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LA LÓGICA DEL FANTASMA* Seminario de 1966-1967
Jacques Lacan
* La logique du fantasme, séminaire 1966-1967. Ediciones de la Association Lacanienne Internationale, Publicación hors-commerce. París, Julio de 2004. El documento fuente que aquí se cita se estableció a partir de la transcripción de Guy Sizaret, con esclarecimientos de una edición anterior de dicho documento por parte de Claude Dorgeuille. Las diferencias y comentarios de estos dos autores se agregarán en notas al pie, siguiendo la nomenclatura utilizada en francés: [S.] después de un comentario de Guy Sizaret y [D.] después de uno de Claude Dorgeuille. En cambio, sus apellidos completos, [Sizaret] o [Dorgeuille], remiten a variantes que quienes establecieron el texto pensaron interesante preservar. Asimismo, las notas del traductor irán debidamente acompañadas de [T.]. Establecimiento del texto francés: B. Cavdini, N. Dissez. D. Janin, Th. Jean, M. Jeanvoine, V. Nusinovici, H. Ricard, J-P. Trocmé, C. Veken, M. Cardot y D. Buisset. Traducción al español: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila. Colaboraron en la revisión de esta traducción y de esta versión en español: Álvaro Reyes, Arturo de la Pava O., Belén del Rocío Moreno C., Carmen Lucía Díaz L., Eduardo Aristizábal C., Javier Jaramillo G., Mario Bernardo Figueroa M., Pilar González R. y Tania Roelens H.
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
LECCIÓN 1 16 de noviembre de 1966
Hoy voy a lanzar algunos puntos que harán parte ante todo de la promesa.
Este año titulé Lógica del fantasma lo que espero poder presentarles de lo que se impone en
el punto en que nos hallamos de un cierto camino. Camino que implica, lo recordaré con fuerza
hoy, esa especie de retorno muy especial que hemos visto ya el año pasado inscrito en la
estructura y que es propiamente, en todo lo que descubre el pensamiento freudiano, fundamental.
Ese retorno se llama repetición. Repetir no es volver a hallar lo mismo, como lo articularemos
más adelante, y contrariamente a lo que se cree, no necesariamente es repetir de manera
indefinida.
Volveremos, pues, a temas que de cierta forma ya situé desde hace tiempo. Es también por el
hecho de que nos encontramos en los tiempos de ese retorno y de su función que creí no poder
demorarme más en entregarles reunido lo que hasta aquí creí necesario como puntuación mínima
de ese recorrido, a saber, ese volumen que encuentran ustedes ya a su alcance. Es en la medida
en que este año nos será posible, sin duda, profundizar en la función de esa relación con lo
escrito (relación con lo escrito que, en últimas, de cierta forma, me esforcé hasta hoy si no por
evitar, por lo menos, por retrasar) que también ahí creo poder dar ese paso.
Escogí que fueran cinco esos pocos puntos indicativos que hoy voy a enunciar ante ustedes.
El primero consiste en recordarles el punto en que estamos respecto a la articulación lógica
del fantasma, lo cual constituirá, propiamente hablando, este año, mi texto.
El segundo, recordar la relación de esta estructura del fantasma, que ya les habré recordado
de antemano, con la estructura como tal del significante.
El tercero, algo esencial y en verdad fundamental que conviene recordar, respecto a lo que
este año podemos, debemos, llamar (si ponemos en primer plano lo que llamé la lógica en
cuestión) un comentario esencial respecto al universo del discurso.
El cuarto punto, alguna indicación concerniente a su relación con la escritura como tal.
Por último, terminaré recordando lo que nos señala Freud, de manera articulada, respecto a lo
que concierne a la relación del pensamiento con el lenguaje y con lo inconsciente.
Lógica del fantasma, entonces. Partiremos de la escritura que ya formé de eso, a saber, de la
fórmula $ ◊ a, S tachado, punzón, a minúscula. Recuerdo lo que significa el S tachado: el S
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
tachado representa, hace las veces, en esta fórmula, de aquello que retorna concerniente a la
división del sujeto, que se encuentra en el principio de todo el descubrimiento freudiano y que
consiste en que el sujeto está, por una parte, tachado de lo que lo constituye propiamente en tanto
función de lo inconsciente. Esta fórmula establece algo que es un vínculo, una conexión entre ese
sujeto en tanto constituido de esa manera y algo diferente que se llama a minúscula. a minúscula
es un objeto cuyo estatuto (precisamente el estatuto en una relación que es una relación lógica,
propiamente hablando) se determinará a partir de lo que este año yo llamo hacer la lógica del
fantasma.
