Saenz Los Arquetipos Cristianos

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  • 8/14/2019 Saenz Los Arquetipos Cristianos

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    P. Alfredo Senz, S. J.

    Arquetipos

    cristianos

    Fundacin GRATIS DATE

    Pamplona 2005

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    P. Alfredo Senz, S. J. Arquetipos cristianos

    Introduccin

    Los arquetiposy la admiracin

    En nuestro tiempo se hace ms necesario que nuncaresaltar la importancia de los arquetipos en la vida de losindividuos y naciones, destacar la fuerza insustituible delos paradigmas en la forja de las sociedades y de laspersonas particulares.

    I. Una escuela sin arquetipos

    No hace mucho Antonio Caponnetto public un nota-

    ble libro bajo el ttulo deLos arquetipos y la historia, enel cual nos inspiraremos para algunas de las reflexionesque siguen. Dicho autor seala hasta qu punto la escue-la no cumple su oficio verdadero de religar las inteligen-cias con la Verdad y la Sabidura, sino que se ha idoconvirtiendo en una institucin pragmatista, limitndosea asegurar salidas laborales, basada en el utilitarismo: laaccin, el xito y la eficacia. El alumno deber capaci-tarse tan slo para comprender el mundo econmico ysocial en que habr de insertarse, interesado nicamenteen el provecho que pueda alcanzar en la vida. El idealconcebido es el de un homofaber, industrioso, produc-tor y consumidor. A este propsito ha escrito Delgado

    de Carvalho que la finalidad de la generacin actual noes formar caballeros medievales, sino proponer hom-bres eficientes en sus profesiones. Por cierto que unaescuela semejante no quiere saber nada de arquetipos.Aborrece los modelos, los destierra del horizonte de losalumnos. Esos colegios buscan la llamada integracindel chico en la sociedad tal cual es, sobre la base delhorror a lo singular, sustituyendo el ideal del arquetipopor la insercin en la muchedumbre. El reino de la canti-dad necesariamente aplasta a los autnticos modelos. Sebusca formar a un chico que se adhiera a la vida cotidia-na, la vida del hombre comn, con la escala de valorespredominante, que cambia segn los vaivenes de la opi-nin pblica.

    Este tipo de formacin educativa se basa en la exalta-cin del igualitarismo. En homenaje a l, el colegio debe-r obviar la presentacin modlica de personalidades ex-cepcionales, los jefes, los santos, los genios, porque ta-les personajes son anormales. Los arquetipos se ven in-molados en aras de un igualitarismo informe. Recuerdolo que deca el querido y recordado Anzotegui en lapoca en que Kruschev, durante el perodo de su

    perestroika, fustigaba duramente la poltica de Stalin porhaber fomentado el culto a su persona:

    La condenacin del culto de la personalidad es una de las msbajas abominaciones modernas. Importa el triunfo del culto de lamediocridad, la democratizacin de los valores humanos, la aboli-

    cin de la facultad de admirar, de rendir pleito homenaje al sersuperior que es facultad inherente a la naturaleza del hombre.Stalin fue un criminal. Enjuicimoslo como tal. Pero no por el delitode no haberse conducido como un mediocre. Porque es preferibleadmirar al Diablo antes que no admirar a Dios ni al Diablo. Loprimero es diabolismo, que tiene el remedio del exorcismo; lo se-gundo es eunuquismo, que no tiene remedio.

    Terrible aquella expresin de Victor Hugo: Egalit,traduction politique du mot envie. Quizs la inspira-cin remota del principio poltico de la igualdad absolutano sea otra que la tentacin demonaca a nuestros pri-meros padres en el paraso: Seris como dioses, pe-cado de envidia mezclado con soberbia, anhelo prome-teico de igualarse a Dios, rechazo de toda superioridad,de todo arquetipo. No en vano afirmaba La Roche-foucauld que los espritus mediocres condenan de ordi-

    nario todo lo que est ms all de su alcance. Lo confir-maba Nietzsche al escribir:Hoy en Europa, donde slo los animales de rebao usurpan los

    honores y los distribuyen, donde la igualdad de derechos se con-vierte en igualdad de injusticia, en hacer la guerra a todo lo raro,extrao y privilegiado, al hombre superior, al alma superior, aldeber superior, a la responsabilidad superior, al imperio de la fuer-za creadora, al ser aristcrata.

    Es el triunfo de la tibieza, la victoria de los hombrescastrados, en cuya boca pona el mismo Nietzsche estaspalabras del burgus satisfecho: Nosotros hemos colo-cado nuestra silla en el medio mismo, a igual distancia delos gladiadores moribundos que de los cerdos cebados.Y comenta: Pero eso no es moderacin, eso es medio-

    cridad.El proyecto igualitarista de nuestro tiempo es la expre-sin ms cabal de una civilizacin decadente, que consi-dera imposible la voluntad de ser alguien, que diluye irre-mediablemente elpathos de las distancias. La presuntajusticia a travs de la igualdad es de hecho la injusticiapara con los mejores, y por tanto para con todos, priva-dos de la libertad de los mejores. Ya en el siglo pasado,Alexis de Tocqueville haba profetizado un espectculode este gnero:

    Quiero imaginar bajo qu rasgos nuevos el despotismo puedeproducirse en el mundo: veo una multitud de hombres semejantese iguales, que dan vuelta sin descanso sobre s mismos para procu-rarse pequeos y vulgares placeres de los que llenan su alma.

    Trtase, indudablemente, de una nivelacin por lo bajo,de una contagiosa propagacin de la estulticia, segnaquello de la Escritura: amicusstultorumsimilisefficiturel amigo de los tontos se hace semejante a ellos (Prov.13,20). Es all donde conduce la actitud de aquellos quese proclaman, como dicen, respetuosos de las igualda-des, cuando lo que correspondera es ser respetuosode las desigualdades. A este nefasto igualitarismo con-duce la formacin que se da actualmente en la mayorparte de los colegios, una suerte de borreguizacin ge-neralizada. Pero cuidando formar borregos que sigan alrebao a dondequiera que se dirija, acabando portrasquilarles las ideas, las pocas ideas que se les haya

    podido inculcar.II. La enseanza de la historia

    En el mbito de las escuelas y colegios es advertible elrumbo antimodlico que toma la enseanza de la histo-ria, la materia que ms se presta para la exaltacin de losarquetipos.

    Nunca se llegar a la comprensin histrica escribe Huizingas no visualizamos la imagen de los individuos que fueron los pri-meros en concebir los pensamientos, que cobraron nimo paraobrar, que arriesgaron y salieron victoriosos donde otros muchosse entregaron a la desesperacin.

    En este sentido, Hesodo y Homero, a pesar de que no

    fueron historiadores, en sentido estricto, sino ms bienpoetas, resultaron autnticos educadores a travs de lahistoria, porque al exponer las hazaas de los hroes,enseaban implcitamente el deber-ser del ciudadano delapolis.

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    No es el conocimiento de lo cotidiano escribe Caponnetto,de suyo variable y pasajero, lo que perfecciona las almas, sino eldetener la mirada en los gestos, en los actos, en los pensamientosque han vencido la fugacidad diaria, que han conquistado un sitioen la historia y por eso se han vuelto actuales, es decir, permanen-tes, de inters constante.

    Homero es nuevo esta maana y el diario de hoy ha envejecidoya, deca Pguy aludiendo a esa contemporaneidad de lo superior,en contraste con la caducidad de los sucesos ordinarios. Bienescriba Chesterton: Tradicin no quiere decir que los vivos estn

    muertos sino que los muertos estn vivos.Hoy se prefiere otro tipo de enseanza de la historia,adecuada a la superficialidad del ambiente. Una historiano comprometida, profesionalista y descriptiva, qumi-camente pura, sin adjetivos, y, si es posible, sin sus-tantivos, en ltima instancia, una historia amorfa, infor-me e incapaz de formar. Es lo que propiciaba Latreille:La explicacin histrica debe evitar los juicios de valor,sean intelectuales o morales. A eso le llaman objetivi-dad. Lo que se esconde detrs de dicho mtodo es unaadhesin incondicional al movimiento, al continuo deve-nir histrico, sobre la base filosfica de la ambigedadsustancial de las cosas humanas.

    As, se va creando una generacin de relativistas, queno se exponen por nada, porque nada merece la pena.Cada generacin, se dice, tiene que volver a escribir lahistoria a su manera; en el caso de la historia argentina,ayer se nos la ense destacando la filiacin hispano-catlica, hoy nuestra procedencia iluminista, y maanapodremos elegir la que queramos o preferir no tener nin-guna. As han concebido la historia los liberales y tam-bin los marxistas; se sabe cmo cada cierto tiempoStalin ordenaba escribir de nuevo los textos de historia,exaltando y degradando personajes, segn las conve-niencias del momento.

    Una enseanza de la historia de este tipo no deja sitio

    para el misterio, por cuanto margina toda huella desupratemporalidad. Pero he aqu que el tiempo es ininte-ligible si no se lo considera a la luz de la eternidad. As loentenda San Agustn, para quien la historia slo resulta-ba comprensible sobre el teln de fondo de la DivinaProvidencia y de la suprahistoria; slo se volva inteligi-ble cuando se la consideraba no slo con un punto departida y un punto de llegada, ambos extratemporales,sino tambin con un centro de gravitacin, en la plenitudde los tiempos, que no era otro que el Verbo encarnado,preparado a lo largo del Antiguo Testamento, reveladoen el Nuevo, y conduciendo a la humanidad rescatadahacia un fin sin fin. Una historia que se desarrollaba almodo de una conflagracin entre dos ciudades que se

    enfrentaban en el curso de los siglos.Semejante manera de entender la historia es descono-

    cida o burlada. La enseanza de dicha asignatura actual-mente en boga se encierra en lo inmanente, como el topose esconde debajo de la tierra ignorando el panoramaamplio y azul del firmamento. Es el grave error del histo-ricismo, que vicia toda autntica docencia de la historia,ya que castra al hombre al cortarle sus religacionesmetahistricas. Slo queda el fenmeno, en el sentidokantiano de la palabra.

    No creo en la Divina Providencia deca Edward Carr, ni enotra cualquiera de las abstracciones a que se ha atribuido algunasveces el gobierno del rumbo de los acontecimientos. De ah que

    los historiadores serios agrega no pueden pertenecer a la escue-la de Chesterton y Belloc.

    El historicismo se nos presenta as como la proyec-cin en el campo histrico del camino secularizante queviene tomando todo el saber cientfico desde los comien-

    zos de la modernidad. Al obviar la Providencia, y cual-quier perspectiva suprahistrica, los historiadoressedicentes realistas se ven obligados a recurrir a suce-dneos de la Providencia, por ejemplo el evolucionismo,pero sobre todo el mito del progreso indefinido. Crocevio bien al decir:

    No se le puede ocultar a nadie el carcter religioso de toda estanueva concepcin del mundo, que repite en terminologa laica losconceptos cristianos... el Dios laico del paraso terrenal.

    Tal es la historia que hoy se quiere ensear. Una histo-ria que destierra la profeca, la previsin del futuro, conbase en los elementos que ofrece la tradicin. Pero quetambin destierra la memoria. Solzhenitsyn ha denuncia-do el siniestro plan que en su momento elabor el rgi-men marxista para destruir la memoria de su patria mr-tir en aras de la gestacin del hombre nuevo. Bien se-ala Caponnetto que la historia es la memoria de lospueblos, y una nacin sometida al reemplazo sistemticode su memoria acaba en el olvido.

