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REVISTA EUROPEA. NÚM. 206 3 DE FEBRERO DE 1878. AÑO v. LA GENERACIÓN ESPONTÁNEA. A unos cuantos pasos de una diminuta quinta que he construido hace poco tiempo en los Alpes, hay un pequeño lago que se alimenta delas nieves que se derriten en las montañas que le rodean. Durante las primeras semanas del verano no se nota señal alguna de ser vivo en el agua; pero siempre, hacia fines de Julio ó principios de Agos- to, se ve una multitud de organismos con cola, que salen á disfrutar de las delicias del sol, yjjue se ocultan, con un ruido perf ectamente inteligible, en lo profundo del lago, á la menor señal de peli- gro. Durante años no he notado en el lago vesti- gio alguno ni de una rana oculta, ni del menor fragmento de un renacuajo; tanto, que si no tuvie- se otra clase de conocimientos, hubiera creido que la conclusión de Matiole era lógica, esto es: que los renacuajos son generados en el lodo de los la- gos'por la acción vivificadora del sol. No teniendo presente los ejemplos que sólo la expsriencia puede darnos, se creyó durante siglos que era una verdad la generación espontánea de seres tan elevados en la escala zoológica, como la rana. En esta, como en otras muchas materias, la inteligencia poderosa de Aristóteles impuso sus doctrinas á la generalidad délas gentes. Durante más de veinte siglos después de él, los hombres no encontraron dificultad alguna en creer en casos de generación espontánea, que hoy dia se reeha- zarian como monstruosos aún por los más fanáti- cos adeptos de esta doctrina. Los moluscos testá- ceos de todas especies, fueron considerados como sin ascendencia paterna. Las anguilas se siipuso queprovenian del cieno del Mío. Las orugas eran un producto espontáneo de las hojas de que se alimentaban, mientras que los insectos alados, las serpientes, los ratones y las ratas eran capaces de nacer sin necesidad del contacto sexual. La fuente más abundante de estos seres sin an- tepasados era la carne en putrefacción, teniendo que admitir, á falta de las pruebas debidas á inves- tigaciones más profundas, la couelusion de que la TOMO XI. carne posee y ejercita este poder generador. Ee- cordaré que cuando era niño de unos diez ó doce años, al ver dividir un pedazo de carne que no ha- j|t bia sido bien salado y salir una multitud de gu- sanos, deduje, ain dudar un instante, que estos gusanos se habían creado espontáneamente en ln. carne. No tenia noción alguna que pudiese poner en duda ó contradecir esta deducion, quedando ésta en aquel tiempo como irrefutable. La niñez del hombre es el tipo de la de la raza humana, no siendo extraño, por lo tanto, que la creencia antes dicha fuese la del mundo cerca de doscientos añoa. Al examen de esta materia ae dedicó en 1668 el famoso Francisco Redi, médico de los grandes duques de Toseana, Fernando II y "Co3me III. Había visto los gusanos de la carne en putrefac- ción, y reflexionó acarea de su posible origen. Msa no se contentó con solo reflexionar, ni con las teorías ó hipótesis de sus predecesores, funda- das en sus imperfectos experimentos: observando la carne desde su estado fresco al de descomposi- ción, notó infinidad de moscas revoloteando al- rededor de ella antes de aparecer los gusanos, y aún parándose á vecea en su masa. Los gusanos, pensó, pueden ser la progenie medio desenvuelta de estas moscas. La sospecha inductiva precede siempre al ex- perimento con que, no obstante, ha de probarse. Redi sabia esto y obró, por lo tanto, según este conSckniento. Colocando carne fresca en un jarro y cubriendo la boca con papel, se encontró que, á pesar de que la carne se corrompía de la manera ordinaria, nunca daba señales de gusanos, mien- tras que la misma carne expuesta al aire libre bien pronto se plagaba de estos organismos. Sus*- tituyó, entonces, en vez del papel una gasa por la que podia escaparse el olor de la carne. Por enci- ma de la gasa volaban las moscas y en ella depo- sitaban sus huevos, pero siendo las mallas bas- tante finas para que los huevos no pudieran caer en la carne, no se enjendró ningún gusano en esta; por el contrario, aparecieron en la gasa. Por medio de una serie de experimentos de esta clase, Redi destruyó la creencia de la generación espión^ tánea de los gusanos en la carne, y, sin duda tmm- bien, otras muchas preocupaciones que se relacio- naban con esa creencia. Pero la invención y perfeccionamiento del mis- croscópio, aunque dieron el golpe de gracia á mu- 9

REVISTA EUROPEA. · famoso Francisco Redi, médico de los grandes ... n o obstante, ha de probarse. Redi sabia esto y obró, por lo tanto, ... al ensayar el experimento de

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 206 3 DE FEBRERO DE 1878. AÑO v.

LA GENERACIÓN ESPONTÁNEA.

A unos cuantos pasos de una diminuta quintaque he construido hace poco tiempo en los Alpes,hay un pequeño lago que se alimenta de las nievesque se derriten en las montañas que le rodean.Durante las primeras semanas del verano no senota señal alguna de ser vivo en el agua; perosiempre, hacia fines de Julio ó principios de Agos-to, se ve una multitud de organismos con cola,que salen á disfrutar de las delicias del sol, yjjuese ocultan, con un ruido perf ectamente inteligible,en lo profundo del lago, á la menor señal de peli-gro. Durante años no he notado en el lago vesti-gio alguno ni de una rana oculta, ni del menorfragmento de un renacuajo; tanto, que si no tuvie-se otra clase de conocimientos, hubiera creido quela conclusión de Matiole era lógica, esto es: quelos renacuajos son generados en el lodo de los la-gos'por la acción vivificadora del sol.

No teniendo presente los ejemplos que sólo laexpsriencia puede darnos, se creyó durante siglosque era una verdad la generación espontánea deseres tan elevados en la escala zoológica, como larana. En esta, como en otras muchas materias, lainteligencia poderosa de Aristóteles impuso susdoctrinas á la generalidad délas gentes. Durantemás de veinte siglos después de él, los hombresno encontraron dificultad alguna en creer en casosde generación espontánea, que hoy dia se reeha-zarian como monstruosos aún por los más fanáti-cos adeptos de esta doctrina. Los moluscos testá-ceos de todas especies, fueron considerados comosin ascendencia paterna. Las anguilas se siipusoqueprovenian del cieno del Mío. Las orugas eranun producto espontáneo de las hojas de que sealimentaban, mientras que los insectos alados, lasserpientes, los ratones y las ratas eran capaces denacer sin necesidad del contacto sexual.

La fuente más abundante de estos seres sin an-tepasados era la carne en putrefacción, teniendoque admitir, á falta de las pruebas debidas á inves-tigaciones más profundas, la couelusion de que la

TOMO XI.

carne posee y ejercita este poder generador. Ee-cordaré que cuando era niño de unos diez ó doceaños, al ver dividir un pedazo de carne que no ha- j|tbia sido bien salado y salir una multitud de gu-sanos, deduje, ain dudar un instante, que estosgusanos se habían creado espontáneamente en ln.carne. No tenia noción alguna que pudiese poneren duda ó contradecir esta deducion, quedandoésta en aquel tiempo como irrefutable. La niñezdel hombre es el tipo de la de la raza humana, nosiendo extraño, por lo tanto, que la creencia antesdicha fuese la del mundo cerca de doscientosañoa.

Al examen de esta materia ae dedicó en 1668 elfamoso Francisco Redi, médico de los grandesduques de Toseana, Fernando II y "Co3me III.Había visto los gusanos de la carne en putrefac-ción, y reflexionó acarea de su posible origen.Msa no se contentó con solo reflexionar, ni conlas teorías ó hipótesis de sus predecesores, funda-das en sus imperfectos experimentos: observandola carne desde su estado fresco al de descomposi-ción, notó infinidad de moscas revoloteando al-rededor de ella antes de aparecer los gusanos, yaún parándose á vecea en su masa. Los gusanos,pensó, pueden ser la progenie medio desenvueltade estas moscas.

La sospecha inductiva precede siempre al ex-perimento con que, no obstante, ha de probarse.Redi sabia esto y obró, por lo tanto, según esteconSckniento. Colocando carne fresca en un jarroy cubriendo la boca con papel, se encontró que, ápesar de que la carne se corrompía de la maneraordinaria, nunca daba señales de gusanos, mien-tras que la misma carne expuesta al aire librebien pronto se plagaba de estos organismos. Sus*-tituyó, entonces, en vez del papel una gasa por laque podia escaparse el olor de la carne. Por enci-ma de la gasa volaban las moscas y en ella depo-sitaban sus huevos, pero siendo las mallas bas-tante finas para que los huevos no pudieran caeren la carne, no se enjendró ningún gusano enesta; por el contrario, aparecieron en la gasa. Pormedio de una serie de experimentos de esta clase,Redi destruyó la creencia de la generación espióntánea de los gusanos en la carne, y, sin duda tmm-bien, otras muchas preocupaciones que se relacio-naban con esa creencia.

Pero la invención y perfeccionamiento del mis-croscópio, aunque dieron el golpe de gracia á mu-

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cho de lo que se habia escrito anteriormente yaún ereido acarea de la generación espontánea,mostraron también á la investigación un mundo devida formado por síres tan diminutos, y, segúnparecía, tan próximos á las últimas partículas dela materia, que hicieron pansar en el fácil pasodel átomo al organismo. Las infusiones animalesy vegetales expuestas al aire libra, se las encontréllenas y rodeadas de sére3 muy distantes del al-cance de la simple vista, pero claros y percepti-bles al ojo auxiliado del microscopio. Refirién-dose á su origen, se llamó á estos animales infu-sorios. Las lagunas más infectas estaban pobladasde ellos, y la sencilla difioultad de atribuir á serestan diminutos un origen espontáneo, como porgerminación en las agua3, dio la condición necesa-ria para que se volviesen presentar en juago lanoción de la generación espontánea'© heterogénea.

Bien pronto se dividió el campo científico endos bandos hostiles, pudiendo nosotros sólo alu-dir ligeramente á los jefes de cada uno de e'los.En un lado tenemos á Buffon y Needham, el pri-mero enseñando sus moléculas orgánicas, y el se-gundo admitiendo la existencia de una fuerza ve-getativa especial que juntaba unas con otras lasmoléculas hasta formar los sores vivientes. En elotro bando tenemos al famoso abate Lázaro Spa-ílanzani, que en 1777" publicó sus investigacionescontrarias á las de Needham en 1743 y consiguiópor métodos muy precisos el echar por tierra lasconvicciones que se fundaban en los trabajos desu predecesor. Llenando sus f rasco,s con infusio-nes orgánicas, les cerraba el cuello con el soplete,los sujetaba en este estado al calor del agua hir-viendo, y después las exponía á temparaturas fa-vorables al desarrollo de la vida. Las infusionescontinuaban inalterables durante meses, y cuandose abrían después los fraseos, no se encontraba ras-tro alguno de sárs vivoes en ellas.

Aquí debo trastornar algo mi método para de-cir que el éxito de los ensayos de Spallanzani depen-dió por completo de las condiciones del sitio don-de trabajaba. El aire que le rodeaba debia estarcompletamente libre de los gérmenes más resis-tentes, pues de otro modo por el procedimiento quesiguió, le hu'ieran indudablemente resultado sé-res vivos como lo probó después Wyman. Mas nopor esto es menos valiosa su refutación de la doc-trina de la generación espontánea; ni tampoco haquedado destruida por el hecho de haber otros en-contrado seres vivos allí donde él no los halló. Larefutación más bien ha quedado probada con es-tas diferencias. -Dados dos experimentos hechoscon igual-habilidad y oon el mismo cuidado, ope-rando en sitios dif erentas con las mismas infusio-nes, de idéntica manera y resultando de uno que

se obtienen sóces vivos, mientras qua del otro no;la ausencia en un caso, prueba á todas luces quealgún ingrediente extraño á la infusión debe ha-ber sido la causa del resultado producido en elotro.

Las botellas cerradas de Spallanzani conteníanmuy poca cantidad de aire, y como luego se pro-bó que el oxígeno era completamente indispensa-ble para la existencia déla vida, se pansó que la au-sencia de ésta, observada por aquel, sa podia deberá la ausencia del gas vital. Para disipar esta duda,Schulze, en IW>, medio llenó un frasco con aguadestilada á la que habia añadido materia animaly vegetal. Hirviendo primeramente la infusiónpara destruir los organismos que tuviera, Schulze,introducía diariamente aire en el frasco, hacién-dole pasar por una serie de matracas llenas de áci-do sulfúrico concentrado, en el que se suponía que-darían destruidos todos" los gérmenes de vida quoexistieran en el aire. Desde Mayo á Agosto se con-tinuó este experimento sin que se desarrollase elmás miimeioso sár vivo, infusorio.

También aquí, se debió el éxito de Schulza áestar trabajando en una atmósfera relativamentepura, poro aun en ella su exporimento dá pocasvece3 resultados. Lo; gérmenes pasan sin mojarsey sin destruirse por. msdio del ácido sulfúrico, áno ser que se ponga el mayor cuidado en detener^los. Yo, varias veces, al ensayar el experimento deSchulze no ha obtenido el éxito que me esperabay á otros muchos les ha sucedido lo mismo. Elaire pasa en burbujas, por entre los matraces, ypara hacer que el experimento sea seguro, es nece-sario que su paso sea tan lento que haga que to-das las materias que en él exista^ aun el centrode cada burbuja, toquen en el líquido que las ro-dea. Si se observa esta precaución, será tan buenapara el efeoto4 el agua como el ácido sulfúrico.Con el auxilio de una bomba, coloeada en • unaatmósfera sumamente infestada, he introducidoaire de ese modo durante semanas enteras por ma-traces con agua, y después, por vasos que teníaninfusioues orgánicas, sin que apareciesen seres vi-vos. No se aniquilaron los gérmenes, pero se le«interceptó, evitando de esa modo la objeción deque se habia alterado el aire al ponerle en contac-to con una mataría tan f uartements corrosiva.

La pe ,ueña memoria de Schubre, publicada enlos Anales de Poggendoií del año de 1333, fue se-guida por otra breve y sustanciosa comunicaciónde Sehwann en 1837. Como hemos visto, Rediatribuía los gusanos de la carne corrompida á loahuevos de las moscas; pero no sabia, ni podia sa-ber, el significado en ai déla putrefacción. No te-nia los medios instrumentales necesarios para lle-gar á conocer que ella era también un fenómeno

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relacionado con el desarrollo de los seres vivos.Esto fue lo que se probó por vez primera en la co-municación á qua acabo de referirme. Schwanncolocó primeramente carne en un frasco lleno, enuna tercera parte de agua, que esterilizó, por de-cirlo así, previamente por medio de la cocción, ydespués, llenó el frasco durante mese9 con aireenrrarecido. Durante todo este tiempo, no apa-reció ningún moho, ni infusorio, ni putrefacción;la carne p ermaneció sin alteración alguna, y ellíquido tan claro como si se le acabase de her-vir. Después varió Schwann su argumentaciónexperimental sin alterar el resultado. De aquídedujo que la putrefacción es debida á la des-composición de la materia orgánica, á conse-cuencia de la multiplicación en su interior de in-finidad de organismos. Estos provenian, no delaire, sino de algo que existia en éste, que se des-truia por medio de una temperatura suficiente-mente elevada. No ha habido ningún oponente ála doctrina de la generación espontánea comoSehwann, aunque se ha pretendido recientemente,hace año y medio colocarle, y otros tan opuestoscomo él, en el bando délos partidarios de estaopinión.

El carácter físico del agente que produce la pu-trefacción, nos lo mostró, más adelante, Helmholtzen 1843. Por medio de una membrana separó unlíquido'capaz de putrefacción, pero esterilizado, deuno que no lo estaba. La infusión primera perma-neció intacta, y por tanto no era el líquido de lamasa en putrefacción lo que ocasionaba esta, pues-to que podian mezclarse libremente á través de lamembrana, sino algo contenido en el líquido y quela membrana retenia. En 1854 Schroeder y VonDusch se ocuparon en estas investigaciones, sien-do seguidas más tarde por Sehroeder solo. Estehábil práctico empleó tapones'de algodón en ramapara filtrar el aire que introducia en sus inf usio-nas. Alimentados con aire en tales condiciones lamayorparte délos líquidos que podian ¡corromperse,permanecieron en su estado fresco después de her-virles. Sólo la leche formaba una notable exep-cion á esta regla general. Entraba en putrefaccióndespués de hervida, aun cuando se la rodease conaire cuidadosamenre filtrado. Estas investigacio-nes de Sehrceder nos traen ya al año de 1859.

Con esta fecha se publicó un libro que pareciadestruir algunos de los hechos más probados delos investigadores pasados. Se. titulaba Heteroge-nia, siendo su autor F. A. Pouchet, director delMuseo de Historia Natural de Kouen. Apasiona-do, laborioso, lleno no sólo de celo científico, sinotambién de celo metafísico, puso toda su energíaal servicio de estas investigaciones. Nunca huboasunto alguno que exigiese el empleo de la fria

facultad de la critica como éste: estudio tranquilode los fenómenos de lo desconocido, cuidado enlas preparaciones de los experimentos, cuidadocon su ejecución, hábiles variaciones de las condi-ciones é incesante examen de los resultados hastaque la sucesiva repetición del experimento pusie-sen el éxito fuera de toda duda. Para un hombrede las condiciones de Pouehet, el asunto estaballeno de peligros; peligros que no se disminuíanpor el medio teórico que empleaba. Esto mismo serevela claramente por las palabras con que co-mienza su prefacio: "Cuando por medio de la me-ditación me fue evidente que la generación espon-tánea era aún uno de los medios de que se valia lanaturaleza para la reproducción de los seres, medediqué á descubrir por qué procedimientos sepodria llegar á poner en evidencia este fenómeno. •<Es inútil que advirtamos que una proposición daesa especie necesitaba un poderoso freno. Pouehetrepitió los experimentos de Schulze y Schwancon resultados diametralmente opuestos á los deéstos. Amontonó experimento sobre experimento,argumento sobre argumento, despreciando con elsarcasmo del abogado la lógica del hombre deciencia. Teniendo presente la multitud que se Te-queria para producir los resultados observados,ridiculizaba la presunción de los gérmenes atmos-féricos. Este era uno de sus puntos más fuertes:"Si los proto-organismos que vemos pulular portodos lados y en todas partes, tuviesen sus gérme-nes diseminados en la atmósfera, en la proporciónmatemática necesaria , quedaría completamenteoscurecido el aire, porque debían estar mucho másapretados que los glóbulos de agua que constitu-yen nuestras espesas nubes, n Volviendo sobre estemismo asunto, exclama: "El aire en que vivimos

I tendría casi lfi densidad del hierro, n Amenudo se .I encuentra un ataque virulento envuelto en un con-] sejo amistoso, y este valor en sus aserciones y ar-

gumentos le hacia que influyese en todas aquellasinteligencias que más bien se dejan dominar porla autoridad que por la ciencia. Si hubiera sabidoPouehet que el "etéreo azul de las nubesn se formade partículas esparcidas por medio de las quepasa libremente el sol, no se hubiera atrevido áexponerse en esta clase de argumentaciones*

Las investigaciones de Pouchet sobre este asun-to dieron más fuerza á las convicciones con quehabia comenzado, y al fin lo llevaron á una fe ciegaen ellas. No pongo en duda su habilidad; pero estainvestigación necesitaba un experimentador ínásdisciplinado. Esto no quiere decir que se requi*-riese más habilidad para mirar á los objetos <qubla naturaleza nos presente á nuestra investiga-ción, sino para obligarla á mostrarse bajo las con-diciones que el experimentador desea. En este

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punto le faltó á Pouchet el método. No obstante,el empuje con que produjo sus afirmaciones á su sa-lida, levantaron multitud de dudas que por algúntiempo oscurecieron por completo todo el campode las investigaciones. Tan difícil parecia al asun-to este y tan incapaz de ser resuelto definitiva-vente, que cuando hizo notoria Pasteur su intan-cion de consagrarse á él, sus amigos, Biot y Du-mas, le manifestaron su pena, rogándole encareci-damente que pusiese limite al tiempo que pensa-ba emplear en un asunto al parecer tan inútil (1).