Cosa extraña, sin duda, y sobre la cual me permitirán ustedes no extenderme: quiero decir,
que aunque el término de fantasma sugiere una relación con la fantasia, con la imaginación, no
me demoraré ni siquiera un instante señalando su contraste con el término de lógica con el que
entiendo estructurarlo. Es, sin duda, que el fantasma (tal como pretendemos instaurar su estatuto)
no es tan radicalmente antinómico, como puede uno pensarlo a primera vista, de esa
caracterización lógica que, propiamente hablando, lo desdeña. Así mismo, el rasgo imaginario de
lo que se llama el objeto a les resultará (mejor aún a medida que marquemos lo que permite
caracterizarlo como valor lógico) estar mucho menos emparentado de lo que parece a primera
vista1 con el campo de lo que, propiamente hablando, es lo imaginario. Antes bien, lo imaginario
se le engancha, lo rodea, se acumula allí. El objeto a minúscula es de otra calaña. Por supuesto,
es preferible que quienes me escuchan este año hayan tenido la posibilidad el año pasado de
tener alguna aprehensión, alguna idea de éste. Por supuesto, este objeto a no es algo que sea
(para todos y especialmente para aquellos para quienes está en el centro de su experiencia: los
psicoanalistas mucho más), tenga aún, si puedo decirlo, la suficiente familiaridad como para que
se les haga presente, diría yo, sin temor y hasta sin angustia. “¿Qué fue lo que hizo usted? –me
decía uno de ellos–, ¿qué necesidad tenía usted de inventar este objeto a minúscula?”.
A decir verdad, pienso que, si se toman las cosas desde un horizonte un tanto más amplio, ya
era hora. Porque sin este objeto a (cuyas incidencias, a mi parecer, se han dejado sentir
ampliamente para la gente de nuestra generación) me parece que muchos de los análisis que se
han hecho tanto de la subjetividad como de la historia y de su interpretación y, particularmente,
de lo que hemos vivido en tanto historia contemporánea y, más precisamente, de aquello que
burdamente hemos bautizado con el término y bajo el nombre tan poco adecuado de
1 “me parece…” [Sizaret]
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
totalitarismo… cualquiera que, una vez que lo haya comprendido, pueda dedicarse a aplicarle ahí
la función de la categoría del objeto a minúscula, podrá ver tal vez esclarecido porqué retornaba,
en aquello que, de manera sorprendente, aún nos falta de interpretación satisfactoria.
El sujeto tachado, en su relación con este objeto a minúscula, se junta en esta fórmula escrita
en el tablero por ese algo que se presenta como un losange, que hace poco llamé punzón, y que,
en verdad, es un signo forjado expresamente para conjugar en él lo que puede aislarse de eso
según si lo separan con un trazo vertical o con un trazo horizontal. Al separarlo con un trazo
vertical representa una doble relación que puede leerse, en un primer abordaje, como mayor (>) o
menor (<), $ mayor que o también menor que A mayúscula, $ incluido o también excluido de A
mayúscula2 . ¿Qué quiere decir esto? Que lo que se sugiere en el primer plano de esta conjunción
es algo que lógicamente se llama la relación de inclusión o también de implicación a condición
de que la hagamos reversible y que se articule… (voy rápido, sin duda, pero tendremos todo el
tiempo para extendernos y retomar estas cosas; hoy se los indico, basta con que planteemos
algunos mojones sugestivos)… esta relación que se articula a partir de la articulación lógica que
se llama si y solamente si. En este sentido, a saber, cuando el punzón queda dividido por la barra
vertical (<│>), es el sujeto tachado en esa relación de si y solamente si con el a minúscula.
Esto nos detiene. Existe, pues, un sujeto. Esto es lo que lógicamente estamos obligados a
escribir en el principio de tal fórmula. Ahí algo se nos propone, que es la división de la existencia
de hecho y de la existencia lógica.
La existencia de hecho, por supuesto, nos remite a la existencia de seres (entre dos barras la
palabra seres), seres –o no– hablantes. En general, estos están vivos. Digo “en general” porque
no necesariamente: tenemos al convidado de piedra que no solamente existe en la escena en que
Mozart lo anima, se pasea entre nosotros de manera enteramente corriente. La existencia lógica
es otra cosa, y como tal tiene su estatuto; hay sujeto a partir del momento en que hacemos lógica,
es decir, en que tenemos que manipular significantes.
Lo que concierne a la existencia de hecho, a saber, que algo resulta del hecho de que hay
sujeto al nivel de los seres que hablan, es algo que, como toda existencia de hecho, requiere que
se establezca ya cierta articulación. Pero nada prueba que esta articulación se haga en directo;
2 En esta frase, Lacan pronunció en efecto dos veces “A mayúscula”. Por supuesto, es legítimo pensar que había que escuchar “a minúscula”. Pero más adelante se dirá que “el A mayúscula es el Otro de ese a minúscula” [S.]
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
que sea directamente, por el hecho de que hay seres vivos u otros que hablan, que estén por ello
y de manera inmediata, determinados como sujetos.
