lleras Camargo, quien con-

firmó que la República neoateniense mere-cía el nombre que le dio Menéndez y Pelayo,pues este “nuevo” fue un nuevo Pericles. Tam-bién la llamada generación del “centenario”,que sólo tuvo un poeta ocasional, Luis Lópezde Mesa, dio al país dos presidentes, que enpaz descansen, Eduardo Santos y LaureanoGómez. Es, pues, evidente que cuando sepublicaron los libros de León de Greiff y deLuis Vidales no tuvieron eco alguno. La vidaliteraria era un ejercicio previo a la carrerapolítica, y la poesía, principalmente, un or-namento o un jardín cuyas flores ya secas setransplantaban a la retórica parlamentaria.

En el capítulo “Literatura pura, 1890-1920”de Las corrientes literarias en la América his-pánica apuntó Pedro Henríquez Ureña queen ese período “comenzó una división deltrabajo. Los hombres de profesiones intelec-tuales trataron ahora de ceñirse a la tarea quehabían elegido y abandonaron la política...el timón del Estado pasó a manos de quienesno eran sino políticos... y como la literaturano era en realidad una profesión, los hom-bres de letras se convirtieron en periodistas oen maestros, cuando no en ambas cosas.

Muchos de ellos siguieron la carrera de dere-cho... pero pocos ejercieron después la pro-fesión. Algunos obtuvieron puestos diplomá-ticos o consulares...”2.

Este lento proceso de “profesionalización” delhombre de letras se inició en Colombia ya afinales del siglo pasado y comienzos del pre-sente. La Revista Gris (1892-1895) y la Re-vista contemporánea (1905-1908), por ejem-plo, ya no pretendían ser revistas de simplesaficionados sino empresas comerciales, conuna disciplina periodística y mercantil y, enun país de abogados, con rigurosa observa-ción de la legislación postal y comercial. Perolas dos empresas, que lograron llegar a remo-tas ciudades del país, fracasaron pese a quesus directores y mentores, especialmenteBaldomero Sanín Cano, trataron de combi-nar divulgación cultural y satisfacción de fi-guración social del público. Fracasaron casipor la misma razón por la que fracasaron laBiblioteca americana (1823) de Andrés Belloy el Repertorio americano (1826-1827) deJuan García del Río y Bello mismo: por faltade público lector. Pero las dos revistas colom-bianas citadas fracasaron también porque parasobrevivir tenían que rendir tributo a la polí-tica, es decir, pronunciarse, por discretamenteque fuera, a favor de uno u otro partido polí-tico. Con ello el intento de “profesiona-lización”, de poner en marcha la “división deltrabajo” llevaba en sí el germen de su fracaso.Y como los partidos políticos en Colombiaeran no sólo una profesión de fe sino un ele-mento esencial constitutivo de la personali-dad, el simple hecho de que un escritor qui-siera ser sólo eso, lo marginaba de la vidanacional. Tan sólo recientemente ha comen-zado a rescatarse la figura de Carlos ArturoTorres a quien la posteridad no le perdonósu tolerancia política y, muy probablemente,que su libro Idola Fori (1916) ponía en tela

1 F. Charry Lara, Poesía y poetas colombianos, Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura, Procultura, Bogotá, 1985, p. 54.2 Pedro Henríquez Ureña, Las corrientes literarias en la América hispánica, México, F.C.E., 1949, p. 165.

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de juicio las raíces de ese fanatismo político.Esta fuerte politización de la vida social y dela vida literaria estaba sostenida, de maneradialéctica, si se quiere, por una forma extre-ma de lo que Carl Schmitt llamó “teologíapolítica”. “Todos los conceptos sucintos dela moderna teoría del Estado son conceptosteológicos secularizados”, dice Schmitt3. EnColombia, todos los conceptos de los dospartidos políticos no eran “conceptosteológicos secularizados” sino nociones reli-giosas petrificadas. La llamada lucha entre lospartidos fue una guerra religiosa de católicosdevotos contra católicos menos devotos. Es-tos son los presupuestos sociológico-literariosy políticos para comprender el misoneísmocolombiano.

El “modernismo” dariano fue asimilado sólomuy parcialmente. Basta comparar la obrade Darío con la de Guillermo Valencia paracomprobar que en Valencia no se encuentrauna sola huella de los problemas que ator-mentaron a Darío, como el que expresa ensu poema “Lo fatal” de Cantos de vida y espe-ranza (1905) y que el erotismo de Darío en“Ite, missa est” de Prosas profanas y otros poe-mas (1896), no sólo se asordina monjilmenteen “Leyendo a Silva” (que lo hubiera podidoescribir la Fernanda del Carpio de Cien añosde soledad de García Márquez) sino tiene sufreno papal en su famoso poema Anarkos(1897), que es una versificación de la encí-clica social Quadragesimo anno de León XIII.En 1925 y en 1926, cuando aparecieron loslibros citados de León de Greiff y de LuisVidales, la poética que subyacía a ellos nofue percibida como poética de “vanguardia”,sino como poética extravagante que no ame-nazaba los fundamentos de la Atenas Católi-ca. Luis Vidales no continuó su desafío a lasociedad tradicionalista de Colombia y lohubiera hecho indudablemente en vano. Uno

de sus compañeros de grupo, que en la tertu-lia discutía con él y los demás sobre socialis-mo y cosas horrorosas semejantes, AlbertoLleras Camargo, dictaminó que Suenan tim-bres se caracterizaba por su humorismo. Llerasy otro compañero del grupo, Jorge Zalamea,no repararon que el libro no era principal-mente humorístico y que ese rasgo que elloscreyeron encontrar no estaba en él sino era elefecto que produjo su lectura a estos dos re-volucionarios tradicionalistas. El propósito deVidales, que se manifiesta muy claramenteen el libro, era de desafío a la “retórica” queexpresaba y a la vez sustentaba a la católicaAtenas. Con esa clasificación se redujo elimpulso crítico social y literario de Vidales auna peculiaridad bogotana -que no es en elfondo peculiaridad- y que suelen llamar “hu-mor bogotano”, es decir, se lo neutralizó.

León de Greiff tuvo más fortuna. Quizá por-que su figura correspondía a la imagen delpoeta romántico: barba, sombrero de ala an-cha, capa española, boquilla larga, a lo que seagregó su apellido nórdico que con el de col-maba las aspiraciones monárquicas de la Re-pública neoateniense. Si se deja de lado lanecesaria diversidad de la calidad poética, losdos primeros libros de una “vanguardia” co-lombiana se diferenciaban por el grado y laforma de cuestionamiento de la tradicióncultural y social. En Vidales fue radical, ende Greiff no hubo cuestionamiento, perotampoco continuidad, sino un deslinde que,sin embargo, no rechazaba uno de los rasgosde esa tradición. Borges lo describiócríticamente cuando en un ensayo de Otrasinquisiciones (1952) dijo que “las literaturasque usan el idioma español (son) clientes deldiccionario...”4. De Greiff no fue sólo eso,pero una de las características de toda su obrafue lo que cabría llamar “lexicomanía”, nociertamente la castiza de un Juan Montalvo,

3 C. Schmitt, Politische Theologie, Duncker & Humbolt, Munich-Leipzig, 1934, p. 49.4 J. L. Borges, Otras inquisiciones, Buenos Aires, Sur, 1952, p. 79.

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la que puede observarse en autores de lenguaespañola con ascendencia más o menos próxi-ma extranjera como Max Aub o AlejoCarpentier. Es la “lexicomanía” como certi-ficado de identificación del inmigrado consu país huésped y propio a la vez. Las Tergi-versaciones de León de Greiff se deslindabande la tradición, pero observaban formas de latradición, independientemente del motivoque lo movieron a ello.

Guillermo Valencia y León de Greiff repre-sentaron tardíamente dos actitudes que seencontraron en el origen de la literatura mo-derna europea. Actitudes principalmente, noformulación reflexiva de dos posicionespoetológicas y filosóficas. En países comoColombia, en los que la figuración y la si-mulación (lo que Erving Goffman llama “lapresentación del yo en la vida cotidiana”5)pesan más que la sustancia de la persona y dela obra, estas dos actitudes se expresaron, parala opinión pública, de manera iconográfica.El retrato más difundido de Guillermo Va-lencia, un cuadro al óleo, despierta la sospe-cha de que el inspirado pintor y el clásicomodelo conocían el retrato de Goethe queacompaña la mayoría de las ediciones de suViaje a Italia. Goethe recostado en un pra-do, contempla a Roma; Valencia, igualmen-te recostado en un prado, contempla aPopayán. Pero Valencia no lleva un sombre-

ro semejante al de Goethe, cuya ala anchagraciosamente doblada, lo protege del sol,sino una gorra rusa de invierno. Rostro ygorra son lo único que cambian en los retra-tos de estos dos “clásicos”. León de Greiff notenía tanta conciencia de sí como Valencia, ysus fotografías y las descripciones de su figu-ra muestran que tenía conciencia de poetaromántico-posromántico, es decir, bohemio.Pero esta contraposición “clásico-romántico”,no atentaba contra ninguna tradición cultu-ral de la República neoateniense, sino for-maba parte de historia de la literatura colom-biana.

No mucho antes de que apareciera el grupode “los nuevos” y bajo el reinado y la anuen-cia de Valencia, se hizo famoso un grupo depoetas llamado “la gruta simbólica”, que ha-bía consagrado el aliñado desmelenamientoromántico. La idílica paz se turbó, si bien nodefinitivamente, cuando en un artículo de1942, Eduardo Carranza se pronunció, ci-vilmente, contra lo que él llamó, con certerotérmino, bardolatría. El bardo idolatrado eraValencia, y el sacerdote del culto era nadiemenos que Baldomero Sanín Cano, políti-camente opuesto al bardo clásico y claramen-te sospechoso de propagar y cultivar ideassocialistas. Sanín Cano había escrito un artí-culo en el que corroboraba con argumentosaparentemente intelectuales una leyenda tí-pica de la ciudad señorial, Popayán, sobre lasrelaciones personales de Nietzsche con Va-lencia, o viceversa. Según la leyenda, cuandoValencia honró a París con su presencia en1899, se enteró de que Nietzsche necesitabaun criado. Valencia, quien según otra leyen-da estudió en la Ciudad Luz, durante casi unaño, “literaturas antiguas y modernasy...ciencias políticas en la Sorbona”, y “trabóamistad con... Mallarmé, Heredia, Wilde,Darío...”6 entre otros, solicitó la plaza de “cria-do de Nietzsche” y, aunque vivía en París, la

5 E. Goffman, The Presentation of Self in Everday Life, Londres, Penguin Books, 1969.6 C. García Prada, Diccionario de la literatura latinoamericana. Colombia, Washington, Unión Panamericana, 1959, p. 124.

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hermana del filósofo decidió compartir conel Goethe de Popayán los cuidados que re-quería el enfermo en Weimar. Sanín Canocomparó en ese artículo a Nietzsche con Va-lencia, es decir, estableció forzadamente y aposteriori el diálogo entre Nietzche y Valen-cia, que hubiera tenido lugar si la leyenda sehubiera percatado de que el viaje diario, aun-que sólo hubiera sido durante una semana,desde París a Weimar llevaba más de una se-mana.

Contra esta “bardolatría” arguyó Carranzaque desde la época en la que Valencia habíasurgido, “han ocurrido algunos hechos delorden de la sensibilidad que fatalmente tie-nen su reflejo en las letras. Han advenidonuevas maneras literarias, se ha producidouna revolución fundamental en el subsuelode la creación poética y nuevas estrellas hanascendido al cielo de los cantos”7. Era unasimple comprobación histórico-literaria, quea la vez ponía de presente a la parroquia delbardo que la historia no se había detenidoante las puertas del vaticano colombiano yde sus demás municipios literarios. Desde1935, unos pocos que pensaban comoCarranza, esto es Jorge Rojas, Darío Samper,Arturo Camacho Ramírez, habían publica-do sus poemas en una serie patrocinada porJorge Rojas, que llevaba el título de un librode Juan Ramón Jiménez, “Piedra y cielo”. Eltítulo significaba un variado desafío: era unaprofesión de fe por una de las “nuevas estre-llas que han ascendido al cielo de los can-tos”, consecuentemente, por las “nuevas ma-neras literarias”, y por la “revolución funda-mental” que se había “producido en elsubsuelo de la creación poética”. La profe-sión de fe por Juan Ramón Jiménez era, enefecto, “revolucionaria”: postulaba la figuradel poeta dedicado íntegramente a la poesíay con ello rechazaba implícitamente la figuradel poeta político o del tolerado poeta posro-

mántico o bohemio; postula-ba, consecuentemente, unapoesía “pura” en el sentido deno retórica y en últimotérmino declarabaque la poesía po-lítica-retórica ha-bía perdido todasu vigencia, que sehabía quedado rezagada.

Como la simple invocación dela poética y el ejemplo de JuanRamón Jiménez era el resul-tado de una comprobaciónhistórica, como no era siquieraabiertamente polémica, como era, pues, unajusta y simple necrología de la poética domi-nante, la reacción al postuladojuanramonizante fue simpáticamente violen-ta. ¿Cómo puede reaccionar un cadáver vi-viente ante quien tiene la “ocasión única yfeliz” de pronunciar su necrología, de dárselaa conocer? Los poemas de los osados“piedracielistas” no tenían nada provocador,su erotismo era moderado, sin espasmos nisensualidad, casi becqueriano. No invitabana la subversión de los valores morales y socia-les. Ni siquiera pretendían abiertamente cues-tionar burlonamente, como lo hizo LuisVidales, el fundamento retórico de la socie-dad. Sólo pretendían dar validez a lo que des-de el romanticismo, especialmente alemán,había determinado el desarrollo de la poesíaoccidental y que Rubén Darío habíaejemplificado: a la “autonomía del arte”. Peroeste intento no los llevó siquiera a un herme-tismo moderado, es decir, a ese medio con elque la “la autonomía del arte” se protegealtivamente y a la vez se deslinda de la acti-tud de la sociedad ante el poeta y la poesía.Los poetas de “Piedra y Cielo” no tuvieronclara conciencia de este complejo de proble-mas, no pertenecieron al género del “poeta

7 G. Serpa de De Francisco, Gran reportaje a Eduardo Carranza, Bogotá, Instituto Caro y Cuervo, 1975, p. 119.

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doctus”, no reflexionaron so-bre él. Cuando Carranza

recordó que “hanocurrido algunoshechos del orden

de la sensibilidad”,no se refirió concreta-

mente a la numerosa lite-ratura teórica, ni siquiera a la

francesa, que había formu-lado, desarrollado y profun-

dizado este problema. Lopercibió indudablemen-te de modo olfativo, yaunque la legendaria An-tología de la poesía espa-

ñola 1915-1931 (1932) de Gerardo Diegoantepuso a la selección de cada poeta una ex-posición breve de su poética, sus lectores“piedracielistas” no tuvieron en cuenta laposibilidad de formular “teóricamente” losprincipios que los guiaban, es decir, de re-flexionar sobre ellos.

En su libro Poesía y poetas colombianos (1985)sugiere Fernando Charry Lara8 que en Co-lombia se conocía la obra de Antonio Ma-chado. No cabe duda de que sus lectores“piedracielistas” conocieron el prólogo a lasegunda edición de Campos de Castilla(1917), en el que es patente la necesidad delpoeta moderno de reflexionar sobre su poe-sía. Lo que postularon y practicaron los poe-tas de “Piedra y Cielo” fue sólo una renova-ción formal, un cambio de procedimientos yde lenguajes poéticos, pero no enunciaron lascausas de la necesidad de ese cambio. Conestas comprobaciones no se pretende “con-tabilizar” las omisiones de esos poetas. Elhábito de registrar omisiones puede condu-cir, en muchos casos, a elaborar una especiede libro de teléfonos de la literatura univer-sal, al que no acudieron los respectivos auto-res a la hora de llamar a los colegas pertinen-

tes. Las omisiones tienen un sentido y plan-tean una pregunta. En el caso de las omisio-nes de los poetas de “Piedra y Cielo”, su men-ción provoca la sorpresa que causa la reac-ción de los neoatenienses cultos colombia-nos ante lo que encierra la invocación a JuanRamón Jiménez. Esa reacción plantea, pues,la pregunta: ¿fueron culpables de esas omi-siones sólo y exclusivamente los poetas de“Piedra y Cielo”, o fueron esas omisionesproducto de una larga e impositiva praxis dela vida literaria, cultural y social de una nue-va Atenas sin Platón ni Aristóteles, sinSófocles ni Píndaro, sin Esquilo ni Tucídides?

La invocación a Juan Ramón Jiménez era unainvitación a la pureza no sólo poética sinoética, a la autenticidad que implicaba el re-chazo del versificador diestro pero simuladorque había degradado la oratoria a campanu-da demagogia egoísta y había puesto la poe-sía al servicio de su brillo político y la culturaa impositivo teatro provinciano. A estas de-gradaciones se refería concisamente Carranzacon el nombre de “bardolatría”. Esa“bardolatría” tiránica había cerrado las puer-tas de Colombia al mundo y sólo admitía yfomentaba reconocimiento a lo que ella co-nocía y de lo que ella se vanagloriaba. Lasomisiones de los poetas de “Piedra y Cielo”fueron el resultado de esta praxis. La rupturade esos poetas con su pasado inmediato fuemenos que una declaración de guerra, un sal-to al vacío en el sentido de que, no sintién-dose ligados a él, tuvieron que comenzar conlo poco que tenían a la mano, con las “nue-vas estrellas” que habían divisado, no con losproblemas y reflexiones que las habían im-pulsado.

