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WWW. MIDOEDITORES.COM 34 PR L  SET/NOV 2007 N acido en Nueva York en 1931, hijo de una pareja de periodistas trotskistas, Ror- ty estaba llamado a ser uno de los filósofos más importantes de fi- nes del siglo XX. Fue hijo único, con lo que eso tiene de beneficioso y de per-  jud ici al. Era sol ita rio pero ref lex ivo, se había acostumbrado a vivir en un mun- do de adultos donde lo importante eran las ideas, los proyectos políticos y el ideal de crear un mundo mejor. Según cuenta en su artículo autobiográfico “Trotsky y las orquídeas silvestres”, de adolescente se interesó por la naturale- za, y las orquídeas constituían su fasci- nación. Luego se apasionó por la políti- ca, de la que después se decepcionaría, para retomarla desde un punto de vista estrictamente intelectual, muchos años después. Estudió el pregrado en filosofía en la Universidad de Chicago, en tiempos en que no existía la división entre filo- sofía analítica anglosajona y filosofía europea continental, y cuando esa universidad tenía la fuerte influencia en ciencias sociales y pragmatismo que dejaron John Dewey y George Herbert Mead. Otras importantes influencias en el joven Rorty fueron la de Alfred North Whitehead, sobre quien escri- bió sus tesis académicas, y una fuerte presencia de los estudios históricos en filosofía. Posteriormente se doctoró en  Yale y fue con side rado uno de lo s rep re- sentantes más brillantes de la filosofía analítica que recién se iba instalando en los Estados Unidos, habiendo llega- do hasta ahí con el arribo de inmigran- tes austriacos, después de la segunda gran guerra, y filósofos formados en la tradición británica. Pero Rorty no estaba llamado a ser un hombre de escuela, así que progresiva- mente se fue evidenciando que, si bien tenía toda la influencia de la filosofía analítica, reconocía que había más co- sas por descubrir en sus horizontes fi- losóficos. Así, se interesó por Wittgens- tein y Heidegger, pero sobre todo por el pragmatismo de Peirce, James y Dewey. Para mediados de la década de los seten- ta sus influencias eran tan complejas y variadas que comenzaron a dar lugar a un pensamiento nuevo, inspi rado sobre todo en el pragmatismo estadouniden- se clásico, pero que iba mucho más lejos que este. En 1979 publicó  La fi loso a y el espejo de la naturaleza , donde realizó un formidable trabajo de reconstruc- ción de la epistemología y la filosofía de la mente occidental, basada sobre todo en el presupuesto de que conocer la realidad es estar en condiciones de representarla a la manera de un espejo liso que puede reflejar las cosas como son, pero que también puede distorsio- narlas. La metáfora de la mente como un espejo le llega a Rorty a través de un artículo de Peirce titulado “La esencia cristalina del hombre”, donde se alude a un soneto de Shakespeare en que este se burla de las arrogantes pretensiones del hombre, orgulloso de aquello que más ignora, su esencia de vidrio. Su obra es en cierto sentido incom- prendida. Algunos lo consideran un relativista, escéptico, cínico y defensor del fin de la filosofía, cuando clara- mente no es nada de eso. Defendía el fin de una forma en part icular de hacer filosofía, que es aquella que pretende elaborar un discurso que responda de una vez por todas y de manera conclu-  yent e a las preg unt as que inq uie ta n a los filósofos, tomando como modelo o norte el método y los objetivos de las ciencias naturales. Rort y consideraba, y en esto estaba del lado de los pragma- tistas pero también de filósofos conti- nentales como Heidegger y sus herede- ros, que la tradición filosófica moderna –aquella que se inicia alrededor del siglo XVI y transcurre hasta mediados del XX– cometió el error de conside- rarse un tipo de ciencia o de pretender enrumbarse en “el seguro camino de la ciencia”, como dice la célebre frase de Kant. Estos filósofos sistemáticos, que pretendían construir estructuras con- ceptuales que pudieran representar la realidad de manera definitiva, pensaba Rorty, no solo fracasaron en su intento sino malentendieron el objetivo de la filosofía. La filosofía es más una disci- plina terapéutica que una sistemática, pensaba él, con lo que estaba en esto más cerca de Wittgenstein y Nietzsche que de Descartes, Kant o Hegel. En al- gún momento usó la palabra “postmo- derno” para describir su pensamiento, pero rápidamente la abandonó por ser un término que, a su juicio, terminó perdiendo todo significado. Rorty fue malentendido también por- que, al no pertenecer en sentido estricto a ninguna de las tradiciones filosóficas establecidas, era leído por quienes sí pertenecían a una de ellas, quienes so- lían desfigurar su pensamiento al tra- ducirlo a sus propias categorías. Pero los malentendidos que generó también se deben a auténticas tensiones que hay en su pensamiento. Será tarea de los filósofos de los próximos años des- brozar el campo intelectual que dejó, para analizar cuánto de lo que dijo permanecerá en el tiempo y cuánto deberá ser reformulado