    La pretericin de las races y de los arquetiposfundacionales, no tiende sino a engendrar aquellos ciu-dadanos del mundo que propicia la poltica educativa de

    la UNESCO, sobre la base de la abdicacin de lo nacionaly en orden a la consolidacin de un mundo homoge-neizado. La enseanza de una historia sin raigambre setorna indispensable para llevar adelante el proyecto de lafactora prspera y asptica. Hacer de cada pas un pende ajedrez en el tablero del Nuevo Orden Mundial.

    III. Arquetipo e individuo

    Pero el tema de los modelos no afecta slo a las nacio-nes y, consiguientemente, al estudio de la historia univer-sal y patria, sino que tiene que ver tambin con el hom-bre individual. Son dos aspectos que se conectan entresi. Porque la inmanentizacin de la visin histrica tienecomo colofn que la significacin de los hechos se iniciey se agote en el hombre, un hombre hecho a imagen ysemejanza de s mismo. Es el drama del antropocentrismocontemporneo, de un hombre sin referencias ni religa-ciones que lo trasciendan.

    El hecho es que as como no hay enseanza verdaderade la historia sin atingencia a los paradigmas, tampocohay realizacin del hombre sin contemplacin de sus ar-quetipos. Cabe ahora decir algo sobre el significado de lapalabra arquetipo, cuyo origen se remonta a la tradicincultural del mundo griego. Typos, primitivamente, signi-ficaba golpe, ruido hecho al golpear, marca dejada comoconsecuencia de un golpe. Arj agrega el sentido deprincipalidad, originalidad. Por tanto: golpe o marca ori-

    ginal. El arquetipo es as una suerte de modelo originalque golpea al hombre y lo atrae por su ejemplaridad, unprimer molde inmvil y permanente, una forma o ideaconcretada en una persona, que tiende a marcar al indivi-duo, instndole a su imitacin.

    El Arquetipo supremo es Dios mismo, el ejemplar sumo,o mejor, el que contiene en s las ideas ejemplares detodas las cosas. En lo que respecta al hombre, es lquien originalmente le ha dado un toque, le ha puesto sumarca, lo ha modelado al modo de un artesano, hacin-dolo su icono, su imagen, su reflejo.

    Universalizando la materia, podemos decir que la cau-sa ejemplar es aquella a cuya imitacin obra el agente, elparadigma o forma ideal que ste se propone al realizaruna obra; su virtualidad causal consiste propiamente enser imitada, en suscitar una semejanza no casual ni es-pontnea, sino pretendida, buscada.

    Los arquetipos y la admiracin

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    Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra,dijo Dios al crear al hombre. Los Padres de la Iglesiaenseaban que la imagen es algo ontolgico en el serhumano, algo imperdible; la semejanza, en cambio, esms bien tica o moral; si la imagen es el ser, la semejan-za es el quehacer. Todo el sentido de la vida del hombreconsiste en ir de la imagen a la semejanza, acercndoseas al Arquetipo original. En lenguaje de Scheler: ser, enel sentido pleno de la palabra, es ser capaz de seguir en

    pos del Arquetipo. O, como escribe Caponnetto, alhombre le corresponde el trnsito del deber-ser ideal ynormativo al ser real, hacer que su esencia valiosa tengaexistencia plena concreta.

    La sabidura griega logr atisbar esta vocacin modlicaque oculta el hombre en sus mismas entraas. Especial-mente Platn, en su clebre alegora de la Caverna, don-de lo que en definitiva se propone es convocar a loscautivos para que emerjan a la superficie y renuncien alo rastrero, de modo que, superando su estado de extra-amiento, se eleven hacia la contemplacin esplendentede las formas ideales. En el pensamiento de Platn, eldescubrimiento de lo que debe ser el hombre normal, noes, como para nuestros contemporneos, el resultado deuna compulsa estadstica que nos da la media aritmtica,el uomoqualunque, sino que lo normal es lo normativo,y por tanto lo superior y ejemplar. Esta idea cautiv almundo griego y se reflej hasta en las artes. A Fidias sele ha comparado con Scrates, porque en sus mrmolesuno, y en sus enseanzas el otro, ofrecieron las pautas deun elevado deber-ser, siempre en dependencia de los mo-delos arquetpicos.

    IV. El hombre, una vocacin a la transcendencia

    Resulta curioso, pero el hombre es un ser esencial-mente inestable. Est hecho para trascenderse, tiene lavocacin de la trascendencia. No puede reducirse a per-

    manecer en los lmites de un humanismo clausurado ens mismo: o se trasciende elevndose, o se trasciendedegradndose; o se trasciende para arriba o se trascien-de para abajo. Segn Scheler, el ncleo sustancial delhombre se concentra en este impulso, en esta tendenciaespiritual a trascenderse. Thibon lo ha expresado a sumodo:

    El hombre slo se realiza superndose; no llega a ser l mismoms que cuando traspasa sus lmites. Y, a decir verdad, no tienelmites, sino que puede, segn que le abra o cierre la puerta a Dios,dilatarse hasta el infinito o reducirse hasta la nada.

    Extrao este sino del hombre. O se eleva endiosndo-se, como han hecho los santos, o se degrada anima-lizndose, como el hijo prdigo que, tras renunciar a sufiliacin ennoblecedora, acab apacentando cerdos. Ladecisin es intransferiblemente personal.

    Siempre nos ha repugnado aquella expresin: cadacual debe aceptarse como es. Los arquetipos y mode-los se proponen a nuestra consideracin precisamentepara que no nos aceptemos como somos, sino que nosdecidamos a trascendernos. Somos viajeros en buscade la patria deca Hello tenemos que levantar los ojospara reconocer el camino. Cuenta Cervantes que losrsticos que escuchaban al Quijote en las ventas termi-naban arrobados por su discurso. Es que aquellas pala-bras encendidas les permitan reencontrarse con lo me-jor de ellos mismos, elevando sus corazones por encima

    de la trivialidad cotidiana.La existencia banal ha escrito Heidegger est hecha

    de abdicacin y termina en el hasto y en la angustia,reclamando algo ms que la colme y la sacie. Es Diosquien ha puesto en nosotros esa atraccin hacia lo subli-

    me, esa necesidad ontolgica de superarnos, de ser dis-tintos y mejores de lo que somos, ese anhelo de quebrarel crculo estrecho de las apetencias menores. Slo ten-diendo a lo superior, llegamos a ser autnticamente no-sotros mismos; slo accediendo a la atraccin de lasalturas, salimos de nuestra subjetividad y nos hacemoscapaces de poner nuestra vida al servicio de Dios y delos dems.

    La Declaracin de los Derechos del Hombre, tal como

    brot del espritu de la Revolucin Francesa, contribuya crear en los hombres una conciencia de acreedoresexigentes, eclipsando el recuerdo de la gran deuda deservicio que sobre todos pesa.

    Por cierto que no han faltado malentendidos en estetema de la superacin del hombre. Por ejemplo el deHegel, que acab subsumiendo y diluyendo al hombreen su Espritu Absoluto. O el de Nietzsche, con su ar-quetipo del superhombre. Nietzsche comenz bien, re-belndose contra un mundo que llevaba en su frente lossignos de la mediocridad y la decadencia, la pusilanimi-dad y el pacifismo, la rutina y el hedonismo burgus;denunci con vehemencia la vida muelle, la laboriosidad

    del hormiguero, el gregarismo de las moscas de la pla-za pblica, la cifra-promedio y el seguir la corriente;entendi con claridad los riesgos del triunfo de la media-na como norma, del mediocre como paradigma y de lacantidad como calidad. Su reivindicacin casi desespe-rada de los valores de la jerarqua y de la autntica auto-ridad hizo que autores como Thibon vieran en l unaespecie de mstico frustrado, segn este ltimo explicdetalladamente en su magnfico libroNietzsche o el de-clinar del espritu.

    Sin embargo no hay que engaarse. Nietzsche equivo-c el diagnstico; mezcl irreverentemente las causasdel mal, lanzando acusaciones demoledoras contra el Cris-

    tianismo, cuya sublimidad y belleza no lleg a percibir.Quiso que el hombre se trascendiera, s, pero sobre latumba de Dios. El hombre se convertira en superhom-bre si primero se haca deicida. Mas su propia experien-cia le ense amargamente que sin Dios y contra Dios,el hombre se extingue, anonada su ser justamente cuan-do pretende elevarlo de manera prometeica. Su super-hombre es casi bestial, sin sombra de compasin nide piedad. No es otra manera de llegar a la animalizacin?Hay algo de satnico en su grito dionisaco: Dios hamuerto, viva el hombre, un eco de la promesa del de-monio en la tentacin a nuestros primeros padres: Se-ris como dioses. En ltima instancia, Nietzsche esdeudor del error antropocntrico: matar a Dios para di-

    vinizar al hombre.Otro falso atajo, sin salida, hacia la trascendencia es el

    que nos propone Jung, una pretendida trascendencia deorden psquico, en el mbito de las fabulaciones onricaso de las reminiscencias fantsticas. Dice Caponnetto queJung sinti la nostalgia del mar insondable, pero se que-d en las aguas de una jofaina, con sus patologas y susreduccionismos psiquitricos. En una palabra, redujo todala realidad a lo psicolgico, limitando a su vez lo psicol-gico a la hipertrofia del inconsciente.

    Hegel, Nietzsche y Jung. He ah tres escapatorias falli-das para el anhelo de trascendencia nsito en el hombre.En los tres casos se trata de una suerte de

    autotrascendencia: la del hombre que se pierde en el Es-pritu Absoluto, la del hombre que se extrava en un hi-pottico superhombre, y la del hombre que buscatrascenderse en el surrealismo. Tres falsas trascenden-cias que, en ltima instancia, no son sinotrasdescendencias.

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    Pero volvamos a la autntica trascendencia, al endio-samiento verdadero del hombre, convocado a ser comoDios, no a fuerza de msculos, segn sugiri Satans anuestros padres, sino en virtud de la gracia, que nosimpele suavemente a levantar vuelo. Pues bien, son jus-tamente los arquetipos y los modelos los que ayudan alanzarse a las alturas, los que verticalizan el espritu, plas-mando almas y forjando metas, tanto en el orden naturalcuanto en el sobrenatural.

    Es preciso distinguir, como agudamente lo ha hechoScheler, entre un jefe y un modelo. El primero actadesde afuera, el segundo influye recnditamente, en lainterioridad del ser. El jefe exige de nosotros un obrar,el modelo exige una manera de ser. Por eso la penetra-cin de este ltimo es ms honda. El modelo o paradig-ma tiene todo el atractivo del ideal, del ser superior, bue-no y perfecto, cuya presencia o recuerdo estremece elalma con particular vehemencia. Jefes y modelos no son,por cierto, categoras excluyentes. Los jefes pueden sermodelos, y stos, a su vez, ejercer cierta jefatura espon-tnea e implicita. Por lo dems, segn sean nuestrosmodelos, nuestros sueos ideales y normativos, as se-rn los jefes que elijamos o que aceptemos gustosamente.

    El arquetipo se comporta, pues, al modo de un imnque verticaliza los espritus, estableciendo algo as comouna ley de la gravedad invertida. Cun acertadas aque-llas reflexiones de Aristteles en suMetafisica:

    No hay que prestar atencin a los que aconsejan, con el pretex-to de que somos hombres, no pensar ms que en cosas humanas y,con el pretexto de que somos mortales, renunciar a las inmortales;sino por el contrario, hacer lo posible para vivir conforme con laparte ms excelente de nosotros mismos, pues el principio divino,por muy dbil que sea, aventaja en mucho a cualquier otra cosa porsu poder y valor.

