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LA LÓGICA DEL FANTASMA* Seminario de 1966-1967 Jacques Lacan * La logique du fantasme, séminaire 1966-1967. Ediciones de la Association Lacanienne Internationale, Publicación hors-commerce. París, Julio de 2004. El documento fuente que aquí se cita se estableció a partir de la transcripción de Guy Sizaret, con esclarecimientos de una edición anterior de dicho documento por parte de Claude Dorgeuille. Las diferencias y comentarios de estos dos autores se agregarán en notas al pie, siguiendo la nomenclatura utilizada en francés: [S.] después de un comentario de Guy Sizaret y [D.] después de uno de Claude Dorgeuille. En cambio, sus apellidos completos, [Sizaret] o [Dorgeuille], remiten a variantes que quienes establecieron el texto pensaron interesante preservar. Asimismo, las notas del traductor irán debidamente acompañadas de [T.]. Establecimiento del texto francés: B. Cavdini, N. Dissez. D. Janin, Th. Jean, M. Jeanvoine, V. Nusinovici, H. Ricard, J-P. Trocmé, C. Veken, M. Cardot y D. Buisset. Traducción al español: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de esta traducción y de esta versión en español: Álvaro Reyes, Arturo de la Pava O., Belén del Rocío Moreno C., Carmen Lucía Díaz L., Eduardo Aristizábal C., Javier Jaramillo G., Mario Bernardo Figueroa M., Pilar González R. y Tania Roelens H.

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LA LÓGICA DEL FANTASMA* Seminario de 1966-1967

Jacques Lacan

* La logique du fantasme, séminaire 1966-1967. Ediciones de la Association Lacanienne Internationale, Publicación hors-commerce. París, Julio de 2004. El documento fuente que aquí se cita se estableció a partir de la transcripción de Guy Sizaret, con esclarecimientos de una edición anterior de dicho documento por parte de Claude Dorgeuille. Las diferencias y comentarios de estos dos autores se agregarán en notas al pie, siguiendo la nomenclatura utilizada en francés: [S.] después de un comentario de Guy Sizaret y [D.] después de uno de Claude Dorgeuille. En cambio, sus apellidos completos, [Sizaret] o [Dorgeuille], remiten a variantes que quienes establecieron el texto pensaron interesante preservar. Asimismo, las notas del traductor irán debidamente acompañadas de [T.]. Establecimiento del texto francés: B. Cavdini, N. Dissez. D. Janin, Th. Jean, M. Jeanvoine, V. Nusinovici, H. Ricard, J-P. Trocmé, C. Veken, M. Cardot y D. Buisset. Traducción al español: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de esta traducción y de esta versión en español: Álvaro Reyes, Arturo de la Pava O., Belén del Rocío Moreno C., Carmen Lucía Díaz L., Eduardo Aristizábal C., Javier Jaramillo G., Mario Bernardo Figueroa M., Pilar González R. y Tania Roelens H.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

LECCIÓN 1 16 de noviembre de 1966

Hoy voy a lanzar algunos puntos que harán parte ante todo de la promesa.

Este año titulé Lógica del fantasma lo que espero poder presentarles de lo que se impone en

el punto en que nos hallamos de un cierto camino. Camino que implica, lo recordaré con fuerza

hoy, esa especie de retorno muy especial que hemos visto ya el año pasado inscrito en la

estructura y que es propiamente, en todo lo que descubre el pensamiento freudiano, fundamental.

Ese retorno se llama repetición. Repetir no es volver a hallar lo mismo, como lo articularemos

más adelante, y contrariamente a lo que se cree, no necesariamente es repetir de manera

indefinida.

Volveremos, pues, a temas que de cierta forma ya situé desde hace tiempo. Es también por el

hecho de que nos encontramos en los tiempos de ese retorno y de su función que creí no poder

demorarme más en entregarles reunido lo que hasta aquí creí necesario como puntuación mínima

de ese recorrido, a saber, ese volumen que encuentran ustedes ya a su alcance. Es en la medida

en que este año nos será posible, sin duda, profundizar en la función de esa relación con lo

escrito (relación con lo escrito que, en últimas, de cierta forma, me esforcé hasta hoy si no por

evitar, por lo menos, por retrasar) que también ahí creo poder dar ese paso.

Escogí que fueran cinco esos pocos puntos indicativos que hoy voy a enunciar ante ustedes.

El primero consiste en recordarles el punto en que estamos respecto a la articulación lógica

del fantasma, lo cual constituirá, propiamente hablando, este año, mi texto.

El segundo, recordar la relación de esta estructura del fantasma, que ya les habré recordado

de antemano, con la estructura como tal del significante.

El tercero, algo esencial y en verdad fundamental que conviene recordar, respecto a lo que

este año podemos, debemos, llamar (si ponemos en primer plano lo que llamé la lógica en

cuestión) un comentario esencial respecto al universo del discurso.

El cuarto punto, alguna indicación concerniente a su relación con la escritura como tal.

Por último, terminaré recordando lo que nos señala Freud, de manera articulada, respecto a lo

que concierne a la relación del pensamiento con el lenguaje y con lo inconsciente.

Lógica del fantasma, entonces. Partiremos de la escritura que ya formé de eso, a saber, de la

fórmula $ ◊ a, S tachado, punzón, a minúscula. Recuerdo lo que significa el S tachado: el S

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tachado representa, hace las veces, en esta fórmula, de aquello que retorna concerniente a la

división del sujeto, que se encuentra en el principio de todo el descubrimiento freudiano y que

consiste en que el sujeto está, por una parte, tachado de lo que lo constituye propiamente en tanto

función de lo inconsciente. Esta fórmula establece algo que es un vínculo, una conexión entre ese

sujeto en tanto constituido de esa manera y algo diferente que se llama a minúscula. a minúscula

es un objeto cuyo estatuto (precisamente el estatuto en una relación que es una relación lógica,

propiamente hablando) se determinará a partir de lo que este año yo llamo hacer la lógica del

fantasma.

Cosa extraña, sin duda, y sobre la cual me permitirán ustedes no extenderme: quiero decir,

que aunque el término de fantasma sugiere una relación con la fantasia, con la imaginación, no

me demoraré ni siquiera un instante señalando su contraste con el término de lógica con el que

entiendo estructurarlo. Es, sin duda, que el fantasma (tal como pretendemos instaurar su estatuto)

no es tan radicalmente antinómico, como puede uno pensarlo a primera vista, de esa

caracterización lógica que, propiamente hablando, lo desdeña. Así mismo, el rasgo imaginario de

lo que se llama el objeto a les resultará (mejor aún a medida que marquemos lo que permite

caracterizarlo como valor lógico) estar mucho menos emparentado de lo que parece a primera

vista1 con el campo de lo que, propiamente hablando, es lo imaginario. Antes bien, lo imaginario

se le engancha, lo rodea, se acumula allí. El objeto a minúscula es de otra calaña. Por supuesto,

es preferible que quienes me escuchan este año hayan tenido la posibilidad el año pasado de

tener alguna aprehensión, alguna idea de éste. Por supuesto, este objeto a no es algo que sea

(para todos y especialmente para aquellos para quienes está en el centro de su experiencia: los

psicoanalistas mucho más), tenga aún, si puedo decirlo, la suficiente familiaridad como para que

se les haga presente, diría yo, sin temor y hasta sin angustia. “¿Qué fue lo que hizo usted? –me

decía uno de ellos–, ¿qué necesidad tenía usted de inventar este objeto a minúscula?”.

A decir verdad, pienso que, si se toman las cosas desde un horizonte un tanto más amplio, ya

era hora. Porque sin este objeto a (cuyas incidencias, a mi parecer, se han dejado sentir

ampliamente para la gente de nuestra generación) me parece que muchos de los análisis que se

han hecho tanto de la subjetividad como de la historia y de su interpretación y, particularmente,

de lo que hemos vivido en tanto historia contemporánea y, más precisamente, de aquello que

burdamente hemos bautizado con el término y bajo el nombre tan poco adecuado de

1 “me parece…” [Sizaret]

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totalitarismo… cualquiera que, una vez que lo haya comprendido, pueda dedicarse a aplicarle ahí

la función de la categoría del objeto a minúscula, podrá ver tal vez esclarecido porqué retornaba,

en aquello que, de manera sorprendente, aún nos falta de interpretación satisfactoria.

El sujeto tachado, en su relación con este objeto a minúscula, se junta en esta fórmula escrita

en el tablero por ese algo que se presenta como un losange, que hace poco llamé punzón, y que,

en verdad, es un signo forjado expresamente para conjugar en él lo que puede aislarse de eso

según si lo separan con un trazo vertical o con un trazo horizontal. Al separarlo con un trazo

vertical representa una doble relación que puede leerse, en un primer abordaje, como mayor (>) o

menor (<), $ mayor que o también menor que A mayúscula, $ incluido o también excluido de A

mayúscula2 . ¿Qué quiere decir esto? Que lo que se sugiere en el primer plano de esta conjunción

es algo que lógicamente se llama la relación de inclusión o también de implicación a condición

de que la hagamos reversible y que se articule… (voy rápido, sin duda, pero tendremos todo el

tiempo para extendernos y retomar estas cosas; hoy se los indico, basta con que planteemos

algunos mojones sugestivos)… esta relación que se articula a partir de la articulación lógica que

se llama si y solamente si. En este sentido, a saber, cuando el punzón queda dividido por la barra

vertical (<│>), es el sujeto tachado en esa relación de si y solamente si con el a minúscula.

Esto nos detiene. Existe, pues, un sujeto. Esto es lo que lógicamente estamos obligados a

escribir en el principio de tal fórmula. Ahí algo se nos propone, que es la división de la existencia

de hecho y de la existencia lógica.

La existencia de hecho, por supuesto, nos remite a la existencia de seres (entre dos barras la

palabra seres), seres –o no– hablantes. En general, estos están vivos. Digo “en general” porque

no necesariamente: tenemos al convidado de piedra que no solamente existe en la escena en que

Mozart lo anima, se pasea entre nosotros de manera enteramente corriente. La existencia lógica

es otra cosa, y como tal tiene su estatuto; hay sujeto a partir del momento en que hacemos lógica,

es decir, en que tenemos que manipular significantes.

Lo que concierne a la existencia de hecho, a saber, que algo resulta del hecho de que hay

sujeto al nivel de los seres que hablan, es algo que, como toda existencia de hecho, requiere que

se establezca ya cierta articulación. Pero nada prueba que esta articulación se haga en directo;

2 En esta frase, Lacan pronunció en efecto dos veces “A mayúscula”. Por supuesto, es legítimo pensar que había que escuchar “a minúscula”. Pero más adelante se dirá que “el A mayúscula es el Otro de ese a minúscula” [S.]

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que sea directamente, por el hecho de que hay seres vivos u otros que hablan, que estén por ello

y de manera inmediata, determinados como sujetos.

El si y solamente si está ahí para recordárnoslo; motivo aquí articulaciones por las cuales

tendremos que volver a pasar, pero en sí mismas son tan poco habituales, tan poco recorridas

como para que yo crea tener que indicarles la línea general de mi esbozo en lo que tengo que

explicar ante ustedes.

a minúscula resulta de una operación de estructura lógica. Efectúa no un in vivo, ni siquiera

en lo vivo, no propiamente hablando en el sentido confuso que tiene para nosotros el término de

cuerpo, no es necesariamente la “libra de carne”, aunque pueda suceder y, en últimas, cuando lo

es, las cosas no se arreglan tan mal. Pero, bueno, resulta que en esta entidad tan poco

aprehendida del cuerpo hay algo que se presta para esta operación de estructura lógica que nos

queda por determinar. Ya saben, el seno, las heces, la mirada, la voz, esas partes desprendibles y,

sin embargo, profundamente vinculadas con el cuerpo; de eso se trata en el objeto a minúscula.

Para hacer a, entonces, puesto que nos obligaremos a cierto rigor lógico, limitémonos a

señalar aquí que se necesita lo listo-para-proveer. Por el momento eso puede bastarnos, ¡pero

eso no resuelve nada! Eso no resuelve nada para aquello en lo que tenemos que avanzar: para

hacer fantasma se requiere lo listo-para-llevar.

Me permitirán articular aquí algunas tesis en su forma más provocadora puesto que se trata

igualmente de separar ese ámbito de los campos de captura que lo hacen retornar

invenciblemente hacia las ilusiones más fundamentales de lo que se llama la experiencia

psicológica. Lo que voy a avanzar es precisamente lo que apuntalará, lo que fundará aquello

cuya consistencia quedará demostrada este año con todo lo que voy a desarrollar para ustedes.

Ya dije que desarrollar, eso hace tiempo que se hizo. Cuando durante el cuarto año de mi

seminario traté La Relación de Objeto ya respecto al objeto a, se dijo todo respecto a la

estructura de la relación de a minúscula con el Otro, absolutamente especial y articulada de

manera suficiente en la indicación de que será de lo imaginario de la madre de donde dependerá

la estructura subjetiva del niño.

Claro, se tratará aquí de que indiquemos de qué manera esa relación se articula en términos

propiamente lógicos, es decir, como resultando radicalmente de la función del significante, pero

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ha de notarse que para quien resumía entonces lo que podía yo indicar en ese sentido3, la mínima

falta (quiero decir defecto, respecto a la pertenencia de cada uno de los términos de esas tres

funciones que, entonces, podían designarse como sujeto, objeto -en el sentido de objeto de amor-

y del más allá de éste: nuestro actual objeto a), la mínima falta, a saber, la referencia a la

imaginación del sujeto, podía oscurecer la relación que se trataba de esbozar allí. No situar en el

campo del Otro como tal la función del objeto a lleva a escribir, por ejemplo, que en el estatuto

del perverso lo determinante es tanto la función, para él, del falo, como la teoría sádica del coito,

cuando en realidad no es así; es a nivel de la madre que esas dos incidencias funcionan.

Avanzo entonces en lo que se trata de enunciar aquí: para hacer fantasma se requiere lo listo-

para-llevar. ¿Qué lleva el fantasma? Lo que lleva el fantasma tiene dos nombres que conciernen

a una sola y misma sustancia, si quieren ustedes reducir ese término a esta función de la

superficie, tal como la articulé el año pasado. Esta superficie primordial que necesitamos para

hacer funcionar nuestra articulación lógica, ya conocen ustedes algunas formas, son superficies

cerradas, hacen parte de la burbuja [bulle], salvo porque éstas no son esféricas. Llamémoslas la

burbuja4 y veremos qué motiva, a qué se vincula la existencia de burbujas en lo real. Esta

superficie que llamo burbuja lleva propiamente dos nombres: el deseo y… la realidad.

Es harto inútil fatigarse articulando la realidad del deseo porque primordialmente el deseo y

la realidad están en una relación de textura sin corte; no necesitan, pues, costura, no necesitan ser

recosidos, no hay “realidad del deseo”, diríamos, como tampoco es exacto decir “el revés del

derecho”: se trata de una sola y misma estofa que tiene un revés y un derecho. Además, esta

estofa acaso está tejida de tal manera que se pasa, sin darse cuenta, puesto que no tiene corte ni

costura, de una a otra de sus caras, y por eso fue que ante ustedes di cuenta de una estructura

como aquella llamada del plano proyectivo, llevada a imagen en el tablero en lo que se llama la

mitra o el cross-cap. Que se pase de una a otra cara sin darse cuenta dice bien que sólo hay una,

quiero decir, sólo una cara. No por ello, así como sucede en las superficies que acabo de evocar,

de las cuales una forma parcelar es la banda de Möbius, no deja de haber un derecho y un revés.

Es necesario plantear esto de manera original para recordar cómo se funda esta distinción del

derecho y del revés en tanto ya-ahí antes de todo corte. Es claro que quien estuviera ahí en esta

superficie implicado integralmente (como los animálculos de los que da cuenta la matemática

3 Informe de J-B Pontalis del Seminario “La relación de objeto y las estructuras freudianas”, Libro IV, 1956-1957, Bulletin de psychologie, tomos X y XI, 1956-5. 4 la bulle; ¿l’a-bulle? ¿la a-burbuja?

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respecto a la función de las superficies) no verá de esta distinción, sin embargo segura, del

derecho y del revés, ni jota, en otras palabras, absolutamente nada.

Todo lo que se relaciona, en las superficies de las que doy cuenta ante ustedes, seriadas desde

el plano proyectivo hasta la botella de Klein, con lo que puede llamarse las propiedades

extrínsecas ¡y que van bien lejos! (quiero decir, que la mayoría de lo que les parece más evidente

cuando hago imagen para ustedes de estas superficies, no son propiedades de la superficie)

adquiere su función en una tercera dimensión. Aún el hueco que se encuentra en medio del toro,

no crean que un ser puramente tórico se dé cuenta de su función. No obstante, esta función no

deja de tener consecuencias porque es desde ésta que, dios mío, he intentado desde hace algo así

como casi seis años articular para quienes me escuchaban entonces (veo a algunos de ellos en

primera fila), articular las relaciones del sujeto con el Otro en la neurosis. En efecto, en esta

tercera dimensión se trata del Otro en la neurosis. Es respecto al Otro y en la medida en que hay

ahí ese otro término, que puede tratarse de distinguir un derecho de un revés, lo cual no es aún

distinguir realidad y deseo. Lo que es derecho o revés primitivamente en el lugar del Otro, en el

discurso del Otro, se juega a cara o sello. Eso nada tiene que ver con el sujeto POR LA RAZÓN

DE QUE NO LO HAY AÚN.

El sujeto comienza con el corte. Si de esas dos superficies tomamos la más ejemplar, por ser

la más simple de manejar, a saber, la que hace poco llamé cross-cap o plano proyectivo, un corte

pero no cualquiera, quiero decir, y lo recuerdo para quienes estas imágenes conservan aún cierta

presencia; si, lo repito, de manera puramente imaginada pero cuya imagen es necesaria, a saber,

sobre esta burbuja cuyas paredes (llamémoslas anterior y posterior) vienen a cruzarse aquí en

este trazo no menos imaginario -es así como nos representamos la estructura de aquello de lo que

se trata-, todo corte que sobrepase esta línea imaginaria instaurará un cambio total de la

estructura de la superficie. A saber, que esta superficie entera se vuelve lo que el año pasado

aprendimos a separar en esta superficie bajo el nombre de objeto a. A saber, que la superficie

toda entera se vuelve un disco aplanable con un derecho y un revés, del que ha de decirse que no

se puede pasar del uno al otro sin pasar por un borde. Ese borde es precisamente lo que hace

imposible ese paso; por lo menos podemos articular así su función. Primero, in initio, a través de

este primer corte (que contiene una rica implicación que no salta a la vista en seguida), por este

primer corte la burbuja se vuelve un objeto a.

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Este objeto a guarda (porque esa relación la tiene desde su origen… para que cualquier cosa

llegue a explicarse) una relación fundamental con el Otro. En efecto, el sujeto no ha aparecido

con el único corte por donde esta burbuja que instaura el significante en lo real deja caer primero

este objeto extranjero que es el objeto a. Se requiere y basta, en la estructura aquí indicada, que

uno se dé cuenta de lo que ocurre con este corte para notar también que tiene la propiedad, al

redoblarse, simplemente de juntarse, en otras palabras, que es lo mismo hacer un solo corte que

hacer dos. Puedo considerar la hiancia de lo que hay aquí entre mis dos vueltas que no son más

que una, como el equivalente del primer corte que, en efecto, si lo descarto, lo que se realiza es

esta hiancia. Pero si en el tejido en que se trata de ejercer este corte hago un doble corte,

desprendo, restituyo de ahí lo que se perdió en el primer corte, a saber, una superficie cuyo

derecho continúa en el revés: RESTITUYO LA NO SEPARACIÓN PRIMITIVA DE LA

REALIDAD Y DEL DESEO.

Después de esto, cómo definiremos realidad, lo que hace poco llamé el listo-para-llevar el

fantasma, es decir, lo que constituye su marco. Veremos entonces que la realidad, toda la

realidad humana, no es más que montaje de lo simbólico y de lo imaginario; que el deseo en el

centro de este aparato, de este marco que llamamos realidad es, así mismo, propiamente

hablando, lo que transcurre, como lo articulé desde siempre, lo que es importante distinguir de la

realidad humana y que, propiamente hablando, es lo real que nunca es más que entrevisto,

entrevisto cuando vacila la máscara que es la del fantasma, a saber, lo mismo que aprehendió

Spinoza cuando dijo: “el deseo es la esencia del hombre”5.

A decir verdad, esa palabra “hombre” es un término de transición imposible de conservar en

un sistema ateológico, que no es el caso de Spinoza. A esta fórmula de Spinoza hemos de

5 Spinoza, Ética, III Definición de los afectos, I.

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sustituir sencillamente esta fórmula, esta fórmula cuyo desconocimiento conduce al psicoanálisis

a las más burdas aberraciones, a saber, que EL DESEO ES LA ESENCIA DE LA REALIDAD.

Pero esa relación con el Otro, sin el cual nada puede percibirse sobre el juego real de esa

relación, es lo que intenté esbozar para ustedes, recurriendo al viejo soporte de los círculos de

Euler, la relación como fundamental.

Seguramente esta representación es

insuficiente, pero si la acompañamos de lo que

soporta en lógica puede servir. Lo que resulta

de la relación del sujeto con el objeto a se

define como un primer círculo que otro círculo,

el del Otro, viene a traslapar: el a minúscula es su intersección.

Es así como por siempre (en esta relación de un vel originariamente estructurado, que es

aquel que intenté articular para ustedes hace ya tres años, la alienación) el sujeto sólo podría

instituirse como una relación de falta con ese a que es del Otro, salvo al querer situarse en el

Otro, no habiéndolo, igualmente, más que amputado de este objeto a. La relación del sujeto con

el objeto a comporta lo que la imagen de Euler toma como sentido cuando es llevada al nivel de

simple representación de las dos operaciones lógicas que se llaman reunión e intersección. La

reunión nos pinta el lazo del sujeto con el Otro y la intersección nos define el objeto a. El

conjunto de esas dos operaciones lógicas son esas operaciones mismas que yo planteé como

originales al decir que el a es el resultado efectuado de operaciones lógicas y que deben ser dos.

¿Qué quiere decir esto? Que es esencialmente en la representación de una falta, en tanto que

transcurre, que se instituye la estructura fundamental de la burbuja que hemos llamado primero

la estofa del deseo.

Aquí, en el plano de la relación imaginaria, se instaura una relación exactamente inversa a la

que vincula el yo con la imagen del otro. El yo es, lo veremos, doblemente ilusorio, ilusorio

porque está sometido a los avatares de la imagen, es decir, tanto entregado a la función del

medio6 o del falso semblante. Es ilusorio también porque instaura un orden lógico pervertido,

cuya fórmula veremos (en la teoría psicoanalítica), en la medida en que sobrepasa

imprudentemente esta frontera lógica que supone que en un momento cualquiera dado, y que se

6 Palabra incierta [S.].

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supone primordial de la estructura, lo que es rechazado puede llamarse no-yo. ¡Es muy

precisamente lo que ponemos en duda!

El orden en cuestión, que implica, sin que se lo sepa y, en todo caso, sin que se lo diga, la

entrada en juego del lenguaje, no admite de manera alguna tal complementariedad, y es

precisamente lo que hará que pongamos este año, en primer plano de nuestra articulación, la

discusión de la función de la negación. Todo el mundo sabe y podrá darse cuenta, en esa

compilación, que ahora está a su alcance7, que el primer año de mi seminario en Sainte-Anne

estuvo dominado por una discusión sobre la Verneinung, donde Jean Hippolyte, cuya

intervención se reproduce en el apéndice de ese volumen, escandió de manera excelente lo que

era para Freud la Verneinung. La secundariedad de la Verneinung es articulada allí de manera

bastante fuerte, para que en adelante sólo se pueda admitir que sobrevendrá de entrada al nivel de

esta primera escisión que llamamos placer y displacer.

Por eso, en esa falta instaurada por la estructura de la burbuja que constituye la estofa del

sujeto, no se trata de ninguna manera de limitarnos al término, ahora en desuso por las

confusiones que implica, de “negatividad”. El significante no podría, aún cuando

propedéuticamente haya sido necesario durante un tiempo machacar su función para los oídos

que me escuchan, el significante (y se podrá subrayar que jamás lo articulé propiamente como

tal) no es únicamente lo que soporta lo que no está ahí. El fort-da en la medida en que se

relaciona con la presencia o con la ausencia materna, no es ahí la articulación exhaustiva de la

entrada en juego del significante, LO QUE NO ESTÁ AHÍ, EL SIGNIFICANTE NO LO

DESIGNA, LO ENGENDRA. LO QUE NO ESTÁ AHÍ, EN EL ORIGEN, ES EL SUJETO

MISMO. En otras palabras, en el origen no hay Dasein, salvo en el objeto a. Es decir bajo una

forma alienada, que queda marcar [sic] hasta su término toda enunciación respecto al Dasein.

¿Acaso necesito recordar aquí mis fórmulas de que no hay sujeto sino por un significante y para

otro significante? Es el algoritmo:

S, en tanto hace las veces del sujeto, sólo funciona para otro significante.

7 Los Escritos acaban de publicarse.

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El Urverdrängung o represión originaria es esto: lo que un significante representa para otro

significante. Eso no engrana nada, eso no constituye absolutamente nada, se acomoda de una

ausencia absoluta de Dasein.

Durante casi dieciséis siglos, por lo menos, los jeroglíficos egipcios permanecieron tan

solitarios como incomprendidos en la arena del desierto. Es claro, y fue siempre claro para todo

el mundo, que esto quería decir que cada uno de los significantes grabados en la piedra mínimo

representaba a un sujeto para los demás significantes; si no hubiera sido así, nunca nadie habría

ni siquiera tomado eso por una escritura. No es en absoluto necesario que una escritura quiera

decir algo para alguien, para cualquiera, para que sea una escritura y para que, como tal,

manifieste que cada signo representa a un sujeto para aquel que lo sigue.

Si llamamos a eso Urverdrängung, eso significa que admitimos que nos parece conforme a la

experiencia pensar lo que sucede, a saber, que un sujeto emerge en el estado de sujeto tachado

como algo que proviene de un lugar en donde está supuestamente inscrito hacia otro lugar en

donde se inscribirá de nuevo.

A saber, exactamente de la misma manera como estructuré en otro tiempo la función de la

metáfora, en tanto es el modelo de lo que sucede en cuanto al retorno de lo reprimido:

Así mismo, es por eso que respecto a ese significante primero, del cual ya veremos cuál es, el

sujeto tachado que ese significante cancela llega a surgir en un lugar en donde hoy vamos a

poder dar una fórmula que aún no ha sido dada: EL SUJETO TACHADO COMO TAL ES

QUIEN [CE QUI] REPRESENTA PARA UN SIGNIFICANTE -ESE SIGNIFICANTE DE

DONDE SURGIÓ- UN SENTIDO.8

Entiendo por “sentido” exactamente lo que les hice entender al comienzo de un año9 bajo la

fórmula Colourless green ideas sleep furiously, lo cual puede traducirse en francés por lo

siguiente, que pinta admirablemente el orden ordinario de sus cogitaciones: ideas verdemente

fuliginosas se adormecen con furor.

8 “El sujeto tachado, es lo que representa, para un significante, ese significante de donde surgió, un sentido” [Dorgeuille]. 9 El 2 de diciembre de 1964, durante el seminario Problemas cruciales para el psicoanálisis, Lacan comentó la frase tomada de Structures syntaxiques de Chomsky, Senil, 1969, p. 10. Cfr. también la crítica de Jakobson.

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Esto, precisamente, a falta de saber que se dirigen todas a ese significante de la falta del

sujeto que deviene un cierto primer significante a partir del momento en que el sujeto articula su

discurso. A saber, aquello de lo cual todos los psicoanalistas se han dado cuenta bien sin

embargo, aún cuando no hayan sabido decir nada que valga, a saber, el objeto a que en ese nivel

cumple precisamente la función que Frege distingue del Sinn bajo el nombre de Bedeutung. Es la

primera Bedeutung10, el objeto a, el primer referente, la primera realidad, la Bedeutung que

permanece porque, en últimas, es todo lo que queda del pensamiento al final de todos los

discursos:

- A saber, lo que el Poeta11 puede escribir, sin saber lo que dice, cuando se dirige a su…

“madre Inteligencia, en quien la dulzura manaba, ¿cuál es esta negligencia que hace callar su

leche?”.

- A saber, una mirada embargada que es la que se transmite en el nacimiento de la clínica.12

- A saber, lo que uno de mis alumnos13, recientemente, en el Congreso de la Universidad

John Hopkins, tomó como tema llamándolo “La voz en el mito literario”.

- A saber, también lo que queda de tantos pensamientos gastados en forma de un fárrago

seudocientífico al que se lo puede igualmente llamar por su nombre, como lo hice desde hace

tiempo respecto a una partida de la literatura analítica, y que se llama mierda. Confesado de

hecho por los autores. Quiero decir que, salvo por una pequeña falla del razonamiento respecto a

la función del objeto a, uno de ellos pudo articular bastante bien que no hay más soporte del

complejo de castración que lo que púdicamente se llama el “objeto anal”.

Este no es, pues, un precisar por pura y simple apreciación sino, antes bien, la necesidad de

una articulación en la que el solo enunciado debe retener (puesto que en últimas no está

formulado por las plumas menos calificadas y porque será también este año nuestro método al

formular la lógica del fantasma), mostrar dónde, en la teoría analítica, viene a trastabillar. En

últimas, no nombré a este autor que muchos conocen. Que se escuche bien que la falta de

razonamiento aún es razonada, es decir, aprisionable [arraisonable: a-razonable], pero no es

obligatorio, y el objeto a en cuestión puede, en tal artículo, mostrarse absolutamente desnudo y

no apreciarse de sí mismo. Es lo que tendremos ocasión de mostrar en ciertos textos que no veo 10 Frege, Gottlob: Über Sinn und Bedeutung, 1892, “Sentido y Denotación” en Écrits logiques et philosophiques, Senil, 1971. 11 Paul Valery, « Poésie » en Charmes, Gallimard, 1929. Exactamente: “de quien la dulzura manaba”. 12 Foucault, Michel, La Naissance de la clinique, PUF, París, 1963. 13 No se pudo encontrar la referencia.

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por qué a manera de trabajos prácticos no distribuiría entre ustedes de manera general si tengo

suficientes a mi disposición, lo cual parece ser el caso. Esto llegará en el momento en que

habremos de atacar cierto registro.

Y, desde ahora, quiero no obstante señalar lo que impide admitir ciertas interpretaciones que

se han dado de mi función de la metáfora (quiero decir, de esas de las que acabo de darles el

ejemplo menos ambiguo) al confundirla con cualquier cosa que haga una especie de relación

proporcional. Cuando escribí que la sustitución, el hecho de injertar un significante sustituido a

otro significante en la cadena significante, era la fuente y el origen de toda significación, lo que

articulé se interpreta correctamente en la forma en que, hoy, con el surgimiento de ese sujeto

tachado como tal, les di la fórmula. Esto exige que nos pongamos en la tarea de darle su estatuto

lógico. Pero para mostrarles enseguida el ejemplo de la urgencia de tal tarea o solamente su

necesidad, observen que la confusión tuvo lugar en esta relación entre cuatro:

(el S’, las dos S y el s minúscula del significado) en esta relación de proporción en que uno

de mis interlocutores, el señor Perelman, el autor de una Teoría de la argumentación14 que

promueve nuevamente una retórica abandonada, articula la metáfora viendo allí la función de la

analogía, y que es en la relación de un significante con otro, en la medida en que un tercero lo

reproduce haciendo surgir un significado ideal, que funda él la función de la metáfora. A esto

respondí en su momento. Únicamente de tal metáfora puede surgir la fórmula que se dio, a saber,

S’ sobre el s minúscula de la significación, dominando en lo alto de un primer registro de

inscripción en que lo Underdrawn, en que lo Unterdrückt, en que el otro registro que sustantifica

lo inconsciente estaría constituido por esa extraña relación de un significante con otro

significante, a lo que se nos agrega que es de ahí de donde el lenguaje adquiriría su lastre:

14 Perelman Chaïm, Traité de l’argumentation, en colaboración con la señora Olbrechts-Tyteca, 2 vols., PUF, París, 1958. La refutación de Lacan puede hallarse en “La metáfora del sujeto” (1960), artículo retomado en el apéndice de los Escritos.

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Esta fórmula llamada “del lenguaje reducido”, pienso que ahora lo sienten, reposa en un error

que es el de inducir, en esa relación de cuatro, la estructura de una proporcionalidad. Mal se ve

también qué puede salir de ahí puesto que, así mismo, la relación “S sobre S” se vuelve,

entonces, más bien difícil de interpretar. Pero en esta referencia a un lenguaje reducido no vemos

otro designio (de hecho confesado) que el de reducir nuestra fórmula de que “el inconsciente está

estructurado como un lenguaje”, la cual, más que nunca, ha de tomarse al pie de la letra.

Y puesto que resulta que hoy no cumpliré los cinco puntos que les anuncié, no por eso dejo

de llegar hasta poder escandir para ustedes lo que constituye aquí la clave de toda la estructura y

lo que hace la empresa que ha resultado así articulada, muy precisamente, al comienzo de la

breve compilación de la que hace poco les hablaba, que concierne al giro de mis relaciones con

mi audiencia, que constituyó el Congreso de Bonneval15 –[con su futilidad16]: es un error

estructurar de esta manera, sobre un pretendido mito del lenguaje reducido, cualquier deducción

de lo inconsciente por la razón siguiente: ESTÁ EN LA NATURALEZA DE TODO Y DE

CUALQUIER SIGNIFICANTE EL NO PODER, EN NINGÚN CASO, SIGNIFICARSE A SÍ

MISMO.

Ya es bastante tarde como para que no les imponga en la prisa la escritura de ese punto

inaugural de toda teoría de conjuntos, que implica que esta teoría sólo puede funcionar a partir de

un axioma llamado de especificación. A saber, que sólo cobra interés hacer funcionar un

conjunto si existe otro conjunto que pueda definirse por la definición de ciertos x en el primero,

como satisfaciendo libremente una cierta proposición; “libremente” quiere decir

independientemente de toda cuantificación, un pequeño número o todo. Comenzaré mi próxima

lección con estas fórmulas: resulta de esto que al plantear un conjunto cualquiera, definiendo allí

la proposición que señalé como la que especifica allí los x, como siendo simplemente que x no es

miembro de sí mismo, lo cual… para lo que nos interesa, a saber, para lo siguiente -que se

impone a partir del momento en que se quiere introducir el mito de un lenguaje reducido-: que

hay un lenguaje que no lo es, es decir, que constituye, por ejemplo, el conjunto de los

significantes. Lo propio del “conjunto de los significantes”, se los mostraré en detalle, comporta

de necesario lo siguiente: si admitimos únicamente que el significante no podría significarse a sí

mismo, comporta necesariamente que hay algo que no pertenece a este conjunto. No es posible

15 Actas del VI Coloquio de Bonneval, 1960, L’inconscient, publicadas en Bibliothèque Neuropsychiatrique de Langue Française, Desclée de Brouwer, París, 1966. 16 Estas tres palabras no fueron dichas por Lacan y pueden ser reemplazadas por puntos suspensivos [S.]

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reducir el lenguaje simplemente por la razón de que el lenguaje no podría constituir un conjunto

cerrado. En otras palabras: QUE NO HAY UNIVERSO DEL DISCURSO.

A quienes les haya costado algo de trabajo escuchar lo que les acabo de formular, les

recordaré únicamente lo siguiente, que ya lo dije en su momento: que las verdades que acabo de

enunciar son sencillamente aquellas que aparecieron de manera confusa en el período ingenuo de

la instauración de la teoría de conjuntos bajo la forma de lo que falsamente se llama la paradoja

de Russel, ya que no se trata de una paradoja, es una imagen. ¿Qué quiere decir el catálogo de

todos los catálogos que no se contienen a sí mismos? O bien se contiene a sí mismo y contradice

su definición, o bien no se contiene a sí mismo y, entonces, falta a su misión. No es de ninguna

manera una paradoja, basta con declarar que hacer un catálogo como ése no se lo puede llevar a

cabo y con razón...

Pero aquello cuyo enunciado les daba hace poco bajo la fórmula de que en el universo del

discurso no hay nada que contenga todo, es algo que, propiamente hablando, nos incita a ser allí

especialmente prudentes respecto al manejo de lo que se llama “todo” y “parte”, y a exigir, en el

origen, que distingamos esto severamente (será el objeto de mi próximo curso): el Uno de la

totalidad, que justamente acabo de refutar al decir al nivel del discurso que no hay universo, lo

cual seguramente deja aún más en suspenso el que podamos suponerlo en cualquier otra parte,

distinguir este Uno del Uno contable en tanto que por su naturaleza se escabulle y desliza por no

poder ser el Uno salvo al repetirse por lo menos una vez y, al cerrarse sobre sí mismo, instaurar

en el origen la falta en cuestión; la falta en cuestión para instituir al sujeto.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo

ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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LECCIÓN 2

23 de noviembre de 1966

Voy a intentar trazar para su uso algunas relaciones esenciales y fundamentales, diría yo, que

han de precisarse en el comienzo de lo que constituye este año nuestro tema. Espero que nadie

objete abstracción por la sencilla razón de que sería un término inapropiado. Como ya verán, no

hay nada más concreto que lo que voy a plantear, aún si ese término no responde a las cualidades

de espesor con que muchos lo connotan.

Se trata de que puedan ustedes sentir una proposición tal como la que hasta aquí solamente

he planteado bajo la apariencia de una especie de aforismo que habría jugado en tal giro de

nuestro discurso el papel de axioma, una proposición tal como ésta: no hay metalenguaje.

Fórmula que da la impresión de ir en sentido propiamente contrario a todo lo que tiene lugar, si

no en la experiencia, por lo menos en los escritos de quienes intentan fundar la función del

lenguaje. Cuando mucho, en muchos casos, acaso muestran en el lenguaje cierta diferenciación

de donde les parece bueno partir, por ejemplo partiendo de un lenguaje objeto para, sobre esta

base, edificar un cierto número de diferenciaciones. El acto mismo de tal operación parece, en

efecto, implicar que para hablar del lenguaje se haga uso de algo que no lo es, o que, en cierta

forma, lo envolvería con otro orden que el que lo hace funcionar.

Creo que la solución de esas aparentes contradicciones que se manifiestan, en últimas, en el

discurso, en lo que se dice, ha de hallarse en una función que me resulta esencial despejar, por lo

menos, por el sesgo por donde voy a intentar inaugurarla hoy, despejarla, y muy especialmente

para nuestro propósito, puesto que la lógica del fantasma, a mi parecer, no podría de ninguna

manera articularse sin la referencia a aquello de lo que se trata. A saber, algo que, para por lo

menos anunciarlo, puntúo con el término de escritura.

Por supuesto, eso no quiere decir, sin embargo, que sea lo que ustedes conocen en las

connotaciones habituales de esa palabra. Pero si lo escogí es justamente porque debe haber

alguna relación con lo que hemos de enunciar.

Un punto justamente con el que habremos de jugar hoy incesantemente es éste: que no es lo

mismo después de que lo hayamos dicho, escribirlo, que escribir que se lo dice. Porque la

segunda operación, esencial para la función de la escritura, precisamente, en el ángulo, en el

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sesgo en que hoy voy a mostrarles su importancia para lo que concierne a nuestras referencias

más ajustadas al tema de este año, ésta, digo, presenta en seguida y desde su abordaje

consecuencias paradójicas. En últimas, ¿por qué no, para despertarlos, volver a partir de lo que,

por un sesgo, ya presenté ante ustedes, sin que se pueda decir, creo yo, que me repito? Hace parte

suficiente de la naturaleza de las cosas que aquí se agitan el hecho de que emerjan en un cierto

ángulo, en cierto sesgo, bajo cierta arista que atraviesa la superficie en la que por el solo hecho

de hablar nos vemos forzados a sostenernos, que aparezcan en cierto momento, antes de que

adquieran verdaderamente su función. He aquí, pues, lo recuerdo, lo que un día escribí en el

tablero y que alguien, en últimas, que aquí está, bien podría hacerme el favor de escribir por mí

para que yo no resulte inmerso al nivel de sus respetadas cabezas.

¡Señora! Coja ese pedacito de tiza, haga un rectángulo, escriba… ¡No! hágalo bien grande,

casi del tamaño del tablero. ¡Así! Escriba: 1, 2, 3, 4, en la primera línea. ¡No! dentro del

cuadro… 1, 2, 3, 4, y escriba luego: el número entero más pequeño que no está escrito en este

tablero, debajo de 1, 2, 3, 4 [Risas1]. No, escriba la frase: “el número entero más pequeño que no

está escrito en este tablero”.

Esto habría podido presentarse de una forma diferente, a saber (en lugar de que me hagan el

favor que acaban de hacerme, y como yo le agradezco a la persona que amablemente escribió

esta frase que ven escrita), que yo habría podido, sin escribirlo, pedirles o hasta si quieren hacer

un personaje pequeño de cuya boca habría salido lo que en caricatura se llama una burbuja: “el

número entero más pequeño que no está escrito en este tablero”, en cuyo caso todos ustedes

habrían estado de acuerdo y yo no los habría contradicho de que es el número cinco. Es claro que

a partir del momento en que esta frase se escribe: “el número entero más pequeño que no está

escrito en este tablero”, el número cinco, estando por ese mismo hecho escrito allí, queda

excluido. No tienen más que buscar si el número entero más pequeño que no está escrito en el

tablero no sería por azar el número seis, y caerían en la misma dificultad, a saber, que a partir del

1 Se puede suponer que la persona escribió en el tablero la cifra 5 [S.].

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momento en que plantean la pregunta, el número seis, a título del número entero más pequeño

que no está escrito en este tablero, estaría allí escrito y así sucesivamente…

Ésta, como muchas paradojas, sólo interesa, por supuesto, para lo que queremos hacer con

ella. Lo que sigue es lo que les mostrará que tal vez no era inútil introducir la función de la

escritura por ese sesgo a través del cual ésta puede presentarles cierto enigma. Propiamente

hablando, se trata de un enigma, digamos, lógico. Y no es ésta una manera menos adecuada que

otra de mostrarles que, en todo caso, hay cierta estrecha relación entre el aparato de la escritura y

lo que puede llamarse la lógica. Esto merece también al comienzo ser recordado en el momento

en que (creo que la mayoría de quienes están aquí tienen de esto una noción suficiente, y también

para quienes no tuvieran ninguna, esto puede servirles como punto de enganche) recordar que,

seguramente, si hay algo que caracteriza los nuevos pasos, seguramente, seguramente nuevos…

(nuevos en el sentido en que están lejos de poder llegar a ser contenidos de ninguna manera, de

llegar a ser absorbidos en el marco de lo que se llamaba la lógica clásica o aún tradicional). Los

desarrollos nuevos, digo, de la lógica, están enteramente ligados a juegos de escritura.

Planteemos entonces una pregunta. Desde cuando hablo de la función del lenguaje, desde que

para articular lo que concierne al sujeto del inconsciente construí (debo decir que fue necesario

que lo hiciera piso por piso y ante una audiencia, ¡de la que lo menos que puede decirse es que al

escucharme se hacía de rogar!), que construí el grafo que está hecho para ordenar precisamente

lo que en la función de la palabra se define por ese campo, ese campo que necesita la estructura

del lenguaje, se trata precisamente de lo que se llama las vías del discurso o también lo que

llamé los desfiladeros del significante. En alguna parte en ese grafo está inscrita la letra A

mayúscula, a la derecha, en la línea inferior. (Si alguien puede borrar esto; yo podría rápidamente

volver a dibujar todo ese grafo para quienes no lo conocen). Esta pequeña A2 que en un sentido

se puede identificar con el lugar del Otro que así mismo es el lugar en que se produce todo lo que

puede llamarse enunciado en el más amplio sentido del término, es decir, que constituye lo que

llamé incidentalmente el tesoro del significante, el cual, en principio, no se limita a las palabras

del diccionario. Cuando, precisamente, correlativamente a la construcción de ese grafo, comencé

a hablar del chiste, tomando las cosas por el sesgo, lo cual tal vez resultó ser lo más sorprendente

y lo más difícil para mis oyentes de entonces, pero que era precisamente indispensable para

evitar toda confusión: el trazo nonsensical (no “insensato” sino cercano al juego que el inglés

2 Sic. [S.] [Ce petit A].

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define bastante bien, hace resonar el término nonsense) que hay en el chiste; de éste, en últimas,

para hacer escuchar la dimensión en cuestión que se trataba de despejar allí, mostré entonces su

similitud, por lo menos, al nivel de la recepción de la vibración timpánica, su similitud con lo

que fue para nosotros en un tiempo de adversidades el “mensaje personal”3. La vez pasada hice

una alusión al mensaje personal, es decir, a todo enunciado, en la medida en que se divide “non-

sensicalmente”, cuando recordé el célebre: Colourless green ideas…, etcétera. Entonces, el

conjunto de los enunciados, no digo de las proposiciones, hace igualmente parte de este universo

del discurso que está situado en A mayúscula.

El asunto que se plantea y que, propiamente hablando, es un asunto de estructura, aquel que

le da su sentido a lo que yo digo, que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, lo cual

es un pleonasmo en mi enunciación puesto que identifico estructura con ese “como un lenguaje”

en la estructura, precisamente, que voy a intentar hoy hacer funcionar ante ustedes:

¿Qué pasa con este universo del discurso en tanto implica ese juego del significante? En la

medida en que define esas dos dimensiones de la metáfora, por cuanto la cadena puede siempre

empalmarse4 con otra cadena por vía de la operación de sustitución en la medida en que, por otra

parte, significa por esencia ese deslizamiento que depende de que ningún significante pertenece

como tal a ninguna significación. Habiendo recordado esta condición movediza del universo del

discurso que permite que esta mar5 de variaciones de lo que constituye las significaciones, este

orden esencialmente movedizo y transitorio en el que, como lo dije en su momento, nada se

detiene6 más que a partir de la función de lo que llamé, en una forma metafórica, puntos de

basta. Se trata hoy de interrogar eso, ese universo del discurso, a partir de ese único axioma, y se

trata de saber qué puede especificar este axioma en este universo del discurso. Axioma que es el

que adelanté la última vez: que el significante, ese significante que hasta aquí hemos definido por

su función de representar a un sujeto para otro significante, ¿qué representa ese significante ante

él mismo por su repetición de unidad significante? Esto está definido por el axioma de que

ningún significante -así sea, y muy precisamente cuando es reducido a su forma mínima, aquel

que llamamos la letra- podría significarse a sí mismo.

3 Alusión a las emisiones de la BBC durante la Segunda Guerra Mundial. 4 Aquí Lacan deletrea luego la palabra a la que se refiere: e, n, t, e, r [injertar, acoplar]; ¿es para diferenciarla de su homónima hanter [frecuentar, atormentar, aparecerse]? [T.] 5 De nuevo Lacan deletrea la palabra: m, e, r [mar]; ¿es para diferenciarla de mère [madre]? [T.] 6 S'assure: se asegura, se fija, se cerciora [T.]

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¡No me planteen la objeción de que la costumbre matemática dice precisamente que cuando

en alguna parte, y no solamente, ustedes lo saben, en un ejercicio de álgebra, cuando en alguna

parte hemos planteado una letra A mayúscula, la retomamos luego como si fuera, en la segunda

ocasión en que hacemos uso de ella, siempre la misma! No será hoy cuando les haga un curso de

matemáticas. Sepan, sencillamente, que ninguna7 enunciación correcta de un uso cualquiera de

las letras, así sea precisamente, por ejemplo, en el uso de una cadena de Markov, que es el que

tenemos más cerca de nosotros hoy, requerirá que se enseñe (y esto es lo que el mismo Markov

hacía) la etapa, en cierta forma propedéutica, requerirá que se haga ver bien que hay sin salida,

que hay algo arbitrario, absolutamente injustificable en este uso por segunda vez de la A

mayúscula, de hecho enteramente aparente, para representar la primera A mayúscula como si

siempre fuera lo mismo. Es una dificultad que está en el principio del uso matemático de esta

pretendida identidad. Hoy no tenemos que vérnoslas expresamente con ésta puesto que no se

trata de matemáticas. Quiero sencillamente recordarles que el fundamento de que el significante

no está autorizado para significarse a sí mismo lo admiten los mismos que, para el caso, pueden

hacer de éste un uso contradictorio con ese principio, por lo menos, en apariencia. Sería fácil ver

por intermedio de qué resulta esto posible pero no tengo tiempo para extraviarme por ahí.

Quiero, sencillamente, y sin cansarlos ya más, proseguir mi intención, que es entonces la

siguiente: ¿CUÁL ES LA CONSECUENCIA EN ESTE UNIVERSO DEL DISCURSO, DE

ESE PRINCIPIO SEGÚN EL CUAL EL SIGNIFICANTE NO SABRÍA SIGNIFICARSE A SÍ

MISMO?

¿Qué especifica este axioma en este universo del discurso en tanto está constituido en últimas

por todo lo que puede decirse? ¿Cuál es el tipo de especificación? Y, ¿hace parte del universo del

discurso esta especificación que este axioma determina? Si no hace parte de éste, representa para

nosotros seguramente un problema. Lo que especifica, repito, el enunciado axiomático de que el

significante no sabría significarse a sí mismo, tendría como consecuencia especificar algo que

como tal ¡no estaría en el universo del discurso! Cuando precisamente acabamos de admitir en su

seno decir que engloba todo lo que puede decirse. ¿Nos hallaríamos ante un deducido que

significaría lo siguiente: que lo que de esta manera no puede hacer parte del universo del

discurso, no podría decirse de manera alguna? Y, por supuesto, es claro que ya que hablamos al

respecto de esto que les traigo, evidentemente no es para decirles que se trata de lo inefable,

7 Se habría esperado que fuera “toda”.

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temática sobre la que se sabe que por pura coherencia y sin por eso pertenecer a la escuela del

señor Wittgenstein8, yo considero como: que es vano hablar.

Antes de llegar a tal fórmula, de la cual ven bien que no les ahorro ni el relieve ni la sinsalida

que constituye, puesto que, en todo caso, habremos de volver allí (en verdad hago todo lo que

puedo para que las vías les queden abiertas en aquello que intento que me sigan), tengamos el

cuidado, primero, de poner a prueba lo siguiente: que… lo que especifica el axioma de que “el

significante no podría significarse a sí mismo” sigue siendo parte del universo del discurso.

¿Qué plantearemos entonces? Lo que está en cuestión: lo que especifica la relación que

enuncié bajo la forma de que “el significante no podría significarse a sí mismo”. Tomemos

arbitrariamente el uso de un pequeño signo que sirve en esta lógica que se funda en la escritura,

ese w en el que reconocerán ustedes la forma (tal vez esos juegos no sean puramente

accidentales), de mi punzón al que, en cierta forma, se le habría volteado el sombrero, que se

habría abierto como una cajita, y que sirve, ese w, para designar la exclusión en la lógica de los

conjuntos. En otras palabras, lo que designa el “o” latino que se expresa con un aut: el uno o el

otro. El significante en su representación repetida sólo funciona como funcionando la primera

vez o funcionando la segunda, entre el uno y el otro hay una hiancia radical, esto es lo que quiere

decir que el significante no podría significarse a sí mismo.

S w S

Suponemos, lo hemos dicho, que lo que determina este axioma como especificación en el

universo del discurso, y que vamos a designar con un significante B, un significante esencial,

notarán ustedes que lo podemos tomar por el hecho de que el axioma precisa que en una cierta

relación y desde una cierta relación no podría engendrar significación alguna. B es muy

precisamente ese significante que nada impide que se lo defina como el que marca, si puedo

decirlo, esta esterilidad, siendo el significante en sí mismo justamente caracterizado por el hecho

de que no hay nada obligatorio, que está lejos de engendrar alguna significación de primera

mano. Esto es lo que me da el derecho de simbolizar con el significante B ese rasgo de que la

relación del significante consigo mismo no engendra significación alguna.

Pero, para empezar, partamos de lo siguiente que, en últimas, parece imponerse bien, y es

que algo que estoy enunciándoles hace parte del universo del discurso. Veamos qué resulta de

8 Wittgenstein Ludwig, cfr. el final del Tractatus logico-philosophicus, 1921, Traducción de P. Klossowski, Gallimard, París, 1961.

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ahí. Por eso es que me sirvo momentáneamente (porque, en últimas, no me parece inapropiado),

de mi pequeño punzón para decir que B hace parte de A, que mantiene con él relaciones cuya

riqueza ciertamente tendré que poner en juego a todo lo largo de este año, y cuya complejidad les

indiqué la última vez, cuando descompuse ese pequeño signo de todas las maneras binarias como

puede hacérselo.

B ◊ A

Se trata entonces de saber si no hay alguna contradicción que resulte de ahí, a saber, si por el

hecho mismo de que hayamos escrito que el significante no podría significarse a sí mismo,

podremos escribir, no que ese B se significa a sí mismo sino que, al hacer parte del universo del

discurso, puede ser considerado como algo que, en el modo que caracteriza lo que hemos

llamado una especificación, puede escribirse B hace parte de sí mismo.

Queda claro que la pregunta se plantea: ¿B hace parte de él mismo? En otras palabras, lo que

arraiga la noción de especificación, a saber, lo que hemos aprendido a distinguir en diversas

variedades lógicas, quiero decir, que espero que haya aquí muchos que sepan que el

funcionamiento del conjunto no puede sobreponerse estrictamente al de la clase. Pero que,

igualmente, en el origen, todo esto debe arraigarse en ese principio de una especificación. Aquí

nos hallamos ante algo cuya similitud debe así mismo resonarles suficientemente en sus oídos

con lo que la última vez recordé, a saber, la paradoja de Russel. Porque en lo que enuncio, que

aquí, en los términos que nos interesan, la función de los conjuntos… (en la medida en que ésta

hace algo que yo no he hecho aún, puesto que no estoy aquí para introducirla sino para

mantenerlos en un campo que lógicamente está más acá), le introducía algo que, con ocasión de

este asunto, tenemos que intentar captar, a saber, lo que funda la puesta en juego del aparato

llamado teoría de conjuntos que hoy se presenta como absolutamente original, seguramente, para

todo enunciado, y para el cual la lógica no es más que lo que el simbolismo matemático puede

captar; esta función de los conjuntos será también el principio, y esto es lo que yo interrogo, de

todo fundamento de la lógica.

Si hay una lógica del fantasma, es justamente que es más principial respecto a toda lógica

que se vierta en los desfiladeros formalizadores en los que se ha revelado, ya lo dije, en la época

moderna, tan fecunda.

Intentemos, pues, ver qué quiere decir la paradoja de Russel cuando cubre algo que no está

lejos de lo que está ahí en el tablero. Promueve, sencillamente, como envolviendo enteramente,

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ese hecho de un tipo de significante al cual toma además por una clase. ¡Extraño error…! Decir,

por ejemplo, que la palabra “obsoleta” representa una clase donde estaría comprendida ella

misma so pretexto de que la palabra “obsoleta” es obsoleta, es seguramente un pequeño truco de

manos que estrictamente no tiene otro interés que el de fundar como clase los significantes que

no se significan a sí mismos9. Cuando precisamente planteamos como axioma, aquí, que en

ningún caso el significante podría significarse a sí mismo y que hay que partir de ahí, es desde

ahí que hay que arreglárselas, así sea únicamente para darse cuenta de que hay que explicar de

otra manera la palabra “obsoleta” para que se la califique de obsoleta. Es absolutamente

indispensable hacer entrar allí lo que introduce la división del sujeto.

Pero dejemos “obsoleta” y partamos de la oposición que lleva a un Russel a marcar algo que

sería contradicción en la fórmula que se enunciaría así:

(B ◊ A / S w S)

de un subconjunto B cuyo estatuto sería imposible garantizar, a partir de lo siguiente: que

estaría especificado en otro conjunto A, por una característica tal que un elemento de A no se

contendría a sí mismo.

¿Hay algún subconjunto definido por esta proposición de la existencia de los elementos que

no se contienen a sí mismos?

Seguramente es fácil, en esta condición, mostrar la contradicción que existe en esto, puesto

que nos basta con tomar un elemento y que haría parte de B, como elemento de B, (y ∈ B), para

darnos cuenta de las consecuencias que se desprenden a partir del momento en que hacemos al

mismo tiempo, como tal que haga parte como elemento de A y que no sea elemento de sí mismo.

La contradicción se evidencia al poner B en lugar de y:

y al ver que la fórmula funciona por el hecho de que cada vez que hacemos que B sea

elemento de B, resulta, en razón de la solidaridad de la fórmula, que puesto que B hace parte de

A, no debe hacer parte de sí mismo. Si, por otra parte (habiendo puesto a B sustituido en el lugar

de esta y), si por otra parte, no hace parte de él mismo, satisfaciendo de esta manera el paréntesis

9 ¿Lapsus? Se esperaría que dijera “los significantes que se significan por sí mismos”.

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de derecha de la fórmula, hace entonces parte de sí mismo siendo uno de esos y que son

elementos de B.

Tal es la contradicción ante la cual nos pone la paradoja de Russel. Se trata de saber si en

nuestro registro podemos detenernos allí, corriendo el riesgo, de pasada, de darnos cuenta de lo

que significa la contradicción subrayada en la teoría de conjuntos, lo cual nos permitirá tal vez

decir de qué manera se especifica la teoría de conjuntos en la lógica, a saber, qué paso constituye

respecto a la que intentamos aquí instituir, más radical.

La contradicción de la que se trata en este nivel en donde se articula la paradoja de Russel

radica, precisamente, como nos lo ofrece el solo uso de las palabras, en lo siguiente: que yo lo

digo.

Porque si no lo digo, nada le impide a esta fórmula, más precisamente a la segunda, el

mantenerse como tal, escrita, y nada dice que su uso se detendrá ahí. Lo que aquí digo no es de

ninguna manera juego de palabras porque la teoría de conjuntos en cuanto tal no tiene más

soporte que lo que yo escribo10 como tal, que todo lo que pueda decirse sobre una diferencia

entre los elementos queda excluido del juego.

Escribir, manipular el juego literal que constituye la teoría de conjuntos consiste en escribir

como tal lo que aquí digo, a saber, que el primer conjunto puede estar formado al mismo tiempo

por la simpática persona que está hoy mecanografiando por primera vez mi discurso, por el vaho

que hay en este vidrio y por una idea que me pasa en este instante por la cabeza, que esto

constituye un conjunto por lo siguiente: que yo digo expresamente que no existe más diferencia

que la que está constituida por el hecho de que yo puedo aplicar sobre esos tres objetos que

acabo de nombrar, y que ven ustedes que son bastante heteróclitos, un trazo unario sobre cada

uno y nada más.

Ahí está, pues, lo que hace que, puesto que no nos hallamos al nivel de tal especificación,

puesto que lo que pongo en juego es el universo del discurso, mi pregunta no se encuentra con la

paradoja de Russel, a saber, que de ahí no se deduce ninguna sin salida, ninguna imposibilidad,

por lo siguiente: que B del que no sé, pero del que he empezado a suponer que pueda hacer parte

del universo del discurso, seguramente (aún cuando está hecho de la especificación de que el

significante no podría significarse a sí mismo), puede tener tal vez consigo mismo esa especie de

relación que escapa a la paradoja de Russel, a saber, demostrarnos algo que sería tal vez su

10 “que el que yo escriba” [Sizaret].

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propia dimensión y a propósito de lo cual veremos en qué estatuto hace o no parte del universo

del discurso.

En efecto, si me he tomado el cuidado de recordarles la existencia de la paradoja de Russel es

probablemente porque voy a poder hacer uso de ésta para que puedan palpar algo. Voy a

hacérselos palpar, primero, de la manera más simple y, luego, de una manera un tanto más

enriquecida. Voy a hacérselos palpar de la manera más simple porque desde hace un tiempo

estoy listo para todas las concesiones [risas]. ¿Lo que se quiere es que yo diga cosas simples?

Pues, bien, diré cosas simples. Ya están ustedes bastante formados gracias a mis cuidados para

saber que comprender no es una vía tan directa. Tal vez, aún si lo que yo les digo parece simple,

conserven ustedes, sin embargo, alguna desconfianza…

Un catálogo de catálogos. He ahí, en un primer abordaje, por qué se trata en efecto de

significante. ¿Por qué habríamos de sorprendernos de que no se contenga a sí mismo? Por

supuesto, puesto que esto es lo que parece que se nos exige al comienzo. No obstante, nada

impediría que el catálogo de todos los catálogos que no se contienen a sí mismos no se imprima

él mismo, ¡en su interior!; en verdad, nada lo impediría, ¡ni siquiera la contradicción que

deduciría de ahí Lord Russel!

Pero consideremos justamente esta posibilidad de que, para no contradecirse, no se inscriba

en sí mismo.

Tomemos el primer catálogo. Sólo hay cuatro catálogos, hasta ahí, que no se contienen a sí

mismos:

A B C D Supongamos que aparezca otro catálogo que no se contenga él mismo; lo agregamos: E.

¿Por qué sería inconcebible pensar que hay un primer catálogo que contiene A, B, C, D, un

segundo catálogo que contiene B, C, D, E, y no sorprendernos de que a cada cual le falte esta

letra que es justamente la que lo designaría a él mismo?

Pero a partir del momento en que engendran ustedes esta sucesión, bastará luego con que la

incluyan en el perímetro de un disco para darse cuenta de que no es porque a cada catálogo le

faltará uno, y hasta más, que el círculo de esos catálogos no hará algo que es precisamente lo que

responde al “catálogo de todos los catálogos que no se contienen a sí mismos”. Sencillamente, lo

que constituirá esta cadena tendrá la propiedad de ser un significante de más que se constituye

por el cierre de la cadena, un significante incontable y que, justamente, por ese hecho, podrá ser

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designado por un significante. Puesto que, al no estar en ninguna parte, no hay ningún

inconveniente para que un significante surja que lo designe como el significante de más, aquel

que no se capta en la cadena.

Tomo otro ejemplo. Los catálogos no están hechos, en principio, para catalogar catálogos.

Catalogan objetos que están ahí, a título de algo (donde la palabra “título” conserva toda su

importancia. Sería fácil adentrarse en esta vía para volver a abrir la dialéctica del catálogo de

todos los catálogos. Pero voy a tomar un camino más vivo puesto que se requiere que yo les deje

algunos ejercicios para su propia imaginación. El libro. Entramos con el libro aparentemente en

el universo del discurso. Sin embargo, en la medida en que el libro tiene ciertas referencias en las

que también él puede ser un libro que ha de cubrir cierta superficie, un registro de algunos

títulos, el libro comprenderá una bibliografía. Esto quiere decir algo que se presenta propiamente

para darnos una imagen de lo siguiente: de lo que resulta en la medida en que los catálogos viven

o no viven en el universo del discurso. Si yo hago el catálogo de todos los libros que contienen

una bibliografía, ¡naturalmente yo no estoy haciendo el catálogo de las bibliografías! No

obstante, al catalogar esos libros, en la medida en que en las bibliografías se remiten las unas a

las otras, puedo recubrir bastante bien el conjunto de todas las bibliografías.

Es justamente ahí que puede situarse el fantasma que, propiamente hablando, es el fantasma

poético por excelencia, el que obsesionaba a Mallarmé, el del Libro absoluto. A ese nivel es que,

al anudarse las cosas al nivel del uso, no de los puros significantes sino de los significantes

purificados, en la medida en que yo digo y que yo escribo que yo digo, que el significante está

aquí articulado como diferente de todo significado, veo entonces esbozarse la posibilidad de ese

Libro absoluto, cuya particularidad sería la de englobar toda la cadena significante

particularmente por lo siguiente: porque no puede ya significar nada.

En esto hay, pues, algo que resulta como fundado en la existencia a nivel del universo del

discurso, pero esta existencia vamos a suspenderla de la lógica propia que puede constituir la del

fantasma puesto que, así mismo, es la única que puede decirnos de qué manera esta región cuelga

del universo del discurso. Seguramente, no quita que entre allí, pero por otra parte, es muy cierto

que se especifica allí no por esta purificación de la que hablé hace poco, puesto que la

purificación no es posible por lo que es esencial al universo del discurso, a saber, la

significación. Y podría hablarles todavía cuatro horas más de ese Libro absoluto y seguiría

siendo cierto que todo lo que digo tiene un sentido.

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Lo que caracteriza la estructura de esa B (en la medida en que no sabemos dónde situarla en

el universo del discurso, adentro o afuera), es muy precisamente ese rasgo que hace poco les

anuncié al hacerles el círculo, únicamente con ese A B C D E en la medida en que,

sencillamente, al cerrar la cadena resulta que cada grupo de cuatro puede, fácilmente, dejar por

fuera de sí el significante extranjero que puede servir para designar al grupo, por la sencilla razón

de que no está allí representado y que, sin embargo, la cadena total resultará constituir el

conjunto de todos esos significantes, haciendo surgir esta unidad de más, incontable como tal,

que es esencial para toda una serie de estructuras que son, precisamente, aquellas sobre las cuales

fundé desde el año 1960 toda mi operatoria de la identificación. Es decir, lo que encontrarán

ustedes, por ejemplo, en la estructura del toro: siendo muy evidente que al dar en el toro un cierto

número de vueltas, al hacer operar una serie de giros completos en un corte, y haciendo la

cantidad que quieran (por supuesto, entre más haya más satisfactorio será pero más oscuro

también), basta con hacer dos para que, al mismo tiempo, se les aparezca ese tercero que es

necesario para que esos dos se cierren y, si puedo decirlo, para que la línea se muerda la cola.

Esa tercera vuelta, garantizada por el cierre en torno al hueco central, será aquella por la que

resultará imposible no pasar para que los dos primeros bucles se traslapen.

Si no hago hoy el dibujo en el tablero es porque, en verdad, al decirlo digo lo suficiente para

que me entiendan, y también bastante poco como para que les muestre que hay por lo menos dos

caminos, en el origen, por los cuales puede efectuarse esto, y que el resultado no es para nada el

mismo en cuanto al surgimiento de este Uno de más del que les estoy hablando.

Esta indicación sencillamente sugerente no contiene nada que agote la riqueza que nos ofrece

el mínimo estudio topológico.

Hoy se trata de indicar únicamente que lo específico de ese mundo11 de la escritura es

justamente el distinguirse del discurso por el hecho de que puede cerrarse, y al cerrarse sobre sí

mismo, justamente de ahí surgirá esa posibilidad de un “uno” que tiene un estatuto muy diferente

a aquel del Uno que unifica y engloba. Pero este uno, que ya por el simple cierre (sin que sea

necesario entrar en el estatuto de la repetición que, sin embargo, le está estrechamente

vinculado), sólo por su cierre hace surgir lo que tiene estatuto de Uno de más en la medida en

que sólo se sostiene de la escritura, y que, sin embargo, está abierto, en su posibilidad, al

universo del discurso; puesto que basta, como ya lo hice notar, con que yo ESCRIBA (pero es

11 O “modo” que se esperaría más. [S.].

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necesario que esta escritura tenga lugar), lo que DIGO de la exclusión de este uno, basta esto

para engendrar este otro plano que es aquel donde se desarrolla, propiamente hablando, toda la

función de la lógica. La cosa nos queda indicada suficientemente por la estimulación que recibió

la lógica al someterse al solo juego de la escritura, salvo porque le falta siempre recordar que

esto sólo reposa en la función de una FALTA [manque] en lo escrito mismo y que constituye el

estatuto como tal de la función de la escritura.

Hoy les digo cosas simples y es posible que esto mismo haga que este discurso les parezca

decepcionante. Sin embargo, se equivocarían si no ven que esto se inserta en un registro de

preguntas que le dan, a partir de entonces, a la función de la escritura, algo que no podría menos

que repercutir hasta lo más profundo de toda concepción posible de la estructura, porque si la

escritura de la que hablo sólo se soporta en el retorno, sobre sí mismo cerrado, de un corte (tal

como lo ilustré con la función del toro), henos aquí llevados a lo que los estudios precisamente

más fundamentales vinculados con el progreso de la analítica matemática, nos han llevado, valga

decir, hasta a aislar su función de borde.

Ahora bien, a partir del momento en que hablamos de borde, no hay nada que pueda

hacernos sustantificar esta función, en la medida en que aquí deducirán ustedes indebidamente

que esta función de la escritura consiste en limitar eso movedizo de lo que les hablé hace poco

como lo movedizo de nuestros pensamientos o del universo del discurso. ¡Muy lejos de ahí! Si

hay algo que se estructure como borde, lo que él mismo limita está en la posibilidad de entrar, a

su vez, en la función bordeante. Y es justamente con eso con lo que hemos de vérnoslas.

O bien, entonces, y ésta es la otra cara sobre la cual entiendo terminar, se trata de recordar lo

que desde siempre se conoce de esta función del trazo unario.

Terminaré evocando el versículo veintiséis de un libro al que ya me he referido en un tiempo,

para comenzar a hacer escuchar lo que concierne a la función del significante. El libro de

Daniel12 (y respecto a una historia de pantalón de zuavo que allí se designa con una palabra que

12 Daniel, V-25. Esta parte del texto del libro de Daniel desde el capítulo 2-4 hasta el final del capítulo 8 está redactada en arameo, el resto está en hebreo. “Bajo estas misteriosas palabras están los nombres de tres pesos o monedas orientales, una mina, un teqel, una media mina (parás). Y los términos se prestarían a la serie de juegos de palabras de los versículos 26-28 ya que mené sugiere el verbo maná (medir), teqel el verbo iaqal (pesar), y parás, a la vez, el verbo parás (dividir) y el nombre de los persas. Sobre el sentido del párrafo no hay unanimidad: alusión al valor decreciente de los tres imperios que se suceden (babilonios, “medos” y persas) o de los tres reyes: Nabucodonosor, Evil Merodak y Baltasar (o también Nabucodonosor, Baltasar y los reyes de los “medos” y “persas”), o es un adagio antiguo cuyo sentido se nos escapa”. Tomado de La Biblia de Jerusalén, página 1284.

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sigue siendo lo que se llama un hapax y que es imposible de traducir, a menos que se trate de los

chanclos que llevaban los personajes en cuestión).

En el libro de Daniel encuentran ustedes ya la teoría, que es la que les expongo, del sujeto, y

precisamente surgiendo en el límite de este universo del discurso. Es la famosa historia del festín

dramático, del cual de hecho ya no volvemos a hallar la mínima huella en los anales ¡pero poco

importa!

Mené, mené, pues es así como se expresa el versículo 26, Mené, Mené, Teqel, Parsín, lo cual

a menudo se transcribe con el famoso Mené, Teqel, Parás. No me parece vano que nos demos

cuenta de que Mené, Mené, que quiere decir “contado”13, tal como lo subraya Daniel al

interpretarlo para el turbado príncipe, se expresa dos veces como para mostrar la repetición más

simple de lo que constituye el conteo. Basta con contar hasta dos para que todo lo que concierne

a este Uno de más (que es la verdadera raíz de la función de la repetición en Freud), se ejerza y

quede marcada por esto, salvo porque contrariamente a lo que se encuentra en la teoría de

conjuntos, no se lo DICE.

No se dice esto: que lo que la repetición busca es repetir. Es, precisamente, lo que escapa por

el hecho de la función misma de la marca, en la medida en que la marca es original en la función

de la repetición. Es por eso que la repetición se ejerce por esto, porque se repite la marca, pero

que para que la marca provoque la repetición buscada es necesario que, sobre lo que se buscaba

de lo que la marca marca la primera vez, esta marca misma se borre en el nivel de lo que ella

marcó; y que ahí se explica por qué lo que en la repetición es buscado, por su naturaleza, se

escabulle, deja perderse el hecho de que la marca no podría duplicarse sino borrándose sobre lo

que ha de repetirse, la marca primera, es decir, al dejarla escapar fuera de alcance.

Mené, Mené… En lo que es vuelto a hallar, algo está falto de peso: Teqel. El profeta Daniel

lo interpreta, lo interpreta al decirle al príncipe que, en efecto, él fue pesado pero que algo falta

allí, lo cual se dice Parsín. Esa falta radical, esa falta primera que se desprende de la función

misma de lo contado en cuanto tal, este uno-de-más que no se puede contar, es lo que constituye

propiamente esa falta-ahí a la que hemos de darle su función lógica para que ésta garantice

aquello de lo que se trata en el Parás terminal, aquel que precisamente hace estallar lo que

13 V-26: “Mené: Dios ha medido tu reino y le ha puesto fin.” Así pues, es “contado” en el sentido de “tener los días contados” Ibid. [T.].

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concierne al universo del discurso, de la burbuja, del imperio en cuestión, de la suficiencia de lo

que se cierra en la imagen del Todo imaginario.

He ahí exactamente por qué vía tiene lugar el efecto de la entrada de lo que estructura el

discurso en el punto más radical que es, seguramente, como lo he dicho siempre y lo he

acentuado hasta llegar a emplear allí las más vulgares imágenes, la letra en cuestión, pero la letra

en tanto que está excluida, en tanto que falta.

Está bien que, igualmente (puesto que hoy vuelvo a irrumpir en esta tradición judía sobre la

cual, a decir verdad, había preparado tantas cosas y hasta llegué a engancharme en un pequeño

ejercicio de aprendizaje de lectura masorética, trabajo éste con el que quedé, en cierta forma,

envainado por el hecho de que no pude desarrollarles la temática que tenía la intención de

desarrollar en torno al Nombre del Padre), que también de todo esto quede algo y,

particularmente, que a nivel de la historia de la Creación, Berechit Bara Elohim comienza el

Libro, es decir, con una beta. Y se dice que esta misma letra que hemos empleado hoy, la A, en

otras palabras a, el aleph, no estaba, en el origen, entre aquellas de donde surgió toda la

Creación.

Esto nos indica, pero en una manera, en cierta forma, replegada sobre sí misma, que es en la

medida en que una de esas letras está ausente que las demás funcionan, pero que sin duda es en

su falta misma donde reside toda la fecundidad de la operación.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo

ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

LECCIÓN 3

30 de noviembre de 1966

Hoy van a escuchar un trabajo, un informe de Jacques-Alain Miller. Esto –que les advertí

la última vez, tal vez un tanto tarde puesto que parte de la asamblea ya se había dispersado

cuando lo anuncié– señala que deseo que siga teniendo fundamento ese curioso nombre de

seminario que le fue dado a mi enseñanza desde Sainte-Anne, en donde, como saben, tuvo lugar

durante diez años.

Al principio hablé únicamente de los dos años precedentes aquí. Ustedes saben, con gran

desagrado para algunos, que quise que ese seminario tuviese lugar de manera efectiva, creyendo

que esta efectividad debía estar relacionada con cierta reducción de esta audiencia tan numerosa

y tan simpática que me ofrecen ustedes con su asiduidad y su atención. Y, por Dios, tanta

asiduidad, tanta atención merecen consideraciones, las cuales hicieron que la reducción de la

audiencia necesitase de una elección bastante difícil, de tal manera que al final su número, si

acaso llegó a reducirse un poco no fue tanto como para que, desde el punto de vista de la

cantidad –que juega un papel tan importante en la comunicación–, las cosas hubiesen cambiado

de escala, propiamente hablando. No fue el caso. Y esto me hizo dejar pendiente este año la

solución de ese difícil problema, es decir, que hasta nueva orden y sin adentrarme más en esto,

no cierro de ninguna manera esos miércoles, ya sean terminales, semiterminales o demás.

Desearía solamente que se mantuviera el nombre de seminario y de una manera más

marcada de lo que fue al final en Sainte-Anne, donde, por supuesto, aún en los últimos años hubo

reuniones donde yo delegaba la palabra en tal o cual de quienes me seguían entonces. No

obstante, queda algo que tiende esta apelación de seminario entre el uso propio de una categoría,

-un lugar donde algo ha de intercambiarse, donde la transmisión, la diseminación de una doctrina

ha de manifestarse como tal, es decir, en vías de ser comunicado-, queda una ambigüedad entre

este uso propio de la categoría y no sé qué otro uso, no propiamente hablando del nombre

“propio” (porque toda la discusión del nombre propio podría adelantarse al respecto), digamos de

una nominación por excelencia, nominación que llegaría a ser una nominación por ironía.

Entonces, creo que para señalar claramente que ese no es el estado de cosas en que entiendo

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Lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

estabilizarse el uso de esta apelación, verán periódicamente intervenir un cierto número de es…

[d'es…] personas que manifestarán allí… que se manifestarán dispuestos a ello.

Jacques-Alain Miller tiene, seguramente, para inaugurar la serie, su mérito, puesto que les

entregó este índice en mi libro (índice razonado de conceptos) que, según todo lo que oigo, fue

muy bien recibido por muchos que hallan gran ventaja en ese hilo de Ariadna que les permite

pasearse a través de esta sucesión, en efecto, de artículos en donde tal noción, en donde tal

concepto (así como se emplea el término con toda la razón) se vuelve a hallar a diversos niveles.

Pequeño detalle que señalo para responder a una pregunta que me fue planteada por alguien: que

en este índice las cifras en itálica señalan los pasajes esenciales y que las cifras rectas o

“romanas”, como se dice, señalan pasajes en donde la noción o el concepto se usa de una manera

más “de pasada” (ocurre que, en la página que se les designa de esta manera, lo referido esté

simplemente como una indicación en una línea en la página). Ello dice del cuidado con el que

fue construido este aparatito tan utilizable.

Bueno, a propósito, me anuncian que el libro está, como se dice en ese franglés que, en lo

que me concierne, no repudio, out of print, lo cual quiere decir “agotado”. Me parece que “out of

print” es más amable; “agotado”… [risas] se pregunta uno qué le pasó. Espero que este out of

print no dure demasiado. Esto es lo que se llama un éxito ¿ah?, pero un éxito de venta, no

prejuzguemos sobre el otro éxito. Todo está por esperarse y, en últimas, esto es lo que deja

abierta su pregunta puesto que han podido notar que se trata de un libro que no me di mucha

prisa en poner en circulación.

Entonces, si tanto me demoré en hacerlo, puede plantearse la pregunta de por qué ahora.

¿Qué espero de eso? Queda muy claro que la respuesta que les sirva no era menos válida hace un

año o dos o aún antes. La pregunta no es, pues, sencilla. Tiene que ver con todo lo que concierne

a mis relaciones con algo que cumple ahí la función de base, a saber, el psicoanálisis en su forma

encarnada -diríamos rápido-, o aún sujetada, en otras palabras, con los psicoanalistas mismos.

Cierto es que hubo allí muchos elementos que me parecieron motivar que lo que yo intentaba

construir estaba quedando en un campo reservado que, en cierta forma, permitió la selección que

se hizo de quienes tenían a bien decidirse a reconocer las consecuencias que tenía el estudio de

Freud sobre su práctica.

Finalmente las cosas nunca pasan de la manera como uno las calcula, en esos difíciles

temas en que la resistencia no está localizada propiamente hablando en lo que hay que designar

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en el estrecho sentido de ese término en la praxis analítica, pero en donde tiene otra forma en que

el contexto social no deja de tener alcance. Esto es lo que hace que me resulte tan delicado

explicarme ante una tan vasta audiencia.

Por eso es que todo lo que se refiere a lo que yo llamaría las relaciones exteriores de mi

enseñanza (porque no contemplo de otra manera todo lo que se manifiesta en términos de

algarabía y de barullo en torno a un cierto número de mis términos, a los cuales no me veo de

buena gana asociado y entre los cuales el de estructuralismo, que actualmente goza de una cierta

fama, no es el que menos me inspira esta desconfianza), sin embargo, también ahí no es (salvo

que me vea forzado por cierta incidencia de lo que llamaba yo hace poco el éxito del libro), en

eso no me encuentro dispuesto en absoluto a perder tiempo aquí, quitándole ese tiempo medido

en que ven ustedes, en que debe ustedes sentir más o menos, por su experiencia en estos últimos

años, que no tengo tiempo para perder si quiero enunciar ante ustedes las cosas a nivel de la

construcción que me han visto inaugurar en su estilo por mi último seminario y los puntos donde

he supuesto establecer la articulación de esta lógica que he de desarrollar ante ustedes este año.

Entonces, y como sin embargo este libro existe, lo cual conlleva los primeros movimientos

que vendrán seguidos de otros y que, en últimas, los dos o tres puntos que acabo de hacer surgir

así, como principales, pero hay otros, corren el riesgo de quedar para ustedes en el aire, creo, a

este respecto, tener que advertirles que podrán hallar, a mi fe, la explicación (por lo menos una

explicación suficiente tal que les permita responder al menos a una parte de esas preguntas que

para ustedes pueden quedar en el aire), en dos tipos de entrevistas, como se dice, o de interviews

también, que serán publicadas creo, si mi información es buena, esta semana en lugares, por

Dios, que nada tienen de tumulto, que respectivamente se llaman Figaro Littéraire y Lettres

Françaises, donde tal vez podrán saber un poco más sobre estos puntos. Además, como cada vez

que tengo uno de esos modos de relaciones exteriores no puedo dejar de incluir allí un poquito

de lo que está en curso, es posible que hallen por aquí o por allá algo que se relaciona con

nuestro discurso de este año.

Evidentemente tengo cierto escrúpulo, por ejemplo, tal como sucedió la última vez cuando

les hablé de la repetición del trazo unario, y como situándose, instaurándose fundamentalmente

a partir de esta repetición (de la cual puede decirse que sólo sucede una vez, y esto significa que

está duplicada; si no, no habría repetición), lo cual de entrada, en últimas, para quien quiera

detenerse un poquito ahí, instaura en su fundamento más radical la división del sujeto. No puedo

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no tener un cierto escrúpulo al haberlo enunciado ante ustedes la última vez casi de pasada,

cuando en ese congreso que tuvo lugar en John Hopkins, como lo saben algunos de ustedes, en el

mes de octubre, lo machaqué durante casi tres cuartos de hora. Tal vez sea que me fío más de

ustedes que de mis oyentes de entonces. Ciertos ecos que recibí desde entonces, me han

mostrado que la oreja estructuralista, para retomar el término de hace poco, pues bien, por Dios,

la oreja estructuralista, independientemente de quiénes sean sus partidarios de ese momento, era

capaz de mostrarse un tanto más sorda [risas].

Hay otros dos lugares más inesperados aún, donde verían tal vez…

En la sala– “¡No se oye!”.

Jacques Lacan– ¿Qué? ¿Qué es lo que no se oye? ¿Hace cuánto tiempo que no oyen nada?

[risas].

Bueno, entonces, en lugares aún menos esperados podrán tal vez hallar, sobre esos

diferentes temas, hasta esas pequeñas indicaciones, esbozos, por Dios, que nunca llegan

demasiado pronto, sobre ciertos temas que tendré que desarrollar en lo que sigue, y, por ejemplo,

al pasar sobre la función de lo preconsciente, cosa curiosa, del cual me parece que desde hace un

buen tiempo, es decir, desde que se lo mezcla todo, creyendo mantenerlo diferenciado, nadie se

ocupa, en últimas, no mucho de las funciones que Freud le reservaba. Lo incluí de paso, si me

acuerdo bien, en una de esas entrevistas, ya no me acuerdo cuál, a la cual entonces conviene

agregarle las otras dos, inesperadas, pienso, para ustedes, que son entrevistas en la O.R.T.F.

Habrá una el próximo miércoles a las 10:45. Me aseguraron que es de las que se llama “una hora

de gran escucha” [un horario de gran audiencia] [Risas]. Pienso que no lo es para todos los que

me escuchan aquí a esta hora, precisamente porque creo que a esa hora “de gran escucha” están

en el hospital. Bueno, de malas. Se las arreglarán como puedan, y espero, en últimas, poder

facilitar ese texto si, por supuesto, la radio se sirve autorizármelo. Habrá otra el lunes (pueden

ver que tienen prisa). En cuanto a la primera, es Georges Charbonnier1 quien tuvo a bien, no

diría yo, recogerla, sino darme el lugar. Y la segunda es gracias al señor Sipriot2, que podrán

tener ustedes algo más vivo que en la primera, puesto que se tratará de un diálogo con la persona

1 Entrevista radial del 2 de diciembre de 1966 durante el programa de Georges Charbonnier Sciences et Techniques. Publicada en la revista Recherches no. 3/4, 1967, págs. 5 a 9. 2 Nombre incierto [S.].

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más calificada para sostenerlo, me refiero a François Wahl, que está aquí y quien quiso

entregarse conmigo a este ejercicio.3

Entonces, ahora… [en la sala: “¿a qué hora?”] Pues, bueno, por lo que parece es a las…

no lo juraría, pero parece que es a partir de las seis y cuarto. Sólo que no se habla únicamente de

mi libro y no puedo decirles muy precisamente en qué momento aparecerá entre las seis y cuarto

y las siete, pues a cada cual le corresponde su cuarto de hora… ¿Entonces qué…? ¿Queda una

pregunta? Es una “hora de alta escucha” [risas] que, por lo general, viene “acompañada de…”.

Bueno, veremos luego en qué acaba todo eso.

Y ahora le doy la palabra a Jacques-Alain Miller [La sala: ¡oh!].

Voy, sin embargo, a informarles de algo muy divertido que me trajo un fiel; es un pequeño

informe que hizo una especie de revista especializada, relacionada creo, tanto con las máquinas

IBM como con lo que se hace con eso en un nivel experimental en el Massachussets Institute of

Technology (M.I.T. como se dice habitualmente), y que nos habla del uso de una de esas

máquinas de alto rango, como se acostumbra ahora, a la cual se le dio, no por nada ciertamente,

el nombre de Elisa; por lo menos se llama Elisa para el uso que se hace de esta máquina que voy

a decirles… Elisa es, como saben ustedes, la persona que en una pieza bastante conocida,

Pigmalión4, la persona a quien se le enseña a hablar bien; ha de ser una vendedora de ramos de

flores en una de las más comunes calles de Londres, y se trata de formarla para que pueda

expresarse en la mejor sociedad, cuando se dan cuenta de que ella no hace, de ninguna manera,

parte de eso. Es algo así lo que surge con la maquinita. A decir verdad, no es exactamente de eso

de lo que se trata, de que una máquina sea capaz de dar respuestas articuladas simplemente

cuando se le habla, no digo cuando se la interroga. Es algo que resulta ser ahora un juego y que

cuestiona lo que puede producirse si se obtienen esas respuestas en aquel que le habla. A mi fe la

cosa no está enteramente articulada de una manera que satisfaga completamente el que una

situación en efecto tan utilizable por nosotros, que nos da una referencia tan interesante en el

discurso que aquí se prosigue… no está enunciada propiamente hablando de una manera que nos

satisfaga enteramente, en otras palabras, que tenga en cuenta el marco en que podríamos

insertarla. No obstante, es bastante interesante porque ahí está sugerido algo que podría

3 “Entrevista otorgada por Jacques Lacan a François Wahl con ocasión de la publicación de sus Escritos”, programa radial del 8 de febrero de 1967. Publicado por Le Bulletin de l’Association freudienne no. 3, págs. 6-7, mayo de 1983. 4 Shaw George Bernard, Pygmalion, 1913.

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considerarse como de una función terapéutica de la máquina y, en últimas, es nada menos que el

análogo de una especie de transferencia que podría producirse en esta relación en la que aparece

este asunto.

La cosa no me disgustó. Quisiera sencillamente al respecto… porque igualmente no deja

de tener relación con todo lo que dejo abierto respecto a la manera como, en últimas, tengo que

manejar la difusión de lo que se llama mi enseñanza, podría yo decir que lo que hallarán ustedes

como manejo de una primera cadena simbólica… destinada en su tiempo, por mí, a dar la noción

en la que debían concurrir los psicoanalistas… la noción a la que convenía que sus mentes se

acomodaran para centrarse de manera conveniente sobre lo que Freud llama rememoración, para

darles una especie de modelo sugestivo de eso en la construcción de esta cadena simbólica y del

tipo de memoria de ésta, incontestablemente consistente y hasta insistente, memoria que está

articulada en lo que llega ahora en ese libro, en el segundo, digamos, capítulo o tiempo, es decir,

en la posición invertida en la que la Introducción a «La carta robada», que precede está fijada en

ese libro, es decir, justo después de La carta robada. Recuerdo a quienes me escuchaban

entonces, que esta construcción, como todas las demás, fue hecha ante ellos y para ellos, paso a

paso, y que partí, muy precisamente, primero, de un examen a partir de un texto de Poe, de la

manera como trabaja la mente sobre ese tema: ¿se puede ganar en el juego de par o impar?; y que

mi segundo paso fue el siguiente: imaginar una máquina precisamente de esta naturaleza, y lo

que, en efecto, se produce hoy, no difiere en nada de lo que había articulado entonces.

Sencillamente, la máquina es supuesta por el sujeto como provista de una programación tal que

tenga en cuenta ganancias y pérdidas. Quiere decir que a partir del hecho de que el sujeto la

interrogue (a dicha máquina) jugando con ella al juego de par o impar, a partir de esta sola

suposición de que por lo menos durante un cierto número de lances ella conserva en la memoria

sus ganancias y sus pérdidas, se puede construir esta serie de + + – + –… que englobados,

reunidos en un paréntesis de una longitud tipo y que se desplaza un paso cada vez, nos permite

establecer ese trayecto que construí y sobre el cual fundo ese primer tipo, el más elemental de

modelo… (No necesitamos considerar la memoria en el registro de la impresión fisiológica sino

solamente como memorial simbólico)…

Es a partir de un juego hipotético con lo que tal vez aún no estaba en la capacidad de

funcionar entonces a ese nivel pero que, sin embargo, existía como tal, como máquina

electrónica, es decir, también como algo que puede escribirse en el papel (es la definición

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Lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

moderna de la machine). Es a partir de ahí y, por lo tanto, mucho antes de que eso llegara a ser

preocupación actual de los ingenieros que se consagran a tales aparatos, lo saben ustedes,

siempre en progreso puesto que de eso se espera nada menos que la traducción automática, es a

partir de ahí que hace 15 años construí un primer modelo para uso propio de los psicoanalistas

con el fin de producir en sus mens, mind, esta especie de desapego necesario de la idea de que el

funcionamiento del significante es forzosamente la flor de la conciencia, lo cual había que

introducir, en ese momento, con un paso que no tuviese precedente alguno.

Su turno…

Jacques-Alain Miller – Para Kant, lo impensable en el sistema de Spinoza se resume en la

proposición siguiente: “El spinozismo habla de pensamientos que se piensan a sí mismos”. Que

haya pensamientos que se piensan a sí mismos es algo a lo que, digamos, el descubrimiento de

Freud nos ha convocado a aceptar y a escuchar. Que haya pensamientos que se piensan a sí

mismos recibe en Fichte el nombre de “postulado de la sinrazón”. Sin duda, se trata de una

expresión que debe llamar nuestra atención por el hecho de que marca sin equívoco el límite de

la filosofía de la subjetividad en su imposibilidad para concebir nada de un pensamiento que no

sea el acto de un sujeto.

Al contrario, articular las leyes del pensamiento que se piensa él mismo requiere de

nosotros que constituyamos categorías incompatibles, radicalmente, con las del pensamiento

“pensado por el sujeto”. Por eso, nos ayudaremos aquí con lo que fue elaborado en un campo de

la ciencia donde desde el comienzo se trataba de los pensamientos que se piensan a sí mismos:

que se articulan en ausencia de un sujeto que los anime. Ese campo de la ciencia es la lógica

matemática. Digamos, que debemos plantear la lógica matemática como lógica pura para el

juego teórico en donde se reflejan las leyes del pensamiento que se piensa él mismo por fuera de

la subjetividad del sujeto.

Pero ha de notarse que la constitución del campo de la lógica matemática se hizo por la

exclusión progresivamente garantizada de la dimensión psicológica, en donde antes parecía

posible derivar la génesis de los elementos de las categorías específicamente lógicas.

Recordemos que, para nosotros, la exclusión de la psicología nos deja libres para seguir, en

ese campo, las huellas donde se marca lo que hay que llamar el pasaje del sujeto, en una

definición que nada le debe a la filosofía del cogito por el hecho de que ésta relaciona el

concepto del sujeto no con su subjetividad sino con su sujetamiento.

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Lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

¿En qué sentido resulta la lógica matemática propia para nuestra lectura? Pues, bien, en el

hecho de que la autonomía y la suficiencia que se esfuerza en garantizar para su simbolismo,

hacen tanto más manifiestas las articulaciones en donde tropieza la marca de su funcionamiento.

Entonces, muy sencillamente, es en la medida en que articulan sin saberlo la sugerencia de la

subjetividad del sujeto que las leyes de la lógica matemática pueden interesarnos aquí.

He aquí, pues, en qué me autorizo para traer del origen de la lógica matemática una

expresión cuyo uso ha abandonado desde hace mucho tiempo. Para proponerles esta expresión

como mi tema, voy a intentar hablar un poco, parcialmente, de las “ecuaciones del pensamiento”.

Para volver a encontrar esta expresión debemos llevar nuestra lectura más allá del aparato

formalizado de la lógica moderna. Para volverla a hallar exactamente en el primer fundador de la

lógica matemática –Frege es solamente el segundo en esta lógica–, remontémonos al

descubrimiento de Georges Boole de que el álgebra puede formular relaciones lógicas. El

descubrimiento es propiamente teórico. Porque la formalización algebraica se libera del campo

de los números que ya no conciernen, entonces, más que a una de sus especificaciones, libera la

formalización matemática para enunciar que la simbolización propiamente dicha no depende de

la interpretación de los símbolos sino únicamente de las leyes de su combinación.

Por ahí, Boole se esfuerza por establecer que las leyes del pensamiento están sometidas a

una matemática, de la misma manera que las concepciones cuantitativas del espacio y del

tiempo, del número y de la magnitud.

Sin embargo, si la lógica reconoce en efecto el primer libro de Boole, Análisis matemático

de la lógica5, como el acontecimiento inaugural de su historia, el segundo libro de Boole,

Investigación de las leyes del pensamiento6, ya no tiene lugar alguno en la memoria de la ciencia

lógica. Para regresar a lo que la lógica abandona de su historia, Boole nos hará conocer lo que la

lógica desconoce de las condiciones de su ejercicio, revelándonos de esa misma manera algunas

de las leyes de la lógica que operan en esos lugares, lógica que, lo saben ustedes, se eleva por

sobre la lógica lógica. De esta lógica, lógica del significante, Jean-Claude Milner y yo mismo,

tuvimos la oportunidad de presentar algunos elementos7 respecto a El sofista de Platón y a los

5 Boole George, Mathematical analysis of logic, 1848, en parte traducido [al francés] en Analyse et logique, París, Albert Blanchard, 1962. 6 Boole George, An investigation into the laws of thought, on which are founded the mathematical theories of logic and probabilities, 1854. 7 Miller Jacques-Alain, “La suture”, en Cahiers pour l’analyse, no. 1, enero de 1966. Milner Jean-Claude, “Le point du signifiant”, en Cahiers pour l’analyse, no. 3, mayo de 1966.

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cuentos de los Grundlagen.8 Si continúo hoy con la presentación es, sin duda, porque el tema de

las lecciones de este año del Doctor Lacan se prestan para ello, y también porque nuestra

construcción formal ha resultado ser bastante manejable para el psicoanalista como para ser

interpretada libremente en el campo freudiano. Que tal interpretación sea posible justifica

eminentemente la constitución de nuestro simbolismo y la presentación que hemos hecho de ésta

como de un cálculo del sujeto.

Pasemos a la doctrina de Boole para decir enseguida que él no innova, puesto que piensa el

lenguaje como el producto y el instrumento del pensamiento, y porque supone el signo como una

marca arbitraria, es decir, que la significación se produce por la vinculación de una palabra con

una idea, o bien de una palabra y una cosa. Saben ustedes que esas dos posibilidades no son, en

absoluto, equivalentes. Para Boole son equivalentes, lo que quiere decir que la comunicación es

garantizada únicamente por la permanencia de una asociación. Ahí sólo encontramos lo muy

clásico, no hay nada ahí que exceda la doctrina lockeana del lenguaje.

Pero vayamos a la proposición que funda la tentativa de Boole. Todas las operaciones del

lenguaje como instrumento del razonamiento pueden ser llevadas a un sistema de signos, pero lo

que especifica el signo del que hace uso el álgebra de la lógica es que puede no ser más que una

letra o una simple marca, y esto está autorizado por la teoría de lo arbitrario del signo, pero es la

primera vez que se hace uso propiamente de un signo.

Ahora hay que aprender, y esto puede hacerse bastante rápido, de manera elemental, el

simbolismo de Boole. Digamos que hay tres categorías de signos que hay que instalar.

– primo, las letras simbólicas cuya función es la de representar las cosas como objetos de

nuestras concepciones, que marcan las cosas como objetos de representación;

– secundo, están los signos de operación, el más, el menos, el multiplicado por, que tienen

por función representar las operaciones del entendimiento a través de las cuales nuestras

representaciones se combinan y se reforman en nuevas representaciones;

– tertio, y no es el menos importante, el signo de identidad.

Primero, las letras simbólicas. Digamos que el signo X, o el signo Y, representa una clase

de cosas a la que pueden atribuírsele un nombre particular o una propiedad. Entonces,

representemos un círculo con un cierto número de objetos de un cierto nombre o de cierta

propiedad. Llamaremos a esta clase X. Se dirá que la combinación X x Y (puede escribirse XY)

8 Frege, Gottlob, Les fondements de l’arithmétique [1884], Seuil, 1970.

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representa la clase de objetos a la que puede aplicarse simultáneamente los nombres y las

propiedades de X y Y: la intersección9 de X y de Y.

Se puede señalar primero que el orden de los símbolos es indiferente. Se puede escribir

XY=YX, es decir que las letras simbólicas son conmutativas.

Pero Boole insiste en que se trata de una ley del pensamiento aquí y no de la naturaleza,

tampoco de una simple ley de la aritmética.

En segundo lugar, los signos de operación. Luego pueden obtenerse de Boole un cierto

número de otras leyes que, de hecho, no se alejan de las leyes de la aritmética sino que las

retoman en el orden de la lógica. Puede hacerse intervenir el signo +. Éste será el signo de la

clase que reúne, por ejemplo, las clases X y Y. Puede hacerse intervenir el signo –, que marcará

que a una clase se le quita una parte de sus elementos.

[Lacan ilustra en el tablero y comenta: “Simplemente para completar, la ‘diferencia” que

no es exactamente lo que ustedes tienen en mente”].

Entonces, ahora podríamos atender a esta suposición: supongamos que X y Y tengan la

misma significación. Como la combinación de los dos símbolos expresa el conjunto de la clase

de objetos al que se le puede aplicar conjuntamente los nombres o las propiedades representadas

por X y Y, esta combinación no expresa más que uno solo de los dos símbolos: X2=X. Esto

parece muy simple. Ya verán con qué ingeniosidad Boole extrae una ley a la que llama

“fundamental para el pensamiento”. Pero aparece enseguida que dos números son los únicos

capaces de interpretar esta fórmula de una manera que satisfaga a la aritmética; es evidente que

los dos únicos números que pueden interpretar esta fórmula son el 0 y el 1. No ha de creerse por

ello que todos los X que se tenga en lógica, en esta lógica del pensamiento, deban ser

interpretados como 0 y como 1, pero hay que decir que únicamente el 0 y el 1 responden en la

numeración a la ley booleana del pensamiento que hemos llamado ley de la significación.

9 Reconstitución de una frase a todas luces errada: “la interacción es de X”.

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A partir de ahora, digamos que lo que guiará la lógica es la aritmética.

Examinemos las propiedades del 0. La más simple: 0 x Y= 0, independientemente de lo

que Y represente. Esto quiere decir que la clase 0 multiplicada por Y es idéntica a la clase

representada por 0. En otras palabras, hay una única interpretación posible del 0. El 0 nada

representa, pero ese 0 que representa “nada” es una clase.

Examinemos ahora la propiedad aritmética del uno: 1 x Y=Y. El símbolo 1 representa y

sólo puede representar una clase tal que todos los individuos (no importa qué clase Y) sean

también sus miembros. Resultado: esta clase sólo puede ser el universo definido como la clase en

la cual están comprendidos todos los individuos de no importa qué clase. Viene aquí a aparecer

la categoría del “universo del discurso” del que les hablaba la vez pasada el Doctor Lacan. La

ven aquí deducida por Boole, del simbolismo más elemental.

Prosigamos en la elaboración de Boole. Tomemos ahora X (no importa qué clase). Si 1

representa el universo, es claro que 1–X es el suplemento de X, es la clase que incluye los

objetos que no están comprendidos en la clase X.

Vamos a realizar una transformación muy sencilla de esta fórmula. Basta con hacer pasar

uno de los miembros de esta ecuación del otro lado del signo =. Verán dos posibilidades. Boole

sólo escoge una. Evidentemente, se puede hacer pasar a X del lado de X2, o al contrario. Boole

sólo escoge una de esas dos posibilidades, la otra se pierde. Nunca volverá a hablar de esa. X–

X2=0, tal es la derivación y transformación que escoge Boole. Deduce de ahí otra fórmula,

siempre de manera sencilla: X(1–X)=0. No hay intersección entre 1–X y X, lo que significa

entonces, también sencillamente, que es imposible que un ser posea una cualidad y que, al

mismo tiempo, no la posea. A partir de esta ley, X=X2, se deriva, por esta interpretación, el

enunciado del principio de contradicción que Boole da como consecuencia de la ecuación

fundamental del pensamiento. En otras palabras, en este orden que [el pensamiento] sigue, la

constitución del pensamiento es anterior a ese principio de contradicción.

Puede decirse que esas X y esas Y son interpretadas en clases pero podrían ser

interpretadas de otra manera. En esas condiciones, la multiplicación que nos da X2, esta

multiplicación de X por sí mismo, ¿qué es sino la operación por la cual una cosa, toda cosa,

viene a significarse a sí misma, y por la cual todo signo viene a significarse a sí mismo?

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En tercer lugar, el signo de identidad. Esta fórmula X2=X es una forma más elaborada que

una formulación del principio de identidad. Pero una formulación tal que hace estallar lo

siguiente, lo cual no debe resultarnos indiferente: la identidad supone la dualidad del elemento

idéntico a sí, en la operación de significarse a sí mismo. Esto quiere decir, y para aquellos que

conocen el sistema del Doctor Lacan no es una proposición sin eco, que no hay identidad

consigo sin alteridad. En otras palabras, ¿por qué ha de interesarnos la ecuación de Boole? Por

esto: porque en su fórmula X=X2 revela que la significación de un elemento en el universo del

discurso implica su duplicación, y que su identidad consigo no es más que la reducción de su

doble a él mismo.

Para fijar las ideas, digamos, después de Boole, que esta ley de la significación, “ley

fundamental del pensamiento”, dice Boole, es una ecuación de segundo grado. Es evidentemente

la formulación más concisa que pueda darse de un principio que, en cierta forma, ha regido

buena parte de la filosofía occidental. Que el pensamiento sólo opere, en la significación,

siguiendo esta ecuación de segundo grado, significa que la dicotomía es el proceso de todo

análisis en la significación de donde podría deducirse, pero no lo haremos aquí, aunque es

bastante sencillo, que el binarismo no es un avatar contemporáneo de la reflexión o del análisis

sino que se inscribe ya en esta dualidad.

Boole rehúsa hacer una suposición al decir que no se puede concebir un pensamiento que

estaría regido o expresado por una ecuación de tercer grado, ni siquiera puede concebirse qué

sería eso. ¿Por qué la ecuación X=X3, por ejemplo, no puede ser interpretada en el álgebra de la

lógica? Queda excluida porque, dice Boole, no puede concebirse la adición de nada al universo.

Pero en 1+X el uno representa al universo, siendo X el elemento que viene de más a este

universo (de hecho, en la fórmula 1+X es X el que representa una unidad, un elemento único).

Entonces, lo que no se puede aceptar en la lógica matemática, en el punto en que se constituye de

verdad, es el exceso de un elemento sobre el universo, el exceso de lo que puede llamarse un

“+1” o “1 de más”. Digamos, entonces, tan sencillamente como hablamos antes de “–1”, que

en el origen de la lógica matemática se consuma la exclusión del “+1”, símbolo de lo por-fuera-

de-la-significación o de lo por-fuera-de-[lo]-significado, y de lo no-representable en la medida en

que excede la totalidad del universo. Pero puede quedar de manifiesto que esas dos exclusiones

no son sino una, es el mismo lugar que ocupa el 1 por exceso y el 1 por defecto, respecto tanto a

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la significación como a la realidad, es decir, tanto respecto al universo del discurso como al

universo de las cosas que le responde.

La conjunción de esas dos exclusiones, su unidad, puede expresarse con esta fórmula de

que “en el orden de la significación lo de-más falta”. Sin ir, en verdad, más lejos, puede

desarrollarse esto: una ley del signo, digamos, como elemento de la significación. Basta con

decir que, en la significación, los signos, dotados de significación, están constituidos de tal

manera que obedecen a la ley de Boole, pero que el significante, en tanto materia de signo, o

como elemento por-fuera-de-[lo]-significado, por su parte, no obedece a esta ley.

Volvemos a hallar ahí un axioma finalmente repetido tantas veces aquí: que “ese

significante no se significa a sí mismo”, el cual es la contraparte de la ley de Boole, pero esto nos

permite comprender que el significante no está constituido a imagen de la significación que él

soporta. Se puede obtener una fórmula bastante simple para recordarlo puesto que la

multiplicación de –1 por sí mismo no vuelve a dar –1, pero, si se quiere, Boole lo interpretaba

así10: –1 (–1)= 1+1. Esta multiplicación invierte el factor; interpretémoslo así: instituye el

orden del significado como inverso al orden del significante. Porque el significante se repite, no

puede sino repetirse –1, –1. En cambio, la significación puede multiplicarse, es decir,

duplicarse.

Para dar algo que ya no es una imagen tal vez, digamos que la cadena del significante ha de

pensarse como constituida por una concatenación de –1, de unidades constituidas como

“catenaciones”, pero digamos que son unidades, para generalizar la palabra del Doctor Lacan,

unidades de tipo unario.

Hemos producido, o hecho aparecer, una categoría que [es] el + o –1. Ahora hay que

entender exactamente por qué camino se impone al orden de la significación. Para juntar esas dos

leyes de la significación del signo y de la significación del significante, habría que mostrar que el

+ o – se produce a través de toda significación en la medida en que supone una operación de

duplicación. Para exponerlo se puede partir de las relaciones del pensamiento con la conciencia

y, digamos, de lo que es la reflexión. No es interpretable porque independientemente de cómo se

transforme esta ecuación, incluye dos términos que no son interpretables en el álgebra de la

10 Es incierta la fórmula.

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lógica. Por una parte, la expresión (y hay que señalar la palabra “expresión”): 1+X, y por otra

parte, el símbolo –1.

Pero el símbolo –1 puede hacerse aparecer un poco antes en la derivación que no hizo

Boole a partir de su fórmula. En efecto, escogió decir X–X2=0. Si hubiera dicho X2–X=0,

habríamos obtenido X(X–1)=0. El “–1” habría estado ya presente ahí. Excluyó una de las dos

transformaciones posibles que podían ser. Es al nivel únicamente de X=X2 que él halla ese –1.

¿Por qué el símbolo (aquí no entiendo la interpretación que se le da a universo), por qué el

símbolo mismo “–1” debe quedar excluido del campo de la lógica? Sencillamente porque no

sigue la ley X2=X, en otras palabras, para sacar la conclusión más sencilla, la más inmediata del

texto de Boole en el origen de la lógica matemática, en el punto mismo en que se funda, se

consuma la exclusión del símbolo “–1”. ¿Por qué? Según la ley, porque es el símbolo mismo de

lo no idéntico a sí, en la medida en que no sigue esta ley de la identidad, de la no contradicción

en el orden de la significación.

¿Por qué la expresión 1+X queda también excluida? Para entenderlo podemos, primero, ir

a buscar una definición matemática de la reflexión o reflexividad. Tomemos la de Russell en la

Introducción a la filosofía matemática.11 Lo que dice es sencillo.

“Una clase (tal vez haya que decir una colección o un conjunto), es reflexiva si es una clase

semejante a una parte de sí misma. Esto quiere decir que una parte de esta colección puede hacer

espejo con el todo, o también que la similitud entre esos dos conjuntos, la parte y el todo,

consiste en la posibilidad de adjuntarle a todo elemento del todo un elemento de su parte, de

ponerlos en correspondencia biunívoca”.

La reflexividad es una propiedad de una colección infinita. Se la puede ejemplificar con la

infinidad numerable de los “todo” de los números naturales. Se puede adjuntar a todo número

natural los números pares, es decir, hacer corresponder 1 a 2, 2 a 4, 3 a 6, y así sucesivamente

hasta el infinito. Se puede aplicar el conjunto de todos los números pares e impares al número

par únicamente. Si se quiere, hay igual número de números pares, e impares, por otra parte. Esta

propiedad caracteriza a la colección infinita, digamos que lo que caracteriza el número cardinal

de esta colección, para dar una característica sencilla, es que permanece invariante por la adición

o la sustracción de una unidad o de varias. Tomemos una unidad. Lo que caracteriza, digamos, al

11 Russel, Bertrand, Introduction à la philosophie mathématique, Payot, 1961.

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número N de tal colección es que N=N+1, de la misma manera que N=N–1; De hecho, las dos

proposiciones quieren decir exactamente lo mismo. Todo esto es elemental en la teoría, sólo lo

recuerdo para marcar y puntuar esos +1 y –1. Si en Spinoza hay “pensamientos que se piensan

ellos mismos en el entendimiento divino”, es precisamente porque el entendimiento divino es

infinito, de tal manera que hay tantas ideas de ideas como hay de ideas y de ideas de ideas. De la

misma manera que los números pares son ideas de ideas, los números pares e impares son la

suma de las ideas y de las ideas que las reflejan. Si Dios tiene conciencia de sus ideas, no tiene

conciencia de sí, es decir que no es una persona, tiene conciencia de sus ideas por la propiedad

de reflexión de este conjunto infinito de su entendimiento infinito…

Sin embargo, si hay algo a lo que se llame un todo y algo a lo que se llame una parte, se

requiere, por lo menos, que haya una pequeña diferencia entre uno y otro, la simple diferencia

que mantiene la oposición de la parte con el todo. Se requiere que este conjunto responda a la

ley12 N= N.

Digamos, para mayor claridad, que no hay reflexión salvo si algo del todo queda por fuera

de la reflexión. Es lo que se ve cuando se ubican todos los números naturales en correspondencia

con todos los números naturales menos uno: se requiere necesariamente saltarse, por lo menos,

un elemento al comienzo para que exista esta reflexión, para que tenga un sentido.

No daremos cuenta de esto: que a menudo lo que se pone en correspondencia con el 1 es el

0 de la serie. De esta manera, el 0 ya no tiene reflexión. Basta con decir que cae un elemento, y

¿qué representa este elemento que cae? Representa la diferencia del todo y la parte. Ello dice

que, en cierta forma, el todo mismo cae, o la totalidad del todo.

En otras palabras, “tener conciencia de sus ideas” en el sentido spinozista implica que no

haya conciencia y que haya un entendimiento infinito. Por supuesto, esto se apoya en ese tipo de

reflexión que Sartre llama “la exigencia de la reflexión como conciencia posicional”. Esto

supone ese modelo de un vínculo biunívoco de una idea y de la conciencia de la idea, lo cual

supone un vínculo biunívoco entre la idea y la idea de la idea, según el modelo de reflexión de

Spinoza.

Pero en El ser y la nada (página 18-19), Sartre exige que se evite lo que él llama “una

regresión al infinito”. No hay otra palabra para condenar esta regresión al infinito que la palabra

12 Fórmula incierta: ¿N ≠ N–1?

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“absurda”. “Se requiere, dice, si queremos evitar la regresión al infinito, que [la conciencia de sí]

esté en relación inmediata y no cognitiva de sí consigo”.

Se lo puede formular en términos que no son exactamente los de Sartre y que hasta los

desfasan netamente. Sartre dice: “si queremos evitar…”. Si se excluye la posibilidad de un

entendimiento infinito y si se quiere obtener la conciencia de sí, se debe producir en la reflexión

un elemento tal que se relacione consigo sin duplicarse. Es, decía Sartre, la conciencia no tética

de sí, no posicional del tipo… en oposición al tipo spinozista13 que ya no supone un elemento

aquí y un elemento allá. Y él escribe: “si la conciencia primera de conciencia (“primera”, lo cual

aquí resulta un tanto misterioso14) no es posicional, es porque sólo hace una con la conciencia de

la que ella es conciente. Al tomar brutalmente ese texto al pie de la letra, imponiéndole a Sartre

un esquema que no es el suyo (el esquema de lo unívoco), si se intenta pensar el texto de Sartre a

partir de la vinculación biunívoca en la reflexión, hay que decir que si el elemento llamado

“conciencia de conciencia” sólo hace uno con la conciencia de la que es conciente, si en verdad

hay una posibilidad de unidad de lo uno y de lo otro, este elemento llamado “conciencia de

conciencia” o “conciencia no posicional de sí” está constituido como un yo-uno, el cual, decía

Sartre, “toma sus disfraces de estilo de lo que falta en ser” (otra fórmula que no he subrayado).

Al mismo tiempo, si algo como una conciencia de conciencia se manifiesta, hay que decir

que en el campo de la reflexión es un fenómeno de aberración, un impar o un elemento en

demasía que viene a romper la correspondencia biunívoca de las ideas y de las ideas de la idea.

Qué decir de ese elemento “conciencia de conciencia” sino que está en la posición de un punto

de reflexión tal que ha de soportar la diferencia del todo y de la parte él solo. Él solo garantiza la

propiedad reflectible de la colección infinita. Ese punto es, en cierta forma, en el pensamiento

conciente, en su espacio, un punto al infinito. Ahí es donde viene a estrellarse la colección

infinita planteada por Spinoza, y las aberraciones y la falta de ese punto están lo bastante

marcadas por una categoría que Sartre usa aquí y allá respecto a la mala fe que es la categoría de

la evanescencia, Ese punto es evanescente… Diremos más bien que ese punto en la reflexión

vacila necesariamente del + al –1, y que en esta vacilación hay que reconocer un ser

evidentemente heterogéneo tanto respecto a la realidad como a la reflexión, un ser siempre por

13 Sartre, de quien Miller toma el texto, se equivoca al parecer sobre la posición de Spinoza [Comentario de H. Ricard]. 14 Sartre: “La conciencia primera de conciencia”, p. 19.

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añadidura respecto a la realidad y a la reflexión cuando llega a identificarse, siempre en falta

respecto a ella cuando de ésta se separa.

Este ser heterogéneo, digamos que es el ser del sujeto.

Hacía parte de mis intenciones completar un poco esto, examinando el principio del círculo

vicioso en donde se puede captar, digamos, en estado desnudo, el nacimiento de ese “+1”

producido de este uno de más producido por la significación. Para ir más rápido, digamos que

ese principio es: “todo lo que se relacione con el conjunto de una colección no debe ser un

elemento de la colección. Lo que dispone el conjunto de una colección no puede ser interior a

esta colección”. Esto quiere decir que no se puede predicar sobre una colección sino desde su

exterior, o también, no se puede pensar la unidad de una colección sino por fuera de esta

colección. Captar una colección como un conjunto supone que se la cierna; este cernido mismo

es la unidad de la colección. El cernido de toda colección es un elemento producido de más por

toda predicación, todo discurso sobre la colección. La colección no puede ser significada como

tal sino a partir del “uno de más”. Partiendo de esta fórmula puede obtenerse asimismo esta: que

el uno de más falta en los elementos de la colección para que esta colección se cierre. Se lo

puede interpretar como un incontable, un por fuera del significado al cual remite la significación

en la medida en que supone una duplicación. Esto para indicar de qué manera se ha de desmentir

la ecuación de Boole que sigue siendo, sin embargo, fundamental. Y se la podría completar para

un examen de la teoría de los tipos de Russel. Pero este examen ya fue hecho en parte por el

Doctor Lacan con el yo miento, que él considera producto, por la teoría de los tipos de Russel, de

una división del sujeto. El yo miento puede entenderse en la verdad –en el elemento de la

verdad– a condición de duplicar el yo [je].

De esta división del sujeto producida por la verdad, de esta división del sujeto que

responde en un sentido un tanto desviado a la fórmula de Bachelard “todo valor divide al sujeto

valorizante”, de esta división del sujeto… creo haber dicho lo suficiente como para que no se la

confunda (esto es importante para la teoría) con la reduplicación en la significación.

Doctor Lacan – […] garantizado, en fin, ¿cierto?… La perfecta holgura de su exposición,

es lo que corresponde, apuntala, funda lo que introduje la última vez como siendo el punto de

partida absolutamente necesario para toda lógica que sea propiamente la que exige el terreno

psicoanalítico. Considero que este… comentario no tiene, de ninguna manera, de hecho, el

alcance de una reduplicación, y les ha mostrado algo, en la confrontación con el primero –en

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cierta forma– de los grupos, en el sentido lógico matemático del término, que fue dado por el

grupo de Boole y la confrontación de ese grupo de Boole, en la medida en que él mismo resulta

aparentemente mucho más homogéneo, con la lógica clásica. Vieron que desde ese grupo mismo

se nos permite construir esta precedencia lógica, esta necesidad que distingue radicalmente el

estatuto de la significación y su origen en el significante. Me parece que tuvieron ustedes ahí, al

mismo tiempo, una demostración bastante elegante y, al mismo tiempo, que esto constituye un

tiempo que era necesario para la asimilación, en cierta forma, y el complemento, el control, la

configuración de lo que la última vez logré aportar ante ustedes y cuya continuación tendrán la

próxima vez.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo

ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

LECCIÓN 4 7 de diciembre de 1966

La última vez que nos encontramos aquí pudieron escuchar lo que les propuso Jacques-

Alain Miller. Por razones de tiempo no pude agregarle muchas observaciones.