o abandonado. En todo caso, lo que sí resulta claro es que Rorty será considerado uno de los filósofos más brillantes, inquietantes e intelectualmente seductores de nues- tros tiempos. Su influencia en Latinoamérica es muy fuerte, dado que los filósofos lati- noamericanos suelen estar familiariza- dos tanto con la tradición anglosajona como con la europea. Rorty mostró una manera de integrarlas de manera original, recuperando las virtudes de cada una de ellas. Enseñó también a los filósofos latinoamericanos a ser creati- vos y no meros exegetas de los filósofos de otras tradiciones. Curiosamente, en Latinoamérica y en Europa es ya consi- derado un clásico, mientras que en los Estados Unidos aún genera reacciones diversas, de incomprensión y rechazo, o de acrítica adhesión. T uve la suerte de conocerlo y de ser su alumno cuando él era profesor en la Universidad de  Vi rgi ni a y yo ter mi naba mi doctorado en esa universidad. Lo más característico de él, en el ámbito intelec- tual, era su poco i nterés por las escuelas filosóficas y su deseo de cuestionar los cimientos mismos de nuestras convic- ciones y presupuestos. No le i nteresaba aplicar un método filosófico supuesta- mente ya probado a nuevos problemas, sino explorar los presupuestos mismos de los diversos métodos. Eso lo conver- tía en un polemista temible, pero nor- malmente acertado e incisivo. Heredó lo mejor de las dos tradiciones filosó- ficas que influyeron en él: la claridad, precisión y potencia argumentativa de la tradición analítica, y la intuición, el buen estilo literario y la mirada históri- ca de la tradición europea continental. Siempre fue un outsider  desde dentro. Fue uno de los filósofos más respet ados del mundo, pero no pertenecía a nin- guna escuela, ni rama, ni bando. Decía que pertenecía al de los pragmatistas, pero en realidad no, porque su pensa- miento los metabolizó y elaboró de una forma que ellos no hubieran aceptado ni reconocido como propio. A nivel personal era un hombre más bien tímido, pero paradójicamente seguro de sí mismo. Recuerdo que un compañero me contó que hizo el tra-  yec to de Wash in gto n D.C. has ta Cha r- lottesville, que dura aproximadamente dos horas, en el auto de Rorty, sin que intercambiaran prácticamente ninguna palabra. Es que Rorty era prácticamen- te inútil para la conversación trivial, aquella que uno aprende a desarrollar para mantener abiertos los canales de comunicación aunque nada interesante se comunique en ellos. Lo mismo se decía de Wittgenstein. Peter Geach me contó en una ocasión que le daba miedo quedarse a solas con Wittgenstein, por- que se producían silencios muy pesados que, si no los llenaba con conversación que atrajera la curiosidad intelectual de Wittgenstein, generaban mucha tensión en el ambiente. Wittgenstein tenía fama de persona conflictiva y tensa, Rorty no. Él era más bien relaja- do y calmado. La impresión q ue daba es la de una persona que se aburría mucho si no estaba pensando en temas que le atrajeran la atención, pero no incomodaba a su interlocutor. Sin em- bargo, tenía actos de extremo despren- dimiento. Una vez puso gran parte de su biblioteca en el pasillo que quedaba frente a su oficina de la Universidad de Virginia para que los estudiantes de filosofía se llevaran todos los libros que quisieran, porque Rorty no era un bibliófilo. Leía los libros y si no creía que los fuese a volver a necesitar sim- plemente los regalaba. Era comprensi- vo con la diferencia. Siendo él ateo, se casó en segundo matrimon io con Mary, también filósofa y miembro de la Igle- sia mormona. A Rorty eso no solo no le incomodaba. Incluso la acompañaba a los servicios religiosos de los sábados. Con sus alumnos era sumamente gene- roso con su tiempo y sus conocimien- tos. Solía estar en su oficin a rodeado de estudiantes que le hacían toda suerte de preguntas, de todo tipo y cal ibre, las que él contestaba con paciencia y cor- tesía. Era un hombre muy melancólico. En general, daba la impresión de que consideraba que pocas cosas en la vida tienen mucho sentido, pero que hay que hacerlas porque ya que estamos aquí deberíamos ayudar a las otras personas a tener una vida mejor. Creo que estaba muy por encima de la fama y el recono- cimiento. Mi sensación es que escribía, publicaba y enseñaba porque eso le generaba mucho placer, y porque sentía cierta responsabilidad moral para con la sociedad y especialmente para con los jóvenes. En una ocasión, uno de sus estudiantes puso en la parte de atrás de su flamante Volvo un letrero que de- cía “Consecuencias del pragmatismo”. Sólo después de unos días Rorty se dio cuenta y lo retiró, pero le pareció muy ingenioso. Falleció a los 75 años víctima de un cáncer pancreático, la misma enferme- dad de la que murió Jacques Derrida unos años antes. No perdió el sentido del humor. Según dice Habermas, cuando Rorty le contó por teléfono que estaba enfermo de cáncer, añadió que su hija opinaba que ello se debía a haber leído demasiado Heidegger en su vida. Pabl o Quintani lla R i chard Ror t y 