El si y solamente si está ahí para recordárnoslo; motivo aquí articulaciones por las cuales
tendremos que volver a pasar, pero en sí mismas son tan poco habituales, tan poco recorridas
como para que yo crea tener que indicarles la línea general de mi esbozo en lo que tengo que
explicar ante ustedes.
a minúscula resulta de una operación de estructura lógica. Efectúa no un in vivo, ni siquiera
en lo vivo, no propiamente hablando en el sentido confuso que tiene para nosotros el término de
cuerpo, no es necesariamente la “libra de carne”, aunque pueda suceder y, en últimas, cuando lo
es, las cosas no se arreglan tan mal. Pero, bueno, resulta que en esta entidad tan poco
aprehendida del cuerpo hay algo que se presta para esta operación de estructura lógica que nos
queda por determinar. Ya saben, el seno, las heces, la mirada, la voz, esas partes desprendibles y,
sin embargo, profundamente vinculadas con el cuerpo; de eso se trata en el objeto a minúscula.
Para hacer a, entonces, puesto que nos obligaremos a cierto rigor lógico, limitémonos a
señalar aquí que se necesita lo listo-para-proveer. Por el momento eso puede bastarnos, ¡pero
eso no resuelve nada! Eso no resuelve nada para aquello en lo que tenemos que avanzar: para
hacer fantasma se requiere lo listo-para-llevar.
Me permitirán articular aquí algunas tesis en su forma más provocadora puesto que se trata
igualmente de separar ese ámbito de los campos de captura que lo hacen retornar
invenciblemente hacia las ilusiones más fundamentales de lo que se llama la experiencia
psicológica. Lo que voy a avanzar es precisamente lo que apuntalará, lo que fundará aquello
cuya consistencia quedará demostrada este año con todo lo que voy a desarrollar para ustedes.
Ya dije que desarrollar, eso hace tiempo que se hizo. Cuando durante el cuarto año de mi
seminario traté La Relación de Objeto ya respecto al objeto a, se dijo todo respecto a la
estructura de la relación de a minúscula con el Otro, absolutamente especial y articulada de
manera suficiente en la indicación de que será de lo imaginario de la madre de donde dependerá
la estructura subjetiva del niño.
Claro, se tratará aquí de que indiquemos de qué manera esa relación se articula en términos
propiamente lógicos, es decir, como resultando radicalmente de la función del significante, pero
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
ha de notarse que para quien resumía entonces lo que podía yo indicar en ese sentido3, la mínima
falta (quiero decir defecto, respecto a la pertenencia de cada uno de los términos de esas tres
funciones que, entonces, podían designarse como sujeto, objeto -en el sentido de objeto de amor-
y del más allá de éste: nuestro actual objeto a), la mínima falta, a saber, la referencia a la
imaginación del sujeto, podía oscurecer la relación que se trataba de esbozar allí. No situar en el
campo del Otro como tal la función del objeto a lleva a escribir, por ejemplo, que en el estatuto
del perverso lo determinante es tanto la función, para él, del falo, como la teoría sádica del coito,
cuando en realidad no es así; es a nivel de la madre que esas dos incidencias funcionan.
Avanzo entonces en lo que se trata de enunciar aquí: para hacer fantasma se requiere lo listo-
para-llevar. ¿Qué lleva el fantasma? Lo que lleva el fantasma tiene dos nombres que conciernen
a una sola y misma sustancia, si quieren ustedes reducir ese término a esta función de la
superficie, tal como la articulé el año pasado. Esta superficie primordial que necesitamos para
hacer funcionar nuestra articulación lógica, ya conocen ustedes algunas formas, son superficies
cerradas, hacen parte de la burbuja [bulle], salvo porque éstas no son esféricas. Llamémoslas la
burbuja4 y veremos qué motiva, a qué se vincula la existencia de burbujas en lo real. Esta
superficie que llamo burbuja lleva propiamente dos nombres: el deseo y… la realidad.
Es harto inútil fatigarse articulando la realidad del deseo porque primordialmente el deseo y
la realidad están en una relación de textura sin corte; no necesitan, pues, costura, no necesitan ser
recosidos, no hay “realidad del deseo”, diríamos, como tampoco es exacto decir “el revés del
derecho”: se trata de una sola y misma estofa que tiene un revés y un derecho. Además, esta
estofa acaso está tejida de tal manera que se pasa, sin darse cuenta, puesto que no tiene corte ni
costura, de una a otra de sus caras, y por eso fue que ante ustedes di cuenta de una estructura
como aquella llamada del plano proyectivo, llevada a imagen en el tablero en lo que se llama la
mitra o el cross-cap. Que se pase de una a otra cara sin darse cuenta dice bien que sólo hay una,
quiero decir, sólo una cara. No por ello, así como sucede en las superficies que acabo de evocar,
de las cuales una forma parcelar es la banda de Möbius, no deja de haber un derecho y un revés.
