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1 Septiembre 2013 / Número 0

Revista láudano número 0

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Revista de periodismo narrativo, ilustración y fotografía.

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Septiembre 2013 / Número 0

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2Foto. Mercedes Gómez

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SUMARIOEditorialEsto no es un manifiesto

MADAME TRANSGRESIÓN Y SU BOA DE PLUMASLos artistas del Desplume resucitan el cabaret de los 70’

LES NUITS CATALANESLiteratos franceses en el Raval

LA SOMBRA DE MONTALBÁN ES ALARGADAEntrevista a Paco Camarasa

NOSTALGIA NEGRA Literatura negro-criminal made in El Chino

LA VAMPIRA DEL RAVALLos últimos días de una señora que vendía jabones…

FLAMENCO PARA LOS RESTOSEl Jazzsí, el secreto de tener ‘duende’

TODOS TENEMOS UN ABUELO EN LA CNTUna ruta por el pasado anarquista de Barcelona

RELATO: Ciudadano Luz de Luna Por el escritor José J. Panzano

POESÍA: Inéditos de Luna MiguelPoemas del libro ‘Estómago’

REDACCIÓNBeatriz GarcíaCarlos G. CastillaVicent CanetRamón GarcíaJoan de la Vega

DISEÑOHelio Lozano

PUBLICIDAD Y MÁRQUETINGMartín García

FOTOGRAFÍAStefanía VaraMercedes GómezCoin

COLABORADORES N.0 Paula LermaJosé Juan PanzanoAndoni FernándezPedro Simón

Invócanos:Revista Láudano [email protected] Cuarenta Pisos (Badalona)

LÁUDANOS ENMASCARADOS

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Img. Andoni Fernandez

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áudano son personas que escriben, ilustran, fotografían y comparten sus visiones sobre una Barcelona que es una enorme colcha de patch-

work con sus jirones de tela, sus piezas que no encajan y aquellas que hace mucho tiempo que están y parece que todos hayamos olvidado. Si este editorial fuera un manifiesto, si pretendiera serlo, diría:

1. Creemos que la cultura oficialista no nos vale y queremos rescatar aquellas manifestaciones culturales que no tienen voz ni voto en una sociedad que sufre o se aburre, o ambas cosas.

2. Queremos dibujar la ciudad en la que vivimos y los temas que nos importan desde nuestra óptica y en la forma en que cada uno de los miembros de esta revista se expresa, en libertad.

3. Animamos a que todo aquel que tenga algo que decir, encuentre en Láudano su foro, sabiendo como sabemos que el talento pierde su fuerza sin un medio de expresión colectivo, al margen de los apolillados círculos de “divos” que se dicen a ellos mismos “somos los únicos artistas, nuestro arte es el que vale”.

4. Láudano son reportajes literarios que palpitan, fotografías que se narran por si solas, ilustraciones que prefieren la ligereza de una galería itinerante, de papel, que vivir encerradas en un marco.

Nuestro Número Cero, dedicado al barrio del Raval y a la recuperación de la memoria del Chino, es la primera piedra, el embrión de una publicación que esperamos, número tras número, tome forma y, como una suerte de archivo vivo, sea la crónica de nuestros días en Barcelona, de las historias olvidadas de los barrios, de la literatura que ya nadie lee, de las gentes corrientes y las anécdotas mínimas que, pasadas por el tamiz de la narración, se convierten en símbolo social.

Estáis todos invitados a esta gaceta ambulante, este monográfico que, como un grito sin boca, hace de la cultura una rebelión y del arte su instrumento.

“Vosotros, todos vosotros,toda esa carne que en la calle

se apila, soispara mí alimento”

L. Panero.

El Láudano enmascarado

Esto no es un manifiesto

Decía Malraux que el arte es una rebelión contra el destino y también que la cultura son todas las formas

posibles de arte. Así que, por un silogismo sencillo, si el arte es rebelión, la cultura también debería

ser beligerante. Bajo esta bandera, nace Láudano.

¿Una revista cultural o de crítica social? ¿Un libelo?

L

EDITORIAL

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ilda Love se perfila los labios, rocía una nube de laca por el camerino y luego se la unta en la cara. “Es un truquillo de belleza”, le confiesa a

la fotógrafa y enfundándose su peluca rosa, se prepara para salir a escena. A sus ochenta y ocho años, Ricar-dito, como le llamaba su madre, sigue levantando al público con un brío y un desparpajo que nos transpor-ta al escenario de la extinta bodega Apolo del Paralelo. “Un cabaret muy pequeño —admite —, nada que ver con el Barcelona de Noche. Se cobraba muy barato, ganábamos cincuenta pesetas por cada copa y luego estaba el alterne con los clientes. Eso nunca se dice, pero pasaba”, nos cuenta con una sinceridad de peluca y pestaña postiza que resulta encantadora. Es una de las estrellas de El Desplume, el espectáculo homenaje al cabaret de los setenta que dirige Eduardo Gion en el Antic Teatre y que inicia su segunda temporada el próximo mes de octubre. Un show mágico, una suerte de Delorian con lentejuelas que por una hora se viste de Barcelona de Noche, de Gambrinus y de Copa-cabana, de tantas salas de fiesta que pusieron música, carcajadas y transformismo a la Barcelona de la Dictadura y los comienzos de la democracia en España. Y es que el “destape” empezó antes del “destape” y no fue ni cara al sol y menos con camisa nueva. “Con Franco había igual o más vida nocturna que después pero, como ocurre en esta vida, todo lo prohibido es más deseado”, explica Víctor Guerrero, el presentador del show y director artístico durante mucho tiempo del ya desaparecido cabaret Babel. “La primera vez que aparecí vestido de mujer fue en el 72’ en Mallorca. Yo venía del ballet y me pidieron que bailara un tango. Tenía que salir vestido de mujer esperpéntica y dije que ni hablar. Cuando me vieron aparecer con mi mecha rubia, la Policía me detuvo. Me metieron tal palizón que me rompieron los dientes”, cuenta Guerrero, para quien nunca hubo otro escenario mejor que el del cabaret.

Luces rojas en el camerinoDurante la época de la censura los teatros del Paralelo disponían de una luz roja que parpadeaba para indicar que el censor los “honraba” con su visita. Entonces, todo cambiaba: El guión del show, los chistes, el vestuario… Eso si llegaban a tiempo porque, como bien explica Elian, quien trabajó en Barcelona de Noche durante los años del “führanculismo” político, tan pronto la Policía se presentaba en el show para llevar-los a comisaría, como iban con sus mujeres a reírse al cabaret. “Era un fascismo encubierto. Nos sacaban del escenario y nos obligaban a ir andando hasta la comi-saría por toda la calle Conde de Asalto, por las Ramblas. No nos daban tiempo a cambiarnos, salías en tanga o con las plumas y te encerraban hasta las ocho o nueve de la mañana. Lo que yo no entendía era que esos que te detenían, volvieran a las dos semanas solos y te invitaran a una copa para ligar contigo”. A quien nunca llevaron al cuartelillo fue a la Gilda porque, como ella dice, “era mu discreto y siempre estaba metío en la Iglesia, en la Acción Católica”. Afirma que de niño iba para misionero, pero acabó como peluquero de señoras en París. En esa época empezó a trabajar en el mítico cabaret parisienne Madame Arthur: “Pero no ESTA Madame Arthur”, aclara, refiriéndose al gran mito del cabaret de Barcelona, Modesto Mangas Mateo, el personaje de fantasía que enamoró a Federico Fellini.

Maestro de transformistasCuentan que cuando el director italiano vio a Míster Arthur recitar aquellos versos e increpar al público con una lengua tan afilada que no podías más que reírte, se emocionó tanto que le ofreció protagonizar Las Noches de Cabiria. De él escribió: “Míster Arthur, que transformas las noches del mundo en un personaje mío, quisiera plasmarte en un lienzo pero te escapas.

Madame transgresión y su boa de plumas

Los transformistas del Paralelo volverán a traer la alegría del cabaret al Antic Teatre este próximo otoño

Txt. Beatriz Garcia. Img. Stefanía Vara

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REPORTAJE

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Eres una libélula. Eres la machihembra que Goya soñó antes de tú nacer”. Porque míster Arthur, o Madame Arthur, como luego se apodaría, era una paradoja en sí mismo, un personaje felliniano. Imaginen a una figura hombruna de casi dos metros, nariz prominente y una voz rajada, como hecha a arañazos. No había un atisbo de feminidad en él y sin embargo, vestido con sus gorros de fantasía, sus plumas y sus tocados de canutillos era capaz de pasearse por el escenario del Barcelona de Noche con un atrevimiento y unos comentarios que resultaban escandalosos para la época. “Era personaje único —explica Christine, una de las vedettes más hermosas que tuvo el Paralelo—; cantaba una canción que decía: “Soy un hombre feo, busco a un hombre feo y llamaba “feo” a los especta-dores, y la gente se moría de la risa de sus insultos”. Quienes tuvieron el honor de trabajar con Modesto lo describen como un maestro de transformistas que consiguió crearse un personaje hiperbólico o, como señala Víctor Guerrero, “una gran fantasía”: “Él nunca fue a París, ni conoció a Burt Lancaster, ni se fugó con él, ni nada… Depende de cómo tenía el día, te contaba una historia u otra. Tenía muy mala leche, era alcohólico y tuvo muy mala vida; sus parejas se lo quitaron todo y murió muy pobre. Creo que no tuvo nunca a una persona que lo quisiera y le diera una buena vejez”. Y pese a lo difícil que fue trabajar con él, pese a lo indomable de su tempera-mento, nadie como el genio de Pierrot supo dirigir con tanto humor y talento a una Arthur convertida en La Celestina.