    Esa parte ms excelsa de nosotros mismos, eseprincipio divino es justamente el que se extasa frente

    al arquetipo, viendo en l una suerte de encarnacin desu anhelo ms profundo, el de trascenderse a s mismo.Bien afirma Caponnetto que:

    La autoridad del Arquetipo surge, en sntesis, como una impe-riosa y esencial necesidad del hombre, que de este modo viene aquebrar lo que pudiera darse de nivelacin, de igualitarismo o desujecin a la uniformidad gregaria. La autoridad del Arquetipo, supresencia refulgente, aglutinante y directriz, es un reclamo naturaldel espritu, es un silencioso pedido que emana de la vocacinjerrquica del hombre, de la perentoriedad por subordinarse a unOrden y a un Ordenador, en una obediencia que es la clave de laverdadera libertad.

    He aqu por donde pasa la decisin radical en la vidade cada hombre: o sucumbir a la mediocridad, dejndo-

    se encandilar por el brillo de las cosas que le son inferio-res, o proponerse una existencia vertical, con su inevita-ble cuota de renuncia y de sacrificio, una existencia orien-tada hacia la contemplacin del Arquetipo y la emulacinde sus virtudes. La verdadera paideia no es, en ltimainstancia, sino la preocupacin constante por encauzaral educando hacia la mmesis del paradigma.

    V. Los diversos arquetipos

    Y cules son, concretamente, estos arquetipos, paranosotros, los cristianos?

    Como dijimos ms arriba, el Arquetipo por antonoma-sia es Dios, nada menos que Dios, del cual derivan to-

    dos los aspectos estimulantes de los otros arquetipos los paradigmas humanos . En una de sus humoradas,Cristo nos dijo: Sed perfectos como vuestro Padre ce-lestial es perfecto. Decimos que es una humorada por-que jams nos ser posible igualar la perfeccin infinitade Dios. Lo que se nos quiere expresar es que, en el

    camino del progreso espiritual, la medida es sin medida,que no hay bastas que valgan. El nico basta lo pro-nuncia la muerte.

    Ms cercana a nosotros se nos ofrece la figura de Cristocomo Modelo Supremo, el Verbo que se hizo carne paradivinizar nuestra carne, el Hijo de Dios que se hizo Hijodel hombre para que los hijos de los hombres llegsemosa ser hijos de Dios. He aqu un autntico y fascinanteArquetipo, puesto a nuestra consideracin para que, imi-

    tando sus virtudes, nos trascendamos ilimitadamente. Elmismo que se proclam camino, nos invita a seguir suhuella. Venid en pos de m, aprended de m, os hedado ejemplo para que vosotros hagais como yo he he-cho... Todo el cristianismo puede ser considerado a laluz del seguimiento de Cristo. Este seguimiento no esuna accin a distancia, es una mmesis de Cristo queconduce a la identificacin con l, a poder decir un dacon el Apstol: ya no vivo yo sino que es Cristo el quevive en m.

    Seguimiento de Cristo, decamos, pero tambin deaqullos que, habiendo imitado a Cristo con espritu mag-nnimo, participan ms de cerca de su ejemplaridad. Nos

    referimos a los Santos. En cada uno de ellos se revelaalgn aspecto peculiar del Cristo polifactico. No deja deser revelador el drama que representa para los protestan-tes su rechazo de la veneracin de los santos. Acertada-mente seal Jung que la historia del protestantismo esuna historia de continua iconoclastia, y por tanto de di-vorcio entre la conciencia de los hombres y los grandesarquetipos. Advirtamos que no siempre los santos sonmodlicos porque sus virtudes y cualidades hayan resul-tado o resulten agradables al espritu de una poca deter-minada. Con frecuencia atraen a pesar de no coincidircon los gustos predominantes en una sociedad dada; msan, atraen precisamente en el grado en que contraran ycorrigen los errores del tiempo en que vive el que losadmira. Bien sealaba Chesterton:

    La sal preserva a la carne, no porque es semejante a la carne,sino porque le es desemejante. De ah que cada generacin es con-vertida por el santo que ms la contradice.

    Dios, Cristo, los Santos. Pero tambin son paradig-mticos los Hroes. Cuando Garca Morente busc elmejor modo de explicar la Hispanidad, encontr en elcaballero cristiano, concretamente en el Cid Campeador,el arquetipo ms apropiado y de alcances ms hondos.Vale la pena recordar los motivos de dicha eleccin:

    Lo que necesitarmos para simbolizar la Hispanidad es un tipo,un tipo ideal, es decir, el diseo de un hombre que, siendo en smismo individual y concreto, no lo sea sin embargo en su relacin

    con nosotros. Un hombre que, viviendo en nuestra mente con todoslos caracteres de la realidad viva, no sea sin embargo ni ste niaqul..., un hombre, en suma, que represente como en la condensa-cin de un foco, las ms ntimas aspiraciones del alma espaola, elsistema tpicamente espaol de las preferencias absolutas, el dise-o ideal e individual de lo que en el fondo de su alma todo espaolquiere ser.

    Estos modelos no podrn ser hombres banales,trivializados por la cotidianeidad, sino hombres superio-res, hroes o mrtires, hayan triunfado o no en sus em-peos. La eleccin del arquetipo es fundamental para elindividuo, por lo que deca San Agustn:

    Nemo est qui non amet, sed quaeritur quid amet. Non ergoadmonemur ut non amemus, sed ut eligamus quid amemus Nadie

    hay que no ame, de lo que se trata es de saber qu ama. No se nosnos dice que no amemos, sino que elijamos lo que amemos.

    Pero tambin dicha eleccin es fundamental para lasnaciones. Por lo que el mismo San Agustn escribi ensu obraDe Civitate Dei:

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    Ut videatur qualis quisque populus sit, illa sunt intuenda quaediligitPara ver cmo es cada pueblo, hay examinar lo que ama.

    Porqu, en definitiva, como escribe Caponnetto, es enla eleccin de sus modelos, y en la proporcin con queesos modelos elegidos y predilectos reflejan laejemplaridad divina, como se puede medir el esplendor ola decadencia de una comunidad histrica determinada.

    En una sociedad como la que vivimos, tantos falsosparadigmas, de tantos dolos creados por la propaganda

    y por los llamadosformadores de opinin, se hace msapremiante que nunca destacar la necesidad de unreencuentro con el tiempo ureo y sus paradigmas. Ellosignificar muchas veces remar contra la corriente. Peroes el nico camino.

    No hace mucho, nuestro recordado poeta LeopoldoMarechal, refirindose a aquel famoso texto de Hesodoacerca de las cuatro edades del mundo y del movimientodescendente de la humanidad desde la Edad de Oro a lade Hierro en que ahora nos encontramos, movimientoque se traduce por un oscurecimiento progresivo a me-dida que el hombre se va alejando de la luz primordial,deca sin tapujos de s mismo:

    Yo soy un retrgrado... Pues bien prosegua siendo yo unhombre de hierro, y tras de realizar, como lo hice, las posibilidadescada vez ms oscuras del siglo, mi alma en experiencia vino descar-tndolas gradualmente hasta cruzarse de brazos en la correntadaque segua y sigue descendiendo hacia su fin. Naturalmente, comola inmovilidad es imposible a toda criatura forzada por la condicintemporal y sometida, por ende, al movimiento, slo me quedabandos recursos: o morir abandonar la corriente del siglo en un gestosuicida, o nadar contra la corriente, vale decir, iniciar un retrocesoen relacin con la marcha del ro. Para lograrlo es indispensableoponer una fuerza de reaccin a la fuerza descendente que nosarrastra, tal como lo estn haciendo, en el campo de la fisica, losproductores de cohetes y de aviones a retropropulsin. Y es quehay analoga entre las leyes del mundo fisico, del mundo psquicoy del mundo espiritual: El surub le dijo al camalote: / no me dejo

    llevar por la inercia del agua. / Yo remonto el furor de la corriente /para encontrar la infancia de mi ro Soy un retrgrado pero noun oscurantista, ya que voy, precisamente, de la oscuridad hacia laluz.

    VI. La admiracin y el deseo

    Los arquetipos son ineludiblemente dignos de admira-cin, son simplemente admirables. La admiracin es elsentimiento que brota del alma cuando el hombre perci-be sea la belleza fsica de alguien, sea su grandeza moralo su bondad, realizadas en un grado eminente. Suele com-portar un matiz de asombro o de estupor. El Cardenal deBrulle describa as dicho sentimiento:

    Los que contemplan un objeto raro y excelente se encuentran

    felizmente sorprendidos de extraeza y de admiracin... esta extra-eza da fuerza y vigor al alma... que se eleva a una gran luz.

    Es conocido aquel juicio de Aristteles segn el cual laadmiracin se encuentra en el origen de toda investiga-cin de las causas, especialmente de la filosofa. Mas elasombro no es slo el comienzo de la actividad flosfica.Los Padres griegos lo consideraban tambin como el prin-cipio de la actividad teolgica, terica y prctica. Gusta-ban decir que no fue sino el asombro que experimenta-ron los discpulos ante la gloria reverberante del Cristotransfigurado en el Tabor, lo que les permiti, rebosan-tes de gozo y estupor, trascender la humanidad de Jessy acceder a la contemplacin de su divinidad.

    La admiracin se opone en particular a una cierta su-perficialidad que a veces parece afectar a nuestras fa-cultades espirituales, y por consiguiente a la indiferenciao a la rutina que son su consecuencia.Assuetavilescunt,dice un viejo adagio, las cosas reiteradas se envilecen.La capacidad de admiracin supone siempre ojos nue-

    vos, una nueva y original mirada sobre el objeto o lapersona que asombra. Como ojos nuevos necesitaronlos apstoles para poder contemplar al Cristo transfigu-rado. La admiracin tiene que ver, pues, con la inteligen-cia, que se extasa ante la verdad, al percibir su carcterinefable, pero tambin influye en la voluntad, excitandoel amor, segn aquello que deca San Francisco de Sa-les, que el amor hace fcilmente admirar, y la admira-cin amar. E incluso inspira al sentimiento, suscitando

    la poesa. De ah lo que afirmaba Santo Toms: El mo-tivo por el que el filsofo se asemeja al poeta es porquelos dos tienen que habrselas con lo maravilloso.

    La admiracin, que impregna los actos ms importan-tes de la vida religiosa, como la adoracin, la alabanza, lareparacin, la accin de gracias, es un eco de lainefabilidad del misterio. Por eso la liturgia, escuela deadmiracin, incluye, si bien con extrema sobriedad, al-gunas expresiones de asombro, segn puede observarseen las antfonas del Oficio Divino llamadas en O, quepreparan la Navidad: O Sapientia, O admirabilecommercium, etc., as como en el lrico texto del Exsulteto pregn pascual: O mira circa nos tuae pietatis dignatio

    oh admirable dignacin de tu piedad para con noso-tros!.Asimismo la Escritura, leda con espritu sapiencial,

    suscita inevitablemente el impulso admirativo. CuandoBossuet, en sus Elevaciones sobre los misterios, comen-ta el prlogo del evangelio de San Juan, aquel apstol alque la tradicin llam el guila de Patmos, deja trasuntarla admiracin que se despierta en su alma, culminandoen una especie de xtasis literario: Ay, me pierdo, nopuedo ms, no puedo decir sino Amn... Qu silencio,qu admiracin, qu asombro!.

    La admiracin entra incluso en los grados ms eleva-dos de la vida espiritual, particularmente en la contem-

    placin. La primera y suprema contemplacin dejescrito San Bernardo es la admiracin de la majestad.Requiere un corazn purificado que fcilmente se elevea lo superior. Para Ricardo de San Vctor, el paso de lameditacin a la contemplacin se opera por un acto deadmiracin prolongada; ms an, la admiracin impreg-na la misma contemplacin y en cierta, forma la abre alxtasis: Por la meditacin el alma se eleva a la contem-placin, por la contemplacin a la admiracin, por la ad-miracin al xtasis.