A primera vista, la reacción de los “bardos”parece desmesurada. En 1940, el coronel li-beral Juan Lozano y Lozano, quien tambiénhabía participado en los ejercicios de la ver-

8 F. Charry Lara, Poesía y poetas colombianos, p. 8.

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sificación, lanzó un anatema contra los ino-centes poetas de “piedra y Cielo”. El anate-ma es doblemente significativo. Tenía el tonode un coronel liberal, de un militar toleranteque se enfrenta a la rebelión de sus mejoressuboficiales. Los llamó “mozos”, palabra queen el lenguaje de la sociedad senil violentano sólo significaba “joven” sino “incapaz atre-vido”. Como liberal tolerante, les concedía“noble talento... verdadero temperamento...grande inquietud espiritual”. Como coronelconsecuente, encontró que todas esas virtu-des habían engendrado un “galimatías deconfusión palabrera” en el que “....no haynada de original, nada de estable, nada deduradero”. Aunque a juzgar por sus mismaspalabras la “rebelión” de los “mozos” era in-ofensiva, sólo confusa y sin consistencia, elduro liberal coronel progresista creyó que secernía un grave peligro sobre lo que él llama-ba patria, y que era un ineludible y sagradodeber militar combatir todo lo que amena-zara el cuartel que él llamaba patria y otros,feudo. Desenvaino su machete neoateniense,lo convirtió en pluma -no de ave- y acome-tió contra el papel estos truenos: “para quie-nes tenemos una visión fuerte y grande deesa patria, constituye deber ineludible saliral encuentro de todo síntoma débil, morbo-so, extraviado, disociador, decadente,erostrático, que aparezca en el horizonte dela nacionalidad”9.

No es improbable que las cultas damas bo-gotanas de entonces, las que tuvieron el pri-vilegio de ser escogidas por Valencia paraconfiarles su secreto revolucionario deAnarkos, creyeran que con la acusación de“erostráticos”, el fuerte coronel se refería adesmanes eróticos practicados y propugna-dos por los “mozos”. No cabe duda de que sise hubieran atrevido a preguntar al culto co-

ronel por el significado de la sonora palabre-ja, se hubieran desilusionado profundamen-te: ninguno de esos “mozos” las hubiera aco-sado, ni seducido, ni menos aún raptado. Puesestos “mozos” eran simplemente, para el gran-de, fuerte coronel, “incendiarios”, quienes,como Eróstrato, incendiaron el templo de laArtemisa andina en la Éfesos santafereña, paralograr fama. Los poetas del grupo de “Piedray Cielo” eran, para el neoateniense coronel,iconoclastas por sensacionalismo. Con la acu-sación de “erostráticos”, el coronel aficiona-do a la versificación adjudicó a los poetas de“piedra y Cielo” dos características formalesde la llamada “vanguardia” hispanoamerica-na: iconoclastia con el medio de la provoca-ción, de la sensación. Pero la iconoclastia y elsensacionalismo de estos poetas eran sólo unfantasma en la mente del agitado coronel.¿Qué entendía él por “patria fuerte”?

En el prólogo a las Meditaciones del Quijote,recuerda Ortega y Gasset la caracterizaciónque de España hizo Kant en su Antropologíaen sentido pragmático (1798), “España. Tie-rra de los antepasados” y comenta: “¡Tierrade los antepasados! Por lo tanto, no nuestra,no libre, propiedad de los españoles actuales.Los que antes pasaron siguen gobernándo-nos y forman una oligarquía de la muerte,que nos oprime”. Esta “influencia del pasa-do sobre nuestra raza”, continúa Ortega, per-mite descubrir “la mecánica psicológica delreaccionarismo español. Y no me refiero alpolítico, que es sólo una manifestación, lamenos honda y significativa, de la generalconstitución reaccionaria de nuestro espíri-tu”10. Por patria, fuerte además, entendía JuanLozano y Lozano indudablemente “la gene-ral constitución reaccionaria” de los muertosque seguían gobernando a Colombia, aun-que estuvieran vivos. Los poetas de “Piedra y

9 En G. Serpa de De Francisco, Gran reportaje a Eduardo Carranza, cit., pp. 115 y ss.10 J. Ortega y Gasset, “Meditaciones del Quijote”, Madrid, Revista de Occidente, 1957, p. 49 (es edición facsimilar de laprimera edición).

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Cielo” se liberaron de esa “opresión” que leshabía impedido asimilar y continuar inde-pendientemente las libertades con las que elmodernismo “renovó las muchas literaturascuyo instrumento común es el castellano”,según dice Borges del origen último de suspoemas11. Valencia petrificó esas libertades ysus posibilidades, atrofió el “cosmopolitis-mo”, creyó sin duda que “cosmopolitismo”consistía en la casualidad con la queBaldonmero Sanín Cano daba a conocer al-gunos autores de uno de los momentos másricos de la literatura europea. La ceguera im-perativa impidió percibir las suscitaciones delredescubrimiento de Góngora, tenue en “Tré-bol” de Rubén Darío, decidido en el ensayode Alfonso Reyes12. Los poetas de “Piedra yCielo” eran huérfanos también de la propiatradición hispanoamericana, y no ha de sor-prender que de ello se dieran cuenta tardía-mente, si se recuerda un ripio de Julio Flórezsobre Colombia: “Todo nos llega tarde, has-ta la muerte”.

El recurso a Juan Ramón Jiménez y al grupoespañol del 27 logró llenar ese vacío. En sulibro La estructura de la lírica moderna (1956)escribió Hugo Friedrich: “Desde comienzosdel siglo 20 florece en España, siguiendo aRubén Darío, una lírica de tal plenitud, cua-lidad y originalidad, que los críticos nativoshablan de un segundo Siglo de Oro de su

literatura. El extranjero debe darles razón. Lapoesía de Machado, Jiménez, Guillén, Lorca,etc., es tal vez el tesoro más precioso que haproducido la lírica europea en la primeramitad de nuestro siglo”13. De su análisis ex-cluye Friedrich las “vanguardias” europeas yla española, lo cual implica un juicio de va-lor, fundado sin duda en la fugacidad queesos estallidos dejaron como herencia a lapoesía europea más representativa. La revi-sión y el cuestionamiento de ese juicio tieneinterés histórico, pero no modifica la con-cepción de la poesía que subyace a él y queGottfried Benn, quien se contó entre los poe-tas más destacados de la “vanguardia” “expre-sionista”, formuló con estas palabras: “... enla lírica, lo mediocre por excelencia no estápermitido y es insoportable, su campo esangosto, sus medios son muy sutiles, su sus-tancia es el Ens realissimum de las sustancias,y por eso las medidas deben ser extremas. Lasnovelas mediocres no son tan insoportables,pueden divertir, instruir, ser tensas, pero lalírica tiene que ser exorbitante o no es nada.Eso forma parte de su esencia”. Y agregabaque de esa forma parte algo más: “la expe-riencia trágica del poeta lírico de nuestrotiempo ha legado más de seis o hasta ochopoemas plenos, los otros pueden ser intere-santes bajo el punto de vista de lo biográficoy del desarrollo del autor, pero sólo son po-cos los que descansan en sí, iluminan desdesí, están llenos de fascinación -así pues, treintay hasta cincuenta años de ascetismo, de su-frimiento, de lucha por estos seis poemas”14.Para tomar este juicio de Benn cum grano salises preciso tener en cuenta que su autor tienea sus espaldas y pone sus pies sobre el suelode una tradición filosófica y cultural en laque lo Absoluto es meta y presencia a la vez.“Exorbitante” en este sentido sería la poesíade Jorge Guillén o la de Vallejo, por ejemplo.

11 J. L. Borges, Obra poética. 1923-1977, Madrid, Alianza editorial-Emecé Editores, 1983, p. 365.12 A. Reyes, “La estética de Góngora”, en Cuestiones estéticas (1911), Obras completas, t. I, México, F.C.E., 1955.13 H. Friedrich, Die Struktur der moderne Lyrik (1956), Rowohlt, Reinbeck bei Hamburg, 1985, p. 144.14 G. Benn, Probleme der Lyrik, Wiesbaden, Limes Verlag, 1951, p. 18.

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Los poetas de “Piedra y Cielo” pretendieronalgo menos, tuvieron que pretender algomenos. Al colocarse bajo la invocación deJuan Ramón Jiménez buscaron primeramenterecuperar la poesía, que en Colombia habíasucumbido a la retórica de la “bardolatría”.¿Qué entendieron los poetas de “Piedra yCielo” por poesía? Principalmente el ejem-plo de Juan Ramón Jiménez, de FedericoGarcía Lorca, de Gerardo Diego, de JorgeGuillén. Ejemplo, es decir, no recreación oteoría. “Cuando los días caen inmutables, /como rosas con pétalos insignes” (CamachoRamírez); “Este es el cielo de azulada altura, /y este el lucero y esta la mañana” (Jorge Ro-jas); “Todo está bien: el verde en la pradera /el aire con su libro de diamante / y en el aire larama dibujante” (Eduardo Carranza), dicentres poetas distintos y un solo eco verdadero.

Cada poeta de “Piedra y Cielo” tuvo su poe-ta español preferido. Para Camacho Ramírezfue el Lorca de Poeta en Nueva York y del Llan-to por Ignacio Sánchez Mejías. Para Jorge Ro-jas fueron Juan Ramón Jiménez y JorgeGuillén. Darío Samper tradujo el Romancerogitano de Lorca al paisaje tropical, que ad-quirió colores andaluces. Carranza combinóal Pablo Neruda de los Veinte poemas de amory en vez de la canción desesperada le puso la“fe de vida” de Jorge Guillén, de los cualesresultó un Eduardo Carranza con alas de JuanRamón Jiménez. Pero por encima de las pre-ferencias de cada poeta hay un eco sintéticodel ejemplo de la poesía española del 27. Jor-ge Rojas hizo una traducción del Cementeriomarino de Paul Valéry al castellano que obli-ga a recurrir al texto original para cerciorarsede que Valéry fue realmente un poeta francésy no un poeta bogotano del grupo españoldel 27.

Los poetas de “Piedra y Cielo” crearon unlenguaje nuevo sólo en el sentido de que sin-tetizaron varios ejemplos españoles. Contodo, suele reconocerse unánimemente y con

razón que la literatura colombiana de la pri-mera mitad de este siglo se divide en dos.Antes de “Piedra y Cielo” y después. En lasnumerosas tropas que comandaba el coronelantierostrático y que en su mayoría estabancompuestas por damas lectoras que aunquemuy piadosas eran algo semicultas y por losprofesores de literatura colombiana de ense-ñanza secundaria, en su mayoría miembrosde órdenes y colegios religiosos, decir“piedracielista” era equivalente a decir“menteco”, “incomprensible”, “exótico”, “ex-travagante”. Puede ser posible que en larecoleta y engolada Bogotá, eso precisamen-te atrajo la atención a lo que hacían estospecaminosos herejes. La fascinación de loprohibido y execrado tuvo para los de-fensores heroicos de la patria-conven-to el efecto del boomerang. Colom-bia, país de abogados y hasta de so-ciólogos que cultivaban el sencillo artede ser poetas malos, se convirtió en un paísde abogados, ingenieros, sociólogos y poco apoco damas semicultas pero influyentes, es-tudiantes y hasta limpiabotas lectores de poe-sía. Surgió una publicación mensual de an-tologías de poetas de todos los tiempos y ten-dencias. La Librería Editorial Siglo XX, queera la librería de los abogados y magistrados,financió, es decir, editó los fascículos de poe-sía que su director, el novelista y poeta hoyolvidado, Jaime Ibáñez -murió en un mani-comio- bautizó con el nombre de “Cántico”.Del mecenazgo singular del poeta“piedracielista” Jorge Rojas, se pasó a la fi-nanciación editorial de los poetas que siguie-ron el camino abierto por los poetas de “Pie-dra y Cielo”. Se inició una continuidad yano de generaciones, que generalmente vivíanen guerra, ni de tendencias poetológicas, sinode la conciencia de sí mismo del poeta. Sepasó de la Monarquía del bardo a la comuni-dad de los poetas.

Eduardo Carranza, la figura más sobresalientede “Piedra y Cielo”, era primus inter pares en

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la comunidad de poetas que habían esboza-do y posibilitado los poetas de “Piedra y Cie-lo”. En esa comunidad ya no había divisio-nes por diversidad de poetologías. Sólo ha-bía un criterio para ser reconocido y acepta-

do en ella: el de ser poeta por voca-ción y profesión de fe. Esta comuni-dad significó un modelo de conviven-cia en una sociedad sumida en la vio-

lencia y destrozada por el“monarquismo” perruno de los bardos que

se han formado en todos los estratos socia-les. Su arquetipo, Guillermo Valencia, rey

de Popayán, Goethe del Cauca, pode-roso por la gracia de la verborrea

simuladora, ¿no hace preguntaracaso por la remota causa ética

de los lujos y aspiraciones de Pa-blo Escobar y Rodríguez Gacha? Des-

de el punto de vista de la historia literaria,esta sugerencia es una blasfemia. Desde elpunto de vista de la sociología, esto no esuna blasfemia, sino sólo la indicación de uncamino que lleva al contexto amplio y com-plejo de la relación entre determinadas con-cepciones y praxis de la literatura y el delitoen sus diversas formas políticas. Los poetasde “Piedra y Cielo” no tuvieron ni tienen lasignificación continental y estética de unCésar Vallejo, de un Alberto Girri, de un JorgeLuis Borges, ni siquiera tuvieron el impulsoque subyace a un poema como “La alta nie-bla” del injustamente olvidado y prematura-mente muerto poeta peruano Luis FabioXamar, su contemporáneo. Fueron “poetasmenores”. Significación continental y mun-dial adquirió la síntesis de la poetología del27 español que hicieron los poetas de “Pie-dra y Cielo” no en la poesía sino en la nove-la. Sin “Piedra y Cielo” no hubiera sido posi-ble Cien años de soledad de Gabriel GarcíaMärquez. Eso no quiere decir que GarcíaMárquez es “pospiedracielista”. Eso quieredecir simplemente que sin la desretorizacióny repoetización del lenguaje que lograron los

“piedracielistas”, García Márquez, quien losconoció en su bachillerato de boca de unpoeta menor del grupo, Carlos Martín, nohubiera encontrado base para la formaciónde su propio lenguaje. La polémica deCarranza contra la “bardolatría” está presen-te en la figura de Fernanda del Carpio de lanovela, que es una caricatura del modelo quecaricaturizó involuntariamente GuillermoValencia, esto es, de Miguel Antonio Caro yel ideal literario que él representó.

El “piedracielismo” colombiano fue “vanguar-dia” en la Colombia conservadora. No lo fueen el sentido, siquiera aproximado, de losmodelos europeos. Colombia, país civilistasiempre en guerra, no tuvo la experiencia dela primera guerra mundial, del derrumba-miento de la belle époque o del imperioguillermino alemán; no conoció las filosofíasradicales de la vida y la fenomenologíahusserliana; no se enfrentó a la industrializa-ción veloz ni conoció sus reacciones; no tuvola percepción del agotamiento social y cultu-ral ni, por tanto, sintió la necesidad de unnuevo comienzo, presupuestos de las van-guardias europeas. El 9 de abril de 1948 fueasesinado el político populista Jorge EliécerGaitán. Nunca se supo quiénes organizaronel asesinato. El ángel de la guarda de la “oli-garquía de los muertos” cubrió su muerte consilencio. El pueblo se levantó, saqueó, mató.“Salvo mi corazón, todo está bien” había es-crito Carranza en su famoso “Soneto con unasalvedad”. Todo estaba mal, pero para una“vanguardia” que respondiera, como en Eu-ropa, a este caos, ya era demasiado tarde. La“vanguardia” hispanoamericana, en general,había sido un gesto, y el “piedracielismo”, queni siquiera lo había captado, fue un involun-tario deslinde de tales ademanes. Si no fue“vanguardia”, plantea la pregunta: ¿qué que-dó de toda esa época?

“El ‘piedracielismo’ colombiano” ha sido tomado de Pro-vocaciones, Bogotá: Editorial Ariel, 1997.

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En el prólogo de su libro El ciclo de larevolución contemporánea (1956) con-fesó el historiador Argentino José Luis

Romero que “sería injusto suponer que al his-toriador le está vedado tener (opiniones per-sonales) -sobre todo cuando se refiere a supropio tiempo- y por la fuerza del sine ira etstudio que acuñó Tácito se vea privado depoder decir lo que piensa sobre cosas que leatañen directamente. Cierto es que muchoshistoriadores carecen de opiniones; pero metemo mucho que sean más los que procuranocultarlas directamente, para no comprome-ter, unos la objetividad científica y para nocomprometer otros la sabia equidistanciaentre todos aquellos a quienes los vaivenesde la fortuna pueden empujar hacia el másalto estado”.1 La revolución contemporánea,esto es, la que desencadenó la burguesía y sevio cercada por su dialéctica, la que opone alos “bienes de cultura creados por el esfuerzode minorías…” como “la significación emi-nente de la vida humana, la necesidad de lalibertad del individuo, la obligación de de-

Estratificación social, cultura yviolencia en Colombia

fender su dignidad” los “nuevos ídolos quemenosprecian la inteligencia para exaltar lasfuerzas primigenias de la tierra, la sangre ylos instintos”,2 nos atañe a todos los hom-bres del mundo occidental con la misma ur-gencia con la que nos atañe a todos los co-lombianos el peculiar papel que ha jugado lallamada “clase dirigente” colombiana en elhorizonte de esa revolución contemporánea.Esta opinión de unos de los historiadores his-panoamericanos más decisivos relativiza, almenos, la aparente abstención valorativa conla que Jaime Jaramillo Uribe, el renovadorde la historiografía colombiana, concluye suclara síntesis, para lectores no colombianos,titulada Etapas y sentido de la historia de Co-lombia: “Por lo demás, como suele ocurrir enquienes están interesados en probar una hi-pótesis previamente escogida o en satisfacerlas exigencias de un juicio de valor en pro oen contra de una determinada doctrina eco-nómica o política en este caso del liberalis-mo, quienes han analizado en términos tannegativos este período de la historia de Co-

1 José Luis Romero, El ciclo de la revolución contemporánea, Biblioteca contemporánea, Ed. Losada, Buenos Aires, 1956,p. 11.2 José Luis Romero, op. cit., p. 166.3 Jaime Jaramillo Uribe, Etapas y sentido de la historia de Colombia en Jorge Orlando Melo (comp.) Colombia hoy, Biblio-teca Familiar. Presidencia de la República, Bogotá, 1996, p. 40.

