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Revista de Estudios Taurinos N.º 31, Sevilla, 2012, págs. 103-131 ROS DE OLANO Y LOS TOROS Juan Antonio López Delgado* A la memoria de Piluca Sangro y Torres, viuda de F. Silvela I. DE UN PASEANTE EN LA CORTE n una conversación particular, hace ya muchos años, don Carlos Seco Serrano consideraba muy necesarias las aún inexistentes biografías de algunos de los generales de la España isabelina, de quienes se ha solido decir tuvieron más corazón que cabeza o que cultivaron antes los sentidos que la incógnita fuerza del cerebro. Ha pasado el tiempo. Ensayos biográficos hay que no nie- gan aquel aserto enteramente y casi todo lo justifican en el des- tino del hombre. Otros, en cambio, reflejan los ardores de una voluntad sedienta de acción, lo mismo en la política que en el trato social, en las letras que en las armas, pero insuficientes para no incluir en el indagador espíritu el concepto necesario de Dios o la idealización de lo real por la fantasía creadora. Antonio Ros de Olano fue sin duda de estos últimos. Dotado de una muy fina sensibilidad y de un entendimiento esclarecido, sereno y reflexivo, dominaba en él el espíritu críti- co. Quiere decirse que en su análisis de situaciones y personas y obras todo queda desmenuzado y descompuesto. Empero, era sobrado activo su espíritu para apacentado en negaciones única- mente. Valera, que le trató bastante, reconocía su variada ins- * Real Academia de la Historia. Madrid. E

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Revista de Estudios TaurinosN.º 31, Sevilla, 2012, págs. 103-131

ROS DE OLANO Y LOS TOROS

Juan Antonio López Delgado*

A la memoria de Piluca Sangro y Torres,

viuda de F. Silvela

I. DE UN PASEANTE EN LA CORTE

n una conversación particular, hace ya muchos años,don Carlos Seco Serrano consideraba muy necesariaslas aún inexistentes biografías de algunos de losgenerales de la España isabelina, de quienes se ha

solido decir tuvieron más corazón que cabeza o que cultivaronantes los sentidos que la incógnita fuerza del cerebro.

Ha pasado el tiempo. Ensayos biográficos hay que no nie-gan aquel aserto enteramente y casi todo lo justifican en el des-tino del hombre. Otros, en cambio, reflejan los ardores de unavoluntad sedienta de acción, lo mismo en la política que en eltrato social, en las letras que en las armas, pero insuficientespara no incluir en el indagador espíritu el concepto necesario deDios o la idealización de lo real por la fantasía creadora.

Antonio Ros de Olano fue sin duda de estos últimos.Dotado de una muy fina sensibilidad y de un entendimientoesclarecido, sereno y reflexivo, dominaba en él el espíritu críti-co. Quiere decirse que en su análisis de situaciones y personas yobras todo queda desmenuzado y descompuesto. Empero, erasobrado activo su espíritu para apacentado en negaciones única-mente. Valera, que le trató bastante, reconocía su variada ins-

* Real Academia de la Historia. Madrid.

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trucción y su excéntrica naturaleza y no menos su acendradaindependencia:

«Tuvo mucha lectura, decidida y constante afición á toda clase deestudios, clara inteligencia, ‘raro’ ingenio en todos los sentidosde la palabra ‘raro’ y singular aptitud para todo.Muy estimado como hombre político, se distinguió en las Cortescomo orador por la elegancia y corrección de sus discursos y porlo reposado y sentencioso que en ellos se mostraba. Por aficiónirresistible y no por oficio, fué poeta y novelista y aunque gran-de amigo y admirador de Espronceda, muy distinto de él, comode su carácter independiente podía y debía esperarse».

(Valera, 1903: 216)

No escribió nunca Ros de Olano una apología de las corri-das de toros, como el citado autor de Pepita Jiménez hizo, perosuscribía la opinión de su amigo considerándolas una diversióncomo otra cualquiera. Cual la de peleas de gallos, verbigracia, alas que el futuro Marqués de Guad-el-Jelú mostróse siempre afi-cionadísimo.

¿Cómo se enceló Ros en el espectáculo único de la lidiade reses bravas? Corría el año de 1825... Aquel verano había lle-gado nuestro hombre a la Villa y Corte, procedente del lugargerundense de Las Olivas, con la intención de solicitar unempleo en la Dirección General de Hacienda. Llevaba cartas derecomendación y un certificado de buena conducta expedido porel Cura Párroco y el Ayuntamiento de Garrigolas.1

Paseaba por el Prado, visitó el Real Museo de Pinturas,acudía al café de Venecia... Hizo amigos. «Eran –dice su bió-grafo– hombrecitos de esos que llaman discretos, que van a dis-traerse, concurren al teatro, van a ver las buenas disposicionesdel ‘Sombrerero’ y los peligrosos recursos del ‘Morenillo’ ante

1 Cfr. el Expediente personal de Ros de Olano en el Archivo GeneralMilitar de Segovia.

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toros pegajosos, cornalones y muy delanteros, y dan una vueltaa la Carrera de San Jerónimo, a la calle de Carretas, del Príncipey de la Montera» (López Delgado, 1993: 30).

Iban juntos, decíamos, a las corridas de toros y juntos dis-cernían los éxitos y los fracasos de aquellos toreros que matabancon mete y saca recibiendo, daban infinidad de pinchazos paradescabellar y habían salvado al fin sus vidas con agilidad inve-rosímil. Antonio, que alcanzara a gozar allá en el Ampurdán dela caza del oso y del jabalí por rijosos mozallones, se reiría segu-ramente de aquellos hombrecillos que quedaban desarmadoscon demasiada facilidad, tiraban el trapo, tomaban el olivo ohacían cuanto malo se puede hacer en la muerte de un toro. Perose dejó influir por toda aquella alegría popular y aquel rito san-griento que caracteriza a la fiesta española. Poderosamente,como todo lo que araña la sensibilidad adolescente y deja inde-leble huella.