    Santa Teresa, en su descripcin de los estados msti-cos, se refiere varias veces a la admiracin. All afirmaque el asombro del alma, tras haberse ido acrecentando

    incesantemente, acaba por apaciguarse en una especiede acostumbramiento, no ciertamente de ndole rutina-ria, sino de carcter superior, de familiaridad con losesplendores divinos, propio del estado de matrimonioespiritual.

    Podemos as concluir con San Francisco de Sales: Nomenos que la admiracin ha causado la filosofia y atentainvestigacin de las cosas naturales, tambin ha causadola contemplacin y la teologa mstica. Hasta estas cum-bres nos conduce la admiracin, hasta el entusiasmo,palabra quizs la ms elevada que nos legaran los grie-gos, a la que es preciso rescatar del mbito de la psicologiaen que ha sido recluida, para volver a descubrir su sen-tido original: entusiasmo viene de Theos Dios, signifi-cando propiamente el endiosamiento de una persona.

    La admracin arrastra a la imitacin de lo admirado.El ejemplo de la conversin de San Ignacio es clsica:Si Santo Domingo lo hizo, si San Francisco lo hizo,por qu no yo... ?. De ah la importancia de la admira-

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    cin en la vida personal y social. Danilou dej escritoque el hombre moderno ha perdido el sentido de esaforma eminente de la admiracin que es la adoracin.Desde otro punto de vista se advierte que el hombre denuestro tiempo, sobre todo en el campo intelectual, seva inhabilitando para todo tipo de admiracin enno-blecedora en el grado en que pone, en la base de todoconocimiento, la duda en lugar del asombro. Digamos,sin embargo, en un sentido ms general, que a veces la

    gente no se admira porque no encuentra mucho que ad-mirar. Afirmaba Dostoievski que es una grave enfer-medad de nuestros tiempos no saber a quin respetar.

    Juntamente con la admiracin, exaltemos el valor deldeseo, de los deseos. Cuando un candidato pretendaingresar en la Compaa de Jess, San Ignacio queraque le preguntasen si tena deseos de perfeccin; en elcaso de que dudase, haba de preguntrsele si al menostena deseo de tener deseos. Es que el deseo es ya elcomienzo del camino, el comienzo de la imitacin delarquetipo. Cada uno es, de alguna manera, lo que admi-ra, cada uno es, de algn modo, al menos potencialmen-te lo que desea. De ah lo que escriba Santa Teresa:

    Conviene mucho no apocar los deseos... Espntame lo muchoque hace en este camino animarse a grandes cosas; aunque luego notenga fuerzas, el alma da un vuelo y llega a mucho.

    El deseo y la admiracin son sentimientos hermana-dos en pos del arquetipo. Por algo enseaba San Buena-ventura que el camino de la perfeccin peda el asenti-miento de la razn.... la mirada de la admiracin... y eldeseo de semejanza.

    ***

    Por las pginas de este libro irn desfilando diversasfiguras paradigmticas, santos y hroes. Entre los san-tos incluimos orientales y occidentales, hombres y mu-

    jeres, contemplativos y abocados al apostolado. En lagalera de los hroes desfilan sacerdotes y laicos,polemistas y hombres de estado. Algunos captulos fue-ron publicados anteriormente en forma de artculos. Losrestantes reproducen conferencias pronunciadas aqu yall. Tal es la razn por la cual algunos de ellos tienenms aparato crtico, mientras que los que provienen deconferencias, prescinden de ello.

    Cada captulo es cerrado por una poesa, que aporta elelemento lrico, especialmente apto para elevar los cora-zones y no slo las inteligencias a la belleza de la ver-dad. O mejor, para confirmar la Verdad por la belleza.Agradecemos a sus autores, particularmente a nuestro

    querido amigo Antonio Caponnetto, autor de varios deesos poemas, escritos especialmente para este libro.Quiera Dios que al hilo de la lectura de la presente

    obra, se vaya despertando en los lectores el noble senti-miento de la admiracin, el deseo de imitar, en la medidade sus posibilidades, y en las actuales circunstancias, alos hroes y a los santos cuyas vidas y obras se expo-nen. Esperamos que se sientan impulsados a la grande-za, contagiados de magnanimidad, que es la apertura delespritu a lo sublime, la tensin del alma a las cosas gran-des.

    En una poca de tanta decadencia, de tantas felonas,de tanta frivolidad, de tantos falsos arquetipos, es fcil

    contagiarse y apuntar bajo, no vuelo de guila sino vuelode gallina. Qu difcil es / cuando todo baja / no bajartambin escribi Antonio Machado. No es acasoadvertible entre nosotros una terrible cada del ideal? Cu-les son nuestros paradigmas, individuales o sociales?

    Levantemos, pues, la bandera de los arquetipos, de losideales. Enarbolemos la cruz a que alude Marechal, esacruz formada por dos lneas:

    la horizontal, con la marcha fogosa de sus hroes abajo, y lavertical, la levitacin de sus santos arriba. La interseccin de los dostravesaos: la vertical del santo, la horizontal del hroe, he ah elgozne de nuestra esperanza.

    Si no vivimos de ideales, no viviremos las realidades.El ideal es la forma sublime de la realidad. Pocas veces

    se alcanza el ideal, pero si por esta experiencia lanzamoslos ideales por la borda, nos hundiremos ms debajo delas realidades. Impregnmonos de deseos elevados, dan-do rienda suelta a la admiracin. Y sobre el teln de fon-do de la imagen venerable de Cristo, el Arquetipo msexcelso en esta tierra, contemplemos a los santos y a loshroes, y por sobre ellos contemplemos a Mara Santsi-ma, la Reina de los santos y la Herona por antonomasia,a la que no en vano las letanas lauretanas llamanMateradmirabilis.

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    San Pablo

    El mejor lugar para comenzar la contemplacin de lafigura de San Pablo es sin duda el camino de Damasco.All Saulo fue herido por la flecha del amor divino, que loarroj al mismo tiempo de su caballo y de su orgullo. Allfue cambiado en otro hombre, lo fue en un instante ypara siempre. Seor, qu quieres que haga? (Hch22,10) fue su pregunta, la que lo comprometi de porvida.

    Deca Hello que por esta radicalidad del cambio opera-do en el corazn del Apstol, el camino de Damasco dejde ser un mero lugar geogrfico para convertirse en unalocucin proverbial. Su conversin fue radical, en el sen-tido etimolgico de la palabra: sus races, antes hundidasen la tierra farisaica, se arrancaron de ese humus, perono para permanecer al aire libre, sino para encontrar unanueva tierra de arraigo, Jesucristo. Y aquel hombre quehaba perseguido al Seor dijo que en adelante ya nada loseparara de El.

    A lo largo de estas pginas vamos a ir delineando lasdistintas facetas de esta rica personalidad y lo haremosrecurriendo casi exclusivamente a sus propios textos.Porque en sus epstolas, Pablo, que no en vano fue lla-mado el Apstol por antonomasia, nos ha dejado, sinpretenderlo, una semblanza de lo que debe ser el apstol

    de Cristo.

    I. Llamada al apostolado

    Numerosos son los textos paulinos que indican el altoconcepto que el Apstol tena de su propia vocacin, la

    San Pablo

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    P. Alfredo Senz, S. J. Arquetipos cristianos

    indignidad de su persona en relacin con una misin tanexcelsa y el vigor de su confianza en Aquel que lo eligi.

    1. Segregado por Dios

    La cada del caballo signific para el Apstol el puntode partida de su consideracin del gran misterio de laredencin. A partir de all ira penetrando progresivamenteen la profundidad del misterio de la Iglesia, en la quecada cual tiene su propia y especfica vocacin.

    A cada uno de nosotros escribir a los efesios ha sido dada lagracia en la medida del don de Cristo... El mismo que baj es el quesubi sobre todos los cielos para llenarlo todo; y l constituy aunos apstoles; a otros, profetas; a stos, evangelistas; a aqullos,pastores y doctores, para la obra del ministerio, para la edificacindel cuerpo de Cristo, hasta que todos alcancemos la unidad de la fey del conocimiento del Hijo de Dios, cual varones perfectos, a lamedida de la estatura que corresponde a la plenitud de Cristo (Ef4,7.10-13).

    El misterio de la Iglesia ser uno de sus temas predi-lectos. La concibe como un gran cuerpo, trabado y uni-do por diversos ligamentos, que son las operaciones decada uno de sus miembros (cf. Ef 4,16). Pues bien, esasoperaciones no quedan libradas al azar, o a la preferencia

    de cada miembro, sino que desde toda la eternidad hansido decididas por Dios como el aporte de cada uno de loscristianos al conjunto de la Iglesia. La misin especficaque Pablo ha recibido es la de ser

    ministro en virtud de la dispensacin divina a mi confiada enbeneficio vuestro, para llevar a cabo la predicacin de la palabra deDios, el misterio escondido desde los siglos y desde las generacio-nes y ahora manifestado a sus santos (Col 1,25-26).

    La conciencia de tal vocacin est siempre presenteen los escritos de San Pablo. Baste, para comprobarlo,el conjunto de todas sus cartas donde, casi a modo depresentacin o tarjeta de identidad, dice que es apstol,no de parte de los hombres, ni por mediacin de hom-bre alguno, sino por Jesucristo y por Dios Padre (Gal

    1,1); Pablo, apstol de Cristo Jess por la voluntad deDios (Col 1,1); Pablo, siervo de Jesucristo, llamadoapstol, segregado por el Evangelio de Dios (Rom 1,1).

    Su vocacin no es el fruto de un arranque de su cora-zn generoso, ni de una decisin que haya dependido dela carne o de la sangre. Su vocacin es algo que lo tras-ciende infinitamente, algo que se entronca en el coraznmismo de Dios, en la eternidad de Dios.

    Bendito sea Dios y Padre de nuestro Seor Jesucristo escribea los efesios, que en Cristo nos bendijo con toda bendicin espi-ritual en los cielos; por cuanto en El nos eligi antes de la constitu-cin del mundo(Ef 1,3-4).

    Pablo ha sido constituido en heraldo, apstol y doc-tor del eterno designio de Dios, encarnado en la perso-na de Cristo Jess (cf. 2 Tim 1,9.11). A la luz de esagrandiosa perspectiva cobra todo su sentido el hechomilagroso de Damasco:

    Cuando plugo al que me segreg desde el seno de mi madre, yme llam por su gracia, para revelar en m a su Hijo, anuncindolea los gentiles, al instante, sin pedir consejo a la carne ni a la san-gre... (Gal 1,15-16).

    2. En favor de la gentilidad

    El llamado de Pablo al apostolado tuvo un carcter es-pecfico y propio suyo: Se me haba confiado dice elevangelio de la incircuncisin (Gal 2,7). El corazn dePablo, ensanchado por Dios a la medida de su vocacin,

    acab por ser un corazn catlico como pocos. Se lehubiera hecho imposible limitarse al reducido marco delpueblo de la circuncisin. Dios le haba infundido la ne-cesidad de romper la estrechez de esos marcos e ir msall: Me he impuesto el honor de predicar el Evangeliodonde Cristo no haba sido nombrado (Rom 15,20).

    En esta decisin tomada por la voluntad del Apstol,en un todo coherente con el designio de Dios sobre l,ha de haber tenido un influjo decisivo la consideracindel carcter universal de la redencin de Cristo. Nadams lejos de l que la pretensin de limitar a un solopueblo el abrazo catlico y universal de Cristo.