Es necesario plantear esto de manera original para recordar cómo se funda esta distinción del
derecho y del revés en tanto ya-ahí antes de todo corte. Es claro que quien estuviera ahí en esta
superficie implicado integralmente (como los animálculos de los que da cuenta la matemática
3 Informe de J-B Pontalis del Seminario “La relación de objeto y las estructuras freudianas”, Libro IV, 1956-1957, Bulletin de psychologie, tomos X y XI, 1956-5. 4 la bulle; ¿l’a-bulle? ¿la a-burbuja?
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
respecto a la función de las superficies) no verá de esta distinción, sin embargo segura, del
derecho y del revés, ni jota, en otras palabras, absolutamente nada.
Todo lo que se relaciona, en las superficies de las que doy cuenta ante ustedes, seriadas desde
el plano proyectivo hasta la botella de Klein, con lo que puede llamarse las propiedades
extrínsecas ¡y que van bien lejos! (quiero decir, que la mayoría de lo que les parece más evidente
cuando hago imagen para ustedes de estas superficies, no son propiedades de la superficie)
adquiere su función en una tercera dimensión. Aún el hueco que se encuentra en medio del toro,
no crean que un ser puramente tórico se dé cuenta de su función. No obstante, esta función no
deja de tener consecuencias porque es desde ésta que, dios mío, he intentado desde hace algo así
como casi seis años articular para quienes me escuchaban entonces (veo a algunos de ellos en
primera fila), articular las relaciones del sujeto con el Otro en la neurosis. En efecto, en esta
tercera dimensión se trata del Otro en la neurosis. Es respecto al Otro y en la medida en que hay
ahí ese otro término, que puede tratarse de distinguir un derecho de un revés, lo cual no es aún
distinguir realidad y deseo. Lo que es derecho o revés primitivamente en el lugar del Otro, en el
discurso del Otro, se juega a cara o sello. Eso nada tiene que ver con el sujeto POR LA RAZÓN
DE QUE NO LO HAY AÚN.
El sujeto comienza con el corte. Si de esas dos superficies tomamos la más ejemplar, por ser
la más simple de manejar, a saber, la que hace poco llamé cross-cap o plano proyectivo, un corte
pero no cualquiera, quiero decir, y lo recuerdo para quienes estas imágenes conservan aún cierta
presencia; si, lo repito, de manera puramente imaginada pero cuya imagen es necesaria, a saber,
sobre esta burbuja cuyas paredes (llamémoslas anterior y posterior) vienen a cruzarse aquí en
este trazo no menos imaginario -es así como nos representamos la estructura de aquello de lo que
se trata-, todo corte que sobrepase esta línea imaginaria instaurará un cambio total de la
estructura de la superficie. A saber, que esta superficie entera se vuelve lo que el año pasado
aprendimos a separar en esta superficie bajo el nombre de objeto a. A saber, que la superficie
toda entera se vuelve un disco aplanable con un derecho y un revés, del que ha de decirse que no
se puede pasar del uno al otro sin pasar por un borde. Ese borde es precisamente lo que hace
imposible ese paso; por lo menos podemos articular así su función. Primero, in initio, a través de
este primer corte (que contiene una rica implicación que no salta a la vista en seguida), por este
primer corte la burbuja se vuelve un objeto a.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Este objeto a guarda (porque esa relación la tiene desde su origen… para que cualquier cosa
llegue a explicarse) una relación fundamental con el Otro. En efecto, el sujeto no ha aparecido
con el único corte por donde esta burbuja que instaura el significante en lo real deja caer primero
este objeto extranjero que es el objeto a. Se requiere y basta, en la estructura aquí indicada, que
uno se dé cuenta de lo que ocurre con este corte para notar también que tiene la propiedad, al
redoblarse, simplemente de juntarse, en otras palabras, que es lo mismo hacer un solo corte que
hacer dos. Puedo considerar la hiancia de lo que hay aquí entre mis dos vueltas que no son más
que una, como el equivalente del primer corte que, en efecto, si lo descarto, lo que se realiza es
esta hiancia. Pero si en el tejido en que se trata de ejercer este corte hago un doble corte,
desprendo, restituyo de ahí lo que se perdió en el primer corte, a saber, una superficie cuyo
derecho continúa en el revés: RESTITUYO LA NO SEPARACIÓN PRIMITIVA DE LA
REALIDAD Y DEL DESEO.