Pudieron ustedes notar en esta intervención caracterizada por un conocimiento seguro de lo

que propiamente hablando fue inaugurado, podemos decir, en su conjunto como lógica moderna

por el trabajo y la obra de Boole… Tal vez no sea vano que sepan que Jacques-Alain Miller,

quien no estuvo presente en mi último… “curso”, digamos, y que tampoco pudo estar al tanto de

su contenido puesto que yo mismo no tuve el texto sino hace dos días, estaba entonces en cuanto

a la vía y a la exposición que escogió… y también pudieron sentir, creo, en el momento en que lo

anuncié en mi último curso, que yo no tenía claro cuál era el tema que él había escogido… Esos

comentarios son importantes precisamente en razón de la extraordinaria convergencia, digamos,

o también, si quieren, reaplicación de lo que pudo él enunciar ante ustedes sin duda, por

supuesto, con conocimiento de causa, es decir, sabiendo cuáles son los principios y, si puedo

decirlo, los axiomas en torno a los cuales gira por el momento mi desarrollo. Es sorprendente, no

obstante, que con la ayuda de Boole en quien, por supuesto, está ausente esta articulación mayor

de que NINGÚN SIGNIFICANTE PODRÍA SIGNIFICARSE A SÍ MISMO, que partiendo de la

lógica de Boole, es decir, de ese momento de giro en donde en cierta forma uno se da cuenta, al

haber buscado formalizar la lógica clásica, de que esta formalización misma permite no

solamente aportarle extensiones mayores sino que resulta ser la esencia oculta sobre la cual esta

lógica pudo orientarse y construirse creyendo seguir algo que en realidad no era su fundamento,

creyendo seguir lo que vamos a intentar cernir hoy para, en cierta forma, alejarla del campo en

donde vamos a proceder en la medida en que hemos anunciado lógica del fantasma… –la

sorprendente facilidad con la cual Miller pudo encontrar, en los espacios en blanco de la lógica

de Boole, la situación, el lugar donde el significante en su función propia queda, en cierta forma,

elidido en ese famoso (-1) cuya exclusión de la lógica de Boole aisló admirablemente; la manera

como, en esta misma elisión, señalaba él el lugar en donde se sitúa lo que intento articular aquí.

Lo importante de esto, creo, no es que yo lo felicite aquí sino que les permite a ustedes

captar la coherencia, la línea recta en la que se inserta esta lógica que estamos obligados a fundar

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en nombre de los hechos de lo inconsciente, y que, como hay que esperarlo, si somos lo que

somos, es decir, racionalistas, lo que hay que esperar es, claro está, no que la lógica anterior

quede en cierta forma patas arriba sino que pueda encontrar allí sus propios fundamentos.

Así mismo, pudieron ver ustedes de paso señalar en ese punto1, que para nosotros necesita

de la puesta en juego de un cierto símbolo, ese algo que corresponde a ese (-1) del que Boole no

hace uso o cuyo uso se prohíbe, y no es seguro que ese (-1) sea el más adecuado porque lo propio

de una lógica, de una lógica formal es que opere, y lo que vamos a desprender este año son

nuevos operadores cuya sombra en cierta forma ya se ha perfilado en lo que (a la altura de los

oídos a los que me dirigía) ya intenté articular de una manera manejable, manejable en lo que

había que manejar, que no era más, en este caso, que la praxis analítica. Pero lo que este año

llevamos a sus límites, a sus bordes propiamente hablando, nos obliga a dar formulaciones más

rigurosas para cernir aquello con lo que tenemos que vérnoslas y que merece en ciertas facetas

ser tomado, emprendido en la articulación más general que nos haya sido dada por el momento

en materia de lógica, a saber, lo que se centra de la función de conjuntos.

Dejo ese tema de lo que Miller aportó entonces la última vez, menos como articulación con

lo que desarrollo ante ustedes que como confirmación, garantía, encuadre, al margen. No deja de

tener interés señalarles que al designar en Sartre bajo la apelación de la “conciencia tética de

sí”2, la manera que él tiene, en cierta forma, de ocupar el lugar donde recibe esta articulación

lógica, que es nuestra tarea este año, no se trata con eso sino de lo que se llama un reemplazante3

muy precisamente, a saber, aquello de lo cual nosotros los analistas sólo nos tenemos que ocupar

de una manera estrictamente equivalente a como nos ocupamos de los demás reemplazantes

cuando tenemos que manejar lo que es efecto de lo inconsciente.

Es por eso que puede decirse que lo que puedo enunciar sobre la estructura no se sitúa de

ninguna manera respecto a Sartre, puesto que ese punto fundamental en torno al cual gira el

privilegio que él intenta mantener del sujeto es propiamente esa especie de reemplazante que no

puede interesarme de manera alguna salvo en el registro de su interpretación.

Lógica, pues, del fantasma… Casi habría que recordar hoy (pero sólo podemos hacerlo

muy rápidamente, a la manera como, cuando se toca con la punta del dedo una campana se la

1 “que en ese punto” [Sizaret]. 2 Sartre Jean-Paul, El ser y la nada. 4ª parte. Se habría esperado que dijera “la conciencia no tética”; sería entonces el mismo lapsus que en la lección IX. 3 tenant-lieu.

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hace vibrar un instante), recordarles al respecto la vacilación no extinguida de lo que se vincula

con la tradición que el término de universitario precisará aquí, si le damos a ese sentido no algo

que designe o deshonre un punto geográfico sino ese sentido de Universitas litterarum o un

cursus classicus,4 digamos. De paso, no resulta inútil señalar que, independientemente de los

demás sentidos, por supuesto mucho más históricos, que se le pueden dar a ese término de

Universidad, hay en eso cierta alusión a lo que yo llamé el universo del discurso. Por lo menos

no resulta vano relacionar los dos términos.

Ahora bien, es claro que en esta duda (acuérdense del vals), que el profesor de filosofía

(durante el año en que casi todos ustedes pasaron por ahí, creo) hacía en torno a la lógica (a

saber, ¿de qué se trata, de las leyes del pensamiento o de sus normas? ¿De la manera como eso

funciona y que vamos a extraer científicamente, diríamos nosotros, o de la manera como eso se

comporta?). Admitan que si aún estamos en esto y este debate no se ha zanjado, tal vez podamos

tener una sospecha de que la función de la “Universidad”, en el sentido en que la articulaba hace

poco, sea tal vez precisamente la de alejar la decisión…

Todo lo que quiero decir es que esta decisión tal vez es más interesante, hablo de lógica, en

lo que sucede en Vietnam, por ejemplo, que en lo que concierne al pensamiento, si acaso es

cierto que queda aún en suspenso en ese dilema entre sus leyes… lo cual nos deja a partir de

entonces preguntándonos si se aplica al “mundo” como se dice, digamos mejor a lo real, en otras

palabras, si no sueña (no pierdo mi hilo psicoanalítico. Hablo de cosas que nos interesan a

nosotros los analistas porque a nosotros, analistas, saber si el hombre que piensa sueña es una

pregunta que tiene un sentido de los más concretos; para dejarlos en su hambre, para que

mantengan el aliento, sepan que tengo, en efecto, la intención de plantear este año la pregunta de

lo que concierne al despertar)… normas del pensamiento, en la otra punta, ¡eso es exactamente

lo que nos interesa también! Y en su dimensión no reducida por ese trabajo de limar asperezas

con el que generalmente el profesor, cuando se trata de lógica en la clase de filosofía, terminará

por hacer que esas leyes y esas normas terminen por presentarse con la misma suavidad que

permite pasar un dedo de la una a la otra, en otras palabras, de manejar todo eso a la ciega.

Para nosotros, esta dimensión que se intitula la de la verdad no ha perdido su relieve (digo

nosotros analistas), porque en últimas no necesita, no implica en sí misma el soporte del

4 “cursius classici” [Sizaret]. La copia dactilográfica reza: “litterarum donde un cur[¿?] se sitúa allí, digamos”.

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pensamiento, y al interrogar5 lo que es la verdad en cuestión respecto a la cual se suscita el

fantasma de una norma, seguramente, resulta (de origen) que no es inmanente al pensamiento.

Si un día me permití escribir6, para llegar a los oídos que había que hacer vibrar, erigiendo

una figura que de hecho no me era muy difícil hacer vivir, la de la verdad, saliendo de los pozos

como siempre se la pinta, para hacerle decir “Yo, la verdad, hablo”, fue justamente, en efecto,

para señalar ese relieve en el que nosotros hemos de mantener aquello a lo cual, propiamente

hablando, se engancha nuestra experiencia y que es enteramente imposible de excluir de la

articulación de Freud. Porque a Freud se lo pone enseguida contra la pared, y para eso no

necesitamos intervenir, ¡él mismo se puso ahí!

El asunto de la manera como se presume el campo de la interpretación, el modo que la

técnica analítica de Freud le da ocasión, en otras palabras, la asociación libre, nos lleva al

corazón de esta organización formal de donde se esbozan los primeros pasos de una lógica

matemática que lleva un nombre cuyo cosquilleo, sin embargo, no es posible que no les haya

llegado a todos a sus oídos, que se llama red. Sí, y se precisa pero no es mi función de hoy

precisarlo y recordarles lo que se llama entramado o “lattice” [transposición inglesa de la palabra

treillis7]. De eso se trata en lo que Freud, tanto en sus primeros esbozos de una nueva psicología8

como en la manera como luego organiza el manejo de la sesión analítica como tal, eso es lo que

construye, si puedo decirlo, antes de la letra. Y cuando se le objeta en un punto preciso de la

Traumdeutung (no traje hoy el ejemplar donde había ubicado la página), lo que responde a la

objeción es esto: “por supuesto, con su manera de proceder, en toda oportunidad, tendrán

claramente la oportunidad de hallar un significado que hará de puente entre dos significaciones,

y con esta manera de organizar los puentes siempre podrán ir de una parte a otra”… (No por

nada había puesto yo el cartelito tomado del Horus-Apolo como por azar, a saber, de una

interpretación de los jeroglíficos egipcios en el siglo XVI9, de una revista ahora desaparecida que

se llamaba La Psychanalyse:10 la Oreja y el Puente). De eso se trata en Freud, y cada punto de

convergencia de esa red o armazón [lattis] en que nos enseña a fundar la primera interrogación

5 La versión dactilográfica reza “y estimula a interrogar”. 6 En “La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis”, 1955, retomado en los Escritos. 7 Enrejado, cuadrícula, entramado [T.] 8 S. Freud, “Proyecto de psicología”, 1887. 9 Horus Apolo u Horapolón, autor egipcio de comienzos de nuestra era que dejó una obra sobre los jeroglíficos [S.]. 10 La Psychanalyse, ocho números, de 1956 a 1964, PUF.

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es, en efecto, un puentecito, es de esa manera como funciona y eso es lo que se le objeta. Es así

como todo explicará todo.

En otras palabras, lo que se opone fundamentalmente a la interpretación psicoanalítica no

es ninguna especie de “crítica científica” (entre comillas) como se lo piensa por lo común, desde

el único bagaje de sus años de filosofía del que aún disponen las mentes que entran en el campo

de la medicina, a saber: ¡que el científico se funda en la experiencia! Por supuesto, no han

abierto a Claude Bernard, pero conocen el título… No es una objeción científica, es una objeción

que se remonta a la tradición medieval en la que se sabía qué era la lógica, se conocía más que

en nuestro tiempo a pesar de los medios de difusión a nuestra disposición.

(Las cosas han llegado a tal punto, de hecho, que habiendo soltado recientemente en una de

las entrevistas de las que les hablé, que mi gusto por el comentario lo había extraído de una vieja

práctica de los escolásticos, les rogué que quitaran eso. ¡Sabe Dios qué hubiera podido deducir la

gente de eso!) [risas].

En fin, en resumen, en la Edad Media se sabía que ex falso sequitur quod libet. En otras

palabras, que hace parte de las características de lo falso el hacerlo todo verdad: la característica

de lo falso es que se deduzca del mismo paso, con el mismo pie, lo falso y lo verdadero. No

excluye lo verdadero. ¡Si excluyera lo verdadero sería demasiado fácil reconocerlo! Sólo que

para darse cuenta de eso se requiere precisamente haber hecho un mínimo número de ejercicios

de lógica, lo cual hasta ahora, que yo sepa, no hace parte de los estudios de medicina, ¡lo cual

bastante lamentable! Y es claro que la manera como Freud responde nos lleva enseguida al

terreno de la estructura de la red. Por supuesto, no lo expresa con todos los detalles, las

precisiones modernas que podremos darle. Sería interesante, de hecho, saber cómo pudo y cómo

no pudo sacar provecho de la enseñanza de Brentano que seguramente no desconocía; tenemos la

prueba de ello en su programa universitario. La función de la estructura de la red, la manera

como las líneas de asociación precisamente vienen a recubrirse, a traslaparse, a converger en

puntos elegidos de donde tienen lugar nuevos puntos de partida electivos, es lo que señala Freud.

Sabemos suficientemente, por todo lo que sigue en su obra, la inquietud, diríamos, la verdadera

preocupación, para ser más preciso, que tenía por esta dimensión que, propiamente hablando, es

justamente la de la verdad, ¡porque desde el punto de vista de la realidad estamos tranquilos!

Aún hasta saber que tal vez el traumatismo no es más que fantasma. De cierta manera, es

hasta más seguro un fantasma, como estoy tratando de mostrárselos, porque es estructural, pero

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eso no deja a Freud, que era bien capaz de inventar eso tanto como yo, lo imaginan ustedes, eso

no lo deja más tranquilo. Dónde está ahí, se pregunta él, el criterio de verdad. Y él no habría

escrito El hombre de los lobos si no estuviera tras esta pista, tras esta exigencia propia: ¿es

verdad o no?

“¿Es verdad?”. Él sustenta esto en lo que se descubre al interrogar la figura fundamental

que se manifiesta en el sueño repetitivo del Hombre de los lobos, y “¿es verdad?” no se reduce a

saber si sí o no y a qué edad vivió algo que fue reconstruido con ayuda de esta figura del sueño.

Lo esencial, basta con leer a Freud para que se den cuenta de eso, es saber cómo el sujeto, el

Hombre de los lobos, pudo verificar esta escena… verificarla con todo su ser. Es a través de su

síntoma. Lo que quiere decir, porque Freud no duda de la realidad de la escena original, lo que

quiere decir cómo pudo articularla en términos propiamente de significante. Basta con que

recuerden la figura del V romano, por ejemplo, en la medida en que está allí en cuestión y en que

reaparece por todas partes, en las piernas abiertas de una mujer, o en el batido de las alas de una

mariposa, para saber, para comprender, que de lo que se trata es del manejo del significante.

La relación de la verdad con el significante, el rodeo por el cual la experiencia analítica

alcanza el proceso más moderno de la lógica, consiste justamente en lo siguiente: que esa

relación del significante con la verdad puede cortocircuitar todo pensamiento que la soporte. Y

así como se perfila en el horizonte de la lógica moderna una especie de mira que es la que reduce

la lógica a un manejo correcto de lo que solamente es escritura, así mismo, para nosotros, el

asunto de la verificación que concierne a aquello con lo que tenemos que vérnoslas pasa por ese

hilo directo del juego del significante en la medida en que sólo de él queda suspendido el asunto

de la verdad.

No es fácil poner en primer plano un término como el de verdadero sin hacer resonar

inmediatamente todos los ecos donde vienen a inmiscuirse las “intuiciones” (entre comillas) más

sospechosas y sin producir enseguida las objeciones: objeciones hechas de viejas experiencias de

aquellos que, al adentrarse en esos terrenos, saben demasiado bien que cual gatos escaldados

pueden temer al agua fría.11 ¿Pero quién les dice que porque les hago decir “Yo, la verdad,

hablo”, abro con eso la entrada al tema del Ser, por ejemplo? Examinémoslo por lo menos, para

saberlo, en dos ocasiones. Contentémonos con ese nudo tan adrede que acabo de hacer entre la

verdad, y con eso no indiqué a persona alguna sino aquello a lo que hice decir esas palabras:

11 “Gato escaldado del agua fría huye” [T.]

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¿Pero quién les dice que porque les hago decir “Yo, la verdad, hablo”, abro con eso la entrada al

tema del Ser, por ejemplo? “Yo, la verdad, hablo”; persona alguna, divina o humana, queda

interesada más allá de ésa, a saber, EL PUNTO DE ORIGEN DE LAS RELACIONES ENTRE

EL SIGNIFICANTE Y LA VERDAD.

¿Qué relación hay entre esto y el punto del que partí hace poco? ¿Quiere esto decir que al

llevarlos a ese campo de la lógica más formal, olvidé aquel donde se juega, según lo dije hace

poco, la suerte de la lógica?

Es enteramente claro que el señor Bertrand Russell se interesa más que el señor Jacques

Maritain en lo que pasa en Vietnam.12 Por sí solo, esto puede ser para nosotros una indicación.

Por lo demás, al evocar aquí El campesino de la Garonne13 (es su último disfraz) no le estoy

apuntando (¿no saben ustedes que fue publicado El campesino de la Garonne? Pues bueno,

vayan a conseguirlo…) [risas]. Es el último libro de Jacques Maritain, autor que se ocupó mucho

de los autores escolásticos en la medida en que allí tiene lugar la influencia de la filosofía de

Santo Tomás que, en últimas, no tiene por qué no ser evocado aquí en la medida en que una

cierta manera de plantear los principios del ser no deja de tener incidencia sobre lo que se hace

con la lógica. No se puede decir que eso impida el manejo de la lógica pero en ciertos momentos

puede obstaculizarla. En todo caso, quería precisar, pido excusas por este paréntesis, que si

evoco aquí a Jacques Maritain, y si, entonces, consecuentemente, implícitamente, los incito a

encontrar su lectura no despreciable sino lejos de ser poco interesante, les ruego sin embargo

remitirse a ella con esa mente de la paradoja que se demuestra allí, en el sostén -en este autor que

ha llegado a su gran edad, como él mismo lo subraya-, de esa especie de rigor que permite ver

allí llevado en verdad hasta un atolladero caricaturesco, ubicando muy exactamente todo el

relieve del desarrollo moderno del pensamiento, el mantenimiento de las más impensables

esperanzas respecto a lo que debería desarrollarse ya sea en su lugar ya sea en sus márgenes, y

para que pudiera mantenerse lo que es su adhesión central, a saber, lo que él llama “la intuición

del Ser”. Al respecto habla de “Eros filosófico” y, a decir verdad, no tengo razones (con lo que

planteo ante ustedes sobre el deseo) para repudiar el uso de tal término, pero en esta ocasión su

uso, a saber, para en nombre de la filosofía del Ser esperar el renacimiento correlativo al

12 A comienzos de los años sesenta, Russel funda con Sartre el Tribunal Russel, destinado a juzgar los crímenes de guerra cometidos por los americanos en Vietnam. 13 Jacques Maritain, Le Paysan de la Garonne – Un vieux laic s’intérroge à propos du temps présent, París, Desclée de Brouwer, 1966.

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desarrollo de la ciencia moderna de una filosofía de la Naturaleza, participa de un Eros, me

parece, ¡que sólo puede situarse en el registro de la comedia italiana! [Risas]. Por supuesto, esto

no impide de ninguna manera que de paso, para tomar distancia de eso y para repudiarlos, no se

puntúen algunos comentarios, más de uno, y a decir verdad a todo lo largo del libro algunos

comentarios agudos y pertinentes respecto a lo que, por ejemplo, concierne a la estructura de la

ciencia. Que, efectivamente, nuestra ciencia no tiene nada en común con la dimensión del

Conocimiento, es lo que, en efecto, es bastante preciso pero que no implica en sí mismo una

esperanza, una promesa de este renacimiento del Conocimiento, en el sentido antiguo y

rechazado que contiene en nuestra perspectiva.

Entonces, después de este paréntesis retomo, pues, lo que tenemos que interrogar nosotros.

No tenemos ninguna necesidad de recular ante el uso de esos cuadros de verdad con los que los

lógicos introducen, por ejemplo, un cierto número de funciones fundamentales de la lógica de las

proposiciones.

Escribir que la conjunción de dos proposiciones implica (una tabla, se los recuerdo, no se

las voy a hacer todas, está al alcance de todo el mundo verla), implica que si de las dos

proposiciones pusiéramos aquí los valores, a saber, de la proposición p el valor verdadero y el

valor falso (a saber, que puede ser o verdadero o falso), y de la proposición q el valor verdadero

y el valor falso, y que en ese caso lo que se llama conjunción, a saber, lo que son, reunidas

juntas, sólo será verdadero si los dos son verdaderos en todos los demás casos, su conjunción

dará un resultado falso. Ese es el tipo de tabla de que se trata y que no tengo que hacer variar

ante ustedes porque basta con que abran el comienzo de cualquier volumen que tenga que ver

con la lógica moderna para encontrar cómo se definirá de manera diferente, por ejemplo, la

disyunción o también la implicación, o aún la equivalencia:

Y esto puede resultar para nosotros soporte, pero es sólo soporte y apoyo para lo que

tenemos que preguntarnos, a saber, ¿es lícito (lo que manejamos, si puedo decir, por la palabra,

lo que decimos al decir que hay verdad), es lícito escribir lo que decimos en la medida en que al

escribirlo va a ser para nosotros el fundamento de nuestra manipulación?

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En efecto, la lógica, la lógica moderna, acabo de decirlo y de repetirlo, entiende instituirse

no dije de una convención sino de una regla de escritura; regla de escritura, por supuesto ¿que se

funda sobre qué? Sobre ese hecho de que, en el momento de constituir su alfabeto, hemos

planteado un cierto número de reglas, llamadas axiomas, que conciernen a su manipulación

correcta y que esto es en cierta forma una palabra que nosotros nos hemos dado a nosotros

mismos.

¿Tenemos derecho a inscribir en los significantes la V y la F de lo verdadero y de lo falso

como algo manejable lógicamente? Es seguro que, independientemente del carácter en cierta

forma introductorio, de premisa, de esos cuadros de verdad en los detallados tratados de lógica

que pueden caerles en las manos, es seguro que todo el esfuerzo del desarrollo de esta lógica será

tal que si se construyera la lógica proposicional sin partir de esas tablas, sería necesario, de

hecho, después de haber construido las reglas de su deductibilidad de otra manera, volver a ellas.

Pero lo que nos interesa a nosotros es también saber, digamos, por lo menos lo que quería decir

que se hiciera uso de ello, digo aquí, muy particularmente en la lógica estoica. Hace poco aludí al

ex falso sequitur quod libet. Por supuesto, se trata de algo que debió aparecer desde hace mucho

tiempo pero es claro que nunca se lo articuló con tal fuerza, nunca en ninguna parte mejor que

entre los estoicos.

Sobre lo verdadero y lo falso los estoicos se preguntaron por esta vía lógica, a saber, qué se

requiere para que lo verdadero y lo falso tengan una relación con la lógica en el sentido propio en

que lo ubicamos aquí, a saber, en que el fundamento de la lógica no ha de tomarse más que en la

articulación del lenguaje, en la cadena significante. Por eso su lógica era una lógica de

proposiciones y no de clases. Para que exista una lógica de las proposiciones, aún para que eso

pueda operar ¿cómo se requiere que las proposiciones se encadenen respecto a lo verdadero y lo

falso? O esta lógica nada tiene que ver con lo verdadero y lo falso o, si tiene que ver, lo

verdadero debe engendrar lo verdadero. Es lo que se llama la relación de implicación en el

sentido en que no hace intervenir más que dos tiempos proposicionales: la prótasis… digo

“prótasis” para no decir “hipótesis”, lo cual despertará enseguida en ustedes la idea de que nos

ponemos a creer en algo, no se trata de creer, ni de creer que es cierto, se trata de plantear:

“prótasis”, es todo. Es decir, que lo que se afirma se afirma como verdadero. Y la segunda

proposición: apódosis. Definimos la implicación como algo donde puede haber, únicamente, una

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prótasis verdadera y una apódosis verdadera. Esto sólo puede dar algo que ponemos entre

paréntesis y que constituye un vínculo verdadero.

¡Esto no quiere decir que solamente pueda existir esto! Supongamos la misma prótasis

falsa y la apódosis verdadera; pues bien, los estoicos les dirán que esto es verdadero porque es

precisamente ex falso sequitur quod libet: de lo falso puede implicarse tanto lo verdadero como

lo falso, y consecuentemente, si es lo verdadero, no hay ahí objeción lógica. La implicación no

quiere decir la causa, la implicación quiere decir este vínculo donde se unen de cierta manera,

respecto a la tabla de verdad, la prótasis y la apódosis. Lo único que no funciona –por lo menos

es esta la doctrina de un tal Filón14 que tenía ahí un papel eminente–, es cuando la prótasis sea

verdadera y la apódosis falsa, lo verdadero no podría implicar lo falso, es el fundamento más

radical de toda posibilidad de manejar, en una cierta relación con la verdad, la cadena

significante como tal.

Tenemos aquí, entonces, la posibilidad de una tabla que, se los repito, se construye de esta

manera, a saber, cuando la proposición p siendo verdadera, la proposición q es falsa, entonces, el

vínculo de implicación se connota de falsedad.

¿Qué quiere decir esto? Por supuesto, las condiciones de existencia más radicales de una

lógica, se los dije. El problema es enteramente evidente. Es con lo que tenemos que vérnoslas

nosotros cuando tenemos luego que hablar de lo que está escrito ahí. En otras palabras, cuando el

sujeto de la enunciación entra en juego. Para subrayarlo sólo tenemos que observar lo que sucede

cuando decimos que “es cierto que es falso”. Eso no cambia, a saber, simplemente, lo falso

vuelve a tomar tal vez no sé qué de lustre, de encuadre que lo hace pasar a lo falso

“resplandeciente”. No obstante, eso no es nada. Decir que “es falso que es verdadero” tiene el

mismo resultado, quiero decir, que fundamos lo falso pero, ¿es exactamente lo mismo? Así sea

únicamente para indicar esto que vamos a señalar, que diremos más bien “es falso que sea

verdadero”. El uso del subjuntivo nos indica ahí que algo sucede.

14 Cfr. el capítulo sobre los megárenses en La logique et son histoire de R. Blanche, Armand Colin, 1970.

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Decir que “es falso que es verdadero” también va bien y nos deja una verdad garantizada

aún cuando tautológica. Pero decir “es falso que sea falso” no garantiza, sin duda, el mismo

orden de verdad.

Decir “no es falso” no es, sin embargo, decir “es verdadero”.

Remitimos pues, con la dimensión de la enunciación, queda en suspenso algo que sólo

exigía funcionar, de una manera enteramente automática a nivel de la escritura [sic].

Por eso, es enteramente sorprendente notar cuál es el lado resbaloso de ese punto en que el

drama, si puedo decirlo, surge muy exactamente de esta duplicidad del sujeto que es la que, debo

decirlo, no dudaré en ilustrar con una breve historia a la cual he aludido ya varias veces porque

no ha dejado de tener incidencias (digamos… la carrera de mi breve historia), esta especie de

reclamo, hasta de exigencia que surgía algún día de la garganta de alguien bastante seducido por

lo que aportaba yo a manera de primeras articulaciones de mi enseñanza respecto a la jaculatoria

lanzada hacia el cielo: ¿Por qué –decía ese personaje– no dice él lo verdadero de lo verdadero?

Esta especie de urgencia, hasta de inquietud, encontraría ya, creo, suficientemente su respuesta

en esta única condición de volver a pasar por el significante escrito.

¡Lo verdadero de lo verdadero! Lo V de lo V. El significante no podría significarse a sí

mismo, salvo justamente cuando no sea a él al que significa, es decir, cuando haga uso de la

metáfora. Y nada impide a la metáfora que sustituye un significante diferente por esa V de la

verdad, hacer en ese momento resurgir la verdad con el extraordinario efecto de la metáfora, a

saber, la creación de un significante falso.

De hecho, eso tiene lugar todo el tiempo. Y respecto al discurso, por muy riguroso que

intente hacerlo hoy, puede también en muchos rincones de lo que más o menos adecuadamente

se llama sus cerebros, engendrar esas especies de confusiones relacionadas justamente con la

producción del significado en la metáfora. Cierto, no sorprende que regrese a mis oídos que de la

misma fuente, entonces, de donde se producía esta invocación nostálgica, un enunciado reciente

haya tenido por objetivo, respecto a lo que enseña Freud, lo que tan elegantemente esta boca

articuló como ¡“dilución conceptual”! En efecto, ahí hay una especie de confesión donde

precisamente se designa lo siguiente: la relación estrecha que tiene el objeto parcial con la

estructura del sujeto. La idea15 o aún simplemente el hecho de admitir que es posible en

cualquier cosa comentar un texto de Freud, diluyendo sus conceptos, evoca invenciblemente algo

15 “El ideal”[Sizaret].

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que de ninguna manera sería satisfacer la función de objeto parcial; el objeto parcial ha de

poderse zanjar. De ninguna manera, el tarro de mostaza, el tarro de mostaza que en su momento

definí como estando necesariamente vacío (vacío de mostaza, naturalmente) podría ser llenado

de manera satisfactoria con lo que la dilución evoca suficientemente, a saber, la mierda floja.

Es extremadamente esencial ver la coherencia, precisamente, que tienen esos objetos

primordiales con todo manejo correcto de una dialéctica, como se dice, subjetiva.

Para retomar, entonces, esos primeros pasos que acabamos de dar respecto a la

implicación, es necesario ver surgir aquí, en esa juntura entre la verdad y ese manejo de lo

escrito, ver aquello de lo que se trata, a saber: LO QUE PUEDE SER ESCRITO Y LO QUE NO

PUEDE.

¿Qué quiere decir ese “no puede” cuya definición, en últimas, resulta enteramente

arbitraria? El único límite planteado en la lógica moderna al funcionamiento de un alfabeto en un

cierto sistema, el único límite es el de la palabra dada, axiomática, inicial. ¿Qué quiere decir el

“no puede”? Tiene su sentido en la palabra dada inicial, interdictiva, pero ¿qué es lo que puede

escribirse de eso? El problema de la negación ha de plantearse a nivel de la escritura, en la

medida en que la regula como funcionamiento lógico.

Aquí, enseguida, por supuesto, se nos aparece la necesidad que hizo surgir primero este uso

de la negación en esas imágenes intuitivas marcadas por el primer dibujo de lo que aún no

sabíamos que era un borde: en cierta forma, las imágenes de un límite, aquel donde la lógica

primera, aquella que introdujo Aristóteles, lógica del predicado, marca el campo en donde una

clase se caracteriza por un predicado dado y el por-fuera-de-ese-campo designado como “no-

adjunto al predicado”.

Por supuesto, a nivel de Aristóteles no se notó, no se articuló, que esto implica la unidad

del universo del discurso. Decir, como en alguna parte lo escribí respecto a lo inconsciente para

hacer sentir su absurdo, “que está lo negro y además… todo lo que no lo es”, que esto tiene un

sentido, he ahí el fundamento de la lógica de clases o del predicado. Es muy precisamente en

razón de lo que esto implica ya de sospecha si no de sin salida, que se intentó fundar otra cosa.

No será hoy pero seguramente en las sesiones que seguirán, cuando intentaré distinguir

para ustedes, de una manera completa, cuáles son los niveles lógicos propiamente hablando,

(esto se impone de la escritura misma), que se impone distinguir, en lo que concierne a la

negación. Es por medio de pequeñas letras igualmente claras y también una vez fijadas en el

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tablero que les mostraré que hay cuatro escalas diferentes de negación entre las cuales está la

negación clásica (aquella que invoca y parece fundarse únicamente en el principio de no

contradicción), negación clásica que es solamente una de ellas.

Esta distinción técnica, quiero decir, de lo que puede formularse estrictamente en lógica

formal, será seguramente enteramente esencial para permitirnos interrogar lo que Freud dice (y

que, por supuesto, desde que lo dijo se lo repite sin que siquiera se lo empiece a examinar) que el

inconsciente no conoce la contradicción.

Es bastante triste que algunos comentarios (lanzados en esta forma de flecha iluminadora

puesto que se trata de algo que verdaderamente nos pone en la pista de los más radicales

desarrollos), hayan quedado en este estado en vilo, a tal punto que aún una dama que llevaba ese

título que, en efecto, tenía ella oficialmente de “princesa”, haya podido repetirlo creyendo que

con eso decía algo. Ese es el peligro de la lógica precisamente, que la lógica sólo se sostiene allí

donde se la puede manejar en el uso de la escritura, pero que, propiamente hablando, nadie puede

estar seguro de que alguien que hable de eso diga lo mismo. ¡Eso es justamente lo que la hace

sospechosa! Es también por eso que nos es tan necesario recurrir al aparato de la escritura. No

obstante, nuestro peligro, nuestro riesgo, el nuestro, es que tenemos que darnos cuenta del modo

como surgió, en un lugar diferente al de la articulación escrita, esta negación. ¿Dónde viene, por

ejemplo? ¿Dónde vamos a poder captarla? ¿Dónde vamos a tener que vernos forzados a

escribirla con los únicos aparatos que ya he producido aquí ante ustedes?

Tomemos esta implicación: la proposición p implica la proposición q. Intentemos ver qué

sucede al partir de q, a saber, de lo que podemos articular de la proposición p si la ponemos

después de la proposición q. Pues bien, debemos escribir la relación antes o al lado o encima, en

alguna parte relacionada con q.

p implica q indica que si no q no p. Repito, es un ejemplo y uno de los más sensibles de la

necesidad del surgimiento en lo escrito de algo que nos equivocaríamos si creyéramos que es lo

mismo que funcionaba hace poco a título de lo complementario, por ejemplo, a saber, que por sí

mismo planteaba el universo del discurso como Uno. Las dos cosas van tan poco juntas que basta

con decretarlo para desarticular el uno del otro, para hacer que el uno y el otro funcionen

diferentemente.

Entre las variedades, pues, de esta negación que se propone para nosotros como algo que

hay que interrogar desde antes, de lo que puede ser escrito, a saber, del punto donde se elimina la

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duplicidad del sujeto de la enunciación en el sujeto del enunciado –si ustedes quieren, del punto

donde esta duplicidad se mantiene–, tendremos primero la función de la negación en la medida

en que rechaza de todo orden del discurso, en la medida en que el discurso lo articula, aquello de

lo que habla. Tomemos, se los haré subrayar muy precisamente, lo que Freud plantea y que es

desconocido cuando articula el primer paso de la experiencia en la medida en que está

estructurado por el principio del placer como ordenándose, dice él, de un yo y de un no-yo.

Somos tan poco lógicos que no nos damos cuenta de que en ese momento no podría tratarse (esto

con una manera tanto más falible cuanto que en el texto de Freud se distinguen los dos pisos, el

yo y el no-yo en la medida en que se definen la oposición Lust-Unlust), y que no hay que

considerarlos como del tipo de esta complementariedad impuesta por el universo del discurso,

que Freud la diferencia poniendo en la primera línea Ich-Auβenwelt, lo cual no es del mismo

registro.

Si en ese momento yo y no-yo querían decir captación del mundo en el universo del

discurso, lo que propiamente hablando es lo que se evoca cuando se considera que el narcisismo

primario puede intervenir en la sesión analítica, esto querría decir que el sujeto infantil, en el

punto en que Freud lo designa, ya en el primer funcionamiento del principio del placer, es capaz

de hacer lógica. Cuando de lo que se trata es propiamente de la identificación del yo en lo que le

place, en el Lust. Esto quiere decir que el yo del sujeto se aliena aquí de manera imaginaria, lo

cual quiere decir que es precisamente en el afuera que lo que place es aislado como yo. Ese

primer no que es fundador en cuanto a la estructura narcisista, en la medida en que en lo que

sigue de Freud no se desarrollará nada menos que en esa especie de negación del amor, respecto

a la cual, cuando se la halla, como sucedió en mi discurso, ¡no se dirá que yo digo lo verdadero

de lo verdadero sino que digo lo verdadero de lo que dice Freud!

Que todo amor esté fundado en ese narcisismo primero, he ahí uno de los términos de

donde Freud al partir nos solicita saber lo que concierne a esta función pretendida universal en la

medida en que viene a darle la mano a la famosa “intuición”, denunciada hace poco, del Ser. He

aquí esta negación que llamaremos el DES de desconocimiento que ya nos plantea su pregunta.

Y que se diferencia del complemento en la medida en que en el universo del discurso

designa – ¿y puede designar?– la contrapartida, lo que llamaremos si quieren aquí el CONTRA

para no decir más y llamarlo lo contrario, que se distingue de ése perfectamente y en Freud

mismo.

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Esto es lo que luego entrará más lejos y de manera más manejable que lo es en la escritura

lógica (a lo cual aludí hace poco en la implicación), en la medida en que al regularla16 en la

aparición de esas negaciones enteramente opacas de su retorno, se la puede llamar en la

implicación misma: el NO SIN. En la implicación, tal como se la define por la tradición estoica,

tal como no puede ser evitada, independientemente de sus paradojas. Porque seguramente hay

cierta paradoja en que esté constituida de tal manera que no importe qué proposiciones p y q

constituyan una implicación si las ponen juntas y que es claro decir que “Si la señora Tal tiene el

cabello amarillo, entonces los triángulos equiláteros17 tienen tal proporción respecto a su altura”.

Sin duda, en este uso hay cierta paradoja. Pero lo que implica la posición del retorno, a saber,

que se vuelva necesaria la condición de devolverse de la segunda proposición hacia la primera es

por ese aspecto de NO SIN (esto no va sin). La señora Tal puede tener el cabello amarillo, lo

cual no tiene para nosotros una relación necesaria con el hecho de que el triángulo equilátero

deba tener tal propiedad. Sin embargo, sigue siendo cierto que el hecho de que ella tenga o no

tenga el cabello amarillo, no va sin la cosa que, de todas maneras, es verdadera.

En torno al suspenso de ese no sin se perfilan al mismo tiempo el lugar y el modo de

surgimiento de lo que se llama la causa. Si podemos darle un sentido, una sustancia, a ese ser

fantasmático que jamás hemos logrado exorcizar de esa juntura, a pesar de que, manifiestamente,

todo lo que desarrolla la ciencia tiende siempre a eliminarlo y no culmina en perfección salvo en

aquello de lo que ni siquiera se puede hablar, es la función de ese no sin y el lugar que ocupa el

que nos permitirá desalojarlo.

Y para terminar en lo que en últimas será objeto y asunto de nuestro próximo encuentro,

¿qué quiere decir el término NO [non]? ¿Podemos hacerlo surgir en tanto forma del

complementario, o en tanto formado por el DES del desconocimiento, o en tanto término de ese

NO SIN [pas sans] cuando llegue a aplicarse a los términos más radicales sobre los cuales hice

girar para ustedes el asunto de lo inconsciente? A saber, ¿puede acaso ocurrírsenos que cuando

hablamos del “no ser” se trate de ese algo que en cierta forma estaría en los alrededores de la

burbuja del ser? ¿Acaso el no ser es todo el espacio de afuera? ¿Acaso es posible sugerir que sea

eso aquello que queremos decir cuando hablamos, a decir verdad, de manera bastante confusa, de

16 Versión dactilográfica: “revelarla”. 17 Lapsus y risas de Lacan quien dice primero “triángulos cuadriláteros” [S.].

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ese no ser? Yo preferiría, en este caso, titular aquello que está en cuestión y que lo inconsciente

interroga, a saber, EL LUGAR DONDE YO NO SOY.18

En cuanto al no pensar, quién irá a decir que se trata ahí de algo que de alguna manera

pueda captarse en eso alrededor de lo cual gira toda la lógica del predicado, a saber, esa famosa

distinción, que no lo es ¡entre la extensión y la comprensión! Como si la comprensión

constituyera la mínima antinomia respecto al registro de la extensión ¡cuando es claro que todo

paso que se ha dado en la lógica en el sentido de la comprensión ha sido siempre y únicamente

cuando se han tomado únicamente las cosas bajo el ángulo de la extensión! ¿Acaso es una razón

para que la negación pueda aquí continuar sin un cuestionamiento primordial concerniente a

aquello de lo que se trata, si debe quedar vinculada con la extensión? Pues, para nosotros, sólo

está ese no ser puesto que así mismo el tipo de ser que nos importa respecto al sujeto está

relacionado con el pensamiento. Entonces, ¿qué quiere decir ese no pensar? Quiero decir: ¿qué

quiere decir en el punto en que podamos escribirlo en nuestra lógica?

En torno a esta pregunta (la del no soy y del no pienso), haré recaer nuestro próximo

encuentro.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo

ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

18 Le lieu où je ne suis pas: el lugar donde yo no soy / el lugar donde yo no estoy [T.] .

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LECCIÓN 5 14 de diciembre de 1966

Mientras espero esa tiza que puedo llegar a necesitar y que espero que no se demore en

llegar, hablemos entonces de... breves noticias. Cosa curiosa, y que no considero ajena a lo

que nos reúne aquí a hablar, es la manera como se recibe ese libro en cierta zona, justamente la

que ustedes representan, todos los que están aquí, mientras lo estén. Quiero decir, que resulta

curioso, por ejemplo, que en universidades distantes, donde no tengo razones para pensar que,

hasta ahora, lo que yo me limitaba a decir en mis seminarios tuviera tanto eco, pues bien, no sé

por qué, se solicita ese libro. Entonces, como me estoy refiriendo a Bélgica, señalo que esta

noche a las 10, la cadena 3 de Radio Bruselas, pero en frecuencia modulada (sólo podrán

hacerlo entonces quienes habiten por los lados de Lille, pero sé que también tengo oyentes de

allá), pues bien, a las 10 de la noche pasará una breve respuesta que le di a una de las más

simpáticas personas que me haya entrevistado nunca. Hay otros por supuesto, de países aún

más distantes, en donde no está claro que se obtenga el mismo éxito.

Pero bueno, voy a partir (puesto que hay que hacer una transición), voy a partir de una

pregunta idiota que se me planteó. Lo que yo llamo una pregunta idiota no es lo que se podría

creer, quiero decir, algo que me disgustaría de alguna manera. Adoro las preguntas idiotas;

adoro también a las idiotas... de hecho, adoro también a los idiotas ¡no es un privilegio del

sexo! Para decirlo todo, lo que yo llamo idiota es algo, en este caso, muy sencillamente natural

y nítido. Una idiotez es algo que se confunde muy rápido con la singularidad, es algo natural,

simple, y para decirlo todo, muy a menudo vinculado con la situación. La persona en cuestión,

por ejemplo, no había abierto mi libro, y me planteó la siguiente pregunta: "¿que vínculo hay

entre sus Escritos?" Debo decir que es una pregunta que, a mí sólo, no se me habría ocurrido.

¡Por supuesto! Debo decir también es una pregunta que tampoco podría ocurrírseme que se le

ocurriría a nadie. ¡Pero es una pregunta muy interesante en verdad! A la cual me esforcé con

todo por responder.

Y responder, ¡pues bien, Dios mío!, como se me planteaba, es decir que, como me era

planteada a mí mismo por primera vez, resultó ser verdadera fuente de interrogantes para mí y,

para avanzar rápido, la respondí en estos términos: que lo que me parecía hacer vínculo entre

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ellos (ahí pienso no tanto en mi enseñanza sino en mis Escritos tal como se le pueden

presentar a alguien que justamente los va a abrir), pues bien, es aquello, del orden de lo que se

llama "la identidad", a lo cual todo el mundo tiene derecho a remitirse, para aplicárselo a sí

mismo.

Es decir, que desde El Estadio del Espejo hasta las últimas anotaciones que yo haya

podido hacer bajo la rúbrica de la Subversión del Sujeto, a fin de cuentas ése sería el vínculo.

Y como ya lo saben, este año (sólo lo recuerdo para quienes llegan aquí por primera vez),

creí deber (lo digo también para ellos), hablando de la lógica del fantasma, partir de este

comentario, que para los familiares de aquí nada tiene de nuevo, pero es esencial: que el

significante no podría significarse a sí mismo. No es exactamente lo mismo que esta pregunta

que recae sobre el tipo de identidad, para el sujeto, que podría serle, a sí mismo, aplicada. Pero

bueno, para decir las cosas de manera que resuenen, el comienzo, y que permanece como

vínculo hasta el final de esta compilación, es justamente ese algo profundamente discutido, es

lo menos que puede decirse, a todo lo largo de esos Escritos y que se expresa bajo esta fórmula

(que a todos les llega y que se mantiene allí, debo decirlo, con una lamentable certeza) y que se

expresa así: "yo, soy yo".

Pienso que, entre ustedes, son pocos los que no tengan que luchar para hacer que esta

convicción se bambolee y, de hecho, aun cuando la hayan tachado de sus documentos,

grandes y pequeños, no por eso dejaría de ser siempre bastante peligrosa. En efecto, en lo que

se entra enseguida, la vía adonde se desliza es esta, la cual volví a señalar al comienzo de este

año (ya ven que se plantea enseguida la pregunta, y de la manera más natural): aquellos

mismos en quienes se establece tan fuertemente esta certidumbre, no dudan en zanjar tan

levemente sobre lo que no es de ellos: "eso, no soy yo", "yo no actúe así". No es privilegio de

los bebés decir que "no soy yo", y hasta toda una teoría de la génesis del mundo para cada cual,

que se llama psicológica, tomará esto unánimemente como punto de partida: que los primeros

pasos de la experiencia serán, para quien la vive –el ser infans, que luego será infantil–, el

hacer la distinción (dice el profesor de psicología) entre el "yo y el "no-yo". Una vez que se

entra en esta vía, resulta bien claro que el asunto no podría avanzar un solo paso puesto que

adentrarse en esta oposición considerándola como zanjable, entre el "yo" y el "no-yo",

teniendo como único límite una negación (que incluye además el tercero excluido, supongo),

deja enteramente fuera del campo, enteramente fuera de juego, el que se enfrente lo que sin

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embargo es la única pregunta importante, a saber, si "yo, soy yo".

Cierto es que al abrir mi libro todo lector quedará ceñido en ese vínculo y muy pronto; lo

cual no es sin embargo una razón para que se atenga a ello puesto que lo que anuda ese vínculo

le da suficientes oportunidades, oportunidades enormemente suficientes para ocuparse de

otras cosas, de las cosas que precisamente se esclarecen por estar ceñidas en ese vínculo, y por

lo tanto para deslizar nuevamente por fuera de su campo.

Es lo que puede concebirse por esto: que evidentemente no es en el terreno de la

identificación misma que puede resolverse verdaderamente la pregunta. Es justamente al

trasladar, no solamente ésta pregunta sino todo lo que ello implica (particularmente la

pregunta de lo inconsciente, que presenta, hay que decirlo, dificultades que saltan a la vista

mucho más inmediatamente cuando se trata de saber con qué conviene identificarlo) es, al

referirnos a esta pregunta de la identificación (pero no simplemente limitada a lo que, del

sujeto, cree captarse bajo la identificación yo), que hacemos uso de la referencia a la estructura

y que tenemos que partir de algo que es externo a lo dado inmediatamente, intuitivamente, en

ese campo de la identificación, a saber, por ejemplo, el comentario que volvía a evocar hace

poco, a saber, que ningún significante podría significarse a sí mismo.

Entonces, para partir hoy de la razón por la que pedí esas tizas, ya que se trata de

estructura (aunque una de las fuentes de mi molestia, a veces, es que se requiere que haga

rodeos bastante largos para explicarles ciertos elementos, que no por culpa mía no están a su

alcance, es decir, que no circulan de manera suficientemente común como para que, si puedo

decirlo, algunas verdades primeras puedan considerarse como adquiridas cuando les hablo),

voy a hacerles aquí el esquema de lo que se llama un grupo. Me referí varias veces a lo que

significa un grupo partiendo por ejemplo de la teoría de conjuntos; no voy a volver a empezar

hoy ¡sobre todo por el camino que tenemos que recorrer! Se trata del grupo de Klein, por

cuanto es un grupo definido por un cierto número de operaciones. No hay más de tres. Lo que

resulta de ellas se define por una serie de igualdades muy simples entre dos de ellas y un

resultado que se puede obtener de otra forma, es decir, por una de las demás, por ejemplo, la

una por la otra de las dos, por ejemplo.

No digo "por una de las demás", y ya van a ver porqué. Ese grupo de Klein vamos a

simbolizarlo por las operaciones en cuestión, a condición de que éstas se organicen en una red

tal que cada trazo de color responda a una de esas operaciones y (el color rosado corresponde

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entonces a una sola y misma operación, lo mismo para este color azul, el trazo de color

amarillo igualmente) ven entonces que cada una de esas operaciones (que puedo dejar en la

total indeterminación hasta que haya dado mayores precisiones), cada una de esas operaciones

se encuentra en dos lugares diferentes en la red. Definimos la relación entre esas operaciones,

por lo cual están fundadas como grupo de Klein (se trata del mismo Klein, del que hablo sobre

la botella llamada con el mismo nombre) una operación de esos tres, que son a, b y c, cada

cual, todas, caracterizadas por ser operaciones que se llaman involutivas. La más simple, para

representar este tipo de operación, pero no no la única [sic], es por ejemplo la negación.

Niegan ustedes algo, ponen el signo de la negación sobre algo, ya se trate de un predicado o de

una proposición: no es cierto que... Vuelven a hacer una negación sobre lo que acaban de

obtener. Lo importante es plantear que hay un uso de la negación en que se puede admitir esto,

y no, como se les enseña, que dos negaciones valen una afirmación (no sabemos de qué

partimos, tal vez no partimos de una afirmación), pero independientemente de qué hayamos

partido, este tipo de operación, de la que les doy un ejemplo con la negación, tiene como

resultado cero. Es como si no se hubiera hecho nada. Eso es lo que quiere decir que la

operación es involutiva. Podemos entonces escribir (si al hacer sucederse las letras

entendemos que la operación se repite) que a a, b b, c c, son equivalentes, cada una, a cero.

Cero respecto a lo que teníamos antes, es decir, que si antes por ejemplo teníamos 1, eso

quiere decir que después de a a, habrá siempre 1. Esto vale la pena subrayarse. Pero bien

puede haber otras operaciones diferentes a la negación que obtengan ese resultado. Supongan

que se trate del cambio de signo (no es lo mismo que la negación). Teniendo 1 al comienzo,

tendré –1 después, haciendo funcionar el menos sobre el menos del –1, obtendré de nuevo 1 al

comienzo. Ello no quitará que esas dos operaciones, aunque diferentes, habrán tenido la

misma manifestación de ser involutivas, es decir, de llegar al resultado cero. En cambio, basta

con considerar este diagrama para notar que a que viene seguido por b tiene el mismo efecto

que c, que b que viene seguido por c tiene el mismo efecto que a. Esto es lo que se llama grupo

de Klein.

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Como tal vez algunas exigencias intuitivas que pueden tener ustedes quisieran tener un

poco más de eso para hincarle el diente, puedo señalarles (porque eso sí está al alcance de todo

el mundo esta semana en todos los puntos de venta) un número bastante delgado de una revista

que... (ya saben ustedes qué pienso yo de las revistas y no voy a entregarme hoy a la repetición

de ciertos juegos de palabras que acostumbro), en resumen, en esta revista donde no hay gran

cosa, hay un artículo sobre la estructura en matemática1 que evidentemente podría ser más

extenso pero que (en la reducida superficie que escogió, a mi fé con toda razón, puesto que se

trata justamente del grupo de Klein) les machaca las cosas con, debo decirlo, extremo cuidado.

En lo que concierne a lo que acabo de mostrarles aquí, que es muy simple, creo que hay, pues

eh... 24 páginas en las que se procede, puede decirse, paso a paso. No obstante puede resultar

siendo un ejercicio muy útil, en todo caso para quienes gustan de las longitudes, ejercicio muy

útil que puede flexibilizarlos mucho en lo que concierne a ese grupo de Klein. Si lo tomo es

porque (y lo presentó desde el comienzo) va a sernos de mucha ayuda, por lo menos así lo

espero.

Si volvemos a partir de la estructura, recuerdan ustedes algunos de los pasos en torno a

los cuales la hice girar lo suficiente como para que pueda ocurrírseles que el funcionamiento

de un grupo así estructurado... que para funcionar, lo ven ustedes, puede contentarse con

cuatro elementos, los cuales están representados aquí sobre la red que la soporta por los cuatro

picos, en otras palabras, donde se encuentran las aristas de esta figurita que ven ustedes

inscrita aquí. Observen (¿cuánto tiempo más va a durar eso?)2, observen que esta figura no se

diferencia en nada de la que les dibujé aquí rápidamente con tiza blanca y que presenta

igualmente cuatro picos, cada uno los cuales tiene la propiedad de estar vinculado con los

otros tres.

1 Barbut Marc, “Sur le sens du mot structure en mathématique” [Sobre el sentido de la palabra estructura en matemática], en Les Temps modernes, no. 246, noviembre de 1966. 2 La pregunta se dirige a algún pertubador.

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Desde el punto de vista de la estructura es exactamente la misma. Pero nos bastará con

colorear los trazos que enlazan los picos, de a dos en dos, de la manera siguiente, para que se

den cuenta de que es exactamente la misma estructura. En otros términos, el punto mediano en

esa red, en esta figura, no tiene privilegio alguno. La ventaja de representarla de otra manera

es señalar que, en este punto, no tiene privilegio. No obstante, la otra figura tiene aún otra

ventaja: la de hacerles palpar que ahí hay algo entre otras, que la noción de relación

proporcional puede eventualmente recubrir. Quiero decir que a/b = c/d por ejemplo, es algo

que funciona, pero entre otras, entre otras numerosas otras estructuras que nada tienen que ver

con la proporción, según la ley del grupo de Klein. Para nosotros se trata de saber si la función

que introduje bajo los términos por ejemplo de la función de la metáfora, tal como la

representé por la estructura: S, un significante, en tanto que se plantea en una cierta posición

que es propiamente la posición metafórica o de sustitución respecto a otros significante (S

viene entonces a sustituirse por S') algo se produce, en la medida en que el vínculo de S' con S

se conserva, como posible de revelar, resulta de allí este efecto de una nueva significación de

otra forma llamado efecto significado.

Están en causa dos significantes, dos posiciones de uno de esos significantes, y un

elemento heterogéneo, el cuarto elemento s, efecto de significado, el que resulta de la

metáfora y que yo escribo así:

Es que S, en la medida en que ha llegado a reemplazar a S', deviene el factor de un S(1/s),

que es lo que llamo efecto metafórico de significación.

Ya saben ustedes que le doy gran importancia a este estructura por cuanto es

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fundamental para explicar la estructura de lo inconsciente. A saber, que en el momento

considerado como primero, original, de lo que es la represión, se trata, digo (puesto que ese es

mi modo propio de presentarlo), se trata, digo, de un efecto de sustitución significante, en el

origen. Cuando digo "en el origen", se trata de un origen lógico y no de otra cosa. Lo

sustituido tiene un efecto que las "propensiones" de la lengua, si puede decirse, en francés,

pueden permitirnos expresar enseguida de una manera positiva: el sustituto tiene por efecto

sub-situar3 aquello a lo cual se sustituye. Lo que resulta, por efecto de esta sustitución, en la

posición que se cree, que se imagina, que hasta se doctrina [sic], muy equivocadamente en

este caso, estar borrado, está sencillamente sub-situado, lo cual es la manera como hoy

traduciré (porque me parece particularmente práctica) lo Unterdrück de Freud.

¿Qué es entonces lo reprimido? Pues bien, por paradójico que parezca, lo reprimido

como tal, a nivel de esta teoría sólo se soporta, sólo está ESCRITO, en el nivel de su retorno.

Es en tanto que el significante extraído de la fórmula de la metáfora viene a vincularse, en la

cadena, con lo que constituyó el sustituto, que palpamos lo reprimido, es decir, el

representante de la representación primera en tanto que vinculado con el hecho, lógico, de la

represión.

¿Hay algo –sobre lo que sienten muy inmediatamente la relación con la fórmula (no

idéntica a ésta sino paralela) de que EL SIGNIFICANTE ES LO QUE REPRESENTA A UN

SUJETO PARA OTRO SIGNIFICANTE–, que debe aparecerles?

Aquí, la metáfora del funcionamiento de lo inconsciente: el S en tanto resurge para

permitir el retorno del S' reprimido; el S resulta representar al sujeto, al sujeto de lo

inconsciente, a nivel de algo diferente, que es allí aquello con lo que tenemos que vérnoslas y

de lo cual tenemos que determinar el efecto como efecto de significación y que se llama

síntoma.

Es con esto que tenemos que vérnoslas y es, asimismo, lo que era necesario recordar,

por cuanto esta fórmula de cuatro términos –fórmula de cuatro términos que es aquí la célula,

el nódulo donde se nos hace presente la dificultad propia para establecer, del sujeto, una lógica

primordial, como tal–, por cuanto esto viene a confluir con lo que, de otros horizontes, por

otras disciplinas que han llegado a un punto de rigor muy superior al nuestro, particularmente

al de la lógica matemática, se expresa como sigue: que ya no se puede sostener, ahora, el

3 sustituer y sub-situer: enteramente homofónicos en cierta propensión de la lengua francesa [T.]

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considerar que haya un universo del discurso.

Es claro que en el grupo de Klein nada implica esta falla del universo del discurso. ¡Pero

nada implica tampoco que esta falla no esté! Pues lo propio de esta falla en el universo del

discurso es que si se manifiesta en ciertos puntos de paradoja, que no son tan paradójicos (de

hecho, ya les dije que la pretendida paradoja de Russell no lo es) es4, expresada de otra manera,

que hay que designar que el universo del discurso no se cierra.

Nada indica pues, de entrada, que una estructura tan fundamental en el orden de las

referencias estructurantes como el grupo de Klein no nos permita, a condición de captar de

manera apropiada nuestras operaciones, no nos permita apoyar de alguna manera lo que se

trata de apoyar. Es decir, en este caso (aquí está mi objetivo de hoy) la relación que podemos

dar, a nuestra exigencia de dar su estatuto estructural a lo inconsciente con... ¿con qué? Con el

cogito cartesiano.

Pues es bien cierto que ese cogito cartesiano (no es algo que ni siquiera haya que decir,

subrayar que no lo escogí al azar), es justamente porque se presenta como una aporía, una

contradicción radical al estatuto de lo inconsciente, que tantos debates han girado ya en torno

a ese estatuto pretendidamente fundamental de la conciencia de sí.

Pero si resultara, después de todo, que ese cogito se presente como siendo exactamente

el mejor revés que se pueda hallar, desde un cierto punto de vista, del estatuto de lo

inconsciente, se habría tal vez ganado algo que podemos ya presumir que no es inverosímil,

puesto que les recordé que ni siquiera podía concebirse, no digo una formulación, sino hasta

un descubrimiento de lo que concierne a lo inconsciente antes del advenimiento, de la

promoción inaugural del sujeto del cogito, por cuanto esta promoción es co-extensiva del

advenimiento de la ciencia.

No sabría5 haber psicoanálisis por fuera de la era, estructurante para el pensamiento, que

constituye el advenimiento de nuestra ciencia; fue en este punto que terminamos, no el año

pasado, sino ya el año precedente.

En efecto, recuerden el punto donde les señalé ya el interés de ese grafo, de ese grafo

que la mayoría de ustedes conoce y al cual pueden remitirse ahora fácilmente en mi libro;

particularmente, tal como está desarrollado en el artículo Subversión del sujeto y dialéctica

4 “y es” [Sizaret]. 5 “no podría” [Dorgeuille]

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del deseo.

¿Qué quiere decir (tal vez vale la pena subrayarlo ahora) lo que se encuentra a nivel de la

cadena superior y a la izquierda de ese pequeño grafo que, dibujado, está hecho así? :

Aquí, tenemos la marca o el índice S(A/ ) del que yo no he (desde que existe, desde que

está ubicado en este grafo), sobre el cual no he hecho muchos comentarios, en todo caso no los

suficientes, como para que hoy no tenga la oportunidad, aquí, de hacer notar que se trata,

precisamente en este lugar del grafo, en S de un significante, en tanto que concerniría, en tanto

que sería el equivalente en algo a esa presencia de lo que llamé el Uno-de-más, que es también

lo que falta, lo que falta en la cadena significante, por cuanto, muy precisamente, no hay

universo del discurso.

Que no hay universo del discurso quiere decir muy precisamente esto: que a nivel del

significante, este Uno-de-más, que es al mismo tiempo el significante de la falta, es

propiamente hablando aquello de lo que se trata y que ha de ser mantenido, mantenido como

absolutamente esencial, conservado en la función de la estructura, por cuanto nos interesa, por

supuesto si seguimos la huella adonde, en últimas, hasta hoy, los he más o menos llevado,

puesto que ustedes están aquí: que lo inconsciente está estructurado como un lenguaje.

En cierto lugar, al parecer (me lo contaron y no veo por qué no sería correcta esta

información), alguien, que no me disgustaría que viniera a presentarse aquí un día, comienza

sus cursos sobre lo inconsciente diciendo: "¡Si hay alguien aquí para quien lo inconsciente

esté estructurado como un lenguaje, puede salir enseguida!" [risas].

Podemos descansar un poquito. Voy sin embargo a contarles cómo se comentan esas

cosas cuando se trata de bebés –porque desde que mi libro fue publicado, ¡hasta los bebés leen

mi libro!–; cuando se trata de bebés, me contaron una que no puedo aguantar no

comunicársela: se discute entonces un poco, de esto, de aquello, y de los que no están de

acuerdo, hay uno que dice esto (que no habré inventado yo, en últimas): "¡aquí como en otra

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parte, están los a-Freud!"6 [risa general]. Dense cuenta de que eso tiene que ver... Justo antes

de una entrevista en que me dejé sorprender, en la Radio, justo antes de mí, hay alguien, una

voz, debo decir anónima (por lo tanto no molestaré a nadie al citarla), a quien se le hace la

pregunta "¿hay que leer a Freud? ¿Leer a Freud? Respondió ese psicoanalista al que se

calificaba como eminente [risas], ¿leer a Freud? ¡Qué va! ¡Si no es necesario en absoluto! ¡No

es necesario, no es necesario, simplemente la técnica, la técnica! Pero de Freud no es

necesario ocuparse en absoluto"...

De manera que no me cuesta mucho trabajo en verdad demostrar que hay lugares donde

"a-Freud" o no, ¡no se ocupan en absoluto de Freud!

Retomemos entonces. Ese significante, entonces, ese significante se trata de lo siguiente:

algo que concierne al Uno-de-más necesario, de la cadena significante como tal; en tanto

ESCRITA, subrayo, es para nosotros el reemplazante del universo del discurso. Pues es

justamente de esto de lo que se trata; se trata de lo que es nuestro hilo conductor para el

comienzo de este año: que es en la medida en que tratamos el lenguaje y el orden que este nos

propone como estructura, por medio de la escritura, que podemos valorizar que de ahí resulta

la demostración, en el plano ESCRITO, de la no existencia de este universo del discurso.

Si la Lógica (lo que se llama...) no hubiera tomado los caminos que tomó en la lógica

moderna... es decir, tratar los problemas lógicos purificándolos hasta el último límite del

elemento intuitivo que durante siglos pudo hacer tan satisfactoria, por ejemplo, la lógica de

Aristóteles que, incontestablemente, retenía gran parte de este elemento intuitivo, hacerlo tan

seductor que, para el mismo Kant, quien ciertamente no era un idiota, que para el mismo Kant

no había nada que agregarle a esta lógica de Aristóteles... cuando bastó con dejar pasar

algunos años para ver que al tratar, al únicamente verse tentado a tratar esos problemas, por

esa especie de transformación que resultaba simplemente del uso de la escritura, tal como

desde entonces ésta se había expandido y nos había iniciado a sus fórmulas por medio del

álgebra, a menudo, venía a pivotear y a cambiar de sentido en la estructura... es decir, a

permitirnos plantear el problema de la lógica muy diferentemente, alcanzando lo que, lejos de

disminuir su valor, y precisamente lo que le da todo su valor, alcanzando lo que en ella, como

tal, es pura estructura. Lo cual quiere decir: efecto de lenguaje.

6 ¿Lacan juega con affreux: “horribles”, “espantosos”? [T.]

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Entonces, de eso se trata.

¿Y qué es lo que quiere decir, en el nivel en que nos hallamos, esa S mayúscula con ese

A tachado entre paréntesis, S(A/ ), sino la designación por un significante de lo que concierne

al Uno-de-más?

Pero entonces, van ustedes a decirme (o más bien, eso espero, se retendrán ustedes de

decir), puesto que nos hallamos por supuesto aún en el hilo, en el filo de la identificación (así

como, tan naturalmente, en boca de la persona ingenua que ustedes empiezan a adoctrinar: yo,

no soy yo... entonces, dice ella, ¿quién es yo?), asimismo, en torno a ese invencible

renacimiento del espejismo de la identidad del sujeto, podemos decir: ¿acaso al hacer

funcionar ese significante Uno-de-más, no operamos como si el obstáculo, si puedo decir,

fuera vencible y como si dejáramos en la circulación de la cadena lo que precisamente no

podría entrar allí? A saber, el catálogo de todos los catálogos que no se contienen a sí mismos,

impreso en el catálogo, y consecuentemente, desvalorizante.

Pero de eso no se trata. No se trata de eso puesto que en la cadena significante (que

podemos considerar, por ejemplo, como hecha de toda la serie de las letras que existen en

francés), es en la medida en que a cada instante, para que alguna cualquiera de esas letras

pueda hacer las veces7 de todas las demás, se requiere que dicha letra se tache allí, que esta

tachadura es pues giratoria y, virtualmente, afecta a cada una de las letras, que hemos

insertado en la cadena la función del Uno-de-más entre los significantes. Pero ese significante

de más, lo evocan ustedes como tal, por poco que, como se lo indica aquí, lo pongamos por

fuera del paréntesis donde funciona la tachadura, siempre lista a suspender el uso de cada

significante cuando se trata de que se signifique a sí mismo.

La indicación significante de la función del Uno-de-más, como tal, es posible. No

solamente es posible, sino que es lo que propiamente hablando se manifestará como

posibilidad de una intervención directa sobre la función del sujeto. En la medida en que el

significante es lo que representa al sujeto para otro significante, todo lo que hagamos que se

parezca a ese S(A/ ) y que, lo sienten bien, no responde a nada menos que a la función de la

interpretación ¿se juzgará por qué? Por, conforme al sistema de la metáfora, la intervención,

en la cadena, de ese significante que le es inmanente como uno-de-más y, como uno-de-más,

7 tenir lieu, correlativo de lo que, en el capítulo anterior y más arriba en este mismo capítulo, se tradujo como remplazante, tenant lieu.

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capaz de producir ahí ese efecto de metáfora que será aquí ¿qué? ¿Es por un efecto de

significado (como parece señalarlo la metáfora) como la interpretación opera? Seguramente,

conforme a la fórmula, por un efecto de significación. Pero ese efecto de significación ha de

precisarse a nivel de su estructura lógica, en el sentido técnico del término. Quiero decir que la

continuación de este discurso, del que les sostengo, les precisará las razones por las cuales este

efecto de significación se precisa, se especifica y debe en cierta forma delimitar la función de

la interpretación en su sentido propio, en el análisis, como un EFECTO DE VERDAD.

Pero asimismo, esto no es por supuesto más que un hito en la ruta, tras el cual se abre un

paréntesis. Para poder darles al respecto todos los motivos que me permitan precisar así el

efecto de la interpretación, escuchen bien que dije efecto de verdad, el cual no podría ser

prejuzgado de ninguna manera de la verdad de la interpretación. Me refiero a si el índice

"verdadero" o "falso", hasta nueva orden puede o no adjudicársele al significante de la

interpretación misma.

Hasta aquí ese significante era sólo un significante de más, hasta en demasía, como tal,

hasta cuando llegue, significante de alguna falta, de alguna falta precisamente como faltando

en el universo del discurso. Sólo dije una cosa: que el efecto será un efecto de verdad. Pero

tampoco es por nada que, ciertas cosas, las avanzo, como puedo, cada una a su vez, como a

veces se empuja un rebaño de ovejas. Y que8 la última vez les haya comentado que, en el

orden de la implicación, en tanto implicación material, es decir, en tanto que existe lo que se

llama la consecuencia en la cadena significante, lo cual únicamente significa antecedente y

consecuente, prótasis y apódosis, que les haya comentado que no hay obstáculo alguno para

que se cotice con el índice verdad el que una premisa sea falsa con tal de que su conclusión sea

verdadera.

Entonces, suspendan sus mentes sobre lo que llamé efecto de verdad, antes de que

sepamos algo más al respecto, antes de que podamos decir un poco más sobre lo que concierne

a la función de la interpretación.

Ahora, vamos a ser llevados sencillamente, hoy, a producir esto que tiene que ver con el

cogito. El cogito cartesiano, en el sentido en que lo saben ustedes, no es tan simple, puesto que

8 “y que si yo…” [Sizaret].

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entre quienes consagran su existencia a la obra de Descartes (o que la han consagrado), hay

todavía, en lo que concierne a la manera como conviene interpretarlo y comentarlo, muy

grandes divergencias.

¿Haré o hago hasta el presente algo que consistiría en inmiscuirme, yo, especialista... no

especialista [risas], o especialista de otra cosa, en inmiscuirme en esos debates cartesianos?

Por supuesto, en ultimas, tengo tanto derecho a ello como todo el mundo, quiero decir, que el

Discurso sobre el Método9 o las Meditaciones10 me están dirigidas tanto como a cualquiera. Y

que me es lícito preguntarme, sobre cualquier punto de que se trate, sobre la función del ergo,

por ejemplo, en el cogito, ergo sum. Quiero decir, que me está permitido, tanto como a

cualquiera, revelar que:

–en la traducción latina que Descartes da del Discurso del Método, muy precisamente en

1644, aparece, como traducción del "pienso, luego soy": Ergo sum sive existo;

–y por otra parte, en las Meditaciones, en la segunda Meditación11, y justo después de

que se siente algo entusiasmado, compara con el punto de Arquímedes, ese punto de que tanto

se puede esperar, nos dice: "si no toqué, no inventé (invenero), sino esto (minimum), que

contiene algo cierto e inquebrantable (certum et inconcussum)"; que está en el mismo texto

donde formula (esta formula no es absolutamente idéntica): Ergo sum, ego existo.

–Y que por último en los Principios de la investigación de la verdad por la luz

natural,12 es dubito ergo sum; lo cual, para el psicoanalista tiene una resonancia muy diferente,

pero una resonancia en la que no intentaré adentrarme hoy. Es un terreno demasiado

resbaladizo, para que con las costumbres actuales... las que permiten hablar del señor

Robbe-Grillet aplicándole la grilla de la neurosis obsesiva [risas], presenta 13 para los

psicoanalistas demasiados peligros de tropiezo, hasta de ridículo, como para que me mantenga

lejos en ese sentido.

Pero en cambio subrayo que de lo que se trata para nosotros es de algo que nos ofrece

una cierta elección. La elección que hago, para el caso, es esta: dejar en suspenso todo lo que

el lógico puede resaltar sobre las preguntas en torno al cogito ergo sum. A saber, el orden de

9 Descartes René, Discurso del método, 1637. 10 Descartes René, Meditationes de prima philosopha, 1641, 11 […] si vel minimum qui invenero quod certum sit et inconcussum: “si soy lo suficientemente afortunado para hallar solamente una cosa que fuera cierta e indudable”. 12 Descartes René, Principia philosophiae…, 1644, traducido al francés en 1647. 13 […] il présente […] en la versión de Sizaret no figura il.

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implicación del que se trata. Si es únicamente implicación material, ya ven adónde nos

conduce eso. Si es implicación material (según la fórmula que escribí la última vez en el

tablero y que con gusto puedo volver a escribir por poco que me vuelvan a dar lugar para ello),

es únicamente en la medida en que, de la implicación, tal como el entonces la indicaría, la

segunda proposición –yo soy– fuera falsa, que podría rechazarse el vínculo de implicación

entre los dos términos. En otras palabras, si sólo importara saber si yo soy es verdadero, no

habría ningún inconveniente en que ese yo pienso fuera falso – digo, para que la fórmula

pudiera aceptarse como implicación.

Yo pienso: ¡soy yo quien lo dice! En ultimas, puede ser que yo crea que yo pienso, pero

yo no pienso. De hecho, eso pasa todos los días y a muchos. Puesto que la implicación de que

él es (que, les repito, en la implicación pura y simple, la que se llama implicación material),

sólo exige una cosa: que la conclusión sea verdadera.

En otros términos, la lógica, que incluye referencia a las funciones de verdad, al

establecer la tabla en un cierto número de matrices, sólo puede definir (para seguir siendo

coherente consigo misma), sólo puede definir ciertas operaciones como la implicación si las

admite como funciones que mejor serían llamadas consecuencias. Por consecuencias sólo se

quiere decir esto: la amplitud del campo en el cual, en una cadena significante, podemos meter

la connotación de verdad. Podemos meter la connotación de verdad en el vínculo de un falso

primero, de un verdadero después, y no a la inversa.

Esto, por supuesto, es seguro, nos deja lejos del orden de lo que hay para decir sobre el

cogito cartesiano como tal, en su orden propio, que sin duda implica, compromete, la

constitución del sujeto como tal, es decir, complica lo que concierne a la escritura en tanto

reguladora del funcionamiento de la operación lógica, y14 lo sobrepasa precisamente en esto:

que esta escritura misma lo único que hace ahí es representar un funcionamiento más

primordial de algo, que en ese sentido bien merece ser planteado por nosotros en función de

escritura, en tanto que es de ahí que depende el verdadero estatuto del sujeto y no de su

intuición de ser el-que-piensa. ¿Intuición justificada por qué sino por algo que en ese

momento le está profundamente oculto, a saber: qué es lo que él quiere al buscar esa

certidumbre en ese terreno que es el de la evacuación progresiva, el de la limpieza, el del

barrido de todo lo que es puesto a su alcance respecto a la función del saber?

14 “y” no figura en la versión de Sizaret.

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Y bueno, en últimas ¿qué es ese cogito?

Ago: empujo (como hace poco, hablaba de eso, mis ovejas: eso hace parte de mi trabajo

cuando estoy aquí, no es necesariamente el mismo cuando estoy solo, ni tampoco cuando me

encuentro en mi sillón de analista).

Cogo: empujo junto

Cogito: todo eso, ¡se mueve!

A fin de cuentas, si no estuviera ese deseo de Descartes que orienta de manera tan

decisiva esta cogitación, el cogito podríamos traducirlo, como se lo puede traducir, en ultimas,

en todas partes donde eso cogita, se lo podría traducir: ¡"yo hurgo"...!

¿Por qué cogito y no puto, por ejemplo, que también tiene su sentido en latín? Eso hasta

quiere decir "podar", lo cual, para nosotros analistas, tiene ciertas resonancias... En fin, puto

ergo sum tendría tal vez otro nervio, otro estilo, tal vez otras consecuencias. No se sabe, si

hubiera comenzado por podar –verdaderamente en el sentido de podar15– ¡tal vez terminaría

por podar a Dios! Mientras que con cogito, es otra cosa.

Y además cogito... cogito, está escrito, primero. Si nos dimos cuenta que cogito podía

escribirse, en lo que concierne al conjunto de la fórmula: cogito: "ergo sum", es allí donde

podemos volver a captar la intuición y hacer sentir el que algún... contenido, ese líquido que

llena, que deriva de... propiamente de estructura, del aparato del lenguaje.

No olvidemos, respecto a ciertas funciones, tal vez en tanto... (digo "tal vez" porque

comienzo a introducirlo y porque tendré que volver allí) tal vez en tanto que son aquellas

donde el sujeto no se encuentra sencillamente en posición del ser-agente, sino en posición de

sujeto; muy precisamente en la medida en que el sujeto está más que interesado, está

profundamente determinado por el acto mismo de que se trata.

Las lenguas antiguas tenían otro registro, diatesis, como dicen, en ese campo, los que

tienen el vocabulario, eso se llama la diatésis media, es por eso que, en lo que concierne a

aquello de lo que se trata y que se llama el lenguaje, por cuanto determina esa otra cosa donde

el sujeto se constituye como ser hablante, se dice loquor.

Y además, no fue ayer cuando intenté explicar todas esas cosas a quienes vienen a

escucharme, independientemente de las preocupaciones que los hacen más o menos sordos;

15 elaguer, del escandinavo laga “arreglar”: despojar un árbol de las ramas superfluas; figurativamente: liberar de detalles o desarrollos inútiles [T.]

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que recuerden los tiempos16 en que les explicaba la diferencia entre quien te seguiré y quien te

seguirá. "Yo soy quien te seguiré" no tiene el mismo sentido que "yo soy quien te seguirá". Si

hay dos, que sólo se reconocen por esta diferencia de tiempo, tras la opacidad del relativo y del

quien que designa al sujeto, es porque no hay voz media en francés, que no se ve que "seguir"

sólo puede decirse sequor, por cuanto que, por el sólo hecho de seguir, no se es el mismo que

al no haber seguido. No son cosas complicadas. Son cosas que nos interesan respecto a lo que

se podría decir de un pensamiento que lo fuera. ¡Un pensamiento de verdad verdad! ¿Cómo se

diría eso en latín por la vía media? Lo preferible sería hallar uno que estuviera entre lo que se

llama los media tantum: donde el verbo sólo existe en el medio, como los dos que acabo de

citarles.

¡Es una adivinanza! ¿Nadie levanta la mano para proponer algo? Lo lamento. Lo diré.

Pero bueno, tal vez sería un tanto rápido decirlo ahora. Tal vez, justamente, cuando se trate de

lo que hace el psicoanalista cuanto interpreta, me veré llevado a decírselo... Pero bueno, hay

que avanzar más, como lo hacemos, paso a paso.

Para darles sin embargo una breve indicación sobre esta voz, 17 los remito

(comprenderán que todo esto no lo extraigo únicamente de mi cosecha) al artículo de

Benveniste, en su compilación reciente, que también él hizo. Recoge un artículo que

afortunadamente todos nosotros leímos desde hace mucho tiempo en el Journal de

Psychologie, sobre "La voz activa y la voz media"18. Les explicará una cosa que tal vez, ahora

que lo pienso, puede abrirles un poco las ideas. Parece que en sánscrito se dice "yo sacrifico"

de dos maneras. No es un verbo media tantum, ni activa tantum, existen ambos, como para

muchos verbos, de hecho, en latín. Pero bueno ¿cuándo se emplea la voz activa? Para el verbo

sacrificar, pues bien, es cuando el sacerdote realiza el sacrificio a Brahma, o lo que quieran,

para un cliente. Le dice: "venga, hay que hacer un sacrificio al Dios", y el tipo: "¡muy bien,

muy bien!", le entrega su asunto y luego ¡hop! un sacrificio. Eso, es activo. Hay un matiz: la

voz media se pone cuando él oficia EN SU NOMBRE. Es un poco complicado lo que les

planteo ahora, porque eso no hace intervenir sencillamente una falla, que habría que poner en

16 Seminario de 1956-1957, Las estructuras freudianas de las psicosis, lección del 13 de junio de 1956. 17 Ciertamente Lacan juega en este punto con la homofonía: aquí podría escribirse voie [vía] o voix [voz] [voi-e o voi-x], dejando que actúe el “o, o”, con el soporte de las letras x y e, que sabemos lo que simbolizan: x el deseo del analista y e la castración. Es un punto donde se anudan el deseo, el fantasma y el objeto a. El asunto del acto analítico es lo que estructura la interpretación. Retomar la lectura del párrafo… [S.].

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alguna parte entre el sujeto de la enunciación y el sujeto del enunciado, lo cual se entiende

enseguida en lo que concierne a loquor, pero aquí es un poco más complicado porque está el

Otro. El Otro, a quien, con el sacrificio, se hace caer en la trampa. No es lo mismo hacer caer

al otro en la trampa en su nombre que si lo hace simplemente para el cliente que necesita haber

presentado sus respetos a la divinidad y que va a buscar al técnico. Una adivinanza (¡siento

que voy de adivinanza en adivinanza!): ¿dónde están los análogos, en la relación llamada "de

la situación analítica"? ¿Qué oficia y para quién? Es una pregunta que se puede plantear.

Sólo la planteo para que sientan esto: que hay una función de la decadencia19 de la

palabra dentro de la técnica analítica. Quiero decir que es un artificio técnico que somete esta

palabra a las solas leyes de la consecuencia, sin fiarse de nada más: eso debe ensartarse20,

sencillamente. Por experiencia sabemos que no es tan natural, la gente no aprende este oficio,

como dice alguien, enseguida. O si no, se requiere que de verdad tengan ganas de oficiar.

Porque eso se parece mucho a un oficio, justamente, que se le pide hacer, como ha de hacerlo

el valiente Brahmin, cuando le llega algo de trabajo, pasando las cuentas de sus breves

oraciones o pensando de nuevo en otra cosa.

Cogito, ergo sum... ¿Qué es lo que sum21 en ese sum ahí? Esto es de naturaleza tal como

para hacernos entender que, de todas maneras, independientemente del justo lugar de nuestras

reflexiones en cuanto a lo que concierne al paso cartesiano, no se trata por supuesto, de

ninguna manera, de reducir, ya saben ustedes que le doy su lugar histórico suficiente para que

aquí... lo ven bien, sólo se trata de una utilización, ¡pero de una utilización, además, que siga

siendo pertinente! A saber, que es a partir de ahí, en este caso, si lo que digo es cierto, es a

partir del momento en que se trata el pensamiento –¡el pensamiento no es cualquier cosa, tenía

su pasado, sus títulos de nobleza! Sé bien que antes no se consideraba, nadie había

considerado jamás hacer girar la relación con el mundo en torno al ¡"yo, soy yo"! La división

del yo y del no-yo es una cosa que nunca se le había ocurrido a nadie ¡antes de cierto siglo

reciente! Es el rescate, el precio con que se paga ¿qué? Tal vez el hecho de haber votado el

18 Benveniste Émile, “Actif et moyen dans le verbe” [Activo y medio en el verbo], Journal de Psychologie, Enero-febrero de 1950, retomado en Problèmes de linguistique générale, t. 1, Gallimard, 1966. 19 déchéance: decaimiento, decadencia, ruina, degradación y hasta caducidad [T.] 20 enfiler es enhebrar, pero figurativamente es ensartar mentiras o insultos, engañar o embaucar; en su forma pronominal s'enfiler es meterse por una vía, zamparse, cargar o cargarse [T.] 21 o “suma” [S.].

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pensamiento a la basura.

Cogito es en Descartes, en últimas, el desecho; porque todo lo que examinó en su cogito

lo echó efectivamente al cesto. Pienso que quienes me siguen ven un poquito la importancia y

la relación que tiene todo eso con lo que estoy avanzando.

A partir de la formulación escrita de la nueva lógica, se enunció un cierto número de

cosas que hasta hoy no habían aparecido de manera evidente y que sin embargo tienen

claramente su importancia. Por ejemplo esta: si quieren negar A y B, coloco la barra, y, por

convención, eso constituye la negación: no(A y B), . La ventaja de estos procedimientos

escritos es bien sabida –lo que se requiere es que eso funcione como un molinillo ¡no se

necesita reflexionar!–, consiste en escribir: no-A o no-B, ahí está, es todo.

Buscarán en el señor de Morgan, quien encontró la cosa, y en el señor Boole, quien la

volvió encontrar, a qué corresponde eso.

¡Bueno! Voy sin embargo, a mi gran pesar, a imaginarizárselo. Porque yo sé que habría

personas que se sentirían irritadas si no lo hiciera. Pero lo lamento, porque dichas personas

probablemente se sentirán satisfechas y creerán que han comprendido algo... De hecho, es por

eso que se lo voy a mostrar pero, en ese momento ¡quedarán definitivamente sumergidas22 en

el error!

No obstante, ¿qué quiere decir esto (aquí hay dos conjuntos, A y B), "o el uno, o el otro",

o no-A, o no-B? (Esto de aquí adentro, queda por supuesto excluido, esto, la parte sombreada).

Es decir, lo que se llama la diferencia simétrica. Es lo que se llama el complementario,23 en

este conjunto. Es, interpretada a nivel de los conjuntos, la función de la negación. Siendo la

negación lo que no es este A y B, son las otras dos áreas de esos dos conjuntos que, como lo

22 derrotadas, vencidas [T.] 23 Sizaret: “complemento”. La diferencia simétrica es un conjunto constituido por los elementos de A que no están en B y los elementos de B que no están en A. Aquí se trata del complementario de A∩ B (“parte sombreada”) “en este conjunto” A U B.

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ven, tienen un sector común; son las otras dos áreas indiferentemente (indiferentemente, digo)

las que cumplen esta función.

Les anuncio, puesto que ya son las dos, con el fin de dejarlo para la próxima vez, que

examinaremos todas las maneras que podamos buscar, para operar sobre ese pienso, luego soy,

para definir allí unas operaciones que nos permitirían captar su relación:

–primero, con su puesta en falso: "pienso y no soy";

–con otra transformación, igualmente, que es posible, y cuyo interés candente verán

cuando les diga que se trata de la posición aristotélica: "no pienso o soy";

–y luego la cuarta, que recubre muy exactamente esta y que se inscribe así: todo ese

círculo simbolizante [?], ya que elegí ofrecer un soporte para que ustedes retuvieran hoy algo

de mi punto de caída, "o yo no pienso o yo no soy".

Intentaré avanzar tal aparato como siendo la mejor traducción que podamos dar, para

nuestro uso, del cogito cartesiano, para servir de punto de cristalización al sujeto del

inconsciente.

Se tratará de que interroguemos esta inversa (y sienten bien que esta inversa sólo es

negación respecto al conjunto en que la hacemos funcionar), esta inversa que realiza el o no

soy o no pienso respecto al cogito, de tal manera que descubramos tanto el sentido de ese vel

(o) que lo une, como el alcance exacto que puede tomar aquí la negación, para darnos cuenta

de lo que sucede con el sujeto de lo inconsciente.

Esto es lo que haré entonces el 21 de diciembre, y es lo que cerrará, espero,

finamente –si aguantó hasta allá– este año, lo que nos permitirá el justo punto de partida, en lo

que sigue, de lo que este año conviene que recorramos como lógica del fantasma.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L.,

Eduardo ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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Lección 6

21 de diciembre de 1967

Creo que la vez pasada les di pruebas de que bien puedo soportar algunas pruebas: la lámpara, así,

prendiéndose y apagándose ¿ah? En otro tiempo, en los cuentos de espantos, se les explicaba cómo

llevar a la gente, en ciertos lugares, hacia su “autocrítica”. Eso servía para eso. Bueno… resultaba

más desagradable para mí que para ustedes, he de decirlo, porque yo la tenía encima mío mientras

que ustedes la tenían en los ojos.

Pudieron darse cuenta de que no es ese tipo de nimio inconveniente el que puede llegar a desviar

mi discurso. Por eso, espero que no intentarán relacionar con ningún hecho de vana quisquilla

personal el hecho de que hoy no estaremos de fiesta, a pesar de que sea la época. Les advierto en

seguida: hoy no haré el seminario que había preparado para ustedes. Les pido excusas a quienes,

tal vez, hayan desplazado algo de sus proyectos de vacaciones para aprovechar esta reunión.

Cuando menos, nadie se habrá tomado la molestia en vano, pues espero que cada uno tenga el

reducido ejemplar1 con el que los honro a manera de regalo de fin de año. No llegué hasta a

ponerles una dedicatoria a cada uno, por ignorar muchísimos de sus nombres, pero bueno ¡siempre

se puede hacer!

Hemos llegado al momento en que voy a formular, sobre el inconsciente, fórmulas que considero

decisivas, fórmulas lógicas cuya inscripción vieron aparecer la última vez en el tablero, bajo la

forma de ese o no pienso o no soy, con esta reserva: que ese o no es ni un vel (el o de la reunión; el

uno, el otro o ambos) ni un aut (al menos uno, pero no más: hay que escoger). No es ni el uno, ni

el otro.

Y será el momento para que yo introduzca, eso espero, de una manera que será aceptada en el

cálculo lógico, otra función: la que, en las tablas de verdad, se caracterizaría por esa operación que

habría que llamar con un nuevo término, aun cuando ya exista uno de la cual ya hice uso, pero

que, por tener otras implicaciones, puede resultar ambiguo. ¡Qué importa! Los cotejaré: se trata,

nada menos, lo señalo (no estoy aquí para guardar misterios), que de lo que señalé una vez aquí

bajo el término de alienación ¡pero qué importa! Les tocará escoger a ustedes. Mientras tanto,

1 “Le langage et l’inconscient”, en L’inconscient, Coloquio de Bonneval, D. D. B., París, 1966. El artículo está modificado en los Escritos, bajo el título “Posición del inconsciente”.

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llamemos a esta operación omega y, en la tabla de verdad, caractericémosla por lo siguiente: de las

proposiciones sobre las que opera, si las dos son verdaderas, el resultado de la operación es falso.

Consultarán las tablas de verdad que tienen al alcance de la mano, y verán que ninguna de las que

hasta hoy se acostumbran, de la conjunción a la disyunción, a la implicación, cumple esta

condición.

Al decir que la conjunción de lo verdadero con lo verdadero da, por esta operación, lo falso, quiero

decir que toda otra conjunción allí es verdadera: la de lo falso con lo falso, la de lo falso con lo

verdadero, la de lo verdadero con lo falso.

La relación de esto con lo que concierne a la naturaleza de lo inconsciente, es lo que espero poder

articular ante ustedes el 11 de enero, para cuando, en todo caso, les doy cita. Entienden que si no

lo hago hoy (a este respecto, pienso, ustedes confían en mi) es porque mi formulación no está lista,

ni tampoco aquello a lo cual podría limitarla hoy. No obstante, si en efecto se trata de un cierto

temor de plantearla ante ustedes con todo su rigor, un día en que me hallo un tanto en apuros, […]

hace que haya pasado estas últimas horas preguntándome sobre algo que es nada menos que la

oportunidad o no de continuar esto: que estamos todos juntos por el momento y que se llama mi

seminario.

Si me planteo esta pregunta es porque vale la pena plantearla: no es vano que ese pequeño

volumen que les entregué y que me parece necesario recordar a su atención justo antes de que

aporte una fórmula lógica que permita en cierta forma garantizar de manera firme y cierta lo que

concierne a la reacción del sujeto tomado en esta realidad de lo inconsciente, no es vano que ese

volumen les dé testimonio de las dificultades de esa residencia, a aquellos cuya praxis y función es

la de estar allí. ¿Será tal vez a falta de medir la relación que hay entre este "estar allí" y un cierto

"no estar allí" necesario? Ese volumen nos dará fe de lo que fue un encuentro en torno a ese tema

de Lo inconsciente. Participaron en él y jugaron un papel eminente dos de mis alumnos, de los más

queridos que tenía, y también otros... todo está ahí, hasta los marxistas del CNRS.

En la primera página verán, en caracteres muy pequeños, una manifestación2 muy singular.

Cualquiera que sea aquí analista reconocerá en esto lo que técnicamente se llama, aquello a lo que

aludió Freud en algún punto de los cinco grandes psicoanálisis (les dejo la tarea de encontrar ese

2 – "Al dejar a cada cual en la entera libertad para expresar su pensamiento, evidentemente no quise decir que toleraría

–sin desmentida explícita de mi parte– que algunos hayan creído tener que dar la impresión, o más bien la ilusión, de que yo habría permitido convertir este Simposio en un circo..." Nota de Henry Ey en su prefacio.

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punto, que al mismo tiempo les permitirá volver a hojearlo un poco), lo que Freud y la policía, al

unísono, llaman "el regalo" o "la carta de visita". Si un día les ocurre que su apartamento sea

visitado en su ausencia, podrán constatar, tal vez, que la marca que puede dejar el visitante es una

mierdita. Ahí estamos en el plano del objeto a minúscula. No hay que sorprenderse si tales cosas

tienen lugar en las relaciones con sujetos que los acosan por su discurso sobre las vías de lo

inconsciente.

A decir verdad, hay grandes y buenas excusas para la carencia que demuestran los psicoanalistas

de hoy para tenerse a la altura teórica que su praxis exige. Para ellos, la función de las resistencias

es algo de lo que podrán ver que las fórmulas sobre las que quiero estar tan seguro de mí como sea

posible el día en que intentaré dárselas en lo esencial y en su verdadera instancia –verán qué

necesidad se relaciona con la resistencia y cómo no podría limitarse de ninguna manera al no-

psicoanalizado. Asimismo, en el esquema que intentaré darles de la relación, no de lo no pensado

y del no ser (¡no crean que ando por vertientes de la mística!) sino del yo no soy y del yo no pienso

que permitirán, por primera vez, creo, y de manera palpable, marcar no solamente la diferencia, el

no recubrimiento entre lo que se llama resistencia y lo que se llama defensa, sino hasta marcar de

manera absolutamente esencial, aun cuando hasta aquí sea inédita, lo que concierne a la defensa,

que es precisamente lo que cierne y preserva exactamente el yo no soy. Es por no saberlo que todo

se desplaza, se desfasa de la mira donde cada cual fantasea cuál puede ser la realidad de lo

inconsciente. Ese algo que nos falta y que constituye lo escabroso de aquello con lo que estamos

enfrentados, no por alguna contingencia: a saber, esa nueva conjunción del ser y del saber.

Esta aproximación diferente al término de verdad hace del descubrimiento de Freud algo que de

ninguna manera es reductible y criticable por medio de una reducción a ninguna ideología.

Si se me da tiempo, tomaré aquí... y si lo anuncio no es por la vanidad de agitarles algún oropel

destinado a engolosinarlos en esta circunstancia sino más bien para señalar en qué no perderían

nada al volver a abrir a Descartes primero, puesto que está también ahí el pivote en torno al cual

hago girar ese retorno necesario a los orígenes del sujeto, gracias al cual podemos retomarlo,

retomarlo en términos de sujeto. ¿Por qué? Porque, precisamente, es en términos del sujeto que

Freud articula su aforismo, su aforismo esencial, en torno al cual enseñé, no solamente a mí

mismo, sino a quienes me escuchan, a darle vueltas al wo Es war, soll Ich werden.3 El Ich en esta

3 Freud, “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis”, en Sigmund Freud, Obras Completas, Vol XXII, Bs. As., Amorrortu, pág. 74: “Donde Ello era, Yo debo devenir” (Final de la 31ª Conferencia).

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fórmula, y en la fecha en que fue articulada, en las Nuevas conferencias, lo saben, no podría

tomarse ninguna manera por la función das Ich tal como se la articula en la segunda tópica. Como

la traduje: ahí donde estaba, ahí he de –agregué como sujeto pero es un pleonasmo: el Ich alemán

es aquí el sujeto –devenir.4

Así como reavivé ante ustedes el sentido del cogito, poniendo en torno al "yo soy" las comillas que

lo aclaran, me dirigiré al aforismo de Freud, donde hallamos fórmula más digna de la placa con la

que soñó: "aquí fue descubierto el secreto del sueño". El Wo Es war, soll Ich werden, si lo graban

no olviden suprimir la coma: es "ahí donde [eso] estaba" que debe devenir Ich. Lo que quiere decir

(en el lugar donde Freud coloca esta fórmula, la terminal en uno de sus artículos), que quiere decir

que de lo que se trata en esta indicación no es de la esperanza de que, de repente, en todos los seres

humanos, tal como se dice en un lenguaje de chusma, "el yo debe desalojar al ello"; pero eso

quiere decir que Freud indica ahí, nada menos que esta revolución del pensamiento que su obra

requiere.

Pero está claro que ese es un desafío, y peligroso para quienquiera se adentre, tal es mi caso, para

sostenerlo en su lugar. Odiosum mundo me fecit logica – un tal Abelardo, como tal vez algunos de

ustedes aún lo tienen presente, escribió un día en esos términos– "la lógica me hizo odioso al

mundo" y es en ese terreno que entiendo traer términos decisivos, que no permiten confundir ya de

qué se trata cuando se trata de lo inconsciente. Ya se verá si alguien puede o no articular que con

eso deslizo fuera o intento apartarlo.

Para captar lo que concierne a lo inconsciente, quiero marcar, para que en cierta forma puedan

ustedes preparar su mente con algún ejercicio, que lo que nos queda ahí prohibido es exactamente

esa especie de movimiento del pensamiento que es precisamente el del cogito, que tanto como el

análisis necesita del Otro (con una A mayúscula). Lo cual no exige de ninguna manera la presencia

de algún imbécil.

Cuando Descartes publica su cogito, que articula en ese movimiento del Discurso del método que

desarrolla por escrito, se dirige a alguien, lo lleva por los caminos de una articulación cada vez

4 …là où c’était, là dois-je [comme sujet] devenir. Literalmente: “Ahí donde [eso] era/estaba, ahí debo yo [como sujeto] devenir”. El ça implícito en el c’était obligaría tal vez a precisar en la traducción que no se trata de un él sino de un eso (el Es freudiano) que sin embargo Lacan deja enteramente implícito. Por esa razón no agrego el eso, que sin embargo es tácito. Asimismo, el dois-je contiene el je, pero la expresión elegida por Lacan en este caso insiste también y principalmente en el he de que en español supone también el sujeto tácito que, para Lacan, remite al sujeto (el Ich freudiano) [T.]

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más acuciante. Y luego, de repente, algo sucede, que consiste en desprender de ese camino

trazado, para hacer surgir de ahí esa otra cosa que es el "yo soy".

Hay ahí esa especie de movimiento que yo intentaré calificar para ustedes de manera más precisa,

que es ese que sólo pocas veces se encuentra en el transcurso de la Historia, que yo podría

designarles, el mismo, en el libro VII de Euclides5, en la demostración a la que estamos aún

sometidos, puesto que no hemos hallado otra y que es del mismo orden: muy precisamente

demostrar (independientemente de la fórmula que puedan dar ustedes, llegado el caso, de la

génesis de los números primeros) que sería necesario (nunca nadie ha hallado esta fórmula ¡pero

se hallará!), que se deduce necesariamente que habría otras que esta fórmula no puede nombrar.

Ese especie de nudo donde se marca el punto esencial de lo que concierne a una cierta relación que

es la del sujeto con el pensamiento.

Si el año pasado me aproximé a la apuesta de Pascal, fue con el mismo propósito. Si se remiten a

lo que aparece en las matemáticas modernas en términos de la aprehensión "diagonal", es decir, lo

que le permite a Cantor instaurar una diferencia entre los infinitos, obtienen siempre el mismo

movimiento. Y más sencillamente, si tienen a bien, de aquí a la próxima vez procurarse de esta

forma o de otra, Fides quaerens intellectum, de san Anselmo, en el capítulo II (para que yo no me

vea obligado a leérselo), leerán, aun cuando les cueste algún trabajo conseguir ese librito (esta, es

la traducción de Koyré, publicada en Vrin;6 no sé si queden, ¡pero seguramente no quedarán!),

leerán el capítulo II, para volver a repasar, a manera de ejercicio, lo que la imbecilidad

universitaria hizo caer en descrédito bajo el nombre de "argumento ontológico". Se creía que san

Anselmo no sabía que no es porque se puede pensar lo más perfecto, que existe. Verán en ese

capítulo que él lo sabía bastante bien, pero que el argumento es de otro alcance, justamente del

alcance de este proceder que intento designarles, que consiste en conducir al adversario por un

camino tal que, del brusco desprendimiento de ese camino, surja una dimensión hasta entonces

desapercibida.

Tal es el horror de la relación con la dimensión de lo inconsciente, que ese movimiento hace

imposible: todo le está permitido a lo inconsciente... salvo articular: "luego soy". Esto es lo que

requiere de otros abordajes y particularmente de los abordajes lógicos que intentaré trazar ante

5 Euclides, Los elementos [Les Élements, t. II, PUF, París, 1990]. 6 Anselmo de Cantorbery, Fides quaerens intellectum, texto y traducción al francés de Alexandre Koyré, 4ª edición, Vrin, París, 1967.

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ustedes, requiere lo que rechace a su nada y a su futilidad todo lo que fue articulado, en términos

mediocres de psicólogo, en torno al "autoanálisis".

Pero si seguramente toda la dificultad que puedo yo tener para reanimar, en un campo cuya

función se afirma y se cristaliza justamente por las dificultades (llamémoslas noéticas si les

conviene) del abordaje teórico de lo inconsciente, punto demasiado comprensible que no excluye

que en ese medio mi juntura tenga lugar en el plano de la técnica y de interrogaciones precisas,

justamente, por ejemplo, la de poder exigir que se encuentren allí los términos con los que se

justifica el psicoanálisis didáctico.

Para mí, puede plantearse la pregunta de lo que concierne a las consecuencias de un discurso, que

las circunstancias y también la intención mía de hacer uso es un rodeo, del que me imponían esa

circunstancias, de abrir ese discurso sobre Freud a un público más amplio.

El galante hombre cuya firma se encuentra debajo de lo que yo llamé "el regalo", escribe: "¿Sienta

él, so pretexto de libertad, tolerar que el foro se transforme en circo?" Aquí, el regalo me es

precioso: la verdad surge, aún de la incontinencia...

Sería yo quien, precisamente en ese volumen, sustituiría el circo por el foro. ¡Me bendiga Dios si

hubiera tenido realmente éxito! ¡Seguro! En ese breve artículo sobre Lo inconsciente, tuve en

efecto, al redactarlo, la sensación de que me ejercitaba en ese algo al mismo tiempo riguroso y que

revienta los límites, si no los del techo del circo por lo menos los de la acrobacia ¡y porque no los

de la payasada, si quieren! para sustituir algo que en efecto no tiene ninguna relación con lo que

pude decir en ese foro de Bonneval que, como todos los foros, ¡era una feria!

La precisión de un ejercicio de circo es tanto menos para todo el mundo cuanto que, lo que estoy

tratando de demostrarles, cuando les hablo del cogito, es algo que, en efecto, tiene la forma de un

circo, salvo porque el circuito no se cierra, porque en alguna parte está ese pequeño resalto que

hace pasar ese "yo pienso" a ese " yo soy", que también hace que en tal o cual fecha, ¡qué raro!

unas revoluciones del sujeto den un paso esencial.

El que tomé de último fue Cantor... Sepan que, a él, le escupieron lo suficiente como para que

haya terminado su vida en un asilo. Tranquilícense ¡ese no será mi caso! [risas] Soy menos

sensible que él a las articulaciones de los colegas y de los demás. Pero la pregunta que me planteo

es, ahora que articulo –en una dimensión que la arrastra la de la venta tan pasmosa de esos

Escritos–, que articulo entonces ese discurso, si se requerirá o no que me ocupe de la feria. Porque,

por supuesto, no se puede contar con aquellos cuyo oficio consiste en valerse, junto con la rapiña,

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de paso, de cualquier cosita que se engancha, en el discurso de Lacan o de algún otro, para

elaborar un documento donde “él” demuestra su originalidad.

Entre el congreso de Bonneval y el momento en que pasé aquí, viví en medio de una feria. Una

feria donde yo era la bestia: era a mí a quien se vendía en el mercado. Eso no me molestó.

Primero, porque esas operaciones no me concernían (quiero decir, en mi discurso) y porque,

además, eso no le impedía a las mismas personas que se hacían cargo de esa función venir a mi

seminario y raspar todo lo que yo decía, quiero decir, escribirlo cuidadosamente, con tanto más

cuidado cuanto que sabía muy bien que no les iba a durar mucho tiempo, dados sus propios

designios. Entonces, no se trata de cualquier feria.

Lo que va a llegar ahora a la feria será todo tipo de cosas diferentes, que consistirán, como ya

ocurrió antes de la publicación de mis Escritos, que consistirán en ampararse de no importa cuál

de mis fórmulas !para que sirvan para sabe Dios qué! ¡Como intentar demostrarme que yo no sé

leer a Freud! ¡Hace 30 años que no hago más!

Entonces ¿qué será necesario que responda? ¿que haga responder? ¡Qué vaina! Tal vez tenga

cosas más útiles que hacer. En particular, ocuparme del punto donde esas cosas pueden dar fruto, a

saber, en quienes me siguen en la praxis.

Como sea, como lo ven, esta pregunta no me deja indiferente. Es justamente porque no me deja

indiferente, que resulté planteándomela con mayor agudeza. Debo decir que sólo una cosa me

retiene de zanjarla de la manera como se bosqueja: no es su calidad, Damas y Caballeros, aun

cuando estoy lejos que no sentirme honrado por ello, la de tener entre mis oyentes, hoy u otros

días, algunas de las personas más formadas y de aquellas para quienes no resulta vano para mí

proponerme a su juicio.

No obstante, ¿bastaría únicamente eso para justificar lo que puede ser trasmitido igualmente de

manera escrita? A pesar de todo, en el nivel de lo escrito, sucede que lo que vale algo sobreagüe,

aunque por supuesto, en una universidad como la Universidad francesa, donde hace casi 100 años

se es kantiano, los responsables – tal como se los hice notar en una de mis notas– no han hallado,

en los 100 años en que han acorralado e impulsado delante de ellos masas de estudiantes, ¡la

manera de hacer que se publique una edición completa de Kant!

Lo que me hace dudar, lo que hace que tal vez (tal vez, si se me antoja) continúe este discurso, no

es entonces su calidad sino su número. Porque en últimas eso es lo que me sorprende. Por eso este

año renuncié a cerrar el seminario que, los años anteriores, tuvo su breve tiempo de ensayo, y la

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posibilidad de manifestar su ineficacia. Es por causa de ese número, de ese algo increíble que hace

que haya gente, buena parte de los que están aquí, gente, a la que saludo puesto que en todo caso

están aquí para probarme que en lo que digo hay algo que resuena, que resuena lo suficiente como

para que vengan a escucharme, en vez de escuchar el discurso de tal o cual de sus profesores

respecto a cosas que les interesan porque hacen parte de su programa, vengan a escucharme, a mí

que no hago parte de eso; esto me da un signo de que a través de lo que digo, que ciertamente no

puede pasar por demagogia, bien debe haber algo donde se sienten interesados.

Es así como seguramente puedo justificarme, si acaso, de proseguir este discurso público. Este

discurso, ciertamente, que al igual que durante los 15 años que ya duró, es un discurso donde

seguramente todo no está dado por adelantado, pero que construí, y del cual hay partes enteras que

se encuentran dispersas en memorias, que harán con eso ¡a mí fe! lo que querrán; sin embargo, hay

partes que merecerían más y mejor.

En lo que les diré sobre lo que llamé hace poco la "operación omega", haré referencia a El Chiste.

Durante tres meses, ante personas que no creían en lo que oían, que se preguntaban si yo

bromeaba, hablé de El Chiste. Los invito, ya que estarán de vacaciones, a procurárselo, si de

pronto es posible (porque no se sabe, ¡tampoco las obras de Freud se pueden hallar!), a procurarse

El Chiste, y a convencerse. Si sucede que yo también deba tomar vacaciones, es la primera vez de

mis seminarios pasados en que intentaré dar por escrito un equivalente.

A este respecto, se encuentran ustedes provistos, para este tempo intermedio, de lo que yo quería

decir: no siempre se está de fiesta. En todo caso ¡no siempre para mí!

La última vez que aludí a la fiesta fue en un breve escrito, que no era del todo un escrito puesto

que quise que permaneciera en el estado del discurso7 que emití ante un público médico bastante

amplio. La acogida de ese discurso fue una de las experiencias de mi vida. Además no fue una

experiencia que me haya sorprendido. Si no la retomo ya, es porque conozco bien por adelantado

sus resultados. Debo decir que no pude resistir el aportarle una modificación que en verdad nada

tiene que ver con el discurso: esa alusión a la fiesta, a la fiesta del Banquete8… si era una alusión.

El público reconocerá mejor en el boletín de mi pequeña Escuela, sin duda, que en el del Colegio

de Medicina donde será publicado por otra parte, la alusión a la fiesta del Banquete. Se trata de

7 Conferencia pronunciada en el Collège des Médecins des Hôpitaux de Paris, publicada bajo el título “Psychanalyse et médecine” en el número 1 de las Lettres de l’École freudienne de Paris. 8 Platón, El banquete, 203 b-e.

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aquella adonde llegan, el uno mendigando, el otro como perdido, dos personajes, dos personajes

alegóricos que ustedes conocen, que se llaman PÒroj y Pen…a: el PÒroj del psicoanálisis y la

Pen…a universitaria. Me estoy preguntando hasta dónde puedo dejar llegar la obscenidad.

Independientemente de lo que esté en juego, la cosa vale lo suficiente para echarle una segunda

mirada, quiero decir, aun cuando lo que esté en juego sea lo que el otro llama, de manera bastante

cómica ¡el Eros filosófico!

¡Felices fiestas!

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo

ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

LECCIÓN 7

11 de enero de 1967

Los dejé en la operación definida por mí como alienación, si recuerdan, bajo la forma de

una elección forzada en donde dicha operación se figura recayendo en una alternativa que se

salda con una falta esencial. Por lo menos, les anuncié que esta forma la retomaría a propósito de

la traducción alternativa que hago del cogito cartesiano y que es ésta: o yo no pienso o yo no soy.

Un lógico formado en la lógica simbólica reconocerá esta transformación. La reconocerá,

si representa la fórmula puesta al día en el registro de esta lógica simbólica, por primera vez en

de Morgan a mediados del siglo pasado, por cuanto que lo que enunciaba esta fórmula (que

representaba un verdadero descubrimiento que jamás había sido planteado de esta forma hasta

entonces) se expresaba primeramente así: que en la relación proposicional que consiste en la

conjunción de dos proposiciones (lo que se expresa a la derecha y arriba de esas hojas blancas

sobre las cuales escribí en negro para que se vea más, la conjunción de A y de B), si la niegan en

tanto conjunción, si dicen que no es cierto, por ejemplo, que A y B puedan sostenerse al mismo

tiempo: lo cual equivale a la reunión… la reunión quiere decir algo diferente a la intersección.

La intersección es (si ustedes representan, si se imaginan el campo de lo que se emite en cada

una de esas proposiciones con un círculo que cubre un área), la intersección es esto. La reunión,

es esto.

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Como ven, no es adición, puesto que puede haber, para cada uno de los dos campos, una

parte común. Pues bien, el enunciado de de Morgan se expresa así: que en el conjunto formado

por esos dos campos aquí cubiertos por las dos proposiciones en cuestión, la negación de la

intersección, a saber, lo que concierne a lo que A y B son conjuntamente, se representa por la

reunión de la negación de A (escribamos aquí A: lo que es su negación es esta parte de B) y de la

negación de B (es decir, de esta parte de A).

Pueden ver que queda en medio algo que se exceptúa, que es el complemento de la reunión

de esas dos negaciones y corresponde, propiamente hablando, a lo que es negado, es decir, al

campo de la intersección de A y de B.

Esta fórmula tan simple resultó tomar tal alcance en los desarrollos de la lógica simbólica

que es considerada allí como fundamental a título de lo que se llama el principio de dualidad,

que se expresa así bajo su forma más general: a saber, que si llevamos las cosas no a ese intento

de literalización del manejo de la lógica proposicional, sino si la llevamos al plano de lo que va

al fundamento de la formulación del desarrollo matemático, a saber, la teoría de conjuntos, la

teoría de conjuntos en forma velada introduce algo que es justamente lo que permite hacer de

esto el fundamento de lo que es el desarrollo del pensamiento matemático. Es que, de una forma

velada, puede decirse, lo que les enseñé a diferenciar del sujeto del enunciado, como siendo el

sujeto de la enunciación, se encuentra, en los enunciados primarios, en la definición del conjunto

como tal, el sujeto de la enunciación se encuentra allí de cierta forma congelado, ni siquiera

huye, queda allí implicado por cuanto, por supuesto, la teoría de conjuntos es lo que permite

desarrollar la exposición, garantizar la coherencia del desarrollo del pensamiento matemático.

Otra cosa, por supuesto, es el progreso de invención, el proceder propio del razonamiento

matemático que no es el de una tautología, dígase lo que se diga, que tiene su fecundidad propia,

que se separa del plano puramente deductivo y que con ese resorte que le es esencial alcanza lo

que se llama el razonamiento por recurrencia o también, para emplear el término de Poincaré, “la

inducción completa”.

Para darle su relieve, esto exige el recurso a la temporalidad. El trámite del razonamiento

en cuanto es escandido por ese algo que propiamente es lo constitutivo del razonamiento por

recurrencia, se desarrolla como fundado en un trámite indefinidamente repetible.

Pero a nivel de la teoría de conjuntos sólo hemos de buscar un aparato que nos permita

simbolizar lo que se garantiza del desarrollo matemático, y para eso, lo que en el acto de

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enunciación se aísla como el sujeto –sujeto de la enunciación por cuanto es diferente de este

punto en el enunciado donde podemos reconocerlo–, eso es lo que en la noción de conjunto –y

muy precisamente, por cuanto se funda en la posibilidad del conjunto vacío como tal, en eso se

garantiza de una manera velada la existencia del sujeto de la enunciación.

A nivel de la teoría de conjuntos, la transformación de de Morgan se expresa así: que en

toda fórmula donde tenemos un conjunto, cualquier conjunto, el conjunto vacío, el signo de la

reunión y el signo de la intersección, si se los intercambia de a dos, es decir, sustituyendo el

conjunto por el conjunto vacío, el conjunto vacío por un conjunto, la reunión por la intersección,

la intersección por una reunión, conservamos el valor de verdad que pudo establecerse en la

primera fórmula.

Tal es, fundamentalmente, lo que quiere decir que sustituimos al Pienso, luego soy, ese

algo que exige que lo miremos más detenidamente en su manejo pero que muy brutalmente, muy

masivamente, muy ciegamente, diría yo, puede ante todo articularse como algo donde el o de la

reunión ha de examinarse más detenidamente y que une un no pienso con un no soy.

Además, esos dos no no son bien escuchados, a partir del momento en que se introduce

esta dimensión del conjunto vacío, por cuanto ésta soporta ese algo definido por la enunciación

(a lo cual, sin duda, puede ser que nada responda pero que es establecido como tal). Este

conjunto vacío, en tanto representa al sujeto de la enunciación, nos obliga a tomar, con un valor

que está por examinarse, la función de la negación.

Seguramente, desde siempre y al simple examen del enunciado, la ambigüedad de la

negación, tomada simplemente en su uso gramatical, es absolutamente evidente.

Tomemos el yo no deseo. Es claro que ese yo no deseo por sí mismo está hecho para hacer

que nos preguntemos sobre qué recae la negación. Si es un yo no deseo transitivo implica lo

indeseable (lo indeseable de mi hecho: hay algo, adrede, que no deseo). Pero, así mismo, la

negación puede querer decir que no soy yo [moi]1 quien desea, implicando que me descargo de

un deseo, que puede igualmente ser el que me lleva no siendo yo [moi] al mismo tiempo. Pero

queda que esta negación puede querer decir no es cierto que yo desee, que el deseo, ya sea de yo

[moi] o de no-yo [pas-moi], nada tiene que ver con el asunto.

1 En adelante se señalarán únicamente las ocasiones en que “yo” es “moi”; en los demás casos ha de suponerse “je”. En este caso, sin embargo, hay una particularidad: puede traducirse tanto no es yo como no soy yo. En la siguiente ocurrencia [“no siendo yo”], la traducción al español es afortunada por efecto del gerundio y no requiere aclaración, pero no es el caso para la mayoría de las ocasiones en que se presenta esta forma en francés [T.].

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Es como decirles que esta dialéctica del sujeto, en la medida en que intentamos ordenarla,

delinearla, entre sujeto del enunciado y sujeto de la enunciación, es una obra bastante útil ahí y

especialmente al nivel donde retomamos hoy la interrogación del cogito de Descartes, por cuanto

es la que puede permitirnos darle verdadero sentido, situación exacta, a lo que, en virtud de

Freud, se modifica de eso y, para decirlo enseguida, que se nos propone bajo dos formas

demasiado fácilmente superpuestas y confundidas que se llaman respectivamente el inconsciente

y el ello, y que son aquello que se trata de que distingamos a la luz de esta interrogación que

hacemos partir del examen del cogito.

Que el cogito se discuta aún (esto es un hecho en el discurso filosófico) es al mismo tiempo

lo que nos permite a nosotros mismos entrar allí con el uso en que entendemos hacerlo servir;

puesto que así mismo esa cierta fluctuación que puede persistir allí es justamente lo que, en él, da

fe de algo en que debía completarse.

Si el cogito, en la historia de la filosofía, es una base ¿por qué? Es que –para decirlo

seguramente a lo mínimo-, sustituye la relación patética, la relación difícil que había tenido toda

la tradición de la interrogación filosófica, que no era otra que la de la relación del pensar con el

ser…2

Vayan y abran, no a través de los comentadores sino directamente… por supuesto, les será

fácil si saben griego, si no lo saben hay buenas traducciones, comentarios muy suficientes en

lengua inglesa de La metafísica de Aristóteles. Hay una traducción francesa que es la de Tricot3

que, a decir verdad, no deja de aportar allí el velo y la máscara de un perpetuo comentario

tomista. Pero en la medida en que a través de esas deformaciones podrán intentar alcanzar el

movimiento original de lo que Aristóteles nos comunica, se darán cuenta hasta qué punto, pero a

posteriori, todas las críticas o exégesis que pudieron acumularse en torno a ese texto –en las que

tal o cual escoliasta nos dice que tal pasaje es discutible o que el orden de los libros ha sido

trastocado–, hasta qué punto para una lectura primera todos esos asuntos resultan en verdad

secundarios ante no sé qué de directo y de fresco que hace de esta lectura (con la única condición

de que la separen de la atmósfera de la Escuela) algo que los sorprende en el registro de lo que

llamé hace poco lo “patético”; cuando vean, a todo momento, renovarse y rebrotar, en algo que

parece aún llevar la huella del discurso mismo en que es formulada, esta interrogación sobre lo

2 Lo que sigue se encuentra después del párrafo siguiente, pág 98: “Pero el cogito” 3 Aristóteles, La metafísica, traducción al francés de J. Trictot, reedición Vrin, París, 1986.