    Porque uno es Dios, uno tambin el mediador entre Dios y loshombres, el hombre Cristo Jess, que se entreg a s mismo pararedencin de todos; testimonio dado a su tiempo, para cuyapromulgacin he sido yo hecho heraldo y apstol digo verdad enCristo, no miento, maestro de los gentiles en la fe y en la verdad (1Tim 2,5-7).

    Bien sabe, sin embargo, que la catolicidad de su deci-sin no es el fruto de un mero acto de su voluntad, porgenerosa que sea. En el fondo de tal vocacin late elllamado expreso de ese Dios que lo ha elegido desdetoda la eternidad.

    A m, el menor de todos los santos escribe a los efesios, mefue otorgada esta gracia de anunciar a los gentiles la insondableriqueza de Cristo, e iluminar a todos acerca de la dispensacin delmisterio oculto desde los siglos en Dios, creador de todas las cosas,para que la multiforme sabidura de Dios sea ahora notificada por lalglesia (Ef 3,8 10).

    3. En la humildad de la confianzaJams San Pablo olvidara su origen, jams olvidara

    que un da fue Saulo. Ya en pleno ejercicio de su ministe-rio no temer llamarse a s mismo un aborto..., el me-nor de los apstoles, que no soy digno de ser llamadoapstol, pues persegu a la Iglesia de Dios (1 Cor 15, 8-9). Toda su vida no es sino un canto de gratitud a lamisericordia del Dios que lo sac de su miseria:

    Gracias doy a nuestro Seor Cristo Jess, que me fortaleci, dehaberme juzgado fiel al confiarme el ministerio a m, que primerofui blasfemo y perseguidor violento mas fui recibido a misericor-dia, porque lo haca por ignorancia en mi incredulidad; y sobreabundla gracia de nuestro Seor con la fe y la caridad en Cristo Jess.

    Cierto es, y digno de ser por todos recibido, que Cristo Jess vinoal mundo para salvar a los pecadores de los cuales yo soy el prime-ro. Mas por esto consegu la misericordia, para que en m primera-mente mostrase Jesucristo toda su longanimidad y sirviera de ejem-plo a los que haban de creer en El para la vida eterna (1 Tim 1,12-16).

    Sobre tan sublime comienzo, todo l producto de unacto gratuito de Dios, se fundara la solidez del edificiode su apostolado. Pablo se glora de haber sido escogidodesde la nada, nada de s y nada de mritos propios. Noes extrao, ya que Dios se complace en elegir la necedadsegn el mundo para confundir a los sabios, lo que no esnada para anular lo que es, de modo que nadie puedagloriarse de su vocacin ante el Seor (cf. 1 Cor 1,27.

    29.31).Llevamos este tesoro en vasos de barro escribe a los corintios

    para que la excelencia del poder sea de Dios y no parezca nuestra(2 Cor 4,7).

    Tal certeza le permite caminar con la seguridad de quetodo lo que haga de positivo en el campo de su misin noprovendr ltimamente de s mismo, ya que nuestrasuficiencia viene de Dios(2 Cor 3,5). Y si bien en nin-guna cosa se considera inferior a los ms eximios aps-toles, a Pedro o a Juan, no teme afirmar que nada soy(2 Cor 12,1l) La pregunta que dirigira a los corintios, sela haba dirigido primero a s mismo: Qu tienes queno hayas recibido? Y si lo recibiste, de qu te glorias,

    como si no lo hubieras recibido? (1 Cor 4,7).A lo largo de toda su misin apostlica tendr siemprepresente la nada original de su vocacin junto con laomnipotencia de Aquel que sabe sacar cosas de la nada.Sin duda ha de haber quedado muy impresionado cuan-do, en cierta ocasin, pidindole a Dios le quitara el

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    aguijn de su carne, que lo empujaba hacia abajo, oyque el Seor le deca: Te basta mi gracia, que en laflaqueza llega al colmo el poder. A lo que el Apstolagrega: Muy gustosamente, pues, continuar glorin-dome en mis debilidades para que habite en m la fuerzade Cristo (2 Cor 12,9).

    La confianza de que podr realizar su gran misin apos-tlica, soada por Dios desde toda la eternidad, se fundaas sobre la roca slida de la humildad. Nunca tendr

    temor de lanzarse a las ms arduas y peligrosas empre-sas; resonar en su interior aquella hermosa expresinsuya: S en quin me he confiado (2 Tim 1,12).

    La gracia de su vocacin sacerdotal y apostlica no espara Pablo un don transeunte, sino algo que le acompa-a en todo su ministerio, un don permanente, que l re-cibiera directamente de Cristo, as como sus sucesoreslo recibirn por la imposicin de manos.

    Vale, pues, tambin para ellos lo que recomienda a sudiscpulo Timoteo, a quien ordenara de sacerdote: Teamonesto que hagas revivir la gracia de Dios que hay enti por la imposicin de mis manos (2 Tim 1,6). Eso esla vocacin: un fuego, una brasa, que a veces puede irse

    apagando y es necesario reavivar. No descuides la gra-cia que posees le dir a Timoteo en otra ocasin (1Tim 4,14). La gracia del apostolado es un don pero estambin un acicate.

    II. Enamorado de Jesucristo

    El designio eterno de Dios es la razn ltima de la vo-cacin de Pablo al apostolado. Posiblemente el lectorhabr advertido en no pocos de los textos que ya hemoscitado el lugar que ocupa la figura de Cristo en ese de-signio divino: en El nos eligi (Ef 1,4). La vocacin dePablo se hace pues incomprensible si no la considera-mos a la luz del misterio de Cristo.

    1. La contemplacin de CristoSi, al decir de Santo Toms, el apostolado es entregar

    a los dems lo que previamente se ha contemplado, po-cos como San Pablo han sido apstoles de manera tancabal.

    Si es menester gloriarse, aunque no conviene les escribe a loscorintios vendr a las visiones y revelaciones del Seor. S de unhombre en Cristo que hace catorce aos si en el cuerpo, no lo s; sifuera del cuerpo, tampoco lo s, Dios lo sabe fue arrebatado hastael tercer cielo; y s que este hombre si en el cuerpo o fuera delcuerpo, no lo s, Dios lo sabe fue arrebatado al paraso y oypalabras inefables que el hombre no puede decir (2 Cor 12,1-4).

    El apstol de la evangelizacin ha debido ser primero

    el contemplador de lo inefable. En el orden de la misinevanglica no es posible hablar con eficacia si anterior-mente no se ha entrevisto la inefable sublimidad del men-saje que hay que transmitir. San Pablo ha penetrado comonadie en el corazn de Dios, en el corazn de Cristo. Encarta a los efesios, les comunica su propia experiencia,desendoles

    que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, de modo quearraigados y fundados en la caridad, podis comprender, en unincon todos los santos, cul es la anchura, la longura, la altura y laprofundidad, y conocer la caridad de Cristo, que supera toda cien-cia, para que seis llenos de toda la plenitud de Dios(Ef 3,17 19).

    Se trata, al parecer, de una mutua inhesin: Pablo hapenetrado en el corazn de Cristo, ha sondeado sus abis-

    mos, se ha encendido en ese horno ardiente de caridad,ha mensurado la inconmensurabilidad del amor encar-nado, por una parte; pero por otra, ese Cristo ha pene-trado en su corazn humano y lo ha ensanchado a lamedida de su corazn divino, para hacerlo capaz de con-templar lo que no se puede ver.

    Cada santo capta con ms intensidad un aspecto parti-cular de la polifactica riqueza de Cristo. Porque el mis-terio de Cristo es inagotable. Quizs el aspecto que con-templ mejor San Pablo y se apoder de l sea la misinrecapitulatoria de Cristo, su seoro y su realeza eterna ytemporal. Segn la visin paulina, Dios se propuso unplan en Cristo, para que fuese realizado al cumplirse laplenitud de los tiempos, recapitulando todas las cosasen El, las del cielo y las de la tierra (Ef 1,10). Todo lo

    puso bajo sus pies, y a El lo puso por cabeza de todas lascosas, en la Iglesia, que es su cuerpo(cf. Ef 1,22-23),para que al nombre de Jess doble la rodilla todo cuantohay en los cielos, en la tierra y en los infiernos, y todalengua confiese que Jesucristo es Seor para gloria deDios Padre (Fil 2,10-11)

    La totalidad de] apostolado de San Pablo no brotarsino de la contemplacin de este misterio, que ser el leitmotiv de su diario trajinar: a la realeza de Cristo debaordenarse la universalidad de las cosas.

    Ya el mundo, ya la vida, ya la muerte; ya lo presente, ya lovenidero, todo es vuestro les deca a los corintios; y vosotros deCristo, y Cristo de Dios (1 Cor 3,21-23).

    De esa intuicin, que va al centro del misterio de Cris-to, deducira el Apstol todas las consecuencias para suvida interior y para su trabajo apostlico, sabiendo queDios nos ha de dar con El todas las cosas(Rom 8,32).

    2. La identificacin con Cristo

    El intenso amor que Pablo experimenta por Cristo noes sino el eco del amor que Cristo el primero le tuvo a l.Impresiona el uso sereno del pronombre personal en pri-mera persona: Me am y se entreg por m (Gal 2,20).El mismo Pablo, que con acentos tan encendidos predi-cara el amor universal del Redentor, sabe bien que dichoamor no se diluye en el anonimato de un rebao numero-so sino que se vuelca con toda su fuerza infinita sobrecada uno de los fieles, concretamente sobre l: me am.Este amor es un amor de amistad, fundado en la gracia,la vida divina que corre por las venas del cuerpo de Cris-to y por las venas del alma de Pablo.

    Se produce como una suerte de transfusin de sangre,de vida, de ideas, de voluntades, desde Cristo a su aps-tol amado. No resulta, pues, petulante la afirmacin deSan Pablo: Nosotros tenemos el pensamiento de Cris-to (1 Cor 2,16). Es que se ha hecho uno con el Amado,como lo dej expresado tan admirablemente en la cate-quesis bautismal que incluye en su carta a los romanos,cuando dice que por el bautismo hemos sido injertadosen Cristo, hemos muerto con El y con El hemos resuci-tado (cf. Rom 6,5-9); los adjetivos que emplea precedi-dos por la conjuncin griega syn = con (co-muertos, co-resucitados) implican una intimidad profunda, casi meta-fsica. No exagera lo ms mnimo cuando en su carta alos glatas afirma llevar en su cuerpo los estigmas delSeor Tras haber dicho: Jams me gloriar a no ser enla cruz de nuestro Seor Jesucristo, por quien el mundoest crucificado para m y yo para el mundo (Gal 6,14).

    Pablo no aspira a otra cosa que al acrecentamiento deesta identificacin. Lo nico que anhela es que Cristo seaglorificado en su cuerpo, ya sea viviendo, ya muriendo,que para m la vida es Cristo, y la muerte, ganancia(Fil 1,21). Se trata de un proceso de identificacin pro-

    gresiva, que poco a poco va extinguiendo todo lo que enPablo no es asimilable por Cristo, hasta llegar a una espe-cie de transustanciacin mstica, que le permitir decir:Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cris-to quien vive en m (Gal 2,19.20).

    San Pablo

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    P. Alfredo Senz, S. J. Arquetipos cristianos

    Ha vencido el ms fuerte; el ms dbil ha hecho suyoslos pensamientos, los afectos, las voluntades de Cristo.Esto y no otra cosa es la amistad consumada. Ya nadiepodr distanciar lo que Dios ha unido.

    Quin nos separar del amor de Cristo? exclama, arrebatado,en carta a los romanos La tribulacin, la angustia, la persecucin,el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Segn est escrito:Por tu causa somos entregados a la muerte todo el da, somosmirados como ovejas destinadas a la muerte. Mas en todas estascosas vencemos por aquel que nos am. Porque persuadido estoy

    que ni la muerte, ni la vida, ni los ngeles, ni los principados, ni lopresente, ni lo futuro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundi-dad, ni ninguna otra criatura podr separarnos del amor de Dios,que est en Cristo Jess, nuestro Seor (Rom 8,35 39).