Después de esto, cómo definiremos realidad, lo que hace poco llamé el listo-para-llevar el
fantasma, es decir, lo que constituye su marco. Veremos entonces que la realidad, toda la
realidad humana, no es más que montaje de lo simbólico y de lo imaginario; que el deseo en el
centro de este aparato, de este marco que llamamos realidad es, así mismo, propiamente
hablando, lo que transcurre, como lo articulé desde siempre, lo que es importante distinguir de la
realidad humana y que, propiamente hablando, es lo real que nunca es más que entrevisto,
entrevisto cuando vacila la máscara que es la del fantasma, a saber, lo mismo que aprehendió
Spinoza cuando dijo: “el deseo es la esencia del hombre”5.
A decir verdad, esa palabra “hombre” es un término de transición imposible de conservar en
un sistema ateológico, que no es el caso de Spinoza. A esta fórmula de Spinoza hemos de
5 Spinoza, Ética, III Definición de los afectos, I.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
sustituir sencillamente esta fórmula, esta fórmula cuyo desconocimiento conduce al psicoanálisis
a las más burdas aberraciones, a saber, que EL DESEO ES LA ESENCIA DE LA REALIDAD.
Pero esa relación con el Otro, sin el cual nada puede percibirse sobre el juego real de esa
relación, es lo que intenté esbozar para ustedes, recurriendo al viejo soporte de los círculos de
Euler, la relación como fundamental.
Seguramente esta representación es
insuficiente, pero si la acompañamos de lo que
soporta en lógica puede servir. Lo que resulta
de la relación del sujeto con el objeto a se
define como un primer círculo que otro círculo,
el del Otro, viene a traslapar: el a minúscula es su intersección.
Es así como por siempre (en esta relación de un vel originariamente estructurado, que es
aquel que intenté articular para ustedes hace ya tres años, la alienación) el sujeto sólo podría
instituirse como una relación de falta con ese a que es del Otro, salvo al querer situarse en el
Otro, no habiéndolo, igualmente, más que amputado de este objeto a. La relación del sujeto con
el objeto a comporta lo que la imagen de Euler toma como sentido cuando es llevada al nivel de
simple representación de las dos operaciones lógicas que se llaman reunión e intersección. La
reunión nos pinta el lazo del sujeto con el Otro y la intersección nos define el objeto a. El
conjunto de esas dos operaciones lógicas son esas operaciones mismas que yo planteé como
originales al decir que el a es el resultado efectuado de operaciones lógicas y que deben ser dos.
¿Qué quiere decir esto? Que es esencialmente en la representación de una falta, en tanto que
transcurre, que se instituye la estructura fundamental de la burbuja que hemos llamado primero
la estofa del deseo.
Aquí, en el plano de la relación imaginaria, se instaura una relación exactamente inversa a la
que vincula el yo con la imagen del otro. El yo es, lo veremos, doblemente ilusorio, ilusorio
porque está sometido a los avatares de la imagen, es decir, tanto entregado a la función del
medio6 o del falso semblante. Es ilusorio también porque instaura un orden lógico pervertido,
cuya fórmula veremos (en la teoría psicoanalítica), en la medida en que sobrepasa
imprudentemente esta frontera lógica que supone que en un momento cualquiera dado, y que se
6 Palabra incierta [S.].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
supone primordial de la estructura, lo que es rechazado puede llamarse no-yo. ¡Es muy
precisamente lo que ponemos en duda!
El orden en cuestión, que implica, sin que se lo sepa y, en todo caso, sin que se lo diga, la
entrada en juego del lenguaje, no admite de manera alguna tal complementariedad, y es
precisamente lo que hará que pongamos este año, en primer plano de nuestra articulación, la
discusión de la función de la negación. Todo el mundo sabe y podrá darse cuenta, en esa
compilación, que ahora está a su alcance7, que el primer año de mi seminario en Sainte-Anne
estuvo dominado por una discusión sobre la Verneinung, donde Jean Hippolyte, cuya
intervención se reproduce en el apéndice de ese volumen, escandió de manera excelente lo que
era para Freud la Verneinung. La secundariedad de la Verneinung es articulada allí de manera
bastante fuerte, para que en adelante sólo se pueda admitir que sobrevendrá de entrada al nivel de
esta primera escisión que llamamos placer y displacer.
Por eso, en esa falta instaurada por la estructura de la burbuja que constituye la estofa del
sujeto, no se trata de ninguna manera de limitarnos al término, ahora en desuso por las
confusiones que implica, de “negatividad”. El significante no podría, aún cuando
propedéuticamente haya sido necesario durante un tiempo machacar su función para los oídos
que me escuchan, el significante (y se podrá subrayar que jamás lo articulé propiamente como
tal) no es únicamente lo que soporta lo que no está ahí. El fort-da en la medida en que se
relaciona con la presencia o con la ausencia materna, no es ahí la articulación exhaustiva de la
entrada en juego del significante, LO QUE NO ESTÁ AHÍ, EL SIGNIFICANTE NO LO
DESIGNA, LO ENGENDRA. LO QUE NO ESTÁ AHÍ, EN EL ORIGEN, ES EL SUJETO
MISMO. En otras palabras, en el origen no hay Dasein, salvo en el objeto a. Es decir bajo una
forma alienada, que queda marcar [sic] hasta su término toda enunciación respecto al Dasein.