El ‘Leonardo’ con lentejuelasEscritor, showman, dibujante, director de cine, atrezzista… Pierrot es al cabaret de Barcelona lo que Da Vinci a la Historia del Arte. Lo cuenta el realizador Eduardo Gion, quien lo conoció en sus últimos años y quedó fascinado por su figura. “Pierrot es el espíritu del cabaret. Él escribía las obras y contrataba a los artistas, dibujaba los carteles y hacía el vestuario. Adaptó al cabaret obras clásicas y cuentos de Allan Poe. Trabajó hasta los últimos años de su vida y estaba prepa-rando junto a Víctor una vuelta al cabaret cuando murió”.Una casualidad maravillosa, su llegada al mundo de la noche. Pierrot era actor teatral, dirigía una

compañía amateur llamada Teatro de Impacto, que se dedi-caba a representar obras de terror en el antiguo Cercle Barce-lonés –hoy Antic Teatre–. “Piensa en el escandalazo que supuso para la época: La gente iba a ver zar-zuela y se encontraba obras en las que había envenenamien-tos, asesinatos… Compraban

vísceras de pollo y se las tiraban al público. Al final lo acabaron echando”. Fue un gran amigo suyo, el ilustrador Pepe González, quien le avisó de que en el Whisky Twist, una sala de fiestas de la calle Escudellers, buscaban un director artístico. “Cuando vio los artistas que eran, Violeta la Burra y todos los maricones, transformistas y travestis, quiso darle un aire nuevo y empezó a hacer cabaret”. Lo importante, según Pierrot, era provocar la carcajada.

“Pierrot es el espíritu del cabaret: Escribía las obras, dibujaba los carteles, hacía el vestuario y adaptó al cabaret obras clásicas y cuentos de Allan Poe.”

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Ruta de lentejuelas por el antiguo Chino

· Cabaret Gabrinus, C/ Guardia, 7· Bodega Bohemia, C/ Nou de la Rambla, 11· Barcelona de Noche, C/ Tàpies, 5· Edén Concert, C/ Nou de la Rambla, 12· La Buena Sombra, C/ Gínjol, 3· Whisky Twist, C/ Pl. Oller, 8· Bodega Apolo, C/ Paralelo, 88.

La revista Vudú: Transformismo y terror en los 70’

Cuando Eduardo Gion estrenó el documental

Lentejuelas de Sangre, basado en la incursión de Antoni

Pierrot en el género de terror, solo los “fanzineros” más

avezados sabían de la existencia de una revista de culto

nacida a principios de 1975, la mítica Vudú. Con sus

apenas nueve ejemplares de vida, la revista editada por

Pierrot se convirtió en referente del floreciente género en

España, contando entre sus colaboradores con nombres

tan destacados como el actor y director Paul Nashy,

el dibujante Pepe González –padre de Vampirella-,

el periodista Sebastià D’Arbó, Jaime Rosal o el director

de cine y teatro Ricard Regual.

Vudú era una mezcla explosiva de viñetas, columnas de

crítica sobre el género de terror, humor, mala baba, sexo

y transformismo; una bomba de relojería para la agoni-

zante dictadura que consiguió burlar por un rato

la censura de la época.

Terror ‘trans’ en 8mmCoprofagias, abortos, mutilaciones, vampiros transexuales… rodajes en exteriores con actores saliendo de un nicho vacío del cementerio de Montjuic; Pierrot supo unir mejor que nadie su fascinación por el cine de terror clásico y las noches canallas del cabaret. Grabadas en super 8, sus películas contaron con artistas del transformismo y travestis convertidos en lo que ya eran, seres de la noche. En Miss Drácula, por ejemplo, una vampira hambrienta les chupa algo más que la sangre a sus víctimas, mientras que en otro de sus filmes, la más que underground Violeta la Burra realiza un striptease justo antes de ser mordida por un vam-piro. Películas divertidas, experimentales, que contaron con la participación de directores y actores como Paul Nashy, nuestro hombre lobo español y un gran amigo de Pierrot de los tiempos en que ambos acudía al Festival de Sitges. Precisamente fue el cine y no el cabaret lo que causó su única excusión a la cárcel. Sucedió en el año 1973: “Contrataron a Pierrot para que hiciese los carteles de los primeros festivales. Dibujó un cartel espectacular en el que aparecía la Iglesia de Sitges y cambió los santos de las vidrieras por muñecas rotas, monstruos y muertos empalmados; lo llamó ‘Tormentos de la Inquisición’. Lo detuvieron acusado de atentar contra la moral y la religión”, explica Gion.

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Bye bye ‘Dolly’El público de El Desplume estalla en vítores. El transformista más joven del reparto, Manel Dalgó, aparece en escena vestido con un traje de fantasía propio de un cabaret berlinés; lleva una larguísima falda de vuelos y colores y sus movimientos de baile son tan delicados que no puedes evitar poner tu propia feminidad en entredicho. Es un artista de otra generación, empezó a trabajar en la Barcelona de mediados de los años ochenta, en un momento muy diferente al que vivieron sus com-pañeros. “Ya no estaba Franco, había más libertad y el factor sorpresa era importante, pero aún así Barcelona de Noche fue una revolución. Veías señoras preciosas bailando en el escenario y luego se desnudaban y aparecía un hombre. Era mucho más femenino, todavía no había llegado el movimiento Drag Queen a España y era impensable maquillarse sin afeitarse antes”. Dalgó hizo carrera en Alemania, donde el cabaret todavía hoy es un espectáculo vivo: “Allí nuestro trabajo es respeta-do; la gente va al cabaret, compra programas, se retrata con los artistas… En España, el cabaret ya no existe, desapareció con el Barcelona de Noche”. ¿Y el Molino?, pregunto. Manel coincide con sus compañeros, del Molino, dice, ya solo queda el nombre.

Para Eduardo Gion, el giro retrógrado de Europa, las críticas al matrimonio homosexual y el recorte de liber-tades sociales de estos últimos años hacen patente la necesidad de un nuevo show de plumas y lentejuelas, de la risa fácil, del monólogo punzante y las varietés. “La gente necesita olvidar sus problemas y vienen al Desplume buscando pasar un buen rato. Nosotros explicamos la vida de aquel cabaret, lo recuperamos para ellos”. Tal vez aún no haya muerto el cabaret, quizás siga vivo mientras los artistas del Paralelo se suban al escenario del Antic Teatre y nos canten su historia.

“La Policía nos sacaba del escenario y nos obligaban a ir andando hasta la comisaría en tanga o con las plumas. Luego volvían a las dos semanas solos y te invitaban a una copa para ligar contigo”.

1) Gilda Love en el camerino.

2)Antoni Gràcia, Pierrot (Archivo de E. Gion).

3) Núm 9 de la revista Vudú editada por Pierrot

(Archivo Ed. Gion).

4)Madame Arthur y Pierrot,, 1981.

(Archivo de E. Gion).

5) Actuación de Manuel Dalgó durante

El Desplume.

REPORTAJE

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Miradla, por allí va, la Meretriz de Babilonia, cabalgando a lomos del gato ravalero. Busca a Genet en los antiguos burdeles, en las noches catalanas de Morand, sudando y recorriendo la geografía desnuda de la ácrata Remedios. Nunca el Barrio Chino fue tan bello en su impúdica violencia, en sus cuchilladas y sus casas de citas, en sus meublés de sábanas pegadas y putas tristes, como retratado por la literatura francesa.

orrían los años veinte y Barcelona era la imagen del pistolerismo y la anarquía. Coleaba todavía el recuerdo de la Semana Trágica en las balas

perdidas de los cenetistas y en la calle Cid, limitando con las Ramblas, los instintos se liberaban entre marabús y vodeviles cuajados de risas, de noctámbu-los borrachos y chaperos… “He aquí el Distrito Quinto –escribía Francisco Madrid en su Sangre en Atarazanas (1925)-, es la llaga de la ciudad; es el barrio bajo; es el refugio de la mala gente”.

Barcelona se había abierto a Europa en el siglo XIX y numerosos turistas de pluma, aquellos de los que Eugeni d’Ors abominó por ser embajadores de la “Mar-ca Chino” en el mundo, venían a la Condal buscando el pintoresquismo de sus barrios bajos y se queda-ban un tiempo. En esas mismas calles de las que hoy barren a las putas, se prostituyó el cantor de lo abyecto, Jean Genet. Frecuentaba el cabaret La Criolla, se travestía y robaba para comer y por pura fascinación criminal. El Raval fue para Genet, según Juan Goytisolo, un “territorio moral”, una escuela de miseria, que luego recogería en sus memorias, Journal du voleur (1949).