    3. El apostolado en Cristo

    Pablo ha quedado definitivamente polarizado en Cris-to. En adelante sabe que ya coma, ya beba o ya hagacualquier otra cosa, lo har todo para la gloria de Dios enCristo (cf. 1 Cor 10,31). Si vivimos, dice, para el Se-or vivimos; y si morimos, morimos para el Seor. Enfin, sea que vivamos, sea que muramos, del Seor so-mos (Rom 14,8). Es el lenguaje del enamorado.

    Propio es de la amistad amar todo lo que el amadoama. Una amistad que no llegara hasta all estara radi-calmente falseada; no ser sincera ni ntegra. Pues bien,Pablo sabe que Cristo no slo lo am a l, personal-mente, sino que tambin dio su vida por toda la humani-dad, como lo expresara en apretada frase: Cristo nosam y se entreg por nosotros en ofrenda (Ef 5,2). Esemismo Jess le haba enseado que El se identificabacon los cristianos cuando Pablo, entre anheloso y des-lumbrado, le preguntara, en el camino de Damasco, alcaer del caballo: Quin eres, Seor? y El le respon-diera: Soy Jess a quien t persigues (Hch 9,5).

    Perseguir a los cristianos no era otra cosa que perse-guir a Jess. A partir de ese momento, el Apstol com-prendi que no podra amar a Jess de veras si excluade su amor a aquellos por los cuales el Seor no habatrepidado en darse hasta su ltimo aliento. La llama de suapostolado se ha encendido en el corazn generoso deCristo, horno ardiente de caridad Al evangelizar, serCristo quien a travs de l evangelice: Somos, pues,embajadores de Cristo, como si Cristo os exhortase pormedio de nosotros (2 Cor 5,20; cf. tambin 2 Cor 4,5).El enamorado ha encarnado la persona del amado.

    III. Consumido de celo

    Si Cristo, al amarnos, nos am hasta el fin, hasta la

    dacin suprema de su propia vida, parece obvio que elapstol, al encarnar el amor del Amor encarnado, se sientamovido a la ofrenda total de su propio ser para la salva-cin de las almas.

    1. La urgencia de la accin apostlica

    San Pablo es todo lo contrario de un espritu medio-cre. Cuando entiende que la causa es buena, se lanza ensu prosecucin sin dar cabida a vacilacin alguna. En lapoca que antecedi a su conversin, lo vemos enrgicoen la lucha contra la naciente hereja cristiana, com-batiendo con exceso, como l mismo lo reconoce, ala primitiva Iglesia, aventajando en el celo por el judas-mo a muchos de los coetneos de mi nacin y mostrn-dome extremadamente celador de las tradiciones pater-nas (Gal 1,13-14). Su paso era como un torbellino de-vastador; persegu de muerte esta doctrina, encadenan-do y encarcelando a hombres y mujeres (Hch 22,4);obligaba a blasfemar a los prisioneros, y acosaba a los

    cristianos incluso en ciudades alejadas (cf. Hch 26,10-1l). Seria precisamente a sus pies donde los testigos de-positaron los mantos del protomrtir Esteban, mientrasl aprobaba su muerte (cf. Hch 7,58-60).

    Una vez convertido, su celo cambia de sentido, o me-jor, encuentra su verdadero sentido. Ahora su coraznse enciende en ardor apostlico, deseoso de reparar, ycon creces, el mal anteriormente perpetrado. El corazndel Apstol vibra de santa indignacin al ver cmo el

    Amor no es correspondido, o es preterido. San Lucasrelata que, en una ocasin, esperando Pablo a los suyosen Atenas, se consuma su espritu al ver la ciudad llenade dolos (cf. Hch 17,16). Su caridad se hace apremian-te. La evangelizacin se le impone como una necesidad.Ay de m s no evangelizare! les dice a los corintios(1 Cor 9,16). Y en frase tajante: La caridad de Cristonos urge (2 Cor 5,14).

    2. Gastarse y desgastarse

    El celo es como un ardor del alma. Siente celo el espo-so que se considera traicionado; y en cierta manera elamigo del esposo puede compartir dicho celo. En este

    contexto se hace inteligible la estupenda frase del Aps-tol: Os celo con celo de Dios, pues os he desposado aun solo marido para presentaros a Cristo como castavirgen (2 Cor 11,2).

    Ante el espectculo de tantas almas esposas de Cristoque abandonan al Esposo divino y se unen en adulteriopor el pecado, Pablo arde en celo, e imitando al BuenPastor, abandonar el refugio de su comodidad y se lan-zar por las avenidas del mundo en busca de la ovejaperdida. Lo afirmara l mismo con frase que an hoyparece conservar el calor de la brasa original:

    Siendo del todo libre, me hago siervo de todos para ganarlos atodos, y me hago judo con los judos para ganar a los judos. Conlos que viven bajo la Ley me hago como si yo estuviera sometido aella, no estndolo, para ganar a los que estn bajo ella. Con los queestn fuera de la Ley me hago como si estuviera fuera de la Ley, paraganarlos a ellos, no estando yo fuera de la ley de Dios, sino bajo la leyde Cristo. Me hago dbil con los dbiles para ganar a los dbiles; mehago todo a todos para salvarlos a todos (1 Cor 9,19-22).

    A quienes lo quieran imitar, el Apstol no promete des-canso alguno. Slo fatiga, y ms fatiga, ya que el labra-dor ha de cansarse antes de percibir los frutos escribea Timoteo, su discpulo en el apostolado (2 Tim 2,6).Tal es la sabidura de un apstol: vivir redimiendo eltiempo, como dice en expresin pletrica de densidad(cf. Ef 5,16). A su discpulo dilecto no le desea otra cosaque cansarse por Cristo: Comparte las fatigas, como

    buen soldado de Cristo Jess (2 Tim 2,3).nicamente as merecer que, al fin de su vida, la Iglesiapida para l la paz eterna, el reposo eterno, que descanseen paz. Slo tendr derecho a descansar quien previa-mente se haya cansado, luchando incesantemente porla extensin del Reino de Cristo. En el pensamiento deSan Pablo eso es lo nico necesario, sin importarle de-masiado que su trabajo sea apreciado, ni siquiera porparte de aquellos que constituyen la causa de sus desve-los: Yo de muy buena gana me gastar y me desgastarpor vuestras almas, aunque, amndoos con mayor amor,sea menos amado (2 Cor 12,15).

    3. Forma gregis

    El apostolado de San Pablo nada tiene que ver con loque podra ser un activismo superficial, sin ejemplaridadalguna. El pastor debe serforma gregis y modelo de surebao. En caso contrario correra el peligro de habercorrido en vano y haberse afanado en vano (Fil 2,16).

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    Por eso dice el Apstol que castiga su cuerpo y lo mortifi-ca, no sea que habiendo sido para los dems el heraldo dela fe, resulte l mismo descalificado (cf. 1 Cor 9,26-27).

    San Pablo sabe por experiencia que no hay mejor pre-dicacin que la del propio ejemplo, debiendo ser nadamenos que una suerte de molde de Cristo. Estaejemplaridad no es algo que debe acompaar el aposto-lado sino parte constitutiva del mismo. Ninguna escon-dida soberbia se oculta, pues, en la repetida invitacin

    paulina: Os exhorto a ser imitadores mos (1 Cor 4,16);sed, hermanos, imitadores mos y atended a los queandan segn el modelo que en nosotros tenis (Fil 3,17;cf. tambin 1 Tes 1,6).

    En este sentido se podra decir que el apostolado deSan Pablo hace escuela, y escuela tradicional, es decir,basada en una transmisin de doctrina y de vida, que secomunica de generacin en generacin, casi como porsmosis. Lo que de m oste ante muchos testigos leescribe a Timoteo, encomindalo a hombres fieles ca-paces de ensear a otros (2 Tim 2,2).

    Pablo se nos muestra como el formador perfecto. Ja-ms se precipitar en imponer las manos a nadie (1

    Tim 5,22). Jams pondr freno a los que trabajan seria-mente en la predicacin y la enseanza, segn aquellaexpresin bblica que hizo suya: No pondrs bozal albuey que trilla (1 Tim 5,18). Y as podr gloriarse delas almas que ha engendrado para Cristo, al ver su feviva y su caridad ardorosa, al comprobar su paciencia ysu fe en las tribulaciones (cf. 2 Tes 1,3-4), se gozar alver cmo sus hijos son cual lirios en medio de una gene-racin mala y perversa como antorchas en el mundo,llevando en alto la palabra de vida (Fil 2,15-16)

    Ninguna alegra parece ms legtima para el Apstolque la que se deriva de su satisfaccin al contemplar losfrutos de su trabajo, al constatar que sus hijos han en-

    tendido que su palabra no era palabra humana sino pala-bra de Dios (cf. 1 Tes 2,13), al ver como la gracia queen favor de muchos se le haba concedido, sea de mu-chos agradecida por su causa (cf. 2 Cor 1,1l). Nosois vosotros mi obra en el Seor? Si para otros no soyapstol, a lo menos para vosotros lo soy, pues sois elsello de mi apostolado en el Seor (1 Cor 9,12). Y ascomo Pablo recibe la admiracin de los hijos de sus en-traas, as puede tambin l admirar la obra de sus ma-nos: somos vuestra gloria, como sois vosotros la nues-tra (2 Cor 1,14).

    IV. Sobrenaturalmente fecundo

    San Pablo se siente inextricablemente ligado con sushijos en el espritu. Enamorado como est de Jesucristo,no le resulta posible despreocuparse de aquellos por losque Cristo entreg la ltima gota de su vida. Tal es elconsejo que les da a los presbteros de feso: Miradpor vosotros y por todo el rebao sobre el cual el Esp-ritu Santo os ha constituido obispos para apacentar laIglesia de Dios, que El adquiri con su sangre (Hch20,28). Un precio demasiado caro para dejar indiferentea un corazn ardoroso como el del Apstol.

    1. Entraas paternales

    San Pablo fue, evidentemente, un maestro, un jefe.

    Sin embargo su relacin con sus fieles no es tanto la deldoctor con sus alumnos, ni la del caudillo con sus sb-ditos, sino la del padre con sus hijos: Pues aunque ten-gis diez mil pedagogos en Cristo, pero no muchos pa-dres, que quien os engendr en Cristo por el Evangeliofui yo (1 Cor 4,15).

    Sin duda que no deja de ser cautivante esta analoga dela paternidad. Pero aun ella le resulta demasiado dbilpara expresar la intensidad de su amor. Quiere ser msque un padre, quiere llegar a ser madre de sus fieles.Hijos mos, les dice, por quienes sufro de nuevo dolo-res de parto hasta ver a Cristo formado en vosotros!(Gal 4,19). La expresin tan vigorosa, nos trae el recuer-do de la Santsima Virgen que, aun cuando sin dolores,engendr fsicamente al Cristo que Pablo seguir engen-

    drando msticamente en el alma de los creyentes.Pero la maternidadpaulina no termina en la gestacinde Cristo:

    Mientras vivimos estamos siempre entregados a la muerte poramor de Jess, para que la vida de Jess se manifieste tambin ennuestra carne mortal. De manera que en nosotros obre la muerte; envosotros, la vida (2 Cor 4,11 12).

    Como una madre a la que se le extrae sangre paratransfundrsela a su hijo, al tiempo que ve cmo sterecobra vida y color, ella va empalideciendo y debilitn-dose. Lo dice el Apstol en otro lugar: Nos gozamossiendo nosotros dbiles y vosotros fuertes. Lo que pedi-mos es vuestra perfeccin (2 Cor 13,9).