¿Acaso necesito recordar aquí mis fórmulas de que no hay sujeto sino por un significante y para
otro significante? Es el algoritmo:
S, en tanto hace las veces del sujeto, sólo funciona para otro significante.
7 Los Escritos acaban de publicarse.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
El Urverdrängung o represión originaria es esto: lo que un significante representa para otro
significante. Eso no engrana nada, eso no constituye absolutamente nada, se acomoda de una
ausencia absoluta de Dasein.
Durante casi dieciséis siglos, por lo menos, los jeroglíficos egipcios permanecieron tan
solitarios como incomprendidos en la arena del desierto. Es claro, y fue siempre claro para todo
el mundo, que esto quería decir que cada uno de los significantes grabados en la piedra mínimo
representaba a un sujeto para los demás significantes; si no hubiera sido así, nunca nadie habría
ni siquiera tomado eso por una escritura. No es en absoluto necesario que una escritura quiera
decir algo para alguien, para cualquiera, para que sea una escritura y para que, como tal,
manifieste que cada signo representa a un sujeto para aquel que lo sigue.
Si llamamos a eso Urverdrängung, eso significa que admitimos que nos parece conforme a la
experiencia pensar lo que sucede, a saber, que un sujeto emerge en el estado de sujeto tachado
como algo que proviene de un lugar en donde está supuestamente inscrito hacia otro lugar en
donde se inscribirá de nuevo.
A saber, exactamente de la misma manera como estructuré en otro tiempo la función de la
metáfora, en tanto es el modelo de lo que sucede en cuanto al retorno de lo reprimido:
Así mismo, es por eso que respecto a ese significante primero, del cual ya veremos cuál es, el
sujeto tachado que ese significante cancela llega a surgir en un lugar en donde hoy vamos a
poder dar una fórmula que aún no ha sido dada: EL SUJETO TACHADO COMO TAL ES
QUIEN [CE QUI] REPRESENTA PARA UN SIGNIFICANTE -ESE SIGNIFICANTE DE
DONDE SURGIÓ- UN SENTIDO.8
Entiendo por “sentido” exactamente lo que les hice entender al comienzo de un año9 bajo la
fórmula Colourless green ideas sleep furiously, lo cual puede traducirse en francés por lo
siguiente, que pinta admirablemente el orden ordinario de sus cogitaciones: ideas verdemente
fuliginosas se adormecen con furor.
8 “El sujeto tachado, es lo que representa, para un significante, ese significante de donde surgió, un sentido” [Dorgeuille]. 9 El 2 de diciembre de 1964, durante el seminario Problemas cruciales para el psicoanálisis, Lacan comentó la frase tomada de Structures syntaxiques de Chomsky, Senil, 1969, p. 10. Cfr. también la crítica de Jakobson.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Esto, precisamente, a falta de saber que se dirigen todas a ese significante de la falta del
sujeto que deviene un cierto primer significante a partir del momento en que el sujeto articula su
discurso. A saber, aquello de lo cual todos los psicoanalistas se han dado cuenta bien sin
embargo, aún cuando no hayan sabido decir nada que valga, a saber, el objeto a que en ese nivel
cumple precisamente la función que Frege distingue del Sinn bajo el nombre de Bedeutung. Es la
primera Bedeutung10, el objeto a, el primer referente, la primera realidad, la Bedeutung que
permanece porque, en últimas, es todo lo que queda del pensamiento al final de todos los
discursos:
- A saber, lo que el Poeta11 puede escribir, sin saber lo que dice, cuando se dirige a su…
“madre Inteligencia, en quien la dulzura manaba, ¿cuál es esta negligencia que hace callar su
leche?”.
- A saber, una mirada embargada que es la que se transmite en el nacimiento de la clínica.12
- A saber, lo que uno de mis alumnos13, recientemente, en el Congreso de la Universidad
John Hopkins, tomó como tema llamándolo “La voz en el mito literario”.
- A saber, también lo que queda de tantos pensamientos gastados en forma de un fárrago
seudocientífico al que se lo puede igualmente llamar por su nombre, como lo hice desde hace
tiempo respecto a una partida de la literatura analítica, y que se llama mierda. Confesado de
hecho por los autores. Quiero decir que, salvo por una pequeña falla del razonamiento respecto a
la función del objeto a, uno de ellos pudo articular bastante bien que no hay más soporte del
complejo de castración que lo que púdicamente se llama el “objeto anal”.