La posición más fuerte de Pasteur, aunque hasido varias veces asaltada, no se ha llegado toda-vía á destruirla. Al contrario, ha sido reforzadapor los experimentos prácticos más recientes. Haaplicado sus conocimientos á la preservación delvino y de la cerveza, á la fabricación del vina-gre, á la destrucción de la plaga que amenaza aca-bar con la industria de la seda en Francia, y alexamen de otr»3 muchas enfermedades terriblesque afligen á los animales de un rango superior,incluso el hombre. Sus relaciones con las mejorasque el profesor Lister ha i troducido en la.ciru-jía, se ven claramente en una carta inserta en susEtwles suf la Biere (2). El profesor Lister da enella las gracias á Pasteur por haberle suministra-do el único principio que pudo conducir á felizéxito el sistema antiséptico. La estructura acercade defectos en el raciocinio de Pasteur, á que es-tamoa acostumbrados desde hace poco tiempo di-chas con un tono de arrogante deapreeio; allídonde sumisos discípulos tienen su inteligenciaen el debido estado, arrojan abundante luz sobresu autor, pero no sobre Pasteur.

Redi, como hemos visto, probó que los gusanosde la carne corrompida provenían de los huevos delas moscas. Schwann demostró que la putrefacciónmisma provenia de unas formas de seres vivos mu-cho más pequeños que los que trató Redi. Ahorabien, nuestros conocimient s en este asunto, comoen otros muchos relativos á esta materia, se han ex-tendido considerablemente gracias al profesorCohn, de Breslau. "No puede ocurrir putrefac-ción alguna, dice, en una sustancia nitrogenada,si se destruyen sus bacterias y se evitan que en-tren otras nuevas. La putrefacción comienza tanpronto como las bacterias, por muy corto que seasu número, entran, ya accidentalmente, ya de iu-

(1) "Je ne consillerais ápersonne, dec'a Dumas á suya afamado discípulo, de rester trop long temps dans celujet." Anales de quimica y de finca. 3862, volumenLX1V, pág. 22. Desde esta época el ilustra Secretarioperpetuo de la Academia de Ciencias ha tenido motl»vos sobrados para arrepentirse de su consejo-

(2) Página 43. «•

tentó. Todos los medios bactericidas, son, por tanto,anti-sépticos y desinfectantes (1). Estos organis-mos, obrando sobre las heridas y los abscesos eranlos que convertian nuestros hospitales, tan'comun-mente, en una carnicería, y al lograr su destruc-ción por los medios anti-sópticos, se pueden ahorahacer, sin peligro, operaciones que ningún ciruja-no se hubiera atrevido á llevar á cabo hace pocotiempo. Las ventajas son inmensas, no sólo parael cirujano que opera, sino para el paciente opera-do. Cotéjese la ansiedad que se sentía al no estarnunca seguro de que la más brillante operación nose volviese fatal por la aproximación de partícu-las de ese polvo invisible de los hospitales, con latranquilidad que dá el saber que todo el poder da-ñino de esos átomos de polvo, ha sido aniquiladocon seguridad y certeza.

Pero la acción del contagio vivo so extiende másallá de los limites de la cirujía. El poder de re-producirse y la multiplicarse indefinidamenteque caracteriza á los seres vivos, unido al hechoindudable del contagio, ha dado fuerza y consis-tencia á una opinión existente durante largo tiem-po en la inteligencia de los hombres pensadores:qua las enfermedades epidémicas coinciden conel desarrollo de la vida parasitaria. Comienzaahora á mostrársenos débilmente un grande y .destructor laboratorio de la Naturaleza, en el quelas enfermedades más terribles á la vida animal, ylos cambios á los qua está pasivamenee sujeta lamateria orgánica muerta, se nos presentan ligadospor lo qua al monos, podríamos llamar una grananalogía de eausalidadn (2). Según esta opinión,que, como hemos dicho anteriormente, está cadadia ganando más terreno, se puede definir una en-fermedad contagiosa como un conflicto entre lapersona herida por ella y uu organismo específicoque se multiplica á sus espensas, apropiándose suaire y humedad, desintegrando sus tejidos ó en-

(1) EQ la última de sus excelentes Memorias se ex-presa Cohn de la siguiente manera: " Wer noch heut díeJüalilniss von einer spontanen Dissociation der Protein*mocule, oder von einem unoganisirten Ferment ableitét,oder gar aas "Stickstof/iplilternn die Balicen zur Stutreseiner Mdulnüstheorie zu zimmern versucht, hat zuerztden Satz "keine Bdulnis» ohne Buclerium Terino» ztiWirderlegen.n—"Quien hoy todavía presuma que laputrefacción deriva ya de una disolución espontáneade las moléculas de pocteiaa, ya del influjo da un fer-mento inorganizado, ó pretenda hallar en la pulveriza-ción del nitrógeno apoyo para BU teoría de la putrefaccion, necesita contradecir aate todo la afirmación deque "no hay putrefacción sin Bacterium Termo." (T.)

(2) Memoria del Medícale oficisr del Privy Coiiucil,1874, pág. 5. .

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venenándola á consecuencia de las descomposicio-nes provocadas por su desarrollo.

Durante los diez años trascurridos desde 1859á 1869, ocuparon toda mi atención los experimen-tos acerca del calor radiante en sus relaciones conla forma gaseosa de la materia. Cuando experi-mentaba sobre el aire, tenia que limpiarlo resuel-tamente de toda materia que flotase en él, y alhacerlo me sorprendía al notar que, siguiendo elmétodo ordinario de trasvasar estas materias, pa-saban libremente por medio de los álcalis, ácidos,alcoholes y éteres. Haciendo sensible el ojo pormedio de la oscuridad, hallé que el medio másefectivo para encontrar cualquiera materia exis-tente, tanto en el aire como en el agua, era dejarpasar un rayo de luz. Este medio es mucho másseguro y más poderoso que el que nos puede su.ministrar el microscopio más fuerte. Con ayudade ese rayo de luz examinó el aire filtrado poralgodón en rama, aire que se habia conservadolargo tiempo sin agitarlo, para obligar á la mate-ria flotante á depositarse, aire calcinado y airefiltrado por las células más profundas del pulmónhumano. En todos los casos fue evidente la cor-respondencia entre mis experimentos y los deSchroeder, Pasteur y Lister con relación á la gene-ración espontánea. El aire, que ellos encontraronque era estéril, se probó por medio del rayo lumi-noso ser ópticamonte puro, y, por lo tanto, singérmenes. Habiendo trabajado en este asunto porambos medios de la experiencia y la reflexión, enla noche del viernes 21 de Enero de 1870, lo llevédelante de los miembros de la Boyal Institulion.A los dos ó tres meses después, por suficientes mo-tivos prácticos, me aventuré á llamar la atenciónpública sobre este asunto en una carta al Tines.Esta fue mi primera relación con tan importanteasunto.

Esta carta, creo, motivó el que se diese á co-nocer por primara vez, públicamente, el doctorBastían sobre este particular. Me hizo el honor deinformarme, como otros habian informado á Pas-teur, que el asunto correspondía por completo albiologista y al médico. Estaba asombrado de mi ra-ciocinio, y me advirtió que antes que se pudiesedeshacer lo hecho por mi, se habrían producidomuchísimos é irreparables daños.

Con muchos menos experimentos preliminaresque sirvieran para guiarse y aconsejarlo, el doctor -Bastían era aun más atrevido que Pouchet ensus ensayos, y más aventurado' en sus conclusio-nes. Con infusiones orgánicas obtuvo los mismosresultados que su célebre predecesor; pero aúnfue más allá: los átomos y las moléculas de lí-quidos inorgánicos pasaban bajo sus manipula-ciones á esos compuestos químicos más complejos

que honramos con el nombre de organismos Vi-vos (l). Durante cinco años próximamente, el doc-tor Bastían ha estado trabajando el campo, sin quele pusiese yo el menor impedimento, y ahora quepuedo mirar su obra me veo obligado á manifes-tar que ha sido un trabajo*asombroso. Ante el pú-blico que toma algún interés en estos asuntos, ytambién, en apariencia, ante la clase médica, logróciertamente volver el asunto á un estado de dudaparecido al que siguió á la publicación de la obrade Pouehet en 1859.

Es de desear que cese esta incertidumbre en laopinión pública, y sobre todo, importa, por razo-nes prácticas, que sedestierre de la mente de laspersonas que se dedican á la medicina. En el pré-sente articulo, por lo tanto, me propongo- discutifesta materia, cara á cara, con un eminente y re-flexivo miembro de la carrera de medicina, el que,en lo referente á generación espontánea, sostieneideas contrarias á las mias. Me seria muy fácilnombrarlo, pero quizá sea mejor que quede ocul-to. De aquí que me prometo el llamar á mi co-investigador sólo mi amigo. Con él á mi lado con-duciré la discusión lo mejor que me sea posibla,para que á quien aquel se dirige pueda leer y elque lea entender.

Comencemos con el principio. Suplico á miamigo que entre en el laboratorio de la Royal ins-tiluíion, donde coloco delante de él una vasija conrajas delgadas de nabo, cubiertas solamente conagua destilada á lina temperatura de 120° Fahr.Después de cuatro ó cinco horas sacamos el líqui-do, le hervimos, le filtramos y obtenemos una in-fusión tan clara como agua potable filtrada. En-friamos la infusión, probamos su gravedad espe-cífica y encontramos ser de 1.006, ó más alta, sien-"do la^del agua de 1.000. Tenemos delante varias,pequeñas y limpias retortas, cuyo cuerpo formaun cilindro alargado y remata en cono por su basesuperior, para constituir el cuello, que se doblaen ángulo muy agudo y se prolonga adelgazándosemucho. Calentamos una de ellas ligeramente conuna lámpara de espíritu de vino, se mete su ex-tremo en la infusión de nabo. Enfriamos luego elvidrio calentado, el aire dentro de la retorta se en-fria y á su contracción sigue la entrada de la infu-sión por el cuello del matraz.

De este modo conseguimos una pequeña cantidadde líquido dentro de la retorta. Calentamos este

(1) "Se admite Además que las bacterias ú organis»moa afines, están dispuestos á engendrarse como pro-ductos c. rrelativoa, viniendo á la vida en las diferentegífermentaciones tan independientemente como otrosaonipueBtos Químicos menos coujplejos." Bastían.—Truvs. of Patltological Society, vol. XXVI, pág. 258.,

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líquido cuidadosamente. Se produce vapor que salecomo el aire arrastrando tras de si el existente enla retorta. Después de dejarle hervir durante al-gunos segundos, se vuelve á introducir la boca delmatraz en la infusión; el vapor se condensa dentro,entra el líquido á ocupar el vacío, y de este modollenamos nuestra retortita hasta las cuatro quintaspartes de su volumen. Esta descripción es típica,y podemos llenar de ese modo cientos de retortascon cien diferentes elases de infusiones.

Ahora le pido á mi amigo que note una cubetahecha de cobre en lámina, con dos filas de pequeñosmecheros de Bunsen debajo de ella. Esta cubeta óbaño está casi llena de aceite, y un pedazo delgadode tabla le sirve de tapa. Esta se halla perforada conagujeros circulares bastante grandes para permitirá nuestras pequeñas retortas que pasen y se intro-duzcan en el aceite, que ha sido calentado á unatemperatura como de 250° Fahr. Kodeada hacia to-dosi lados¡por el aceite caliente, la infusión hierve,pues su punto de ebullición no excede mucho de212° Fahr. El vapor sale por la boca]de la retorta,prosiguiendo la ebullición durante cinco minutos.Gon un par de tenacillas de latón, un ayudantecoje el cuello cerca de su unión con la retorta, ysaca ésta última, parcialmente, fuera del aceite. Nocesa de salir el vapor, pero ha disminuido su vio-lencia. Con un segundo par de tenacillas se agarrael cuello de la retorta muy cerca de su terminaciónlibre, mientras que con la otra mano se coloca de-bajo una llama de Bunsen ó una ordinaria de es-píritu de vino. El vidrio se enrojece, blanquea, sefunde, y como se le ha ido estirando lentamente,disminuye el diámetro hasta que se cierra comple-tamente la abertura. Se retiran las tenacillas conel fragmento de cuello separado, y se separan delbaño de aceite las retortas hermética y perfecta-mente cerradas con su contenido, que ha disminui-do por la evaporación.

JOHN TYNDALI.

Traducción del inglés por V. I.

(Concluirá.)

TEORÍA DEL VALOR.*

CRÍTICA DE T.AS OPINIONES EMITIDAS POR ALGUNOS

ECONOMISTAS.

(Conclusión.)

V

Smith, á pesar de seguir en gran parte á losfisiócratas, y más particularmente á Turgot, supoevitar los tenebrosos senderos del misticismo, enI03 cuales, debido al ardor de los primeros pasosdados en la science nouvelle, se habían extraviadolo» más calurosos adeptos del doctor Quesnay. Enlo que concierne al valor, por lo menos, se limitaá indicar sólo su manifestación pura y simplemen-te, como lo habia hecho Turgot'en sus Reflexio-nes sobre la formación y distribución de las riquezas;sin embargo, somos de parecer que no ha conocidomejor que aquel la naturaleza esencial [del valor,puesto que le considera también como una calidadá la cual se puede aplicar la medida.

"Se trata, dice, de examinar cuáles son las reglas"que los hombres observan naturalmente al cam-"biar una mercancía por otra, ó por dinero. Estas"reglas determinan lo que se puede llamar el valor"relativo ó cambiable de las mercancías. Es preciso"observar que la palabra valor tiene dos signifioa-"dos diferentes; una3 veces significa la utilidad"de un objeto particular, y otras la facultad que"dá la posesión de ese objeto de comprar con el"otro. Se puede llamar al primero valor en uso, y al"segundo valar en cambio. Hay cosas que tienen"mucho valor en, uso y muy poco en cambio, y vice-versa. Nada hay más útil que el agua; pero poco"ó nada se podría comprar con ella: lo contrario"sucede con un diamante. Para aclarar los princi-"pios que determinan el valor en cambio, establece-r é : 1." Cuál es la verdadera medida de ose valor,"ó en qué consiste el precio real de las mercancías:"2.° Cuáles son las partes integrantes y diferentes"que componen -el precio real; y 3.° Cuáles son las"diferentes circunstancias que, ya elevan alguna ó"la totalidad de aquellas partes del precio por en-"cima de su tasa natural ú ordinaria, ya la bajan"de esa tasa; ó bien, cuáles son las causas que im

Véase el número anterior, página 105.

N,° 206 X...—TEORÍA DEL VALOR. 135"piden que el precio del mercado, es d^cir, el precio"actual de la mercancía, no coincida exactamente

. "con el que se puede llamar precio natural. No"dejaré de trabar estos tres puntos con toda la ex-" tensión y claridad posibles en los tres capítulos"siguientes, para lo cual pido con encarecimiento"paciencia y atención al lector; la paciencia"para seguirme en detalles que algunas veces pa-decerán enojosos; y la atención para comprender"lo que quizá le parezca algo oscuro á pesar de todos"los esfuerzos que yo haga para ser entendido. Cor-"reré con gusto el peligro de extenderme demasia-"do á fin de presentarme con mayor claridad; y,"después de haberme tomado todo el cuidado de"que soy capaz para explicar una materia que, por"su naturaleza, es tan abstracta, no estaró aiin se-"guro de haber dejado algo en la oscuridad, n Rique-za de las naciones, libro 1.°, cap. 4.°

Esta transcrip&ou podemos considerarla comoel resumen de cuanto dice Adam Srnith respecto ála definición del valor. Vemos en ella, en primerlugar, la idea de un valor absoluto, puesto que loque él llama valor cambiable, lo llama también va-lor relativo. Vemos, en segundo lugar, que Smithno tiene una noción clara del verdadero, del únicovalor que la ciencia debe considerar, cuando se pro-pone la distribución de la riqueza, puesto que daá la palabra valor dos significaciones; una quecorresponde, sin duda alguna, á la utilidad, yotra al valor mismo, llamándole valeur enécliange.Vemos, en tercer lugar, que encuentra en el valor(aunque no nos dice cuál sea, ni en que se la puedacaractizar), una calidad ó propiedad conmensura-ble; vemos, en fin, las palabras valor y precioempleadas indiferentemente para significar una.misma cosa. Además de todo esto, y del modocon que concluya la transcripción, séauos permiti-do inferir que el autor de la Richesse des nations3io tiene verdadera f ó en la teoría que nos pre-senta.

Smith ve perfectamente que el valor ó el preciode una mercancía se expresa por una cantidad deotra; y que, en general, se expresa en cantidad deotra mercancía particular, que desempeña la fun-ción de moneda; pero, preocupado con las ideas do-minantes del valor calidad y de la medida del va-lor, no llega á percibir eso sino por una vía tor-tuosa, y después de vanos esfuerzos por ponerlo deacuerdo con sus ideas preconcebidas.

"Un individuo es rico ó pobre, dice, en propor-ción á los medios que posee de satisfacer sus ne-cesidades, sus comodidades y lo demás que hace"agradable la vida; pero desde que se reconoció la"ventaja de la división del trabajo, no hay sino"una parte muy pequeña de todas esas cosas que"podamos obtener por nuestro propio trabajo; con

"el trabajo de otros, pues, debemos atender á cas-"todos esos goces; así que el individuo será rico"ó pobre, sugun la cantidad de trabajo que pueda"demandar ó comprar. Por consiguiente, el valor"de una cosa cualquiera ha de ser necesariamente"igual al de la cantidad de trabajo que con ella se"pueda demandar ó compar. El trabajo es, pues,"la medida real del valor cambiable de todas las"mercancías. El precio real de cada cosa, lo que"cada cosa cuesta al que quiere obtenerla, es el"trabajo y la pena que debe imponerse para po-seerla. Lo que cada cosa vale realmente para el"que la ha adquirido, y trata de hacer uso de ella"ó cambiarla, es la pena ó el embarazo qtie la po"sesión de ella puede ahorrarle, y que le permite"imponer á los que la quieran. Lo que se adquie-r e por dinero ó por otra wsa, es comprado por"trabajo, de la misma manera que lo que adquirí -"nios por el sudor de nuestro rostro. Ese dinero,"ó esas mercancías nos ahorran de hecho la fatiga:"contienen el valor de cierta cantidad de trabajo"igual á la que suponemos contiene lo que se nos"da por ello. El trabajo ha sido, pues, el primer"precio, la moneda pagada por la compra primiti-"va de todas las cosas. No ha sido con el oro ni"con la plata, sino con el trabajo, con lo que se han"comprado originariamente todas las riquezas del"mundo, y su valor para los que 1 as poseían y que-"rian cambiarlas por otras producciones, era pre-cisamente igual á la cantidad de trabajo que con"ellas se podia demandar ó comprar.n Cap. 5."

Si Adam Smith quiso establecer sólo que co-munmenta toda riqueza procede del trabajo, y quecomunmente también las mercancías diferentes secambien por cantidades aproximadamente propor-cionales al trabajo que han costado respectiva-mente, convendremos en ello: pero si pretende 'denüsstrar, como parece ser su intención, que elvalor se mide, y que el trabajo es un instrumentode medida, un tipo, creemos que se extravía, y loprobaremos con sus afirmaciones.

..En efecto: aunque el trabajo, dice, sea lame-"dida real del valor cambiable de todas las mer-"cancías, no se aprecia comunmente por el traba-"jo ese valor, porque es muy difícil fijar la propor-ción entre dos cantidades de trabajo diferente."Esta proporción no siempre puede determinarse"tan sólo por el tiempo empleado en diferentes"trabajos. Es preciso tener en cuenta los diferen-"tes grados de fatiga sufridos y la mayor ó menor"habilidad que se ha desplegado. Puede ser may<or"el trabajo en una obra posible en una sola hora,"que en dos en otra menos posible, ó en una, apli-cada á un oficio, cuyo aprendizaje ha costado diiez"años, que en un mes de ocupación de género or-dinario, para el cual puede servir cualquierra;

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"así como no es fácil tampoco hallar una medida"exacta aplicable al trabajo manual corriente"comparado al talento. De hecho, siempre se tie-"ne en cuenta el trabajo cuando se cambian las"producciones de diferentes trabajos: pero locier-"to es qxie esa cuenta no se regula por ninguna ba-"lanza exacta, sino regateando el precio del mer-"cado, d'aprés celte grosse éqiiité qui, sans Hre"fort exacte, Vest bien assez pour le irain des"affaires communes de la vie.u Riqueza de las na-eiones, cap. 5.°.