    Es oficio propio de los padres no slo engendrar a sushijos sino tambin alimentarlos. Por eso, dice el Apstol,aun pudiendo hacer pesar sobre vosotros nuestra autoridad

    como apstoles de Cristo, nos hicimos como pequeuelos y comonodriza que cra a sus nios; as, llevados de nuestro amor porvosotros, queremos no slo daros el Evangelio de Dios, sino aunnuestras propias vidas: tan amados vinisteis a sernos (1 Tes 2,7-8).

    Slo un padre o una madre sabe el alimento que nece-sitan sus hijos. Lo mismo acaece en el orden sobrenatu-ral: a veces se necesitan alimentos slidos, a veces ali-mentos tiernos. Los corintios, por ejemplo, hijos tanamados de San Pablo, eran an demasiado dbiles:

    Y Yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino

    como a carnales, como a nios en Cristo. Os di a beber leche, no osdi comida, porque an no la admitais (1 Cor 3,1-2).

    Todas las exhortaciones que el Apstol dirige a los des-tinatarios de sus cartas no brotan sino de sus entraaspaternales. As lo dice expresamente a los tesalonicenses(cf. 1 Tes 2,11-12). Su actitud es la que especifica alapstol que quiera de veras ser tal: No busco vuestrosbienes, sino a vosotros; hijos los que deben atesorar paralos padres, sino los padres para los hijos (2 Cor 12,14).

    2. La correspondencia del amor

    El Apstol no esconde la ternura que experimenta poraquellos a los que ha engendrado en el Seor. Sus hijos

    son para l como una carta escrita con su propia mano,una carta de Cristo escrita en su corazn (cf. 2 Cor 3,2).Sus hijos son su esperanza, su gozo, su corona de gloriaante Cristo (cf. 1 Tes 2,19-20). Cuando Pablo est pri-sionero, dice estarlo por amor de sus hijos (cf. Ef 3,1).

    As es justo que sienta de todos vosotros, pues os llevo en elcorazn; y en mis prisiones, en mi defensa y en la confirmacin delEvangelio, sois todos vosotros participantes de mi gracia. Testigome es Dios de cunto os amo a todos en las entraas de CristoJess (Fil 1,7-8).

    Por las epstolas de San Pablo advertimos en cun altogrado sus hijos correspondan al amor del padre. Pablono disimula que esperaba esa devolucin de amor. Nadatiene ello de denigrante, ni mucho menos. Un padre ouna madre tienen derecho a que su amor sea correspon-dido. Dadnos cabida en vuestros corazones les dice... ya antes os he dicho cun dentro de nuestro coraznestis para vida y para muerte (2 Cor 7,2-3). Un apstolno puede ser insensible al amor de sus hijos, si bien no

    San Pablo

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    P. Alfredo Senz, S. J. Arquetipos cristianos

    debe hacer que su entrega a ellos dependa del agradeci-miento que pueda recibir. En ese sentido San Pablo estajante:

    Grande fue m gozo en el Seor desde que vi quehabis reavivado vuestro afecto por m. En verdad sen-tais inters, pero no tenais oportunidad para manifes-tarlo. Y no es por mi necesidad por lo que os digo esto,pues aprend a bastarme con lo que tengo. S pasar ne-cesidad y s vivir en la abundancia; a todo y por todo

    estoy bien enseado a la hartura y al hambre, a abundary a carecer. Todo lo puedo en aquel qu me conforta.Sin embargo, habis hecho bien tomando parte en mistribulaciones (Fil 4,10-4).

    Aun cuando Pablo est dispuesto a desgastarse, a ago-tarse por sus hijos, incluso en el caso de no esperar deellos retribucin alguna, sin embargo su corazn huma-no no deja de acusar recibo del eco que su amor suscitaen el corazn de sus hijos: Yo mismo testifico les dicea las glatas, que de haberos sido posible, los ojos mis-mos os hubierais arrancado para drmelos (Gal 4,15).

    3. Presencia y memoria

    Las cartas de San Pablo son todas ellas producto de suamor apostlico. Ved con qu grandes letras os escribode mis propias manos!, les dice casi infantilmente a losglatas (Gal 6,11). Pero ms all de la unin que entablala correspondencia epistolar, el Apstol ansa ver fsica-mente a sus hijos lejanos. Hermanos les escribe a lostesalonicenses, privado de vosotros por algn tiempo,visualmente, aunque no con el corazn, quisimos ardien-temente volver a veros cuanto antes (1 Tes 2,17). Y noocultaba su consuelo cuando reciba la visita de algunode sus hijos, no slo por el gusto de volver a verlo, sinotambin por las noticias que le traa de los dems (cf. 2Cor 7,6-7).

    A veces se piensa que el sacerdote debe ser un hombrefro, y que cualquier expresin de calor humano sera enl un signo de sensiblera, Pablo, el apstol de hierro, elhombre marcial y aguerrido, no cree rebajarse al escribira los romanos: Espero veros al pasar, cuando vaya aEspaa, y ser all encaminado por vosotros, despus dehaberme llenado primero un poco de vosotros (Rom15,24).

    Y si no le es posible ver a sus hijos, al menos los quieretener siempre presentes en la memoria. Cmo se en-cuentran, con qu paciencia soportan las tribulaciones;tales o semejantes pensamientos parecieran estar cons-tantemente en la mente del Apstol.

    No pudiendo sufrir ya ms escribe a los tesalonicenses, hemandado a saber de vuestro estado en la fe, no fuera que el tentadoros hubiera tentado y se hiciese vana nuestra labor. Ahora, con lallegada de Timoteo a nosotros y con las buenas noticias que nos hatrado de vuestra fe y caridad, y de la buena memoria que siempretenis de nosotros, deseando vernos lo mismo que yo a vosotros,hemos recibido gran consuelo por vuestra fe en medio de todasnuestras necesidades y tribulaciones. Ahora ya vivimos, sabiendoque estis firmes en el Seor. Pues qu gracias daremos a Dios enretorno de este gozo que por vosotros disfrutamos ante nuestroDios, orando noche y da con la mayor instancia por ver vuestrorostro y completar lo que falte a vuestra fe? (1 Tes 3,4-10).

    Para un sacerdote es siempre consolador recorrer,postrado ante el sagrario, la lista de sus hijos, presenteso ausentes, y hacer memoria de ellos en la presencia del

    Seor, uno por uno, pensando en sus necesidades, enlas pruebas por las que estarn pasando, sufriendo consus sufrimientos y gozndose con sus victorias. As lohaca San Pablo:

    Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros yrecordndoos en nuestras oraciones, haciendo sin cesarante nuestro Dios y Padre memoria de la obra de vuestrafe, del trabajo de vuestra caridad, y de la perseveranteesperanza en nuestro Seor Jesucristo, sabedores de vues-tra eleccin hermanos amados de Dios (1 Tes 1,2-4).

    Lo repite en diversas ocasiones: seal de que en l eraun hbito. Testigo me es Dios dice por ejemplo a losromanos, que sin cesar hago memoria de vosotros

    (Rom 1,9). Y en sus cartas no desdea aludir a personasconcretas, como a Febe a Prisca y Aquila, a Andrnico,sus primicias en Cristo (cf. Rom 16,1-16).

    Tal presencia mutua del Apstol y de sus hijos, pre-sencia fsica o presencia por la memoria, va creandouna verdadera comunidad sobrenatural de sentimientosentre el padre y los hijos. Por eso San Pablo escribe contanta frecuencia a las comunidades que ha engendrado,sobre todo cuando l est en medio de alguna gran tribu-lacin o ansiedad, para que conozcis el gran amor queos tengo (2 Cor 2,4); pues si somos atribulados espara vuestro consuelo y salud; si somos consolados, espor vuestro consuelo (2 Cor 1,6). Su frmula de llorar

    con los que lloran, de alegrarse con los que se alegran(cf. Rom 12,15), enuncia una de las caractersticas desu estilo apostlico pues mi gozo es tambin el vues-tro les escribe a los corintios (2 Cor 2,3); Quindesfallece que yo no desfallezca? Quin se escandalizaque yo no me abrase? (2 Cor 11,29).

    San Pablo ha querido expresar la intensidad de su amorengendrante, recurriendo a una expresin verdaderamenteatrevida cuando dice que deseara ser l mismo anatemade Cristo por sus hermanos (cf. Rom 9,3). Su amor aCristo y su amor a los miembros del cuerpo de Cristotironeaban al Apstol en direcciones aparentemente con-trarias.

    Siglos ms adelante dira San Martn de Tours, al verque se acercaba la hora de su muerte, que si bien legustara morir para unirse con Cristo, sin embargo, sian era necesario al pueblo de Dios, no se rehusaba altrabajo. Algo semejante encontramos en San Pablo:

    Y aunque vivir en la carne es para m trabajo fructuoso, todavano s qu elegir. Por ambas partes me siento apretado, pues de undeseo morir para estar con Cristo, que es mucho mejor, por otro,quisiera permanecer en la carne, que es ms necesario para voso-tros (Fil 1, 22-24).

    V. Maestro de la Verdad

    Repetidas veces se refleja en las epstolas paulinas lapredileccin del Apstol por la tarea evangelizadora, es-

    pecialmente a travs de la predicacin y de la docencia.Abordemos este aspecto de su fisonoma apostlica.

    1. Fidelidad al depsito

    El Apstol tiene clara conciencia de que su enseanzalo trasciende. La doctrina cristiana no es el producto deuna elaboracin puramente humana

    Os hago saber, hermanos escribe a los glatas, que el evange-lio por m predicado no es de hombres, pues yo no lo recib oaprend de los hombres, sino por revelacin de Jesucristo (Gal1,11-12).

    Eso es lo que los hombres deben ver en los apstoles:ministros de Dios y dispensadores de los misterios tras-cendentes de Dios. Y lo que en los dispensadores se bus-ca es que sean fieles (1 Cor 4,1-2). Por eso San Pablorecomienda insistentemente a su discpulo Timoteo quepermanezca en lo que ha aprendido y le ha sido confiado,considerando de quin lo aprendi (cf. 2 Tim 3,14), y queguarde con cuidado el buen depsito (cf. 2 Tim 1,14).

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    El Apstol juzga con extrema severidad a quienes,pretendindose apstoles de Cristo, en vez de adherirsems y ms a la doctrina del Seor, ensean otras cosasde su propia cosecha, suscitando en el cuerpo de la Igle-sia toda clase de contiendas, blasfemias y suspicacias;tal es la huella que dejan los hombres privados de laverdad (cf. 1 Tim 6,3-5). A los glatas, que parecanapartarse de la doctrina que Pablo les haba enseado,les escribe estas duras frases:

    Me maravillo de que tan pronto, abandonando al que os llamen la gracia de Cristo, os hayis pasado a otro evangelio. No es quehaya otro; lo que hay es que algunos os turban y pretenden perver-tir el evangelio de Cristo. Pero aunque nosotros o un ngel del cieloos anunciase otro evangelio distinto del que os hemos anunciado,sea anatema. Os lo he dicho antes y ahora de nuevo os lo digo: Sialguno os predica otro evangelio distinto del que habis recibido,sea anatema (Gal 1,6-9).

    2. El oficio del sabio: exponer y refutar

    Ensea Santo Toms que la misin propia del que po-see la sabidura es ensear la verdad y refutar el error.La mera exposicin de la verdad sin la refutacin de loserrores a ella contrarios no resulta suficiente, pues en tal

    caso frecuentemente el discpulo quedara inerme frentea las objeciones que se le presentan, con el consiguientedetrimento de la doctrina que ha aprendido.