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lombia, sólo han visto las sombras y han ol-vidado las luces que existen en éste, como entodos los períodos históricos”.3 Esta absten-ción valorativa rechaza un fundamento cien-tífico fundamental, esto es, el de una “hipó-tesis previamente escogida”, pues, aparte deque la formulación crítica es una tautología(el carácter de hipótesis es su previa selección),la prueba de ella no implica de por sí la par-cialidad absoluta de sus resultados. Todos losperíodos históricos, evidentemente, han te-nido no sólo luz y sombra, sino también, paraseguir con la metáfora, claroscuros y oscuri-dades difícilmente despejables sin correr elriesgo de una o varias hipótesis. La crítica ala crítica de ese período podría servir paraformular una hipótesis. Ella se impone si setrae a cuento la conclusión de otro ensayo deJaime Jaramillo, Algunos aspectos de la perso-nalidad histórica de Colombia, que dice: “Dis-creta la contribución indígena en población,mano de obra y técnicas; mediana y de difí-cil logro la riqueza y medianas las formacio-nes sociales de clases y de grupos; con nume-rosos núcleos urbanos que hasta hoy han evi-tado el gigantismo urbanístico, Colombiabien puede ser llamada el país americano deltérmino medio, de la aurea mediocritas”.4 Laopinión negativa sobre las “tres décadas delliberalismo político y económico” se funda,según Jaime Jaramillo, en el hecho de quelos economistas se sirven del concepto decorta duración”, con olvido del análisis de

larga duración que es por excelencia el ins-trumento analítico del historiador”.5 Los re-sultados de los análisis de corta duración delperíodo liberal y los de larga duración de lasíntesis sobre la personalidad histórica son enrealidad iguales. La semejanza de esos resul-tados plantea una pregunta que se deduce dela clarificación de los conceptos de corta ylarga duración que acuñó Ferdinand Braudelen su ensayo La longue durée de 1958: “…ci-clos, interciclos, crisis estructurales ocultanaquí las regularidades, las permanencias desistemas, algunos dicen de civilizaciones, esdecir, de viejos hábitos de pensar y de actuar,de cuadros resistentes, duros de morir, a ve-ces contra toda lógica”.6 La corta duración,es decir, el lapso que analiza la historia eco-nómica y la larga duración, que analiza lahistoria social, los ciclos y los viejos y perti-naces hábitos de pensar y de actuar no se di-ferencian, al parecer, en la historia real deColombia, no contradicen ciertamente eldeslinde de los dos conceptos de la teoría,sino permiten transformarla en una hipóte-sis: la corta duración también es manifesta-ción de viejos hábitos de pensar, de “cuadrosresistentes, duros de morir” contra toda lógi-ca. ¿Condujo esa “antilógica” al actual de-rrumbamiento de Colombia? ¿Y en qué con-siste esa ausencia de lógica? El recurso a lalógica supone, en la formulación de Braudel,la inevitabilidad de progreso. Y si en estemarco se considera la afirmación de TheodorSchieder sobre la historia, es a saber que “lahistoria es la confrontación de poderososimpulsos en los que están vivos no solamen-te el interés de grupos sociales sino en todoslados la voluntad de algo más abarcador, to-tal”,7 cabe entonces preguntar ¿por qué noha habido en la historia de Colombia esavoluntad o, si la ha habido, por qué no se ha

4 Jaime Jaramillo Uribe, Algunos aspectos de la personalidad histórica de Colombia en La personalidad histórica de Colombiay otros ensayos, Biblioteca Básica Colombiana, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1977, p. 153.5 Jaime Jaramillo Uribe, Etapas y sentido de la historia de Colombia, op. cit., loc. cit.6 Fernand Braudel, Écrits sur l‘histoire, ed. Firmmarion, Paris, 1969, p. 53.7 Theodor Schieder, Geschichte als Wissenschaft, R. Oldenbourg, Munich-Viena, 1965, p. 60.

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realizado? ¿Es esa ausencia de voluntad o dis-crepancia entre voluntad de algo más abar-cador y total y freno o supresión de ella lacausa y a la vez el resultado del círculo de laaura mediocritas? Estas preguntas a la histo-ria de Colombia tropiezan con el retraso conel que la historiografía colombiana puso suatención en fenómenos sociales que se ha-bían rozado apenas ligeramente como el dela historia de las ideas, el desarrollo social, lafamilia, entre otros más, es decir, fenómenosy temas que ponen en tela de juicio lahistoriografía puramente política yaanacrónica a comienzos de este siglo y quecimentó mitos sobre los que se fundó la ima-gen histórica de Colombia en más de cincodecenios de este siglo. Las pocas excepcionesde ese retraso abrieron caminos, pero la re-cuperación de este retraso no ha posibilitadollenar considerables lagunas que, en muchoscasos siguen existiendo. Las preguntas a lahistoria de Colombia no son preguntas queformula un historiador profesional, sino pre-guntas que plantea el análisis de la literatura,que no se reduce a la literatura como expre-sión estética, sino como vasta expresión delas maneras de pensar y actuar de los estratossociales que la han cultivado. Si, por ejem-plo, se analizan las varias capas de que constaun “cuadro de costumbres” tan significativocomo Las tres tazas de José María Vergara yVergara será posible suscitar la ocupación conla cuestión sociológica de la estratificaciónsocial y sobre todo con las situaciones quecondicionaron la formación de un “nuevopatriciado”. Escrito en 1880, el “cuadro decostumbres” relaciona el desarrollo de la so-ciedad capitalina después de la proclamaciónde la Independencia con tres modas y susformas correspondientes de sociabilidad. Laprimera época de 1813 a 1848 se caracterizapor el estilo de la invitación y la bebida que

se ofrece en una reunión. El estilo de la invi-tación es sobrio: “Doña Tadea Lozano salu-da a usted y le ruega que venga esta noche atomar en esta su casa el refresco que ofreceen obsequio de algunos amigos”. La sobrie-dad de la esquela mostraba la conciencia declase de la Marquesa de San Jorge y no con-trastaba con el lujo de la mansión, del mobi-liario y de la vajilla porque estos eran tan evi-dentes como la conciencia de clase, es decir,no eran lujo. Se sirvió el chocolate con susacompañamientos en tazas y platos de plata.A la reunión asistieron, entre otros, AntonioNariño, Antonio Baraya, y Camilo Torres (oCamilo de Torres). Del techo de la gran salaen la que estaban reunidos los próceres de laIndependencia colgaban “tres grandes cua-dros dorados en que se veían los retratos delconquistador Alonso de Olaya, fundador delmarquesado; de don Beltrán de Caicedo, úl-timo Marqués de San Jorge, por la rama deCaicedos; y de don Jorge de Lozano, posee-dor del marquesado en 1813”.8 Se bailó lacontradanza y a las doce de la noche se reti-raron los “elegantes tertulianos”. “Cuatroaños después, todos los hombres de aquellatertulia, menos dos, habían sido fusilados:todas las mujeres, menos tres, habían sidodesterradas”.9 El viejo patriciado y la éliteintelectual y política dieron su vida por laIndependencia de Colombia. El estrato aris-tocrático además de tener con sobria y ele-gante evidencia su conciencia de clase fuepatrióticamente heroico. Con ello, este es-trato erigió su propio monumento sobre elque elevó su derecho moral al poder políti-co. La invitación a la segunda taza lleva lafecha de 1848. El texto es sobrio, pero estáimpresa y tiene una “viñeta que representaun amor dormido”. Juan de las Viñas invitaa tomar una taza de café. La sala de la familiaViñas era de una sencillez patriarcal. Las pa-

8 José María Vergara y Vergara, Las tres tazas en Museo de cuadros de costumbres, Biblioteca de “El Mosaico”, BibliotecaBanco Popular, vol. 49, Bogotá, 1973, p. 181.9 José María Vergara y Vergara, op. cit. p. 183.

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redes de cal estaban adornadas con láminasdispares: una representaba a San José, en uncuadro se veía la muerte de Napoleón y unalámina mostraba a Cleopatra “escondiéndo-se en el seno de un lagarto”. El mobiliario“indicaba una medianía de esas que se lla-man decentes”. Juan de las Viñas pronuncialas eses y las ces como la zeta castellana. Des-pués de tomar la taza de café hubo baile ycuando el jolgorio iba a terminar, el anfitriónpropuso que su prima Julia cantara. Algo aca-tarrada, la prima comenzó a cantar y cuandohizo un trino en la voz, se derrumbó. Juande las Viñas es de clase media, su concienciade clase decente se funda en su postizo casti-cismo. La elegancia y el heroísmo de 1813han sido sustituidos en 1848 por la cursile-ría. El texto de la invitación a la tercera tazade té, es de estilo abultado revelador. El len-guaje no es castizo ni “decente”, sino exhibeun peculiar cosmopolitismo provinciano:“Los marqueses de Gachamá hacen sus cum-plimientos a José María Vergara, caballero, yle avisan que el 30 del mes entrante, siendoel cumpleaños de su señora la marquesa, sehará música en el hogar y se tomará el té enfamilia (traje de etiqueta)”. La mezcla de in-glés y francés bogotanizados (hacen sus cum-plimientos - se hará música) corresponde ala mezcla gentilicia de los marqueses. El mar-qués de Gachamá “es un francesito, naturalde Sutamarchán”. Después de pasar dos añosde hambre en París volvió a Bogotá, “dondese casó con una inglesa nacida en el barrio deSanta Bárbara, y que tenía su dote”. Con lasuma que le produjo la venta de una de las

casas de la dote, el marqués abrió un hermo-so almacén, Gachamá and Company. Se pa-saron a vivir a la otra casa y no recibían anadie porque “así podían romper con algu-nos parientes y antiguos amigos, cuya socie-dad muy cordial no les convenía”. Vivían consuma economía y cuando habían ahorradouna determinada suma, daban un té o unasoirée, a la que invitaban a muy “pocas perso-nas de lo más europeo que les era posible”.La poca frecuencia con que daban las soirées,las hicieron codiciables en “la alta sociedad yque no es alta de ninguna manera”. Los altosprecios de las mercancías y el modo intimi-dante de venderlas, contribuyen al floreci-miento del negocio. El marqués de Gachamá,consciente de su altísima situación, solía pa-searse en el altozano de la casa, en el que lovisitaba algún joven talentoso para conversarcon él. Como monsieur de Gachamá respon-día de vez en cuando con monosílabos: “Oh¡sí!, ¡Bah!, ¡Yes!, ¡Pues! Of not, “adquirió famade hombre profundo en economía política”.Por eso, el cónsul noruego “lo propuso parasucesor suyo cuando tuvo que regresar a Eu-ropa”. El marqués aceptó, renunció al suel-do, pidió carta de naturaleza de Noruega yofreció comprar un título de nobleza. Losmarqueses de Gachamá tuvieron un hijo ypara cuidarlo emplearon a una india, queademás de dormir todo el día tenía otro de-fecto, esto es, el de “la creencia que se habíaarraigado en su alma de que el hombre hanacido para beber chicha y la mujer paraacompañarlo”. Después de la reunión, lasdespedidas se limitaron a “bonne nuit,Madam; bonne nuit, monsieur, Bonímada-Bonímosi”.10 Los marqueses de Gachamá lle-varon a la culminación la tendenciaextranjerizante de Juan de las Viñas, medra-ron explotando el afán de ascenso social aris-tocrático y un sentimiento de lujo que con-sistía en que se lo satisfacía cuando se com-praba a altos precios en un almacén con nom-

10 José María Vergara y Vergara, op. cit. p. 197s; p. 200s; p. 205.

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bre inglés. Pero el comerciante marqués nosólo explotaba esos afanes y sentimientos delujo aristocrático. Él desarrolló el hábito delahorro propio del empresario capitalista, sibien no para mantener y enriquecer las in-versiones, sino para poder aprestigiar sus“soirées” y escalar con ello la exclusividad“elitista” de su modelo inmediato, el marquésde San Jorge. El fervor con el que se aspirabaa ser aristócrata fue característico de los crio-llos. En sus Noticias secretas de América (1826)Jorge Juan y Antonio de Ulloa observaronque “es de suponer que la vanidad de los crio-llos y su presunción en punto de calidad seencumbra a tanto que cavilan continuamen-te en la dispocisión y orden de sus genealo-gías, de modo que les parece no tienen queenvidiar nada en nobleza y antigüedad a lasprimeras casas de España; y como están decontinuo embelesados en este punto, se haceasunto en la primera conversación con losforasteros recién llegados, para instruirlos enla nobleza de la casa de cada uno, pero inves-tigada imparcialmente, se encuentran a losprimeros pasos tales tropiezos que es rara lafamilia donde falte mezcla de sangre y otrosobstáculos de no menor consideración”.11

Jorge Juan y Antonio de Ulloa observarontambién que este afán “genealógico”, si cabellamarlo así, ocasiona disputas entre los crio-llos que se reprochan mutuamente la fragili-dad de su prosapia. En su ensayo Mestizaje ydiferenciación social en el Nuevo Reino de Gra-nada en la segunda mitad del siglo XVIII Jai-me Jaramillo trae a cuento ejemplos de estasdisputas sobre los pergaminos y las prosapiasque sustancian la afirmación general de Jor-ge Juan y Antonio de Ulloa, y cita una opi-nión de Francisco de Silvestre sobre “el gru-po criollo, demasiado seguro de sí mismo,

que manifestaba ‘gran entusiasmo de noble-za y engreído orgullo y apego a títulos colo-rados y pomposos’, según lo decía de los crio-llos de Antioquia”.12 A las observaciones so-bre la manía aristocrática de los criollos, Jor-ge Juan y Antonio de Ulloa agregaron estecomplemento: “Los europeos o chapetonesque llegan a aquellos países son por lo gene-ral de un nacimiento baxo en España, o delinajes poco conocidos, sin educación ni otromérito alguno que los haga muy recomenda-bles, pero los criollos sin hacer distinción deunos a otros los tratan a todos igualmentecon amistad y buena correspondencia: bastaque sean de Europa para que mirándoloscomo personas de gran lustre hagan de ellosla mayor estimación… Los criollos no tie-nen más fundamento para observar esta con-ducta, que el decir que son blancos, y poresta sola prerrogativa son acreedores lexitimosa tanta distinción, sin pararse a considerarqual es su estado, ni a inferir por el que lle-van, qual puede ser su calidad”.13 José MaríaVergara comprobó para el siglo XIX la exis-tencia de estas peculiaridades que se habíanobservado en el siglo XVIII, y que son cono-cidas más que suficientemente por los histo-riadores sociales. Sin embargo, esta pertina-cia de “cuadros resistentes” con breve varie-dad de acentos induce a preguntar por sutránsito del siglo XVIII al XIX y aún hasta elXX. El comercio facilitó el ascenso social yfomentó un cambio de mentalidad que Ri-cardo Silva ilustró con intención humorísti-

11 Jorge Juan y Antonio de Ulloa, Noticias secretas de América, Ediciones Turner-Madrid & Librimundi-Quito, 1982, t.II, p. 417.12 Jaime Jaramillo Uribe, Mestizaje y diferenciación social en el Nuevo Reino de Granada en la segunda mitad del siglo XVIIIen Ensayos sobre historia social colombiana, Biblioteca Universitaria de Cultura Colombiana, Universidad Nacional deColombia, Bogotá, 1968, p. 178.13 Jorge Juan y Antonio de Ulloa, Noticias secretas de América, t. II, p. 420.

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ca en un artículo de costumbres, Estilodel siglo, de 1860, en el que presentauna carta de amor llena de vocablos,

giros y una lista de regalos y car-tas tomados del lenguaje de lacontabilidad. Pero este cambio de

mentalidad y la forma de ascensosocial aristocratizante se enmarcaronen el ideal de la sociedad colonial.Esta superposición o, coexistencia delo simultáneo con lo no simultáneo,como dice Ernst Bloch, propio detoda transición plantea un problema.

La superposición de la estructura jerárqui-ca de la colonia a la emergencia de clasesde la sociedad republicana, la permanen-

cia de una mentalidad señorial y el comien-zo incipiente de una mentalidad racional tie-ne como concomitancia la cuestión del orde-namiento jurídico, y especialmente de la le-gislación civil que regula la convivencia detodos los miembros de la sociedad. Luis Eduar-do Nieto Arteta esbozó, en su ensayo De lalegislación de Indias al nuevo Código civil(1938), el problema que plantea este tránsito.La perspectiva del análisis es económica y poneel acento, además, en una cuestión de filoso-fía moderna de derecho, es decir, el de la iden-tificación de derecho y ley que hicieron losjuristas liberales de esa época. Curiosamente,Nieto Arteta cita como innovador al CódigoCivil del Estado de Cundinamarca y no tieneen cuenta que éste, promulgado en 1859, fuela adaptación casi literal del Código Civil dela República de Chile de Andrés Bello, apro-bado en 1855 por el parlamento chileno. Laimportancia del Código Civil de Bello radicaen el hecho de que esta obra maestra introdu-ce el Code Napoléon de 1814, es decir, unalegislación civil revolucionaria y racional sinsuprimir radicalmente instituciones de la le-gislación colonial. Nuevo y de efectos sociales

inmediatos fue, por ejemplo, la concesión a lamujer de capacidad jurídica relativa y un me-joramiento relativo de la situación de los hijosllamados ilegítimos. El eclecticismo del Códi-go de Bello correspondía a la situación de tran-sición, pero precisamente por ello muestra elintento de racionalizar paulatinamente la con-veniencia social. Nieto Arteta no se refiere atres cuestiones fundamentales de la recepcióndel derecho racional en la sociedad tradicio-nal: la cuestión de la recepción misma, es de-cir, las discusiones o resistencias a ese derecho;la cuestión de su aplicación en la praxis coti-diana, es decir, la interpretación o jurispru-dencia que surge de esa aplicación; y, comocorolario de éstas, la utilización de las leyesdel Código como disfraz de una praxis ilegal.El desideratum de una investigación que es-clarezca estas tres cuestiones ha de tener encuenta, también para el derecho civil, la ob-servación que hizo José Luis Romero sobre elliberalismo del “nuevo patriciado” u oligarquíaen Argentina y que tiene su vigencia para Co-lombia, esto es, que en el “sistema político ele-mental… apuntaban las viejas tendencias delautoritarismo autóctono, pero que, conteni-do por el vigoroso freno del formalismo cons-titucional, conducían al mismo tiempo a unasolemne afirmación del orden jurídico y a unaconstante y sistemática violación de sus prin-cipios por el fraude y la violencia”.14 Esa dis-crepancia implícita en la “solemne afirmacióndel orden jurídico”, en lo que en Colombiase llama “civilismo”, fue ilustrada por JoséMaría Samper en su “retrato” de costumbresEl triunvirato parroquial. Parroquial es sinó-nimo de municipal. El triunvirato lo formanel párroco, el gamonal y el tinterillo, que sealían “porque hay entre aquellos a causa desu posición, un principio de simpatía y alian-za que encuentra sus puntos de apoyo en lastradiciones de nuestras sociedades, en la edu-

14 José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina. Col. Tierra Firme, Fondo de Cultura Económica, México-BuenosAires, 1959, p. 188s.