La Barcelona de Genet y Montherland no era la cuadrícula de Cerdà, sino el territorio sucio y liminal donde gustaban de mancharse los burgueses de la otra “ciutat”, la dels “barcelonesos”. Quien conoció muy bien las alegres sodomías de la nuit catalane fue el escritor Paul Morand. En el relato incluido en el libro Ouver la nuit (1922) Morand recorre Europa a través de sus mujeres para conocer en Barcelona a la libertaria Remedios. Ella que era tan ácrata que nunca quiso

dormir sola porque “todas las noches siente golpes mis-teriosos en la persiana, y cuando abre el armario para sacar una camisa, ve dentro a una monja”.

Para los literatos existencialistas que salieron de París huyendo del absurdo bretoniano, la marginalidad del Chino representaba la oportunidad de diluir el yo moral, de aislarse como el viudo Sigismond en su burbuja rodante. André Pyere de Mandiargues narró en La Marge (1967), como quien pinta, la transformación tem-poral de un hombre en una Barcelona sumida en el “führanculismo” -el forúnculo franquista, lo llamó Mandiargues-. De esta forma, transitar por el barrio Chino equivale a rastrear una parte de la historia omi-nosa de nuestro país. Hay infamias, las de la guerra, que pueden dejar mudo y ciego al voyeur más aficionado.

Por eso, quizás, dijo Georges Bataille que había escrito Le Bleu du ciel (1935) en “la violencia de una prueba sofocante, imposible”. Cuando Henri Troppmann, en su peregrinar obsceno por burdeles de media Europa, llega a Barcelona, se encuentra con una guerra civil en ciernes que enerva su espíritu revolucionario. Sin em-bargo, Bataille no publicó la novela hasta 1957 porque en su momento el absurdo de la guerra había vaciado de sentido su obra.

¿Qué queda hoy ya de la Babilonia de antaño? Apenas tres calles con nombre de santo, unos tragos de ab-senta y algún travesti coplero pero, como decía Mon-therland, “se hiere el propio amor, mas no se le mata”, y toda ficción que empieza en el Raval acaba, quieran o no, en el barrio Chino.

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Txt. Beatriz Garcia. Img. Ramón‘Les nuits catalanes’

ANÁLISIS

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La nueva novela criminal de Barcelona se muda de barrio. Callejones oscuros, putas tristes, narices nevadas y asesinatos luctuosos; ningún barrio como ‘El Chino’ ha sido tantas veces escenario de novela negra, la escrita en Barcelona e incluso fuera de nuestras fronteras. Son los ba-rrios bajos por los que transitaron desde el gourmet Pepe Carvalho al violento

inspector Méndez de González Ledesma, cuya huella sospechosa empieza a impregnar otros distritos. Recorremos con Paco Camarasa, propietario de la librería Negra y criminal de la Barceloneta, las angostas y peligrosas callejas del Raval literario y esas otras nuevas “islas” del crimen. Abrillanten sus Colt…

“La sombra de Montalbán es alargada”

¿Cómo el Raval llegó a ser el espacio predilecto de la literatura negra?Según Vázquez Montalbán, el Chino de Barcelona es un barrio empobrecido habitado por vencidos después de la Segunda Guerra Mundial, pero aún antes ya era el centro de perdición de todos los pecados que había y lo era desde el Paralelo. Como España fue neutral en la Primera Guerra Mundial, todos los ciudadanos de los bajos fondos de París, Londres y Berlín se refugiaron en Barcelona. Después, como bien se ve en las crónicas periodísticas de la época, las de Vallmitjana y las de Francisco Madrid, fue el barrio de los perde-dores pero, por otro lado, el barrio de la solidaridad.

Algunos de los escritores barcelo-neses más conocidos fueron hijos del Raval. Desde la Plaza del Padrón calculas cien metros a la redonda y encuentras cuatro Premios Planeta: Maruja Torres, Terenci Moix, Vázquez Montalbán y González Ledesma; esto marca la literatura, porque explican su infancia vista desde allí. Según Vázquez Montalbán, la infancia es las cuatro esquinas en las que has meado, por eso comienza a ser un imaginario colectivo. Piensa que él empieza a llamarlo “Barrio Chino” cuando formalmente era “Distrito Quinto”, durante el franquismo, y ya no estaba viviendo allí, pero era su elemento de referencia.

¿Se convierte en un escenario de corrupción?Allí pasan cosas pero, si te das cuenta, los corruptos viven fuera. Una visión un tanto diferente es la del ins-pector Méndez, el personaje de Ledesma, que camina por las calles de las putas, pero él es un policía de ba-rrio que lleva comida a los rojos que han incumplido la ley y conoce perfectamente la vida y milagros de todos los que habitan en el barrio. Lo mismo con Montalbán, cuando regresa a su infancia y pasa las Rondas, nos dice que entra en terreno conocido. Hay unos códigos

determinados para la gente que ha vivido en el barrio, porque son los de “fuera” los que vienen de noche y miran como en un zoológico.

¿Los autores actuales ubican sus tramas en el barrio Chino o en el Raval?Algunos autores todavía escriben sobre el Raval actual, pero la som-bra de Carvalho y de Montalbán es alargada y tan potente que los hijos

siempre quieren matar a los padres y buscan esce-narios diferentes. Por ejemplo, Teresa Solana, con muy buen criterio, escribe unas novelas donde la acción nunca transcurre de Diagonal para abajo.

¿Cómo se hace algo especial en novela negra? No situándola en el Raval. También es muy curioso que no se escriba sobre la Barceloneta, cuando es un barrio que todo el mundo conocía. Estos sótanos están tan bien cuidados porque

Txt. Paula Lerma Img. Mercedes Gómez

Los escenarios criminales están ocupando práctica-mente todos los barrios, desde la sierra Collserola a la parte alta de Barcelona: “¿Cómo se hace algo espe-cial en novela negra? No situándola en el Raval”.

ENTREVISTA

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estaban dedicados a la industria de este barrio, que era el contrabando y el estraperlo.

Entonces, la novela negra está llegando a otros barrios.Sí, ya prácticamente está ocupando todos los barrios desde la sierra de Collserola a la parte alta de Barcelona. Alguna hay que tiene como escenario la Barceloneta, también Poble-sec y Poblenou. Faltaba un crimen en Horta, pero Jaume Benavente acaba de escribir la novela Lluny d’aquí.

Incluso el barrio está cambiando, ¿se refleja esto en la literatura?Lo refleja Ledesma, que es el que ha seguido. No sabemos que estaría haciendo Vázquez Montalbán si no hubiera fallecido hace diez años, pero las últimas novelas de González Ledesma ha constatado que el barrio ya no es lo que era: Ya no hay bares de los de toda la vida, bares de aquellos donde, como él dice, se guardaba el asiento del cliente que había fallecido, como en los bares del Cabaret Pompeya de Andreu Martín. Todo eso ha desaparecido y Ledesma habla de los nuevos policías, los Mossos pero, por ejemplo, no hay ya ninguna novela situada íntegramente en el barrio Chino, menos La Mala Dona de Marc Pastor, pero está ambientada a principios del siglo veinte.

El Raval es un barrio muy cosmopolita, ¿lo es también en la literatura?Por supuesto, encontramos Barcelona en todas las referencias marginales de los cincuenta y sesenta como ciudad de la Guerra Civil, pero ya también en la actualidad aparece con bastante frecuencia. Una de las pocas ciudades fuera de Suecia que menciona Henning Mankell es Barcelona, por ejemplo. Cualquier novela que ocurra en Barcelona será mejor leída por lectores italianos y franceses, y al hablar de Barcelona, en nuestro imaginario, siempre estará el barrio Chino.

La novela negra evidenciaba de una manera crítica los problemas sociales. ¿Ha perdido ese espíritu o sirve aún como denuncia de lo que ocurre en determinados lugares?Montalbán y Jaume Fuster utilizaban la novela negra para explicar lo que no podían explicar como perio-distas. Un periodista debe contar la realidad y eso implica poder demostrar el motivo por el que acusas a alguien. Un novelista no tiene porqué demostrar nada porque la ficción es una mentira. Pero muchas veces esa mentira explica mejor la realidad, porque la ficción nos permite llegar donde el periodista no va a poder llegar. Es un tipo de novela más realista;de hecho, si Émile Zola y Pérez Galdós escribieran ahora, escribirían novela negra.

“González Ledesma ha sido quien mejor ha reflejado los cambios sufridos en el Raval: La nueva policía, el cierre de los bares…”

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«HE NACIDO PARA REVOLUCIONAR EL INFIERNO»‘Tatuaje’, Manuel Vázquez Montalbán

Cuando pienso en el Raval de hoy, imagino más bien bares, restaurantes, tiendas de moda, locales de arte alternativo y allí, cada vez más

arrinconadas, en las cercanías del carrer d’En Robador, el último reducto de prostitución callejera, los últimos coletazos del Raval pre Rambla. Puede parecernos que el máximo peligro al que nos enfrentamos en la actuali-dad sea esa horda de guiris borrachos y chillones, o bien ese carterista que nos abraza para robarnos la cartera, o que nos ganemos una buena hostia en cualquier pelea callejera. Pequeños peligros, nada del otro mundo y fácil-mente olvidables detrás de unas cervezas y unas bravas, cada vez más difíciles de encontrar. Pero, ¡cuidado!, como nos recuerda Ledesma en Peores maneras de morir (2013), nunca debemos confiarnos. Tras esa fachada nueva y amable, cerca de la moderna Filmoteca, junto al MACBA, donde ahora se levantan grandes hoteles, donde antes estaban los barrios de putas, en cualquier esquina, una organización dedicada al tráfico de mujeres eslavas puede asesinar brutalmente a dos chicas.