Las primeras decenas del siglo XIX, como anchamenteanaliza Cossío en su Tratado, son por diversas causas de deca-dencia en el arte de torear, y nadie se preocupa todavía de con-tradecir o mejorar los preceptos de Pepe-Hillo. Pero una cosa esel precepto y otra muy distinta a las veces la aplicación de eseprecepto. La orientación defensiva de la Tauromaquia de JoséDelgado va teniendo ya en los comienzos del tiempo románticouna heterodoxia de escándalo. Ante el riesgo eran lícitas todaslas previsiones y todos los recursos, y ora se salía a poner ban-derillas pasándose sin meter los brazos, por querer hacer filigra-nas, como tantas tardes hizo el Chiclanero, ora no había formade que diesen estocadas derechas, como dice don Natalio Rivasque le ocurría a Paquiro (Rivas, 1939: 71), llegándose al caso dematar a paso de banderillas o del precitado mete y saca a pasatoro por detrás de la espaldilla...

Este Ros de Olano de 1826, en que alcanza la gracia deAlférez de infantería de la Guardia Real, no ha profundizado

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seguramente mucho en el arte taurómaco que le ofrecen lascorridas de toros de la Villa y Corte. No ha insistido suficiente-mente tal vez sobre la añadidura de superflua crueldad con queaquellos espectáculos eran llevados en ocasiones. Cumplirá apoco dieciocho años y podrá ir entrando lentamente, como esto-que en morrillo de toro de primera, en el rito misterioso de cultotan inmemorial y fantástico.

II. DE LA AMISTAD CON CARRIQUIRI Y ESTÉBANEZ

La guerra vasconavarra, llamada de los siete años, resultóexcesivamente dura y terrible. Ros de Olano, a las órdenes deQuesada primero y de Rodil después, fue destinado a la perse-cución de Zumalacárregui, el gran caudillo carlista, por las mon-tañas de las Amézcoas. Recordamos esto porque una amistadque no podría ser calificada de fraternal pero tampoco de vaci-lante se inicia entonces entre nuestro hombre y un gran aficio-nado a las corridas de toros: Estébanez Calderón. Hallábase donSerafín entre los leales a la Reina y había sido nombrado porZarco del Valle, ministro de la Guerra, en 26 de enero de 1834,Auditor general del ejército de operaciones del Norte de España.Quien fuera sólo un oscuro vate en Granada que firmaba con elpseudónimo de Safinio y más tarde un abogado que empezó asentir pasión por la historia y los libros antiguos, alcanzó a pocoun prestigio inusitado como periodista y como lírico y una rele-vante consideración social.

Cánovas del Castillo recuerda, en el fundamental y ame-nísimo estudio sobre su tío, cómo «El Solitario desde que empe-zaron á mudar de semblante las cosas políticas, graciasprincipalmente al influjo de doña María Cristina, había sidoobjeto de frecuentes distinciones». (Cánovas del Castillo, 1883:t.I. 213).

Ros y Estébanez hablan de muchas cosas en aquellos des-cansos que eran verdaderos lagos de remansamiento para el

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cuerpo y el espíritu. Éste escribirá algún romance –La golondri-na– y aquél bosqueja un como diario de campaña que dará a laestampa sin embargo muchos años después, y también borrajeaunas «Observaciones...», aparecidas pronto, en que se aúnan losconocimientos técnicos que dan los verdaderos principios de laprofesión y los retratos literarios de caudillos carlistas. Charlansobre novela, poesía, teatro... Hablan de estilos y de estancias, deescenas y desenlaces, del cielo, de las Musas, de todo..., «de todomenos de política». (De la Escosura, 1839: 25-26).

A Estébanez le gusta mucho el arte de un joven torero que,formado en la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, es ya contra-tado en Madrid ventajosamente: Francisco Arjona Cúchares.Torea muy bien de capa y mata los toros a ley – le dice a AntonioRos. Y le comenta el valor frío de Juan León, la fina eleganciade Mariscal y la impasible quietud, recibiendo a los toros muyen corto, de Desperdicios.

Estébanez es una enérgica policromía de tecnicismos ycuriosidades anecdóticas, un sabio relator de vicisitudes táuricas,un aficionado único que pronto será cronista de toros, de noticiasfastas o nefastas en esa fiesta única también de la lidia de resesbravas. O, como diría Ros de Olano, «un hombre en que el hoylleva una carga fortísima del ayer».

Ros acendrará esa amistad con Estébanez merced a la suyacon el Marqués de Salamanca. Aún recordaba, es cierto, alEstébanez del Parnasillo de la Plaza de Santa Ana, como lorecordaban Mesonero Romanos y otros intelectuales y artistas,«con su lengua estropajosa y su lenguaje macareno y de germa-nía, contando lances y percances á la alta escuela, o entonandopor lo bajo una playera del Perchel» (Mesoneros, 1994: 412), yal del Casino de la calle de la Visitación, un Estébanez embarca-do ya en colaboraciones para El Observatorio Pintoresco, revis-ta o periódico literario de existencia efímera, como otras muchasde la época, editada por R. Solá y dirigida por el fecundo escri-

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tor y versátil erudito Basilio Sebastián Castellanos de Losada.Pero fue el conocimiento del emprendedor don José deSalamanca, esposo de una hermana de la prometida deEstébanez2, el que acercó más a la postre a ambos singularísimosescritores. Por este tiempo leyó Ros de Olano, en casa del autorde Cristianos y Moriscos, la Tauromaquia completa de Montes3,o sea, el arte de torear en plaza, tanto a pie como a caballo...Asimismo comentan el histórico e interesante artículo del amigoCastellanos en el mentado Observatorio titulado De las Fiestasde Toros, que comienza de esta guisa:

«El toro fue tenido en todos tiempos por uno de los animalesmás útiles al hombre, razon porque en muchos pueblos antiguosfue venerado como Dios, particularmente en Egipto el bueyApis...»

y que termina con esta pincelada de alborozo de aficionado:

«Carlos III las prohibió y sus sucesores las volvieron á reponerllegando en el último reynado hasta el punto de crear en Sevillauna escuela formal de tauromáquia. En la actualidad el arte delincomparable lidiador Francisco Montes á quien todos imitan ydel famoso picador Francisco Sevilla han regularizado de talmodo esta diversion que son muy raras las desgracias, las masveces consecuencias de un descuido ó de una imprudente con-fianza, razon porque no aparece tan bárbara, como antes, unadiversion própia solo del valor, arrojo, y serenidad de losEspañoles».

