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 392 REVOLUCIÓN Y GUERRA ha tenido consecuencias tan catastróficas: en Buenos Aires, en ca mino de conquistar una prosperidad mayor que en c u l q u ~ e r pasado, y en algunas provincias interiores en que él nuevo orden económico exhibe éxitos más modestos, pero indiscutibles; en Córdoba, Santiago del Estero, en Men<loza Pero a la vez la prosperidad allí recon- quistada depende del mantenimiento de tráficos internacionales e in terregionales que exigen por su parte el manteniminto de relaciones estables y relativamente libres de trabas entre las nuevas unidades políticas. El aislamiento político no puede llegar entonces a extre mos incompatibles con el mantenimiento de esa articulación interre gional, que puede ser distinta en sus características de la vigente en la última etapa colonial, pero que sigue siendo indispensable para la supervivencia misma de las economías regionales. Las áreas polí- ticamente separadas están así obligadas a mantener una, intimidad de contactos que hace aun más peligrosa la extrema incoherencia del orden político, hecho de efímeras coincidendas parciales entre algu nos de Jos poderes regionales y de tensiones igualmente efímeras entre estos mismos pocieres. A la espera de la solución final que la reconstrucción del estado central ofrecerá algún día, lo que nace bajo el estímulo d ~ i e de la ruralización y la ausencia de un marco institucional y aun a falta de éste-- un sistema de alianzas de grupos y regiones tolerablemente estable en ei que puetla apoyarse un orden también suficientemente definido en sus rasgos esenciales) es un nuevo estilo político, que b:.Isca ei modo de adaptarse a ese marco tan inhóspito y aun el esquivar los peligros de nuevas crisis que sus carencias amenazan provocar perpetua nente. En la última parte de este estudio se tratará de describir, en primer término, las consecuencias que tiene par<1 l g:. upo de diri gentes que surge al predominio a partir de 1820 la experiencia de la etapa revolucionaria que han atravesatlo en común (aunque desde luego en situaciones en cada caso distintas), no sóio en la medida en que ha afectado sus propias perspectivas, sino, sobre todo, en las transformaciones que ha. traído para las tierras que tratan de go- bernar como pueden; en segundo lugar, las que caracterizarán la acción de ese grupo dirigente, en parte vinculad s con su lugar en la sociedad rioplatense, en parte con la índole de los problema» poiíti- cos que debe enfrentar. CONCLUSIÓN LOS LEGADOS DE LA REVOLUCióN Y LA GUERRA Y EL ORDEN POLÍTICO DE LA ARGENTINA INDEPENDIENTE

Revolución y Guerra

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Halperin Donghi LOS LEGADOS DE LA REVOLUCióNY LA GUERRA Y EL ORDEN POLÍTICODE LA ARGENTINA INDEPENDIENTE

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    ha tenido consecuencias tan catastrficas: en Buenos Aires, en ca-mino de conquistar una prosperidad mayor que en cualqu~er pasado, y en algunas provincias interiores en que l nuevo orden econmico exhibe xitos ms modestos, pero indiscutibles; en Crdoba, Santiago del Estero, en Men

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    a) Barbarizacin del estilo poltico, militarizacin y ruraliza.cin de las bases de poder

    En 1820, el espado sobre el cual la guerra hab~a asegmado el predo-minio poltico de los herederos del poder creado por la revoluci:i por-tea de 1810 no haca figura de estado ni 2penas de naci. n; os di~tintos poderes regionales que se repartan su dorrinio esiaban casi tod:is ellos marcados de una confesada provisionalidad; el marc::i ins'. itu-cional en el cual la poltica se desenvolva, inexistente en el nivel nacional, estaba desigualmente -pero en todos los casos incomple-tamente- esbozado en las distintas provincias. En varias de ellas (por ejemplo, en todas las del Litoral) -informa el porteo. more-nista y luego rivadaviano Ignacio Nez al cnsul britnico Pa-rish 1_, no hay deslind8 entre los tres poderes, "por falta de ideas"; en Crdoba, el gobernador slo rene la Junta cuando quiere y se reserva el poder judicial; en La Rioja, Santiago del Estero y Cata-marca, hay Juntas provinciales, "pero los gobernadores parecen no tener ms lmites en su duracin que el establecimiento del gobierno general". En San Luis, la sala de representantes no se rene y el gobernador permanecer indefinidamente en el cargo. Tu~umn y Sal-ta merecen una concisa aprobadn de N ez; ms efusiva es la otor-gada a Mendoza y San Juan, donde las cmaras provinciales, elegidas por sufragio directo, "se ocupan en las estaciones ms benignas del ao en la reforma de las instituciones pblicas", donde existe libertad de imprenta y seguridad individual, y el poder judicial es "lo ms independiente po,,ible". Aun a esas provincias afortunadas, sin embar-go, "les resta mucho por hacer" para alcanzar un satisfactorio des&-rrollo institucional.

    Sin duda el balance trazado por Nez no es siem1re fiel: en Crdoba la Legislatura ha creado una comisin permanede. para que funcione durante los recesos del cuerpo; cualquiera seE el criterio elegido, no se ve cmo puede juzgarse buena la situacin de Tucu-mn ... Sin embargo este inventario de situaciones lornles refleja muy bien el carcter en todas parte incompleto de la ree:::nstrucci-n institucional comenzada en 1820; aun en Buenos Aires -de la que

    J Ignacio Nez a Woodbine Parsh, 2 de enero de 1825, PRO, FO,. 354-7.