Sí, la ciudad y el Raval están en mutación continua. Los ideales del pasado desaparecen y las épocas de cambios, de oportunidades y ambiciones son los am-bientes ideales para la novela negra, para la buena, para aquella que critica la sociedad actual, la pérdida de valores, las desigualdades sociales, la Barcelona en crisis, esa ciudad tan ‘multicultural’ que evoluciona ante el desagrado de Carvalho y Méndez.

El Raval siempre fue el patio de atrás de la ciudad. Se encontraba fuera de las murallas hasta la desaparición de estas en 1854. El Paralelo se quedó con los teatros y los cafés ’decentes’, mientras que el Raval se convirtió en

la trastienda, en el reducto donde se acumulaban la miseria, la delincuencia y la prostitución, y donde pro-liferaban los cafés musicales, los cafés cantantes, los burdeles y locales de mala vida que solía frecuentar la burguesía barcelonesa de principios de siglo para sentir la emoción de coquetear con el peligro.

Las desigualdades sociales acaban por cristalizar en los años veinte. En el Raval se producen gran número de enfrentamientos entre los pistoleros blancos del ‘sindica-to libre’ (creado por militantes carlistas) y los obreros del ‘sindicat únic’ (la CNT). En esta época, en la esquina de la calle Sant Josep Oriol (antes calle de la Cadena) con Sant Rafael, es asesinado Salvador Seguí, ‘el noi del sucre’. Josep M. Vilà en La ciutat Malalta (1956) y El poder feia vacances (1964) reflejan el ambiente y los hechos ocu-rridos entre 1917 y 1923.

Durante la postguerra el barrio entra en el sopor de los vencidos. Los ciudadanos sueñan con escaparse de la atmósfera opresiva y gris del Régimen. El blanco y negro de las pantallas de cine les sumerge, entre cáscaras de pipas y cacahuetes, en los diálogos ásperos y cor-tantes de El Halcón Maltés de Hammett. Por unas pocas pesetas logran evadirse de la realidad. Francisco Candel, Donde la ciudad cambia su nombre (1957) y Victor Mora, El tramvia blau (1984), describen con maestría esta Bar-celona gris. Comienza por fin a romperse la marginación de la novela negra. Contribuyen a ello Manuel de Pedrolo con Es vessa una sang fàcil (1956) y Rafael Tarsis con La Biblia Valenciana (1955) y Un crim al Paral·lel (1960). Las fotografías de Joan Colom reflejan el Raval de estos años. Tomadas de manera clandestina, mientras pasea con la cámara a la altura de las rodillas, retratan la humanidad,

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Nostalgia NegraTxt. / Img. Ramón García

El Raval, el ‘Chino’. Basta pronunciar ese nombre para evocar otro mundo. Un mundo marginal marcado por la pobreza y la violencia; un mundo de prostitutas

y chulos, de rateros y trapicheros, chaperos y “travelos”, una ventana donde asomarse al peligro y sentir

la atracción del abismo.

ANÁLISIS

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el ambiente de las bodegas, de los cafés, de los bares, de la calle: Marineros borrachos, mujeres enfundadas en estrechas faldas a reventar, tacones de aguja altísimos, hombres que las observan, las desean, las siguen hacia una pensión de mala muerte.

Algo de luz y de color parece abrirse camino en los setenta. Son los años de la Barcelona de Nazario y Makoki, de la búsqueda de una libertad todavía presunta, del Raval de Anarcoma (un detective travestí, híbrido de Lauren Bacall y Humphrey Bogart). En 1974 y en apenas quince días, fruto de un desafío con un amigo, Montalbán escribe Tatuaje, una novela de policías y ladrones que marca el nacimiento literario de uno de los detectives más universales de la negra española, Pepe Carvalho. Sin él, sin Charo, sin Casa Leopoldo, el Raval sería diferente. El barrio es casi tan importante como sus personajes. Allí están las tabernas, los mercados y las tiendas donde compra Biscuter y el despacho con cuartucho adosado donde malvive.

Pero esa época de brillantez y luz acaba con la llegada del ‘caballo’ en los ochenta. Es la época más peligrosa del Raval, cuando una vecina de la calle Hospital prefería llamar a un taxi, si conseguía convencerlo de adentrarse en el barrio, para acercarse a las Ramblas y al Liceu, pues no se arriesgaba a caminar por las calles donde unos días antes una yonki, colando medio cuerpo por una ventanilla que se cerraba, la amenazó con una jeringuilla para conseguir un pico. Es la época de la Barcelona Connection (1987) de Andreu Martín. Barcelona rompe

su aislamiento y la mafia internacional entra en acción. Asesinos, camellos, policías y jueces corruptos se mueven con entera libertad por sus calles.

El Raval ha vivido mucho, ha madurado, ha crecido y se ha vuelto más familiar gracias a la llegada de la inmigración; incluso parece dedicarse a negocios más respetables y rentables. Al recordar ahora las calles de los ochenta, cuesta creerse el número de galerías de arte y restaurantes que han aparecido como setas a la sombra del MACBA. El punto álgido de la rehabilitación del barrio llegó con la inauguración de la nueva rambla, rodeada de polémica y acusaciones de pelotazos inmobiliarios, y con la desaparición de parte de la zona más histórica y emblemática del barrio. El Raval se ha transformado en otro barrio más de Barcelona.

Algo está cambiando en la ciudad, el negro se diluye en el blanco para formar toda la gama posible de grises. Incluso en las zonas más exclusivas de Pedralbes pue- den encontrarse monstruos: pederastas, sicarios, chulos, camellos. La novela negra actual rezuma desarraigo y pérdida. Se percibe en ella un aire de nostalgia por un mundo que, poco a poco, ha perdido la inocencia y los ideales. No importa dónde esté ambientada, en el Raval, en el frío norte o en las costas argelinas. ¿No opináis lo mismo, apreciados Pepe, Brahim y Kurt? ¿Se acabó el ro-manticismo o es que nos hemos vuelto mayores? ¿Qué nos deparará el futuro?

Continuará…

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laudia Elías iba a ser un problema, lo había sabido desde el principio. Ella y la idiota de Teresita; le había dicho mil veces que no podía

acercarse a las ventanas, que no podía salir de casa, pero la pequeña diabla tenía que desobedecer. Cuando aquella vecina metomentodo le había preguntado por la niña, no había sabido reaccionar y había cerrado la puerta sin dirigirle la palabra, pero era cuestión de tiempo que se fuera de la lengua. Había pasado diez días desde entonces; era posible que esta vez que-dara todo en un amago, pero tenía que hacer algo. Al principio pensó en matar a Teresita, pero la niña tenía un pelo hermosísimo que le había dado mucho dinero cuando lo vendió y confiaba en que, una vez volviera a crecerle, pudiera hacer un buen trabajo en el burdel, junto con los otros niños, así que quizá la solución fuera mudarse. O matar a Claudia Elías. Aunque lo primero era abastecer aquella misma tarde a sus importantes compradores de ungüentos de belleza y salud.

Se encontraba envuelta en tales pensamientos, des-cansando en el patio de la calle de Ferlandina, cuando una brigada de policías se presentó informándole de que había sido denunciada por tenencia de gallinas en el piso. Enriqueta Martí se quedó helada. Seguro que era cosa de Claudia. ¿Qué podía hacer? Negarse sería admitir su culpa; no podía levantar sospechas. No le quedaba más remedio que asentir y acompañar a los policías a su casa. Ése fue el principio del fin. Allí estaba todo: las niñas, los huesos, las ropas manchadas de sangre, los cuchillos con sangre coagulada, el sebo, el pelo. Las niñas hablaron. Teresita contó lo del secuestro, cómo la había llevado lejos de sus padres prometién-dole caramelos y cómo le había cambiado el nombre por Felicidad y le había obligado a llamarle mamá. Angelita había contado cómo recordaba a Pepito, de cinco años, y cómo había presenciado su asesinato, es-condida, mientras Enriqueta procedía a quitarle la vida encima de la mesa de la cocina, cómo se había hecho la dormida esperando no ser la siguiente.

Intentó refutar todas esas declaraciones, pero Joan, su ex marido, apareció de repente y ya no hubo esperan-

zas. Todo salió a la luz: Cómo regentaba burdeles de niños, cómo ella misma se prostituía, cómo mendigaba por las mañanas y por las noches se prodigaba por el Liceo, ataviada con las mejores galas, codeándose con la clase alta, a la que vendía sus ungüentos, hechos con restos de los niños que asesinaba. Como se había hecho con Angelita, la hija de su cuñada, a la que había engañado diciendo que el bebé había nacido muerto.