(Castellanos, 1837: 107-109)4.

***

2 Matilde Livermoore y Salas.3 Madrid, 1836.4 Respetamos la ortografía del original.

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Las desgracias, empero, habían empezado hacía años yseguirían mostrando a los espectadores de toros el lado trágico yemocional de la fiesta. Y, como dice Sánchez de Neira, cuántaafición a ella la de la mayoría de los ganaderos que viven y mue-ren porque su vacada sobresalga: «Como que se excita su amorpropio con el relato de las hazañas que en la lidia hacen sustoros, y por eso se desvela en conseguir su mejora». (1896: 49)5.

De uno de estos ganaderos queremos hablar ahora, puesfue nada menos que albacea testamentario de Ros de Olano yamigo suyo personal durante mucho tiempo. Nos referimos adon Nazario Carriquiri.

La amistad debió venirle a Antonio por don José deSalamanca, que fue un notable aficionado y precisamente el con-tratista de la construcción de la gran Plaza o circo de Madrid.Pero es un hecho que cuando estaba en la capital, asistía Ros alas grandes comidas semanales que don Nazario, uno de los rec-tores del negocio especulativo madrileño, celebraba en su casade la calle del Príncipe. Carriquiri peroraba sobre el necesariocontrol de la burguesía especuladora (él no utilizaba este adjeti-vo, claro) y analizaba el influjo de las familias más poderosas dela Villa y Corte, con intereses bolsísticos, bancarios y propiedadtanto rural como urbana.

Banquero y propietario, Carriquiri estaba asociado conSalamanca en el negocio del arriendo de la sal (HernándezGirbal, 1963: 153), y hará su dinero negociando sobre los ferro-carriles y obras públicas. Su nombre se repite en varios consejosde administración: la fábrica catalana de tejidos La EspañaIndustrial (con los accionistas banqueros Jaime Ceriola, JoaquínFagoaga, Manuel Cantero, Pascual Madoz y Antolín deUrdaeta), la Compañía Española para la Fabricación de Bujías

5 Nueva edición corregida y notablemente aumentada por su autor.

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la Estrella (con Ceriola, León Adolfo Laffitte y el propietarioFernando Fernández Casariego) etc., así como en numerosasjuntas de gobierno de sociedades anónimas o comanditarias.(Bahamonde, 1981: 521, 522, 614, 616, 632, 648, 655, 657 y668.) Formaba parte, asimismo, de la junta de intervención deLa Peninsular, compañía la más importante de cuantas se ocu-paron de encauzar especulativamente los excedentes de lascapas medias (a través de las cajas de ahorro privadas) haciala compraventa de solares o las edificaciones urbanas.(Bahamonde y Toro, 1978: 23-24, 31-32, 38 (y n. 49) y 39 (ynotas 50-51))

Ni que decir tiene que el carácter original y emprendedordel banquero dejó honda huella en Ros de Olano, y juntos acu-dían a la mansión de José de Salamanca, que comenzó también,desde estos años finales del tercer decenio, a reunir en su mesalo más selecto y más ilustre de la sociedad matritense. ConSalamanca se asociará Ros de Olano en alguna de sus empresasgrandiosas y audaces, como la de los ferrocarriles.

Pero fue en Jacometrezo, 66, domicilio posterior deCarriquiri, que atesoraba una pinacoteca privada de mucho méri-to –Murillo, Alonso Cano, Zurbarán, Ricci, Carducho, Cerezo,Tristán... (Gaya, 1958: 25-26)–, donde se hablaba fundamental-mente de toros.

En la tertulia que se organizaba los viernes empezó donNazario a comentar a sus amigos algunos carices de un planque albergaba ya en su corazón meses enteros y se estabahaciendo prurito: el tener ganadería de reses bravas.

Este sueño de seriedad sin desmayo tendrá no obstanteque orillarlo aún algunos años, pues se le ha nombrado jefe dela milicia urbana de caballería de Pamplona y en esta tierraradicará sin torcer la vocación por el azar.

Ros de Olano le decía: «Nazario, tú sabes que hasta lasVeraguas salen blandas como el agua... La bravura y la casta en los

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toros procura que les vengan de no ver mucha gente, de moversemontaraces y de disfrutar pastos de calidad apropósito».6

Cuando ya residía en Tudela se planteó Carriquiri esarecomendación del amigo Ros pensando si debían seguirse enlas provincias del Norte idénticos planteamientos de crianza queen Andalucía por aquello de ser distintos el clima y las condi-ciones del suelo.

En la primavera de 1840 le llega un librillo de Ros de Olanoque había visto la luz recientemente: El diablo las carga (Ros deOlano, 1840)7. Este otro militar ya laureado, en el Norte precisa-mente, le va a ofrecer su constante recuerdo emotivo con dos fine-zas en el mismo ejemplar: la dedicatoria a pluma de la hoja derespeto y la dedicatoria impresa de la portadilla, que reza así:

«A. D. NAZARIO CARRIQUIRY,Dedica este cuentoSU ÍNTIMO AMIGO,Antonio Ros de Olano».

Con los toros de don Nazario, de reconocida fama ya enlas postrimerías del reinado de Isabel II, gozaron los aficionadosde muchas Plazas de España, pero principalmente, como decía-mos, las del tercio Norte. Eran de tipo más bien pequeño, exce-lentemente armados y de mucha bravura. Relativamente prontodejaron amarga memoria en dichas regiones, como el que en1867 mató en Vitoria a Mateo López de una grande herida en layugular –era ahijado de la Condesita de Teba, Eugenia deMontijo, luego Emperatriz de los franceses– o los que en 1874ocasionaron graves cornadas en Barcelona al matador PedroAyxelá, Peroy, y al banderillero Antonio Herrera, Anillo.