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cación que han recibido desde siglos, y en losejemplos políticos de la época que por hábi-to o buena crianza llamamos republicana”.El retrato del municipio, es, pues, un reflejode la depravación de la división de los pode-res de la Republica. Así, el poder legislativoes el párroco, el ejecutivo es el gamonal y eljudicial es el tinterillo. El gamonal es “dueñoo poseedor de las tierras más valiosas, especiede señor feudal de la parroquia republicana”,que “tiene sumo interés (interés de vida omuerte para su autoridad de hecho) en quehaya pobres y miserables en el pueblo, paraque nadie le haga estorbo con veleidades deigualdad e independencia; en que la escuelano progrese, porque los ignorantes son siem-pre los más dóciles esclavos; … en que losindios y mestizos no tengan protectores, nigarantías, ni dignidad, porque así no servi-rían como rebaños del feudo parroquial; enque la usura y la codicia reinen, porque conellas y cien usurpaciones ha hecho su fortu-na el señor gamonal; en que haya borrache-ras, jugarretas y fandangos, porque así vendeel mismo gamonal los licores, los naipes y lasvelas de alguna tienda suya… y en fin, enque no haya elecciones formales, ni legali-dad alguna, ni mejoras materiales, porqueaquellas pronto suprimirían la autoridadgamonalicia...!”.15 El interés del tinterillo, quecomo el gamonal es enemigo del “cura filán-tropo”, “consiste en que haya pendencias,enemistades y diabluras, a fin de que abun-den los pleitos y sumarios con él que medra;en que la propiedad de los indios esté siem-pre embrollada, porque así es fácilescamoteársela; en que la cárcel sea un lugarde tormento, inmundicia y podredumbre,porque así surte mejor efecto, como instru-mento de amenaza, coacción o venganza”.16

Samper se limita a analizar benévolamente el

papel del poder legislativo del triunvirato, elcura, y sólo dice del “cura malo” que “al lle-gar a su parroquia un cura turbulento, escomo cuando sueltan un toro nuevo a la pla-za, y algo peor, porque con él no hay barreraque valga”. De este crítico retrato Samper sacala certera conclusión de que “los hábitos queentre nosotros han engendrado la esclavitud,las encomiendas, los indultos de tierras, eltributo, las alcabalas, los alferazgos para fies-tas, los monopolios, el trabajo personal, elreclutamiento, … y tantas otras institucio-nes funestas; esos, hábitos, decimos, han pe-trificado el alma y el corazón de nuestro pue-blo en las demarcaciones rurales, han man-tenido el distrito en secuestro y condenadola República democrática a ser por largo tiem-po una especie de embrión grande y tristequisicosa, una pobre cuasi-verdad, cuando nouna grandísima mentira”.17 Los hábitos quemenciona Samper son los “cuadros de resis-tencia” que han prolongado la figura del “ha-cendado”, una forma depravada del señoríofeudal, que se fundaba en la relación de amosy siervos como una relación personal de pro-tección y obediencia. La hacienda regulabala vida de los siervos porque en ella habíacapilla para el bautizo y la defunción, y loca-les de abastecimiento para los siervos que te-nían que vivir en ella y del hacendado.18 Laconfiguración concreta de este principio dela hacienda y su función regresiva en la épo-ca republicana colombiana ha sido precisadaconcisamente por Salomón Kalmanovitzquien asegura que el desarrollo de lahacienda del siglo XIX“confirma la tendencia alestablecimiento de relacio-nes de servidumbre y no aformas de producción capitalis-tas”.19 La comprobación histórica

15 José María Samper, El triunvirato parroquial en Museo de cuadros de costumbres, t. I, p. 242.16 José María Samper, op. cit. loc. cit.17 José María Samper, op. cit. p. 245 y p. 248.18 Sobre la hacienda colonial en general v. Luis Weckmann, La herencia medieval de México, El Colegio de México,México, 1984, t. II, p. 432s.19 Salomón Kalmanovitz, Economía y nación. Una breve historia de Colombia, siglo XXI editores, Bogotá, 1958, p. 54

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pone de presente la transformación de la tran-sición de sociedad y derecho coloniales o tra-dicionales a sociedad con incipiente intentode modernización y racionalidad en benefi-cio de una forma depravada de la primera,que condenó “la República democrática a serpor largo tiempo …una grande y triste qui-sicosa, una pobre y cuasi-verdad, cuando nouna grandísima mentira”. La regresión o elrestablecimiento antilegal o inmoral y depra-vado del “señorío feudal”, si así cabe llamar-lo, incluye el restablecimiento subrepticio eintimidante de la sociedad jerárquica y pe-trifica la dinámica propia de la estratificaciónsocial, restableciendo a la vez la pirámide je-rárquica, encubierta por “la grandísima men-tira” de la República en la que la aristocraciao el “nuevo patriciado” fundan su ascenso enla mentira, en una mimesis de otra mentira:la de su modelo, el de los héroes que, pararecordar el cuadro de costumbres de JoséMaría Vergara y Vergara, acudieron al home-naje que la marquesa de San Jorge hizo aAntonio Nariño. El marqués de San Jorgemismo, cuya mansión y lujos sacralizóVergara y Vergara, no pagó “los derechos de

lanza” a la Corona, por lo cual ésta le retiró eltítulo, según escribió Jaime Jaramillo citan-do a Raimundo Rivas.20 Además Baraya y,sobre todo, Camilo Torres. El héroe CamiloTorres, llamado también el Verbo de la Re-volución, “representa desde 1810, en la his-toria de la ciencia jurídica nacional, la críticadel formalismo jurídico y la lucha constantecontra la identificación del derecho y la ley”,dice del jurisconsulto y prócer Luis EduardoNieto Arteta.21 En su ejemplar historia críti-ca, Los grandes conflictos sociales y económicosde nuestra historia (1964), Indalecio LiévanoAguirre desmontó documentalmente la le-gendaria efigie marmórea del heroico juris-perito y puso de presente la discrepancia in-corporada en el Verbo de la Revolución: “DonCamilo Torres -escribió- como vocero delestamento criollo, criticó acerbamente, en elMemorial de Agravios, las odiosas distincio-nes establecidas durante la Colonia entre crio-llos y peninsulares y predijo la ruina del Im-perio español si se prolongaba en Américaesta absurda dicotomía política. Pero el mis-mo señor Torres y la clase social que repre-sentaba, no vacilaron en restablecer, al adue-ñarse del mando, distinciones no menosodiosas entre ellos y el pueblo que tenían lapretensión de gobernar. Así se opusieron, ale-gando su calidad de ‘descendientes de donPelayo’, a que la Metrópoli favoreciera a lospeninsulares, pero al llegar a definir, en elámbito mismo de la Patria, sus relaciones conlos artesanos, los indios y los campesinos gra-nadinos, echaron por la borda la filosofíaigualitaria y el humanitarismo que habíandicho profesar, y trazaron unas fronteras, paradefender el privilegio, en cuyo curso discu-rre, ignorado, todo el drama de nuestro pue-blo. ‘Los que conmovían al pueblo -escribíacon horror uno de los voceros del estamentocriollo- esparcían ideas sediciosas y entre ellas

20 Jaime Jaramillo Uribe, La personalidad histórica de Colombia, p. 147.21 Luis Eduardo Nieto Arteta, De la Legislación de Indias al Nuevo Código Civil en Ensayos históricos y sociológicos, Biblio-teca Básica Colombiana, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1978, p. 198.

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la detestable máxima de que en el día no haydistinción de personas, que todos somos iguales’”.22 Liévano Aguirre presenta una antología,por así decir, de las opiniones y teorías regre-sivas del gran héroe y jurisconsulto, pero conello no sólo desmonta su monumento, sinocaracteriza al estamento criollo del que Ca-milo Torres fue vocero: “…en la vanidosaoligarquía criolla se evidenció, desde el pri-mer momento, ese menosprecio por lo típi-co, por lo popular a que se acostumbraronsus gentes en los prolongados esfuerzos querealizaron durante la colonia para asemejarsea los representantes de la Corona, con la es-peranza de que se les permitiera introducirseen los mandos políticos. Por eso, la Metró-poli distante fue sustituida por el predomi-nio de una oligarquía vanidosa y simuladorade cultura que pretendió dar a la sociedadgranadina la configuración de una coloniainterior, en la cual le correspondía a ella des-empeñar las funciones de Metrópoli”.23 Unsiglo después de José María Samper, IndalecioLiévano Aguirre repetía su juicio y lo docu-mentaba, pero especificaba y precisaba la cau-sa de que la República fue una mentira: el“nuevo patriciado” o la “oligarquía…simuladora de cultura”. Esta opinión con-trasta con el elogio que Marcelino Menéndezy Pelayo hizo a los sucesores de esa oligar-quía: la Atenas sudamericana. Con esa exu-berante designación, el ultramontano polí-grafo montañés encomió la cultura“humanística” de los cofrades intelectuales deMiguel Antonio Caro y no se percató de queel elogio podía convertirse en desenmascara-miento. Efectivamente, el encomio es unabuso. En la supuesta Atenas sudamericanano hubo humanismo, ni siquiera en el senti-

do restringido que cabe aplicar a España.Juozas Zaranka apunta en su libro Humanis-mo en Colombia (1980) que “el humanismoen Colombia durante todo el siglo XIX erade inspiración puramente latina, y el interéspor las letras griegas no se despiertan sinohasta el siglo XX…”24 Con todo, esa “inspi-ración puramente latina” tiene poco o casinada de inspiración. Si se lee el capítulo co-rrespondiente al siglo XIX de El latín en Co-lombia. Bosquejo histórico del humanismo enColombia (1949) de José Manuel RivasSacconi no será difícil comprobar que lamayoría de los “latinistas” que menciona sonautores de gramáticas, que, pues, ejercieronlo que el mexicano José Joaquín Fernándezde Lizardi reprocha a su profesor de latín, enel siglo XVIII: que “enseñaba mucha gramá-tica y poca latinidad”.25 La excepción es Mi-guel Antonio Caro, de quien Rivas Sacconiasegura que su “humanismo… es la cifra yresumen ...en la múltiple personalidad deMiguel Antonio Caro… el cual es condiciónprincipal de su espíritu, entrada de todo susaber, campo en que florecen su labor inte-lectual y literaria, en que nace y se explica lavariedad de sus aptitudes y actividades”.26 Noes del caso analizar sus traducciones latinas,las de Virgilio y especialmente sus comenta-rios porque para que el análisis correspondaa los elogios que se le han hecho sería precisocomparar esos estudios con los de filólogosclásicos europeos contemporáneos de Caroque se ocuparon con Virgilio. La compara-ción no sería favorable al “humanista” colom-biano, pero el resultado sería injusto porqueel corpus de los “estudios virgilianos” de Carono denota propósito de contribuir a los estu-dios sobre Virgilio sino a divulgarlo y a des-

22 Indalecio Liévano Aguirre, Los grandes conflictos sociales y económicos de nuestra historia, Biblioteca Familiar Presidenciade la República de Colombia, Bogotá, 1996, t. II, p. 185.23 Indalecio Liévano Aguirre, op. cit. p. 186.24 Juozas Zaranka, Humanismo en Colombia, Ediciones CIEC, Bogotá, 1980, p. 9.25 José Joaquín Fernández de Lizardi, El Periquillo Sarniento, (1816), col. “Sepan cuantos...”, ed. Porrúa, México, 1976, p. 35.26 José Manuel Rivas Sacconi, El latín en Colombia. Bosquejo histórico del humanismo colombiano. Publicaciones delInstituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1949, p. 409.

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pertar en sus lectores la devoción que él leprofesaba. Así, Caro no se ocupafilológicamente con la literatura cientificasobre Virgilio sino escoge los juicios elogio-sos y cuando reprocha en alguno de ellos unaomisión, no la fundamenta con argumentos.De Sainte-Beuve, autor de un Estudio sobreVirgilio que hoy se considera clásico, diceCaro que “falto de fe como hombre, carecede profundidad como crítico”.27 La famosaÉgloga IV que anuncia el nacimiento de unniño y el advenimiento de una nueva edadde oro es para Caro, siguiendo la interpreta-ción de los primeros cristianos y de la EdadMedia, un poema profético que anuncia lallegada de Cristo y del cristianismo. Para jus-tificar esa vieja tesis, Caro destaca el carácterprofético de la obra de Virgilio, pero eso leplantea el problema de que el don proféticosólo está reservado a los profetas bíblicos y alos santos, pero no a los paganos. Caro solu-ciona el problema de manera eclesiástica yasegura “…que, según el testimonio de laHistoria Sagrada, alguna vez se concedió agentiles así como el de milagros el don deprofecía, el cual supone visión sobrenatu-ral…”.28 Esta manera de argumentar no esde un humanista. Más bien recuerda la retó-rica arbitraria del “ilustre Donoso Cortés”,

como lo llama Caro, quien en su influyenteEnsayo sobre el catolicismo, el liberalismo y elsocialismo (1851) refuta la filosofía y el pen-samiento moderno con la cómoda afirmaciónde que ellos no poseen la verdad de la leydivina. El descendiente intelectual de Cami-lo Torres -quien dominaba el griego, el latín,el italiano y el francés, aunque no dejó testi-monio de ello- no fue, como su antecesor,un “simulador de cultura”, sino más bien crea-dor de una simulación de buena fe y hastainvoluntaria: la del sacristán como laboriosolatinista. Y por su arte de la argumentacióndesarrolló la simulación de cultura en unasimulación de razón. Esta razón era simple-mente el dogma católico que se fundaba nosólo en los designios de Dios, la ley divina yla Providencia sino en el hecho de que “lacasi totalidad de los colombianos” profesabala religión católica. En las Bases de reformaconstitucional de 1886 escribió: “La naciónreconoce que la religión católica es la de casila totalidad de los colombianos, para los si-guientes efectos: …Organizar y dirigir la edu-cación pública en consonancia con el senti-miento religioso del país”.29 El Proyecto deConstitución es más decidido: “La religióncatólica, apostólica y romana es la de la na-ción: los poderes públicos la protegerán y

27 Miguel Antonio Caro, Estudios Virgilianos. Primera Serie. Comp.. de Carlos Valderrama Andrade. Biblioteca Colom-biana XXIV, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1985, p. 116.28 Miguel Antonio Caro, op. cit. p. 90.29 Miguel Antonio Caro, Estudios constitucionales y jurídicos, Primera Serie, Comp. de Carlos Valderrama Andrade. Bi-blioteca Colombiana XXVI, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1986, p. 13.

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harán que sea respetada, como esencial ele-mento del orden social”. Y en el artículo 38especifica: “La educación pública será orga-nizada y dirigida en consonancia con la reli-gión de la república”.30 El soporte demográ-fico del gobierno de la Providencia eclesiás-tica era considerablemente precario. Segúnobserva Pierre Chaunu, en la época de losgobiernos liberales (de 1830 hasta 1865), uncuarenta por ciento de la población colom-biana no conocía la lengua nacional, más detres cuartos de esa nación era analfabeta, ynoventa y siete por ciento de ella no partici-paba en la vida política por apatía e ignoran-cia y sutil exclusión social.31 La organizacióny dirección pública por la Iglesia católica “enconsonancia con el sentimiento religioso delpaís”, era, por lo menos, una sutil paradoja,que simulaba una base real sobre la cual seelevaba una nueva versión del tópico acuña-do en la Francia prerrevolucionaria para de-signar la tradicional unidad del “trono y elaltar” de la monarquía. Decenios más tarde,el “historiador” liberal Tomás Rueda Vargasreveló el sentido de esta nueva versión. Anun-ció que “las señoras descendientes de virre-yes, de oidores, de encomenderos y capita-nes” de quienes “los descendientes despoja-dos” de la población prehispánica esperan que“la luz de vuestros ojos vaya a iluminar suopaco espíritu” harán que se cumpla “el no-ble intento de la Reina Católica”, esto es, elde “dar al fin, con un inteligente y real cui-dado de nuestras gentes a la palabra encomien-da su verdadero significado, el que quisoimprimirle y no logró que tuviera el alto es-píritu de doña Isabel de Castilla”.32 En lanueva Colonia, la ilustración del “opaco es-píritu” de la gran mayoría de la poblaciónfue encomendada a una Iglesia católica quefomentaba la opacidad de todos los espíri-

tus, aún la de los estratos privilegiados, consu dogmatismo. La anarquía y el desorden,las guerras civiles, los golpes de Estado delsiglo XIX, las reformas sociales y económicasfallidas tuvieron causas inmediatas (la dispu-ta de federalismo y centralismo y sus varian-tes), pero el horizonte en el que se desarrollóeste largo y ambigüo período de la Repúbli-ca independiente fue el de la amenaza de des-moronamiento de la sociedad tradicional yla inmediata erección de un dique que lo evi-tara. Liévano Aguirre lo ilustra con la figurade Camilo Torres, pero esa doble moral deprócer es sólo un aspecto de uno más am-plio, esto es, el del temor del variopinto es-trato dominante (las tres tazas, entre otroscomponentes) de percibir y enfrentarse alproblema que presentaba el comercio conEuropa principalmente, esto es, el de la pau-latina secularización. El liberalismo colom-biano, lo mismo que casi todo el liberalismolatinoamericano, se moderó y, como apuntaJosé Luis Romero, “…sin declinar la defensade grandes principios consideraba peligrosoaplicarlos sin ajustarlos cuidadosamente a lascircunstancias reales de cada sociedad. Muypronto, el liberalismo moderado adoptaría los

30 Miguel Antonio Caro, op. cit. p. 32 (art. 35).31 Pierre Chaunu, L’Amérique et les Amériques, col. Destins du monde, Librairie Armand Colin París, 1964, p. 230.32 Tomás Rueda Vargas, La Sabana y otros escritos, Biblioteca Colombiana XII, Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1977, p.52.