Cuando el juez dictó que, debido al peligro que repre-sentaba para la sociedad, debía ingresar en la prisión Reina Amalia a la espera de juicio, supo que estaba perdida. La vida en la prisión no era fácil, menos aún para una asesina de niños. Enriqueta no entendía el respeto ancestral que inspiran los niños, incluso a la más mísera chusma. Para ella un niño era un adulto en miniatura, solo que más fácilmente manipulable. Encargarse de cuerpos tan pequeños era facilísimo y elaborar pócimas que prometían juventud y curación a los pudientes, adultos corruptos y de doble moral, le permitía satisfacer sus ansias de matar sin ser des-cubierta. Vendía sus pócimas a gente que aparecía en su lista de contactos, así que ambos tenían las manos atadas y ninguno se iría nunca de la lengua. Todo parecía tan seguro... En la segunda inspección de la vivienda de la calle Ponent, y en las demás que poseía, acabaron por descubrirlo todo: Más cadá-veres, el libro de magia, el de recetas... La lista. Nada le quedaba ya excepto el sufrimiento, por lo que, en un acto final de orgullo, intentó suicidarse con un cuchillo de madera antes de que la sociedad la ajusticiara. El garrote vil no sería su final. ¿Quién iba a pensar que la iban a vigilar día y noche en aquella celda? Qué indigna estaba siendo su muerte. Ella, que había sido el terror de Barcelona, la encarnación del hombre del saco; ella, que había arrebatado más almas que el peor de los asesinos registrados hasta la fecha; ella, que tantas cosas sabía, había acabado sola, embadurnada de su propia sangre coagulán-dose, con todos los huesos rotos, órganos reventa-dos, llorando, pidiendo piedad, habiéndose meado encima del miedo entre aquel linchamiento a manos de sus compañeras de presidio.

C

LA VAMPIRA DEL RAVALTxt. Carlos G. Castilla. Img. Ramón García

Lo que aquí sigue es una dramatización de los hechos, no pretende ser totalmente fiel a la historia original.

CRÓNICAPOST-PERFIL

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Flamenco para los restos

uedamos con el señor Joaquín en el número dos de la calle Requesens, delante del Taller de Músics. Llega tarde o no llega, no importa,

aún quedan algunas horas antes de la apertura del Jazzsi. Al entrar me sorprende ver el espacio tan vacío. Estoy acostumbrado a verlo em-butido de personas sentadas en las escaleras o en el piso superior, que se reduce a un voladizo que rodea tres de las paredes de la sala, con las piernas que cuelgan y amena-zan con patear las cabezas de la gente que, en el piso inferior, intenta encontrar una buena localización para ver el concierto. ”Este local es el club del ‘Taller de Músics’, un lugar de encuentro para que alumnos y ex alumnos se vayan desbravando, para que sepan lo que es tocar delante del público”, me explica Joaquín, nada más tomar asiento. Luego se queda en silencio, mira la mesa donde reposa la grabadora. “Esto sí que no lo aguanto, una mesa coja me pone de los nervios”. Y entre el entrevistado, el entrevistador primerizo, la periodista salvavidas del entrevistador, el fotógrafo y la amiga de la periodista salvavidas del entrevistador que, para colmo, también es periodista, arreglamos el

problema para proseguir la entrevista con normalidad. No tengo motivos para estar nervioso porque Joaquín es una persona de las que facilitan las cosas, un auténtico ‘showman’ que prepara al público a la perfec-ción. “Necesitamos flamenco, no pedimos nada más.

Maestros, dadnos flamenco”; ese es su grito de guerra. También es un hombre entusiasta: “El flamenco es curativo. Hoy mismo, en cuanto acabe el espectáculo, me encon-traré más joven y mejor. Cuando alcanzas una edad respetable y has vivido de todo, incluso has sido play-boy internacional —bromea—, llega un punto en que todo te aburre. Si no fuera por la música me hubiera ya muerto de aburrimiento”.

Da un golpe fuerte en la mesa. Miro la grabadora y pienso que en una crónica flamenca es imposible que no se grabe ni un ruido. Me dan ganas también de palmear sobre la mesa, de gritarle “olé, maestro”. Joaquín se emociona: “Ay, el flamenco... Las letras del flamenco reflejan la vida, te recuerdan cosas que te han pasado. Cuando te cantan un palo que te entra, te vuelves loco. Es como un orgasmo cerebral”. Detrás, su hijo prepara las mesas para el espectáculo.

Txt. Ramón García. Img. Coin

“El ’Taller de Músics’ es la madre de un montón de música, no sólo de Barcelona o Cataluña, sino de toda España. Aquí empezó gente que ahora es figura: Miguel Poveda, Mayte Martín, Duquende, Chicuelo…”, explica Joaquín con su habitual poderío.

El Jazzsí taller de músics cumple veinte años

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CRÓNICA

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En escasa media hora ya se habrá formado una cola en la puerta, un reguero de turistas curiosos, apasionados del flamenco y clientes asiduos... “Para la afición esta sala es un auténtico santuario. Aquí puede escucharse el flamenco más puro de Barcelona. Por ejemplo, la ar-tista que viene hoy, Alba Guerrero, te va a cantar, como mínimo, cuatro o cinco palos de los grandes, de los clásicos y potentes, de verdad, de los que los flamenqui-tos no tienen huevos de hacerlos porque no llegan. Te va a hacer una ‘soleá’, te va a hacer una ‘sequiriya’, te va a hacer un ‘tiento’, una ‘malagueña’. Respeto todas las fusiones, pero es que el flamenco de verdad, el puro, el que se puede escuchar en esta sala, es acojonan-temente difícil. En una escuela te pueden enseñar los tiempos, la técnica, pero el duende lo llevas dentro, se tiene o no se tiene”. Ya apareció la figura más famosa del flamenco, ‘el duende’, el pellizco, pero... ¿Qué es el ‘duende’? ¿Se nace o se aprende? “Mira, el cantaor empieza a cantar, se calienta y comienza a conectar contigo, a transmitirte emociones y en ese momento es cuando aparece el duende. El flamenco se pierde en los espacios grandes. Los locales peque-ños son ideales para el flamenco”.

Las paredes de la sala rebosan de fotos que atestiguan los cantantes y guitarristas que han actuado en el pequeño escenario de la sala, donde cuesta creer que aún ninguna bailaora haya arrollado a algún especta-dor. “Todas las fotos las he sacado yo. Y tengo cajas enteras, pero ya no me caben más. Este local es la historia del flamenco y de la música. Aquí ha actuado gente que ahora es figura. Por ejemplo, Miguel Poveda ha actuado aquí un montón de veces, cuando cobraba dos mil pelas. La gente a veces no me cree, pero yo les enseño las fotos y les pregunto: ¿Conoces a éste? La Mayte Martín también ha cantado aquí cuando empezaba. La Ginesa Ortega,... Te hablo ya de gente

con un renombre: Duquende, Juan Luis Caro, Chicuelo... De aquí han salido una pila de artistas, grandes maestros. El ’Taller de Músics’ es la madre de un montón de música, no sólo de Barcelona o Cataluña, sino de toda España. El que viene aquí para aprender, si no pierde el tiempo, aprende. Ahora mismo tenemos un cantaor, el Salao, al que le auguro ser figura, pero mundial. Ya ha arrasado en Madrid, en Sevilla, en el festival de la unión, y ha deslumbrado porque es flamenco sin concesiones”.

¿Queda algún local mítico de flamenco en la zona? “En el barrio ya ha desaparecido todo. En la calle Escudellers estaba el Villarosa y La Macarena. Mi tío solterón me llevaba a todos estos garitos cuando yo era pequeño, por eso lo vi todo, y ahí es donde me entró el flamenco de verdad. Recuerdo un local de la calle Avignon, Las Cuevas, donde se tocaba muy buen flamenco, aunque parecía más que nada un colmado. Fíjate, no cobraban entrada: Tú comprabas una botella de fino que valía unas mil pelas y el cantaor y elguitarrista se sentaban a la mesa, les pedías una ‘soleá’ y te la cantaban; era como en los bares de alterne”.

La gente se aglomera en la puerta. “Five minutes y open”, le dice a un turista. Nos regala una última perla, la conversación que tuvo una noche con una ‘eminencia’ que fue a ver el espectáculo:

—Maestro, ¿qué significa que el flamenco sea patrimonio de la humanidad?—Quiere decir, Joaquim, que ningún loco, de ningún país, lo podrá prohibir nunca. —Me da usted una gran alegría. ¡Habrá flamenco para los restos.

Debo confesar que yo también me llevé una gran alegría...

1) La cantaora Alba Guerrero arranca por ‘soleá’. 2) Al baile y ‘el duende’, Eli Ayala.