Richard Rorty Biografia

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Biografía de Richard Rorty, filosofo

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  • WWW. MIDOEDITORES.COM34 PRL SET/NOV 2007

    N acido en Nueva York en 1931, hijo de una pareja de periodistas trotskistas, Ror-ty estaba llamado a ser uno de los filsofos ms importantes de fi-nes del siglo XX. Fue hijo nico, con lo que eso tiene de beneficioso y de per-judicial. Era solitario pero ref lexivo, se haba acostumbrado a vivir en un mun-do de adultos donde lo importante eran las ideas, los proyectos polticos y el ideal de crear un mundo mejor. Segn cuenta en su artculo autobiogrfico Trotsky y las orqudeas silvestres, de adolescente se interes por la naturale-za, y las orqudeas constituan su fasci-nacin. Luego se apasion por la polti-ca, de la que despus se decepcionara, para retomarla desde un punto de vista estrictamente intelectual, muchos aos despus.

    Estudi el pregrado en filosofa en la Universidad de Chicago, en tiempos en que no exista la divisin entre filo-sofa analtica anglosajona y filosofa europea continental, y cuando esa universidad tena la fuerte inf luencia en ciencias sociales y pragmatismo que dejaron John Dewey y George Herbert Mead. Otras importantes inf luencias en el joven Rorty fueron la de Alfred North Whitehead, sobre quien escri-bi sus tesis acadmicas, y una fuerte presencia de los estudios histricos en filosofa. Posteriormente se doctor en Yale y fue considerado uno de los repre-sentantes ms brillantes de la filosofa analtica que recin se iba instalando en los Estados Unidos, habiendo llega-do hasta ah con el arribo de inmigran-tes austriacos, despus de la segunda gran guerra, y filsofos formados en la tradicin britnica.