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    Nez no se ocupa- la ausencia de una constitucin (suficientemente reemplazada, a los efectos preticos, por las leyes fundamentales dic-tadas en 1821) era sentida por muchos como una falla en el aparato institucional de la provincia.

    Esas insuficiencias e incongruencias institucionales se vincula-ban en parte con una difcil transicin -ms difcil porque nunca haba sido encarada como problema global- entre la estructura admi-nistrativa espaola. y la de la tapa independiente. Para poner un ejem-plo extremo, la constitucin santafesina de 1819 maTJ.tiene casi intac-tas las magistraturas heredadas de la colonia: la legislatura es sobre todo un cuerpo electoral, y su creacin es consecuencia del reemplazo de la soberana del monarca por la del pueblo (que en ella la delega) ; 1as tareas de gobierno siguen a cargo del gobernador y del Cabildo. Aun en Crdoba, el estatuto de 1822, que se adecua mejor a los pre-

    -ceptos del constitucionalismo liberal europeo, concrd2 21 gobernador las atribuciones fijadas por la borbnica Ordenanza de Intendentes; ya se ha visto cmo, si bien -de nuevo de acuerdo con los modelos ms aceptados- la legislatura es aqu en efecto un poder leg-islativo, su gravitacin real se ve limitada por la amplitud de !as atribuciones que conservan el gobernador y el Cabildo.

    Esas supervivencias, son el fruto del arcasmo cultural d.e las reas antes marginales y subordinadas al poder central~ Si se com-para lo que ocurre en las provincias con la intransigente ortodoxia liberal-constitucional que domina en Buenos Aires, nodrja concluirse que s; sin embargo, esa o::t::idoxia i: en la misyr,a Buenos Aires muy nueva (hasta 1820 el gobierno central ha usado al mximo el aparato institucional heredado del Yirreinato, y las tentativas de reformarlo no han ido muy lejos) y tiene por aadidura funciones muy claras en -el marco de los conflictos polticos locales, que explican su xito luego de 1820; la supresin del Cabildo, institucin esencialmente urbana que ha venido regulando la administracin de la campaa, y la consi-guiente ampliacin de atribuciones de un gobernador, cuyos apoyos se encuentran en esa campaa, y de una legislatura, la mitad de cuyos miembros son elegidos por ella, no parece tener como objetivo princi-pal adecuar la organizacin de la provincia a un prestigioso modelo ultramarino ...

    Habra que agregar que ese arcasmo cultural -menos exclusivo tle las provincias interiores de lo que gusta de suponerse- no tiene nada de militante; la adhesin de principio a las ms modernas solu-dones instituconales no podra extraar, por otra parte, en entidades surgidas de un movimiento que en todas partes se ha autodenominado 1iberal; la novedad del trmino mismo -surgido, como se sabe, en 1a Espaa antinapolenica- sin contar la orientacin innovadora de la tendencia con que se identifica. hace menos sorprendentes los criterios utilizados por el gobierno de Santa Fe para conceder su aprobacin a la poltica britnica (segn asegura Estanislao Lpez al cnsul Parish 2 , Santa Fe se complace en descubrir "en el gobierno de Su

    2 Estanislao Lpez a Woodbine Parish, 13 de junio de 1824, PRO, PO, 6-5 f. 37.

    LOS LEGADOS DE LA REVOLUCIK 397

    Majestad Britnica una poltica ilustrada y una conducta liberal dignas del espritu y luces d.el siglo"). Esa adhesin a las novedades aportadag por el liberalismo no supone ignorancia de su contenido concreto; hay posiciones liberales que sern explcitamente excluidas de esa aproba-cin: as Ja libertad religiosa no ser considerada, en las ms de la: provincias argentinas, un corolario legtimo del principio de libertad poltica ... Sin embargo, esta libertad poltica misma. aceptada como objetivo vlido, tiene vigencia muy limitada en las provincas, y lo mismo ocurre con las exigencias liberales en cuanto a la organizacin de los-- poderes del estado.

    Ms que eI peso de una tradidn administrativa prerrevolucio-naria, ella misma ms tenue en las pro:incias re:::ientemente creada

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    el coronel cordobs Francisco de Bedoya, en 1815 columna de 1a resistencia antiurtiguista; al mismo tiempo, el gobierno Bustos-. Bedoya recibe en Crdoba otro presente igualmente macabro: la cabeza del caudillo federal Felipe lvarez; y quien la enva para que sea exhibida "en el Frayle Muerto, kgar de su vecindario, para que en el suceso que ella les recuerde, escarmienten los que hayan sido seducidos por su ejemplo" es Toms Gcdoy Cruz, quien fue ilustre colaborador de San Martn en su nativa Mendoza 4 Y :aun en Buenr.s Aires si bien la Gaceta dice esperar que se d r-pida sepultura al despojo tlel Supremo Entrerriano, haciendo cesar un espectculo "a la vez horroroso y repugnante". ello no le impide dar hospitalidad a la carta en que "un sujeto resptable de Crdoba" celebra, dn hacerse eco de esas reticencias, la desaparicin de esos los fasdnerosos que son Gemes y Ramrez. . . Por otra parte. la exhibici-n de miembros de rebeldes ejecutados era ya un recurso normalmente utili-ado por la administr~cin rerrh. y justificado por la finalidad intimidatoria que Godoy Cruz le asigna.

    De este modo sera peligroso ver en esos avances de un estilo deliberad::i.mente brutal el abandcno de otro ms refinado, legado por una tradicin cultural que la quiebra poltica ha hecho ms frgil; se ha visto ya c-mo esa tradicin es ms ambigua en sus orienta.ciones de le que a veces se supone. Y. por otra parte, la ex-periencia revolucionaria y guerrera la ha tornado aun ms comule-ja; anto.s de favorecer el ascenso no1tico de grupos de base rural.