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caracteres de un conservadorismo liberal”.33

Alvaro Tirado Mejía especificó para Colom-bia una forma de ese conservadorismo:“…desde los comienzos de su existencia elliberalismo se escindió conservando una apa-rente unidad y haciendo valer siempre, degrado o por la fuerza los intereses de los sec-tores dominantes”.34 De grado o por la fuer-za: ¿qué significa esta alternativa, o no es másbien una conjunción? Sobre la disputa delliberalismo para socavar el fuerte poder de laIglesia observa el mismo Alvaro Tirado Mejíaque en ella “…los intelectuales liberalesciñeron como divisa el anticlericalismo, loque no obstaba para que la mayoría de ellosfueran religiosos, e incluso radicales, hastafervorosos católicos. En general, los liberalesno adelantaron su ataque contra la Iglesia ysus ministros en nombre del ateismo o con-tra la religión, sino contra la intervenciónpolítica del clero -porque militaba en el ban-do contrario- y a nombre de un cristianismoprimitivo, por una Iglesia sin lujos y sin pom-pa y exaltando el culto privado que hacía su-perfluos los ministros eclesiásticos, sus ene-migos políticos”.35 En este marco de reduc-ción a la defensa de intereses a las ideas mo-dernas como el utilitarismo, el benthamismo,el sensualismo que expresaban y fomentabanlos procesos de secularización es preciso com-plementar el libro de Jaime Jaramillo Uribe

sobre El pensamiento colombiano en el siglo XIX(1963) y partir de la exposición preferente-mente doxográfica que allí ofrece para esbo-zar una sociología de la religión y de la insti-tución eclesial que esclarezca la compleja re-lación entre sacerdotes y laicos, entre la ca-beza y los miembros de la iglesia “como cuer-po místico de Cristo” y la proyección de esarelación de obediencia a la sociedad y susambigüas consecuencias como la de distan-cia e identificación del laico con el sacerdo-te, entre muchas más y que analizó para Fran-cia Bernhard Groethuysen en su obra Géne-sis de la conciencia burguesa en Francia.36 Peromientras se satisfaga este desideratum cabeplantear la hipótesis de que el poder de laIglesia impuso frenos al pensamiento y a laconducta que en la Constitución de 1886 fuecimentado con carácter sutilmenteinquisicional: “…el gobierno impedirá queen el desempeño de asignaturas literarias,científicas y, en general, de todos los ramosde la instrucción, se propaguen ideas contra-rias al dogma católico y al respeto y venera-ción debidos a la Iglesia”.37 Convertida enmonasterio que declara tácitamente enemi-go al que piensa libremente, Colombia ex-tendió este dogmatismo de “amigo-enemi-go” a la política, es decir, lo ancló en la con-ciencia colectiva y favoreció la reinstauraciónde la sociedad colonial, revestida con los há-bitos y resabios de la simulada aristocracia.Privada de los estímulos del conocimiento yla discusión de ideas seculares contemporá-neas, que, además beneficiaban la educaciónpara la libertad, es decir, asegurado de esemodo la permanencia en el poder del altoestrato y la petrificación de la estratificaciónsocial reconvertida en jerarquía, la cultura

33 José Luis Romero, Situaciones e ideologías en Latinoamérica, comp. de Luis Alberto Romero, Ed. Sudamericana, BuenosAires, 1986, p. 157.34 Álvaro Tirado Mejía, Colombia: Siglo y medio de bipartidismo en, Jorge Orlando Melo, comp. Colombia hoy, BibliotecaFamiliar. Presidencia de la República, Bogotá, 1996, p. 117.35 Álvaro Tirado Mejía, op. cit. p. 120s.36 Bernhard Groethuysen, Die Entstehung der bürgerlichen Welt-und Lebensanschauung in Frankreich (1927), SuhrkampVerlag, Frankfurt/ M., 1978, t. I, p. 67 ss.37 Alvaro Tirado Mejía, Colombia: Siglo y medio de bipartidismo, p. 127.

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colombiana sólo pudo o quiso ser un orna-mento retórico de ese status quo. Excepcio-nes como Miguel Samper o José AsunciónSilva no tuvieron la fuerza suficiente para quese superaran las estampitas religiosas de Mi-guel Antonio Caro o las viñetas del tribunode yeso payanés Guillermo Valencia, que seexhibieron en las vitrinas de la espumosa Ate-nas sudamericana. Una República democrá-tica como “gran mentira”, una aristocracia derecién venidos, muchos de los cuales osten-taban como pergaminos el engaño y la pata-nería, “intérlopes” los llamaba Emilio Cuer-vo Márquez, una educación parasemianalfabetizar, una estratificación socialdegradante para la mayoría de los colombia-nos, una cultura tímida y producida en laoscuridad de los dogmas reinantes, en suma,un simulacro de realidad que desconoce larealidad inmediata de la población engañaday paciente, en el doble sentido de la palabra,se mueve en un terreno movedizo y frágil quela sociología conoce como “anomia”, esto es,“el rápido derrumbamiento de un sistema denormas y valores sociales y el estado de des-orientación que grupos singulares experimen-tan o perciben en una situación tal y que losimpulsa a acciones incalculables”.38 La pecu-liaridad colombiana de esta anomia consisteen la lentitud con la que “los descendientesde Pelayo” detuvieron y aprovecharon en subeneficio el proceso de transición sin perca-tarse de que ello conducía al socavamientodel sistema de normas y valores de la convi-vencia y de que por su interesada miopía, losguardianes del orden y de la fe no tuvieronconciencia de que la violencia de las guerrasciviles y de los levantamientos era resultado,en última instancia, de ese socavamiento.Dueños del país, su patriotismo fue un me-dio de retórica folclórica para asegurar supoder, pero fue un patriotismo de señores

absentistas espi-r i tua lmente ,que se sentíanexiliados privile-giados en su inmensahacienda, legitimadossólo por su ascendencia es-pañola o por la imitación deesos aristócratas “a la violeta”.Carlos García Prada ilustra in-genua e involuntariamente el sentimiento pa-triótico de esa clase, encarnado para él en losantepasados y padres de José Asunción Silva:“...Silvas, Ferreiras, Fortouls, Sánchez...Gómez, Diagos, Ureñas, Angulos, descen-dientes unos de rancias familias nobles deNavarra y de Aragón y otros de ilustres fami-lias de Andalucía... las dos estirpes (de lospadres del poeta R.G.G.) fundían en uno omuchos impulsos contradictorios... Alejadasde Europa, transplantadas, desarraigadas, lasdos familias que representaban el matrimo-nio Silva-Gómez hicieron su hogar en Bogo-tá, y ese hogar era un refugio contra la barba-rie que las rodeaba. Un refugio de soledad yañoranza, en cuyo seno se agitaba silenciosoese inefable y dramático complejo del retor-no que caracteriza a tantas familias iberoame-ricanas de claro y antiguo abolengo”.39 Aun-que la ilustración de ese patriotismo de nos-talgia por el extranjero parezca exagerada ysea inmarcesiblemente cursi, lo cierto es queen el fondo es tan cierta como elrastacuerismo de sus ejemplares. Pero este flo-rido exilio que considera al mundo circun-dante colombiano como barbarie no sólodenota un fracaso tácito de la empresa de los“descendientes de Don Pelayo” sino es undesprecio que supone degradación enemigade la población colombiana. Sus normas yvalores no concordaban con las de sus “sier-vos” bárbaros. Estas múltiples y hondas dis-

38 Holm P. von Sternstein, art. Anomie en H. Kerber & A. Schmieder, Hanbuch Soziologie, Rowohlts Enzyklopädie,Reinbek bei Hamburg, 1991, p. 26.39 Carlos García Prada, Silva: medio familiar y social, en Fernando Charry Lara (comp..), José Asunción Silva. Vida ycreación. Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura. Procultura, Bogotá, 1985, p.47.

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crepancias de la República colonial o de laRepública monárquica no desaparecieron enel siglo XX, sino adquirieron un carácter desoñolienta legalidad, que tras el paréntesis delgobierno de Alfonso López Pumarejo, inicióun período de “calma chicha” con el gobier-no de Eduardo Santos y de preparaciónsinuosa y regresiva del primer estallido deviolencia colectiva y social en 1948. Pero estaviolencia y las que las precedieron en el pre-sente siglo no se explican por causas inme-diatas como la que da Otto Morales Benítez,quien asegura que la violencia surgió en 1946y que fue una reacción del gobierno para cam-biar la realidad electoral del país. A las tesisque sostienen que la violencia es un movi-miento reivindicatorio de la tierra objeta el“humanista liberal” que eso no es cierto por-que “esa fue una violencia esencialmente po-lítica, dirigida a un solo fin: reducir las ma-yorías liberales del país”.40 La Explicación delsociólogo es sorprendente no sólo porquerevela la insignificancia que el historiador ehistoriador social liberal da a la historia y a lahistoria social, sino porque llama “realidadelectoral” a un fenómeno que requiere la cla-rificación del modo cómo se llegó a la “reali-dad electoral” que postula apodícticamenteel clásico del humanismo colombiano, esdecir, el análisis de sociología electoral de larelación entre abstención electoral y oligar-quía y caciquismo, una investigación histó-rico-social y sociológica del fraude. La satis-facción de este desideratum mostrará losmecanismos que entrelazan la “solemne afir-mación del orden jurídico” y “la constante ysistemática violación de sus principios”, peroentre tanto cabe enunciar la hipótesis de quelas discrepancias entre realidades reprimidasy construcciones ficticias dominantes, entrerostro de orden político republicano y praxissocial y política colonial o monárquica, en-tre pretensión de civilismo y estratificación

social de sociedad sutilmente “esclavista”;entre boato cultural vacío y cultura real pre-caria, forman una red de indignantes provo-caciones en cuyas mallas se anida la disposi-ción a la violencia. La anomia contiene vio-lencia latente y, a diferencia de los que la crea-ron y aprovecharon para medrar y creen quese encubre y hasta remedia con la simulación,ésta precisamente agudiza la violencia laten-te. La República colonial o monárquica seha apoyado en “cuadros de resistencia” quehan sido sustituidos por serviles dependen-cias del extranjero, sin que sus beneficiariosmoderen para ello su cursilería doméstica.Degradada así a “republiqueta” norteameri-canizada o teutonizada con duros condimen-tos neoliberales, su llamada “clase dirigente”ha preferido para sacarla de la red seguir elejemplo de Sansón y a arriesgar pertinaz-mente que de la “muerte de Sansón con to-dos los filisteos” ella resucite como un fénix,pero en otro lugar del planeta, donde se cal-me “ese inefable y dramático complejo delretorno”. Por hoy, ante la descomposición dela República bajo el patrocinio de uno de losmás recientes delfines de la Nueva Coloniamonárquica, el país se ve enfrentado a la ta-rea de descifrar una frase con la que José MaríaSamper caracterizó el estatismo del poder eje-cutivo del triunvirato parroquial. Su argu-mento “sólido y concluyente” para no cam-biar lo dice “el gamonal, con aquella lógicapastrana y positivista que a su posición con-viene”.41 El primer adjetivo significa “burdoy mal hecho” y hoy no se usa. ¿Tuvo JoséMaría Samper un don profético lexicográficopara que los diccionarios actuales vuelvan aregistrarlo con algún sentido más? Esta seríauna hipótesis más de las que han suscitadoun par de textos literarios.

“Estratificación social, cultura y violencia en Colombia” sepublicó en la revista Aleph, núm. 112, Manizales, enero-marzo de 2000.

40 Cit. por Javier Ocampo López. Otto Morales Benítez: sus ideas y la crisis nacional, ed. Grijalbo, Bogotá, 1993,p. 299 y303.41 José María Samper. El triunvirato parroquial, en Museo de cuadros de costumbres, t. I, p. 245.

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“Y si después de tantas palabras, no so-brevive la palabra...”. Cabe recordar es-tas líneas de César Vallejo tras la lectura

de la poesía de León de Greiff, pero sobretodo de los escasos trabajos que se han dedi-cado a descifrarla. Pues la una y los otros con-fluyen en un concierto de asombro y silencioapurado que no armoniza ni tampocodisuena, sino simplemente sugiere la pregun-ta: ¿a quién habló la una y qué escucharonlos otros... o cómo la escucharon?

En el ensayo-prólogo a las Obras completas(Medellín, 1960), Jorge Zalamea Borda llamaa León de Greiff “apoderado general de un con-sorcio cosmopolita de poetas...” y “gerente detan inusitado trust...”, al que pertenecen 17 quemenciona “y otros no menos desvelados,avinados, exaltados y animosos vates, bardos yorfeos...” (O.C., p. VII y s.). No es improbable

Para una ‘desprovinciación’ de León de Greiff

que la sonora lista y la imitación de las enume-raciones del supremo poeta haya seducido alprologuista a emplear, misteriosamente, termi-nología pecaminosamente capitalista para de-signar lo que no fue un trust, un gerente y unapoderado general, por inusitados que sean.Aunque Zalamea Borda incluye a León de Greiffentre los colonizadores (con pergamino real:“procera familia sueca...” “sesuda burguesía ale-mana”) y lo deslinda de la “gente colombiana,mestiza y mulata, cuarentona y zamba”, los “en-tes espirituales a los cuales delega la tarea decolonizar la zona de invasión...” y que “segrega”al “nórdico” vate, nada tienen que ver con laacartonada visión señorial y acomplejadamentexenófila de la sociedad y la historia colombia-nas que exhibe el culto y revolucionario señori-to, que fue Premio Lenin de la paz. El frontis-picio de la edición fue más bien su muro y sucárcel provinciana.

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Complemento de esta rastacuera arroganciaes el breve retrato que hizo Álvaro Mutis parala “Los cien personajes de este siglo” que bajoel título Intacta presencia publicó “El Tiem-po” el 20 de febrero del 2.001. Mutis ponede relieve “su talante de caballero de CarlosXII de Suecia, erguido, altivo el gesto de surostro de viking...” y los “modales de un eu-ropeo de buena cepa, tan ajenos a esa nues-tra invasora cordialidad postiza, más provin-ciana que sincera y más incómoda que pro-picia al diálogo.” León de Greiff no se desta-có por estos accidentes. Para no privarlo dela relación con la inmensa mayoría de sus con-ciudadanos cuarterones, zambos, mestizos ymulatos, Zalamea - Borda descubrió el puentedel lenguaje. Este desconoce las clasificacio-nes raciales de los aristócratas “a la violeta” yla primitiva y cocineril referencia de la san-gre a la poesía. El descubrimiento del saba-nero resultó un tiro por la culata. En el len-guaje se encuentran César Vallejo y León deGreiff, que dejan en el dintel los rótulos de“cholo” y de vate “nórdico” como designa-ciones que delatan más sobre el carácter ana-crónico de quienes las utilizan a modo debanderillas que sobre la poesía de sus piso-teadas víctimas. Pues si el criterio de valora-ción estética de León de Greiff es la particu-laridad de los “modales de un europeo debuena cepa”, es entonces preciso preguntar:si Rubén Darío, el “indio divino”, como lollamó Ortega y Gasset, no era “europeo debuena cepa” sino “mestizo”, ¿cómo pudo ocu-rrir que sin su poesía no hubiera sido posibleLeón de Greiff? La pregunta no favorece al

“nórdico” vate, sino provoca una compara-ción realmente odiosa, en perjuicio del ico-no de los vikingos tropicales, es decir, lo pi-sotean.

León de Greiff fue simplemente un poetacolombiano moderno que no necesitó ser“nórdico” para asimilar los diversos estratoshistóricos de la lengua española y ponerlos alservicio de la lúdica musicalidad de su poe-sía. Rubén Darío había dado la lección deque la imagen poética es anterior al lenguaje,es decir, que ella es soberana sobre éste y, portanto, necesariamente capaz de recurrir a todolo que él ofrece. Juan Montalvo había creadouna prosa de apariencia “castiza” porque pa-recía una reactualización simultánea de lasdiversas etapas históricas del castellano. A esatradición inmediata agregó León de Greiff,potenciando el “galicismo” de Darío, la vo-luntaria “incorrección” gramatical, lo que hoyse llama “transgresión”. Esta era propia de la“vanguardia” mundial, que de Greiff com-prendió sin estridencias, como César Vallejo:su praxis fue una permanente superación desus postulados sensacionalistas y formalmenterebeldes. De Greiff lo hizo con modestia, esdecir, con elegancia, y en eso se diferenciógratamente del “vanguardista” VicenteHuidobro, quien trasladó la carga históricadel lenguaje, la tradición, a la simulación ri-dículamente castiza de la supuesta prosapiapeninsular. A su libro Mio Cid Campeador(1929), Huidobro antepuso esta revolucio-naria dedicatoria: “A la memoria de mi bis-abuelo Don Vicente García Huidobro y

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Briand de la Morigandais. Fue un gran espa-ñol y un gran señor; adoraba la historia de supatria y perdió casi toda su fortuna defen-diendo la causa de España. Por amor a su razase despojó de todo y hasta hoy su título deMarques de Casa Real está en manos de quie-nes no tienen ni una sola gota de su sangre.Oh, la justicia humana.” La vanidadrastacuera de la alta clase sin clase había apes-tado la “vanguardia”. De Greiff estaba muylejos de ese tipo de “elegancias” de recién ve-nidos.