Hé ahí la pretendida medición del valor, pormedio del trabajo, como queria Smith, declaradaimposible, impracticable por el mismo Smith, ye o cuando acababa de exponer la teoría contra-ria. A semejantes inadvertencias conducen siem-pre las ideas preconcebidas, aunque se una á ellasla facultad más fecunda de observación y la ma-yor sinceridad en su aplicación. Veamos ahoracómo Smith expone pura y simplemente el hechode donde sale el valor:

nPor otra parte, dice, cada mercancía es cam-"biada con más frecuencia, y por consiguiente"comparada, eon otras mercancías, que con el tra-"bajo; porque es más natural estimar su valor"cambiable por la cantidad de cualquiera otra"mercancía, que por la de trabajo que con ella se"podria comprar; de suerte que la mayoría delpue-"ílo entiende mejor lo que se quiere decir por tal"cantidad de cierta mercancía, que por tal eanti-"dad de trabajo. La primera es un objeto palpa-"ble; la segunda es vina noción abstracta que se"puede comprender, pero que no es tan común ni"tan evidente.n Cap. 5.°

La mayoría del pueblo tiene razón, y la cienciacarecería de ella si no le imitase en este caso; porque no es el trabajo lo que se cambia y se consu-me, bien que las cosas que se cambien y se consu-man hayan costado trabajo generalmente; y e3muy natural que en la comparación que se hace deellas, con motivo del cambio para determinar suvalor, sean esas cosas las que se consideran, y noel trabajo quo han costado, teniendo, sin embargoesto en cuenta. Si fuera de otro modo, se veriandos productos idénticos, en un mismo instante yen un mismo mercado, con dos valores corrientes;puesto, que, en la mayor parte de los casos no ha-brán costado la misma cantidad de trabajo.

"Pero, al paso que los cambios se han hecho en"menor número directamente, y que la moneda se"ha ido contituyendo en instrumento general del"comercio, cada mercancía particular se cambia"más veces por moneda que por cualquier otra"mercancía. El carnicero no lleva su vaca ó su"carnero al panadero ó al cervezero para cambiarlo"por cerveza, sino al mercado, donde lo cambia por

"moneda, y después va con el dinero á comprar él"pan, ó la cerveza, ó ambas cosas. La cantidad de"moneda que obtiene por su carne, determina la"cantidad de pan ó de cerveza que con ella podrá"comprar. Es, pues, más claro y más sencillo para"el carnicero estimar el valor de su carne por la"cantidad de moneda, que es la mercancía por la"cual hace su cambio inmediatamente, que por la"cantidad de pan ó de cerveza, que son mercan-"cias por las cualeá no quiere cambiar, sino por"el intermedio de otra mercancía; asi que es más"natural que él diga que la libra de carne vale tan-" to (eli moneda) la libra, que no qne vale tantas li-"bras de pan, ó tantas medidas de cerveza. Y de ahí"viene que en general se aprecie el valor cambia-"ble de cada mercancía en cantidad monetaria, y"no en cantidad de trabajo, ó de cualquiera otra"mercancía que. se pudiera obtener en cambio."

Esto, en verdad, deja la razón satisfecha com-pletamente, dígase cuanta se quiera de la conve -niencia ó de la necesidad de distinguir el precio •del valor; y la deja, en efecto, satisfecha, porquees la expresión pura y simple del hecho observa-do sin espíritu de escuela ni ideas preconcebidasá este respecto.

VI

El oxp. 2.° de los Principios de Economía Políti-ca, por Malbhus, tiene por título: De la naturaleza,de las causas y de las medidas del valor. Vieneenseguida de este título general el de la sec-ción 1.a, así concebido: De las diferentes especiesde valor. Y después de haber manifestado de quémanera los metales preciosos han llegado á ser loque se llama medida del valor, añade.

"Desde el momento que han sido adoptadosi.como medida general del valor, han servido enn general como término de comparación de todos losndemás objetos. El valor nominal de una cosa esi.en realidad su valor comparado al de otro objetondetérminado; y, como los metales preciosos son,nen casi todos los casos, el objeto determinado, eliivalor nominal de una cosa, es en general, salvaii designación expresa, su valor en cambio con re-ulacion á los metales preciosos. Esta especie deH valor ha sido alguna vez designado con el nombrende precio, lo cual, propiamente hablando, consti-iifruye sólo otro término para expresar el valor no-nminal; y á este título podemos aplicarle á unancosa cualquiera y decir: el precio en trigo, ennpaño ó en cualquiera otro artículo, con el cualii queramos comparar otro objeto determinado, pero

N.° 206 X...—-TEOBIA DEL VALOR. 137

11 siempre que no se exprésela naturaleza de los"artículos, es preciso entender el valor de una cosa11 expresado en metales preciosos, ó en los agentesnen circulación en los diferentes países que los•.constituyen, ópretendenrepresentarlos.il Cap. 2.°,sección 1.a

Y termina la misma sección del modo siguiente:"1.° El valor en uso puede definirse: la utilidad in-trínseca de un objeto; 2.° El valor nominal dencambio ó precio, á menos que sea determinado unnobjeto especial, puede definirse: el valor de lasncosas estimadas en metales preciosos. 3.° El valornintrínseco de cambio pu*de definirse: el poder dencomprar lo que proviene de causas intrínsecas,nsin añadir nada al valor propio del objeto. Estandefinicion es enteramente equivalente á la eva-nluacion de un objeto por el deseo de poseerlo, ynía dificultad de procurarse su posesión, y convie-nne de igual modo con la definición del valor cam-Hibiable de un objeto, dada eu mi obra sobre las,* Definiciones en economía política, á saber, la eva-nluacion que se hace de una cosa en una época ynun sitio cualquiera, determinado en toda circuns-ntancia por el estado de la oferta y la demanda, yi, ordinariamente por los gastos elementales de lanproduccion.il

Nuestros comentarios anteriores nos dispensande toda observación sobre las citas, precedentes:diremos sólo que Malthus admite nada menos quetres especies de valores, cuando aún no se ha acer-tado á definir uno; que no distingue el valor delprecio; que habla de diversas medidas del valor,sin explicarnos, por supuesto, cómo se verificaninguna de ellas; cuya medida ó medidas de quetodos nos hablan sin darse á comprender por nadie.

Ricardo es otro de los economistas que no ne-cesita refutación, respecto ala cuestión que nosviene ocupando. Para él, valor no es otra cosa quela cantidad de trabajo necesaria á la producción deuna mercancía; sin embargo, también ea, según élmismo, la cantidad de cualquiera mercancía porla cual se cambia otra mercancía, como lo dice ex-presamente en el capitulo 1.° de sus Principios deEconomía Política y del Impuesto. Desde luego seve que esas dos definiciones son incompatibles;poro Ricardo no es muy escrupuloso en eso de con-tradicciones, y todo su empaño es probar que, sal-vo los casos en que el valor procede de la rareza,es siempre proporcional á la cantidad de trabajonecesario para la adquisición de las cosas á que serefiere. Medir el valor, como él dice, al empezar lasección sexta del mismo capittilo, teniendo encuenta los cambios que la aplicación del capitallleva al costo de producción, equivale á medir eltrabajo que cuestan las cosas; pero no distingue elprecio del valor. Por fin, el frecuente uso que hace

de la expresión valor relativo, deja suponer quepara él existe un valor absoluto.

Como todos los economistas que le han precedi-do, Say empieza el estudio de la Economía políti-ca con la idea preconcebida de que el valor es unacalidad ó propiedad. Esta idea le domina comple-tamente; y eso, hasta tal extremo, que ea fácilver, que todo lo que tienen de oscuro, de embara-zoso y de contradictorio sus disertaciones sobreesta espinosa materia del valor, y por consiguien-te, sobre distribución de la riqueza, proceden deese alucinamiento.

"El valor, dice, en Las consideraciones generales,"es una calidad puramente moral, qus parece depen-"der de la voluntad fugitiva y cambiable del hom*"bre. 2.* edición, pág. 9. No tendremos, dice más"abajo, sino una idea imperf ecta de la naturaleza"y del grandor de las riquezas, si tenemos solo"ideas confusas de lo que significa la palabra va~"lor. ¿Basta, para poseer grandes riquezas, evaluar"muy alto los bienes que poseemos? Tengo una"casa; si me place evaluarla en cien mil franeos,"¿consistirá por eso mi riqueza en cien mil fran-cos1?... Para que un valor sea una riqueza, espre-"ciso que sea un valor reconocido, no sólo par el"poseedor, sino por cualquiera otro. La señal evi-" dente de que el valor de una cosa es reconocidoi.y apreciado por los demás, consiste en que para"poseerla, se hallan dispuestos á dar otro valor en"cambio. La cantidad que se dá en cambio, com^"parada con la que se dá para adquirir cualquiera"otro objeto, establece entre los dos la relación"que existe entre sus valores... 1.a parte, cap. 2.*.

¿Puede ponerse de acuerdo esto, tan claro, tanpreciso, con la idea del valor -calidad^ ¿Puede po-nerse de acuerdo con la opinión profesada por elmismo Say, cuando dice que la utilidad es el ívm-^amento del valor? Creemos que no. J. B. Say seaproxima tanto en esa aserción & la verdad, segúnnosotros la comprendemos, que nos admira verlepersistir en opiniones que le ponen en contradic-ción consigo mismo; pensamos como él, cuando di-ce que el valor expresa las riquezas, y que evaluaruna casa equivale á medir la riqueza que represn-ta. Parece, es verdad, que confunde el valor conla riqueza al decir: para que un valor sea riqueza,etcétera; pero evidentemente obedece al mismopensamiento, dominado por la íntima solidaridadde las ideas que representan las dos palabras valory riqueza y las confunde. Pero, ¿cómo, repetire-mos, después de semejantes afirmaciones conservala idea de valor-calidad, de valor-canmensuirable,de valor-ntilidad%

"Relativamente al valor cambiable, die® Say,"debo hacer notar dos circunstancias... El valor"de una cosa es ws&cantidad positiva;pero molo es

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"sino por un instante dado. Su naturaleza es per-petuamente variable. Nada puede fijarla invaria-blemente, porque se halla fundada, como vere-"mos má9 adelante, sobre las necesidades y los me-"dios do producción, que varían cada minuto. La"segunda circunstancia relativa al valor es la im-"posibilidad de apreciar su grandor absoluto, pues"siempre es comparativo. Cuando digo: tal casa"vale 50.000 francos, afirmo que el valor de esa i"casa es igual al de 50.000 francos; pero, ¿cuál -es"el valor de osa suma1? No se puede decir que sea"un valor existente por sí mismo con abstracción" de toda comparación. El valor de un franco, de"cinco, de 50, se compone del de todos los objetos"que se pueden obtener por esas diferentes sumas."Si dándolas en cambio, se puede obtener mayor"cantidad de trigo, de azúcar, etc., valen más ro-gativamente á estas mercancías; si se obtiene mé-"nos, valdrán menos, porque el valor de una suma"de moneda, como todos los demás valores, se mi-"de por la cantidad de cosas que se piieden obte-"ner en cambio." ídem.

El valor, pues, de la moneda se mide como to-dos Lis demás, por la santidad de cosas que se pue-den obtener en cambio, es decir, que se mide elvalor, la calidad de una cosa, por la cantidad deotra.

Más aún; el valor, la calidad de una cosa,es una cantidad positiva de otra. ¡Imposible pare-ce quj un J. B. Say no haya percibido la incon-secuencia, por no calificarle de otro modo, en queincurría, al hacer residir la calidad de una cosaen la cantidad de otra! ¡Permitirse llamar valor áuna calidad y á una cantidad á la vez! No se pue-de atribuir nada de esto sino á la mala inteli-gencia de los términos que emplea, á los cualesacude habitualmente sin pensar en las disonan-cias que implican, teniendo sólo en mira el he-cho real que pretende explicar.

"Como sucede, dice, que para evaluar la riqueza"se designa siempre cierta cantidad de moneda!•'ídem.—Si Vauban hubiera resucitado... habría"probado fácilmente... que en aquel año había"una disminución positiva en la suma total de in-"gresos de la nación, disminución que, gracias al«método que hace del valor la medida de la riqueza,"podía ser apreciada 3n cifras. Esta teoría armo-"niza el principio que haee consistir las riquezas '"en los valores con el que las hace consistir en las"utilidades: es, pues, fundamental en Economía"política. No es posible, señores, en la evaluación"de las riquezas hacer abstracción del valor, con-tentándose con decir, como se hace todos los"días, que las verdaderas riquezas son las mercan-cías sin hablar de lo que han costado. Los que"prescinden de considerar el valor no evalúan na- i

"da, y por consiguienta no evalúan las riquezas."5.s parte, cap. IV.

De seguro que, á no ser por la idea preconcebi-da de valor calidad ó propiedad, J. B. Say no hu-biera dicho jamás que no se podían evaluar las ri-quezas, haciendo abstracción del valor, ni que se-parando la consideración del valor no se evalúanada. Pero, á parte de esta reflexión que le haceincurrir en semejantes extravíos, debemos recono-cer, en honra suya, que percibió el valor de dife-rente modo y, á nuestro juicio, mucho mejor quetodos los economistas que conocemos.

Veamos otro pasaje, en el cual esa percepción semuestra aun con más claridad, si esto es posible.Afirmando Quesnay que la riqueza reside en lascosas que tienen precio y no en el mismo precio,que no es sino la consecuencia de la riqueza, dice:

H Se hallan divididas las opiniones, respecto á la"naturaleza y medida de las riquezas: (medir las"riquezas y no el valor, hó ahí toda la verdad, á,"nuestro parecer) pero, las discusiones á que eso"ha dado lugar, han servido para aclarar muchas"cuestiones importantes y para echar por tierra"doctrinas de interés.H 9.aparte.

Después de semejante afirmación (la que hemossubrayado), no cabia dudar, si la medida quetodo valor implica, recaía sobre la riqueza, ó elvalor, ó sobre ambos á ¡a vez. Esto que parecedesprenderse del lenguaje de Say, no se le ocurrí-á él mismo, y continuó en la persuasión de que semide el valor, y que es una calidad, á pesar de lacontradicción en que se halla esa idea con las de-más que ella le inspira, entendiendo que la utili'dad constituye su fundamento.

"Sabemos por la simple observación de los he-"ehos, dice, al empezar su cap. 3.° de la 1.a parte,"que la riqueza se compone del valor de las cosas"que se poseen, y que es proporcional á ese valor;"además; ya hemos notado que el valor de una"cosa existe en la cosa misma, independientemen-41 te de lo que el comprador dé por poseerla. La"cantidad de escudos ó de trigo, ó de cualquiera"otra mercancía, que un comprador dé por una"casa es una indicación del valor, de esa casa:"pero no es debido á la oferta el que la casa tenga"un valor, sino á una calidad que reside en ella,"de la cual es indicación y medida la cantidad de"cosas evaluables que se ofrecen por la misma."Esa calidad que. haee que una cosa tenga valor'"es evidentemente su utilidad.'.'

Había dicho anteriormente, y sin duda á causatambién de la observación de los hechos, que elvalor era una cantidad positiva, la cantidad demercancías por la cual se cambia la cosa evaluada;si eso es así, no puede residir en la cosa misma,independientemente de lo que el comprador dé

N.°206 X...—TEORÍA DEL VALOR.

por poseerla. Hay, pues, contradieion patente en- ¡tre estas dos afirmaciones.

VII.

Rossi concibe con gran rapidez, y su vasta inte- ¡ligencia abraza con facilidad gran número de co- !nocimientos á la vez; pero, conquistador, por dercirio asi, más bien que legislador de la ciencia, secuida muy poco de conciliar todas sus adquisicio-nes, y las con tradiciones en que incurre, ademásde muchas, son muy patentes.

"El valor en uso, dice, es la expresión de unaurelacion esencial que domina toda la Economía po-nlítica—la relación de las necesidades del hombreMCOII los objetos exteriores. El valor en cambio noMes más que una forma del valor en uso: se derivandel mismo principio. El valor en uso dura enntanto que existe' la relación entre los objetos ynías necesidades del hombre. El valor en cambiot.no exista realmente sino en el momento mismondel cambio. Cuando el trueque se hace entre fin•.pedazo de pan y un sarmiento, ¿cual es el valor'..en cambio del pedazo de pan? El sarmiento. ¿Ynel del sarmiento1! El pedazo de pan. Un instantendespues. ¿Cuál es el valor en cambio del pedazonde pan? Nadie lo sá*be.n Curso de economía políti-ca, tomo 1.°, 3." sección.

Si el valor en uso dura tanto como la relaciónentre los objetos y las necesidades del hombre,jcómo sucede que el valor en camlio, que acaba dedecirse que es una forma del valor en uso, no existerealmente sino en el momento del cambioí Además,definir el valor en cambio, esto es, el verdaderovalor, según nosotros, una forma del valor en uso,esto es, de la utilidad, es mostrarse muy pocoescrupuloso en materia de definiciones, no es definir. Pero ¡cosa muy peregrina por cierto! el sar-miento cambiado por el pan, por consiguiente, elvalor en cambio del pan, resulta ser una forma deutilidad del pan, y recíprocamente, el pan unaforma de la utilidad del sarmiento. No se puedellevar más allá la falta de respeto á la ciencia.

"No existe, lo repito, dice Rossi, valor en cam-nbio real conocido que pueda formularse en ecvta-ncion, sino en el momento del cambio. Desde que"Una cosa tiene valor en uso, es decir, desde quenpuede satisfacer una necesidad cualquiera delnhombre, el valor en cambio es ya posible, ¿se en-n cuentea esa cosa en quien desea desprenderse deM ella? El valor se convierte en probable, conjetura-

ble. No es real, eonoeido, determinado sino en elnmomentodelcambio.il ídem.

Aceptando este lenguaje y el de J. B. Say, cuan-do dice que el valor es la medida de la riqueza,aparece el valor, á nuestro.juicio, en su verdaderay simple naturaleza, esto es, como expresión de 1»medida; pero ni Rossi, ni Say lo comprenden asi,á pesar de sus aserciones citadas, puesto que cadauno de ellos se halla dominado por la idea devalor-calidad ó forma de utilidad. Esta preocupa-ción es tan poderosa y vivaz en Rossi, que se per-mite acusar á todos los que no participan de esapreocupación, en igual grado que él, de que atacaná la ciencia en su base, que la mutilan y desnatura-lizan.

Dice con este motivo: "Si es verdad que el valor ."en uso es la expresión de la relación ¡que existe"entre nuestras necesidades y los objetos 'exterio-"res, seria de admirar que se borrara impunemen-11 ta este hecho fundamental del dominio de la"ciencia. El valor en cambio existe, porque hay"valor en uso, y desaparece en el momento que"cesa el valor en uso. ¿Se pueden apreciar losefec-"tos despreciando las causas; desarrollar las con-"secuencias, prescindiendo completamente de los"principios que las producen?n Cuarta lección.

Tal argumentación se apoya sólo y enteramenteen la hipótesis, mal fundada, sin duda alguna, deque la utilidad es una causa del valor. Lo quehace creer á Rossi, que el valor procede de la uti-lidad, es, que jamás se vó el valor separado de lautilidad; pero no reflexionó que se vé en muchoscasos la utilidad separada del valor, y esto permi-te ya asegurar que no le produce necesariamente;además, al valor acompañan siempre ciertas con-diciones económicas que no dependen de la utili-dad, bien que la supongan, y esto también permi-tev^uponer, que el valor puede deber su existenciaá esas condiciones. Rossi en efecto, atribuye áesas condiciones, juntamente con la utilidad, elpoder'engendrar el valor; y nosotros añadiremosque, dado que pueden engendrarle en parte, pue-den también engendrarle en totalidad, en algunoscasos por lo monos. Esta aserción necesita desar-rollos qus no son propios de la cuestión quej noaocupa. Lo cierto es, que Rossi no se toma el tra-bajo de justificar su hipótesis, ni siquiera el deprevenir qne razona hipotéticamente, y hasta cree-mos que lo olvida él mismo.

Rossi no distingue el valor del precio, y á pesarde la analogía de sus razonamientos con los de loseconomistas, que consideran el valor como una ca-1

lidad, él niega resueltamente que tenga tal carác-ter.

"No somos nosotros, dice, al hacer, lo que los"economistas en general se han olvidado de ha-

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i. eer, esto es, distinguir el valor posible del con-jeturable, y éste del determinado, conocido, ac-" tual; no somos nosotros los que más que ningún"otro hemos insistido en la idea de que el valor es"por su naturaleza cosa móvil, variable, contin-" gente y de ninguna manera inherente á las cosas;"no somos nosotros los que pretendemos rechazar"que, rigorosamente hablando, no hay otro valor"en cambio, otro precio, que el precio corriente.nSexta lección.

Siendo eso así, según el mismo Eossi, la utili-dad no es una calidad inherente á las cosas, pues-to que no lo es el valor que, según él mismo, pro-cede de la utilidad. En efecto, ya hemos indicadoque Rossi califica á la utilidad de relación, la re-lación de conveniencia de las cosas con nuestrasnecesidades. Estamos perfectamente de acuerdocon él en cuanto á esto, bien que pueda decirse,comose ha dicho ya, que todas las calidades sonrelaciones; seria, pues, preciso, para que nuestroacuerdo fuera perfecto, distinguir de alguna ma-nera la relación utilidad As la relación valor, y estono lo ha hecho Eossi.