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“Todos los barceloneses tienen un abuelo de la CNT”

Txt. Vicent Canet Img. Coin

UNA RUTA TURÍSTICA RECUPERA LA MEMORIA DEL ANARQUISMO EN BARCELONA

“Todos los barceloneses tienen un abuelo de la CNT –la organización más conocida del movimiento liberta-rio español–”. Con esta frase resume Mariano Maturana la importancia histórica y social del anarquismo en la Barcelona que va de mediados del XIX a mediados del XX. Maturana es un artista medial chileno que impulsó la primera ruta sobre el anarquismo barcelonés en 2003 y también sus posteriores ediciones. En ella se recorre la ciudad entera en autobús, rememorando los hitos históricos del movimiento libertario con el Raval como uno de sus espacios más destacados. Con él conver-samos sobre el pasado anarquista y obrero del Raval y de Barcelona, un pasado que ha sido prácticamente olvidado. ¿Por qué? Maturana fija el origen obrero del anarquismo con uno de los motivos de la desmemoria. “El movimiento anarquista español nació de la clase obrera”, lo que “explica el recelo que hay por parte de la intelectualidad, la burguesía o la clase política”. Y añade: “ellos nunca formaron parte de este movimiento y nunca le van a dar cabida en la memoria histórica de la ciudad”.

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l anarquismo fue un movimiento complejo que abarcaba corrientes muy dispares e incluso enfrentadas: anarcocomunistas, anarcocolec-

tivistas, anarcoindividualistas o anarcosindicalistas, etc. Si bien la leyenda negra les atribuye una actividad terrorista, la realidad no se corresponde con el tópico. Hubo atentados, sí, pero fueron minoritarios y protago-nizados por anarcoindividualistas que se entregaban posteriormente y que actuaban como respuesta a situaciones anteriores de fuerte represión. En la España anterior a la actual democracia, y excepto en el período de la II República, eran habituales y generalizadas las torturas y los asesinatos políticos a los opositores al régimen, que se “fundamentaban” muchas veces en acusaciones falsas. De hecho, en España no hay elec-ciones limpias hasta la llegada de la II República en 1931, hasta entonces el fraude electoral era generalizado.

La historia del movimiento libertario no es la historia de unos criminales, como algunos se han empeñado en transmitir. Es la historia de personas que vivían en condiciones de miseria, con salarios bajísimos, ningún tipo de derecho y jornadas interminables de 14 o 16 horas diarias, y que, pese a sus condiciones, se atrevi-eron a imaginar y a luchar por un mundo mejor. Un mundo de iguales y sin jerarquías donde los individuos vivían en libertad que, además, implicaba la autoorga-nización y la responsabilidad con la sociedad y el bien común. Con todo este material, el artista medial se decidió a “usar el método del turismo, de la industria turística, para contar una historia que no se conocía”, a “convertir el turismo en un medio de comunicación”, lo que pudo materializar a partir del colectivo Turismo Táctico.

Los orígenes, los ideales y los primeros logrosEn el siglo XIX, los trabajadores vivían alrededor de las fábricas donde trabajaban, un hecho que contribuía a que fuera más fácil su autoorganización. No sólo com-partían espacio laboral, sino también su espacio de ocio y de aprendizaje. Esto, según Maturana, generaba redes sociales de apoyo mutuo en su entorno más próximo a partir de corales y grupos de teatro que acabaron dando lugar a ateneos y a sindicatos obreros. Los traba-jadores se agrupaban en un primer momento más por necesidad, por pura subsistencia, que por ideales. De la necesidad surgió la ética y la crítica radical al sistema. En ese contexto, la primera organización sindical catalana, española y, probablemente, europea surgió en 1840 en el barrio barcelonés de Poblenou, visitado por la ruta. La organización fue creada por antiguos artesa-nos textiles reconvertidos en trabajadores industriales del mismo sector, que sólo pretendían mejorar sus paupérrimas condiciones de vida.

El origen del anarquismo catalán y español tiene que ver, también, con la desconfianza en los políticos. “En esa época habían surgido el Partido Democrático y el Partido Republicano Federal, los primeros partidos progresistas españoles, a lo que acusaban de engañar y utilizar a los trabajadores para poder llegar al poder”, afirma el artista. Nada muy lejano de lo que podríamos sentir ahora, la diferencia fue que personas en condi-ciones mucho peores a las nuestras decidieron organi-zarse. “Algunos obreros –indica Maturana– que habían simpatizado con estos partidos, se separaron de ellos y comenzaron a luchar por sus propias reivindicaciones desde los sindicatos”, explica. Todo este malestar sur-gido desde mediados del siglo XIX culmina en el

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Partido Republicano Federal, los primeros partidos progresistas españoles, a lo que acusaban de engañar y utilizar a los trabajadores para poder llegar al poder”, afirma el artista. Nada muy lejano de lo que podría-mos sentir ahora, la diferencia fue que personas en condiciones mucho peores a las nuestras decidieron organizarse. “Algunos obreros –indica Maturana– que habían simpatizado con estos partidos, se separaron de ellos y comenzaron a luchar por sus propias reivin-dicaciones desde los sindicatos”, explica.

La CNT, nacida en 1910, fue la principal organización anarquista y el principal sindicato hasta la llegada del franquismo. Llegó a tener más de un millón de afiliados en los años treinta del siglo pasado en una España con poco más de veinte millones de habitantes. Este dato nos sirve para hacernos una idea de lo importante que fue la central sindical que consiguió la jornada laboral de ocho horas diarias por ley. La ruta hace especial mención a esa victoria del movimiento libertario y sindical español cuando pasa por la Avinguda Paral·lel, y por el Parc de les Tres Xemeneies. En aquel espacio era donde se ubicaba la Canadiense, la compañía de producción de elec-

tricidad de la época que abastecía a la ciudad, que en 1919 vivió un conflicto laboral al que se sumaron, por solidaridad, trabajadores de otros sectores. La protesta derivó en una huelga general que consiguió que el Gobierno español regulase la jornada laboral, una de las principales demandas obreras de la época. Más allá de las acciones de protesta y de la búsqueda de mejoras laborales concretas en un contexto de miseria, hubo libertarios que se atrevieron a buscar en el mutualismo, la autogestión y la cooperación las oportunidades que el sistema les negaba. Creaban sus propias escuelas y espacios culturales y de formación como los ateneos obreros –no existía la educación pública generalizada–; generaban sus propias fuentes de trabajo a partir de las cooperativas de trabajo o abarataban el precio de los productos básicos creando cooperativas de consumo.

La represión y el pistolerismoSer anarquista suponía enfrentarse continuamente a procesos represivos. Entre los que sufrieron estos pro-

cesos destaca Francesc Ferrer i Guàrdia, un pedagogo catalán y librepensador anarquista citado en la ruta, que murió ejecutado tras ser acusado de instigar la revuelta anticlerical de la Semana Trágica en Barcelona en 1909, de la que no era responsable. El pedagogo realizó una crítica al sistema educativo de la época y fue el primero en adoptar, en su Escuela Moderna, una enseñanza antiautoritaria mixta y laica –principios ahora generalizados–. Otra de las vidas truncadas fue la de Teresa Claramunt, una de las representantes más destacadas del feminismo anarquista de raíz obrera de finales del XIX, detenida y torturada en el Castillo de Montjuïc en diversas ocasiones.

Con todo, el episodio histórico más recordado es el ‘pistolerismo’, que fue una reacción de “los poderes fácticos –miembros de la patronal, la policía o el estado– en colaboración con el Sindicato Libre, de inspiración carlista y acusado de ‘amarillo’, para cortar de raíz el creciente poder de la CNT después del 1919”, afirma el artista medial. La organización carlista contrataba a pistoleros para matar a los dirigentes obreros en Barce-lona. El ‘pistolerismo’ duró de 1917 a 1923, y dejó a miles de muertos. Si bien grupos de anarquistas organizaron, “a iniciativa individual”, los llamados grupos de afinidad para su “autodefensa”, que asesinaban a empresarios y a autoridades, aunque, según Maturana, la CNT no los apoyó ni propuso nunca. En su memoria, la ruta pasa por la Rambla del Raval, esquina con Sant Rafael,

Más allá de las acciones de protesta y de la búsqueda de mejoras laborales concretas en un contexto de miseria, hubo libertarios que se atrevieron a buscar en el mutua-lismo, la autogestión y la cooperación las oportunidades que el sistema les negaba.

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donde hay una placa que, a iniciativa de los vecinos, recuerda el asesinato del líder anarquista Salvador Seguí, más conocido como ‘El noi del sucre’.

La revolución anarquistaLa llegada de la II República en 1931 supuso un respiro para los libertarios, pero su apuesta antipolítica les llevó a optar por la abstención en las elecciones. Eso cambió en 1936, cuando pidieron el voto para el Frente Popular, coalición de izquierdas que salió victoriosa tras el perio-do represivo vivido en un gobierno de derecha españo-la desde 1933. El Frente Popular había prometido acabar con la represión y poner en libertad a sus presos políti-cos. “Por primera y última vez los anarquistas votaron”, indica Maturana. Al poco del triunfo electoral de las izquierdas, irrumpió un golpe de estado militar de tintes fascistas, apoyado por los poderes fácticos del país, que fue derrotado en varias ciudades por milicias obreras y libertarias en Barcelona, y que derivó en Guerra Civil.