La modestia de León de Greiff no renuncia-ba a la altivez, pero no de estirpe inventada,sino de vocación y conciencia de poeta: “Lapoesía -creo yo- es lo que no se cuenta sino aseres cimeros, lo que no exhiben a las almasreptantes las almas nobles; la poesía va defatigio a fatigio; es lo que ‘no se dice’, queapenas se sugiere, en fórmulas abstractas yherméticas y arcanas e ilógicas para los oídosde esas gentes que han de leernos a ‘nosotros’los poetas. A leernos o no leernos, pero entodo caso a no entendernos y, por de conta-do, a sí definirnos, zaherirnos, negarnos oroernos los zancajos: oh santa sencillez”(O.C., p. 274). Tal poética altiva, empero,no contrapone al “vulgo” una soberbia sinouna transparente conciencia de sí: “CarísimoAldecoa! Y eres en el subfondo, apenas unsencillo y un ingenuo cincelador de tu ‘Yo’,de ese maravilloso microcosmos que es el Yo...Cincelador de tu ‘Yo’ minúsculo –cómo nó-, diminuto –puede que sí-, imperceptible –tal vez-, exiguo -cómo nó-, incomprensible,absurdo, truculento, abisal, pero en todo caso,tan tuyo, tan incontrovertiblemente tuyo!(O.C., p. 277). El Yo microcosmos es “elmultánime y multiforme Yo” (O.C., p. 281).

De este multánime y multiforme Yo surgelos que cabe llamar “heterónimos” que secolocan entre los de Fernando Pessoa y losfilósofos y poetas españoles apócrifos de An-tonio machado. De sus “heterónimos” dijo

Pessoa que “hoy constituyo el punto de re-unión de una pequeña humanidad tan solomía” (en rev. Poesía. Fernando Pessoa, No.7-8, Madrid, 1980, p.44) y en eso coincidecon la nación del Yo multánime, multiformey microcósmico de de Greiff. Pero se dife-rencia esencialmente de Pessoa porque a deGreiff le basta la densidad y precisión de laimagen para no caer en la simplicidadtautológica de Pessoa cuando dice: “En laimagen que llamo interior apenas porque lla-mo exterior a determinado ‘mundo’, se en-cuentran plenamente grabados, nítidos, sa-bidos, diferenciados los rasgos de carácter, lavida, la ascendencia, la muerte en algún caso,de esos personajes” (rev. Cit., p. cit.). Los jue-gos de Pessoa carecían de humor e ironía querebosan, en cambio, los de de Greiff: juegosde palabras, transgresiones gramaticales, jue-gos de imágenes, juegos musicales. El “poetapuro” de Greiff no tenía que recurrir a la re-flexión para plantear problemas. Lo quePessoa llama “imagen interior” y lo deslindade lo exterior o “determinado mundo”, es unaevidencia que no va más allá de lo que impli-ca el deslinde. En de Greiff, ese deslinde con-tiene el problema del poeta moderno: “Solo.Absurdamente solo. En medio de los libros,rodeado por los recuerdos, ante la extinta vozde las cosas circundantes” (O.C., p. 285). Lafrase puede referirse a un momento, perotambién a un estado: “Ante la nada. Solo.Absurdamente solo. Y con el espíritu en altoy avizor y oteante. ¡Vámonos!, Oh Gaspar,

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por el mar inasible” (O.C., p. 286). La sole-dad del Yo multiforme y multánime ante lanada corresponde a ese estado: “Después detanta palabrería, advierto que no he iniciadoel relato de mis andanzas y aventuras: lo cual-conjeturo- no ha de torcer el curso de losastros:... Nada de nada. Nada en dos platos,nada en una -dorada- vajilla completa” (O.C.,p. 285).

Este estado es el de la subjetividad extremaque ha perdido el contacto con la realidad.Antonio Machado articuló filosóficamente elproblema y en el prólogo a la segunda edi-ción de Campos de Castilla (1917) preguntópor el camino que hay que seguir para salirdel solipsismo, de la cárcel dorada de la sub-jetividad. El camino que Machado intentóseguir -la poesía históricamente comprome-tida con el talante de la llamada “Generacióndel 98”- no lo liberó del círculo que prome-tía romper. El Yo despedazó y dejó los frag-mentos de Abel Martín, Juan de Mairena ylos filósofos y poetas que hubieran podidoexistir: los heterónimos sonrientes y burlo-nes. A diferencia de machado, de Greiff asu-mió el círculo, pero el resultado fue semejan-te: el solipsismo, el microcosmos del Yo, sedisfrazó, se puso máscaras y se dio al juegode marionetas, de cuyo teatro él mismo fueautor y actor. Con ello llenaba la “Nada. Nadade nada”, pero no recuperaba el contacto con

la realidad. Gottfried Benn describióalegóricamente la inevitable soledad y creóla figura de Werff Rönne, su doble y su más-cara, que percibe la realidad como un extra-ño. En su poema “Sólo dos cosas” expresóese estado:

Por tantas formas pasado,

por el Yo y el nosotros y el tú,

pero todo fue padecido

por la eterna pregunta: ¿para qué?

Esa es una pregunta infantil

Tarde tan sólo te fue consciente,

sólo hay esto único: soporta

-sea sentido, o manía, o leyenda-

tu determinación lejana: tú debes.

Si rosas, si nieves, si mares,

todo lo que floreció, marchitó,

sólo hay dos cosas: el vacío

y el señalado Yo.

León de Greiff lo dijo en el primer soneto deFantasías de nubes al viento de “Fárrago(Quinto mamotreto)”:

Poeta soy, si ello es ser poeta.

Lontano, absconto, sibilino. Dura

lasca de corindón, vislumbre obscura,

gota abisal de música secreta.

Amor apercibida la saeta.

Dolor en ristre lanza la amargura.

El espíritu absorto, en su clausura.

Inmóvil, quieto, el corazón veleta.

Poeta soy si ser poeta es ello.

Angustia lancinante. Pavor sordo.

Velada melodía en contrapunto.

Callado enigma tras intacto sello.

Mi ensueño en fuga. Hastiado y cejijunto.

En mi nao fantasma único a bordo.

(O.C., p. 497)

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Para el poeta que ha pasado por todas las for-mas, para el poeta “señalado”, para el “Poetasoy si ser poeta es ello”, para el que hay “sólodos cosas”: la nao fantasma y el único a bor-do, la conclusión de esa toma de concienciaes lo que Benn llama “arte monológico” o“mundo de la expresión”, esto es, “... un la-boratorio para palabras en el que se mueve ellírico. Aquí modela, fabrica palabras, las abre,las hace estallar, las hace escombros para car-garlas de tensiones, cuya esencia pasa luegopor siglos. Retorna el trobador=trobaire otrobador=encontrar, es decir, inventar pala-bras, es decir, acróbata. El que conoce la danzava al laboratorio. Gauguin escribe sobre vanGogh: ‘En Arles quais, puentes y barcos, elSur entero -todo se convirtió en Holanda’.En este sentido, todo lo que le acontece se leconvierte al lírico en Holanda, esto es, pala-bra; raíz de palabra, sucesión de palabras, lazode palabras; se sicoanalizan las sílabas, se re-adaptan los diptongos, se transplantan lasconsonantes. Para él, la palabra es real y má-gica, un tótem moderno” (Ausdruckswelt,Limes, Wiesbaden, 1954, p. 118).

La descripción parece una descripción de lapraxis poética de de Greiff, que no tiene elhorizonte en el que Benn inscribe el “mundode la expresión”: la última realidad posibledespués del fin de la historia e intento de susuperación. León de Greiff carecía de grave-dad y de ceño a lo Spengler, pero tenía, encambio, serenidad sonriente. En Balada deasonancias disonantes o de simplesdisonancias, del “Libro de signos (Segundomamotreto)” resumió esa compleja situación:

Un ignorado ritmo, dócil, terso,

donde el absurdo corazón esparzo,

¡eso será la impertinente estrofa,

en que todo mi desdén se befa,

y más de mí!: desdén, sobrio estilete

y el más seguro amigo en el combate

contra la tribu inulta ¡Oh muchedumbre!:

¿qué vales tú, si topas con el Hombre?

¿y el hombre, dí, si topa con el Hambre?

¿y Muchedumbre y Hombre con la Hembra?

IV

Para mí no hago nada, nada, nada,

sino soñar, ¡solo vivir la vida!

Para mí no hago nada... acaso humo

cuando en la pipa blondo aroma quemo,

-si el magín devano las ideas

humo también, color de fantasía...-

Para mí no hago nada, nada, sólo

soñar, vivir la vida a contrapelo.

(O.C., p. 147 s.)

El sueño y el humo, color de fantasía son ellaboratorio de palabras tras no del fin, sinode la burla de la historia.

Las semejanzas no sofocan, naturalmente, lasdiferencias. La configuración transgresora dellenguaje de León de Greiff transmite los con-tenidos tradicionales (el amor, la muerte, lasoledad) con la pureza de la música. CésarVallejo aseguró -y lo practicó- que lo queimporta no es lo que se dice sino el tono conque se dice. El de Benn es melancólico y gra-ve, el de Vallejo es sarcástico y angustiado, elde León de Greiff es melancólicamente sere-

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no y burlón, como en Sonesillo de “Veleroparadójico (Séptimo mamotreto)”:

Tonto me soy y tánto, pero

corazón uso titerero.

Y un reír frío, atán somero.

Y bajo del exsombrero

(bóina, kolpák, o dombo mero)

desdén y hastío, condotiero,

por turnos, del aventurero

espíritu hosco, burlero,

bufón, juglar, grave, severo;

Señero, señero, señero, señero.

Tonto me soy y tánto, pero

corazón uso titerero

(O.C., p. 709)

A diferencia de Pessoa, Machado, Vallejo yBenn, de Greiff acentúa el “arte monológico”o “mundo de la expresión” con los adema-nes, el gesto, el “rictus”, como él dice, deltiterero y del bufón. Desde el ditirambo deNietzsche ¡Sólo bufón! Sólo poeta, que resumede modo desafiante la situación del poetamoderno, el poeta percibió, primero, que essólo desafortunado pretendiente de la verdad,que, consiguientemente, los “poetas mientenmucho”, como dijo en Zaratustra (Sobre lospoetas). La “mentira poética” o la mentira ensentido no moral, es una máscara que escon-de abigarradamente la imposibilidad de lle-gar a la realidad o la verdad, a una certeza

dogmática del conocimiento. Como la poe-sía dejó de ser, al igual que la filosofía, “siervade la teología”, ella no busca esa verdad. Perotampoco la de la sociedad burguesa que cul-tiva otra teología: la impositiva del lucro y labienaventuranza simplemente material. Re-legado por esta sociedad, el poeta modernoasume esa marginalidad: “Tan inútil comoyo, Gaspar, como tú, Matías, como tú,Palinuro. Tan inútil, que no serviría -quizá-ni para Zoilo cetrino de su aldea” (O.C., p.280). Pero esta asunción es, de por sí, desa-fiante: “¿Quien es ese vestido de gayos colo-res -Triboulet, Arlechino, Falstaff- bufónenorme, y de amplia voz befante, o de fina,insidiosa?- Los cascabeles agita y el tirso sa-cude o el epigrama deja caer -abeja soslaya-da-” (O.C., p. 717). El solitario acróbata quedeja caer el epigrama y despliega sumultánime Yo enmascarado, se refugia en elsueño que es todo: vida, creación, proximi-dad de la muerte, burla y contrapone al quelo margina sus desafiantes “sueños ysubsueños y tras soto sueñecillos tácitos y la-tentes” (O.C., p. 717), esto es, el juego delplurívoco teatro de marionetas o, como ca-bría llamar con Valle-Inclán el “espejo cón-cavo, que desvela al “héroe clásico”, no sóloal gran burgués sino también a su imitador,el pequeño burgués y lo desenmascara como“esperpento”. León de Greiff lo llama Zoilo.

La libertad de la que goza el nuevo Absoluto,esto es, el nuevo “desligado” (absoluto en sen-tido literal), el poeta relegado, el bufón men-tiroso, el poeta multánime, le permite em-briagarse con las palabras y danzar al compás

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de las que desarticula, recrea y recupera. EnCésar Vallejo, esta danza es “Trilce”; en Leónde Greiff es “Poemilla. Relato de relatosderelictos”, de “Velero (Séptimo mamotre-to)”, entre otros, por ejemplo:

II

Brotan ahora todos los sueños, surtidores cano-

ros

(ruiseñores bulbules), -palmeras estelidáctilas

(vedrdegayes Apolos.

Marsyas zinzolines y Momos policromos)-

surten, irruyen todos los sueños: voces viriles

(sobra gorjeos y gorgoritos y gorigord)

Salta ahora todos los sueños, alcotanes y neblíes

y azores -desde sus horreos

alietos, gerifaltes, halcones borníes eufórico

y tagres y alfañaques y sacres y esparveres

jubilosos!

IV

¿Mi flor? La más cimera de los más altos elatos

heliotropos.

La más rastrera y mísera de los más abismales

bajos fondos subfondos...

¿Mi música dilecta? La que roma los tímpanos

como támpanos sordos!

¿Mi color? Ocre isocre mediocre. ¿Mi profesión?

Soy antifaz de peruétanos y de bolonios

(O.C., p. 718 y 721)

En el árbol genealógico poético de León deGreiff aparece, con más peso que la tradicióninmediata de Rubén Darío y Juan Montalvo,

la materia de una de sus máscaras, esto es,Aloysius Bertrand, el autor de “Gaspard dela Nuit”, que de Greiff menciona doblemen-te. En Prosas de Gaspar sigue el ejemplo delcreador del poema en prosa, pero no sólo esolo que en de Greiff retorna variadamente. ElGaspard de Bertrand desaparece después delencuentro con el autor. Pese a toda busca na-die lo encuentra. De él queda sólo un ma-nuscrito. Bertrand pinta a Gaspard como elprototipo poeta incomprendido. El propósi-to de Bertrand al crear la figura de Gaspardfue el de salvar la lengua francesa de latrivialización prosaica y cultivar la expresiónrara y selecta para lograr efectos musicales yplásticos. Gaspard de la Nuit es el poeta en la“era mundial de la prosa” (Hegel), el poetaincomprendido, el poeta moderno, cuya si-tuación social presentó Baudelaire en el so-neto La musa venal de Las flores del mal, cu-yos tercetos dicen:

Para ganar el pan de cada tarde necesitas

batir el incensario como un acólito,

cantar el Te Deum en el que apenas crees.

Oh saltimbanqui sobrio, desplegar tus encantos

con tu risa mojada en llanto que no se vé,

para alegrar la bazofia de lo vulgar.

Transformado de Greiff en Gaspar, este poe-ta moderno es el bufón consciente que nollora ni canta el Te Deum en el que no cree,sino danza y canta en presencia de la vidaque es sueño, de la nada y de la muerte, pero

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que también crea oasis como sus poemas deamor tersamente intensos (“Yo canto unanovia que no ha de ser mía...” o “Mi pobreamor se está yendo...”) o como el XVI deRondeles de “Tergiversaciones (Primer mamo-treto)”:

Amor, deliciosa mentira,

áspero amor, retorna, ven!

Tu pena es el único bien,

amor, deliciosa mentira...

Mi corazón, ebrio, delira!

Mi corazón... tómalo ¡ten!...

Amor deliciosa mentira,

áspero amor, retorna, ven!

(O.C., p. 63)

Este aspecto de la poesía de de Greiff es lanota que lo distingue del bufón amargo o,más exactamente, la que descubre tras lasmáscaras al trovador quijotesco que tiene susraíces en el país de Bolombolo, pero su hori-zonte más allá de esa y de cualquier otra pro-vincia, sobre todo de la provincia racista quecultivó anacrónicamente el señorito comu-nista Jorge Zalamea Borda y en la que semueve el sub-ultramontano Álvaro Mutis sinpercatarse de las consecuencias que tuvo eseracismo de “pura cepa europea” en la Europadel siglo XX. Ni el porte ni la etnia explicanla peculiaridad de las poesías de León deGreiff, que fue un “mero poeta de la repúbli-ca meramente colombiana” (para decirlo conun frase de Borges sobre sí mismo).

“Para una ‘desprovinciacion’ de León de Greiff ” se publicóen la revista Aleph, núm. 117, Manizales, abril-junio de2001.