El valor no es, pues, una calidad inherente álas cosas, como Say lo habia afirmado de una ma-nera absoluta; no obstante, Rossi sos|jene que semide: pero, ¿cómo mediria Eossi en una cosa loque dice que no es inherente á la cosa, lo quepuede por lo. mismo no existir en ella1? ¿Cómomediria lo que, según él mismo, es una relación,sabiendo que las relaciones son inconmensura-bles?

"¿Puede conseguirse,—continúa Eossi,—una"medida del valor, un patrón invariable, que"pueda servirnos en todo tiempo y lugar1! ¿Se mi-"den los valores? Sí, señores; todos lo sabemos, y"no hay mujer que vaya al mercado que no lo"sepa. Los valores se miden todos los dias, ácada"instante; se miden el uno por el otro. En el mer-"cado de París, hoy 17 de Enero de 1837, se ob-tiene, por ejemplo, poruña pieza de plata, que"se llama cent sous, una liebre ó una polla, un"pañuelo de seda ó dos kilogramos de cafó; y digo:"hoy 17 de Enero dó 1837, el valor de una liebre"en París, es igual al de una moneda de cinco"francos, al de dos kilogramos de cafó, al de un"pañuelo de seda, al de una polla; puedo alternar"entre estos términos como mejor me parezca; si"la polla vale la liebre, la liebre vale la polla; hó"ahí cantidades iguales, que se miden la una por"la otra." Novena lección.

lié ahí cantidades iguales; no hay duda: peroeso no quiere decir que se mida la una por la otra;las cantidades son expresiones, no instrumentosde medida. En cuanto al procedimiento empleadopara establecerlas, procedimiento que no es otra '

cosa que la medida misma, Eossi no nos dicenada. Si se hubiera detenido á reflexionar un mo-mento, habria reconocido que esas cantidades eranprecisamente los valores, y que, por consiguiente,hágase cuanto se quiera por establecerlas, no se laspuede medir.

Dice, sin embargo, que la moneda ha sirvidode medida el 17 de Enero de 1837, en el mercadode París para los diferentes cambios que supone:¿pero cómo? Esto no lo dice. Añade, á seguida,que podría emplearse otro instrumento: pero quela moneda metálica es más cómoda. Para hacerver que Eossi no tiene conciencia clara de lo queentiende por medida del valor, ni de ninguna especie de medida, trascribiremos el pasaje siguien-te, donde supone una medida sin instrumento demedida.

n Se cuenta, dice, de una tribu de negros que no"tiene moneda, y que, sin embargo, mide el va-"lor de las cosas lo mismo que nosotros, por medjo"de la moneda. Tienen una moneda ideal que lla-"man, creo, macuUe. El uno dice: esto vale 3 ma-"cvitíes; el otro responde: esto vale 4, 6 macuttes, y"aprecian todos los objetos por esta medida pu-ramente imaginaria. Como medio de compara-"cion, como expresión de una relación, esta me-"dida imaginaria les hace el mismo servicio que" á nosotros el franco, moneda metálica, i, Novena"lección.

¡iQuó debemos pensar de un sabio que tales cosasescribe? Que no ve, ni oye, ni entiende lo que pasaá su rededor. ¡Hó ahí el resultado de la educaciónclásica! Y cuando vemos expresarse así á hom-bres de una inteligencia tan grande como la deEossi, ¿de qué manera podremos respetar á losdemás? ¿Qué dirian esas mujeres que, según elmismo autor, van todos los dias al mercado de Parísá medir valores, si se les propusiera medir patataspor una medida imaginaria? En igual absurdo in-curre Eossi en la lección siguiente, cuando dice:

uSi cada uno de nosotros poseyera lo que desea"el poseedor de lo que nosotros deseamos, no ha-"bria necesidad de moneda. Se harían los cambios"directamente, en mercancías. Pero, no sucediendo"eso, se ha buscado y encontrado una mercancía"que posee la calidad esencial de agradar á todos,"porque satisface la necesidad universal de facili-"tar los cambios. Esta necesidad, en más ó en"monos, es común á todos los hombres, n

La moneda es una mercancía que agrada á todos,y que responde á la necesidad universal del cam-bio. Sin embargo, si cada uno de nosotros poseyeralo que desea el poseedor de lo que nosotros desea-mos, no habria necesidad de ella. ¿Y se podríapasar, sin la medida que supone, ó implica, todocambio? Ejemplo: Fulano vende rosquillas, y

N.° 206 X.. .—TEORÍA DEL VALOR.

el niño Zubano posee una joya; el niño deseauna rosquilla, y el confitero desea la joya. ¿TSTohabrían de hacer más que cambiar mano á mano,como suele-decirse vulgarmente? No; contestaríaná una todos aquellos á quienes se hiciese semejantepregunta, puesto qué la joya vale mucho más quela rosquilla. Hay, pues, alguna regla, alguna me-dida para apreciar la joya y la rosquilla; por consi-guiente, un término de comparación, un instru-mento-j ó sea una moneda, es de necesidad abso-luta. Añadiremos, por último, que no es per-mitido creer, como Eossi, que una hoja de papel, óde encina, un signo cualquiera, sin valor, puedellenar la función de moneda, lo cual hace sospecharque Roasi no tenia nociones muy correctas respec-to á la moneda. Semejantes signos no pasan de serpromesas de moneda; y si no hubiera moneda ¿quéprometerían1? No prometerían nada, no serian úti-les para nada; y caso que prometieran alguna cosa,seria una de las admitidas en circulación, que tu-viera algún valor, que variara lo menos posible, yque por estas razones agradara á todo el mundo,como dice el mismo Rossi, es decir, una moneda.

VIII

No conocemos ningún estudio acerca de la ma-teria qua nos ocupa, que se aproxime tanto á nues-tro modo de ver, como el artículo Valeur dePassy en el Diccionario de Economía política deOuillaumin Toda confusión del valor con la uti-lidad, la riqueza, el trabajo, ete., es combatidapor él con tal pureza y poder de razonamiento, queno deja nada que desear: pero combate igualmentelo que ól llama también la confusión del valor yel precio; y por otra parte admite, si no la posi-bilidad práctica, por lo menos la posibilidad racio-nal, déla medida del valor; así que, acerca de es-tos puntos y ,de algunos otros que dependen deellos más ó ménoa directamente, no estamos deacuerdo con él.

"Las cosas á cuya posesión aspiramos, por ser-"nos necesarias, útiles ó agradables, dice Passy,"son muchas y muy diferentes, y nadie obtiene"las que le faltan sino á condición de ceder otras"de que pueda disponer. De ahí los cambios, que,"determinando la cantidad de una eosa dada ó reci-"íida por otra, establecen las relaciones de los valo-"res. ¿Se puede, por ejemplo, obtener un hectóli-"tro de vino por otro de trigo1! Este hecko asigna á"los dos productos su valor relativo, y figuran en el"cambio por dos cantidades iguales. Supongamosquue después, sea cualquiera la causa, para obte-

"ner un hectolitro de vino sea preciso dar 120 li-11 tros de trigo; pues entonces resultará éntrelas"cosas cambiadas una nueva relación, y, por con-"siguiente loa valores no sarán ya loa mismos. El"trigo ha bajado respecto al vino en la propor-ción del aumento del número de litros que se"han dado por el vino; el vino, por el contrario,"ha subido en razón á la disminución de la canti-"dad que se daria por un hectolitro de trigo. Lo"que el uno ha perdido, el otro lo ha ganado en"una medida exactamente igual, y lo que pasa con"el vino y el trigo en estos casos, pasa igualmente"con todos loa productos posibles. Todos dan lu-"gar á cambios, y cada uno obtiene un valor que"consiste en la cantidad de otro ú otros productos"en general, que se dan por él."

Basta leer de corrida la anterior trascripciónpara que ae presente la idea, consciente ó no, perodominante, de un valor que existe y obra sinmostrarse; y cuyo influjo se manifiesta, al paso quese evade de todo análisis; no siendo por conai-guiente, posible definirlo. Tal nos parece lógicodeducir de lenguaje tan preciso, tan claro y tancorrecto. En efecto, no siendo eso así, ¿qué sig-nifica el pasaje aquel: De ahí los cambios, etc?Si el cambio establece la relación de los valores,lo que debemos creerles, que los valores precedenal cambio. No es, sin embargo, tal el pensa-miento de Passy, si no comprendemos. mal lo quedice en los dos pasajes siguientes:

"¿Qué es el valor? Ya lo hemos dieho: no ea otra-"cosa que una relación de cantidad entre los pro -"ductos cambiados, y es evidente que no se le"podrá hallar sino en esa relación."

¿Qué quiso decir Passy en ese otro pasaje de lamisma trascripción: este hecho asigna á los dosproductos su valor relalivoi ¿Tendrían estos mis-mos pi%duetos en la menta de Passy otro valorque fuera absoluto? No lo creemos: pero su len-guaje induce á ponerlo. Decir que el valor sa unarelación, equivale á decir que es por su esenciarelativo.

No disputaremos sobre palabras, no. Si el valores una relación de valores, ea otra cosa que unarelación; es una propiedad, en el sentido que lafísica da á eata palabra. Por ejemplo, esta canti-dad: tres metros: ea una relación de longitud; ex-presa la relación de un metro, unidad de longitud,con una longitud triple. La longitud de un metroy la del número tres, que expresa la comparaciónó la medida, existen antes que la comparación óla medida y no dependen de ella. Passy no suponeque el valor sea independiente del cambio; diceexpresamente lo contrario: pero, lo repetimos, sulenguaje autoriza á creerlo. Sin embargo, no pode-mos admitir que incurra en inadvertencia de kn-

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guaje; su estilo es muy puro y muy esmerado; yademás, hallamos gran armonía entre su lenguajey su pensamiento hasta cierto punto: hay, por

"consiguiente, confusión, si es que no contradic-ción en su modo de pensar. Esto nos parece evi-dente, y de ahí el que crea en la necesidad de dis-tinguir el precio del valor.

H Era fácil, natural hasta cierto punto, dice tam-bién M. Passy, que se confundieran el valor y el"precio, puesto que considerados de producto á pro-"ducto, los unos sirven de medida á los otros. En"el curso ordinario de los hechos, se comienza por"cambiar por lo que vale en moneda todo aquello,"sin lo cual podemos pasar; después damos el di-"nero obtenido por lo que deseamos adquirir, y lo"cierto es que el valor en moneda obtenido es en"realidad el valor relativo de las cosas que por ella"hemos dado. Lo que vale ocho francos en moneda"vale el duplo de lo que no vale sino cuatro; y si"el trueque se hace en géneros, será preciso dar por"el uno doble cantidad que por el otro. Pero es pre-"ciso recordarlo; el precio no expresa sino la re-lación que existe entre las cantidades, xJorlas cua-"les la moneda y los otros productos son recíproca-"mente puestos en balanza; y esta relación queda"sometida al imperio de las circunstancias, que"pueden afectar á la cantidad disponible de mone-"da. Siesta abunda más en el mercado, se ofrecerá"más por cada producto que se quiera adquirir: en"este caso el valor bajará y el precio subirá. Si, por"el contrario, la moneda escasea, se dará menos"de ella en las transacciones comerciales: el valor"alzará y el precio bajará. A diferencia de los"valores, que no pueden subir ó bajar todos á la"vez, los precios, simples resultados del valor"comparativo de la moneda con los demás pro-"ductos, sufren oscilaciones que les son particu-lares y pueden subir ó descender todos á la vez."La confusión de los precios y los valores ha oscu-recido singularmsnte algunas nociones que no"carecen de alcancs científico. Ha conducido á"concluir de unos á otros y á suponerlos regidos"por las mismas leyes, sujetos á los mismos ac-"cidentes, y á atribuir á la cuota del precio una"influencia que no puede tener; y de ahí los er-"rores, de que no han podido evadirse siempre"economistas justamente estimados, y en particu-la r M. Ricardo^ en cuyas obras son comunes.

Sólo la malhadada distinción del precio y el, valor pudo haber ocultado á M. Passy la verdade-ra naturaleza del valor. ¿Qué entiende, por ejem-plo, al decir, como Condillac y le Trosne, que losprecios sirven de medida d los valoresi La palabra•me&ida tiene dos acepciones: significa el instru-mento de medir y el resultado ó la expresión dela medida; el precio no es un instrumento de me-

dida; luego será una expresión, y por consiguienteel valor, una calidad ó propiedad; pues, en casocontrario, no podria medirse y dejaría de ser unarelación. Siempre caemos en las mismas contra-diciones.

"Los precios, dice M. Passy, no expresan sino"la relación que existe entre las cantidades por las"cuales la moneda y los demás productos se ponen"recíprocamente en balanza, y esta relación queda"sometida al imperio de las circunstancias que"pueden afectar á la cantidad disponible de mo-"neda."

¿Pero, no sucede eso con el valor1? Cuando envez de moneda es otro producto cualquiera el quese pone en la balanza con otros productos, la rela-ción existente entre sus cantidades es un valor quequeda sometido igualmente al imperio de las cir-cunstancias que pueden afectar la cantidad de eseproducto. ¿Acaso la moneda no es un producto1?

'Que la moneda abunde, continúa M. Passy, se"ofrecerá, etc."

Pues bien; pongamos trigo, café ó cualquieraotro producto en lugar de la moneda, en ese mismorazonamiento, y las conclusiones serán exactamen-te las mismas, respecto al artículo que sustituya ála moneda.

Reproduce M. Passy la extraña aserción deM. Mili: que los precios pueden alzar todos á lavez. Es verdaderamente de admirar una inadver-tencia que contradice hasta las reglas más elemen-tales de la lógica. Si los precios alzan ó bajan escon relación á algo, porque las ideas de alza ó bajason necesariamente relativas á alguna cosa. jCuáles, pues, esa cosa? Si no ej un prj-cio, no hay rela-ción, en este respecto, entre ella y los precios; si esun precio, no alzan todos los preeios á la vez. Estoes evidente.

M. Passy habla, es verdad, de la medida delvalor; pero lo hace para decía-arla imposible. Suargumentación, sin embargo, no convencerá á losque consideran el valor como una propiedad ó ca-lidad, puesto que gira toda ella sobre la imposibi-lidad de encontrar un valor invariable para quesirva de patrón, imposibilidad que no excluye lamedida, puesto que existe de igual modo para to-da especie de medidas, y no obstante estas existen.

N.° 206 X . . . TEORÍA DKIJ VAL.OU. 143

IX

En la 4.a edición d8 lo* Elementos de economía,política, bajo el nombre de Traite, M. Garniercotó-¡íiííí su trabajo de condensación, de esclarecimientoij de ordenación de las ideas económicas; procuraademás utilizar loa trabajos de los escritores queen tiempos anteriores habían contribuido á los pro-gresos de la ciencia. ¿Trata de indicarnos por ven-tura cuál sea la últimi palabra dicha por la cien-cia re3peobo al valor1? No, y es preciso hacerle jus-ticia, no puede; y eso por la sencilla razón de queno tomo, sobre sí sino la más fácil misión de re-copilador y coordenador do las ideas de otros.

M. Garnier cumple perfectamente su programa;eco fiel de todas las irregularidades ó contradiccio-nes que venimos anotando, hasta se podría creer, siél no las aceptara, que al reunirías se proponía re-ducir al absiirdo las unas por las otras, condensán-dolas, como él dice. Nada pone de suyo sino el artede agruparlas, de amalgamarlas, hasta cierto puutopara formar un todo; pero fácil es concebir cuántotenga de incoherente un todo así formado, y noasorprende que una inteligencia de ordinario tanpositiva, tan matemática como la suya, no lo hayapercibido; y nos sorprende aún más que, para llenarsu ingrata misión, no haya retrocedido ante la os-curidad de un lenguaje que se aproxima al misti-cismo . Hemos empleado la palabra amalgama paracaracterizar su trabajo de condensación; en efecto,esa idea nos sugiere su teoría del valor, en la cualpresenta como sustancias reales, cuya amalgama-ción le constituyen, la utilidad, la • necesidad, eltrabajo, las dificultades de la producción y la

rareza.En cuanto á las contradicion'B en que incurre,

será fácil formarse una idsa de ellas, juntando lasdiversas afirmaciones de M. Garnier respecto alvalor. El valor es para él uní calidad, pero una ca-lidad compuesta; es á la vez absoluto y relativo, locual no impide que sea una relación:samuestra enel momento del cambio,y no O3real sinoen el cam-bio, pero se puede'concebir fuera del cambio; se lemide, paro no puede tener medida absoluta, inva-riable, matemática; en fin, sa distingue del precio,paro el precio es un valor, y da una idea tan netacomo es posible del valor.

"La utilidad, dice, e3 gratuita ó no. La que deja"de ser gratuita, la utilidad rara, adquiere la ea-"lidad de cambiable, y por consiguiente valor. La"utilidad es directa ó indirecta.—Cuando deja d"ser directa adquiere la calidad cambiable, y por

consiguiente valor. — Cuando á la utilidad se'junta la rareza, deja de ser gratuita; es decir,'cuando es susceptible da dar lugar á una apro-'piaaion la cosa útil, adquiere otra calidad econó-''mica que permite á su poseedor obtener otras'cosas útiles, otros'objatos ó servicios equivalen-'tes por vía de cambio. Esta calida! de ser cam-'biable, de tener la facultad ó el poder de com-"prar y do adquisición, es esa facultad de las Co-"sas, del Trabajo, ó de los Servicios que se en-"cuentradesignadaen laa obras de Economía polí-nica con diversos nombres, y en particular con el"de valor en cambio, ó cambiable, y que nosotros"podemos designar simple y exclusivamente por"la palabra valor.—El valor es, pues, la calidad"de las cosas, que las hace estimar, apreciar, tanto"como otras, equivaler á otras. Se manifiesta por"el cambio, es la fuerza ó poder de cambio de una"cosa; ysepuedejdecir quo resume en sí la utilidad"y la cambiabilidad; pero se la puedo concebir sin"el cambio. Robinson, en su isla, porlia apreciar y"comparar el valor de los objetos, fruto de su in-dustr ia , según la utilidad relativa á la dificultad"que tenia de adquirirlos. Veremos en el capítulo"16, al profundizar la naturaleza del valor, co-"mo resulta de los diversos elementos que se com-"binan con la utilidad, á saber, la Rareza, el Tra"bajo, la Dificultad de la producción, la Necesi-dad ." 1.aparte, primeras nociones.

No se puede, en verdad, inculpar á M. Garnierde confundir el valor con algunas de las circuns-tancias que le preceden ó que le acompañan, no;eso seria peccata minuta; pero le confunde con to-das. No es, pues, da admirar que le defina comoacabamos de ver: el valor es, pues, la calidad delas cosas que las hace estimar, etc., ó dicho deotro modo, la calidad de las cosas que las hace va-ler. Jfcío es, si no nos equivocamos, la famosa definicion del opio, dada por el enfermo imaginario.

"Supongamos que tenemos una casa, dice, dos"caballos, veinticinco piezas de oro: no tendre-"mos sino una idea confusa del valor de esos"objetos, si los apreciamos por las muchas cosas"que por ellos podríamos obtener en cambio; pero"convirtiendo sus valores en el de una mercancía,"ó reduciéndolos á un común denominador, es de-ncir, amoneda, diciendo: mi casa vale 10.000 fran-"cos, los dos caballos 4.000 y las 25 piezas 500; en"todo 14.500 francos, nos habremos formado una"idea clara del valor de estos objetos, así absoluto"comorelativo.ii ídem.

M. Garnier habla de la reducción á %n comúndenominador de los valores de los diferentes obje-tos á que se refiere. Semejante modo de expresar-se, no cabe dudarlo, induce á crear que el valor delas cosas en la práctica se expresa en mercancías

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y no en moneda, y eso no es exacto; la reducciónque ól supone, es puramente teórica, ó mejor di-cho, imaginaria.

Añade M. Garnier: "Las monedas s»n mercan-"cías, que desempeñan en el cambio el papel de"intermediarios cómodos, sirviendo en la aprecia-ción de los valores de las cosas de denominador"común y de medida. El valor de las cosas, expre-sado en oro ó plata, se llama precio.,, ídem. ,

Seria un absurdo decir en aritmética que un de-nominador era una medida; no hay más medidaen Aritmética que la unidad, por la cual se mi-den, así las fracciones como los números enteros, >y si las fracciones se reducen á un común denominador, no es para medirlas, esto es, para compa-rarlas con la unidad, sino para compararlas entresí, ó para operar con ellas como si fueran núme-ros enteros. Nadie sabe esto mejor que M. Gar-nier que ha escrito un tratado de Aritmética.