6 Archivo de D. Pedro Sangro y Torres (A. P. S. T.), Madrid. Papeles deRos de Olano. Sin ordenar..

7 Sócio facultativo del Liceo Artístico y Literario de Madrid. (BibliotecaNacional de Madrid, V, Cª. 440, Nº 23).

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Estos bravos y peligrosos toros de Carriquiri, que lucían ladivisa encarnada y verde, y el hierro también, fueron demoniza-dos por la musa popular:

Si un toro de don Nazariote llega un día a coger,poco podrán por ti hacermédico ni boticario8

En los variados negocios que Ros de Olano emprendió –unos iban regular, otros mal– el apoyo económico de Carriquiries un hecho indubitable. En la cláusula duodécima delTestamento nuncupativo de aquél, de 13 de julio de 1873, así sehace constar, y en la octava de otro posterior (19 de julio de

8 (Cossío, 1974: 314); (Sánchez de Neira, 1896: 457); y el Consultoriotaurino de El Ruedo. Semanario gráfico de los toros, Nº. 644, Madrid, 25 de octu-bre de 1956, pág. 27.

Fig. n.º 3.- Divisa de toros de Carriquiri.

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1879) la entrega de cuatro mil duros pagados al Duque deRiánsares se efectúa mediante su apoderado el Señor DonNazario Carriquiri. En dicho primer documento –cláusula vein-titrés– nombraba también al ganadero como albacea testamenta-rio. (López Delgado, 1993: 486-491).

Quede, pues, constancia de una trayectoria de amistadmuy continuada entre el Marqués de Guad-el-Jelú y un hombrerecio de ideas, auténtico, que miraba lo que hacía y se decidiópor lo mejor, para bien de la Fiesta.

III. DE LA DECADENCIA DE MONTES Y MUERTE DE PEPETE

La decadencia de Paquiro venía ya notándose desde el año1845. Aún salía de las Plazas entre aplausos y aclamaciones vic-torioso y consagrado. Montes fue una cumbre de la tauromaquiaen el siglo XIX, como lo fueron también el Chiclanero,Cúchares y el Tato.

El arte de Montes era sereno y natural, no artístico, si senos permite el juego conceptual. Lo del arte vino después, conla filigrana y el adorno y la... disgregación del carácter. YaCostillares había cambiado la indumentaria grandílocua por lapropia esencial: el calzón y coleto de ante, el correón ceñido a lacintura; y las mangas acolchadas de terciopelo desaparecieronpara ser sustituidas por la chaquetilla con bordados, el calzóncorto de seda y la faja de colores.9

La palabra arte olía aún a energía, desorden y albedrío.Por no decir regulación y norma en las artes de torear y embria-guez de la muerte. Y así será hasta el tiempo de Lagartijo yFrascuelo, por lo menos. Decía el Chiclanero hablando de laestocada:

9 (Rivas, 1939: 16). Para la petición de Costillares de vestir los toreros dea pie con galón de plata, vid. (De Rojas y Solís, 1917: 116-117).

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«Para que en la suerte de recibir se cumplan todas las normasdel arte, es preciso que al vaciar al toro con la mano izquierdael cuerno derecho roce la guarnición del calzón del mismolado».

El maestro Corrochano, que tan claras tenía siempre lasideas sobre toros y toreros, escribió:

«Descartada la suerte de recibir desde el Chiclanero y ManuelDomínguez, últimos que la practican con la constancia de lo queestá en servicio, cultivada con alguna frecuencia por Frascuelo,y solamente tanteada después por intento de curiosidad, todoslos toros se matan a volapié o sus derivados. Son suertes deri-vadas del volapié, mejorándole, las de arrancar al encuentro y aun tiempo; son derivadas del volapié, falseándole, el cuartear apaso de banderillas, o sea, echarse fuera, no entrar. Esta es hoyla más practicada, sin que esto quiera decir que no se entra algu-nas veces por derecho, pero muy pocas veces y por muy conta-dos matadores».

(Corrochano, 1962: 129)

El pobre Montes se la jugó para siempre en la muleta,hiriéndole el toro de gravedad en una pierna... Era un toro aban-to y descompuesto y había merecido banderillas de fuego: «Conmotivo de la desgracia del maestro –dice el cronista taurino delHeraldo–, hemos oído a algunos inteligentes sostener la necesi-dad de restablecer la costumbre de castigar con perros a los torosdecididamente abantos...» 10

Sí. La muerte iba prendida ya muchas veces en los cuer-nos de los toros del medio siglo aquel de tauromaquia viril ygenerosa de virtudes. Aunque no será hasta la de Pepete cuandoel clamor de un ancho segmento social se escuche como unairrecusable presencia. La muerte del torero en la Plaza pareció

10 Cfr. el Heraldo de Madrid en su nº 2505, del martes 23 de julio de 1850.

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un día verse encarnada en simbólica imagen que enlazaba con otrade romance, por lo antigua y estremecedora: la de Pepe-Hillo.

En cierto modo, como otros muchos vates de su tiempo,Ros de Olano pagó también lírico tributo a la soberanía táuricade la muerte. Fue en el conjunto poemático de “Al paso de lasEstaciones”, publicado en la Revista de España en 1875 y quefue incorporado al fin, con sensibles diferencias, a su volumencuasi póstumo de Poesías.

Para el tema del toro, tan olvidado en él como casi todo losuyo, hace sonar con medido acento una clásica lira, a lo Lucanoy Estacio, construyendo el poema con sabia arquitectura de pla-nos instintivos, realzando afectivamente, con el epíteto, aquelsímbolo libre de fuerza y de vigor, y con las acciones verbales,tan exactamente precisas, aquella fuerza oscura y elemental dela Naturaleza:

Muge la esbelta novillaDesde el otero á distancia;Primer celo en que se enciendeAl pacer la verde grama...Suma de gala y de fuerza,Monstruo de fiereza y gracia,El toro al clamor amanteLa frente adusta levanta.Por más saciar el olfatoLas hondas fosas dilata:Enhiestas las finas puntas,Rueda la hirviente mirada:Juega la flexible colaCon ondulantes lazadas;Y, azotándose los flancos,Cual con serpiente irritada,Rayo que en trueno respondePronto al imán que le llama,

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Rápido como el relámpago,Parte, arrolla, triunfa ó mata.