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Aunque en el libro de IndalecioLiévano Aguirre, Grandes conflictosde nuestra historia se desenmascara

la hipocresía de la “alta clase” social de losvoceros de nuestra independencia, de unCamilo Torres y de quienes, después de sutriunfo, abjuraron de los principiosigualitarios que invocaron para justificar laposesión de los cargos de los españoles; y aun-que en el “cuadro de costumbres” Las tres ta-zas de José-María Vergara y Vergara se ironizóla simulación que había acunado el “patri-ciado” colombiano, con su correspondientefervor servil por los extranjeros; y aunque Jai-me Jaramillo Uribe recuerda, en uno de susensayos sobre “Historia social de Colombia”que el Marqués de San Jorge perdió su título-comprado, sin duda- porque no pagó los de-rechos correspondientes; y aunque la histo-ria colombiana ha puesto en la picota esa“aristocracia” hasta el punto de que hoy esanacrónico ocuparse con su terca agonía: pesea eso, cuando se critica a esa clase, la réplica a

Polémica y crítica

la crítica es un depravado argumentum adhominem: el que la hace, es un “resentido”.No es nuevo el argumento. Parece provenirdel reinado sociofilosófico de GermánArciniegas, del más severo crítico de Hegel, aquien nunca leyó en su lengua madre y de suanticomunismo gringo. Para sus epígonos, lacrítica a esa clase “sin clase” está, además,imbuida de marxismo. No es improbable quelos feligreses de ese reinado anacrónico igno-ren el nombre de Max Weber, del fundadorde la moderna sociología comprensiva quese nutrió de la lectura crítica de Marx. Nosería improbable que cuando lean una de susobras como el famoso trabajo La ética protes-tante y el espíritu del capitalismo y percibansu acerada crítica al capitalismo, lo declarencomunista “resentido”.

¿Qué significa esa argumentación, por así lla-marla, pomposamente vacía y mendicante?¿Defiende -o pretende defender- un estadosocial y político que ha llevado a Colombia

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al borde de su paulatina desintegración?¿Quién lo defiende ha cerrado los ojos y losoídos para no ver y oír el largo proceso ini-ciado ya a comienzos del siglo XX y agudizadoen 1948? ¿Y quienes eso hacen, no quierentener en cuenta que en todo Estado y Na-ción hay una clase que dirige o maldirige asu sociedad? ¿Y creen, quizá, que de nuestrosmales es culpable la mayoría de la población,de los humillados y empobrecidos y no de latal clase? Es indudablemente seguro que losepígonos del máximo crítico de la filosofíadel idealismo alemán (su pecado mortal: ha-ber conducido a Marx) todavía no saben quedeterminados conceptos cambian y que parausarlos con la necesaria precisión y honradezintelectual es indispensable conocer esosmatices y usos. Una empleada del servicio,un camarero, chofer de taxi, una ministra deeducación y hasta un rimbombante diplomá-tico pueden y, sin duda, suelen utilizar elvocablo “resentido” y “resentimiento” en suacepción vulgar. Pero un intelectual, conmajestuosa formación filosófica, tiene queatenerse a la significación que tiene en la éti-ca y en la sociología, y que después deNietzsche y Max Scheler ocupa a esas cien-cias. El filósofo Strawson, por ejemplo, en-cuentra que el resentimiento es una “perma-nente sensación e indignación sobre una he-rida mortal”. Y explicita: “Así, el resentimien-to es una reacción contra la injuria y la indi-ferencia”. La injuria que ha hecho por indi-ferencia la llamada clase alta a Colombia tie-ne la inevitable y justa respuesta: el “resenti-miento”.

En Colombia se ha extendido una actitudanticrítica, cobardemente neutral. ¿Significaesto que los crímenes con los que se castiga alos periodistas por sus informaciones y críti-cas y a los políticos heroicamente discon-formes se han convertido en una permanen-te manera de sofocación, que afecta los de-más ámbitos de la vida cultural? La críticaliteraria ha tenido en Colombia pocas figu-

ras destacadas. Como en casi todo el mundohispánico, la crítica bibliográfica es, en granparte, apología de clanes. Cuando pretendeser independiente, suele reducirse a expresarla opinión o la ocurrencia del crítico sobreconceptos e interpretaciones que no concuer-dan con sus preferencias, pero sin haberloscomprendido cabalmente y sin fundamen-tar esas ocurrencias. Como en la vida inte-lectual, se recurre a corrientes y teorías -en elmejor de los casos- que no se han sometido ala crítica de la razón, que no se han asimila-do. Esta recepción no es creadora sino reme-do. De este modo, no se orienta ni se discier-ne, sino se transmite un estilo dogmático depensamiento. Algunas veces, el dogmatismoencubre una acumulación de aversiones per-sonales -envidias- que se satisfacen con el efec-to de lo que Ortega y Gasset -copiándolocomo siempre de Max Scheler- llama el “ren-cor” español y Unamuno “el mal nacionalespañol: la envidia”. Sobre ese mal nacional,el rencor, dice Ortega: “El rencor es una ema-nación de la conciencia de inferioridad. Es lasupresión imaginaria de quien no podemoscon nuestras propias fuerzas suprimir. Llevaen nuestra fantasía aquel por quien sentimosrencor, el aspecto lívido de un cadáver: lohemos matado, aniquilado con la intención.Y luego, al hallarlo en la realidad firme y tran-quilo, nos parece un muerto indócil...”. Esevidente que en el ámbito de la crítica bi-bliográfica es preciso distinguir entre las “re-señas” y las “valoraciones” de intención críti-ca. En término medio, las reseñas de librosde historia por historiadores son informati-vas, correctivas, cuando es el caso,profesionalmente fundadas. El objeto no fa-cilita la expresión envidiosa o la del que seesfuerza en su afán de figuración. Las reseñascon intención de valoración crítica de estetipo se caracterizan por la abundancia, obje-tivamente innecesaria, de referencias traídaspor los pelos aumentadas con un aparato denotas a pie de página, que pretenden certifi-car erudición. Fomenta lo que un crítico pe-

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ruano ejemplar llamó “terrorismo bibliográ-fico”, que es una manera de equilibrar apa-rentemente el vacío intelectual. La causa deesas inmensas lagunas se encuentra, de ma-nera inmediata, en la maleducación univer-sitaria. La enseñanza de la literatura en lasuniversidades tropieza en las mejores, no enlas universidades-garaje, con varios proble-mas: los principiantes no han sido adecua-damente formados en el bachillerato; la Uni-versidad comienza con un minus: la Univer-sidad no tiene la infraestructura comohemerotecas con revistas internacionales y deliteratura comparada, bibliotecas con obrasclásicas en sus lenguas de las corrientes ac-tuales de la historia literaria. Desconocimien-to ya desde el bachillerato de las lenguas eu-ropeas y, para la facultad de Filosofía, de laslenguas clásicas. Ausencia de interdiscipli-nariedad (con filosofía, sociología, cienciapolítica). El horizonte de la investigación,fundamento de la formación, queda reduci-do muy considerablemente. El nivel de laenseñanza es poco más alto que el del bachi-llerato. Sin estos presupuestos, la creación deinstrumentos para interpretar fructíferamentenuestras letras, se satisface con la aceptaciónacrítica de las teorías de moda, casi siemprelas antepenúltimas en traducciones defectuo-sas. El conocimiento y significación de la li-teratura para comprender a los ancestros, asus aspiraciones y saber situar el presente esun desideratum que, al no ser satisfecho, obs-taculiza una de las misiones de la educaciónliteraria, en particular: saber formar un jui-cio propio, ser individuo y por lo tanto saberser libre.

Esta desolación influye negativamente en dosámbitos de la ciencia y vida literarias: la po-lémica y la historia literaria. La polémica es,según el concepto griego del que desciende,esto es, polemos, guerra. Guerra literaria ointelectual que se diferencia de la guerra po-lítica, en la que se ataca la persona que repre-senta determinados intereses, disfrazados de

programa. En la polémica intelectual, ésta eshomónima de la refutación. “La verdaderarefutación -escribió Hegel en su Lógica- debeatender y entrar en la fuerza del contrincantey situarse en el ámbito de su fortaleza. Ata-carlo fuera de él y mantener razón donde élno está, no fomenta el asunto.” En Colom-bia, la polémica se entiende como un ataquecon las únicas reglas de la envidia. No se atien-de al contrincante ni se lo sabe o quiere com-prender. Es el cadáver indócil del que se cor-tan retazos para demostrar su incompeten-cia. Incapaces, por deformación escolar, decomprender contextos, su historia de la lite-ratura se compone de ídolos intocables. Esun museo, no una voz y testimonio del pasa-do, que, al desmitologizarlo, nos permitedescifrar los vacíos y simulaciones que se hancontinuado. Es comprensible que para esaconcepción pétrea de la vida intelectual, ladesmitologización de quienes la nutren y fo-mentan es una blasfemia imperdonable. Po-ner en tela de juicio a Estanislao Zuleta, quienpontificó sobre Nietzsche, Marx, Freud, sinsaber alemán, es un acto que despierta indig-nación. La interpretación de la tragedia grie-ga de Octavio Paz, mal copiada de AlfonsoReyes y de Werner Jaeger, la interpretacióndel romanticismo alemán, del mismo Paz,fundada en un texto francés para el estudiode bachillerato, la de “la época de la imagendel mundo” de Heidegger, copiada de su tra-ducción española sin indicación del autor, porel mismo Paz; la permanente anunciación de

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un próximo libro definitivo sobre diversostemas que nunca apareció, la exposición deun pensamiento de Aristóteles, robada de unaobra clásica sobre el Estagirita, pero desco-nocida en España, que Ortega cita de mane-ra tácticamente imprecisa. Todo esto produ-ce indignación porque por su prestigio con-sagran la carencia de honradez intelectualcomo medio de figuración, y transmiten esteengaño como la norma del trabajo intelec-tual. A quienes se enfurecen y enfurecieronpor los cuestionamientos críticos a estos ído-los, cabe preguntar ¿si obedecen a una ten-dencia de la política cultural y universitariade Colombia, que consiste en mantener elstatus quo mediocre, gracias al que reinan ypor tanto condenar todo lo que pueda susci-tar una transformación necesaria, para dar ala juventud los medios de su progreso perso-nal y de Colombia, es decir, de lograr que elpaís desarrolle todas sus inmensas riquezashumanas y se ponga en capacidad de dialo-gar de tú a tú con el complejo mundo con-temporáneo?

Jaime Jaramillo-Uribe aseguró que la notacaracterística de Colombia es la “áureamediocritas”. Con mayor acierto es“mediocritas” solamente. Eso fue, sin duda,el país gobernado por simuladores. No tienepor qué seguir siéndolo. El mundo se ha in-troducido en Colombia. El extranjero y susventajas universitarias son accesibles a estu-diantes, el conocimiento de idiomas se nor-maliza, y es de esperar que cuando regresen anuestro país no les cierren las puertas y losobliguen a engrosar la vergonzosa huida decerebros que los pertinaces mantenedores delstatus quo mediocre, y ya delincuente, ha-cen pagar con millones de dólares (eso cues-ta la huida) al sangrante país, al campamen-to de la cizaña, de las envidias, de la conse-cuente mala fe que esos mediocres guardancon fanático celo.

Bonn, mayo del 2005

“Polémica y crítica” se publicó en la revista Aleph, núm.134, Manizales, julio-septiembre de 2005.

Anexo

El editorial de Jorge Mario Eastman que a continuación reproducimos, sirve para dar allector una referencia de las reacciones que provocarosn en el ámbito nacional las críticas yhasta los argumentos americanistas, polémicos, de Rafael Gutiérrez Girardot. Por lo que a élcorresponde “es a saber, la referencia a sucesos y personas políticos y culturales del ‘presente’del satírico”, opiniones literarias, políticas, etc. Algunas de esas declaraciones divulgadas enartículos y entrevistas generaron una no desmentida animadversión hacia el nombre y eltemperamento “soez agresor” y “resentido” de Gutiérrez Girardot. Pero también los rechazosdescalificadores a “Un filósofo desquisiado”, como lo llamó J.F. Socarrás (“El Tiempo” 10 deabril de 1988, p. 5), pronunciados “como resultado de un desagrado colectivo”, según lopercibía un directivo de la Universidad de los Andes “...que no podemos permitir escritos

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como los del profesor Gutiérrez” (Magazín Dominical, “El Espectador”, núm. 137, 10 denov., 1985, p. 2). “Gestos de indignación ante mi atrevimiento de haber cuestionado” aciertos “ídolos” locales, réplicas y reseñas en las cuales, señala Gutiérrez Girardot, “predomi-na ese estilo de nebulosidad jactanciosa y a veces agresiva. Y no falta el topos del ‘resentimien-to’, en diversas formas”; gestos prolongados en el tiempo y estilo peculiares en donde, pues,en general, se revelan y se cultivan además “los vicios de la crítica literaria colombiana: latergiversación embozada, la incomprensión, la falta de honradez intelectual, la ignorancia, yen muchas ocasiones un Yo infladísimo.” (rev. Aleph, núm. 134, jul. -sep. 2005, p. 1). A lapersona de Eastman se había referido Gutiérrez Girardot en una contestación a un discursopronunciado en 1979 por Jaime Sanín Echeverry “con motivo de los 20 años de la revistaArco”. En esa contestación titulada “La postración del país” (discurso y contestación se reco-gen en Hispanoamérica: imágenes y perspectivas, Bogotá: ed. Temis, 1989) Gutiérrez Girardotanotaba:

(...) “Los asuntos de las metrópolis son los veloces cambios tecnológicos, sociales, económicos, los pau-

latinos desplazamientos de los centros de poder, las contradictorias consecuencias de la revolución uni-

versitaria, que afectan muy directamente el futuro de Colombia. Ante esos problemas, ¿no puede consi-

derarse como anodino tanto problema como es el del matriarcado mesocrático y pertinaz en un partido

[el autor se refiere a Bertha Hernández de Ospina Pérez] o el del frivolismo importantista que tipifica,

para el otro, un figurón como Jorge Mario Eastman, que son lastres de un pasado en camino de histérica

agonía y que son justamente eficaces causas concomitantes de la “postración nacional”? “Nuestros pro-

blemas” son los de los países excoloniales y neocoloniales, pero para poder plantearlos y analizarlos es

preciso conocer los instrumentos científicos, saber manejarlos, aprovecharlos y aplicarlos adecuadamen-

te. Y hay que ir a buscar esos instrumentos en donde los haya, independientemente de su proveniencia

nacional y, naturalmente, sin esperar que esos instrumentos nos sirvan porque el que los forjó o quienes

los forjaron no se ocuparon de Colombia. Esperar eso es una forma joméinica de voluntaria pasividad. Y

consiguientemente, es una tontería típica de quien, por peculiares razones, desconoce que el mundo de

la ciencia no valora por nacionalidades, sino por el rigor con el que fundamenta sus resultados.”

El siguiente es el texto completo del editorial de Jorge Mario Eastman que publicó el perió-dico “El Siglo” el martes 21 de noviembre de 1989, pág. 4-A:

Sicología de un resentido

“El estilo es el hombre” Buffón

“Rafael Gutiérrez Girardot tuvo el privilegio de vivir y estudiar en Alemania por cerca de 20años, al cobijo salarial de nuestra Cancillería*. Su introversión rayana en pedantería o, por lomenos, en falta de urbanidad hizo pensar en muchos que era la resultante de una mentededicada a reflexiones superiores.

* R.G.G. ocupó los cargos de canciller y agregado cultural de la Embajada de Colombia en Bonn, Alemania Occidental,entre 1956 y 1966, año en que fue trasladado a Bogotá con el cargo de traductor en el Ministerio de Relaciones Exteriores.

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“El país intelectual, cándido y propenso al engaño fácil, derrochó paciencia esperando en élla aparición de un filósofo de dimensiones siquiera latinoamericanas. Su indiscutida capaci-dad de estudio y sus condiciones comprobadas de roedor de bibliotecas, sumadas a su abso-luta carencia de vigilias presupuestales, se encargaron de alentar la idea sobre nuestro funcio-nario en relación con que anonadaría, algún día, al mundo de las letras con un texto capitalen medio de tanta basura editada por ciertos filósofos de capirote.

“Desgraciadamente ha pasado el tiempo y fuera de unos libros de relleno, casi inadvertidos,nuestro Mesías continúa horro de producción verdaderamente trascendente. Hoy hasta losmenos suspicaces empiezan a señalarlo ya no como un filósofo -así fuese en ciernes- sinocomo un panfletario burdo y ampuloso destilando oprobios contra figuras eminentes de lasletras continentales. Un barroco refrito y decadente. Da las trazas de ir enrumbado por lossenderos del célebre ‘Pacheco’ que inspirara la obra medular de Eca de Queiroz. Es decir, lareedición de una especie de Tartarín de la filosofía criolla. Valgan dos ejemplos contenidos ensu última colaboración en el suplemento literario de El Espectador.

‘Las cataratas sonoras del narciso telúrico Neruda’ y ‘Las ternuras materno lácteas de GabrielaMistral’.

“Tamaños despropósitos le sirven de introito y basamento para emprenderla contra un hu-manista de dimensiones universales, Octavio Paz. Se atreve, pues, a olvidar sus nivelesliliputienses para detractar al ilustre mexicano en los siguientes términos:

‘Octavio Paz es, como su inspirador y ejemplo, un pomposo simulador de cultura...’

“¿No será acaso que nuestro irritado y confundido compatriota cuando lanza tan grotescaestupidez está corriendo el riesgo de ser víctima como los cazadores neófitos del efecto del‘boomerang’? Porque el lector más despreocupado tiene que haber deducido que ‘el pompososimulador de cultura’ es su mismo y soez agresor.

“Me temo, por último, que no habrá un habitante de la Tierra que no sienta pesar por elanónimo colombiano que ha intentado disminuir a Octavio Paz calificándolo burlonamentede ‘filósofo, helenista, sociólogo, germanista, anglista, galorromanista, hispanista, orientalistay místico’.

“Ante esta inútil injuria recuerdo el sabio proverbio árabe que afirma sobre la condiciónhumana: ‘El hombre no puede saltar fuera de su sombra’.”