    1a revolucin y la guerra han cambiado las actitud~s de lo" va do-mina11tes: el avance d-~ la brutalidad en las relaciones polt.icas y no slo ~olticas es uno de los aspectos ms signifkativos de ese -cambio. Ya se ha comprobado cmo la militarizaci6n tiene su parte en el proceso: los jefes del ejrcito revo1ucio11ario parecen a ve~es considerar a la ferocidad corno una virtud profesional que exhiben complacidamente. La consecuencia es que, en la guerra civil del Li~ toral. si bien las tropas artiguistas (en particular las de la Banda -Qriental sistem{,ticamente mal pagadas por sus jefes) poda11 ser temibles en el saqueo, las del gobierno central eran aun :rPs adictas a la ferocidad y la rapia, a las que las alentaba espordicamente el gobierno mismo (con expresiones rotundas como l

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    escrpulo moral, sino, como se ve a travs de los ejemplos mencio-nados, ciertas preocupaciones de elegancia que parecen esperables en una lite que fine.a en ella su superioridad) ; algunos de sus rasgos son, sin embargo, confirmados por otros testimonios menos apasionados, y podran agregarse todava otros para mostrar la rudeza creciente de la vida colectiva despus de 1810. Pero, de nuevo aqu, hay ya en la situacin prerrevolucionaria anticipos de un estilo de convivencia en el que &era errneo ver tan slo la consecuencia del aumento de !as tensiones facciosas: un cuer-po de funcionarios a menudo mediocres, que se sienten frecuen-temente desterrados en sus poco apetecibles destinos rioplatenses, y una lite local que entabla con stos complejas relaciones de inte-reses, ricas en enoques y en rivalidades no siempre sordas, sern protagonistas demasiado fre-:::uentes

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    otra parte, existen en cada una de esas provincias enteros gr1:1pos que, cualquiera sea la justificacin que prefieran d~r par!' ~mb1ciones polticas, deben el Jugar que cons~rv~n en la vida publica ~u.ndamentalmente a cierta competencia tecmca en las tareas admm1s-trativas, nacida, antes que de una formacin sistemtica, de una larga experiencia de esas tareas. Ese lugar es secundario, y les con-

    -cede -luego de los cambios de 1820- muy limitada influencia; el orgullo heredado y el recuerdo de un pasado cercano en que su si-tuacin era ms favorable hace a la vez de este grupo de -colabo-radores ineludibles del poder poltico un grupo de potenciales des-contentos, que si bien no tienen fuerza bastante para provocar cri-sis, s la tienen para agravar y ampliar las surgidas en otros seo-tores.

    Es entonces comprensible la preferencia par los colaboradores aislados v mal - integrados en la sociedad local, cuyo auxilio es a la vez menos exigente y menos peligroso; es comprensible tambin la slida impopularidad que suele rodearlos en la provincia en que ac-

    tan, y que ha rodeado ya a los que desde 1810 han anticipado ese tipo humano, los "sectarios" que acompaaban a jefes militares

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    Pero esta imagen de la relacin entre los dueos del poder y los que contribuyen a administrarlo, corre peligro de subrayar dema-siado, a la vez que las tensiones entre unos y otros, la coherencia interior a cada uno de esos grupos. La presentacin del segundo como identificado con un exigente ideal institucional, en cuyo servi-cio templa su unidad, a la vez que se enfrenta a los rf=ticos dueos del poder, si bien se explica en el clima poltico de la Argootina de la segunda mitad del siglo XIX. dentro del cual puede brindar prec'i-sos beneficios a quienes se reconocen en ese ideal, es por lo menf:O una simplificacin deliberada de los hechos. La relacin entre las sobrevivientes lites polticas urbanas y los dueos del poder est marcada por una colabo;-acin sin duda forzada por las ciricunstancias ~ dispuesta a quebrarse c11ando parece debilit

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    Esas debilidades son demasiado comprensibles: surgido de una -delegacin progresiva de funciones ejecutivas locales, llevadas ade-lante en un contexto fuertemente militarizado, ese nuevo orden suple mal la ausencia del poder central. bajo cuya gida ha hecho sus pri-meros avances, debidos ellos mismos, antes que al podero de los futu-ros vencedores, a las insuficiencias crecientes d21 poder central frente a tareas que le exceden. Los n~evos dueos del poder no tienen en-tonces a mc:nudo los recursos (ni la ambicin) necesarios para reemi-plazar al desaparecido poder central en el desempeo de funciones que ste ya cumpla taa mal. Un ejemplo revelador lo tenemos en el desempeo de los nuevos dirigentes polticos rurales o ruralizados como custodios armados del orden interno; es precisamente su capa-cidad para desempear esta funcin la clave de su ascenso durante la primera dsada revolucionaria. Pero esta tarea la han desempeado en el marco de una estructura estatal que se las ha delegado porque de este modo los costos derivados de ella eran menores, y lo eran en cuanto la posicin econmico-social de los titulares de la autoridad local les permita requerir con xito el auxilio gratuito de quienes de todos modos formaban parte de sus clientelas. Aun as, en la medida limitada en que una financiacin era necesaria, sta corra a cuenta del estado central.