“En mi opinión, la guerra es el fin del anarquismo. El movimiento libertario había discutido sobre cómo organizar la nueva sociedad después de la revolución. Contaban con un programa económico muy elabo-rado sobre cómo tenían que dirigirse las empresas por parte de los trabajadores, cómo se haría la reforma agraria... Pero no estaban preparados para la guerra, ni para matarse unos a otros de forma sistemática en un conflicto armado”, dice. Según Maturana, los libertarios “no habían hablado nunca sobre esta posibilidad”, y, de

hecho, “la violencia no forma parte del ideario libertario, sólo como respuesta en caso de agresión y como una acción individual”. En realidad, los libertarios preconiza-ban una nueva forma de organización social “basada en la libertad, entendida como responsabilidad de los individuos, y la cooperación”, afirma.

Durante la Guerra Civil, habiendo huido los patrones, la economía catalana se colectivizó: Se organizó de forma democrática y asamblearia, y con los trabaja-dores como propietarios. Era el ideal anarquista, la autogestión. Una situación que se trasladó también a la educación. Si la guerra se inició en julio de 1936, en octubre del mismo año la escuela siguió funcionando coordinada por el Consejo de la Escuela Nueva Unifica-da, liderada por el pedagogo libertario Joan Puig Elias y recordada en la ruta. “Cuando se habla de anarquis-mo se olvida que organizaron las escuelas a partir de asambleas en las que participaban profesores, alumnos y padres”, afirma Maturana. Finalizada la guerra, Puig Elias tuvo que salir del país y emigró a Brasil, donde sigue con su tarea educadora.

El anarquismo bajo el franquismo y la democracia“Decenas de miles de anarquistas fueron encarcelados o huyeron del país durante el franquismo”, indica el artista, que añade que algunos de ellos acabaron en la resistencia armada francesa contra nazismo. En España también hubo resistencia armada y clandestina, sobre todo a partir del maquis o guerrilla urbana: “Hubo per-sonajes tan notables en Barcelona como Quico Sabaté

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Por si acaso, no dejéis de preguntar a vuestros abuelos y abuelas si fueron de la CNT, tal vez os puedan dar una información valiosa de lo que supuso el anarquismo…

o Josep Lluís Facerias, el único guerrillero urbano antifranquista que tiene un recuerdo en Barcelona, en la calle Pi i Molist (Sant Andreu), donde cayó víctima de una emboscada policial”.

El anarquismo vivió un corto renacer en los años setenta. “En la ruta hablamos del mitin de Montjuïc de 1977, cuando vuelven por primera vez los dirigentes anarquistas en el exilio, entre los que destaca Federica Montseny, y al que asistieron medio millón de perso-nas. Ellos mismos se sorprendieron de este éxito”, dice Maturana. Pero el atentado en la Sala de fiestas Scala en 1978 y “la labor de los medios de comunicación en demostrar que los miembros de la CNT estaban impli-cados y eran criminales”, hundió a la central sindical, pese a que nunca se llegó a demostrar su participación.

¿Producto turístico o movimiento social?Al acabar nuestra conversación, me surge la pregunta de si convertir el anarquismo en turismo es banalizarlo o es una forma de recuperar la memoria histórica de la ciudad. Barcelona vive del turismo, de su fama internacional y de su historia, pero todo lo convierte en turismo. Incluso existe el verbo “turistificar”, un neolo-gismo que significa que algo se destina al visitante, con las connotaciones de pérdida de calidad o autenticidad que en muchos casos conlleva. Con todo, creo firme-mente que el significado que tenga la ruta depende en última instancia del usuario y de cómo la interpreta: Que la ruta sea otro producto turístico más o algo más, depende de que Barcelona asuma el reto de recu-perar su memoria histórica obrera y libertaria como se merece.

“La guerra es el fin del anarquismo. El movimiento libertario había discutido como organizar la nueva sociedad tras la revolución y tenía un programa económico, pero no estaban preparados para matarse los unos a los otros en un conflicto armado”,

dice Maturana.

1) La Canadiense, junto al Parc

de les Tres Xemeneies, fue

el epicentro de la protesta obrera

que provocó la gran huelga general

de 1919.

2) Banderola de la CNT sobre

el rotulo de la librería Rosa de Foc

de la calle Joaquim Costa.

3) Fachada del edificio ‘okupado’

de la calle de l’Olm con Arc

del Teatre.

4) Placa en memoria de Salvador

Seguí, situada en la plaza del mismo

nombre por iniciativa vecinal.

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uería seguir pensando en lo que había en la bolsa de tela que llevaba al hombro como en lo que era, leche chocolateada, derramada

dentro, después de que se rompiera el cristal de la única botella de Cacaolat que recuerdo haberme llevado nunca para desayunar. Hasta ahora siempre había pen-sado que era eso, nada más que eso. Pero ahora mismo, ahora que recuerdo aquel día, la leche me emborrona el cerebro, y no digo ya el color del chocolate. Día de excursión urbana. Llevaría un bocadillo, supongo que dos, para la hora del desayuno, las 11:00 o así, supongo, el otro para la hora de comer quizás. Botella de agua, entiendo, o cantimplora, y un Cacaolat, de marca Cacaolat, no recuerdo que en aquella época hubiera marcas blancas que te hicieran ir a comprar más barato un batido de leche, o un yogur, un Donut u otras cosas. Sería primavera, casi verano, el Cacaolat estaría entre fresco y a temperatura ambiente cuando me lo hubiera tenido que tomar. Pero se rompió la botella, creo que después de salir del Metro, no recu-erdo la sensación de llevar la botella rota desparramada de cristales y la leche en la bolsa de tela caqui antes de bajar en una de las estaciones del centro, que podía ser Arc de Triomf o Urquinaona, no todavía Catalunya, queda demasiado cerca del destino de nuestra pequeña excursión sociológica. 14 años. Algunos compañeros de clase, 13, alguno de los pocos repetidores, dos, creo, entre 14 y 15. Quizás lo mire en la lista de clase con los nombres, direcciones y teléfonos que creo conservar entre las páginas de alguno de los libros perennes de la estantería del comedor- si tuviera que aventurar algún título diría que en uno de los dos ejemplares de Único Testigo que se conservan en mi casa, de cuando la Caixa de Catalunya todavía regalaba algún libro en fechas señaladas. Llevaríamos ya manga corta, notaría-mos el calor del centro de Barcelona de casi verano, con suerte también alguna ráfaga de aire de esas que te

estampan un soplo de libertad en la cara entre las rejas del asfalto y del humo de la ciudad. Faltaría poco ya para final de curso, sentiría ya esa sensación de semilibertad que daba tener vacaciones durante todo el verano, cuando todavía no entendía el mal humor de mi padre al llegar del trabajo, cuando no entendía nada de silen-cios paternos sobre cosas que no se dicen. Creo que por la mañana haríamos una parada en la Ciutadella, quizás tomaríamos allí el almuerzo, seguramente fue de aquí de donde la botella de Cacaolat ya no salió viva. Algún golpe en una carrera, la bolsa contra una palmera, contra un banco, al tirarla al suelo olvidando que llevaba la única botella de Cacaolat que creo haber llevado nunca al colegio. Me daría cuenta un rato después. El olor, el olor a leche que quiero que siga siendo olor a leche. Los pedazos de vid-rio pringosos en la bolsa que llevaría colgada en bandol-era. No los saqué en toda la tarde, no querría cortarme, tendría vergüenza de haber desperdiciado el batido de chocolate de marca del desayuno. Querría ocultar edípi-camente el delito inesperado. El tintineo de los cristales me habría delatado ante cualquier pregunta, y acom-pañaría sinestésicamente durante toda la tarde al olor de la leche con chocolate, como una serenata diurna y particular colgada de mi hombro. Tintineo de leche, qui-ero que sea color y olor de leche, olor de vidrios pringo-sos, sólo eso. Estaríamos allí un buen rato. Visitaríamos quizás el Parlament, la profesora nos explicaría historias de Borbones y Habsburgos, quizás la primera vez que oiría algo de guerras de sucesiones. Excursión histórica, excursión medio sociopática, histórico-semiiniciática. Juegos entre las palmeras, la Ciutadella siempre me ha gustado, muchos domingos nos llevaba mi padre, algún guantazo con la Torrot con único freno en la rueda delantera. Carreras con los compañeros, alguna colleja, algún revolcón. Casi verano, a esas alturas ya estaríamos sudados, fin de juego para continuar el paseo por la