(Ros de Olano, 1886: 172-173)

No lo podemos asegurar porque no hay documentaciónque lo pruebe pero... Estamos seguros de que cuando donSalustiano de Olózaga se puso, en las Cortes, a raíz de la muer-te de Pepete, del lado de ir minando las corridas de toros hastapaulatinamente hacerlas desaparecer, de entre los amigos perso-nales que con mayor disgusto se marcharon de aquel sitio por nooírlo, estaba Ros de Olano.

Ser aficionado –hasta empeñar la capa por ir a los toros,que decía Corrochano– es llevar en la masa de la sangre el amory la bienandanza por la Fiesta; es tener intensamente asumido elsentimiento de complacencia estética que experimentamos conella, y es, en fin, consentir en aceptar la esencia –y no adehala–de la misma que es la gloria y tragedia de la muerte.

La de José Rodríguez Pepete acaeció en la Plaza deMadrid un domingo 20 de abril de 1862. Jocinero se llamaba eltoro, de Miura, «berrendo en negro, pero dominando la pintablanca, duro y de recargue», según Sánchez de Neira. (1896:432-33 y 678-80).

Había caído en tierra y al descubierto el picador AntonioCalderón, y Pepete, que momentos antes cambiaba impresionescon el respetable, al verlo, se dirigió al toro; pero éste, cortandoterreno peligrosamente, le volteó e hirió y a seguida le partió elcorazón de un derrote seco en el pecho. Dice Recortes que aqueltoro mereció ser clasificado de bandera. Tomó dieciocho varas,de Calderón, Álvarez y el Naranjero y fue estoqueado porCayetano Sanz.11

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11 RECORTES: Recuerdos taurinos de antaño. José Rodríguez yRodríguez (Pepete), en El Ruedo. Semanario gráfico de los toros, nº. 315, Madrid,6 de julio de 1950, sin paginación, pág. 2.

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Recordamos esta luctuosa efeméride por una razón pode-rosa: en la vida del infortunado Pepete aparece reiteradamenteun torero que interesó sobremanera a Ros de Olano, fue suamigo personal y lo siguió bastante por muchas Plazas: elSalamanquino. El 3 de septiembre de 1849 había toreadoPepete, por primera vez en la Corte, de media espada, en corri-da en la que Cúchares y Julián Casas figuran de jefes de lidia.

IV. SIGUIENDO CON PASIÓN AL SALAMANQUINO

Los aficionados vamos a los toros siempre que podemos ycasi siempre que no podemos. Y aunque procuramos ser discre-tos y ecuánimes en nuestros juicios, siempre hay para nosotrosun torero que nos subyuga más, muchas veces sin saber expli-carnos clara y distintamente por qué es el favorito.

Ros de Olano fue salamanquista incondicional. Queremosdecir seguidor a ultranza y admirador apasionado del espadaJulián Casas Salamanquino. Algo vería una vez en este toreroque le embelesó para siempre.

Pero... ¿Quién era Julián Casas?Un estudiante de Latinidad y Filosofía y también de

Medicina que quiso ser torero y lo consiguió cuando, muerta sumadre en 1835 y teniendo él diecinueve años, frecuentó lasganaderías de su tierra salmantina tomando parte activa en lastientas y operaciones camperas con el ganado bravo.

Había nacido en Béjar el 16 de febrero de 1816.12 El padreera capitán del batallón provincial de Murcia, de guarnición en

12 Se llamó Raimundo Julián Casas y del Guijo. Fue bautizado dos díasdespués en la iglesia parroquial de San Juan Bautista, en cuyo libro nº 9 de bau-tismos, fol. 304, aparece registrado como hijo de don Pedro Casas y su esposaElena del Guijo, naturales de Almería y Béjar, respectivamente. Tomamos estosdatos de RECORTE: Efeméride. Febrero – 16 – 1816. Nace en Béjar (Salamanca)el matador de toros Julián Casas (‘El Salamanquino’), en El Ruedo, nº. 295,Madrid, 16 de febrero de 1950, sin paginación (pero pág 23).

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Béjar, donde contrajo matrimonio con la señorita Del Guijo, per-teneciente a la acaudalada burguesía rural.

Empezó, como peón y banderillero, recorriendo pueblos yciudades de la región y plazas norteñas. Iba con El Fraile, lidia-dor pueblerino sin nombradía. Ya en 1840, entró en la cuadrillade Juan Pastor, el Barbero, parece que por mediación e influen-cias del patricio e incipiente ganadero y empresario AntonioPalacios, que gustó de la anárquica originalidad, valentía yfacultades de Casas.

Figuró de media espada en Madrid los años de 1844 y1845 e ingresará de plantilla unas veces con el valentísimo ypundonoroso Juan León y con el severamente seguro y serenoCúchares otras. Como espada de alternativa, ya en 1846 (5 dejulio), lidió toros de Veragua y Anastasio Martín pero sin la cere-monia de cesión de estoque y muleta –aún no acostumbrada– ysólo con la de turno del primer espada.

A partir de entonces, sin éxitos rotundos o entusiásticos,sin ser nunca una figura de primera magnitud, Salamanquino seforja vitola de torero valiente y de variado repertorio –diceCossío que capeando era regular pero sobresalía en las navarrasy en los lances a lo chatre (Cossío, 1952: t. III, 179)– pero, sobretodo, de facultades físicas portentosas, hasta el punto de saltar labarrera desde la plaza adentro sin tocarla con manos ni pies. Sedijera que quiso zafarse en su toreo de normas decadentes uobsoletas y adentrarlo por maneras y mediante recursos quemotivaran más al respetable avivando sus deseos de espectácu-lo. En definitiva, un moderno en la época de Chiclanero yCúchares.