    Esto era as todava all donde la afirmacin del orden tena como beneficiarios principales e inmediatos a esos mismos que ha-ban recibido en delegacin del poder central la tarea de imponerlo. Ocurre as de mocio muy caracterstico en la reorganizacin del sis-tema de milicias rurale.;; en la campaa de Buenos Aires, que el de-creto de 1819 dispone sea costeado por los hacendados; el estado sigue contribuyendo al transferir a los nuevos cuerpos a oficiales de carrera cuyo sueldo sigue a cargo de la Caja de B Jenos Aires: es eI caso de los Colorados de San Miguel del l\'.Ionte, ese cuerpo miliciano que alcanz celebridad durante las luchas de 1820; si bien su coman-dante era el hacendado Juan Manuel de Rosas, ste tena a su lado, como segundo jefe, al cordobs Jos Ambrosio Carranza, que desde 1795 no haba cesado

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    .nos- deber ser pagada por un gobierno exhausto y sometido a im-placable presin poltica 13.

    No parece que la enseanza ms til de todo esto sea la de m-ral poltica vidamente recogida por los enemigos de Rosas; si las quejas sobre la ruina de su patrimonio, de las que el Restaurador no fue avaro, no tienen demasiada base en los hechos, no se advierte por otra parte por qu este personaje que comenz por venderse & si mismo como un hombre de empresa y que sfo tarda y paulatina--mente ~e dej absorber por la actividad poltica, iba a sacrificar en ella un patrimonio que no haba acumulado sin esfuerzo. Ms ilitere-sante es quiz advertir cmo an en Buenos Aires la abdicacin de funciones pblicas en manos privadas conduce a una nueva impreci-sin en los lmites entre una y otra esfera, que beneficia a la segunda: Rosas se apropia de una parte del patrimonio del estado y usa el poder coactiYo de ste para cumplir un compromiso que sin dutla est destinado a beneficiar a la provincia, pero que ha asumido a ttulo per-sonal. .

    Pero, en la medida en que esta solucin sacrifica el vigor de la organizacin estatal al de sus exigentes apoyos externos, en la me-dida en que concentra an ms en stos el pader e~ectivo, en esta misma medida hace de la tan laxa organizacin institucional que surge luego de 1820 un medio an ms inadecuado de lo que el puru examen formal de esa organizacin podra hacer suponer para ase-gurar la mnima cohesin que las provincias rioplatense~ necesitan (para asegurar, en suma, una paz interna medianamente estable y la continuidad de los lazos econmicos entre ias distir,tas pro\in-cias). Es que la ruina del aparato poltico erigido durante la dcada revolucionaria no afecta tan slo al poder cent~al, aun algunos de los provinciales nacen heredantlo mucho de la debilidad del que han venido a reemplazar; por debajo del laxo marco institucional, el or-den depende del inestabie equilibrio entre las fuerzas de esos due-os del poder real, cuya zona rie influencia no se extiende en ningn caso ms all de los lmites de una provincia y a menudo no alcanza a cubrirla por entero. La inestabilidad, que es el precio de esta redistribucin del poder pcltico, alarma a sus mismos beneficiarios: Ja bsqueda de elementos de cohesin que reemplacen los desapareci-dos con el derrumbe dei poder central ser, por lo tanto, tenaz, aun-que sustancialmente vana,

    e) La bsqueda de una nueva cohesin

    Los elementos de cohesin indudablemente no faltan: heredados del pasado colonial, sobrevi:1;en mejor a la tormenta revolucionaria que el aparato estatal al que ahora tratan en parte de suplir. En el nivel _ms nfimo, la solidaridad familiar parece ser -an ms que en

    13 Ernesto H. Celesia, Rosas. A.puntes para su historia, Buenos Aires, 1954. pp. 392-3.

    LQS LEGADOS DE. LA REVOLUCI~ 409

    tiempos coloniales- el punto de partida para a}!3:nzas Y r~val,idades con laE que se teje la trama cotidiana de la pontlca en mas a~ una provincia; desde Salta hasta Mendoza, quienes hacen inv.entar1? ~e adhesiones a la causa revolucionaria y a la del rey no mencionan indi-viduos, sino enteras familias, volcadas en bloque en favor de una u otra 14, siglo y medio despus de la revolucin, los estudiosos siguen -aplicando el mismo criterio 15

    Es indudable que una atenuacin a su validez se descubre en el hecho de que ms de un linaje se divide contra ~ mismo. Ms .im-portante, sin embargo, que inventariar las excepc10:i~s a un~ solidar ridad familiar que sigue siendo dominante, es qmza exammar las races v a la vez los lmites, de esa solidaridad.

    E'stas parecen ser dobles. En primer trmino, consolida esa soli-daridad la existencia de un patrimonio de tierras, riqueza e influen-cia que slo puede ser conservado mientras Ja. familia, retenga. s~ coherencia. Aau a familia consangunea no es smo el nucleo central de un agrupamiento mucho ms va:::to, que incluye colaterales y una dier:tela- rstica y urbana, cuyos vnculos con ese ncleo pueden ser de natur.aleza jurdica muy variable: en S2.ita, en Catamar~~ en la Rioja, en el norte de Crooba no faltan ejemplos de farmhas que en efecto dominan sin rivales una entera zona. en la que oei.:pan los cargos de la milicia y las magistraturas municipales de poiica Y baja justicia. Sin embargo, estas constelaciones familiares estn iejcs de ser estab1es; insuficientemente institucionalizadas (los ma-vorazgos que as2guraran la continuidad indivisa del patrimor;io familiar.' no abundan en el Ro de la Plata), el nmero de hcr:nbre." que aglutinan parece ser una funcin del podero econmico y pol-tico de que pueden disponer. El caso de los colaterales es revelador: en comarcas de poblacin reducida: en que la escasa gente decente se niega orgullosamente a mezclar su sangre con la de familias de menor alcurnia, son pocos los miembros de sta que no podran ale-gar lazos de parentesco con ms de una de las familias rr:s pode1-0-sas; su inclusin en la clientela de una de stas. es el resultado a menudo provisional del patronazgo que ella puede dispensar. Lo que queda tle la solidaridad familiar cuando falta esa continuidad patri-monial se mide muy bien a travs del ejemplo ya e.':aminado de los Funes quin dudara de la solidez del vnculo que los t

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    ltica; no basta para hacer de los Funes el ncleo de una clientela ms vasta, capaz de hacer sentir su gravitacin en la Crdoba revolucionaria.