Este no es, pues, un precisar por pura y simple apreciación sino, antes bien, la necesidad de
una articulación en la que el solo enunciado debe retener (puesto que en últimas no está
formulado por las plumas menos calificadas y porque será también este año nuestro método al
formular la lógica del fantasma), mostrar dónde, en la teoría analítica, viene a trastabillar. En
últimas, no nombré a este autor que muchos conocen. Que se escuche bien que la falta de
razonamiento aún es razonada, es decir, aprisionable [arraisonable: a-razonable], pero no es
obligatorio, y el objeto a en cuestión puede, en tal artículo, mostrarse absolutamente desnudo y
no apreciarse de sí mismo. Es lo que tendremos ocasión de mostrar en ciertos textos que no veo 10 Frege, Gottlob: Über Sinn und Bedeutung, 1892, “Sentido y Denotación” en Écrits logiques et philosophiques, Senil, 1971. 11 Paul Valery, « Poésie » en Charmes, Gallimard, 1929. Exactamente: “de quien la dulzura manaba”. 12 Foucault, Michel, La Naissance de la clinique, PUF, París, 1963. 13 No se pudo encontrar la referencia.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
por qué a manera de trabajos prácticos no distribuiría entre ustedes de manera general si tengo
suficientes a mi disposición, lo cual parece ser el caso. Esto llegará en el momento en que
habremos de atacar cierto registro.
Y, desde ahora, quiero no obstante señalar lo que impide admitir ciertas interpretaciones que
se han dado de mi función de la metáfora (quiero decir, de esas de las que acabo de darles el
ejemplo menos ambiguo) al confundirla con cualquier cosa que haga una especie de relación
proporcional. Cuando escribí que la sustitución, el hecho de injertar un significante sustituido a
otro significante en la cadena significante, era la fuente y el origen de toda significación, lo que
articulé se interpreta correctamente en la forma en que, hoy, con el surgimiento de ese sujeto
tachado como tal, les di la fórmula. Esto exige que nos pongamos en la tarea de darle su estatuto
lógico. Pero para mostrarles enseguida el ejemplo de la urgencia de tal tarea o solamente su
necesidad, observen que la confusión tuvo lugar en esta relación entre cuatro:
(el S’, las dos S y el s minúscula del significado) en esta relación de proporción en que uno
de mis interlocutores, el señor Perelman, el autor de una Teoría de la argumentación14 que
promueve nuevamente una retórica abandonada, articula la metáfora viendo allí la función de la
analogía, y que es en la relación de un significante con otro, en la medida en que un tercero lo
reproduce haciendo surgir un significado ideal, que funda él la función de la metáfora. A esto
respondí en su momento. Únicamente de tal metáfora puede surgir la fórmula que se dio, a saber,
S’ sobre el s minúscula de la significación, dominando en lo alto de un primer registro de
inscripción en que lo Underdrawn, en que lo Unterdrückt, en que el otro registro que sustantifica
lo inconsciente estaría constituido por esa extraña relación de un significante con otro
significante, a lo que se nos agrega que es de ahí de donde el lenguaje adquiriría su lastre:
14 Perelman Chaïm, Traité de l’argumentation, en colaboración con la señora Olbrechts-Tyteca, 2 vols., PUF, París, 1958. La refutación de Lacan puede hallarse en “La metáfora del sujeto” (1960), artículo retomado en el apéndice de los Escritos.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Esta fórmula llamada “del lenguaje reducido”, pienso que ahora lo sienten, reposa en un error
que es el de inducir, en esa relación de cuatro, la estructura de una proporcionalidad. Mal se ve
también qué puede salir de ahí puesto que, así mismo, la relación “S sobre S” se vuelve,
entonces, más bien difícil de interpretar. Pero en esta referencia a un lenguaje reducido no vemos
otro designio (de hecho confesado) que el de reducir nuestra fórmula de que “el inconsciente está
estructurado como un lenguaje”, la cual, más que nunca, ha de tomarse al pie de la letra.
Y puesto que resulta que hoy no cumpliré los cinco puntos que les anuncié, no por eso dejo
de llegar hasta poder escandir para ustedes lo que constituye aquí la clave de toda la estructura y
lo que hace la empresa que ha resultado así articulada, muy precisamente, al comienzo de la
breve compilación de la que hace poco les hablaba, que concierne al giro de mis relaciones con
mi audiencia, que constituyó el Congreso de Bonneval15 –[con su futilidad16]: es un error
estructurar de esta manera, sobre un pretendido mito del lenguaje reducido, cualquier deducción
de lo inconsciente por la razón siguiente: ESTÁ EN LA NATURALEZA DE TODO Y DE
CUALQUIER SIGNIFICANTE EL NO PODER, EN NINGÚN CASO, SIGNIFICARSE A SÍ
MISMO.