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que concierne a la relación del pensamiento y del ser. Y cuando vean surgir tal término, como el

de semnÒn, “lo que hay de digno”, la dignidad, que es la que hay que preservar del pensar,

respecto a lo que debe llevarla a la altura de lo que concierne a lo que se quiere captar, a saber,

no es únicamente el siendo4 o lo que es, sino ese A TRAVÉS DE LO CUAL el ser se manifiesta

allí. Esto se tradujo de manera diversa: “el ser en tanto ser”, se dijo. Muy mala traducción para

esos tres términos (que tomé el cuidado de anotar arriba a la izquierda de ese tablero) y que son

propiamente:

– primeramente, el tÕ t… ™oti, que no quiere decir otra cosa que el “¿qué es?”. Me parece

que es una traducción tan válida como la del quid a la que, por lo común, se cree deberla

limitar;5

– el tÕ t… {ν ε|ναι que es en efecto, a mi fe, uno de los rasgos más cautivantes de la

vivacidad de ese lenguaje que es el de Aristóteles, porque ciertamente no es (menos aún

aquí) “el ser en tanto ser” lo que conviene para traducirlo.6 Puesto que, por poco que

sepan ustedes griego, pueden leer esta cosa que es un giro común del griego (y no

solamente literario) que manifiestamente es ese rasgo de origen del verbo griego, y que

precisamente comparte con lo que el imperfecto quiere decir en francés, en el cual tan a

menudo me detengo a lo largo de aquello cuya huella pude dejar en mis Escritos: ese “era”

que quiere decir “eso acaba de desaparecer”, al mismo tiempo que puede querer decir “un

poco más y eso iba a ser”; ese tÕ t… {ν ε|ναι que es lo mismo que lo que se dice en el

Hipólito7de Eurípides cuando se dice: KÝprιj oÝc {ν QeÒj, a saber, “Cipris-Afrodita,

para ti, no era una diosa”. Esto quiere decir que, por haberse comportado como acaba de

hacerlo, seguramente lo que era ella nos escapa y nos huye, y que así mismo, se requiere

que cuestionemos todo lo que concierne a lo que es una diosa o un dios. Ese tÕ t… {ν

ε|ναι, el “lo que era ser” — ¿“lo que era ser” cuándo? Antes de que yo hable de eso,

propiamente hablando. Es esta especie de sensación de que hay, en el lenguaje mismo de

Aristóteles, algo del ser aún inviolado y por cuanto él ya tocaba, con ese νoe‹ν, con ese

pensamiento, del cual todo lo que se discute, es saber hasta qué grado puede ser digno, es

decir, elevarse a la altura del ser. He ahí en qué trazado de origen, del cual no pueden

4 l’étant: “el estando” o “el siendo” [T.]. 5 Tricot lo traduce por “La esencia de una cosa” [D.] 6 Tricot: “la quididad” [la quiddité] [D.] 7 Eurípides, Hipólito, 359.

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ustedes no sentir en cierta forma su raíz (del orden de lo sagrado), he ahí en dónde se

engancha la primera articulación del filosofema a nivel de aquel que hay allí, para

introducir,8 puede decírselo, el primer paso de una ciencia positiva.

– Para el tÕ ×νï ×ν, es en efecto también –este último término “el estando por el cual, ï, él

es estando”, es decir, otra vez ese algo que apunta hacia el ser y todo el mundo sabe que

el… libre movimiento de la tradición filosófica no representa más que el progresivo

alejamiento de esta fuente de hallazgos, de esta primera invención, que desemboca, a

través de las escuelas que se suceden unas a otras cada vez más, en ceñir únicamente en

torno a la articulación lógica, lo que se puede retener de esta interrogación primera.

… Pero el cogito de Descartes tiene un sentido: que a esa relación del pensamiento y del

ser, le sustituye pura y simplemente la instauración del ser del yo.

Lo que yo quiero producir ante ustedes es esto: que a pesar de que la experiencia, la

experiencia que en sí misma es continuación y efecto de ese salto del pensamiento que representa

en fin algo que puede llamarse RECHAZO del asunto del Ser –y precisamente, a pesar de que

ese rechazo engendró esa continuación, esa nueva marejada del acceso al mundo que se llama la

ciencia–, que si algo en los efectos de ese salto se produjo, que se llama el descubrimiento

freudiano o también su pensamiento, hasta su pensamiento sobre el pensamiento… el punto

esencial es que esto, en ningún caso, quiere decir un retorno al pensamiento del Ser. No hay nada

en lo que aporta Freud, ya se trate de lo inconsciente o del ello, que haga retorno a algo que, a

nivel del pensamiento, nos vuelva a ubicar en ese plano de la interrogación del Ser.

Únicamente dentro de –y permaneciendo en las consecuencias de este límite de

franqueamiento de esta ruptura a través de la cual a la pregunta que el pensamiento le plantea al

Ser, se le sustituye, y a la manera de un rechazo, la sola afirmación del ser del yo –, es dentro de

esto que toma su sentido lo que trae Freud tanto del lado de lo inconsciente como del lado del

ello. Es para mostrarles, mostrarles cómo se articula eso, que me adentro este año en el campo de

la lógica y que, igualmente, proseguimos ahora.

En el cogito mismo, que merece en este punto ser recorrido una vez más, hallaremos los

esbozos, los esbozos de la paradoja que introduce el recurso a la fórmula morganeana, tal como

8 O: “de aquel que introdujo allí”. [de celui qu’il y a, à introduire / de celui qui y a introduit].

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se las produje al comienzo y que es ésta: ¿hay un ser del yo por fuera del discurso? Es justamente

la pregunta que zanja el cogito cartesiano, aún cuando todavía hay que ver cómo lo hace.

Es para plantear su pregunta que introdujimos esas comillas en torno al ergo sum que lo

subvierten en su alcance ingenuo (si puede decirse), que hacen de éste un ergo sum cogitado en

donde, en suma, el único ser está en este ergo, que, por su parte, en el pensamiento, se representa

para Descartes como el signo de lo que él mismo articula en varias ocasiones, tanto en el

Discurso del método como en las Meditaciones o en los Principios, a saber, como un ergo de

necesidad. Pero si únicamente este ergo representa esta necesidad, ¿acaso no podemos ver lo que

resulta de ahí?: que el ergo sum no es más que el rechazo del duro camino del pensar al Ser y del

saber que debe recorrer ese camino. Este ergo sum toma el atajo de ser el que piensa, pero

pensando que ni siquiera se necesita interrogar el estando sobre el […] paso [pas]9 donde tiene

su ser, puesto que ya el asunto se garantiza por sí mismo de su propia existencia.

¿No es esto ubicarse, en tanto ego, lejos de la captura con la que el ser puede ceñir el

pensamiento? Plantearse, ego, yo pienso como puro piensa-ser, como subsistiendo por ser el yo

de un no soy local; que quiere decir: yo no soy salvo si la pregunta por el ser es eludida,

prescindo de ser, yo… no soy, salvo allí donde –necesariamente– soy, por poderlo decir. O para

decirlo mejor: donde yo soy, por poder hacer que ustedes lo digan, o más exactamente, por hacer

que el Otro lo diga, pues justamente ese es el proceder, si lo siguen de cerca en el texto de

Descartes.

Es en este sentido, por lo demás, que es un proceder fecundo puesto que tiene, propiamente

hablando, el mismo perfil que el del razonamiento por recurrencia, que en cierta forma es este:

llevar al otro durante mucho tiempo por un camino, por un camino que es este, propiamente

hablando: el camino de renunciar a tal y tal y pronto a todas las vías del saber, y luego, en un

giro, sorprenderlo en esta confesión: que ahí, por lo menos –por haberlo hecho recorrer ese

camino– se requiere que yo sea.

Pero la dimensión de este Otro es allí tan esencial que puede decirse que está en la

nervadura del cogito y que es la que constituye propiamente el límite de lo que puede definirse y

garantizarse, en el mejor de los casos, como el conjunto vacío que constituye el yo soy en esta

referencia en donde yo –en tanto yo soy– se constituye propiamente por esto: por no contener

ningún elemento.

9 En otras notas aparece aquí “recorrido” [parcours]. Tal vez haya que escuchar “par où” [por donde]. [S.].

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Este marco sólo es válido en la medida en que el yo pienso, yo lo pienso, es decir, que

argumento el cogito con el Otro. No soy significa que no hay elemento de este conjunto que –

bajo el término de yo– exista: ego sum, sive ego cogito, pero sin que haya nada que lo habite.

Este encuentro aclara que el yo pienso no es más que una semejante indumentaria. Si no se

trata del nivel10 del yo pienso –que prepara esta confesión de un conjunto vacío–, entonces es del

vaciado de otro conjunto. Fue después de que Descartes hubo llevado a cabo la puesta a prueba

de todos los accesos al saber, que fundó este pensamiento, propiamente hablando, del

vaciamiento del ser para no estar ávido más que de certeza y que resulta en esto que ya hemos

llamado vaciamiento y que termina en esta interrogación: a saber, si esta operación misma como

tal no basta para dar del ego la única y verdadera sustancia.

Solamente de ahí, y en la medida en que captamos su importancia, se vuelve pensable,

como por un hilo conductor, de qué se trata cuando Freud nos aporta… ¿qué? Qué si no lo que

resulta en lo que él llama, para emplear sus propios términos, no el “funcionamiento mental”

como se lo tradujo falsamente del alemán al inglés, sino el psychische Geschehen, el acontecer

psíquico.

Como lo veremos, en aquello sobre lo cual Freud se interroga no queda nada de algo que

pueda reanimar, reavivar, el pensamiento del ser, más allá de lo que el cogito le asignó en

adelante como límite.

De hecho, el ser está tan bien excluido de todo lo que puede tratarse que, para entrar en

esta explicación, podría yo decir que al retomar una de mis fórmulas familiares, aquella de la

Verwerfung, se trata justamente de algo de este tipo. Si algo se articula en nuestros días que

pueda llamarse el final de un humanismo –que no data, por supuesto, ni de ayer ni de anteayer ni

del momento en que el señor Michel Foucault puede articularlo, ni yo mismo, que es cosa hecha

desde hace tiempo – es precisamente en esto que se nos abre la dimensión, que nos permite

descubrir cómo juega, según una fórmula que di, esta Verwerfung, este rechazo del ser: lo que es

rechazado de lo simbólico, dije desde el comienzo de mi enseñanza, reaparece en lo real.

Si ese algo que se llama el ser del hombre es en efecto lo que, a partir de cierta fecha, es

rechazado, lo vemos volver a aparecer en lo real y bajo una forma absolutamente clara.

El ser del hombre, en la medida en que es fundamental en nuestra antropología, lleva un

nombre, en el que la palabra ser [être] se halla en su medio, al que basta con poner entre

10 Sizarte. “al nivel”.

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paréntesis. Y para hallar ese nombre, así como lo que designa, basta con salir de casa, un día, al

campo, para ir a dar un paseo y, atravesando la ruta, hallarán un lugar de “camping” y en el

camping, o más exactamente, en todo su derredor, señalizado por un círculo de escorias

metálicas, lo que encontrarán es este ser del hombre en tanto –verworfen– reaparece en lo real;

tiene un nombre: esto se llama el detritus11.

No fue ayer cuando supimos que el ser del hombre, en tanto rechazado, es ahí lo que

vuelve a aparecer bajo la forma de esos menudos círculos de hierro retorcido, y no se sabe por

qué es ahí, en torno a ese lugar habitual de los campistas que hallamos una cierta acumulación de

eso.

Por poco prehistoriadores que seamos o arqueólogos, debemos presumir que ese rechazo

del ser debe tener algo que no apareció por primera vez con Descartes ni con el origen de la

ciencia, sino que tal vez marcó cada uno de esos saltos esenciales que permitieron constituir,

bajo formas escandidas pero perecederas y siempre precarias, las etapas de la humanidad, y no

necesito intentar rearticular ante ustedes, en una lengua que no practico y que me lo haría

impronunciable, lo que se designa, lo que se indica como señal de tal o cual fase de ese

desarrollo tecnológico bajo la forma de esos amontonamientos de conchas12 que se encuentran

en ciertas áreas, en ciertas zonas de lo que nos queda de esas civilizaciones prehistóricas.

El detritus es justamente el punto que hay que retener ahí, que representa, y no solamente

como señal sino como algo esencial, aquello en torno a lo cual para nosotros girará lo que

concernirá ahora a lo que hemos de interrogar sobre esta alienación.

La alienación tiene una cara patente, que no consiste en que somos el Otro para que “los

otros”, como se dice, al retomarnos, nos desfiguren o nos deformen. El hecho de la alienación no

es que seamos retomados, rehechos, representados en el Otro, sino que se funda esencialmente,

al contrario, en el rechazo del Otro, por cuanto este Otro (aquel que señalo con una A

mayúscula) es lo que ha venido al lugar de esta interrogación del Ser, en torno a lo cual hago

girar hoy, esencialmente, el límite y el franqueamiento del cogito.

¡Quiera el cielo, pues, que la alienación haya consistido en que nos hallemos, en el lugar

del Otro, cómodamente!

11 d(être)itus: “lleva un nombre en que la palabra être se encuentra en su medio, la que basta con poner entre paréntesis”. 12 Kjökkenmöding.

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Para Descartes, es seguramente lo que le permite el júbilo de su andar. Y, en las primeras

Regulae13 (que representan su obra original, su obra de juventud, aquella cuyo manuscrito fue

vuelto a hallar más tarde y aún está, de hecho, perdido siempre en los papeles de Leibniz) el sum

ergo Deus est es exactamente la prolongación del cogito ergo sum. ¡Por supuesto! La operación

es ventajosa, que deja enteramente a cargo de un Otro (que no se asegura de nada salvo de la

instauración del ser, como siendo el ser del yo), de un Otro, que el dios de la tradición

judeocristiana facilita ser aquel que se presenta él mismo, por ser Soy lo que soy; pero,

seguramente, ese fundamento fideísta que se mantiene aún tan profundamente anclado en el

pensamiento durante el siglo XVII, es precisamente aquel que para nosotros no es tan sostenible,

y es por el hecho de que sea radiado subjetivamente que nos aliena realmente.

Lo cual ya ilustré con esta libertad o muerte. Maravillosa intimación, sin duda. ¿Quién, en

esta intimación, no rechazaría, en efecto, a este Otro por excelencia que es la muerte? Por lo

cual, como ya se los hice notar, le queda la libertad de morir.

Pasa lo mismo con lo que ya el estoico14 formula en el et non propter uitam uiuendi

perdere causas (pero para no perderlas ¿va usted a perder la vida?). Para que las cosas no se lean

ya aquí tan claramente. Pero, para nosotros, de lo que se trata es de saber lo que sucederá entre

este o no pienso o no soy, quiero decir: yo, como no soy.

¿Cuál va a ser el resultado? ¡El resultado en el que no tenemos elección! No tenemos

elección a partir del momento en que ese yo, como instauración del ser, se ha escogido. No

tenemos elección: es el no pienso hacia el que tenemos que ir. Porque esta instauración del yo

como del puro y único fundamento del ser es, muy precisamente, aquello que en adelante pone

un término (un término en el sentido de punto final) a toda interrogación del νoe‹ν, a todo

proceder que hiciera algo diferente del pensamiento, de lo que Freud con su tiempo y con su

ciencia hizo de esto: Das Denken, escribe, en Formulaciones sobre los dos principios del

acaecer psíquico,15 no es más que una fórmula, una fórmula de ensayo y, en cierta forma, para

abrir camino, que ha de hacerse siempre con el mínimo investimento psíquico que nos permite

interrogar, medir, trazar también la vía por la cual vamos a hallar satisfacción a lo que nos urge y

nos estimula, con alguna salida motora que ha de trazarse en lo real.

13 Descartes René, Regulae ad directionem ingenii, 1701, Vrin 1965, Règles pour la direction de l'esprit [Reglas para la dirección del espíritu], Vrin, 1970. 14 Juvenal, Satire VIII, v. 84: et propter uitam uiuendi perdere causas. 15 Freud S., Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico [1911-1913], Vol 12, Bs. As. Amorrortu.

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Ese no pienso esencial es donde hemos de cuestionar, nosotros, lo que resulta de la pérdida

resultante de la elección: el no soy ¡por supuesto! en sí mismo, tal como lo hemos fundado hace

poco, a saber, como esencia del yo mismo. ¿Se reduce a esto la pérdida de la alienación?

Ciertamente, no. Precisamente, aparece algo que es forma de negación, pero de negación que no

recae en el ser sino en el yo mismo en tanto fundado en ese no soy.

En conexión con la elección del no pienso, surge algo cuya esencia es la de no ser no yo, en

el lugar mismo del ergo, en tanto que ha de ponerse en la intersección del “yo pienso” con el “yo

soy”, en lo que, solo, se apoya como ser de cogitación: este ergo, “luego”, en este lugar mismo

algo aparece, que se sustenta por no ser no yo.

Ese no-yo, tan esencial de articular por ser así en su esencia, es lo que Freud nos aporta a

nivel del segundo paso de su pensamiento, y lo que se llama “la segunda tópica”, como siendo el

ello.

Pero es precisamente ahí donde se encuentra el mayor peligro de error y que, así mismo, al

aproximármele yo mismo en la medida en que pude hacerlo cuando hablé del wo es war, no

pude, a falta de la articulación lógica que le permite tomar su verdadero valor, hacer sentir

claramente dónde nace la esencia de ese no-yo que constituye el ello y que reduce a tal ridículo

aquello en lo cual parece caer infaliblemente quienquiera esté sobre ese sujeto16 que se ha

quedado en los senderos psicológicos, es decir, en la medida en que son herederos de la tradición

de la filosofía antigua: que hacen del alma, o de la yuc» algo que es. El ello, para ellos, será

siempre lo que tal imbécil me cacareó al oído durante diez años de vecindad: que “el ello es un

mal yo”.

¡De ninguna manera podría formularse algo semejante! Y, para concebirlo, es

extremadamente importante darse cuenta de que ese ello en esta extraña positividad anómala que

toma por ser el no de ese yo que por esencia no soy, hay que saber qué quiere decir eso, de qué

extraño complemento puede tratarse en ese no-yo.

Pues bien, hay que saber articularlo y decirlo tal como efectivamente toda la delineación de

aquello de que se trata en el ello nos lo articula.

El ello de que se trata no es seguramente, por supuesto, de ninguna manera, la “primera

persona”, así como es un verdadero error que ha de rechazarse al rango de lo grotesco, hay que

decirlo claramente independientemente del respeto que tengamos en nombre de la historia por su

16 “quienquiera sea ese sujeto” [Sizaret].

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autor, haber sido llevado a producir que la psicología de Freud era ¡una “psicología en primera

persona”! Y que tal de mis alumnos durante ese breve informe que hace parte del opúsculo que

les distribuí la última vez, que tal de mis alumnos se haya creído obligado a volver a pasar por

ahí sosteniendo por un instante la ilusión de que hasta era una vía a través de la cual yo los habría

llevado (a formular, como resulta naturalmente forzado después de haberme escuchado, a

formular lo contrario, ¿no?), es en sí mismo una especie de bluff y de estafa puesto que esto nada

tiene que ver con el asunto.

El ello no es ni la primera ni la segunda persona, ni siquiera la tercera, en tanto que, para

seguir la definición que da de ésta Benveniste la tercera sería aquella de la que se habla.

El ello, nos acercamos un poco más, tiene enunciados tales como el “ello brilla”, o el

“llueve”, o el “se mueve”17. ¡Pero es también caer en un error creer que ese ello sería ello en la

medida en que se enuncia desde sí mismo! Es todavía algo que no da suficiente relieve a aquello

de que se trata.

El ello es, propiamente hablando, lo que en el discurso, en tanto estructura lógica, es muy

exactamente todo lo que no es yo, es decir, todo el resto de la estructura. Y cuando digo

“estructura lógica”, entiendan gramatical.

No es una nadería que el soporte mismo de lo que está en cuestión en la pulsión, es decir,

el fantasma, pueda expresarse así: Ein Kind wird geschlagen, “un niño es golpeado”.

¡Ningún comentario, ningún metalenguaje dará cuenta de lo que se introduce en el mundo

en tal fórmula! ¡Nadie podría redoblarla ni explicarla! La estructura de la frase un niño es

golpeado no simplemente se comenta, se muestra. No hay ninguna fÚsij que pueda dar cuenta

de que un niño sea golpeado. Puede haber en la fÚsij algo que necesite que él se golpee ¡pero

que él sea golpeado es otra cosa! Y que ese fantasma sea algo tan esencial en el funcionamiento

de la pulsión es algo que no simplemente nos recuerda lo que de la pulsión demostré ante ustedes

(respecto a la pulsión escoptofílica o respecto a la pulsión sadomasoquista), que es trazado, que

es montaje, trazado, montaje gramatical cuyas inversiones, reversiones, complejizaciones, no se

organizan sino en la aplicación disímil de diversas inversiones (Verkehrung), de negaciones

parciales y escogidas, pues no hay otra manera de hacer funcionar la relación del yo en tanto ser-

en-el-mundo que pasándola por esta estructura gramatical que no es otra cosa que la esencia del

ello.

17 “ça brille”, “ça pleut”, “ça bouge”.

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Por supuesto, hoy no voy a darles nuevamente esta lección. Tengo un campo suficiente que

recorrer como para que se requiera que me contente con señalar lo que es la esencia del ello en

tanto que no es no-yo: es todo el resto de la estructura gramatical. Y no es por azar si Freud

subraya que en el análisis de Ein Kind wird geschlagen, en el análisis de Un niño es golpeado,

jamás el sujeto, el Ich, el yo –que sin embargo ha de tomar allí lugar (para nosotros, en la

reconstrucción que hacemos de éste, en la Bedeutung que vamos a darle) cuya interpretación es

necesaria, a saber, que en un momento dado sea él quien sea el golpeado–, pero, en el enunciado

del fantasma, nos dice Freud, ese tiempo, ¡y con razón!, nunca es confesado porque el yo como

tal queda precisamente excluido del fantasma.

De esto solamente podemos darnos cuenta marcando la línea de división de dos

complementarios: el yo del golpeo –ese puro ser que él es, como rechazo del ser– con lo que

queda como articulación del pensamiento y que es la estructura gramatical de la frase. Esto, por

supuesto, no adquiere su alcance y su interés más que al ser relacionado con el otro elemento de

la alternativa, a saber, lo que se va a perder allí.

La verdad de la alienación sólo se muestra en la parte perdida que, si siguen mi

articulación, no es más que el yo no soy.

Pero es importante captar que eso es justamente lo esencial de lo que se trata en lo

inconsciente, porque todo lo que de lo inconsciente resulta, se caracteriza por lo que, sin duda,

sólo un discípulo –un solo discípulo– de Freud18 supo mantener como un rasgo esencial, a saber,

la sorpresa. El fundamento de esta sorpresa, tal como aparece a nivel de toda interpretación

verdadera, no es más que esta dimensión del no soy y es esencial preservarla como carácter, si

puedo decirlo, revelador en esta fenomenología.

Es por eso que el chiste es el más revelador y el más característico de los efectos que yo he

llamado “las formaciones de lo inconsciente”. El reír en cuestión se produce a nivel de ese no

soy. Tomen cualquier ejemplo, y para tomar el primero que se ofrece a la apertura del libro, el

del famillonario ¿acaso no queda de manifiesto que el efecto de irrisión sobre lo que dice allí

Hirsch-Hyacinthe (cuando dice que Salomon de Rotschild lo trató “por entero

famillonarmente”), resuena al mismo tiempo por la inexistencia de la posición del rico, por

cuanto ésta no es sino de ficción, ficción de ese algo donde quien habla, donde el sujeto se halla,

18 Reik Theodor, Der überraschte Psychologe. Ueber Erraten und Verstehen unbewusster Vorgänge [El psicólogo atónito: adivinar y comprender los procesos inconscientes], 1935. Traducción al francés: Le psychologue surpris, déviner et comprendre les processus inconscients, Denöel, París, 1976.

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en esta inexistencia misma, reducido él mismo a una especie de ser para el que no hay lugar en

ninguna parte? ¿No queda de manifiesto que es ahí donde reside el efecto de burla de ese

“famillonario”?

Pero ahí, muy al contrario –muy al contrario de lo que sucede cuando definíamos el ello y

donde pudieron ustedes reconocer (en esta referencia a la estructura gramatical) que se trata de

un efecto de Sinn o de sentido– hemos de vérnoslas con la Bedeutung. Es decir, que ahí donde no

soy, lo que sucede es algo que hemos de ubicar como de la misma especie de inversión que nos

ha guiado hace poco: el yo del no pienso se invierte, se aliena también en algo que es un piensa-

cosas.

Esto es lo que le da su verdadero sentido a lo que Freud dice de lo inconsciente: que está

constituido por las representaciones de cosas, Sachevorstellungen. De ninguna manera se trata de

un obstáculo para que lo inconsciente esté estructurado como un lenguaje, puesto que no se trata

de la Ding, de la cosa indecible, sino del asunto perfectamente articulado, pero en la medida, en

efecto, en que le gana de mano –en tanto Bedeutung– a cualquier cosa que pueda ordenarla.

Para designar lo que concierne a lo inconsciente, en cuanto al registro de la existencia y de

su relación con el yo, yo diría que, así como hemos visto que el ello es un pensamiento afectado

por algo que es no el retorno del ser sino como un deser, así la inexistencia a nivel de lo

inconsciente es algo que está afectado por un yo pienso que no es yo. Y ese yo pienso que no es

yo, y que –si se lo pudiera por un instante reunir con el ello–, indiqué como un eso habla19, es sin

embargo ahí (ya lo verán) un cortocircuito y un error.

El modelo del inconsciente es el de un “eso habla”, sin duda, pero a condición de que se

perciba bien que no se trata de ningún ser. A saber que lo inconsciente nada tiene que ver con lo

que también Platón y luego muchos después de él, supieron conservar como lo que es del nivel

del entusiasmo. En el “Eso habla” puede haber dios, pero muy precisamente lo que caracteriza

la función de lo inconsciente es que no hay.

Si el inconsciente, para nosotros, debe cernirse, situarse y definirse, es en la medida en que

la poesía de nuestro siglo nada tiene que ver con lo que fue la poesía, por ejemplo, de un Píndaro.

Si el inconsciente jugó un papel de referencia tal en todo lo que se trazó de una nueva

poesía, es muy precisamente por esta relación de un pensamiento que no es nada sino por no ser

19 ça parle : ello habla.

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el yo del “yo no pienso”, por cuanto tal poesía viene a imbricarse en el campo que define el yo

como “yo no soy”.

¿Y entonces?…

Si hace poco les dije que el campo pleno, aquí (1) del ello, yo habría podido, en el “eso

habla” dar la sensación de que tiene algo que recubre lo inconsciente, es muy precisamente

aquello sobre lo cual hoy quiero terminar: que justamente no se recubren.

Si los dos círculos, los dos campos que acabamos de oponer como representando los dos

términos de los cuales sólo uno llega a acceder a lo real de la alienación, si esos dos términos se

oponen como constituyendo relaciones diferentes del yo en el pensamiento y la existencia, es

para que, al mirar de más cerca los círculos donde esto viene ahora a cernirse, vean ustedes que,

en un tiempo ulterior, lo que culmina de esta operación en un cuarto término, término cuádrico20,

lo que se va a situar aquí (2), es que ese “no pienso” en tanto correlato del ello es llamado a

confluir con el “no soy” en tanto correlato de lo inconsciente, pero, en cierta forma, haciendo que

se eclipsen, que se oculten el uno al otro recubriéndose. Es en el lugar del “no soy” que el ello va

a venir, por supuesto, positivizándolo en un “yo soy eso”, que no es más que puro imperativo, de

un imperativo que es precisamente aquel que Freud formuló en el Wo es war, soll Ich werden.

20 Dícese de una superficie que puede representarse por una ecuación de segundo grado [T.]

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Si ese Wo es war es algo, es lo que hemos dicho hace poco, pero si Ich soll debe allí

werden (¿diría yo… reverdecer allí?), ¡es porque allí no está! Y no es por nada que recordé hace

poco el carácter ejemplar del sadomasoquismo: tengan por seguro que no terminará el año sin

que debamos interrogarnos de más cerca sobre lo que concierne a esa relación del yo como

esencial en la estructura del masoquismo. Y, simplemente, les recuerdo aquí la aproximación que

hice de la ideología sadiana con el imperativo de Kant.21 Ese soll Ich werden es tal vez tan

impracticable como el deber kantiano, justamente por el hecho de que yo no esté allí, que el yo

es llamado –no como se lo escribió de manera ridícula (¡que por lo menos aquí nos sirva la

referencia!) a “desalojar el ello”– sino a alojarse allí y, si me permiten ustedes este equívoco, a

alojarse en su lógica.

Inversamente, lo cual puede suceder también, es que aquí en el paso (3), el paso de donde

un círculo queda en cierta forma oculto, eclipsado por el otro, se produzca en sentido inverso y

que lo inconsciente, en su esencia poética y de Bedeutung, venga al lugar de ese “no pienso”. Lo

que nos revela, entonces, es justamente lo que, en la Bedeutung del inconsciente, está afectado

por no sé qué caducidad en el pensamiento.

Así como en el primer tipo de ocultación, lo que teníamos era –en el lugar del no soy– la

revelación de algo que es la verdad de la estructura (y veremos cuál es ese factor, diremos lo que

es: es el objeto a), así, en la otra forma de ocultación, esta falla, este defecto del pensamiento, ese

agujero en la Bedeutung, esto –a lo cual sólo hemos podido acceder después del camino

enteramente trazado por Freud del proceso de la alienación– su sentido, su revelación, es: la

incapacidad de toda Bedeutung para cubrir lo que concierne al sexo.

La esencia de la castración es lo que en esta otra relación de ocultación y de eclipse se

manifiesta en lo siguiente: que la diferencia sexual sólo se soporta de la Bedeutung de algo que

falta, bajo el aspecto del falo.

Entonces, hoy les habré dado la traza del aparato en torno al cual vamos a poder replantear

un cierto número de preguntas. ¡Ojalá puedan haber vislumbrado allí la parte privilegiada que

juega, como operador, el objeto a, único elemento que hasta ahora ha quedado oculto en la

explicación de hoy!

21 “Kant con Sade”, 1963, retomado en Escritos 2, México, Siglo XXI.

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LECCIÓN 8

18 de enero de 1967

Hoy volveré sobre la operación que introduje la última vez bajo el término de alienación,

para articularla una vez más y con mayor insistencia.

En lo que les expongo, la alienación es el punto pivote y, primeramente, en el sentido en

que ese término transforma el uso que se le ha dado hasta aquí. Es el punto pivote gracias al cual

puede y debe mantenerse para nosotros el valor de lo que, bajo la perspectiva del sujeto, puede

llamarse la INSTAURACIÓN FREUDIANA, el paso decisivo que el pensamiento de Freud y,

más aún, la praxis que se mantiene bajo su patronato con el nombre de psicoanálisis aportaron de

decisivo una vez, a nuestra consideración.

Hablaremos de un pensamiento que no es yo:1 tal es, desde un primer abordaje impreciso,

la manera como se presenta lo inconsciente. La fórmula es ciertamente insuficiente. Tiene el

valor de introducir, en el pivote de lo que Freud produce para nosotros como decisivo, ese

término de yo. Por supuesto, esto no debe permitirnos, sin embargo, contentarnos con esta

fórmula tan vaga aún cuando poética (que además sólo se la extrae de su contexto poético con un

poquito de abuso siempre): no es decirlo todo adelantar que “Yo es otro”.2 Por eso es necesario

dar al respecto una articulación lógica más precisa.

Ya lo saben, la función del Otro (tal como lo escribo con esa A mayúscula ubicada en la

esquina, arriba, a la izquierda de nuestro tablero, hoy) es su función determinante.

No solamente es imposible articular justamente la lógica del pensamiento tal como la

experiencia freudiana la establece, sino que es igualmente imposible comprender cualquier cosa

de lo que ha representado en la tradición filosófica, tal como ha llegado a nosotros hasta Freud,

es imposible situar justamente lo que representó ese paso que pone en el centro de la reflexión la

función del sujeto como tal, si no hacemos entrar en juego esta función del Otro tal como la

1 Como en el capítulo anterior, se señalarán únicamente las ocasiones en que “yo” es “moi”; en los demás casos ha de suponerse “je”[T.] 2 Arthur Rimbaud; Cartas a Izambard del 13 de mayo y a Demeny del 15 de mayo de 1871, Œuvres complètes, Bibliothèque de la Pléiade, p. 248 y 250.

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defino cuando la marco con esa A mayúscula, si no nos acordamos que yo llamo Otro marcado

así, lo que toma función de ser el LUGAR DE LA PALABRA.

¿Qué quiere decir esto? Nunca volveremos suficientemente sobre esto aún cuando crea yo

haberlo remachado un poco:

Cuando Freud nos habla de este pensamiento que no es yo, por ejemplo, a nivel de lo que

él llama los pensamientos del sueño, los Traumgedanken, parece decirnos que este pensamiento

queda singularmente independiente de toda lógica.3 Subraya primero que, así mismo, su sistema

no carga con la contradicción. Otra vez, se articula más de un rasgo: los que dicen, a primera

vista, que la negación como tal no podría representarse allí y que igualmente la articulación

causal, la subordinación, el condicionamiento, parecen huir de lo que aparentemente se

encadena de esos pensamientos y no puede ser vuelto a hallar en su hilo más que por las vías de

la más libre asociación. Ahí hay algo que sólo recuerdo porque para muchos allí se encuentra aún

la idea que se admite sobre lo que concierne al orden de lo inconsciente. Pero, de hecho, hablar

del vínculo desanudado que presentarían los pensamientos que localizamos a nivel de lo

inconsciente, que son en efecto los de un sujeto, o deben serlo, decir que esos pensamientos no

siguen las leyes de la lógica no es más que un abordaje primero, el cual supone algo que es más

bien una antinomia con un real preconcebido o, más bien, una preconcepción de lo que deberían

ser las relaciones de todo pensamiento con lo real.

Lo real, pensamos nosotros (aquí está el buen y justo orden de toda eficacia del

pensamiento), debería imponerse al pensamiento. A decir verdad, esto resulta en demasía del

presupuesto de una lógica pedagógica que se funda en un esquema de la adaptación, para no

justificar al mismo tiempo que Freud, al hablarle a mentes que no se habían formado más que

como podrían estarlo sus oyentes habituales, se refiera a ello, pero que así mismo, para toda

reflexión que dé cuenta de la diferencia que hay respecto a la relación de un sujeto cualquiera

con lo real (por el hecho de que éste, sujeto, sólo se funda, sólo se establece en la medida en que

están ya, en ese real y ejerciéndose como tal, los poderes del lenguaje), nos obliga a llevar

nuestro interrogante más lejos.

El paso que nos hace dar Freud no es ciertamente menos sorprendente; a decir verdad, sólo

adquiere el valor que funda la sorpresa que conviene que experimentemos al escucharlo, si

3 Freud S., La interpretación de los sueños [1900], cfr. pág. 285 y ss.: [VI. El trabajo del sueño], Buenos Aires, Amorrortu, 2005.

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articulamos más precisamente lo que él renueva de las relaciones del pensamiento con el ser.

Tema seguramente de actualidad en ese momento por el discurso de tal de los filósofos

contemporáneos, Heidegger en primer plano, pero seguramente en el ruido que se hace en torno

a lo que él articula, esa sería la forma más ingenua de traducir lo que él llama, como ese no sé

qué llamamiento que debería, en ese giro en que nos hallamos, venir del Ser mismo al

pensamiento, para que éste último resulte renovado, para que rompa con lo que lo ha llevado, al

hilo de lo que le ha sucedido desde hace unos tres mil años, a no sé qué sin salida donde ya no se

captaría a sí mismo en su esencia, y donde se podría interrogar, como lo hace Heidegger, Was

heisst Denken? ¿Qué quiere decir pensar?, no esperar la renovación del sentido de esa palabra

pensar más que de no sé qué accidente trans-metafísico, que llevaría a un vuelco total todo lo

que el pensamiento ha trazado. Seguramente, ese no es el sentido del texto de Heidegger y, para

quienes se detengan allí, se podría evocar la humorística e irrisoria metáfora que sería la de la

muchacha que no conoce otra forma de ofrecerse más que la de extenderse sobe una cama con

los miembros de par en par, esperando que la iniciativa llegue de aquel a quien ella piensa

ofrecerse de esta manera, no es una aventura tan rara en un tiempo de mediocre civilización y

todo el mundo sabe que el personaje que se encuentra confrontado allí ¡no por ello se siente

especialmente estimulado a intervenir! Convendría que el pensamiento no tenga una imagen del

mismo tipo pero que consienta en recordar que, no sin algo de dificultad tienen lugar las

verdaderas conjugaciones.

De hecho, se trata en efecto de algo que ha de contribuir a ese problema del ser, que nos

aporta el camino que trazó Freud. Pero –volveré sobre esto– no sin calibrar la juntura, las

consecuencias resultantes para el pensamiento de ese decisivo paso, de ese paso zanjado que es

el que hemos llamado, por una especie de convención históricamente fundada, el paso cartesiano,

a saber, el que limita la instauración del ser como tal al del yo soy que implica el puro

funcionamiento del sujeto del yo pienso como tal, por cuanto da esa apariencia (pues no es más

que una apariencia) de ser transparente a sí mismo, de ser lo que podríamos llamar un soy-

pensamiento. Permítanme con ese neologismo traducir o soportar de manera caricatural lo que

habitualmente es llamado “conciencia de sí”, término que resuena mal e insuficiente ante el uso

que le permite la composición alemana de Selbst-bewuβtsein. Pero, así mismo, a nivel de

Descartes y del cogito, se trata propiamente de un soy-pensamiento, de ese yo pienso, que sólo se

sitúa en el momento en que ya sólo se soporta al articular “yo pienso”.

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Es de la continuación de la consecuencia de esto, en tanto que está ahí, proceder decisivo,

que se trata; quiero decir, que es en un pensamiento determinado por ese paso primero que se

inscribe el descubrimiento de Freud.

Hablé del Otro… Es claro que a nivel del cogito cartesiano hay un poner a cargo del Otro

las consecuencias de ese paso. Si el cogito ergo sum no implica lo que Descartes escribe con

todas sus letras en sus Regulae (donde se leen tan bien las condiciones que las determinaron a

todas en tanto pensamiento), si el cogito no se completa con un sum, ergo Deus est (lo que

seguramente hace las cosas más fáciles), no es sostenible. Y, sin embargo, si no es sostenible

como articulación (quiero decir, filosófica) no quita que el beneficio se ha obtenido; del proceder

que reduce a este estrecho margen del ser pensante, en la medida en que piensa poderse fundar, a

partir de este único pensamiento, como yo soy, queda que algo se ha obtenido, cuyas

consecuencias se leen, de hecho muy pronto, en una serie de contradicciones. Porque es

justamente el lugar para señalar, por ejemplo, que el pretendido fundamento de la simple

intuición que vería distinguidos radicalmente la cosa extensa de la cosa pensante (la primera

como la que se funda en una exterioridad de una a otra de sus partes, en el fundamento partes

extra partes, como característica de lo extenso) es, con poco detalle, aniquilado por el

descubrimiento newtoniano, del cual creo que no se subraya lo suficiente que la característica

que le da a lo extenso es precisamente que en cada uno de sus puntos, si puedo decirlo, ninguna

masa ignora lo que sucede en el mismo instante en todos los demás puntos. Paradoja ciertamente

evidente y que dio a los contemporáneos, y muy especialmente a los cartesianos, muchas

dificultades para admitirla, reticencia que no cesó y donde se demuestra algo que para nosotros

se completa ciertamente con lo siguiente: que la cosa pensante se nos impone, precisamente por

la experiencia freudiana, como siendo, ELLA4, no ya esta cosa siempre señalada por una

unificación indefectible sino, muy al contrario, como marcada, caracterizada por estar

despedazada, hasta ser despedazante, por llevar en sí esa misma marca, que se desarrolla y en

cierta forma se demuestra en todo el desarrollo de la lógica moderna. A saber, que lo que

llamamos la máquina, en su funcionamiento esencial, es lo más parecido a una combinatoria de

notaciones y que esta combinatoria de notaciones es para nosotros el más preciado fruto, lo más

indicativo del desarrollo del pensamiento.

4 Este “ella” no se requiere como tal en la traducción. Se trata aquí de la cosa, y cuando más podría trasvasarse como “…siendo ésta no ya una cosa…” Se incluye tal cual porque aparece enteramente en mayúsculas en el texto francés.

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Aquí Freud aporta su contribución al demostrar lo que resulta del funcionamiento

EFECTIVO de esta faceta del pensamiento. Quiero decir, de sus relaciones no ya con el sujeto de

la demostración matemática, del que recordaremos enseguida cuál es su esencia, sino con un

sujeto que es el que Kant llamaría sujeto patológico, es decir, con el sujeto en tanto puede

padecer este tipo de pensamiento. El sujeto sufre del pensamiento en tanto, dice Freud, lo

reprime. El carácter despedazado y despedazante de este pensamiento reprimido es lo que nos

enseña nuestra experiencia diaria en el psicoanálisis.

Por eso, hacer presente como fondo de nuestra experiencia no sé qué nostalgia de una

unidad primitiva, de una pura y simple pulsación de la satisfacción en una relación con el Otro,

que es aquí el único que cuenta y al que se lo imagina, se lo representa como el Otro de una

relación nutricia, es una mitología burda y deshonesta. El paso siguiente, más escandaloso, si

puedo decirlo, aun cuando primero, que se vuelve necesariamente lo que sucede, lo que se

articula en la teoría psicoanalítica moderna a lo largo y a lo ancho: ¡la confusión de este Otro

nutricio con el Otro sexual!

No hay en verdad salvación – si puedo decirlo – del pensamiento, preservación posible de

la verdad introducida por Freud (pero también honestidad técnica) que no pueda, que no deba

fundarse en la distancia con esa burda engañifa, con ese escandaloso abuso que representa, con

una especie de pedagogía a contrapelo; uso deliberado de una captura por una especie de ilusión

especialmente insostenible ante quienquiera eche un ojo directamente sobre lo que es la

experiencia psicoanalítica.

Restablecer al Otro en el único estatuto que vale, que es para él el del lugar de la palabra,

es el punto de partida necesario desde donde cada cosa puede retomar su justo lugar en nuestra

experiencia analítica.

Definir al Otro como lugar de la palabra es decir que no hay más que el lugar donde la

aserción se plantea como verídica. Es decir, asimismo, que él no tiene NINGUNA OTRA

ESPECIE DE EXISTENCIA. Pero, como decirlo es aún hacer un llamado a él, para situar esta

verdad, es hacerlo resurgir cada vez que yo hablo. Y por eso ese decir “que no hay ninguna

especie de existencia” no lo puedo decir pero lo puedo escribir. Y por eso escribo S, significante

del A mayúscula tachado, S(A/ ), como constituyendo uno de los puntos nodales de esa red en

torno a la cual se articula toda la dialéctica del deseo por cuanto esta se cava desde el intervalo

entre el enunciado y la enunciación.

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No hay insuficiencia alguna, reducción alguna, a no sé qué gesto gratuito en ese hecho de

afirmar que la escritura S(A/ ) juega aquí un rol pivote esencial para nuestro pensamiento. Pues no

hay ningún otro fundamento para lo que se llama verdad matemática sino que el recurso al Otro,

en la medida en que a aquellos a quienes hablo se les ruega referirse a éste (quiero decir, en tanto

gran Otro), para ver allí inscribirse los signos de nuestras convenciones iniciales en lo que

corresponde a lo que yo manipulo en matemáticas, que es, muy exactamente, lo que el señor

Bertrand Russell, experto en la materia, llegará hasta a atreverse a designar con estos términos:

que “no sabemos de qué hablamos ni si lo que decimos contiene allí la mínima verdad”. Y, en

efecto ¿y por qué no? Simplemente el recurso al Otro –en la medida en que, en un cierto campo

que corresponde a un uso limitado de ciertos signos, es incontestable que, habiendo hablado,

puedo escribir y mantener lo que escribí. Si no puedo, en cada tiempo del razonamiento

matemático, hacer ese movimiento de vaivén entre lo que articulo con mi discurso y lo que

inscribo como estando establecido, no hay ninguna progresión posible de lo que se llama verdad

matemática, y ahí está toda la esencia de lo que se llama, en matemática, demostración. Es,

precisamente del mismo tipo que aquello de lo que aquí se trata– el recurso al Otro es, en todo

efecto del pensamiento, absolutamente determinante.

El soy del pienso cartesiano no solamente no lo evita sino que se funda en él. Allí se funda

aún antes de que se vea forzado a ubicar a este Otro en un nivel de esencia divina. Ya

únicamente para obtener del interlocutor lo que sigue – el luego del soy –, este Otro es llamado

muy directamente. Es a él, a la referencia a ese lugar, como lugar de la palabra, que Descartes se

remite, para un discurso que llama al consentimiento a hacer lo que estoy haciendo ante ustedes:

al exhortarme a la duda no negarán que soy. El argumento es ontológico desde esta etapa y,

seguramente, si no tiene el filo del argumento de San Anselmo, si es más sobrio, no por ello deja

de conllevar consecuencias que son aquellas que veremos ahora llegar y que son precisamente

las que resultan de tener que escribir, con un significante, que este Otro no es otra cosa.

Les había rogado que durante estas vacaciones se remitieran a cierto capítulo de San

Anselmo… y para que la cosa no quede en el aire recordaré aquí de qué tipo es ese famoso

argumento, que es injustamente menospreciado y que está bien hecho para darle todo su énfasis a

la función de este Otro. El argumento no recae, de ninguna manera, como se lo dice en los

manuales, sobre el hecho de que la esencia más perfecta implicaría la existencia. El capítulo II

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del Fides quaerens intellectum articula el argumento de dirigirse a lo que él llama lo “insensato”;

lo insensato que, dice la Escritura, dijo en su coro: “no hay Dios”.

El argumento consiste en decir: “¡Insensato! Todo depende de lo que usted llama Dios, y

como está claro que usted llamó “Dios” al Ser más perfecto, no sabe usted lo que dice. Porque,

dice San Anselmo, yo sé bien, yo San Anselmo, yo sé que no basta con que la idea del Ser más

perfecto exista como idea, para que este Ser exista. Pero si usted considera que está en el derecho

de tener esta idea, que usted dice, que este Ser no existe, ¿qué sería usted si por azar Él existe?

Pues, usted demuestra entonces que al concebir la idea del Ser más perfecto, forma una idea

inadecuada puesto que se halla separada de esto: que este Ser puede existir y que, en tanto

existente, es más perfecto que una idea que no implique la existencia.”

Es una demostración de la impotencia del pensamiento en aquel que la articula, por un

cierto sesgo de crítica que concierne a la inoperancia del pensamiento mismo. Es demostrarle

que al articular algo sobre el pensamiento, él mismo no sabe lo que dice. Por eso, lo que hay que

revisar está en otra parte y, muy precisamente, a nivel del estatuto de este Otro, donde no

solamente puedo sino donde no puedo hacer otra cosa que establecerme, cada vez que algo se

articula que corresponde al campo de la palabra.

En este Otro, como lo escribió recientemente uno de mis amigos, nadie cree. En nuestra

época, todo el mundo es ateo, desde los más devotos hasta los más libertinos, si acaso ese

término tiene aún algún sentido. Filosóficamente es insostenible todo lo que se funde en una

forma de existencia cualquiera de este Otro.

Por eso, todo se reduce en el alcance del yo soy que sigue al yo pienso, a lo siguiente: que

ese yo pienso tiene sentido, pero exactamente de la misma manera que tiene sentido cualquier

no-sentido. Todo lo que articulan ustedes con la única condición, ya se los señalé, de que se

mantenga una cierta forma gramatical (¿acaso necesito volver sobre los green colourless

ideas…, etc.?), todo lo que sencillamente tiene forma gramatical, tiene sentido. Y esto quiere

decir únicamente que, a partir de ahí, no puedo ir más lejos. En otras palabras, que la estricta

consideración del alcance lógico que implica toda operación del lenguaje se afirma en lo que es

el efecto fundamental y seguro de aquello que se llama alienación, y que de ninguna manera

quiere decir que nos ponemos en manos del Otro sino, al contrario, que nos damos cuenta de la

caducidad de todo lo que se funde únicamente sobre ese recurso al Otro, del cual sólo puede

subsistir lo que funde el curso de la demostración matemática de un razonamiento por

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recurrencia; cuyo tipo es que si podemos demostrar que algo que es verdadero para n, lo es

también para n+15, basta con que sepamos qué sucede para n=1 para poder afirmar que lo mismo

es verdadero para toda la serie de los números enteros. ¿Y luego?…

Esto no implica en sí ninguna otra consecuencia más que la naturaleza de una verdad que

es la que hace poco indiqué con la apreciación de Bertrand Russell: para nosotros, debemos

plantear, puesto que algo viene a revelarnos la verdad que se oculta tras esta consecuencia,

puesto que no tenemos de ninguna manera razón para retroceder ante esto que es esencial: que el

estatuto del pensamiento, en cuanto que se realiza allí la alienación como caída del Otro, está

compuesta de lo siguiente: a saber, de ese espacio en blanco que está a la izquierda del Es6 y que

corresponde a ese estatuto del yo que es el del yo tal como reina, y aquí, indiscutiblemente, sobre

la mayor parte de nuestros contemporáneos y que se articula con un yo no pienso, ¡no solamente

orgulloso sino también glorioso por esta afirmación! Por medio de lo cual lo que lo completa es

lo que ahí designé como Es y que la última vez articulé como siendo un complemento, es cierto,

pero complemento que le viene de la parte caída de esta alienación, a saber, de lo que le viene de

ese lugar del Otro desaparecido en lo que queda como siendo el no-yo y que llamé –porque es así

como hay que designarla, sencillamente así– la ESTRUCTURA GRAMATICAL.

Ciertamente, no es privilegio de un freudiano el concebir la cosa así, lean al señor

Wittgenstein: Tractatus logico-philosophicus… No crean que porque toda una escuela, que se

llama lógico-positivista, nos machaca las orejas con una serie de consideraciones antifilosóficas

de las más insípidas y de las más mediocres, que el paso del señor Wittgenstein no sea nada. Este

intento por articular lo que resulta de una consideración de la lógica tal que pueda obviar toda

existencia del sujeto, vale bien ser seguida en todos sus detalles y les recomiendo su lectura.

En cambio, para nosotros freudianos, lo que esta estructura gramatical del lenguaje

representa es exactamente lo mismo que lo que hace que cuando Freud quiere articular la

pulsión, no puede hacer otra cosa sino pasar por la estructura gramatical que es la única que da

su campo completo y ordenado a lo que, de hecho, cuando Freud tiene que hablar de la pulsión,

viene a dominar, quiero decir, a constituir los dos únicos ejemplos QUE FUNCIONAN, de

pulsiones como tales, a saber, la pulsión escoptofílica y la pulsión sadomasoquista.

5 “lo es también para n – 1” [Sizaret]. 6 Arriba a la izquierda de la figura VII-2. Sizaret escucha “S” en lugar de “Es”.

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Solamente en un mundo de lenguaje puede tomar su función dominante el yo quiero ver,

dejando abierto el saber desde dónde y por qué soy mirado.

Solamente en un mundo de lenguaje, como ya lo dije la última vez para señalarlo

únicamente de paso, un niño es golpeado adquiere su valor pivote.

Solamente en un mundo de lenguaje el sujeto de la acción puede hacer surgir la pregunta

que lo soporta, a saber, ¿para QUIÉN actúa él?

Sin duda, nada se puede DECIR sobre lo que concierne a esas estructuras. Sin embargo,

nuestra experiencia nos afirma que éstas son las que dominan (y no lo que ronda en no sé qué

corredor de la Asamblea analítica, a saber, una pulsión “genital” que cualquiera estaría en la

incapacidad de definir como tal), que son éstas las que le dan su ley a la función del deseo. Pero

esto no puede ser dicho sino al repetir las articulaciones gramaticales en las que se constituyen;

es decir, al exhibir en las frases que las fundan lo que podrá deducirse de las diversas maneras

como el sujeto habrá de alojarse allí. Nada, digo, puede ser dicho salvo lo que escuchamos de

hecho, a saber, el sujeto en su queja.

A saber, en la medida en que él no se halla allí, en que el deseo que él funda allí, tiene para

él este ambiguo valor de ser un deseo que él no asume, que él no quiere7 más que a pesar suyo.

Es justamente para volver sobre ese punto que articulamos todo lo que hemos de desarrollar aquí

ante ustedes. Es justamente porque es de esta manera y porque se ha osado decirlo, que hay que

examinar DE DÓNDE pudo partir ese discurso.

Pudo partir de lo siguiente: que hay un punto de experiencia desde donde podemos ver lo

que concierne a la verdad de lo que llamaré como quieran: oscurecimiento, estrangulamiento, sin

salida de la situación subjetiva, bajo esta incidencia extraña cuyo resorte último ha de fundarse

en el estatuto del lenguaje.

Está al nivel donde el pensamiento existe como: no es YO quien piensa.

Este pensamiento –tal como está ahí soportado por esta navecilla (abajo, a la derecha del

esquema) que lleva la I mayúscula–, este pensamiento, que tiene el estatuto de los pensamientos

de lo inconsciente, implica lo siguiente: que este pensamiento NO PUEDE DECIR –y ese es el

estatuto que le es propio– ni luego soy ni tampoco el luego no soy que sin embargo lo completa y

que es su estatuto virtual a nivel del Otro.

7 “puede”[Sizaret].

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Pues es ahí donde este Otro, y solamente ahí, mantiene su instancia. Es ahí donde el yo

como tal sólo llega a inscribirse efectivamente con un no soy –con un no soy que está soportado

por el hecho de que se soporte en tantos otros como hay para constituir un sueño, que el sueño,

nos dice Freud, es esencialmente egoístico8–, que en todo lo que nos presenta el sueño hemos de

reconocer la instancia del Ich bajo una máscara; pero, así mismo, que es en la medida en que no

se articula ahí como Ich que allí se enmascara, que allí está presente.

Por eso, el lugar de todos los pensamientos del sueño está marcado aquí, en su parte

derecha, por esta área blanca donde se designa que el Ich como tal se nos recomienda desde

luego encontrarlo en cada uno de los pensamientos del sueño, pero lo que constituirá lo que

Freud llama Trauminhalt es, a saber, muy precisamente, este conjunto de significantes de los que

está constituido un sueño por los diversos mecanismos que son los de lo inconsciente:

condensación, desplazamiento, Verdichtung, Verschiebung. Si el yo, el Ich, el ego, está allí

presente en todos, es muy precisamente por el hecho de que allí está EN TODOS, es decir, que

allí está ABSOLUTAMENTE DISEMINADO.

¿Qué quiere decir y qué estatuto queda a los pensamientos que constituyen este

inconsciente sino el de ser lo que nos dice Freud, a saber, esos signos por los cuales las cosas (en

el sentido en que la última vez dije Sache, “asuntos”, “cosas de encuentro”), tienen las unas

respecto a las otras, esta función de remisión que hace que en la operación psicoanalítica

perdamos un tiempo acopiándolas, como en un mundo sin ordenamiento?9

Pero, ¿cuál va a ser la operación que realiza Freud, y especialmente en esta parte de la

Traumdeutung que se llama el trabajo del sueño, die Traumarbeit? Será la de mostrarnos lo que

él articula, lo que articula al comienzo de ese capítulo de la manera más clara y EN TODAS

LETRAS (digan lo que digan los personajes que me leen en este tiempo por primera vez y que se

sorprenden), que articulo yo desde hace tantos años: ¡que el inconsciente está estructurado como

un lenguaje! “Der Trauminhalt, el contenido del sueño está dado, gleichsam, tal como en una

escritura hecha de imágenes (lo cual designa los jeroglíficos, cuyos signos son únicamente zu

übertragen, para traducir, in die Sprache, en la LENGUA de los pensamientos del sueño”; y toda

la serie sobre los Zeichenbeziehung, sobre la comparación con un rébus, sobre el hecho de que

un rébus sólo se puede comprender si se lo lee y se lo articula, pues, de otra manera, es absurdo

8 Cfr. S. Freud, Ibid., p. 258 [D.] 9 inordonné

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ver una imagen, nos dice, compuesta por una casa sobre la cual hay un navío o una persona que

está tratando de correr con una coma en el lugar de su cabeza, que todo esto no tiene sentido sino

en una LENGUA, y después de habernos dicho que el mundo de los pensamientos del sueño es

de naturaleza ilógica…

Les ruego remitirse al texto de Freud; esto no es simplemente para que den fe de lo que es

verdaderamente patente y está toscamente ilustrado en cada página, a saber, que nunca se habla

más que del lenguaje, sino para que vean que lo que Freud articula, son TODAS LAS

MANERAS que existen para que en ese mundo –de las cosas, sin duda, pero, ¿qué quiere decir

eso? Eso quiere decir las Bedeutungen. ¿Qué hace Freud con aquello a lo cual se remite ese

sentido del sueño y aquello a lo cual se remite[n], es decir, en efecto, las imágenes que lo

constituyen? Pues mostrar cómo, en una cierta manera justamente de alterar esas imágenes, por

ejemplo, se puede designar el índice gracias al cual, en lo que sigue, hallamos todas las funciones

gramaticales eliminadas antes, y mostrarnos cómo se expresa la relación de un subordinado con

un principal (lean todo ese enorme capítulo VI de la Traumdeutung), cómo una relación causal

puede expresarse, cómo también hace su entrada la forma de la negación. Y, muy precisamente,

hallarán allí cosas cuyo parentesco con los esquemas que les he dado, que les he entregado aquí,

les parecerá evidente, como de la función del o … o…, dice él, que sirve para expresar, ya que no

se lo puede hacer de otra manera, una conjunción. Y cuando miran de más cerca hallarán allí

exactamente lo que les dije: es decir, que en el o… o… suspendido entre dos negaciones

encuentran justamente el mismo valor que en la negación de esta conjunción.

Seguramente, esas… cosas, si puedo decirlo, les parecerán un tanto más adelantadas en sus

resultados que lo que les entrega Freud, pero Freud les entrega lo suficiente como para incitarlos

a ir por el mismo camino, es decir que cuando toman el sueño Sezerno (o el sueño en que hay

que cerrar o un ojo o dos ojos) se darán cuenta de lo que eso significa, al ver lo que quiere decir:

que no se puede al mismo tiempo tener un ojo abierto o dos ojos abiertos, que no es la misma

cosa.

En resumen, la legitimidad de la lógica del fantasma es precisamente ese algo para lo cual

nos prepara todo el capítulo de Freud para no hablar sino de éste. Nos prepara mostrándonos que

aquello de lo que Freud traza la vía es de una lógica de esos pensamientos, a saber, esto que

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quiere decir: ella exige ese soporte del lugar del Otro, que precisamente no puede aquí articularse

salvo como un luego yo no soy.10

Así, henos aquí suspendidos al nivel de esta función en un tú no eres, luego yo no soy.

¿Acaso esto no les excita sus oídos de cierta manera? ¿No es este el lenguaje, quiero decir, el

más inoportuno, del amor mismo?

¿Qué significa esto? ¿Hay que llevar más lejos su sentido? Que de hecho entrega su

verdad: tú no eres sino lo que yo soy. Todo el mundo sabe y puede reconocer que si, justamente,

en efecto, es esta fórmula la que da el sentido del amor, el amor igualmente, en su emoción, en

su ingenuo impulso, como en muchos de sus discursos, no se recomienda como función del

pensamiento…

Quiero decir que, si de tal fórmula, tú no eres, luego yo no soy, sale el monstruo cuyos

efectos en la vida diaria conocemos tan bien, es precisamente en la medida en que esta verdad (la

del tú no eres, luego yo no soy) es, en el amor, rechazada, verworfen. Las manifestaciones del

amor en lo real son precisamente la característica que yo enuncio de toda Verwerfung, a saber,

los más incómodos efectos y los más deprimentes. Esta es, justamente, una ilustración de más

¡donde las vías del amor no han de designarse en ninguna parte como trazadas tan fácilmente!

Seguramente en la época de Descartes esas vías no eran ignoradas, por supuesto, por nadie.

Estábamos en la época de Angelus Silesius, quien se atrevía a decirle a Dios: “Si yo no estuviera

aquí, pues bien, sería sencillo: Tú, Dios, en tanto Dios existente, Tú tampoco estarías allí”.11 En

tal época se puede hablar de los problemas de la nuestra; más exactamente, uno puede volverse a

ubicar allí para determinar qué nos hace obstáculo.

¿Qué nos dice Freud si llevamos más lejos el examen de su lógica? Si aún les queda la

mínima duda respecto a la naturaleza de esta subversión, que hace de la Bedeutung (por cuanto

que la volvemos a captar en el momento de su alteración, de su torsión como tal, de su

amputación, hasta de su ablación) el resorte que puede permitirnos reconocer allí la función

restablecida de la lógica… Si aún les queda la mínima duda, verán desvanecerse las dudas al ver

cómo Freud, en el sueño, reintegra todo lo que aparece allí como juicios, ya sean internos esos

juicios en la vivencia de ese sueño, pero más aún si se presentan como juicios –en apariencia– al

despertar.

10 Aquí podría traducirse luego yo no estoy, puesto que Lacan habla de lugar (del Otro) [T.] 11 Angelus Silesius, Lacan parafrasea El errante querubínico, I-106, por ejemplo.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Cuando, nos dice él respecto al sueño, algo, en el relato del soñante, se indica como siendo

un momento de vacilación, de interrupción, una laguna (como yo decía en otra ocasión donde

daba cuenta de las lagunas), Lücken, una Unterbrechung, una ruptura, en el relato que yo, en

tanto soñante puedo dar, eso mismo ha de restablecerse, nos dice Freud, como haciendo parte del

texto del sueño. ¿Y qué es lo que designa esto? Me bastará con remitirme en alguna parte a lo

que Freud nos da a manera de ejemplo: “Voy –dice uno de sus soñantes–, con Fraülein K., in das

Volksgartenrestaurant, en el restaurante del Volksgarten…”, y ahí, es el dunkle Stelle, es el

pasaje del que ya nada se puede decir, él ya no sabe, y luego retoma: “Entonces, me hallo en el

salón de un burdel, in dem ich zwei oder drei Frauen sehe, donde veo dos o tres mujeres, una en

camisa y en calzoncitos”.

Análisis: la Fraülein K. es la hija de su patrón de antes, y lo característico es la

circunstancia en que él tuvo que hablarle y que él designa en estos términos: “Nos reconocimos,

man sich erkannte, gleichsam, en una especie de igualdad, in seiner Geschlechtigkeit, en su

apreciación de sexo, como si se quisiera decir: yo soy un hombre –Ich bin ein Mann, und du ein

Weib– y tú una mujer”.

He ahí, muy precisamente, por qué se escoge a la Fraülein K.: para constituir la entrada del

sueño, pero también, sin duda, para determinar la síncopa. Lo que seguirá en el sueño demostrará

ser, muy precisamente, lo que viene a perturbar esa hermosa relación plena de certeza entre el

hombre y la mujer. A saber, que los tres personajes que están relacionados para él con el

recuerdo de ese restaurante y que representan también a las que él encuentra en el salón del

burdel son, respectivamente, su hermana, la mujer de su cuñado y una amiga de ésta (¡o de éste,

no importa!), en todo caso tres mujeres con las cuales no se puede decir que sus relaciones estén

marcadas por un abordaje sexual franco y directo.

En otras palabras, lo que Freud nos demuestra como siendo SIEMPRE y estrictamente

correlativo de esta síncopa del Trauminhalt, de la carencia de los significantes, está desde que,

precisamente, es abordado lo que sea que EN EL LENGUAJE (y no simplemente los espejismos

de mirarse los ojos en los ojos) cuestione lo que concierne a las relaciones del sexo como tal.

El sentido lógico original de la castración, en tanto que el análisis descubrió su invención,

descansa en esto: que a nivel de las Bedeutungen, de las significaciones, el lenguaje (en la

medida en que es éste el que estructura al sujeto como tal), matemáticamente hablando, hace

falta, quiero decir, reduce lo que concierne a la relación entre los sexos a lo que designamos

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

como podemos con ese algo a lo cual el lenguaje reduce la polaridad sexual, a saber, un tener o

no tener la connotación fálica.

Es, muy precisamente, lo que representa (y solamente representa) el efecto del análisis.

Ningún abordaje de la castración como tal es posible para un sujeto humano salvo en una

renovación –en otro piso (separado enteramente de la altura de ese rectángulo que dibujé ahí)–

de esta función, que hace poco llamé alienación, a saber, donde interviene como tal la función

del Otro en tanto que debemos marcarla como tachada.

Es justamente en la medida en que el análisis, a través de su trabajo, viene a INVERTIR

esa relación, que hacía de todo lo que era del orden del estatuto del sujeto en su yo no soy un

campo vacío –sujeto no identificable–, es por cuanto ese campo viene a llenarse (aquí, en la

esquina de abajo a la izquierda), que aparecerá inversamente aquí el -φ del fracaso de la

articulación de la Bedeutung sexual. Die Bedeutung des Phallus titulé (puesto que la pronuncié

en alemán), esa conferencia que di sobre “La significación del falo”… Es desde ahí que debe

plantearse la pregunta de lo que concierne a lo que DISTANCIA esas dos operaciones

igualmente alienantes: la de la alienación pura y simple, lógica, y la de la RELECTURA de la

misma necesidad alienante en la Bedeutung de los pensamientos inconscientes. Con, en ambos

casos, como lo ven, un resultado diferente (puesto que hasta parecen, al mirarlos tal como están

ahí, sombreados, oponerse estrictamente el uno al otro).

Es que toda la distancia entre una y otra de esas operaciones consiste, en su campo de

partida, en que el uno es aquel (reconstruido) a partir del cual yo designo el fundamento de toda

la operación lógica, a saber, la elección ofrecida del o no pienso o no soy como siendo el sentido

verídico del cogito cartesiano; ese desemboca en un no pienso y en el fundamento de todo lo que,

del sujeto humano, constituye un sujeto sometido especialmente a las dos pulsiones que designé

como escoptofílica y sadomasoquista.

Que si algo DIFERENTE12, que tiene relación con la sexualidad, se manifiesta a partir de

los pensamientos de lo inconsciente, es muy precisamente el sentido del descubrimiento de

Freud, pero también ESTO con lo que se designa LA RADICAL INADECUACIÓN DEL

PENSAMIENTO CON LA REALIDAD DEL SEXO.

12 quelque chose d’AUTRE: ¿algo Otro? [T.]

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El asunto no es franquear lo que esto tiene de impensable (de impensable y, sin embargo,

de salutífero) puesto que ahí está toda la nervadura de por qué Freud se aferraba tan

esencialmente a la teoría sexual de la libido.

Hay que leer, en la pluma verdaderamente… chamánica, inspirada –¡sabe Dios! no sé

cómo calificarla– de Jung, su estupor, su indignación, al recoger de la boca de Freud algo que le

parece constituir no sé qué toma de partido estrictamente anticientífica cuando Freud le dice: “Y

sobre todo, además, ¿ah? usted, Jung, no lo olvide, hay que aferrarse a esta teoría. –¿Pero por

qué?, le dice Jung. –Para evitar, dice Freud, la Schlammflut ¡la marejada de fango! –¿Cuál? –

Del ocultismo”, le dice Freud, sabiendo muy bien todo lo que implica el hecho de no haber

tocado este límite precisamente designado; porque, sin duda, constituye la esencia del lenguaje,

en el hecho de que el lenguaje no domina (por ese fundamento del sexo en tanto que está lo más

profundamente vinculado con la esencia de la muerte), no domina lo que concierne a la realidad

sexual.

Tal es la enseñanza de sobriedad que nos da Freud.

Pero, entonces, ¿por qué hay así dos vías y dos accesos? Sin duda, hay algo que merece un

nombre en la operación de la que no hemos hablado, aquella que nos hace pasar del nivel del

pensamiento inconsciente a ese estatuto lógico, teórico. Inversamente, la que puede hacernos

pasar de ese estatuto del sujeto, en tanto sujeto de las pulsiones escoptofílica y masoquista, al

estatuto del sujeto analizado, por cuanto que para éste tiene un sentido la función de castración.

Esto, que llamaremos operación verdad –porque, al igual que la verdad misma, resopla y se

realiza donde quiere, cuando habla– esto, que está ligado con el descubrimiento, con la irrupción

de lo inconsciente, con el retorno de lo reprimido, nos permite concebir por qué podemos volver

a hallar la instancia de la castración en el objeto núcleo, en el objeto-core (c-o-r-e), para decirlo

en inglés, en el objeto en torno al cual gira el estatuto del sujeto gramatical, esto puede ser

designado y traducido a partir de esa esquina obtenida por el hecho de que el lenguaje es, por su

estatuto mismo, “antipático” (si puedo decirlo) a la realidad sexual.

Esto no es más que el lugar de la operación en torno a la cual vamos a poder definir, en su

estatuto lógico, la función del objeto a.

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Lección IX

25 de enero de 1967

La última vez los dejé en un primer recorrido del rectángulo que encuentran aquí otra

vez como soporte evocador para ustedes, como indicación de que se trata siempre de remitirse

a éste en lo que concierne al fundamento de lo que intentamos construir este año en tanto

lógica del fantasma.

Hoy retomaremos en que la elección hecha en el principio del desarrollo de esas

operaciones lógicas sea esta especie de alternativa tan especial que intento articular con el

nombre propio de alienación, entre un no pienso y un no soy, con lo forzado que hay en la

elección que impone, que va de suyo, en el no pienso.

Seguramente hemos recorrido suficiente camino como para saber ahora cómo se sitúa la

referencia analítica al descubrimiento de lo inconsciente, por cuanto este descubrimiento

ofrece la verdad de esta alienación.

Ya se ha señalado suficientemente algo de lo que hay, de lo que soporta esta verdad, en

el término tantas veces repetido ante ustedes de objeto a minúscula.

Por supuesto, nada de esto es posible sino porque hace mucho tiempo que les hablo de

este objeto a minúscula, y porque ya puede representar para ustedes cierto soporte. No

obstante, la articulación especial que éste tiene con esta lógica todavía no ha sido llevada

(¡muy al contrario!) hasta su término. Simplemente, he querido indicarles, al final de nuestro

último encuentro, que la castración no deja de tener, seguramente, relación con este objeto, y

que aquella representa lo siguiente:

- que este objeto, como causa del deseo, domina todo lo que el sujeto está en la

posibilidad de cernir como campo, como presa, como captación de lo que propiamente

hablando se llama, en la esencia del hombre, el deseo (inútil decirles que aquí la esencia del

hombre es una referencia spinozista y que no le acuerdo a ese término de hombre más acento

que el que le doy habitualmente);

- que ese deseo, en la medida en que se limita a esta causación por el objeto a

minúscula, es exactamente el mismo punto que requiere que, a nivel de la sexualidad, el deseo

se represente por la marca de una falta;

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- que todo se ordena y se origina, en la relación sexual, tal como se produce en el ser

hablante en razón de esto, en torno al signo de la castración, a saber, al comienzo, en torno al

falo, en tanto representa la posibilidad de una falta de objeto.

Entonces, la castración es algo como despertar al hecho de que la sexualidad (quiero

decir, todo lo que tiene lugar al respecto en el acontecimiento psíquico) sea eso, a saber, algo

que está marcado por el signo de una falta. De ahí que, por ejemplo, el Otro, el Otro de la

experiencia inaugural de la vida de un niño, deba aparecer en un momento como castrado y,

sin duda, este horror que está relacionado con la primera aprehensión de la castración, como

soportado por lo que designamos en el lenguaje analítico como la Madre, a saber, lo que no ha

de tomarse pura y simplemente como el personaje encargado de las diversas funciones en una

cierta relación tipificada con el origen de la vida del pequeño humano sino, igualmente, como

algo que tiene la más profunda relación con ese Otro que es interrogado en el origen de toda

esta operación lógica. Que este otro esté castrado hace que el horror correlativo y regular, si

puede decirse, que tiene lugar en el momento de este descubrimiento, sea algo que nos lleve al

nódulo de lo que está en cuestión en cuanto a la relación del sujeto con el Otro por cuanto allí

se funda esa relación.

La sexualidad, tal como es vivida, tal como opera, es, acá, algo –en todo lo que

ubicamos en nuestra experiencia analítica–, algo que fundamentalmente representa un

defenderse de otorgar las consecuencias a esta verdad: que no hay Otro.

Esto es lo que habré de comentar para ustedes hoy, porque, seguramente, escogí el

abordaje de la tradición filosófica para pronunciar “Este Otro no existe”, y a ese respecto

evocar la correlación ateísta que implica esta profesión. Pero, por supuesto, no es algo en lo

que podamos detenernos y hemos de preguntarnos, ir más lejos en el sentido de plantear la

pregunta de si esta caída del A mayúscula, S(A/ ), que planteamos como siendo el término

lógicamente equivalente de la elección inaugural de la alienación, ¿qué significa?

Sólo puede caer lo que es, ¿y si A no es?… Planteamos que no hay lugar alguno donde

se garantice la verdad constituida por la palabra. Si no son las palabras las que son vacías sino

más bien… si más bien tenemos que decir que las palabras no tienen lugar que justifique el

cuestionamiento (siempre por vía de la conciencia común) de lo que “sólo son palabras”, se

dice, ¿qué quiere decir, qué agrega esta fórmula S mayúscula paréntesis de A tachado que les

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

doy como siendo la clave que nos permite partir, partir con un paso firme, que podamos

sostener durante el tiempo suficiente en lo que concierne a la lógica del fantasma?

Si me sirvo de un algoritmo de tipo matemático para darle soporte a ese S(A/ ), sin duda

es para afirmar que hay otro sentido, más profundo, por descubrir. ¿Y afirmar esta no

existencia de A (cierto es, como lo digo, que la conciencia moderna, ya sea la de los religiosos

o la de los que no lo son, es en su conjunto atea) no sería sencillamente algo como soplar

sobre una sombra? ¿Acaso no se trata, detrás de esto, de otra cosa…?

En efecto, hay muchas maneras de darse cuenta de que se trata de otra cosa.

¿Qué quiere decir A marcado por una barra? Pues bien, acabo de decirlo, no necesito ir

más lejos a buscarlo: está marcado.

El sentido de lo que Pascal llamaba el Dios de la filosofía (de esta referencia al Otro tan

esencial en Descartes, y que nos permitió partir de ahí para garantizar nuestro primer paso),

¿no es justamente que el Otro, el Otro de lo que Pascal llama el “Dios de los filósofos”, el

Otro en tanto que en efecto es tan necesario para la edificación de toda filosofía, acaso lo que

no lo caracteriza (cuando más, en el mejor de los casos y hasta… iríamos también nosotros

más lejos, entre los místicos contemporáneos de la misma etapa de la reflexión sobre este

tema del Otro), ¿acaso lo que no lo caracteriza no es esencialmente el no estar marcado?

Teología negativa…

¿Y qué quiere decir esta perfección invocada en el argumento ontológico sino

precisamente que ninguna marca lo merma?

En ese sentido, el símbolo S(A/ ) significa que no podemos razonar nuestra experiencia

sino a partir de lo siguiente: que el Otro está MARCADO.

Y, en efecto, es justamente de eso que se trata desde el abordaje de esta castración

primitiva que afecta al ser materno: el Otro está marcado. Nos damos cuenta de eso muy

pronto por menudos signos…

Si fuera necesario, antes de que lo profiera aquí ante ustedes de manera magistral (lo

cual es un tanto abusar del crédito que se le otorga a la palabra de quien enseña), intentar ver

en pequeños signos como los que se ven en lo que se hace cuando se traduce, si yo hablara en

alemán, ustedes podrían preguntarse cómo lo traduciría, cómo traduciría este Otro que ustedes

me han aceptado desde hace tantos años (¡porque con éste les he remachado los oídos!): ¿das

Anderes, o der Andere?

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Ya ven la dificultad que aparece por el solo hecho, no, como se lo dice, de que haya

lenguas en donde lo neutro constituiría lo no marcado en lo concerniente al género… ¡esto es

totalmente absurdo! La noción de género no se confunde con la bipolaridad masculino-

femenino. Lo neutro es un género que también y justamente está marcado. Lo propio de las

lenguas en que no está marcado es que puede haber allí algo no marcado que se cobijará bajo

el masculino, por lo regular. Y esto es lo que me permite hablarles del Otro sin que tengan que

preguntarse si tienen que traducirlo por der Andere o das Anderes.

Esto conlleva, pueden ustedes notarlo, si hay que escoger… Yo tendría que hablar, no

tuve tiempo de hacerlo antes de edificar para ustedes estas reflexiones hoy, tendría que hablar

con algún anglófono, no faltan en mi auditorio, pero quería hacerlo anoche, me faltó tiempo…

¿Por qué en inglés hay cierta dificultad (pude darme cuenta de eso durante mi último discurso

para Baltimore) para traducirlo por the Other? Al parecer, eso no va de suyo en inglés…

(imagino que es en razón del valor enteramente diferente que tiene el the, el artículo definido

en inglés) y que fue necesario que yo pasara (para hablar de este Otro, de mi Otro) por “the

Otherness”.

Se trataba siempre de ir en el sentido de lo no marcado. En inglés tomamos la vía que se

pudo tomar. Se pasó por… una cualidad, una cualidad incierta, lo Otherness, algo que se

escabulle esencialmente puesto que independientemente de dónde lo alcancemos, siempre será

otro. No puedo decir que me sienta muy cómodo para encontrar allí un representante del

sentido que quiero darle al Otro, y seguramente quienes me propusieron la traducción

tampoco.

Pero, en últimas, esto es lo suficientemente significativo de aquello que está en cuestión.

Y, muy precisamente, de la repugnancia que hay en introducir en la categoría del Otro la

función de la marca.

En cambio, cuando están ante el dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, ¡ahí sí, no están

ustedes privados de la marca! Es por eso que eso no va de suyo y que, igualmente, quienes

aún tienen que vérselas muy directa, personal, colectivamente, con esta especie de Otro, tienen

un destino también ellos, muy marcado.

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Había soñado con hacerles el favor, a algunos pequeños de esta tribu que me rodean, de

elucidar un poco el asunto que concierne a sus relaciones con el Nombre al Dios1, el Dios de

impronunciable nombre, con aquel que se expresó en el registro del yo2, hay que decirlo. No

“Soy el que soy”, pálida transposición de un pensamiento plotínico sino “Soy lo que Soy”,

sencillamente.3 Sí, había pensado, lo dije y volveré siempre sobre esto, en prestarles esta

ayuda, pero por el momento nos quedaremos aquí mientras no haya retomado este asunto del

Nombre del Padre…

Hablé de los “pequeños”. Están seguramente también los “grandes”… Los grandes

judíos no me necesitan para enfrentarse a su Dios.

Pero nosotros aquí tenemos que vérnoslas con el Otro en tanto campo de la verdad. Y el

hecho de que este Otro esté marcado, lo queramos o no, en tanto filósofos, que esté marcado

en un primer abordaje y por la castración, es algo con lo cual hoy tenemos que vérnoslas, y

algo contra lo cual, por el hecho de que el análisis existe, nada podría prevalecer.

Por eso considero que es procedente romper en cierto terreno; que hay especulaciones

por las cuales no hay que dejarse arrastrar hacia esa propensión ni siquiera de juzgar, como se

me imputó, sino sencillamente de ir a buscar allí aquello de lo que dan fe involuntariamente:

de la verdad que les falta. Porque hacer notar allí (en el pensamiento, por ejemplo, de tal

filósofo contemporáneo), que en tal punto hay algo que viene a tomar el lugar de una falta

justamente y que se expresa de manera más o menos complicada (por ejemplo, como

“conciencia tética de sí”4, de la cual, a decir verdad, no hay nada que decir salvo que no se

trata de un Unsinn, porque un Unsinn no es nada respecto al Sinn, ya lo sabemos, sino que

propiamente hablando es –había yo dicho “conciencia no tética de sí”, ¿no es cierto?– que es,

propiamente hablando, sinnlos), es todavía mucho decir porque es conceder que ese punto

podría ser la marca del lugar mismo que constituiría ese algo indicado como faltante.

Pero no es en ninguna parte, no es en nada semejante, no es en esta impensable

anterioridad de lo que se instaura como punto de Selbstbewußtsein, donde debemos buscar ese

punto nodal, si resulta necesario definirlo –y es necesario definirlo, porque se lo puede hallar,

1 “Nom-au-Dieu”; ¿Nom odieux? [S.] ¿Nombre odioso? « El Nombre » es una manera de nombrar a Dios en hebreo. 22 Je. 3 Éxodo 3-14. 4 Comete el mismo lapsus de la lección IV, pero esta vez lo corrige.

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ya verán–, punto nodal que estaría para nosotros en la posición en la que nos hemos puesto,

punto de giro en donde hallar el lugar del cogito.

No obstante, no por nada el Otro vuelve a aparecer, por ejemplo, en tal especulación en

la medida en que lo invoco aquí. Y si hablo de eso es para mostrar que hasta en los detalles

buscados sólo la ruptura puede responder a la búsqueda anteriormente trazada.

Cómo, por ejemplo, no darse cuenta de que este pensamiento que invoco aquí (sin

querer darle su etiqueta precisamente para marcar bien de qué se trata en lo que concierne a

aquello que hemos de zanjar en este camino del pensamiento) no podría, de ninguna manera,

autorizarse desde ninguna etiqueta ¡y menos aún de la mía que de cualquier otra!

Vean adónde lo conduce5 este pensamiento cuando se trata del extravío del voyerista,

por ejemplo: este acento, esta mirada también, este pensamiento que se dirige, para

justificarlo, hacia su sorpresa (la del voyerista) a través de la mirada de otro, justamente, de

uno que llega, de uno que aparece de improviso cuando está pendiente con el ojo en la puerta.

De manera tal que esa mirada ya la evoca suficientemente el ruidito anunciador de esta llegada

cuando, muy precisamente, de lo que se trata en lo que concierne al estatuto del acto del

voyerista es, justamente, en efecto, de ese algo que también nosotros hemos de llamar la

mirada; pero que ha de buscarse en muy otra parte, a saber, justamente, en lo que el voyerista

quiere ver pero donde desconoce que se trata de lo que lo mira más íntimamente, de lo que lo

fija en su fascinación de mirón hasta el punto de hacer de él algo tan inerte como un cuadro.

No voy a retomar aquí el trazado de lo que ya desarrollé ampliamente; únicamente el

vagabundear radical que es el mismo que se expresa a… puerta cerrada en esta fórmula: que el

infierno es nuestra imagen fija por siempre en el Otro… ¡lo cual es falso! Si el infierno está en

alguna parte es en yo.

Y en toda este vagabundear no ha de invocarse ninguna “mala fe”, que excusa, a fin de

cuentas, tanto como la astucia cristiana apologética de la buena fe, hecha para domesticar el

narcisismo del pecador. Está la vía justa o está la vía falsa; no hay transición. Los tropezones

de la vía falsa no tienen valor alguno mientras no sean analizados, y sólo pueden ser

analizados a partir de un punto de partida radicalmente diferente en este caso. En esta caso: la

admisión, en la base y en el principio, de lo inconsciente, y la búsqueda de lo que constituye

como tal su estatuto. 5 “me conduce” [Sizaret].

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Lo que suple la falta de la Selbstbewußtsein no podría de ninguna manera situarse como

su propia imposibilidad; será en otra parte donde habrá que buscar su “función”, si puedo

decir, puesto que no se tratará de la misma función.

En lo que concierne, en esta huella que dejo ahora y sobre la cual tuve que, en nombre

de ciertas confusiones… en las que me parece que es casi necesario hallarse implicado puesto

que pude escuchar de boca de algunos analistas que, sin embargo, había algo que se podía

retener en la relación que se intentaba instaurar desde afuera del advenimiento de cierto

pensamiento sobre el fondo supuesto de una filosofía que se consideraba atacada y hasta

subvertida por éste. Es sorprendente que la posibilidad de tal referencia pueda hasta llegar a

ser admitida, y por alguien, por ejemplo, que sea analista, como uno de esos simples efectos

posibles de lo que, en este caso, se llama alienación. Escuché algo, y de boca de alguien que

no siempre se equivoca, en una fecha en la que tal vez yo aún no había hecho repercutir lo

suficientemente en sus oídos lo que hay que pensar verdaderamente en relación con lo que

concierne al término de alienación.

La alienación nada tiene que ver con lo que resulta en términos de deformación, de

pérdida, en todo lo que es comunicación, y hasta diría yo, por último, de la manera más

tradicional y a partir del momento en que ya se ha establecido suficientemente desde un

pensamiento que se llama “marxista”. Es claro que la alienación en el sentido marxista nada

tiene que ver con lo que, propiamente hablando, no es más que confusión. La alienación

marxista, de hecho, no supone en absoluto en sí la existencia del Otro, consiste simplemente

en que no reconozco, por ejemplo, mi trabajo en esta cosa (lo cual nada tiene que ver con la

opinión, y que ninguna… persuasión sociológica modificará en ningún caso), a saber, que mi

trabajo, el mío, el mío mismo, me corresponde y que es necesario que yo lo pague con cierto

precio. Eso es algo que ninguna dialéctica directa resuelve, que supone el juego de todo tipo

de eslabones bien reales, si se quieren modificar, no modificar la cadena ni el mecanismo que

es imposible de romper, sino sus más nocivas consecuencias.

Pasa lo mismo en lo concerniente a la alienación, y por eso es importante que lo

enuncie aquí en lo que respecta a la alienación para que adquiera su relieve, el relieve no de tal

o cual resto más o menos sordo en el sentido de lo que articulo sino muy precisamente de sus

efectos sobre los que lo comprenden perfectamente; con la única condición de que se sientan

concernidos de manera primordial.

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Y por eso es en los analistas que, a veces, respecto a lo más avanzado que enuncio,

escucho los signos de una angustia, digamos, que puede llegar hasta la impaciencia, y que,

sencillamente, la última vez por ejemplo, cuando pude enunciar de manera como lateral (que

buscaba darle su verdadero esclarecimiento a lo que allí definía yo como la posición del no

soy, por cuanto es correlativa de la función de lo inconsciente) y cuando articulaba sobre ese

punto la fórmula como la verdad de lo que el amor se permite aquí formular (a saber, “¡si tú

no eres, me muero!”, dice el amor, ese grito se conoce, y lo traduzco: tú no eres nada, sino lo

que yo soy), no es extraño que tal fórmula… que ciertamente va mucho más allá en lo que

concierne a la apertura que traza hacia el amor por el simple hecho de que indica allí que la

Verwerfung que constituye sólo resulta precisamente del hecho de que el amor no piensa, pero

no articula (como Freud lo hace pura y simplemente) que el fundamento de la Verliebheit, del

amor, es el Lust-Ich, y que no hay más (pues esto es lo que se afirma en Freud) que el efecto

del narcisismo; cómo, entonces, en una fórmula… que se ve enseguida que es infinitamente

más abierta, para no ir más lejos de este comentario (implicada en cierto mandamiento que,

creo, no les es desconocido), que es en lo más secreto de ti mismo que ha de buscarse el

resorte del amor del prójimo; ¿cómo entonces tal fórmula puede, e insisto en ello, en un oído

analítico, evocar no sé qué alarma, como si lo que yo hubiera pronunciado ahí fuese

despreciativo, como si (así como lo escuché yo), cometiera yo alguna imprudencia como esta:

“que yo me permita hacer un comentario a oyentes de 25 años que redujera el amor a nada”?

Cosa singular: cuando emití esto no obtuve, de quienes andan en los 25 años (en lo que

conozco, por supuesto, porque hay algunos que vienen durante la semana siguiente a

confiarme cosas), más que reacciones singularmente cordiales, diría yo. Por muy austera que

sea, la fórmula a muchos les pareció salutífera.

Qué es pues lo que condiciona posiblemente la preocupación de un analista sino

precisamente que yo haya marcado aquí, en esta fórmula, con este corchete que desplaza casi

nada el nada: sólo eres esa nada que yo soy; que, en efecto, no es menos verdadera que la

fórmula precedente, por cuanto nos remite a la función-clave que viene a ser, en el estatuto de

ese yo del “yo soy”, ese a que constituye, en efecto, toda la pregunta (y ahí es donde quiero

demorarme hoy todavía un poco más), y puede entenderse, en efecto, que le interese al

analista.

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Porque en la operación del análisis, en cuanto sólo este nos permite ir lo suficientemente

lejos en esa relación del pensamiento con el ser a nivel del yo para que sea ella la que

introduzca la función de la castración, el a minúscula en esta operación ha de culminar en una

cola significante: el a minúscula, en el camino que traza el análisis, ES EL ANALISTA.

Y es porque el analista ha de ocupar esta posición del a minúscula que, en efecto, PARA

ÉL, la fórmula, y de manera harto legítima, despierta la angustia que conviene, si recordamos

lo que formulé sobre la angustia: que no deja de tener objeto. Esto indica que ésta esté tanto

más fundada cuanto que con este objeto, aquel que es llamado por la operación significante

que es el análisis, se encuentra, en este mismo lugar, suscitado a interesarse, por lo menos.

Saber cómo lo asume son cosas que aún están distantes de la consideración que

pudiéramos traer aquí. Pero cómo no reconocer que allí no hay nada que deba extraviarnos

más que lo que desde hace tiempos he formulado por las vías del cortocircuito aforístico de

una erudición ciertamente perdida, pero que no deja de tener eco, bajo la fórmula del Tat tvam

asi:6 reconócete, “tú eres esto”. Lo cual, por supuesto, sólo podía permanecer opaco a partir

de cierto sesgo de la tradición filosófica. Si el esto no puede ser, en efecto, identificado de

ninguna manera con el correlato de representación en donde se instaura cada vez más, en esta

tradición, el sujeto, no hay nada más vacío que esta fórmula. Que yo sea mi representación no

es ahí más que ese algo del cual es demasiado fácil decir que corrompe todo el desarrollo

moderno del pensamiento bajo el nombre de idealismo; y el estatuto de la representación

como tal, hemos de retomarlo.

Si esas palabras tienen seguramente un sentido, que se llama estructuralismo… (no

quiero dar otros, ver Nouvelle Critique), deben, por supuesto, empezar articulando algo que

tenga que ver con la representación.

¿Acaso no es muy claro, al abrir solamente un volumen como el último publicado de las

Mitológicas de Claude Lévi-Strauss, que si el análisis de los mitos, tal como nos es

presentado, tiene un sentido, es porque retira de su eje completamente la función de la

representación? Seguramente nos enfrentamos a materia muerta, respecto a la cual ya no

tenemos ninguna relación de yo. Y este análisis es un juego, es un juego fascinante en lo que

nos recuerda y de lo cual encontrarán ustedes testimonio, para no tomar sino este último

6 Chandogya Upanishad, traducción al francés de Emile Senart, Les Belles lettres, París, 1930.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

volumen, desde las primeras páginas. De la miel a las cenizas 7se titula, y ya vemos

articularse en un cierto número de mitos las relaciones de la miel concebida como sustancia

alimenticia preparada por otros diferentes al hombre y, en cierta forma, de antes de la

distinción de la naturaleza y de la cultura, con lo que opera más allá de lo crudo y lo cocido de

la cocina, a saber, aquello que se vuelve humo: el tabaco. Y en la pluma de su autor hallamos

ese algo singular apegado a algún pequeño comentario que él engancha en ciertos textos, por

ejemplo, medievales, sobre esto: que antes de que el tabaco nos llegara, ya su lugar estaba

dispuesto por esta oposición de cenizas que ya se indicaba respecto a la miel, que, en cierta

forma, ¡la cosa-miel desde hace tiempo, desde siempre, esperaba a la cosa- tabaco!

Ya sea que estén de acuerdo o no con este camino del análisis de Claude Lévi-Strauss,

¿acaso no está ahí para sugerirnos lo que conocemos en la práctica de lo inconsciente y que

permite llevar más lejos la crítica de lo que Freud articula bajo el término de

Sachevorstellungen? En la perspectiva idealista se piensa (en últimas, por qué Freud no lo

habría escrito en este sentido) representación de cosas como que son las cosas las que son

representadas.

¿Pero por qué repugnaríamos nosotros pensar las relaciones de las cosas como

soportando algunas representaciones que pertenecen a las cosas mismas? Puesto que las cosas

se hacen signo (con toda la ambigüedad que puedan introducir en este término)8, se hacen

signo entre sí, puesto que pueden llamarse y esperarse, y ordenarse como orden de las cosas,

sin duda alguna es ahí donde entramos a jugar cada vez que, al interpretar como analistas,

hacemos funcionar algo como Bedeutung.

Seguramente, es la trampa. Y tampoco es trabajo analítico, por muy divertido que sea el

juego, volver a hallar en lo inconsciente la red y la trama de los antiguos mitos. ¡Ahí siempre

encontraremos cómo complacernos! A partir del momento en que se trate de la Bedeutung,

volveremos a hallar todo lo que queramos de estructura de la era mítica.

Es por eso que al cabo de cierto tiempo el juego cansó a los analistas. Se dieron cuenta

de que era demasiado fácil. El juego no es fácil cuando se trata de textos recogidos,

atestiguados, de mitos existentes. Justamente, no se trata de cualesquiera, pero a nivel de lo

7 Levi-Strauss Claude, Mitológicas II. De la miel a las cenizas [1967], México, Fondo de Cultura Económica, 1972. 8 …se font signe.., se hacen guiño(s) [T.]

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

inconsciente del sujeto en el análisis, el juego es más suave. ¿Y por qué? Precisamente porque

allí está desanudado, porque viene a confluir con un no soy donde se manifiesta

suficientemente, ya lo dije la última vez, en esas formas que, en el sueño, hacen omnipresente

y nunca completamente identificable la función el yo.

¡Pero es otra cosa la que ha de retenernos! Son precisamente los agujeros, en ese juego

de la Bedeutung. ¿Cómo no se ha señalado lo siguiente, que sin embargo es de una presencia

enceguecedora, a saber, el aspecto Bedeutung “atascada”,9 si puedo decirlo, como se

manifiesta todo lo que linda con el objeto a?

Por supuesto, los analistas hacen todo lo posible por vincularlo con alguna función

primordial que imaginan haber fundado en el organismo, como por ejemplo, cuando se trata

del objeto de la pulsión oral. Por eso también llegarán incorrectamente a hablar de “buena” o

de “mala leche”, cuando no se trata en absoluto de eso ¡puesto que se trata del seno!

Es imposible hacer la relación de la leche con un objeto erótico –lo cual es esencial en el

estatuto como tal del objeto a–, cuando es muy evidente que, en lo que concierne al seno, la

objeción no es la misma.

¡Pero quién no ve que un seno es algo –amigos míos, ¿nunca pensaron en eso?– que no

es representable! No pienso contar aquí con una inmensa minoría de personas para quienes un

seno pueda constituir un objeto erótico, pero, ¿son ustedes capaces, en términos de

representación, de definir a nombre de qué? ¿Qué es un hermoso seno, por ejemplo? Aun

cuando el término se pronuncie comúnmente ¡desafío a quienquiera a que le dé un soporte

cualquiera a ese término de “hermoso seno”!

Si hay algo que el seno constituye, se requeriría para eso, tal como lo articuló un día un

aprendiz de poeta –que no está lejos–, al final de uno de sus menudos cuatrenios que cometió,

con estas palabras: “la nube deslumbrante de los senos”;10 no hay otra manera, me parece,

sino la de jugar en ese registro de lo nuboso, agregándole algo más del tipo del reflejo, a saber,

de lo menos aprehensible, con lo cual puede ser posible soportar en la Vorstellung, lo que

tiene que ver con este objeto que, antes bien, no tiene más estatuto que el que podemos llamar,

con toda la opacidad de esos términos, un punto de goce. ¿Pero qué quiere decir esto?

9 “bouchée”, “tapada”, “taponada” pero también “bocado”, pues en su letra y en lo que sigue evoca la boca [T.] 10 No pudimos encontrar la referencia.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Yo diría que… intenté decirlo, lean un poco (no sé cómo logro hacer que se entienda,

¡pero no importa!, tal vez lo escribí en otros términos), pero mientras me esforzaba por

centrar, para que lo sintieran ustedes, lo que llamo con ocasión de esta “síncopa de la

Bedeutung”, puesto que se trataba de mostrarles que ahí estaba el punto que viene a colmar el

Sinn, de repente se me apareció: pues lo más apropiado para soportar este rol del objeto seno

en el fantasma, en tanto que es éste verdaderamente el soporte específico del juego, del juego

de la pulsión oral, pues no era otra cosa que la fórmula… (ya que todos son aquí más o menos

iniciados, practicantes y hasta aficionados11 a mi discurso), pues la fórmula de la que me serví

cien veces para dar imagen al carácter puramente estructural del Sinn: ¡Colourless green

ideas, esas ideas sin color –y verdes al mismo tiempo, ¿por qué no?– sleep furiously! ¡Ahí

están los senos!

En mi opinión, nada puede expresar mejor el privilegio de este objeto, nada lo expresa

de manera más adecuada, es decir, en este caso, poética: que duerman, furiosamente en este

caso, y que no sea para despertarlos, cosa fácil… Eso es todo cuando se trata de senos.

Esto está ahí para ponernos sobre una huella. A saber, la que va a acercarnos al asunto

que ha quedado en suspenso, el cual puede permitirnos suplir la Selbstbewußtsein. Porque, por

supuesto, no se trata de nada diferente al objeto a. Sólo que hay que saber hallarlo ahí donde

está; y no es porque conocemos su nombre por adelantado que lo encontramos y, además,

encontrarlo no significa nada sino ocasión para alguna diversión.

Pero, si tomamos las cosas a nivel del sueño, ¿qué es lo que Freud llega a articular para

nosotros?

Nos sorprende, seguramente, que él afloje, si puedo decirlo, para indicar un cierto

aspecto de vela del sujeto, precisamente en el dormir. Si hay algo que caracteriza bien esta

falta, o esa “falta de Otro”, que yo designo como fundamental de la alienación, si el yo no es

justamente: más que opacidad de la estructura lógica, si la intransparencia de la verdad es lo

que da el estilo del descubrimiento freudiano, ¿no es extraño verlo decir que tal sueño, que

contradice su teoría del deseo, no significa ahí más que el deseo de no darle la razón?

¿Acaso no es suficiente ahí para mostrar al mismo tiempo la justeza de esta fórmula que

articulo de que el deseo es el deseo del Otro, y para mostrar en qué suspenso se deja el

estatuto del deseo si el Otro, justamente, puede ser planteado como no existiendo? 11 En español en el original.

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¿Pero no es más sorprendente aún ver a Freud, al final de una de las secciones del

capítulo VI, sobre el cual insistí la última vez, precisar que es de manera muy segura como el

soñante se arma y se defiende de lo siguiente: de que lo que él sueña no es más que un sueño?

Respecto a lo cual llegará hasta a insistir en esto: que haya una instancia que sabe siempre (él

dice: “que sabe”) que el sujeto duerme y que esta instancia (aún cuando esto pueda

sorprendernos) no es lo inconsciente, que es precisamente lo preconsciente, que representa,

nos dice él en este caso, el deseo de dormir.

Esto nos dará qué pensar sobre lo que sucede al despertar. Porque si el deseo de dormir

resulta, gracias al dormir, tan cómplice con la función del deseo como tal –por cuanto se

opone a la realidad–, ¿qué es lo que nos garantiza que al salir del dormir el sujeto esté más

defendido del deseo, en la medida en que enmarca lo que él llama “realidad”? El momento del

despertar tal vez nunca es más que un corto instante: aquel en que se cambia de cortina.

Pero dejemos ahí esta primera suspensión, sobre la cual volveré, pero que quise tocar sin

embargo hoy, puesto que vieron ustedes que escribí aquí la palabra el despertar.

Sigamos a Freud. Soñar que se sueña debe ser objeto de una función muy segura para

que podamos decir que en toda ocasión esto designa ¡la cercanía inminente de la realidad! Que

algo pueda ser percibido, que se ampare en una función de error para no darse cuenta de la

realidad, ¿acaso no vemos que hay en eso, aún cuando por una vía exactamente contraria a la

de afirmar que una idea es transparente a sí misma, la huella de algo que merece que se lo

siga? Y para que puedan sentir cómo escucharlo, me parece que lo mejor que puedo hacer es

ir, gracias al camino que me ofrece una fábula muy conocida por provenir de un viejo texto

chino de un Tchouang Tseu12 (¡sabe Dios todo lo que se le hace decir al pobre!), y sobre todo

respecto a ese sueño tan conocido, sobre el cual habría él dicho, sobre el haber soñado… el

haberse soñado él mismo ser una mariposa: le habría preguntado a sus discípulos acerca de

cómo saber distinguir Tchouang Tseu soñándose mariposa, de una mariposa que, por muy

despierta que se crea, no haría más que soñar ser Tchouang Tseu. Es inútil decirles que esto no

tiene de ninguna manera el sentido que se le da comúnmente en el texto de Tchouang Tseu, y

que las frases que siguen muestran bien de qué se trata y a dónde nos lleva. Se trata nada

menos que de la formación de los seres. A saber, de cosas y vías que nos escapan desde hace

12 Tchouang Tseu, L’oeuvre complète de Tchouang Tseu, Gallimard, Connaissance de l’Orient, p. 46. Hoy en día se utiliza la notación pin yin : Zhuangzi [S.].

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

mucho tiempo en muy gran medida, quiero decir, en lo que concierne a lo que pensaban

exactamente quienes nos dejaron sus huellas escritas.

Pero ese sueño me permitirá suponer que fue relatado de manera inexacta. Cuando se

soñó mariposa, Tchouang Tseu se dijo: “no es más que un sueño”, lo cual, se los garantizo, es

perfectamente acorde con su mentalidad. No duda un instante en sobrepasar ese menudo

problema de su identidad en lo que concierne a ser Tchouang Tseu. Se dice: “no es más que

un sueño”, y es precisamente en eso donde yerra la realidad. Porque en la medida en que algo

que es el yo de Tchouang Tseu reposa en lo siguiente, que es esencial para toda condición del

sujeto, a saber, que el objeto es visto, él no es NADA que permita sobrepasar mejor lo que

tiene de traidor ese mundo de la visión, por cuanto soportaría esa especie de agrupación (no

importa cómo la llamemos, mundo o extensión) en la cual el sujeto sería el único soporte y el

único modo de existencia. ¿Qué es lo que permite situar como yo lo que constituye la

consistencia de ese sujeto en tanto que ve, es decir, en tanto que sólo tiene la geometría de su

visión (por cuanto puede decirle al otro: “esto está a la derecha” y “esto está a la izquierda” y

“esto está adentro” y “esto está afuera”), sino el hecho de que (esto ya se los subrayé en su

momento)13 él es, él mismo, cuadro en ese mundo visible, que la mariposa no es ahí más que

lo que lo designa a él mismo como mancha, y como lo que tiene de original la mancha en el

surgimiento, a nivel del organismo, de algo que se hará visión?

Es justamente en la medida en que el yo mismo es mancha sobre fondo, y que aquello de

lo cual él interrogará lo que ve es muy precisamente lo que no puede hallar y lo que se

escabulle: este origen de mirada, cuán más sensible y manifiesto para ser articulado por

nosotros como la luz del sol para inaugurar lo que concierne al orden del yo en la relación

escoptofílica.

¿No es acaso ahí donde el solamente sueño no es precisamente sino lo que enmascara la

realidad de la mirada, en tanto que esta realidad está por descubrirse?

Es justamente a este punto al que quería llevarlos hoy respecto a ese recordar la función

del objeto a y su correlación estrecha con el yo.

¿No es sin embargo cierto que independientemente del lazo que soporta, que indica,

como encuadrándolo, el yo de todos los fantasmas, no podemos captar aún, en una

13 En Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, seminario de 1963-1964, lecciones del 19 de febrero y 4 de marzo, particularmente.

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multiplicidad por lo demás de esos objetos a, lo que le da ese privilegio en el estatuto del yo,

en tanto se plantea como deseo?

Es justamente lo único que nos permitirá esbozar, inscribir, de manera más precisa la

invocación de la repetición.

Si el sujeto puede inscribirse en cierta relación, que es relación de pérdida respecto a ese

campo donde se esboza el rasgo de donde se garantiza la repetición, es que ese campo tiene

una estructura, digamos, lo cual ya adelantamos bajo el término de topología.

Garantizar de manera rigurosa lo que quiere decir objeto a respecto a una superficie, lo

hemos ya aproximado en esta imagen de ese algo, que se recorta en algunas de esas

superficies privilegiadas, de tal manera que deje caer algo, este objeto de caída, que nos ha

retenido y que hasta hemos creído poder imaginar en un breve fragmento de superficie;

seguramente se trata aún de una representación gruesa, por supuesto, e inadecuada. Ni la

noción de superficie ha de rechazarse ni la noción del efecto de trazo y de corte. Pero, por

supuesto, no hemos de contentarnos con la forma de tal o cual colgajo por muy propicia que

nos parezca esta imagen para correlacionarla con lo que se acostumbra en el discurso analítico

con el término de objeto parcial.

Con respecto a las superficies que hemos definido, no como algo que haya de

considerarse bajo el ángulo espacial, sino algo de lo que precisamente da fe cada punto de una

estructura que no puede quedar excluida de ahí (quiero decir, en cada punto), es en la medida

en que lleguemos a articular allí ciertos efectos de corte que conoceremos algo sobre esos

puntos evanescentes que podemos describir como objetos a minúscula.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L.,

Eduardo ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Lección 10

1º de febrero de 1967

Son las doce y media, y les agradezco que hayan venido tantos hoy, cuando estamos, como

nadie lo ignora tampoco, en día de huelga. Se los agradezco tanto más cuanto que también yo

tengo que excusarme con algunos, puesto que fue debido al anuncio que hice −hasta un día y una

hora reciente−, de que hoy haría lo que se llama mi seminario, que seguramente está aquí una

parte de las personas que vinieron. En efecto, yo tenía la intención de realizarlo, y de realizarlo

sobre el humorístico tema sobre el cual ya había escrito −en la parte superior de las páginas

blancas que utilizo para suplir la mala iluminación del tablero−, en que había escrito ese cogito,

ergo Es, que, como pueden ustedes sospecharlo por el cambio de tinta,1 es un juego de palabras

y juega con la homonimia, la homofonía aproximada del es latín y del Es alemán, que designa lo

que ustedes ya saben en Freud, a saber, lo que en francés se traduce por la función del ça [el

ello].

Sobre una lógica… una “lógica” que no es una lógica, que es una lógica totalmente inédita,

una lógica a la que, en últimas, todavía no le he dado (no he querido darle, antes de que sea

instaurada) su denominación. Tengo una, que me parece válida, cuando la tengo ante mí; sin

embargo me pareció conveniente esperar hasta darle suficiente desarrollo antes darle su

designación.

Sobre una lógica cuyo punto de partida, curioso, tiene lugar en esa elección −alienante,

subrayé− que se les ofrece de un no pienso a un no soy, ¡puede uno sin embargo preguntarse qué

lugar ocupa el hecho de que estamos aquí para algo que bien podría llamarse un pensamos! Esto

nos llevaría ya lejos, puesto que ese nosotros, seguramente, lo sienten ustedes −por los caminos

en que avanzo, que son los del Otro tachado− plantea una pregunta.

Como sea, el que yo haga algo parezca tan propicio para llevarlos por las vías del

pensamiento, ciertamente no deja de ser motivo para una tan vasta audiencia. Entonces, ese

estatuto del pensamiento bien merecería ser, en cierta forma, por lo menos indicado como

haciendo pregunta, a partir de tales premisas.

1 Cogito, ergo en rojo y Es en negro [S.].

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Pero hoy me limitare a lo siguiente: que, como todo hombre que se dedique (que se

imagine, en todo caso dedicarse) a esta operación del pensamiento, soy bastante amigo del orden,

y que uno de los fundamentos más esenciales de nuestro orden (del orden existente será siempre

el único al que uno pueda remitirse) ¡es la huelga! Y como esta huelga fue acogida −lo supe

desafortunadamente un tanto tarde− la función pública en su conjunto, no tengo intenciones de

hacerle excepción.

Por eso, hoy no dictaré la lección que habrían podido esperar y particularmente no (salvo el

anunciársela como tal) sobre ese cogito, ergo Es.

Sin embargo no me arrepiento de estar aquí, por una razón −que tal vez sea la que me

encegueció, tal vez un poco más tarde de lo necesario, al hecho de que era mejor que no dictara

mi lección−, a saber, la presencia entre nosotros hoy del profesor Roman Jakobson, con quien

todos ustedes saben qué deuda tenemos, en relación con lo que aquí se prosigue como enseñanza.

Debía llegar anoche a París, ciudad donde me hace el honor de ser mi huésped y seguramente me

ocasionaba mucha alegría dictar ante él mi acostumbrada lección. Él está muy de acuerdo

conmigo, y hasta enteramente de acuerdo, en que es mejor que no lo haga. En todo caso, aquí

está, y si alguien tiene alguna pregunta que formularle, él está muy dispuesto a responder, acto

de cortesía que nada tiene que ver con que hoy mantengamos nuestra reunión.

Entonces, voy todavía a decir algunas palabras para darles el tiempo de ubicarse. Si alguien

tiene la ocurrencia de tener lista una pregunta que plantearle, especialmente y como a él mismo,

al profesor Jakobson, que está aquí en la primera fila, él tiene el tiempo –mientras que, con

algunas palabras, yo entretengo a la concurrencia–, de prepararla a fuego lento, de prepararla

poco a poco para tener en esta ocasión algo que, si en efecto se trata de una verdadera pregunta,

pueda tener gran interés para todos. ¡Eso es!

Al respecto, para tenerlos en vilo, señalaré qué vía –creo que ustedes ya lo sintieron–¡qué

estarían ustedes haciendo aquí, tan asiduos, si no previeran a qué momento más o menos

candente nos conduce la continuación de nuestro discurso! Como había previsto, ya para

entonces, que el próximo miércoles –y esto por razones de conveniencia personal y relacionado

con lo que se llama el tiempo de pausa, transformado este año en unas vacaciones bastante largas

del martes de carnaval–, tampoco haré mi seminario, sépanlo, y esta vez, sépanlo de antemano,

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

no lo haré el próximo miércoles. Entonces, les doy cita para el 15 de febrero; espero que no se

afloje demasiado el hilo de lo que nos une este año, en una misma línea de atención.

Para señalar sin embargo de qué se trata, ven bien ustedes a qué sentido nos conduce ese

cogito, ergo Es. Y que es una manera de volver a plantear la pregunta sobre lo que es ese famoso

Es, que no es evidente, sin embargo, puesto que igualmente me permití calificar como imbéciles

a quienes les parece demasiado cómodo ubicarse allí, cuando ven en eso una especie de otro

sujeto, y para decirlo todo, de yo [moi] constituido de otra manera, de calidad sospechosa, de

outlaw del yo, o como lo han dicho tan crudamente algunos, de “Yo malo”.

¡Por supuesto, no es fácil darle su estatuto a tal entidad! Y pensar que conviene

sustanciarlo simplemente con lo que nos llega de un oscuro empuje interno, no descarta de

ninguna manera el problema del estatuto de ese Es. Porque, a decir verdad, si fuera eso, no sería

más que lo que, desde siempre y de manera tan legítima, ha constituido esa especie de sujeto al

que se llama el Yo [moi].

Pueden sentir claramente que es a partir del Otro tachado en cuestión que llegaremos no a

volverlo a pensar sino a pensarlo, sencillamente. Y que este Otro tachado, en la medida en que

partimos de ahí como del lugar en que se sitúa la afirmación de la palabra, es justamente algo

que interroga, para nosotros, el estatuto de la segunda persona.

Desde siempre se ha instaurado una especie de ambigüedad de la necesidad misma del

camino que me llevó a introducir, por vía de Función y campo de la palabra y del lenguaje,

aquello de que se trata en lo relacionado con lo inconsciente.

El término de intersubjetividad ronda seguramente aún y rondará durante mucho tiempo,

porque está escrito allí con todas sus letras en lo que fue el recorrido de mi enseñanza. Nunca

dejé de servirme de ese término de intersubjetividad acompañándolo de algunas reservas, pero

reservas que no eran inteligibles en ese momento para el auditorio que tenía. Todo el mundo sabe

que no se lo acepta tan fácilmente y que, por supuesto, seguirá siendo la fortaleza de todo lo que,

precisamente, combato de manera tan precisa.

El término de intersubjetividad, con los equívocos que mantiene en el orden psicológico, y

precisamente, en primer plano, aquel que desde siempre designé como uno de los más peligrosos

de acentuar, a saber, el estatuto de la reciprocidad, cobijo de todo lo que en la psicología ES EL

MÁS PERFILADO PARA ASENTAR TODOS LOS DESCONOCIMIENTOS QUE

CONCIERNEN AL DESARROLLO PSÍQUICO. Para simbolizárselo, para acentuárselo, en

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

cierta forma con una imagen resplandeciente y grosera a la vez, diría que el estatuto de la

reciprocidad, en la medida en que marca el límite estatutario donde la madurez del sujeto se

instauraría en alguna parte del desarrollo, está representada, si quieren, para todos aquellos que

habrán visto ese algo (y pienso que los habrá suficientes en la asamblea como para que mi

palabra llegue, ¡que los demás se informen!), para aquellos que han leído o visto en cine Las

tribulaciones del estudiante Törless2, yo diría que el estatuto de la reciprocidad es lo que

constituye el justo soporte de ese colegio de los profesores que supervisan y que, en últimas,

nada quiere saber, nada quiere tener que ver con esa atroz historia. Esto no hace sino más notorio

que, en lo que concierne a la formación, a la formación de un individuo, y muy especialmente de

un niño, los educadores harían mejor si se preguntaran cuáles son las mejores vías que le

permiten situarse como siendo, por su existencia misma, presa de los fantasmas de sus pequeños

camaradas, antes de buscar reparar en qué etapa, en qué estadio el niño será capaz de considerar

que el yo y el tú son recíprocos.

He ahí evidentemente de qué se trata en lo que avanzamos este año con el nombre de

lógica del fantasma, se trata de algo que conlleva intereses de importancia. Por supuesto, esto no

va de ninguna manera en el sentido de un solipsismo, sino justamente en el sentido de saber de

qué se trata en lo que respecta a ese gran Otro. Ese gran Otro, cuyo lugar en la tradición

filosófica ha sido sostenido por la imagen de ese Otro divino, vacío, que Pascal designa con el

nombre del “Dios de los filósofos” y con el que nosotros no nos podríamos contentar en

absoluto, y esto no por razones de pensamiento, ni de libre pensamiento (el libre pensamiento es

como la libre asociación ¡no hablemos de eso!). Si estamos aquí para seguir el hilo y la huella del

pensamiento de Freud, aprovecho la ocasión para decirlo, a saber, para acabar con no sé qué

forma de tábano donde yo podría, en este caso, resultar siendo la víctima designada; no es el

pensamiento de Freud en el sentido en que el historiador de la filosofía puede “definirla” (así sea

con ayuda de la crítica de textos más atenta) en el sentido, a fin de cuentas, de minimizarla. Es

decir, de hacer notar que en tal o cual punto Freud no llegó más allá, que no se le debería imputar

más que no sé qué falla, hueco, reanudación mal hecha, en tal giro de lo que enunció…

2 MUSIL Robert, Las tribulaciones del estudiante Törless, Seix Barral, 1985, a partir del cual se rodó el filme de Völker Schlondorff, Der Junge Törless [El joven Törless], 1966, estrenado en español como Nido de escorpiones.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Si Freud nos interesa, no fue por lo que pensó en tanto individuo en tal o cual giro de su

vida eficiente; lo que nos interesa no es el pensamiento de Freud; es el OBJETO que descubrió

Freud.

El pensamiento de Freud adquiere su importancia para nosotros del hecho de que

constatamos que no hay mejor vía para volver a hallar las aristas de este objeto sino la de seguir

la huella de este pensamiento de Freud. Pero lo que legitima este lugar que le damos, es

justamente que a todo instante tales huellas no hacen más que señalarnos y de manera, en cierta

forma, tanto más desgarradora cuanto que tales huellas están desgarradas, de qué objeto se trata,

y llevarnos a lo siguiente, que es de aquello de lo que se trata, a saber, que se trata de no

desconocerlo. Lo cual seguramente es la tendencia irresistible y natural, en el estado actual de las

cosas, de toda subjetividad constituida.

Es justamente esto lo que duplica el drama de lo que aquí se llama investigación, y sobre el

cual seguramente saben ustedes también que su estatuto, para mí, no deja de ser sospechoso. Nos

hallamos prontos a volver allí y a replantear la pregunta –pienso hacerlo la próxima vez– sobre el

estatuto que podemos darle a esta palabra “investigación”, tras la cual se ampara en nosotros, por

lo común, la mayor mala fe.

¿Qué es la investigación? Seguramente no es más que lo que podemos fundar como origen

radical del proceder de Freud en cuanto a su objeto, nada más puede dárnoslo que lo que aparece

como punto de partida irreductible de la novedad freudiana, a saber, la repetición. O bien esta

investigación está en alguna parte repetida ella misma por la pregunta que subraya lo que yo

llamaría nuestras relaciones, a saber, lo que concierne a una enseñanza que supone que hay

sujetos para quienes el nuevo estatuto del sujeto que implica el objeto freudiano se ha realizado.