    Pero algunas de las consecuencias de esa solidaridad sobrevi-viente a la ruina del patrimonio familiar, conservan plena re'.evancia poltica: junto a su menguada riqueza, lo que los Funes comparten es precisamente su influjo poltico; comparativamente ms conside-rable, el que el Den posee en Buenos Aires debe servir, por ejem~ plo, para que su sobrino cobre deudas atrasadas en Lima; el que don Ambrosio ha adquirido gracias a sus relaciones privadas en Mendoza d::be facilitar el cobro de sus rentas decimales por el Den ... Estcs aspectos de la solidaridad familiar estn lejos de ser innova-ciones tradas por la revolucin; su solidaridad interna puede ser el medio que tiene cada familia para defender el lugar que le corres-ponde en esa constelacin de grandes familias que define el OTden dominante en ms de una comarca rioplatense, pero esa defensa sdo mny excepcionalmente es hecha necesaria por la presencia de conflictos violentos entre unidades familians, no regulados por nin-guna autoridad superior. Ms frecuente es qre sirva para fortificar a cada familia frente a la rivalidad de otras, en un complejo proceso en que la autoridad administrativa se reserva papel arbitral (en cuyo desempeo, sin embargo, se cuidar de no ignorar el equilibrio de fuerzas entre los rivales). El hecho de que los funcicnarios de la corona, al encarar sus relaciones ron los ms influyentes entre sus administrados, los consideren agruuados en familias (un, uso que, como se ha visto, la revolucin conserv). no ha.ce sino consolidar la rnlidaridad interna de stas, y Ja extiende tle las que figuran por patrimonio y prestigio entre las primeras a ctras menos poderoas,. pero tambin deseosas de obtener la atenci5n de esos funcionarios. Ya desde antes de 1810, entonces, Ja sofrdaridad familiar se hace sentir an all donde falta esa riqueza y abundancia de seguidores que aseguran la dominacin de algunas familias sobre enteras co-marcas. Es la existencia de e~te otro estmulo para la consolidacin de la familia cerno unidad, la que la extiende an aU dende la ausen-cia de un rgimen de la tierra dominado por la gran propiedad (o el carcter reciente y an no consolidado de sta) hacen impensable la existencia misma de situaciones como las qre hallamos en Saita, en La Rioja y en ciertas comarcas de Catamarca y Crdcba. Pero, al hacer de la familia una organizacin orier;tada a la conquista del favor de la autoridad, le da algo de la ine~tabilidad que carac-teriza a la marcha de ~ta, aun en 1a poca colonial, en la que el reem-plazo tle un funcionario poda tener en eo:te aspecto consecuencias comparables a las de los ms ruidosos cambios de rumbo de la pol-tica revolucionaria.

    ,En qu medida afect la revolucin al vigor de esa institucin familiar? Se ha visto ya cmo otorg a su gravitacin un reconoci-miento ms explcito que la admmistracin regia; la necesidad de buscar apoyos ms activos en el pas mismo, la llevara en efecto a componer ccn una fuerza que hubiera sido imprm1ente ignorar. Al mismo tiempo, la revolucin fue acusada de disolver las soiidari-

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    LOS LEGADOS DE LA REVOLUCIN 411

    iembros contra otros dentro de dades familiares, de alzar ~ un3s n;_hoques generacionales Y los que esas unidad.es. antes con;ord est LO~ "un mismo tronco familiar, son oponen a drstmtas ~ama.s en ro ~l res etar el patrimonio de cada en efecto frecuentes' ~or s~ P~ft~, los individualme'lte desafectos, eI linaje, a la vez qu~ priva . e

    0 e . esos conflictos, de los que

    poder revolucionario da .l~mvn~?~ nu;vo :rite parcial. As, una de las se constituye en un rbit~? d~c.lar\fnmde Alzaga en 1812, es el tras-consecuencias de la repres10n e1 mo . e. ecutado a sus herederos lado de la fortuna familiar ~el conspira~orn~~n en otras partes; en patriotas; resultados sem~Jantes ~e :a.~~ ~legaciones de don Miguel Salta. si hemos de ~reel ad as apc;sio~e sus propios hijos la que ha de Archond'.l. ha sido a en_unfiad la administracin de sus bienes, impulsado a Belgrano . despob8:~ o e premio de su celo revoluciona-encomendada a esos m1s;ios. iJDS en tan slo la reasio-nacin del rio No Eiempre ;se arb1traJe supone d Allend""=' al fusilar