Dice con mal contenida emoción Sánchez de Neira:

«No nos perdonaremos nunca el haber abrigado la idea de queJulián Casas había de ser uno de los mejores matadores de toros,contra la opinión de más entendidos aficionados. Veíamos en él

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á un hombre jóven, guapo, robusto, valiente, ligero y con gran-des deseos. ¿Qué extraño es que todas estas cualidades nossedujeran? Guardamos entonces, sin embargo, nuestra opiniónentre dos ó tres amigos, y en guardarla hicimos bien; no porqueen absoluto el ‘Salamanquino’ fuera mal torero, de ningúnmodo. Había ocasiones en que demostraba inteligencia y valorcomo pocos, y practicaba algunas suertes casi á la perfección yesta era razón de más para exigir nosotros que las practicarasiempre, ó al menos con más frecuencia». (1896: 187a)

Con tal fe se hizo aplaudir por los públicos andaluces,decididamente intolerantes con los toreros de Castilla, que pode-mos leer en El Enano lo siguiente:

«Los periódicos de Andalucía se han empeñado en poner enridículo a Julián Casas, colocándole al nivel del quinto cielo, yse van a salir con la suya. Cuando un merecimiento regular seensalza con exageradísimos elogios, mucho más dañan queaprovechan».13

Hizo las Américas y el público limeño particularmentequedó muy satisfecho de sus actuaciones. Compró, al regresar,ganadería y su vida retirada y silenciosa se vio sólo interrumpi-da cuando en enero de 1878 fue invitado con otros matadores defama a participar en las funciones reales de toros que se celebra-ban en Madrid.

Murió Julián Casas en su finca de Béjar el 13 de agostode 1882.

***Entre los papeles del archivo familiar de quien fue ilustre

jurisconsulto y bisnieto de Ros de Olano, don Pedro Sangro yTorres, hay una esquela dirigida a Julián que estimamos pudieraconvenir a Salamanquino, y que a la letra dice:

13 Cfr. El Enano, Madrid, 5 de julio de 1853.

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«Querido Julián:Espero te halles repuesto de las heridas de Madrid.El domingo iremos a verte a Salamanca Uña y yo.Memorias de Gonzalo.

Antonio (rúbrica)»14

Aunque sin data, como era costumbre entonces en estetipo de breves epístolas enviadas a través de criados o cuales-quiera servidores de la casa, es posible fechar dicho escrito antesde la inesperada muerte en Arechavaleta de Gonzalo, el únicohijo varón del general, acaecida en julio de 1869. Don Juan Uñay Gómez, el otro citado en la misiva, fue abogado del Colegio deMadrid y amigo personal de Ros de Olano y, a la postre, conCarriquiri y otros allegados, albacea testamentario de nuestromilitar-escritor.

Nos inclinamos a creer que la esquelilla sea más bien defines de septiembre de 1860. Ya había recogido laureles muybien ganados Ros de Olano por sus heroicidades en la guerra deÁfrica y su vida empezaba a recobrar en lo personal –tras elfallecimiento de su mujer, Carmen Quintana– nuevos alientos.

Las heridas de Madrid a que alude Ros deben de ser lasinferidas a Julián Casas en la Villa y Corte en la corrida del 9 delcitado mes de septiembre por un toro de Veragua, bicho quepasaportó al fin José Ponce, con quien alternaba aquella tardeSalamanquino. La casualidad quiso que el mismo astado hirieratambién, aunque levemente, a su picador Ventura Martín y a subanderillero Francisco Ortega Díez (Cuco).

«Como Julián es una persona de inteligencia cultivada –dice deél Velázquez y Sánchez–, de carácter pundonoroso, y tiene á suejercicio ese amor que elevan á culto los ánimos perseverantes

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14 A. P. S. T. Papeles de Ros de Olano. Sin ordenar.

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en sus pasiones y sentimientos, ha tratado de corregir su méto-do de lidia, exponiéndose no poco en sus ensayos á desgracias,bien fáciles de suceder al que renuncia á su sistema por adoptarel que menos conoce, y más en oposicion se encuentra con sushábitos y costumbres»

(Velázquez y Sánchez, 1888: 272).

Como este mismo analista taurómaco, según propia con-fesión, vio torear a Salamanquino más de una vez, no le dejare-mos de la mano para finalizar este apartado, concediéndole nosexponga su bien ponderado e imparcial criterio sobre la lidia deJulián Casas:

«En 1850 puede considerarse a Julian llegado al desarrollo desus facultades y circunstancias en la profesion; siendo un toreroincansable; inteligente; desenvuelto; dirigiendo á la cuadrillacon oportunidad y tacto; captándose las simpatías sin esfuerzosni salidas de su órbita de acción; tipo grave y de dignidad exen-ta de orgullosas pretensiones; cumpliendo de la mejor maneraque sus cualidades se lo permitían y alternando con todos losespadas sin dar nunca pábulo á choques ni rivalidades con algu-no de ellos. Su juego de muleta es corto hasta pecar de insufi-ciente en los bichos maliciosos y resabiados: prefiere irse á lostoros á traerlos á sí, aunque se lo persuada la índole de los bru-tos: no ciñe á los volapiés y cuartea demasiado entrando al tes-tuz: adolece de predileccion hácia un tranquillo de recursocomo el paso de banderillas, que es peculiar á casos extremos yde justa defensa en los matadores, y revela con el capote y conlos rehiletes que se ha formado en el arte sin el auxilio de unapróvida enseñanza, que al desenvolver sus prendas las purgarade imperfecciones y de inconveniencias. Tal fué el juicio quemereció en Sevilla en 1852, en las corridas de 29 y 30 de Mayo,en que tuvimos ocasion de terciar en ciertas polémicas que sus-citaran su ajuste y su toreo».

(Velázquez y Sánchez, 1888: 272).