    Pero Rorty no estaba llamado a ser un hombre de escuela, as que progresiva-mente se fue evidenciando que, si bien tena toda la inf luencia de la filosofa analtica, reconoca que haba ms co-sas por descubrir en sus horizontes fi-losficos. As, se interes por Wittgens-tein y Heidegger, pero sobre todo por el pragmatismo de Peirce, James y Dewey. Para mediados de la dcada de los seten-ta sus inf luencias eran tan complejas y variadas que comenzaron a dar lugar a un pensamiento nuevo, inspirado sobre todo en el pragmatismo estadouniden-se clsico, pero que iba mucho ms lejos que este. En 1979 public La filosofa y el espejo de la naturaleza, donde realiz un formidable trabajo de reconstruc-cin de la epistemologa y la filosofa de la mente occidental, basada sobre todo en el presupuesto de que conocer la realidad es estar en condiciones de representarla a la manera de un espejo

    liso que puede ref lejar las cosas como son, pero que tambin puede distorsio-narlas. La metfora de la mente como un espejo le llega a Rorty a travs de un artculo de Peirce titulado La esencia cristalina del hombre, donde se alude a un soneto de Shakespeare en que este se burla de las arrogantes pretensiones del hombre, orgulloso de aquello que ms ignora, su esencia de vidrio.

    Su obra es en cierto sentido incom-prendida. Algunos lo consideran un relativista, escptico, cnico y defensor del fin de la filosofa, cuando clara-mente no es nada de eso. Defenda el fin de una forma en particular de hacer filosofa, que es aquella que pretende elaborar un discurso que responda de una vez por todas y de manera conclu-yente a las preguntas que inquietan a los filsofos, tomando como modelo o norte el mtodo y los objetivos de las ciencias naturales. Rorty consideraba, y en esto estaba del lado de los pragma-tistas pero tambin de filsofos conti-nentales como Heidegger y sus herede-ros, que la tradicin filosfica moderna aquella que se inicia alrededor del siglo XVI y transcurre hasta mediados del XX cometi el error de conside-rarse un tipo de ciencia o de pretender enrumbarse en el seguro camino de la ciencia, como dice la clebre frase de Kant. Estos filsofos sistemticos, que pretendan construir estructuras con-ceptuales que pudieran representar la realidad de manera definitiva, pensaba Rorty, no solo fracasaron en su intento sino malentendieron el objetivo de la filosofa. La filosofa es ms una disci-plina teraputica que una sistemtica, pensaba l, con lo que estaba en esto ms cerca de Wittgenstein y Nietzsche que de Descartes, Kant o Hegel. En al-gn momento us la palabra postmo-derno para describir su pensamiento, pero rpidamente la abandon por ser un trmino que, a su juicio, termin perdiendo todo significado.

    Rorty fue malentendido tambin por-que, al no pertenecer en sentido estricto a ninguna de las tradiciones filosficas establecidas, era ledo por quienes s pertenecan a una de ellas, quienes so-lan desfigurar su pensamiento al tra-ducirlo a sus propias categoras. Pero los malentendidos que gener tambin se deben a autnticas tensiones que hay en su pensamiento. Ser tarea de los filsofos de los prximos aos des-brozar el campo intelectual que dej, para analizar cunto de lo que dijo permanecer en el tiempo y cunto deber ser reformulado o abandonado. En todo caso, lo que s resulta claro es que Rorty ser considerado uno de los

    filsofos ms brillantes, inquietantes e intelectualmente seductores de nues-tros tiempos.

    Su inf luencia en Latinoamrica es muy fuerte, dado que los filsofos lati-noamericanos suelen estar familiariza-dos tanto con la tradicin anglosajona como con la europea. Rorty mostr una manera de integrarlas de manera original, recuperando las virtudes de cada una de ellas. Ense tambin a los filsofos latinoamericanos a ser creati-vos y no meros exegetas de los filsofos de otras tradiciones. Curiosamente, en Latinoamrica y en Europa es ya consi-derado un clsico, mientras que en los Estados Unidos an genera reacciones diversas, de incomprensin y rechazo, o de acrtica adhesin.