En cuanto á la expresión intermediario cómodo,aplicada á la moneda, dá á comprender que, á sujuicio, la moneda no os indispensable en el cambio.La metálica, bien que preferible á cualquiera otra,no es en verdad indispensable: pero sin una ú otramoneda no es posible ningún cambio racional, económicamente hablando. Hó ahí lo que M. Garniery otros economistas no han comprendido aún conclaridad.

Hemos calificado de oscuro el lenguaje de M.Garnier; hé aquí algunos ejemplos:

"El cambio y el valor son objetos correlativos"que penetran el uno en el otro por decirlo así."Capítulo 15, núm. 360. Se puede considerar el"ralor como el resultado de la relación de nuestras"necesidades con las cosas que constituyen la ri-"queza. Y se puede decir con M. Walras, que el11 valor no es otra cosa que la utilidad rara. Esta es"una fórmula feli z que, aunque incompleta, define"bastantemente el valor, porque la necesidad que"tenemos de las osas y su rareza son las causas11 de terminan tas del valor. Cap. 1*5, núm. 382... Elcambio y el valor, objetes correlativos que penetranel uno en el otro... el valor, resultando de la relaciónde nuestras necesidades etc.. U utilidad rara, fór-mula feliz que define, etc. Confesamos con ingenui-dad que no comprendemos lo que con esas expre-siones quiso decir M. Garnier. Será quizá faltanuestra: pero creemos que también la hay en eseautor al explicar sus conceptos.

" Todo valor, dice, cualquiera qve sea el objeto á"que se aplique, et esencialmente inmaterial. La utL"lidad dada á la lana, trasformada en paño, es tan"incorporal como la utilidad dada al hombre por"la lección de un profesor. El valor es más inma-"terial aún, si podemos expresarnos así, porque es"una relación.,, ídem 386".

La primera parte de la anterior proposición se-ría en un todo supérflua, si estableciera y demostrara bien la segunda. Además, evitaria al autorel trabajo inútil de buscar una medida al valor,como lo intenta en el pasaje siguiente:

..La medida del movimiento, dice la Eomiguié-'re, no puede ser sino un movimiento, la de una•línea otra línea, la de una superficie otra superfi-'cie. La Komiguiere pudo añadir,—la medida de'un valor será otro valor. —Desgraciadamente,'como todo valor es esencialmente variable, se si-'guequeno puede haber un marco, un metro in-•variable del valor, y que no se puede apreciar elgrandor absoluto del valor de las cosas, sino soloel relativo ó comparativo." ídem, núm. 391.Lo que nosotros creemos, es que, desde el mo-

mento en que la Komiguiere hubiera reconocidoque el valor era una relación, una relación de can-tidad, no se hubiese molestado en buscar su me-dida , puesto que toda relación es inconmensu-rable.

..El precio, dice, en fin, M. Garnier, no es lo"mismo que el valor. Este e3 una calidad general"en las cosas cambiables; el precio es la medida"en moneda del valor de un producto, actual, es-pacial, después del cambio. El precio supone el«valor. Estas dos palabras expresan dos ideas que"no deben confundirse; sin embargo, el uso les da"en muchos casos la misma significación: pero"atribuyendo al valor el sentido de precio espe-cial, concreto, circunscrito, más bien que al sen-"tido general de valor á precio." ídem, núm. 410.

A no ser porque el trueque implica la posibili-dad de poderse llevar á cabo, independientementede toda especié de moneda, jamás los economistashubieran pensado en distinguir el precio del va-lor. En efecto, si todo cambio exige imperiosa-mente una moneda cualquiera, es decir, un instrumento de medida, puesto que no hay cambioqué no implique medida, todo valor es un precio.La ilusión que ha hecho creer á algunos en la po-sibilidad de hacer cambios sin la intervención dela moneda, procede de que en la economía ú orga-nización de los tiempos primitivos, cuando no sehacian sino trueqnes, la moneda, no estaba (comoen nuestra economía más complicada y perfeccio-nada ya, reservada exclusivamente, ó poco menos,á la función de medida: pero sería preciso cerrarlos ojos para no ver que, cualquiera que ella sea,desempeña siempre esa imprescindible función.Dedicaremos algunas páginos más tarde al estudiode la moneda, harto mal hecho tín general por loseconomistas más afamados.

X...

N." 206 E. CARO. EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX. 145

EL PESIMISMO EN EL SIGLO XIX. *

{Continuación.)

Parece que la tesis de Schopenhauer encuentraaquí una especie de confirmación. Hartmannvolverá á tomar varias veces este argumento ylo desenvolverá bajo todos sus aspectos. La con-clusión es siempre la misma: es que el hombreadocenado es más feliz que el hombre de gónio,el animal más feliz que el hombre, y en la vidael instante más feliz,, el solo Miz, es el sueño, elsueño profundo y sin ensueño, cuando no sesiente á sí mismo. Hé aquí el ideal vuelto delrevés: »Que se medite en el bienestar en el quevive un buey ó un puerco . Que se pienseen la proverbial felicidad del pez en el agua.Más envidiable todavía que la vida del pez debeser la de la ostra, y la de la planta es aún muysuperior á la vida de la ostra. Descendemos, enfio, por bajo de la conciencia y el sufrimientoindividual desaparece con ella.n Hemos citadoesta conclusión muy lógica de Hartmann por-que contiene lo que puede llamarse refutaciónpor absurdo de la tesis pesimista. Conducida ásus últimas consecuencias, nos repugna, y re-pugnándonos, nos sugiere una respuesta muysencilla. ¿Quién no ve que la ley de la vida asíformulada no esté completa? Falta aquí una par-to contraria, esencial. La capacidad de sufrircrece, bien lo comprendo, con la inteligencia.Pero es posible dudar que la capacidad para unnuevo orden de goces, absolutamente cerradopara las naturalezas inferiores, no se revela almismo tiempo y que así los dos términos opues-tos no crecen exactamente en las mismas pro-porciones? Si la fisiología del placer estuviesetan avanzada como la del dolor, estoy seguroque la misma ciencia positiva nos daría la razón,como lo ha hecho ya la observación moral. Lainteligencia dilata la vida en todos sentidos, estaes la verdad. El hombre de gónio sufre más queel hombre adocenado, convenido; pero existentan firme en su analogía misteriosa y en su con-

* Véanse los mima. 202, 203 y 204, paga l; 33 y 73.TOMC X l

alegrías al nivel de su pensamiento. Yo supon-go que Newton, cuando descubrió la fórmulaexacta de la ley de atracción, condensó en unsólo momento más placer que todos loa burgue-ses de Londres reunidos pudieran disfrutar du-rante un año en sus tabernas delante de unpastel de venado y de su jarro de cerveza.—Pascal sufrió durante los treinta y nueve añosque duró su pobre vida. ¿Se puede pensar que lavisión clara y distinta de los dos infinitos quenadie hasta entonces habia alcanzado con miradatraste, se puede pensar que semejante visión nohaya llenado este gran espíritu de una felicidadproporcionada á su grandeza, de una alegríacuya embriaguez traspasaría todas las alegríasvulgares y arrastraría consigo por un momentotodas las penas? ¿Quién no querría ser másShakspeare que Falstaff, Moliere que el gentilhombre lleno de riqueza y de estupidez? Y enestas elecciones no vayáis á suponer que el ins-tinto nos engaña. Aquí no es más que la expre-sión de la razón: ella nos dice que vale más vivirncomo, hombre que como puerco, •• aunque Hart-mann pretenda lo contrario, porque el hombrepiensa y el pensamiento, que es la fuente de tan-tas torturas, es también la fuente de alegríasideales y de contemplaciones divinas. El colmode la desgracia no es el ser hombre, sino siendohombre despreciarse lo bastante para lamentars-de no ser un animal. No pretendo que estas laementaciones no hayan existido nunca; puedenser la expresión grosera de una vida vulgar quequisiera abdicar la pena de vivir, aunque con-servando la facultad de gozar, y entonces es elprinfer grado del envilecimiento humano, ó bienel grito de desesperación bajo el peso de un dolordemasiado fuerte, una turbación y una sorpresamomentánea de la razón; en ningún caso sepuede ver en ellas la expresión filosófica de unsistema. Semejante paradoja sostenida fríamentepor los pesimistas, subleva la naturaleza huma-na, que, después de todo, en esta materia es lasola autoridad y el solo juez; ¿cómo es posibleelevarse por encima de tal jurisdicción?

Sin embargo, se ha ensayado. Sehopenhauerha comprendido que este es el punto débil delsistema, y por eso se muestra partidario de estamaravillosa invención que ha hecho fortuna enla escuela, cuya huella hemos encontrado en elautor de los Diálogos filosofóos: nosotros no po-demos fiarnos, dice, en este orden de ideas, del

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testimonio de la naturaleza humana, la cual esjuguete de una inmensa ilusión, organizada con-tra ella por poderes superiores. El instinto es elinstrumento por medio del cual esta triste co-media se juega á expensas nuestras: es el hilopor el que, como somos unos desdichados mani-quíes, se nos hace deeir lo que no debíamos decir,querer lo que debiéramos odiar, obrar contranuestro interés más evidente. Sckopenhauer esrealmente el inventor de esta explicación queresponde á todo. Invocáis contra las teorías pe-simistas la voz de la conciencia, el impulsoenérgico de nuestras tendencias. Pues precisa-mente es esta imperiosa y falaz claridad de laconciencia, deponiendo contra la evidencia denuestros intereses, la que prueba que es el ór-gano de un poder exterior, que toma su voz ysu figura para convencernos mejor. Acudís á lastendencias; pero no veis que cada tendencia escomo una pendiente secreta, preparada dentrode nosotros por un artífice ingenioso para atraer-nos hacia su objeto, un objeto enteramente dis-tinto del nuestro, opuesto á los fines que, debió-ramos perseguir, y hasta contrario á nuestraverdadera felicidad?

Estas son las astucias de lo" inconsciente deHartmann, los fraudes de la voluntad de Scho-penhauer. Es el nDibs malévólon de Descartesque ha remplazado al" Dios de Leibnitz. Lo queno habia sido más que un juego de lógica com-pletamente provisional, urm.taipótesis de un mo-mento para Descartes, rechazada por la razón,llega á ser toda una metafísica, toda una psico-logía. Yo no la haré más que una simple objec-cion. Nosotros podemos sorprendernos de queueste fraude que es la base del uuiverson sea tanfácil de alcanzar y conocer. Se nos dice, quehagamos lo que hagamos, la naturaleza ó el Uno-Todo Inconsciente ó Voluntad, triunfará siem-pre, que ella ha arreglado demasiado bien lascosas, y compuesto los dados, para no alcan-zar su objeto, que es engañarnos. Se nos di-ce eso, pero se nos prueba lo contrario. ¡Yqué! Este juego ha tenido éxito durante seis osiete mil años y hele aquí repentinamente des-enmascarado, denunciado como un juego en quela naturaleza nos estafa! En verdad que yo nopuedo admirar un juego tan mal hecho en queuu hombre de talento lee de corrido, percibe elfraude1 y lo señala. Esa gran potencia oculta ytenebrosa, que dispone de tantos medios, que

tiene tantos artificios, máscaras y disfraces á sudisposición, se deja sorprender tan fácilmentepor algunos de estos pobres seres que trata deengañar. Es preciso creer entonces que no sonsimples mortales los que escapan á redes tan sa-biamente tendidas, que las deshacen y las de-nuncian á los otros. Si fueran hombres debierancomo los demás sufrir este maquiavelismo quelos envuelve, que los penetra hasta el fondo desu ser, en su conciencia, en sus instintos. Sus-traerse á él seria obrar fuera de esta naturalezade la que forman parte. Para lograrlo es precisoser algo más que un hombre, un Dios, algoen fin, que se halle en posibilidad de lucharcontra este tirano anónimo y enmascarado quenos explota en su provecho.

Todo esto es una serie de contradicciones ma-nifiestas, simples juegos del espíritu, pura mi-tología. Pero admitida la contradicción comobase de la teoría; cómo se deduce y se explicatodo! Si somos engañados nada más claro quela demostración del pesimismo: se apoya preci-samente en esta contradiceion fundamental denuestros instintos y de nuestros intereses, denuestros instintos que nos llevan de un modoirresistible á sentimientos ó actos funestos, comocuando tratamos de conservar una vida tan des-graciada ó de perpetuarla trasmitiéndola á otrosque serán más desgraciados todavía.—-El inte-rés supremo de lo Inconsciente es opuesto alnuestro: el nuestro seria no vivir, el suyo esque vivamos nosotros y que otros vivan pornosotros. Lo inconsciente quiere la vida, diceHartmann, que desenvuelve el argumento favorito de su maestro; por eso no deja de mantenerentre los seres vivientes todas las ilusiones ca-paces de hacer que encuentren la vida soporta-ble, y hasta que la tomen bastante gusto paraconservar el resorte necesario del cumplimientode su tarea, en otros términos, para concebirilusiones sobre la desgracia de la existencia. Espreciso volver á la frase de Juan Pablo Richter:nAmamos la vida, no porque sea bella, sino porque debemos amarla; así que hacemos con fre-cuencia este falso razonamiento: puesto queamamos la vida, debe ser bella, n Los instintosno son en nosotros mas que fuerzas diversas bajolas cuales se desplega este irracional y funestoapetito de vivir inspirado al sor viviente poraquel que lo emplea en su provecho. De ahí laenergía que gastamos tontamente para proteger

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esa existencia, que no es más que el derecho ásufrir; de ahí también esos falsos juicios que for-mamos sobre el valor medio de los goces y de laspenas que se derivan de este amor insensato á lavida: las impresiones que dejan en nosotros losrecuerdos del pasado están siempre modificadaspor las ilusiones de nuestras esperanzas nuevas.Esto es lo que acontece en todas las excitacio-nes violentas de la sensibilidad debidas al ham-bre, al amor, á la ambición, á la codicia y á to-das las demás pasiones de este género (1). Acada una de estas excitaciones van ligadas algu-nas ilusiones correspondientes que nos prome-ten un excedente de placel1 sobre la pena.

A la pasión del amor es á la que el pesimis-mo hace una guerra más encarnizada. Se diríaque existe un duelo á muerte entre Schopenha-uer y las mujeres, que son los intermediariosdel indigno fraude del que el hombre es juguete,los instrumenta regni ant doli entre las manos delgran estafador. En efecto, es en el amor dondesobre todo se descubren la mentira del instintoy la usinrazon del querer, n—»Que se imagine,por unr instante, dice Schopenhauer, que el actogenerador no resulta ni de las excitaciones sen-suales, ni del atractivo de la voluptuosidad, yno sea más que un asunto de pura reflexión, laraza humana, jpodria subsistir? ¿No tendríamostodos compasión de esta nueva generación, y noquerríamos evitarles el peso de la existencia, óal menos no rehusaríamos el tomar sobre nosotrosla responsabilidad de cargarles con él á sangrefriaín Por eso, para vencer estas vacilacionesque serian mortales al "querer vivir,» la natu-raleza ha exparcido sobre los fenómenos de esteorden toda la riqueza y la variedad de las ilu-siones de que dispone. El gran interés del prin-cipio de las cosas, de esta voluntad engañadora,es la especie, verdadero centinela de la vida. Elindividuo no es más que el encargado de tras-mitir la vida de una generación á otra; pero espreciso que esta función se cumpla, costando alindividuo su reposo, su felicidad, la mismaexistencia: á toda costa el principio inconscientequiere vivir, y sólo por este miserable medioconsigue sus fines: toma al individuo, lo enga-ña, lo quebranta á su gusto, después do haberloelegido en condiciones especiales. De ahí ha na-cido el amor, una pasión específica, que para ha

(1) Filosofía de lo Inconsciente, cap. 13, parte 3.a

cerse aceptar se disfraza como pasión individualy persuade al hombre de que será feliz, cuandoen el fondo no es mas que el esclavo de la espe*cié, cuando se agita y sufre por ella, cuando porella sucumbe.

Tal es el principio de la metafísica del amor,una de las partes más originales del Mundo comovoluntad y como representación, y de la cual Scho-penhauer dioe modestamente (1), que la consi-dera ncomo una perla.n Vuelve sin cesar sobreesta teoría que le era particularmente querida,en otros escritos suyos, en los Parerga, en lasconversaciones inagotables que se nos han refe-rido. A decir verdad, no es fácil encontrar »estaperla, n Schopenhauer trata esta delicada cues-tión más como fisiólogo que como filósofo, conun refinamiento de detalles, un humor, una es-pecie de jovialidad lúgubre que se complace enarrancar todos los velos, en desconcertar todoslos pudores, en espantar todos los cantos britá-nicos y otros, como para convencer mejor alhombre de la locura del amor. A través de lasexcentricidades y las enormidades de una cien-cia técnica y que ningún escrúpulo detiene,consigue pintar con un asombroso vigor, bajosu punto de vista exclusivo, esta lucha dra-mática del genio de la especie contra la felici-dad del individuo, eate antagonismo, encubier-to con flores y sonrisas, oculto bajo la imagenpérfida de una felicidad infinita, de donderesultan todas las tragedias y también las co-medias del amor. ¿Qué hay en el amor más pla-tónico? Un puro instinto sexual, el trabajo de lafu^ra generación que quiere vivir á expensasde la generación presente, y la empuja á sacrifi- •carse en aras de su ciego é irresistible deseo. Eslo que un poeta contemporáneo, pesimista á ra-tos, traducía en otro tiempo con esta salvajeeriergía:

"Estos delirios sagrados, estos deseos sin lí-mites, desencadenados en torno vuestro comoardientes fantasmas, estos trasportes no son másque la humanidad futura que se agita en vues-tro seno, ii •

Los que aman, {saben lo que hacen? Arras-trados, cegados por el instinto que los dealíwn-bra con su prestigio, no sólo trabajan en su pro-pio infortunio (porque no hay amor que no ter-

(1) En las Memorabilien. Véase Kiboto. Filasojfíade Schopenhauer, píg. 126 y 129.

148 REVISTA EUROPEA. 3 DE FEBRERO DE 4878. N.° 206

mine en catástrofes y en crímenes, ó por lo me-nos en tedios irremediables y en un largo mar-tirio); pero demás de esto, los imprudentes, loscriminales, sembrando la vida, arrojan en elporvenir la simiente imperecedera del dolor:11 Mirad esos amantes que se buscan tan ardien-temente con la vista. ¡Por qué son tan misterio-sos, tan temerosos, tan semejantes á los ladro-nes? Es que estos amantes son traidores, queallá, en la sombra, conspiran y tratan de perpe-tuar en el mundo el dolor; sin ellos cesaría; peroellos le impiden detenerse como sus semejantes,sus padres lo han hecho antes. El amor es ungran culpable, puesto que trasmitiendo la vida,inmortaliza el sufrimiento.!) Su historia se re-sume en dos ilusiones que se encuentran, dosdesgracias que se cambian, y una tercera desgra-cia que preparan.—Romeó y Julieta, así explicael filósofo de Francfort en pleno siglo xtx, bajolos aplausos de la Alemania, sabia y literata,vuestra poética leyenda; no quiere ver bajo lasmentiras del instinto que os engañaba, mas quela fatalidad fisiológica. Cuando habéis cambiadola primera mirada que os perdió, en el fondo, elfenómeno que se cumplía en vosotros, no eramas que el resultado "de la meditación del ge-nio de la especie, n que trataba de restablecer convuestra ayuda el tipo primitivo "por la neutra-lización de los contrarios,ii y que satisfecho sinduda de su examen, desencadenó en vuestrosdos corazones esta locura y ese delirio! Fue unsimple cálculo de química. "El genio de la es-ecien juzgó que los dos enamorados se "neutra-lizarían mutuamente como él ácido y el álcali

• se neutralizan en una sal;n desde entonces lasuerte de Romeo y la de Julieta fueron decidi-das. No más tregua: la fórmula química los con-denaba á amarse; se amaron á través de todoslos obstáculos y todos los peligros, se unieron ádespecho del odio y de la muerte. Murieron poreste amor. No los compadezcáis: si hubiesen vi-vido, ¿hubieran sido más felices? Para la especiehubiese valido más; para ellos, no. Un prolon-gado hastío hubiera sucedido á la embriaguez yvengado al pesimismo. Romeo viejo y áspero,Julieta fea y gruñona, ¡gran Dios, qué cuadro!Dejemos á los amantes de Verona en la tumbaque guarda su juventud, su amor y su gloria.