En otras palabras, para quien supone que hay analistas. Es decir, sujetos que sostendrían en sí

mismos algo que se aproxima lo más posible a ese nuevo estatuto del sujeto, aquel que determina

la existencia y el descubrimiento del objeto freudiano; sujetos que serían los que estarían a la

altura de esto: que el Otro, el gran Otro tradicional, no existe y que, sin embargo, hay claramente

una Bedeutung.

Esta Bedeutung (para todos los que me han seguido hasta aquí, los que me han seguido lo

suficiente como para que las palabras que para ellos empleo (digo que yo empleo) tengan un

sentido), baste con que yo señale aquí esta Bedeutung con algo que no tiene otro nombre que

éste: la ESTRUCTURA en la medida en que es REAL.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Si hice que expusieran esas pequeñas imágenes sobre las cuales debía tener lugar hoy mi

lección, y reconocerán una vez más la banda de Möbius, banda de Möbius cortada en dos, puesto

que eso no la divide, banda de Möbius una vez cortada en dos que se desliza en cierta forma

sobre sí misma, para duplicarse de la manera más fácil (como pueden constatarlo si copian bien

lo que me tomé el trabajo de dibujar)…

… y entonces, al final de la cuenta, para obtener ese algo que está perfectamente cerrado,

que tiene un adentro y un afuera y que es la cuarta figura, que es la del toro. LA ESTRUCTURA

ES QUE ALGO QUE ES ASÍ, ES REAL.

Yo no estoy diciendo que la estructura sea eso, por sí sólo. Les digo que lo que es real bajo

el nombre de estructura es exactamente del tipo de lo que está ahí dibujado (en cierta forma, hay

una sustancia estructural), que esto no es una metáfora, y que es en la medida en que a través de

esto es posible ese algo que podemos reunir como un conjunto con la palabra corte,3 que aquello

con lo que tenemos que vérnoslas es existente.

Qué pasa con una enseñanza que supone, también ésta, la existencia de lo que, con

seguridad, no existe? Porque no hay aún, según lo que parece, ningún analista que pueda decir

que soporta en él mismo esta posición del sujeto. Y lo que hace esto es nada menos que plantear

la pregunta ¿qué es lo que me autoriza a tomar la palabra como dirigiéndome a esos sujetos que

aún no existen?

3 Du mot coupure [con la palabra corte], o, de nos coupures [de nuestros cortes].

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Ya ven que las cosas no dejan de estar soportadas en algunas suposiciones, como se lo

señala sarcásticamente, suposiciones sobre las que lo menos que puede decirse es que son

dramáticas; ¡no por ello hay que hacer de eso un psicodrama! Porque vamos a cerrarlo con un

cierre lógico. Eso es lo que constituye nuestro objeto este año.

Con seguridad, e independientemente de lo que me autorice –y tal vez sobre ese punto

podríamos decir un poco más–, es claro que no estoy solo. Si yo mismo tuviera que plantearle

una pregunta al profesor Jakobson, pero les doy mi palabra de que ni siquiera se la dejé

sospechar cuando veníamos en el auto (no quiero decir que me llegue ahora, sino que sólo ahora

se me ocurre planteársela), yo le preguntaría si él, cuya enseñanza sobre el lenguaje tiene para

nosotros tales consecuencias, si él piensa, también, que esta enseñanza es de naturaleza tal que

exige un cambio de posición radical a nivel de lo que constituye, digamos, el sujeto entre

aquellos que lo siguen. Le plantearé también la pregunta de si –pero es una pregunta muy ad

hominem– por el hecho mismo de las inflexiones que implica… No quiero hacer uso de grandes

palabras y me cuido de palabras que puedan sugerir la ambigüedad que se vincula con la palabra

“ascesis”; y hasta con la palabra que circula en las novelas de ciencia ficción de “mutación”…

¡A decir verdad, no nos hallamos en esas pendejadas! Se trata del sujeto lógico y de lo que

implica, de lo que implica de disciplina de pensamiento, entre quienes, en esta posición, son

introducidos por su pensamiento… ¿Acaso si las cosas, para él, en las consecuencias de lo que

enseña, van igualmente lejos, acaso para él tiene un sentido la palabra “discípulo”? Porque, para

mí, yo diría que no lo tiene; que en derecho, está literalmente disuelto, evaporado, por el modo

de relación que inaugura tal pensamiento. Quiero decir que “discípulo” ha de distinguirse de la

palabra “disciplina”. Si instauramos una disciplina, que es también una nueva era en el

pensamiento, algo nos distingue de quienes nos precedieron: el hecho de que nuestra palabra no

exige discípulos.

Si Roman quiere empezar por responderme a mí, si se le antoja, ¡que lo haga!

Profesor R. Jakobson — ¿No cree que sería mejor si se plantearan varias preguntas y, en

ese caso, las respondo a la vez?

Doctor Lacan — De acuerdo. ¿Quién tiene una pregunta para Jakobson?

Doctor J. Aubry — Yo quería preguntar, dado que me interesan particularmente los

problemas de dificultades de lectura y de escritura, de acceso al lenguaje escrito, de su valor

simbólico, si en esas dificultades y sin contar los errores que pueden ubicarse como lapsus, si él

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piensa que una estructura del lenguaje se relaciona con la estructura misma del sujeto, o más

exactamente con su posición respecto al Otro.

Me explico con ejemplos de tipo clínico; No leo el alemán y no pude leer […]. Retuve de

lo que me dijeron, que, por ejemplo, las confusiones de los fonemas B-P, D-T, M-N, son

confusiones que existen durante el aprendizaje de la palabra en el niño que está aprendiendo los

fonemas en un orden determinado, empezando por las consonantes vocálicas mínimas, comunes

a todas las lenguas, y luego ampliando su registro en un orden constante según las características

de la lengua materna. Yo pensaba que la persistencia de tales confusiones a la edad del

aprendizaje de la lectura, podía marcar el deseo del niño de mantenerse en esta posición infantil,

que esto se relaciona también, en cierta medida, con el no acceso al estadio del espejo, entendido

como identificación primera, narcisista y antes de que aparezca el yo.

Pero las carencias maternas, es decir, en cierta medida, la ausencia del discurso del Otro,

entre 6 y 18 meses, determinan la incapacidad de acceder, durante el estadio del espejo, a la

imagen del cuerpo propio y naturalmente a las identificaciones. Tienen por corolario constante

una deficiencia del lenguaje y ciertas particularidades de estructura del lenguaje cuando la

unidad del sonido, de la palabra, de la frase, no es respetada en el lenguaje oral así como en el

lenguaje escrito. Si esta ruptura no es la del lapsus ¿no evocaría la imagen desarticulada del

cuerpo y ese estadio pre-narcisista? Así mismo, los errores que tienen que ver con el uso de

pronombres personales, serían el resultado de la incapacidad de distinguir el yo y el otro, la

incapacidad de distinguir los verbos de estado y los de acción, el ser y el actuar, respondería a

ese estatuto no de sujeto sino de objeto actuado por el Otro. Es la definición misma de

alienación. Todas esas preguntas me las planteo no solamente para las dislexias sino para otros

problemas y, particularmente, para las psicosis del niño antes del estadio del lenguaje.

Una última cosa: la inversión en las sílabas de dos o tres letras, marca efectivamente una

dificultad de organización temporo-espacial, pero todo niño que no reconoce la derecha y la

izquierda de su propio cuerpo de la del otro, tiene la posibilidad de tener dificultades para

escribir. Es más evidente aún para quienes escriben en espejo. Se puede suponer que el niño

zurdo, que siempre se encuentra con el otro en espejo, tendrá más dificultades para sobrepasar

esta dificultad y que, a nivel de la escritura, el uso de la siniestralidad favorezca la inversión. El

momento de acceso al lenguaje escrito es, en principio, contemporáneo de la resolución del

complejo de Edipo, cuando el niño en la situación triangular ha aceptado y reconocido la ley del

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padre simbólico al mismo tiempo como ley social; cuando esta evolución no se hace, ¿no

podemos ver en eso el rechazo de una incapacidad de acceso al saber y a la representación

simbólica?

Señorita L. Irigaray— Quisiera preguntarle al señor Jakobson cómo hace la articulación

entre el sujeto de la enunciación y el sujeto del enunciado. ¿No cree que se puede, que se podría

establecer una diferenciación en los shifters en función de esta articulación de la enunciación con

el enunciado?

Doctor J. Oury— Quisiera solicitar una precisión al señor Jakobson. Desde hace un

tiempo, en los problemas de análisis de grupos en las instituciones, no se dispone de muchas

herramientas, de conceptos teóricos, y en ocasiones se hace un uso un tanto azaroso de las

nociones lingüísticas. Desde hace un tiempo, intento introducir la noción de contexto para

intentar tener un poco más de claridad en lo que podría llamarse el efecto de sentido dentro de un

grupo. Quisiera que pudiera precisarse un poco más esta noción de contexto.

Quiero dar, simplemente, algunos elementos. Me sorprendió el uso bastante práctico de su

artículo sobre la poética, que podría ser muy útil para la comprensión de lo que sucede en los

grupos. Por otra parte, parece que lo que está en juego en una institución son mensajes poéticos,

es decir, una especie de crítica del fonologismo, y la instalación de un mensaje que tenga en

cuenta la sintaxis, en otras palabras, la noción de mensaje sintáctico. En las relaciones entre el

plano semántico y el plano sintáctico ¿hay un problema verdadero o una serie de falsos

problemas? En particular, con todas las nociones actuales de operadores que se ponen en juego

entre el plano semántico y el plano sintáctico; en otras palabras, las reorganizaciones sintácticas,

es una imagen, de las estructuras de un grupo, cambian el mensaje y dan un cierto sentido a lo

que se hace en la institución.

Quedándome en esta perspectiva, ¿es posible precisar mejor la noción de sujeto de la

enunciación? Esta noción de sujeto de la enunciación, ¿puede articularse claramente con esta

noción de contexto, por una parte, y de mensaje sintáctico?

Señora Mélèze— Mi pregunta se situaría en torno a la música concreta, es decir, a la

posibilidad de escuchar algo que no se había previsto, el soporte vocal por fuera de lo que puede

ser del orden del rebus, si el soporte vocal está en alguna parte como representante de una

posición del sujeto respecto al cuerpo del otro representado en su voz.

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Doctor Stoianoff— Históricamente, la dependencia prolongada de un grupo étnico

respecto a otro, ¿podría influir en el lenguaje del primero, de manera que se obtenga un discurso

muy particular como en la lengua búlgara? ¿Hay factores históricos de dependencia que podrían

explicar esta introducción en la lengua de una manera de ver mediatizada?

Profesor R. Jakobson— Siento que estoy en una posición bastante difícil porque no

esperaba hablar, y como hay huelga, soy yo el que tendrá que hablar. Por fuera del contexto, yo

no sé que es un strike.

Responderé más bien en bloque que la pregunta que me parece sobre todo relacionada con

el asunto de la lingüística y del psicoanálisis es, en verdad, la del desarrollo del lenguaje en el

niño. Ahí hay problemas sobre los cuales habrá que trabajar en cada uno de los dos campos. Esos

asuntos tienen una relación de complementariedad. Hay que captar los dos aspectos.

Llegamos ahora al campo del lenguaje infantil. Lo que vemos cada vez más es el gran

porcentaje de fenómenos universales. La universalidad domina. Esto hasta cambia el problema

de la enseñanza del lenguaje porque vemos ahora que para aprehender no importa qué lengua,

cada niño es preparado por un cierto modelo innato, puesto que el límite entre la naturaleza y la

cultura cambia de lugar. Se pensó que en la comunicación de los animales se trataba únicamente

del fenómeno de los instintos, los fenómenos de la naturaleza, mientras que en el hombre se

trataba del asunto de la enseñanza, de la cultura. Se muestra que la cosa es bastante más

complicada, que entre los animales el aprendizaje juega un gran rol y, por otra parte, en los niños

humanos tiene un rol el modelo innato, esas predisposiciones, esa posibilidad de aprender el

lenguaje que existe a cierta edad de la infancia, que existe algunos meses después de su

nacimiento, la posibilidad de adquirir un código, y por otra parte –es un fenómeno más curioso–

y es que, a cierta edad, el niño pierde la capacidad de aprender su primera lengua. Si el niño

estuviese en una situación artificial, durante los primeros años de su vida, en que no hubiera

conocido un lenguaje humano, puede recuperarlo enteramente, pero en una situación normal

hasta los siete años, más o menos. Después de los siete años ya no será capaz de aprender la

primera lengua. Todos esos fenómenos son importantes y nos muestran que debemos analizar

cada etapa de la adquisición del lenguaje desde el punto de vista de los fenómenos biológicos,

psicológicos e, intrínsecamente, lingüísticos.

Permítanme detenerme en dos o tres problemas que se han tocado aquí. Cuando el niño

comienza a hablar hay dos fenómenos enteramente revolucionarios desde el punto de vista de la

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mentalidad del niño. Una de esas etapas es la de la adquisición de los pronombres personales. Se

trata de una gran generalización. Es la posibilidad de ser yo [moi] en un instante y de escuchar al

otro llegar a ser yo [moi]. Conocen esta discusión entre los niños que, cuando aprenden los

pronombres, dicen “Tú no eres yo. Yo soy yo y tú sólo eres tú, etc.”. Por otra parte, la

incapacidad de ciertos niños cuando han aprendido el pronombre de la primera persona, para

hablar de sí mismos, y decir su propio nombre, porque el niño por sí mismo sólo es yo [moi] .

Esas cosas cambian al niño completamente.

Recuerdo cuando unos profesores y la señora Kast, que vinieron a comienzos del año de la

última guerra a Estocolmo, me mostraron un niño que era egocéntrico de una manera

sorprendente, quería dominarlo todo, tener todas las casas, los juguetes, etc. Lo estudié desde el

punto de vista lingüístico y me di cuenta de que no había traza alguna del pronombre personal.

Les dije “enséñenle el pronombre personal, conocerá sus límites, sabrá que él no es el único, que

existe el intercambio, el yo no es más que el autor del mensaje en cuestión”; y funcionó.

Hay otra operación, la que está en el meollo del cambio en la vida lingüística de un niño.

Hay un caso conocido, que se conoce en países muy diferentes, de un niño de tres años que corre

hacia su padre y dice “el gato ladra”, “el gato guau, guau”. Si el padre es pedante, dice “no, es el

perro el que ladra y el gato el que hace miau”. El niño llora, se le destruyó su juego. Si el padre,

al contrario, le dice “sí, el gato ladra, mamá dice miau”, etc., el niño se pone contento. Le conté

esta historia a Claude Lévi-Strauss poco tiempo después, él tiene su hijo que tenía tres años en

esa época y que llegó a hacer lo mismo. Lévi-Strauss quiso dárselas de padre liberal, no lo logró,

porque su hijo consideraba ese juego como un privilegio de niño y el padre debió hablar de otra

manera.

¿De qué se trata? Del descubrimiento que hace el niño a cierta edad, el descubrimiento de

la predicación. Podemos vincular un sujeto con un predicado, y la cosa esencial es que se puede

vincular al mismo sujeto diversos predicados, y el mismo predicado puede ser utilizado respecto

a diversos sujetos: el gato corre, duerme, come, ladra también. El asunto es que el niño

comprenda que la predicación ya no es la dependencia de un cuento, la predicación es ya una

libertad individual; entonces, el niño emplea de manera exagerada esta libertad. El niño no

conoce la definición de la libertad dada por la emperatriz rusa Catalina, que la libertad es el

derecho de hacer lo que las leyes permiten… Entonces, el gato ladra.

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Volvemos a hallar los mismos problemas en la afasia, en la antropología, porque en ciertos

pueblos el hecho de atribuir acciones a los animales o de atribuir las acciones de cierto tipo de

animales a los demás, es considerado como un pecado, como por ejemplo entre los dayaks, y que

es castigado como el incesto. Es justamente ahí donde la libertad quiere romper la ley.

Si se quiere discutir sobre el asunto del desarrollo fonológico, nos hallamos ante los

mismos problemas de esos diferentes estadios, y yo podría, en una discusión más detallada,

mostrarles las etapas, las reglas universales, la posibilidad de desarrollar una cierta libertad

porque no hay reglas universales. También ahí está el asunto importante del orden temporal, no

de las adquisiciones sino del orden temporal de una secuencia, de una serie, de un grupo, de las

leyes.

Para la lectura, nos hallamos en un nuevo campo. No hay que olvidar que la lectura y la

escritura son siempre una superestructura, una estructura secundaria. Si no se habla se trata de

patología, si no se lee es analfabetismo, si no se escribe tampoco. Según las últimas estadísticas

de la UNESCO, en el 60 por ciento de la población del mundo existe ese fenómeno.

No hay que olvidar que son fenómenos completamente diferentes, es decir, que la

escritura, la lectura, remiten ya a la base que es el lenguaje hablado, pero esto no quiere decir que

la escritura sea simplemente un espejo del lenguaje hablado, hay nuevos problemas que

aparecen, y uno de esos problemas es el asunto del espacio. La escritura no es solamente

temporal sino también espacial y lo que aparece es el asunto derecha-izquierda, izquierda-

derecha. Esto introduce una cantidad de principios nuevos que desde el punto de vista, por

ejemplo, de la estructura de la escritura, muestran que lo más interesante es el análisis de

diferentes formas de dislexias y de agrafias, que muestran los mecanismos y las desviaciones

individuales y personales, y las desviaciones mentales; esas desviaciones están en relación.

En lo que concierne a la relación entre el problema semántico y problema sintáctico, creo

cada vez más que vemos que la oposición de esos dos fenómenos corre el riesgo de volverse muy

rígida. En el campo sintáctico, se trata de orden, de combinaciones, de agrupaciones, pero cada

combinación se opone a otra combinación posible, y la relación entre esos dos fenómenos

sintácticos es necesariamente un fenómeno semántico. Nos hallamos también necesariamente, al

mismo tiempo, en el campo de lo semántico y de lo sintáctico y de lo gramatical. Es imposible

separar esas cosas. En general, para un lingüista, no hay fenómeno en la lengua que no posea un

aspecto semántico. La significación es un fenómeno que concierne a no importa qué nivel del

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lenguaje, saben ustedes que está ese problema que fue planteado de manera muy hermosa, la más

bella tal vez, en la antigua doctrina de los gramáticos y filósofos del lenguaje hindú, es que ahí la

lengua tiene varias articulaciones, y particularmente una articulación según esa vieja

terminología hindú, la doble articulación de los elementos que no son significativos sino que son

necesarios para construir unidades significativas. Estos elementos que no son significativos son,

como lo dijeron bien los hindúes, y como fue repetido en la Edad Media y en la lingüística

moderna de los años 30, esos elementos son distintivos y participan en la significación. Si no se

respetan esos elementos se obtiene el efecto de una homonimia. La significación comienza desde

el comienzo, y el fonema o el rasgo distintivo, son igualmente signos, signos de otro nivel,

signos auxiliares y, sin embargo, signos.

Si se me pregunta cuál es el problema más actual de la lingüística, el problema

interdisciplinario ante la psicología, el psicoanálisis, la etología, es el problema del contexto. El

contexto tiene dos aspectos: el contexto verbalizado que se da en el discurso, y el contexto no

verbalizado, la situación, el contexto no verbalizado pero siempre verbalizable. Pienso que es

este asunto de la verbalización, no digo que el psicoanálisis se reduzca al problema de la

verbalización, pero lo que el psicoanálisis tiene en común con la lingüística es que el problema

de la verbalización juega el rol esencial, principal en esos dos campos.

Ahora, respecto a la enunciación y el sujeto del enunciado, para que se alcance esta

distinción, el niño necesita elaborar los pronombres personales, pero es un asunto más

complicado, es un problema en general de la enunciación, el que implica citaciones. Cuando

hablamos o cuando decimos “Juan dijo eso” o “como lo dijo Juan”, “se pretende que” o bien no

citamos pero decimos cosas que no hemos visto y que, en cierto orden, deben tener sufijos

especiales, lo hemos escuchado decir, no vimos cómo Julio César fue asesinado pero si hablamos

de eso, quiere decir que citamos. Si analizamos mejor nuestras enunciaciones, nos damos cuenta

de que el asunto de las citaciones ocupa el papel principal, esencial, la oratio directa, la oratio

oblicua, son problemas más amplios que el lugar que se les da en la gramática clásica. Es uno de

los problemas que aún no ha sido elucidado enteramente. Es un asunto que el psicoanalista y el

lingüista deben trabajar juntos.

Un fenómeno muy curioso es que en Bulgaria se tienen diferentes formas verbales para

indicar el fenómeno del cual se está seguro de haberlo visto, y los fenómenos que se suponen,

que son de oídas. Se plantea el asunto de saber por qué en Bulgaria se desarrolló eso. Hay

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razones históricas para ese surgimiento, justamente la influencia de una lengua sobre otra lengua,

del turco en el búlgaro, y en algunas otras lenguas. Asunto interesante no solamente desde el

punto de vista histórico sino desde el punto de vista estructural. Cada cuento4 verbal, cada lengua

no es una lengua monolítica, cada lengua supone varios subcuentos, y entre los bilingües es la

posibilidad de hablar en dos lenguas diferentes, y no hay cortina de hierro entre las dos lenguas

que se usan, está la interacción, el juego de las dos lenguas. Hay un fenómeno importante que

juega un rol: es cómo una lengua del bilingüe cambia por la otra lengua. Hay una cantidad de

posibilidades. Es el problema de nuestra actitud hacia las lenguas que uno habla.

Si, por ejemplo, hablo de mi generación de intelectuales rusos, debo decir que para nuestra

generación pudimos ser bilingües o tener varias lenguas: ruso y alemán, ruso e inglés. Pero era

una imposibilidad del código del ruso hacer uso, en el mismo mensaje, del ruso y del inglés, del

ruso y del alemán. Introducir palabras, expresiones alemanas en una frase rusa era considerado

como un fenómeno cómico; en cambio, se podían introducir tantas frases, tantas palabras

francesas en el ruso como lo saben ustedes, por La guerra y la paz de Tolstoi; era posible. Es

chocante a veces en Francia cuando digo: desde el punto de vista de mi generación de

intelectuales rusos, el francés no era una lengua sino simplemente un estilo del ruso hablado. Esa

relación entre lenguas es importante, muestra que la actitud es diferente, que una palabra juega

un gran papel en toda la actitud no solamente ante las lenguas y su estructura, ante la cultura, etc.

Este asunto de la complejidad del código juega un papel esencial. Por ejemplo, ese

fenómeno búlgaro ¿qué cambia? En los fenómenos gramaticales que empleamos, los fenómenos

gramaticales que aparecen en una lengua, cada cual tiene su función. Pero si se habla la otra

lengua, bien puede uno expresar lo que está ausente en la gramática de la primera lengua.

Traduciendo del búlgaro puedo muy bien decir en francés o en ruso “vi venir el barco”, o bien

“creo que el barco ha llegado”. Ahí hay una gran diferencia según si está dado en la gramática

[como en búlgaro] o si solo hay posibilidad de explicarlo por medios lexicales [como en francés

o en ruso]. Para ilustrar esta diferencia hago uso siempre de un ejemplo muy simple: si cuento en

inglés que pasé la última velada con a neighbour, con un vecino, si me preguntan ¿era hombre o

mujer?, debo responder “¡it is not your business!”; en cambio, si lo digo en francés debo decir

4 Palabra incierta.

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que era “un vecino” o “una vecina”. Lo que debemos decir y lo que podemos omitir no es algo

que cuya enorme diferencia deba explicar aquí en este auditorio.

La pregunta de mi amigo al que tanto admiro, y cuyos trabajos son para mí siempre fuente

de instrucción… Para hacer uso de la palabra del Doctor Lacan, yo me siento su discípulo. Debo

decir que tengo enormes dificultades para responder su pregunta. Quisiera que me la formulara

de manera más breve, si no necesitaré, para responder, un libro tan voluminoso como su último

libro. Le prometo responder a esta pregunta en mi próximo viaje a París…

Doctor Lacan— ¿Piensa usted que un lingüista formado en la disciplina lingüística

engendra en él una marca tal que su modo de abordaje de todos los problemas es algo que lleva

un sello absolutamente original? Usted es quien transmite esta especie de disciplina que es la

más cercana a la nuestra. ¿Acaso el modo de relación que hace surgir en usted el hecho de que

sea usted el que trasmite esta disciplina, acaso para usted algo que es de la dimensión de lo que

es ser un discípulo… es algo esencial, exigible y que cuenta para usted?

Profesor R. Jakobson— Responderé a esta pregunta de la misma manera en que respondí

a la de la diferencia entre las estructuras gramaticales de las diversas lenguas. Para un lingüista,

es posible intentar dejar de ser, en ciertos momentos, solamente lingüista y ver los problemas

desde otro punto de vista, bajo el aspecto de un psicólogo, de un antropólogo, etc., todo eso es

posible pero la presión de la disciplina es enorme. ¿De qué tipo mental es el lingüista? Es curioso

que un lingüista… [que] casi no existe que se llegue a ser lingüista. Los psicólogos han mostrado

que las matemáticas, la música, son preocupaciones, capacidades que aparecen a la edad infantil;

si leen ustedes las biografías de los lingüistas, verán que se los ve ya predispuestos a llegar a ser

lingüistas a los seis, siete, ocho años. Esta es la opinión de Saussure, de una gran cantidad de

lingüistas.

¿Qué quiere decir esto? Me permito decir que la gran mayoría de los niños sabe pintar y

dibujar muy bien, pero en una cierta edad la mayoría pierde esta capacidad, y quienes llegan a

ser pintores conservan una cierta adquisición infantil, un cierto rasgo infantil. El lingüista es un

hombre que conserva una actitud infantil ante la lengua. La lengua misma interesa al lingüista

como le interesa al niño, se vuelve para él el fenómeno más esencial en una complejidad y eso le

permite al lingüista ver las relaciones internas, las leyes estructurales de la lengua. Pero también

ahí hay un peligro: que las relaciones entre lo que es el lenguaje y los otros fenómenos, puedan

deformarse fácilmente por causa del acento un tanto unilateral planteado sobre la lengua. Ahí es

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donde está la gran necesidad del trabajo que se llama con ese término tan ambiguo, tan vago pero

tan importante al mismo tiempo, el de lo interdisciplinario. Mis experiencias en Nueva York,

mis encuentros con los psicoanalistas, un antropólogo como Lévi-Strauss, yo y algunos otros

lingüistas, cuando discutimos nuestros problemas, he visto que era importante llegar a ser, por un

instante, discípulo de esas otras disciplinas para ver la lengua desde afuera, como se ve la Tierra

desde afuera subiéndose a un Sputnik.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo

ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Lección 11

15 de febrero de 1967

Tengo que avanzar y demostrar en el movimiento de qué naturaleza es el saber analítico;

más exactamente, cómo es posible que, ese saber, pase a lo real.

Planteamos que eso, ¿no es cierto?, que pase a lo real, tiene lugar cada vez más a medida

que crece la pretensión del yo [je]1 para afirmarse como fons et origo del Ser. Es lo que

planteamos; pero no elucida, por supuesto, nada de lo que acabo de llamar EL PASO DE ESE

SABER A LO REAL.

No me refiero aquí a nada diferente a la fórmula que di de la Verwerfung o rechazo: que

todo lo que es rechazado en lo simbólico reaparece en lo real.

Esta prevalencia del yo, en la cima de algo que es bastante difícil de captar sin prestarse a

equívoco… (decir “la época”, decir también como hemos dicho “la era de la ciencia”, es abrir

siempre algún sesgo para una nota que podría asirse bastante bien con el término de

“spenglerismo”,2 por ejemplo: la idea de “fases humanas” no es ahí, desde luego, lo que puede

complacernos y se presta para muchos malentendidos). Partamos únicamente de esto: que es

cierto que el discurso tiene su imperio y que yo creo haberles demostrado aquí que el

psicoanálisis sólo es pensable si se cuenta entre sus precedentes el discurso de la ciencia.

Se trata de saber en dónde se ubica el psicoanálisis en los efectos de ese discurso.

¿Adentro? ¿Afuera? Saben ustedes que es ahí donde intentamos captarla como una especie de

franja que tiembla, de algo análogo a esas formas más sensibles donde se revela el organismo;

hablo de lo que es franja.

Sin embargo hay que dar un paso antes de reconocer ahí el trazo [trait] de lo animado

porque el pensamiento tal como lo entendemos no es lo animado. Es el efecto del significante, es

decir, el último resorte, de la HUELLA.3

Lo que se llama estructura es eso: seguimos el pensamiento por las huellas y por nada más.

Porque la huella siempre causó el pensamiento.

1 yo es je en este capítulo, salvo cuando se señale explícitamente lo contrario [T.]. 2 Spengler Oswald, Le Déclin de l’Occident [El ocaso de Occidente], N. R. F., 1931-1933. 3 trace: rastro, señal, huella, marca, traza, indicio.

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La relación de ese procedimiento con el psicoanálisis se siente enseguida: por poco que se

lo pueda imaginar, y hasta por poco que se tenga la experiencia de éste.

Que [para] Freud, inventar el psicoanálisis, haya sido la introducción de un método para

detectar una huella de pensamiento, allí donde el pensamiento mismo la enmascara por

reconocerse ahí de otra manera (de una manera diferente a como la designa la huella), eso es lo

que he promovido. Contra esto, no prevalecerá ningún despliegue del freudismo como ideología.

Ideología naturalista, por ejemplo. Que ese punto de vista, que es un punto de vista histórico de

la filosofía, sea planteado en estos tiempos por personas que se autorizan como psicoanalistas, es

algo que manifiesta lo que le dará mayor precisión a la respuesta que requiere la pregunta que

planteé primero, a saber, cómo es posible que el saber analítico llegue a pasar a lo real.

La vía por donde lo que enseño pasa a lo real no es otra, extrañamente, que la Verwerfung,

que el rechazo efectivo (que vemos producirse en un cierto nivel de generaciones) de la posición

del psicoanalista, en la medida en que esta posición nada quiere saber de lo que sin embargo es

su solo y único saber.

Lo rechazado en lo simbólico ha de focalizarse en un campo subjetivo, en alguna parte,

para reaparecer en un nivel correlativo en lo real. ¿Dónde? Aquí, sin duda. ¿Qué quiere decir

esto? Es lo que AQUÍ los toca, es decir, ese punto que es del que dan [sic] fe lo que los

periodistas ya ubicaron con la etiqueta de “estructuralismo” y que no es más que su interés; el

interés que tienen ustedes en lo que aquí se dice, interés que es real.

Naturalmente, entre ustedes, hay psicoanalistas. Hay –ya está aquí– una generación de

psicoanalistas en la cual se encarnará la justa posición del sujeto, en tanto que el acto analítico la

necesita. Cuando haya llegado ese tiempo de madurez de esta generación, se medirá la distancia

recorrida –al leer las cosas impensables, afortunadamente impresas para que den fe, para quien

sabe leer– de los prejuicios de donde habrá sido necesario extraer el trazado [tracé] que necesita

esta realización del análisis.

Entre esos prejuicios y esas cosas impensables estará… estará también el estructuralismo,

quiero decir, lo que se intitula ahora con ese título de cierto valor, cotizado en la bolsa de la

cogitación.

Si aquellos de ustedes que vivieron lo que hubo caracterizado el medio de este siglo (o

digamos, su primera parte), las experiencias de manifestaciones extrañas en la civilización que

tuvimos que atravesar, si esos no hubieran sido adormecidos, en sus consecuencias, por una

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filosofía que sencillamente continuó con su ruido de matraca, yo tendría ahora menos

oportunidad para intentar señalar los rasgos [traits] necesarios para que no queden ustedes

enteramente pasmados, para la fase de este siglo que viene enseguida.

Cuando Freud introdujo por primera vez en su Jenseits… la de él, el Más allá del principio

de placer, el concepto de repetición (como forzamiento Zwang; repetición, Wiederholung; esta

repetición es forzada, Wiederholungszwang), cuando la introduce para darle su estado definitivo

al estatuto del sujeto de lo inconsciente, ¿se mide bien el alcance de esta intrusión conceptual?

Si se llama Más allá del principio de placer, es precisamente por el hecho de que rompe

con lo que hasta entonces le daba el módulo de la función psíquica, a saber, esa homeostasis que

hace eco a la que necesita la subsistencia del organismo, que la duplica y la repite, y que es la

que en el aparato nervioso aislado como tal, él define por la ley de la mínima tensión.

Lo que introduce la Wiederholungszwang, está netamente en contradicción con esta ley

primitiva: la que se había enunciado en el principio del placer. Y así es como Freud nos la

presenta.

Enseguida, nosotros que, supongo, hemos leído ese texto, podemos llegar hasta su extremo,

que Freud formula como lo que se llama “pulsión de muerte” (traducción de Todestrieb). A

saber, que no puede impedirse extender ese Zwang, esta constricción de la repetición, a un

campo que no cubra únicamente el de la manifestación viviente, sino que la desborde,

incluyéndola en el paréntesis de un retorno a lo inanimado. Nos pide, entonces, hacer subsistir

como “viviente” –y aquí tenemos que poner este término entre comillas–, una tendencia que

extiende su ley más allá de la duración del viviente.

Observemos esto bien de cerca, puesto que está ahí lo que objeta y también el obstáculo

ante el cual se rebela –por supuesto, en tanto que la cosa no ha sido comprendida– se rebela, en

el primer momento, un pensamiento acostumbrado a dar cierto soporte al término de tendencia;

soporte, justamente, que es el que acabo de evocar al poner la palabra “viviente” entre comillas.

Entonces, en este pensamiento, la vida ya no es “el conjunto de las fuerzas que resisten a la

muerte” para citar a Bichat; es el conjunto de las fuerzas donde se significa que la muerte sería,

para la vida, su RIEL.

A decir verdad, esto no llegaría muy lejos si no se tratara más que del estando de la vida

sino de lo que podemos, en un primer abordaje, llamar su SENTIDO. Es decir, de algo que

podemos leer en signos que son de una aparente espontaneidad vital, puesto que el sujeto no se

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reconoce allí; pero donde se requiere que haya un sujeto puesto que de lo que se trata no podría

ser un simple efecto de la… recaída, si puedo decirlo, de la burbuja vital que desfallece, dejando

el lugar en el estado en que estaba antes, sino de algo que, sigámoslo a donde los sigamos, se

formula no como ese simple retorno sino como un PENSAMIENTO de retorno, como un

pensamiento de repetición.

Todo lo que Freud captó por sus huellas en su experiencia clínica es –allí donde lo va a

buscar, allí donde despunta para él el problema, a saber, en lo que él llama “la reacción

terapéutica negativa”, o también lo que aborda en ese nivel como un hecho (signo de

interrogación) de masoquismo “primordial”, como lo que en una vida insiste por permanecer en

un cierto médium, pongamos los puntos sobre las íes, digamos de enfermedad o de fracaso–, es

esto lo que hemos de captar como un pensamiento de repetición. Un pensamiento de repetición

es un campo diferente al de la memoria.

Sin duda la memoria evoca la huella también, ¿pero cómo la reconocemos la huella de la

memoria? Justamente tiene por efecto la NO REPETICIÓN.

Si buscamos determinar en la experiencia cómo un microorganismo está dotado de

memoria, lo veremos en esto: que la segunda vez no reaccionará a un excitante como la primera.

Y, en algunas ocasiones, esto nos hará hablar de memoria con prudencia, con interés, con

suspenso, a nivel de ciertas organizaciones inanimadas…

¡Pero la repetición es muy otra cosa! Si hacemos de la repetición el principio director de un

campo, en tanto es propiamente subjetivo, no podemos dejar de formular lo que une en materia –

a manera de cópula– lo idéntico con lo diferente.

Esto nos reimpone el empleo, para este fin, de ese trazo unario cuya función electiva

hemos reconocido a propósito de la identificación.

Recordaré lo esencial de esto en términos simples, habiendo podido experimentar que una

función tan simple parece sorprendente en un contexto de filósofos, o de los que se pretenden

tales, como tuve recientemente la experiencia, y que se haya podido hallar oscuro y hasta opaco

este sencillo comentario de que el trazo unario juega el papel de coordenada simbólico,

precisamente por excluir que no sean ni la similitud NI TAMPOCO ENTONCES LA

DIFERENCIA, los que se plantean en el principio de la diferenciación.

Ya subrayé aquí suficientemente que el uso del Uno –que es ese Uno que yo distingo del

Uno unificante, por ser el Uno contable– es el de poder funcionar para designar tantos “Uno”

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como objetos tan heteróclitos como un pensamiento, un velo o no importa qué objeto que se

encuentre aquí a nuestro alcance; y puesto que enumeré tres, contemos ese: tres. Es decir,

considerando nula su más extrema diferencia de naturaleza para instaurar su diferenciación de

otra cosa.

Esto es lo que nos da la función de número y todo lo que se instaura con la operación de

recurrencia, cuya demostración se apoya, lo saben ustedes, en ese módulo único: que todo lo que

habiendo sido demostrado verdadero… por n… que lo que… Habiendo demostrado como

verdadero que lo que es verdadero para n+1 lo es para n, nos basta saber qué pasa para n=1, para

garantizar la verdad de un teorema. Esto funda un ser de verdad, que es enteramente de

deslizamiento. Esta especie de verdad, si puedo decirlo, es la sombra del número, [pues] no hace

mella en ningún real. Pero si descendemos, si puedo decir, en el tiempo, lo que… lo cual se les

pide hoy para retomar el esquema identificatorio de la alienación y ver cómo funciona,

notaremos que el Uno basal de la operación de la recurrencia ya no está ahí, que sólo se instaura

a partir de la repetición misma.

Retomemos. No tenemos que subrayar aquí que la repetición sólo podría deducirse

dinámicamente del principio del placer. Sólo lo hacemos para hacer que sientan el realce de lo

que está en cuestión. A saber, que el mantenimiento de la mínima tensión, como principio de

placer, no implica de ninguna manera la repetición. Al contrario, el volver a hallar una situación

de placer en su mismidad, sólo puede ser fuente de operaciones siempre más costosas si se sigue

simplemente el sesgo de la mínima tensión. Al seguirla como una línea isotérmica, si puedo

expresarme así, acabará por conducir de situación de placer en situación de placer al

mantenimiento deseado de la mínima tensión. Si implica algún cierre de circuito o algún retorno,

sólo puede ser por vía, si puede decirse, de una estructura externa, que de ninguna manera es

impensable puesto que hace poco evocaba la existencia de una línea isotérmica.

De ninguna manera es así, y desde afuera, que se implica la existencia del Zwang en la

Wiederholung freudiana, en la repetición.

Una situación que se repite como situación de fracaso, por ejemplo, implica coordenadas

no de más y de menos tensión sino de identidad significante del más o menos como signo de lo

que DEBE repetirse. Pero ese signo no lo portaba como tal por la situación primera. Entiendan

bien que ésta no estaba marcada por el signo de la repetición –¡si no, no sería primera!–. Más

aún, hay que decir que deviene –que DEVIENE– la situación repetida, y que por ese hecho se

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pierde como situación de origen: que hay algo perdido por el hecho de la repetición. Y esto no

solamente está perfectamente articulado en Freud, sino que lo articuló MUCHO ANTES de verse

llevado al enunciado del Más allá del principio del placer.

En los Tres ensayos sobre la sexualidad, vemos surgir, surgir como imposible, el principio

del reencuentro. Ya el simple abordaje de la experiencia clínica le había sugerido a Freud lo que

indicaba que en el metabolismo de las pulsiones estaba esta función del objeto perdido como tal,

donde podía hallarlo y también su función [revisar]. Esta función da el sentido mismo de lo que

surge bajo la rúbrica de la Urverdrängung. Por eso hay que reconocer claramente que, lejos de

que en el pensamiento de Freud haya ahí salto o ruptura, hay más bien preparación –a través de

una significación vislumbrada–, preparación de algo que encuentra por fin su estatuto lógico

último bajo la forma de una ley constituyente –aún cuando no sea reflexiva– constituyente del

sujeto mismo y que es la repetición.

Yo pienso que todos ustedes han visto pasar la forma del grafo, si puedo decirlo, de esta

función tal como la di como soporte intuitivo, imaginativo, de esta topología de retorno, para que

solidarice la parte4 –que es tan importante como su efecto directivo, puesta en imagen esta

misma para este efecto–, a saber, su efecto retroactivo: lo que llamé, hace un instante, lo que

sucede cuando por efecto del repitente, lo que había que repetir se vuelve lo repetido.

El trazo en que se sustenta lo repetido, en tanto repitente, ha de cerrar el circuito, ha de

volverse a hallar en el origen: el que (ese trazo), por ese hecho, marca en adelante lo repetido

como tal.

Esto, ese trazado, no es más que el del doble bucle o también el de lo que llamé, la primera

vez que lo introduje, el “ocho invertido” y que escribiremos así: helo ahí que vuelve sobre lo que

repite y es lo que, en la operación primera, fundamental, iniciadora como tal de la repetición, da

este efecto retroactivo que se puede separar, que nos obliga a pensar las relaciones terceras que,

4 “la marca” [Dorgeuille].

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del uno al dos, que constituye el retorno, vuelve haciendo un bucle sobre ese uno para producir

este elemento no numerable que yo llamo el uno-de-más, y que, justamente –por no poderse

reducir a la serie de los números naturales ni ser adicionable ni sustraíble de ese uno y de ese dos

que se suceden–, merece también el título de uno-de-sobra, que designé como esencial para toda

determinación significante y siempre lista además, no solamente para aparecer sino para hacerse

captar, huidiza, detectable en la vivencia a partir del momento en que el sujeto que cuenta ha de

contarse entre otros.

Observemos que esa es la forma topológica más radical y que es necesaria para introducir

lo que, en Freud, toma valor con esas formas polimorfas que se conocen con el término de

regresión ya sean tópicas, temporales o formales. Esa no es regresión homogénea, su raíz común

ha de hallarse en ese retorno, en ese efecto de retorno de la repetición.

Desde luego, no sin razón pude aplazar tanto tiempo el examen de esas funciones de

regresión. Bastaría con remitirse a un reciente artículo5 publicado en alguna parte en un terreno

neutro, médico, un artículo sobre la regresión, para ver la verdadera hiancia que queda abierta

cuando un pensamiento, acostumbrado a no demasiada luz, intenta unir la teoría con lo que le

sugiere la práctica psicoanalítica. La especie de curiosa valorización que recibe la regresión en

algunos de los más recientes estudios teóricos responde sin duda a algo, en la experiencia del

análisis, a través de lo cual, en efecto, merece que se interrogue qué efecto progresivo puede

implicar la regresión que, como todo el mundo sabe, es esencial en el proceso mismo de la cura

como tal.

Pero basta con ver, con palpar, la distancia que en cierta forma deja verdaderamente

abierto todo lo que a ese respecto se vuelve a evocar de las fórmulas de Freud, con lo que se

deduce de eso respecto al uso de la práctica (hay que remitirse aquí al artículo que está en el

último número de la Évolution Psychiatrique), ¡para que se sienta hasta qué punto la regresión en

cuestión aquí es de tal naturaleza que nos sugiere la pregunta sobre si no se trata más que de una

regresión teórica!

A decir verdad, ese es justamente el modo mayor de ese rechazo que designo como

esencial en tal posición presente del psicoanalista.

5 Nodet Ch. H. “À propos de la régression », en L’Évolution psyquiatrique, t. XXI, 3, pp. 515-535, Toulouse, Privat, 1966 [D.].

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Si se retoman tales o tales preguntas de nuevo en su origen, como si ya no hubieran sido

zanjadas en alguna parte ¡se hace durar el placer! No está, en este asunto, aquel del que nos

hacemos responsables. Retomaré esto en su momento porque si, por supuesto, en todos esos

efectos hay algo que es torpeza, no queda por ello saldada toda referencia posible a algo de orden

tipo deshonestidad, si tales fórmulas resultan confluir y legitimar una finalidad del tratamiento

que termina cubriendo las ilusiones del yo [moi] más burdas, es decir, lo más opuesto a la

renovación analítica.

¿Qué quiere decir lo que aportamos con el término de alienación cuando empezamos a

esclarecerla con este aparato de la involución significante (si puedo llamarla así), de la

repetición?

Planteamos primero que la alienación es el significante del Otro, en la medida en que hace

del Otro (con A mayúscula) un campo marcado por la misma finitud que el sujeto mismo, el

S(A/), S, abre paréntesis, A tachado. ¿De qué finitud se trata? De la que define, en el sujeto, el

hecho de depender de los efectos del significante.

El Otro como tal –digo, ese lugar del Otro, en la medida en que lo evoca la necesidad de

garantía de una verdad–, el Otro como tal está, si puedo decirlo, si me permiten esa palabra en mi

improvisación, FRACTURADO. De la misma manera como lo captamos en el sujeto mismo

(muy precisamente de la manera como lo marca el doble bucle topológico de la repetición), el

Otro se halla también bajo los efectos de esta finitud.

Así resulta planteada la división en el corazón de las condiciones de la verdad.

Complicación, digamos, aportada a toda exigencia, de tipo leibniziano, de reserva de la

susodicha, quiero decir, de la verdad. El salva veritate, esencial para todo orden del pensamiento

filosófico, es para nosotros un tanto más complicado (y no solamente por el hecho del

psicoanálisis, manifiesto en todo punto de esta elaboración que se hace a nivel de la lógica

matemática). En todo caso, excluye enteramente toda forma de carácter absoluto intuitivo; la

atribución, por ejemplo, en el campo del Otro, de la dimensión, calificada tan spinozistamente

como quieran, de lo Eterno, por ejemplo…

Esta decadencia permanente del Otro es inextirpable del dato de la experiencia subjetiva.

Es ésta la que nos pone en el corazón de esta experiencia el fenómeno de la creencia en su

ambigüedad, constituida por esto: que no es por accidente, por ignorancia, que la verdad se

presenta en la dimensión de lo cuestionable –fenómeno, pues, que no ha de considerarse como

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hecho de defecto sino como hecho de estructura–, y que ahí está, para nosotros, el punto de

prudencia, el punto en que se nos solicita que avancemos con el más discreto paso, quiero decir,

el que más discierne, para designar el punto sustancial de esta estructura; para no prestarse a la

confusión donde se precipita, no inocentemente sin duda, cuando se sugiere ahí una forma

renovada de positivismo.

Muy en cambio, deberíamos encontrar nuestros modelos en lo que queda tan

incomprendido y sin embargo tan vivo de lo que la tradición nos ha legado como fragmentario de

los ejercicios del escepticismo, en la medida en que no son simplemente esos malabarismos

centelleantes entre doctrinas opuestas sino, al contrario, verdaderos ejercicios espirituales que

correspondían seguramente a una praxis ética que le daba su verdadera densidad a lo teórico que

nos queda bajo ese acápite y bajo esa rúbrica.

Digamos que se trata ahora, para nosotros, de dar cuenta, en términos de nuestra lógica, del

surgimiento necesario de ese lugar del Otro, en la medida en que está así dividido. Porque, para

nosotros, es ahí que se nos pide situar no simplemente ese lugar del Otro, respondiente perfecto

del hecho de que la verdad no engaña, sino más precisamente, en los diferentes niveles de la

experiencia subjetiva que nos impone la clínica: cómo es posible que se inserten allí, en esta

experiencia, instancias que no son articulables más que como demandas del Otro… es la

neurosis.

Y aquí no podemos dejar de denunciar en qué punto es abusivo el uso de tales términos que

hemos introducido, subrayado, como por ejemplo el de demanda, cuando lo vemos retomado en

la pluma de tal novato para ponerlo en ejercicio a nivel de la teoría del análisis y para marcar

hasta qué punto es esencial (el jovenzuelo muestra aquí su perspicacia), poner en el centro y en el

punto de partida de la aventura una “demanda –dice él– de exigencia actual”. Es lo que desde

siempre se plantea haciendo girar el análisis en torno a “frustración” y “gratificación”. El uso

aquí del término de “demanda”, que se me toma prestado, no hace ahí más que confundir las

huellas de lo que de hecho es esencial, que es que el sujeto viene a análisis no para preguntarse

cualquier cosa sobre una exigencia actual sino para saber lo que demanda. Lo que lo lleva, muy

precisamente, por este camino de demandar que el Otro le demande algo.

El problema de la demanda se sitúa a nivel del Otro. El deseo del neurótico gira en torno a

la demanda del Otro y el problema lógico es saber cómo podemos situar esta función de la

demanda del Otro, sobre el soporte de que el Otro, puro y simple, como tal, es A/ .

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Muchos otros términos han de evocarse también como teniendo que hallar en el Otro su

lugar: la angustia del Otro, verdadera raíz de la posición del sujeto como posición masoquista.

Digamos además cómo debemos concebir esto: PUEDE UBICARSE ESENCIALMENTE UN

PUNTO DE GOCE COMO GOCE DEL OTRO; punto sin el cual es imposible comprender de

qué se trata en la perversión; punto sin embargo que es el único referente estructural que puede

dar razón de lo que en la tradición se aprehende como Selbstbewußtsein. No hay otra cosa en el

sujeto que se atraviese realmente a sí misma, que se perfore, si puedo decirlo, como tal –intentaré

dibujar para ustedes un día algún modelo infantil de esto–, no hay otra cosa sino ese punto que,

del goce, hace el goce del Otro.

No avanzaremos en esos problemas con un paso inmediato. Hoy tenemos que trazar la

consecuencia que hay que extraer de la relación de ese grafo de la repetición con lo que hemos

escandido como la elección fundamental de la alienación.

En este doble bucle es fácil ver que entre más se pegue a sí mismo, más tendrá que

dividirse. Al suponer que aquí se reduzca la distancia de un borde al otro, resulta fácil ver que

llegarán a aislarse dos redondeles.

¿Qué relación hay entre ese paso al acto de la alienación y la repetición misma? Pues bien,

muy precisamente lo que se puede y se debe llamar ACTO.

Hoy quiero avanzar las premisas de una situación lógica del acto en tanto tal.

Este doble bucle del trazado de la repetición: si nos impone una topología, es que no sobre

cualquier superficie puede tener función de borde. Intenten trazarla en la superficie de una

esfera, ya se los mostré

hace mucho tiempo, ¡y

me contarán! háganla

volver aquí e intenten

cerrar el circuito de

manera que sea un borde,

es decir, que no se traslape a sí misma; es imposible. No son [cosas posibles], ya lo subrayé hace

mucho tiempo, salvo en un cierto tipo de superficies, las que están dibujadas aquí, por ejemplo,

como el toro, lo que en su tiempo llamé cross-cap o plano proyectivo, o también la botella de

Klein, que creo que ustedes saben, si se acuerdan todavía del dibujito con que se la puede llevar a

imagen, [que] por supuesto la botella de Klein no tiene nada que la vincule especialmente con

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esta representación particular. Lo importante es saber qué resulta, en cada una de esas

superficies, del corte constituido por el doble bucle.

En el toro este corte dará una superficie de dos bordes. En el cross-cap dará un corte de un

sólo borde.

Lo importante es cuál es la estructura de las superficies así instauradas.

Las imágenes que están a la izquierda, las que ya introduje la última vez para que pudieran

copiar el dibujo, les representan lo que constituye la superficie más característica para dar

imagen a la función que le damos al doble bucle. Es (arriba a la izquierda) la banda de Moebius,

cuyo borde –es decir, todo lo que está en ese dibujo (salvo esto que es un perfil que sólo está

inscrito ahí en cierta manera para hacer surgir en su imaginación la imagen del soporte de la

superficie misma, a saber, que aquí la superficie gira del otro lado, pero esto no hace parte, por

supuesto, de ningún borde)– sólo queda entonces el doble bucle, que es el borde, el borde único

de la superficie en cuestión.

Podemos tomar esta superficie por simbólica del sujeto, a condición de que consideren ¡por

supuesto! que sólo el borde constituye esta superficie, como es fácil demostrarlo por esto: que si

hacen un corte por el medio de esta superficie, este corte mismo concentra en sí la esencia del

doble bucle. Siendo un corte que, si puedo decirlo, se “vuelve” sobre sí mismo, es él mismo –este

corte único–, por sí mismo, toda la superficie de Moebius. Y la prueba es que, igualmente,

cuando ya lo han hecho, este corte mediano, ¡ya no hay superficie de Moebius en absoluto! El

corte, si puedo decir, “mediano”, ha retirado lo que creían ustedes ver ahí en la forma de una

superficie Es lo que les muestra la figura que está a la derecha, que les muestra que una vez

cortada por el medio esta superficie, que antes no tenía ni derecho ni revés, que sólo tenía una

cara, como no tenía sino un borde, tiene ahora un derecho y un revés. Lo cual ven ustedes aquí

marcado con dos colores diferentes; les basta, por supuesto, con imaginar que cada uno de esos

colores pasa al revés del otro, allí donde, por el hecho del corte, se continúan. En otras palabras,

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después del corte ya no hay superficie de Moebius, pero en cambio hay algo que es aplicable a

un toro.

Esto lo demuestran las otras dos figuras: a saber, que si hacen de cierta manera deslizar

esta superficie –la que se obtiene después del corte–, al revés de sí misma, si puedo expresarme

así, lo cual está perfectamente ilustrado en la figura presente, pueden ustedes, al coser, si puedo

decirlo, de otra manera los bordes en cuestión, constituir entonces una nueva superficie que es la

superficie de un toro, sobre la cual se marca siempre el mismo corte constituido por el doble

bucle fundamental de la repetición.

Esos hechos topológicos son, para nosotros, en extremo favorables para darle imagen a

algo que es aquello de lo que se trata, a saber, que así como la ALIENACIÓN ha podido hacerse

imagen en dos sentidos de operaciones diferentes (donde la una representa la elección necesaria

del no pienso, amputándole el Es de la estructura lógica, la otra, elemento que no se puede

escoger de la alternativa, que opone, que une el núcleo de lo inconsciente, como siendo ese algo

donde no se trata de un pensamiento atribuible de ninguna manera al yo instituido de la unidad

subjetiva, y que lo une con un no soy, bien marcado en lo que en la estructura del sueño definí

como la intromisión de los sujetos, a saber, como el carácter no fijable, indeterminable, del

sujeto que asume el pensamiento de lo inconsciente), la REPETICIÓN nos permite poner en

correlación, en correspondencia, dos modos bajo los cuales el sujeto puede parecer diferente,

puede manifestarse en su condicionamiento temporal de manera que corresponde a los dos

estatutos definidos como el del yo de la alienación y como el que revela la posición de lo

inconsciente en condiciones específicas que no son otras que las del análisis.

Tenemos, correspondiente al nivel del esquema temporal, lo siguiente: que el paso al acto

es lo que se permite en la operación de la alienación; que, correspondiendo al otro término –

término, en principio, imposible de elegir en la alternativa alienante–, corresponde al acting out.

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¿Qué quiere decir esto? El acto, digo acto y no alguna manifestación de movimiento. El

movimiento, la descarga motora (como se expresan al nivel de la teoría) es algo que no basta de

manera alguna para constituir un acto. Si me permiten una imagen burda, un reflejo no es un

acto.

Pero, bueno, ¡por supuesto! es mucho más allá que hay que prolongar esta área del no acto.

Lo que se solicita en el estudio de la inteligencia de un animal superior, la conducta de rodeo, por

ejemplo (el hecho de que un mico se dé cuenta de lo que hay que hacer para obtener un banano

cuando hay un vidrio que lo separa de éste), nada tiene que ver con un acto. Y, a decir verdad,

gran parte de sus movimientos, no lo dudan ustedes, de los que ejecutarán desde ahora hasta el

final del día, nada tienen que ver, por supuesto, con acto.

¿Pero cómo definir lo que es un acto?

Es imposible definirlo más que sobre el fundamento del doble bucle, en otras palabras, de

la repetición. Y es precisamente en eso que el acto es fundador del sujeto.

El acto es precisamente el equivalente de la repetición por sí mismo, es esta repetición en

un sólo trazo que designé hace poco con este corte que es posible hacer en el centro de la banda

de Möbius Es en él mismo doble bucle del significante.

Se podría decir, pero sería engañarse, que en su caso el significante se significa él mismo.

Pero sabemos que es imposible. No es menos cierto que está tan cerca como es posible de esta

operación.

El sujeto, digamos, en el acto, es equivalente a su significante. No por ello queda menos

dividido.

Intentemos aclarar un poco esto y pongámonos a nivel de esta alienación donde el yo se

funda en un no pienso tanto más favorable para dejar todo el campo al Es de la estructura lógica.

Yo no pienso… si soy, tanto más cuanto que no pienso (quiero decir, si no soy más que el

yo que instaura la estructura lógica, el médium, el trazo, donde pueden unirse esos dos términos),

es el actúo, ese actúo que no es, como lo dije, efectuación motriz. Para que “camino” se vuelva

un acto, se requiere que el hecho de que “camino” signifique que camino de hecho y que lo diga

como tal.

Hay repetición intrínseca a todo acto, que sólo es permitida por el efecto de retroacción –

que se ejerce por el hecho de la incidencia significante que está instalada en su centro–, y

retroacción de esta incidencia significante sobre lo que se llama “el caso” en cuestión, cualquiera

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sea. ¡Por supuesto, no basta con que yo proclame que camino! Es, sin embargo, ya un comienzo

de acción. Es una acción de opereta: “¡Marchemos, marchemos!…”; es lo que en cierta ideología

se llama también el “compromiso”, es lo que le da el carácter cómico tan conocido…

Lo importante que hay que detectar en lo que concierne al acto ha de buscarse allí donde la

estructura lógica nos entrega (y nos entrega en tanto estructura lógica) la posibilidad de

transformar en acto lo que, en un principio, no sería más que pura y simple pasión.6 “Caigo a

tierra” o “tropiezo”, por ejemplo: piensen en esto, que ese hecho del redoblamiento significante,

a saber, que en mi “caigo a tierra” está la afirmación de que caigo al suelo; “caigo a tierra” se

vuelve, transforma mi caída en algo significante. Caigo a tierra y con eso realizo el acto donde

demuestro que estoy, como se dice, “aterrado”. Así mismo, “tropiezo” (el mismo “tropiezo” que

lleva en sí tan manifiestamente la pasividad del fracaso) puede ser, si se lo retoma y duplica con

la afirmación “doy un traspiés”, la indicación de un acto, en la medida en que asumo yo mismo

el sentido, como tal, de ese tropezón.

Ahí no hay nada que vaya contra la inspiración de Freud, si recuerdan que en tal página de

la Traumdeutung y muy precisamente en aquella donde nos designa los primeros lineamientos de

su investigación sobre la identificación, subraya él mismo claramente (legitimando por

adelantado las intrusiones que hago de la fórmula cartesiana en la teoría de lo inconsciente) el

comentario de que Ich tiene dos sentidos diferentes en la misma frase cuando se dice Ich denke

was gesundes Kind Ich war, “pienso” o Ich bedenke, como lo dijo exactamente, “medito,

reflexiono, hago gárgaras pensando qué niño tan bonito Ich bin… Ich war, yo era”.

El carácter esencialmente significante como tal es duplicado con el acto, la incidencia

repetitiva e intrínseca de la repetición en el acto, es lo que nos permite unir de una manera

original –y de manera tal que pueda luego satisfacer el análisis de todas sus variedades–, la

definición del acto.

Aquí sólo puedo indicar de pasada, puesto que volveremos sobre esto, que lo importante no

está tanto en la definición del acto sino en sus consecuencias. Quiero decir: en LO QUE

RESULTA DEL ACTO COMO CAMBIO DE LA SUPERFICIE.

Porque si hablé hace poco de la incidencia del corte en la superficie topológica –que yo

dibujo como la de la banda de Moebius–, si, después del acto, la superficie es de otra estructura

en tal caso, si es de una estructura también diferente en tal otro o si aún en ciertos casos puede no

6 “acción” [Dorgeuille].

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cambiar, esto será lo que para nosotros llegará a proponernos modelos, si quieren, para distinguir

lo que pasa con la incidencia del acto, no tanto en la determinación sino en las mutaciones del

sujeto.

Pero hay un término que desde hace algún tiempo dejé a las tentativas y gustaciones de

quienes me rodean sin, francamente, jamás responder a la objeción que se me hacía, y que se me

hace desde hace mucho tiempo, de que la Verleugnung –ya que se trata de este término–, es el

término al que habría que referir los efectos que yo le reservé a la Verwerfung. Ya hablé

suficiente de esta última, desde el discurso de hoy, para no tener que volver sobre esto. Señalo

simplemente aquí que lo que es del orden de la Verleugnung, es SIEMPRE lo que tiene que ver

con la ambigüedad que resulta de los efectos del acto como tal.

Atravieso el Rubicón.7 Es posible hacerlo… solo: basta con tomar el tren en Sarceno en la

buena dirección, y una vez en el tren ya no podrán hacer nada, atravesarán el Rubicón. Pero no

es un acto. No es un acto tampoco cuando atraviesan el Rubicón pensando en César, es la

imitación del acto de César. Pero ven ya que la imitación adquiere, en la dimensión del acto, una

estructura muy diferente a la que se le supone por lo común. No es un acto, ¡pero puede serlo! Y

hasta no hay ninguna otra definición posible para sugerencias tan exorbitantes, si no, como las

que se titulan la Imitación de Jesucristo,8 por ejemplo.

En torno a este acto, sea imitación o no, sea el acto mismo, original, aquel sobre el cual los

historiadores de César nos dicen cuál es el sentido señalado por el sueño que precede al

atravesamiento del Rubicón (que no es otro que el sentido del incesto), se trata de saber, en cada

uno de esos niveles, cuál es el efecto del acto.

Es el laberinto propio para el reconocimiento de esos efectos por un sujeto que no puede

reconocerlo, puesto que está enteramente –como sujeto– transformado por el acto. Esos son los

efectos que designa, en todas partes donde el término se emplea justamente, la rúbrica de la

Verleugnung.

Entonces, el acto es el único lugar donde el significante tiene la apariencia –la función, en

todo caso–, de significarse a sí mismo; es decir, de funcionar por fuera de sus posibilidades.

En el acto el sujeto es representado como división pura: la división, diríamos nosotros, es

su Repräsentanz. El verdadero sentido del término Repräsentanz ha de tomarse a ese nivel, pues

7 Suetone, Vie des douze Césars, XXXI-XXXIII. 8 Anónimo del s. XVI.

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es a partir de ésta representancia del sujeto como esencialmente dividido, que se puede sentir

cómo esta función de Repräsentanz puede afectar lo que se llama representación; esto hace

depender la Vorstellung de un efecto de Repräsentanz.

La hora nos detiene… La próxima vez se tratará de que sepamos cómo es posible que se

haga presente el elemento imposible de escoger de la alienación. Bien vale la pena que la cosa

sea rechazada hacia un discurso que le esté reservado, puesto que ahí se trata nada menos que del

estatuto del Otro, allí donde es evocado por nosotros de la manera más urgente a no prestarse a

precipitación ni error, a saber, la situación analítica. Pero ese modelo que nos da el acto como

división y último soporte del sujeto: punto de verdad que, digámoslo antes de separarnos, entre

paréntesis, es aquel que motiva el ascenso a la cima de la filosofía de la función de la existencia,

que seguramente no es más que la forma velada como se presenta, para el pensamiento, el

carácter original del acto en la función del sujeto.

¿Por qué este acto, en su insistencia, ha quedado velado y precisamente en aquellos que

han sabido mejor marcar su autonomía (contra Aristóteles, que de esto, y con toda razón, no

tenía la menor idea), quiero decir, Santo Tomás?

Sin duda porque la otra posibilidad de corte nos es dada en la parte imposible de escoger de

la alienación (que, sin embargo, ha sido puesta a nuestro alcance por vía del análisis), el mismo

corte que interviene en la otra cima, que está aquí designada, que corresponde a la conjunción

inconsciente/no soy. Es lo que se llama el acting out, y su estatuto intentaremos definirlo la

próxima vez.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo

ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Lección 12 22 de febrero de 1967

Proseguimos, recordando de dónde partimos: la alienación.

Resumamos para los que ya nos escucharon y sobre todo para los demás. La alienación,

en la medida en que la hemos tomado como punto de partida de ese camino lógico que

intentamos trazar este año, es la eliminación –a tomarse en sentido propio: “rechazo por fuera

del umbral”–, la eliminación ordinaria del Otro. ¿Por fuera de qué umbral? El umbral en

cuestión es el que determina el corte en que consiste la esencia del lenguaje.

La lingüística nos sirve porque nos ha suministrado el modelo de este corte, y por eso

esencialmente.

Es por eso que nos hallamos ubicados del lado –aproximativamente calificado de

estructuralista– de la lingüística. Y que todos los desarrollos de la lingüística, particularmente,

curiosamente, lo que podría llamarse la semiología, lo que se llama así, lo que se designa, lo

que se anuncia como tal recientemente, no nos interesa en el mismo grado. Esto puede

parecer, a primera vista, sorprendente.

Eliminación, pues, del Otro. ¿Qué quiere decir esto, el Otro, con A mayúscula, en

cuanto aquí está eliminado? Está eliminado en tanto campo cerrado y unificado. Esto quiere

decir que afirmamos, con las mejores razones para hacerlo, que no hay universo del discurso,

que no hay nada que pueda asumirse bajo ese término.

El lenguaje es, sin embargo, solidario en su práctica radical, que es el psicoanálisis…

(noten que habría podido decir también su práctica médica… Alguien que, por sorpresa, no

veo aquí hoy en su lugar de costumbre, me preguntó sobre ese signo que había dejado como

adivinanza del término que habría podido dar en latín, más estricto, del “yo pienso”; si nadie

lo encontró lo doy hoy –había indicado que eso no podía concebirse sino como un verbo de

voz media–, es medeor, de donde vienen tanto la medicina que evoqué hace un instante como

la meditación1)… el lenguaje, en su práctica radical, es solidario de algo que habremos ahora

de reintegrar, de concebir de alguna manera al modo de una emanación de ese campo del

1 Ernout et Meillet: «la raíz med- puede encontrarse de una punta a la otra del campo indoeuropeo, en el sentido de “pensar, reflexionar”, a menudo con valores técnicos: “medir, pesar, juzgar” o “cuidar (a un enfermo)”…».

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Otro, a partir de ese momento en que hemos tenido que considerarlo como disjunto. Pero ese

algo no es difícil de nombrar. Es aquello en que se autoriza precariamente ese campo del

Otro, lo cual se llama, dimensión propia del lenguaje, la verdad.

Para situar el psicoanálisis, podría decirse que llega a constituirse en todas partes donde

la verdad se hace reconocer solamente por el hecho de que nos sorprende y de que se impone.

Ejemplo, para ilustrar lo que acabo de decir: no me es dado, ni dable, otro goce que el de mi

cuerpo. Eso no se entiende enseguida, pero lo sospechamos, y se instaura en torno a este goce,

que a partir de entonces es mi solo bien, esa rejilla protectora de una ley denominada

universal que se llama “los derechos del hombre”. Nadie podría impedirme disponer a mi

antojo de mi cuerpo… El resultado, en últimas, lo palpamos con el dedo, con el pie, nosotros

los psicoanalistas: ¡que el goce se silenció para todo el mundo!

Este es el revés de un breve artículo que produje con el título de Kant con Sade.2

Evidentemente, eso no está dicho al derecho, sino al revés. No por eso era menos peligroso

decirlo como lo dijo Sade. La prueba es Sade. Pero como lo único que yo hacía ahí era

explicar Sade ¡resulta menos peligroso para mí!

La verdad se manifiesta de manera enigmática en el síntoma. ¿Quién es qué? Una

opacidad subjetiva. Dejemos de lado lo que está claro: que el enigma ha resuelto ya lo

siguiente: que no es más que un rebus, y apoyémonos un instante sobre esto, que si vamos

demasiado rápido podríamos olvidarlo: que el sujeto puede ser intransparente. Es también

que la evidencia puede ser hueca y que más vale, sin duda, a partir de entonces, vincular la

palabra con el participio pasado: evidada.3

El sujeto es perfectamente cósico. ¡Y de la peor especie de cosa! La cosa freudiana,

precisamente.

En cuanto a la evidencia, sabemos que es burbuja y que puede ser reventada. Ya hemos

tenido varias veces la experiencia de esto. Tal es el plano por el que se adentra el pensamiento

moderno, tal como Marx al principio le dio su tono y luego Freud. Si el estatuto de lo que

aportó Freud es menos evidentemente triunfal, es tal vez justamente que fue más lejos. Eso se

paga.

Eso se paga, por ejemplo, en la temática que hallarán desarrollada en los dos artículos

2 Artículo de 1963, retomado en Escritos II. 3 évidé, vaciada, ahuecada, pero Lacan está haciendo un juego de palabras con el verbo evidenciar y su supuesto participio pasado [T.]

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que propongo a su atención, a su estudio, si disponen para ello de suficiente tiempo libre,

porque estos deben conformar aquí el fondo sobre el cual hallará lugar lo que tengo para

plantear, al retomar las cosas en el punto donde las dejé la última vez por completar, en ese

cuadrángulo que empecé a trazar como articulado fundamentalmente sobre la repetición.

Repetición: LUGAR TEMPORAL, donde llega a tratarse de lo que dejé en un principio

en suspenso en torno a los términos puramente lógicos de la alienación, en los cuatro polos

que puntué de la elección alienante, por una parte, de la instauración, por otra, en dos de esos

polos, del Es, del ello, de lo inconsciente, por otra parte, para ubicar, en el cuarto de esos

polos, la castración. Esos cuatro términos, que seguramente los dejaron en suspenso, tienen

sus correspondientes angulares4 en lo que la última vez empecé a articular al mostrarles la

estructura fundamental de la repetición. Por una parte, para situarla a la derecha del

cuadrángulo de la función; por otra parte, en el polo de derecha5 de ese modo privilegiado y

ejemplar de instauración del sujeto que es el paso al acto.

¿Cuáles son los otros polos que tengo que tratar ahora? Uno de ellos ya les había sido

indicado la última vez:

el acting out, que voy a tener que articular en la medida en que se sitúa en este lugar,

elidido, donde algo se manifiesta del campo del Otro eliminado –que acabo de recordar– bajo

su forma de manifestación verídica. Tal es, fundamentalmente, el sentido del acting- out.

Aquí les ruego sencillamente tener la paciencia de seguirme, puesto que igualmente sólo

puedo traer esos términos (aquello a lo que se refieren: la estructura), si puedo decir, “de

memoria”. Si quisiéramos encaminarnos por progresión y hasta por vía de la crítica de lo que

ya se esbozó sobre tal formulación en las teorías ya expresadas en el análisis, no podríamos

literalmente más que perdernos en el mismo laberinto que esta teoría constituye.

Ello no quiere decir, por supuesto, que rechacemos ni sus datos ni su experiencia, sino

5 La función de la repetición está a la derecha del cuadrángulo a la derecha del paso al acto. 4 “ingleses” [Sizaret].

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

que sometemos las fórmulas nuevas que aportamos a esta prueba para ver si no son

precisamente nuestras fórmulas las que permitirán definir, no solamente la legitimidad sino el

sentido de lo que ya ha sido articulado.

Tal vez sientan ustedes ya la pertinencia que hay, entonces, en plantear el acting out que

adelanto, en esta situación del campo del Otro, Otro que se trata de que reestructuremos, si

puedo decirlo. Así no sea sino en el hecho de que la historia, así como la la experiencia tal y

como ésta prosigue, nos señalan por lo menos una cierta correspondencia global de ese

término con lo que instituye la experiencia analítica. No estoy diciendo que solamente haya

acting out durante del análisis. Digo que fue de los análisis y de lo que allí se produjo que

surgió el problema, que surgió la distinción fundamental que hizo aislar, distinguir, el acting

out del acto y del pasaje al acto tal como puede plantearnos problemas, en tanto psiquiatras, e

instituirse como categoría autónoma. Entonces solamente he planteado un correlato, el que lo

emparenta con el síntoma en tanto manifestación de la verdad. SEGURAMENTE NO ES EL

ÚNICO y se requieren otras condiciones.

Espero, entonces, que por lo menos algunos de ustedes sabrán (paralelamente a estos

enunciados que me voy a ver llevado a poner a su disposición) recorrer por lo menos lo que

en una cierta fecha, que corresponde más o menos a 1947 o 1948 (el Yearbook of

Psychoanalysis empezó a publicarse tras la primera guerra) y [sic] la fórmula que da de ésta

Fenichel: «The neurotic acting-out».6

Continúo… ¿Cuál es el término que verán inscribirse en el cuarto punto que concurre en

esas funciones operatorias que determinan lo que articulamos sobre la base de la repetición?

La cosa seguramente les sorprenda, y pienso poder sostenerla tan ampliamente como sea

posible ante su apreciación. Es algo que singularmente ha quedado en la teoría analítica en un

cierto suspenso, que es seguramente el punto conceptual en torno al cual se han acumulado la

mayor cantidad de oscuridades y la mayor cantidad de falsos pretextos. Para nombrarlo, e

igualmente ya está escrito en el tablero (puesto que les ruego que se remitan a esa nota de

Heinz Hartmann7 para captar un fruto típico de la situación analítica como tal), es la

sublimación.

La sublimación es el término (que no llamaré mediador puesto que no lo es de ninguna

6 Fenichel Otto, “The neurotic acting-out”, en Psychoanalytic Review, 1945, vol. 32, núm. 2, págs. 197-206. 7 Hartmann Heinz, “Notes on the theory of sublimation”, en Psychoanalytic study of the Child, 1955, vol. 10, págs. 10 a 29.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

mane

e, cuyo sentido

comú

ud para nosotros como esencial en la repetición

bajo

es, que podría ser

decep

la garantía de que, tras la

satisf

ra), que nos permite inscribir el cimiento y la conjunción de lo que concierne al asiento

subjetivo, en la medida en que la repetición es su estructura fundamental, y porque implica

esta dimensión esencial sobre la cual subsiste, en todo lo que se ha formulado hasta el

presente sobre el análisis, la mayor oscuridad, y que se llama la satisfacción.

Befriedigung, dice Freud. Sientan ahí la presencia del término Fried

n es: la paz. Pienso que vivimos en una época en que esa palabra, por lo menos, no les

parecerá acarrear consigo evidencia alguna…

¿Qué es la satisfacción, que conjuga Fre

su forma más radical? Porque, igualmente, es bajo esa modalidad que produce ante

nosotros la función de la Wiederholungszwang, en tanto engloba no solamente tal

funcionamiento (éste bien localizable, de la vida, bajo el término del principio del placer) sino

que sostiene esta vida misma, de la cual ahora podemos admitirlo todo, y hasta esto, que se ha

vuelto una verdad palpable: que no hay nada material que ésta agite, que a fin de cuentas no

esté muerto, digo, en su naturaleza, inanimado; pero sobre lo cual es sin embargo claro que

ese material que ella [la vida] reúne, no lo llevará a su campo de lo inanimado “sino a su

manera”, nos dice Freud. Es decir, al mismo tiempo, manteniéndose en esta satisfacción que

implica que vuelva a pasar y vuelva a trazar los mismos caminos que ella [la vida?] ha

(¿cómo?) edificado, y que seguramente nos atestiguan que su esencia es recorrerlos. Seamos

modestos: ¡hay un MUNDO entre este destello teórico y su verificación!

Freud no es un biólogo, y una de las cosas más sorprendent

cionante si creyéramos que basta con… que darle lugar de mando en su pensamiento a

los poderes de la vida bastaría para hacer cualquier cosa que se parezca a la edificación de una

ciencia que se llamaría biología… Nosotros los analistas no hemos contribuido EN NADA a

algo que se parezca a la biología. ¡Esto es bastante sorprendente!

¿Y por qué, sin embargo, nos atenemos tan firmemente a

acción con la que tenemos que vérnoslas cuando se trata de la repetición, hay algo que

designamos, (con toda la torpeza, con toda la imprudencia que puede implicar en el punto en

que nos hallamos en la investigación biológica), ese término, que designamos… (ahí está el

sentido, el punto de enganche que yo llegaría a llamar fideísta de Freud), que llamamos

satisfacción sexual? Y esto por la razón que planteó Freud ante Jung pasmado: para alejar el

“río de barro”; así lo valuaba Freud respecto al pensamiento que él designa con el término al

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

que no podemos dejar de llegar si no nos tenemos ahí firmemente, que el designa como

“recurso al ocultismo”.

¿Quiere todo esto decir que las cosas sucedan tan simplemente, quiero decir, que tantas

afirm

s que arrastramos

con n

to mismo en que se tratará de ubicar lo que concierne

a esta

no lo haya desarrollado de ninguna manera –por las mismas razones que

hacen

aciones basten para hacer aceptable una articulación? Es la pregunta que intento plantear

hoy ante ustedes y que me poner por delante la sublimación como el lugar que, por haber sido

hasta hoy dejado en abandono o cubierto de vulgares garabateos, es sin embargo el que nos

permitirá comprender de qué se trata en esta satisfacción fundamental, que es la que Freud

articula como una opacidad subjetiva, como la satisfacción de la repetición.

Esta conjunción de un punto basal para toda la lógica, puesto que e

osotros a ese lugar marginal del pensamiento, que es aquel lugar de penumbra, lugar de

twilight, donde se desarrolla la acción analítica, si arrastramos allí con nosotros nuestras

exigencias de la lógica, lo que nos vemos obligados a hacer merece por fin que lo

estampillemos con lo que yo creo deber ser su mejor nombre: sublógica, es esto lo que aquí

mismo, este año, intentamos inaugurar.

Pronuncio el término en el momen

sublimación.

Aunque Freud

necesarios los desarrollos que yo le agrego–, Freud afirmó, en la modalidad de proceso

que es el de su pensamiento, que consiste (como decía otro, Bossuet, de nombre Jacques-

Bénigne), en tener firmemente los dos cabos de la cadena: primero, la sublimación es

zielgehemmt y, naturalmente ¡no nos explica qué quiere decir eso! Ya intenté marcar para

ustedes la diferencia inherente a ese término de zielgehemmt, busqué mis referencias en

inglés, las más accesibles, la diferencia que hay entre el aim y el goal. Díganlo en francés, es

menos claro, porque nos vemos obligados a tomar palabras que ya se usan en la filosofía. No

obstante, podríamos intentar decir “el fin” es la palabra más endeble, porque se requiere

reintegrarle todo el camino recorrido, que es el que concierne al aim, “el blanco”. Tal es la

misma distancia que hay entre aim y goal, y en alemán entre Zweck y Ziel. No se nos dice que

La Zweckmässigkeit, la finalidad sexual, esté de ninguna manera gehemmt, inhibida, en la

sublimación. Zielgehemmt, y es precisamente ahí donde la palabra está bien construida para

retenernos… Aquello con lo cual nos regodeamos con el pretendido objeto de la santa pulsión

genital, tal es precisamente lo que puede sin ningún inconveniente ser extraído, ser totalmente

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inhibido, estar AUSENTE, en lo que, sin embargo, concierne a la pulsión sexual, sin que

pierda para nada su capacidad de Befriedigung, de satisfacción.

Tal es, desde la aparición del término Sublimierung, la manera como Freud la define en

térmi

mo

segun

ndido “energetismo” en torno al cual se nos propone algo

que c

nos sin equívoco. Zielgehemmt, por una parte, pero por otra parte, satisfacción vuelta a

encontrar sin transformación alguna, ni desplazamiento, coartada, represión, reacción o

defensa, así es como Freud introduce, plantea ante nosotros, la función de la sublimación.

En el segundo de esos artículos verán (hay tres escritos ahí, pero el que yo lla

do es el segundo que nombré hace poco, el de Heinz Hartmann, siendo el primero que

nombré el de Fenichel, y el Alexander8 no es sino una referencia de Fenichel, quiero decir, el

punto designado por Fenichel como el punto mayor de introducción del término de acting-out

en la articulación psicoanalítica), remítanse entonces al artículo de Heinz Hartmann sobre la

sublimación, es ejemplar. Es ejemplar de lo que, en nuestra opinión, no es caduco de ninguna

manera en la posición del psicoanalista; porque la aproximación de aquello con lo que tiene

que vérselas, en tanto responsabilidad del pensamiento, lo arrincona, siempre por algún lado,

en uno de esos términos que designaré de la manera más moderada: la simpleza, y todo el

mundo sabe que desde hace tiempo designé al señor Fenichel como su representante más

eminente… (¡paz a su memoria!… sus escritos tienen para nosotros el gran valor de ser la

compilación, seguramente muy escrupulosa, de todo lo que puede surgir a manera de huecos

en la experiencia; falta allí, sencillamente, en el lugar de esos huecos, el signo de

interrogación necesario). En lo que concierne a Heinz Hartmann, y de la manera como

sostiene –en las casi catorce o quince páginas, si mi recuerdo es preciso, con los acentos de

interrogación, ahí–, el problema de la sublimación, pienso que no le puede escapar a nadie

que se le acerque con mentalidad nueva, que tal discurso, que es al que les ruego remitirse, de

viso, designándoles dónde está, dónde pueden ustedes hallarlo fácilmente, ¡es un discurso de

embuste, propiamente hablando!

Todo el aparato de un prete

onsiste precisamente en invertir el abordaje del problema, en interrogar la sublimación

en tanto nos es propuesta ante todo como idéntica y no desplazada respecto a algo que, (con

las comillas que impone el uso, a ese nivel, del término “pulsión”), es propiamente, con todo,

8 Alexander F. R., “The Neurotic Carácter”, en Internacional Journal of Psicoanálisis, 1930, vol. 11, núm. 3, págs. 292 a 311. Primera publicación en Internazionale Zeitschrift für Psychoanalyse, XIV, págs. 26 a 44, 1928.

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¡la “pulsión sexual”! Voltear esto y, al interrogar de la manera más escandida lo que

concierne a la sublimación como estando relacionada con lo que se nos dice, a saber, que las

funciones del yo [moi] (que de la más indebida manera, se ha planteado como siendo

“autónomo” y hasta como perteneciendo a una fuente diferente a lo que se llama en ese

lenguaje confusivo9 una “fuente instintual”, ¡como si en Freud acaso alguna vez se hubiese

tratado de eso!), saber entonces cómo esas tan puras funciones del yo (relatadas a la medida

de la realidad y dándola como tal de forma esencial, restableciendo entonces ahí, en el

corazón del pensamiento analítico, lo que todo el pensamiento analítico rechaza: que está esta

relación aislada, directa, autónoma, identificable, de relación del puro pensamiento con un

mundo que el pensamiento sería capaz de abordar sin estar él mismo enteramente atravesado

por la función del deseo), cómo es posible que pueda llegar, desde lo que en otro lugar es el

hogar instintual, no sé qué reflejo, no sé qué pintura, no sé qué coloración, a la que

textualmente se llama “sexualización de las funciones del ego”.

Una vez introducida así la pregunta, queda literalmente insoluble, en todo caso excluida

para s

cesario introducir ese término

prime

e repite, independientemente de lo que suceda en un sólo

como tal. Es decir que, de un acto verdadero, el sujeto

actamente, el

iempre de todo lo que se propone a la praxis del análisis.

Para abordar lo que concierne a la sublimación, nos es ne

ro, con el cual nos es imposible [sic]10 orientarnos en el problema, que es aquel de

donde partí la última vez cuando definí el acto:

– El acto es significante.

– Es un significante que s

gesto, por razones topológicas que hacen posible la existencia del doble bucle

creado por un sólo corte.

– Es instauración del sujeto

surge diferente, en razón del corte, su estructura se ha modificado.

– Y, en cuarto lugar, su correlato de desconocimiento o, más ex

límite impuesto a su reconocimiento en el sujeto, o si quieren también, su

Repräsentanz en la Vorstellung, en este acto, es la Verleugnung. A saber, que el

sujeto jamás lo reconoce en su verdadero alcance inaugural, aún cuando el sujeto

es, si puedo decirlo, capaz de haber cometido este acto.

9 confusionelle 10 Se habría esperado que dijera “posible” o “sin el cual”.

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Pues bien, es ahí donde conviene que nos demos cuenta de lo siguiente (que es esencial

para

ue,

basta

eramente.

rodujo en el

psico

actos

merecería ser desplegado. Mi garantía es que aquí tengo oyentes

que c

tar, tal vez, introducir ahí dentro un poco de

rigor

e funda en la repetición. En un primer abordaje ¡qué hay más acogedor… en lo

que c

toda la comprensión del rol que Freud da en el inconsciente a la sexualidad), que

recordemos lo siguiente, que ya la lengua nos da, a saber, que se HABLA del acto sexual.

El acto sexual; este podría sugerirnos por lo menos (lo cual, además, es evidente porq

con que se piense en eso… ¡bueno! enseguida se palpa…), que no es, evidentemente, la

copulación pura y simple. El acto tiene todas las características del acto tal como acabo de

recordarlas, tal como lo manipulamos, tal como acaba de presentársenos, con sus sedimentos

sintomáticos y todo lo que lo hace más o menos funcionar y tropezar.

El acto sexual se presenta claramente como un significante, prim

Y como un significante que repite algo. Porque fue lo primero que se int

análisis. ¿Repite qué? ¡Pues la escena edípica! Es curioso que haya que recordar esas

cosas que constituyen el alma misma de lo que les propuse percibir en la experiencia analítica.

Que pueda ser instauración de algo que no tiene retorno para el sujeto, es lo que ciertos

sexuales privilegiados, que son precisamente a los que se llama incesto, nos hacen

literalmente palpar. Tengo la suficiente experiencia analítica como para afirmarles que un

muchacho que se ha acostado con su madre ¡no es, en absoluto, en el análisis un sujeto como

los demás! Y aún si él mismo nada sabe de eso, ¡nada cambia al hecho de que es

analíticamente tan tocable como esa mesa que está ahí! Su Verleugnung personal, el

desmentido que puede aportar al hecho de que esto tenga un valor de sobrepasamiento

decisivo, no le cambia nada.

Por supuesto, todo esto

uentan con la experiencia analítica y que, si dijera yo algo que fuera demasiado burdo,

creo que sabrían poner el grito en el cielo. Pero, créanme, no dirán lo contrario porque lo

saben tan bien como yo. Es simplemente que, eso no significa que se sepan extraer las

consecuencias de esto, por no saber articularlas.

Como quiera que sea, esto nos lleva a inten

lógico.

El acto s

oncierne al… acto sexual! Recordemos las enseñanzas de nuestra Santa Madre Iglesia

¿ah? Para empezar, eso no se hace juntos, no se echa uno su tirito ¿ah? sino para hacer venir

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al mundo… ¡una almita nueva! ¡Debe haber gente que piensa eso! ¡Cuando lo está haciendo!

[risas]. En fin, es una suposición… no se ha comprobado. Bien podría ser –por muy conforme

al dogma que sea este pensamiento, quiero decir, al dogma católico–, que no sea, ahí donde se

produce, sino un síntoma.

Evidentemente, esto está hecho para sugerirnos que tal vez hay razones para intentar

precis

ios recursos…), es

curios

nivel que se plantea el problema?

lgo –por supuesto no lo inventé para ustedes

hoy;

ne al acto sexual en la

medid

o que se conoce el Edipo desde el

ar más (para ver por qué lado confiesa11) la función de reproducción que está ahí tras el

acto sexual. Porque cuando tratamos con el sujeto de la repetición, nos enfrentamos a

significantes, en la medida en que son precondición para un pensamiento.

En el tren en el que viaja esta biología (que abandonamos a sus prop

o ver que el significante muestra la punta de su nariz ahí, justamente en la raíz: al nivel

de los cromosomas, por el momento, hormiguean significantes que acarrean caracteres bien

especificados. Se nos afirma que las cadenas (ya se trate del ADN o del ARN) están

constituidas como pequeños mensajes bien seriados que, por supuesto, luego de tramado de

cierta manera, ¿cierto?, en la gran urna, llegan a hacer surgir… no se sabe qué… el nuevo

género de deschavetado que cada cual espera, en la familia, para hacer un corro de

aclamaciones.

¿Es a ese

Pues, bien, es ahí donde querría introducir a

en alguna parte, en un volumen llamado mis Escritos, hay un artículo que se llama La

significación del falo, en la página 693, en la décima línea (me costó cierto trabajo volverlo a

encontrar esta mañana) escribo: «el falo como significante da la razón del deseo (en la

acepción en que el término es utilizado –me refiero a “razón”– como “media y extrema

razón” de la división armónica)».12 Esto para indicarles que lo que voy a decirles hoy (eh…

evidentemente, fue necesario que pasara cierto tiempo para que pudiera introducirlo), ya lo

había marcado allí sencillamente con un “pequeño guijarro blanco” destinado a decirles que

era ya en eso [por eso] que se había localizado la significación del falo.

En efecto, intentemos poner orden, medida, en todo lo que concier

a en que se relaciona con la función de la repetición.

Pues, bien, salta a la vista, no que se desconoce puest

11 Palabra incierta. 12 Die Bedeutung des Phallus, 1958, “La significación del falo”, En Escritos 2.

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comie

ca, de la reproducción,

¡pues

l agente del acto sexual sabe muy bien que él es un hijo. Y es por eso que, en el acto

sexua

hace

significante se soporte en el más

sencil

nzo, sino que no se sabe reconocer qué quiere decir eso, a saber, que el producto de la

repetición, en el acto sexual en tanto acto (es decir, en tanto que participamos allí como

sometidos a lo que tiene de significante), tiene sus incidencias, dichas en otro sentido, en el

hecho de que el sujeto que somos es opaco, que tiene un inconsciente.

Pues, bien, conviene subrayar que el fruto de la repetición biológi

ya está ahí! en ese espacio bien definido para la realización del acto y que se llama

cama.

E

l, en la medida en que nos concierne a nosotros los psicoanalistas, se lo remite al Edipo.

Intentemos ver entonces, en esos términos significantes que define [sic] lo que llamé

poco “media y extrema razón”, lo que resulta de ahí.

Supongamos que vamos a hacer que esa relación

lo soporte, el que ya le hemos dado al doble bucle de la repetición: un simple trazo. Y

para mayor comodidad aún, extendámoslo sencillamente de esta manera:13

Un trazo al que podemos darle dos puntas: podemos cortar, no importa dónde, este

doble

s cortes que definen

la me

bucle y, una vez que lo hemos cortado, vamos a intentar utilizarlo.

Ubiquemos ahí los cuatro puntos (puntos de origen) de los otros do

dia y extrema razón:

- a minúscula: el amable producto de una copulación precedente que, al igual que

ella, resultaba ser un acto sexual, han creado14 al sujeto, que está ahí tratando de

reproducirlo: el acto sexual;

13 Los dos esquemas que siguen se reproducen aquí con toda las reservas del caso [S.] 14 ont crée, pero tal vez en créant, creando. Pasaje incierto.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

- A mayúscula. ¿Qué es A mayúscula? Si el acto sexual es lo que se nos dice, como

ema razón de lo que vincula el agente con lo que es paciente y

recep

nsamiento, determinado en el nivel del uno de

los té

significante, es la madre. Vamos a darle… porque de ésta encontramos la huella en

todas partes en el pensamiento analítico mismo –todo lo que ese término significante

de “la madre” conlleva de pensamientos de fusión, de falsificación de la unidad (en la

medida en que nos interesa únicamente, a saber, como unidad contable), de paso de

esta unidad contable a unidad unificante–, vamos a darle el valor Uno. ¿Qué quiere

decir el valor Uno como unidad unificante? Estamos en el significante y en sus

consecuencias sobre el pensamiento. La madre como sujeto es el pensamiento del Uno

de la pareja. “Los dos serán una sola carne”, es un pensamiento del tipo del A

mayúscula materno.

Tal es la media y extr

táculo en el acto sexual. Quiero decir: en tanto es un acto; en otras palabras, en tanto

tiene una relación con la existencia del sujeto.

El Uno de la unidad de la pareja es un pe

rminos de la pareja real. ¿Qué quiere decir esto? Que se requiere que algo surja,

subjetivamente, de esta repetición, que restablezca la razón (la razón media tal como acabo de

definirla) a nivel de esa pareja real. En otras palabras, que algo aparezca que, como en esta

fundamental manipulación significante que es la relación armónica, se manifieste así: esta

magnitud (llamémosla c minúscula), respecto a la suma de las otras dos, tiene el mismo valor

que la más pequeña respecto con la más grande.

¡Pero eso no es todo! Tiene este alcance, en la m dida en que este valor –de la más

peque

e

ña respecto a la más grande–, es el mismo valor que el que tiene la más grande respecto

a la suma de las dos primeras.15 En otras palabras, que

¿igual a qué? A este otro valor que hice surgir ahí y que lleva un nombre, que no es otro

15 Se traduce la refiriéndose a la palabra magnitud [grandeur] de la frase anterior, en vez de el, que la remitiría a la palabra valor [valeur] que Lacan usa en este párrafo. El problema no se presenta en francés porque tanto grandeur como valeur son masculinas [T.].

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que el -φ donde se designa la castración, en tanto designa el valor fundamental;16 lo vuelvo a

escribir un poco más lejos: igual a menos fi minúscula sobre (a más A menos fi).

Es decir, la relación significativa de la función fálica en tanto FALTA ESENCIAL de la

juntura de la relación sexual con su realización subjetiva; la designación en los significantes

mismos, fundamentales del acto sexual, del hecho de que, aunque en todas partes se la llame,

la sombra de la unidad se cierne sobre la pareja; aparece allí, sin embargo, necesariamente, la

marca (y esto en razón de su introducción misma en la función subjetiva), la marca de algo

que debe representar allí una falta fundamental.

Esto se llama la función de la castración en tanto significante.

En la medida en que el hombre sólo se introduce en la función de la pareja por vía de

una relación que NO SE INSCRIBE INMEDIATAMENTE en la conjunción sexual y que

sólo se halla representada allí en ese mismo exterior donde ven ustedes esbozarse lo que, por

eso mismo, se llama “extrema razón”.

La relación que tiene la predominancia del símbolo fálico respecto a la conjunción, en

tanto acto sexual, es aquel que da al mismo tiempo la medida de la relación del agente con el

paciente, y la medida, que es la misma, del pensamiento de la pareja, tal como está en el

paciente, con lo que es la pareja real.

Es muy precisamente por poder reproducir exactamente el mismo tipo de repetición,

que todo lo que es del orden de la sublimación… (y preferiría no verme forzado, aquí, a

evocarlo específicamente bajo la forma de lo que se llama la “creación” del arte, pero ya que

es necesario, lo traigo), es precisamente en la medida en que algo, donde algún objeto puede

venir a tomar el lugar que toma el –φ en el acto sexual como tal, que la sublimación puede

subsistir, dando exactamente el mismo orden de Befriedigung que se da en el acto sexual, y

del cual ven ustedes esto: que está, muy precisamente, colgado del hecho de que lo que es

pura y simplemente interior a la pareja no es satisfactorio.

Esto es tan cierto que esta especie de burda homilía que se introdujo en la teoría con el

16 No podemos más que hacer conjeturas. Tal vez haya que entender: “–lo vuelvo a escribir un poco más lejos– igual a -φ. [Lacan iba terminando de escribir en el tablero]… sobre (a + A) = -φ. En ese caso, lo que sería igual a -φ sería la relación a/A o A/a+A”. No resulta mucho más satisfactorio.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

nombre de “maduración genital”, sólo se propone como (¿como qué?) –de manera muy

evidente en su texto mismo (quiero decir, para cualquiera que intente enunciarlo)–, como una

especie de cuarto de San Alejo, de muladar, donde nada indica de verdad qué es lo que puede

bastar para hacer confluir el hecho, primero, de una copulación (se agrega que “lograda” pero

qué quiere decir eso…) y de esos elementos que se califican como “ternura”, “reconocimiento

del objeto”. ¿De cuál objeto? Les pregunto. Acaso es tan claro que el objeto esté ahí cuando

ya se nos ha dicho que tras algún objeto, el que sea, se perfila el Otro, ¡que es el objeto que

abrigó esos nueve meses de intervalo entre la conjunción de los cromosomas y el nacimiento

del mundo!

Sé bien que es ahí donde se refugia todo el oscurantismo que se engancha locamente en

torno a la demostración analítica; pero tampoco es una razón para que no lo denunciemos, si

el hecho de denunciarlo nos permite avanzar más estrictamente en una lógica sobre la cual

verán ustedes la próxima vez cómo se concentra a nivel del acto analítico mismo.

Puesto que si hay algo interesante en esta representación en cuadrángulo, es que nos

permite establecer también ciertas proporciones. Si el paso al acto cumple cierta función

respecto a la repetición, se nos sugiere por lo menos con esta disposición, que debe ser la

misma que separa la sublimación del acting out. Y en el otro sentido, que la sublimación

respecto al paso al acto debe tener algo en común con lo que separa la repetición del acting-

out.

Seguramente, hay ahí un gap17 mucho más grande, aquel que seguramente hace del acto

analítico, tal como intentaremos captarlo en lo que diremos la próxima vez, algo que merece

también ser definido como acto.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L.,

Eduardo ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

17 En inglés: “hueco, abertura, vacío; cuello, distancia, intervalo, separación; laguna; corte” [S.].

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Lección 13

1 de marzo de 1967

Anoche leí en alguna parte, y tal vez algunos de ustedes también pudieron encontrarlo en el

mismo lugar, este singular título: Conocer a Freud antes de traducirlo1… ¡Enorme! Como decía

un señor a quien no busco parecerme, puesto que no me paseo como él con un bastón, aun

cuando a veces sí con un sombrero: “¡Henorme!”2.

Como sea, es claro que me parece que intentar traducirlo es un camino que ciertamente se

impone como previo a toda pretensión de conocerlo.

Que un psicoanalista diga conocer el psicoanálisis ¡vaya y pase! Pero conocer a Freud

antes de traducirlo sugiere invenciblemente la tontada de conocerlo antes de haberlo leído. Por

supuesto, suponiendo en la noción de traducción toda la amplitud necesaria. Porque seguramente

lo que sorprende es que yo no sé si algún día podremos adelantar algo que se parezca a esta

pretensión de conocer a Freud. Evalúen bien lo que quiere decir, lo que significa –en la

perspectiva que nos ofrece el pensamiento de Freud, una vez que ha llegado al cabo de su

desarrollo–, habernos propuesto el modelo de la satisfacción subjetiva en la conjunción sexual.

1 Laplanche Jean & Pontalis Jean-Bertrand, “Connaître Freud avant de le traduire », retomado en la revista Meta, vol. 27, núm. 1, 1982. 2 Ortografía que se remonta a Flaubert.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

¿Acaso la experiencia –aquella de donde el mismo Freud partía–, no era muy precisamente

que se trataba del lugar de la insatisfacción subjetiva? ¿Y la situación ha mejorado, para

nosotros?

Francamente, en el contexto social que domina la función del empleo del individuo

(empleo, ya se lo regule en la medida de su subsistencia pura y simple o en la de la

productividad), ¿qué margen se le deja en ese contexto a algo que sería el tiempo propio para una

cultura del amor? ¿Todo no da fe, para nosotros, de que esa es justamente la realidad más

excluida de nuestra comunidad subjetiva?

Sin duda, se encuentra ahí, no lo que decidió a Freud a articular esta función de

satisfacción como una verdad sino lo que sin duda le parecía estar a cobijo del riesgo de ver que

–le confesaba él a Jung– una teoría un tanto profunda del psiquismo se reencontrarse con las

hormas de lo que él mismo llamaba “el río de barro del ocultismo”.

Es justamente porque con la sexualidad (que precisamente había presidido a lo largo de los

siglos lo que nos parecen esas locuras, esos delirios de la gnosis, de la copulación del sabio y de

la σοπια {¡y por vía de qué camino!}), es justamente porque en nuestro siglo y en el reinado del

sujeto no había NINGÚN RIESGO de que la sexualidad pudiera servirse de ser un modelo para

el conocimiento, que, sin duda, comenzó esta canción de animador tan bien ilustrada por ese

cuento de Grimm, que a él le gustaba, del flautista que arrastraba tras de sí esa audiencia de la

cual bien puede decirse que, en lo que concierne a las vías de una erudición cualquiera,

representaba la hez de la Tierra…

Porque, seguramente, en lo que hace poco llamé la línea que él nos marca y de donde, en

efecto, hay que partir por su fin, a saber, la fórmula de la repetición, hay que medir bien qué

separa el παντα ρει del pensador antiguo3, cuando nos dice que nunca nada vuelve a pasar por

su propia huella, que uno no se baña dos veces en el mismo río, y lo que esto significa en tanto

desgarramiento profundo, de un pensamiento que sólo puede captar el tiempo en ese algo que

sólo se dirige hacia lo indeterminable a costa de una ruptura constante con la ausencia.

Introducir, ahí, la función de la repetición ¿qué le agrega?

Pues bien, seguramente nada mucho más satisfactorio si se trata únicamente de renovar

siempre, incesantemente, un cierto número de giros.

3 Heráclito, Fragmento 136 en la edición de M. Coche (Fragments, PUF, 1986). Su atribución es discutible en el plano filológico, y muy poco desde un punto de vista filosófico.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

El principio del placer seguramente no guía hacia nada, y menos que todo hacia la

recaptación de un objeto cualquiera.

La noción pura y simple de descarga, en tanto tomaría su modelo del circuito establecido

del sensorium tiene por lo demás algo que se define de una manera bastante difusa como siendo

el motor: el circuito estímulo-respuesta, como se dice.4 ¿Qué puede explicar? Quién no ve que si

nos atenemos a eso, el sensorium sólo puede ser guía de lo que constituye, en efecto, en el más

simple nivel, la pata de la rana irritada: se retira, no busca captar nada en el mundo, sino huir de

lo que la hiere.

¿Qué es lo que garantiza la constante definida en el aparato nervioso por el principio del

placer? La constante de estimulación, lo isóstimo, diría yo, para imitar lo isóbaro o lo isotérmico

del que hablaba el otro día, o lo isorrespo, la isorrespuesta. Es difícil fundar algo sobre lo

isóstimo porque lo isóstimo ya no es un estimo, en absoluto. Lo isórespo, el “tanteo” de la

resistencia constante, es lo que en el mundo puede definir ese isóbaro que el principio del placer

conducirá a que el organismo hile. En todo eso, no hay nada, en ningún caso, que lleve a la

investigación, a la captura, a la constitución de un objeto. El problema del objeto como tal queda

intacto en toda esta concepción, orgánica, de un aparato homeostático. Sorprende mucho que

hasta hoy no se haya señalado su falla.

Aquí, seguramente, Freud tiene el mérito de señalar que la investigación del objeto es algo

que sólo puede concebirse si se introduce la dimensión de la SATISFACCIÓN.

Aquí volvemos a chocar con la extrañeza de esto: que aunque haya tantos modelos

orgánicos de la satisfacción, empezando por la repleción digestiva e igualmente por algunas otras

necesidades que él evoca, pero en un registro diferente porque es sorprendente que es

precisamente en la medida en que esos esquemas donde la satisfacción se define como NO

TRANSFORMADA por la instancia subjetiva (la satisfacción oral es algo que puede dormir al

sujeto en últimas, pero seguramente es inconcebible que ese dormirse sea signo subjetivo de la

satisfacción), cuán infinitamente más problemático es precisar que el orden verdadero de la

satisfacción subjetiva ha de buscarse en el acto sexual ¡que es precisamente el punto donde ésta

resulta más desgarrada!

4 Otra posibilidad de lectura de esta frase: “La noción pura y simple de descarga, en tanto tomaría su modelo del circuito establecido del sensorium con algo además definido de una manera bastante difusa como siendo el motor: el circuito estímulo-respuesta, como se dice, ¿qué puede explicar? [T.]

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Y esto, hasta el punto de que todos los demás órdenes de satisfacción (los que acabamos de

enumerar como presentes en efecto en la evocación freudiana) sólo adquieren su sentido cuando

se los pone en una cierta dependencia (y desafío a cualquiera a definirla, a hacerla concebible de

una manera diferente a formularla en términos de estructura), en una dependencia, digo,

digamos, burdamente simbólica, respecto a la satisfacción sexual.

Estos son los términos en los que les propongo el problema que retomo hoy y que consiste

en intentar darles la articulación significante de lo que concierne a la repetición implicada en el

acto sexual, si es en verdad lo que yo digo (lo que la lengua promueve para nosotros y que,

seguramente, nuestra experiencia no invalida), a saber, un “acto”; tras haber insistido en lo que

implica el acto, en sí mismo, en tanto condicionado, ante todo, por la repetición que le es interna.

En lo que concierne al acto sexual iré más lejos –por lo menos he considerado que se

requeriría ir más lejos para captar su alcance: la repetición que implica comporta (si seguimos,

por lo menos, la indicación de Freud) un elemento de medida y de armonía que seguramente es

lo que evoca la función directriz que le da Freud, pero que, seguramente, es lo que nosotros

hemos de precisar.

Porque si hay algo que produce, que promueve, no importa cuál de las formulaciones

analíticas, es que en ningún caso esta armonía podría concebirse como siendo del orden de lo

complementario, a saber, de la conjunción del macho y de la hembra, tan simple como se la

figura el pueblo, al modo de la conjunción de la llave y de la cerradura, o de cualquier cosa que

se presente bajo los modos habituales de los símbolos gámicos. Todo nos indica (y al parecer

sólo necesitaría dar cuenta de la función fundamental de ese tercer elemento que gira en torno al

falo y a la castración), todo eso nos indica que el modo de la medida y de la proporción

implicado en el acto sexual es de una estructura muy diferente y, digamos la palabra: más

“complejo”.

Esto es lo que, al dejarlos la última vez, había empezado a formular, al evocar (ya que se

trata de armonía) la relación llamada anarmónica: esto hace que, sobre una simple línea trazada,

un segmento pueda dividirse de dos maneras:

- con un punto que le es interno (un punto C entre A y B) que da una proporción

cualquiera, por ejemplo: ½;

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

- otro punto D, exterior, puede producir, en los segmentos determinados entre él, ese

punto D por ejemplo, con los puntos A y B del segmento inicial, la misma

proporción: ½.

Esto ya nos había parecido más propicio para garantizar de qué se trata, según toda

nuestra experiencia, a saber, la relación de un término con otro término que se presenta para

nosotros como lugar de la unidad; entiendo por ello: unidad de la pareja. Que es respecto a la

idea de la pareja, allí donde se halle (quiero decir, efectivamente, en el registro subjetivo), que ha

de situarse el sujeto, en una proporción que él puede lograr establecer introduciendo una

mediación externa al enfrentamiento que constituye, en tanto sujeto, en la IDEA DE LA

PAREJA.

Esta es sólo una primera aproximación y, en cierta forma, el simple esquema que nos

permite designar lo que se trata de garantizar, a saber, la función de ese elemento tercero que

vemos aparecer por todas partes en lo que puede llamarse el campo subjetivo en la relación

sexual, ya se trate (lo hicimos subrayar la última vez) de lo que, subjetivamente, aparece allí

seguramente de la manera más distante, a saber, su producto –orgánico– siempre posible, ya se lo

considere o no como deseable; o bien de ese elemento, a primera vista tan diferente, tan opuesto,

y sin embargo, enseguida ligado con él por la experiencia psicoanalítica, a saber, esa exigencia

del falo, que parece tan interna, en nuestra experiencia, a la relación sexual, en la medida en que

se la vive subjetivamente. La equivalencia niño-falo, ¿no es acaso algo con lo que podemos tal

vez intentar designar la pertinencia en cierta sincronía que deberíamos descubrir allí y que, por

supuesto, no significa simultaneidad?

Más que eso, este elemento tercero ¿no tiene cierta relación con lo que hemos designado

como la división del Otro mismo: el S(A/ )?

Es para conducirlos por esta vía que hoy aporto la proporción estructurada en un orden

muy diferente al de la simple perspectiva armónica que distinguía el final de mi último discurso.

A saber, lo que constituye la verdadera media y extrema razón, que no es simplemente la

proporción de un segmento con otro, en tanto puede ser dos veces definido (de manera interna

con su conjunción, o externa), sino la proporción que plantea, en su punto de partida, la igualdad

de la proporción del más pequeño con el más grande, igualdad, digo, de esa proporción, con la

proporción del más grande con la suma de los dos. Contrariamente a la indeterminación, a la

perfecta libertad de esa proporción anarmónica (que no es nada, en lo que concierne al

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

establecimiento de una estructura, porque les recuerdo que esa proporción anarmónica ya

tuvimos que evocarla el año pasado como fundamental en toda estructura llamada proyectiva),

pero dejémosla ahora para apegarnos a esto, que hace de la relación de media y extrema razón,

no una relación cualquiera (por muy directiva, lo repito, que ésta pueda ser, eventualmente, en la

manifestación de las constancias proyectivas), sino una proporción perfectamente determinada y

ÚNICA, digo, numéricamente hablando.

En el tablero planteé una figura que nos permite dar soporte a lo que enuncio de esta manera:

Tienen aquí a la derecha los segmentos en cuestión: el primero que llamé a minúscula, que

será para nosotros el único elemento con que podremos contentarnos para edificar todo lo que

corresponderá a esa relación de medida o de proporción, con la única condición de darle a su

correspondiente, que ven aquí de este punto a este punto (no quiero dar nombres de letras a esos

puntos para no correr el riesgo de introducir confusión, para no hacer que orienten sus oídos

hacia su enunciado), designo, de aquí (1) a aquí (2), tenemos el valor 1.

A condición de dar este valor 1 a este segmento, podemos contentarnos, en lo que se trata,

a saber, la relación llamada de media y extrema razón, con darle pura y simplemente el valor a,

lo cual quiere decir, en este caso, a/1. Hemos planteado que la proporción de a/1 es igual a la

proporción de 1/1+a.

Tal es esa proporción perfectamente fija, que tiene propiedades matemáticas

considerablemente importantes, que no tengo ni el tiempo ni la intención de desarrollar hoy.

Sepan, sencillamente, que su aparición en la matemática griega coincide con el paso decisivo

para poner orden en lo que concierne a lo conmensurable y a lo inconmensurable.

En efecto, esa proporción es inconmensurable. Es buscando el modo como puede ser

definido, de la manera como se recubre la sucesión de los puntos dados por la serie escalonada

de dos unidades de medida inconmensurables la una respecto a la otra, a saber, lo más difícil de

imaginar: la manera como se sobreponen, si son inconmensurables. Lo propio de lo

conmensurable es que siempre hay un punto en que éstas caerán juntas, las dos medidas, en el

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mismo paso. Dos valores conmensurables terminarán siempre en un cierto múltiple, diferente

para uno y para otro, constituyendo la misma magnitud. Dos valores inconmensurables, nunca.

¿Pero cómo interfieren? Esa es la línea de esta investigación que se definió ese procedimiento

que consiste en sobreponer la más pequeña en el campo de la más grande, y en preguntarse qué

sucede, desde el punto de vista de la medida, con el resto.

Para el resto, que está ahí, que es manifiestamente 1–a, procederemos de la misma manera:

la sobrepondremos dentro de la más grande. Y así sucesivamente hasta el infinito, quiero decir,

sin que nunca se pueda llegar a lo que termina ese proceso. En esto consiste, precisamente, lo

inconmensurable de una proporción sin embargo tan sencilla.

De todos los inconmensurables, éste es el que, si puedo decirlo, en los intervalos que

define lo racional de lo conmensurable, deja siempre la mayor distancia. Simple indicación que

no puedo aquí más que comentar.

Como sea, ven que se trata, de todas maneras, de algo que, en este orden de lo

inconmensurable, se especifica con una acentuación, al mismo tiempo que con una pureza de la

proporción, muy especial.

Muy a mi pesar (porque pienso que todos los bueyes del ocultismo temblarán en esta

ocasión) me veo obligado, por honestidad, a decir que esa proporción a minúscula es lo que se

llama el número de oro. Tras lo cual, por supuesto, vibrarán, en los honduras de su experiencia

cultura, y particularmente en lo que concierne a la estética, evocaciones de todo lo que quieran:

¡catedrales… de Albrecht Dürer… de… de los… de los… crisoles alquímicos y de todos los

demás manoseos análogos!

Espero, sin embargo, por5 la seriedad con la que introduje el carácter estrictamente

matemático de la cosa (y muy precisamente lo que le concierne de una problemática que de

5 Lacan pronunció “que” [S.].

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ninguna manera da la idea de una medida fácil de concebir), haberles hecho sentir que se trata de

algo diferente.

Veamos ahora cuáles son algunas de las propiedades notables de ese a minúscula. Las

escribí a la izquierda en negro. Pueden ver que, ya, el hecho de que 1+a sea igual a la inversa de

a, es decir, a 1/a, estaba suficientemente garantizado en las premisas dadas por la definición de

esa proporción; puesto que la noción de que consiste en la proporción del pequeño respecto al

más grande, en tanto igual a la del más grande respecto a la suma, nos da ya esta fórmula, que es

igual a ésta, fundamental: a igual a 1/1+a .

A partir de ahí, es extremadamente fácil darse cuenta de las otras igualdades, cuyo carácter

caduco y, en verdad, para nosotros, de poca importancia (momentáneamente), está marcado por

el hecho de que escribí en rojo las igualdades que siguen.

Lo único importante que ha de señalarse es que el 1-a que está ahí, puede ser igual a a2, lo

cual es muy fácil de demostrar.

Y, por otra parte, que el 2+a que está ahí, del cual ven cómo (considerando únicamente el

[1 + a/1–a]), cómo puede deducirse fácilmente ese 2+a, que representa lo siguiente: lo que sucede

cuando, en lugar de involucionar sobre sí misma la superposición de los segmentos, se los

desarrolla, en cambio, hacia el exterior.6

A saber, que el no sobre dos más a minúscula [1/2+a] (a saber, lo que correspondía hace

poco a nuestro segmento externo en la proporción anarmónica –es igual a 1, obtenido por el

desarrollo exterior del uno que representa la mayor longitud–) el 1 sobre dos más a, tiene el

mismo valor que el valor inicial de donde partimos, es decir, a minúscula… es decir, a sobre

uno-más-a [a/1+a].7

6 No hay ningún misterio en esta frase, si se transcribe como lo hemos hecho: “un plus petit a sur un moins a” como 1 + a/1–a , que es igual a 2+a, y no 1+a/1-a, fórmula que ha sido retomada en todas las versiones que circulan. 7“El uno sobre dos más a minúscula […], el uno sobre dos a, tiene el mismo valor que este valor inicial de donde partimos, es decir: a minúscula, es decir, uno sobre uno más a minúscula” [Sizaret]. Sizaret intentó, en una glosa,

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Tales son las propiedades de la media y extrema razón en tanto nos permitirán tal vez

comprender algo de lo que se trata en la satisfacción genital.

Ya les dije que a minúscula es uno de los términos, cualquiera, de esta relación genital.

Digo uno de los términos, cualquiera: INDEPENDIENTEMENTE DE CUÁL SEA SU SEXO.

Tanto la niña como el niño, en la relación sexual (la experiencia de la relación subjetiva, en tanto

el análisis la define como edípica) tanto la niña como el niño entran ahí primero como hijo. En

otras palabras, como representando desde ya el PRODUCTO (y no doy yo ese término al azar,

tendremos que retomarlo luego) en tanto permite situar, como diferente a lo que se llama

creación, lo que en nuestros días circula, como ya lo saben, por todas partes y hasta a tontas y a

locas, bajo el nombre de producción.

Es justamente el problema más inminente, el más actual que se le haya propuesto al

pensamiento, esa proporción (que está por definirse) del sujeto como tal respecto a lo que

concierne a la producción de cualquier cosa. Digo: en una dialéctica del sujeto, que pueda

adelantarse, donde no se ve CÓMO EL SUJETO MISMO PUEDE SER TOMADO COMO

PRODUCCIÓN, todo esto no tiene valor para nosotros. Esto no quiere decir que sea tan fácil

garantizar, a partir de esta raíz, lo que concierne a la producción.

Es tan poco fácil de garantizar que, si hay algo de lo que seguramente pueda sorprenderse

una mente no prevenida, es el notable silencio –el silencio de los Conrart8– en que se mantiene

el psicoanálisis, respecto a ese delicado asunto que, sin embargo, es… debo decir que cotorrea un

tanto en nuestra vida periodística, política, doméstica, jornalera y todo lo que quieran, hasta

mercantil, y que se llama el birth control. Nunca se ha visto a un analista decir qué pensaba al

respecto… Y, no obstante, es curioso esto en una teoría que pretende tener algo que decir sobre

la satisfacción sexual.

Debe haber, también, algo de eso, que tiene mucho que ver, debo decir de manera poco

cómoda, con lo que puede llamarse la religión del Verbo, puesto que seguramente tras las

aclarar ese oscuro párrafo: como Lacan iba demasiado rápido, y habría cometido dos errores: por una parte, la formulación “uno sobre dos a” es probablemente un lapsus en vez de “uno sobre dos más a”, por otra parte, un error de cálculo le hizo obtener el resultado a en lugar de a2. Corregimos el primer “error”, al cual Lacan parece aludir en la lección siguiente. Otra solución puede darse respecto al segundo punto. En el tablero había otra fórmula que solamente conocemos mal transcrita: 1/2+a = a = 1/1+a. Nos parece posible reconstituirla así: 1/2+a = a/1+a, y escuchar ese pasaje suponiendo que “a” fue entendido como “uno”, en la última fórmula [a y uno son homofónicos en francés]. Fue la solución que escogimos en el texto. 8 Boileau-Despréaux Nicolas, Épitres, I, v. 40 : « Imito de Conrart el silencio prudente ». Este académico no había publicado nada.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

sorprendentes esperanzas puestas en la liberación de la Ley (que corresponde a la generación

paulina en la Iglesia), al parecer, después, muchas enunciaciones dogmáticas se vieron afectadas.