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No serviría sólo con encarecer su valor, sino poniéndolelíricamente al lado de la realeza misma, en aquel toro que matóFelipe IV y cantó en espinelas Saavedra Fajardo:

«Hoy luce constelaciónAquel bizarro animalQue en el arena AgonalTriunfó de tigre y león.Y aunque sus hazañas sonQuien le corona valiente,Nunca su cerviz lucienteEstación fuera del solSi el Júpiter españolNo fulminara su frente.…..............................».15

V. DEL ARTE DE FRASCUELO Y OTRAS COSAS

Nuestros más felices días madrileños van necesariamenteasociados a las emociones del diálogo con una ejemplar mujer,ya fallecida: Doña Pilar Sangro y Torres, viuda de FernandoSilvela, bisnieta del general Ros de Olano.

Dama culta y sensible, se dejaba llamar Piluca por losamigos y parece vivía ya, cuando la conocimos, para el solorecuerdo de su hijo muerto en plena juventud: Juan ManuelSilvela Sangro, una de las inteligencias más finas del Madrid dela mediata postguerra.

Nuestros encuentros para hablar de Ros de Olano empe-zaron a finales de los años setenta y duraron –un mínimo de doso tres estancias matritenses por año– hasta su fallecimiento en1997. Tenían lugar en su casa, espléndida por cierto, del núme-ro 4 de la Calle de Samaria, Barrio del Niño Jesús, zona muy

15 Anfiteatro de Felipe el Grande... Madrid, Juan González, 1631, pág. 39.

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selecta inmediata al Retiro. Había sido –era– decoradora. Y estose notaba dondequiera. Vivía en realidad a caballo entre Españay Suiza (poseía un apartamento en Kilchberg, muy cerca deZürich), pero no dejaba nunca de volver largas temporadas a estalujosa casa donde todo era delicado y perfecto. Desde cuadros alóleo que representaban al autor de El Doctor Lañuela y deEugenio Lucas hasta volúmenes in folio, en el gran Salón, sobreel Greco, Velázquez o Murillo.

Al llegar nosotros, sacaba los álbumes fotográficos fami-liares y siempre terminaba regalándonos algún grabado de épocao fotografía decimonónica, como aquella en que posan la mayorde las hijas del general, María Antonia, condesa de la Almina,con su hijito Gonzalo y su esposo Melchor Sangro.

Las conversaciones eran amenísimas, sazonadas de anécdo-tas y recuerdos de juventud y de infancia. Un día hablamos largoy tendido de toros. Con mal disimulada sorpresa le oímos trans-mitir el entusiasmo de Ros por la fiesta de los toros. Nos dijo sinambages que Antonio era frascuelista. Indagamos. Pareció abrirsepor un momento su mirada dulce y clara... Pero la memoria lefallaba a las veces. No consiguió aclararnos –aunque puntualizóera fidedigna– la fuente de su aserto. Estaba en la familia elrecuerdo cierto de que, a lo menos en sus últimos años, el Marquésde Guad-el-Jelú iba a ver torear a Salvador Sánchez…

***Damos crédito –¿cómo no?– a la tradición familiar y hoy

le estampamos aquí, en este ensayo sin pretensiones de nada.Cuando Salamanquino se retiró definitivamente de los toros, amediados de 1870, faltaban aún veinte años para que lo hicieraFrascuelo. No es difícil imaginar a Ros de Olano espoleado denuevo, apasionadamente, por un torero singularísimo, de verdad,sin trampa, sin paso atrás, sin tener que recurrir a los trucos delGordito para aliviarse con los toros.

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Junto a estas cualidades, ¿habría alguna en particular quedeterminase a Ros a acudir a las plazas nuevamente? Sí. La resu-rrección de la suerte de matar los toros. La suerte suprema.

Decían los viejos aficionados, Carmena lo cuenta en unode sus libros, que Frascuelo, al principio, no sabía darles salidaadecuada a las reses y era la razón de que lo atropellaranmuchas. Todo mejoró con el tiempo y la práctica. Pero no se creaque la técnica arrumbó enteramente a la primitiva manera...Frascuelo siguió citando a los toros muy en corto, tras castigar-les con la muleta. Así describe, al pormenor, Díaz-Cañabateaquellas estocadas de Frascuelo al encuentro:

«Liaba la muleta con calma, se llevaba la mano derecha a laaltura del nacimiento del pecho, se empinaba sobre los dedos delos pies, y sin meter el hombro izquierdo estiraba el cuerpo,apuntaba con tranquilidad y adelantaba las dos manos bajandodespacio la izquierda. El toro avanzaba y entonces ‘Frascuelo’se dejaba caer despacito...»

(Díaz-Cañabate, 1957).

Como a tantos espectadores de entonces, a Ros se le enco-gería el corazón, temblaría y no saldría del susto hasta que loviera salir limpio por el costillar, la espada en lo alto del morri-llo, hasta el puño, y el toro tambaleándose en la agonía. Un deli-rio ver aquello en unas jornadas sin duda para hombres de raza.Frascuelo lo era.

Otros había en verdad por entonces, como Bocanegra,Chicorro o Gallito II (Don Fernando), que todo lo que hacían enlas plazas era sostenerse derechos al lado del Prim y delO’Donnell del toreo. Y eso que el padre de Rafael El Gallo, porejemplo, hacía el cambio de rodillas como nadie. Pero... en aque-llos tiempos Lagartijo y Frascuelo acaparaban todo el interés.

Éste era hombre de callejeo y guitarra, movido como sutoreo, desenvuelto, garboso. O, como dice su biógrafo más cons-

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picuo, «rápido, decidido, nervioso, lo mismo para los toros quepara las mujeres» (De Ontañón, 1937: 143).

Los mismos revisteros taurinos recomendaban aSalvador calmase su ímpetu, «que puede costarle la vida»,sobre todo después de matar aquel toro en Tolosa y luego detomar la alternativa...