    T uve la suerte de conocerlo y de ser su alumno cuando l era profesor en la Universidad de Virginia y yo terminaba mi doctorado en esa universidad. Lo ms caracterstico de l, en el mbito intelec-tual, era su poco inters por las escuelas filosficas y su deseo de cuestionar los cimientos mismos de nuestras convic-ciones y presupuestos. No le interesaba aplicar un mtodo filosfico supuesta-mente ya probado a nuevos problemas, sino explorar los presupuestos mismos de los diversos mtodos. Eso lo conver-ta en un polemista temible, pero nor-malmente acertado e incisivo. Hered lo mejor de las dos tradiciones filos-ficas que inf luyeron en l: la claridad, precisin y potencia argumentativa de la tradicin analtica, y la intuicin, el buen estilo literario y la mirada histri-ca de la tradicin europea continental. Siempre fue un outsider desde dentro. Fue uno de los filsofos ms respetados del mundo, pero no perteneca a nin-guna escuela, ni rama, ni bando. Deca que perteneca al de los pragmatistas, pero en realidad no, porque su pensa-miento los metaboliz y elabor de una forma que ellos no hubieran aceptado ni reconocido como propio.

    A nivel personal era un hombre ms bien tmido, pero paradjicamente seguro de s mismo. Recuerdo que un compaero me cont que hizo el tra-yecto de Washington D.C. hasta Char-lottesville, que dura aproximadamente dos horas, en el auto de Rorty, sin que intercambiaran prcticamente ninguna palabra. Es que Rorty era prcticamen-te intil para la conversacin trivial, aquella que uno aprende a desarrollar para mantener abiertos los canales de comunicacin aunque nada interesante se comunique en ellos. Lo mismo se deca de Wittgenstein. Peter Geach me

    cont en una ocasin que le daba miedo quedarse a solas con Wittgenstein, por-que se producan silencios muy pesados que, si no los llenaba con conversacin que atrajera la curiosidad intelectual de Wittgenstein, generaban mucha tensin en el ambiente. Wittgenstein tena fama de persona conf lictiva y tensa, Rorty no. l era ms bien relaja-do y calmado. La impresin que daba es la de una persona que se aburra mucho si no estaba pensando en temas que le atrajeran la atencin, pero no incomodaba a su interlocutor. Sin em-bargo, tena actos de extremo despren-dimiento. Una vez puso gran parte de su biblioteca en el pasillo que quedaba frente a su oficina de la Universidad de Virginia para que los estudiantes de filosofa se llevaran todos los libros que quisieran, porque Rorty no era un biblifilo. Lea los libros y si no crea que los fuese a volver a necesitar sim-plemente los regalaba. Era comprensi-vo con la diferencia. Siendo l ateo, se cas en segundo matrimonio con Mary, tambin filsofa y miembro de la Igle-sia mormona. A Rorty eso no solo no le incomodaba. Incluso la acompaaba a los servicios religiosos de los sbados. Con sus alumnos era sumamente gene-roso con su tiempo y sus conocimien-tos. Sola estar en su oficina rodeado de estudiantes que le hacan toda suerte de preguntas, de todo tipo y calibre, las que l contestaba con paciencia y cor-tesa. Era un hombre muy melanclico. En general, daba la impresin de que consideraba que pocas cosas en la vida tienen mucho sentido, pero que hay que hacerlas porque ya que estamos aqu deberamos ayudar a las otras personas a tener una vida mejor. Creo que estaba muy por encima de la fama y el recono-cimiento. Mi sensacin es que escriba, publicaba y enseaba porque eso le generaba mucho placer, y porque senta cierta responsabilidad moral para con la sociedad y especialmente para con los jvenes. En una ocasin, uno de sus estudiantes puso en la parte de atrs de su f lamante Volvo un letrero que de-ca Consecuencias del pragmatismo. Slo despus de unos das Rorty se dio cuenta y lo retir, pero le pareci muy ingenioso.

    Falleci a los 75 aos vctima de un cncer pancretico, la misma enferme-dad de la que muri Jacques Derrida unos aos antes. No perdi el sentido del humor. Segn dice Habermas, cuando Rorty le cont por telfono que estaba enfermo de cncer, aadi que su hija opinaba que ello se deba a haber ledo demasiado Heidegger en su vida.

    Pablo Quintanilla

    Richard Rorty