¿A nombre de qué? Pues de la PRODUCCIÓN, ¡de la producción de almas! En nombre de la

producción de almas, este pasaje, anunciado como muy cercano, de la Humanidad a la beatitud,

sufrió, me parece, cierto enfriamiento…

Pero no hay que creer que el problema se limita a la esfera religiosa. Habiendo sido

anunciada otra liberación del HOMBRE, al parecer la producción de los proletarios jugó cierto

papel, en las formas precisas que resultaron tomando las sociedades socialistas a partir de cierta

idea de la abolición de la explotación del hombre por el hombre. En lo que concierne a esta

producción, no parece que haya llegado a una medida mucho más clara, y en cuanto a lo que se

produce; así como el campo cristiano, en nombre de la producción de almas, continuó dejando

aparecer en el mundo seres de los que lo menos que puede decirse es que su calidad anímica está

bastante mezclada, así mismo en nombre de la producción de proletarios, no parece que aparezca

algo diferente a ese algo respetable, ciertamente, pero que tiene sus límites y que podría llamarse

la producción de ejecutivos…

Entonces, este asunto de la producción y del estatuto del sujeto, en tanto producido, la

tenemos presentificada ahí a nivel de algo que es justamente la primera presentificación del Otro

en cuanto es LA MADRE.

El valor de la función unificante de esta presencia de la madre se conoce. Se conoce tan

bien que toda la teoría (y la práctica) analítica se volcó literalmente allí y sucumbió

completamente a su fascinante valor. El principio, desde el origen (y, a propósito, pudieron

escucharlo puesto que lo tuvimos aquí sosteniendo un debate que dio fin a nuestro año anterior),

toda la situación analítica fue concebida como reproduciendo idealmente, quiero decir, como

fundándose en el ideal de esta fusión unitiva (o de esta unificación fundante, como quieran) que

supuestamente unió durante nueve meses, lo recordé la última vez, al hijo con la madre.

Seguramente…

–Una voz femenina: Señor, no lo escuchamos.

–Doctor Lacan: ¿Cómo?

–La misma voz: Se le escucha muy mal.

–Doctor Lacan: Se me escucha muy mal… Lamento que todo esto funcione tan mal, pero

les agradezco mucho decírmelo. Voy a intentar hablar más fuerte. ¡Gracias!

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

–La voz: Es el micrófono…

–Doctor Lacan: No funciona en absoluto hoy ¿ah? Bueno…

… que une, pues, al hijo y a la madre. Es precisamente al no hacer de esta unión del hijo y

de la madre… (no importa cómo la califiquemos, que hagamos o no de eso la función del

narcisismo primario o simplemente el lugar elegido de la frustración y de la gratificación),

precisamente se trata de esto, es decir, no de repudiar ese registro sino de ubicarlo en su justo

lugar; hacia allá van nuestros esfuerzos teóricos. Es en la medida en que está en alguna parte, y

digo a nivel de la confrontación sexual, esta primera afirmación de la unidad de la pareja, como

constituida por lo que la enunciación religiosa formuló como el una sola carne… ¡qué burla!

¿Quién puede afirmar en cualquier cosa que, en el abrazo llamado genital, el hombre y la mujer

hagan una sola carne? Salvo que la enunciación religiosa recurre aquí a lo que la investigación

analítica, a lo que en la conjunción sexual es representado por el polo materno. Lo repito: ese

polo materno (para, en el mito edípico, confundirse al parecer, dar pura y simplemente el

partenaire del machito) en realidad nada tiene que ver con la oposición macho-hembra.

Puesto que tanto la muchacha como el muchacho tienen que vérselas con ese lugar materno

de la unidad, como representándole aquello con lo que se confronta en el momento del abordaje

de lo que concierne a la conjunción sexual.

Tanto para el muchacho como para la muchacha, lo que son como producto, como a

minúscula, ha de confrontarse con la unidad instaurada por la idea de la unión del hijo con la

madre, y es en esta confrontación que surge ese 1-a, que nos aportará ese elemento tercero, en la

medida en que funciona así mismo como signo de una falta, o, si quieren también (para emplear

el humorístico término de la pequeña diferencia), de la pequeña diferencia que viene a jugar el

importante papel en lo que concierne a la conjunción sexual, en la medida en que interesa al

sujeto.

Por supuesto, el humor común (o el sentido común, como quieran), hace de esta pequeña

diferencia el hecho de que, como se dice ¡los unos tengan una, y los demás no! De ninguna

manera se trata de esto, de hecho. Porque el hecho de no tenerlo juega para la mujer, como saben

ustedes, un papel tan esencial, un papel tan mediador y constitutivo, en el amor, como para el

hombre. Más allá, como lo subrayó Freud, al parecer su falta efectiva le confiere ahí ciertas

ventajas. Y esto es lo que voy a intentar articular para ustedes ahora.

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En efecto, qué vemos, sino que, como lo dijimos hace poco, la extrema razón de la

proporción, en otras palabras, lo que la reproduce en su exterior, nos servirá aquí bajo la forma

del 1, que da, que reproduce, la justa proporción, la que se define por a minúscula, en el exterior

de la relación así definida como la relación sexual.

Para que uno de los partenaire se plantee ante el otro como un 1 en igualdad, en otras

palabras, para que9 se instituya la díada de la pareja, tenemos aquí, en esa proporción así inscrita

(en la medida de la media y extrema razón) el soporte, a saber, ese segundo 1 que está inscrito a

la derecha y que le devuelve su proporción respecto al conjunto, a condición de que se mantenga

allí ese término tercero de a minúscula.

Por supuesto, ahí es donde reside lo siguiente: que podemos decir que en la relación sexual,

es por cuanto el sujeto logra hacerse el igual del Otro, o introducir en el Otro mismo, (la

repetición del 1) que resulta, de hecho, reproducir la proporción inicial, aquella que mantiene

siempre perentorio ese tercer elemento que aquí está formulado por el a minúscula mismo.

En otras palabras, volvemos a hallar aquí el mismo proceso que les había

inscrito en otro momento10 en forma de una barra divisoria, como haciendo partir

la relación del sujeto con el A mayúscula en tanto que (al modo como una

división se produce) el A tachado, A/ , es dado, que respecto a ese A mayúscula

tachado, lo que viene a instituirse y donde el resto es dado por un a minúscula,

que es su elemento irreductible, es un S tachado, $..

¿Qué quiere decir? ¿Qué quiere decir? Que empezamos a concebir cómo puede ser que un

órgano tan “local”, si puedo decirlo, y en apariencia puramente funcional como el pene, puede

llegar a jugar aquí un rol, donde podemos vislumbrar lo que concierne a la verdadera naturaleza

de la satisfacción en la relación sexual.

En efecto, algo como en alguna parte, en la relación sexual, puede simbolizar, si puede

decirse, la eliminación de ese resto. Es en tanto órgano sede de la detumescencia que, en alguna

parte, el sujeto puede tener la ilusión (seguramente engañosa, pero por ser engañosa no es menos

9 pour ce que [sic]. 10 Seminario 1958-1959, El deseo y su interpretación, lección del 13 de mayo de 1959. Desarrollos en La angustia.

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satisfactoria) de que no hay resto, o por lo menos, que sólo hay un resto perfectamente

evanescente.

A decir verdad, esto sería sencillamente del orden de lo cómico, y ciertamente cae en ese

ampo, puesto que es ahí, al mismo tiempo, lo que le da su límite a lo que puede llamarse goce, en

cuanto el goce estaría en el centro de lo que concierne a la satisfacción sexual.

Todo el esquema que soporta, fantasmáticamente, la idea de la descarga, en lo que

concierne a las tensiones pulsionales, es soportado en realidad por ese esquema donde se ve,

sobre la base de la función de la detumescencia, imponerse este límite al goce.

Seguramente, ese es el aspecto más decepcionante que pueda suponérsele a una

satisfacción, si, en efecto, de lo que se tratara fuera pura y simplemente del goce. Pero todo el

mundo sabe que si hay algo que está presente en la relación sexual es el ideal del goce del otro, y

así mismo, lo que constituye su originalidad subjetiva. Pues es un hecho que cuando se limita

uno a las funciones orgánicas, nada es más precario que este entrecruzamiento de los goces. Si

hay algo que nos revele la experiencia es la heterogeneidad radical del goce macho y del goce

hembra.

Es justamente por eso que hay tantas buenas almas que se ocupan, más o menos

escrupulosamente, de verificar la estricta simultaneidad de su goce con el de su partenaire. ¿Para

cuántas confusiones, disparates y engaños presta esto? Seguramente, no es ese nuestro tema de

hoy, aquel cuyo abanico quiero esparcir. Pero es que, igualmente, se trata de algo muy diferente

a ese pequeño ejercicio de acrobacia erótica.

Si algo (se sabe bien, se sabe también qué lugar ha tenido esto en cierta verborrea

psicoanalítica), si algo viene a fundarse en torno al goce del otro es en la medida en que la

estructura que hoy hemos enunciado hace surgir el fantasma del don.

Es porque ella no tiene el falo, que el don de la mujer adquiere un valor privilegiado en

cuanto al ser que se llama amor, que es, como lo definí, el don de lo que no se tiene.

En la relación amorosa, la mujer encuentra un goce que es, si puede decirse, del orden

precisamente causa sui, por cuanto en efecto lo que ella da bajo la forma de lo que no tiene, es

también la causa de su deseo.

Ella se vuelve lo que ella crea, de manera puramente imaginaria, y justamente esto que la

hace objeto, por cuanto en el espejismo erótico ella puede ser el falo, serlo a la vez y no serlo. Lo

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que ella da por no tenerlo, se vuelve, acabo de decirlo, la causa de su deseo; sola, puede decirse,

por esa causa, la mujer cierra de manera satisfactoria la conjunción genital.

Pero, por supuesto, en la medida en que, por haber provisto el objeto que no tiene, ella no

desaparece allí en ese objeto (quiero decir, que este objeto no desaparece), dejándola a la

satisfacción de su goce esencial, salvo por mediación de la castración masculina. De tal manera

que, en suma, ella, no pierde nada allí, puesto que sólo mete allí lo que no tiene, y porque,

literalmente, ella lo crea.

Y es justamente por eso que ES SIEMPRE POR IDENTIFICACIÓN CON LA MUJER

QUE LA SUBLIMACIÓN PRODUCE LA APARIENCIA DE UNA CREACIÓN. Es siempre a

manera de una génesis, oscura, ciertamente, antes de que pueda yo exponerles aquí sus

lineamientos, pero muy estrictamente vinculada con el don del amor femenino, por cuanto crea

este objeto evanescente (y además, por cuanto le falta) que es el falo omnipotente; es por eso que

puede haber en alguna parte, en ciertas actividades humanas (que todavía tenemos que examinar,

según si son espejismo o no) lo que se llama creación, o ποιησιζ, por ejemplo.

El falo es, pues, si quieren, por una parte, el pene, pero es en la medida en que es su

carencia respecto al goce, que constituye la definición de la satisfacción subjetiva a la que se

encuentra remitida la reproducción de la vida.

De hecho, en el acoplamiento, el sujeto no puede realmente poseer el cuerpo que él abraza.

No conce los límites del goce posible, quiero decir, de aquel que podría él tener del cuerpo del

Otro, como tal, pues esos límites son INCIERTOS. Y es todo lo que constituye este más allá que

definen escoptofilia y sadismo. Que el desfallecimiento fálico adquiera valor siempre renovado

de desvanecimiento del ser del sujeto, es lo esencial de la experiencia masculina, y lo que hace

comparar este goce con lo que se llama el retorno de la pequeña muerte.

Esta función evanescente –por su parte, mucho más directa, directamente experimentada,

en el goce masculino–, es lo que le da al macho el privilegio de donde ha salido la ilusión de la

pura subjetividad.

Si acaso hay un instante, alguna parte, en donde el hombre pueda perder de vista la

presencia del objeto tercero, es precisamente en ese momento evanescente, donde pierde, porque

desfallece, no solamente lo que es su instrumento, sino, para él tanto como para la mujer, el

elemento tercero de la relación de la pareja.

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Es a partir de ahí que se han edificado, aún antes del advenimiento de lo que llamamos

aquí el estatuto de la pura subjetividad, todas las ilusiones del conocimiento.

La imaginación del sujeto del conocimiento, ya sea el de antes o el de después de la era

científica, es una forja de macho, y de macho en tanto que participa de la impotencia, en tanto

que niega el menos algo en torno al cual tiene lugar el efecto de causación del deseo, en tanto

que toma ese menos por un cero. Ya lo dijimos, tomar el menos por un cero, es lo propio del

sujeto y el nombre propio aquí está hecho para marcar la traza.

El rechazo de la castración marca el delirio del pensamiento, quiero decir, la entrada del

pensamiento del yo [je], como tal, en lo real, que es propiamente lo que constituye, en nuestro

primer cuadrángulo, el estatuto del no pienso en tanto que lo sostiene la sintaxis.

He ahí, en cuanto la estructura, de qué se trata en lo que permite edificar lo que Freud nos

designa en torno a la satisfacción sexual en su relación con el estatuto del sujeto.

Nos quedaremos ahí por hoy, designando para la próxima vez lo que hemos de avanzar

ahora sobre la función del acting-out.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo

ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Lección 14

8 de marzo de 1967

En resumen, lo que instauro es un método sin el cual puede decirse que todo lo que, en un

cierto campo, queda implícito respecto a lo que define ese campo, a saber, la presencia como tal

del sujeto, pues bien, ese método que instauro consiste, permite precaverse, si puede decirse, de

todo lo que esta implicación del sujeto en ese campo introduce allí a modo de fallace1, de

“falsidad” en la base. En últimas, es algo de lo que uno se da cuenta al tomar un poco de

distancia, si este método tiene en efecto toda esta generalidad (y, por supuesto, no partí de un

objetivo tan general, y hasta diría que es algo de lo que yo mismo me doy cuenta a posteriori),

que llegue un día en que este método se lo utilice para volver a pensar las cosas allí donde son

más interesantes −en el plano político, por ejemplo− ¿por qué no?

Cierto es que, con alquileres suficientes, algunos de los esquemas que doy encontrarán allí

su aplicación. Tal vez hasta sea allí donde tendrán mayor éxito, porque en el terreno para el cual

los forjé, eso no está jugado de antemano. Dado que tal vez sea ahí, en ese terreno, en ese terreno

que es el del psicoanálisis, donde una cierta2 sin salida, que es precisamente aquella que

manifiestan lo que yo llamo (y no son unívocas) las fallaces del sujeto, logra resistir mejor.

En fin, no obsta que es ahí donde esos conceptos se habrán forjado y que puede decirse,

además, que toda la contingencia de la aventura, a saber, la manera misma de lo que habrán

tenido que afrontar esos conceptos, a saber, por ejemplo, la teoría analítica tal como ya se forjó,

tal como han de introducir allí corrección, esta teoría analítica y la dialéctica misma de la

dificultad que habrá implicado su introducción en la teoría analítica, aún a manera de resistencia

(aún a manera de resistencia en aparente enteramente accidental, exterior), todo eso viene en

cierta forma a contribuir a las modalidades bajo las cuales yo las habré precisado. Quiero decir,

que lo que puede llamarse la resistencia de los psicoanalistas mismos a lo que es su propio

campo, es tal vez lo que aporta el más deslumbrante testimonio sobre las dificultades que hay

que resolver, quiero decir, por su estructura misma.

1 La palabra no existe en francés, tampoco en inglés. Tal vez transcriba fonéticamente la palabra española falaz, o la italiana fallace [T.] 2 Lacan pronuncia: “un impasse”, igual que Voltaire [S.].

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Esa es la razón por la que hoy llegamos a un terreno aún más vivo en el momento en que

les hable de lo que situé en la cuarta cima del cuadrángulo, que calificaremos (supongo que mis

oyentes de hoy estaban todos aquí, en mis dos lecciones anteriores), que calificaremos, ese

cuadrángulo, como el que connota el MOMENTO DE LA REPETICIÓN. La repetición, dije, a

lo que responde, en tanto fundador del sujeto, el paso del acto. Les mostré, insistí (volveré hoy

sobre esto porque hay que volver) la importancia, en ese estatuto del acto, que tiene el acto

sexual. Sin definirlo como acto es imposible, absolutamente imposible situar, concebir, la

función que Freud le dio a la sexualidad en lo que concierne a la estructura de lo que ha de

llamarse con él la satisfacción, satisfacción subjetiva, Befriedigung, que no podría concebirse

desde otro lugar diferente a aquel donde se instituye el sujeto como tal.

Es la única noción que funciona de una manera que pueda darle un sentido a esta

Befriedigung.

Para darle a este acto sexual las coordenadas estructurales por fuera de las cuales nos es

imposible concebir su lugar en aquello de que se trata, a saber, la TEORÍA freudiana, nos hemos

visto llevados a hacer funcionar uno de los resortes más ejemplares del pensamiento matemático.

Seguramente, cuando hago uso de tales medios, se entiende bien que se alcanza allí algo siempre

parcial, parcial para quien no tendrá que conocer de la teoría matemática sino aquello de lo que

me habré servido yo mismo a manera de instrumento. Pero, por supuesto, la situación puede

cambiar para quienquiera que conozca el lugar de tal resorte que, con mi parte, sin duda, la mía,

de inexperiencia, extraigo, créanlo sin embargo, no sin saber cuáles son las ramificaciones de

aquello de que me sirvo en el conjunto de la teoría matemática, y no sin haberme asegurado de

que para [sic] cualquiera que quisiera hacer uso más profundo de esto, encontraría −en el

conjunto de la teoría, en los puntos precisos que escogí para fundar tal estructura−, encontraría

todas las prolongaciones que le permitirían darle allí una justa extensión.

Algún eco me llegó que, al escucharme hablar del acto sexual, al servirme para estructurar

las tensiones de lo ternario que me aportaba la proporción del número de oro, alguien dejó salir

entre dientes este comentario: “la próxima vez que yo vaya a tirar, ¡ojalá no se me olvide mi

regla de cálculo!”. Seguramente, este comentario contiene todo el carácter divertido que se le

atribuye al chiste, que sin embargo yo he de tomar entre chiste y chanza habida cuenta que el

responsable de esta divertida salida es un psicoanalista. Porque, a decir verdad, pienso, muy

precisamente, que el éxito del goce en la cama está hecho esencialmente, como pudieron verlo,

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

−volveré a poner los puntos sobre las íes−, del olvido de lo que podría hallarse en la regla de

cálculo. ¿Por qué es tan fácil de olvidar? Insistiré sobre esto una vez más dentro de poco, ahí está

todo el resorte de lo satisfactorio que hay en últimas en lo que, por otra parte (subjetivamente), se

traduce por castración. Pero es bien claro que un psicoanalista no podría olvidar que es en la

medida en que otro acto le interesa (que llamaremos, para introducir su término hoy, el ACTO

PSICOANALÍTICO) que se puede exigir algún recurso a la regla de cálculo, evidentemente.

Por supuesto, la regla de cálculo, para evitar todo malentendido, no consistirá en este caso

en utilizarla para leer allí (todavía no hemos llegado a eso), lo que se lee en el encuentro de dos

rayitas; sino, en la medida en que porta en sí misma una medida que no tiene más nombre que la

de logaritmo, nos provee en efecto algo que no deja de tener relación con la estructura que

evoco.

El acto psicoanalítico tiene algo sorprendente −hay que llamarlo así en referencia al

conjunto de la teoría−, tiene algo sorprendente que nos permitirá hacer un comentario que tal vez

algunos han notado en las márgenes de lo que he enunciado hasta aquí, y es esto: insistí en el

carácter de acto de lo que concierne al acto sexual. Se podrá notar al respecto que todo lo que se

enuncia en la teoría analítica parece destinado a borrar (como lo hacen esos seres sufrientes o

insatisfechos por diversas razones, de los que nos hacemos cargo) ¡el carácter de acto que hay en

el hecho del encuentro sexual!

Toda la teoría analítica acentúa la modalidad de la relación [relation] sexual declarada (en

buen o mal lugar, en todo caso por diversas razones y por razones sobre las cuales me permití

plantear en varias ocasiones ciertas objeciones), calificar como más o menos satisfactoria tal o

cual forma de lo que se llama la relación [relation] sexual. Puede uno preguntarse si esa no es

una manera de eludir (y hasta de ahogar lo que tiene de vivo, de tajante, propiamente hablando,

puesto que ahí se trata de algo que tiene la misma estructura de corte, que la que pertenece a todo

acto), lo que concierne propiamente al acto sexual.

Como es un corte que, como toda nuestra experiencia lo demuestra de manera

superabundante, no va de suyo y no da, propiamente hablando, un resultado de simple equidad,

como dan por resultado todo tipo de anomalías estructurales (por lo demás, perfectamente

articuladas y ubicadas, si no concebidas en su verdadero alcance en la teoría analítica), es claro

que el hecho de eludir lo que concierne al relieve como tal del acto, es seguramente algo que

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tiene que ver con lo que llamaría el temperamento, el modo temperado como la teoría se adentra

en el propósito manifiesto de no arrastrar consigo demasiado escándalo.

Donde lo peor, por supuesto (y sin embargo no parece haber sido reducido por esta

prudencia), es que el acto sexual, a partir de entonces −e independientemente de nuestra

aspiración a la libertad de pensamiento−, que el acto sexual, contrariamente a lo que pudo

afirmarse en tal o cual zona,3 y el examen objetivo que resulta de la ética, pues bien, hay que

decirlo −ya lo reconozca o no la teoría, ya sea que ponga allí el acento o no ¡poco nos importa!−,

la experiencia, me parece, prueba de manera superabundante que desde el tiempo, que no data de

ayer, en que entre las numerosas tentativas que se han hecho, más o menos heredadas de las

experiencias complejas en otro sentido, que fueron aquellas de lo que se llama el tiempo del

hombre del placer, que en lo que pudo culminar, en ciertas fórmulas extremadas por los medios

libertarios de comienzos de ese siglo por ejemplo (de los cuales había todavía algunos ejemplares

sobrenadando, flotando en algunos medios, en otros terrenos seguramente serios, entiendo

terrenos revolucionarios), se pudo ver aún mantenerse la fórmula de que, en últimas, en fin, el

acto sexual no debía ser tomado como teniendo más importancia que tomarse un vaso de agua.

Eso se decía, por ejemplo, en ciertas zonas, en ciertos grupos, en ciertos sectores, en el medio de

Lenin. Recuerdo haber leído en otro tiempo, en Alemania, un pequeño volumen muy bonito que

se llamaba Wege der Liebe,4 si todavía me acuerdo bien del título (se trataba del comienzo, antes

de la guerra, de algo que se parecía mucho al libro de bolsillo, y en la cobertura aparecía el

encantador hocico de Madame Kollontaï −era el primer equipo−, y ella fue, si me acuerdo bien,

embajadora en Estocolmo), eran encantadores cuentos sobre ese tema. Habiendo pasado el

tiempo, y una vez que las sociedades socialistas obtuvieron la estructura que conocen, es claro

que el acto sexual no ha pasado aún al rango de lo que satisface en el snack-bar, y para decirlo

todo, que el acto sexual aún lleva consigo y debe llevarlo por mucho tiempo, esa especie de

extraño efecto de no sé qué… discordante, deficitario, en fin, algo que no se soluciona y que se

llama culpabilidad. No creo que todos los escritos de las mentes elevadas que nos rodean, y que

se titulan… cosas como El universo mórbido de la falta,5 por ejemplo, ¡como si ya se lo hubiera

conjurado! (lo escribió uno de mis amigos, prefiero siempre citar gente que me cae bien); todo

3 “en tal o cual cosa del examen” (en la versión dactilografica). 4 Kollontaï, Alexandra Mihaïlovna, Wege der Liebe, drei Erzälungen, ed. Morgenbuch Verlag, reedición 01-1992. [D.]. 5 Hesnard Angelo, L’univers morbide de la faute, PUF, París, 1949.

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eso no soluciona el asunto y no hace que por ello no tengamos que ocuparnos, tal vez todavía

durante bastante tiempo, de lo que queda enganchado de este universo en torno a los fracasos,

digamos, en torno a los fracasos cuyo estatuto justamente se ha de considerar (tal vez esos

fracasos le son esenciales), de los fracasos, digo, o no fracasos, de la estructura del acto sexual.

Por lo cual, creo tener que volver muy sucintamente, es cierto, pero volver otra vez sobre

lo insuficiente que tiene la definición que se nos puede dar en cierto registro de homilía

bendecidora respecto a lo que se llama el estadio genital, sobre lo que constituiría la estructura

ideal de su objeto. No está de más remitirse a esta literatura. Que, en verdad, la dimensión de la

ternura que se evoca allí sea algo seguramente respetable no hay que dudarlo, pero que se la

considere como una dimensión en cierta forma estructural es algo sobre lo que no creo vano

aportar una respuesta. Quiero decir, ante todo, que igualmente no es tampoco absolutamente…

-¿Qué sucede?6 ¿Qué? Ya ven, ¡justo en este momento!

Retomemos. Este incidente me dará la oportunidad de zanjar y hasta de resumir lo que

pienso que tengo para decir de esta famosa ternura… [risas] podríamos pensar un poco en eso.7

Hay un aspecto de la ternura, y tal vez toda la ternura, que podría precisarse con cierta

fórmula muy parecida a ésta: que nos conviene tener conmiseración respecto a la impotencia de

amar. Estructurar esto a nivel de la pulsión como tal no es fácil. Pero, igualmente, para ilustrar lo

que convendría articular, respecto a lo que concierne al acto y a la satisfacción sexual, tal vez

sería bueno recordar lo que la experiencia impone al psicoanalista de la ambi…güedad −ellos

llaman a esto “ambivalencia”, y además se ha usado tanto esa palabra “ambivalencia” ¡que ya no

quiere decir nada!−, de la ambigüedad del amor.

¿Acaso un acto sexual es menos un acto sexual, es un acto inmaduro, habrá de remitirse

para nosotros al campo de un sujeto inacabado, que se ha quedado pegado a un atraso a cierto

estadio arcaico, si se lo comete (el acto sexual) sencillamente en el odio?

El caso no parece interesar a la teoría analítica. Es curioso… no he visto que ese caso se

subraye en ninguna parte.

-¿Aún se oye? ¿Funciona todo este aparataje o tengo que alzar la voz? ¿Allá en el fondo?

¿Todavía sirve? Ah, muy amable, eso. ¿Qué? ¿Ah? ¡Usted no escucha! ¡Entonces esto no

funciona!

6 El cable de un micrófono comienza a arder. 7 “un tanto echada a perder” [Dorgeuille].

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PARA INTRODUCIR la consideración de esta dimensión tuve que hacer uso, en un

seminario ya antiguo (¡bueno, en los tiempos en que el seminario era un seminario!)8 de la pieza

de Claudel, bastante conocida, más exactamente de la trilogía que comienza con El rehén.

Los amores de Turelure y de Sygne de Coûfontaine, ¿son o no una conjunción inmadura?

Lo admirable es que yo creo haber dado ampliamente valor a los méritos y a las

incidencias de esta trilogía trágica. Debo decir, igualmente, sin que nadie, en mi opinión, de entre

mis oyentes se haya dado cuenta de su alcance. No es sorprendente puesto que no tuve el cuidado

de subrayar expresamente este asunto preciso y que en general los oyentes, según todos los ecos

que he recibido, evitan fácilmente ese punto. Hay dos especies: los que siguen al señor Claudel

en su resonancia religiosa del plano donde sitúa una tragedia que seguramente es una de las más

radicalmente anticristianas (entre comillas) que hayan sido forjadas jamás, por lo menos respecto

a un cristianismo de buen tono y de emoción tierna. Los que lo siguen en esta atmósfera piensan

que Sygne de Coûfontaine, por supuesto, queda en todo esto intacta. Al parecer, no es lo que ella

parece articular en el drama ¡pero no importa! Se escucha a través de ciertas pantallas… Cosa

curiosa, los oyentes que no deberían sentirse incomodados por esta pantalla (a saber, los oyentes

no religionados de entrada) parecen igualmente no querer escuchar nada de lo que se trata muy

precisamente…

Como sea, ya que no tenemos otras referencias a nuestro alcance (quiero decir, al alcance

de la mano aquí, desde lo alto de una tribuna), dejo sin embargo subrayada la pregunta de saber

si un acto sexual consumado en el odio es por eso menos acto sexual “de pleno alcance”, diría

yo.

Llevar la pregunta hasta ese nivel desembocaría en muchos rodeos, que no serían estériles

pero donde no puedo entrar hoy. Básteme con señalar, en la teoría reinante respecto al estadio

genital, otro rasgo que parece mal enlazado con aquellos de los que me sirvo, a saber, el carácter

si puede decirse, limitado, moderado, temperado de toda manera, que tomaría allí la afección del

duelo. El signo de la madurez genital, al consistir en que este objeto, realizado en el cónyuge

(porque en últimas se trata de una fórmula que tiende a adaptarse a unas costumbres tan

conformes como se las pueda anhelar…), sería normal y signo de la misma madurez que se

pueda hacer −en un tiempo que llamaremos decente− el duelo de este objeto.

8 Seminario La Transferencia, en su disparidad subjetiva, su pretendida situación, sus excursiones técnicas. Cfr. las cuatro lecciones de mayo de 1961.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Ahí hay algo, ante todo, que hace pensar que estaría en la norma de lo que se llama una

madurez afectiva, que sea el otro quien parta de primero… Esto recuerda la interesante historia

que, sin duda, sería la de algún psicoanalizado de quien Freud da cuenta en alguna parte, ese

señor que… ¡vienés, por supuesto! es una historia vienesa… que le dice a su mujer “cuando uno

de los dos haya muerto, iré a París”. Es curioso (aquí no hago más que comentarios por esta vía

burda de oposición contrastada) que no se haya evocado nunca, tampoco en la teoría, nada

concerniente (referente al sujeto maduro) concerniente al duelo que éste, él, llevará consigo; que

bien podría ser una característica que podría contemplarse seriamente ¡respecto al estatuto del

sujeto! ¡Es probable que eso le interese menos a la clientela!… de tal manera que, a ese respecto:

el mismo blanco.

Hay otros comentarios que este pequeño incidente9 me obliga a resumir, por el tiempo que

nos hizo perder.

Quisiera sencillamente decir que la insistencia que así mismo se hace recaer, la abundancia

de desarrollos que conciernen a lo que se llama la “situación”, o también la “relación analítica”,

¿no están ahí también para permitirnos eludir el asunto que concierne al lo que toca al acto

analítico?

Por supuesto, se dirá que el acto analítico es la interpretación. Pero como la interpretación

es, seguramente, de manera cada vez más creciente en el sentido de la decadencia, aquello en lo

cual parece más difícil articular algo en la teoría, por el momento no haremos más que tomar acta

[prendre acte] (valga la expresión) de esta deficiencia.

Señalaremos que −de una manera que no deja de acarrear, debo decirlo, cierta promesa−

tenemos no obstante en la teoría algo presente, que conjuga la función del analista (no digo la

“relación analítica”, lugar hacia donde acabo de dirigir mi índice muy exactamente, para decir

que, en esta ocasión, tiene una función de pantallaje), que la función analítica entonces se la

asemeja a algo que concierne al registro del acto.

Ya veremos que esto no deja de conllevar promesas por esta razón: que si el acto analítico

ha de precisarse en ese punto, por supuesto, para nosotros, lo más vivo y lo más interesante por

determinar (que es el punto de abajo a la izquierda del cuadrángulo en lo que respecta al nivel en

que se trata del inconsciente y del síntoma), el acto analítico tiene, diría yo de una manera

bastante conforme a la estructura de la represión, una especie de posición al lado. Un

9 Se refiere al incidente del cable quemado [S.]

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representante (si puedo expresarme así) de su representación deficiente se nos da con el nombre

precisamente de acting-out, que es lo que he de introducir hoy.

Todos los que aquí son analistas tienen por lo menos una vaga noción de que ese término,

su eje, su centro, lo da lo siguiente: que ciertos actos, al tener una estructura sobre la cual no

todos deben ponerse de acuerdo necesariamente, pero en torno a los cuales podemos no obstante

reconocerlos, pueden llegar a producirse en el análisis y en cierta relación de dependencia más o

menos grande, no respecto a la situación o la relación analítica sino a un momento preciso de la

intervención del analista; a algo entonces que debe tener alguna relación con lo que considero

como no definido en absoluto, a saber, el acto psicoanalítico.

Como en un campo tan difícil no tenemos por qué avanzar como los rinocerontes sobre la

porcelana, como vamos a avanzar despacio, tenemos con el acting out algo, algo sobre lo que

parece posible atraer la atención de todos los que tienen la experiencia del análisis, de una

manera que promete acuerdo. Se sabe que hay cosas que se llaman acting out y que eso tiene

relación con la intervención del analista.

Señalé en qué página de mis Escritos, en mi diálogo con Jean Hippolyte sobre la

Verneinung, donde puse de relieve un hermoso ejemplo, extraído del testimonio −en el que

podemos confiar, pues se trata de un testimonio verdaderamente inocente (¡sobre todo en este

caso!), el de Ernst Kris, en el artículo que escribió titulado Ego Psychology and Interpretation in

Psychoanalytic Therapy (Psychoanalytic Quaterly, volumen 20, número 1, enero de 1951).

Señalé a lo largo y a lo ancho en ese texto mío, fácil de encontrar (lo repito, hasta di la página,

uno de esos últimos seminarios y está en mi diálogo con Jean Hippolyte, el que viene después de

Función y campo de la palabra y del lenguaje, llamado también el discurso de Roma), allí

subrayé qué implica para Kris el hecho de haber intervenido (siguiendo un principio de método

que es el que promueve la ego psychology) en el campo de lo que él llama “la superficie”, y que

nosotros llamaremos, en lo que nos concierne, el campo de una apreciación de realidad.

En las intervenciones analíticas, esta apreciación de realidad desempeña un papel, en todos

los casos en los términos de referencia del analista, ¡desempeña un papel considerable!

No es una de las menores distorsiones de la teoría aquella que consiste, por ejemplo, en

decir que es posible interpretar lo que se llama manifestaciones de transferencia, haciendo que el

sujeto sienta lo impropio que contienen las repeticiones −que constituirían su esencia−, lo

desplazado, lo inadecuado respecto a ese −y que fue escrito e impreso tal cual− el campo, no de

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la situación analítica, el confinamiento en el consultorio del analista considerado como

constituyendo (así se lo escribió) ¡una realidad tan simple! El hecho de decir: “no ve usted hasta

qué punto está fuera de lugar que tal cosa se repita aquí, en este campo, donde nos encontramos

tres veces por semana” −como si el hecho de encontrarse tres veces por semana fuese una

realidad tan simple−, tiene algo, seguramente, que deja mucho que pensar de la definición que

hemos de darle a lo que concierne a la realidad en el análisis.

Como quiera que sea, es sin duda en una perspectiva análoga que el señor Kris se ubica,

cuando teniendo que vérselas con alguien que −a sus ojos, los suyos, los de Kris−, se marca

como acusándose de plagio, una vez que ha revisado el documento, que −a sus ojos, los suyos,

los de Kris− prueba manifiestamente que el sujeto no es realmente un plagiario, cree deber, como

intervención “de superficie”, articular que, en efecto, él, Kris, le garantiza que él no es un

plagiario; porque el volumen en donde él, el sujeto, creyó hallar prueba de eso, ¡Kris fue a

buscarlo y a encontrarlo! y que no vio nada especialmente original de lo que el sujeto, su

paciente, se haya aprovechado.

Les ruego remitirse a mi texto, así como al texto de Kris, e igualmente (si pueden llegar a

conseguirlo), al texto de Melitta Schmideberg,10 quien atendió al sujeto en un primer período o

etapa de análisis.

Verán allí lo que implica de tan exorbitante pasar por esa intermediación, para abordar un

caso en que, muy claramente, lo que es esencial no es que el sujeto sea realmente o no plagiario,

sino que todo su deseo consista en plagiar; por la simple razón de que a él le parece que no es

posible formular nada que tenga un valor si no lo ha tomado prestado de otro. Ese es el resorte

esencial. Puedo esquematizar de manera tan precisa porque ahí está su resorte.

Como sea, luego de esta intervención, Kris mismo nos comunica que, tras un breve lapso

de tiempo en silencio de un sujeto que, para Kris, acusa el golpe, enuncia sencillamente este

menudo hecho: que desde hace un buen tiempito, siempre que sale de donde Kris va a absorber

un buen platito de sesos frescos.

¿Qué es esto? No tengo que decirlo porque ya muy al comienzo de mi enseñanza subrayé

el hecho de que esto es un acting out. ¿Cómo? Cómo (lo cual no era enteramente articulable en

ese momento como ahora puedo hacerlo) sino así: que el objeto a minúscula, oral, está ahí en

10 Schmideberg Melitta, “Intellectuelle Hemmung und Ess-störung“, Zeitschrift f. psa. Päd., VIII, 3/4, 1934, págs. 109 a 116 (En inglés en el International Journal of Psychoanalysis, 1938, XIX, págs. 17 a 22).

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cierta forma presentificado, aportado en un plato (es el caso decirlo) por el paciente, en relación

[relation], en relación [rapport] con esta intervención. ¿Y luego qué?

¿Luego? Esto, por supuesto, sólo nos interesa, ahora −aún cuando por supuesto siempre

tenga interés, permanente para todos los analistas−, si nos permite avanzar un poco en la

estructura.

Entonces, a eso se lo llama acting out. ¿Qué vamos a hacer con ese término?

Ante todo –no nos detendremos, pienso, en esto–, es un defecto hacer uso de lo que se

llama el “franglés”. Para mí, el uso del “franglés”, debo decirlo −creo tener cierto gusto por la

lengua francesa−, no me incomoda en grado alguno. No veo, en verdad, por qué no adornaríamos

nuestro uso de la lengua con el empleo eventual de palabras que no hacen parte de ésta. ¡Eso no

me produce ni frío ni calor! Tanto más cuanto que no logro traducirlo de ninguna manera y

porque es un término en inglés de una extraordinaria pertinencia. Lo señalo de pasada, porque a

mis ojos es, en cierta forma, si puede decirse, una confirmación de algo, a saber, que si los

autores −y no voy a relatar la historia de los autores que lo introdujeron porque me urge el

tiempo−, si los autores se sirvieron de acting-out, del término acting-out en inglés, pues bien,

sabían perfectamente qué querían decir y les voy a dar la prueba. No sirviéndome de lo que

habría podido creer hallar en un excelente diccionario filológico fundamental (¡bueno! del que

dispongo en mi casa, en trece volúmenes), el New English Oxford Dictionary: no hay huella de

act out, pero me bastó con abrir el Webster’s (que es también un admirable instrumento, aun

cuando en un solo volumen y que se lo publica en América) para hallar en to act out la definición

siguiente que espero encontrar de nuevo… aquí está: to (pido excusas por mi… por mi inglés…

por mi articulación, mi spelling11, insuficiente en inglés), to represent, entre paréntesis: as a

play, story and so on, in action; entonces: “representar como un juego en la escena, una historia

en acción, as opposed, en oposición, to reading, a la lectura, como por ejemplo, as to act out a

scene one has read, entonces “como act out (no digo “representar” [jouer], porque es act out,

¿cierto? no es to play, ¿ah?), una escena que se ha leído”.

Hay entonces DOS tiempos: han leído algo… leen Racine, lo leen mal (¡por supuesto!

apuesto a que lo leen en voz alta de manera detestable), alguien que está ahí quiere mostrarles

qué es: lo representa [joue]. Eso es to act out.

11 Palabra incierta.

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Supongo que la gente que escogió ese término de la literatura inglesa para designar el

acting out sabía qué quería decir. En todo caso, eso va perfectamente, yo act out algo, porque eso

me fue leído, traducido, articulado, significado insuficientemente, o al lado.

Agregaré que si les sucede la aventura que puse en imágenes hace poco, a saber, que

alguien quiera darles una mejor presencia de Racine, no es un buen punto de partida, será

probablemente tan malo como su manera de leer. En todo caso, eso ya partirá en falso: ya hay

algo de al lado, hasta mitigado, en el acting out introducido por tal secuencia.

Ese es el comentario en torno al cual espero aproximarme a lo que solamente interrogo

hoy.

Para hablar de la lógica del fantasma es indispensable tener, por lo menos, alguna idea de

dónde se sitúa el acto psicoanalítico. Esto nos forzará a una breve vuelta atrás.

En efecto, puede subrayarse, no es necesario decirlo pero es mucho mejor si se lo dice, que

el acto psicoanalítico no es un acto sexual. Ni siquiera es posible hacerlos interferir en absoluto.

Es enteramente lo contrario.

Pero, decir lo contrario no quiere decir lo contradictorio, ¡puesto que hacemos lógica! Y,

para que se sienta, sólo tengo que ubicar el “tendido” analítico. ¡Para algo está ahí!

En el orden topológico hay algo de lo que me di cuenta, pero que constituye

verdaderamente un problema, y de lo que los mitos poco se ocupan. Y, sin embargo, la cama, es

algo que tiene que ver con el acto sexual.

La cama no es simplemente aquello de lo que nos habla Aristóteles para designar, lo

recuerdo, a ese respecto la diferencia de la fÚsij con la tecnh. ¡Y nos presenta una cama de

madera como si de un momento a otro pudiera empezar a echar brotes! Busqué bien en

Aristóteles: no hay ni huella de la cama considerada como… no sé, lo que yo llamaría, en el

lenguaje mío, y que no está lejos del de Aristóteles, el lugar del Otro. Tenía un cierto sentido del

tÒpoj, también éste, cuando se trataba del orden de la naturaleza. ¡Es bien curioso! Habiendo

hablado, en el libro H (si me acuerdo bien) de la Metafísica (pero no les aseguro)12, de esa cama,

de manera tan clara, nunca la considera como tÒpoj del acto sexual.

Se dice “hijo de un primer lecho”. Es algo que hay que tomar también al pie de la letra. Las

palabras no se dicen, no se conjugan al azar.

12 Aristóteles, Metafísica, efectivamente H 4... pero sobre todo Física II, 193a. (H. R.).

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En ciertas condiciones, el hecho de entrar en el área de la cama puede, tal vez, calificar un

acto como teniendo cierta relación con el acto sexual (cfr. las callejuelas de las Preciosas).

Entonces… la cama analítica significa algo: un área que no deja de tener cierta relación con el

acto sexual, que es una relación, propiamente hablando, de contrario, a saber, que no podría de

ninguna manera pasarse de esto. No obstante es una cama, y eso introduce lo sexual bajo la

forma de un campo vacío o de un “conjunto vacío”, como se dice en alguna parte…

Y, entonces, si se remiten a mi esquemita estructural, puesto que es ahí que hemos ubicado

ya al Otro sexual, es ahí también donde el acto analítico, en ningún caso, tiene nada que hacer.

Queda esto y esto: el A mayúscula y el a minúscula y su relación… quiero decir, el otro A

mayúscula del que… en últimas, bien me gustaría de cuando en cuando poder elidir las cosas

pesadas, pero bueno, para quienes son sordos, para los que nunca me han escuchado, se trata

justamente de ese campo del Otro, no porque duplique sino porque se desdobla de manera tal

que, justamente, está allí13, en su interior, asunto de un Otro, en cuanto campo del acto sexual, y

además porque este Otro, aquí, que bien parece no poder funcionar sin, y que es ese campo del

Otro de la alienación −ese campo del Otro que nos introduce el Otro del A tachado [A/ ], que es

también el campo del Otro donde la verdad para nosotros se presenta, pero de esta manera rota,

despedazada, fragmentaria, que la constituye propiamente hablando como intrusión en el saber.

Antes de atrevernos a siquiera plantear las preguntas que tienen que ver con ésta: ¿DÓNDE

ESTÁ EL PSICOANALISTA?, hemos de recordar de qué se trata en lo que concierne al estatuto

de lo que aquí designo como “segmento a minúscula”.

Creo que ya sintieron ustedes que es bastante claro que hay una relación entre ese a

minúscula que está aquí (2) y ese A mayúscula que está acá (1), que tienen la misma función

respecto a dos cosas diferentes.

El a minúscula, forma cerrada, forma dada al comienzo de la experiencia analítica, forma

como se presenta el sujeto, producción de su historia y hasta diremos más: desecho de esta

13 il y est, o también il y ait [tenga allí] [S.].

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historia, forma que es la que designo con el nombre del objeto a minúscula, que tiene la misma

relación con el A mayúscula del Otro sexual…

… que ese A de la verdad (del campo de intrusión de ese algo que cojea, que peca en el

sujeto con el nombre de síntoma), la misma relación que ese campo a minúscula, ¿con qué? Con

el conjunto.

Todo corte hecho en ese campo −lo cual no quiere decir que el analista que proceda allí

deba identificarse con ese campo del Otro, pues se tendría evidentemente una cierta tentación a

hacerlo (las burdas analogías entre el analista y el padre, por ejemplo), puesto que así mismo

bien podría ser ahí donde funcione esa medida destinada a determinar todas las relaciones del

conjunto, y particularmente, las del a minúscula con el campo del A mayúscula sexual−. No nos

apresuremos, les ruego, hacia fórmulas tan precipitadas ¡tanto más cuanto que son falsas! Esto no

impide que exista la más estrecha relación entre el campo del A mayúscula de la intervención

verídica y la manera como el sujeto viene a presentificar el a minúscula, aunque sólo sea (como

acaban de verlo en apariencia en el ejemplo tomado de Ernst Kris) a manera de protesta a un

corte anticipado. Sólo hay un problema y es que justamente sólo está ahí al alcance de la

intervención de Kris; tiene alcance en este campo, en la medida en que el análisis, digo, en el

análisis, es un campo desexualizado.

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Quiero decir que, en la economía subjetiva, es de la desexualización del campo propio del

acto sexual que depende la economía, las repercusiones entonces, que tendrán el uno sobre el

otro los demás sectores del campo.

Es por eso que esto bien vale (antes de que vaya más lejos, lo cual sólo tendrá lugar

después de las vacaciones de Pascua, y esto porque la próxima de nuestras sesiones, que será la

antepenúltima, la reservaré para alguien que me solicitó intervenir sobre lo que avancé por lo

menos desde el comienzo del mes de enero, respecto a esta topología, la que comprende tanto los

cuatro términos de la alienación como los de la repetición), bien vale en esas condiciones

detenerse en lo que concierne a ese campo, en tanto que, en el análisis, es ahí donde está

reservado el lugar del acto sexual.

Vuelvo sobre el fundamento de la satisfacción del acto sexual, en tanto que es también lo

que le da el estatuto a la SUBLIMACIÓN. Vuelvo allí para, este año, no tener que llevar más

lejos lo que introduzco sobre este punto.

¿Qué pasa con la satisfacción del acto sexual? Ésta resulta de algo que conocemos por la

experiencia analítica, es decir, que, no de un partenaire al otro sino de cualquiera de los

partenaires a la idea de la pareja como Uno, está esa falta −que podemos definir de manera

diferente: falta en ser, falta en el goce del Otro−, esa falta, esa no coincidencia del sujeto como

producto, en tanto él se adentra en ese campo del acto sexual. Pues él no es más que un producto,

en ese justo momento. No necesita ni ser ni pensar ni tener su regla de cálculo… Entra en ese

campo y cree ser igual al rol que ha de sostener allí. Esto, ya sea para el hombre o para la mujer.

En los dos casos, la falta fálica (ya se la llame castración, en un caso, o Penisneid, en el otro), es

ahí lo que simboliza la falta esencial.

De eso se trata. ¿Y por qué el pene resulta simbolizándolo? Precisamente por ser lo que,

bajo la forma de la detumescencia, materializa ese defecto, esa falta en goce, materializa la falta

que deriva, o más exactamente que parece derivar de la ley del placer.

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En efecto, es en la medida en que el placer tiene un límite donde el demasiado placer es un

displacer, que eso se detiene allí y que parece no faltar nada. Pues bien, es un error de cálculo,

exactamente el mismo que haríamos, y puedo hacer que entiendan eso como hago que pase la

bolita: les aseguro que si me entrego a un cierto número de pequeñas ecuaciones que tienen que

ver con ese a, ese 1+a, ese 1-a, que es igual a a2 y todo lo que resulta de ahí, les haré pasar, en un

momento, como si nada que ese 2+a que ven ahí en la forma de ese a minúscula que está ahí y de

éstos que valen cada uno: 1…

… se lo transformaría, por un error,14 por supuesto, en un 2a+1 ¡sin que siquiera hayan

visto fuego! Hoy no tengo tiempo para eso. Si quieren lo hago la próxima vez, cuando tendremos

un pequeño debate, será fácil de hacer ¡y hasta muy divertido! No hay nada más divertido que

esta bonita función que se llama número de oro.

El 1-a que está aquí, y del que es fácil demostrar que es igual a a2, es lo que tiene de

satisfactorio el acto sexual. A saber, que en el acto sexual uno no se da cuenta de lo que falta.

Es toda la diferencia que hay con la sublimación. No es que en la sublimación se lo sepa

todo el tiempo, sino que se lo obtiene como tal, al final; si acaso es que hay un fin de la

sublimación.

Es lo que voy a intentar materializar para ustedes con el uso de lo que concierne a esta

relación llamada media y extrema razón.

¿En la sublimación qué sucede? Lejos de que la falta que está aquí bajo la función de a2

respecto a ese a minúscula que acaba de ser ubicado aquí sobre el 1, de la manera como ven más

arriba… Lo importante de esta relación, ya lo dije la última vez, es la posibilidad de proceder por

reducción sucesiva, que se produce así: proyectan aquí el a2 y obtienen, respecto a lo que queda,

a saber este a, otra sustracción del a, es decir, a-a2, que resulta, es fácil de demostrar (así como a

al cuadrado era igual a 1-a) igual a a3, que se ubica aquí.

14 ¿Alude al probable error de la lección anterior?

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Esto es lo que obtienen tomando siempre el resto, y no por supuesto lo que reprodujeron

del a2; si proyectan así el a3, obtienen aquí un sector que tiene el valor de a4; luego, lo proyectan

y obtienen aquí a5. Tienen entonces todas las potencias pares de un lado, todas las potencias

impares del otro.

Es fácil ver que irán, si puedo decirlo, al encuentro la una de la otra, hasta totalizarse en 1,

pero que el punto donde se producirá el corte entre las potencias impares y las potencias pares es

fácil de calcular: ese punto es muy precisamente un punto que se puede determinar por el hecho

de que es igual al a2 que se producía aquí primero.

Basta con que manipulen un poco esas proporciones sobre una hoja blanca para que

puedan comprobarlo ustedes mismos.

¿Qué da esto en tanto estructura de la función sublimatoria?

Primero, que al contrario del puro y simple acto sexual, es de la falta que parte y es con

ayuda de esa falta que construye lo que es su obra y que es siempre la reproducción de esa falta.

Como quiera que sea, no importa cómo se la tome −y la obra de sublimación no es

necesariamente la obra de arte, pueden ser muchas cosas además incluyendo lo que estoy

tratando de hacer aquí con ustedes, que nada tiene que ver con la obra de arte−, esta reproducción

de la falta que llega hasta a precisar el punto en donde su corte último equivale estrictamente a la

falta de punto de partida a2, es aquello de lo que se trata en toda obra de sublimación culminada.

Por supuesto, esto implica dentro del acto, una repetición: sólo retrabajando la falta de

manera infinitamente repetida, se alcanza el límite que le da a la obra entera su medida.

Por supuesto, para que esto funcione, bien conviene que la medida sea justa al comienzo.

Pues noten algo, con la medida a minúscula, que le hemos dado como siendo una medida

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especialmente armónica, obtienen la fórmula siguiente: 1+a+a2 (etcétera, hasta el infinito, en

cuanto a las potencias invocadas), es igual a 1/1-a.

Esto no es solamente cierto para a de la justa medida, de aquella del número de oro, por

cuanto esta nos sirve de imagen, para la medida del sujeto respecto al sexo en un caso ideal. Esto

funciona para cualquier x, de no importa qué valor, con la única condición de que este x esté

comprendido entre cero y uno. Es decir, que implica también, respecto al 1, cierto defecto o

cierta falta.

Pero, por supuesto, la manipulación no será tan fácil respecto a la función repetitiva de la

sublimación. Justamente, de lo que se trata es de lo que concierne, en el punto de partida, a ese a:

el a no sólo tiene que ver, en el sujeto, con la función sexual; hasta le es anterior, y está

vinculado pura y simplemente con la repetición en sí misma. La relación de a con $, en tanto que

el $ hace esfuerzos por estar justamente situado respecto a la satisfacción sexual, es lo que se

llama, propiamente hablando, el fantasma, y es aquello con lo cual este año deseamos tener que

vérnosla. Pero antes de ver cómo accedemos allí, a saber, al acto analítico, era necesario que yo

articulara para ustedes, de una manera que ciertamente puede parecer alejada de los hechos −no

lo está, ya lo verán, a tal punto que pueden creerlo cuando se hacen chistes sobre la presencia o

no en su bolsillo de la regla de cálculo. Verán, al contrario, que es al introducir esas novedades

en el orden estructural, que muchas confusiones, colapsos,15 embrollos de la teoría, pueden

airearse de una manera que tiene su sanción en el orden eficaz.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo

ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

15 Collapses, en vez de collapsus, colapso. Puede ser collapse, en inglés, o col-lapses, cuello-lapsos [T.]

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Lección 15

15 de marzo de 1967

Deseo dar todo el tiempo, por lo común reservado a nuestro encuentro, al doctor Green,

que ven ustedes a mi derecha. Empiezo entonces un poco más temprano para decirles muy

rápido las pocas palabras de introducción en las que había pensado en esta ocasión, sin saber

además de antemano, que él tenía, como acaba de decírmelo, muchas cosas para decirnos, a

saber, que muy probablemente ocupará la hora y media. Eso es...

¡Bueno! En virtud de las tramas secretas y como siempre muy seguras de mi superyó,

como hoy, en ultimas, implícitamente, me di vacaciones, encontré la manera de tener que

hablar anoche a las cinco, a las cinco de la tarde, a la joven generación psiquiátrica en Saint-

Anne. Esto significa, ¡por Dios! a la generación de los candidatos analistas.

¡No! ¿Y yo qué tenía que hacer allá? En verdad, poca cosa, dado que quienes me habían

precedido, y particularmente de entre mis alumnos y los mejor formados para enseñarles lo

que puede destinarse a iluminarlos sobre mi enseñanza, por ejemplo la señora Aulagnier, Piera

(¿qué no fundaríamos sobre esta piera?...), Serge Leclaire, hasta Charles Melman, para

nombrarlos con letras alfabéticas, y hasta otros... ¡si!

Pues bien, aparte de la parte de distracción que me lleva a veces a decir sí cuando se me

pregunta algo, tenía sin embargo razones para estar allí. A saber, que todo eso ocurría en el

marco de una enseñanza que es la de mi viejo amigo, de mi viejo camarada, Henry Ey. Eso

es...

La generación nuestra, puesto que es la misma, la de Henry Ey y la mía, habrá cumplido

pues cierto rol. Ese viejo camarada, en particular, habrá sido aquel que, para mí, se lleva las

palmas en lo que concierne a una función que no es otra que la que yo llamaría del civilizador.

Ustedes no se dan cuenta bien de lo que era la sala de guardia de Saint-Anne, cuando

llegamos allí ambos, con otros también que tenían casi la misma vocación, pero bueno, ¡que

se quedaron a medio camino!

El subdesarrollo, si puedo decirlo, en cuanto a las disposiciones lógicas, puesto que aquí

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se trata de lógica, era en verdad, a ese nivel, hacia 1925, ¡eh! no data de ayer... algo

extraordinario. Pues bien, desde ese tiempo, Henry Ey introdujo su gran máquina, el organo-

dinamismo... Es una doctrina... es una doctrina falsa, pero incontestablemente civilizadora. A

este respecto, cumplió su papel. Se puede decir que, en el campo de los hospitales

psiquiátricos, no hay una sola mente que no haya sido tocada por los asuntos que esta doctrina

pone en primer plano y esos asuntos son asuntos de la mayor importancia.

Que la doctrina sea falsa es casi secundario, desde el punto de vista de este efecto.

Primero, porque eso no puede ser de otra manera. Eso no puede ser de otra manera porque es

una doctrina médica. Es necesario, es esencial para el estatuto médico, que esté dominado por

una doctrina. Siempre se ha visto esto. El día en que ya no haya doctrina, tampoco habrá

medicina. Por otra parte, es no menos necesario, la experiencia lo prueba, que esta doctrina

sea falsa; si no, no podría prestar apoyo al estatuto médico.

Cuando las ciencias -de las que se rodea ahora la medicina y se ayuda, se deja... se abre a

ellas desde todas partes- se hayan reunido en el centro, pues bien, ya no habrá medicina; tal

vez aún haya psicoanálisis, que en ese momento constituirá la medicina. Lo cual resultará

bastante fastidioso, porque ese será un obstáculo definitivo para que el psicoanálisis llegue a

ser una ciencia. Es por eso que no lo deseo.

Pues bien, ayer tarde me vi llevado ante ese auditorio así elegido, a hablar de la operación

de alienación, sobre la que, para la mayoría, dado que uno no se desplaza tan fácilmente de

Saint-Anne hasta la École Normale (It is a long way...), creí deber precisar para ellos (para

ellos que constituyen en ultimas la zona de llamamiento a las responsabilidades

psicoanalíticas, en otros términos, a quienes formarán a los psicoanalistas) creí deber

precisarles, porque ese era en verdad el lugar, precisarles cómo se plantea, si puede decirse, lo

que se llama esa elección inaugural que es, lo saben ustedes, una falsa elección puesto que es

una elección forzada.

¿Qué nombres le convienen a esa elección en esta zona, central, de la de los futuros

responsables? Entonces, así como para despertarles los oídos, les puse encima los nombres

que convienen, los nombres apropiados; me veo en efecto forzado a aludir a ello porque es

raro que los encuentros, aún limitados, como esos, queden en secreto, sobre todo cuando se

trata de una sala de guardia, y tal vez les retornarán a sus oídos algunos ecos de esos nombres

en forma de burlas. No se trata, evidentemente, de nombres necesariamente amables. Pero,

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

entre el yo no pienso y el yo no soy, tampoco es (en lo que concierne a una zona más vasta...

planteados como siendo los constituyentes fundamentales de esta alienación primera),

tampoco es muy amable para el conjunto de esta zona que destaco en el campo humano, bajo

la forma del campo del sujeto: o él no piensa, o él no es. Además eso cambia si lo ponen en

tercera persona. En efecto se trata de yo no pienso o yo no soy. Entonces, esto tempera mucho

el valor de los términos que utilicé ayer tarde, sobre todo si se piensa que en virtud de la

operación de alienación, hay uno de esos términos que siempre es excluido.

Luego, mostré que el que queda toma otro valor, en cierta forma positivo, al proponerse,

hasta al imponerse como término de escala1; que justamente se propone a la crítica de

aquellos a los que invocaba, en ese momento que yo invocaba, considerar que la posición

propia del candidato, es la crítica. Era muy urgente. Porque si la situación antigua era la de

subdesarrollados de la lógica, la situación actual en esta generación, por una especie de

paradoja y por un efecto que es justamente el del análisis... La incidencia, casus, del mejor,2

optimus, puede ser en bastantes casos pessimus, la más mala. Los otros eran subdesarrollados

de la lógica, pero estos tienen una tendencia a ser sus monjes. Quiero decir, que de la misma

manera como los monjes se retiran del mundo, ellos se retiran también de la lógica; ¡para

pensar esperan que su análisis haya terminado!

Los incité enérgicamente a abandonar ese punto de vista. Además no soy el único y

resulta que hay otros, que hay uno a mi lado, por ejemplo, que es de los que, en este orden,

intentan despertar cuando aún es tiempo (quiero decir, no necesariamente al final del

psicoanálisis didáctico, sino también en curso y tal vez eso tenga mayor valor) la vigilancia

crítica de quienes, dado el caso, él puede tener que adoctrinar.

No obstante debo decir que es a título de psicoanalista, de representante de ese campo,

problemático, que es donde aún se juega por el momento todo el porvenir del psicoanálisis,

que el señor Green recibe de mi, hoy, la palabra, y ello en razón del hecho ¡por Dios!

definitivamente importante, de que él mismo se propuso, quiero decir, que de ninguna manera

es por ser uno de mis alumnos sino de mis seguidores, que él va a decirles hoy las reflexiones

que le inspiran los últimos términos que aporté sobre la lógica del fantasma. Le doy ahora la

palabra, exactamente durante el tiempo que quiera, reservándome el extraer provecho tanto

1 Palabra incierta. 2 “la incidencia, casus, del mejor optimismo, tal vez…” [Sizaret].

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para su uso como para el mío, de lo que habrá dicho hoy.

¡Es suya la palabra, Green!

Dr. Green - Luego de un seminario que me hizo reflexionar mucho y que me hizo decirle

cuánto lamentaba que los seminarios cerrados se hubieran suprimido, Lacan me volvió a dar la

oportunidad de dirigirme a ustedes hoy, cosa que le agradezco.

No obstante, es necesario que las cosas queden bien claras desde el comienzo, las

elecciones legislativas ya terminaron, y no es a una confrontación como las que pudieron

escuchar “en los medios” a lo que me dedicaré hoy. Voy a intentar sobre todo, después de la

lectura de los seminarios que Lacan me transmitió la semana pasada, de ubicar un cierto

número de puntos sobre los cuales me entregaré a un examen de la teoría lacaniana respecto a

la teoría freudiana y a los problemas que eso plantea.

En uno de sus seminarios, Lacan dijo: "Lo que nos interesa no es el pensamiento de

Freud, es el objeto que descubrió". En efecto, esta toma de posición es muy importante;

previene contra una pseudoortodoxia freudiana, y sin embargo, hay problemas que se plantean

cuando se comparan el espíritu y la letra, y no será aquí donde les enseñe que Lacan prefiere

la letra al espíritu. Pero precisamente se trata de constituir la letra de Freud y de intentar su

formalización. Ya el año pasado, durante un seminario sobre el asunto del objeto a, hablé,

diría yo, ante el seminario reducido; hoy habló ante el gran seminario y creo que eso no deja

de plantearme un problema particular porque ante la asistencia, seleccionada por el mismo

Lacan, del seminario reducido, yo sabía por lo menos a quién le hablaba, mientras que hoy

debo decirles que no sé a quién le hablo y que eso me plantea problemas, puesto que yo le

hablo sobre todo a los analistas.

Voy a ubicar los problemas que trataré ante ustedes y que se podrán agrupar en cinco

capítulos:

- hablaré primero del ello y de su verdad gramatical en sus relaciones con lo inconsciente;

- abordaré luego el asunto de la repetición en su relación con la diacronía;

- abordaré luego la pulsión respecto al lenguaje;

- seguiré con el examen de lo que llamaré las clases pulsionales, a saber, lo que concierne

a las pulsiones llamadas de meta inhibida respecto a las pulsiones de meta no inhibida, por

cuanto podrían decirnos algo sobre las relaciones entre el gran Otro y el a;

- y por último, concluiré con algunos comentarios sobre la unidad subjetiva, es decir, la

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relación del Uno unificante con el Uno contante, en las relaciones de la estructura y el sujeto.

Durante el seminario del primero de febrero de 1967, Lacan decía: "no es fácil pensar el

Es". Fue sobre todo en el seminario del 11 de enero que Lacan dio las más acabadas

formulaciones sobre el Es: "¿Qué es ese Es? Eso acaba de desaparecer, un poco más e iba a

ser", algo que apunta al Ser, dice Lacan. En los Escritos, pág. 517, Lacan precisa que se trata

de un lugar de ser. Esta posición se enlaza con la proposición que Lacan mismo calificó como

presocrática, wo Es war, soll Ich werden. Lacan dio varias traducciones de esta. En La Cosa

freudiana, "allí donde estuvo ello, allí he de sobrevenir". Luego, en La instancia de la letra,

"allí donde estuvo ello, tengo que advenir". Y por último, una omisión que yo le señalo en su

índice que él mismo firma, pág. 864, no se señala la última definición. Como es la última, me

parece importante darla: "allí donde estaba, allí, como sujeto debo advenir".

Relación entonces, respecto al ello, del pensamiento con el Ser, "que tampoco es un Ser,

sino un deser" (seminario del 11 de enero del 67). Por último, el punto, la definición, puede

decirse, que es pivotal, para emplear una palabra muy utilizada estos últimos años: "el ello es

propiamente hablando lo que, en el discurso, en tanto estructura lógica, es muy exactamente

todo lo que no es yo, es decir todo el resto de la estructura. Y cuando digo "estructura lógica",

entiendan: gramatical", seminario del 11 de enero. Aquí se encuentra centrado el problema

que tenemos que cernir en lo que concierne al asunto del ello. El inconsciente está

estructurado como un lenguaje, el ello entonces, respecto a lo inconsciente, es todo lo que no

es yo, todo el resto de la estructura lógica como gramatical que es la esencia del ello

(seminario del 11 de enero). A este respecto, asistimos en parte, si no una refutación, por lo

menos a una instalación de las posiciones anteriores de Lacan respecto al ello. Ello habla es

un cortocircuito de la relación ello-inconsciente, pero con la condición, precisa Lacan, de que

se perciba bien que no se trata de ningún ser. He ahí pues la posición lacaniana sobre el ello.

Ahora voy a dirigirme hacia Freud para considerar tres textos mayores. Creo que nos

hallamos aquí ante problemas muy difíciles y que implican ciertamente una reflexión

suplementaria para examinar la compatibilidad o la incompatibilidad de la teoría lacaniana

con la posición freudiana, con su letra, en todo caso.

En El Yo y el Ello, Freud da la definición del ello. Para hacerlo, primero propondrá un

razonamiento que es el siguiente: dirá que hay representaciones verbales auditivas y

representaciones visuales, siendo auditivas las representaciones verbales, no auditivas

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evidentemente las representaciones visuales, y dirá que el paso de esas representaciones

inconscientes a lo consciente pasará obligatoriamente por el estadio del preconsciente.

Mientras que existirá otra categoría de fenómenos que en cambio no pasarán jamás por el

estado preconsciente y que pasarán directamente del estado inconsciente al estado consciente:

esos son los afectos. ¿Por qué es importante recordar esto? Justamente para precisar que lo

inconsciente comprenderá dos sectores por lo menos: el de la representación y el de los

afectos; y que las representaciones serán el soporte de la combinatoria representaciones-de-

palabras o representaciones-de-cosas, mientras que el afecto, en cambio, no puede entrar en

ninguna combinatoria. Sin embargo, si mantenemos la posición que yo defendí aquí sobre el

afecto en tanto que es un significante, vemos que ahí chocamos con problemas de estructura

en lo que concierne a los afectos. ¿Qué pasa entonces respecto al lenguaje? Respecto al

lenguaje en el discurso del analizado, tenemos elementos que entrarán en juego y que no serán

los de la combinatoria, que serán los de la puntuación del discurso, de sus pausas, de sus

cortes, de la prosodia, de la acentuación; y ciertamente no es lo mismo para un analista decir

dos cosas que son prácticamente las mismas, cuando relata una sesión: me dice entonces, con

voz ahogada: "¡pero entonces sería a mi padre muerto a quien le hablaba en el sueño!"; y lo

mismo en el obsesivo: "¿pero entonces, sería a mi padre muerto, a quien le hablaba en el

sueño?"

En 1932, durante la Conferencia 31, Freud da la definición más extensiva del ello y que

es la que ciertamente aporta mayor claridad y es, creo, sobre todo en lo que concierne a esta

definición o a esta descripción que se planteará el problema del asunto de la verdad gramatical

del ello: "Es la parte oscura, inaccesible, de nuestra personalidad [...] Nos aproximamos al ello

con comparaciones, lo llamamos una caldera llena de excitaciones borboteantes. Imaginamos

que en su extremo está abierto hacia lo somático, ahí acoge dentro de sí las necesidades

pulsionales que en él hallan su expresión psíquica, pero no podemos decir en qué substratum.

Desde las pulsiones se llena con energía, pero no tiene ninguna organización, no concentra

una voluntad común, sólo el afán de procurar satisfacción a las necesidades pulsionales con

observancia del principio de placer. Las leyes lógicas del pensamiento, sobre todo el principio

de contradicción, no rigen para los procesos del ello."3 Allí Freud retomará exactamente en

3 Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, 31ª conferencia: La descomposición de la personalidad psíquica.

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los mismos términos que escribió el proceso primario y lo inconsciente, es decir las diferentes

características que ustedes conocen, la coexistencia de contrarios, la ausencia de negación, la

inexistencia de referencias temporo-espaciales, y Freud insiste enormemente en esta

intemporalidad. Termina más o menos con esto: "El factor económico o, si ustedes quieren,

cuantitativo, e íntimamente enlazado con el principio de placer, gobierna todos estos procesos.

Investiduras pulsionales que piden descarga: creemos que eso es todo en el ello." Freud insiste

también en el hecho de que esas características de descarga ignoran completamente la calidad

de lo que se inviste, lo que en el yo llamaríamos una idea. Pues bien lo remito a esas páginas,

pero asimismo quería recordar que, respecto a esta conferencia 31, Freud dice "Entonces, ya

no usaremos más «inconsciente» en el sentido sistemático y daremos un nombre mejor, libre

de malentendidos, a lo que hasta ahora designábamos así. Apuntalándonos en el uso

idiomático de Nietzsche, y siguiendo una incitación de Groddeck, en lo sucesivo lo

llamaremos «el ello»."

He ahí cuál es la posición freudiana. Lo único que puede decirse es que, pocos años antes

de su muerte, cuando Freud escriba el Esquema, retomará esas mismas formulaciones en lo

que yo llamaría una dirección aún más radicalizada. Freud mismo da precisiones sobre lo que

contiene el ello. Dice: lo heredado, "lo que se trae con el nacimiento, lo establecido

constitucionalmente; en especial, entonces, las pulsiones que provienen de la organización

somática, que aquí [en el ello] encuentran una primera expresión psíquica, cuyas formas son

desconocidas para nosotros"4. ¿Cuál es entonces el sentido de esta operación operada por

Freud? En la medida en que encontramos aquí términos enteramente idénticos a los que Freud

emplea para el proceso primario y para lo inconsciente, puede decirse que el ello comprende

tres polaridades: la que yo llamaré "constituyente de lo simbólico": la condensación y el

desplazamiento; una polaridad que llamaré (a falta de algo mejor) "categorial", es decir, la

definición del ello respecto al concepto de negación, respecto al tiempo o al espacio; por

último una tercera polaridad que yo llamaré "energética"; sobre esta no necesito explicarme,

es decir, la tendencia a la descarga esencialmente y el proceso cuantitativo.

Lo que no se ha subrayado suficientemente es la solidaridad, yo diría la consustancialidad

casi, de ese reordenamiento de la segunda tópica con la introducción de la pulsión de muerte.

4 Esquema del psicoanálisis, (1940 [1938]), vol. XXIII, Amorrortu, Bs. As., 2004. Cfr. Parte I, La psique y sus operaciones. El aparato psíquico.

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De hecho, si queremos hablar de la simbolización, estamos obligados a hablar de la estructura

y es el punto central que desarrollaré a lo largo de esta intervención, por cuanto la estructura

nace de una acción ligada al antagonismo de Eros y de la pulsión de muerte. La verdad

gramatical, la concatenación, la sutura, es el resultado de un trabajo que incluye el contra-

trabajo de la pulsión de muerte. Sutura, cadena significante, el uno contante se identifica con

el cero por cuanto es indispensable en el proceso. Pero, y es sobre todo sobre esto que quisiera

poder atraer su atención, el cero puede disolver la operación, impedirle producirse y todo

puede quedar en ese cero sin dar un paso más. Ciertamente, no regresaré por chiste a la

metáfora del caldero y voy a asociar al respecto, voy a asociar proponiéndoles otras dos

circunstancias donde se trata del caldero en Freud.

La primera será la de El Chiste.5 "A -así lo dice Freud- ha tomado prestado de B un

caldero de cobre, y cuando lo devuelve, B se le queja porque el caldero muestra un gran

agujero que lo torna inservible. He aquí su defensa: «En primer lugar, yo no pedí prestado a B

ningún caldero; en segundo lugar, el caldero ya estaba agujereado cuando lo tomé de B; en

tercer lugar, yo devolví intacto el caldero». Pienso que este relato de la defensa de A es lo más

adecuado para hacernos pensar, en efecto, sobre el asunto de la lógica, la lógica de lo

inconsciente y justamente sobre la sublógica que defiende Lacan. ¿Acaso este ejemplo no vale

las green ideas? No tanto las ideas de Green, sino las "verdes ideas", o las ideas verdes...

Segundo ejemplo, Macbeth. Freud, en Análisis terminable e interminable,6 hablará de la

"bruja metapsicología" sin la cual no es posible dar un paso más cuando se busca comprender.

Interroguemos justamente a esas brujas de Macbeth, tal como Freud lo analiza en su artículo

sobre las excepciones.7 Las brujas están inclinadas sobre el caldero y hacen una predicción, es

decir que se trata exactamente de la situación de Edipo al revés: aquí no es Edipo, no es

Macbeth quien responde a un enigma, es una respuesta que le es dada en tanto respuesta falaz,

ya veremos cómo. Porque ellas dicen: for none of woman born shall harm Macbeth,8 "pues

nadie que haya nacido de una mujer dañará a Macbeth", ya saben ustedes que es en ese

momento que Macbeth se basará. Si nos damos cuenta, ese discurso de bruja lo hallamos

precisamente formado por dos categorías o por dos estilos diferentes, un primer estilo de

5 El chiste y su relación con lo inconsciente [1905], vol. VIII, Amorrortu, Bs. As. 6 [1937], vol. XXIII. 7 “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico” [1914-16], vol. XIV, Amorrortu.

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enigma y de predicción, uno segundo que es un estilo puramente de encantamiento. El primer

estilo me parece como el del lugar de la verdad gramatical, el segundo me parecerá algo que

yo llamaría precisamente como un estilo propio del ello. El uno sin el otro no es.

Último ejemplo. Veamos a Freud ante El Moisés de Miguel Angel.9 Aquí también dos

partes: un enigma, un afecto. Un afecto que es que Freud se siente mirado por la estatua de

Moisés, no puede separarle su mirada. Penetra en la iglesia de San Pedro, "como uno de esos

judiítos que formaban la tribu de Israel, como esa chusma -dice Freud- a quienes fulminan los

ojos de Moisés [pág. 1877, Biblioteca Nueva, tomó 2]. El judío mira al judío, y la dilucidación

será justamente la dilucidación de la combinatoria, es decir de la significación del dedo, del

índice en la barba. Pero también ahí, insisto, Freud no habría podido hacer el análisis si no se

hubiera sentido concernido ante todo por el afecto, por la evidencia del afecto, pudiera yo

decir, o más exactamente, el apremio del afecto. ¿Qué soy yo? pregunta Freud. Exactamente

como... él recibe una respuesta como Moisés recibió una: "Soy lo que soy".

No defiendo el afecto contra la combinatoria. Defiendo simplemente el estatuto

significante del afecto, del que la combinatoria no me parece poder dar cuenta. Aquí

tendremos otra perspectiva, la de la intemporalidad, y el concepto de repetición.

Antes de pasar a la repetición les leeré un breve diálogo de mi autoría:

"-¿Qué es eso [ca]?

- Eso es nada. Es todo.

- ¿Dónde es que está?

- Allí donde estaba.

- ¿Y eso cómo?

- Eso

- ¿Qué quiere decir eso?

- Eso desea.

- ¿Y eso cómo?

- Eso se repite

- ¿Repite?

- Repite

8 Shakespeare, Machbeth, IV, I, 80. 9 El Moisés de Miguel Angel [1914], vol. XIV.

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- ¿Hasta cuándo?

- Hasta eso."

Veamos entonces qué pasa con el asunto de la repetición. La repetición es entonces una

cualificación esencial de la pulsión. "Es el principio director de un campo en tanto que es

propiamente subjetivo", dice Lacan10 y plantea enseguida aquí la relación del Uno contable y

del Uno unificante. El Uno de la recurrencia "sólo se instaura de la repetición", "lo cual

sucede cuando, por efecto del repitente lo que había de repetirse se convierte en lo repetido".

¿Cuál es la relación de la repetición con el gran Otro? La alienación como significante del

Otro, "en tanto hace del Otro un campo marcado por la misma finitud que el sujeto mismo", es

el algoritmo bien conocido por ustedes, S(A/ ).

Lacan constata que el Dios de los filósofos no está presente en la teoría analítica como

teoría del sujeto sometido a las leyes del lenguaje, en el lugar del Otro como lugar de la

palabra. Esta alteridad radical presente en Freud, hemos de buscarla por supuesto en la

castración, que es justamente el signo de la finitud. Pero según Freud los fantasmas originarios

son innatos, están, como dice Lacan, en posición de significantes-clave, seducción, castración,

escena primaria, organizadores del deseo humano.

Pero aquí, tengo que puntuar otro dato que me parece desatendido en el conjunto del

movimiento psicoanalítico francés, no importa de qué borde se trate. Se trata de un nombre

horrible: la filogénesis. Pienso que la filogénesis, la pulsión de muerte, y la segunda tópica son

datos absolutamente inseparables para comprender todo lo que concierne a la teoría freudiana

después de 1920. Esta filogénesis no tiene una función seriológica11 puesto que ordena el

deseo, pero de hecho, tiene por función dar cuenta de lo que podría llamarse el hiato entre la

experiencia individual y las causas y las consecuencias, a saber, que para cierto número de

experiencias, el mínimo de hechos, de causas, conlleva el máximo de efectos.

Es por eso que justamente una concepción llamada genética del desarrollo no puede

responder en ningún caso, por ser cuantitativa, ¿qué será eso? Será, como decía la paciente

que hace poco dejé, hablando de su curiosidad sexual infantil, de los juegos en que ella ponía

un cojín sobre su vientre para parecer embarazada: "es bastante poca cosa". Es bastante poca

cosa en efecto si no hubiera ahí significantes-clave para darle todo el peso organizador en la

10 Lección del 15 de febrero de 1967. 11 Palabra incierta; ¿“semiológica”?

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estructura.

Pero esto no resuelve el problema de lo que tenemos que pensar sobre la filogénesis. Esto

querría decir entonces, según Freud, que existe algo diferente en el tiempo del sujeto que no es

el tiempo del individuo. La repetición como esencia del funcionamiento pulsional, es la

retoma a nivel del sujeto de un tiempo que yo llamaría impersonal, el que pertenece al genitor.

Todo sucedería entonces como si en el momento sincrónico, volviéramos a encontrar, ahí, la

misma división que para el sujeto, a saber, que Freud introduce en el tiempo del sujeto otro

tiempo que no es el mismo. Yo lo llamo, empalmándolo con el vocabulario lacaniano, "el

tiempo del Otro".

Para que haya Edipo, como dice mi amigo Rosolato, se requieren tres generaciones de

hombres, porque el Edipo es la doble diferencia, diferencia de los genitores entre sí, diferencia

de los genitores y de los engendrados. Por eso es a la vez estructura e historia.

[...] marcan las cosas desde la pulsión de muerte sobre la filogénesis, ya lo veremos en la

relación repetición-memoria. Aquí, en la teoría freudiana, hay que introducir un cambio, no

soy yo quien lo hace, es Freud. Ese cambio será precisamente el que distinguió según las tres

instancias, tres categorías de fenómenos que serán diferentes para cada una de las tres

instancias. Esto es lo que dirá: "lo que la pulsión es al ello, la percepción lo será para el yo"12.

Pero con esto hemos llegado al punto donde nos preguntamos si algo no funciona de manera

equivalente para el superyó, en "correspondencia". En efecto, aquí encontramos, y esto lo

describe Freud de una manera en extremo específica y de una manera que, en mi opinión, ha

sido descuidada: la llama "la función del ideal". "¿De qué se trata en la función del ideal? Se

trata esencialmente de la función del padre muerto, que se constituye en torno al tótem. El

ritual funerario restablece los lazos con el desaparecido, lazos que la muerte ha abolido y que

la memoria venera. La muerte es la condición necesaria para que los signos procedan

eficazmente por su prioridad". Económicamente, la operación tiene efectos comparables con

lo que Freud confiere al funcionamiento del pensamiento, que tiene la ventaja, respecto al

investimento sensorial, o libidinal, de un ahorro considerable [incidente breve: eco en la

sonorización]. "Así la fragilidad de los lazos que unen al sujeto con el desaparecido a través

de la memoria y el sostenimiento de su conversación a través del ritual le exigen también una

12 “Para el yo, la percepción cumple el papel que en el ello corresponde a la pulsión”, traducción de José Etcheverry en Amorrortu. Cfr. El yo y el ello [1923], vol. XIX, pág 27.

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elevación considerable del nivel de investimento a fin de combatir la perpetua amenaza de su

disolución".

En otras palabras, es el asunto de las pequeñas cantidades de energía que caracterizan el

funcionamiento del pensamiento, como Lacan lo recordó, pero esas pequeñas cantidades de

energía son insostenibles si el nivel general de investimento del sistema no es globalmente

falseado. El tótem cesa de ser cosa, no se basta con ser testigo, es ausencia consagrada por el

proceso subtendido, por el poder de la ilusión, es decir, del deseo. El engrandecimiento del

desaparecido -Überschätzung, "engrandecimiento" es un término freudiano- colma toda la

escena, véase al padre de Hamlet o al padre de Orestes, pero, por eso mismo, he ahí al padre

muerto vinculado por su lugar, por la alianza que se sella entre la prolongación infinita de su

presencia y la protección, la benevolencia o, mejor, la neutralidad benevolente que él debe

acordar.

Esta función del ideal como formadora del campo de la ilusión es pues lo que podría

referirse justamente al gran Otro lacaniano, por supuesto, por la muerte, la muerte del padre y

la castración de la madre; lo que se repite en la pulsión, es a la vez la compulsión de la pulsión

de vida y la compulsión de la pulsión de muerte. Lacan especifica13 esa relación del lenguaje

con la muerte en uno de sus seminarios: "el lenguaje, dice, no domina ese fundamento del

sexo por cuanto tal vez está más profundamente vinculado con la esencia de la muerte que lo

que concierne a la realidad sexual".

En conclusión de este capítulo, la repetición sí es entonces fundadora de la distinción

entre el Uno unificante y el Uno contable. Pondré este Uno unificante a cuenta de esta

experiencia individual, y el Uno contante que se identifica con el cero del sujeto con esta traza

de la función del ideal que rodea cada operación, pero el cero es de doble empleo. Es el cero

de la estructura del sujeto, es el cero al cual el sujeto corre el riesgo de ser efectivamente

reducido, es decir, el del silencio que ya no lleva a ninguna operación. Los contadores de

cohetes cuentan hacia atrás: 5,4,3,2,1,0, se fue ¡se acabó!

[Incidente: música de órgano]

Cuando Freud puede articular la pulsión, no puede sino pasar por la estructura gramatical.

[Cfr. el] seminario del 18 de enero del 67 donde Lacan se refiere a las pulsiones y su destino, y

al ejemplo de Ein Kind wird geschlagen, que culmina en la reflexión: "solamente en un

13 Lección del 18 de febrero.

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mundo de lenguaje puede tomar su función dominante el "yo quiero ver" dejando abierto el

asunto de saber de dónde y porque soy mirado. Solamente en un mundo de lenguaje, adquiere

su valor pivote un niño es golpeado. Solamente en un mundo de lenguaje el sujeto de la

acción hace surgir la pregunta que lo soporta: ¿por qué actúa él?".

El primer comentario es que cuando se ve uno tentado a ligar la función al lenguaje,

siempre termina uno llevado a reservarla para trabajos anteriores a la pulsión de muerte, 1915-

1919 para los textos en cuestión aquí.

El mundo de lenguaje está ligado a la combinatoria de las representaciones. Pero en

Pulsiones y destinos de pulsión [1915], Freud jamás menciona el Vorstellungrepräsentanz,

únicamente aparece con La represión [1915]. Todas Las pulsiones y su destino reposan en el

análisis de las pulsiones parciales, escoptofilia y sadomasoquismo. Los destinos de las

pulsiones son cuatro: vuelta contra si, transformación en su contrario, represión, sublimación

(capítulo que Freud jamás pudo escribir)...

[Incidente: cuerno de caza...]

... que deja de lado el asunto de los representantes. Si hacen ese pequeño ejercicio

divertido que consiste, como Lacan lo hizo varias veces ante ustedes, en tomar una cinta de

papel, en dirigirla hacia fuera, en devolverla contra ustedes, en transformar en su contrario, es

decir lo de arriba abajo obtienen la banda de Moebius de la que él les ha hablado tan a

menudo. La doble vuelta es pues la condición de la estructura, la estructura es la precondición

de la combinatoria de los representantes. El asunto es entonces saber qué se pone

conjuntamente en circuito.

Preguntémonos ahora sobre lo que pasa del lado del lenguaje. Me referiré aquí a la

Lingüística general de Charles Bally14 para leer aquí las siguientes proposiciones en el párrafo

214: "El pensamiento no comunicado, dice él, es sintético, es decir, global y no articulado. La

síntesis es el conjunto de los hechos lingüísticos forzados en el discurso a la linealidad y en la

memoria a la monoescenia". Entonces retengan bien ese hecho: que linealidad y monoescenia

van juntas. Una forma es tanto más analítica cuanto que satisface las exigencias de la

linealidad y de la monoscénie. Bally dice: "esperamos mostrar que en realidad la distaxia - es

decir, la no linealidad- es el estado habitual, y que es el correlativo de la poliescenia y que por

ende, la discordancia entre significado y significante es la regla".

14 Bally Charles, Linguistique générale et linguistique française, Berne, Francke, Verlag, París, Leroux, 1903.

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Desafortunadamente creo que la lectura de Bally muestra que no está a la altura para

sostener su proyecto. No obstante, subrayemos de esto la relación entre linealidad y cadena

significante y no linealidad, condensación.

Si regresamos hacia corrientes más recientes, ¿cómo adherir a una concepción generativa

de la gramática, cuando esta pretende querer eliminar la ambigüedad o el malentendido

rechazando lo que, en nombre de la anomalía semántica, recae sobre los hechos y las

situaciones que, para nosotros, son en cambio el piso más firme sobre el cual reposa no el

análisis, sino el psicoanálisis? El objetivo de esta lingüística es la absoluta transparencia del

discurso, es decir, de la estructura del sujeto.

Cuando Freud da la definición de la pulsión en 1915, la demanda de trabajo se le impone

a lo psíquico como efecto de su lazo con lo corporal; podemos entonces aislar aquí tres

términos: "corporal", "psíquico", "trabajo psíquico", o sea "fuente", "objeto", "meta".

Posteriormente, en Malestar en la cultura, Freud dará otra proposición infinitamente más

importante, tal vez no más importante sino a tener en cuenta, es decir, que en el trayecto de la

fuente a la meta, la pulsión llega a ser operante psíquicamente; se lo quiera o no, asistimos ahí

a la sutura fuente-objeto que parte del cuerpo y que vuelve al cuerpo por la satisfacción:

Befriedigung. En este intervalo se constituye psíquicamente la pulsión por la operación de

sutura.

Lo que alguien llamó en un artículo reciente "la hipóstasis biológica", como incoherencia

del pensamiento freudiano, a falta de la imposibilidad del autor de sobrepasar el prejuicio del

médico, es para mí, para nosotros, una necesidad. No basta con denunciarla, aquí Freud vuelve

incesantemente al Esquema, para perjuicio de los que quisieran deshacerse de ese molesto

testigo. Leo "pero a su vez, si se considera la biología como el modelo de científicidad

inaccesible para una teoría analítica esencialmente provisoria, Freud culmina en una pura

especulación. Baste [esto] para indicar que esta biología es un mito, una ideología, la

escatología del psicoanálisis". Freud decía: "Eso no impide existir", siguiendo a Charcot. El

filósofo no gusta de su cuerpo, ha dedicado su amor a la sabiduría y si lo maltrata, se requiere

que sea por una buena causa. De lo que hay que dar cuenta en cambio, es del encarnizamiento

de una tendencia filosófica en excluir ese biológico. Otra vez asistimos a una forclusión, a un

rechazo del Otro, ¿y porque no se trataría aquí de una forclusión cuyas consecuencias serían

por lo menos igualmente desastrosas?

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

¡Cuánto lamento que este autor no haya compartido mi experiencia cuando hace quince

años, siendo interno en un hospital psiquiátrico de la periferia, tenía que hacer frente a

hebefreno-catatónicos en los tiempos en que las drogas milagro no existían! Recuerdo a un

joven cuya vida había sido normal hasta llegar a la edad de 17 años, que, donde estaba, en el

hospital psiquiátrico, era obligado a permanecer enteramente desnudo sobre una plancha, a

comer con sus dedos, mascullando algunas palabras ininteligibles, porque destruía todo lo que

llegaba a sus manos y porque había regresado a una condición que evoca para nosotros

muchas cosas.

Pero en todo caso, cuando Freud habla de la psicosis, del muro de la biología, sabe de qué

habla, lo sabe tanto mejor cuanto que, pienso, este autor no habrá de contradecirme si le digo

que la exégesis de los textos es buena, pero que la práctica confrontada con las exigencias de

los textos tiene ciertamente una virtud esclarecedora. Era lo que decía Lacan, sobre ese retiro

monástica.

Pienso que si, como Lacan nos lo recuerda, no hemos contribuido en nada al progreso de

lo biológico en tanto analistas, estamos sin embargo obligados a pensar en ello; y tal vez que

de eso no podemos decir nada pero que tenemos que articular las relaciones del cuerpo con el

pensamiento a través de los efectos del lenguaje. Ese lenguaje que Freud llama "el progreso en

la intelectualidad", ese progreso en la intelectualidad se ha instaurado al precio de una ilusión

y hay que recordarlo. Cita de Moisés y la religión monoteísta: "Suponemos que la

omnipotencia del pensamiento fue una expresión del orgullo de la humanidad en el desarrollo

del lenguaje cuyo resultado es un extraordinario progreso en las actividades intelectuales".15

¿Cómo lo biológico se nos recuerda? ¿Por el mito de origen? No solamente, pero en todas

las etapas, y sobre todo en la esencial, la del fin de la latencia, que instituye un corte en el

sujeto, ruptura de la fase de latencia, renovación y aparición de la adolescencia. Basta con

haber visto una sola vez la transformación somática sexual de un muchacho o de una niña en

esta edad para darse cuenta que si "se ponen como un tomate", no es únicamente porque

tengan pensamientos que los perturban sino que esos pensamientos están encarnados en un

cuerpo, en una estructura entonces, una estructura del cuerpo que está fuertemente

estructurado y una estructura del pensamiento; entre ambos: el ello. ¿De qué cuerpo se trata?

15 Moisés y la religión monoteísta, parte dos: el progreso de la espiritualidad, vol. 23 (1937-39), Amorrortu.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

¿Acaso se trata de cuerpo repensado16 por el significante? Sin duda, pero no completamente.

No cuerpo sometido a la estructura del significante. ¿Se trata del cuerpo de la biología? Sí, sin

duda, pero no completamente, no cuerpo sometido a la estructura de la organización vital.

¿Entonces? ¿Medio carne, medio pescado? Aquí haré uso de una analogía que Lacan

mismo utilizó, que tenía que ver con el entre-dos muertes, a lo cual yo podría llamar "el entre-

dos-cuerpos". No está totalmente en el uno, tampoco está totalmente en el otro, está

atravesado por el significante en su circuito pero en tanto que su circuito ha de constituirse y

su constitución está incesantemente amenazada. Sutura, concatenación, metonimia, linealidad,

son las cadenas donde el sujeto se agarra, pero son también aquellas que rompe

periódicamente si da el paso de sentido [le pas de sens, el no sentido]; también está

constantemente amenazado por el sinsentido.

Concluyamos. Hay que unir la fuerza y el sentido. No oponerlos, y mostrar su

consustancialidad, están unidos en la ley, fuerza ha de quedarle a la ley; una ley que no se

apoya en ningún ejecutivo no es una ley; están unidos en el poder, el padre tiene el poder real

de castrar y todo padre es infanticida. Basta con volver a leer El problema económico del

masoquismo para comprender la compenetración de la fuerza y del sentido que es al mismo

tiempo la compenetración de la naturaleza y de la cultura.

Esto es lo que hace necesario el concepto de trabajo, es la condición de la transformación

en sentido y del retorno del sentido como sentido fuerte. "Trabajo", la palabra está en Freud:

"trabajo del sueño", "trabajo de duelo", "trabajo de la cura". Y quien dice trabajo dice valor, el

valor del que habla Saussure. Él señala que el valor no está presente en todo el campo de las

ciencias, solamente algunas ciencias tienen ese privilegio, la economía, la lingüística;

agreguemos el psicoanálisis. Si se trata de aplicar la definición de Saussure, todos los valores

están constituidos:

- 1º por una cosa desemejante, que puede ser intercambiada por esa cuyo valor es

indeterminado;

- 2º por cosas similares que se pueden comparar con aquéllas cuyo valor está en cuestión.

Si tienen tiempo para reflexionar en esas definiciones, verán que conciernen muy

directamente al objeto a , y a la relación con el A.

16 repoussé [rechazado, repelido] [Dorgeuille].

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

¿Qué es el trabajo? Es eso...17 ¿No entienden nada? No importa, ¡yo tampoco entendí

nada! Fue una enferma que va en su séptimo año de análisis quien quiso mostrármelo porque

era su trabajo, quiso mostrármelo y en el sentido marxista se diría que está alienada como ella

misma lo dice - resulta que se trata de una caldera ¡otro caldero!-, siempre me dijo: "qué triste,

nunca volveré a ver esta caldera, no hago más que dibujarla, jamás sabré cómo era realmente".

Pero en la medida en que se trata de una alienación psicoanalítica, yo diría que ella no sabe

que lo que me muestra es su cuerpo, que es su sexo lo que me muestra en tanto ella no tiene ni

hombre ni hijo ni pene y que es una de las enfermas; si digo que va en su séptimo año, es

porque en ella estaba esta forclusión del cuerpo que la volvía casi estúpida y que se

manifestaba en ella con una inhibición para el trabajo, que hay que relacionar, como siempre

nos enseñó Freud, como resultado de la inhibición, con la masturbación infantil.

Ya ha pasado mucho el tiempo, llego a mi quinto capítulo, el de las clases funcionales en

su relación con A y con a. Es el punto más peligroso de mi exposición, y temo que Lacan no

adherirá a este. Lo soportaré, pero me pregunto si podrá seguirme hasta aquí... en el acuerdo.

Por "clases pulsionales" distingo con Freud, las pulsiones parciales por una parte, y las

pulsiones de meta inhibida. No cuestiono el estatuto de la pulsión parcial que fue

perfectamente articulado y con el cual estoy enteramente de acuerdo. Quisiera sobre todo

abordar el problema de la pulsión llamada "de meta inhibida", sólo podría hacerlo a la carrera,

y los remito al texto publicado en L'inconscient,18 en donde le dedico un parágrafo.

Me gustaría mostrar que las pulsiones de meta inhibida, lejos de ser un simple destino de

pulsión como otro, son de hecho una clase pulsional que ha de oponerse desde el comienzo a

las pulsiones de meta no inhibida. Podría darles una demostración muy precisa. Les diré

simplemente que de 1912 a 1932, Freud les otorgaba un lugar. ¿Cuál es la definición de las

pulsiones llamadas de meta inhibida en 1932? "Además tenemos razones para distinguir

pulsiones cuya meta está inhibida, movimientos pulsionales provenientes de fuentes bien

conocidas por nosotros, que tienen una meta no ambigua, pero que sufren una detención en su

camino hacia la satisfacción, de suerte que resultan de ahí investimentos de objeto duraderos,

y una inclinación permanente; tales son por ejemplo las relaciones de ternura que nacen sin

duda de las fuentes de las necesidades sexuales e invariablemente renuncian a su

17 El Doctor Green despliega una gran hoja de papel en donde se encuentra un esquema. 18 Green André: "Le narcissisme primaire, structure ou état" en L'Inconscient, 1967, números 1 y 2.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

satisfacción".19

Si intentamos articular las cosas con esas dos categorías pulsionales ¿qué podemos decir?

Podemos recordar otra cita de Freud según la cual, cuando el niño pierde el seno llega a ser

capaz de ver en su conjunto a la persona a quien pertenece el órgano que le aporta la

satisfacción , y, dice Freud, "en ese momento, la pulsión se vuelve autoerótica",20 es decir que

ahí tenemos, en lo que concierne al objeto a, al objeto parcial, esa pérdida como definitiva y

es en ese momento en que se produce esa pérdida que el niño es capaz de ver a la madre

entera. En suma, o el seno, o la madre, nunca ambos al tiempo.

Quisiera mostrar que en lo que concierne a la madre, al igual que el objeto perdido, está

en la fuente del reencuentro a partir de las pulsiones parciales, y a partir del intercambio que

podrá hacerse entre los objetos, la permutación de los objetos y de las metas, posibilidad del

reemplazo del seno por algo diferente, otra parte, un pañuelo, cualquier cosa; en el otro sector

tenemos que vérnoslas con, en el momento de la separación de la madre y del niño, es

precisamente con la puesta en juego en ese momento ahí de la pulsión de meta inhibida que

permite, diría yo, que el sujeto se doble sobre sí mismo. Pero esta operación es subtendida ella

misma por lo que intenté articular en el objeto a, el concepto de alucinación negativa de la

madre. En últimas con lo que corresponde al reencuentro o a la búsqueda del reencuentro en el

cuerpo del sujeto, del seno perdido, tendríamos, en la esfera del gran Otro, la alucinación

negativa de la madre. Es raro encontrar esta alucinación en el material clínico, aquí nos

hallamos en presencia del hiato clínico-teórico que es absolutamente irreductible. Habría

querido desarrollar esto de manera más precisa.

En últimas lo que se interioriza en el momento de la pérdida del objeto-seno es justamente

el seno como perdido, una pérdida interiorizada, y lo interiorizado en el momento en que

aparece la posibilidad de ver a la madre enteramente, es lo que precedía míticamente ese

momento, el encuadre silencioso de la actividad de placer ligada a la pulsión en tanto no se

trataba de ese placer mismo, es decir el encuadre silencioso de la madre como estructura del

sujeto que ha venido a crear el molde identificatorio de la identificación primaria teniendo por

soporte la alucinación negativa de la madre.

Esto es importante porque Freud opone la relación con la madre como siendo una relación

19 Cfr. la 32ª conferencia “Angustia y vida pulsional” de las Nuevas conferencia de Introducción al psicoanálisis (1933 [1932]), vol. XXII. 20 Cfr. Tres ensayos de teoría sexual [1905], vol VII.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

con los sentidos, a la relación con el padre como siendo una relación con el sentido:

sensorialidad, significación. Todo sucede como si la etapa dialéctica, la alucinación negativa

de la madre, fuera lo constitutivo de lo simbólico en tanto esta etapa se intercala entre los

sentidos y el sentido y en tanto que constituye el molde identificatorio del sujeto.

Si vinculamos con esto la operación de inversión que preside la formación de la banda de

Möbius como estructura del sujeto, vemos que es lo mismo hablar de alucinación negativa de

la madre y del efecto de esa doble inversión, algo que corresponde tal vez en el pensamiento

de Lacan a lo que él llama el doble bucle. Pero este encierro del sujeto, esta sutura, sólo es

posible mientras la pulsión de meta inhibida ha operado, es decir que la corriente de

investimento, en vez de ir a buscar su objeto fuera de él, se vuelve contra el sujeto, por vuelta

contra sí y la transformación en su contrario, de actividad en pasividad; el sujeto se torna

pasivo y siempre lo estará a partir de ese momento. Es entonces en la unión de esas dos

categorías pulsionales que tendremos la relación del gran Otro con el a, siendo el a el soporte

de las pulsiones parciales y el gran Otro el resultado de las pulsiones de meta inhibida.

Es importante porque oponemos dos categorías, la categoría de la pérdida, la categoría de

la falta; la categoría de la pérdida en tanto que es relativa al objeto a, la categoría de la falta en

tanto que es relativa al gran Otro en tanto que ese gran Otro siempre es empezado [entamé] de

esa manera, y por lo tanto siempre está tachado.

Pero también ahí, lo que yo pensaba que Lacan objetaría tal vez, es que nos encontramos

ante una situación que despertó sus más vigorosas críticas: la famosa "pulsión genital". ¿Por

qué? Lo que me veo llevado a defender concerniente al gran Otro tal vez no es la pulsión

genital, pero en la medida en que el resultado de la operación es el autoerotismo, la formación

de investimentos durables y permanentes, hay un vínculo entre el auto erotismo y la ternura,

no por nada Freud da como esencia del autoerotismo labios que se besan a sí mismos y

manifestaciones que conocemos bien, el niño que enrosca sus mechones, que se acaricia el

lóbulo de la oreja, y la relación de esos fenómenos con la ternura es muy importante.

Esto me invita a postular entonces, si no la defensa de la famosa pulsión genital, por lo

menos una vocación genital del objeto desde el comienzo. Esta vocación genital del objeto

será una corriente de investimento que responderá a la corriente de investimento de meta

llamada inhibida y que quedará ahí adormecida hasta la pubertad. Quedará ahí, el campo

quedará libre para las pulsiones parciales y tendremos dos corrientes: corriente tierna y

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

corriente sensual; siendo la corriente sensual el soporte de la combinatoria del sujeto con la

posibilidad de una permutación de metas y de objetos, cuando lo que especifica la pulsión de

meta inhibida es que no cambia su objeto, no necesita perderlo, basta con que se ampute de él.

Amputarse de él y perderlo son dos cosas diferentes, por eso se originan aquí dos categorías:

la de la falta, la de la pérdida, en tanto desembocan en resultados diferentes y que, en el

momento de la adolescencia, invierten sus relaciones, es decir que las pulsiones parciales que

ocupaban la delantera de la escena son llevadas a una posición introductoria del placer. Allí

evidentemente, la experiencia de cada cual dice mucho, mientras que el término final es en ese

momento el campo vinculado con la pulsión genital, que evidentemente ya no inhibe en ese

momento su meta, la descubre literalmente como si se tratara de la primera vez.

Esto es lo que intenté articular sobre la relación del gran Otro y del a. Esto exigiría

informaciones mayores. Concluiré entonces en el problema de la unidad subjetiva en tanto

tiene que ver con el asunto del narcisismo primario. Lacan criticó la posición de los autores

contemporáneos sobre la fusión, comparto esta crítica, y pienso que la distinción que él aporta

entre el Uno unificante y el Uno contante es esencial, el cierre del circuito nos lo muestra,

como soporte de una cadena donde se podrá contar en todos los sentidos del término.

El cero del niño del narcisismo primario está relacionado con el Uno de la madre. Ese

Uno de la madre está marcado por cuanto está amputado del a que el niño es para ella, el niño

es al mismo tiempo cero y a para la madre por cuanto ha caído de ella por un efecto de corte,

que lleva un bonito nombre en ginecología: el alumbramiento [la délivrance: la liberación, la

expedición, la entrega]. La madre, tanto como el niño, ya no sabe que este es el a de su deseo

de un hijo de su padre; entonces la metáfora paterna sí es originaria; el paso al acto

importante, el del corte del sujeto que pasa de cero a Uno. A partir del momento en que en el

encuentro materno se cierra el circuito con la doble inversión, esa doble inversión culmina con

el cierre de ese circuito en la inversión de las polaridades pulsionales de la madre y del niño y

en un fenómeno que yo llamo "él entrecruce primario", que es el correlato de esa doble

inversión, de ese cruce de las polaridades pulsionales entre la madre y el niño. Lo que se

instaura de esta manera es la diferencia originaria del sujeto, diferencia entre el genitor y el

engendrado, "quien cuenta soy yo" dice el niño, el resultado es un Uno unificante, como yerro

por supuesto porque el objeto está perdido, pero si el objeto está perdido, quedará el deseo y el

deseo se vuelve objeto, se hace objeto.

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Aquí me interesó leer en Benveniste la relación del ser con el tener,21 donde Benveniste

muestra que, de hecho, no hay dos auxiliares, solamente hay uno que es el verbo ser, siendo

tener: ser de alguien. Esto me evocó esa lectura de Freud, tener y ser en el niño, el niño como

reemplazando una relación de objeto por una identificación. Yo soy el objeto. Tener es el más

tardío de los dos luego de la pérdida del objeto, él recae en el ser.22 Ejemplo: el seno se ha ido

de mí, yo soy el seno, solamente más tarde lo tengo, es decir, no lo soy.

¿Qué es el Uno unificante? Propondré una definición cuyos términos serán tomados del

vocabulario lacaniano; diré que el Uno unificante en la medida en que es el del narcisismo

primario del sujeto, en la medida en que se constituye como la unidad del Uno unificante, es el

borramiento de la huella del Otro en el deseo de lo Uno, el deseo de lo Uno tomado

evidentemente en su sentido más amplio. Sabemos que se trata de un proceso destinado al

fracaso, a la alienación psicótica. ¿Pero qué pasa con el rapport, con la relación de la

estructura con el sujeto? Yo diría que el sujeto como estructura está constantemente atrapado

entre el cero y el Uno, el Uno como unificante, como yerro, el cero como Uno contable, pero

también que ese cero debe tener el doble estatuto, es decir, que puede ser o el paso del cero al

Uno, producción de la cadena, necesidad del cero para la combinatoria, o el cero como

desubjetivación radical. Hablaba de ese esquizofrénico: yo diría que ese muchacho no tenía

nada que aprender en el plano del masoquismo primario de las heroínas del Señor de Sade,

esta desubjetivación radical que hace que el cero en cuestión remita al sujeto al cero del

cuerpo o al cero de la muerte.

La concepción del sujeto como estructura sólo es compatible con una perspectiva

conflictual, que es tomar el cero al pie de la letra, que Freud llamó antagonismo de Eros y de

la pulsión de muerte. Si todo el ruido de la vida proviene de Eros, la pulsión de muerte tiene la

última palabra.

Para complacer a todos, terminaré con una cita japonesa de Tchi Nuan, muerto en 1740.

"Antes de estudiar el zen por 30 años, las montañas me parecían montañas y las aguas

aguas. Cuando hube alcanzado un más profundo saber, llegaba a no ver ya las montañas como

montañas ni las aguas como aguas, pero ahora que penetré la verdadera sustancia, encontré la

manera, porque es justo que vea las montañas de nuevo como montañas y las aguas de nuevo

21 Benveniste Émile, "Être et avoir dans leurs fonctions linguistiques" [Ser y tener en sus funciones lingüísticas], 1960, retomado en Problèmes de linguistique générale, Gallimard, 1966. 22 Otra posibilidad: “Tener es el más tardío de los dos; luego de la pérdida del objeto, él recae en el ser.” [T.].

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como aguas".

Dr. Lacan — Le agradezco infinitamente a Green por la contribución que nos aportó hoy.

No necesito, creo, a los oídos advertidos, subrayar todo lo que pudo satisfacerme

profundamente en su exposición. Si aportó numerosas preguntas en diversos planos, respecto

a mi acuerdo o mi distancia con Freud o relativa a la dilucidación, el cuestionamiento, de tal o

cual punto (de lo que aquí es work in progress, de algo que se construye y se desarrolla ante

ustedes y en honor de ustedes), le debo un agradecimiento adicional. Porque, gracias a la etapa

que constituye su intervención, se plantea el nivel de esas preguntas que debe permitirnos en

lo que sigue, no solamente responderle, lo cual seguramente haré, siempre designando el

punto donde me enlazo, sino también proseguir la edificación, diría yo, tomando la

localización de ese nivel que aporta el estudio verdaderamente tan profundo, tan sustancial,

que él produjo hoy ante ustedes, en referencia (puedo decirlo y creo que él se sentirá

homenajeado), en referencia a mi discurso.

No puedo más que agregar mis elogios a la paciencia que imprimió durante esta corta

prueba, a la que todos nosotros hemos sido sometidos y de la que en cierta forma debo

excusarme con él, puesto que seguramente no era a su persona a quien se le apuntaba en este

caso.

Entonces, les doy cita para la próxima reunión el miércoles... 4 más 7, eso da: 11 de abril.

No habrá seminario el 4 de abril, como algunos pudieron suponerlo.

En la sala -¡12! ¡12!

Dr. Lacan -¡12! 12 de abril.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L.,

Eduardo ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Lección 16 12 de abril de 1967

Non licet omnibus adire?... puesto que nadie termina: Corinthium.1 La primera palabra la

pronuncié a la latina, para sugerirles esta traducción que... “¡no es el autobús para ir a Corinto”!

El adagio que nos fue transmitido en latín de una fórmula griega significa más, yo creo, que el

comentario de que ¡en Corinto las prostitutas eran caras! Eran caras, porque los iniciaban a algo.

Diría entonces que no basta con pagar lo que vale; era esto lo que quería decir la fórmula griega.

No le está dado a todos, tampoco, el... (comillas): “llegar a ser psicoanalista”.

Pasa lo mismo, desde hace siglos, en lo que concierne a ser geómetra: Que sólo entre aquí...

ya saben lo que sigue: quien sea geómetra. Esta exigencia está inscrita en el frontón de la escuela

filosófica más célebre de la Antigüedad e indica bien de qué se trata: la introducción a un cierto

modo de pensamiento, que podemos precisar con un paso más, a saber, que se trata de

categorías.

Categorías quiere decir (como ustedes lo saben), en griego, el equivalente de la palabra

“predicamentos” en latín2: lo que es lo más radicalmente predicable para definir un campo.

Esto es lo que acarrea consigo un registro especificado de demostración. Por eso, luego de la

exigencia platónica se escuchó manifestarse reiteradamente la pretensión de demostrar more

geometrico; esto da fe de hasta qué punto dicho modo de demostración representaba un ideal.

Se sabe –se quisiera que ustedes supieran, se lo señalo tanto como puedo, es decir, en los

límites del campo que me está reservado a mí– que la metamatemática llega ahora, en el abanico

de las refacciones categoriales que han escandido históricamente las conquistas de lo geométrico,

que esta metamatemática, digo, llega a radicalizar más aún el estatuto de lo demostrable.

Como lo saben, cada vez más, la geometría se aleja de las intuiciones que la fundan (espacial,

por ejemplo) para dedicarse a no ser ya sino una forma especificable, y además diversamente

escalonada, de demostración. Hasta el punto en que al final, la metamatemática ya no se ocupa

sino del orden de este escalonamiento, con la esperanza de llegar, para la demostración, a sus

más radicales exigencias.

1 Transposición por Horacio (Epítetos, I, 17, 36 de la fórmula griega, que se encuentra por ejemplo en Strabon, Geografía, 8, 6, 20: ου pantÕj andrÕj ™j KÒrinqÒn ™sq' Ò ploàj. 2 Griego: Κατηγορ…α, plural: -αι; latin: praedicamentum, plural: -a.

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Supongamos una ciencia que sólo pueda comenzar –en las refacciones así evocadas de un

cierto campo– por su punto terminal. Inútil que tal ciencia intente una agrimensura, donde se

ordenaría una primera familiaridad con lo mensurable, hasta la transmisión de las fórmulas más

burdas de convocación, que emergen singularmente bajo la forma de secretos de cálculo; quiero

decir: inútil para tal ciencia, por lo menos engañoso y vano, detenerse en la etapa babilónica de

la geometría. Y esto porque todo patrón de medida, hallado al comienzo, acarrea consigo la

mancha de un espejismo imposible de disipar.

Esto es lo que señalamos primero en nuestra enseñanza, al denunciar (sin nombrarlo aún con

su término, tal como lo hemos precisado, como lo “imaginario”) los engaños del narcisismo,

cuando establecimos la función del estadio del espejo. Encontrar tal obstáculo constituyó la

suerte de muchas ciencias, en efecto. Y ahí se sitúa el privilegio de la geometría.

Por supuesto, aquí se nos ofrece, casi de entrada la pureza de la noción de magnitud. Que no

sea lo que un vano pueblo piensa no tiene porque retenernos aquí. Para la ciencia que

suponemos, la tabladura es muy diferente: no se trata únicamente de que el patrón de medida

resulte inoperante allí, sino que la concepción misma de la unidad cojea allí, mientras no se haya

realizado el tipo de igualdad donde se instituye su elemento, es decir, la heterogeneidad que allí

se oculta.

Que se recuerde la ecuación del valor,3 en los primeros pasos de El Capital (de Marx, para

los que lo ignoren... ¡nunca se sabe, tal vez haya distraídos!). En su escrito, patente en esta

ecuación, es la proporción que resulta de los precios de dos mercancías: tanto de tanto igual tanto

de tanto, relación inversa del precio respecto a la cantidad obtenida de mercancía. Pero, no se

trata de lo patente, sino de lo que ésta oculta, de lo que la ecuación retiene en sí, que es la

diferencia de naturaleza de los valores así conjugados y la necesidad de esta diferencia. En

efecto lo que funda el precio no puede ser la proporción, el grado de urgencia, por ejemplo, de

dos valores de uso, ni tampoco la de, ¡y con razón!, dos valores de cambio. En la ecuación de los

valores, una interviene como valor de uso y la otra como valor de cambio. Se sabe que una

trampa similar se ve reproducida cuando se trata del valor del trabajo.

Lo importante es que se demuestre, en esta obra “crítica” (como ella misma se intitula) que

constituye El Capital, que al desconocer esas trampas, toda demostración resulta estéril o se

desvía. La contribución del marxismo a la ciencia (no fui yo ciertamente quien hizo ese trabajo),

3 Marx Karl, El Capital, Libro I, La mercancía, 1ª sección, capítulo 1.

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consiste en revelar eso latente como necesario en el comienzo, quiero decir, en el comienzo

mismo de la economía política.

Pasa lo mismo para el psicoanálisis, y esta especie de latente es lo que yo llamo (así lo llamo

yo), es lo que yo llamo la ESTRUCTURA. Ya he tenido mis reservas en cuanto a todo esfuerzo

por ahogar esta noción –que hay que ceñir en los comienzos necesarios en un cierto campo que

sólo puede definirse como el campo crítico– por ahogar esto en algo que identifico mal bajo el

difuso nombre de “estructuralismo”.

¡No hay que creer que eso latente falta en la geometría, por supuesto! Pero la historia prueba

que es en su final, ahora, que uno puede contentarse con darse cuenta de eso, porque los

prejuicios que recaen en la noción de magnitud, que provienen de su manipulación de lo real no

perjudicaron por azar su progreso lógico. Por supuesto solamente ahora se lo puede saber, al

constatar que la geometría que se hizo ya no requiere de la medida, de la métrica ni tampoco del

espacio llamado real.

No pasa lo mismo, les dije, con otras ciencias y la pregunta “¿por qué estarían las que no

podrían arrancar sin haber elaborado esos hechos?” –digo esos hechos, que se pueden denominar

últimos, como siendo de estructura– tal vez podemos desde ahora plantear esta pregunta como

pertinente, si sabemos hacerla homóloga a esos hechos.

A decir verdad, estamos dispuestos a ello, puesto que esta estructura la hemos consignado

tanto como practicado, por encontrarla en nuestra experiencia psicoanalítica, y porque nuestros

comentarios –si los introducimos desde ciertas perspectivas, por lo demás triviales (paso así por

caminos ya recorridos), sobre el orden de las ciencias– nuestros comentarios no dejan de apuntar

a resultados tales que se requiera, en fin, que este orden, digo el orden de las ciencias, se le

acomode.

Yo enseñaba, desde que enseño (no desde que escribo, desde que enseño), que la estructura

es que el sujeto sea un hecho de lenguaje; sea un hecho DEL lenguaje.

El sujeto así designado es aquello a lo que generalmente se le atribuye la función de la

palabra.

Se distingue por introducir un modo de ser que es su energía propia (quiero decir, en el

sentido aristotélico del término energía). Ese modo es el acto en que se calla. Tacere no es silere

y sin embargo se recubren en una frontera oscura.4

4 "y sin embargo, ese recurso a una frontera oscura, escribir como se lo ha hecho..." [Dorgeuille].

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Escribir, como se lo ha hecho, que es vano buscar en mis Escritos cualquier alusión al

silencio, es una estupidez. Cuando inscribí la fórmula de la pulsión, arriba a la derecha del grafo,

como S tachado rombo de D (la demanda), es cuando la demanda se calla, que la pulsión

comienza.

Pero si no hablé del silencio es porque justamente sileo no es taceo. El acto de callarse no

libera al sujeto del lenguaje. Aún cuando la esencia del sujeto, en ese acto, culmine –si él actúa5

la sombra de su libertad– ese callarse lleva el peso de un enigma, que hizo pesada, por tanto

tiempo, la presencia del mundo animal. Ya no nos queda huella salvo en la fobia, pero

recordemos que, durante mucho tiempo, allí se pudieron alojar dioses.

El “silencio eterno” de lo que sea (de todo lo que ustedes saben...)6 no nos espanta más que a

medias por razón de la apariencia que da la ciencia a la conciencia común, al plantearse como un

saber que se rehúsa a depender del lenguaje; sin que por ello esta pretendida conciencia se vea

afectada por esta correlación: que, al mismo tiempo, se rehúsa a depender del sujeto.

Lo que sucede, en verdad, no es que la ciencia haga caso omiso del sujeto, es que lo vacía del

lenguaje (quiero decir, lo expulsa), que se crea sus fórmulas de un lenguaje vaciado del sujeto.

Parte de una prohibición sobre el efecto de sujeto del lenguaje. Esto sólo tiene un resultado, el de

demostrar, en efecto, que el sujeto no es más que un efecto –y del lenguaje– pero que es un

efecto de vacío.

En adelante, el vacío lo cierne, en lo más estricto de su esencia, es decir, lo hace aparecer

como pura estructura del lenguaje, y ahí está el sentido del descubrimiento de lo inconsciente.