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Mil gracias por su carta del 20 defebrero de este año y por el envíodel Nro.6/7 de la revista Argu-

mentos, dedicado a Nietzsche, y por la gene-rosa reseña que hace usted de mí librito so-bre Nietzsche y la filología clásica. En Co-lombia pasó desapercibido, lo cual me pare-ce comprensible: cuando el rector delExternado quiso hacerme un homenaje y paraello me invitó a almorzar con Antonio Ro-cha en el Club de los Lagartos, FernandoHinestroza le dijo a A. Rocha que yo habíaescrito un libro sobre Nietzsche. Rocha me

preguntó si yo había leído a Nietzsche en ale-mán. Cuando le respondí que sí, Rocha re-plicó: eso no es posible, nadie puede apren-der alemán. Espero que no siga dominandoen nuestro país ese “prejuicio” sobre el ale-mán y sobre el griego, pues algo semejanteme ocurrió cuando comencé a estudiar en elInstituto de filosofía de la Nacional -del quenació la Facultad- y en cuyo pensum se ha-llaban cursos de griego. Un profesor de ba-chillerato me preguntó entonces qué estabaestudiando, y cuando le mencioné los cursosde idiomas del Instituto, me dijo: Usted nun-

Estimado universitario... *

* Carta con fecha del 12 de abril de 1984 enviada desde Bonn al estudiante Juan Guillermo Gómez García.

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ca aprenderá griego, eso no se puede apren-der. Ojalá haya cambiado ese prejuicio y a lavez técnica de mantener al estudiante al ni-vel más bajo posible, pues eso influye consi-derablemente y de manera sutil en la actituddel estudiante mismo, a quien le presentanel aprendizaje de una materia como algo in-superable y que él consiguientemente nuncallegará a dominar. De ese modo, la actitudmisma del estudiante, inconcientementeinternalizada, le impide enfrentarse a unatarea con serenidad y confianza en sí mismoy en su entusiasmo. Así, nunca se pasa de losrudimentos. Cuando enseñé Filosofía delderecho en Bogotá en el 66, elaboré unaManual para el trabajo científico en el queresumía y adaptaba a nuestras necesidades yposibilidades las reglas del trabajo científico,los modos de lectura, de hacer apuntes, deordenar sistemáticamente todo eso, que seexponen en diversos manuales de ese tipo, yque conoce cualquier estudiante alemán; y leagregué unos cuadros sinópticos, aprovechan-do para eso material alemán, con los conoci-mientos fundamentales y elementales del la-tín, del griego y del alemán, con la intenciónde que esos conocimientos le sirvieran al es-tudiante a perder el miedo ante esas lenguasy a seguir él mismo su estudio, a perfeccio-narlo etc. E indicaba los manuales que haypara eso. Propuse su publicación y su repar-tición entre todos los estudiantes de esa uni-versidad y, el rector “declinó” muy diplomá-ticamente la propuesta diciendo, entre otrascosas, que “no nos conviene”. Evidentemen-

te, pues los estudiantes no sólo aprenderíanlo que no se les enseña sino que tendrían unacrítica más fundada de los defectos de losprofesores. Se introdujo el sistema norteame-ricano de las fichas, que, creo, es hoy generalen muchas universidades, y que sólo produ-ce cosas mecánicas e insustanciales, a juzgarpor lo que he leído en algunas revistas uni-versitarias bogotanas. El número de Argu-mentos me parece, en cambio, muy incita-dor y serio. Ojalá que Rubén Jaramillo Vélezpueda continuar con su tarea, verdaderamen-te hercúlea y heroica, pues a las dificultadesde financiación se agregarán las del recelo yla envidia de quienes ya habrán olfateado quela calidad de la empresa los deja atrás. Desdeaquí yo no puedo tener un panorama de lasituación y por lo tanto de las posibilidadesaprovechables para mantener la continuidadde la revista. Pero lo que yo pueda hacer enese sentido, es decir, el de apoyarla, lo harécon muchísimo gusto. Por lo pronto, haréque le envíen a la revista y a Usted todos losvolúmenes que vayan saliendo de la colec-ción “Estudios alemanes”, que yo dirijo jun-to con un colega argentino, y que tiene laintención de presentar autores alemanes quemarcan la pauta en su materia, para reducirde esa manera, aunque muy ínfimamente, lainmensa laguna de información que existe ennuestros países entre lo que se produce cien-tíficamente aquí y lo que se da a conocer allá,casi siempre de manera casual. La editorialTaurus, por ejemplo, que yo confundé conel librero Francisco Pérez González, publicó

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el año pasado el libro de Jürgen Habermas,Conocimiento e interés, si mal no recuerdo.En ese mismo año apareció en Alemania ellibro de Habermas Teoría de la accióncomunicativa, en el que él se retracta de posi-ciones fundamentales suya anteriores. Loslectores de lengua española andan retrasados:el Habermas que hoy conocen no es el mis-mo de sus grandes saltos. En nuestros paísesse sigue viviendo editorialmente del retrasoy de la falsa información de los peninsulares.En esa colección apareció por primera vez enuna lengua románica la obra de Benjamin,Horkheimer, Adorno y Habermas, entre1962 y 65, y Marcuse también. Como siem-pre: esos libros aparecieron en Buenos Aires,pero tan sólo casi 20 años después fueron“descubiertos” por los editores peninsulares,y... naturalmente por los lectores latinoame-ricanos. La selección de Benjamin con la queuna editorial española lo presentó y descu-brió a mediados de los años 70, era exacta-mente la misma que se publicó en la colec-ción “Estudios alemanes” un decenio antesaproximadamente, y no solamente eso: eraexactamente la misma traducción.

El “opus mágnum” de Restrepo Piedrahitasobre Nietzsche fue publicado por elExternado en vez del Manual de trabajo cien-tífico del que le he hablado. Curiosamente,yo asistí a la gestación de esa pulga, puesRestrepo Piedrahita era Consejero de la em-bajada en Bonn cuando ya trabajaba allí deagregado cultural. Hizo un viaje de vacacio-nes a Italia y pasó por Suiza. Regresó a Bonncon resultados de una “investigación” sobreNietzsche y Maquiavelo que hizo en ese via-je de dos semanas. Las dos secretarias de laembajada estuvieron ocupadas durante dosmeses más o menos con los manuscritos dela “revelación”. Como había “descubierto”cosas que se sabían de sobra y que no eranrelevantes, no admitía que yo le indicara bi-bliografía. La situación ridícula llegó al pun-to de que cuando yo le decía que el libro tal ytal tenía más detalles y esclarecimientos, él loconsideraba irrelevante. Me dí entonces elplacer de recomendarle los libros más impor-tantes que yo encontraba en las librerías deviejo y que se discutían, porque estaba abso-lutamente seguro de que no los iba a mirar.Las secretarias se reían del teatro que hacía

Gutiérrez Girardot y su esposa Marliese.

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Restrepo Piedrahita con su manuscrito. Estese creía Nietzsche en persona: acomodó sufigura al retrato de Nietzsche más conocido,con grandes cejas y mirada peyorativa, y asíandaba por las calles. Por gestiones del padrede su esposa fue trasladado a Bogotá: RestrepoPiedrahita padecía realmente una enferme-dad mental. Es un histrión lamentable. Perode esa manera se cortan los dictadores lati-noamericanos. Cuando lea, si ya no lo hahecho, Tirano Banderas y El ruedo ibérico, elciclo de los “esperpentos” de Valle Inclán,comprobará Usted seguramente que nuestravida social y cultural es un circo dirigido por

la mediocridad y en interés de su manteni-miento. Pero tenemos también una respeta-ble tradición intelectual: Andrés Bello, JoséMartí, González Prada, Pedro HenríquezUreña, Alfonso Reyes, José Luis Romero,Francisco Romero, entre mucho más. En esalínea se encuentra sin duda la empresa deRubén Jaramillo Vélez.

Reciba un saludo cordial de,

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El maestro y la educación

¿Si usted fuera nombrado Ministro deEducación, qué medidas tomaría en rela-

ción con la educación colombiana?Si yo fuera Ministro de Educación, suponien-do que me dejaran (eso nunca va a suceder,además yo tampoco lo aceptaría), lo primeroque haría sería reforzar la educación primaria,convertirla, como debe ser, en educación obli-gatoria gratuita; ampliaría el número de es-cuelas en todas las regiones del país y comomedida conjunta establecería una EscuelaNormal para profesores de primaria, una es-cuela pedagógica que forme, porque muchosprofesores de primaria y secundaria son im-provisados. Hace unos años, por ejemplo, enlos colegios privados ponían como profesor deinglés a una persona que había vivido unosaños en Estados Unidos y que al no conseguirempleo en Colombia, se convertía en profe-sor de inglés sin haber estudiado para ello.

Luego, yo declararía las universidades priva-das como universidades nacionales. Confis-caría los bienes de los rectores, de los empre-sarios de la educacón, para devolvérselos alos estudiantes y entregárselos, a la universi-dad pública. Y después impulsaría una refor-ma en la universidad para que formara pro-fesores, o sea, crearía una carrera llamada Pro-fesor. También dotaría a las universidades debibliotecas y laboratorios modernos para queel estudio vaya acompañado de instrumen-tos que faciliten el aprendizaje. Igualmentesería importante enviar profesores a estudiara Europa, y conceder becas a los estudiantesque terminen con mejores notas para quepuedan estudiar gratuitamente en el extran-

jero. Esto porque en Colombia haymuchos estudiantes con talento, quecomienzan a hacer una tesis y se que-dan aquí frenados porque no puedenir al extranjero, mientras que los ricossí van. Entonces se frustran talentos yposibilidades de conocimiento y deproducción intelectual.

Como consecuencia de lo anterior, se-ría indispensable establecer intercam-bios entre las universidades nacionalesy las principales universidades del mundo;crear una oficina donde se canalicen los in-tercambios o se fomenten, y naturalmentesería fundamental que en todas las universi-dades y facultades se ofrecieran buenos cur-sos de idiomas extranjeros, que incluso de-berían cubrir a los colegios de bachillerato.

¿Qué entiende usted por universidad públi-ca y universidad privada?La universidad privada es una universidad queen Colombia ha depravado a la universidadpública, comenzando por el aspecto presu-puestal. La Asociación Colombiana de Univer-sidades repartió el presupuesto que debía serpara la Universidad Nacional entre universida-des que no necesitan ese presupuesto.

La universidad privada en Colombia es unnegocio miserable porque le pagan mal a losprofesores, no tiene profesores de tiempocompleto bien pagados y les cobra excesiva-mente a los estudiantes; éstos pagan cuatroveces más de lo que deberían pagar y a cam-bio no reciben las prestaciones que merecen.

Con Marliese en dirección a Guatavita -1986

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También hay que tener en cuenta que lospadres hacen sacrificios enormes, de modoque la universidad privada debería dar al es-tudiante una formación sólida; pagar profe-sores de primera categoría, que le enseñen alestudiante a ser un buen profesional o unbuen científico. Eso no lo hace la universidadprivada porque no le conviene. En el momentoen que la universiad privada misma comiencea dar estos profesionales se acaba el negocio,pues éste consiste precisamente en eso: pagar-le dos mil pesos por clase a un profesor y co-brarle un millón a un estudiante.

¿Qué debe ser la universidad en el mundocontemporáneo?La universidad en el mundo contemporáneodebe ser del Estado, porque solamente el Es-tado está en capacidad de pagar los instru-mentos y los medios de trabajo para una uni-versidad moderna. Debe ser gratuita paratodos los estudiantes, porque solamente unauniversidad que de posibilidades a todo elmundo, está en capacidad de escoger losmejores talentos para formarlos de maneraque el país tenga sufiente producción acadé-mica y científica. La universidad contempo-ránea debe estar en permanente reforma,porque los conocimientos de la época con-temporánea son tan veloces que al términode dos años ya hay que actualizar muchascosas. Sobre todo debe ser una universidadque, por estar en permanente reforma, tieneque ser flexible en la configuración de susplanes de estudio.

También debe contar con profesores de altacalidad, un sistema de selección de profeso-res que se guíe por la cantidad de publicacio-nes la capacidad docente y también por lacapacidad de atender a los estudiantes, o seaque debe tener la capacidad de pagar buensueldo al profesor para que se dedique exclu-sivamente a su tarea, que debe ser tambiénsu vocación.

Usted decía en un artículo que a la universi-dad latinoamericana le hacía falta ethos aca-démico; ¿qué es el ethos académico?El ethos académico es lo que yo llamo res-ponsabilidad moral del profesor y del estu-diante, que incluye la responsabilidad y lahonradez en el trabajo científico y en la en-señanza. Porque en América Latina el profe-sor engaña, no prepara una clase sino que leepáginas o capítulos de un libro que no mues-tra, trabaja con una especie de catecismo. Esraro un profesor que prepare sus cursos le-yendo los textos originales y leyendo la lite-ratura complementaria.

¿Cuáles serían las condiciones para el desa-rrollo del conocimiento en América Latina?El conocimiento es una cosa personal, es de-cir supone la pasión personal. Para superarlas limitaciones en América Latina, la comu-nicación con los países europeos es ya unaobligación del conocimiento, pero lo previoa esa comunicación es el trabajo personal. Silas universidades no establecen relaciones conel mundo europeo, el estudiante debe bus-carlas por iniciativa propia; hay que vencerla inercia del mundo circundante con la pro-pia pasión que lleva a aprender idiomas, abuscar información. Pero ese es un remedioque no es moralmente legítimo desde el pun-to de vista del Estado. El Estado debería faci-litar eso, pero ya que no lo hace, el estudian-te no se puede quedar esperando lo que nun-ca le van a dar. De ahí entonces la importan-cia de formar grupos de trabajo para leer untexto que no se lee en la universidad, paraaprender un idioma que no se enseña en launiversidad, grupos de trabajo que ademásvan creando un espíritu de solidaridad y vanrompiendo también esa soledad a que con-dena la universidad actual.

Fragmento de la entrevista de Selnich Vivas Hurtado titu-lada “Todo lo contrario a la razón es la autoridad” que pu-blicó la revista Universidad de Antioquia núm. 235, enero- marzo de 1994.

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Los libros que figuran en esta bibliografía aparecieron publicados en Colombia y enalgunos otros países de lengua española. Por consiguiente, se los puede consultar yasimismo encontrar en sus diversas reediciones, en bibliotecas públicas y universita-

rias colombianas. Con excepción de una antología de textos reunidos bajo el título de Hispa-noamérica: imágenes y perspectivas; de los volúmenes intitulados El fin de la filosofía y otrosensayos, César Vallejo y la muerte de Dios y Heterodoxias, las demás otras compilaciones men-cionadas en esta lista fueron selecciones de estudios y ensayos concebidas y elaboradas por elpropio Rafael Gutiérrez Girardot. Al respecto, de manera explícita, había anotado él: “Todosmis trabajos responden a una preocupación: la de transmitir a mis compatriotas lo que heconocido en Europa. Y la de demostrar de manera accesible que un latinoamericano no esmenos que un europeo. Es decir, que para escribir sobre Thomas Mann, por ejemplo, o sobreKleist o sobre Schiller, no es indispensable recurrir a las traducciones que los españoles hanhecho del francés, muchas veces, de estos y otros autores. Todos podemos salvar las barreras delidioma”. La bibliografía no incluye artículos de prensa, estudios introductorios, prólogos,traducciones, etc., publicados en diarios y revistas, y dispersos también en colecciones filosó-ficas, en fascículos y bibliotecas literarias del orbe hispanoamericano. Ello desbordaría natu-ralmente la finalidad de esta bibliografía que es ofrecer al lector universitario como al públicointeresado en general, noticia de los títulos indispensables para un acercamiento a la obra críticay ensayística del autor. Estas referencias bibliográficas constituyen, por lo demás, una muestraconsiderable de “la excelsitud del legado que a la formación de una patria ideal consagró”Gutiérrez Girardot.

La imagen de América en Alfonso Reyes. Madrid: Ínsula, 1955.

Jorge Luis Borges: ensayo de interpretación. Madrid: Ínsula, 1959.

En torno a la literatura alemana contemporánea. Madrid: Taurus Ediciones, 1959.

Noticia bibliográfica

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Nietzsche y la filología clásica. Buenos Aires: Eudeba, 1966

El fin de la filosofía y otros ensayos. Medellín: Ed. Antorcha-Monserrate – Eds. Papel Sobrante,1968.

Horas de estudio. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1976.

Modernismo. Barcelona: Montesinos Editor, 1983.

Aproximaciones. Bogotá: Procultura, 1986.

Modernismo, supuestos históricos y culturales. 2ª. Edición corregida y aumentada. Bogotá: Uni-versidad Externado de Colombia - Fondo de Cultura Económica, 1987.

Temas y problemas de una historia social de la literatura hispanoamericana. Bogotá: EdicionesCave Canem, 1989.

Machado: reflexión y poesía. Tercer Mundo Editores, 1989. (Ampliación y revisión de Poesía yprosa en Antonio Machado. Madrid: Guadarrama, 1969.)

Hispanoamérica: imágenes y perspectivas. Bogotá: Editorial Temis, 1989.

La formación del intelectual hispanoamericano en el siglo XIX. [Maryland]: University ofMaryland at College Park, 1992.

Cuestiones. México: Fondo de Cultura Económica, 1994.

Historia, sociedad, cultura y praxis política en José Luis Romero. Edición de Rafael GutiérrezGirardot. Alicante (España): Instituto de Cultura “Juan Gil – Albert”,1995.

Moriré callando. Tres poetisas judías: Gertrud Kolmar, Else Lasker-Schüller y Nelly Sachs. Barce-lona: Montesinos Editor, 1996.

Provocaciones. Bogotá: Editorial Ariel, 1997.

Jorge Luis Borges: el gusto de ser modesto, 7 ensayos de crítica literaria. Bogotá: PanamericanaEditorial, 1998.

Insistencias. Bogotá: Editorial Ariel, 1998.

César Vallejo y la muerte de Dios. Bogotá: Panamericana Editorial, 2000.

Nietzsche y la filología clásica. La poesía de Nietzsche. Bogotá: Panamericana Editorial 2000.

El intelectual y la historia. Caracas: Fondo Editorial La Nave Va, 2001.

Heterodoxias. Bogotá: Taurus, 2004.

Entre la ilustración y el expresionismo: figuras de la literatura alemana. Bogotá: Fondo de Cul-tura Económica, 2004.