En toda esta química y fisiología del amor,Schopenhauer no tiene en cuenta para nada elfin verdadero que eleva y legitima el amor, re-

sarciéndole cien veces de sus sacrificios y de suspesares, la formación de la familia, y la creacióndel hogar. Se puede medir esta felicidad por eldolor que inunda al alma cuando la muerte aca-ba de extinguir el fuego de este hogar y de rom-per sus piedras vivas. Schopenhauer olvidatambién la forma más pura que el amor puederevestir en el alma humana, gracias á la facul-tad de idealizar, sin la que no se explicará ja-más ni la ciencia, ni el arte, ni el amor. Delmismo modo que una sensación basta para exci-tar todas las energías del pensamiento y hacerleproducir en ciertas circunstancias las obras másadmirables del genio, en la que toda huella desensación primitiva se hubiere borrado, así esprivativo del hombre el trasfigurar lo que no esmás que un instinto animal y hacer de él unsentimiento desinteresado, heroico, capaz de pre-ferir la persona amada á sí mismo, y la felicidadde esta persona á la persecución apasionada delplacer. Esta facultad de idealizar todo lo quele concierne, la ejerce el hombre á donde quieraque alcanza; gracias á ella es como el amor setrasforma, cambia de esencia, pierde en -su me-tamorfosis casi todo recuerdo de su «humildepunto de partida. La ciencia vuelve á hallar louniversal en una sensación limitada, el arte creatipos que las formas reales sugieren y no contie-nen, el amor se emancipa del instinto que lo hahecho nacer y se eleva hasta la abnegación desí, hasta el sacrificio. Hó aquí por donde elhombre se reconoce, por donde escapa á la natu-raleza ó más bien se crea una nueva naturalezaen que su personalidad se consagra y se acaba.

Tal es en todas las cuestiones que tocan á lavida humana la enfermedad radical del pesimis-mo; el anterior es un ejemplo característico porel cual se puede juzgar la estrechez y la inferioradad del punto dé vista en que se coloca la escuelapesimista para afianzar el valor de la vida, ydeclarar después de examinado que no tiene nin-gún valor y que la mejor no vale tanto como lanada. Tendríamos que hacer las mismas reflexio-nes á propósito del método que emplea M. deHartmann y de las conclusiones que saca. Seha dedicado, como todos saben, á resolver esteproblema propuesto por Schopenhauer: "Dadoel total de bienes y de males que existen en elmundo, hacer el balance (l).n De ahí un análisis

(1) Filosofía de lo Inconsciente; primer estado de lailusión.

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muy extenso de las condiciones y de los estadosde la vida, bajo la relación del placer y del do-lor. Se nos demuestra que la mayor parte de loque se llaman bienes no son más que estadosnegativos, condiciones de un estado de indife-rencia absoluta (salud, juventud, bienestar, li-bertad, trabajo|) son simples capacidades degozar, no goces reales, que son iguales al no-ser,que representan cero en el termómetro de lasensibilidad. En cuanto á las otras formas delplacer son reales, pero cuestan más de lo quevalen; se compran á cambio de un mayor núme-ro de males, descansan, pues, sobre una purailusión: son confundidos y revueltos los apetitos,el hambre, el amor, las alegrías de la familia, laamistad, el sentimiento del honor, la ambición,la pasión de la gloria, las emociones religiosas,la moralidad. Todo esto constituye una suma deplaceres subjetivamente reales, pero fundados,sobre una ilusión, sobre un excedente de felici-dad esperada y por consecuencia ilusoria. Porúltimo, vienen los placeres objetivamente reales,son los goces de la ciencia y del arte; pero estosgoces son muy raros y no están al alcance masque de muy pocos. Y estos pocos, por su supe-rioridad natural, pagan el precio de sus ventajas;están condenados á sufrir más que el resto de lahumanidad.

No entraremos en el examen que ya ha hechoM. Alberto Reville de este balance de la vida.Lo que quisiéramos es determinar claramentela diferencia que hay entre estas dos cuestionesque los pesimistas confunden siempre: la delvalor de la existencia para cada uno de nosotrosy la del valor de la existencia considerada ensí, el valor relativo y el valor absoluto de lavida humana. La primera cuestión no es sus-ceptible de una respuesta perentoria y todas lasconsideraciones sutiles destinadas á convencer-nos de que debemos ser desgraciados no son másque trabajo y tiempo perdidos. No hay medidacomún entre los bienes comparados los unoscon los otros, ni entre los males comparadosentre sí, ni entre los bienes y los males: no esposible compararlos ni en el sujeto, ni el ob-jeto, ni en el acto que los constituye. Aquítodo ensayo de análisis cuantitativo es quiméri-co; la cualidad de los bienes y de los maleses el solo punto de vista de una comparaciónplausible; ahora bien, la cualidad no se puedereducir á números. No existe, pues, método de

determinación precisa, tarifa posible ni signomatemático ó fórmula que expresen el valor delplacer y de la pena, y por consecuencia la ideade formar el balance de la vida humana es unaquimera.

Hay felicidades tan vivas que un relámpagosuyo desvanece una vida de miserias; hay dolo-res tan internos que devoran en un instante ypara siempre una vida feliz. Por otra parte elplacer y el dolor contienen un elemento subjeti-vo de apreciación, una parte completamente per-sonal de sensación ó del sentimiento que echa áperder todos los cálculos, que escapa á toda leyde evaluación, á toda apreciación de fuera. Co-mo decia graciosamente un crítico ingles (1):Usted prefiere^sacarse una muela que le duele,yo prefiero ¡joportar el dolor; {quién se atreveráá juzgar estos actos?—Uno prefiere casarse conuna mujer hermosa y tonta, otro con una mujerfea y espiritual; ¡quién tiene razón?—La soledades una pena insoportable para Vd., es un placerpara mí. ¡Cuál de los dos se equivoca? Ni eluno ni el otro.—A un marinero inglés le gustamás su gin que el más noble claret; ¡demostrad-le que se engaña! —Tal de vuestros amigos ado-ra las canciones bufas y bosteza con las sinfo-nías de Beethoven. Tenéis el derecho de decirleque carece de gusto: ¡qué le importa? ¡Le impe-diréis divertirse?—Un hombre ha nacido conun organismo sólido, un cerebro bien constitui-do, facultades bien equilibradas; goza en la lu-cha, en el ejercicio de su voluntad contra losobstáculos, hombres ó cosas. Otro es enfermizo,tímido en exceso; su imaginación y sus nerviosse abren á las impresiones exageradas; la luchale aterra. Por astees y no por el otro por loque Hartmann tendrá razón al decir que el es-fuerzo es una pena y la voluntad una fatiga.¡Quién decidirá si este estado es en sí una penaó un placer? El sentimiento del placer ó del do-lor es el placer ó el dolor mismo, el sentimientode la felicidad se confunde con la felicidad. Medecís que mi vida es mala; ¡qué me importa siyo la encuentro buena? ¡Estoy equivocado al serfeliz? Sea en buen hora; pero yo lo soy si creoserlo. Con la felicidad no sucede como con laverdad, es completamente subjetiva; si se dur-miera siempre y se soñara qne se era feliz, s<oseria siempre feliz,—Tocto balance , de la vida

(1) Sevieie of Wesiminst, january, 1876,

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humana, formado sobre el examen comparativode los dolores y de los placeres, es falso por supunto de partida que es la apreciación indivi-dual de aquel que lo forma. Es preciso tenerpresente en estas evaluaciones, además de laparte del individuo, la del sistema y tener encuenta la necesidad que se han impue'sto de te-ner razón aun contra los hechos,

Queda la otra cuestión, la del valor de la existencia considerada en sí, el valor absoluto queella encierra. Esta cuestión, la sola que impor-ta, es la sola que han abandonado por completolos pesimistas; merece ser estudiada, sin embar-go, pero no puede ser tratada mas que estable-ciéndola en un orden enteramente distinto deconsideraciones. Reina en todo el análisis deM. de Hartmann un error fundamental sobre lasignificación y el sentido da la vida. Si el objetode la existencia es la más grande suma de goces,es posible que la existencia sea una desgra-cia.

Pero si Kant tiene razón, si el mundo todo en-tero no tiene más que una explicación y un ob-jeto, hacer moralidad, si la vida es una escuelade experiencia y de trabajo en que el hombretiene una tarea que cumplir, aparte de los pla-ceres que pueda gustar, si esta tarea es la crea-ción de la personalidad por el esfuerzo, la cuales la más alta concepción que se puede formarde la existencia, el punto de vista cambia ente-ramente, pues que la desgracia misma es unmedio que tiene su utilidad, sus consecuenciasordenadas y previstas en el orden universal.Desde entonces el sistema de la vida humana,tal como lo desenvuelve Hartmann, es radical-mente falso. Si realmente existe, como es posi-ble y aun probable, un excedente de sufrimientoen el medio de la vida humana, no debemosapresurarnos á concluir por eso que el pesimis-mo tiene razón, que el mal de la vida es absolu-to, que es incurable, que es preciso convencer ála humanidad de la sinrazón de vivir y precipi-tarla lo más pronto posible en el abismo delnirvana, por medio de expedientes más ó menosingeniosos ó prácticos, sea por el ascetismo sis-temático, que agotará las fuentes de la vida,como quiere Schopenhauer, sea por un suicidiocósmico, grandioso y absurdo, que es lo que pro-pone Hartmann.—Este excedente de sufrimien-tos, si existe, es un título para el hombre y lecrea un derecho. La vida, aunque sea desgracia-

da; vale la pena de ser vivida, y el dolor valemás que la nada. •

E. CARO.

Trad. de A. P. V.

(Concluirá i

EL POF/TA Y NATURALISTA ALBERTO DE HALLERY LOS MÉRITOS DE IOS SUIZOS RESPECTO Á IA LITERATURA

ALEMANA.

El 12 de Diciembre de 1877 celebraba Berna(Suiza)—asistiendo á la solemnidad diputacionesde las Universidades de Goettinga, Leidén y Ba-silea—el primer centenario de la muerte de suprimer hijo Alberto de Ilaller, el cantor inspiradoy patético que de los Alpes, esas columnas delcielo, hizo monumentos de su gloria; el sacerdotede esa religión natural qua tiene por templo elmundo y por altar el cielo; él, cuya poesía ha dadoabundante fruto; él, que en su vastísimo saber, enla pasmosa universalidad de su esencia, se pa-rece á los Aristóteles, Alberto Magno y Leibnüz,ocupando un lugar distinguido asi en la historiade la literatura alemana como en la de las cienciasnaturales, la botánica, la anatomía, la fisiología,la medicina, y siendo además de comercio tan ín-timo con las nueve hijas de Mnemosyna y con lanaturaleza matemático, estadista, filósofo y apolo-gista del cristianismo.

Como naturalista no hizo grandes descubri-mientos como Copérnico ó New ton; como botáni-co fue superado por Linnó, y como zoólogo debióceder el puesto á Buffón; como escritor no teniael espíritu de Voltáire, ni el vuelo altivo de Rous-seau, ni la claridad clásica de Lessing; no era unmatemático como su maestro Bernoulli, ni un filó-sofo como Kant; pero en estas disciplinasen estasdirecciones todas se acercaba tanto á los maestrosmás eminentes, que por su universalidad habia defigurar en la primera fila. Parece que no existieronlas barreras de la perfección humana para esemonstruo de actividad, ese espíritu culto y glori-ficado por la poesía, ese segundo Alberto Magnoque, siendo grande de estatura, era aún njayor porsu vastísima erudición, por la fuerza de su obser-vación y de su'memoria, por su carácter severo,por su ánimo noble, |por su piedad profunda, y

N.° 206 J. FASTENRATH — E L POETA Y NATURALISTA ALBERTO BE HALLER. 451

qua mostró tanto afán acerca de las cosas de su pá- 'tria, la república de Berna, que bien puede sertenido por modelo.

Alberto de Haller; ¡hó aquí, como dijo el empe-rador José II, el genio unido á la virtud\

Nació Alberto en 8 de Octubre de 1708, en Ber-na, de una estirpe no hidalga, pero distinguida,cuyo ascendiente, Juan Haller, murió en 1531 enel campo de batalla de Kappel, como amigo deZwingli. Su padre, Nicolás Manuel, perteneció alforo de Berna. Débil de cuerpo, era el niño prodi-gio de precocidad, pero no siendo comprendidapor los suyos su índole tranquila, se desarrolló porsí propio, gracias á su afán de saberlo todo, á sumemoria, que no olvidaba nada, y á su diligencia,que coleccionaba y escribía todo lo q~ue habíaaprendido. A los diez años de edad poseia ya losidiomas antiguos, incluso el hebreo, y desde quecomenzó á usar de 3U razón, demostró amor seña-lado á la literatura, escribiendo poesías, y con fa-cilidad igual sumó así consonantes como los su-mandos de la adición aritmética. Estudió medici-na en 1723 en la Universidad de Tubinga, y tuvoen Leiden los mayores modelos de su ciencia enBoerhave, el módico eminente, y en Albino, elgran anatómico. En 1727 »a graduó. El trato consu íntimo amigo Juan Gessner, natural de Zurich,le hizo botánico, y en Basilea despertó Juan Ber-noulli su pasión á las matemáticas que le domi-naba tanto, que hasta en el dia de sus bodas seocupaba de cálculo integral. Desde Basilea em-prendió con Juan Gessner su primera excursiónpor Suiza, á la cual faltaba desde hace cinco años,y que por eso hizo una impresión tanto más pode-rosa sobre su ánimo, inspirándole el poema LosAlpes.

Hasta entonces los poetas alemanes no habíancantado sino la belleza apacible del llano, el cua-dro estrecho formado por el bosque, la selva y lapradera, los valles floridos y amenos, y los ríosalegres. Pero él cantó el primero en nobles y ento-nadas estrofas la naturaleza sublime y grandiosade las montañas, cuyos picos sa esconden siempreentre las nubes, y cuyo aire, según ha dicho unpoeta, y yo creo que es verdad, debe hacer buenosá los hombres. Revelan los versos de Haller unaobservación original de la naturaleza, y la majes-tuosa nobleza y profundidad de su pensamiento,.el atto sentido moral y humanitario, y la vibrantey sonora contestura de la rima bastan para legi-timar y confirmar el título de poeta al inspiradoautor de los Alpes.

Si en sus descripciones detalladas de la natura-leza se proponía rivalizar con los paisagistas ypintores de flores, mereció las censuras de Lessingpor haber traspasado los límites de la poesía; pero

aquellas pinturas son sólo cosas accesorias, pues laidea principal de su poema es el contraste entre lafelicidad verdadera y la cultura; es la descripciónde la vida sencilla y feliz de loe habitantes de losAlpes, y su poema lo llamaremos la primera ex- ,presión poética de aquel anhelo hacia la edad deoro de la inocencia y de la pureza de costumbresque llenaba después los delicados y dulce3 idiliosde Salomón Gessner, y las ardientes novelas fi-losóficas de Rousseau.

La poesía alemana del siglo xvn, contrastandocon la genuina y popular del xvi que hablaba alcorazón, no era sino gongorismo frió, teniendo porrepresentante principal al bardo de Silesia: á Da-niel Caspar de Lohenskein. Al culteranismo deésto le volvió la espalda el poeta hamburguésBartoldo Enrique Brockes; pero no teniendo fibraartística, no teniendo alas para volar á las lumi-nosas y trasparentes regiones de lo ideal, cayó enla pedantería de un maestro de escuela y su musaera moralizadora más que divino genio de la be-lleza. *

El suizo Haller, idólatra de las grandes ideas,é inspirado en nobles ideales, fue el primero quepor sus poemas filosóficos volvió á dar á la poesíaalemana un asunto grande y digno. Pero poetaintelectual, pensador más que vate de desbordadainspiración, el pensamiento estableció en su espí-ritu aquel nivel, aquel reposo, aquel equilibrio delas facultades creadoras, que si le ha apartado delas alturas y vuelos del genio, le ha librado de losabismos y caidas de la medianía. El, á quien porsu sentimiento ético y su estilo elevado llamare-mos el precursor del patético Schiller, no logróentrar en el templo sereno de la belleza como loshéroes del segundo (1) período clásico de nuestraliteratura, los Goethe y Sohiller, pero él les abrió

. elimino; él dio impulsos á los Gellert, Uz, Eval-• do de Kleist, y á las primeras poesías de Lessingy de Wielhand, y mereció los aplausos de Klopstoek**y de Herdor. Lo que hallaba un acorde en su liray una estrofa en su canto, pertenece á la esfera dereflexión más que á las de contemplación llena defantasía. Como prueba de 030, bastan los epígrafesde sus composiciones: Acerca de la razón, la su-perstición y la infidelidad; Acerca de la virtud;Acerca de la falsedad de las virtudes humanas,Acerca del honor; Acerca del origen del mal; Acer-ca de la eternidad.

La poesía titulada Acerca del origen, del mal, m,en cuanto á la idea, una reminiscencia de la Tteo-diseade Leibuitz; pero en cuanto á la ejecución,una creación original del poeta, y la composición

(1) £1 ¡primer período clásico de la literatura «lemánna es el de loa minnesinper.

152 REVISTA EUROPEA. 3 DE FEBRERO DE Í878. N.° 206

Acerca de la eternidad revela su fuerza y claridadextraordinarias en representar lo abstracto de unmodo sensual. Sólo raras veces hay en su poesíaun asunto meramente lírico: encárnase el senti-miento en el verbo inspirado de su estrofa sólocuando, como todo mortal, tenia su bautismo delágrimas y cantaba la muerte de su esposa Maria-na, y el amor, luz primitiva de todo arbe y poesía,no lo inspiró sino la composición titulada Dóris.Aventajaba á los vates que le precedieron, en laverdad de sentimiento, pues entre estos sólo elinfortunado GHinsher, por una honrosa excepción,sintió lo que expresaba en sus poesías. Si á lascomposiciones didácticas y á las sátiras severas deHaller les falta la gracia, en cambio, encantan porlo gráfico y breve de la frase, por la fuerza subli-me, por la vibrante energía. Salieron las poesíasen 1732, siguiendo la segunda edición en 1734.

La gloria de poeta del hijo de Berna la aumentóy la ennobleció, en concepto de sus contemporá-neos, su. gloria de sabio. Alberto, que de un niñodébil se habia hecho uno de los hombres má3 her-mosos ó imponentes, se estableció en su patriaen 1729, mereciendo ya por su estatura el sobre-nombre de Grande. Convidábale el ser biblioteca-rio, y corno director de la biblioteca de la ciudadde Berna, lueia por aplicación y sapiencia, tantacomo si durante su vida toda hubiese sido biblio-tecario. Entretanto, sus obras científicas llamaronla atención del mundo culto; y en 1736 el rey de In-glaterra y elector de Hannover le ofrecióla cátedrade anatomía y de botánica en la joven Universi-dad de Goettinga. Haller fuó el adorno mayorde este estudio, y al poco tiempo fundó unteatroanatómico que superaba á todos los de su clase, yun járdin botánico que, por la copia de plantasraras, fuó el más notable de Alemania. Tomótambién la parte más activa en la fundación de laAcademia de Goettinga y fuó el alma de los Ge-léhrten Anzeigen¿j$>® hicieron de aquella pobla-ción uu foco de trabajos científicos y que aún exis-ten. Y allí escribió sus tan notables como numero-sas obras relativas á la ciencia de Hipócrates y deBoerkave y á la fisiología y anatomía. Como mó-dico no tenia Haller por autoridad sino á la natu-raleza y por piedra de toque. de la verdad de teo-rías médicas el escalpelo con que ejecutaba ladisección y los experimentos en los animales. Ex-citaron admiración universal sus Gommentarii adEermanni Boerkave praelectiones Académicas masRei medicae instüutiones (que formando cuatrotomos salieron en Goettinga de 1739 á 1744), susElementa physiologeae cerporis humani, sus Iconesanaiomicae (que vieron la luz en Goettinga de 1745á 1754), su Enmmerálio plantarvm helveticarum,y así como los frutos de su laboriosidad excedie-

ron á lo común, eran extraordinarios también losmerecidos premios con que le honraba la Europaculta: las Academias le recibieron en su seno, losmonarcas le colmaron de distinciones, el empera-dor de Alemania le hizo noble y las Universida-des se les disputaron como al rey de los sabiosalemanes.

Ensanchábase su corazón con ser llamado á lacorte del gran Federico de Prusia, pero como hijode la república da Berna, no conoció otra ambi-ción más que participar de la vida política de supatria, y prefiriendo á los favores de los reyes elcargo más peqneño de Berna, trocó la actividadgloriosa de Goettinga con el empleo de ratkhaiis-amman (que no fue sino una suerte de maestro deceremonias) en la ciudad de su nacimiento. Aun-que presentaba sus títulos académicos, sus traba-jos científicos y sus libros poéticos, no eran estosen la aristocrática república de Berna, eslabonesde oro por donde subiese con más firme pié y le-gítima gloria al templo del poder, sino que despa-cio habia de conquistarse empleos correspondien-tes á sus inclinaciones.