Lo inconsciente es el momento en que habla –en vez del sujeto– PURO LENGUAJE: una

frase donde el asunto es saber quién la dijo.

El estatuto de lo inconsciente, que bien puede denominarse científico puesto que se origina

por el hecho de la ciencia, es el sujeto que, rechazado de lo simbólico, reaparece en lo real;

haciendo presente allí lo que ahora es hecho en la historia de la ciencia (quiero decir, cumplido)

haciendo presente allí su único soporte: el lenguaje mismo. Es el sentido de la aparición en la

ciencia de la nueva lingüística.

¿De qué habla el lenguaje mismo cuando se lo desarruma del sujeto –pero, con eso, se lo

representa en su vacío estructural, radicalizado?

5 ¿“agite”? [agita] 6 Pascal, Blaise, Pensamientos: "El silencio eterno de esos espacios infinitos me espanta".

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Eso lo sabemos. En líneas generales, habla... habla del sexo. De una palabra en la que, lo que

voy a abordar, el acto sexual, para interrogarlo, en la que el acto sexual representa el silencio. Es

decir, ya lo verán, cuán necesariamente de una palabra tenaz, obstinada, en forzar ese silencio, y

con razón.

Me tomaré el tiempo, sin embargo [¡Gloria, hágame llegar mi reloj!], me tomaré el tiempo...

[¡gracias!]... de disipar aquí, de una manera que no creo inútil, el primer prejuicio que se

presenta, no es nuevo, por supuesto, pero esclarecerlo con una nueva luz tiene siempre su

alcance, el primer prejuicio que se presenta en el contexto psicologizante. La diferencia –si se la

constituye en referencia a la enunciación que acabamos de hacer al respecto, la única verdadera–

de lo inconsciente, podría formularse por la caída, en nuestro enunciado, de un índice esencial a

la estructura.

Entonces, como lo dije, este inconsciente hablaría del sexo.

Aquí la mente frívola –¡y Dios sabe cuánto abunda!– se traga ese del: “lo inconsciente habla

sexo”, brama, estertorea, hace gorgoritos, maúlla, están todos los tipos de ruidos vocales de la

palabra, es una “aspiración sexual”. ¡Tal es el sentido, en efecto, que supone, en el mejor de los

casos, el uso que se hace del término instinto de vida, en la rumia psicoanalítica!

Todo uso equivocado del discurso sobre el sujeto tiene por efecto rebajar, ese discurso

mismo, al nivel de lo que él fantasea en vez del sujeto. Ese mismo discurso psicoanalítico del que

hablo es estertóreo. Estertorea para llamar la figura de un Eros que sería potencia unitiva y

además, ¡con un impacto universal! Sostener como de la misma esencia lo que mantiene unidas a

las células de un organismo y, quiero decir, de la misma esencia, la fuerza que se supone llevar al

individuo así compuesto a copular con otro, es claramente del campo del delirio, en un tiempo

para el cual la meiosis, creo, se distingue suficientemente de la mitosis, por lo menos en el

microscopio, quiero decir, en todo lo que suponen las fases anatómicas del metabolismo que

ellas representan.

La idea de Eros, de un alma con fines contrarios a los de Tánatos y que actuaría a través del

sexo, es un discurso de “modistilla en primavera”, como se expresaba en otro tiempo el añorado

Julien Brenda, tan olvidado en nuestros días, pero que representó, en un tiempo, esa especie de

espadachín que resulta de una intelligentsia ahora inútil.

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Si se necesitara algo para reemplazar a los extraviados en el eje de lo inconsciente

estructurado como un lenguaje ¿no basta con la evidencia que proveen esos objetos que nunca

antes se habían apreciado como podemos hacerlo: el falo, los diferentes objetos parciales?

Volveremos sobre lo que resulta de su intromisión en nuestro pensamiento, sobre el giro que

han tomado los humos de tal o cual vaga filosofía contemporánea, más o menos calificada como

existencialismo. Para nosotros, esos objetos dan fe de que lo inconsciente no habla la sexualidad

(ni tampoco la canta), sino que al producir esos objetos, resulta, justamente lo que yo dije,

hablando de eso. Porque esos objetos se constituyen por estar respecto a la sexualidad en una

relación de metáfora y de metonimia.

Por muy fuertes, por muy simples que sean esas verdades, hay que saber que engendran una

enorme aversión; pues es al evitar que estas permanezcan en el centro, que ya no puedan ser más

que el pivote de toda articulación del sujeto, que se engendra esa especie de “libertad” insulsa, a

la cual ya me referí más de una vez en sus últimas fases y que caracteriza la falta de seriedad.

¿Qué decir de lo que dice, sobre el acto sexual, lo inconsciente?

Yo podría decir, si quisiera actuar a lo Barbey d’Aurevilly: “¿Cuál es”, un día, él imaginó

hacerle decir a uno de sus sacerdotes demoníacos que le gustaba imitar “¿Cuál es el secreto de la

Iglesia?” El secreto de la Iglesia, lo saben ustedes, bien concebido para asustar a las viejas damas

provincianas, es que no hay Purgatorio...

Así me divertiré yo diciéndoles lo que, tal vez, les produzca al menos cierto efecto, y en

últimas no por nada escando lo que voy a decir de esta etapa: el secreto del psicoanálisis, el gran

secreto del psicoanálisis, es que NO HAY ACTO SEXUAL.

Esto se podría sustentar, e ilustrar, recordándoles lo que yo llamé acto, a saber, esa

duplicación de un efecto motor tan sencillo como “yo camino”, que hace simplemente que por

decirse solamente, con un cierto acento, resulta repetido y, por esa duplicación, adquiere la

función significante que lo hace poder insertarse en una cierta cadena para inscribir ahí al sujeto.

¿Hay, en el acto sexual, ese algo donde –siguiendo la misma forma– se inscribiría el sujeto

como sexuado, instaurando con el mismo acto su conjunción con el sujeto del sexo al que se

llama opuesto?

Es muy claro que todo, en la experiencia psicoanalítica, habla en contra; que nada hay de este

acto que no de fe de que no podría instituirse de este más que un discurso en donde cuente ese

tercero, que anuncié de manera suficiente recién por la presencia del falo y de los objetos

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parciales, y cuya función tenemos ahora que articular, de manera tal que nos demuestre qué rol

juega esta función en este acto. Función siempre resbaladiza, función de sustitución, que

equivale casi a una especie de malabar y que ¡en ningún caso, nos permite plantear en el acto, me

refiero al acto sexual, el hombre y la mujer opuestos en alguna esencia eterna!

Y sin embargo… borraré lo que dije del “gran secreto” que dije ser que no hay acto sexual,

justamente porque no es un gran secreto, que es patente, que el inconsciente no cesa de gritarlo a

voz en cuello y que es precisamente por eso que los psicoanalistas dicen: “cerrémosle la boca,

cuando dice eso; porque si lo repetimos con él ¡ya no volverán a buscarnos! ¿De qué sirve, si no

hay acto sexual?”

Y entonces, se pone el acento en el hecho de que hay sexualidad…

¡En efecto, es justamente porque hay sexualidad que no hay acto sexual! Pero lo inconsciente

tal vez quiera decir que se lo falla! ¡En todo caso, bien parece!...

Sólo que, para que esto adquiera su alcance, hay que acentuar bien, primero, que el

inconsciente lo dice.

Recuerdan la anécdota del cura que predica ¿ah? Predicó sobre el pecado. ¿Qué dijo? Estaba

en contra… [risas] Pues bien, lo inconsciente, que también predica, a su manera, sobre el sujeto

del acto sexual, pues bien, está ¡no a favor!...

Es de ahí, ante todo, que conviene partir para concebir de qué se trata cuando se trata de lo

inconsciente. La diferencia de lo inconsciente con el cura merece con todo que se la subraye a

ese nivel: es que el cura dice que el pecado es el pecado, en cambio lo inconsciente tal vez, es el

que hace de la sexualidad un pecado. Hay una pequeña diferencia…

Al respecto, el asunto consistirá en saber cómo se nos propone esto: que el sujeto ha de

medirse con la dificultad de ser un sujeto sexuado.

Es por eso que introduje en mis últimos comentarios… logísticos, esta referencia de la que

creo haber subrayado suficientemente a qué apunta, a establecer el estatuto del objeto a

minúscula, referencia que se llama número de oro, en tanto da propiamente, de una forma

fácilmente manejable, su estatuto a lo que está en cuestión, a saber, lo inconmensurable.

Partimos de la idea, para introducirla, de que en el acto sexual no se trata de ninguna manera

más que de ese a minúscula, donde indicamos ese algo que en cierta forma es la sustancia del

sujeto (si entienden esa sustancia en el sentido en que Aristóteles la designa en el ουσια, saber,

lo que se olvida, porque lo que la especifica es justamente esto, que de ninguna manera podría

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atribuírsele al sujeto, entendiendo el sujeto como el Øpoce…menon) Ese objeto a minúscula, en la

medida en que nos sirve de modelo para interrogar a aquel que es soportado ahí, no ha de buscar

su complemento en la díada (lo que le falta para ser dos), lo cual sería bastante deseable. Es que

la solución de esa relación, gracias a la cual puede establecerse el dos, radica enteramente en lo

que sucederá en la referencia del a, el número de oro, con el Uno en tanto engendra esa falta, que

se inscribe aquí por un simple efecto de suma7 y, al mismo tiempo, de diferencia bajo una forma

uno menos a que, al calcularla (un cálculo muy simple, 1 – a = a2, que he escrito ya

suficientemente en el tablero como para rogarles buscarlo ustedes mismos), se formula como a al

cuadrado.

Lo recuerdo ahora únicamente para poner en la linde de lo que quiero introducir, sobre lo que

es esencial articular para ustedes, como lo dije hace un instante, primero, en el comienzo de

nuestra ciencia (a saber, lo que introduce necesariamente, aunque paradójicamente, a ese nudo

sexual, donde se escabulle y nos huye el acto que constituye por el momento nuestro

interrogante) el vínculo de ese a minúscula, en tanto representa aquí, lo ven ustedes, darstellt,

soporta y hace presente primero al sujeto mismo; que es ahí el mismo que aparecerá en el

intercambio, cuya fórmula vamos a mostrar ahora, como pudiendo hacer las veces de este objeto

que tocamos en la dialéctica de la cura con el nombre de objeto parcial; la relación, entonces, de

esas dos caras de la función a minúscula, con este índice, esta forma del objeto que está en el

principio de la castración.

Ese ciclo no lo cerraré hoy. Por eso es que quiero introducirlo con dos fórmulas que

respondan a una especie de problema que planteamos a priori. ¿Qué valor habría que darle a este

objeto a minúscula, si está ahí justamente teniendo que representar, en la diada sexual, la

diferencia, para que produzca dos resultados entre los cuales se sostiene hoy nuestra pregunta?

Pregunta que sólo podría abordarse por la vía que los conduzco, por cuanto es la vía lógica.

Entiendo por ello: la vía de la lógica. La diada y sus incertidumbres, es lo que desde el origen, si

se sabe seguir su huella, elabora la lógica misma.

No estoy hecho para volver a hacer aquí la historia de la lógica, pero básteme con evocar

aquí, en la aurora del Organon aristotélico,8 que es por entero diferente a un simple formalismo,

si saben sondearlo: en el primer punto de la lógica del predicado, se edifica la oposición entre los

7 report. Es también “aplazamiento” [T.] 8 Aristóteles, Organon, traducción al francés de Tricot, Vrin, reedición Paris, 1970.

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contrarios y los contradictorios. Saben ustedes que, desde entonces, hemos hecho bastantes

progresos, pero no es razón para no interesarnos en lo que constituye el interés y el estatuto de su

entrada en la Historia.

Además no es… lo digo así, entre paréntesis, para quienes a veces abren los libros de lógica,

para prohibirnos, cuando retomamos por las huellas lo que enunció Aristóteles –al mismo

tiempo, ¡ni siquiera al margen!– introducir lo que, por ejemplo, Lukasiewicz9 le completó

después. Digo eso porque en el libro, excelente además, de los dos Kneale10, me asombró una

protesta, así, que surgía al voltear una página, porque para decir lo que dice Aristóteles, el señor

Lukasiewicz, por ejemplo, llega a distinguir lo que depende del principio de contradicción, del

principio de identidad ¡y del principio de bivalencia! ¡Eso es!

El principio de identidad es que A es A. Saben ustedes que no es claro que A sea A.

Afortunadamente Aristóteles no lo dice ¡pero que se lo haga notar tiene sin embargo su interés!

Segundo: que una cosa pueda ser a la vez, al mismo tiempo, A y no A ¡es ya algo muy

diferente!

En cuanto al principio de bivalencia, a saber, que una cosa debe ser verdadera o ser falsa ¡eso

es además una tercera cosa!

Me parece que hacerlo notar aclara más bien a Aristóteles, y que hacer notar que Aristóteles

seguramente jamás pensó en todas esas amabilidades ¡nada tiene que ver con el asunto!

Porque es precisamente lo que permite darle su relieve a aquello de donde vuelvo a partir

ahora, a este burdo asunto de contrarios, primero, en tanto que, para nosotros (quiero decir, para

lo que no está en Aristóteles pero que está ya indicado en mi enseñanza pasada), lo designaremos

con el no sin (Esto nos servirá más tarde. ¡No se preocupen! ¡Déjenme guiarlos un poquito!).

Los contrarios, y eso es lo que realza toda la pregunta lógica de saber si la proposición

particular implica, sí o no, la existencia. Esto siempre ha chocado enormemente. En Aristóteles,

la implica incontestablemente, y hasta es ahí donde sostiene su lógica. Es curioso que la

proposición universal no la implique.

Puedo decir: “todo centauro tiene seis miembros”. ¡Es enteramente cierto! Simplemente, no

hay centauros. Es una proposición universal. Pero si digo (¡en Aristóteles!): “hay centauros que

han perdido uno”, eso implica que los centauros existen, para Aristóteles. Intento reconstruir una

9 Lukasiewicz Jan, La Syllogistique d’Aristote, Oxford 1951, París, Colin, 1972. 10 Kneale Wlliam y Martha, Development of Logic, Clarendon Press, Oxford, 1962.

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lógica que cojee menos… ¡en lo que al centauro concierne! Pero esto no nos interesa, por el

momento.

Sencillamente, no hay macho sin hembra. Esto es del orden de lo real. Nada tiene que ver con

la lógica. Por lo menos en nuestros días.

Y además, está el contradictorio, que quiere decir esto: si algo es macho, entonces no es no-

macho, nada más.

Se trata de encontrar nuestro camino entre esas dos fórmulas distintas. La segunda es del

orden simbólico; es una convención simbólica, que lleva un nombre, justamente: el tercero

excluido.

Esto debe hacernos sentir suficientemente que no es por ahí por donde podremos

arreglárnoslas; porque, al comienzo, hemos subrayado suficientemente la función de una

diferencia, como estando esencialmente en el estatuto de la díada sexual. Si se la puede fundar –

quiero decir, subjetivamente–, tendremos necesidad de ese tercero.

Intentemos, no intentemos… no hagamos la vil mueca de pretender intentar lo que ya hemos

introducido, a saber, el estatuto lógico de lo contrario. De lo contrario puesto que aquí el lo uno y

lo otro se oponen al lo uno o lo otro de acá.

Este lo uno y lo otro es la intersección -quiero decir, la intersección lógica- macho y hembra.

Si queremos inscribir, como conviene, ese lo uno y lo otro bajo la forma de la intersección del

álgebra de Boole, ello quiere decir esta luneta de recubrimiento espacial... ¡cuya figura estoy

absolutamente consternado de tener que presentarles una vez más!

Porque, por supuesto, ¡ven bien que no los satisface de ninguna manera! Lo que ustedes

querrían que es que hubiera uno que sea el macho y otro la hembra, y que, de cuando en cuando,

¡se pisoteen! No se trata de eso. Se trata de una multiplicación lógica...

Lo importante de recordarles esta figura booleana es recordarles, a diferencia de aquí, que es

ese lugar tan importante del juego de cara o sello (en lo cual intenté formar a quienes me seguían

los primeros años, por lo menos durante un trimestre, asunto de hacerles entender qué era el

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significante), en oposición al juego de cara o sello que se inscribe lisa y llanamente en una

sucesión de más o de menos, la relación de lo uno y lo otro se inscribe bajo la forma de una

multiplicación, quiero decir una multiplicación lógica, una multiplicación booleana.

¿Qué valor –ya que de eso se trata– podemos suponerle al elemento de diferencia, para que el

resultado sea, netamente, la díada? Pero, por supuesto, en verdad está al alcance de todos saberlo.

Todos ustedes conservaron por lo menos esto del tinte de las matemáticas que les enseñaron tan

estúpidamente, si tienen más de 30 años, pero si tienen 20 tal vez tuvieron la posibilidad de

escuchar hablar al respecto de una manera un tanto diferente ¡qué importa! Todos ustedes están

en pie de igualdad respecto a la fórmula (a + b) (a - b). Esta es la diferencia: hay uno que la tiene

de más, el otro que la tiene de menos; si lo multiplican, da: a2 - b2. ¿Que se requiere para que a2 -

b2 sea, netamente, igual a 2, a la díada? Es muy fácil, basta con igualar lo que está escrito aquí, b,

a raíz de menos uno. Es decir, a una función numérica que se llama número imaginario y que

interviene ahora en todos los cálculos, de la manera más corriente, para fundar lo que se llama –

extensión de los números reales– el número complejo.

Si se trata de especificar a de dos formas opuestas, con más algo y con menos algo, y que

resulte 2, basta con igualarlo a i. Así es como se escribe, por lo común, de una manera resumida,

y además mucho más cómoda, la función llamada imaginaria del √–1.

¡No crean que lo que les explico ahí deba servirnos para algo! Lo introduzco aquí, en el linde

de lo que voy a explicarles, porque nos servirá después y porque aclara una aproximación: la que

se nos ofrece como la otra posibilidad. A saber, si nos preguntamos por adelantado qué conviene

obtener... –lo cual tal vez nos interesa también, porque es interesante saber también por qué, por

qué en lo inconsciente, respecto al acto sexual, pues bien, justamente lo que ciñe, lo que marca la

diferencia en primera fila sobre qué es el sujeto mismo, ¡pues bien!, no solamente nos vemos

obligados a decir que eso queda al final, sino que se exige, para que sea un acto sexual ¡que eso

quede al final! En otras palabras, que (a + b) multiplicado por (a – b) ¡iguale a... a!

Para que esto sea igual a a... –en lo que concierne a a, por supuesto, naturalmente no estoy

hablando de este A de aquí.11 El A de aquí, vamos a hacer que (igual que hace poco, cuando se

trataba de obtener 2), vamos a hacerlo igual a 1.

11 Pasaje incierto.

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Se entiende que es (1+i)(1-i) que es igual a 2.

(1+a)(1-a) da a, a condición de que a sea igual a ese número de oro –es necesario volverlo a

decir– del que me sirvo para introducir, para ustedes, la función del objeto a minúscula.

Verifiquen, cuando a minúscula es igual al número de oro, el producto de (1+a)(1-a) es igual a

a.12

Aquí es donde suspendo por un tiempo, el tiempo de la lección que tengo que terminar, y del

que quise proponer la rejilla lógica para ustedes.

Ocupémonos ahora de considerar el asunto respecto al acto sexual.

Lo que nos servirá para ocuparnos de eso es lo que justifica que hace poco haya introducido

la fórmula de Marx.

Marx nos dice, en alguna parte de los Manifiestos Filosóficos,13 que "el objeto del hombre no

es nada diferente a su esencia misma tomada como objeto"; que "el objeto también al que se

remite un sujeto, por esencia y necesariamente, no es otra cosa que la propia esencia de ese

sujeto pero objetivada". Algunas personas, de las cuales tengo algunas que me escuchan, han

mostrado claramente el aspecto, diría yo, primario de esta aproximación marxista. Sería curioso

que estuviéramos muy adelantados respecto a esta formulación.

A este objeto en cuestión, a esta esencia propia del sujeto, pero objetivada ¿no somos acaso

nosotros quienes podemos darle su verdadera sustancia?

Partamos de esto (sobre lo cual los hemos apoyado desde hace mucho tiempo): que hay una

relación entre lo que enuncia el psicoanálisis sobre el sujeto y la ley14 fundamental del sexo: la

prohibición del incesto, por cuanto que, para nosotros, es otro reflejo, cuán suficiente ya, de la

presencia del elemento tercero en todo acto sexual, por cuanto exige la presencia y fundación del

sujeto.

No hay acto sexual (esta es la entrada en el mundo del psicoanálisis) que no lleve la huella de

lo que se llama, impropiamente, la "escena traumática"; en otras palabras, de una relación

referencial fundamental a la pareja de los padres.

12 Entonces el número de oro de Lacan es el inverso del número de oro Φ de los matemáticos [S.]. 13 Lapsus o error de transcripción; de hecho, esas tesis se le deben a Feuerbach en la introducción a Das Wesen des Christentums [Cfr. Feuerbach L., La esencia del cristianismo, Buenos Aires: Claridad, 2006, 2ª ed. Trad: Franz Huber. Capítulo I: “La esencia del hombre en general”, págs. 13 a 23, para la segunda cita (p.25); Capítulo II: “La esencia de la religión en general”, págs. 25 a 45, para la primera cita (p.16). T.]. A señalar la publicación de Manifiestos filosóficos de Feuerbach por Althusser en 1960. 14 “sobre el sujeto de la ley” [Sizaret].

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Cómo se presentan las cosas en la otra punta, lo saben ustedes: Lévi-Strauss, Estructuras

elementales del parentesco,15 es la mujer la que corre con los gastos del orden de los

intercambios sobre el cual se instituye el orden del parentesco, lo que se cambia son mujeres, ¡sin

importar de qué orden se trate, patriarcal, matriarcal! Lo que la lógica de la inscripción impone al

etnólogo es ver cómo viajan las mujeres entre los linajes.

Al parecer, del uno al otro hay cierta hiancia. Pues bien, es lo que vamos a intentar indicar

hoy, cómo ésta hiancia se articula para nosotros, es decir, cómo, en nuestro campo, se colma.

Hace poco señalamos que el origen del desenmascaramiento, de la desmitificación

económica ha de buscarse en la conjunción de dos valores de diferente naturaleza. Es justamente

aquello con lo cual tenemos que vérnosla aquí. Y todo el asunto para el psicoanalista es este:

darse cuenta de que lo que causa problema del acto sexual no es social, pues es ahí donde se

constituye el principio de lo social, a saber, en la ley de un intercambio.

Intercambio de mujeres o no, esto no nos concierne aún. Porque si nos damos cuenta de que

el problema es del orden del valor, yo diría que, ya, todo empieza es aclararse suficientemente si

se le da su nombre. Al principio de lo que duplica –de lo que desdobla en su estructura– el valor

a nivel de lo inconsciente, está ese algo que hace las veces de valor de intercambio, por cuanto de

su falsa identificación con el valor de uso resulta la fundación del objeto-mercancía. Y hasta

puede decirse más: que se requiere el capitalismo para que esta cosa, que lo antecede en mucho,

sea revelada.

Asimismo, se requiere el estatuto del sujeto, tal como lo forja la ciencia, de ese sujeto

reducido a su función de intervalo, para que nos demos cuenta de que de lo que se trata, de la

igualación de dos valores diferentes, tiene lugar aquí entre valor de uso y, ¿por qué no? lo

veremos dentro de poco… y valor de goce.

Subrayo: valor de goce juega ahí el rol del valor de cambio.

Seguramente sienten ustedes enseguida que esta función de valor de goce tiene algo que

concierne al CORAZÓN MISMO de la enseñanza psicoanalítica. Y que, tal vez, sea eso lo que

nos permitirá formular de manera completamente diferente lo que concierne a la castración.

Puesto que, en fin, si algo se acentúa en la noción misma, por más confusa que sea aún en la

15 Levi-Strauss Claude, Les structures élémentaires de la parenté, 1ª edición publicada en 1947, París-La Haye, Mouton and Co. [D.]

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teoría, de “maduración pulsional”, es justamente esto de que no hay acto sexual (quiero decir, en

el sentido en que acabo de articular su necesidad) que no implique, cosa extraña, ¡la castración!

¿A qué se llama la castración?

¡No es, como en las fórmulas tan agradablemente adelantadas por Juanito, que se

“desatornille el pequeño grifo”! Porque bien se requiere que permanezca en su lugar. Lo que está

en cuestión es lo que se propaga por todas partes en la teoría psicoanalítica, de hecho: que él no

podría tomar su goce en él mismo.

Estoy llegando al final de mi lección de hoy. De manera que, no lo duden, resumo. Volveré

sobre esto la próxima vez. Pero solamente para acentuar esto, de donde querría partir, a saber, lo

que tiene de esencial en nuestra materia esta ecuación de dos valores, llamadas de uso y de

cambio.

Supongan al hombre reducido a lo que hay que seguramente decir (nunca se lo ha reducido a

esto institucionalmente): a la función de semental en los animales domésticos. En otras palabras,

sirvámonos del inglés, donde, como ustedes saben, se dice she-goat para decir cabra, lo cual

significa un ella-chivo. Pues bien, llamemos al hombre como conviene: un he-man. Es

perfectamente concebible – instrumentalmente. De hecho, si hay algo que dé una idea clara del

valor de uso, es lo que se hace cuando se hace traer un toro para un cierto número de montas. ¡Y

es bastante peculiar que nadie haya imaginado inscribir las estructuras elementales del

parentesco en esta circulación del omnipotente falo!

Cosa curiosa, somos nosotros quienes descubrimos que ¡es la mujer quien representa este

valor fálico!16

Si el goce –entiendo por ello el goce peneano– lleva la marca de la castración, es al parecer

para que, de una manera que con Bentham llamaremos “ficticia”, sea la mujer la que llegue a ser

aquello de lo que se goza.

¡Singular pretensión! que nos abre todas las ambigüedades propias de la palabra goce, por

cuanto en los términos del desarrollo jurídico que éste implica a partir de ese momento, implica

posesión.

En otras palabras, he aquí algo vuelto al revés: ya no es el sexo del toro, valor de uso, el que

servirá para este tipo de circulación donde se instaura el orden sexual; es la mujer, en tanto se ha

16 “cette valeur phallique, c’est la femme qui le represente”: Sizaret señala que, al parecer, Lacan comete aquí un error de concordancia de géneros entre valeur (f.) y el le. Para preservar la inconcordancia eventualmente podría traducirse: “esta valía fálica, es la mujer quien lo representa”. [T.]

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vuelto en esta ocasión, ella misma, el lugar de transferencia de este valor sustraído a nivel del

valor de uso, en forma del objeto de goce.

¡Es muy curioso…! Es muy curioso porque eso nos arrastra. Si hace poco introduje, para

ustedes, el he-man, heme aquí… (y además, de una forma muy conforme al genio de la lengua

inglesa, que llama a la mujer woman, y Dios sabe si la literatura se ha burlado con ese woe ¡que

no indica nada bueno! [risas]) yo la llamaría she-man, o también, en lengua francesa, con esa

palabra que se prestará, a partir del momento en que la introduzco, a algunas burlas y, supongo, a

enorme cantidad de malentendidos: l, apóstrofe, hombre-ella.

Introduzco aquí la hombre-ella! [l’homme-elle]17 [risas]. Os la presento, la sostengo con el

dedo meñique; nos servirá mucho.

Toda la literatura analítica está ahí para dar fe de que todo lo que se ha articulado sobre el

lugar de la mujer en el acto sexual sólo es, en la medida en que la mujer tiene la función de

hombre-ella.

Que las mujeres aquí presentes no pestañeen, pues a decir verdad, es precisamente para

reservar, en donde está, el lugar de esta Mujer (con M Mayúscula), de la que hablábamos desde

el comienzo, que hago este comentario.

Tal vez todo lo que se nos indica sobre la sexualidad femenina (en la que, de hecho,

conforme a la experiencia eterna, juega un rol tan eminente la mascarada, a saber, la manera

como ella hace uso de un equivalente del objeto fálico, lo cual la hace desde siempre la portadora

de joyas –Las joyas indiscretas,18 dice Diderot– en alguna parte); tal vez lograremos saber

hacerlas por fin hablar.

Es muy particular que, de la sustracción en alguna parte de un goce que sólo se lo escoge por

su carácter tan manejable –si me atrevo a designar así el goce peneano– veamos introducirse

aquí, con lo que Marx y nosotros mismos llamamos fetiche,19 a saber ese valor de uso, extraído,

fijado (un hueco en alguna parte), el único punto de inserción necesario para toda la ideología

sexual.

Esta sustracción de goce en alguna parte, ése es el pivote.

17 L’homme-elle, l’homélle, la homilía, el sermón, la plática [T.] 18 Diderot Denis, “Les Bijoux indiscrets”, en Œuvres complètes, tomo 1, introducción de Roger Lewinter, París, Club Français du Livre, 1969. [D.]. 19 Marx Karl, El Capital, Libro 1, “La mercancía”, primera sección, capítulo 4.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

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Pero no crean que la mujer –allí donde es la alienación de la teoría analítica y la de Freud

mismo, quien es, de esta teoría, el padre lo suficientemente grande como para haberse dado

cuenta de esta alienación en la pregunta que él repetía, ¿qué quiere la mujer?, ¡no crean que la

mujer, a ese respecto se encuentre más mal!... quiero decir que el goce de ella, le queda disponer

de este de una manera que escapa totalmente a esta captura ideológica.

Es a partir de ahí que debemos calibrar la dificultad de lo que se trata respecto al acto, en

cuanto al estatuto respectivo de los sexos originales; helos ahí, el hombre y la mujer, en lo que

instituye el acto sexual –por cuanto lo que se podría fundar allí es un sujeto–, llevados a lo

máximo de su disyunción, por el punto por donde los he conducido hoy. Porque si les hable de

hombre-ella… ¿qué hay del hombre-él? ¡Desparecido! ¡Ah! ¡Ya no hay! Puesto que

precisamente él es extraído, como tal, del valor de uso.

Por supuesto, eso no le impide circular realmente. El hombre, como valor peneano, circula

muy bien. ¡Pero es clandestino! Independientemente del valor, ciertamente esencial, que tenga

eso en el ascenso social. Por la mano izquierda, generalmente…

Diré más. No debemos omitir que, si el hombre-él no es reconocido en el estatuto del acto

sexual en el sentido en que, en la sociedad, es fundador, existe una Sociedad Protectora… del

hombre-él. Hasta es lo que se llama homosexualidad masculina…

Es en ese punto, en cierta forma marginal y humorísticamente precisado, que me detendré

hoy, sencillamente porque la hora pone fin a lo que les había preparado.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L.,

Eduardo ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Lección 17

19 de abril de 1967

La última vez les traje un cierto número de enunciados. Formulé algunos tales como, por

ejemplo, no hay acto sexual. Pienso que la noticia corre por la ciudad… [risas]. ¡Pero bueno! No

la di como una verdad absoluta… Dije que era lo que estaba articulado propiamente hablando en

el discurso de lo inconsciente.

Dicho esto, encuadré esta fórmula y algunas más en una especie de repaso, debo decir

bastante denso, de lo que le da su sentido así como sus premisas. Ese curso era una especie de

etapa marcada por puntos de reunión que tal vez podrá servir como título de introducción escrita

para algo que, entonces, busco; que quiero buscar hoy, diría yo, de una forma tal vez más

accesible, concebida en todo caso como una… marcha fácil, una primera manera de adecuar las

articulaciones en las que me voy a adentrar, que son siempre las que hice presentes para ustedes

desde hace dos o tres de mis cursos; a saber, esta articulación tercera entre el a minúscula, un

valor Uno (que sólo está aquí para darle sentido al valor a minúscula, puesto que éste es un

número, propiamente hablando, el número de oro) y un segundo valor Uno.

Por supuesto, una vez más, yo podría rearticularlos de una forma a la que podría llamar

apodíctica, mostrar su necesidad. Procederé de otra manera; pensando antes bien comenzar

identificando el uso que voy a darles, a reserva de retomar luego las cosas de la manera que se

necesita, de lo cual me voy a alejar; voy a hacerlo de un modo que puede llamarse heurístico.1

Esto, entonces, pensando en quienes no saben de qué se trata: se trata de psicoanálisis. No es

necesario saber de qué se trata en el psicoanálisis para sacar provecho de mi discurso. Se

requiere, además, haber practicado durante cierto tiempo ese discurso. Debo suponer que ese no

es el caso de todo el mundo, especialmente entre quienes no son psicoanalistas.

Si me preocupo por quienes conviene introducir en lo que he llamado mi discurso, por

supuesto no lo hago sin pensar en los psicoanalistas; pero es también que, hasta cierto punto, me

resulta necesario dirigirme a quienes acabo de definir primero, y que un día resulté precisando

como siendo “el número”, me es necesario dirigirme a ellos para que mi discurso vuelva, en

cierta forma, desde un punto de reflexión, a los oídos de los psicoanalistas.

1 “erística” [Sizaret].

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Es sorprendente, en efecto, e interno al asunto en cuestión, que el psicoanalista no entra de

lleno en ese discurso; precisamente en la medida en que ese discurso concierne a su práctica y

que es demostrable. La continuación misma de mi discurso, y de mi discurso hoy, pondrá el

punto sobre la razón por la cual es concebible que el psicoanalista encuentre en su estatuto

mismo, entiendo por ello en lo que lo instituye como psicoanalista, ese algo que hace resistencia

especialmente en el punto que introduje, que inauguré en mi último discurso.

Para decir la palabra, la introducción del valor de goce hace pregunta, en la raíz misma de un

discurso (de todo discurso) que pueda intitularse discurso de la verdad. Al menos en la medida,

compréndanme, en que ese discurso entraría en competencia con el discurso de lo inconsciente,

si ese discurso de lo inconsciente sí está, como se los dije la última vez, realmente articulado por

este valor de goce.

Es muy singular ver cómo el psicoanalista siempre tiene un retoquito que hacerle a ese

discurso competitivo. Es justo ahí donde su enunciado eventual está realmente en lo cierto, que

él busca siempre retomarlo. Y basta con tener un poco de experiencia para saber que esta

oposición es siempre estrictamente correlativa, cuando se la puede medir, de esa especie de

glotonería vinculada en cierta forma con la institución psicoanalítica y que es la que está

constituida por la idea de hacerse reconocer en el plano del saber.

El valor de goce, dije, está en el principio de la economía de lo inconsciente. Lo inconsciente,

dije también, subrayando el artículo del, habla del sexo. No dije habla sexo, sino habla del sexo.

Lo que lo inconsciente nos designa son las vías de un saber. Para seguirlas, no hay que querer

saber antes de haber caminado.

Lo inconsciente habla del sexo. ¿Puede decirse que dice el sexo? En otras palabras, ¿dice la

verdad? Decir que habla es algo que deja en suspenso lo que dice. Se puede hablar para no decir

nada; hasta es habitual. No es el caso de lo inconsciente.

Se pueden decir cosas sin hablar. No es el caso de lo inconsciente tampoco. Y hasta lo que

sobresale, por supuesto desapercibido como muchos otros rasgos que dependen de lo que articulé

en ese punto de partida, es que “eso habla”, lo inconsciente. Si uno tuviera un poquito de oído, se

deduciría que ¡es obligación hablar, para decir algo! Nunca vi a nadie despejarlo, aunque en mi

Discurso de Roma se haya dicho por lo menos de diez formas; una de las cuales me fue

representada recientemente durante conversaciones con muchachos bastante simpáticos, muy

concernidos por una parte, por lo menos, de mi discurso, a propósito de la famosa fórmula, que

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tuvo éxito tanto más, por supuesto, cuanto que es una fórmula –desconfianza, siempre… cuando

se quiere recoger todo en una fórmula– cuando dije que “el analizado le habla a usted analista,

luego habla de él, y cuando hable de él a usted… todo irá bien”2

Las fórmulas que, como esa, tienen la fortuna de ser bien acogidas, deben ser reubicadas en

su contexto, so pena de engendrar confusiones…

Entonces, ¿dice el inconsciente la verdad sobre el sexo? Yo no dije esto, cuyo asunto,

recuerden ustedes, ya había subrayado Freud. Esto, por supuesto, conviene que se lo precise. Fue

respecto a un sueño, un sueño de una de sus pacientes,3 sueño hecho manifiestamente para

embaucarlo, a Freud, y hacerle confundir la gimnasia con la magnesia. La generación de los

discípulos de entonces era bastante fresca como para que fuese necesario explicarles eso como

un escándalo. A decir verdad, no se las arregla fácilmente: el sueño es la vía regia de lo

inconsciente. Pero, en sí mismo, ¡no es lo inconsciente! Plantear la pregunta a nivel de lo

inconsciente es otro par de mangas4… que yo ya volteé (me refiero a las mangas) como lo hago

siempre rápido, no dejando lugar a la ambigüedad, cuando en mi texto que se llama La cosa

freudiana,5 escrito en 1956 para el centenario de Freud, hice surgir esa entidad que dice “Yo, la

verdad, hablo”.

La verdad habla. Puesto que es la verdad, no necesita decir la verdad. Escuchamos a la

verdad y lo que dice sólo se escucha para quien sabe articularlo; articular lo que dice. ¿Lo que

dice dónde? En el síntoma, es decir, en algo que cojea. Tal es la relación de lo inconsciente, en

tanto que habla, con la verdad.

Sigue siendo cierto que hay un asunto que abrí el año pasado, en mi primer curso,

publicado… cuando digo “el año pasado” no digo octubre, noviembre últimos… sino el octubre,

el noviembre de antes. El que fue publicado en los Cuadernos para el psicoanálisis, con el título

de La verdad y la ciencia.6 Allí queda abierto saber por qué -enunciado de Lenin que introduce

ese cuaderno-, por qué “la teoría vencerá porque es verdadera”…

2 “El sujeto, decíamos, empieza su análisis hablando de sí mismo sin hablarle a usted, o hablándole a usted sin hablar de él. Cuando pueda hablarle a usted de sí mismo, el análisis estará terminado”. Cfr. la nota 4, pág. 356, Escritos 1, México, Siglo XXI editores, 1984, decimosexta edición en español, traducción de Tomás Segovia, revisada por el autor, por Juan David Nasio y nuevamente revisada por Armando Suárez [T.]. 3 En La interpretación de los sueños. 4 es harina de otro costal… [T.] 5 “La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis”, 1955, 1956, retomado en Escritos 1. 6 “La ciencia y la verdad” publicado en Cahiers pour l’analyse, núm. 1 [La science et la vérité], y retomado en Escritos 2.

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Lo que hace poco dije sobre el psicoanalista, por ejemplo, no da enseguida una sanción

convincente a este enunciado…

Al respecto, el mismo Marx, como muchos otros, deja pasar algo que no deja de ser

enigmático. Como muchos otros antes de él, en efecto, empezando por Descartes, procedía, en lo

que concierne a la verdad, siguiendo una estrategia singular, que enuncia en alguna parte con

estas palabras picantes: “la ventaja de mi dialéctica es que yo digo las cosas poco a poco y, como

ellos creen que he llegado al final, se apresuran a refutarme, lo único que hacen es desplegar su

tontería”.7 Puede parecer singular que alguien de quien procede esta idea de que “la teoría

vencerá porque es verdadera”, se exprese así.

Política de la verdad y, para decirlo todo, su complemento, en la idea de que en últimas, sólo

lo que yo llamé hace poco “el número” (a saber, lo que se reduce a no ser sino el número, a

saber, que lo que se llama en el contexto marxista “la conciencia de clase”, en tanto que es la

clase del número) ¡no podría equivocarse!… Singular principio, sin embargo, sobre el cual todos

los que merecen haber proseguido en su fe8 la verdad marxista jamás variaron.

¿Por qué la conciencia de clase estaría tan segura de su orientación (quiero decir, aún cuando

no sabe nada o bastante poco de la teoría cuando la conciencia de clase funciona, si seguimos a

los teóricos, aún en el nivel no educado) si la conciencia es propiamente reducida a aquellos que

pertenecen al nivel definido, en este caso, por el término de “la clase excluida de los beneficios

capitalistas”?

Tal vez la pregunta que concierne a la fuerza de la verdad, haya de buscarse en ese campo en

que somos introducidos que es el que, metafórico, podemos, repito, por la metáfora, llamar el

mercado de la verdad; si, como de la última vez pueden ustedes entreverlo, el resorte de ese

mercado es el valor de goce.

En efecto, algo se intercambia, que no es la verdad en sí misma. En otras palabras, el lazo de

quien habla con la verdad varía según el punto donde sostiene su goce.

Es justamente toda la dificultad de la posición del psicoanalista. ¿Qué hace éste? ¿De qué

goza en el lugar que ocupa? Es el horizonte de la pregunta, que no hago más que introducir de

nuevo, marcándola en su punto de fisura, con el término de deseo del psicoanalista.

7 Karl Marx, ¿Correspondencia? 8 Tal vez “vía” [S.].

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Entonces, la verdad en este intercambio que se transmite por una palabra cuyo horizonte nos

es dado por la experiencia analítica, no es en sí misma el objeto de intercambio.

Como se ve en la práctica: los psicoanalistas que están entre ustedes aquí pueden dar fe con

su práctica; por supuesto, no están aquí por nada, están aquí por lo que puede caer de la verdad

de esta mesa, hasta lo que podrán hacer con eso, trampeando un poco… Tal es la necesidad a la

que los obliga el efecto9 de un estatuto obstaculizado que concierne al valor de goce que se

vincula con su posición de psicoanalistas. Puedo decir que recibí confirmación al respecto, la

habré, seguramente, renovado…

Voy a tomar un ejemplo: alguien que no es psicoanalista, el señor Deleuze, para llamarlo por

su nombre, presenta un libro de Sacher-Masoch: Presentación de Sacher-Masoch.10 ¡Escribe

sobre el masoquismo, incontestablemente, el mejor texto que jamás haya sido escrito! Quiero

decir, el mejor texto, comparado con todo lo que se ha escrito sobre ese tema en el psicoanálisis.

Por supuesto, ha leído esos textos; no inventa su tema. Parte, primero, de Sacher-Masoch… ¡que

algo tiene para decir cuando se trata del masoquismo! Yo sé bien que se ha… cercenado un poco

su nombre, que ahora se dice “maso” [risas]. Pero que, bueno, depende de nosotros señalar la

diferencia que hay entre “maso” y “masoquista”, hasta entre “masoquiano” o “Masoch” a secas.

Como sea, ese texto sobre el que seguramente volveremos, porque, literalmente, puedo decir…

siendo un tema sobre el que no me he quedado mudo, puesto que escribí Kant con Sade,11 pero

en donde, literalmente, sólo hay en verdad una apreciación; particularmente sobre el hecho de

que el sadismo y el masoquismo son dos vías estrictamente distintas, aun cuando, por supuesto,

se deban ubicar ambas en la estructura, pues todo sadista no es automáticamente “maso”, ni todo

“maso” un sadista que se ignora; no se trata de un guante que se voltea. En resumen, puede ser

que el señor Deleuze (lo juraría, tanto más cuanto que me cita abundantemente) haya sacado

provecho de esos textos… ¿pero no sorprende que ese texto anticipe de verdad todo lo que voy

ahora a tener que decir efectivamente al respecto, por la vía que nos hemos abierto este año?

¡Cuando no hay uno solo de los textos analíticos que no deba retomarse enteramente y volverse a

hacer en esta nueva perspectiva!

9 “el hecho” [Sizaret]; nótese la homofonía: l’effet (el efecto) - le fait (el hecho) [T.]. 10 Deleuze Gilles, Présentation de Sacher-Masoch, con el texto completo de La Vénus à la fourrure [La Venus de las pieles], París, Minuit, 1967. 11 1962, retomado en Escritos 2.

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Me tomé el cuidado de que el autor que cito me confirmara, él mismo, que no tiene

experiencia alguna del psicoanálisis.

Tales son los puntos (que deseo señalar aquí, en su fecha, porque en últimas, con el tiempo,

pueden cambiar), los puntos que toman valor ejemplar y merecen que se los retenga, así sólo sea

para exigir de mí que dé plena cuenta de ello, quiero decir, en detalle. Al respecto, me queda

entrar en la articulación de esta estructura, cuyo rasgo tan simple, que está en el tablero, da la

base y el fundamento y sobre el que no dejan ustedes de tener, por mi boca, algunos

esclarecimientos sobre la manera como eso servirá.

No obstante, repito, el a minúscula, aquí, es lo que ya, respecto al objeto así designado, pude

hacer que sintieran como siendo, en cierta forma, lo que podría llamarse “la montura”, la

montura del sujeto: metáfora que implica que el sujeto es la joya, y a, la montura, lo que la

soporta, lo que la sostiene, el marco12. Ya (lo recuerdo, sin embargo) definimos e imaginamos el

objeto a minúscula como lo que hace caída en la estructura, a nivel del acto más fundamental de

la existencia del sujeto, puesto que es el acto desde donde el sujeto, como tal, se engendra, a

saber, la repetición. El efecto13 del significante, que significa lo que él repite, es lo que engendra

al sujeto y algo cae de ahí.

Recuerden cómo el corte del doble bucle, en ese menudo objeto mental que se llama plano

proyectivo, recorta esos dos elementos que respectivamente son: la banda de Möbius que, para

nosotros, hace las veces del soporte del sujeto, y el redondel que obligatoriamente le queda, que

es ineliminable de la topología del plano proyectivo.

Aquí, este objeto a minúscula es soportado en una referencia numérica para figurar lo que

tiene de inconmensurable, de inconmensurable en lo que concierne a su funcionamiento de

sujeto, cuando ese funcionamiento tiene lugar a nivel de lo inconsciente, y que no es más que el

sexo, sencillamente. Por supuesto, ese número de oro sólo está allí como un soporte, elegido por

tener el privilegio, que nos lo hace retener, pero sencillamente como función simbólica, por tener

el privilegio (que ya les he indicado como pude, a falta de poder darles, sería realmente

arrastrarnos… la teoría matemática más moderna y la más estricta), de ser, si puedo decirlo, lo

12 “el sujeto es la joya y la montura, lo que la soporta, lo que la sostiene, el marco” [Sizaret]. 13 “el hecho” [Sizaret]; nótese nuevamente la homofonía: l’effet (el efecto) - le fait (el hecho) [T.].

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inconmensurable que estrecha lo más lentamente los intervalos en los cuales puede localizarse.

En otras palabras, el que, para llegar a cierto límite de aproximación, exige –de todas las formas

(son múltiples y creo que casi infinitas) de lo inconmensurable– ser el que exige más

operaciones.

En este punto les recuerdo de qué se trata; a saber, que si el a minúscula es aquí situado en el

1, permitiendo marcar con a2 su diferencia (1-a) con el 1, esto dependiendo de su propiedad

propia, de su a minúscula: que sea tal que 1+a sea igual a 1/a, de donde es fácil deducir que 1-

a=a2 (hagan una pequeña multiplicación y lo verán enseguida). El a2, será situado luego en ese a,

que está aquí en el -1 (aquí, por ejemplo…) y engendrará un a3, a3 que se llevará al a2 para que

resulte, a nivel de la diferencia, un a4, el cual se pondrá así para que aparezca aquí un a5.

Ven que, de cada lado, se esparcen, una tras otra, todas las potencias pares de a, de un lado, y

las potencias impares, del otro. Las cosas son de tal manera que si se continúa hasta el infinito,

pues jamás habrá alto ni término para esas operaciones, su límite nunca será otro que a, para la

suma de potencias pares; a2, a saber, la primera diferencia, para la suma de potencias impares.

Entonces, será aquí donde se inscribirá, al final de la operación, lo que, en la primera

operación, estaba marcado aquí como la diferencia. Aquí, en a, el a2 vendrá al final a agregarse,

realizando con su suma, aquí, el 1, constituido por la complementación del a con ese a2.

Lo que aquí se ha constituido por la suma de todos los restos, siendo igual al a primero, de

donde partimos.

Pienso que el carácter sugerente de esta operación no les escapa; tanto más cuanto que hace

un buen tiempo, hace por lo menos un mes o mes y medio, les hice notar cómo éste podía dar

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soporte, dar imagen a la operación de lo que se realiza en la vía de la pulsión sexual con el

nombre de sublimación.

No volveré sobre esto hoy, puesto que tengo que avanzar. Sencillamente, al indicarlo así, les

doy la mira de lo que vamos a hacer sirviéndonos de ese soporte. Como lo verán y como ya

pueden presentirlo, no nos bastará. Todo nos indica, en el logro mismo tan “sublime” (es el caso

decirlo) de lo que nos presenta, para presentir que si las cosas fuesen así, que la sublimación nos

hiciese alcanzar ese Uno perfecto, él mismo ubicado en el horizonte del sexo, me parece que

desde el tiempo en que se habla de eso, de este Uno, eso debería saberse… Debe quedar, entre

las dos series, las de las potencias pares e impares del mágico a minúscula, algo como una

hiancia, un intervalo. En todo caso, todo lo indica en la experiencia.

No obstante, no es malo ver que con el soporte más favorable para tales articulaciones

tradicionales, vemos sin embargo ya la necesidad de una complejidad que es de la que, en todo

caso, debemos partir.

No olvidemos que si el primer 1, aquel sobre el cual acabo de proyectar la sucesión de las

operaciones está ahí, sólo lo está para figurar el problema al que, precisamente, en tanto tal, el

sujeto ha de ser confrontado: si ese sujeto es el sujeto que se articula en lo inconsciente, a saber,

el sexo. Ese 1 del medio, de los tres elementos de mi metrito de bolsillo, ese 1 del medio, es el

lugar de la sexualidad.

¡Quedémonos ahí! ¡Estamos en la puerta!

La “sexualidad”, ¡ah!, es un género, una charca, un charco14, una “marea negra” como se

dice desde hace cierto tiempo. Métanle el dedo, llévenselo a la nariz ¡y ahí olerán de qué se trata!

Cuando se dice “sexualidad”, ¿eso viene del sexo? Para que sea sexo se necesitaría poder

articular algo un tanto más firme.

Yo no sé, ahí, qué punto de una bifurcación, por dónde coger. Porque es un punto de extremo

litigio. ¿Se requiere que les dé aquí enseguida la idea de lo que podría ser, ¡si funcionara!, la

subjetivación del sexo? Evidentemente, pueden soñar con ello… De hecho, no hacen más que

eso, porque es lo que constituye el texto de sus sueños. Pero de eso no se trata. ¿Qué podría ser,

si eso fuera…? Si eso fuera, y si se le da un sentido a lo que estoy tratando de desarrollar ante

ustedes, un significante, en este caso, lo que se llama (y verán enseguida hasta qué punto

14 “una moira” [Sizaret].

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quedaremos complicados, porque si digo “macho” o “hembra”, bueno, ¡ah!… es bastante animal,

eso). Entonces, estoy de acuerdo: “masculino” o “femenino”…

Ahí, resulta en seguida que Freud, el primero que se adentró en esta vía de lo inconsciente, al

respecto es absolutamente sin ambages: no existe el mínimo medio… Digo (no es que yo le esté

diciendo a ustedes que están ahí ante mí: “¿en qué dosis son ustedes masculino y en qué dosis

femenino?”. De eso no se trata; tampoco se trata de la biología, ni del órgano de Wolff y de

Müller), es imposible darle un sentido, quiero decir un sentido analítico, a los términos

masculino y femenino. Si un significante, sin embargo, es lo que representa a un sujeto para otro

significante, ese debería ser el terreno elegido. Pues, ven ustedes que las cosas estarían bien,

serían puras, si pudiéramos introducir cierta subjetivación, quiero decir, pura y válida en el

término macho. Tendríamos lo que conviene. A saber, que cuando un sujeto se manifiesta como

macho, sería representado como tal, quiero decir, como sujeto, ¿ante qué? Ante un significante

que designa el término hembra ¡y que no sería en absoluto necesario que determine al mínimo

sujeto! ¡La recíproca es cierta!

Subrayo que si interrogamos el sexo en cuanto a su subjetivación posible, no damos ahí

prueba de exigencia alguna, manifiestamente exorbitante, de intersubjetividad. Bien podría ser

que eso se sostenga así… Hasta sería no solamente lo que sería deseable, sino lo que, de manera

enteramente clara –si ustedes interrogan lo que hace poco llamé la conciencia de clase, la clase

de todos los que creen que “el hombre” y “la mujer” existe– eso no podría ser otra cosa que eso y

así, eso estaría bien si fuera.

Quiero decir que el principio de lo que se llama cómicamente (debo decir que ahí lo cómico

es irresistible) “la relación [relation] sexual” , si yo pudiera hacer… –en una asamblea así, que se

me vuelve familiar, una asamblea donde puedo hacer escuchar, justo como conviene, que no hay

acto sexual, lo cual quiere decir: no hay acto en un cierto nivel y justamente es por eso que

tenemos que buscar cómo se constituye– si yo pudiera hacer que el término de “relación sexual”

tomara en cada una de sus mentes exactamente la bufona connotación que merece, esta locución

¡habría ganado algo!

Si la relación sexual existiera, esto es lo que querría decir: que el sujeto de cada sexo puede

tocar algo en el otro, a nivel del significante. Entiendo que esto no implicaría, en el otro ¡ni

conciencia ni tampoco inconsciente! Sencillamente, acuerdo. Esa relación [rapport] del

significante con el significante, cuando se encuentra, es seguramente lo que nos maravilla en un

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cierto número de pequeños puntos cautivantes… de tropismos, en el animal. Estamos lejos de lo

que concierne al hombre, y tal vez igualmente, además, en el animal, donde las cosas sólo

suceden por intermedio de ciertas ubicaciones de fáneros, que ciertamente deben prestarse para

ciertos fallos.

Como sea, la virtud de lo que articulé así, no es toda decepcionante. Quiero decir que esos

significantes hechos para que el uno presente y represente al otro en el estado puro, el sexo

opuesto… ¡pues existe a nivel celular! Se lo llama cromosoma sexual.

Sería sorprendente que un día pudiéramos, con algunas posibilidades de certidumbre,

establecer que el origen del lenguaje, a saber, lo que sucede antes de que engendre al sujeto,

tenga alguna relación con esos juegos de la materia que nos entregan los aspectos que hallamos

en la conjunción de las células sexuales. ¡Aún no estamos ahí y tenemos otra cosa que hacer!

Sencillamente, no nos sorprendamos de que a la distancia que estamos de ese nivel donde se

manifestaría, en últimas, algo que no está hecho del todo para no seducirnos, en ese nivel donde

podría designarse algo que yo llamaría “trascendencia de la materia” (créanme, no fui yo quien

lo inventé, ya se le ocurrió a otras pocas personas)… sólo que si lo designo, ese punto extremo,

subrayando expresamente que está enteramente irresuelto, que el puente no está hecho, es

sencillamente para señalar que, en cambio, en el orden de lo que se llama más o menos

propiamente el “pensamiento”, ¡nunca se hizo nada diferente a lo largo del curso de los siglos

(por lo menos de los que nos son conocidos) que hablar como si ese punto estuviera resuelto!

Durante siglos, el conocimiento, de una forma más o menos enmascarada, más o menos figurada,

más o menos de contrabando, nunca hizo más que parodiar lo que pasaría, si el acto sexual

existiera al punto que nos permitió definir lo que concierne, como dicen los hindúes, de Purusha

y de Prâkriti, de animus y de anima ¡y de toda la gama…!

Lo que se nos exige es hacer un trabajo más serio. Trabajo que necesita sencillamente de

esto, que entre ese juego de las significaciones primordiales, tal como podrían inscribirse en

términos, lo subrayo, que impliquen algún sujeto, pues bien, nos hallamos separados por todo el

espesor de algo que llamarán ustedes como quieran: la carne, o el cuerpo, con la condición de

incluir allí lo que aporta de específico nuestra condición de mamíferos, a saber, una condición

absolutamente especificada y para nada necesaria, como la abundancia de todo un reino nos lo

prueba (hablo del reino animal). Nada implica la forma que toma para nosotros la subjetivación

de la función sexual, nada implica que lo que viene allí a jugar a título simbólico esté

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necesariamente vinculado allí. Basta con reflexionar en lo que puede ser eso en un insecto, e

igualmente, además, las imágenes que pueden depender de eso (¿no nos privamos de hacer uso

de eso?) para hacer aparecer, en el fantasma, tal o cual rasgo singular de nuestras relaciones con

el sexo.

Pues bien, he aquí que he tomado una de las dos vías que se me ofrecían hace poco. No estoy

seguro de que haya tenido razón. Ahora tengo que tomar la otra; la otra, y para designarles por

qué el Uno viene aquí a la derecha del a, en ese punto15 que designé como representando aquí,

por un significante, el hecho del sexo.

Ahí hay una sorprendente convergencia entre aquello de lo que se trata verdaderamente, es

decir, lo que les estoy diciendo y lo que yo llamaría por otra parte el punto mayor de la

abyección psicoanalítica.

Debo decir que deben ustedes únicamente a Jacques-Alain Miller, que hizo con mis Escritos

un índice razonado, el no haber tenido, visto, el índice alfabético con el que, debo decirlo, me

había puesto un tanto a alegrarme imaginándolo empezar con la palabra abyección. No fue así,

no es una razón para que esa palabra no tome su lugar.

El Uno que pongo ahí, por pura referencia matemática, quiero decir que figura sencillamente

esto: que para hablar de inconmensurable se requiere que tenga una unidad de medida y no hay

unidad de medida que no esté simbolizada mejor que por el Uno. El sujeto, bajo la forma de su

soporte, el a minúscula, se mide, SE MIDE AL SEXO (entiendan eso como se diría que él se

mide al celemín o a la pinta), eso es el Uno, la unidad sexo ¡nada más!

Pues bien, no es nimio que ese Uno (se trata de saber hasta qué punto) converge, como lo dije

hace poco, con ese Uno que reina en el fundamento mental mismo, hasta este día, de los

psicoanalistas, bajo la forma de la virtud unitiva, que estaría en el principio de todo lo que ellos

desarrollan como discurso sobre la sexualidad. No basta con la vanidad de la fórmula de que el

sexo “una”, se requiere además que la imagen primordial le sea dada por… la fusión de la que

beneficiaría el gozador de la “gozada”: el pequeño baby, en el seno de su madre (en donde nadie

hasta hoy, ha podido darnos testimonio de que esté en una posición más cómoda de lo que está la 15 “en esa esquina” [S.]

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madre misma al cargarlo)… y donde se ejemplificaría lo que ustedes han escuchado aún aquí, el

año pasado, en el discurso del señor Conrad Stein (lamento que no lo hayamos vuelto a ver, de

hecho, desde entonces), como necesario para el pensamiento del psicoanalista, como

representando ese Paraíso perdido de la fusión del yo y del no yo, que, lo repito, cuando se

escucha a los psicoanalistas, sería la corner stone, la piedra angular sin la cual nada podría

pensarse sobre la economía de la libido; ¡porque de eso se trata!

Pienso que ahí hay una verdadera piedra de toque, que me permito señalar a quien suponga

seguirme. Es que toda persona que quede de cierta manera pegada a ese esquema del narcisismo

primario, bien puede pasarse por el ojal todos los claveles lacanianos que quiera, dicha persona

no tiene absolutamente nada qué hacer ni de cerca ni de lejos con lo que yo enseño.

No digo que este asunto del narcisismo primario, en la economía de la teoría, no sea algo que

plantee pregunta y merezca ser acentuado un día.

Comienzo hoy, precisamente, a hacer subrayar que si el valor de goce tiene origen en la falta

marcada por el complejo de castración, en otras palabras, la interdicción del autoerotismo que

recae en un órgano preciso –que no juega ahí papel y función más que de introducir este

elemento de unidad en la inauguración de un estatuto de intercambio, de donde depende todo lo

que luego será economía, en el ser hablante del que se trata en el sexo–, está claro que lo

importante es ver la reversión que resulta de ahí. A saber, que es en la medida en que el falo

designa, desde entonces, algo llevado a valor por ese menos que constituye el complejo de

castración: ese algo que constituye precisamente la distancia del a minúscula con la unidad del

sexo.

Es a partir de ahí, como toda la experiencia nos lo enseña, que el ser que vendrá, a ser llevado

a la función de partenaire -en esta prueba del acto sexual donde es puesto el sujeto-, la mujer,

para darle una imagen a mi discurso, tomará su valor de objeto de goce.

Pero, al mismo tiempo y así mismo, miren qué sucede, ya no se trata de “él goza”. “Él goza

de”: el goce ha pasado de lo subjetivo a lo objetivo, hasta el punto de deslizar hacia el sentido de

posesión en la función típica, tal como hemos de considerarla como deducible de la incidencia

del complejo de castración. Y, esto ya lo traje la última vez, está constituida por ese viraje que

hace del partenaire sexual un objeto fálico. Punto que no subrayo aquí en el sentido de “el

hombre” a “la mujer” (los dos entre comillas), sino en la medida en que es ahí donde la

operación es, si puedo decirlo, más escandalosa. Porque es articulable, por supuesto, también en

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el otro sentido; salvo que la mujer no tiene que hacer el mismo sacrificio, puesto que le es

acreditado ya a su cuenta, al comienzo.

En otros términos, subrayo la posición de lo que llamaré la ficción macho, que podría

expresarse más o menos así: “uno es lo que tiene”16. No hay nada más contento que un tipo que

nunca ha visto más lejos de la punta de su nariz y que les suelta la fórmula, así, provocante:

“tener o no…”, “uno es lo que tiene”, lo que tiene, lo que ustedes saben… y además “uno tiene

lo que es”.17 Las dos cosas se sostienen. “Lo que es” es el objeto de deseo, es la mujer.

Esta ficción, simplona debo decir, está seriamente en vías de revisión. Desde hace algún

tiempo nos hemos dado cuenta de que es un tanto más complicada. Pero aún cuando en un

informe denominado Dirección de la cura y los principios de su poder, creí deber rearticularlo

con cuidado, al parecer no se vio bien lo que implica aquello que opondré a esta ficción macho,

como siendo, para retomar una de mis palabras de la última vez, el valor hombre-ella: “uno no es

lo que tiene”. No es exactamente la misma frase, pongan cuidado, ¿ah? “Uno es lo que tiene”

[ce qui a] pero “uno no es lo que tiene” [ce qu’on a]18. En otras palabras, es en la medida en que

el hombre tiene el órgano fálico, que él no lo es. Esto implica que, del otro lado, uno puede y

hasta uno es lo que uno no…19 lo que uno no tiene. Es decir, es precisamente en la medida en

que ella no tiene el falo que la mujer puede tomar su valor.

Tales son los puntos que es extremadamente necesario articular al comienzo de toda

inducción de lo que dice lo inconsciente sobre el sexo, ¡porque esto es propiamente lo que hemos

aprendido a leer en su discurso! Sólo que, allí donde yo hablo de complejo de castración, con por

supuesto todo lo que implica de litigio, puesto que lo menos que puede decirse es que puede

prestarse un tanto a error sobre la persona, y especialmente del lado macho, respecto a lo que nos

describe tan bien el Génesis, a saber, la mujer concebida como ese algo de cuyo cuerpo el

hombre ha sido privado (a eso se lo llama, en ese capítulo que bien conocen ustedes, una

“costilla”, ¡es por pudor!…) Lo que conviene ver es que en todo caso, allí donde hablo de

complejo de castración como original en la función económica del goce, el psicoanalista hace

16 on est ce qui a, “uno es lo que tiene / uno es eso que tiene”, Nótese el uso del ce qui en vez del ce qu’on, con su insoslayable efecto objetivante. En contraste, en el párrafo siguiente Lacan llama la atención: no es lo mismo ce qui a que ce qu’on a. Hay que subrayar además el efecto de a en la afirmación: “uno es lo/eso que a”. [T.] 17 on a ce qui est – « lo que es », también con el acento objetivante del qui. 18 O también, al explicitar el on: “uno no es lo que se tiene” [T.]. 19 Sizaret transcribe sin los puntos suspensivos : « on est ce qu’on a – on est ce qu’on n’a pas »; Dorgeuille separa con comas : « On est ce qu’on a, on est ce qu’on n’a pas ». [A notar una homofonía entre « on est ce qu’on n’a… » y « on est ce qu’on a ». T.]

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gárgaras con el término de “libido objetal”. Lo importante es ver que si hay algo que merezca ese

nombre, es precisamente la relación de esta función negativada que está fundada en el complejo

de castración.

El valor de goce, prohibido en el punto preciso, en el punto de órgano constituido por el falo,

es el que es remitido como “libido objetal”; contrariamente a lo que se dice, a saber, que la libido

llamada narcisista sería el reservorio de donde ha de extraerse lo que será libido objetal.

Esto puede parecerles una sutileza. Porque, en últimas, me dirán ustedes, si, en cuanto al

narcisismo, hay ahí libido que recae en el cuerpo propio, pues bien, aún cuando usted precise las

cosas, se trata de una parte de esta libido… me dirán ustedes. En lo que enuncio ahora, ¡para

nada! Muy precisamente por esto: que para decir que una cosa es extraída de la otra habría que

suponer que está pura y simplemente separada por vía de lo que se llama un corte, pero no

solamente por un corte: por algo que cumple luego la función de un borde.

Pero es precisamente lo discutible y no solamente lo discutible, sino que, lo que ya se puede

dilucidar es que no hay homeomorfismo, no hay estructura tal que el colgajo fálico (si puede

decirse) pueda captarse como una parte del investimento narcisista. Es que no constituye ese

borde; se requiere que mantengamos esto contra20 lo que permite al narcisismo construir esta

falsa asimilación de lo uno y lo otro, que es adoctrinada en las teorías tradicionales del amor. Las

teorías tradicionales del amor dejan, en efecto, al objeto del bien en los límites del narcisismo.

Pero la relación en cuestión verdaderamente (la economía del goce), es distinta. La libido

objetal, en tanto introduce algo que, si puedo decirlo, nos deja deseando la nota exacta del acto

que se pretende sexual, es de naturaleza, hay que decirlo, propiamente hablando, diferente,

discernible. Es aquí donde yace el punto incisivo en torno al cual es esencial no ceder. Puesto

que, como lo verán luego, es solamente en torno a ese punto que pueden tomar justo lugar,

especialmente todo lo que sucede en el campo del acto analítico, ya se trate de la relación

analizado-analista o de los efectos de regresión.

Pido excusas por dejar en suspenso. La ley de mi discurso no me permite zanjarlo en el punto

de caída que siempre me convendría; la hora nos interrumpe aquí hoy. Proseguiré la próxima

vez.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel A.

20 entre [S.]

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Lección 18

26 abril de 1967

Mientras se borra lo que hay en el tablero, les hice este dibujo que es imperfecto. ¡Pero,

bueno! no perdamos tiempo. Es imperfecto en el sentido en que no está acabado, porque la

misma longitud 1 que define el campo a minúscula, debería reproducirse aquí, pero la empecé

demasiado lejos. Ya les indiqué suficientemente que esos dos segmentos, particularmente éste de

aquí y éste que no está terminado, son, si quieren, calificables como el Uno y el Otro, el Otro en

el sentido en que lo entiendo de ordinario, el lugar del Otro, A mayúscula, el lugar donde se

articula la cadena significante, y lo que esta soporta de verdad.

Esos son los términos de la díada esencial donde ha de forjarse el drama de la subjetivación

del sexo. Es decir, aquello de lo que estamos hablando desde hace mes y medio. Esencial, para

quienes tienen su oído formado en los términos heideggerianos, que, como lo verán, no son mi

referencia privilegiada. No obstante, para ellos, quiero decir no díada esencial en el sentido de lo

que es, sino en el sentido de lo que (hay que decirlo en alemán), de lo que west,1 como se

expresa Heidegger, de una manera de hecho forzada ya a la luz de la lengua alemana. Digamos,

de lo que opera en tanto Sprache, o sea, la connotación, que le dejamos a Heidegger, del término

de “lenguaje”.

No se trata ahí de otra cosa que de la economía de lo inconsciente, hasta de lo que

comúnmente se llama proceso primario.

No olvidemos que para esos términos –los que acabo de plantear como los de la díada, de

la díada de la que partimos: del Uno y del Otro; el Uno tal como precisamente lo articulé la

última vez, y que de hecho voy a retomar, el Otro, en el uso que hago de éste desde siempre–, no

1 De wesen. [D.]

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olvidemos, digo, que hemos de partir de su efecto. Su efecto tiene de irrisorio que se presta para

la burda metáfora de que sea él, el niño. La subjetivación del sexo no pare nada, salvo el

infortunio.

Pero, lo que ya produjo, lo que se nos da de manera unívoca en la experiencia

psicoanalítica, es ahí ese desecho del que partimos como siendo el punto de apoyo necesario para

reconstruir toda la lógica de esta díada. Esto, dejándonos guiar por aquello en donde este objeto

es, lo saben ustedes, propiamente hablando la causa, a saber, el fantasma.

La lógica –si es cierto que pueda yo plantear como su tesis inicial lo que yo hago: que no

hay metalenguaje– es esto: que uno puede extraer del lenguaje particularmente los lugares y los

puntos donde, si puede decirse, el lenguaje habla de él mismo. Y es justamente así como alcanza

su plenitud en nuestros días. Cuando digo que “alcanza su plenitud en nuestros días” es porque

es evidente, basta con que abran un libro de lógica para que se den cuenta de que eso no tiene

pretensión de ser otra cosa; nada óntico, en todo caso, apenas ontológico. Al respecto, no

obstante, remítanse, puesto que les voy a dejar 15 días de intervalo, a la lectura del Sofista,2

quiero decir, del diálogo de Platón, para saber hasta qué punto esta fórmula, digo, que concierne

a la lógica, es exacta, y que su punto de partida no data entonces de hoy ni de ayer.

Comprenderán que, de hecho, es de ese diálogo, El Sofista, que parte Martín3 –digo Martín

Heidegger– para su restauración del asunto del Ser. Y, en últimas, no será una disciplina menos

saludable para nosotros la de leer, puesto que mi falta de información hizo que, al no haberla

recibido sino recientemente gracias a un servicio de prensa, sólo hasta hoy pueda aconsejarles

leer la Introducción a la Metafísica en la excelente traducción de Gilbert Kahn.4 Digo

“excelente” porque a decir verdad… no buscó lo imposible y porque, para todas las palabras de

las que es imposible dar un equivalente, si no un equívoco, forjó tranquilamente o volvió a forjar

palabras francesas como pudo, a reserva de que, al final, un léxico nos dé su exacta referencia

alemana. Pero todo esto no es más que paréntesis.

Esta lectura… fácil (lo cual tal vez puede ser puesto en duda por otros textos de Heidegger,

pero les aseguro, ésta es extraordinariamente fácil, hasta de un tono muy netamente rayano con

2 Lacan se remite a la edición de A. Diès, les Belles Lettres, Budé, 1963. Para la edición ene español, Cf. Platón, Diálogos, V, Párménides, Teeteto, Sofista, Político, Madrid, Gredos, 1988. 3 Lacan lo pronuncia al estilo alemán [S.] 4 Heidegger Martin, Introduction à la métaphysique, 1952, traducción al francés de G. Khan, París, Gallimard, 1967. [D.]

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la facilidad) es imposible hacer más transparente la manera como él entiende que se vuelve a

plantear, en nuestro momento histórico, el asunto del Ser.

No es cierto que yo piense que se trate de una lectura de ejercicio simplemente y, como lo

decía hace poco, saludable. Eso limpia muchas cosas pero no deja igualmente de extraviarse al

dar la única consigna de un retorno a Parménides y a Heráclito (por muy genialmente que los

sitúe) precisamente a nivel de ese meta-discurso del que hablo como inmanente al lenguaje. No

es un metalenguaje. El meta-discurso inmanente al lenguaje y que yo llamo la lógica es,

justamente, por supuesto, lo que merece ser refrescado con tal lectura.

Cierto es que no hago uso, pueden ustedes notarlo, de ninguna forma de procedimiento

etimologizante, cuyas fórmulas, llamadas presocráticas, Heidegger hace revivir admirablemente.

Es porque, así mismo, la dirección que entiendo señalar difiere, difiere de la suya precisamente

en el hecho de que es irreversible y que indica El Sofista (lectura, también ésta

extraordinariamente fácil y que no deja también de hacer su referencia a Parménides)

precisamente para señalar cuán lejos e impetuoso llegó contra esa defensa que expresa

Parménides5 en esos dos versos:6 oÙ g¦r m»pote toàto damÁ eÎnai m¾ ™Ònta:

No, nunca jamás plegarás por la fuerza a los no seres a ser; ¢ll¦ sÝ tÁsd' ¢f' Ðdoà diz»sioj e|rge nÒhma De esta senda de búsqueda aleja mejor tu pensamiento.

Es precisamente la senda abierta, abierta desde el Sofista, la que se nos impone, hablando

propiamente, a nosotros los analistas, por poco que sepamos únicamente con qué tenemos que

vérnosla.

Si yo hubiese logrado hacer un “psicoanalista letrado”, habría ganado la partida. Es decir,

que, a partir de ese momento, la persona que no fuera psicoanalista se convertiría, por eso

mismo, en una iletrada. ¡Que los numerosos letrados que pueblan esta sala se tranquilicen, aún

conservan sus resticos!

Se requiere que el psicoanalista llegue a concebir la naturaleza de lo que él manipula, como

esta escoria del Ser, esta piedra rechazada, que se vuelve piedra angular de lo que propiamente es

lo que designo como objeto a. Y que es un producto, digo, producto de la operación del lenguaje,

5 “el Parménides” [Sizaret]. Pero se corre el riesgo de confundirlo con el diálogo de Platón. 6 Lacan traduce de Parménides, Le poème, VII, edición de Jean Beauffret, París, PUF, 1955, 1986.

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en el sentido en que el término producto es necesario en nuestro discurso por el recaudo [la

levée], desde Aristóteles, de la dimensión del œrgon, exactamente, del trabajo.

Se trata de volver a pensar la lógica a partir de ese a minúscula. Puesto que ese a

minúscula (si lo denominé, no lo inventé) es propiamente lo que cayó en manos de los analistas a

partir de la experiencia que éstos han rebasado en lo que es la cosa sexual. Todos saben lo que

quiero decir, y, además, que sólo hablan de eso. Ese a minúscula, desde el análisis, ¡son ustedes

mismos! Digo, cada uno de entre ustedes, en su nódulo esencial; eso les pone los pies en la tierra,

como se dice, eso los restablece, del des… del delirio de la esfera celeste, del sujeto del

conocimiento.

Habiendo dicho esto, eso explica, y es la única explicación válida, por qué, como lo puede

ver cada cual, se parte, en el análisis, del niño. Es por razones, propiamente hablando,

metafóricas. Porque el a minúscula es el niño metafórico del Uno y del Otro, por cuanto ha

nacido como desecho de la repetición inaugural, la cual, por ser repetición, exige esa relación del

Uno al Otro, repetición de donde nace el sujeto.

La verdadera razón de la referencia al niño en el psicoanálisis no es, pues, en ningún caso,

lo más granado de G. I.,7 la flor que se promete que llegará a ser el feliz sinvergüenza que al

señor Erik Erikson le parece suficiente motivo de sus cogitaciones y de sus penas, sino solamente

esa esencia problemática, el objeto a, cuyos ejercicios nos dejan estupefactos, por supuesto no en

cualquier parte: ¡en los fantasmas (y puestos en ejecución de manera bien suficiente) del niño!

Para que sea en su nivel donde se vean los juegos y las vías mejor abiertas, se requiere recoger

confidencias que no están al alcance de los psicólogos del niño…

En resumen, es lo que hace que la palabra alma tenga, en el menor de los retozos sexuales

del niño (en su “perversión”, como se dice) la sola, la única y la sola digna presencia que deba

acordarse a esa palabra, a la palabra alma.

Entonces, la última vez lo dije, el Uno es, simplemente, en esta lógica, la entrada en juego

de la operación de la medida, del valor a darle a a minúscula en esta operación del lenguaje que

será, en últimas (¿qué otra cosa se nos propone?), intento de reintegrar ese a minúscula, ¿en qué?

En este universo del lenguaje del cual ya planteé al comienzo de este año, ¿qué? ¡Que no existe!

7 G. I.: (1942: abreviatura americana de Government Issue). Soldado del ejército americano [tomado del diccionario alfabético y analógico de la lengua francesa Le Petit Robert, 1986, pág. 865]. T.

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No existe, ¿por qué? Precisamente, por causa de su existencia, la del objeto a minúscula, como

efecto.

Entonces, operación contradictoria y desesperada, de la cual afortunadamente la sola

existencia de la aritmética, así sea elemental, nos garantiza que la empresa es fecunda. Puesto

que aún al nivel de la aritmética, nos hemos dado cuenta, hay que decirlo, recientemente, de que

el universo del discurso no existe.

Entonces, ¿cómo se presentan las cosas al comienzo de este intento? ¿Qué quiere decir

escribir (puesto que requerimos de ese Uno y que nos contentaremos, en cuanto a la medida, con

el objeto a minúscula) esto: Uno más a igual a Uno sobre a minúscula?

Sospechan ustedes que cuando mi teoría empiece a ser objeto de un cuestionamiento serio

por parte de los lógicos, habrá mucho que decir sobre la introducción aquí de los tres signos, que

se figuran como más, igual, e igualmente la barra, entre el 1 y a minúscula.

Eso son ensayos en los que se requiere, provisionalmente, para que mi curso no se estire

indefinidamente, que se fíen en que los haya hecho por mi cuenta, no mostrando aquí más que

las puntas, en el nivel en que éstas pueden serle útiles.

Hay que subrayar, sin embargo, que si (porque eso va de suyo y porque en verdad es más

cómodo, todavía tenemos suficiente camino que recorrer) yo inscribo, aquí, sencillamente la

fórmula que resulta recubrir lo que llamé el inconmensurable más grande o también el número de

oro, que designa muy propiamente hablando lo siguiente: que de dos magnitudes la relación de la

mayor con la menor, del Uno con el a, en este caso, es la misma que la de su suma con la mayor;

que si opero así, ciertamente, no es para hacer pasar, de hecho demasiado rápido, hipótesis que

sería muy molesto que las tomarán ustedes por decisivas, quiero decir, que creyeran demasiado

en ello, en ese paradigma que simplemente supone hacer funcionar, por un tiempo, para ustedes,

el objeto a minúscula, como inconmensurable en aquello de que se trata: su referencia al sexo. Es

a este respecto que el Uno (ese sexo y su enigma) está encargado de recubrirlo.

Pero nada indica, por lo demás, en la fórmula 1 + a = 1/a, que podamos enseguida hacer

entrar allí la noción matemática de proporción. Mientras no lo hayamos escrito expresamente (lo

cual implica esta escritura tal como está ahí, para alguien que la lee a nivel de su matemática

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usual, a saber, que es: 1+a/1 = 1/a), mientras que este 1 no esté inscrito8, la fórmula puede ser

considerada como mucho menos precisada. No indica otra cosa que esto: que es de la

aproximación del Uno al a minúscula, que suponemos ver surgir algo. ¿Qué? ¿Por qué no, en

este caso, que el Uno representa el a minúscula?

De ninguna manera hago uso de mis simbolizaciones al azar. Y si quienes aquí pueden

recordar aquellas (las simbolizaciones) que le di a la metáfora, recordarán que, en últimas,

cuando escribo la serie de los significantes, indicando que en su parte de abajo esta cadena

implica un significante sustituido, y que es de esta sustitución que resulta que el nuevo

significante sustituido por el S mayúscula, llamémoslo S’, por el hecho de que oculta el

significante al cual se sustituye, adquiere valor de ese algo que ya connoté así, S’ (1/S’’), adquiere

valor del origen de una nueva dimensión significada que no pertenecía ni a uno ni al otro de los

significantes en cuestión.

¿Acaso no resulta que algo análogo (que no sería aquí propiamente sino el surgimiento de

la dimensión de la medida o de la proporción, como significación original) está implicado en ese

momento de intervalo que, tras haber escrito 1 + a = 1/a, lo completa con el Uno que estaba

ausente aunque inmanente, y que, por el hecho de ser diferenciado en ese segundo tiempo, toma

figura de la función aquí del significante sexo en tanto reprimido?

Es en la medida en que la relación con el Uno enigmático, tomado en su pura conjunción 1

+ a, puede, en nuestro simbolismo, implicar una función del Uno como representando el enigma

del sexo en tanto reprimido, que Uno, que este enigma del sexo se nos presentará como pudiendo

realizar la sustitución, la metáfora, recubriendo por su proporción el a minúscula mismo. ¿Qué

significa esto?

El Uno, me opondrán ustedes, no está reprimido. Como aquí, donde ateniéndome a una

fórmula aproximada, hice una cadena de significantes de la cual convendría que efectivamente

ninguno reproduzca ese significante reprimido (es por eso, justamente, que se requiere que lo

reprimido yo lo distinga), aquí ese Uno de la primera línea, ¿va contra la articulación que intento

darles? Seguramente no, por esto: que, como ustedes lo saben (si acaso se tomaron el trabajo de

ejercitarse un poquitito en lo que les mostré de lo que concierne al uso que conviene hacer del a

8 Se refiere al 1 en el denominador de 1+a/1 [Sizaret].

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minúscula respecto al Uno, es decir, habiendo marcado su diferencia y operado su sustracción

respecto al Uno), si se subraya, como les he dicho, que 1 – a = a2, el Uno menos a no es igual a

nada diferente de un a2 o a al cuadrado, al cual sucede, por poco que replieguen ustedes ese a2

sobre el a, aquí traído en la primera operación, al cual sucede un a3, el cual se reproduce aquí

sobre el a2 por el mismo modo de operación para obtener aquí un a4; todas las potencias pares se

irán, les he dicho, de un lado, al encuentro de las potencias impares del otro (a5, a7), que se

escalonarán aquí, y su todo realizando esta suma que se cifra con el uno minúscula.9 Lo que

entonces tenemos arriba de esta proporción no es más que: a + (a2 + a3 + a4…) y así

sucesivamente, lo cual comienza a partir de a2 hasta el infinito, siendo estrictamente igual al Uno

mayúscula.

Resulta entonces que tienen ahí una figura bastante buena de lo que llamé, en la cadena

significante, el efecto metonímico, y que desde hace tiempo, y en adelante, ilustré con el

deslizamiento en esta cadena de la figura a minúscula.

No es todo. Si la medida que será dada así en ese juego de escritura, puesto que no es otra

cosa, es exacta, se desprende, muy inmediatamente, que nos basta con hacer pasar ese bloque

total del Uno más a minúscula a la función del Uno al cual se le impone como sustitución, para

obtener lo siguiente:

…que bien me puedo dar el lujo –asunto de continuar divirtiéndoles– de no escribirlo,

quiero decir: el último 1, reproduciendo en su nivel la maniobra de hace poco, lo que me permite

escribir luego: 1/a, el cual, si continúan procediendo por la misma vía, se prosigue en la fórmula a/1–a , el cual (siendo1 – a igual a a2) no es otra cosa10 que a: la identificación final que, en cierta

forma, sanciona que a través de esos rodeos, esos rodeos que no son nada puesto que es ahí

donde podemos aprender a hacer jugar exactamente las relaciones de a minúscula con el sexo,

nos remiten pura y simplemente a esta identidad del a minúscula.

Para quienes esto siga siendo un tanto difícil aún, no omitan que ese a minúscula ¡es algo

absolutamente existente! Hasta ahora no lo he hecho, pero puedo escribir su valor, todo el mundo 9 Lacan dice efectivamente “uno minúscula”, es decir, la suma (todo) de las potencias pares y de las potencias impares de a. En efecto, a2 + a = 1, donde a es la suma de las potencias impares, y a2 es la suma de la potencias pares [Sizaret]. 10 Es, por supuesto, 1/a. Lacan corregirá al comienzo de la siguiente sesión del seminario. [S.]

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lo conoce, ¿no es cierto?… Es raíz de cinco menos uno sobre dos, √5–1/2. Y, si quieren escribirlo

en cifras, si me acuerdo bien, es algo de este tipo11: 2,236068… No me acuerdo muy bien; aquí

es exactamente 67 y no 68, pero luego hay unos nueve… etc., eso continúa por cierto tiempo. En

resumen, no respondo por eso; es un recuerdo del tiempo… Bueno, en mi tiempo se aprendían

así las matemáticas, se sabía un cierto número de cifras de memoria. Cuando yo tenía 15 años

sabía de memoria las seis primeras páginas de mi tabla de logaritmos. Otro día les explicaré para

qué sirve, pero es muy cierto que no sería uno de los peores métodos de selección para los

candidatos a la función de psicoanalista. Aún no hemos llegado allá… Tengo tanta dificultad

para hacer entrar la mínima cosa sobre este delicado tema, que ni siquiera he sugerido, hasta

ahora, adoptar ese criterio [risas]. ¡Valdría tanto como todos los que están en uso actualmente!

Retomaremos, entonces, en esta fórmula, esos tiempos para designar, propiamente

hablando, aquí en el 1 + a, el punto de estas formulaciones que designa mejor lo que podemos

llamar el sujeto sexual.

Si el Uno designa en su tiempo primero de enigma, la función significante del sexo, es a

partir del momento en que el 1 + a llega al denominador de la igualdad tal como la vemos

desplegarse aquí, siempre la misma, que surge, como pueden verlo, aunque yo no lo haya escrito

de manera imprudente, en el nivel superior, ese famoso dos de la diada que no se podía escribir

en forma de un 2 sin haber advertido que eso requiere ciertos comentarios suplementarios

respecto, en esta ocasión, a lo que se llama la asociatividad de la adición.

En otras palabras, que yo separo el segundo 1 aquí en tanto que está en este paréntesis para

agruparlo en un mismo paréntesis con el otro 1 que lo precede, pero que tiene una función

diferente. Pero no es difícil subrayar en esos tres términos: este 1, este 1, y este a minúscula, los

tres intervalos que están aquí en cuestión, a saber, los que ponen al a minúscula en problemas

respecto a los otros dos 1.

¿Qué puede querer decir todo esto? [risas].

Para confrontar el a minúscula con la unidad, lo cual es solamente instituir la función de la

medida, pues bien, esta unidad, hay que empezar por ESCRIBIRLA. Ésta es la función que,

11 Lacan rectificará al comienzo de la próxima sesión del seminario. El valor de √5–1/2 es 0,618… Nótese: lo que se llama propiamente número de oro es √5+1/2=1,618. Lo que empieza a dar aquí es el valor de √5 [S.].

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desde hace mucho tiempo, introduje con el término de trazo unario (unario, dije, porque ocurre

que mi voz baje). Entonces, ¿dónde se lo escribe, ese trazo unario, esencial para operar para la

medida del a minúscula respecto al sexo? Pues bien, seguramente, no en la espalda del objeto a

minúscula, ¡puesto que ningún objeto a minúscula tiene espalda! Es precisamente para esto que

sirve, creo que ustedes lo saben desde siempre, lo que llamé yo el lugar del Otro, en la medida en

que es precisamente aquí representado, como llamado por todo este proceder lógico. Es decir, el

lugar del Otro ante todo, en tanto que como tal, introduce la reduplicación del campo de lo Uno;

es decir, aún cuando ahí no tenemos más que, propiamente hablando, la figuración de lo que

articulé como la repetición original, como lo que hace que el Uno primero (ese Uno tan caro a

los filósofos, y que sin embargo, en sus manipulaciones presenta cierta dificultad) que este Uno

sólo surge en cierta manera retroactivo a partir del momento en que se introduce, como

significante, una repetición.

Ese rasgo [trait] unario… me acuerda de los gritos desesperados de uno de mis oyentes

más sutiles, cuando sencillamente lo recogí de un texto de Freud, el einziger Zug, donde había

pasado desapercibido para ese encantador interlocutor a quien le habría gustado hacer él mismo

su hallazgo… No crean, sin embargo, que sólo existe ahí. Freud no descubrió el rasgo [trait]

unario. Y si quieren, sencillamente, entre otros (por supuesto, naturalmente, voy a hablar dentro

de poco de los griegos), sino sencillamente para quedarnos en la actualidad, abrir el último

número de la excelente revista que se llama Arts Asiatiques, verán allí la traducción de un muy

bonito tratado breve de la pintura12 por un pintor de quien, afortunadamente, tengo la fortuna de

tener pequeños… bueno, kakemonos se los llama, que se llama Shitao y que, da gran cuenta, a mi

fe, de ese rasgo unario; sólo habla de eso, ¡sí! Sólo habla de eso durante un buen número de

páginas, y excelentes. En chino eso se llama (y no solamente para los pintores, pues los filósofos,

hablan mucho al respecto) y| que quiere decir Uno y huà que quiere decir trazo [trait]. Es el

rasgo unario. Funcionó mucho, les garantizo, antes de que yo les machacara las orejas con eso

aquí.

Pero lo importante, entonces, también, es reconocer…13

12 Shitao, “Traité de la peinture”, Traducción y comentario en Arts Asiatiques, cuadernos publicados por la École française d’Extrême-Orient por Pierre Ryckmans, retomado bajo el título Les propos sur la peinture du moine Citrouille-amère, París, Hermann, 1984 [D.] 13 Lacan va hacia el tablero.

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(Ya lo sé… está escrito como si… es, muy puerco, ¡ah!, mi… mi carácter chino, pero no

tengo el… no tenía mi… ¡sí, bueno! ¡Sí!)…reconocer aquí (en esta función esencial que necesita,

como oponiéndose, como en espejo, el campo del Otro a ese campo de lo Uno enigmático),

propiamente hablando, lo que se ha figurado desde hace mucho tiempo en mi grafo por la

connotación significante de A mayúscula tachado, S(A/ ). Esto permite también, en este artículo

que titulé Remarques…14 y que da la fórmula de lo que se llama, en el psicoanálisis y en los

textos freudianos, una de las formas de la identificación, identificación con el Ideal del yo, cuyo

rasgo esencial ubiqué precisamente en el Otro, como indicando a nivel del Otro esta referencia

en espejo, de donde precisamente parte para el sujeto la vena de todo lo que es identificación. Es

decir, lo que especialmente, en el campo del que hablamos hoy, de la díada, ha de distinguirse.

Distinguirse como situándose, y situándose como distinta de las otras dos funciones que son

respectivamente la de la repetición, la identificación la ponemos en la mitad, y por último la

relación15… La última vez les dije lo que había que pensar respecto a cualquier cosa que pueda

autorizarse de la díada sexual. Califiqué de bufona esta “relación”14 de la que se habla como de

algo que tendría la mínima consistencia cuando se trata de sexo.

Quisiera sencillamente aquí hacerles un comentario. Al mismo tiempo, justo después de El

Sofista, donde interviene Aristóteles, donde funda de una manera que es justo decir que

(independientemente de la disolución que, luego, supimos operar de las operaciones de la

lógica), que es justo decir que sus Categorías16 conservan un carácter inquebrantable. Ya los he

incitado enérgicamente a retomar ese breve tratado. Es claramente admirable en todo lo que

concierne a este ejercicio que puede permitirles dar un sentido al término de “sujeto”. La

enumeración de las categorías… no voy a volvérselas a hacer, la de lugar, la de tiempo, la de

14 “Observación sobre el informe de Daniel Lagache: "Psicoanálisis y estructura de la personalidad”, 1958, 1960, en Escritos 2. 15 relation 16 Aristóteles, Organon, libro 1 « Categorías ». En francés: edición Tricot, Vrin, 1936. O edición bilingüe, F. Hildefonse y J. Lallot. Senil, 2002.

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cantidad, la de cómo, la de por qué, etc. ¿No es sorprendente que tras una enumeración tan

exhaustiva, se note que, precisamente, Aristóteles no introdujo en las categorías esa especie de

relación que podría escribirse –pero intenten un poco y me contarán– la relación sexual?

Todos los lógicos tienen la costumbre de ejemplificar los diferentes tipos de relaciones que

distinguen como transitivas, intransitivas, reflexivas, etc., ilustrándolas por ejemplo con términos

de parentesco: “si Tal, si A es el padre de B, B es el hijo de A”, y así sucesivamente. Es bastante

curioso, por lo menos tan curioso como la ausencia, en las categorías aristotélicas, de la relación

sexual, que nunca nadie se haya arriesgado a decir que “sí A es el hombre de B, B es la mujer de

A”.

Sin embargo, esta relación, por supuesto, hace parte de nuestra pregunta concerniente a

aquello de lo que se trata, a saber, este asunto del estatuto que pueda fundar esos términos que

son, propiamente hablando, los que acabo de adelantar bajo la forma de hombre y de mujer.

Para hacerlo, es absolutamente vano proyectar (para emplear un término que el

psicoanalista usa a tontas y a locas), proyectar el Uno que viene a marcar el campo del Otro en lo

que voy ahora a llamar x, para marcar bien que este Uno no era nada más, hasta ahora, que una

denominación. Que haya que designar con el Uno del trazo unario lo que está ahí entre el a

minúscula y el Otro con mayúscula, es lo que sólo abusivamente puede considerarse como (ese

campo x) lo unificante, ¡haciéndolo unitivo, más aún!

Por supuesto, no fue ayer que tuvo lugar ese deslizamiento, y no es privilegio de los

psicoanalistas; la confusión de un Ser –¿cuál Ser? ¡Supremo!– con el Uno como tal, es lo que se

encarna, de manera inminente, por ejemplo, en la pluma de un Plotin. Todo el mundo sabe eso.

El predominio de esta función mediana que no es una nonada, puesto que opera (yo la

llamé la, fundamental, del Ideal del yo) en tanto que depende de eso toda una cascada de

identificaciones secundarias, particularmente la del Yo ideal, la cual es nódulo del yo; todo esto

ha sido expuesto y queda inscrito en su lugar y en su tiempo, y por sí mismo hace surgir

claramente el asunto de de cuál motivo está necesitada la multiplicidad de esas identificaciones.

Es claro que basta con remitirse al pequeño esquema óptico que di, que no es más que una

metáfora; en cambio esto nada tiene de metafórico, ¡puesto que son las metáforas las que

precisamente son operantes en la estructura!

En resumen, que el lazo del Uno con el Otro por identificación y sobre todo si toma esta

forma reversible que hace del Uno el Ser supremo es, propiamente hablando, típica del error

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filosófico. Por supuesto, si les dije que leyeran El Sofista de Platón, es que estamos lejos de caer

ahí en este Uno y que Plotín es aquí la mejor referencia para dar prueba de ello.

No quisiera oponer allí que los místicos… en la medida en que son los que podemos

definir como los que avanzaron, a costa suya, de a minúscula hacia este Ser que, por su parte, lo

único que hizo fue anunciarse como impronunciable (impronunciable en lo que respecta a su

nombre) nada menos que con esas letras enigmáticas que reproducen (¿se lo sabe?) la forma

general del Yo soy, no Aquel que soy, ni Aquel que es, sino Lo que yo soy. Es decir, ¡busquen

entender!…

Pueden ver, ahí, que nada especifica tanto (aunque merezca ser especificado en otro nivel

por la referencia que se hace al padre) al Dios de los Judíos; porque a decir verdad, el Tao se

enuncia, como lo saben, en nuestro tiempo en que el Zen recorre las calles, en alguna parte han

debido ustedes recoger que “el Tao que puede nombrarse no es el verdadero Tao”. En fin, no

estamos aquí para hacer gárgaras con esos viejos chistes…

Cuando hablo de las místicas, hablo sencillamente de los huecos que encuentran. Hablo de

Noche oscura,17 por ejemplo, que prueba que en cuanto a lo que puede allí haber de unitivo en

las relaciones de la criatura con cualquier cosa, siempre puede, aún con los más sutiles métodos y

los más rigurosos… encontrarse allí una dificultad. Los místicos, para decirlo todo (debo decir

también que es el único punto por el cual me interesan; no estoy tratando de hacer del acto

sexual, pienso que se dan ustedes cuenta de manera suficiente, una “teoría” (entre comillas)

mística), se habla de los místicos ellos para señalar que son menos brutos que los filósofos; así

como “los enfermos son menos brutos que los psicoanalistas”. Esto depende únicamente de esto:

que… es… es una de las alternativas, renovada, de lo que ya varias veces di como fórmula de la

alienación: la bolsa o la vida, la libertad o la muerte, la estupidez o la canallada, por ejemplo.

¡Pues bien, no hay elección! Cuando se plantea: la estupidez o la canallada, por lo menos a nivel

de los filósofos o… o de los psicoanalistas, es siempre la estupidez la que gana; no hay manera

de escoger la canallada.

En resumen, para tomar ese campo que está ENTRE el a minúscula y el A mayúscula, ven

que dibujé dos líneas: una, hecha de un punteado y luego de una línea continua, sencillamente

para señalar que el a minúscula se iguala en su primera parte con lo que es el a minúscula

17 San Juan de la Cruz, « Noche oscura ». Sain Jean de la Croix, “La nuit obscure”, en Œuvres spirituelles, traducidas al francés por el R. P. Cyprien de la Nativité de la Vierge, revisadas por el R. P. Lucien Marie, París, Desclée de Brouwer, 1949 [D.].

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externo, y que está ese resto del a2. Pero hice una segunda línea, una segunda línea que bien

podría ser la única, para señalarnos que ese punto, ese campo, ha de considerarse (digo para

nosotros, los analistas) como siendo en su conjunto algo de lo que por lo menos se sospecha que

participa de la función del agujero.

Y no puedo dejar (así sea por reconocimiento a la contribución que el Sr. Green tuvo a bien

aportar hace, creo, dos sesiones, a mi trabajo) de introducir aquí, por qué no, la referencia que él

tuvo a bien adjuntar allí. Es la que introdujo, debo decir (no se dejen llevar), muy notablemente,

bajo la forma de ese caldero, de ese caldero del Es, que él fue a extraer allí donde de hecho la

mayoría de entre nosotros lo conoce, en la treintaiunava o treintaidosava Nueva conferencia de

Freud. El caldero, en una cierta imagen que puede hacerse de éste, se expresa, algo como así:

“¡eso hierve ahí dentro!”. A decir verdad, en el texto de Freud, es justamente de eso de que se

trata. Con qué ironía Freud podía dejar pasar tales imágenes, es algo por supuesto que habría que

estudiar. No está a nuestro alcance enseguida. Antes sería necesario entregarse… bueno… a una

sólida operación de desbaste, como a menudo lo he hecho notar, de lo que recubre el texto…

bueno, ¿no es cierto?… ¡la marea negra!

No digamos demasiado al respecto, salvo, en últimas, esto: que una de las cosas más

esenciales a distinguir –quisiera que retuvieran su fórmula– es la diferencia que hay entre la

podredumbre y la mierda. Si no se hace una distinción exacta, no se nota, por ejemplo, que lo

que Freud designa, es ese algo podrido que hay… en el goce. Y no soy yo quien inventa ese

término: la Tierra Gasta se pasea ya por la literatura cortés, son los términos poéticos que usan

los Romanos de la Mesa Redonda,18 y los vemos retomados (hallamos lo que nos sirve donde

está) en la pluma de ese viejo reaccionario de T. S. Eliot en el título The Waste Land.19 ¡Él sabe

muy bien de qué habla! Léanlo, Waste Land, es aún una muy buena lectura, y debo decir que

18 Chrétien de Troyes, Perceval, ou le Conte du Graal. La Tierra Gasta es el imperio devastado del rey Méhaigné. Oeuvres complètes, Bibliothèque de la Pleiade, Gallimard, París, 1994. [En la leyenda del rey Arturo, la Tierra Gasta es un territorio devastado que se ha vuelto estéril y cuya fertilidad sólo se recuperará al final de la búsqueda del Grial, que sanará al Rey Herido y a su reino. El Rey Méhaigné (Rey Pescador o Rey Herido) es el último de una descendencia encargado de cuidar el Santo Grial. A menudo se lo llama “Rico Rey Pescador” por el inestimable tesoro que tiene a su cuidado (tesoro espiritual más que material). El relato de su historia varía mucho, pero siempre es herido en las piernas o en la ingle, y es incapaz de moverse por sí mismo. Desde entonces, su reino parece compartir sus dolencias, como si la enfermedad del rey hiciera estéril la tierra (Mito de la tierra devastada que ha de relacionarse con el inglés Waste Land. Sólo le queda pescar en el río cerca de su castillo de Corbenic, mientras todos los Caballeros acuden para curar al Rey pescador, pero sólo el “Buen caballero” puede realizar el milagro. T.]. 19 Eliot Thomas Stearns [1888-1965], The Waste Land [1922]. Cf. La Tierra Baldía y otros poemas, Cátedra, 1954.

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bastante divertida, ¡si bien menos clara que la de Heidegger! ¡No se trata de otra cosa, de cabo a

rabo, que de la relación sexual!

Una de las cosas más útiles sería evidentemente decantar ese campo de la podredumbre,

del alquitrán de mierda –digo, propiamente hablando, dada la función privilegiada que juega en

esta operación el objeto anal– con el que la teoría psicoanalítica actual la recubre.

Entonces, en el lugar de lo que había definido como el Es de la gramática –verán tras qué

gramática, se trata–, el Sr. Green me recordó que era necesario que no olvidara la existencia del

caldero, caldero en tanto que hace “burú, burú, burú, pschiit”. El asunto es esencial y, a decir

verdad, le rindo enteramente este homenaje, de que tomó una vía muy mía, para hacer funcionar

enseguida lo que él llamó modestamente la asociación de idea, y que era la referencia al Witz,

para recordarnos el otro uso que Freud hace del caldero, a saber, que respecto a ese famoso

caldero que se nos reprocha haber devuelto agujereado, el sujeto ejemplar responde, por lo

común, que, primero, él no lo pidió prestado, segundo, que agujereado ya estaba y, tercero, que

lo devolvió intacto. Fórmula que, seguramente, tiene todo su valor de ironía y de Witz, pero que

es aquí particularmente ejemplar cuando se trata de la función de los analistas, porque el uso que

hacen los analistas de este lugar, que yo estoy de acuerdo en que es necesario representar por

algo como un caldero, a condición precisamente de saber que es un caldero agujereado, y que por

lo tanto es totalmente inútil pedirlo prestado para hacer dulces en él, ¡y que igualmente no lo

prestamos! Toda la técnica analítica (es un error no señalarlo) consiste precisamente en dejar

vacío este lugar del caldero. ¡Que yo sepa, no se hace el amor en el consultorio analítico! Es

precisamente porque en ese lugar –y en lo que ha de medirse allí–, uno opera desde lo que está

ahí, a la derecha y a la izquierda, del a minúscula y del A mayúscula, que podemos tal vez decir

algo al respecto.

Entonces, diré yo que esas tres divertidas referencias al problema del deudor del caldero,

no hacen más que recubrir, por parte de los analistas, un triple rechazo a reconocer lo que

justamente está en juego. Primeramente: que ese caldero no lo han pedido prestado, niegan ese

no… e imaginan que efectivamente lo han pedido prestado. En segundo lugar, parece que

quisieran olvidar, tanto como puedan, que, tal como sin embargo lo saben bastante bien, ese

caldero está agujereado y que prometer devolverlo intacto es algo enteramente aventurado.

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Solamente a partir de ahí se podrá dar cuenta de qué se trata a nivel de fenómenos que son

esos fenómenos de verdad, que intenté precisar en la fórmula Yo, la verdad, hablo.20

Esto es cierto, independientemente de lo que los psicoanalistas piensen al respecto, y aún si

quieren pensar algo que no los obligue a hacer oídos sordos a las palabras de la verdad.

Aquí, qué nos enseña el elemento mismo de la teoría psicoanalítica sino que acceder al

acto sexual es acceder a un goce… culpable, ¡AÚN Y SOBRE TODO SI ES INOCENTE! El

goce pleno, el del rey de Tebas y el del salvador del pueblo, el de aquel que levanta el cetro

caído, no se sabe cómo y sin descendencia… ¿Por qué? Se olvidó. En resumen, ¿este goce que

recubre qué? La podredumbre, la que explota, al fin, en la peste. Sí, él, el rey Edipo, realizó el

acto sexual, el rey reinó. De hecho, tranquilícense, es un mito. Es un mito como casi todos los

demás mitos de la mitología griega; hay otras maneras de realizar el acto sexual, en general, que

encuentran su sanción en los infiernos. La de Edipo es la más “humana”, como decimos hoy, es

decir, con un término que no tiene enteramente equivalente en griego, donde sin embargo, se

encuentra el cuarto de ropas del humanismo.

¿Qué océano de goce femenino, les pregunto, no ha sido necesario para que el navío de

Edipo flote sin hundirse, hasta que la peste muestre en fin de qué estaba hecha la mar de21 su

felicidad? Esta última frase puede parecerles enigmática. Es que hay, en efecto, aquí que respetar

el carácter de enigma que debe conservar propiamente un cierto saber, que es el que concierne al

palmo que marqué aquí con el agujero. Asimismo, no hay entrada posible en ese campo, sin el

sobrepasamiento del enigma. Y, ustedes lo saben, es lo que designa el mito de Edipo. Sin la

noción de que ese saber (que sólo figura el enigma, ya sea o no razonado), de que ese saber,

digo, es intolerable para la verdad; porque la Esfinge es lo que se presenta cada vez que la verdad

está en cuestión. La verdad se lanza al abismo cuando Edipo zanja el enigma. Esto quiere decir

que él muestra ahí propiamente, la especie de superioridad, de superioridad, de ÛÒrij como él

decía, que la verdad no puede soportar.

¿Qué quiere decir esto? Quiere decir el goce en tanto está en el principio de la verdad. Eso

quiere decir lo que se articula en el lugar del Otro, para que el goce (del cual se trata de saber ahí

dónde está) se plantee como cuestionando en nombre de la verdad.

20 “La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis”, 1955, 1956, retomado en Escritos 1. 21 A subrayar la homofonía entre “la mer de” y “la merde”: la mar de… y la mierda. [T.]

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Y se necesita que esté en ese lugar para cuestionar. Quiero decir: en el lugar del Otro.

Porque uno no cuestiona desde otro lugar. Y esto les indica que ese lugar que introduje como el

lugar donde se inscribe el discurso de la verdad no es ciertamente, independientemente de lo que

haya podido escuchar tal o cual, esa especie de lugar que los estoicos llamaban “incorporal”.

Tendré que decir de qué se trata, a saber, precisamente, que es el cuerpo. Tampoco es por ahí que

tengo que avanzar hoy, como quiera que sea.

Algo sabía Edipo sobre lo que se le planteaba a manera de pregunta, y cuya forma debería

en efecto, en nuestro turno, retener nuestra perspicacia. ¿La simplona figura de la respuesta no

nos engaña desde hace siglos con sus cuatro patas, sus dos piernas, y además el bastón del

vejestorio que se agrega al final? ¿Acaso no hay, en esas cifras, algo diferente cuya fórmula

encontraremos mejor siguiendo lo que nos indicará la función del objeto a minúscula?

El saber es, pues, necesario para la institución del acto sexual. Y esto es lo que dice el mito

de Edipo. ¡Juzguen un poco, en adelante, sobre lo que fue necesario que desplegara Yocasta, en

tanto poder de disimulación! Puesto que, en los caminos del encuentro, de la tÚch, que es esa

que uno sólo tiene una vez en la vida, de la única que puede llevarlo a la felicidad, puesto que

Edipo pudo no saber más pronto la verdad! Pues, en últimas, todos esos años que durará su

felicidad, ya sea que haga el amor por las tardes en el lecho o durante el día… ¿jamás, jamás

Edipo, tuvo, jamás, que evocar esa extraña escaramuza que tuvo lugar en el entrecruce con ese

vejete que sucumbió allí? Y además, el servidor que sobrevivió a eso, y que, cuando vio a Edipo

subir al trono ¡se largo! Vamos, vamos, ¿acaso todo este cuento, esta huida de todos los

recuerdos, ¡bueno!, esta imposibilidad de volverlos a hallar, no está sin embargo hecha para

evocarnos algo? Y de hecho si Sófocles, por supuesto, nos agrega toda la historia del servidor,

para evitarnos pensar en el hecho de que Yocasta, al menos, no pudo no saber, no pudo evitar sin

embargo (se las traje aquí para ustedes), impedir hacer que Yocasta gritara en el momento en que

ella le pide que se detenga: –Por tu bien, te doy el más sabio consejo. –Comienzo a hartarme de

eso, responde Edipo. –Desventurado, ¡que nunca llegues a saber quién eres! Ella lo sabe, ella lo

sabe bien, ¡ella lo sabe, por supuesto! y es por eso que ella se mata: por haber sido la causante de

la perdición de su hijo.

¿Pero qué es Yocasta? Pues bien, ¿por qué no la mentira encarnada en lo que concierne al

acto sexual? Aún si nadie hasta aquí ha sabido verlo ni decirlo, es un lugar adonde uno sólo

accede al haber separado la verdad del goce.

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La verdad no puede hacerse escuchar allí, porque si se hace escuchar allí, todo se escabulle

y aparece el desierto. ¡Por lo común, sin embargo, el desierto es un lugar poblado, como ustedes

lo saben! A saber, ese campo x donde sólo penetran nuestras mensuraciones. Normalmente hay

un gentío loco, los masoquistas, los ermitaños, los diablos, los fantasmas,22 los parásitos y las

larvas… ¡Basta simplemente con que uno empiece a predicar allí, especialmente el sermoneo

psicoanalítico, para qué todo el mundo se largue!

De eso se trata. ¿Desde dónde hablar al respecto? Pues bien, desde donde todos, a mí fe,

hacen entrar allí el goce. Porque el goce, les dije, ¡no está ahí! Ahí está el valor de goce. Pero en

Freud, esto está muy bien dicho, precisamente por el mito, cuando subraya el sentido último del

mito del edipo: goce culpable, goce podrido, sin duda, pero todavía no es decir nada si no se

introduce la función del valor de goce, es decir, de lo que lo transforma en algo de otro orden.

¿Cuál es el goce del amo del mito que Freud forja? Él goza, se dice, de todas las mujeres.

¿Y qué quiere decir eso? ¿No hay en eso algún enigma? ¿Y esas dos vertientes del sentido de la

palabra “gozar” que les dije la última vez, vertiente subjetiva y objetiva? ¿Es él quien goza por

esencia? Pero, entonces, todos los objetos están ahí, de cierta forma, huyendo del campo. O en

aquello de lo que él goza, ¿lo que importa es el goce del objeto, a saber, de la mujer? Esto no es

decir “se escabulle”, por la simple razón de que ahí está el mito que se trata de designar en este

punto, en ese campo, o la función original de un goce absoluto que, el mito lo dice

suficientemente, no funciona sino cuando es goce asesinado, o si quieren, goce aséptico. O

también, para tomar a cuenta mía una palabra que, al leer al señor Dauzat, o al Sr. Le Bidois,

supe que emplean los canadienses, que se sirven de la palabra can (que como ustedes saben es un

jerry can)23, y emplean la palabra canné. ¡He ahí un buen franglés, una vez más!

Un goce “canné”24, eso es lo que Freud, en el mito, en el mito del padre original y de su

asesinato, nos designa como siendo la función original sin la cual no podemos ni siquiera llegar a

concebir lo que será ahora nuestro problema. A saber, lo que entra en juego en las operaciones,

gracias a lo cual se intercambian, se economizan y se vuelven a verter25 las funciones del goce

tal como hemos tenido que enfrentarlo en la experiencia psicoanalítica.

22 fantômes 23 Jerrycan, jerrican o jerry can es un robusto contenedor de combustible hecho de acero prensado, diseñado para contener 20 litros de combustible, inventado por los alemanes en un proyecto secreto ordenado por Hitler; lo llamaron Wehrmachtskanister: bidón. 24 “embidonado” [T.] 25 se reversent. Según Dorgeuille, se renversent : se invierten, se trastocan.

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Después de lo que les he adelantado entonces hoy, creo, nos adentraremos en un cerrar

(aún cuando preparatorio) a partir del 10 de mayo.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo

ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Lección 19

10 de mayo de 1967

Bueno… Primero quiero anunciarles que, muy a mi pesar, no dictaré este curso o este

seminario, como quieran llamarlo, el miércoles próximo. Por la razón de que hay huelga, la cual,

en últimas, entiendo respetar, por mi parte, más allá de las incomodidades que nos traería el que

se nos anuncie que, habiendo sido cortada toda la electricidad, lo que con tanta dificultad intento

desde hace numerosas sesiones hacer funcionar aquí para su beneficio y para el mío, habría sido

vuelto inútil. Entonces, será necesario reinscribirlo de aquí al final de la sesión para que las

personas que lleguen tarde no ignoren que sólo habrá próximo “seminario”, ya que así se lo

llama, dentro de 15 días. Creo que estamos a 10 de mayo, lo que da entonces el 24; cita el 24.

¿Hay alguien que tenga alguna observación que hacerme sobre lo que les comuniqué en la

última sesión? ¿Hay alguien que se haya hecho alguna reflexión que concierna especialmente –

doy luces– a lo que escribí en el tablero?

No me parece… ¡Y yo no sé si deba o no respirar por eso…! ¿Acaso es por causa de la

profunda distracción con la que se recibe lo que puedo inscribir? ¡Pero bueno! Al volver a mi

casa me preocupé terriblemente por haber escrito en el tablero la fórmula de a minúscula, por

supuesto, raíz de 5 menos 1, sobre 2, √5-1/2 y luego, justo después, el valor de √5 = 2,236…

bueno, y algo. Hice algunos chistes sobre la tabla de logaritmos pero habría sido mejor si les

preciso, por supuesto, que lo que escribí ahí no era el valor de a minúscula sino de √5. ¡No hay

que imaginar que a minúscula es dos, coma y algo! Pues al contrario, a minúscula es inferior a la

unidad, es una cifra que es un poco más alta que seis décimos, lo cual no sobra conocer para

cuando quieran escribir esas longitudes o esas líneas de las que me sirvo y poner en una

proporción más o menos exacta la longitud del a minúscula al lado de la longitud definida para

equivaler a la unidad.

El segundo error que hice es que, luego de una larga serie de igualdades, particularmente la

que se inscribe como 1+a/1, por ejemplo, terminé al final escribiendo: = a, cuando en realidad era 1/a lo que había que escribir.

¡Bueno, en fin!… ¡Para quienes copiaron esas fórmulas, que las corrijan!

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Continuamos avanzando en nuestro objeto de este año. Y, por supuesto, esta lógica, que

elaboro ante ustedes con el nombre de una lógica del fantasma, tiene un fin que definí varias

veces y que se requiere que en algún momento llegue a aplicarse; a aplicarse a algo que sólo

podría ser, por supuesto, una obra de cernido, o hasta, propiamente hablando, de crítica contra lo

que se planteó en un cierto nivel de la experiencia y de una forma teórica que a veces se presta

para imperfección.

Con ese propósito abrí, más bien volví a abrir, para su uso, una obra que no había dejado

de parecerme importante en el momento en que surgió, y es accesible a todos ustedes puesto que

fue traducida al francés con el nombre de La Névrose de base [La neurosis de base],1 de alguien

que seguramente no deja de tener ni talento ni penetración analítica y que se llama Sr. Bergler.

Es una obra que les recomiendo puesto que tendrán otra vez 15 días por delante, que les

recomiendo a título de ejemplo o de soporte… ocasional para aquello para lo cual puede servir

nuestro trabajo aquí. Al recomendársela a título de ejemplo, por supuesto, ¡no digo

recomendársela a título de modelo! Sin embargo, ya lo dije, es una obra de gran mérito.

Ciertamente, no es por esas vías que veremos de ninguna manera aclararse lo que concierne a la

naturaleza de la neurosis. Pero, seguramente, tampoco quiere decir que no se entrevea allí algún

resorte esencial. Las nociones de estructura que aquí se adelantan (y que, además, en el sentido

en que hago uso por el momento de esa palabra, no son privilegio de este autor), lo cual se

enuncia habitualmente en la noción de capas (que, por la misma razón, se las organiza de lo

superficial a lo profundo, o inversamente, de lo profundo a lo superficial), son aquellas

particularmente de las que parte el autor; a saber que, en los casos que él contempla, pero además

hay que agregar que los considera en mucho como los más numerosos en la neurosis, los casos

definidos en su opinión por lo que él llama “la regresión oral” se definen por algo que, en

últimas, no tengo razón para no tomar prestado de su texto, puesto que está ahí resumido en

pocas líneas (¡así será más seguro!):

“Las neurosis orales hacen surgir constantemente la situación del triple mecanismo de la

oralidad siguiente:

“Primeramente: me crearé el deseo masóquico de ser rechazado por mi madre…

1 Bergler Edmond, La Névrose de base, primera edición, Nueva York, 1949, traducido al francés por A. Corner, París, Payot, 1963 [D.].

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

(Que alguien escriba: 1º— Ser rechazado, bien en la esquina, arriba, a la derecha. ¡Muriel! Si

tiene usted a bien, se lo agradecería. Tome esas cosas grandes que están ahí para eso).

“En segundo lugar: yo no sería…

Termino el primer párrafo:

“Yo me crearía el deseo masóquico, entonces, de ser rechazado por mi madre, creando o

deformando situaciones en las cuales algún sustituto de la imagen preedípica de mi madre

rechazará mis deseos.

Esta es la capa más profunda, aquella cuyo acceso es más difícil, aquella contra cuya

revelación el sujeto se defenderá más fuertemente y durante más tiempo. Digo esto para los

oyentes más novatos de esta sala.

En segundo lugar: yo no sería conciente de mi deseo de ser rechazado y del hecho de que

soy el autor de ese rechazo; veré únicamente que tengo razones para defenderme, que mi

indignación está bien justificada, así como la seudoagresividad de la que doy fe frente a tales

rechazos.

(2º— Seudoagresividad. Escriban únicamente esas palabras, por favor).