    . t 1 ,.. dobe"'a "casa e 10s _..,_ ~ patnmomo: frene a . f .... or 0',,ido de ella y nom1:Jrar coronel a su al coronel que era el Je e reclon .V o hace es dotarla de un nuevo

    b . 1 el podr -revo uc1onan .. so rmo, o que ~ .1 1 brio interno a cada famiha el que jefe. De este medo, es e 3qm l J'tico tle medo ms directo Y brutaJ es afectado po~ el nu~v? po er po J sin eml::argo, no dejaba de influir que por el antiguo reg1men Cque, lo en los no pocos burcratas de sobre l: basta penar por] e;1let~po tercio d~l silo XVIII entrc!lcan

    ular que en e u 1m f ) . origen pemns . 1 d Salta Y ce transforman en sus Je es , en familias fundac1ona es . ~ . . . ~,..reciente lleve a una decaden-parece esperable que esa rn romt1~r" No es as sin ewbargo; el ca del pcdero tle. las m~~ore: ~~ i~: ellas como para ejercer una nuevo poder neces:ta suf\cienLm.e\ tica. la delegacin progresiva supervisin .demasiado ~e ?J / ss~~c~~s qu~. cu 2 Iquiera sea el origen de sus func1on~s en .u orr a e su arraigo en la comarca que formal de su rnvestidura. la. tleben a ese a enas esbozado avan::e ad 11inistran, cont;.-arre.sta bien P~~~~e al pa~el ms tradicional de del poder rev~luc:onarro. Y lfo d.el. (e el cual su libertad tle accin , bt. la 1va'1dad antre ami ias n ) ar I I o ~~s Ii~itada qu~ la de los funcionarios de 1a Corona . l es aun . . , 1 c::t do "entral en 1820 devue ve

    De este mod1, la disolucicn d~ e-:1fas q"ue han sahido atravesar un inmenso poder i: las .grandes am~ atrim-nio de tierras Y clien-la tormenta revolll{'i?nana, rnl~ar:d? : ~in embargo, la experiencia tes aci.:mula:Jo en ti.e~pos c~l~~I~~e ~arca; precisamente la delega-revolucionaria ha deJ': 0 ;n e . d .. ()'entes locales ms poderosos; cin de funciones ha nec o surgir in,, unidad que es la familia con estas figuras se des.tacan ahof a .d~ ~saJuan Facundo Quiroga puede ms vigor que en tiemf os ~0 om~ e~~olic'a Y baja jus' icia: la I!ueva suceder a su padre en ur:c10nes e m litud Y a quien la ejerce un coyl'ntura d;i a esas funciones una a P t'. c:forman a la mao-is-

    b ., u nuevos y aue 1 an podero, q.ue ~on tam ien e ~s fami ia cole:::tivamente inf uyente. tratura, eJerc1da en nombre e una ,. ado Pe-ro precisamente por-en un lideraz-;r,o fu.erteme?tl1 pers.on~.iz ~t~ no -c~incide con la zona que es as, el mbito de rn :-iencia t!ne;e tiene ascendiente dire::to. en que la familia a la que el J.efe ped1 b"' 1 po;ibilidad misma de co-(Sin duda, Juan Facundo Qmroga e io a

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    menzar una carrera pblica a su condicin de hijo de Jos Pr?-~encio Quiroga, es decir, de un f?~r~e hacendado de. }os Llanos r;~J~nos, que es a la vez oficial de mihc1as; pero n? debio a e~a condicwn su ascenso al dominio militar del entero Interior). E~te eJemplo ext~e~o muestra con particular claridad las consecuencias de la apar1c10 de una abierta lucha poltica en el mbito local, que da nuevo a!c_ance a la rivalidad entre grupos familiares: el patrimonio y el podeno de una familia son ahora un capital que su jefe arriesga c(}ntinuamente en esa lucha las oscilaciones de fortuna son, por lo tanto, ms inten-sas y rpid~s que en el pasado; antes que el patrimonio y los otros elementos que marcan la' continuidad de un linaj~, es la personalidad poltica de su jefe la que pasa a primer plano.

    Con aun mayor intensidad este proceso ha de darse en los lina-jes que, sin contar con patrimonio importante. l~ar_i ven~do actuando solidariamente en la conquista de ventajas adm1mstrativas Y avan-ces en la burocracia. Ya en tiempos coloniales la ines:::.bilidad era para ellos mayor; la dependencia de la habilidad del.que_ ~acede jefe del grupo familiar era ms marcada. Ahora el lazo 1arrc:ll:o.r se dobla en una suerte de clientela poltica re,pecto del jefe (que a menudo se constituve en tal gracias a sus xitos en la carrera pblica, que son en verdad los que originan la soiidaridad del linaje, constituido para defender y aprovechar colectivamente el capital poltico creado por los personales talentos de aqul). As ocurre E:n Santa Fe con la familia de Estanislao Lpez, en Santiago tlel Estero con la de Iba-rra en el primer caso el linaje que se identifica con el jefe de la

    ' 'j ' 'd " provincia es enteramente nue>:o (pue::t.o q_ue aque na nac1 o ruera del matrimonio): en el segundo, ms de u::o. encumbrado linaje de la capital provincial acepta la je:'.'atu:r2 de quien ha comenzado por ser un colateral relativamente oscuro. No significa esto que la constela-cin de grandes familias haya dejado de contar; hay comarcas de evolucin ms tranquila en que ia Yida poltica sigue girando en torno de sus conflictos y coinciden das: an en las ms hondamente transformadas ncr la revolucin y sus cc::!1secuencias. 'OSe juego deses-peradamente complejo es uno de los elementos eapitales de cualquier constelacin poltica.