    A. Exponer la verdad

    San Pablo es un apstol lleno de sabidura. Lo vere-mos, pues, ejerciendo el primer cometido del sabio: laenseanza de la verdad. Cristo no lo ha enviado tantopara la administracin de los sacramentos cuanto para laevangelizacin de los pueblos, les dice a los corintios(cf. 1 Cor 1,17). El celo que lo devora es la causa de suactividad magisterial. Sabe esto por lgica perfecta:Todo el que invocare el nombre del Seor ser salvo.Pero, cmo invocarn a aquel en quien no han credo?Y cmo creern en aquel del cual no han odo hablar? Ycmo oirn si nadie les predica? (Rom 10,13-14).

    Su exposicin de la doctrina no es sino la redundanciade esa fe viva que anida en sus entraas: Cre, por esohabl (2 Cor 4,13). No es la predicacin paulina unapredicacin basada en la sublimidad de la elocuencia dela que, al parecer, careca el Apstol; mejor as, puesentonces quedara bien en claro que la fe de sus hijos nose apoyaba en sabidura humana alguna sino slo en elpoder de Dios (cf. 1 Cor 2,1-5).

    Sin embargo, y con irona verdaderamente divina, afir-ma que sus palabras contienen una sabidura superior,que trasciende toda presunta sabidura humana.

    Hablamos entre los perfectos una sabidura que no es de estesiglo, ni de los prncipes de este siglo, abocados a la destruccin;sino que enseamos una sabidura divina, misteriosa, escondida....que no conoci ninguno de los prncipes de este siglo (1 Cor2,6.8).

    Las dialcticas profanas y seculares slo sirven paradesvirtuar la cruz de Cristo; porque la doctrina de lacruz es locura para los impos (cf. 1 Cor 1,17-18).

    Para predicar de este modo, que es como San Pabloquiere que prediquen sus hijos sacerdotes (cf. 1 Tim4,13-16) es menester nutrirse en la verdad, o como ledice a Timoteo, en las palabras de la fe y de la buenadoctrina que has seguido (1 Tim 4,6). Nada de oscuri-

    dades, so pretexto de una presunta profundidad. Lo im-portante es la fidelidad a la doctrina y el valor para noretacear su integridad.

    As debe ser el predicador cristiano, un hombre llenode coraje, franqueza y libertad. Pablo pide a los efesios

    que rueguen por l para que al abrir mi boca, se meconceda la palabra para dar a conocer con franqueza elMisterio del Evangelio, del que soy embajador encadena-do para anunciarlo con toda libertad y hablar de l comoconviene (Ef 6,19-20). Nada ms lejos del apstol quela vergenza mundana del tmido y del cobarde (cf. 2Tim 2,15).

    Cun sintomtico de un estilo semejante, cun solem-ne aquel momento en que, entrando Pablo en el Arepago

    de Atenas, sede de la inteligencia de su tiempo, ocupadaen or la ltima novedad, anuncia valientemente el Diosdesconocido! (cf. Hch 17,19-23). Conocan todas lasnovedades, menos la Buena Nueva...

    B. Refutar el error

    Porque, como dijimos antes, no basta con exponer laverdad. Bastara, si en el mundo la verdad no fuese con-tradicha. Pero bien sabemos que est lejos de ser as. Loque San Pablo predica acerca de los ltimos das, deesos tiempos difciles en que aparecern falsos doctoresque siempre estn aprendiendo sin lograr llegar jams alconocimiento de la verdad(2 Tim 3,7) es una realidadque se verifica en todos los tiempos. Siempre habr gen-te satisfecha con sentirse en bsqueda y juzgando quetodo hallazgo es un acto de soberbia intelectual. De ahla solemnidad con que San Pablo le dice a su discpuloTimoteo:

    Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jess, que ha de juzgara vivos y muertos, por su aparicin y por su reino: Predica lapalabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, vitupera, exhor-ta con toda longanimidad y doctrina, pues vendr tiempo en que nosufrirn la sana doctrina; antes, por el prurito de or, se amontona-rn maestros conforme a sus pasiones y apartarn los odos de laverdad para volverlos a las fbulas. Pero t s circunspecto en todo,soporta los trabajos, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio(2 Tim 4,1-5).

    Nada peor para un apstol que intentar conformarsea este siglo (Rom 12,2). El apstol deber tener elcoraje fruto de la caridad de corregir a los que faltan oyerran, incluso, si fuese menester, delante de todos parainfundir temor a los dems (1 Tim 5,20). Deber pre-venir a sus fieles para que no se dejen engaar con falaciasbarnizadas de filosofas, fundadas en elementos munda-nos y no en Cristo (cf. Col 2,8);

    para que ya no seamos nios, que fluctan y se dejan llevar detodo viento de doctrina por el juego engaoso de los hombres, quepara seducir emplean astutamente los artificios del error, sino que,al contrario, abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad(Ef 4,14-15).

    Deber prevenir a sus hijos contra los falsos apsto-

    les, esos obreros engaosos que se disfrazan de apsto-les de Cristo, que hablan con un vocabulario religioso yteolgico pero vaciado de contenido, secularizado, puesel mismo Satans se disfraza de ngel de luz (cf. 2 Cor11,13-14). Deber controlar que no se infiltren en su re-bao los sembradores de errores (cf. 1 Tim 1,3-6). De-ber proclamar con claridad y valenta que no hay con-sorcio posible entre la justicia y la iniquidad, entre la luz ylas tinieblas, entre Cristo y Belial, entre el templo de Diosy los dolos (cf. 2 Cor 6,15-16). Deber, incluso, tenerla caridad de corregir fraternalmente a las autoridadesreligiosas, cuando obran de manera reprensible, por elmal que su comportamiento puede provocar en los fieles(cf. Gal 2,11-13).

    En el fondo de un hombre de este temple, que no anteel poder en apariencia avasallante del error, palpita unalma fuerte, slida y vibrante, capaz de clamar: No meavergenzo del evangelio (Rom 1,16). Un alma de aps-tol, que sabe que no es el mundo el que ha de juzgar a los

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    P. Alfredo Senz, S. J. Arquetipos cristianos

    santos, sino que son los santos los que han de juzgar almundo (cf. 1 Cor 6,2); y por tanto su lenguaje no ser elde S y No a la vez, porque Cristo no ha sido S yNo, sino puro S (cf. 2 Cor 1,18-20). De este modo,desechando los tapujos vergonzosos, no procediendo conastucia ni falsificando la palabra de Dios, manifestamosla verdad (2 Cor 4,2), porque no somos como mu-chos, que trafican la palabra de Dios (2 Cor 2,17). Unapstol as es un seor, un varn que predica con gran

    libertad al Seor (Hch 14,3), a pesar de todas las opo-siciones que la verdad le suscitar. Porque, como ge-nialmente dira San Agustn, la verdad necesariamenteengendra el odio.

    De ah que San Pablo estuviera tan lejos de toda dema-gogia. El no buscaba el favor de los hombres sino elfavor de Dios, sabiendo que si buscase agradar a loshombres, ya no sera servidor de Cristo (cf. Gal 1,10).Por eso no teme contrariar a los corintios dicindolesque no se engaen; que si alguno cree que es sabio se-gn este siglo, se haga necio para llegar a ser realmentesabio, porque la sabidura de este mundo es necedadante Dios (1 Cor 3,19). Nada, pues, de acomodos. Ya

    pueden los judos pedir seales, ya pueden los griegosbuscar sabidura; Pablo no vacilar en predicar a Cristocrucificado, escndalo para los judos, locura para losgentiles (1 Cor 1,23).

    La historia de la Iglesia nos ensea que muchas veceslos apstoles de Cristo han querido caer bien a los hom-bres, halagndoles sus instintos. Y as a los ricos les ha-blaban contra los pobres, a los pobres contra los ricos, alas mujeres sobre la liberacin femenina, etc. Tambinen esto la docencia de San Pablo es perdurable, Al mari-do le dir, s, que es cabeza de la mujer, pero al mismotiempo le dir que debe imitar a Cristo y amar a su mujercomo ste am a su Iglesia (cf. Ef 5,23.29.32). A lamujer le dir que debe someterse a su marido, como aCristo. A los hijos les dir que obedezcan a sus padres, ya los padres, que no provoquen a ira a sus hijos; a lossirvientes, que obedezcan a sus seores; a los patrones,que den a sus sirvientes lo justo (cf. Ef 6,1.4.9; Col 3,18-22; 4,1; 1 Tim 6,17-19).

    As hablamos, no como quien busca agradar a los hombres sinoslo a Dios, que prueba nuestros corazones. Porque nunca, comobien sabis, hemos usado de lisonjas ni hemos procedido con pro-psitos de lucro. Dios es testigo; ni hemos buscado la alabanza delos hombres, ni la vuestra, ni la de otros (1 Tes 2,4-6).

    VI. Corazn magnnimo

    Una de las caractersticas ms relevantes del corazn

    de San Pablo es la magnanimidad. Desde su juventud, elorgullo haba penetrado hasta la mdula de sus huesos. Yste fue el hombre elegido. Porque Dios rechaza a lostibios. Pablo no era tibio ni mediocre. Las naturalezasgrandes poseen recursos grandes, y cambian segn son;son enteras, y cambian enteramente. Su orgullo, vacia-do por la humildad, se transform en magnanimidad.

    1. Visin grande del Cristianismo

    A veces los apstoles de Cristo tienen una visin estre-cha y raqutica del cristianismo, que quieren achicado ala medida de su corazn mezquino. No deja de ser admi-rable cmo San Pablo, aun escribiendo sus epstolas acristiandades que vivan en torno a pequeas polmicas,propias de almas pusilnimes, jams se dej atrapar porellas sino que siempre se elev al nivel de la grandeza.

    As, escribiendo a los colosenses, se remonta, por encima detoda minucia, a una visin propiamente divina de la historia de lasalvacin: Porque en l fueron creadas todas las cosas del cielo y

    de la tierra, las visibles y las invisibles, los tronos, las dominacio-nes, los principados, las potestades; todo fije creado por l y paral. l es antes que todo y todo subsiste en l. l es la cabeza delcuerpo de la Iglesia; l es el principio, el primognito de, los muer-tos, para que tenga la primaca sobre todas las cosas. Y plugo alPadre que en l habitase toda la plenitud y por l reconciliar con-sigo todas las cosas en l, pacificando con la sangre de su cruz aslas de la tierra como las del cielo (Col 1, 16 20),

    Y en carta a los corintios:Cmo en Adn hemos muerto todos, as tambin en Cristo

    somos todos vivificados. Pero cada uno en su propio rango: lasprimicias, Cristo; luego, los de Cristo, cuando El venga; despusser el fin, cuando entregue a Dios Padre el reino, cuando hayadestruido todo principado, toda potestad y todo poder. El ltimoenemigo destruido ser la muerte, pues ha puesto todas las cosasbajo sus pies. Pues preciso es que El reine hasta poner a todos susenemigos bajo sus pies. Cuando dice que todas las cosas le estnsometidas, es evidente que con excepcin de Aquel que le sometitodas las cosas; antes cuando le queden sometidas todas las cosas,entonces el mismo Hijo se someter a quien a El todo se lo someti,para que Dios sea todo en todas las cosas (1 Cor 15, 22-28; cf.tambin 15, 55-57).

    Pareciera que estuviese siempre mirando la historia ysus acontecimientos, grandes o pequeos, desde el pun-to de vista de Dios, con los ojos de Dios. Jams el Aps-tol se perder en el detalle. Aun las cosas ms nimias, lasconsiderar dentro de una perspectiva grandiosa