“En tercer lugar: tras lo cual, me apiadaré de mí mismo en razón de que tal “injusticia”

(entre comillas) sólo puede sucederme a mí y, una vez más, gozaré de un placer MASÓQUICO.2

Paso sobre lo que Bergler agrega allí respecto a lo que él llama “el punto de vista clínico”,

particular diferenciación además que hace entre lo que él considera como resumen de la génesis

de la perturbación (el elemento genético) y3 esta forma o aspecto clínico que se define por la

intervención de un superyó, cuya vigilancia consiste precisamente en mantener la presencia del

elemento que aquí él designa como “masóquico”, como elemento siempre activo en el

mantenimiento de la defensa.

Ese segundo punto de vista ha de discutirse en sí mismo y no lo haré hoy. Sobre lo que

avanzaré hoy al respecto es esto: que en ninguna parte se articula cómo esto (que, por lo demás,

es justo), que en la posición oral el sujeto, digamos, quiere ser rechazado, por qué no es cierto

decir que la pulsión oral consiste en querer obtener particularmente el seno. Si la observación se

funda en su posición radical, en ningún punto de ese trabajo de Bergler se da cuenta de alguna

manera de lo que quiere decir esto respecto a una pulsión definida como oral, y por qué en cierta

2 Lacan acentúa esas palabras al decirlas [S.] 3 “el elemento genético –esta forma” [Sizaret].

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forma al comienzo, lo que parece ser su tendencia, digamos, natural, queda así invertida. Punto

sin embargo importante, por el hecho de que, precisamente, es desde su posición natural que el

sujeto argumentará para sostener esta agresividad, que Bergler muy justamente llama “seudo”,

porque no lo es. Esto, por supuesto, dejando abierto de qué se trata a nivel de una agresividad

que no sería seudo.

Como sobre ese tema introduje un registro que propiamente hablando es el del narcisismo,

equivalente a lo que, en la teoría aceptada por lo común, se llama “narcisismo secundario”, como

ubiqué allí la agresividad como su dimensión constitutiva y como diferente, a ese respecto, de la

pura y simple agresión, nos hallamos allí ante un abanico de nociones, desde la noción, bruta, de

agresión, que no conviene en casi ningún caso, cuando se trata de fenómenos neuróticos; la de4

agresividad narcisista; por último, esta seudoagresividad que especifica Bergler como resultando

en cierto nivel de la neurosis oral.

Puntúo simplemente esas distinciones sin darles por el momento su desarrollo completo.

Como sea, se plantea el asunto de lo que conviene mantener como el estatuto, hasta ahora

definido como agresivo, de un cierto tiempo de la pulsión oral y por qué en la neurosis oral este

acento del ser rechazado es planteado por Bergler como el más radical. Lo que busca mi

comentario no es únicamente zanjar respecto a los hechos (aunque, por supuesto, zanjar al

respecto implicaría buscar de qué habla, a saber, de qué neurosis, de qué momento de su

abordaje) sino de lo siguiente, que falta en un texto teórico, a saber: si no habría que examinar

precisamente el punto en que aquí las cosas se detienen, a saber, en lo que quiere decir y por qué

es pertinente el término de ser rechazado.

“Ser rechazado” sugiere algún suspenso interrogador. ¿Ser rechazado a título de qué? ¿Ser

rechazado en tanto qué? No obstante, esto no es para nosotros, suponiendo que estemos en el

umbral de la teoría analítica, cosa nueva, sino lo que nos sucede cuando nos presentamos en una

relación, por ejemplo, que se calificará como intersubjetiva. A este respecto, saben ustedes, lo

que se ha llegado a plantear en un cierto modo de pensamiento que es ese, hegeliano, del que el

mismo Sartre, destacando un ramal, subrayó el acento que en cierto nivel puede tomar: el que ha

sido calificado como exclusión radical y mutua de las conciencias, del carácter incompatible de

su coexistencia; de ese o él, o yo que surgiría a partir del momento en que, propiamente

hablando, aparece la dimensión del sujeto.

4 “el de” [Sizaret].

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Basta también con decir hasta qué punto ese realce cae en manos de las críticas que se

pueden plantear contra la génesis inicialmente adoptada en “la lucha a muerte”, y lucha a muerte

que adquiere su estatuto de esta concepción radical del sujeto como absolutamente autónomo,

como Selbstbewußtsein.

¿Se trata de algo de este tipo? No parece tan seguro. Puesto que todo lo que nos aporta la

experiencia analítica respecto al estadio llamado oral, hace intervenir allí muchas otras

dimensiones y, particularmente, esta dimensión corporal de la agresividad oral, de la necesidad

de morder y del miedo a ser devorado.

El ser rechazado, entonces, ¿ha de tomarse en este caso como concerniente al objeto? A

decir verdad, se vería fácilmente emerger su justificación en el hecho de que ser rechazado

sería, en ese registro, propiamente hablando, huir uno mismo de ser engullido por el partenaire

materno.

Sería tal vez un tanto demasiado simple también responder así la pregunta por el estatuto

del ser rechazado. Y decir que es demasiado simple queda subrayado de manera suficiente por lo

siguiente (lo cual se repite dos veces en las líneas que les acabo de leer de Bergler) y que asocia a

esta neurosis oral, como siéndole esencial, la dimensión del masoquismo. El ser rechazado en

cuestión es un rechazo de derrota, es un “rechazo humillante”, escribe también en otra parte el

autor. Y es por esto que él se permite introducir la etiqueta de masoquismo, que él califica como

“masoquismo psíquico”, en este caso, consagrando en cierta forma un uso vulgar del término

masoquismo, para lo cual no digo que no haya, en tal texto de Freud, pretexto para introducirlo,

pero que, extendido y tomado en este uso en donde es ahora cada vez más corriente, resulta,

propiamente hablando, ruinoso.

La alusión, a la referencia, al objeto a nivel de ese rechazo es lo único que podría justificar

ahí la introducción de la dimensión del masoquismo en ese nivel.

Es inexacto decir que lo que caracteriza al masoquismo es el aspecto penoso asumido

como tal en una situación. Abordar las cosas bajo este ángulo culmina en el abuso de hacer

(como lo hacen algunos) de la dimensión “sadomasoquismo” el registro esencial, por ejemplo, de

toda la relación analítica. Ahí hay una verdadera perversión, tanto del pensamiento de Freud

como de la teoría y de la práctica. Y esto es insostenible, propiamente hablando, cuando la

dimensión del masoquismo es definida, precisamente sin duda, por el hecho de que el sujeto

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asume una posición de objeto, en el sentido más acentuado que le damos a la palabra objeto, para

definirlo como ese efecto de caída y de desecho, de resto del advenimiento subjetivo.

El hecho de que el masoquista instaure una situación regulada de antemano y regulada en

sus detalles (que puede llegar hasta llevarlo a permanecer bajo una mesa, en la posición de un

perro), hace parte de una puesta en escena, de una escenificación, que tiene su sentido y su

beneficio, y que incontestablemente está en el principio de un beneficio de goce,

independientemente de qué nota podamos agregar allí o no, respecto al mantenimiento, el respeto

y la integridad del principio del placer.

Que este goce esté estrechamente vinculado con una maniobra del Otro, diría yo, que se

expresa por lo común bajo la forma del contrato (cuando digo del contrato, digo del contrato

escrito) de algo que dicta igualmente al Otro (y mucho más al Otro que al masoquista mismo)

toda su conducta, es lo que debe instruirnos sobre la relación que da su especificidad, su

originalidad, a la perversión masóquica, y que está hecha altamente para aclararnos hasta en su

fondo,5 sobre la parte que juega allí el Otro en el sentido en que entiendo ese término; entiendo

el Otro con una A mayúscula, el Otro, lugar donde se despliega en este caso una palabra que es

una palabra de contrato.

Reducir el uso del término “masoquismo” después de eso, a ser algo que se presenta como

simplemente una excepción, una aberración, al acceso del placer más simple, es algo de

naturaleza tal que engendra todos los abusos. El primero de los cuales, el primero de los cuales

es éste, para el cual ¡Dios mío! no creería emplear un término demasiado fuerte ni inapropiado al

subrayar en las líneas de Bergler (de un cabo al otro de ese notable libro, lleno de observaciones

muy buscadas y todas muy instructivas), subrayar, sin embargo, ese algo que yo llamaría una

exasperación que no está lejos de realizar una actitud malvada respecto al enfermo: toda esa

gente que él llama (que él llama como si ese fuera un gran error de su parte) ¡“coleccionistas de

injusticias”! Como si en últimas estuviésemos en un mundo donde la justicia fuera un estado tan

ordinario como para que se requiriera verdaderamente poner una parte de lo suyo para tener que

quejarse de algo! Esos “coleccionistas de injusticias”, en quienes, seguramente, él busca su

operación más secreta en el hecho de ser rechazados… Pero, en últimas, ¿no podemos nosotros

mismos emitir contra Bergler la idea de que en ciertos casos, en últimas, ser rechazado… (como

de hecho lo tenemos suficientemente en los fantasmas, pero es otra cosa, hablo aquí de la

5 “su fundo” [Sizaret].

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realidad)… ¡tal vez sea mejor, de cuando en cuando, ser rechazado que ser aceptado demasiado

pronto! El encuentro que se puede hacer con tal o cual persona que sólo pide adoptarlos, no es

siempre… ¡la mejor solución no es siempre la de no escapar de ahí!

¿Por qué esta parcialidad? Que, en cierta forma, implica que haría parte de la naturaleza de

las cosas, del orden, de su buena propensión, hacer siempre todo lo que hay que hacer para ser

admitido. Esto suponiendo que ser admitido sea siempre ser admitido en una mesa benefactora.

Esto seguramente no deja de ser de una naturaleza inquietante y no deja de parecernos en

este caso algo a señalar, para subrayar que… tal o cual cosa que puede suceder en el mundo y,

por ejemplo, sencillamente por el momento en un cierto pequeño distrito de Asia del sudeste.

¿Pero de qué se trata? ¡Se trata de convencer a cierta gente de que se equivocan al no querer ser

admitidos en las ventajas del capitalismo! ¡Prefieren ser rechazados! Es a partir de ese momento,

al parecer, que deberían plantearse las preguntas sobre ciertas significaciones. Y especialmente

ésta, por ejemplo, que nos mostraría –que nos mostraría sin duda, pero no será hoy cuando dé por

esta vía los primeros pasos–, que si Freud escribió en alguna parte que “la anatomía es el

destino”,6 tal vez hay un momento en que, cuando hayamos vuelto a una sana percepción de lo

que Freud nos descubrió, se dirá, yo no digo ni siquiera “la política, es lo inconsciente”, sino,

sencillamente, ¡lo inconsciente, es la política!

Quiero decir que lo que vincula a los hombres entre sí, lo que los opone, ha de motivarse

precisamente en aquello cuya lógica intentamos articular por el momento.

Porque es a falta de esta articulación lógica que esos deslizamientos pueden producirse,

que hacen que antes de darse cuenta de que para ser rechazado, para que “ser rechazado” sea

esencial, como dimensión, para el neurótico, se requiere en todo caso lo siguiente: que ÉL SE

OFREZCA.

Como lo escribí en alguna parte, tanto el neurótico como lo que nosotros mismos hacemos,

y con razón, puesto que son sus caminos los que seguimos, consiste precisamente en: con oferta

intentar hacer demanda, y que por supuesto tal operación ni en la neurosis ni tampoco en la cura

analítica es exitosa siempre. Sobre todo si se la conduce torpemente. Esto también, además, es de

tal naturaleza… (porque ningún discurso analítico deja de presentar para nosotros ocasión, al

interrogarlo, ocasión de darnos cuenta, de lo que implica en cierto curso inocente, en donde

6 Cf. Freud S., “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa (Contribuciones a la psicología del amor II) [1912], vol XI, pág. 183; frase que reaparece en “El sepultamiento del complejo de Edipo” [1924], vol XIX, pág. 185: Sigmund Freud, Obras Completas, Bs. As.: Amorrortu, 2006, 2ª edición.

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jamás sabe él mismo, digo, ese discurso analítico, hasta dónde va en lo que articula)… Esto nos

permitiría darnos cuenta, en efecto, de que si la clave de la posición neurótica depende de esa

estrecha relación con la demanda del Otro en la medida en que intenta hacerla surgir, es

justamente, como lo decía hace un instante, porque él se ofrece y porque al mismo tiempo vemos

ahí el carácter fantasmático y, por lo tanto, caduco de ese mito, de ese mito introducido por la

predicadera analítica y que se llama “oblatividad”. ¡Es un mito de neurótico!

Pero ¿qué es lo que motiva esas necesidades que se expresan en esos sesgos paradójicos y

siempre tan mal definidos si se los remite pura y simplemente a los beneficios (recogidos o no

después) de la realidad, si se omite esta primera etapa esencial, y a la única luz de la cual (digo

etapa), lo que surge de sus resultados en lo real puede juzgarse? Es la articulación lógica de la

posición –neurótica para este caso– e igualmente de todas las demás. Sin una articulación lógica

que no hace intervenir ningún prejuicio de lo que ha de anhelarse para el sujeto… ¿qué saben de

eso? ¿Qué saben de eso, si la necesidad… si el sujeto necesita casarse con tal o cual? ¿Y si erró

su matrimonio en tal giro, si no es, para él, una veta? Mejor dicho ¿por qué se meten ustedes?

Cuando lo único con lo que tendrían que vérsela ustedes es con la estructura lógica en cuestión.

En cuestión particularmente en cuanto a una posición como aquella (para calificarla de deseo de

ser rechazado) sobre la que ustedes han de saber primero qué busca en ese nivel el sujeto. ¿Cuál

es para el neurótico la necesidad, el beneficio, tal vez, que hay en ser rechazado? Y señalar allí,

además, el término de masóquico es simplemente, en este caso, introducir allí una nota

peyorativa, seguida inmediatamente, como lo hice señalar hace poco, de una actitud directiva del

análisis y que puede, en este caso, llegar hasta a volverse persecutoria.

He ahí por qué es absolutamente necesario retomar las cosas como entiendo hacerlo este

año y, puesto que estamos en esto, recordar que partí este año del acto sexual en su estructura de

acto, es en relación al hecho de que el sujeto sólo ve la luz por la relación de un significante con

otro significante, y que esto les exige –quiero decir, a esos significantes– el material.

Hacer un acto es introducir esa relación de significantes a través de la cual la coyuntura se

consagra como significativa, es decir, como una ocasión de pensamiento7.

Se pone el acento en el dominio de la situación porque uno imagina que es la voluntad la

que preside al fort-da, por ejemplo, famoso, del juego del niño. No es el aspecto activo de la

motricidad el que es ahí dimensión esencial. El aspecto activo de la motricidad sólo se despliega

7 “de pensar” [Sizaret].

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aquí en la dimensión del juego. Es su estructura lógica la que distingue esta aparición del fort-da,

tomado como ejemplar y que se ha vuelto ahora algo trivial. Es porque es la primera

tematización significante en forma de oposición fonemática de una cierta situación que se lo

puede calificar de activo, pero solamente en el sentido en que, en adelante, llamaremos activo, lo

que tiene, en el sentido en que lo definí, estructura de acto.

El cuestionamiento del acto: en esta relación tan retorcida, oculta, excluida, puesta en la

sombra, que es la relación entre dos seres que pertenecen a dos clases que son definitivas para el

estado civil y para el consejo de revisión, pero que precisamente nuestra experiencia nos enseñó

a ver como no absolutamente evidentes para la vida familiar, por ejemplo, y bastante borrosas

para la vida secreta. En otras palabras, lo que define al hombre y a la mujer.

La teoría y la experiencia analíticas aportan aquí la noción de satisfacción. Quiero decir

como esencial para este acto. Satisfacción, en el texto de Freud, Befriedigung, introduce la

noción de una paz que sobreviene. ¿Es esta satisfacción la satisfacción de la descarga, de la

detumescencia? Satisfacción simple en apariencia y absolutamente propia para ser aceptada. No

obstante, es claro que todo lo que desarrollamos en términos más o menos propios o impropios,

implica que la satisfacción, puesto que distinguimos ésta, por ejemplo, que sería del orden

pregenital, de la que es genital, implica otra dimensión, la implicada también por esas

diferencias.

Que seguramente, ante todo, un término como el de “relación de objeto” se haya impuesto

aquí, va de suyo; lo cual no le quita nada al carácter bufón de lo que sucede cuando se intenta

inscribir con ese término, variarlo, escalonarlo según el más o el menos de tranquilidad en que se

inscribe la relación. Porque no se trata de otra cosa cuando se distingue la relación genital por

esos dos rasgos. Por una parte, la pretendida ternura que fácilmente se podría sostener,

tranquilamente –hago alarde de hacerlo–, que en ningún caso es más que la reversión de un

desprecio. Y, por otra parte, lo que se subraya de la pretendida esencia de la ruptura, hasta del

duelo. Así, el progreso de la relación –quiero decir la “relación sexual” (entre comillas)–, en la

medida en que llegaría a ser genital sería que uno tendría tanta mayor tranquilidad en pensar del

compañero: “¡jódete!”.

Retomemos las cosas en otro plano de certeza: ¿a qué satisface el acto sexual?

Es muy evidente, primero, que se puede responder, y legítimamente, simplemente: al

placer. Sólo conozco un registro en que esta respuesta sea plenamente sostenible, es un plano

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ascético, el cual en la historia es sostenido por Diógenes,8 que realiza el gesto público de la

masturbación como signo de esta afirmación teórica de un hedonismo llamado, en razón misma

de ese modo de manifestación, “cínico”, y que se puede considerar como un tratamiento,

Handlung,9 un tratamiento médico del deseo.

Esto no deja de pagarse con cierto precio, y puesto que hace poco introduje la dimensión

política, cosa curiosa y absolutamente sensible, ese tipo filosófico se excluye él mismo, como se

ve no solamente en las anécdotas sino en la posición del personaje en su tonel (¡así haya tenido

un visitante como Alejandro!), que se paga con una exclusión de la dimensión de la Ciudad.

Lo repito, ahí hay algo de lo que nos equivocaríamos al sonreír; es un aspecto propiamente

hablando ascético, un modo de vivir. Probablemente, no es tan corriente como parece. No puedo

decir nada al respecto. No lo he intentado.

(¿Escuchan o no? ¿No escuchan? Entonces, ¿para qué sirven todos estos aparatos?

Bueno, voy a intentar hablar más fuerte)

Entonces, no habrá que olvidar ese lugar del placer, de la mínima… tensión. Bueno. Sólo

que es claro que no basta con ese lugar; que muchos otros modos, que una gran variedad de

modos de satisfacción aparecen a nivel de la búsqueda implicada por el acto sexual.

Nuestra tesis –aquella a la cual da cuerpo nuestro curso este año– es la siguiente: la

imposibilidad de captar el conjunto de esos modos por fuera de un escrutinio lógico, único capaz

de reunir, en su variedad así como en su amplitud, los diferentes modos de esta satisfacción. El

conjunto en cuestión es el que instaura lo que llamaremos, provisionalmente y bajo reserva, un

ser masculino y un ser femenino, en este acto fundador que hemos evocado al comienzo de

nuestro discurso de este año, llamándolo “el acto sexual”. Si dije que no hay acto sexual es en el

sentido en que este acto conjugaría bajo una forma de repartición simple, la que evoca en la

técnica, por ejemplo, en los técnicos usuales, en la del cerrajero, la apelación de pieza macho o

de pieza hembra; repartición simple que constituiría el pacto, si puede decirse, inaugural, a través

del cual la subjetividad se engendraría como tal, macho o hembra.

8 Diógenes Laercio: Vidas y doctrinas de los filósofos ilustres, VI, 46 & 69. 9 Cf. Behandlung [S.].

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Di cuenta, en su tiempo y en su lugar,10 del famoso “tú eres mi mujer”. Pues, bien, es

enteramente claro que no basta con que lo diga para que yo siga siendo su hombre. Pero bueno,

¡así bastara, eso no resolvería nada!

Me fundo como su algo. Es un anhelo de pertenencia que está henchido de un pacto, por lo

menos de un pacto de preferencia.11 Esto no sitúa absolutamente nada ni del hombre ni de la

mujer. Por lo menos, puede decirse que son dos términos opuestos y que es indispensable que

haya dos. Pero lo que es cada cual y ninguno, está enteramente excluido del fundamento en la

palabra en lo que concierne a lo que tiene que ver con la unión. Matrimonial, si quieren, o

cualquier otra. Que cierta dimensión la lleve hasta la dimensión de sacramento no cambia

absolutamente nada. Absolutamente nada a aquello de que se trata, a saber, del ser del hombre o

de la mujer.

Eso deja en particular también completamente de lado la categoría de la feminidad. Ya que

tomé el ejemplo del “tú eres mi mujer”… y que nunca es malo traer ese ejemplo que es el del

maestro mismo del psicoanálisis, del que puede decirse que para él ese pacto fue

extraordinariamente preeminente, la cosa afectó a todos los que se le acercaron: uxorious, como

se dice en inglés, “uxurioso”, así lo califica Jones después de muchos otros, pero de quien en

últimas tampoco es un misterio que su pensamiento chocó hasta el final con el tema ¿qué quiere

una mujer?, lo que equivale a decir ¿qué es ser una mujer?

Es necesario que les agregue que desde entonces, 67 años de… forjas psicoanalíticas, no

han hecho que sepamos más sobre lo que concierne al goce femenino; aunque de la mujer o de la

madre –no se sabe muy bien cómo se expresa uno– habláramos sin descanso. Es, sin embargo,

algo que vale subrayarlo.

Por eso es importante darse cuenta… y ese esquema heurístico (se los di en forma de esas

tres líneas: del a minúscula, del Uno que sigue (del Uno agujereado) y del Otro), nos recuerda

simplemente esto, que es la moneda corriente de lo que articulamos en el transcurso de la

jornada, a saber: que el acto sexual implica un elemento tercero en todos los niveles.

Saber, por ejemplo, a qué se llama la madre (la madre en el Edipo, sobre la cual se

enganchan todos los estragos de la vida amorosa), interdicto que, en todo caso, permanece

siempre presente en el deseo, por ese hecho.

10 En el seminario de 1955-1956, Las estructuras freudianas de las psicosis, lección del 30 de noviembre de 1955. 11 ¿O “de referencia”?

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O también el falo en la medida en que debe faltar a quien lo tiene. Es decir, al hombre, en

la medida en que el complejo de castración quiere decir algo, algo que aún no está enteramente

aclarado, puesto que implica que inventemos a su respecto el alcance de una negación especial;

porque, en últimas, si no lo tiene, en el registro y en la medida en que el acto sexual pueda

existir, ¡eso no quiere decir por ello tampoco que lo pierda! (El sujeto de esta negación, espero,

podrá ser abordado antes de terminar el año).

Por otra parte, que ese falo se vuelva el ser del partenaire que no lo tiene. Es aquí que, sin

duda, hallamos la razón por la cual Aristóteles, como lo recordé la última vez, tan sometido a la

gramática, al parecer, se nos dice, fue él, quien desarrolló el abanico, la lista, el catálogo de las

Categorías,12 curiosamente, después de haberlo dicho todo (la calidad, la cantidad, la pÒte, el

poà, el prÕj t…13 y todo… todo lo que sigue en la lista) no chistó nada… Aun cuando la lengua

griega, como la nuestra, esté absolutamente sometida a lo que Pichon14 llama la

“sexuisemejanza”, a saber que está: el sillón [fauteuil], y que está: la foto [photo] (como

además… vean… de pasada… diviértanse invirtiendo la ortografía: se instruirán mucho con una

dimensión absolutamente disimulada de la relación analítica: el photeuil y la fauto;15 es muy

divertido)… En fin, como sea, a Aristóteles nunca se le ocurrió plantear, a propósito de ningún

siendo, lo que sin embargo se imponía tanto en su tiempo como en el nuestro: saber si había una

categoría del sexo.

De dos cosas, una: o él no estaba guiado tanto como lo dice por la gramática, o bien hay en

eso, entonces, en esta omisión, alguna razón. Probablemente tiene que ver con esto. Cuando

hablé hace poco de ser “masculino” o de ser “femenino”, había en eso un empleo falseado. A

saber que, tal vez, el ser acaso es, como se expresa también Pichon, “insexuable”; que el t…

™oti16 el quid del sexo tal vez falta; tal vez sólo está el falo. Esto explicaría, en todo caso,

muchas cosas. En particular, esta lucha salvaje que se establece en torno a esto y que nos da

seguramente la razón visible, si no última, de lo que se llama “la lucha de los sexos”! Solamente

que yo creo también al respecto que la lucha de los sexos es algo a lo cual, de hecho, la Historia

demuestra que son los psicoanalistas más superficiales los que se han detenido en esto. No 12 Aristóteles, Categorías 4. CF. La edición bilingüe [griego-francés] de F. Idefonse y J. Lallot. Seuil, 2002. 13 Sizaret: “tÕ t…”. Habíamos retomado la enumeración de Categorías, 4. 14 Damourette Jacques & Pichon Édouard, Des mots à la pensée. Essai de grammaire de la langue francaise, t. 1, cap. IV, París, 1927-1940, Ediciones d’Artrey. 15 Hay homofonía entre pho y fau en francés [T.] 16 Sizaret: “tÕ t…”. Texto muy dudoso. Si no se trata del t…Ãne|nai, puede tratarse de un t… ™oti, término casi sinónimo, traducido por lo común por “esencia” (H. R.).

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obstante, queda que una cierta ¢l»qeia –a tomar en el sentido y con el acento de Verborgenheit

que le da Heidegger– ha de instaurarse, propiamente hablando, respecto a aquello de lo que se

trata en el acto sexual.

Esto es lo que justifica el empleo, para mí, de ese esquema que, lo subrayo de pasada para

no hacer confusiones con otras cosas que dije en otras circunstancias y particularmente respecto

a la estructura y la función del corte, de lo que les dije a veces que, tal como la simbolizo cuando

la hago funcionar en lo que se llama el plano proyectivo, pretendo, no hacer una metáfora sino,

propiamente hablando, hablar del soporte real en cuestión. No pasa lo mismo en ese esquemita

tan simple: de ese Uno, que la última vez hice, punteado y perforado, de ese Otro y de ese a

minúscula.

Es esta triplicidad tan simple en torno a la cual puede y debe desarrollarse un cierto

número de puntos que hemos de subrayar a este respecto, en relación con lo que concierne a lo

que relaciona con el sexo todo lo que tiene que ver con el síntoma; y sobre lo cual este año

entiendo plantear –ciertamente de manera repetida, y yo no podría repetir demasiado las cosas

cuando se trata de categorías nuevas–, repetir lo que nos servirá de base.

El Uno (para comenzar por el medio) es el más litigioso. El Uno concierne a esa

pretendida unión sexual, es decir, al campo en donde se interroga si puede producirse el acto de

partición que necesitaría de la repartición de las funciones definidas como macho y hembra.

Ya hemos dicho con la metáfora del caldero, que la última vez recordé, que hay en todo

caso aquí, provisionalmente, algo que no podemos designar sino con la presencia de un gap, de

un hueco, si quieren. Hay algo que no cuadra, que no va de suyo y que es precisamente lo que

recordaba hace poco sobre el abismo que separa toda promoción, toda proclamación de la

bipolaridad macho y hembra, de todo lo que nos da la experiencia respecto al acto que la funda.

Por hoy, quiero aquí, en el tiempo que se me imparte, subrayar, que es de ahí, de ese

campo Uno, de ese Uno ficticio (de ese Uno a cual se aferra toda una teoría analítica cuya falacia

me han escuchado las últimas veces, en varias ocasiones, denunciar), importa plantear que es de

ahí, de ese campo designado Uno, numerado Uno, no asumido como unificante por lo menos

hasta que lo hayamos probado, que es de ahí de donde habla toda verdad. En tanto que para

nosotros los analistas (y para muchos otros, aún antes de que hayamos aparecido, aunque no hace

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mucho, para un pensamiento que data de lo que podemos llamar por su nombre, en últimas: el

giro marxista), LA VERDAD NO TIENE OTRA FORMA QUE EL SÍNTOMA.

El síntoma, es decir, la significancia de las discordancias entre lo real y la razón por la que

se da. La ideología, si quieren. Pero con una condición y es que en ese término lleguen ustedes

hasta incluir la percepción misma.

La percepción es el modelo de la ideología. Porque es un cernidor respecto a la realidad. Y,

además, ¿por qué sorprenderse de eso? Porque todo lo que existe de ideologías, desde que el

mundo está pleno de filósofos, sólo se ha construido siempre sobre una reflexión primera que

recaía en la percepción.

Vuelvo a ello, a lo que Freud llama “el río de fango”, que concierne al más vasto campo

del conocimiento,17 toda esa parte del conocimiento absolutamente inundante del que

emergemos apenas, para precisarlo con el término de conocimiento místico; en la base de todo lo

que se ha manifestado en el mundo de este orden, no hay SINO el acto sexual. Reverso de mi

fórmula NO hay acto sexual.

Es absolutamente superfluo pretender remitirse a la posición freudiana en cualquier cosa si

no se toma a la letra lo siguiente: en la base de todo lo que aportó, hasta hoy, ¡Dios mío!, de

satisfacción, el conocimiento… (digo: el conocimiento, lo llamé místico para distinguirlo de lo

que en nuestros días nació bajo la forma de la ciencia)… de todo lo que concierne al

conocimiento sólo hay, en su principio, el acto sexual.

Leer en Freud que en el psiquismo hay funciones desexualizadas, quiere decir, en Freud,

que hay que buscar el sexo en su origen. Eso no quiere decir que haya lo que en tales lugares se

llama, por necesidades políticas, la famosa “esfera no conflictual”, por ejemplo: un yo más o

menos fuerte, más o menos autónomo, que podría tener una aprehensión más o menos aséptica

de la realidad!

Decir que hay relaciones con la verdad (digo, la verdad) que no atañe al acto sexual, es lo

que propiamente no es cierto. De eso no hay.

Me excuso por esas fórmulas respecto a las cuales sugiero que su filo puede ser resentido

un tanto demasiado vivamente. Pero yo me hice a mí mismo esta observación. Primero, que todo

eso está implicado en todo lo que he enunciado siempre en la medida en que sé lo que digo; pero

también este comentario de que ¡el hecho de que yo sepa lo que digo no basta! No basta para que

17 Jung, Carl Gustav, Recuerdos, sueños, pensamientos, Madrid, Seix Barral, 1964/2005 [7ª edición].

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lo reconozcan ustedes ahí. Porque en el fondo la última sanción de ese yo sé lo que digo ¡es lo

que yo no digo! No es mi suerte propia, es la suerte de todos aquellos que saben lo que dicen.

Eso es lo que hace tan difícil la comunicación. O bien uno sabe lo que dice y lo dice. Pero

en muchos casos hay que considerar que es inútil porque nadie se da cuenta de que el nódulo de

lo que tienen ustedes que hacer escuchar es justamente ¡lo que no dicen nunca! Es lo que los

demás dicen y que continúa haciendo su ruido y, más aún, que acarrea efectos. Es lo que nos

fuerza de vez en cuando, y hasta más a menudo que en nuestro turno, a dedicarnos al barrido.

Una vez que uno se ha comprometido en esta vía no tiene razón para acabar. En otro tiempo

hubo un tal Hércules que, al parecer, acabó su trabajo en las caballerizas de un tal Augias. Es el

único caso que yo conozca de limpieza de las caballerizas ¡por lo menos cuando se trata de

ciertos campos!

Solamente hay un campo, al parecer, y no estoy seguro, que no tenga relación con el acto

sexual en tanto que atañe a la verdad, es la matemática en el punto en donde confluye con la

lógica. Pero yo creo que es lo que le permitió a Russel decir que uno jamás sabe si lo que uno

avanza allí es verdad. Yo no digo ¡verdaderamente verdadero!, verdad, sencillamente. De hecho,

es verdad, a partir de una posición definicional de la verdad: si tal y tal y tal axioma son

verdaderos, entonces se desarrolla un sistema, sobre el cual hay que juzgar si es o no consistente.

¿Cuál es la relación de esto con lo que acabo de decir, a saber, con la verdad en la medida

en que necesitaría la presencia, el cuestionamiento como tal del acto sexual?

Pues bien, aún después de haber dicho esto, no estoy seguro, tampoco, de que ese

maravilloso, ese sublime despliegue moderno de la Matemática lógica o de la Lógica matemática

no tenga relación con el suspenso de si hay o no un acto sexual. Me bastaría con escuchar el

gemido de un Cantor. Porque es en la forma de un gemido que, en un momento dado de su vida,

él enuncia que uno no sabe que la gran dificultad, el gran riesgo de la matemática es ser el lugar

de la libertad. Se sabe que Cantor pagó caro esta libertad.

De suerte que la fórmula de que lo verdadero concierne a lo real, en tanto que estamos allí

comprometidos a través del acto sexual, a través de este acto sexual que planteo, primero, que

uno no está seguro de que exista –aún cuando sólo éste interese a la verdad–, me parecería la

fórmula más justa en el punto al que llegamos.

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Entonces, el síntoma, todo síntoma, se anuda es en ese lugar del Uno agujereado. Y es por

eso que implica siempre, por muy sorprendente que nos parezca, su aspecto de satisfacción,

quiero decir, en el síntoma.

La verdad sexual es exigente, y más vale satisfacer allí un poco más, que no suficiente.

Desde el punto de vista de la satisfacción, un síntoma, a ese respecto, podemos concebir

que sea más satisfactorio que la lectura de una novela policíaca.

Hay más relación entre un síntoma y el acto sexual que entre la verdad y el “yo no pienso”,

fundamental, sobre el que les recordé al comienzo de esas reflexiones que el hombre aliena allí

su “yo no soy”, muy poco soportable. Respecto a lo cual nuestra coartada del “ser rechazado” de

hace poco, aún cuando no es tan agradable en sí misma, puede parecernos más soportable.

¿Entonces? Por el momento, no más de este Uno. Tenía que indicar esto.

Pasemos al Otro, como al lugar donde toma lugar el significante. Porque hasta aquí no les

he dicho que ahí estaba el significante porque el significante sólo existe como repetición. Porque

es éste el que hace llegar la cosa en cuestión, como verdadera.

En el origen no se sabe de dónde sale. Sólo es, les dije la última vez, ese rasgo, que es

también corte, a partir del cual puede nacer la verdad.

El Otro es el reservorio de material, para el acto.

El material se acumula muy probablemente por el hecho de que el acto es imposible.

Cuando digo esto no digo que no exista. No basta para decirlo. Puesto que lo imposible es

lo real, sencillamente. Lo real puro. La definición de lo posible exige siempre una primera

simbolización. Si excluyen esa simbolización, les aparecerá mucho más natural esta fórmula: lo

imposible es lo real.

Es un hecho que no se ha probado la posibilidad del acto sexual en ningún sistema formal.

Ya ven que insisto ¿ah? ¡vuelvo a eso!

¿Qué prueba el hecho de que no se lo pueda probar? Ahora que sabemos muy bien que no-

computabilidad, no-decidibilidad también, no implican en absoluto irracionalidad; que se define,

que se cierne perfectamente bien, que se escribe en volúmenes enteros sobre ese campo del

estatuto de la no-decidibilidad y que se puede perfectamente definirla lógicamente.

En ese punto, entonces, ¿qué es?, ¿qué es este Otro? ¿El grande, éste, con A mayúscula?

¿Cuál es su sustancia? ¿Ah?

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Yo me dejé decir –aunque, a decir verdad, aunque en verdad, hay que saber que cada vez

me dejo decir menos, puesto que no se lo escucha, bueno, que yo no lo escucho ya, eso ya no

llega a mis oídos–, me dejé decir durante un tiempo que yo camuflaba bajo ese lugar del Otro lo

que agradablemente se llama, en últimas, por qué no, el espíritu.

Lo molesto es que es falso. El Otro, con A mayúscula, al final de los finales, y si aún no lo

han adivinado, el Otro con A mayúscula, tal como está ahí escrito ¡es el CUERPO!

¿Por qué a algo como un volumen o un objeto, en tanto sometido a las leyes del

movimiento en general, se lo llamaría así: un “cuerpo”? ¿Por qué se hablaría de la “caída de los

cuerpos”? ¡Qué curiosa extensión de la palabra “cuerpo”! Qué relación hay entre un balín que

cae de la torre de Pisa y el cuerpo nuestro, sino esta: que es el cuerpo, nuestra presencia de

cuerpo animal, ante todo, el primer lugar donde poner inscripciones, el primer significante, como

todo está ahí para sugerírnoslo en nuestra experiencia. Salvo, por supuesto, que apasionamos

siempre las cosas: cuando se habla de la herida, se agrega “narcisista” y se piensa enseguida que

eso bien debe molestar al sujeto, ¡quien naturalmente es un idiota! No viene en mientes que lo

importante de la herida es la cicatriz.

La lectura de la Biblia podría estar ahí para recordarnos, con las varas plantadas en el

fondo del abrevadero donde van a pacer los rebaños de Jacob,18 que los diferentes trucos para

imponerle al cuerpo la marca no datan de ayer y son absolutamente radicales; que si no se parte

de la idea de que el síntoma histérico, en su forma más simple, el de la “rasgada”19, no ha de ser

considerado como un misterio sino como el principio mismo de toda posibilidad significante…

No hay que romperse la cabeza: que el cuerpo esté hecho para inscribir algo que se llama la

marca, le evitaría a todos muchas preocupaciones y el tamizado de muchas estupideces. El

cuerpo está hecho para ser marcado. Siempre se lo ha hecho. Y el primer comienzo del gesto de

amor es siempre un poquito, esbozar más o menos ese gesto…

¡Eso es! Dicho esto ¿cuál es el primer efecto, el efecto más radical de esta irrupción del

Uno en tanto representa el acto sexual a nivel del cuerpo?

Pues, bien, es lo que constituye, con todo, nuestra ventaja sobre cierto número de

especulaciones dialogadas sobre las relaciones de lo Uno y de lo Múltiple. Nosotros, sabemos

18 Génesis, 30, 25-43. 19 ragade. Cf. el inglés to rag, desgarrar; y el francés raguer [S.].

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que de ninguna manera es así de dialéctico. Cuando este Uno irrumpe en el campo del Otro, es

decir, a nivel del cuerpo, el cuerpo cae en pedazos.

El cuerpo fragmentado: esto es lo que nuestra experiencia nos demuestra existir en los

orígenes subjetivos. ¡El niño sueña con el despedazamiento! Rompe la bella unidad del imperio

del cuerpo materno. Y lo que resiente como amenaza es ser, por ella, desgarrado.

No basta con descubrir esas cosas y explicarlas con una pequeña mecánica, un jueguito de

pelota: la agresión se refleja, se refracta, vuelve, reparte… ¿Qué fue lo que comenzó? Antes de

eso bien podría ser útil poner en suspenso la función de ese cuerpo fragmentado. Es decir, el

único sesgo por el cual nos ha interesado, de hecho, a saber su relación con lo que puede

concernir a la verdad en la medida en que ella misma está suspendida de la ¢l»qeia, y de la

Verborgenheit, en el carácter oculto20 del acto sexual.

A partir de ahí ¡por supuesto! la noción de Eros, bajo la forma de la que recientemente me

burlé de que fuera la fuerza que uniría, con un irresistible atractivo, todas las células y los

órganos que reúne nuestra bolsa de piel (concepción por lo menos mística, puesto que no hacen

la mínima resistencia al hecho de lo que se les extraiga, y el resto no se porta peor), es

evidentemente una fantasía que compensa los terrores relacionados con ese fantasma órfico que

acabo de describirles.

Además, no es explicativo en absoluto. Porque no basta con que el terror exista para que

explique algo. Más bien es este terror el que habría que explicar. Por eso, más vale dirigirse por

la vía de lo que yo llamo sistema consistente, lógico, porque, en efecto, se requiere que

lleguemos ahora a esto: ¿POR QUÉ HAY ESTE OTRO (con A mayúscula)?

¿Qué es la posición de ese extraño doble que toma, nótenlo, lo simple? Porque el Otro (con

A mayúscula), por su parte, no es dos. Entonces, [¿qué es] esta posición de doble que toma lo

simple, cuando se trata de explicar ese curioso Uno, que, por su parte, se anuda en la bestia de

dos espaldas, en otras palabras, en el abrazo de dos cuerpos [?]. Porque de eso se trata. No es de

ese curioso Uno que el Otro es, por su parte, aún más curioso. No hay entre estos –quiero decir,

entre ese campo del Uno y ese campo del Otro–, ningún vínculo. Sino todo lo contrario. Hasta es

por eso que el Otro es también lo inconsciente. Es decir, el síntoma sin su sentido, privado de su

verdad pero cargado siempre más, en cambio, con el saber que contiene. Lo que parte al Uno del

Otro es precisamente lo que constituye al sujeto.

20 “fragmentado” [Dorgeuille].

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No hay sujeto de la verdad, sino del acto en general, del acto que tal vez no puede existir

en tanto acto sexual. Esto es muy específicamente cartesiano: el sujeto no sabe nada de él, sino

que duda. La duda… “lo dudo”21 como dice el celoso que acaba de mirar por el hueco de la

cerradura un trasero en posición de enfrentamiento con dos piernas que bien conoce, se

pregunta…

Justamente, si no son Dios y su alma,22 el fundamento del sujeto de Descartes, su

incompatibilidad con la extensión no es razón suficiente para identificar el cuerpo con la

extensión; pero su exis… su exclusión de sujeto es, en cambio, fundada por esa vía. Y al tomarlo

por el sesgo que les presento, la pregunta por su íntima unión con el cuerpo –hablo del sujeto, no

del alma–, ya no lo es.

Basta con reflexionar en lo siguiente: que, en cuanto al significante (¡atención ¿ah? los que

no están acostumbrados!), es decir, en cuanto a la estructura, no hay ningún otro soporte –de una

superficie, por ejemplo– diferente al agujero que ésta constituye con su borde. Sólo eso la define.

Eleven las cosas un grado, tomen las cosas a nivel del volumen, no hay más soporte del cuerpo

que el filo que preside a su recorte.

Esas son verdades topológicas, de las cuales no resolveré aquí si tienen relación o no con el

acto sexual, pero toda elaboración posible de lo que se llama álgebra de bordes exige lo siguiente

(lo cual nos da la imagen de lo que pasa con el sujeto en esa juntura entre lo que hemos definido

como el Uno y el Otro): el sujeto siempre está un grado estructural por debajo de lo que

constituye su cuerpo.

Esto es lo que explica también que, de ninguna manera, su pasividad, a saber, ese hecho

por el cual él depende de una marca del cuerpo podría ser, de ninguna manera, compensada con

ninguna actividad, así sea su afirmación en acto.

Entonces, ¿qué hace del Otro el Otro?

Me entristece mucho pues el tiempo, una cierta desmedida, tal vez también un cierto uso,

paradójico, del corte –pero en ese caso tómenlo como intencional–, hará que los deje aquí, hoy,

al término de la hora.

El Otro sólo es el Otro por esto, que es el primer tiempo de mis tres líneas, a saber, ese a

minúscula. Fue de ahí que partí durante nuestras últimas reuniones, para decirles que su

21 La expresión entrecomillada supone al parecer un je: “[je] le doute”: lo dudo [T.]. 22 “¡él se pregunta, justamente, si no son Dios y su alma! [Sizaret].

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naturaleza es la de lo inconmensurable, o mejor, que es de su inconmensurabilidad que surge

toda cuestión de medida.

Sobre este a minúscula, objeto o no, retomaremos nuestra reunión de la próxima vez.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo

ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Lección XX

24 de mayo de 1967

Voy a intentar hacerlos entrar hoy en este arcano, que por ser trivial en el psicoanálisis no

es menos arcano, a saber, esto que encuentran ustedes en todos los virajes: que si el sujeto

analizado, si el sujeto analizable, adopta lo que se llama una posición regresiva o también pre

(preedípica, pregenital, bueno, pre algo…), la cual sería bien deseable, y de la que además uno

podría sorprenderse, en este caso, de que no se la designe como post,1 puesto que es para

escabullirse del juego a la incidencia de la castración que el sujeto supuestamente se refugia

allí…

Si yo intento este año esbozar ante ustedes una estructura que se anuncia como lógica, de

una lógica azarosa, cuán precaria tal vez, y donde igualmente los trato con consideración al no

dar demasiado rápido las formas en las cuales he podido confiarme en mis propios mamarrachos,

sino intentando mostrarles lo accesible de una articulación, de tal tipo, bajo esta forma fácil que

por último escogí entre otras, que consiste muy sencillamente en apropiarme de lo más

inconmensurable que hay en el Uno, es decir, el número de oro, y esto con el único fin de

hacerles tangible hasta qué punto por tal camino, donde, se los repito, no pretendo ni darles los

pasos definitivos ni tampoco haberlos hecho yo mismo, sino hasta qué punto es preferible tal

camino, que garantiza con alguna verdad concerniente a la dependencia del sujeto, en vez de

entregarse a esos penosos ejercicios que son los de la prosa analítica común y que se distinguen

en esas especies de subterfugios, de rodeos insensatos, que parecen siempre necesarios para dar

cuenta de ese juego de posiciones libidinales: la puesta en ejercicio de toda una población de

entidades subjetivas que ustedes bien conocen y que deambulan por doquier. El Yo, el Ideal del

Yo, el Superyó, el ello incluso [le ça voire]2, sin contar lo nuevo, lo refinado, que puede

agregarse, distinguiendo el Yo Ideal del Ideal del Yo, acaso todo ello no lleva en sí mismo…

(como ocurre en la literatura anglosajona desde hace algún tiempo), hasta a adjuntar ahí el self

que, por ser manifiestamente adjuntado ahí para remediar esa multitud ridícula, no fracasa menos

por no representar, de la manera como es manejado, más que una entidad suplementaria.

1 Sizaret: “que sólo se la designa post”. 2 Homofonía con le savoir: el saber [T.].

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Entidades, seres de razón siempre inadecuados a partir del momento en que hacemos entrar en

juego, de una manera correcta, la función del sujeto nada más que como lo que es representado

por un significante ante otro significante.

En ningún caso el sujeto es una entidad autónoma. Sólo el nombre propio puede darle esa

ilusión. Es mucho decir que el yo [je] sea sospechoso (¡les hablo hace tanto de eso, que ya no

debe serlo!). Precisamente, no es sino ese sujeto que, como significante, yo representa para el

significante camino, por ejemplo, o para la pareja de significantes la cierro: ¡“yo la cierro”!

Sienten ustedes que si tomé esta fórmula es para evitar la forma pronominal “yo me callo”

que, seguramente, comenzaría a llevarnos bastante lejos si nos planteáramos la pregunta de lo

que quiere decir el me, en tal forma así como en muchas otras. Y verían hasta qué punto su

acepción pretendidamente refleja se despliega en un abanico que no permite darle alguna

consistencia en ningún grado. Pero, por supuesto, no me extenderé en ese sentido, que aquí es

sólo una recordación.

… Hay pues una función, una función subjetiva que se llama la castración, y sobre la que

debe recordarse que no puede dejar de ser sorprendente que nos la den (y esto nunca antes,

quiero decir, antes del psicoanálisis, ha sido dicho), que nos la den como esencial para el acceso

a lo que se llama lo “genital”. Si esta expresión fuera apropiada hasta el último quilate (quiero

decir que no lo es), uno podría maravillarse de ese algo que, entonces, se expresaría así: que

(digamos… en fin, cómo se presentaría eso si se lo aborda desde afuera, ¡y en últimas aún

estamos ahí!…), que el paso al fantasma del órgano es, en cierta función –seguramente

privilegiada a partir de entonces, la genital precisamente–, necesaria para que la función se

cumpla. No veo aquí manera alguna de salir del atolladero sino decir… y un psicoanalista, de

notable importancia en la topografía política, hizo uso de ese medio, quiero decir, que en medio

de una frase, sin siquiera darse cuenta bien del alcance de lo que dice, nos afirma que en últimas

la castración… pues bien, ¡es un sueño! Esto, empleado en el sentido en que son historias de

enfermo…

Pero no es así. La castración es una estructura, como lo recordaba hace poco, subjetiva,

absolutamente esencial precisamente para que algo del sujeto, por muy escaso que sea, entre en

este asunto que el psicoanálisis etiqueta: “lo genital”.

Debo decir que yo pienso haber aportado una pequeña hendija para esta sin salida, creo

haberle, como se dice, cambiado algo a eso, por cuanto que, Dios mío, no hace mucho tiempo,

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hace cuatro o cinco de nuestros encuentros, introduje el comentario de que en esta función de lo

"genital" sólo podría tratarse de la introducción del sujeto (si es que acaso sabemos qué

queremos decir cuando llamamos a eso genital). Es decir, del paso de la función al acto. Y el

interrogar si ese acto merece llamarse acto sexual (¿no hay?… ¿hay?… Chi lo sa? Hay, tal vez

… Algún día sabremos si hay un acto sexual), si –acaso voy a comentar–, el sexo (el mío, el

tuyo, el suyo) reposa en la función de un significante capaz de operar en este acto.

Sea como sea, no podría uno evadirse de ninguna manera de esto, afirmado no solamente

por la doctrina sino que lo encontramos en todas las vueltas de nuestra experiencia: que

solamente es capaz de operar en el sentido del acto sexual (hablo de algo que se le parezca y que

no sea –es a lo cual voy a intentar referirme hoy, introducir, propiamente hablando, ese registro–

a saber, la perversión), solamente es capaz de operar de una manera que no sea falible, el sujeto,

digamos, castrado, y –repetimos al igual que los diccionarios (un sentido a agregarle a la palabra

castrado)– por administración3 (expresarse así no es llegar lejos), por administración con ese

complejo al que se llama complejo de castración. Lo cual, por supuesto, no quiere decir que uno

esté “acomplejado”, sino muy al contrario (como toda literatura digna de ese nombre,

psicoanalítica –quiero decir: no las habladurías de la gente que no sabe lo que dice–, lo cual le

sucede aún a las más Altas Autoridades), esto quiere decir claramente en toda la literatura

analítica sana, que uno está, diría yo, normatizado respecto al acto sexual. Esto no quiere decir

que uno lo logre. ¡Por lo menos quiere decir que uno va por el buen camino!

En fin, norma tiene un sentido muy preciso en la superación de la geometría lineal hacia la

geometría métrica. En resumen, se entra en cierto orden de medida, que es el que intento evocar

con mi número de oro, que aquí, lo repito, sólo es por supuesto metafórico; redúzcanlo al

término de lo inconmensurable más espaciado posible respecto al Uno.

Entonces, el complejo de castración (lo digo, Dios mío, espero no tener que decirlo sino

para los oídos novatos) no podría contentarse de ninguna manera con el soporte de la historieta

del tipo Papá dijo “Te la vamos a cortar… si pretendes suceder a tu padre”. Primero, porque la

mayor parte del tiempo (como, por supuesto, todo el mundo desde hace mucho tiempo pudo

darse cuenta, en lo que concierne a esta historieta, a este menudo intento), fue Mamá quien lo

dijo. Ella lo dijo en el momento preciso en que Juan o Juanito, en efecto, sucedía a su padre, pero

3 “Trabajo remunerado que cobra los precios reales”: al destajo.

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en esa módica medida: que él se manoseaba tranquilamente en una esquina, ¡tranquilo como

Bautista!, que se manoseaba su cosita… ¡evidentemente, como ya lo había hecho papá a su edad!

¡Esto nada tiene que ver con el complejo de castración! Es una historiecilla que no se

vuelve más verosímil porque la culpabilidad con la masturbación se vuelva a encontrar en cada

una de las vueltas de la génesis de las perturbaciones con las que tenemos que vérnosla.

No basta con decir que la masturbación nada tiene de fisiológicamente nocivo y que su

importancia la adquiere por su lugar en una cierta economía, subjetiva, diríamos nosotros,

precisamente. Y hasta diremos, como lo recordé alguna de estas últimas veces, que su valor

puede ser un valor hedónico perfectamente claro, puesto que, como lo recordé, puede ser llevado

hasta el ascetismo. Y que tal filosofía puede constituir –a condición, por supuesto, de acompañar

su práctica con una conducta total coherente–, puede constituir un fundamento de su bienestar.

Recordar a Diógenes, para quien no solamente era familiar, sino que la promovía como ejemplo

de la manera como convenía tratar lo que termina siendo, en esta perspectiva, el poco excedente

de un cosquilleo orgánico: titillatio. Hay que decir que esta perspectiva es más o menos

inmanente a toda posición filosófica y hasta usurpa un cierto número de posiciones que pueden

calificarse de religiosas, si consideramos el retiro del eremita como algo que, por sí mismo, la

implica.

Esto sólo empieza a ser interesante –en este caso, entonces, su valor culpable–, allí donde

se esfuerza uno en alcanzar el acto sexual. Entonces, aparece que el goce, buscado en sí mismo,

de una parte del cuerpo y que juega un rol… (digo “que juega un rol”, porque nunca hay que

decir que un órgano está hecho para una función; se tienen órganos… les digo eso… si

generalizan un poco, si de cuando en cuando se hacen los mejillones4 u otra bestia y si intentaran

reflexionar: qué pasaría si estuvieran ustedes en lo que puede uno apenas llamar su piel;

comprenderían entonces bastante rápido que no es la función la que hace el órgano sino el

órgano el que hace la función; pero bueno, es una posición que va demasiado contra el

oscurantismo llamado transformista en el que estamos inmersos, como para que insista en ello. Si

no quieren creerme, vuelvan a la corriente principal).

Entonces, resulta totalmente fuera de lugar alegar, según la tradición moralizante… bueno,

según la manera como se lo explica en La divina comedia,5 que la masturbación es culpable y

4 los zoquetes, los tontos [T.]. 5 Dante, La divina comedia, “Purgatorio”, ¿XXV?

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hasta un pecado grave, porque no solamente eso aleja un medio de su fin… (siendo el fin la

producción de cristianitos, hasta –vuelvo a ello aún cuando esto haya escandalizado, lo dije la

última vez–, hasta pequeños proletarios…), pues bien, ya sea llevar un medio al rango de fin,

esto nada tiene que ver con el asunto tal como hay que plantearlo, puesto que se trata de la norma

de un acto, tomado en el sentido pleno que recordé de esa palabra acto, y que nada tiene que ver

eso con los rechazos reproductivos que puede esto tomar, a fines de perpetuación del animal.

Por lo contrario, debemos situarlo respecto al paso del sujeto a la función de significante,

en ese lugar preciso y enteramente por fuera del campo ordinario en donde nos encontramos

cómodos con esa palabra acto, que se llama ese punto problemático que es el acto sexual.

Que el paso del goce, allí donde puede ser captado, sea… –por tal interdicción (para

atenernos a una palabra utilizada), a una cierta negativación (para ser más prudentes y poner en

suspenso el hecho de que tal vez uno podría llegar a formularla de una manera más precisa)–,

que ese paso, en todo caso, tenga la más manifiesta relación con la introducción de este goce a

una función de valor, es algo que en todo caso puede decirse sin ser imprudente.

Que la experiencia –una experiencia, también, en la que, si puede decirse, una cierta

empatía de oyente no sea ajena– nos anuncie la correlación de ese paso de un goce a la función

de un valor, es decir, su profunda adulteración, la correlación de esto con… (no tengo razón

alguna para evitar lo que aquí da la literatura porque, como acabo de decírselo, ahí no hay más

acceso que empático; esto tendrá que ser purificado en un segundo momento pero, bueno, no se

impide uno ese acceso, tampoco aquí, cuando nos hallamos en terreno difícil)… entonces: tenga

la más estrecha relación –esta castración– con la aparición de lo que se llama el objeto en la

estructura del orgasmo, en tanto que –lo repito, todavía estamos en la empatía–, es ubicado como

distinto de un goce, ¡ah!, ¿cómo vamos a llamarlo…? ¿“autoerótico”…? es una concesión…

masturbatorio, ¡y eso es todo! dado lo que está en cuestión, es decir, un órgano, y muy preciso.

Porque, como el autoerotismo… ¡Dios sabe lo que ya se ha hecho y lo que se va a hacer

con eso! Y como ustedes saben que es justamente eso lo que está en cuestión, a saber, que este

autoerotismo que en efecto tiene aquí–que podría tener– un sentido del todo preciso, el del goce

local, y manejable, como todo lo que es local, ¡pronto haremos con eso el baño oceánico dentro

del cual vamos a poder ubicar todo eso! Como se los dije, quienquiera, quienquiera que funde

cualquier cosa en la idea de un narcisismo primario, y parta de ahí para engendrar lo que sería el

investimiento del objeto, es bien libre de continuar (puesto que con eso es que funciona el

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

psicoanálisis a través del mundo como industria culpable) pero, así mismo, puede estar seguro de

que todo lo que articulo aquí está hecho para repudiarlo enteramente.

¡Bueno! Dije, entonces, admití, hablé, de un objeto presente en el orgasmo. ¡No hay nada

más fácil, desde ahí, que huir –y por supuesto no dejamos de hacerlo–, hacia la mojiganga de la

persona! “Cuando copulamos, nosotros que sí hemos llegado a la madurez genital,

reverenciamos la persona”: así se expresaba hace 25 o 30 años, especialmente en el círculo de los

psicoanalistas franceses, que, en últimas, tienen su interés claro en la historia del psicoanálisis.

Sí… ¡Pues bien! Nada es menos seguro; porque, precisamente, plantear el asunto del objeto

interesado en el acto sexual es introducir el asunto de saber si este objeto es el Hombre o bien un

hombre, la Mujer o bien una mujer.

En resumen, por eso interesa introducir la palabra “acto”, abrir la pregunta, que bien vale

en últimas ser abierta –porque ciertamente es a través mío, que6 la hago circular entre ustedes–,

de saber si en el acto sexual (en la medida en que para ninguno de ustedes esto haya ocurrido…),

si un acto sexual tiene relación con el advenimiento de un significante que represente al sujeto

como sexo ante otro significante; o si eso tiene el valor de lo que llamé, en otro registro, el

encuentro, a saber, ¡el encuentro único! Aquel que, una vez que ocurre, es definitivo.

De todo eso, naturalmente, se habla. Se habla… y eso es lo grave, se habla livianamente.

En todo caso, señalar que ahí hay dos registros distintos –a saber, si en el acto sexual el

hombre llega hasta el Hombre en su estatuto de hombre, y la mujer igual–, es una pregunta muy

diferente a saber si uno ha encontrado, sí o no, a su compañero definitivo. Puesto que de eso se

trata cuando se evoca el encuentro. ¡Curioso!… Curioso que entre más los poetas lo evocan,

menos sea eficaz, para la conciencia de cada cual, como pregunta.

Que sea la persona, en todo caso, ¡es algo que puede hacer sonreír dulcemente a quien

quiera que tenga una ligera idea del goce femenino!

Ahí hay seguramente un primer punto muy interesante que debe destacarse, como

introducción a toda pregunta que puede plantearse sobre lo que concierne a lo que se llama la

sexualidad femenina. Cuando de lo que se trata es precisamente de SU goce.

Hay una cosa muy cierta y que vale la pena subrayarse: que el psicoanálisis, sin una

pregunta tal como acabo de producirla, torna incapaces a todos los sujetos instalados en su

experiencia, y particularmente a los psicoanalistas, de enfrentarla en lo más mínimo.

6 “no soy yo quien” [Sizaret].

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Los machos… pruebas se han dado, de manera sobreabundante, de que esta pregunta por la

sexualidad femenina nunca ha dado un paso que sea serio, cuando proviene de un sujeto

aparentemente definido como macho por su constitución anatómica. Pero lo más curioso es que

las psicoanalistas mujeres, manifiestamente, al aproximarse a ese tema dan todos los signos de

un desfallecimiento que lo único que sugiere es un hecho: ¡que están absolutamente aterrorizadas

por lo que podrían tener para formular al respecto!

De suerte que no parece posible que el asunto del goce femenino, de aquí a una fecha

próxima, pueda ser verdaderamente estudiado, puesto que este, Dios mío, es el único lugar en

donde se podría decir algo serio al respecto. Por lo menos, al evocarlo así, sugerirle a cada cual –

y especialmente a lo que puede tener de femenino este grupo reunido aquí en tanto oyentes–, que

nos basta con ubicar el hecho de que uno pueda expresarse así, respecto al goce femenino, para

inaugurar una dimensión que –aún si no le entramos a falta de poder hacerlo–, es absolutamente

esencial para situar todo lo que tenemos que decir por lo demás.

El objeto entonces, ¡no está en absoluto dado en sí mismo por la realidad del partenaire!

Quiero decir, el objeto interesado por la dimensión normatizada, llamada genital, del acto sexual.

Está mucho más cerca –en todo caso es el primer acceso que se nos da– de la función de la

detumescencia.

Decir que hay complejo de castración es, precisamente, decir que la detumescencia no

basta de ninguna manera para constituirlo. Esto es lo que nos tomamos el cuidado, con cierta

pesadez, de afirmar primero; ahora, por supuesto, este hecho experiencia: que no es lo mismo

copular que hacerse la paja7.

¡No por ello debe descuidarse esta dimensión que hace que el asunto del valor de goce se

agarre, tome su punto de apoyo, su punto pivote, allí donde detumescencia es posible! Porque la

función de la detumescencia… independientemente de lo que hayamos de pensar en el plano

fisiológico, campantemente abandonado por supuesto por los psicoanalistas, quienes no han

aportado en eso ni una mínima luz clínica nueva, que no esté ya en todos los manuales, respecto

a la fisiología del sexo, quiero decir, que no anduviera rodando ya por todas partes antes de que

el psicoanálisis llegara al mundo… ¡Pero qué importa! esto sólo refuerza lo que está en cuestión,

a saber, que la detumescencia sólo está ahí para su utilización subjetiva, en otras palabras: para

recordar el límite llamado del principio del placer.

7 se branler: expresión más coloquial para “masturbarse” [T.]

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La detumescencia, por ser la característica de funcionamiento del órgano peneano,

particularmente en el acto genital –y justamente en la medida en que lo que soporta de goce es

puesto en suspenso–, está ahí para introducir, legítimamente o no (cuando digo legítimamente

quiero decir como algo real; o como una dimensión supuesta), esto: QUE HAY GOCE MÁS

ALLÁ. Que el principio del placer aquí funciona como límite en el borde de una dimensión del

goce en cuanto está sugerida por la conjunción llamada acto sexual.

Todo lo que nos muestra la experiencia, lo que se llama eyaculación precoz, y que más

valdría llamar –en nuestro registro– detumescencia precoz, da lugar a la idea de que la función –

la de la detumescencia–, puede representar en sí misma el negativo de cierto goce. De un goce

que es precisamente éste, y la clínica no hace sino mostrárnoslo en demasía: de un goce que es…

ante el cual el sujeto se rehúsa, hasta el sujeto se escabulle, por cuanto precisamente este goce

como tal es demasiado coherente con esta dimensión de la castración, percibida, en el acto

sexual, como amenaza. Todas esas precipitaciones del sujeto respecto a este más allá nos

permiten concebir que no deja de tener fundamento que en esos tropiezos, esos lapsus del acto

sexual, se demuestra precisamente de qué se trata en el complejo de castración, a saber, que la

detumescencia es anulada como bien en sí mismo, que es reducida a la función de protección

más bien, contra un mal temido, ya sea que lo llamen goce o castración, ella misma como un

mínimo mal y, a partir de ahí, que entre más pequeño es el mal, más se reduce, más perfecto es el

efugio. Tal es el resorte que palpamos clínicamente en las curas de todos los días, de todo lo que

puede ocurrir bajo las diversas modalidades de la impotencia, especialmente en tanto que se

centran en torno a la eyaculación precoz.

Entonces, no hay goce, en todo caso localizable, sino del cuerpo propio. Y lo que está más

allá de los límites que le impone el principio del placer, no es azar sino necesidad, que, al no

hacerlo aparecer sino en esta coyuntura del acto sexual, lo asocia tal cual a la evocación del

correlato sexual, sin que podamos decir más al respecto.

En otras palabras, para todos los que tienen ya el oído abierto a los términos usuales en el

psicoanálisis, es en ese plano, y sólo en ese, que Tánatos puede hallarse de alguna manera en

conexión con Eros. Es en la medida en que el goce del cuerpo –digo del cuerpo propio, más allá

del principio del placer– se evoca, y no se evoca por lo demás sino en el acto, en el acto

precisamente, que introduce un agujero, un vacío, una hiancia, en su centro, en torno a lo que es

localizado en la detumescencia hedonista; es a partir de ese momento que se plantea la

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posibilidad de la conjunción de Eros y de Tánatos. Es a partir de ahí que se concibe el hecho, y

no es una burda elucubración mítica, de que en la economía de los instintos el psicoanálisis haya

introducido lo que no por azar designa con esos dos nombres propios.

¡Pues bien, ven ustedes que todo eso es girar en derredor! ¡Sabe Dios, sin embargo, que yo

meto la ficha para que no sea así! ¡Hay que pensar entonces que si aún estamos ahí, en derredor,

es porque no es fácil entrar!

Por lo menos, podemos retener, recoger, estas verdades: que el encuentro sexual de los

cuerpos no pasa, en su esencia, por el principio del placer.

No obstante, que para orientarse en el goce que implica (digo: que implica, supuesto,

porque orientarse allí no quiere decir haber entrado ya, pero es muy necesario orientarse allí)…

para orientarse allí, [el encuentro sexual] no tiene otro punto de referencia que esa especie de

negativación que recae en el goce del órgano de la copulación, en la medida en que es el que

define el presunto macho, a saber: el pene. Y que es de ahí que surge la idea (estas palabras son

escogidas), que surge la idea de un goce del objeto femenino. ¡Dije que surge la idea, y no el

goce, por supuesto! Es una idea. Es subjetivo. Sólo que, lo curioso, y que el psicoanálisis afirma

(salvo que, por no expresarlo de una manera lógicamente correcta, naturalmente, nadie se da

cuenta de lo que quiere decir eso, de lo que implica eso), ¡es que el goce femenino mismo

solamente puede pasar por el mismo punto de referencia! ¡Y que eso es lo que en la mujer se

llama complejo de castración! Es justamente por eso que el sujeto-mujer no es fácil de articular

y que en cierto nivel les propongo el hombre-ella; eso no quiere decir que toda mujer se quede

ahí, justamente; hay mujer en alguna parte… odor di fémina… ¡pero no es fácil de hallar!

¡Quiero decir: poner en su lugar! Puesto que, para organizar allí un lugar, se necesita esta

referencia cuyos accidentes orgánicos hacen que no se lo halle [el punto de referencia] sino en

aquel que se llama –anatómicamente– el macho. Solamente a partir de ese suspenso planteado

sobre el órgano macho puede hallarse orientación para ambos, el hombre y la mujer; [solamente

así] la función en otras palabras, adquiere su valor de ser, respecto a ese agujero, esa hiancia del

complejo de castración en una posición invertida.

Una inversión, es un sentido. Antes de la inversión ¡puede que no haya sentido alguno

subjetivable! Y, en últimas, es tal vez por eso que hay que informar del hecho, no obstante

sorprendente, del que les hablé hace poco, a saber: que las psicoanalistas no nos han enseñado

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nada más de lo que los psicoanalistas habían sido capaces de elucubrar sobre su goce. ¡Es decir,

poca cosa!

A partir de una inversión hay una orientación y por poco que sea, si es todo lo que puede

orientar el goce comprometido, en la mujer, en el acto sexual, pues bien, se entiende que hasta

nueva orden tengamos que contentarnos con eso.

En suma, esto nos deja en un punto que tiene su característica. Diremos que, en lo que

concierne al acto sexual, lo que puede formularse actualmente al respecto es la dimensión de lo

que se llama, en otros registros, la buena intención. Una intención recta, concerniente al acto

sexual; eso es lo que puede formularse, por lo menos en el punto en que estamos; eso es lo que

razonablemente, en los dichos de los psicoanalistas, con lo que razonablemente podemos… con

lo que debemos contentarnos.

Todo esto está muy bien expresado en el mito, el mito fundamental. Cuando se dice que el

Padre, el padre original “goza de todas las mujeres”, ¿quiere decir esto que las mujeres gozan

aunque sea un poquito? El sujeto se deja intacto. Y es no solamente con una intención

humorística que lo evoco en este punto. Es que, ya lo verán, ¡ese es un asunto clave!

Quiero decir, que todo lo que voy a tener para articular, digo, en nuestro próximo

encuentro, respecto a lo que voy a retomar, a saber, lo que dejé abierto la última vez: que si

tuviéramos que dejar desierto y vacío el campo central, el del Uno, el de la unión sexual –por

cuanto resulta ligeramente escabullirse la idea de un proceso, independientemente de cuál sea, de

partición, que permita fundar lo que se llama los “roles” , y que llamamos, nosotros, los

significantes del hombre y de la mujer– que si aquello en cuyo umbral los dejé la última vez, a

saber, una conjunción muy diferente: la del Otro, del gran Otro, en el registro, en cuyas tablillas8

se inscribe toda esta aventura –y les dije que ese registro y esas tablillas no eran más que el

cuerpo mismo–, que esa relación del Otro, del gran Otro, con el partenaire que le queda, a saber,

aquello de donde partimos –y que no por nada llamé a minúscula–, a saber, la sustancia de

ustedes, su sustancia de sujeto, por cuanto que, en tanto sujeto, no tienen ninguna, salvo este

objeto caído de la inscripción significante; salvo lo que hace que ese a minúscula sea esa especie

de fragmento de pertenencia del A mayúscula, paseándose, es decir, ustedes mismos, que están

justamente aquí como presencia sujetiva, pero que apenas haya yo terminado, mostrarán

8 La palabra tablette permite expresiones como “métase eso en la cabeza (tablette)”, “borrar de la lista (tablette), o “no contar ya con algo” [T.]

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claramente su naturaleza de objeto… a minúscula,9 ¡en el aspecto de gran barrida que tomará

enseguida esta sala!

Pues bien, dejaré en suspenso la pregunta por lo que concierne al objeto fálico. Porque se

requiere –y ésta es una necesidad que no sólo se me impone a mí–, que lo despoje de la manera

como se lo soporta como objeto. Todo esto, justamente, para darme cuenta de que él mismo no

está soportado.10 Esto es lo que quiere decir el complejo de castración: ¡no hay objeto fálico!

Esto es lo que nos entrega nuestra única posibilidad, justamente, de que haya acto sexual.

¡No es en torno a la castración sino al objeto fálico que es el efecto del sueño, que fracasa

el acto sexual!

No hay más bella ilustración para hacer sentir lo que estoy articulando, que la que se nos

da en el Libro Sagrado, en el Libro único, en la Biblia misma. Y si se han vuelto sordos a su

lectura, vayan al nártex de lo que se llama la Iglesia de San Marcos en Venecia, en otras

palabras: la capilla ducal,11 no es más; pero su nártex vale el viaje. En ninguna parte puede ser

expresado con mayor relieve, en imagen, lo que hay en el texto del Génesis. Y, entre otras, verán

allí, debo decir que sublimemente magnificada, lo que llamaré esta “idea infernal” de Dios

cuando del Adán-Kadmon,12 de aquel que puesto que era Uno tenía entonces que ser los dos (era

el hombre en sus dos caras, macho y hembra), “¡Está bien, se dice Dios [risa], que tenga una

compañera!”. Lo cual no sería nada aún si no viéramos que para proceder a esta adjunción –tanto

más extraña cuanto que parece que hasta entonces, el Adán en cuestión, figura hecha de barro

rojo, se las había arreglado muy bien sin ella–, Dios aprovecha de su sueño para extraerle una

costilla de donde moldea, se nos dice ¡a la Eva primera!

¿Acaso puede haber allí una ilustración más cautivante de lo que introduce, en la dialéctica

del acto sexual, ese hecho de que, el hombre, en el momento preciso en que viene,

suplementario, a marcarse en él la intervención divina, resulta en adelante tener que vérselas, en

tanto objeto, con un pedazo de su propio cuerpo?

¿Todo lo que acabo de decir –la ley mosaica misma, e igualmente tal vez el acento que le

pone allí el subrayar que ese pedazo no es el pene, puesto que, en la circuncisión es en cierto

9 ¿Acaso habría que escuchar aquí: “montoncito”, “pilita”, (petit tas)? [A notar la homofonía petit a / petit tas. T.] 10 “no está ahí debajo, no está soportado” [Dorgeuille]. 11 dogale, del italiano doge. Palabra veneciana para la latina dux, ducis, duque [T.] 12 Adán-Kadmón [Adam-Kadmon] (hombre arquetípico, primordial): en la doctrina de Isaac Luria y de los cabalistas, primera figura de la luz divina que se desprende de la esencia del Ein Sof, el dios oculto. Cf. G. Schholem, Les grands courants de la mystique juive, traducción al francés por Payot, 1973.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

modo sajado, por estar marcado por ese signo negativo–, acaso no está ahí para hacer surgir ante

nosotros lo que hay, diría yo, de puerta perversa en la instauración, en el umbral de lo que

concierne al acto sexual, de ese Mandamiento: “Serán una sola carne”?

Esto quiere decir que en un campo interpuesto entre nosotros y lo que pasaría, lo que

podría pasar, con algo que tendría nombre: el acto sexual, en tanto que el hombre y la mujer se

hacen valer allí el uno por el otro, antes –y es necesario saber si ese espesor es atravesable–,

estará la relación autónoma del cuerpo con algo que está separado de éste, después de haber

hecho parte.

Tal es lo enigmático, el umbral agudo donde vemos la ley del acto sexual en su dato

crucial: que el hombre castrado pueda ser concebido como nunca pudiendo alcanzar más que ese

complemento en el cual puede equivocarse, ¡y sabe Dios si no deja de hacerlo!, al tomarlo como

complemento fálico.

Planteo hoy, terminando mi discurso, este asunto: que no sabemos aún cómo designar ese

complemento. Llamémoslo lógico.

La ficción de que ese objeto sea Otro,13 requiere seguramente del complejo de castración.

No hay por qué sorprendernos de que se nos diga –de que se nos diga en los pormenores

[à-côtés]14 míticos de la Biblia –esos pormenores, curiosamente, que se pueden hallar en las

breves adiciones marginales de los rabinos–, que se nos diga que algo que tal vez sea justamente

la mujer primordial, aquella que estaba ahí antes de Eva y que ellos llaman (digo: los rabinos;

¡no soy yo quien me meto en esos cuentos!), y que ellos llaman Lilith,15 que sea ella tal vez

quien, en forma de serpiente y por la mano de Eva, haga presentar a Adán… ¿qué? ¡La manzana!

¡Objeto oral y que, tal vez, solamente esté ahí para despertarlo al verdadero sentido de lo que le

sucedió mientras dormía! En efecto, es justamente así como se toman las cosas en la Biblia.

¡Puesto que se nos dice que, a partir de ahí, él entra por primera vez en la dimensión del saber!

Justamente por esta dimensión del saber el efecto del psicoanálisis es este: que hayamos

ubicado allí, por lo menos bajo dos de sus formas mayores, y puede decirse que también bajo las

otras dos –aún cuando el vínculo todavía no se haya hecho–, cuál es la naturaleza y la función de

este objeto enteramente concentrado en esta manzana. Solamente por ese camino puede ser que 13 “otro” [Sizaret]. 14 Puntos accesorios de un asunto, pormenores, provechos accesorios o extras. Literalmente: “al-costado”, “al-costillas” y, por supuesto “a-costillas”: ¿acotamientos? [T.] 15 Cfr. Scholem Gershom, La kabbale 1974, traducción al francés de Ediciones du Cerf, 1998, compilación donde se consagra un capítulo a Lilith.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

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lleguemos a precisar mejor, y justamente por una serie de efectos de contraste, lo que concierne a

este objeto, el objeto fálico, sobre el que dije que era necesario, para articularlo por último, que

lo despoje primero.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo

ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967 Lección 21

31 de mayo de 1967

Para quienes, por ejemplo, resultan regresar hoy después de haber seguido por un tiempo

mi enseñanza, tengo que señalar que en estas últimas ocasiones he podido introducir

articulaciones nuevas.

Una, importante, que data de nuestro antepenúltimo encuentro, es seguramente haber

designado, expresamente, diría yo –puesto que la cosa no era así mismo inaccesible para quienes

me escuchan– expresamente el lugar del Otro –todo lo que hasta aquí (quiero decir, desde el

comienzo de mi enseñanza), he articulado como tal– haber designado el lugar del Otro en el

cuerpo.

El cuerpo mismo es, de origen, ese lugar del Otro, con A mayúscula, en tanto que es ahí

donde, de origen, se inscribe la marca en tanto significante.

Era necesario que lo recordara hoy, en el momento en que vamos a dar el paso que sigue en

esta lógica del fantasma, que resulta –lo verán confirmado a medida que avancemos–, que resulta

poder conformarse con una cierta laxitud lógica: en tanto lógica del fantasma, supone esa

dimensión llamada de fantasía, como una especie en que la exactitud no se exige allí al

comienzo. Así mismo, lo más riguroso que podremos hallar en el ejercicio de una articulación

que merece ese título de lógica, incluye en sí mismo el progreso de una aproximación. Quiero

decir, un modo de aproximación que contiene en sí mismo no solamente un crecimiento sino, en

lo posible, el mejor crecimiento, el más rápido posible, hacia el cálculo de un valor exacto. Y es

en esto que… refiriéndonos a un algoritmo de grandísima generalidad, que no es más que aquel

más apropiado para garantizar la relación con un inconmensurable ideal, el más simple posible,

el más espaciado también, para precisar lo que él constituye de irracional en su progreso mismo;

quiero decir que esta inconmensurabilidad de ese a… que solamente para la legibilidad de mi

texto figuro como siendo el número de oro, puesto que “quienes saben” saben que esa especie de

número, constituido por el progreso mismo de su aproximación, es toda una familia de números

y, si puede decirse, puede partir de cualquier parte, de cualquier ejercicio de relación, con la

única condición de que lo inconmensurable exija que la aproximación no tenga término, siendo,

sin embargo, perfectamente reconocible en cualquier instante como rigurosa.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Se trata entonces de esto: de captar que aquello a lo que estamos confrontados bajo la

forma del fantasma traduce una necesidad. En otros términos, el problema, que para un Hegel

podía contenerse en este límite simple que constituye la certeza incluida en la conciencia de sí

mismo [incidente]1 (esta certeza de sí mismo sobre la que Hegel puede permitirse, puede

permitirse dadas ciertas condiciones que evocaré pronto, que son condiciones históricas, poner

en duda la relación con una verdad), en esta certidumbre, en Hegel (y es ahí donde él concluye

todo un proceso a través del cual la filosofía es exploración del saber), él puede permitirse

introducir el tšloj, el fin, la meta, de un saber absoluto. Es porque a nivel de la certidumbre

resulta pudiendo indicar que ésta no contiene en sí misma su verdad.

Es por esto que resultamos, no simplemente poder retomar la fórmula hegeliana sino

complicarla. La verdad con la que tenemos que vérnosla se sostiene en este acto a través del cual

la fundación de la conciencia de sí mismo, a través del cual la certidumbre subjetiva es

enfrentada a algo que por naturaleza le es radicalmente ajeno y que es propiamente lo que…

(¿No se podría hacer algo para que cese esta interrupción?)2

Entonces lo que se trata de introducir hoy –y tanto más rápidamente cuanto que nuestro

tiempo se habrá recortado–, es esto: la experiencia psicoanalítica introduce el hecho de que la

verdad del acto sexual hace pregunta en la experiencia. Por supuesto, la importancia de este

descubrimiento sólo adquiere su relieve a partir de una posición del término acto sexual como

tal. Quiero decir, para oídos ya suficientemente formados en la noción de la preeminencia del

significante en toda constitución subjetiva, percibir la diferencia que hay entre una referencia

vaga a la sexualidad –que apenas si se puede llamar función, como dimensión propia de una

cierta forma de vida, particularmente la más profundamente anudada a la muerte, quiero decir,

entremezclada, entrecruzada con la muerte…

No es decirlo todo, a partir del momento en que sabemos que lo inconsciente es el discurso

del Otro. A partir de ese momento, es claro que todo lo que hace intervenir el orden de la

sexualidad en lo inconsciente, sólo penetra allí en torno a preguntarse: ¿el acto sexual es posible?

¿Existe ese nudo definible como un acto donde el sujeto se funda como sexuado, es decir, macho

o hembra? ¿El siendo en sí o, si no lo es, procediendo en este acto a algo que pueda –así sea al

final–, culminar en la esencia pura de lo macho o de lo hembra? Quiero decir, en el

1 Los altoparlantes dan a escuchar trozos de grabación [S.]. 2 Ídem. Se requerirá de una larga pausa para hacer que cese esta perturbación.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

desenmarañamiento, en la repartición de una forma polar de lo que es macho y de lo que es

hembra, precisamente en la conjunción que los reúna en algo –cuyo término no es aquí, en esta

hora, que introduzco por primera vez–, en algo que nombro como siendo el goce; quiero decir,

como introducido desde hace mucho tiempo y, particularmente, en mi seminario sobre La ética.3

Es exigible, en efecto, que ese término de “goce” sea proferido y, debidamente como

distinto del placer, como constituyendo su más allá.

Lo que en la teoría psicoanalítica nos lo indica es una serie de términos convergentes, en

primera fila de los cuales está el de libido, que representa una cierta articulación de éste, del que

habremos de designar, al cabo de estas reuniones de este año, designar en qué sentido su empleo

puede ser bastante resbaloso, no para sostener sino para hacer escabullirse las articulaciones

esenciales que vamos a intentar introducir hoy.

El goce, es decir, ese algo que tiene una cierta relación con el sujeto en tanto

enfrentamiento con el agujero dejado en un cierto registro de acto interrogable: el del acto

sexual. Ese sujeto está suspendido por una serie de modos o de estados que son de insatisfacción.

Esto es lo que, por sí solo, justifica la introducción del término de goce, que así mismo es lo que

a todo momento, y especialmente en el síntoma, se nos propone como indiscernible de ese

registro de la satisfacción, puesto que a todo momento, para nosotros, el problema es saber cómo

un nudo que sólo se sostiene de malestar y de sufrimiento es justamente aquello a través de lo

cual se manifiesta la instancia de la satisfacción suspendida: propiamente, aquello donde el

sujeto se sostiene en la medida en que tiende hacia esa satisfacción.

Aquí, la ley del principio del placer, a saber, de la mínima tensión, no hace más que indicar

la necesidad de los rodeos del camino a través de los cuales el sujeto se sostiene en la vía de su

búsqueda –búsqueda de goce–, pero no nos da su fin, que es ese fin propio, fin sin embargo

enteramente enmascarado por él en su forma última, por cuanto uno puede tanto decir que su

acabamiento… su acabamiento es tan cuestionable que uno puede tanto partir de ese fundamento

de que no hay acto sexual como de éste: que solamente el acto sexual motiva toda esta

articulación.

Es por eso que he querido aportar la referencia de la que todo el mundo sabe que me he

servido desde hace mucho tiempo, la referencia a Hegel,4 por cuanto ese proceso, ese proceso de

3 La ética del psicoanálisis, 1959-1960. 4 Hegel, La fenomenología del espíritu. Traducción al francés de Jean Hyppolite, Aubier Montagne.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967 la dialéctica, de los diferentes niveles de la certeza de sí mismo (de la “fenomenología del

espíritu”, como dijo él), se suspende en un movimiento que él llama “dialéctico” (y que

seguramente, desde su perspectiva, puede plantearse como siendo únicamente dialéctico), de una

relación que él articula de la presencia de esta conciencia, por cuanto que su verdad, su verdad le

escapa en lo que constituye el juego de la relación de una conciencia-de-sí-mismo con otra

conciencia-de-sí-mismo en la relación de la intersubjetividad.

Pero es claro, se lo ha demostrado desde hace mucho tiempo… así fuera únicamente en la

revelación de esta hiancia social, en la medida en que no nos permite resumir en el

enfrentamiento de una conciencia con una conciencia, lo que se presenta como lucha,

específicamente del amo y del esclavo… Ni siquiera nos toca a nosotros hacer la crítica de lo que

deja abierto… de lo que deja abierta la génesis hegeliana. Esta fue hecha por otros, y

particularmente por otro – por Marx, para nombrarlo– y mantiene en suspenso la pregunta por su

salida y por sus modalidades.

Aquello con lo cual Freud llega y retoma las cosas en un punto, analógico solamente

respecto a la posición hegeliana, se inscribe, se inscribe ya suficientemente en ese término, en

ese término de “goce”, en la medida en que Hegel lo introduce. El punto de partida, nos dice,

está en la lucha a muerte del amo y el esclavo, tras lo cual se instaura el hecho de que quien no

ha querido arriesgar, arriesgar la muerte como elemento en juego, ése resulta, respecto al otro, en

un estado de dependencia, que no por ello deja de contener todo el porvenir de la dialéctica en

cuestión.

El término de goce interviene allí. El goce, tras el término de esta lucha a muerte –de puro

prestigio, se nos dice–, va a ser privilegio del amo y que, para el esclavo, la vía trazada en

adelante será la del trabajo.

Miremos las cosas de más cerca, y veamos en el texto de Hegel, respecto a este goce en

cuestión (que, en últimas, yo no puedo producir aquí, y mucho menos con el acortamiento al que

nos vemos constreñidos hoy) de qué goza el amo.

La cosa en Hegel es divisada suficientemente. La relación instaurada por la articulación del

trabajo del esclavo, hace que si, tal vez, el amo goza, no sea completamente. En últimas (y

forzando un poco las cosas, lo cual hacemos por cuenta nuestra, ya lo verán), diríamos que sólo

goza de su ocio, lo cual quiere decir de la disposición de su cuerpo.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

De hecho, está muy lejos de ser así, lo volveremos a indicar dentro de poco, pero

admitamos que él está separado de todo aquello de lo que ha de gozar en tanto cosas, por aquel

que está encargado de ponerlas en su merced, a saber, el esclavo; del cual puede decirse en

adelante –y yo no tengo por qué defenderlo, quiero decir: ese punto vivo, puesto que ya en Hegel

está indicado de manera suficiente–, que hay un cierto goce de la cosa para el esclavo, en la

medida en que no solamente él se la aporta al amo, sino en la medida en que tiene que

transformarla para hacerla admisible.

Después de este repaso, conviene que me pregunte, con ustedes –que los haga preguntarse–

qué implica en tal registro la palabra goce. Seguramente, nada es más instructivo siempre que la

referencia a lo que se llama el léxico, por cuanto se apega a objetivos tan… precarios como la

articulación de las significaciones. “Los términos incluidos en cada artículo”, se lee en alguna

parte en la nota del prefacio de ese magnífico trabajo que se llama el Grand Robert, “los

términos incluidos en cada artículo constituyen tanto remisiones, encadenamientos, que deberán

culminar en medios de expresión del pensamiento”. “El asterisco…”, porque, en efecto, podrán

ustedes constatar que en cada uno de esos artículos, que cumplen muy bien con su programa, “el

asterisco remite a los artículos que desarrollan ampliamente una idea sugerida con una sola

palabra”. Con lo cual el artículo Goce ¡comienza por la palabra placer marcada con un asterisco!

Esto es sólo un ejemplo, pero la palabra, sin duda, no por azar nos presenta esas paradojas. Por

supuesto, goce no fue abordado la primera vez por el Robert, pueden igualmente estudiar esa

palabra en el Littré. Verán allí que lo que es su empleo, su empleo más legítimo, varía desde la

vertiente que indica la etimología que lo vincula con el gozo, hasta el de la posesión y, en último

término, aquello de lo que se dispone: el goce de un título. El goce de un título, ya sea que ese

término signifique algún título jurídico, algún papel que representa un valor de la Bolsa, tener el

goce de algo –de dividendos, por ejemplo–, es poderlos ceder. El signo de la posesión es poder

renunciar a eso.

Gozar de es diferente a gozar y, seguramente, nada más que esos deslizamientos de sentido

–en la medida en que son cernidos en esta aprehensión que hace poco llamé “lexical” en su

ejercicio en el diccionario–, no nos muestra hasta qué punto la referencia al pensamiento es

justamente lo más impropio para designar la función radical, quiero decir, de tal o cual

significante.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

NO ES EL PENSAMIENTO EL QUE DA LA EFECTIVA Y ÚLTIMA REFERENCIA

DEL SIGNIFICANTE. Es de la instauración que resulta de los efectos de la introducción de un

significante EN LO REAL. Es en la medida en que articulo de una nueva manera esa relación de

la palabra goce con lo que, para nosotros, está en ejercicio en el análisis, que la palabra goce

encuentra y puede conservar su último valor. Y me propongo hoy hacerles sentir el alcance de

esto en su punto más radical.

El amo goza de algo, así sea de él mismo –como se dice: él “es su amo”–, como se dice, o

también del esclavo. Pero, ¿de qué goza en el esclavo? Precisamente, de su cuerpo. Como se lo

lee en la Escritura, “el amo dice: ¡Vete! y él va”. 5 Como me lo permití, ya no sé si lo escribí o si

solamente lo enuncié: si el amo dice “¡Goza!” [Jouis], el otro sólo puede responder con ese Oigo

[J’ouis] con el cual me divertí. En general no me divierto al azar. Esto quiere decir algo. Yo

habría podido igualmente ser relevado por alguno de los que me escuchan… lamento muy a

menudo no recoger nada más que lo que me fuerza a hacerlo yo mismo.

El asunto es éste: aquello de que se goza –si existe este goce que se inaugura en el yo [je]

del sujeto en tanto que posee–, aquello de que se goza, goza?

Parece, sin embargo, ser esta la verdadera pregunta. Puesto que, así mismo, es claro que el

goce no es, de ningún modo, lo que caracteriza al amo. El amo, en la medida en que es, en la

Ciudad, aquel que de ninguna manera podría ser cualquiera, pero que está marcado por su

función de amo, tiene muchas otras cosas que hacer que abandonarse al goce. Y el dominio de su

cuerpo –porque no se trata sencillamente del ocio–, es algo que sólo se logra con las más rudas

disciplinas. En todas las épocas de civilización, el que es amo no tiene de ninguna manera tiempo

de abandonarse ¡así sea en sus ocios!

Hay que distinguir los tipos. Pero, en últimas, el tipo de amo antiguo no es de un orden tan

puramente ideal que no tengamos sus coordenadas: está suficientemente inscrito, diría yo, en las

márgenes del primer discurso filosófico, para que pueda decirse que Hegel nos da testimonio

suficiente de este.

El asunto es justamente éste. Acaso –lo cual en últimas no es más que justo y conforme al

primer elemento en juego de la partida–, aquel que, si le creemos a Hegel, no pudo desde el

comienzo tomar el riesgo eventual de la pérdida de la vida (lo cual es, en efecto, la más segura

5 Mateo, 8-9.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967 vía para perder el goce), aquel que se ha atenido suficientemente al goce para someterse y para

alienar su cuerpo… y ¿por qué entonces el goce no se quedaría en sus manos?

Tenemos mil testimonios de esto –que una vista corta, no se sabe qué fantasma, que quiere

que esté todo siempre del mismo lado, que el ramo completo esté en una sola mano–, tenemos

mil testimonios de que lo que caracteriza la posición de aquel cuyo cuerpo es entregado a merced

de otro, es que a partir de ahí se abre lo que puede llamarse el puro goce. E igualmente, al

vislumbrar, al seguir los indicios que por lo menos nos entregan su perfil, tal vez se borrarían

algunas preguntas sobre el sentido de ciertas posiciones paradójicas, particularmente la

masoquista. Pero, en últimas, más vale, en algunas ocasiones, que las puertas más

inmediatamente abiertas no sean atravesadas… porque no basta con que sean fáciles de atravesar

para que sean las verdaderas. No digo que esté ahí el resorte del masoquismo… ¡ni mucho

menos! Porque, seguramente, lo que hay que decir es que si es pensable que la condición del

esclavo sea la única que da acceso al goce, en la medida en que precisamente podemos

formularlo, como sujeto, jamás sabremos de eso nada…

Pero el masoquista no es un esclavo. Al contrario, como les diré dentro de poco, es un

astuto, alguien muy listo. El masoquista sabe que está en el goce. Y precisamente todo este

discurso progresa precisamente a su respecto, a su término, para uso de ustedes, en lo que

concierne a escuchar de qué se trata en él. Y para hacerlo progresar convenía mostrar que en

Hegel hay más de un defecto. El primero, por supuesto, siendo aquel que me permitía, ante

quienes me escuchan, producirlo. A saber que, desde antes de que lo planteara y de que hablara

de esto, con el estadio del espejo, había marcado que, en ningún caso, esta especie de agresividad

que es de instancia y de presencia en la “lucha a muerte”, de puro prestigio, era algo más que un

señuelo. Y hacía caduca en adelante toda referencia a ésta como articulación primera.

No hago más que volver a puntuar de pasada los problemas que plantea, que plantea y deja

abiertos, la deducción hegeliana respecto a la sociedad de los amos: ¿cómo se entienden entre

ellos?… Y, además, Dios mío, la simple referencia a esto, a saber que el esclavo… para hacer

con esto un esclavo, ¡no está muerto! Que el resultado de la lucha a muerte es algo que no ha

puesto en juego la muerte; que el amo solamente tiene el derecho de matarlo, pero que

precisamente –y es por eso que se llama servus–, el amo servat, lo salva; y que es a partir de ahí

que se plantea el verdadero asunto: ¿qué es lo que el amo salva en el esclavo? Nos vemos

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

devueltos al asunto de la ley primordial de lo que instituye la regla del juego, a saber: el que sea

vencido podrá ser asesinado, y si no se lo mata, ¿a qué precio será?

¿A qué precio? Es justamente ahí que entramos en el registro de la significancia: de lo que

se trata en la posición del amo, y6 esto: consecuencias –siempre– de la introducción del sujeto en

lo real.

Para medir lo que concierne a sus efectos sobre el goce, conviene plantear a nivel de ese

término un cierto número de principios, a saber, que si hemos introducido el goce es bajo la

modalidad, lógica, de lo que Aristóteles llama una oÙs…a, una sustancia. Es decir, algo muy

precisamente que no puede ser –es así como se expresa en su libro de las Categorías–7, “que no

puede ser ni atribuido a un sujeto ni puesto en ningún sujeto”. Es algo que “no es susceptible de

más o de menos”, que no se introduce en ningún comparativo, en ningún signo más pequeño o

más grande, ni siquiera más pequeño o igual.

El goce es ese algo en lo cual marca sus rasgos y sus límites el principio del placer. Pero es

algo sustancial y que precisamente es importante producir, producir bajo la forma que voy a

articular en nombre de un nuevo principio: SOLAMENTE hay goce del cuerpo.

Permítanme decir que considero que el mantenimiento de ese principio… su afirmación

como absolutamente esencial, me parece de mayor alcance ético que el del materialismo.

Entiendo que esta fórmula tiene exactamente el alcance, el relieve, que introduce en el campo del

conocimiento la afirmación de que sólo está la materia. Porque, en últimas, basta con que vean,

con la evolución de la ciencia, que esta materia a fin de cuentas se confunde tan bien con el juego

de los elementos en los cuales se la resuelve, que se vuelve, en últimas, casi indiscernible saber

qué es lo que opera ante ustedes, si son esos elementos stoice‹a, esos elementos significantes

últimos, o los del átomo; a saber, lo que en sí mismos tienen de casi indiscernible con el progreso

de su entendimiento, el juego de su investigación, o lo que concierne en último término a una

estructura que ya no saben ustedes relacionar de ninguna manera con lo que tienen ustedes como

experiencia común de la materia…

Pero decir que sólo hay goce del cuerpo y, particularmente, que esto les niega los goces

eternos, es justamente lo que está en juego en lo que llamé el valor ético del materialismo, a

6 ¿Se tratará de una confusión por homofonía: et [y] a cambio de est [es]? En cuyo caso la frase sería: “[…] de lo que se trata en la posición del amo, es de esto: de las consecuencias –siempre– de la introducción del sujeto en lo real” [T.]. 7 Aristóteles, Categorías, V.

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saber, que consiste en tomar lo que sucede en su vida de todos los días en serio, y si es asunto de

goce, mirarlo de frente y no postergarlo para porvenires venturosos…

Solamente hay goce del cuerpo. Esto responde muy precisamente a la exigencia de verdad

que hay en el freudismo.

Henos aquí entonces dejando enteramente a su errancia el asunto de saber si de lo que se

trata es de serlo o de no ser;8 si se trata de ser hombre o de ser mujer en un acto que sería el acto

sexual. Y si esto es lo que domina todo ese suspenso del goce; es igualmente esto lo que hemos

de tomar éticamente en serio, esto respecto a lo cual se eleva algo que podríamos llamar nuestro

derecho de mirada.

Edipo no es un filósofo. Es el modelo cuando se trata de la relación con lo que concierne a

un saber; y el saber del que da prueba nos es indicado, por lo menos, en forma del enigma de que

es un saber que concierne a lo que tiene que ver con el cuerpo. Con esto él rompe el poder de un

goce feroz, el de la Esfinge, que es extraño que se nos ofrezca en la forma de una figura

vagamente femenina, digamos, medio bestial, medio femenina. A lo que él accede tras eso –lo

cual no lo hace, lo saben ustedes, más triunfante por ello–, es seguramente a un goce. En el

momento en que entra allí, ya está en la trampa. Quiero decir que este goce es el que lo marca,

desde entonces y por adelantado, con el signo de la culpabilidad.

Edipo no sabía de lo que gozaba. Planteé la pregunta sobre si Yocasta, por su parte, lo

sabía. Y también, por qué no, ¿gozaba Yocasta de permitir que Edipo lo ignorara? Digamos:

¿qué parte del goce de Yocasta responde a que ella dejó que Edipo lo ignorara?

Es a ese nivel, gracias a Freud, que se plantean en adelante las preguntas serias respecto a

lo que concierne a la verdad.

Pero la introducción que ya hice de la función de alienación, en la medida en que es

coherente con la génesis del sujeto como determinado por el vehículo de la significancia, nos

permite decir que, en cuanto a lo que nos interesa y que es planteado primeramente, a saber, que

no hay sino goce del cuerpo, es que el efecto de la introducción del sujeto, él mismo efecto de la

significancia, es propiamente poner el cuerpo y el goce en esa relación que definí como función

de alienación.

Quiero decir, como acabo de articularlo ante ustedes durante media hora, el sujeto en tanto

que se funda en esta marca del cuerpo que lo privilegia, que hace que sea la marca, la marca

8 ¿“serlo, o no serlo”?

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967 subjetiva, lo que en adelante domine todo lo que concernirá a ese cuerpo; que vaya allá y luego

allá y no a otra parte, que sea libre o no de hacerlo, es lo que sin duda distingue al amo porque el

amo es un sujeto.

El goce es, en ese fundamento primero de la subjetivación del cuerpo, lo que cae en la

dependencia de esta subjetivación y, para decirlo todo, se borra. En el origen, la posición del amo

–y esto es lo que Hegel entrevé– es justamente renuncia al goce, posibilidad de comprometerlo

todo en esta disposición o no del cuerpo. Y no solamente del suyo sino también del cuerpo del

Otro.

El Otro es el conjunto de los cuerpos a partir del momento en que el juego de la lucha

social simplemente introduce que las relaciones de los cuerpos están dominadas en adelante por

ese algo que, igualmente, se llama la ley. Ley que puede decirse que está vinculada con el

advenimiento del amo, pero únicamente si se entiende: el advenimiento del amo absoluto. Es

decir, la sanción de la muerte como habiéndose tornado legal.

En adelante, esto nos permite entrever que si la introducción del sujeto como efecto de

significante yace en esta separación del cuerpo y del goce, en la división que se pone entre los

términos que no subsisten sino el uno del otro, es ahí que debe plantearse para nosotros la

pregunta, la pregunta sobre cómo es manejable el goce a partir del sujeto.

Pues bien, la respuesta… la respuesta la da lo que el análisis descubre como aproximación

de esa relación con el goce. Sin duda, en el campo del acto sexual lo que descubre es la

introducción de lo que llamé valor de goce, es decir, anulación del goce como tal, del goce más

inmediatamente interesado en la conjunción sexual. Lo que se llama la castración.

Esto no resuelve nada. Por supuesto, esto nos explica cómo es posible que la forma legal

más simple y más clara del acto sexual –en tanto que está instituida en una formulación regular

que se llama matrimonio– al principio no sea, en el origen, sino privilegio del amo. No

simplemente, por supuesto, del amo en tanto opuesto al esclavo sino como lo saben ustedes, si

saben un poco de historia, y de historia romana particularmente, hasta opuesto a la plebe. No

tiene acceso a la institución del matrimonio quien quiere, sino el amo.

Pero, igualmente, todo el mundo sabe, todo el mundo sabe, Dios mío, por experiencia, por

los desgarramientos que ese matrimonio, que ha sido puesto desde entonces al alcance de todos,

arrastra consigo ¡todo el mundo sabe que eso tiene problemas! Y si abren a Tito Livio verán que

hay una época, no tan tardía en la República, en que las damas –las damas romanas, aquellas que

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

estaban verdaderamente marcadas con el verdadero connubium–, envenenaron durante toda una

generación, con una amplitud y una perseverancia que no dejó de dejar ciertas huellas en la

memoria y que Tito Livio inscribe,9 envenenaron a sus maridos; no sin razón. Hay que creer que

la institución del matrimonio, cuando funciona a nivel de verdaderos amos, debe acarrear

consigo ciertos inconvenientes, que probablemente no están vinculados únicamente con el goce;

puesto que es más bien el carácter acentuado del agujero puesto a ese nivel, a saber, del hecho de

que el goce nada tiene que ver con la elección conyugal, que resultan esos menudos incidentes.

Cuando hablamos del acto sexual en el nivel en que nos interesa a nosotros, los analistas,

es precisamente en la medida en que el goce está en juego. Como lo recordé la última vez, Dios

no ha descuidado vigilar eso. Basta con que la mujer entre en el juego de ser este objeto que nos

designa tan bien el mito bíblico, de ser este objeto fálico, para que el hombre se vea colmado.

Esto quiere decir exactamente: perfectamente timado, a saber, que sólo encuentra su

complemento corporal.

El descubrimiento del análisis es precisamente el de darse cuenta de que es únicamente en

la medida en que el hombre no fuera timado hasta el punto de solamente hallar allí su propia

carne –nada sorprendente que en adelante sólo haya ahí “una sola carne” ¡puesto que es la suya!–

es justamente en la medida en que esta operación de timado no se produce, a saber, en que la

castración se produce, que hay, sí o no, posibilidades de que haya acto sexual.

¡Pero entonces! ¿Qué quiere decir lo que concierne al goce? Puesto que la característica de

un acto sexual que estuviera fundado estaría precisamente en el hecho de esa falta al goce, en

alguna parte.

Esta interrogación sobre lo que concierne al goce en función tercera es muy precisamente

lo que se nos da en otra aproximación; una aproximación que se llama, exactamente a la inversa

de ese paso, de ese sobrepasamiento, que se hace en el sentido del acto sexual, que se llama… y

justamente, y únicamente por el hecho de que es en un sentido inverso, respecto a cierta

progresión, progresión lógica–, que se llama, por esa razón, la regresión.

9 Tito Livio, Historia romana, Libro VIII, XVIII.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Y es aquí que nuestro algoritmo, que nuestro algoritmo, en la medida en que confronta al a

minúscula con el Uno, esté hacia el interior, como ya lo dibujé, a saber, a minúscula doblándose

sobre el Uno, dando, aquí, (1) la diferencia, Uno menos a, que es al mismo tiempo a2; hay

también otra manera de tratar el asunto, que es la que nos sugiere la función del Otro, a saber que

ese Uno que está aquí (2), viene a inscribirse aquí en (a)10 que es el a minúscula, aquí, sin

doblarse, a saber, dejando entre él y el A mayúscula, el gran intervalo del Uno, que está en juego.

No pueden ustedes dejar de ver este hecho privilegiado: que el 1/a = 1+a, Uno sobre a, sea

justamente igual al Uno más a, y que esto es lo que le da valor a este algoritmo; justamente así es

que se nos da el lugar, la topología, de lo que concierne al goce.

En el caso del esclavo, el esclavo está privado de su cuerpo; ¿cómo saber lo que concierne

a su goce? Cómo saberlo sino precisamente en lo que ha deslizado, de su cuerpo, fuera del

dominio subjetivo. Todo lo que concierne al esclavo, en la medida en que su cuerpo va y viene al

capricho del amo, deja preservados no obstante esos objetos que se nos dan como surgiendo,

precisamente, de la dialéctica significante.

Esos objetos que son lo que está en juego pero también la forja, esos objetos tomados en

las fronteras, esos objetos que funcionan a nivel de los bordes del cuerpo, esos objetos que

conocemos bien en la dialéctica de la neurosis, esos objetos sobre los cuales tendremos que

volver nuevamente, y muchas veces, para definir bien qué constituye su precio y su valor, su

calidad de excepción; no necesito recordarlos, en lo que concierne a lo oral y en lo que se llama

también anal; pero esos otros, también, superiores, menos conocidos –en el registro más intimo

que, respecto a la demanda, está constituido como el deseo– y que se llaman la mirada y la voz.

Esos objetos, en la medida en que de ninguna manera podrían ser atrapados por el dominio, no

importa cuál sea, del significante, así estuviese enteramente constituido en el rango de dominio

social; esos objetos que, por su naturaleza, escapan de ahí, ¿qué quiere decir?

10 El esquema es conjeturado.

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¿Está ahí…? Puesto que, para el esclavo, del lado del Otro sólo hay un goce supuesto

(Hegel se equivoca, porque es para el esclavo que existe el goce del amo); pero el asunto que

vale ya lo planteé hace poco: ¿de lo que se goza, goza? Y si es cierto que algo real del goce sólo

puede subsistir a nivel del esclavo, será justamente entonces en este lugar, dejado por él al

margen del campo de su cuerpo, que constituyen los objetos de los que acabo de hablar; la lista.

Es ahí, en este lugar, que debe plantearse la pregunta del goce.

Nada puede retirar al esclavo ni la función de su mirada ni la de su voz, ni tampoco aquella

de lo que es él, en su función de nodriza, –puesto que la Antigüedad nos lo muestra tan

frecuentemente en esta función–, ni siquiera tampoco en su función de objeto desviado, de objeto

de desprecio. A ese nivel se plantea el asunto del goce. Es una pregunta y, como lo ven, es hasta

una pregunta científica.

Ahora bien, el perverso… el perverso, pues bien, eso es lo que es él. La perversión está a la

búsqueda de ese punto de perspectiva, en la medida en que puede hacer surgir el acento del goce,

pero lo busca de una manera experimental. La perversión, al mismo tiempo que tiene la más

íntima relación con el goce, es –al igual que el pensamiento de la ciencia– cosa mentale;11 es una

operación del sujeto en tanto que ha ubicado perfectamente ese momento de disyunción por el

cual el sujeto desgarra el cuerpo del goce, pero que él sabe que el goce no ha sido solamente, en

ese proceso, goce alienado, que también está esto: que en alguna parte queda la posibilidad de

que haya algo que se haya escapado. Quiero decir, que todo el cuerpo no ha quedado atrapado en

el proceso de alienación. Es desde ese punto, desde el lugar del a minúscula, que el perverso

interroga, interroga lo que concierne a la función del goce.

Que jamás debe captarse sino de manera parcial y, si puedo decirlo, en la perspectiva, yo

no diría del perverso… (porque uno puede decir en verdad que los psicoanalistas no entienden

nada de eso; ¿no hubo uno recientemente que planteaba esa especie de ecuación al respecto, de

que el perverso no podría ser sujeto y goce al mismo tiempo, y de que en toda la medida en que

era goce, ya no era sujeto!…). El perverso permanece sujeto durante todo el tiempo del ejercicio

de lo que plantea en tanto pregunta al goce; el goce al que apunta es el del Otro, en la medida en

que él es tal vez su único resto; pero lo plantea a través de una actividad de sujeto.

11 Leonardo da Vinci: La Pittura e cosa mentale, “La pintura es cosa mental”.

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Lo que esto nos permite remontar sólo puede hacerse con una condición y es que nos

demos cuenta de que esos términos, “sadomasoquismo” por ejemplo, como se los anuda, sólo

tienen sentido si los consideramos como búsquedas en la vía de lo que es el acto sexual.

Relaciones que llamamos sádicas entre tal o cual vaga unidad del cuerpo social sólo tienen

interés en esto: que figuran algo que interesa a las relaciones del hombre y de la mujer.

Como les diré la próxima vez –puesto que en esta ocasión, a mi fe, habré sido acortado,

verán que si se olvida esa relación fundamental se deja escapar todo medio para captar lo que

pasa en el sadismo y en el masoquismo. Y esto sin querer decir tampoco que de ninguna manera

esos dos términos figuren relaciones comparables a las de macho y hembra.

Un personaje de una, debo decir, increíble ingenuidad, escribe en alguna parte esta

verdad… de que “el masoquismo nada tiene de específicamente femenino”12 pero las razones

que da están al nivel de formular que seguramente si el masoquismo fuera femenino, eso querría

decir que no es una perversión, puesto que sería natural para la mujer ser masoquista…

Entonces, a partir de ahí se ve que, naturalmente, las mujeres no pueden ser clasificadas de

masoquistas puesto que, siendo una perversión, ¡eso no podría ser algo natural!

He ahí el tipo de razonamiento donde uno se empantana. Ciertamente no sin cierta

intuición quiero decir la primera, a saber, que una mujer no es naturalmente masoquista. No es

naturalmente masoquista y ¡con razón! Es porque, si lo fuera, en efecto, si fuera masoquista, eso

querría decir que es capaz de cumplir el rol que el masoquista da a una mujer. Lo cual, por

supuesto, da un sentido muy diferente, en ese caso, a lo que sería el masoquismo femenino. La

mujer justamente no tiene ninguna vocación para cumplir ese papel. Esto es lo que constituye el

valor de la empresa masoquista.

Por eso, me permitirán terminar hoy en este punto, prometiéndoles –como punto de

llegada, como punta de lo que es interrogado con esta introducción de la perversión–

prometiendo indicarles como punta, que pondremos por último, espero, algún orden, por lo

menos un poco más de claridad, respecto a lo que se trata cuando se trata del masoquismo.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la

Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

[email protected]

12 Nacht Sacha, Le Masochisme, cap. IV, París, Petite Bibliothèque Payot, 1965.

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Lección 22

7 de junio de 1967

¿Qué hay de común en lo que se llama, a última hora, los “estructuralismos”? Es hacer

depender la función del sujeto de la articulación significante.

Es decir, que en últimas, ese signo distintivo puede quedar más o menos elidido, que en un

sentido lo está siempre. Por supuesto, yo sé que a algunos de ustedes les puede parecer que, a

este respecto, los análisis de Lévi-Strauss dejan justamente ese punto central en suspenso; nos

dejan, para decirlo todo, ante esta pregunta (en la medida en que, desde hace algunos años, este

análisis se centra en el mito): ¿hay que pensar en fin que la miel esperaba, quiero decir, desde

siempre, esperaba en el tabaco la verdad de su relación con la ceniza?

En un cierto sentido [risita]… ¡es cierto! Y por eso es que, de manera semejante desde toda

aproximación, se deriva la puesta en suspenso del sujeto. Y es lo que basta para llevarnos a

contribuir a algo que sin embargo no es una doctrina, que es únicamente el reconocimiento de

una eficacia, que bien parece ser de la misma naturaleza que la que funda la ciencia.

No quita que una noción de clase tal que implicara estructuralismos, que un mínimo de

características no podría de ninguna manera reunir en un conjunto un cierto número de

búsquedas. Por cuanto que, para tomar como ejemplo la mía, en últimas, es sólo como oficio,

como aparato adyuvante, que ha debido primero encontrar, para articularla, esta necesidad de la

articulación subjetiva en el significante. Ésta no es, en cierta forma, más que su prefacio; nada

podría ser pensado correctamente allí sin eso.

Sin embargo, no sin razón, debemos producir, en fin, lo que en el mismo campo ha sido

articulado demasiado rápido, que es la relación fundamental del sujeto así constituido con el

cuerpo.

Esto –de donde resulta que “simbolismo” siempre quiere decir en fin simbolismo corporal–

esto a lo que llego ha tenido que ser durante años descartado por mí precisamente en razón del

hecho de que es así desde siempre, de que es así tradicionalmente como se articulaba el

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simbolismo; es decir, de una manera que erraba lo esencial, como sucede por ser demasiado

precipitada.

Los miembros y el estómago… Hace bastante tiempo, desde siempre, evoqué en el

horizonte la fábula1 de Menenius Agrippa. ¡No resultaba tan mal! ¡Comparar la nobleza con el

estómago era mejor que compararla con la cabeza! Además eso pone la cabeza en su lugar:

¡como un miembro más!

Es sin embargo ir un tanto rápido. Y si lo sabemos, es en razón del hecho de que lo que

está en el centro de nuestra búsqueda, la de nosotros los analistas, es algo que sin duda no pasa

por un lugar diferente al de las vías de la estructura, las incidencias del significante en lo real, en

tanto introduce allí al sujeto. Pero que su centro… –y es un signo el que yo solamente pueda

recordarlo con esta fuerza en el momento en que, propiamente hablando, instalo mi discurso en

lo que puedo legítimamente llamar una lógica, que es en ese momento que pueda recordar que

todo gira, para nosotros, en torno a lo que concierne a lo que hay que llamar la dificultad (no “de

ser”, como decía el otro a su provecta edad), la dificultad inherente al acto sexual.

Hay otras dificultades que han anunciado ésta. ¡Introducir esta función de la dificultad no

es nada! El día en que la dificultad de la armonía social adquirió ese nombre, legítimo, la lucha

de clases, se dio un paso… La dificultad del acto sexual puede tener cierto peso, si uno se

detiene ahí, quiero decir: si todo lo que tenemos que articular en ese campo se centra

efectivamente en esta dificultad.

Sospecho que una de las razones por las que los analistas prefieren atenerse a que, una vez

planteada la cosa, con una C mayúscula, si quieren, a que una vez planteada la Cosa en el centro,

se encienda luz por toda una región… zonal, sospecho que, aparte de algo que bien valdría que

señale dentro de poco, [lo que aparece] es ante todo una dificultad lógica.

A ese respecto se podría plantear como elemento de indicio que la institución del

matrimonio se revela como tanto más… yo no diría sólida, es más que eso, resistente, que se le

otorga derecho en nuestra sociedad a articularse con todas las “aspiraciones”, como dicen los

psicólogos, con todas las aspiraciones hacia el acto sexual. Si se ha encontrado que algo ha sido

logrado en el esclarecimiento de la dificultad de la armonía social, es absolutamente

1 Esopo, El estómago y los pies. Sobre el uso de esta fábula por Menenius Agrippa , ver Tito Livio, Historia romana, Libro II, XXXII. Y, por supuesto, La Fontaine, “Los miembros y el estómago”, en Fábulas, libro III.

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sorprendente en efecto que no es especialmente allí donde se haya abierto más el derecho a

articularse aspiraciones hacia el acto sexual, que el matrimonio se revela allí… yo no diría más

resistente, él no tiene que resistir, más instituido que en otras partes. Y que, en el campo en que

las aspiraciones se articulan –de mil formas eficaces en todos los campos del arte, del cine, de la

palabra, sin contar aquel del gran malestar neurótico de la civilización– el matrimonio, ¡por

supuesto!, continúa en el centro, sin haberse movido un ápice en su estatuto fundamental.

En otras palabras –para resumir esta institución– ver que está fundada en esta única

enunciación una vez pronunciada, de la que hice uso2 de otra forma como ejemplo para indicar

allí la estructuración del mensaje, en sí mismo: “Tú eres mi mujer”; el cual ni siquiera necesita

duplicarse con otro anuncio: el que hace casi puramente formal que se le pregunte si ella está de

acuerdo.

De esto depende –y bajo todas las formas en que persiste por lo menos por el momento esta

institución– de esto depende la inauguración de lo que llamaremos una pareja, definida como

productora. Esto no quiere decir exactamente que se trata de la pareja en el sentido en que se

trata del par sexual. Por supuesto, éste es exigible, pero hay que subrayar que podemos decir que

su producto es otra cosa que el hijo reducido al vástago biológico, al efecto de la función de

reproducción.

Y esto es lo que queremos decir al designar como a minúscula lo que tenemos que

interrogar, al comienzo, sobre su entrada en el acto sexual. Ese a minúscula es ya su producto, y

no solamente como vástago biológico; a minúscula del que les he dicho que pueden ustedes

burdamente –si quieren definitivamente situarlo en sus casillas filosóficas– identificarlo con lo

que ha llegado a ser el residuo de esta tradición en último término, después de haber llevado

hasta la perfección el aislamiento de la función del sujeto y haber tenido que, más allá,

permanecer callado. No quita que antes de darnos una señal: “¡bye, bye! boguen ahora sobre lo

que me sucede [succède], lugar donde se encuentran ustedes un tanto sumergidos, en ese mundo

que se menea, que va a sacar la última de sus contradicciones (ya empieza…)”, en ese momento

también ella les ha dicho sin embargo que quedaba un pequeño residuo –de esta benéfica

dialéctica a la que se ofrecía por adelantado el orden total, el saber absoluto–, y que se llama el

Dasein. Ese residuo de presencia, en tanto vinculado a la constitución subjetiva, es de hecho el 2 Seminario 1955-1956, Las estructuras freudianas de las psicosis, lección del 30 de noviembre de 1955.

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único punto por el cual permanecemos en continuidad con la tradición filosófica. Lo recogemos

de su mano, nosotros que lo hallamos precisamente como el subproducto de ese algo que había

quedado enmascarado en la dialéctica del sujeto: a saber, que tiene que ver con el acto sexual.

Ese residuo subjetivo ya está ahí en el momento en que se plantea la pregunta por la

manera como va a jugar en el acto sexual.