    En suma, pese a Ja decadencia de Jos pJderes de ms amplio mbito, el podero de las primeras fa:::iilias de cada comarca sigue siendo muy variable; slo en reg enes de fuerte predominio rural (o continuidatl completa entre l:;. lite rural y urba~rn), con grandes propiedades consolidadas desde antiguo y por afr1didara escasamente afectadas por la crisis revolucionarir.. puede ese pcdero seguir siendo determinante: y las ccmarcas en que se dan juntas todas estas con-diciones desde luego no abundan. La falta de un avance significativo en el podero que poseen las g:candes familias como tales acenta la inestabilidad de las soluciones polticas que emergen, pero est le-jos de daar las perspectivas de una articuladn armoniosa entre las que Surgen contemporneamente en las distintas provincias (y aun en las diferentes comarcas de cada provincia). En efecto, la fa-milia puede asegurar una cohesin muy firme entre sus miembros, pero esa cohesin es necesaria sobre todo para asegurar el xite

    LOS LEGADOS 1DE LA REVOLUCIN 413

    frente . otras familias rivales; aunque no abunden en las provincias arge:z:tin-as los feudos sangrientos, no desconocidos, por ejemplo, en Brasil o Mxico, tambin aqu las familias son esE>ncial'11ente moui-nas de guerra. Indudablemente, las luchas por el influjo regiC'naI Y el favor administrativo no excluyen la posibilidad de alianzas; stas mismas conservan, sin embargo, un elemento antagnico: sr> contraen para ~unar fuerzas contra adversarios demasiados pode-rosos. . . Se advierte entonces cmo las grandes familias, sus alian-z~s. y sus feudos, no pueden ser la base de constelaciones polticas solidas, capaces de asegurar el orden regional o nacional. La pareirci y relativa decadencia del podero de stas, el surgin;iento de diri-gentes :r:egicnales que, aunque se apoyen en un grupo de familias y no deJen de fayorecer sus intere5:'es, son algo ms que los repre-senta:-:tes de ese grupo, est lejos de perjudicar las posibilidade:' de establecer a!guna cohesin entre Jos distintos poderes reQ'ionales.

    _Pero esa ventaja es sobre tod::: negati"rn, y el probl2;;~ tle cmo esta:Jlecer efectivamente esa cohesin sigue intacto. Todav'.a lo agra-va. por otrn parte, la resistencia de los poderes reales a identificarse con el :r::1?_imo aparato institucional que sobreYive al derrumbe de 18Z0, la amb1c10n de ccntrolarlo desde fuera, que contina en un contexto distinto la actitud de las fuerzas de arraigo local frente a la adrnj-nistradn regia. Esta resistencia a tomar la gesti :n directa del gobierno, no slo tiene por consecuencia -como se ha visto "a-debiiitar an ms al aparato institucional en ms de una prod~:cia; hace que, en la bsqueda de una cohesin poltica capaz de superar los lmites prodnciales, ese aparato resulte un instrurr;ento inade-cuado; junto con los pactos interprovinciales, regist::-ados en docu-mentos solemnes, se requieren los entendimientos entre los dueos del poder efectivo para dar a aqullos alguna sustancia. Pero esos dueos del poder han surgido precif~amente de un::i. afirmacin de 12.::: bas.es locales de ste; -arraigados en ellas, no ,siemp-re les es fci1 articular su propio influjo con los que han surgido ms all de su zona de influencia.

    , y, en efe~to, un~ red de relaciones personales entre person:::..jes po!1trcamente influyentes comienza a tejerse en el vasto pas. ,De que manera y sobre qu bases? Aqu influye decisiva"'Ilente el hec!;o de que los nuevos dirigentes tuvie~en a veces una larga actuacin en el marco del estado revolucionario, y conservasen de ella vincula-ciones que iban ms all de su comarca, o que tuviesen aun mfs frecuentemente intereses econ-micos que les aseguraban ta:nbin ~ontactos fuera de la misma. Sobre esa red, a la vez tenue y comple-Ja, de cambiantes relaciones persona'.es, lo que la pacie:icia de los nuevos dirigentes intenta erigir es un siste:::na de entendimientcl entre figuras loc~lmente influyentes que reemr.lace por lo menos parcialmente e1 vado dejado por la ruina del estado naconal v uor su reemplazo por estados provinciales dotados d= muy limitado ~'igor.

    Esa nueva modalidad triunfa en todo el pa(s: aun en Buenos Aires, la ya recordada misin de entrega de vacas a Santa Fe -em-pre~a pblica y privada a la vez-. asegura a Ros:is la utilsima amistad de Estanislao Lpez; en 1824-27, Pedro Trpani se consti-

  • 414 REVOLUCIN Y G6:RRA

    tuve en e1 centro de un haz de contactos entre las d:is ornas del Plata que utilizan polticamente conexiones por l establecidas como barraquero, tra:'.'icante de ganados y socio de ccmerciantes britni-cos; d2sde el Paran hasta la frontera de Bolivia, el censo de ami;_ gos polticos del gober11ador de S8nta Fe trae ms de un nombre entre los de quienes se han ocupado del trfico en esa carrera' .. Se ha visto ya cmo don Ambrosio Funes y don Jos Albino Guti..-rrez han establecid:i vnculos entre Mendoza y Crdoba, que son sus-tancialmente de intereses privados, pero en los cua~es las posiciones pblicas de uno y otro no care-:::en de significaci5n. Como las coinci-dencias de intereses privados, las conexiones estatlecidas durante la earrera de la revolucin son utiliza-das, por ejemplo, por el santiague-o Felipe Ibarra y el cordobs Jos Mara Paz (que se apoyan en una amistad formada primero en el seminario cordobs de Loreto y luego en el ejr-cto del Norte). La complejidad que esos lazos podan alcanzar, puede seguirse a- travs del surgimiento de Facundo Quiroi:ra a figura de dimensiones nacionalEs, a lo largo d21 cual no ocupar nunca cargo poltico alguno (aunque s militar). En su archivo vemos cmo su crculo de relaciones se amplia y, t-dava, ('.mo stas, sin perder sus bases en vnculcs de amistad o -aun ms frecuentemente- de mtereses privados y comerciales, adquieren una creciente dimensin poltica. Las primeras de estas relaciones se han formado durante Jos viajes que Quiroga realiz de~de su n::'S temprana juventud, acomr;aando a los ganados 1ue su padre enviaba fuera de su provincia: en ,su trans:::urso conoci, por ejemplo, a hom-bres influyentes en San Luis, con les que iba a conservar contad.os, utilizados luego polticamente. La entrada tle esas relaciones en la esfera pblica, su transformacin en alianzas polticas, no las despo-ja, sin embargo, de su sentido origmario: es revelador ver interrum-pirse el flujo de la correspondencia poltica entre Quiroga y el men-,