El arte de Lagartijo era sobrio, seco, elegante, aseñorita-do. Y con un valor y una vergüenza torera que encandilaban. «Élhizo del toreo» –dice Sassone– «toda una teoría de enlaces y ensu cinematógrafo vivo, cuando todavía no existía el cinemató-grafo, iba agrupando figuras, multiplicaciones de la suya, comoen el alto relieve de un friso helénico; así, cuando ‘a una mano’,recogiendo al toro, ondulaba el capote graciosamente, como suvelo una danzarina antigua, ‘Lagartijo’ era el escultor de símismo y esculpía su figura y la del toro en el fondo luminoso ydorado de polvo y de sol» (Sassone: 1933).

Así empezaba la competencia de estas dos figuras, yamáximas de la fiesta (habían desbancado al Gordito y al Tato),en las postrimerías del reinado de Doña Isabel II, la de los tris-tes destinos.

El otro reinado, el taurómaco, duró bastantes años.Piénsese que la tarde de la presentación en Madrid de Rafael ElGallo, 24 de junio de 1899, según propia confesión del divinocalvo a un periodista, aunque estuvo muy bien con sus cinconovillos –se había ido Algabeño con un puntazo para la enfer-mería– y le tocaron mucho las palmas,

«la mayor ovación no fue para mí.¿Para quién?Para ‘Lagartijo’, que asistió a la corrida, y que era entonces elamo» (Martínez: 1946: 35).

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VI. FINAL PREVISTO

No somos revisteros, ni críticos taurinos, ni siquiera pasa-mos de aficionados a la magnífica fiesta brava de los toros. Nodesde luego aficionados de categoría y con solera. Pero hemosquerido reflejar en este ensayo algo de lo mucho que podríahacerse en la fructuosa relación de personajes postfernandinos eisabelinos con matadores de toros y ganaderos delRomanticismo. He aquí una página histórica y pintoresca queestá prácticamente virgen.

La poliédrica, interesantísima figura de Antonio Ros deOlano desborda desde luego aquellos anecdóticos carices parainsertarse en acontecimientos decimonónicos de mucha enjundiay trascendencia. Colaboró con Espronceda en una de sus pro-ducciones teatrales y le dedicó tan fraternal amigo nada menosque El Diablo Mundo. Fue autor de novelas, de cuentos, poeta,dramaturgo, cronista y testigo ocular de la guerra de los sieteaños, General Comandante en Jefe del Tercer Cuerpo de Ejércitoen la guerra africana de 1859-60... Queremos decir que fueinsoslayable protagonista y parte muy principal en los sucesospolíticos, literarios y socioeconómicos de nuestro siglo XIX. Severá siempre, no obstante, representado mejor –como una alian-za feliz de las armas y las letras– en aquel cuadro de Esquivel“Una lectura de Zorrilla en el estudio del pintor”, en primera fila,tan cómodamente sentado como elegantemente vestido, muyconcentrado en la armonía y la belleza que seguramente posee eltexto de aquel que había cantado a pie de tumba al suicidaLarra...

La relación intensa e indiscutible que hemos visto de Rosde Olano con el mundo de los toros debería haber bastado paraacogerlo, asimismo, en aquella otra pintura de sabia composi-ción, pese al aparente caos y desbarajuste de personas y anima-les; de cromatismo generoso, pero armónico; de pinceladamenuda, aunque sin aquella femenina flaqueza miniaturística

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que deja advertir lo enfático de su ostentación: “Patio de caba-llos en la Plaza de Toros de Madrid”, de Manuel Castellano.

¡Qué ágil conjunción de piedra y cielo! Nos explicamos:de castoreño y sombrero de copa, de levita y taleguilla. O lo quees lo mismo: de tierra y de alma, de elemento telúrico y de fer-mento espiritual. El romántico con anhelos de idealidad inasibley el torero que recurre a la arena bañada de luz y a la unión quese funde en la raza, en la sangre y en otras fuerzas oscuras.

Los atildados frecuentadores del Liceo Artístico lucen sucapa oscura, nocherniega. Cúchares y El Chiclanero relucenentre las lentejuelas de sus capotes de paseo. Con sus cautelas ydiscreciones. Aquéllos, restauradores de una tradición de arte yevitadores de un aislamiento de lo universal tanto como de unaexclusión de lo antiguo en nombre de lo moderno. Éstos, en unvivir tan trágicamente agitado, a punto de sucumbir en una rura-lización de prehistoria, de deshumanización tenebrosa (alano,media luna, caballos sin peto), evitando ser desarraigados de lapropia tierra áspera en que un día pudiera otorgárseles feliz estí-mulo y cumplimiento al cultivo de su perfección.

¡Felices minutos en el frescor abigarrado del patio conparral, antes de que salga aquel toro de entonces, agalgado, asti-fino y con un pescuezo muy largo!

***Sí, este era un final paradójicamente previsto porque en

ocasión de que lo esperáramos menos nos echa elementos depintoresquismo pictórico a la cara y saca toda la aparente irrea-lidad que hay en la realidad misma. En verdad que es un con-suelo ver a todo un General departiendo con toreros que a pocovan a ir a la Plaza, trocando con la mayor seriedad del mundo, elespecífico placer social de la tertulia por aquella vocación derecreo sin meditación ni ambrosía intelectual, por aquella postri-mería en que guerreros inteligentes y dotados, elegantes y sin

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miedo y sin reproche conducen a despertar el fanatismo por elcamino de las certidumbres.

Ros de Olano y los toros. La figura emblemática de la gue-rra romántica y la fiesta de la emoción y de la muerte. El mejorregalo para el hombre que conoció como nadie el estoicismo, elvalor sereno, la limpia vergüenza que da la hora de la verdad. Unescritor raro que fue prudencia en la Corte pero anticipador parael Arte de tendencias novísimas, y un encuentro de inteligenciaapasionada pero llena de mesura y sigilo con la fuerza ancestralque se cierra en el caos y se abre y funde de consuno en hermé-ticas resonancias.

La fiesta parece retroceder un poco en sus claras horas deauge, y nuestro protagonista y su obra alcanzar las máximas deatención y estudio, así como el gustoso patrocinio que las vadejando reveladas para siempre.

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