Ciudadano Luz de LunaTxt. José Juan Fernández Panzano Img. Stefania Vara

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RELATO

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ciudad calurosa y preñada de misterios urbano-sórdidos inexplorados. Años después, hace algunos ahora, salida nocturna por el extrañamente mismo sitio de entonces, salida por calles de luna, de noche con luna que huye de las esquinas, nada que ver con octavo de EGB, el aire entre los árboles de la Ciutadella,algún rumor zoológico, que acompañaron ráfagas de palabras ambulantes de seres nocturnos entre los pasos hacia la noche de fiesta, palabras en semipenumbra: “uy, tres polvos, qué bien”, íbamos tres por la calle Wellington, pasando de largo semiavergonzados de las palabras esquinadas de rostros de eco oscuro, mediopenumbrados. Fuera de la Ciutadella, mediodía largo, nos íbamos. Déjate de jardines y gritos zoológicos allí hallado, que provinieron,

in illo tempore, de la sabana libre, de la selva falta de melanina del gorila ilustre. Nos vamos. Nos vamos. Me voy. Me voy ya. Hacia nuestro destino ravalero, lo peorcito de la ciudad oculta, hacia nuestro éxtasis-des-tino sociológico-excursionero, pasos hacia Urquinaona, Plaza Catalunya, hay muchas formas de ir, callejuelas sórdidas no descartadas, el Born por allí, calles de, pon-gamos, Colón interior, por allá, bordeando vía Laietana. Pero Plaza Catalunya, ochentera de calor pringoso como leche con chocolate, espacio turístico-enseñable incluso en esa época. Pero ya Las Ramblas. Ya la Boqueria. Ya, ya, ya, el culo de la Boqueria. Por dentro, sí, ya estamos por dentro. Ciudad vázquezmonltanbanesca por dentro, por detrás. Ya: la Calle Robador, éxtasis suciológico. Ya pringue espacio-temporal. Ya, paseo de miradas ocultas

de 13 a 14 años hacia las porterías y las puertas de las semiporterías, ya calor de quasiverano que pasaría en unas horas al calor de la nocturnidad alevosa y sucia de pensiones de inquilinos pagano-folladores. Se trataba de eso. Ya, ya estamos aquí, sudados, medio sucios de pensamiento y palabra. Y se trataba del calor y del olor de aquel trozo de la ciudad, del que yo parecía llevar ya un mal retal colgado, o pegado, a mi hombro y mi costado. Se trataría, a partir de aquel momento, a partir de aquellos pasos, del pringue de olores que embadur-narían telas de almohadas y sábanas ocultas entre leche y chocolate sudados como la tela de mi bolsa pringada. Se hubiera tratado de que siguiera siendo sólo leche derramada, pero aún ahora se resiste a conciencia a

permanecer en su primigenia génesis, en mi cerebro turgente de pensamiento de pringue y chorros. El grupo se deslavazaba a lo largo de la calle. Íbamos tres, creo, aletargados, retrasados en las miradas hacia las negras maravillas. A la izquierda, un escaparate grande, vidrio-samente solemne, se nos apareció, brillante, llamativo de chorros muy despistados del sol que iluminaría el resto del mundo y de sus aguas claras. Un gran cartel negro sobre blanco, qué austero, aportó una dosis extra de polisemia a nuestras infantiles gargantas: “gomas”. Y aquello no era una papelería como las del barrio, de papeles y bolis y chuches al salir del colegio, ni vimos allí exposición alguna ordenada de productos Milan delica-damente alineados o en cajas de cartón. Ni eran gomas para borrar imágenes pegajosas del cerebro. Nudillos

RELATO

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de 13 años, uno de mis compañeros de letargo excitado, hicieron tintinear el vidrio de la puerta de entrada, al lado de la vitrina. El tintineo de mis cristales rotos embadu-rnados respondió cuando nos lanzamos a la carrera a coger al resto del grupo, calle Robador adelante, hacia el culo de Colón. Me giré, obviamente, no había dioses allí ni yo era un Lot de cuello rígido que se corriera por las montañas. La puerta no permaneció cerrada, la puerta se abrió y apareció semiasomado, no era ninguna estatua de sal. Allí estaba, ciudadano Luz de Luna. Un negro de casi dos metros, que abrió, quizás esperando a alguien que quisiera compartir las sábanas ravaleras de esa tarde, o que venía a avisar de que vendría cuando cayera la noche en el Mediterráneo claro tan cercano,

que tuviera preparada la habitación pegajosa para dentro de un rato. No creo que esperase ver corridas por la calle de niños sociológicamente excursionados. Ciudadano luz de Luna, seguramente con el rostro perlado de gotas pegajosas, nos siguió con la mirada, un ratito. Era un travesti, con una muy falsa peluca de color caoba, muy indigna de la sabana africana aunque muy apropiada para dejarla descansar al lado de las sábanas de habitaciones perdidas, qué cosas cambia un acento bien tieso en el fragor de la lucha. Era de un color raído, gastado, sincero, no engañaba a nadie, sobre la cabeza del travesti negro cuyos atributos irían de boca en boca y de abajo arriba o viceversa en las tardes y noches de caza furtiva. Ciudadano luz de Luna negra, presa feroz, qué novedad para los 14 años corriendo por la calle. El

chocolate que seguía oliendo en mi costado se mezcla con las gotas de sudor del ciudadano. Ya no es choco-late, cerebro traidor, devuélvemelo, y la leche se entu-mece dentro de carnes calientes, sortilegio depravado. Se acaba, se acaba. La calle se acaba, los demás están esperando a los tres tintineantes, los demás no han visto el brillo de la frente de ciudadano luz de luna, sus ojos de contraste espacial, negro, blanco, sólo nosotros tres. Tres de treinta. Casi dos metros. Un poco más allá y El resto del mundo bajo el sol que dora el Mediterráneo tan próximo, puro, tan lejano de aquel rostro negro. Ya aparecíamos a la luz de la tarde, detrás de Colón, culo metálico de no carne negra. Ya aparecíamos corridos de sudor. Me da por preguntarme, -quería que sólo fuera

leche y chocolate manchados, ahora no lo sé ya- por los caminos de los rayos luminosos de la hermana Luna, que pinta las olas de agua pura, chorros diferentes de los de leche pringada que me olían a rostro negro. Me da por preguntarme, pringosamente siento el pensamiento pegado a la piel, como el olor de los cristales amonto-nados, si aquellos rayos de luna encontrarían rendija alguna, alguna vez, consolados, penetrados, empujados por los del hermano Sol, para llegar a aquel rostro negro, por aquella calle serpenteada de restos de chocolate lechoso, para acompañar en aquella frente y aquella boca, en aquel cuerpo travestido, a otros chorros de color leche en la piel de chocolate que no se me limpian en el cerebro con las aguas del cercano mar manchado de luz de Luna de plata que chorrea...

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Cerdo

Me pregunto cómo ha llegado esta cabeza de conejo hasta mis manos.

Cómo ha rodado, escalera arriba, hasta el corazón del Raval, arrastrándose, escalera arriba,girando, escalera arriba hasta mis manos

Me pregunto quién mutiló al animal. Me pregunto cuántos estómagos hacen falta para vencer el hambre.Me pregunto: hay cuartos oscurosy humedades en venta,hay insectos de alquiler y trasteros que huelen a ceniza.

Todos los días una mariposa muere encerrada entre los calefactores.Pero no hay peligro porque el invierno ya se acaba,y con él los poetas que hablan del fríoy con él los suicidios y las mariposasy con él los conejos domésticos,comestibles.

Me pregunto cómo ha llegado mi lengua hasta el techo de los muertos.Con la ciudad encendida.Con su cabeza bien sujeta entre los dedos.

Inéditos Nuestras abuelas creían que a un hombre

se le enamoraba por el estómago y hay quien tiene poco estómago, obviamente, las vacas no, que tienen cuatro.

¿Y el estómago de un poeta? Sin Almax que valga, pero con una crudeza y un verso que suben como la bilis

a la garganta, la poetisa Luna Miguel nos regala dos latigazos poéticos de su poemario inédito

‘Los estómagos’. Feliz digestión, hijos del Láudano.

POESÍA

Txt. Joan de la Vega

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Despertar en la rambla del raval

No sé si sabes que por las mañanas el portal de nuestra casa huele a carne, que en la acera el pollo se amontona en cajas de plástico junto al contenedor de vidrio, y que las vacas y los corderos esperan tendidos en el suelo, mientras alguna gaviota picotea las cuencas de sus ojos aparentemente muertos.

-Te lo cuento porque ya no me da asco.Ya no temo ese lugar en donde las moscaspequeñasbailan en espiralchocándoselas unas contra las otrasen celebración de la leche vertidalas moscas van hacia el deshechohacia el excrementopero también danzan en la carneanidan en ellase quedan, para siempre,en el hueco coagulado de su sangre.

No sé si sabes que los gatos eran bestias cazadoras, que los perros se creen iguales al hombre pero más desgraciados. No sé si sabes que los hombres desprecian lo viviente atreviéndose a adorar iconos invisibles. La cuestión...

la cuestión...

la cuestión no es Qué hago aquísinoQué hago Ahora que me han traído a este lugar.

Hay hilos que se arrastran por la acera.

Luna Miguel nació el 6 de noviem-bre de 1990 en Madrid, pero vive en Barcelona, donde trabaja como periodista y editora. Es autora de los libros de poesía Estar enfermo, Poetry is not dead, Pensamientos estériles, La tumba del marinero y Los estómagos (inédito). Tres selec-ciones de estas obras se han editado

en el extranjero: Bluebird and Other Tattoos en Estados Unidos, Musa ammalata en Italia, y Más allá de la quietud en Argentina. También ha publicado el cuento Exhumación, escrito junto con Antonio J. Rodríguez; ha coordinado las antologías Tenían veinte años y estaban locos, San-grantes y Vomit.

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