  • la- dispersin del poder -poltico no v~ya en:~j'~1. ,:,,, -aconipado de fragmentacin econmica, el hecho -,~~-~~

    uno de los dirigentes surgidos de la crisis de 1820 ~j>reiSa porque est s-lidamente arraigado en la economa- de s'r~~~>

    pia regi-n- dispone de contactos econmicos y personales fuera: d~-":: ella, ofrece a cada uno de ellos un haz de relaciones fuera de su::.:;__ .

    _ ,... r~gin de influencia que puede servir de punto de. partida para un )i~~;' -- .. sistema de alianzas polticas. Pero precisamente las posibilidades ::::- ,t

    que de este modo se abren son demasiado amplias para que de ellas _,h .. fc;~]}~J,-!i: gn principio ordenador que limitara las reas de conflicto creadas - " por esa multiplicidad de relaciones privadas que tienen todas ellas vocacin de adquirir dimensin poltica. Y ese principio no puede proporcionarlo la estructura institucional -db11 e inconexa en su expresin formal, pero an ms en los hechos-, se ha visto ya dimo para Facundo es ms decisivo el influjo de ese rico. mercader de Buenos Aires, que es don Braulio Costa, que el de la legalidad vigen-te en La Rioja y personificada en su servicial gobernador.

    No es entonces sorprendente que esta red, hecha de coinciden-cias de intereses y afinidades privadas, tenga a veces como conse-cuencia poltica la ruptura y no la consolidacin del sistema de E:qui-librio entre los distintos poderes regionales del que depende una paz siempre insegura. As. las esperanzas despertadas por la minera riojana no slo barren con el gobernador de esa provincia; todava favorecen el acercamiento entre ella y Crdoba. que al lado de La Rioja hace papel de centro de importantes recursos financieros y humanos, sin los cuales la explotacn minera se hara ms difcil. Pero el alineamiento de La Rioja sobre las posiciones de Ccrdoba marca el fin de la solidaridad de las provincias andinas -d.esdP Mendoza a Catamarca- que desde 1821 h- dominado el equilibrio del Intericr. Sera excesivo ver aqui la causa nica --Q aun la prin-cipal- de la guerra dvil que bien pronto ha de comenzar en l (entre otras cosas, cuando la guerra estalla ya muy pocos creen en el porvenir minero de Ja regin), pero no hay duda l.e que, al des-truir un sistema de alianzas y rivalidades que haba asegurado la paz regional, inauguraba un perodo de te11siones crecientes en que el surgimiento de nuevos conflictos se haca ms fcil.

    En suma -de modo nada sorprendente- la rica multiplicidad de contactos, solidaridatles y hostilidades que se dan en el plano eco-nrnic y social, no podra constituirse, sin ms, en la base de un orden poltico estable; ste slo puede apoyarse en solidaridade~ especficamente polticas, dentro de un sistema que haya reducido al mnimo la posibilidad de conflictos de lealtades. ,Sin duda, los nuevos titulares del peder local se esfuerzan por crear un orden de este tipo; para ello afirman, con suerte variable, su propio pr-edomi-nio en su zona de influencia y buscan fuera de ella apoyos tan sli-dos y vastos como pueden. Toda una tica poltira, que hace de la lealtad a la palabra empeada y tle la fidelidad al jefe las virtudes cardinales, se constituye en el fundamento ideal de esa reconstrucdn de un sistema poltico. Pero, aunque universalmente respetad~s, esas.

    ... ~1\ti'~f r~~~~~~~!~~:~ITf t~]I 1f~t,':~1t~~~:] r .. _ E;; on::;_mver.salmente -:practicaaas. ;Tampoco::-podr:an )ser~ ,,, .. __ .,, '

    _ . -a:s_;es:i>rdn-:.que -se trata .ae reconstruir 'no ,'haya :efectiva~ _,..:e'~iurgido; 'e1 -precio de la :supervivencia es la atencin -Constant~_ .. os datos de un equilibrio en casi constante cambio; con l debe r ir Jas alianzas con fuerzas exteriores .que, salvadoras en e1 .pa..,.- :'. :fri

    ):'Sano; -pueden hacerse ruinosas si una fidelidad demasiado: literal '~;;:>~~

  • .. si esas reas estn .dominadas por dirigentes hostiles, la n1otBr.< J1a de transformarse en apoyo activo. De nuevo el ejemplo ., ... , es pertinente; pocos gobernadores hay ms seguros que el de san:.::);:'. . tiago de su predominio en su propia provincia. No por eso deja; ;:'.:,, de tener razones de inquietud; ms all de la raya de Tucumn, .de