En 1753 fuó director de la salina de Aelen (per-teneciente á Berna), convirtiéndose el poeta enecónomo, administrador y juez. Allí coleccionabalas usanzas y costumbres, reuniéndolas en un có-digo, y se complacía en mejoras relativas á laagricultura, en la lucha contra las malas cualida-des del terreno, escribiendo en una carta dirigidaá Voltaire en 1759: nUna laguna seca, hé aquí laconquista que me place, n Vuelto á Berna en 1764fue miembro del tribunal de alzadas, y fundó laSociedad Económica de Berna y el seminario filo-lógico de la misma población, y cuando el reyJorge III de Inglaterra rogó en 1770 al Consejode la República destituyesen á Haller para queéste volviese á la Universidad de Goettinga cualcancelario, la República le contestó que no podiaechar de menos los servicios de un ciudadano tanbenemérito. Así le fijaron por siempre á Bernalas sonrisas de la patria. Son de notar las novelaspolíticas Usong (que dio á la estampa en 1771),Alfredo rey de los anglosajones (que vio la luz en1773)» y el Coloquio entre Fabio y Catón, obras enque enalteció un sistema de gobierno aristocráticopatriarcal, y su aspiración de justificar su fé, dioorigen á un número de escritos religioso-filosófi-cos y polémicos. Estupendas son sus coleccionestituladas Biblioteca anatómica, Biblioteca chirúr-gica,Bibliothecamedicinaepracticae, en que conasombro de sus contemporáneos citaba y comen-taba 52.000 obras científicas. Todas las suyas seelevan al número de 136, y escribió el francés éinglés con la misma facilidad y elegancia que elsevero latin.

N.° 206 J. FASTENRATH. EL POETA Y NATURALISTA ALBERTO DE HALLER. 153

La larga y penosa enfermedad que puso fin ásus días, robándole á la religión, á la patria y álas ciencias, le sumergió por momentos en melan-colía, paro no logró turbar la claridad y la liber-dad de su espíritu. El final, digno de su rica vidalo formó la visita que al anciano moribundo, alrey en la esfera del sabe?, le hizo el joven y simpático emperador José II en 17 de Julio de 1777,despidiéndose ambos con las muestras más vivasde admiración recíproca. Y en 12 de Diciembredel mismo año, se le acercó al sabio y piadosísimoHaller la muerte, nmartillo que siempre hiere, es-pada que nunca se embota, lazo en que todos caen,cárcel en que todos entran, mar donde todos peli-gran, pena que todos padecen y tributo que todospagan, ii (1) Pero la muerte no tenia horrores paraquien sabía que no es la nada el fin de la existen-cia del hombre, sino que la vida de la virtud abrelos ilimitados horizontes de la vida imperecedera,y para quien escribió en 1762. i.Quisiera yo, sifuese posible, pasar á la posteridad como ami-go de los hombres, así como soy amigo de laverdad.,.

La Walhalla se gloría de su busto, y en tantoque Berna, en 12 de Diciembre de 1377, tejia coro-nas de alabanzas para la inspirada frente del poe-ta, del naturalista, del sabio, uno de sus deudos,C. L. Haller, depositó una siempreviva sobre sutumba, traduciendo al alemán uno de los discur-sos latinos que el gran hijo de Berna prenun-ció en 1747, como rector de la Universidad deGoettinga.

A mí, modesto biógrafo de los dos Albertos, elalemán Alberto Magno y el helvético Alberto deHaller, me sirve la biografía de éste de motivopara hablar de los méritos que los suizos han con-traido respecto á la literatura alimaña.

El documento más antiguo de la lengua ger-mana es de origen suizo, perteneciendo á los pri-meros decenios del siglo VII, á saber el Vocabula-rio latino-alemán de que se sirvió San Gallo, natural de Irlanda, antes de saber el alemán, y quese halla en la biblioteca de San Gallen (Suiza).El monje Ratperfc cantó en el siglo ix en alemánla vida de San Gallo; á dos monjes de San Gallen,Hartmuat y Werinbraht las dedicó Otf riedo, entiempo de Luis el alemán, su Armonía de losEvangelios; y un monje de San Gallen, Ek-kehart I, que floreció en el siglo x, fue uno delos primeros que representó en verso latino, unasunto de la epopeya germánica, las Aventuras deWalter de Aqwitania. Lo mejor de la primitivaprosa alemana pertenece asimismo á los suizos yespecialmente á San Gallen, por ejemplo, la pa-

(1) Fray Luis de Granada,

ráfrasis de los salterios debida, á Nofcker III, quemurió en 1022, y laa traducciones y comentariosdel Organon de Aristóteles de los libros de Mar-ciano Capella, y de un libro filosófico de Boethio.

Da Suiza parece haber salido antes de 1190, unade las formas más prelileetas de la poesía ale-mana de la Edad Media, los leiches, (l) asi comoantes en San Gallen, Notker Balbulo habia inven-tado las secuencias.

Como poeta épico de Suiza, mencionáramos áRodolfo de Ems, que floreció en el siglo xui, yganó fama como autor de la leyenda dñ Barlaam,y de Josafat, la de San Eustaquio, de una repre-sentación poética de la Historia universal, de unaAlexandreida, de una historia de Guillermo deOrleans y del cuento titulado El buen Gerardo.Este Rodolfo de Ems llama su maestro á Goio-fredo de Strasburgo.

Un poema de éste, titulado Tristan é Isolí, yel de Wolfram de Eschenbaeh, relativo á SanGuillermo, los terminó el suizo Ulrico de Tur-heim. Pero no se eleva éste por cima de lo vulgar.En cambio, habia una pléyade brillante de Úricossuizos, siendo el discípulo más aventajado deWalter von der Vogelweide el \minnesinger UltieoSingenberg (Thurgavia). Además mencionaremosá los minnesinger, Ulrico de Wintersteten; Rost,que cantó los amores, aunque fue sacerdote deSarnen (Suiza); Jacobo de Warte; Rodolfo, condede Nuenburgo; Enrique y Everardo de Sax (Ese-tia); Enrique de Rugge (Thurgavia); Walter deKlingen; Walter de Wengen, Enrique de Stret-lingen (cerca del lago de Thun); conde Kraf t deToggenburgo; Conrado de Landegge (Thurgavia),Steimar; Conrado de Altstetten; Alberto de Ra-prechtswil; Gast, Hesso de Rinach; Enrique deT^tíngen, de Gliers y de Trostberg.

Asimismo fue suizo el muestro de la prosa, elpiadoso" y genial Franciscano Bantoldo, hijo deWinterthur, que en el siglo xm peregrinaba porAlemania entusiasmado con sus sermones á mi-llares de oyentes, que le acompañaban de pobla-ción en población.

Fábulas llenas de buen humor, las escribió enBerna en el siglo xiv, el sacerdote Ulrico Bone-rio, mientras en Zurieh Rudigerio Manasse, quevivió hacia los años de 1300, coleccionó libros decantos. En el siglo xiv encontramos á los poetassuizos, conde Juan de Habsburgo y Halbsuter deLucerna, que cantó la batalla de Sempach.

Pasamos en silencio las cuarenta poesías que en

(1) Leicke se llaman en alemán canciones compilentaa de estrof is diferentes respecto al númoro de los Kan-1

glonos, de las riman y de las silabas,

154 REVISTA EUROPEA. 3 DE FEBBERO DE 4878 . N°. 206

el siglo xv hizo el conde Hugo de Montf ort, señorde Bregenza. Pero merecen los mayores elogioslos historiadores helvéticos del siglo xvi, Peler-mann, FAterlin de Lucerna y Egidio Tschudi deGlarus, que siguieron á los Diebold Schilling deSoleura y Thüring Friekard de Berna. Como autor de una novela popular, escrita en 1470 y ti-tula Melusina, menciónase á un hijo de Berna,Thüring de Ringolfingen.

En el siglo de la reforma, se distinguió cualpredicador Geíler de Kaiser sberg, que vio la luzdel mundo en Sehaff hausen. Conocidos son losméritos críticos de los suizos, Juan Jacobo Bod-mer y Juan Jacobo Breitinger, los cuales, aunqueuo fueron verdaderos poetas, tenian un conoci-miento de la esencia de la poesía verdadera. Cita-remos los idilios de Salomón Gessner, que se dis-tinguen por la armonía de las estrofas, y las en-trañables y sencillas canciones de Juan GasparLavater, el célebre hijo de Zurich. Juan Gandonzde Salis-Sewis, que nació en los Grisónes, se hizoaplaudir por sus elegias, en que tomaba por modelo á Matthisson.

Como prosista, después de Haller, debe citarseIsaac helin de Basilea, que por su obra titulada,Conjeturas filosóficas acerca de la historia de lahumanidad, se hizo el precursor de Herder.

Para concluir diremos que gozan de fama uni-versal el gran pedagogo y escritor helvético JuanEnrique Peslalozzi, y el eminente historiador Juande Miiller, y que merece un puesto distinguidoen la historia de la literatura alemana de nuestrosiglo, el pintor de la vida campesina JeremíasQotthetf (pseudónimo, siendo su verdadero nom-bre A. Bitzius) cuyas novelas de costumbres delos aldeanos suizos, tienden á ennoblecer al pue-blo como las novelas de Fernán Caballero y Anto-nio de Trueba.

JUAN FASTENRATH.

Colonia, 7 d« Enero de 1878.

LOS ORADORES DEL ATENEO.

» . EMILIO CASTELA.B.

Estudio.

(Conclusión.) *

III

Heme aquí dispuesto por breves instantes á col-gar de aquel lloroso sauce de que en otro tiemponos hablaba Nuñez de Arce, mis pobres atavíosde literato, para ceñirme á las costillas el sesudopaleto del escritor político. Habia prometido enla primera parte de este estudio no salir de la vidaprivada, pero como ustedes ven, no fue masque porel gusto de contradecirme. La contradicción tienepara mí ciertos encantos, sobre todo desde que elcuarto estado de la inteligencia se ha pronunciadode un modo tan decidido contra ella. Las genteshonradas se dedican hoy á cazar contradiccionesen los dramas de Echegaray, en las críticas de Va-lera y en los discursos de Castelar, con el mismoregocijo y solicitud con que tiran á los conejos enel Pardo. No es, por tanto, muy extraño qua yo,devoto fervorosode la moda, iompa con estas prác-ticas burguesas, y encaje una contradicción en midiscurso con el mismo desenfado que un elegantede Madrid se pone un rizo en medio de la frente.

Esto dicho, me contradigo y sigo. Viniendo demecerme con todas las sonrisas y cefirillos del arte,no puedo monos de deplorar el tener que vagarahora entre humeantes escombros. Y si se tieneen cuenta que no ka de faltar quien desde estosescombros me arroje algún ladrillo á la cabeza, miconducta debe aparecer heroica. Sin embargo,rechazo toda admiración. Elegí de mi grado elpapel de barquero, porque es mi deseo cantar enramplona prosa unas cuantas verdades. Sé quecon mi canto ahuyentaré de mi lado á' muchos demis amigos; pero, jqué me importa? ¿ES tan dulcequedar solo escuchando el aplauso de la propiaconciencia!

La política no es el fuerte de los españoles. Héaquí el primer recitado de mi barcarola. La políti-ca vale tanto en romance científico como "lo- posi-

• Véase el número anterior, pig. 120. '. . ,

N.° 206 A. PALACIO VALDÉS. LOS ORADORES DEL ATENEO.

ble" y los españoles aman con pasión lo imposible.De esto se deduce que implantar en España cual-quier teoría, significa lo mismo que traerla por loscabellos y pasearla por todo el ámbito de la Penín-sula, contra la voluntad de Dios y de los hombres.Y hay que convenir en que nosotros hemos forza-zado á pasear muchas teorías sin lograr jamás do-miciliarlas. Pero de estas teoríag indudablementela más fea y desgraciada es esa libertad, abstracta,incondicional, casi infinita, que cierto partido de-mócrata ha tratado de hacer compatible con unpoder tradicional. Aun suponiendo que esta abigar-rada amalgama,—no es poco suponer,—fuese unaverdadera armonía, ¿es posible, y si fuera posible,es conveniente para los intereses democráticos elarrojar á la deidad á quien rendimos culto, inde-fensa y desnuda en una naeion donde cuenta tan-tos y tan poderosos enemigos? ¿No os exponerlatorpemente á una muerte prematura1! Cierro mislabios y dejo que por mí contesten los hechos deque todos hemos sido unos regocijados y otrostristes espectadores.

Otro elemanto que pondrá siempre en peligro demuerte la libertad en España, es el socialismo po-pular que algunos alientan en las épocas críticaspara que la borrasca los conduzca velozmente alpoder. Hay muchos todavía que esperan vestirsede frac con los harapos del.pobre. Este socialismoinconveniente y perturbador es nuestro enemigonato, es la polilla que roe nuestros huesos: debemos luchar con él.

La democracia no puede tener en el dia otroideal que un gobieno apercibido siempre á defen-der la libertad contra las agresiones de propios yextraños, á reprimir los desafueros de todo ele-mento perturbador sea cual fuere. ¿Pero no valemás, me dirá alguno, un poder tradicional suaviza-do por el uso prudente de las libertades modernasque este gobierno fortísimo y rtemeroso1? No, por-que el poder tradicional tiene por genuinos aliadoala Iglesia, la nobleza y todos los demás elementostradicionales; tiene forzosamente sus ojos puestosen el pasado, mientras el gobierno que yo solicito,por robusto que él sea, los tiens fijos en el porve-nir. N03 ofrece el sufragio universal como basedeljorganismo político una completa y absolutalibertad religiosa, sin la cual no hay ni puedehaber progreso en ninguna sociedad, completatambién y absoluta libertad científica y de aso-ciación. Con estas solas libertades, aunque las de-más sufran alguna forzosa limitación, ningúnpaís puede marchar hacia la tiranía, sino haciauna libertad cada vez mayor.

Todo el que se halle conforme con las brevesprecedentes observaciones, que con el mayor guatoampliarla si no atendiese á más de una conside-

cion, habrá de, convenir también en que no essólo Castelar un retórico, sino un político. Bienque sea verdad que el prototipo del político seamuy otro en nuastra patria que el que Cagtalarrepresenta, no es manos verdad qua é3te haya daippruebas de estadista elevado y resuelto.

El político en España principia dirigiendo confeliz éxito unas elecciones en calidad da secreta-rio del ayuntamiento, después las dirige y lasgana como gobernador, y más tarde como minis-tro también Ia3 dirige y también las gana. De locual se deduce que aquí el mejor político es el quemejor hace una elecciones.

Pero aún hay en España otra especie de políti-cos de más estupenda y peregrina invención, elcual aspira nada manos que á regir los destinospúblicos con la misma severa inflexibilidad queun moralista gobierna su conciencia. Para estepolítico de.nuevo cuño nada hay en la vida socialque discrepe da la individual, ningún valor tienenlas circunstancias del momento ni le aterran porningún concepto los conflictos que pueden nacerde su obstinación. Es preciso marchar en línearesta hacia la verdad concebida, sacrificando, si esforzoso á la patria en holocausto de esta remotaverdad.

Eate puede resibir con monos razón aun que elanterior, el título de político. La política tieneun resorte que á cada instante es preciso tocar ylos hombres de esta clase, ignoran dónde se hallael botón que lo mueve. Gobernar es transigir. Fi-guraos que este hombre de Estado y el que tiene elhonor de ocupar vuestra atención con estos ren-glones (que no es más que hombre de su casa), seponen en camino á un mismo tiempo para Pekin,y que nuestro político se empeña, contra todas lasadvertencias y observaciones de otros viajeros quehaif hecho la misma ruta anteriormente, en mar-char hacia Pekin en línea recta, salvando bos-ques, ríos, cordilleras y escalando la muralla querodea una gran parte del'Celeste Imperio. Y quo,por el contrario, este humilde servidor de ustedescomienza su peregrinación trazando enormes cur-vas, sorteando bosques, rios, cordillera» y buscan-do con el mayor sosiego las brechas de la famosa

_ muralla. ¿Cuál de entrambos calculan ustedes quellegará el primero á la capital de la China?

Pero este político suele acusar á los peregrinosque no le acompañan en su peligroso viaje, de fal-ta de ideales. Ustedes ven ahora con cuánta sinra-zón, puesto que les dos marchamos háeia Pekin.

Incurriría Castelar en una lamentable contradic-ción consigo mismo si rechazase de la vida públi-ca, esta que es la condición esencial de toda vida, laarmonía; si al tenor de otros menos avisados cor-religionarios se mostrase intransigente. Para mi

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el decirse intransigente, no significa incluirse enninguna de las grandes corrientes que cruzan elcampo de la política, es confesarse enfermo. Laintransigencia es una enfermedad del pensamien-to, no es un partido político ni mucho menos unaescuela científica. El que se haya asomado siquie-ra una vez á los balcones de la ciencia para otearsus vastos dominios, sabe muy bien que la verdady el error no marchan por ellos sueltos y definidos,sino confundidos y revueltos y que es gran insen-satez aceptar cualquier teoría sin reserva, como re-chazar cualquier otra por entero. Pues si en laciencia que es de suyo más sólida que la políticano puede decirse de ninguna teoría que se halladesprovista absolutamente de verdad, ¿con cuántomás error condenaremos á perpetuo ostracismo enla vida del Estado, las opiniones y los interesesde una gran parte del país y los dejaremos sinninguna satisfacción?

Ni llamo yo político, ni nadie puede llamar conjusticia, al que presume de infalible en medio detan complejas relaciones y pretende una absolutafirmeza sobre un suelo tan falso y movedizo. Paré-come aún más digno de aquel título el que equi-vocándose confiesa ingenuamente su error y pro-mete la enmienda, el que viendo los intereses dela patria en flagrante contradicción con sus opi-niones las sacrifica gustoso, el que en épocas criti-ticas sabe adoptar una resolución salvadora, elque sabe organizar lo desorganizado, y avenir loque anda desavenido.

Castelar no es un político geómetra como ape-llidaba Talleyrand á I03 que buscan la exactituden el arte del gobierno; pero en el corto espaciode tiempo en que rigió los destinos públicos, y so-bre todo en la firme y resuelta actitud que adoptódespués, ha mostrado claramente que posee la pri-mera de las cualidades que debe exigirse á todoestadista, esto es, un oido muy delicado para per-cibir las múltiples y sentidas reclamaciones de laopinión.

El párroco de mi pueblo, que es un terrible ca-zador de perdices y de ideas, y así que pone algu-na bajo el canon de su escopeta no se le escapaaunque en ello se empeñen todos los diablos y fi-lósofos del infierno, profesa la opinión de que elpolítico debe ser un hombre muy largo, cuántomás largo mejor, estrecho por consiguiente, es de-cir, qne jamás se le vengan mientes de imaginarconceptos generales, ideas comprensivas, planes hu-manitarios ni ninguna de esas cosas que el pastorde sus ganados llama, estirando un poco el cuello,pataratadas. Las opiniones de la Iglesia han pesa-do siempre bastante en mi ánimo; así que muyformalmente traté de persuadirme de que toda lafilosofía de la historia era una verdadera patara-

tada, pero ¡ay de mí! no logré convencerme. Y sigopensando, aun cuando en ello comprometa grave-mente la salvación de mi alma, en la lógica histó-rica, en el progreso y en el poder de la razón huma-na. También creo y confieso, para mengua de misintereses espirituales, que el político no debe sercomo el tonsurado cazador enseña, un hombre lar-go, sino más bien un hombre ancho ó que tengalas ideas amplias y posea las dotes necesarias parallevarlas á la vida. El estado de postración y demiseria á que ha llegado nuestra política nos ha-ce considerar como hombres de Estado á los queno son más que hombres de intriga, y cuando unpolítico sano como Castelar aparece en la arena,con ideales firmes y probados, con la suficientehabilidad, prudencia y resolución para llevarlos ála práctica, los unos por lo que tine de ideal le lla-man ideólogo, los otros por loque tiene de prácticole llaman reaccionario. Bien se le alcanza á Castelarque hoy se ha hecho la soledad en torno suyo, porque no quiere alentar con su palabra ni con su acti-tud ilusiones quiméricas ni bastardas ambiciones;pero lo que tal yez no sabe es lo que ha tenido ábien comunicarme mi trasgo familiar (el cual,dicho sea de paso, mantuvo en otro tiempo rela-ciones muy Íntimas con Tertuliano) y es, que sihoy somos pocos, tal vez no tardemos mucho enpoblar las ciudades y en llenar las imprentas ylas tribunas. Así sea.