Si todo el discurso humano se estructura así, dejando hiante la posibilidad misma de la

instauración subjetiva implicada en al acto sexual, todo el discurso humano ya ha producido –no

en cada sujeto, a nivel de su efecto subjetivo en sí–, esta lluvia, ese chorreo de residuos que

acompaña a cada uno de los sujetos interesados en el proceso. Y resulta (pienso que ustedes se

acuerdan de eso porque es por esta vía que ya nos le acercamos) que ese residuo es a fin de

cuentas la juntura más segura –por muy parcial que sea en su esencia– la juntura más segura del

sujeto con el cuerpo.

Que ese a minúscula se presente, ciertamente, como cuerpo –pero no, como se dice, como

cuerpo “total”–, como caída, extraviado respecto a ese cuerpo del que depende, según una

estructura que ha de mantenerse fuertemente si se la quiere comprender; no se la puede

comprender sino refiriéndose al centro. Y es justamente lo que mantienen ciertas indicaciones,

así como las de la incidencia de esos objetos que yo llamo del a minúscula están vinculadas

todas3 –¿no se dice con el acto? por supuesto, puesto que fui yo quien lo dije primero– con algo,

sin embargo, que se destina allí, puesto que está enteramente alrededor. No solamente de la

prematuración, biológica, por cuanto invoca este llamado hecho al cuerpo hacia el lugar del acto,

no solamente prematuración, o su tentativa, prepubertaria, se nos dice, primer empujón que, así,

indica su porvenir y su horizonte, y por sí solo (pero no sin invocar toda una conjunción, toda

una circunstancia social de represión, de apreciación, por lo menos de referencias discursivas de

demanda y de deseo) ya preforma, hace llegar el sujeto, como a minúscula, como subproducto de

ese punto central de dificultad, a la dificultad misma.

Tal vez la carencia relativa, y que aún si es relativa no es menos radical, digo, tal vez, de

los psicoanalistas, respecto a su tarea, depende de que no se plantean ellos mismos como

comprometidos en experimentar, al extremo, la dificultad del acto sexual.

3 Texto incierto: ¿“somme toute liées”: en resumidas cuentas vinculado?

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Porque el psicoanálisis didáctico (si, por supuesto, es más que exigible para, digamos,

cicatrizar, en ellos, los efectos de azar, como sucede en todos, de esta dificultad) ¡no quiere decir

que constituya en sí mismo el hecho de experimentarse ante esta dificultad! Es bastante cómodo,

superado… llamen eso como quieran, la limpieza, la purificación previa, volver a sus pantuflas

[sus comodidades] que no son, dígase lo que se diga, el lugar elegido del acto sexual…

Ciertamente, estar en estado de pensar el deseo es ya un acceso.

¿Creerán ustedes [risita] que les doy la orden de que se trata de pensar el acto sexual?

Un acto, –subráyenlo si recuerdan la manera como lo introduje– no necesita ser pensado,

para ser un acto. ¡Hasta queda enfatizado el asunto de saber si no es por eso que es un acto! No

iré más lejos en ese sentido, que favorece demasiado las apariencias [semblants] de acto.

Hacerlo4 no es cómodo, pero es cierto, ya sea que haya que pensarlo o no, ¡que uno sólo puede

pensarlo después! La naturaleza del acto es que hay que cometerlo primero. Lo cual, tal vez, no

excluye que se lo piense.

Esto para decir que, si se parte de la dificultad del acto sexual, ¡no es para poner al alcance

de la mano el tiempo de pensarlo!

Entonces, retomemos, al más raso nivel, cómo se plantea eso: si es un acto, constitución en

acto de un significante –a partir de alguna moción, diríamos, que no invoca allí sino el registro

del movimiento, algo mensurable en el pesaje de un cuerpo– debe haber allí, si el significante se

reduce a la más simple cadena, esa oposición que yo ya inscribí en dos plaquitas inesperadas en

uno de mis artículos5 y que retraduciremos aquí con el (ni siquiera digo yo [Je]): soy un hombre,

y su relación con: soy una mujer. Es decir, que volvemos a lo que hace poco se presentaba como

el mensaje, bajo una forma invertida.

¿Acaso no es absolutamente fabuloso que no podamos, en ningún caso, dar cuenta en

absoluto de un vínculo entre esos términos que justifican que los tomemos por el inverso, el uno

del otro? Y que se requiere en adelante que los interroguemos tal como son, es decir, como no lo

ignoran ustedes y como se articula en cada línea de Freud, en la total incapacidad de darles algún

correlato seguro, no importa cuál: actividad, pasividad, por ejemplo, son sólo sustitutos que cada

vez que Freud los emplea subraya su carácter, no diría inadecuado… ¡sospechoso!

4 Sizaret: “El asunto”. 5 “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, 1957, en Escritos 1.

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Replanteemos, entonces, las preguntas con los aparatos que nos ha ofrecido nuestra buena

y breve tradición de manejo del sujeto. ¡Aquí debe poderse poner a prueba! Y aún si no puede

servir para nada, la manera como será repelida por el objeto nos instruirá tal vez sobre algo

respecto al objeto mismo, ¡su elasticidad, por ejemplo!

Vamos a buscarle al ser-macho, para tomarlo primero –pero también al ser-hembra, están

en ese nivel del discurso exactamente en la misma posición–, algo análogo a lo que nos ha

llevado nuestro manejo del sujeto; bien debe haber aquí dos caras, también aquí. ¡Además, salta

a la vista enseguida! Hay un en sí y luego un para, un para… ¡para algo! Pero lo que se ve

enseguida es que ahí no es en absoluto el para sí, en razón misma de la exigencia fundamental

del acto sexual; ¡no puede permanecer para sí pero no digamos que es para aquel que constituye

el par!

Es ahí que debe servirnos la introducción de la función del gran Otro. Lo que aquí

corresponde a nuestra interrogación como opuesta a este en sí más bien huidizo –que

corresponde al ser-macho y mucho más al ser-mujer– es un para el Otro. Es decir, lo que bien

tuvimos que evocar primero, es decir, el lugar de donde le vuelve el mensaje de una forma

invertida.

Les hago notar… es un breve repaso –lo acentuaré más la próxima vez pero aquí sólo

puedo articularlo de pasada–, esta alternativa cuyo alcance he extendido mostrando que no es,

simplemente, la de la alienación, puesto que nos ha permitido, de aquí en adelante, en el primer

trimestre, instituir esa operación lógica de la alienación en su relación con otras dos (tal vez las

olvidaron), que forman con esta algo que interrogué a la manera de un grupo de Klein. En

resumen, el punto de partida de ese pequeño rectángulo donde situé la alienación fundamental

del sujeto, precisamente en su relación con una posibilidad que era únicamente el lugar marcado

del acto sexual bajo la forma, lógica, de la sublimación, esta alternativa: o yo no pienso o yo no

soy, elección seductora, como lo ven, que es el punto de partida de lo que se le ofrece al sujeto

una vez que se introduce la perspectiva de un inconsciente, en la medida en que está hecho de

esta dificultad del acto sexual. Ven aquí como se separa6 El yo no pienso es seguramente el en sí

(si acaso se manifiesta) del ser-macho o del ser-mujer; el yo no soy queda del otro lado, a saber,

del lado del para el Otro. 6 Sizaret: “cómo repara [répare]”; Dorgeuille: “ cómo se reparte [se répartit]”.

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Lo que el acto sexual está llamado a garantizar, puesto que allí se funda, es algo que

podremos llamar un signo proveniente de donde yo no pienso, de donde estoy como no

pensando, para llegar a donde yo no soy, allí donde yo soy7 como no siendo. Puesto que si yo soy

donde no pienso y si yo pienso donde no soy8 –es justo la ocasión de acordarse de ello–, en esa

relación que bien puede haber llegado a donde no soy, es decir, yo, macho, a nivel de la mujer;

es sin embargo ahí que, independientemente de cuáles hayan sido las pretensiones de los

filósofos de separar, de separar el tÕ frone‹n (yo cogito), del tÕ ca…rein (yo gozo),9 es sin

embargo ahí donde mi destino, aún a nivel del tÕ frone‹n, se juega. El hecho de haber dialogado

con Sócrates ¡nunca ha impedido a nadie tener obsesiones que hagan cosquillas, que perturben

enormemente su tÕ frone‹n!

Entonces, el paso siguiente es éste que nos ofrece –y es por esto que lo recordé–la función

del mensaje. Es que es un hecho, que imprudentemente y sin saber absolutamente lo que digo,

que yo me anuncio como siendo hombre allí donde no pienso, bajo esta forma del tú eres mi

mujer, allí donde no soy. Eso tiene, no obstante, el interés de darle, también a la mujer, la

posibilidad de anunciarse. Y eso es lo que exige que ella esté ahí a título de sujeto; porque ella

llega a serlo, ella como yo, a partir del momento en que se anuncia.

Este encuentro, bajo la forma pura, tanto más pura, insisto en ello, cuanto que no se sabe

absolutamente lo que se dice, es lo que pone en muy primer plano la función del sujeto en el acto

sexual. Y hasta es como puro sujeto que nos damos cuenta, precisamente a nivel del fundamento

de este acto, que ese puro sujeto se sitúa en la juntura, o para decirlo mejor, en lo disyunto del

cuerpo y del goce. Es un sujeto en la medida de ese disyunto.

¿Cómo se ve eso de la mejor manera aquí? Por supuesto, lo sabemos por tradición, puesto

que, hace poco evocaba el Filebo, en particular, donde ese tÕ frone‹n y ese tÕ ca…rein están

sometidos a esa operación de separación, con un rigor sobre el que precisamente por eso les

recomendé la víspera de las últimas vacaciones que lo volvieran a leer.

Pero, aquí, si quisieran ustedes ya decirme que en últimas bien podemos hacer caso omiso

de las exigencias de acto de este acto, que tal vez no necesitamos del acto sexual para tirar10 de

7 Se esperaría “yo pienso”. 8 “y si yo no pienso donde no soy” [Sizaret]. 9 Platón, Filebo, I-1. 10 foutre: joder, tirar, coger…

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una manera perfectamente conveniente… se trata, en efecto, de saber, en el relieve del acto, qué

exige el sujeto.

Tal vez sea poco decir que todo depende de la oposición de los significantes hombre,

mujer, si no sabemos todavía ni siquiera qué quieren decir.

Y, en efecto, donde se ve la incidencia del sujeto no es tanto en la palabra mujer como en

la palabra macho.

El “goce”, hice notar, es un término ambiguo. Se desliza. Por esto: que hace decir que sólo

hay goce del cuerpo y que abre el campo de la sustancia donde vienen a inscribirse esos límites

severos donde el sujeto se contiene, de las incidencias del placer. Y, además ese sentido en que

“gozar”, dije, es poseer, el mi. Yo gozo de algo. Esto deja en suspenso el asunto de saber si ese

algo, por el hecho de que goce yo de él, goza. Ahí, en torno al mi, está muy precisamente esta

separación del goce y del cuerpo. Porque, no por nada los he introducido ahí la última vez,

recordando esta articulación –frágil por estar limitada al campo tradicional de la génesis del

sujeto–, de la Fenomenología del espíritu, del amo y del esclavo.

Mi ― yo gozo de tu cuerpo en adelante, es decir que tu cuerpo se vuelve la metáfora de mi

goce.

Y Hegel no olvida sin embargo que es sólo una metáfora. Es decir, que si amo soy, mi goce

ya está desplazado pues depende de la metáfora del siervo. Y que queda que, para él, así como

para lo que interrogo en el acto sexual, hay otro goce que está a la deriva.

¿Y acaso es que yo necesito una vez, más, escribirlo en el tablero, con mis barritas?

Ese cuerpo de la mujer, que es mi, es en adelante la metáfora de mi goce. Se trata de saber

lo que hay ahí bajo la forma de mi cuerpo (por supuesto, ni siquiera pienso, inocente como soy,

en llamarlo “mi”), también estará su relación de metáfora; lo cual, seguramente, fundaría11 todo

de la manera más elegante y la más cómoda, con el goce que está en cuestión y que constituye la

dificultad del acto sexual… 11 Sizaret: “fundiría”.

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Me dirán ustedes, ¿por qué es a nivel de la mujer que [el goce] interroga?

Vamos a decirlo muy rápido y muy sencillamente enseguida. ¡Todos los psicoanalistas lo

saben! No necesariamente saben decirlo pero lo saben. Lo saben, en todo caso, por esto: que,

hombres o mujeres, ¡aún no han sido capaces de articular la mínima cosa sólida sobre el sujeto

del goce femenino! No estoy tratando de decir que el goce femenino no pueda tomar este lugar,

¡estoy tratando de detenerlos en el momento en que se trata de no ir demasiado rápido para decir

que ahí está la dificultad del acto sexual!

Y esta referencia –que era menos insoportable, únicamente porque es un mito–, que tomé

la última vez de las relaciones del amo y del esclavo, a saber, del goce a la deriva. Bien pueden

imaginarlo cuando se trata del esclavo; a saber, que no hay razón para que el goce no esté

siempre ahí ¡y esto tanto más cuanto que éste no ha tenido, al igual que el amo, la idiotez de

ponerlo en riesgo! Entonces, ¿por qué no lo habría conservado? ¡Que su cuerpo se haya vuelto la

metáfora del goce del amo no es razón para que su goce, el de él, no continúe su vidita! ¡Como

todo lo prueba!

Si leen ustedes la comedia antigua, si vuelven a leer al estimado Terencio, por ejemplo,

que no es precisamente un primitivo, que hasta es todo lo contrario, sobre el que puede hasta

decirse que las cosas han sido llevadas tan lejos, en él, tan extenuadas, que sobrepasa en

simplicidad todo lo que podemos cogitar (es mucho más simplón que una película del señor

Robbe-Grillet, ¡aún cuando se encuentra atrancado!). ¡Pero no está atrancado! ¡Sólo que ya no

nos damos cuenta de ninguna manera de qué se trata!12

Hay una cierta historia de Andriana,13 por ejemplo… La leerán y dirán: “¡Dios mío, qué

historia! Todo eso porque un muchacho que tiene un padre y que debe casarse o no con una

muchacha que sea de la buena o de la mala sociedad… Y como, al final, la que es de la mala

sociedad resulta ser de la buena –por este eterno asunto de los reconocimientos: que fue

secuestrada cuando pequeña y patatí patatá… ¡Qué historia! ¡Y qué historia idiota!” Salvo que,

lo molesto es que si razonan así no ven una cosa: ¡que en toda esta comedia sólo hay una persona

interesante y que se llama Davus! ¡Y es justamente un esclavo! Porque uno puede, muy en

serio… a él que lo dirige todo, a él que es el único inteligente entre todas estas personas, y a uno

12 ¿Se tratará de Terencio, o de Trans-Europ-Express, de Alain Robbe-Grillet? 1966. 13 Terencio, “La Andriana”, Comedias I, París, Les Belles Lettres, 1942.

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ni se le ocurre siquiera sugerirles que los demás podrían comenzar a serlo14. El padre juega el rol

paterno al grado, en fin… de embrutecimiento deseable, en fin… ¡verdaderamente todo…

redundante! ¡El hijo es un pobre agraciado completamente extraviado! ¿Las hijas en juego? Ni

siquiera se las ve, ¡a nadie interesan! Hay un esclavo que se pelea por su amo casi arriesgando

ser, de un momento a otro –está escrito– ¡crucificado! ¡Y lleva el asunto con mano de amo hay

que decirlo! He ahí de qué se trata en la comedia antigua.

Salvo que esto no tiene para nosotros sino un interés, a saber, mostrar a ustedes que allí

puede haber un asunto sobre lo que sucede con el goce cuando se ha producido ese pequeño

movimiento de desfase, de Verschiebung que está, propiamente hablando, constituido a partir del

momento en que se introduce la función del sujeto entre el cuerpo y el goce.

¡No es con el goce propio de un cuerpo en tanto este goce lo define! Un cuerpo es algo que

puede gozar. Sólo que ¡ahí está! ¡se lo convierte en la metáfora del goce de otro! ¿Y qué pasa

con el suyo, con su goce? ¿Acaso se intercambia? ¡Todo el asunto está ahí! Pero no está resuelto.

¿No está resuelto por qué? Con todo, nosotros, los analistas, lo sabemos. ¡Lo cual no quiere

decir que podamos siempre decirlo! ¡Es una observación general! ¡No voy a repetirla cada vez!

Escribamos eso… Vamos a hacer así, ¿ah?, para el cuerpo, va a ser más divertido…

… y se parece a mis plaquitas, en las cuales, en uno de mis artículos,15 escribí “Hombres”,

“Damas”; eso se ve a la entrada de los orinales.

Una plaquita puede servirnos de cuerpo con un cierto número de cosas inscritas encima; en

efecto, es la función del cuerpo, desde que recordamos que es el lugar del Otro. Entonces,

hacemos la misma barrita para que no se perturben ustedes, y aquí escribimos J para decir goce.

Entonces, ahí, hay un punto de interrogación, porque es ese y porque no sabemos, en

últimas, si viene ahí, si el cuerpo del macho sí es, con seguridad, lo que el macho afirma, ¡porque

no hace sino afirmarlo! De ahí es que partimos, en el Tú eres mi mujer; a saber, que el cuerpo de

la mujer es la metáfora del goce de él.

14 commencer de l’être [T.]. 15 “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, en Escritos.

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¡Ahí está! Basta con agregar un trazo para hacer expresiva esa breve articulación.

En efecto, por razones que tienen que ver… que tienen que ver con el hecho de que no está

únicamente la pareja en juego en el acto sexual; a saber, que (así como otros estructuralistas que

funcionan en otros campos les han recordado) la relación del hombre y de la mujer está sometida

a funciones de intercambio que implican al mismo tiempo un “valor de cambio”; y que el lugar

donde algo, que es de uso, se ve marcado por esta negativación que constituye su valor de

cambio, queda aquí –por razones que tienen que ver con la constitución natural de la función de

copulación–, ¡queda aquí presa en el goce masculino en tanto que este goce se sabe donde está!

En fin, ¡eso se cree! ¡Es un organito que se puede atrapar! Es lo que hace el bebé, enseguida, con

la mayor tranquilidad.

¡Ah! eso puedo decírselo, entre paréntesis, de verdad se hace ahí… de verdad será

necesario que les muestre. Me trajeron un librito romántico sobre la masturbación, ¡con

figuras…! ¡Es algo tan… bueno, tan encantador, que no puedo creer que si lo hago circular aquí

me regrese! [estallido de risa general] Entonces, no sé qué hacer, no sé qué hacer, será mejor que

lo ponga… no sé, debe haber aparatos donde puedan proyectarse, así, objetos y abrirlo en la

página… Bueno, en fin, ¡tienen que ver esto! Se llama Le livre sans titre,16 y está hecho para…

hay por lo menos 25 figuras, bueno… o unas 20, que demuestran los estragos17 que ejerce en un

desventurado… en todo desventurado muchacho, por supuesto… –ya saben ustedes hasta qué

punto la masturbación tenía mala reputación a comienzos del siglo pasado– ¡los estragos y… los

horrores, en fin, que produce! ¡Y todo eso, con un trazo!… ¡Y… colores! En fin [risas], ver al

desafortunado muchacho… ¡al desafortunado muchacho vomitar sangre!... Porque es una de las

cosas que son consecuencia, ¡en fin! ¡es… es algo sublime!…

Les pido perdón, nada tiene que ver esto con mi discurso, [risas], absolutamente nada que

ver. ¡Esto me va a costar horriblemente caro! ¡Es una de las razones, también, por las cuales no

quisiera separarme de él! [risas]. Sí, y es de una belleza que lo supera todo y si hay… existen

aparatos con los que uno puede proyectar, aún sin que la cosa sea… transparente, se… quisiera

mostrar esto… Es… es… ¡nunca he visto nada igual! Bueno, en fin, ¡total!…

16 Anónimo, Le Livre sans titre, segunda edición, París, 1984. 17 El Doctor Lacan dice estas últimas palabras entrecortadas con una risa [S.]

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En fin, total, lo saben ustedes, este embargo, ¿ah?, sobre el goce masculino, en la medida

en que es aprehensible en alguna parte, es algo que es estructural, aunque oculto, para la

fundación del valor.

Si una mujer, que es un sujeto, sin embargo, en el acto sexual –hasta diría más, acabo de

articular que no podría haber allí acto sexual si ella no está, en el comienzo, fundada como

sujeto… para que una mujer pueda adquirir su función de valor de cambio, se requiere que ella

recubra algo que es lo que está ya instituido como valor, y que es lo que el psicoanálisis revela

como el complejo de castración.

¡No estoy tratando de decir que el intercambio de las mujeres se pueda volver a traducir

holgadamente por el intercambio de los falos! ¡Si no, no se ve por qué los etnólogos no harían

igualmente sus cuadros de estructuras llamando las cosas por su nombre! Es el intercambio de

los falos, en tanto símbolos de un goce sustraído como tal.

Es decir, no el pene sino lo que –puesto que la mujer se vuelve la metáfora del goce– hace

que uno pueda tomar en su lugar una nueva metáfora, a saber, esa parte del cuerpo negativada

que llamamos “falo”, para distinguirlo del pene. ¡Y esto no deja menos abierto el problema que

acabamos de articular! En otros términos, algo se instaura, sobre lo cual otro proceso, el del

intercambio social, en la fundación del material, si puedo decirlo, destinado al acto sexual [sic].

Esto no deja menos en suspenso si podemos, en razón de este elemento externo, situar algo

concerniente a la mujer en su función de metáfora respecto a un goce pasado a la función de

valor.

Lo cual está expresado en mucho mito. No necesito recordar a Isis y su duelo eterno, sobre

lo que concierne a esta última parte, del cuerpo que ella reunió. Les señalo únicamente, de

pasada, que en este mito extremo donde precisamente la diosa se define como siendo ella (es lo

que la distingue de una mortal) goce puro; separada ciertamente también ella del cuerpo pero

¿por qué? ¡Porque para ella no es asunto de lo que constituye un cuerpo en su estatuto, como

cuerpo mortal! ¡Esto no quiere decir que los dioses no tengan cuerpo! Sencillamente, como no lo

ignoran ustedes, cambian de cuerpo. ¡Aún el dios de Israel tiene un cuerpo! Hay que estar loco

para no notarlo: ese cuerpo es una columna de fuego durante la noche y de humo durante el día.

¡Se nos dice esto en el Libro, y de lo que se trata ahí es, propiamente hablando, de su cuerpo!

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Es como para mi otra historia (es un paréntesis): son cosas que habría desarrollado mejor si

hubiera podido hacer un seminario sobre los nombres del padre.18

La diosa es goce, es muy importante recordarlo. Su estatuto de diosa es ser goce. Y

desconocerlo es, propiamente, condenarse a no entender nada de todo lo que concierne al goce.

Y por eso el Filebo19 es ejemplar, donde una réplica nos anuncia que en ningún caso los dioses

tienen qué hacer con el goce; no sería digno de ellos. Es ahí, si puede decirse, donde está el débil

punto de partida del discurso filosófico: es haber radicalmente desconocido el estatuto del goce

en el orden de los entes [étants]20.

Sólo hago esos comentarios de una manera incidental y para recordarles el alcance que

tiene esta lectura del Filebo por cuanto permite ubicar, con una exactitud ejemplar, el campo

limitado donde se desarrolla todo lo que será el estatuto del sujeto y de lo que significa el

regreso, la recuperación de las preguntas que quedaron, por ese hecho, aisladas.

Henos aquí, entonces, en torno a esta pregunta sobre lo que concierne al goce en el acto

sexual.

Digamos, para introducir lo que es el final de este discurso –pero que es esencial ante todo

articular con la más extrema escansión– lo que es el final de ese discurso es permitirnos ubicar

cómo los actos que se ubican, y legítimamente, en el registro de la perversión, conciernen al acto

sexual.

Si conciernen al acto sexual es porque en el punto donde se trata del goce… –y verán que,

por el hecho de que está ese punto, no puede ser menos importante a nivel del cuerpo de la

mujer, salvo que es por un segundo sesgo que podemos abordarlo– dado que la presa, el modelo

que se nos da de lo que aparecerá en las tentativas de solución está ahí a la derecha, en la

instauración del valor de goce… es decir, en el hecho de que la función de un cierto órgano está

negativada, que es el mismo órgano por donde la naturaleza, con el ofrecimiento de un placer,

garantiza la función copulante, ¡pero de una manera que es perfectamente contingente, accesoria!

(En otras especies animales la garantiza de manera muy diferente, la garantiza con ganchos, por

ejemplo). Y nada puede garantizarnos que, en este órgano, haya algo que concierna, propiamente

hablando, al goce. Aquí tenemos ese término con el que se introduce el valor… ES POR AHÍ 18 Sizaret: “el Nombre del Padre”. 19 Platón, Filebo, 33-b. 20 Probablemente una referencia al das Seiende heideggeriano: los entes, los estando, los siendo… [T.]

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QUE, A NIVEL DONDE ESTÁ EL ASUNTO DEL GOCE, muy precisamente, ESTE GOCE

ENTRA EN JUEGO BAJO FORMA DE PREGUNTA.

Plantearse la pregunta por el goce femenino, pues bien, es ya abrir la puerta a todos los

actos perversos.

Y esto resulta… por eso es que los hombres tienen, por lo menos en apariencia, el

privilegio de las grandes posiciones perversas. Pero que se plantee la pregunta – que se la pueda

plantear, ya es algo– de si la mujer misma lo sospecha, por supuesto, a través de la reflexión de

lo que introduce en ella esa falta del goce del hombre, ella entra en ese campo por la vía del

deseo, que, como lo enseño, es el deseo del Otro, es decir, el deseo del hombre.

Pero es más primitivamente que, para el hombre, se plantea el asunto del goce. Se plantea

por cuanto está comprometido, al comienzo, en el fundamento de la posibilidad del acto sexual.

Y la manera como lo interrogará es por medio de objetos. De esos objetos que son precisamente

los objetos que llamo a minúscula, en tanto que son marginales, que escapan a una cierta

estructura del cuerpo. A saber, a la que llamo especular, y que es el espejismo por el cual se dice

que “el alma es la forma del cuerpo”.21

Lo que puede ser retenido, allí, es que todo lo del cuerpo pasa al alma; ahí está la imagen

del cuerpo, allí está aquello con lo cual tantos analistas creen poder captar lo que a eso concierne

en nuestra referencia al cuerpo. De ahí tantos absurdos.

Porque es ahí, precisamente en esas partes del cuerpo, en esos extraños límites que, como

lo diré al comentar esta imagen,22 hacen bola o hacen sínfisis en esas partes del cuerpo (que

llamaremos, en relación con la reflexión especular, partes anestésicas), donde se refugia el

asunto del goce.

Y es a esos objetos que el sujeto para quien se plantea esta pregunta –en primer lugar el

sujeto macho–, adonde ese sujeto se dirige para PLANTEAR LA PREGUNTA DEL GOCE.

Por supuesto, esto, en el momento en que los dejo, puede parecerles una fórmula cerrada.

Y es cierto… por cuanto se requeriría, por lo menos (respecto a esos objetos mayores que acabo

de evocar, que son los que designo con el nombre de objetos a minúscula) demostrarlo, de

21 Aristóteles, Del alma, II, 1, 412 A, 20. 22 “Porque es precisamente en esta parte del cuerpo, en este extraño límite que, como lo diré comentando esas imágenes” [Sizaret].

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manera ejemplar. Pero lo que demostraré –será para nuestro próximo encuentro–, es cómo esos

objetos sirven de elementos cuestionadores.

Esto sólo nos puede ser dado a partir de lo que articulé primero, ya la última vez, también

hoy, cómo separación constitutiva del cuerpo y del goce.

¿Acaso necesito únicamente empezar indicando algo para que sus pensamientos vayan

enseguida por la vía de la pulsión que se llama (¡que se llama equivocadamente!) sado-

masóquica, pero que son, no obstante, sin embargo, con la escoptofilia, los únicos términos de

los que se sirve Freud como pivote cuando tiene que definir propiamente la pulsión?

Que la pulsión sadomasóquica juegue, toda, en un juego en donde lo que está en cuestión

está ahí (en ese punto de disyunción, suficientemente marcado por mi sigla o algoritmo, como

quieran, del significante de A/ , a saber, la disyunción del goce y del cuerpo) es por cuanto (y lo

verán la próxima vez en todos sus detalles) el masoquista, y partiré de él, interroga la

completitud y el rigor de esta separación y la sostiene como tal. Es así como él llega a

“sonsacar”, si puedo decirlo, del campo del Otro, lo que para él queda disponible de un cierto

juego del goce.

Es en la medida en que el masoquista da una solución, que no es vía del acto sexual pero

que pasa sobre esta vía, que podremos situar, de la manera justa, lo que se dice siempre

aproximativamente sobre esta posición fundamental del masoquismo en tanto que es estructura

perversa y que su nivel23 –por haberlo articulado en su tiempo– que es aquí primordial, sólo él

nos permite distinguir, puesto que hay que distinguirlos, lo que concierne al acto perverso y lo

que concierne al acto neurótico.

Ya lo verán, lo indico porque tengo la sensación de no haberles dicho mucho hoy y porque,

en últimas, urge el tiempo; lo indico en la medida en que puede servirle a algunos ya de tema de

reflexión: hay que distinguir radicalmente el acto perverso del acto neurótico.

El acto perverso se sitúa a nivel de esta pregunta por el goce.

El acto neurótico, aún cuando se refiere al modelo del acto perverso, no tiene otro fin que

el de sostener lo que nada tiene que ver con el asunto del acto sexual, a saber, el efecto del deseo.

Solamente planteando los asuntos de esta manera radical –solamente puede ser radical si se

la articula–, lógica, podemos distinguir la función fundamental del acto perverso, quiero decir, 23 Sizaret: “y que a su nivel –por haberlo articulado en su tiempo– que es aquí primordial, sólo el […]”.

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darnos cuenta de que es distinto de todo lo que se le parece porque toma prestado allí su

fantasma.

¡Listo!¡Ahí está! ¡Hasta la próxima vez!

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo

ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Lección 23

14 de junio de 1967

El análisis puede ser “interminable” pero no un curso. Se requiere que tenga un fin.

Entonces el último de este año tendrá lugar el próximo miércoles. Este es, pues, el penúltimo.

Este año escogí que no hubiera seminario cerrado. No obstante, le abrí campo, por lo

menos, pido excusas si olvido alguno, por lo menos a dos personas que me aportaron aquí su

contribución.

Tal vez al comienzo de este penúltimo curso haya alguno de entre ustedes, alguno o varios,

que tuviera a bien decirme, tal vez, sobre qué le gustaría verme, quién sabe, poner un poco más

el acento… o dar una respuesta… esbozar una continuación para el futuro; y esto, ya sea en esta

penúltima lección o en la última. En fin, veré si puedo responder a eso hoy. Me esforzaré por lo

menos en indicar en qué sentido puedo responder –o, si no, no sé, no responder– la próxima vez.

Total, si algunos de ustedes tuvieran a bien, aquí, enseguida, rápidamente, darme al respecto, si

puedo decir, algunas indicaciones de lo que quieren, de lo que he podido permitirles desear

respecto al campo que este año articulé sobre la lógica del fantasma, pues bien, le estaría muy

agradecido. Bueno, ¿a quién la palabra? No hay que darle largas, por lo demás. ¿Quién la pide?

Bueno… ¡Está caliente! Bueno, pues bien, no hablemos más de eso, por lo menos por el

momento. Quienes sean de inspiración retardada tal vez puedan enviarme una notita… Mi

dirección está en el directorio, es calle de Lille. Además, yo no creo que tengan dudas; que yo

sepa, soy el único, por lo menos en este lugar, en ser ubicado como Doctor Lacan.

Bueno… Entonces, retomemos. Voy a proseguir entonces en el punto en que dejamos las

cosas y como ya no tenemos mucho tiempo para cerrar lo que puede pasar para formar cierto

campo, cernido, en lo que dije este año, voy ¡Dios mío! a esforzarme para indicarles los últimos

puntos de referencia, de una manera tan simple como pueda.

Voy a intentar simplificar, por supuesto, lo cual supone que les advierta qué puede querer

decir esta simplicidad.

Ven bien que al término de esta lógica del fantasma, término suficientemente justificado en

el hecho que una vez más voy a volver a acentuar hoy: el fantasma está, de una manera mucho

más precisa aún que todo el resto de lo inconsciente, estructurado como un lenguaje; puesto que

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

a fin de cuentas el fantasma es una frase con una estructura gramatical que parece indicar

entonces, al articular la lógica del fantasma –lo cual quiere decir, por ejemplo, plantear un cierto

número de preguntas lógicas, algunas de las cuales, por simples que sean, han sido articuladas no

muy a menudo, no digo por primera vez por mí, sino tal vez por primera vez por mí en el campo

analítico (la relación del sujeto del enunciado, por ejemplo, con el sujeto de la enunciación).

Bueno, pues bien, esto no excluye que al término de este primer desenredo, esta indicación, esta

dirección dada del sentido que podría desarrollarse en lo sucesivo de una manera más plena, más

articulada, más sistemática, de esta lógica del fantasma no pretendo sino haber abierto este año

su surco. El surco… sí…

— ¿Quién es el que… está inquieto, usted?

— [Alguien en la sala]: No puedo oír…

— No puede oír, pues bien, ahora… ¡ya lo sabe!

No solamente no excluye, sino que eso indica, por supuesto, que en alguna parte, esta

lógica del fantasma se engancha, se inserta, se cuelga en la economía del fantasma. Es

justamente por eso que al final de ese discurso traje este término del goce.

Lo traje subrayándolo, acentuando que ahí es un término nuevo, por lo menos en la función

que le doy, y que no es un término que Freud haya traído al primer plano de la articulación

teórica.

Y si mi enseñanza, en suma, pudiera hallar su… su eje, en la fórmula de darle valor a la

doctrina de Freud, esto es justamente algo que implica, que anuncie allí, que esboce allí, tal

función, tal coordenada, que está en cierta forma cernida, perfilada, exigida, implicada allí…

Darle valor a Freud es hacer lo que siempre hago: primero, como se dice, darle a Freud lo que es

de Freud; lo cual no excluye alguna otra fidelidad. Por ejemplo, la de darle valor frente a lo que

indica, a lo que implica, de la relación con la verdad.

Hasta diría que, si algo así es posible, es precisamente en la medida en que jamás dejo de

darle a Freud lo que es de Freud, que yo no me lo apropio. Ese es un punto que, debo decirlo,

tiene su importancia y tal vez tenga el tiempo de volver a esto al final.

Es bastante curioso ver que para algunos se trata de apropiarse, quiero decir, de no darme

lo que me deben de manera más manifiesta –cada cual puede darse cuenta de eso en sus

formulaciones–, no es eso lo importante, lo importante es ese algo que no es el dejar de dármelo,

que les impide –lo cual sin embargo sería, en muchos campos, bastante fácil–, dar el paso

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siguiente, enseguida, en lugar ¡ay! de dejármelo siempre por dar, a riesgo de, a posteriori,

¡desesperarse de que yo les haya, tal como parece, ganado de mano!

Entonces, acerquemos esta función del fantasma. Y primero, para darnos cuenta, decir

simplemente como el punto de partida mismo de nuestro asunto –es algo que salta a la vista– que

es algo cercado, que se nos presenta, en nuestra experiencia, como una significación cerrada para

los sujetos que, habitualmente, por lo común, de la manera más acostumbrada, lo soportan para

nosotros, a saber, los neuróticos; nótese, como lo hace Freud con fuerza, en el ejemplar examen

que hace de uno de esos fantasmas, Pegan a un niño, que ya hice, si lo recuerdan ustedes, cuando

introduje los primeros esquemas de este año (que, por supuesto, les aconsejo, cuando hayan

recogido las notas que ustedes hayan podido tomar de mayor o menor extensión, a las cuales,

creo, recurrirán de nuevo, para captar el camino que se habrá recorrido aquí). Es algo cercado,

entonces, ha de situarse, y doblemente, en esos dos términos que he acentuado; el uno como ese

correlato de la elección constituida por el yo no pienso, en el cual yo [je] se constituye por el

hecho de que justamente el yo [je], viene como reserva, si puedo decirlo, como merma en

negativo en la estructura gramatical.

Ese fantasma (no “pegan a un niño”, por ejemplo, sino para ser estricto, “un niño es

pegado”, como está escrito en alemán), ese fantasma es justamente esta estructura que a nivel del

único término posible de la elección tal como lo deja la estructura de la alienación –la elección

del “yo no pienso”–, ese fantasma aparece como esta frase gramaticalmente estructurada: Ein

Kind wird geschlagen.

Pero, como les dije, esta estructura –la única que se nos ofrece, la elección forzada, a nivel

del o yo no soy, o yo no pienso– si está ahí, es en la medida en que puede ser llamada a develar la

otra, la rechazada,1 y que, en el nivel de la otra, la del yo no soy, es la Bedeutung inconsciente la

que viene correlativamente a encaballarse sobre ese yo [je] que está en tanto no estando. Y la

relación con esta Bedeutung es precisamente esta significación, en tanto esta significación

cerrada escapa, esta significación sin embargo tan importante de subrayar, en tanto que, si puede

decirse, es la que da la medida de la comprensión, la medida aceptada, la medida admitida, la

intuición, la experiencia que se interpela, en cuanto a sostener esos discursos de falsa apariencia

1 Sizaret: “rechazarla”.

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que acuden a la comprensión, como opuesta a la explicación: santidad y vanidad filosófica, señor

Jaspers, en primera fila.2

El punto de las tripas al que les apunta para hacerles creer que comprenden cosas de

cuando en cuando, es ese, es esa cosita secreta, aislada, que tienen ustedes adentro en la forma

del fantasma, y que creen ustedes comprender porque él despierta en ustedes la dimensión del

deseo.

Eso es, muy simplemente, de lo que se trata en lo que se llama comprensión.

Y recordarlo tiene aquí su importancia. Porque… no es porque en promedio todos cuantos

son ustedes, digo, para la mayoría, un tanto neuróticos en los bordes, el fantasma les da la

medida de la comprensión precisamente en ese nivel en que el fantasma despierta en ustedes el

deseo (lo cual no es poca cosa puesto que es lo que centra el mundo de ustedes), no es por eso

que tienen que imaginarse que comprenden lo que, únicamente, la lógica del fantasma entrega, a

saber, la perversión.

No se imaginen que, para el perverso, el fantasma juegue el mismo papel. Y es ahí que

intento explicarles el arraigo de lo que hace el perverso que no podría definirse sino respecto al

término que introduje, igualmente nuevo por haberlo acentuado, que se llama el acto sexual.

Entonces, lo ven, hay conexiones ahí que hay que distinguir. Articular lo que concierne al

goce comprometido en la perversión, respecto a la dificultad o a la sin salida del acto sexual, es

dar algo que tiene, respecto al fantasma –al fantasma tal como se nos da en estado cerrado (y es

por eso que recordé hace poco ese ejemplo de Pegan a un niño, en el texto freudiano) la función

de ese fantasma que no puede presentar como tal, que no puede ser sino estrictamente esta

fórmula: Ein Kind wird geschlagen. ¡No es porque puede interesar –en este sentido: que tiene

una configuración que pueden ustedes puntuar, reportar, en la economía del goce perverso,

haciendo corresponder tal de los términos del uno con tal de los términos del otro– que entonces

sea de alguna manera de igual naturaleza! En otros términos, para recordar enseguida ese punto

vivo (que no obstante no es difícil de recoger de pasada en ese texto tan claro de Freud), es por

ejemplo esto: que no tiene tal especificidad en los casos de neurosis en que lo encontró.

2 Jaspers K., Psychopathologie générale, 1ª edición alemana, 1913, traducción al francés de A. Kastler y J. Mendousse, París, Librairie Félix Alcan, 1933 [D.].

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En la estructura de una neurosis, ese fantasma –para tomar ese, puesto que hay que tomar

alguno para saber dónde fijar nuestra atención–, ese fantasma no está vinculado específicamente

con tal o tal. ¡He ahí algo que podría retener un instante nuestra atención!

En fin, en lo que concierne a la estructura de los síntomas, quiero decir, de lo que

significan los síntomas en la economía, ahí no podemos decir que la cosa se arregle: lo mismo

pasa en una neurosis o en otra.

Jamás lo repetiré demasiado, aun si parezco sorprender cuando, ante aquellos que confían

en mí al venir a tener controles conmigo, me opongo por ejemplo, con fuerza, contra el uso de

términos como los de, por ejemplo, “estructura histero-(guión)-fóbica”. ¿Y por qué? ¡No es lo

mismo una estructura histérica y una estructura fóbica! No es más cercana una de la otra que de

la estructura obsesiva, cuyo síntoma representa una estructura.

Es ahí donde está el punto sorprendente. Es que, como nos lo indica Freud, en estructuras

muy diferentes, ese fantasma puede estar ahí paseándose con el privilegio, el privilegio de ser

aquí más inconfesable que cualquier cosa; leo a Freud, lo repito aquí por el momento.

Inconfesable implica muchas cosas. Podría uno detenerse ahí.

En todo caso, para permanecer en un nivel de abordaje burdo, que es el del año 1919 en

que esto fue escrito, digamos que está colgado de allí, como una cereza de un pedúnculo3, el

sentimiento de culpabilidad. En todo caso, es en eso que se detiene Freud, para relacionarlo con

lo que él llama una cicatriz. Aquella, precisamente, del complejo de Edipo.

Esto está bien hecho para hacernos decir que, por la manera como surgió en nuestra

experiencia, el fantasma participa del aspecto, así, experimental, del cuerpo extraño.

Que hayamos sido llevados –y esto en razón de un verdadero salto4 teórico de Freud–, a

presentir que esta significación cerrada5 tenía relación con algo diferente, mucho más

desarrollable, mucho más rico en virtualidades, que propiamente hablando se llama la

perversión, no es porque Freud dio ese salto muy rápido que, nosotros, no debamos volver a

poner las distancias, la justa relación, interrogarnos, pues, luego de tanta experiencia adquirida,

sobre lo que concierne a la perversión.

La perversión entonces, dije, es algo que se articula, se presenta, como una vía de acceso

propia de la dificultad que se engendra, digamos, del “proyecto” –y pongan esa palabra entre

3 “pedículo” [Sizaret]. 4 “puente” [Sizaret]. 5 “significación firme” [Sizaret].

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

comillas, es decir, que ahí no es más que analógica; la hago intervenir como una referencia a otro

discurso que no es el mío– del cuestionamiento, para ser más exactos, que se sitúa en el ángulo

de esos dos términos: NO hay… SÓLO hay… – … acto sexual, el acto sexual.

No hay acto sexual, dije, por cuanto somos incapaces de articular sus afirmaciones

resultantes. Esto no quiere decir, por supuesto, que no haya algunos sujetos que hayan accedido,

que puedan decir legítimamente: “soy un hombre”, “soy una mujer”. Pero nosotros, analistas,

[risita] –es justamente ahí donde está lo sorprendente–, nosotros no somos capaces de decirlo.

Sin embargo, sólo hay este acto, puesto en suspenso a ese nivel, para dar cuenta de ese

algo que, en últimas –la cosa no solamente quedó, sino que aún queda ambigua–, podría estarle

separada de eso que se llama la perversión. ¿Por qué?

Si fuera una perversión en el sentido absoluto, en el sentido en que Aristóteles la toma por

ejemplo cuando aleja6 (tšraj: “esos son monstruos”) del campo de su Ética un cierto número de

prácticas, que tal vez eran, por qué no, más manifiestas, más visibles, más vivaces también, en su

mundo que en el nuestro (donde, de hecho, no hay que creer que ya no están); a saber, tal

ejemplo que nos da de amor bestial, y hasta, si me acuerdo bien, la alusión al hecho de que no sé

qué tirano de Falera, si me acuerdo bien, gustaba mucho… de hacer pasar algunas víctimas –ya

le resultasen amistosas o no– hacerlas pasar por no sé qué máquina en donde se estofaban

durante un cierto tiempo… Aristóteles retira esto del campo de la ética. Por supuesto, no es para

nosotros un modelo unívoco, puesto que en su Ética, el acto sexual no tiene, justamente –así

como en ninguna ética de la tradición filosófica griega–, el acto sexual no tiene valor central,

quiero decir, confesado, patente. Nos toca, a nosotros, leerla. No pasa lo mismo para nosotros,

gracias al hecho de la inclusión de los mandamientos judaicos en nuestra moral.

Pero, seguramente, con Freud, la cosa es firme: el interés que le damos a la perversión

sexual –aun cuando nos parezca más cómodo aflojar sus cadenas, en la forma de referencias a no

sé qué desarrollo endógeno, o no sé qué estadios que pretendemos, no sé por qué, biológicos,

queda que la perversión no adquiere su valor sino al articularse con el acto sexual.

6 Aristóteles, Ética a Nicómaco, VII-V.

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Digo: con el acto sexual como tal. Y es por eso que escogí este modelito… este modelito

de la división inconmensurable por excelencia de ese a minúscula, el más amplio modelo para

desarrollar su inconmensurabilidad, que se define por el Uno sobre a igual Uno más a, y nos

permite inscribirlo en un esquema, bajo la forma de un doble desarrollo. ¿Tendré que volverlo a

inscribir hoy?…

Indico únicamente: siendo esto Uno, hay manera de replegar aquí el a minúscula, luego lo

que le queda –que resulta como por azar ser el cuadrado de a, él mismo igual a uno menos a (no

es difícil verificarlo enseguida)– para producir aquí un a3, el cual se repliega sobre el a2

precedente para hacer aquí un a4, a4 que, etc.… y culminar aquí en una suma de potencias

impares que resulta ser igual a a2, mientras que la suma de las potencias pares resulta al final

igual a a. Con lo cual, lo que ustedes vieron primero proyectarse en el Uno, a saber, el a de la

izquierda, el a2 de la derecha, resultan al final separados de una manera definitiva en una forma

invertida.

Esquema del que nos sería fácil, aunque de una manera puramente metafórica, mostrar que

puede representar bastante bien lo que podrá presentarse, del acto sexual, para nosotros, de una

manera conforme al presentimiento de Freud, a saber: realizable, pero únicamente bajo la forma

de la sublimación.

Es precisamente en la medida en que esta vía –y lo que implica– sigue siendo

problemática, y en que la excluyo este año… Puesto que decir que eso puede realizarse bajo la

forma de la sublimación es alejarse precisamente de aquello con lo que nos enfrentamos, a saber,

que en su campo surja, estructuralmente, toda la cadena de las dificultades que se desarrollan,

que se incluyen de una hiancia mayor, y de una hiancia que queda, que es la de la castración…

Es en la medida… ahí, el voto común, si puedo decirlo, de los autores, de aquellos que tienen esa

experiencia, es claro: es, al mínimo, puede decirse, en una vía que es invertida respecto a la que

va al tope de la castración, que se articula lo que es perversión.

El interés de este esquema es éste: mostrar que esta medida a minúscula, aquí primero

proyectada en el 1, puede también desarrollarse de una manera externa. A saber, que la relación

de Uno sobre uno más a, es también igual a esa relación fundamental que designa el a minúscula

que quiere decir aquí, lo recordé en su momento: a sobre uno.

Que de lo que se trata a nivel de la perversión es de esto: que es en la medida en que el

Uno, presunto, no del acto sino de la unión (del pacto, si quieren) sexual, en la medida en que ese

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Uno es dejado intacto, en que la partición no se establece allí, que el sujeto llamado perverso,

viene a hallar a nivel de este irreductible que él es, de ese a minúscula original, su goce.

Lo que lo hace concebible es esto:

– que no podría haber acto sexual allí, ni tampoco ningún otro acto, salvo en la referencia

significante que, es la única que puede constituirlo como acto;

– que esta referencia significante, aquí, sólo compromete, por ese solo hecho, dos

entidades naturales, el macho y la hembra;

– que por el solo hecho de que domina, porque es un campo de acto, del acto sexual,7 esta

referencia significante no [sic] introduce esos seres… que nosotros no podemos de ninguna

manera mantener en el estado de seres naturales, los introduce en forma de una función de sujeto;

– que esta función de sujeto –es lo que articulé en las ocasiones precedentes– tiene por

efecto la disyunción del cuerpo y del goce, y que es ahí, a nivel de esta partición, que interviene

más típicamente la perversión.

Lo que ésta valoriza, para intentar volver a juntar este goce y ese cuerpo, separados por el

hecho de la intervención significante, es aquello con lo cual se sitúa en la vía de una resolución

del asunto del acto sexual.

Es porque en el acto sexual, como se los mostré con mi esquema de la última vez, hay

(para cualquiera, de los dos partenaires cuál) un goce, el del otro, que queda en suspenso. Es

porque el entrecruzamiento, el quiasma exigible que haría metáfora de pleno derecho de cada

uno de los cuerpos, que lo haría el significante del goce del otro, es porque ese quiasma está en

suspenso que no podemos, sin importar desde dónde lo abordemos, sino ver ese desplazamiento

que, en efecto, pone un goce bajo la dependencia del cuerpo del otro.8 Con lo cual, el goce del

otro queda, como lo dije, a la deriva.

El hombre, por el hecho estructural que hace que sea de su goce que se extrae algo que lo

eleva a la función de un valor de goce, el hombre resulta, más electivamente que la mujer, cogido

en las consecuencias de esta sustracción estructural de una parte de su goce. El hombre es

efectivamente el primero en soportar la realidad de ese agujero introducido en el goce. Es

justamente por eso también que, es para él, que en este asunto del goce es, no por supuesto de

más peso –lo es tanto como para su compañera– sino tal que puede dar allí soluciones

7 Transcripción incierta; “un campo bajo del acto sexual” [Sizaret]; “un campo de acto, de acto sexual” [Dorgeuille]. 8 En estos dos párrafos la grafía “otro” u “Otro” es incierta.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

articuladas. Puede hacerlo en favor de esto: que hay, en la naturaleza de esta cosa que se llama

cuerpo, algo que duplica esta alienación, que es –de la estructura del sujeto– alienación del goce.

Al lado de la alienación subjetiva –quiero decir, dependiente de la introducción de la

función del sujeto– que recae en el goce, hay otra que es la que está encarnada en la función del

objeto a.

Eurídice, si se la puede llamar dos veces perdida, ¿dónde recobrará el goce, ese goce que el

perverso recupera? No en la totalidad de su cuerpo, totalidad donde un goce es perfectamente

concebible y tal vez exigible, sino allí donde es claro que causa problema cuando se trata del acto

sexual.

El goce del acto sexual no podría de ninguna manera compararse con el que puede

experimentar el corredor, con ese paso libre y altivo. En ninguna otra parte se manifiesta mejor

que en ese campo del goce sexual (y no por nada es ahí que se manifiesta preponderante), en

ninguna parte mejor que en ese campo se manifiesta que la ley del goce está sometida a este

límite del principio del placer –que es propiamente el límite, el tropiezo, el término que se le

pone a toda forma que se sitúe como de exceso de goce–. Y que es ahí donde se hallará muy

especialmente para el hombre –en la medida en que, ya lo dije, para él, el complejo de castración

articula ya el problema– [se] hallará su campo9; quiero decir, que hay objetos que, en el cuerpo,

se definen por estar, en cierta forma, respecto al principio del placer, fuera-del-cuerpo.

Es ahí donde están los objetos a. El a minúscula es ese algo ambiguo que, por poco que sea

del cuerpo, del objeto,10 aun individual, es en el campo del Otro –y con razón, porque ese es el

campo donde se perfila el sujeto–, donde ha de hacer su búsqueda, de hallar su huella.

El seno, ese objeto que bien hay que definir como siendo ese algo que, por estar chapado,

enganchado como en la superficie, como parasitariamente a la manera de una placenta, es ese

algo que el cuerpo del niño puede legítimamente reivindicar como de su pertenencia. Se lo ve

bien, pertenencia enigmática ¡por supuesto! Entiendo que, por un accidente evolutivo de los

seres vivos, resulta que así, para algunos de ellos, algo de ellos queda colgado del cuerpo del ser

que los engendró.

Y luego los demás… ya lo dijimos, el excremento, apenas si se necesita subrayar lo que

éste tiene de marginal respecto al cuerpo, pero no sin estar extremadamente vinculado con su

9 “hallará su campo” [Sizaret]. 10 “el objeto mismo”.

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funcionamiento; queda suficientemente claro al ver en todo su peso lo que, de los productos de

sus funciones, los seres vivos agregan al campo natural.

Y luego, los que ya designé con los términos de mirada y de voz. Buscando, por lo menos

para el primero de esos dos términos, que ya ha sido articulado aquí abundantemente en lo que

concierne al hecho de que en la relación de visión, el asunto11 que queda siempre suspendido, es

el que, muy sencillo de articular –del que puede decirse que, a pesar de todo, el abordaje

fenomenológico, como lo prueba la última hora… obra de Merleau-Ponty,12 no puede

resolverlo–, a saber, lo que concierne a esta “raíz de lo visible”, la cual debe ser vuelta a buscar

en la pregunta sobre lo que es radicalmente la mirada.

La mirada que no puede, ya, ser captada como reflejo del cuerpo, que ninguno de los otros

objetos en cuestión no puede ser vuelto a captar en el alma. Quiero decir, en esta estesia

reguladora del principio del placer, en esta estesia representativa, donde el individuo se

reencuentra y se apoya, identificado consigo mismo, en la relación narcisista donde se afirma

como individuo.

Ese resto –y ese resto que solamente surge del momento en que se concibe el límite que

funda el sujeto– ese resto que se llama objeto a, es donde se refugia el goce que no cae bajo el

peso del principio del placer. También es ahí, es por estar ahí, es por el hecho de que el Dasein,

no solamente del perverso sino de todo sujeto, ha de situarse en este fuera-del-cuerpo; esta parte

que perfila ya ese algo de presentimiento que hay en alguna parte del Filebo (en ese pasaje que

les pedí que fueran a buscar) y que Sócrates llama, en la relación del alma con el cuerpo, esa

parte anestésica.13 Es justamente en esta parte anestésica donde se alberga el goce, como lo

muestra la estructura de la posición del sujeto en esos dos términos ejemplares, que están

definidos como el del sádico y el del masoquista.

Para domesticarlos, si puedo decirlo, con esta vía de acceso, ¿acaso necesito evocar para

ustedes la más elemental marioneta de lo que podemos imaginar del acto sádico? Salvo, por

supuesto, que he tomado al comienzo mis precauciones, y que les pido que capten bien que ahí,

les pido que se detengan en algo diferente a lo que, en ustedes (todos, lo dije, más o menos

vacilantes en los bordes de la neurosis) puede despertar de vaga empatía el mínimo pequeño

11 Sizaret: “el hecho en la relación de visión; el asunto […]” 12 Merleau Ponty Maurice, Le Visible et línvisible, Gallimard, 1964, comentado en el seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. 13 Filebo, cf. todo el pasaje 33d a 34a [H. R.]

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fantasma de este orden. No se trata de “comprender” lo que puede tener de emocionante tal

práctica imaginada o no, que sea de ese registro. Se trata sí de articular esto, que les evitará

preguntas sobre la economía, en esta función, del dolor por ejemplo, sobre el cual, espero, ya han

dejado de romperse la cabeza: con lo que juega el sádico es con el sujeto, diremos nosotros. No

voy a hacer aquí prosopopeya… en primer lugar ya escribí algo al respecto que se llama Kant

con Sade, para mostrar que son de la misma vena.

Juega con el sujeto. ¿Cuál sujeto? El sujeto, diría yo –como ya dije en alguna parte, que

uno está “sujeto al pensamiento”, o “sujeto al vértigo”–, el sujeto al goce. Lo cual, lo ven bien,

introduce esta inflexión que nos hace pasar del sujeto a lo que marqué como siendo su resto: al

objeto a minúscula.

Es a nivel del Otro, con A mayúscula por supuesto, que opera esta subversión, regulando,

digo, regulando lo que desde siempre los filósofos han experimentado como digno de calificar

como lo que ellos llaman desdeñosamente las relaciones del cuerpo al alma, y que en Spinoza se

llama, por su verdadero nombre: titillatio, el cosquilleo.14

Él goza del cuerpo del Otro, aparentemente. Pero ven ustedes bien que la pregunta ha de

desplazarse al nivel de la que formulé en un campo donde las cosas son menos cautivantes,

cuando imaginé esa relación del amo y del esclavo al preguntar: de lo que se goza ¿goza?

Entonces, ven ustedes bien la relación inmediata con el campo del acto sexual.

Sólo que, el asunto a nivel del sádico es éste: que él no sabe que es a esta pregunta en

cuanto tal que está apegado. Que se vuelve su instrumento puro y simple; que no sabe lo que él

mismo hace como sujeto; que él está esencialmente en la Verleugnung; que puede sentirlo,

interpretarlo de mil maneras, y no deja de hacerlo.

Por supuesto, se requiere que tenga algún poder articulante, que fue el caso del Marqués de

Sade, gracias a lo cual, legítimamente, su nombre queda atado a la cosa.

Sade sigue siendo esencial por haber señalado bien las relaciones del acto sádico con lo

que concierne al goce, y por haber mostrado –cuando intentó, irrisoriamente, articular la ley, bajo

la forma de una regla universal digna de las articulaciones de Kant, en ese trozo célebre:

“Franceses, un esfuerzo más para ser republicanos”,15 objeto de mi comentario en el artículo que

evoqué hace poco –que esta ley no podría articularse sino en términos, no de goce del cuerpo –

14 Spinoza, Ética, III, proposición XI, escolio: “el afecto de Gozo cuando se relaciona al mismo tiempo con la Mente y con el Cuerpo”. 15 Sade Donatien-Alphonse-François de, La filosofía en el tocador.

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nótenlo bien, en el texto–, sino de partes del cuerpo. Cada cual, en este Estado (con una E

mayúscula) fantasmático que estaría fundado en el derecho al goce, cada cual estaría obligado a

ofrecer, a cualquiera que señale un designio, el goce de tal “parte”, escribe el autor (ahí no es en

vano), de su cuerpo.

Esta parte, refugio del goce, del que el sujeto sádico sólo conoce esta parte, es exactamente

lo que es su Dasein, el de él, que realiza su esencia16. Esto es lo que ya se da como clave en el

texto de Sade.

Por supuesto… no tengo tiempo porque, ¡Dios mío!, el tiempo avanza, de rearticular lo que

resulta de este retomar, de esta reclasificación del uno respecto al otro, del goce y del sujeto, y

cuán cerca está del fantasma, por supuesto inmediatamente articulado por Sade, del goce allí

donde éste es llevado a lo absoluto en el Otro (muy precisamente en esta parte del Uno que está

aquí más a la derecha), allí donde habíamos visto deslizar, al comienzo del problema, el goce que

había quedado sin soporte, el goce del que se trata, y para el que Sade debe construir, ateo él,

esta figura, que es sin embargo la más manifiesta y la más manifiestamente verosímil de Dios: la

del goce de una maldad absoluta. Ese mal esencial y soberano, del que entonces y sólo entonces,

llevado, si puede decirse, por la lógica del fantasma, Freud… Sade confiesa que el sádico no es

sino su sirviente; que él debe, al mal radical que constituye la naturaleza, abrirle las vías de un

máximo de destrucción.

Pero, no lo olvidemos, ahí no se trata sino de la lógica del asunto [de la chose]. Si lo

desarrollé en… o lo indiqué –o señalé que se remitieran a sus fuentes–, en el carácter tan

manifiestamente fútil, bufón, en el carácter siempre miserablemente abortado de las empresas

sádicas, es porque es a partir de esta apariencia que se hará ver mejor la verdad.

La verdad, que es dada propiamente por la práctica masoquista, donde es evidente que el

masoquista –para… sustraer, si puede decirse, hurtar, en la única esquina17 donde

manifiestamente es captable lo que es el objeto a minúscula, se entrega, deliberadamente, a esta

identificación con este objeto como rechazado: es menos que nada, ni siquiera animal, el animal

que se maltrata, e igualmente sujeto que, por su función de sujeto, ha abandonado por contrato

todos los privilegios.

16 Sizaret: “cuya esencia él realiza”. 17 “en el único punto” [Dorgeuille].

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He ahí, en esta búsqueda, en esta construcción en cierta forma encarnizada, de una

identificación imposible con lo que se reduce a lo más extremo del desecho, y porque esto esté

relacionada para él con la captación del goce, el lugar donde aparece, desnuda, ejemplar, la

economía en cuestión.

Ahí, observemos… sin detenernos en los versos sublimes [risita irónica] que humanizan, si

puedo decir, esta maniobra:

“Mientras que de los mortales la multitud vil,

Bajo la férula del placer, inmisericorde verdugo,

Recogerá remordimientos en la fiesta servil…”.18

¡Todo eso son cuentos! Es el reflejo que recae en la ley del placer. El placer no es un

“inmisericorde verdugo”. El placer los mantiene en un límite bastante taponado, precisamente,

para ser el placer. Pero de lo que se trata, cuando el poeta se expresa así, es muy precisamente de

marcar su distancia:

“[…] Mi dolor, dame la mano; ven para acá,

Lejos de ellos…”, etc.19

¡Canto de flauta!… para mostrarnos los encantos de un cierto camino, y que se obtiene,

con este dolor,20 así invertido.

Si hemos de vérnosla con el masoquista, con el masoquista sexual, observemos la

necesidad de nuestro esquema. Lo que Reik21 subraya –con una torpeza que es realmente para

embobarlos–, sobre el carácter de lo que él llama “imaginario” o fantasioso”, exactamente

Phantasiert, del masoquismo. Realmente no ha captado (aun cuando todo lo que aporta lo

designa suficientemente) que de lo que se trata es justamente de lo que hemos proyectado ahí, a

nivel del Uno, a la derecha, a saber, el Uno absoluto – de la unión sexual… por cuanto que, por

una parte, es este goce puro, pero desprendido, del cuerpo femenino…

Si Sacher-Masoch –tan ejemplar como el otro, por habernos entregado las estructuras de la

relación masóquica– encarna en una mujer, esencialmente en la figura de una mujer, a este Otro,

18 Tandis que des mortels la multitude vile, Sous le fouet du plaisir, ce bourreau sans merci, Va cueillir des remords dans la fête servile…

Cfr. Baudelaire Charles, “Recueillement”, en Les fleurs du mal. Exactamente : « Pendant que des mortels… » 19 Ma douleur, donne moi la main; viens par ici, Loin d’eux… 20 Sizaret: “con esos colores”. 21 Reik Theodore, Le Masochisme, capítulo III, Payot, 1953.

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al cual ha de hurtarle su goce, en ningún momento se trata de que este Otro goce, absoluto pero

completamente enigmático, pueda “complacer”, si puedo decirlo, a la mujer! ¡Es la menor de las

preocupaciones del masoquista! Es justamente por eso, así mismo, que cuando su mujer, a quien

él ridiculizó con un nombre que ella no tenía, con el nombre de Wanda de La venus de las

pieles,22 cuando su mujer escribe sus memorias,23 ¡nos muestra hasta qué punto ella se encuentra

más o menos tan complicada con sus búsquedas como una gallina criando patos!24

… En cambio, para qué romperse la cabeza con el hecho de que se requiere que este goce

–como les dije: puramente imaginario– esté encarnado, en este caso por una pareja, que necesita

justamente, esto es ostensible, de la estructura de este Otro, en la medida en que no es más que el

doblado de este Uno aún no repartido en la división sexual. No hay por qué, para decirlo todo,

romperse la cabeza entrando en evocaciones edípicas para ver que es necesario que este ser, que

representa este goce mítico –que yo refiero aquí al goce femenino–, esté en este caso

representado por dos compañeros pretendidamente “sexuales”, que están ahí para hacer teatro,

para hacer el payaso, y alternan.

El masoquista, entonces, de una manera manifiesta, se sitúa y sólo puede situarse respecto

a una representación del acto sexual, y define, con su sitio, el lugar donde se refugia su goce.

Hasta es lo que tiene de irrisorio. Y no solamente irrisorio para nosotros; es irrisorio para

él. Es así como se explica ese doble aspecto de irrisión –quiero decir, hacia el exterior–, en la

medida en que nunca deja de poner en la escenificación, como lo señaló alguien que sabe de eso,

el señor Jean Genet, esa cosita que marca, no para un público eterno, sino para que quienquiera

que llegue no se equivoque allí (eso hace parte del goce), que todo eso es truco, hasta broma. Y

esta otra cara que puede llamarse, propiamente hablando, burla, que ha girado hacia él mismo…

basta con haberla vuelto a leer (puesto que ya la tienen a su alcance, luego de la admirable

Presentación de Gilles Deleuze) La venus de las pieles… ven ese momento en que ese personaje,

no obstante muy señor que era Sacher Masoch, imagina ese personaje de su novela –del que él

hace entonces un gran señor– que mientras que juega el papel de mozo que corretea tras su

dama, tiene todas las dificultades del mundo para no soltar la risa, aun cuando tome ese aire tan

triste como sea posible, sólo con dificultad logra aguantar su risa.

22 Sacher-Masoch, Leopold von, La Venus de las pieles. 23 Sacher-Masoch, Wanda von, Confession de ma vie, Mercure de France, 1907. 24 qu’un poisson d’une pomme, como un pez con una manzana [T.]

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Lo que introduce otra vez allí, entonces, como esencial, esto: el aspecto que yo llamaría…

y que ha sorprendido también a Reik, sin que él pueda dar cuenta completamente de eso, a ese

respecto… el aspecto demostración de la cosa que hace parte de esta posición del masoquista.

Que él demuestre, como yo en el tablero, eso tiene el mismo valor, que demuestre que solamente

ahí está el lugar del goce. Eso hace parte de su goce, demostrarlo. Y la demostración no por eso

es menos válida.

La perversión entera tiene siempre esta dimensión demostrativa. Quiero decir, no que

demuestre para nosotros sino que el perverso es él mismo demostrador. Y quien tiene la

intención es él ¡no la perversión, por supuesto!

Es a partir de ahí que pueden plantearse sanamente las preguntas de lo que concierne a lo

que llamamos, más o menos prudentemente, el “masoquismo moral”. Antes de introducir el

término de masoquismo en cada recodo de nuestro propósito, hay que haber entendido bien

primero qué es el masoquismo a nivel del perverso.

Les he indicado suficientemente hace poco que en la neurosis, lo que la vincula con la

perversión no es más que ese fantasma que, dentro del campo de la neurosis, cumple una función

muy especial, sobre la cual, al parecer, nunca se había inquirido en verdad. Es únicamente a

partir de ahí que podremos darle justo valor a lo que introduciremos más o menos con justa

razón, en tal giro de la neurosis, llamándolo “masoquismo”.

Hoy me falta tiempo y literalmente lo que les digo queda, por no poder continuar con la

neurosis, partido en dos; esto tiene que ver con que, por supuesto, siempre, mido mal lo que

puedo decirles de una sola vez. Pero hoy articulé bien lo que constituye el resorte de la

perversión en sí misma, y al mismo tiempo les mostré que el sadismo no debe verse de ninguna

manera como una inversión del masoquismo. Puesto que es muy claro que ambos operan de la

misma manera, salvo que el sádico opera de una manera más ingenua. Al intervenir en el campo

del sujeto, en tanto que está sujeto al goce, el masoquista, en últimas, sabe bien que poco le

importa lo que suceda en el campo del Otro; por supuesto, se requiere que el otro se preste para

el juego, pero él sabe el goce que ha de sustraer. En cuanto al sádico, resulta, en verdad, siervo

de esta pasión, de esta necesidad, de traer al yugo del goce aquello a lo que le apunta como

siendo el sujeto. Pero no se da cuenta de que en ese juego él mismo es el engañado. Haciéndose

siervo de algo que está enteramente por fuera de él, y quedándose la mayor parte del tiempo a

medio camino de lo que apunta; pero sin dejar en cambio, de realizar de hecho –quiero decir, él

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sin saberlo, sin buscarlo, sin situarse allí, sin ubicarse allí– la función del objeto a, es decir, por

estar objetiva y realmente en una posición masoquista, como nos lo demuestra suficientemente la

biografía de nuestro divino Marqués, ya lo subrayé. ¡Qué más masoquista que haberse entregado

enteramente en manos de la marquesa de Merteuil!25

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo

ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

25 La marquesa de Merteuil es un personaje de la novela de Choderlos de Laclos, Les

liaisons dangereuses. La suegra de Sade es la presidente de Montreuil. Lacan pronunció “la marquesa de Merdœil”, aludiendo así a “la mierda” en el prefijo merde.

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Lección 24

21 de junio de 1967

Voy a tener que… hoy voy a tener que parar en seco. La última vez les anuncié que sería

mi último curso de este año escolar; habrá que cerrar este tema sin haber hecho nada más que

abrirlo. Espero que algunos lo retomen si acaso pude infundirles ese deseo.

Para parar en seco tengo la intención de terminar con lo que puede llamarse un repaso

clínico. No quiere decir, desde luego, que cuando hablo de lógica, y particularmente de lógica

del fantasma, deje, así sea por un instante, el campo de la clínica. Todo el mundo sabe, todo el

mundo da fe, de entre los facultativos, que es en el día a día de las declaraciones de sus enfermos

donde hallan, muy usualmente, mis principales términos. Igualmente, no es en otra parte donde

yo mismo he ido a buscarlos.

Lo que yo emplazo –con lo que llamo términos índice de mi enseñanza–, lo que yo

emplazo, quiero decir, con lo que ordeno la plaza, es el discurso psicoanalítico mismo.

Apenas al comienzo de esta semana… –este es un testimonio inverso, en cierta forma, al

que muy a menudo me es dado, a saber, que tal enfermo parece haberle dado a su analista, la

tarde misma o a la mañana siguiente a mi seminario, algo que parece ser su repetición, hasta el

punto que uno se preguntaría si pudo haberle llegado un eco. Y si uno se maravilla tanto más de

los casos en que es en verdad imposible, inversamente podría decir que, apenas al comienzo de

esta semana, me encontraba en los comentarios de tres sesiones que me fueron relatadas, de un

psicoanálisis –poco importa que fuese didáctico o terapéutico–, los términos mismos que yo

sabía (puesto que era lunes), que yo había… “excogitado” la víspera, en ese lugar campestre

donde preparo para ustedes mi seminario…

Entonces, en cierta forma no hago otra cosa que dar coordenadas de dónde se sitúa ese

discurso analítico. ¿Pero qué quiere decir esto? Puesto que yo puedo cotejar, puesto que cada

cual puede, tan frecuentemente, cotejar ese discurso… y no basta con decir que es el discurso de

un neurótico, eso no lo especifica. Es el discurso de un neurótico en las condiciones, hasta en el

condicionamiento, que le da el hecho de tener lugar en el consultorio del analista. Y desde ahora,

no por nada adelanto esta condición de local.

¿Quiere esto decir que esos ecos, hasta esos calcos, significarían algo bastante extraño?

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Todo el mundo sabe, todo el mundo puede ver, todo el mundo puede haber experimentado,

que mi discurso ¡por supuesto! aquí, no es el de la asociación libre.

¿Quiere esto decir que ese discurso al que le recomendamos el método, la vía de la

asociación libre, ese discurso de los pacientes hace, recubre, el mío aquí? Que en el momento en

que falta a éste, en cierta forma, y en que especula, en que introspecta, en que elucubra, en que

“intelectualiza”, como decimos tan amablemente… ¡Indudablemente no! Bien debe haber allí

otra cosa que, aun cuando pueda decirse1 que el paciente obedece a la recomendación de la

asociación libre en tanto vía que le proponemos, puede no obstante, en cierta forma

legítimamente, decir esas cosas, y en efecto, todo el mundo sabe bien que si se le solicita pasar

por la vía de las asociaciones libres, no quiere esto decir que esto comande un discurso suelto ni

un discurso roto. No obstante, para que algo alcance, a veces hasta en sus finezas, tal distinción

sobre las incidencias de su relación con su propia demanda, con su pregunta sobre su deseo, tiene

que ser, no obstante, un asunto de naturaleza tal que nos haga reflexionar un instante sobre lo que

condiciona ese discurso más allá de nuestras consignas.

Y ahí tenemos que hacer intervenir, por supuesto, este elemento (hoy me quedaré en

verdad a nivel de las evidencias más comunes) que se llama interpretación.

Antes de preguntarse lo que es, cómo, cuándo hay que hacerla… lo que no deja de

provocar cada vez más en el analista cierto aprieto, a falta tal vez de plantear la pregunta en el

tiempo previo a aquel en que voy a plantearla. Es éste: ¿cómo el discurso, el discurso libre, el

discurso libre que se le recomienda al sujeto, está condicionado por lo que en cierta forma está en

trance2 de ser interpretado? Y ahí está lo que nos lleva a evocar sencillamente algunas

coordenadas que los lógicos, aquí, desde hace mucho tiempo nos dan, y que es justamente lo que

me ha llevado a hablar de lógica este año.

Cierto es que no se trata de que yo haya podido hacer aquí un curso de lógica. No era

compatible con lo que yo tenía que recubrir. Intenté dar la armazón de una cierta lógica, que nos

interesa a nivel de esos dos registros: el de la alienación por una parte, el de la repetición por la

otra; esos dos esquemas en cuadrángulo y profundamente superpuestos, que yo espero que por lo

menos una parte de entre ustedes recuerde. Pero espero también haber incitado a algunos a abrir,

así, a entreabrir, a echar una ojeada a algunos libros de lógica, así haya sido solamente para

1 “que, aún, pueda decir” [Sizaret]. 2 passe, en francés, en versalitas en el texto [T.]

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

recordar las distinciones de valor que el lógico introduce en el discurso, cuando distingue, por

ejemplo, las frases que llama asertivas de las frases imperativas o implorativas.3

Simplemente, para señalar que ocurre, que puede ocurrir… él puede plantearse (se localiza,

a nivel de las primeras) preguntas que los demás… que no son por supuesto palabras menos

henchidas de incidencias, y que podrían también interesar a los lógicos, pero, cosa curiosa, que

no abordan sino soslayándolas y en cierta forma de sesgo, lo que hace que, hasta hoy, ese campo

haya quedado bastante intacto… Esas frases que llamé imperativas, implorativas, por cuanto que,

en últimas ¿qué? Solicitan claramente algo que, si nos referimos a lo que definí como acto, no

puede sino interesar a la lógica; si solicitan esas intervenciones activas, tal vez en ocasiones sea a

título de actos. No obstante, sólo las primeras serían, al decir de los lógicos, capaces de ser

sometidas a lo que puede llamarse la crítica.

Definamos ésta como la crítica que exige una referencia en las condiciones necesarias para

que, de un enunciado, pueda deducirse otro enunciado.

Aquel que hoy cayera aquí en paracaídas por primera vez y que por supuesto no hubiera

oído hablar de estas cosas, pensaría que en eso hay algo muy plano; pero, bueno, supongo, sin

embargo, que para todos, en sus oídos, resuena aquí la distinción de la enunciación y del

enunciado. Y el hecho de que el enunciado está constituido –para escucharme, para escucharme

en lo que acabo de decir–, por una cadena significante. Quiere decir que lo que en el discurso es

objeto de la lógica está pues limitado al comienzo por condiciones formales y es justamente lo

que hace que se la designe con ese nombre de “lógica formal”.

Bueno, pues bien, ahí, al comienzo (no enunciada al comienzo, por cierto, por aquel que es

aquí el gran iniciador, a saber, Aristóteles, enunciada únicamente por él de una manera ambigua,

parcial, pero seguramente despejada en los progresos ulteriores), vemos, a nivel de lo que llamé

“condiciones necesarias”, prevalecida la función de la negación en tanto excluye al tercero. Esto

quiere decir que algo no puede ser afirmado y negado al mismo tiempo desde el mismo punto de

vista. Eso es, por lo menos, lo que nos enuncia Aristóteles. Esto, explícitamente.

En últimas, bien podemos ahí, enseguida, poner al margen lo que nos afirma Freud: que,

sin embargo, ese principio que se llama de “no contradicción” no es límite para detener… ¿para

detener qué? Lo que se enuncia… en lo inconsciente.

3 imploratives: al parecer se trata de paráfrasis de la forma imperativa: “¡Ayúdame ¿quieres?!” o “¿Quieres prender la luz?” o “Ven acá ¿quieres?” o “¡Por favor no fume!” [T.]

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Ya saben ustedes que Freud lo subraya desde La Ciencia de los sueños: contradicción (es

decir, que una misma cosa sea afirmada y negada muy propiamente al mismo tiempo, desde el

mismo ángulo), es lo que Freud nos designa como el privilegio, la propiedad, de lo inconsciente.

Si se necesitara algo para… confirmar, para quienes aún esto no ha podido entrarles en la

cabezota, que el inconsciente está estructurado como un lenguaje… yo diría ¿cómo entonces

puede usted hasta justificar que Freud haya tenido el cuidado de subrayar esta ausencia, en lo

inconsciente, del principio de no contradicción? Porque el principio de no contradicción… ¡nada

tiene que ver con lo real! ¡No es que en lo real no haya contradicciones, no es cuestión de

contradicción en lo real!

Si lo inconsciente… ¿cierto? Como quienes, teniendo que hablar de lo inconsciente, en

fin… en lugares en donde, en principio, se imparte una enseñanza, comienzan diciendo: “¡que

los que están en esta sala y que crean que lo inconsciente está estructurado como un lenguaje,

salgan!”; ¡cierto, tienen razón, porque eso prueba que ya lo saben todo!… y que, en todo caso,

¡para aprender que sea otra cosa no necesitan quedarse! Pero esta otra cosa, si son las

“tendencias”, como se dice… la tendencia pura o la tensión, en todo caso, ¡ah! ¡no se necesita

que sea otra cosa diferente a lo que es! Puede componerse, en este caso, según el paralelogramo

de las fuerzas, puede invertirse –puesto que suponemos allí una dirección– ¿cierto? Pero siempre

en un campo sometido, si puede decirse, a composición.

Pero en el principio de contradicción se trata de otra cosa. Se trata de negación. ¡La

negación no anda por ahí en las cunetas! Pueden ir a buscarla bajo los pies de un caballo y jamás

encontrarán una negación.

Entonces, si se subraya, si Freud, que con todo debía saber algo al respecto, tiene el

cuidado de subrayar que el inconsciente no está sometido al principio de contradicción, pues

bien, ¡tal vez sea justamente porque puede ser que es cuestión de que le esté sometido! Y si es

cuestión de que le esté sometido, es muy evidentemente por causa de lo que se ve: ¡que está

estructurado como un lenguaje! En un lenguaje (el uso de un lenguaje) está prohibido, lo cual, en

últimas, puede hacer parte de cierta convención. Este “prohibido” tiene un sentido. El principio

de contradicción funciona o no funciona. Si uno se percata de que no funciona en alguna parte,

es porque se trata de un discurso. Invocarlo quiere decir que lo inconsciente viola esta ley lógica

y esto da pruebas, al mismo tiempo, de que está instalado en el campo lógico y de que articula

proposiciones.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Entonces, recordar esto no es, por supuesto –más que incidentalmente– para volver a las

bases, a los principios, pero sobre todo para, a ese respecto, recordarles que los lógicos nos

enseñan que la ley de no contradicción –aun cuando haya podido haber una equivocación al

respecto durante bastante tiempo– no es lo mismo, que ha de distinguirse de lo que se llama ley

de bivalencia.

Otra cosa es prohibir en el uso lógico –en la medida en que se ha dado las metas limitadas

de las que les hablé hace poco, limitadas en su campo a frases asertivas, limitadas a esto: a

despejar las condiciones necesarias para que se deduzca, de un enunciado, una cadena correcta,

es decir, que permita hacer la misma aserción en otro enunciado, aserción que es afirmativa o

negativa– otra cosa es fundar eso y decir ley de bivalencia: toda proposición es o verdadera o

falsa.

No voy a extenderme aquí... Primeramente, porque ya lo hice. Indiqué desde mis primeras

lecciones de este año algunos... puse algunos hints para que sintieran hasta qué punto es fácil

demostrar que no es únicamente porque uno no sabe, que puede construirse fácilmente una

proposición que les haga sentir hasta qué punto esta bivalencia –esta bivalencia como zanjada–,

es problemática. Todos los matices que hay y que se inscriben en… entre el ¿es cierto que sea

falso? o el es falso que sea cierto, no son algo, sin embargo, lineal, unívoco y zanjado.

Pero, justamente, esto es lo que da todo su valor a la presencia de esta dimensión, que es la

nuestra, aquella dentro de la cual se sitúa ese discurso al que le pedimos no mirar más lejos, si

puedo decirlo, de la punta de su nariz... “Basta con que tenga que plantearse la pregunta –le digo

a aquellos que entran en análisis conmigo– sobre si debe o no decir eso: está zanjada”. Es la

manera más clara de enunciar la regla analítica. Con todo, sin embargo, lo que no le digo, pero

que es el pié con el que él arranca, es que, en último término, lo que está ahí planteado como lo

que ha de ser buscado en las fallas de los enunciados, es la verdad. Fallas que, en últimas, le doy

todo el derecho de –le recomiendo casi– multiplicar, pero que, en adelante, por supuesto suponen

–suponen en el principio de la regla misma que le doy–, una coherencia que implica refección

eventual de dichas fallas. ¿Refección que ha de hacerse según qué normas sino las que evoca, las

que sugiere, la presencia de la dimensión de la verdad? Esta dimensión es inevitable en la

instauración del discurso analítico.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

El discurso analítico es un discurso sometido a la ley de solicitar a esta verdad –de la que

hablé ya en los términos aquí más apropiados: una verdad que habla– de solicitarle, en suma,

enunciar un vere-dicto, un dicto verdadero.

¡Por supuesto, la regla toma una valor muy diferente!… Esta verdad que habla y cuyo

veredicto se espera… ¡se la acaricia, se la amaestra, se le pasa la mano por la espalda! ¡Ese es el

verdadero sentido de la regla! Uno quiere adelantársele. Y para sobrepasarla se hace como si, en

suma –ese es el sentido de la regla de la asociación libre– se hace como si a uno no le preocupara

y no le interesara, como si pensara en otra cosa; tal vez así ella suelte el pedazo. Ese es el

principio. Me sonrojo casi, bueno... al hacer de esas cosas aquí un... ¡pedazo! Pero, no lo olviden,

tengo que vérmela con psicoanalistas; es decir, con quienes –esto ya lo dije, lo cual es, bueno...

tangible y está casi al alcance de todo el mundo– tienen más tendencia a olvidar y, por supuesto,

tienen muchas razones para ello. Voy a decirlas enseguida.

Entonces, ahí el asunto, lo puntúo de pasada, es que en suma uno interroga la verdad de un

discurso que, si es cierto lo que dije hace poco, siguiendo a Freud, es la verdad de un discurso

que puede decir sí y no, al mismo tiempo, de la misma cosa (puesto que es un discurso no

sometido al principio de contradicción), y que al hacerlo, al decirlo, como curioso discurso,

introduce una verdad. ¡Esto también es fundamental! Como prueba, tan fundamental (aun

cuando, por supuesto, no siempre distinguido en el tipo de enseñanza que evocaba hace poco), es

tan fundamental que es de ahí que resulta el sobresalto que se sabe, se siente, se tiene testimonio,

que Freud tuvo que dar cuando tuvo… –seguramente fue eso lo que sucedió–, que explicar a su

banda (ya saben, ahí… los amigos vieneses, ¿ah?, de los miércoles), que… ¡había un paciente

que había tenido sueños hechos adrede para joderlo a él, a Freud!4 ¡Sobresalto! ¡Sobresalto en la

asamblea y seguramente hasta clamor!… Puesto que, así mismo, se ve que Freud empieza

bueno… a darse la pena de resolver el asunto. Explica eso, por supuesto, como puede: a saber,

que los sueños no son lo inconsciente, que los sueños pueden ser mentirosos. ¡No quiere esto

decir que lo menos que pueda decirse es que no hay que presionar este inconsciente! Quiero

decir, que si esta dimensión ha de ser preservada, lo cual hace Freud, es a nombre de que lo

inconsciente, por su parte, preserva una verdad… ¡que no confiesa! Y que si uno lo presiona,

entonces, por supuesto, puede ponerse a mentir a todo dar. Con los medios que tiene. ¿Pero qué

quiere decir todo esto?

4 Cfr. La interpretación de los sueños.

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Por supuesto, lo inconsciente… sólo tiene sentido –salvo para los imbéciles que piensan

que es el mal–, sólo tiene sentido a partir del momento en que se ve que no es lo que llamaremos

así, si quieren: un “sujeto de pleno derecho”; o más exactamente, que es de antes, de antes del

sujeto de pleno derecho; hay un lenguaje de antes de que el sujeto… no sea… supuesto…

saber… cualquier cosa5.

Hay entonces una anterioridad lógica del estatuto de la verdad sobre cualquier cosa,

calificable de sujeto, que pueda alojarse allí.

Eso es lo que… Cuando digo estas cosas, yo sé bien que cuando las escribí por primera vez

en La cosa freudiana, eso tuvo… bueno, tuvo su breve resonancia romántica. ¡Qué quieren! No

puedo hacer nada, la verdad es un personaje al que desde hace mucho tiempo se le dio una piel,

cabellos, y hasta un pozo donde alojarse, y para hacer ahí de ludión…6 se trata de encontrar la

razón de eso. Lo que quiero decirles, simplemente, es que es, se los dije hace poco, imposible

excluirlo, por la razón que verán.

Es que si la interpretación no tiene esa relación con lo que no hay medio alguno de llamar

de otra manera que la verdad; si sólo es eso tras lo cual, bueno, uno… uno la acoge, en la

manipulación, así, de todos los días, ¡ah!… no va uno a inquietar, así, a los… favoritos que uno

controla haciéndoles llevar sobre sus costillas la carga de la verdad… Uno les dice, entonces, que

la interpretación ha “tenido éxito” o no, como se dice, porque… ¿qué? –es el criterio, ¡ah!–

¡porque ha tenido su efecto de discurso!… lo cual ninguna otra cosa puede ser… ¡sino un

discurso! Es decir, que hubo material, eso rebotó, el tipo continuó despotricando.

Bueno, pero si es eso, entonces, si es únicamente puro efecto de discurso, eso lleva un

nombre que el psicoanálisis conoce perfectamente y que es además problema para éste; lo

curioso es… es precisamente eso y no otra cosa: lo que se llama sugestión. Y si la interpretación

no fuera lo que entrega material, quiero decir, si se elimina radicalmente la dimensión de la

verdad, toda interpretación no es sino sugestión.

Esto es lo que pone en su lugar esas especulaciones, harto interesantes porque uno ve que

sólo están hechas para evitar esa palabra verdad. Cuando el señor Glover habla de interpretación

“exacta” o “inexacta”,7 sólo puede hacerlo para evitar esta dimensión de la verdad y lo hace, este

5 que le sujet… ne soit… supposé savoir; de que al sujeto no se le suponga… saber… cualquier cosa [N. del T.] 6 Ludión o diablillo de Descartes. Se llamaba ludión porque sus propósitos eran eminentemente lúdicos [N. del T.]. 7 Glover Edgard, 1ª publicación 1931, I. J. P., vol. XII, retomado en La Technique psychanalytique, traducción de C. Laurin, P.U.F., 1958, capítulo I de la 3a parte, págs. 419 a 434: “El efecto terapéutico de la interpretación inexacta”.

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estimado hombre, que es un hombre que sabe muy bien lo que dice, no solamente para evitar la

dimensión, porque verán que no la evita… solamente que ¡vean! uno puede hablar8 de dimensión

de la verdad pero es muy difícil hablar de interpretación “falsa”. La bivalencia es polar, pero deja

en problemas lo que concierne al tercero excluido. Y es por eso que admite la fecundidad

eventual –quiero decir, Glover– de la interpretación “inexacta”. Remítanse a su texto. “Inexacto

no quiere decir que sea falso”. Quiere decir que nada tiene que ver con lo que está en cuestión,

en ese momento, en tanto verdad. Pero a veces no necesariamente cae por ello fuera del tiesto;

porque… porque no hay manera, ahí, de no ver[la] resurgir. Porque la verdad se quiere rebelde,

porque por muy “inexacta” que sea, ¡se le ha hecho cosquillas, sin embargo, en alguna parte!

Entonces, en ese discurso analítico destinado a cautivar la verdad, lo que representa la

verdad es la respuesta-interpretación, interpretativa, la interpretación… como siendo ahí posible,

aun si no tiene lugar, que oriente todo ese discurso. Y el discurso que hemos prescrito como

discurso libre tiene por función hacerle lugar. No tiende a otra cosa que a instituir un lugar de

reserva para que esa interpretación se inscriba allí, como lugar reservado a la verdad.

Ese lugar es el que ocupa el analista. ¡Les hago notar que lo ocupa pero no es ahí donde el

paciente lo pone! Ahí radica la importancia de la definición que doy de la transferencia. En

últimas, ¿por qué no recordar que es específica? Está ubicado en posición de sujeto supuesto

saber, y sabe muy bien que eso sólo funciona si él sostiene esta posición, puesto que es ahí

donde se producen los efectos mismos de la transferencia; los mismos, por supuesto, sobre los

que ha de intervenir para rectificarlos en el sentido de la verdad. Es decir, que está entre dos

sillas, entre la posición falsa de ser el sujeto supuesto saber (lo cual él sabe bien que no es) y la

de tener que rectificar los efectos de esta suposición por parte del sujeto, y esto en nombre de la

verdad. Y justamente por eso la transferencia es fuente de lo que se llama resistencia. Es que si

es bien cierto, como digo, que la verdad en el discurso analítico se ubica en otra parte, en el

lugar, ahí, de quien escucha, de hecho, aquel que escucha sólo puede funcionar como relevo

respecto a este lugar; es decir, que lo único que puede saber es que él mismo está –en tanto

sujeto– en la misma relación con la verdad que quien le habla. Es lo que comúnmente se dice así:

que está, obligatoriamente, como todo el mundo, en dificultades con su inconsciente. Y esto es lo

que constituye la función, la característica cojitranca, de la relación analítica.

8 Tratándose de Glover se esperaría que fuera: “uno puede no hablar”.

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Es que, justamente, únicamente esta dificultad, la suya propia, puede responder, puede

responder dignamente allí donde se espera –donde se la espera y donde a veces se la puede

esperar bastante tiempo– ¡allí donde se espera la interpretación!

Solo que, ven ustedes… una dificultad, ya sea “de ser”9 o bien de relación con la verdad,

probablemente es lo mismo, ¡una dificultad no constituye un estatuto!

Y es justamente por eso que en ese punto se hace todo para darle a esto, que es la

condición del analista –el no poder responder sino con su propia dificultad de ser… analista, por

qué no– se hace todo para camuflarlo. Contando cosas, por ejemplo que, por supuesto, bueno…

¡ya resolvió sus problemas con su inconsciente, ah!, ¡estuvo en psicoanálisis, y además

didáctico!… Y por supuesto eso le permitió con todo, bueno, sobre eso, en fin, ¡estar un poco

más tranquilo!

Cuando en realidad no estamos en el campo del más ni del menos. Estamos en el

fundamento mismo de lo que constituye el discurso analítico.

Esto no avanza rápido, ¿ah? Pues bien, sin embargo, es justamente así como hay que

avanzar.

Esta verdad, si se relaciona con el deseo, tal vez nos dé cuenta de las dificultades que

tenemos para manipular aquí está verdad de la misma manera que pueden hacerlo los lógicos.

Que me baste con evocar que el deseo no es algo así, en efecto, cuya verdad sea tan simple

definir.

Porque la verdad del deseo… [risita] ¡eso es tangible!… Eh… siempre tenemos que

vérnosla con ésta, porque es por eso que la gente viene a buscarnos: sobre el tema de lo que

sucede, para ellos, cuando el deseo… llega… ¡a lo que se llama “la hora de la verdad”! Esto

significa: he deseado mucho algo –cualquier cosa– pero estoy ahí delante, puedo obtenerlo, ¡y es

ahí donde ocurre un accidente!

Sí. El deseo… ya intenté explicarlo, es falta… No fui yo quien inventó eso, se lo sabe

desde hace mucho, se han hecho otras deducciones al respecto, pero es de ahí de donde se ha

partido porque uno no puede partir sino de ahí: fue Sócrates.10 El deseo es falta en su esencia

misma. Y esto tiene un sentido: es que no hay objeto con el que se satisfaga el deseo, aun si hay

objetos que son causa del deseo.

9 Pasaje incierto. 10 Platón, El Banquete, 200-201.

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¿Qué pasa con el deseo a la hora de la verdad?

Es justamente a partir de esos accidentes tan conocidos que la sensatez toma ventaja y se

las da de considerarlo como locura, y luego: a instaurar todo tipo de medidas dietéticas para

preservarse de eso. Digo, del deseo.

¡Eso! Salvo que el problema… el problema es que hay un momento en que el deseo es

deseable. Es cuando se trata de lo que sucede, no sin razón, para la ejecución del acto sexual. Y

entonces ahí el error, el error considerable es creer que el deseo tiene una función que uno inserta

en lo fisiológico. Se cree que lo inconsciente no hace más que aportar allí la perturbación. ¡Es un

error! Es un error que hoy, Dios mío, yo… yo así, pongo de manifiesto, puesto que de esta

manera les digo adiós por algunos meses. Pero uno nota bastante bien que, a pesar de todo, es un

error que queda inscrito en el fondo… mismo de las más advertidas mentes, quiero decir, de los

psicoanalistas.

Es muy extraño que no se entienda que lo que aparece, en fin, como la medida, la prueba

del deseo, en otras palabras, ¡Dios mío!... la erección, pues bien ¡Dios mío! ¡nada tiene que ver

con el deseo! El deseo bien puede funcionar, operar, tener todas sus incidencias sin estar

acompañado de ninguna manera de eso. La erección es un fenómeno que hay que situar en el

camino del goce. Quiero decir, que por sí misma esta erección es goce y que, precisamente, para

que opere el acto sexual, lo que se pide es que no se detenga: es goce autoerótico. No se ve por

qué, si fuera de otra forma, este goce estaría marcado por esa especie de velo. Normalmente,

quiero decir cuando el acto sexual –por lo menos hay que suponerlo– tiene todo su valor, pues

bien, los… emblemas priápicos se elevan en todas las esquinas! No es por ser un objeto a

sustraer de la contemplación común, que, sin embargo, precisamente, esta erección y

cuestionable [sic], es cuestionable, respecto al acto sexual como acto.

Ese deseo… en cuestión, el deseo in-cons-ciente, aquél del que se habla en el psicoanálisis

y por cuanto se relaciona con el acto sexual, primero hay que, conviene definirlo bien y ver de

dónde surge ese término antes de que funcione.

Es muy importante recordar esto, que sin embargo está desde siempre en toda mi

enseñanza. Por esto: que si uno no se acuerda, si uno no plantea en esos términos la operación

indispensable para el acto sexual, si no es en el registro del goce –y no en el del deseo– que uno

pone la operación de la copulación, su posibilidad de realización, está uno condenado

enteramente a nada entender de todo lo que decimos sobre el deseo femenino. Del cual

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explicamos que está, así como el deseo masculino, en una cierta relación con una falta, una falta

simbólica, que es la falta fálica. Cómo entender, cómo situar con justeza el sentido, el lugar de lo

que decimos ahí respecto al deseo femenino si no se parte de esto, que –en el plano del goce–

diferencia fundamentalmente a los dos partenaire, introduce entre ellos el abismo; que yo

designaré, creo, suficientemente, tomando dos coordenadas: para el hombre, aquella que definí

hace un instante como la erección, en el plano del goce, y para la mujer, aquella para la cual no

hallaré nada mejor que esto, y no tuve que esperar a ser psicoanalista para obtener esta

confidencia y que pueden obtener todos ustedes, y es la manera como las muchachas designan

entre sí lo que les parece más cercano a lo que a ese nivel designo, a saber, lo que ellas llaman

“el golpe de ascensor”; cuando algo así11 les sucede, como lo que sucede cuando eso desciende

más bien bruscamente, ellas saben, saben muy bien, que ahí hay algo que es del orden del

registro de lo que se trata en el acto sexual.

Es de ahí que hay que partir para saber a qué distancia ubicar el deseo, es decir de lo que se

trata en lo inconsciente, el deseo en su relación con el acto sexual.

No es una relación del derecho al revés. No es una relación de epifenómeno, no es una

relación de cosas que cuadran. Es por eso que es bien necesario ejercitarse durante algunos años

en saber que el deseo no tiene que ver sino con la demanda. Que es lo que se produce como

sujeto en el acto de la demanda.

Y el deseo no está comprometido en el acto sexual sino en la medida en que una demanda

puede estar comprometida en el acto sexual; lo cual, en últimas, no se da necesariamente pero,

bueno, ¡es corriente!… Lo corriente es… en la medida en que el acto sexual –que es lo que les

definía, a saber, lo que jamás culmina, lo que jamás culmina en hacer un hombre ni una mujer–

en fin, digamos esto para provocarlos, es que el acto sexual se inserta en algo que se llama el

mercado o el comercio sexual.

Entonces, ahí, hay que hacer demandas. Es de la demanda –y fundamentalmente de la

demanda– que surge el deseo. Es justamente por eso que el deseo en lo inconsciente está

estructurado como un lenguaje. ¡Puesto que de ahí sale!

Es una lástima que yo tenga que vociferar esas cosas, que están absolutamente al alcance

de cualquiera. Y que regularmente se omiten y olvidan en todo lo que se elucubra sobre las

teorías más simples que conciernen al psicoanálisis.

11 Lacan lo expresa con gestos y ademanes [S.].

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¡Eso es! Esto quiere decir, al mismo tiempo, que es en ese deseo, que no es más que un

subproducto de la demanda (no tengo por qué hacerles la teoría de esto), es justamente ahí que se

capta por qué está en su naturaleza no ser satisfecho.

Porque si el deseo surge de la dimensión de la demanda, aún si la demanda es satisfecha en

el plano de la necesidad que la suscitó, está en la naturaleza de la demanda –puesto que ha sido

lenguajera– engendrar esta falla del deseo que proviene del hecho de que es demanda articulada

y que hace que hay algo desplazado, que hace del objeto de la demanda impropio para satisfacer

el deseo. Como el seno, que es todo… que es lo que desplaza todo lo que pasa por la boca para

una necesidad digestiva; que sustituye allí ese algo que es propiamente lo que está perdido, lo

que ya no puede ser dado. No hay posibilidades de que el deseo sea satisfecho, uno sólo puede

satisfacer la demanda.

Y es por eso que es justo decir que el deseo es el deseo del Otro. Su falla se produce en el

lugar del Otro, en la medida en que la demanda se dirige al lugar del Otro. Ahí resulta teniendo

que cohabitar con eso cuyo lugar es también el Otro, a título de la verdad; en este sentido: que en

ninguna parte hay abrigo para la verdad salvo en donde tiene lugar [plaza] el lenguaje, y que es

en el lugar del Otro donde el lenguaje encuentra su lugar.

¿Entonces…? Entonces, es ahí donde habría que entender un poquito de qué se trata en lo

que concierne a ese deseo en su relación con el deseo del Otro.

Para eso, intenté construir para ustedes un breve apólogo, que tomé prestado, no

ciertamente por azar sino por razones que son bien esenciales en lo que se llama el arte del

vendedor. Es decir, el arte de la oferta en su designio de crear la demanda. Hay que hacer que

alguien desee algún objeto que no necesita, para llevarlo a pedir.

Entonces, no necesito describirles todos los trucos que se usan para eso. Se le dice que le

va a faltar, por ejemplo, por el hecho de que el otro lo coja, que, por ese hecho, lo tendrá a uno

dominado [aura barre sur lui: le pondrá una barra]. Uso palabras que hacen eco de mis símbolos

habituales. Sin embargo, esto funciona literalmente así en la mente de lo que se llama un buen

vendedor. O también le mostrará que ese será en verdad un signo exterior muy preponderante

para el decorado que entiende dar a su vida. Creemos en eso… En suma, es por el deseo del Otro

que todo objeto está presente cuando se trata… de comprarlo.

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Comprarlo, comprarlo… dejadez.12 ¡Vaya, vaya!… Es bastante curioso. Es una palabra…

dejadez, Feigheit… “¡Usted es un dejado, señor!…”. Tua res agitur,13 en efecto se trata de

dejadez, pero es de ti mismo que se trata. ¡Sí! Justamente se trata de eso… Lo que se ve en el

hecho de que el resultado principal lo conoces muy bien, que surge de esta serie de

malversaciones… que son las que la vida resume bajo el signo del deseo, ese resultado principal

será el que te llevará siempre más lejos en el sentido de redimirte.14 De redimirte de la dejadez.

He tenido cuidado, sin embargo, antes de traer esta dimensión siempre por supuesto oculta

en la intervención analítica, pero que ellos, los demás, que los que están en la jugada, quiero

decir, que aquel que sostiene el discurso analítico no mastica. Sabe muy bien que la dimensión

de la dejadez tiene que ver, pero no sé… tuve el cuidado de volver a abrir para ustedes, bueno…

así, cualquiera de las grandes observaciones de Freud, caí enseguida en El hombre de las ratas,

en el hecho de que el paciente trae enseguida esta dimensión de su dejadez. ¡Sólo que lo que no

está claro es dónde está la dejadez! Es como para la dimensión de hace poco, la de la verdad. El

coraje del sujeto es tal vez, justamente, jugar el juego del deseo, y del deseo del Otro. Es darle la

primacía a algo que es asimismo, tal vez, la dejadez del Otro que él compra15 y hallarse al final

allí, reencontrarse allí. Puesto que, a fin de cuentas, ese es justamente el problema cuando se trata

de la neurosis.

Pero para eso es importante captar bien, o más exactamente recordar, traer al primer plano

lo que dije del deseo, lo que dije en su tiempo sobre el deseo, cuando dije el deseo es su

interpretación. ¿Ah? Se podría hacer una objeción, no obstante. Porque en últimas ese deseo…

ese deseo inconsciente del que nadie quiere saber bien [sic]16 lo que quiere decir, un deseo

“inconsciente”, –¿qué debe ser, en principio, más consciente que el deseo? Si se habla de deseo

inconsciente es justamente, en efecto, porque el que es posible es el deseo del Otro; si está

justamente lo que acabo de evocar, recordando la metáfora de la compra, de la que no se sabe

qué atrapa, de esta a-cautivación17 en el deseo del Otro… es que hay un paso que dar.

12 l’acheter y lâcheté, respectivamente. Perfecta homofonía. Lâcheté: dejadez, cobardía. [N. del T.] 13 Horacio, Épitres, I, XVIII 80. 14 de te racheter: podría traducirse también “de volverte a comprar”. 15 “A quien él compra”, il l’achète [Dorgeuille]; “que lo compra”, qui l’achète [Sizaret]. En todo caso hay un juego de palabras entre estas expresiones y qui lâchète, neologismo que supondría decir que el Otro se abandona [N. del T.] 16 Ne veut bien savoir. ¿Será tal vez ne veut rien savoir: nada quiere saber? [N. del T.] 17 Sizaret: ac-captivation. Dorgeuille: captivation.

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El deseo inconsciente, si es inconsciente, se nos dice, es que, en el discurso que lo soporta,

se rompe un eslabón para que el deseo del Otro… ¿sea qué?… ¡Irreconocible! Es el mejor truco

que se ha encontrado para detener esta mecánica. Hay un paso, un no [pas]; pues bien, creamos,

más acá de ese paso [de ese no], no el no deseo sino el deseo no. Eso es la definición del deseo

inconsciente –cuyas sutilezas podemos expresar gracias a la negación, en francés– a saber, ese

punto de caída que nos designa el no [pas], el punto del que ya hice uso con el tema del no

sentido/paso de sentido [pas de sens].

Ese deseo no, llegaré, si me dejan un poquito la brida en el cuello, hasta hacer de éste un

nombre escrito de una sola tirada y con ese des que lo comanda, llegaré hasta darle el mismo

acento que desespero o que deser y decir que el deseo inconsciente del deseonó es algo que

decae respecto a no sé qué eonó18. Eonó que designa muy precisamente el deseo del Otro;

respecto al cual, interpretarlo se verbalizaría bastante bien con un eonoar [irpasser].19 Es en

torno a esto que puede hacerse la inversión. Es que la interpretación, en efecto, es la que toma

lugar del deseo, en el sentido en que hace poco me objetaban ustedes que estaba ahí, por muy

inconsciente que fuera, primero. Pero está ahí también tal que se vuelva a pasar por ahí [on y

repasse] porque ahí ya está articulado y porque la interpretación, cuando ha tomado su lugar…

¡afortunadamente nada arregla! puesto que no es seguro que el deseo que hemos interpretado

tenga su salida; y hasta contamos con que no la tenga y que permanecerá siempre, y tanto mejor,

siendo un deseonó.

Hasta nos da, para la interpretación del deseo, codos20 bastante amplios.

Pero, entonces, convendría sin embargo saber aquí qué quiere decir su soporte cuando se

llama fantasma y qué juego jugamos interpretando los deseos inconscientes, particularmente los

del neurótico. Es ahí donde se trata de plantear la pregunta respecto al fantasma. La hemos

planteado incesantemente. Replanteémosla aquí, al final, por última vez.

Cuando los lógicos –de donde todo este discurso de hoy ha partido se limitan a las

funciones formales de la verdad, ya les dije, encuentran un gap, encuentran un espacio singular

entre ese principio de no contradicción y el de bivalencia. Y ustedes lo hallan desde Aristóteles,

18 désirpas – irpas, respectivamente : desonó – eonó [N. del T.]. 19 Es factible adoptar en francés la grafía de J. Nassif: désire pas, désirepas, irepas, irepasser. La nuestra no hace más que seguir el modelo : désespoir, espoir, espèré [desespero, esperanza, espero]. Esta grafía interpreta también: desir passé [deseo pasado]: por donde se vuelve a pasar [S.]. 20 coudées : medida lineal que se tomó de la distancia que media desde el codo a la extremidad de la mano [N. del T].

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precisamente en el libro que se llama De la interpretación, y que, por comodidad, les señalo, está

en el parágrafo 19-a, en la anotación que designa los manuscritos clásicos de Aristóteles, y que

encuentran en la página 100, es fácil de retener, en la muy mala traducción que les recomiendo,

la de Tricot, que es corriente.

Aristóteles interroga la función que implica la bivalencia de lo verdadero y de lo falso en

sus consecuencias. Quiero decir, en lo que implica cuando se trata de lo contingente, en lo que va

a suceder. Lo que va a suceder, si sí o si no, si nos planteamos que es verdadero o falso; es

entonces verdadero o falso enseguida, es decir, que ya está decidido. Naturalmente, eso no puede

funcionar.

La solución que da, que consiste en poner en duda la bivalencia, no es lo que está en

cuestión aquí. No adelantaré aquí la discusión. Pero en cambio lo que haré notar es que la

solución lógica –banal, corriente, la que se da por ejemplo en el volumen de los Kneale (creo

haberlo pronunciado correctamente), Desarrollo de la lógica– la solución que consiste en decir

que lo que es verdadero no podría ser una articulación significante, sino lo que ésta quiere decir,

es falsa.

Esa solución es falsa, como lo muestra todo el desarrollo de la lógica; quiero decir que lo

que se deduce de toda instauración formal no podría, en ningún caso, fundarse en la significación

por la sencilla razón de que no hay posibilidad de fijar ninguna significación que sea unívoca, y

porque independientemente de los significantes que planteen ustedes para precisarla verdadero o

falso, siempre es posible implicarla en una circunstancia en que la verdad, la más claramente

enunciada a título del contenido significado, será falsa, hasta más que falsa: un característico

engaño.

Solo es posible instaurar un orden atribuyendo, hablo de lógica, atribuyendo la función de

la verdad a una agrupación significante. Por eso este uso lógico de la verdad sólo se encuentra en

la matemática donde, como lo dice Bertrand Russell, uno no sabe en ningún caso de qué se

habla. Y si cree saberlo, pronto se desengaña. Habrá que barrerlo todo rápidamente y hacer surgir

la intuición.

Recuerdo esto para interrogar lo que concierne a la función del fantasma.

Digo –modelo, Un niño es golpeado– que el fantasma no es más que un arreglo

significante cuya fórmula di desde hace tiempo, emparejando el a minúscula con el S tachado.

Esto quiere decir que hay dos características; la presencia de un objeto a minúscula, y por otra

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parte, nada diferente a lo que engendra el sujeto como S tachado, a saber, una frase. Por eso Un

niño es golpeado es típico. Un niño es golpeado no es más que la articulación significante un

niño es golpeado; salvo que (lean el texto, remítanse a él) ahí vagabundea, ahí vuela, nada menos

que esto –pero imposible de eliminar– que se llama la mirada.

Antes de poner en juego los tres tiempos de la génesis de ese producto que se llama el

fantasma, ¡importa sin embargo designar qué es!

No es porque Freud tuviera que vérsela con iletrados que no sigue siendo interesante

plantear las aristas firmes del estatuto del fantasma y decir: no es estrictamente nada más,

conforme a lo que les he aportado al comienzo de este año, concerniente al acoplado por una

parte del yo no pienso con la estructura gramatical, decirles que es en lugar mismo de esta

estructura gramatical que en la cuarta cima del cuadrángulo surge el objeto a minúscula; y

agregar –puesto que acabamos ya de designar a dos de ellos, los dos de la izquierda– que el

ángulo de abajo a la derecha, aquel donde no soy deja lugar, merma a nivel de lo inconsciente, lo

que es el complemento de la estructura puramente gramatical significante del fantasma; a saber,

aquello de lo que partí hoy y que se llama UNA SIGNIFICACION DE VERDAD.

Lo que hay que retener, asegurar con alfileres, en todo lo que enuncia Freud respecto al

fantasma, es sencillamente ese breve rasgo clínico –de este, que él avanza aquí para

demostrarnos tantas cosas sobre su uso, al manipularlo– pero lo que hay que retener es un rasgo

como éste: que ese fantasma, el mismo, se encuentra en estructuras neuróticas muy diferentes;

pero, igualmente, lo saben ustedes, que ese fantasma permanece a una distancia singular de todo

lo que se debate, de todo lo que se disputa en los análisis, por cuanto se trata de traducir allí la

verdad de los síntomas.

Parece que eso fuera como una especie de muleta o de cuerpo extraño, algo para el uso, en

últimas, ya lo saben, que tiene una función bien determinada: la de subvenir lo que, en últimas,

bien puede llamar uno por su nombre: una cierta carencia del deseo. En la medida en que está

puesto en juego, concernido –se requiere que lo esté así sea para dar el paso de entrada, para

poner en orden la pieza) a la entrada del acto sexual.

Esta distancia del fantasma respecto a la zona donde se juega lo que recalqué hace poco

como primordial de la función del deseo y de su vínculo con la demanda, es de esto (por muy

evidente que sea el hecho de que de ahí resulta la inflexión entera del análisis en torno a los

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registros llamados de la frustración y de términos análogos), es esto lo que nos permite hacer el

punto de la diferencia que hay de la estructura perversa a la estructura neurótica.

¿Qué quiero decir cuando digo que el fantasma cumple allí rol de significación de verdad?

Pues bien, ¡les voy a decir! Digo lo mismo que dicen los lógicos, a saber: que ustedes chapucean

las cosas al querer a todo precio insertar ese fantasma en ese discurso de lo inconsciente cuando

de todas maneras, él les resiste bastante bien a esta reducción. Y cuando deben decir que en el

tiempo mediano, el tiempo dos de Un niño es golpeado –aquel donde el que está ahí es el sujeto,

en el lugar del niño– a ése sólo lo obtienen en casos excepcionales. Es que, a decir verdad, la

función del fantasma… quiero decir, en su interpretación, y más especialmente aun en la

interpretación general, que darán ustedes de la estructura de tal o tal neurosis, que siempre

deberá, en último término, inscribirse en los registros que he dado, a saber, para la fobia, deseo

prevenido; para la histeria, deseo insatisfecho; para la obsesión, deseo imposible… ¿Cuál es el

rol del fantasma en este orden del deseo neurótico?

Pues bien, significación de verdad, he dicho, lo que quiere decir lo mismo que cuando

ustedes ponen una V mayúscula –pura convención en la teoría dada por ejemplo de tal conjunto–

cuando afectan con la connotación de verdad algo que ustedes llamarán axioma. En su

interpretación el fantasma no tiene otro rol. Tienen que tomarlo tan literalmente como sea

posible y lo que tienen que hacer es hallar en cada estructura, definir las leyes de transformación

que le garantizarán a ese fantasma, en la deducción de los enunciados del discurso inconsciente,

el LUGAR DE UN AXIOMA.

Tal es la única función posible que se puede dar al rol del fantasma en la economía

neurótica. Que pueda suceder que su adecuación se tome prestada del campo de determinación

del goce perverso es lo que, ya lo vieron, he demostrado, y de lo cual creo haber fijado

suficientemente su fórmula en nuestras reuniones precedentes, respecto a la disyunción, en el

campo del Otro, del cuerpo y del goce, y de esta parte preservada del cuerpo donde el goce

puede refugiarse.

Que el neurótico encuentre, en esta adecuación, el soporte hecho para componer la carencia

de su deseo en el campo del acto sexual, es en adelante lo que menos puede sorprendernos.

Y si ustedes quieren que les dé algo que sirva a la vez de lectura –no puedo decir que deba

ser agradable lectura para ustedes (¡es tan aburrido como el humo!), y sin embargo, como

ejemplo de una verdadera infamia en materia científica, les recomendaré la lectura, en Havelock

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

Ellis, del caso célebre de Florrie.21 No hay mejor manera de ver hasta qué punto cierto modo de

abordaje de un campo, del que se vanaglorian –en nombre de no sé qué objetividad–, de forzar

las puertas, cuando en realidad se es íntegramente esclavo, y esclavo de una manera

verdaderamente muy singular… no hay una de las líneas de esa observación célebre, que no lleve

en cierta forma las marcas de la dejadez del profesor.

Ese caso de Florrie es un texto sensacional. Seguramente, les aparecerá con todas las

características, después de todas las coordenadas que les he dado, como una neurosis. De

ninguna manera… el momento en que Florrie sobrepasa, en el sentido de ese algo que puede en

cierta forma sucederle a un neurótico sin que jamás haya para él nada equivalente al goce

perverso, pero sobrepasa en el sentido ambiguo que hace de esto a la vez un paso al acto y, para

nosotros que leemos, un acting-out –algo que hace que Florrie, afectada por sus fantasmas de

flagelación, llegue una vez a sobrepasar la prohibición que representan para ella, vale ser

confrontado con las carencias absolutamente manifiestas de esta observación. Y hasta el punto en

que –habiéndole Florrie confesado que sólo excepcionalmente hace ella entrar en sus fantasmas a

una persona real, a alguien que ella admira y venera– es en verdad increíble ver la pluma de

Havelock Ellis inscribir: ¡“De quién se trata, nunca le pregunté”! Cuando está claro…–como en

el caso del Padre Ubu; cuando le ven ustedes la cola del cerdo todavía entre los dientes– que, por

supuesto, es Havelock Ellis quien es ahí enredado en la harina de cabo a rabo por esta paciente,

¡es de él que se trata! Y, en últimas, más vale tener que dárselas de gran personaje para retomar a

los miembros de la comunidad analítica, que se han permitido opinar sobre ese mismo caso, con

un respeto, por lo demás completamente injustificado, hacia la compilación de esta observación

por Havelock Ellis.

Esto, sin embargo, es de naturaleza tal como para mostrarnos al mismo tiempo todo junto,

todas las dificultades que he querido subrayar hoy, respecto a lo que concierne a la apreciación

del fantasma.

Si se puede decir, yo diría que del fantasma –tal como lo imaginamos nosotros, pobres

neuróticos– del fantasma, de su función al nivel llamado perverso, a aquel de su función en el

registro neurótico, hay exactamente la distancia, termino aquí haciendo clínica, ¡que hay con el

dormitorio!

21 Havelock Ellis, Études de psychologie sexuelle, « Le mécanisme des déviations sexuelles », tomo VII, p. 21 a 119. Edición crítica establecida bajo la dirección del Profesor Hesnard. Le livre Précieux, París, 1965.

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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967

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¿Acaso existen los dormitorios? No hay acto sexual… Eso deja, en el dormitorio ¡ah! –

aparte del de Ulises, en que la cama es un tronco arraigado en el suelo– eso deja, a propósito de

los dormitorios (y sobre todo en nuestra época, ¡ah!, en que todas las cosas se… se… se botan),

eso deja una seria duda; pero bueno, es un lugar que, por lo menos teóricamente, existe.

Hay, sin embargo, una distancia entre el dormitorio y el cuarto de baño. Pongan bastante

atención porque todo lo que sucede, todo lo neurótico que sucede, sucede esencialmente en el

cuarto de baño (esos asuntos de arreglo de lógica son importantes)22, en el cuarto de baño o en la

antecámara, es lo mismo.

Para el hombre del placer en el siglo XVIII también, para él… todo sucedía en el tocador.

¡A cada cual su lugar!

Si quieren precisiones, ¿ah? la fobia, puede tener lugar en el armario de ropas… o en el

corredor, en la cocina.

La histeria, tiene lugar en el locutorio (¡el locutorio de los conventos de las monjas, por

supuesto!) ¿Qué?

La obsesión, en los cagaderos.

Pongan atención a esas cosas, es definitivamente importante.

Sí… todo esto nos lleva a la puerta de lo que los invitaré a sobrepasar, el próximo año, a

saber, una cámara… para dormir… [un dormitorio] donde nada sucede, salvo que el acto sexual

se presenta allí como forclusión, Verwerfung propiamente hablando. Es lo que comúnmente se

llama el consultorio del analista.

El título que daré a mi lección del próximo año será El acto analítico.

Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:

Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo

ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.

Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;

comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]

22 ¿“de lógica” [Sizaret], o “de alojamiento” [Dorgeuille]?