IV

Cuando una idea baja de la región délas madresá tomar carne en un hombTe, agota con habili-dad que maravilla, sin distraer uno sólo, todoslos recursos que nuestra naturaleza finita laofrece para mostrarse admirable, y aparece el ge-nio. Castelar ha encarnado en los tiempos pre-sentes la idea de la elocuencia. El que desee verclaramente las pruebas de esta verdad no tienemás que examinar con cuidado su vida y sus es-critos, y podrá observar con cuánta energía semuestra el orador en todos los rasgos del hombrey en todas las páginas del escritor. Leed cualquie-ra de las obras de Castelar y, sin daros cuenta deello, vuestros labios empezarán á moverse, pro-nunciarán al principio tímidamente aquellos ter-sos períodos, después los dirán con énfasis, y alcabo de algún tiempo, si algo no os saca de vues-tra distracción, estaréis declamando en alta voz.Es que por todas las páginas del libro corre y cen-tellea la idea de la elocuencia; es que Castelares siempre un orador,

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¿Y qué es un orador? Otra vez escucho la voz de Imi venerable párroco, que formula una definicióntan breve cuanto sustanciosa. No 030 trascribirlaaquí; pero si alguno siente curiosidad por cono-cerla, diríjase á él en buen hora, que no dejará derepetírsela cuantas veces lo demandare.

Yo no estoy en ésta, como en casi ninguna otracuestión mnndana ó extra-mundana, de acuerdocon mi párroco. El orador es para mí el hombre áquien Dios entrega la espada del espíritu, la pa-labra. Unas veces se sirve de ella para sacar mue-las en la plaza pública, y otras para volcar los im-perios. Pero esta espada sale alguna vez de as fá-bricas cerúleas, luciente y afilada como aquella defuego que, al decir délas Biblia, un ángel esgrimiócontra nuestros primeros padres á las puertas delParaíso, y la Providencia las destina á los soresprivilegiados como Castelar. Otras salen melladasy opacas como la que Bernardo usara en otro tiem-po, y son las que el Padre Eterno regala á los aeresque nacen sin privilegios como Perier.

La palabra de Gastelar es una palabra exhube-rants, briosa, con todo el calor de la juventud.Es una palabra destinada á hacer la luz en el pro-fundo piélago de nuestra política, sublime y apa-ratosa como la de Moisés, flexible y gubernamen-tal como la de un lord.

Su espíritu reeibe todos los dias nuevos ensan-ches como las grandes poblaciones, y la palabracorre con presteza como medio de comunicación áinfundir la vida y el movimiento en la nuevaciudad. Es una fuerza que sin cesar acrece, llenán-dose de]todo lo sano que flota en el ambiente que serespira, y su palabra reeibe en cada trasformacionun nuevo temple que la hace esclava, bella y su-misa de un pensamiento grande.

Mas esta esclava es una esclava india, no hayque dudarlo, y por más que en ocasiones vista á laeuropea y siga la moda de París, veo aprisionadocu sus ojos el rayo de sol del Mediodía y en suscaballos negros y sedosos contemplo las sagradasselvas dellndostan.

El Consultor de los Párrocos, que ea, á mi ju i -cio, el mejor periódico satírico que se publica hoyen España, y este servidor de ustedes, somos losorientalistas más pronunciados que se pasean porlas calles da Madrid. La única diferencia que nossepara consiste en que yo me inclino hacia la In-dia, mientras él dirige sus aficiones á los turcos.El doeto ¡colega convendrá, pues, conmigo en quela palabra de Castelar 63 asiática de pura raza,aunque bien se me alcanza que mi colega pref eriría oiría expresarse en latin. Siempre es prudenteque estas odaliscas se produzcan en una lenguasabia, como los atribulados suscritores que le ex-ponen alguna vez sus dudas..

Castelar trae del Oriente el sentido poético de lanaturaleza tan necesario para templar y vigorizarlos vuelos harto descompasados del ideal en núestra Europa. Su estilo es un estilo plástico y po-blado de imágenes que giran en caprichosos pasospor dolante de vuestros ojos con la sonrisa en loalabios y apuntando al porvenir.

Nunca sumergisteis vuestra mirada en las pro-fundidades del mar durante una tarde sosegada ydulce del estío, en una de esas tardes en que semuestra trasparente como una doncella que qui-siera abriros su corazón? ¡Cuánto rico tesoro,cuántas espléndidas ciudades olvidadas para siem-pre en el seno de las aguas os hace ver la inquietafantasía! Sumergidlas también en las profundida-des de este estilo oriental, y alcanzareis á ver losprodigiosos tesoros y las maravillas que puedefabricar la palabra humana.

Es una felicidad para el Sr. Castelar no habernacido en los tiempos de Nerón ó de Calígula,porque su lengua admirable hatia nacer induda-blemente en aquellos insensatos la infernal ideade cortársela para servir de plato en sus festines.

¿Porqué no se mueve ya esta lengua en la cá-tedra del Ateneo de Madrid? ¿Por ventura teme lacompetencia de la hoja de Albacete que esgrimeel P. Sánchez entre sus carrillos1! ¿O le infunde pa-vor la brocha de polvos de arroz que Perier paseadulcemente por su boca?

No dejo de comprender que la política es unaamiga celosa y exclusiva que con frecuencia nospriva de cualquiera otra inocente distracción.Tengo presente demás, que usted, D. Emilio, ne-cesita aprovechar todas sus fuerzas para llevar áfeliz término la patriótica tarea que ha emprendi-do: ¿pero se figura usted que en el Ateneo no ha-cemos política? Vaya si la hacemos y muy flaman-te x muy seria (1). Si usted pensara en dar unavuelta por aquí, no dejaría de tropezar con algu-nos jóvenes de corazón sano y de mente vigorosa,discutiendo en voz un poco más que alta las másarduas cuestiones de la ciencia del Estado. ¡Siviera usted que mustios andan y que desencanta-dos! Entusiastas siempre de la libertad, pero ater-rados ahora por sus excesos, se encuentran al bordedel excepticismo, del cual sólo usted puede librar-los. Eí necesario hacarles entender que aun haypara la domoeracia española una bandera, símbo-lo de progreso y compatible con la paz y la saludde la patria, y esta bandera es la que usted ha le-vantado valerosamente sobre los restos de un par-tido ensangrentado y delirante.

El Ateneo es un país neutral, es la Bélgica de

(1) La Academia de la lengua no permite que sehaga política, pero la haremos á hurtadillas.

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nuestra política, y aunque no pocas veces se cuelapor sus rendijas y ventiladores el simoun de lapasión, usted sabe muy bien que los árabes lla-man al iimoun el hálito de Dios, y lo es en efecto.¿Qué sería de una idea si la pasión no la cobijarabajo au manto de grana? Se mOriria de frió. Aesta centro debe usted acudir nuevamente, porqueeste centro con sus pasiones, con sus indiscipli-nas, con sus deslices artísticos, hasta con sus con-servadores, y á pesar de sus ultramontanos, sabematener vivo el amor al estudio de los grandesproblemas. Tiene una historia gloriosa, goza de unfeliz presente, y si los grandes espíritus como ustedno desertan de su modesto recinto, continuaráempuñando en nuestra patria, con aplauso de to-dos, el cetro de la ciencia.

ARMANDO PALACIO VALDÉS.

EL CANTO DEL CISNE,

Hace escasamente tres anos, á mediados del mesdo Junio de 1869, recoma, para distraerme de mismales, algunos pueblos délas cercanias de Roma.Ya de vuelta de mis excursiones, y excasamentsá una legua de la capital, me detuve en un pue-blecito, verdadero arrabal de Roma, y en el quehabía un notable monasterio.

Era un domingo; el calor ahogaba materialmen-te, y la pereza me hizo no abandonar la cama has-ta más de las nueve. Una de las cosas que me ha-bian recomendado más eficazmente, era que no de-jara de asistir á la misa mayor dsl monasterio, conobjeto de poder escuchar el órgano, el más nota-ble tal vez que exista en todo el reino do Italia.

Me vestí apresuradamente y corrí á la iglesia,sabiendo que, por fortuna, la misa mayor no em-pezaba hasta las diez, y teniendo, por, lo tanto,que esiperar todavía un gran rato á que empe-zase.

Después de concluidos los primeros cantos or-dinarioa de la misa, al ir á empezar la consagra-ción, un torrente de armonía se esparció por lainmensa nave del templo, y con 1 an dulce músicame creí un momento trasportado ala región de losbuenos espíritus.

Aquellas notas mágicas que, al desprenderse del

órgano sonoro, inundaban al alma de felicidad,haciéndola soñar con el Ser Supremo y entreverlas dichas del futuro, más que obra de humanoingenio, parecían esos dulces arrullos con que losángeles duermen á los justos en la región delEterno.

Apenas concluida la misa, atrepellándolo todo,subí al coro, y dirigiéndome al monje que aún ex-presaba las últimas notas dé la melodía, pregún-tele ansioso quién era el autor de aquel poema dedulzura, de aquellas notas mágicas, capaces por sjsolas de crear un Dios y de enardecer la fó máeapagada.

—Es una historia,—me contestó,—que no ten-go tiempo ahora de contaros; si queréis saberlaaquí os espero después de vísperas esta tarde, ysolos, sin que ningún ruido pueda estorbarnos, esla contaré toda. Nadie mejor que yo puede sa-berla, he sido actor en ella y su recuerdo quedóen mí tan grabado, que en vano trataré nunca dsborrarlo^de mi imaginación.

Mi curiosidad aumentó, si cabe, con la» pala-bras del religioso; no era ya sólo el deseo de co-nocer el nombre del autor de tan hermoso canto;era la curiosidad de conocer su historia un nuevoaliciente que me empujaba á no faltar á la citaque me habían dado.

Siempre que se espera, el tiempo parece gozaren ir despacio; las horas, pues, que trascurrierondesde la misa hasta la cita fueron un siglo para mí.

Por fin llegó el momento deseado, las vísperashabían concluido, y encontré al monje en el sitioque habíamos convenido.

La Iglesia presentaba un aspecto fantástico, la luzapagada del crepúsculo penetraba por los pintadosvidrios de las naves, y un último rayo do sol heríaei manto de oro d'e la Madona que ocupaba el sitiopreferente de la. Iglesia; un silencio sepultral nosrodeaba, y sólo de., vez ¿éa cuando, se oian enel exterior los trinos de las aves que volaban alnido huyendo de la noehe.

El monje, que tan amable se habia mostradoconmigo, parecía tener sesenta á setenta años; suluenga barba blanca le cubría completamente elpecho, y en sus pupilas, sobre las que pesaban losaños, aún podia descubrirse una chispa del fuegode la vida, semejante á aquel rayo de sol qué pene-traba por la ventana.

—Oidme bien,—empezó,—y os ruego que no meinterrumpáis si queréis conocer toda la historia:guarda tanta tristeza para mí, que con sólo un momenlo que interrumpiese mi relación, las lágri-mas ahogarían mi voz y me impedirían por eom-pleto el continuar.

Lo prometí así, y la historia que sigue fue larelación del mo»je; egtoy seguro de no haberla va-

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riado: en mí, como ou el monje, se grabó parasiempre en el corazón.

I I

Vivia hace algunos años on este pueblo un hon-rado maestro de escuela llamado Bezzo, que gana-ba el sustento á fuerza de ejercitar su pacienciacon todos los niños déla villa.

Viudo á los dos años de casado, como fruto delamor de au esposa, le habia quedado un niño que,desde la más tierna edad, habia demostrado dotesespeciales de comprensión y de talento.

Mil veces nos complacíamos en el monasterio enhacerle preguntas, á las que contestaba con taloportunidad y con '•anto juicio á veces, que nadiedudaba en vaticinar á aquel peqeño ser un porve-nir más hermoso que su presente.

Desde los doce años su afición á la música'se ha-bia desarrollado notablemente, y su padre, paradarle gusto, le llevó á Roma y consiguió para éluna plaza de niño de eoro en la gran Basílica.

Tres año3 después murió el pobre maestro deescuela y perdimos.de vista por completo á su hijo, cuyo paradero entonces ignorábamos

Ya nadie sa acordaba de aquel niño, que en otraépoca fue la delicia del pueblo, cuando un dia,hará cinco años de esto, la vimos aparecer en elpueblo ó instalarse en su casa, que habia permane-cido cerrada desde la muerta de su padre. Supimosque, habiendo aprendido la música en el Conser-vatorio de Roma y adoptado el apellido de su ma-dre, habia recorrido las principales ciudades deItalia, arrastrando una existencia miserable, yencontrando en todas partes,«ara su talento, ó elmenosprecio ó la indiferencia

Tenia entonces veintieuMpños; la edad de lasilusiones, época feliz en *|pir se recibe el sueñosonriendo, y en que se sonríe al despertar. Para élno habia habido, ni habia en aquella hermosa épo-

*ca de la existencia, mas que lágrimas tan amargascomo la hiél del desengaño.

Cansado, desengañado, tríate, sin esperar de lasuerfca más que reveses, ss retiraba al pueblo de sunacimiento para buscar en el recuerdo de sus pri-meros años la tranquilidad y la fé que le fal-taban.

Un dia, el prior de nuestro convento quiso veapor si propio los adelantos que en el trascurso delos años, habia hecho. Esta mismo órgano fue elinstrumento elegido por el prior; toda la comuni-dad asistía.

Me acuerdo bien; de sus ágiles dedos parecíabrotar como fuentes de perlas las inspiradas me-

lodías de Bellini, las armónicas dulzuras de Ros-sini. El prior y todos quedamos encantados de sunotable ejecución, y no pudimos menos de apro-bar con prolongados murmullos, á pesar del sitioen que nos hallábamos y de nuestro carácter reli-gioso, una bellísima composición original.

Apenas concluido aquel especie de ensayo, elprior abrazó al neófito maestro, encargándole,como primer paso de su carrera de gloria, nna misapara el dia de la Concepción, gran solemnidad á laque asiste todo Roma y casi siempre el mismoPapa.

Radiante, loco de alegría y de felicidad, salió elpobre joven de la iglesia, viendo en un momentorasgarse el velo de su desdicha, y entreviendopor entre las sombras de su esperanza la luz de sufortuna y de su gloria.

Todos esperábamos anhelantes el dia 7 de Di-ciembre, que era el señalado para el ensayo de lanueva misa, y nadie dudaba que la obra del jovencompositor seria tan notable como prometía su ta-lento y su disposición.

La tarde del dia 7 pasó, sin embargo, sin verleaparecer por el convento.

El prior mandó á buscarle y se presentó á él ámás de las nueve de la noche.

A pesar del tiempo trascurrido aún veo pintadaanta mis ojos aquella fisonomía.

Pálido, desencajado, temblando como un azoga-do, se presentó ante el prior y yo, que, como orga-nista del monasterio, asistía á la entrevista.

Habia compuesto la mitad déla misa,'pero laúltima mitad, lo principal, le habia sido imposi-ble componerlo: todo lo encontraba frió, malo.

El priOT, apurado porque, confiado en él, no ha-bia hecho el encargo á ningún otro compositor, lefaltó poco para insultarle, y ponderaba cuánta noseria su vergüenza al encontrarse á la siguientemañatftf, con ver alterada por primera vez, que sofaltaba á la costumbre de estrenar misa en aqueldía, costumbre inveterada en los anales del mo-nasterio.

—Hay un medio,—dijo el músico,—de que pue-da estar concluida mi misa para mañana. Dejadmeesta noche, y tal vez el silencio y la grandiosidadimponente del templo trocará mi esterilidad enfecunda inspiración.

—No tengo inconveniente,—contestó el prior;pero, ¿cómo es posible, aunque concluyáis vuestramisa esta noche, que pueda mañana tocarla elseñor?—dijo dirigiéndose á mí.

=Yo me quadaré con él,—interrumpí,—y así,desde el momento en que concluya, podré empezarmis ensayos y todo saldrá bien á la hora de lamisa.

Conformóse el prior, aunque desconfiando siem •

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pre del éxito, y los dos, después de haber hechocolocar una mesa con tintero y luces en el coró,nos fuimos á nuestro puesto.

Paaaban las horas y la inspiración pareeia huirmás bien que acercarse de- nuestro lado.

Hendido por el sueño, y con el objeto de combatirle, me acerqué instintivamente al órgano y dejévagar mis dedos sobre sus teclas sin rumbo fijo;ni yo mismo sé lo que toqué.

De repente el joven, que hasta entonces habiapermanecido abstraido ó dando muestras dedesesperación, me manda callar, y cogiendo febril-mente la pluma imprime en el papel durante mediahora nota tras nota, con increible rapidez, cayendoal acabar como aletargado sobre su propia obra:acerquéme entonces con curiosidad, y al apartar sumano para coger los papeles, noté que ardían yque su pulso, más que corriente circulatoria, pare -cia duro golpe de martillo; la fiebredebiadevorarle.• Coloqué delante de mí los papeles; puse en mo-

mivlento la máquina que, á manera de la de unreloj, movia por sí sola loa fuelles", y fijando mivista sobre las notas y mis dedos sobre laa teclas,empecé á hacer práctica aquella teoría.

Ño puedo describir lo que al tocar pasaba enmi sor; vos habéis oido la misa, y comprendereislo que pasó por mí en aquel momento. Leia las no-tas con pasmosa rapidez y adivinaba lo que noleia; el hálito del genio que habia animado alcompositor me empujaba á mí con su potentemano, elevándome á mayor altura de mi mérito.

Apenas interpretó una vez aquellas, melodíaslas retuvo intactas mi memoria, y apartando lospapeles de mi vista, las empecé de nuevo.

El sol habia empezado su carrera hacia muchotiempo, y la iglesia se hallaba iluminada de esaluz roja con que se adorna el sol por el Oriente.El pobre autor me miraba fijo y parecía beber suinspiración. Aquel dia no habia más misa en elconvento que la solemne, y esto nos permitió po-der repetir la composición hasta la hora de la so-lemnidad.

Todo estaba ya tranquilo en el convento, no ha-bia ya miedo de que se faltase á añejas costum-bres, y el prior, que ya habia oido la preciosa mú-sica, habia visto coronadas todas sus esperanzas.

Mientras la ceremonia, se prohibió subir á todoel mundo al coro, excepto á los padres encargadosdel canto.

El pobre autor permanecería en el mismo sitioen que habia estado toda la noche, descubriéndoseen su encendido rostro y en sus ojos enrojecidos,que la fiebre hacia en él progresos alarmantes.

Muchas veces le dirigimos la palabra, pero nonos contestaba y señalaba sólo á los papeles demúsica y á su cabeza: á veces parecía loco, á veces

parecía que su vida iba á escaparse en un mo-mento.

La misa comenzó; lo más culto, lo mejor de Bo-ma llenaba el templo, y el Papa, con el Sacro cole-gio, 'ocupaba la derecha del altar mayor. Lo quevos habéis sentido, lo que sentí yo, lo sintió todoel mundo, y puedo juraros que nunca he tocadoni tocaré nunca el órgano con tanta vida, con tan-ta expresión como entonces lo hice.

Acabada la ceremonia, el Papa quiso conocer alautor, y lo mandó llamar; pero le hicieron saberque la fiebre habia aumentado en él de un modotan alarmante, que era imposible hacerle mover nicomprender nada.

Ansiosos todos de conocer aquel portento, porninguno hasta entonces apreciado, subieron alcoro para felicitarle y tal vez recompensarle desdoentonces como merecía.

Un mudo estupor se apoderó de cuantos subíanal contemplar el cuadro que se desarrolló á su vis-ta; inmóvil sobre el sillón que le servia de asiento,sin más movimiento que el que en su pecho pro-ducía una entrecortada respiración, se hallaba elque, con su talento, hábia hecho tan felices á to-dos pocos momentos antes.

Una dulce sonrisa se dibujó un momento en suapagado rostro, volviendo á caer pesadamente enla misma posición que ocupaba.

Los ángeles, para quien habia compuesto aquellamúsica, recogieron con cariño su alma, traspor-tándola entre sus propias notas hasta el • trono deDios. Su propia emoción le habia matado.

Un silencio sepulcral siguió á la muerte del po-bre autor y no hubo unos ojos que no pagasen eltributo de una lágrima á la memoria del malo-grado ingenio.

Por un privilegio especial, el Papa ordenó quese le diera sepultura en esta mismo coro: en esapared podéis ver aun la lápida, en ella tenéis elnombre del que me hace llorar con su recuerdo. Yacercando la lámpara que hasta entonces nos ha-bia alumbrado, leí lo que con tanto deaeo queríaconocer:

uLuigi Precciani.ii

III

Cuando abandoné el convento daban las nuevede la noche, y, el toque de oración, me fue acom-pañando hasta mi albergue: la serie de reflexionesque se me oeurrieron podían ocupar un libro, perotodas pueden reducirse á una consecuencia de lasdemás: que la felicidad, la gloria y la fortuna sonel canto del cisne: sólo suenan para el hombre enel último instante de Ja vida.

Luis DE SANTA ANA.