Ya es bastante tarde como para que no les imponga en la prisa la escritura de ese punto
inaugural de toda teoría de conjuntos, que implica que esta teoría sólo puede funcionar a partir de
un axioma llamado de especificación. A saber, que sólo cobra interés hacer funcionar un
conjunto si existe otro conjunto que pueda definirse por la definición de ciertos x en el primero,
como satisfaciendo libremente una cierta proposición; “libremente” quiere decir
independientemente de toda cuantificación, un pequeño número o todo. Comenzaré mi próxima
lección con estas fórmulas: resulta de esto que al plantear un conjunto cualquiera, definiendo allí
la proposición que señalé como la que especifica allí los x, como siendo simplemente que x no es
miembro de sí mismo, lo cual… para lo que nos interesa, a saber, para lo siguiente -que se
impone a partir del momento en que se quiere introducir el mito de un lenguaje reducido-: que
hay un lenguaje que no lo es, es decir, que constituye, por ejemplo, el conjunto de los
significantes. Lo propio del “conjunto de los significantes”, se los mostraré en detalle, comporta
de necesario lo siguiente: si admitimos únicamente que el significante no podría significarse a sí
mismo, comporta necesariamente que hay algo que no pertenece a este conjunto. No es posible
15 Actas del VI Coloquio de Bonneval, 1960, L’inconscient, publicadas en Bibliothèque Neuropsychiatrique de Langue Française, Desclée de Brouwer, París, 1966. 16 Estas tres palabras no fueron dichas por Lacan y pueden ser reemplazadas por puntos suspensivos [S.]
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reducir el lenguaje simplemente por la razón de que el lenguaje no podría constituir un conjunto
cerrado. En otras palabras: QUE NO HAY UNIVERSO DEL DISCURSO.
A quienes les haya costado algo de trabajo escuchar lo que les acabo de formular, les
recordaré únicamente lo siguiente, que ya lo dije en su momento: que las verdades que acabo de
enunciar son sencillamente aquellas que aparecieron de manera confusa en el período ingenuo de
la instauración de la teoría de conjuntos bajo la forma de lo que falsamente se llama la paradoja
de Russel, ya que no se trata de una paradoja, es una imagen. ¿Qué quiere decir el catálogo de
todos los catálogos que no se contienen a sí mismos? O bien se contiene a sí mismo y contradice
su definición, o bien no se contiene a sí mismo y, entonces, falta a su misión. No es de ninguna
manera una paradoja, basta con declarar que hacer un catálogo como ése no se lo puede llevar a
cabo y con razón...
Pero aquello cuyo enunciado les daba hace poco bajo la fórmula de que en el universo del
discurso no hay nada que contenga todo, es algo que, propiamente hablando, nos incita a ser allí
especialmente prudentes respecto al manejo de lo que se llama “todo” y “parte”, y a exigir, en el
origen, que distingamos esto severamente (será el objeto de mi próximo curso): el Uno de la
totalidad, que justamente acabo de refutar al decir al nivel del discurso que no hay universo, lo
cual seguramente deja aún más en suspenso el que podamos suponerlo en cualquier otra parte,
distinguir este Uno del Uno contable en tanto que por su naturaleza se escabulle y desliza por no
poder ser el Uno salvo al repetirse por lo menos una vez y, al cerrarse sobre sí mismo, instaurar
en el origen la falta en cuestión; la falta en cuestión para instituir al sujeto.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo
ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
LECCIÓN 2
23 de noviembre de 1966
Voy a intentar trazar para su uso algunas relaciones esenciales y fundamentales, diría yo, que
han de precisarse en el comienzo de lo que constituye este año nuestro tema. Espero que nadie
objete abstracción por la sencilla razón de que sería un término inapropiado. Como ya verán, no
hay nada más concreto que lo que voy a plantear, aún si ese término no responde a las cualidades
de espesor con que muchos lo connotan.
Se trata de que puedan ustedes sentir una proposición tal como la que hasta aquí solamente
he planteado bajo la apariencia de una especie de aforismo que habría jugado en tal giro de
nuestro discurso el papel de axioma, una proposición tal como ésta: no hay metalenguaje.
Fórmula que da la impresión de ir en sentido propiamente contrario a todo lo que tiene lugar, si
no en la experiencia, por lo menos en los escritos de quienes intentan fundar la función del
lenguaje. Cuando mucho, en muchos casos, acaso muestran en el lenguaje cierta diferenciación
de donde les parece bueno partir, por ejemplo partiendo de un lenguaje objeto para, sobre esta
base, edificar un cierto número de diferenciaciones. El acto mismo de tal operación parece, en
efecto, implicar que para hablar del lenguaje se haga uso de algo que no lo es, o que, en cierta
forma, lo envolvería con otro orden que el que lo hace funcionar.
Creo que la solución de esas aparentes contradicciones que se manifiestan, en últimas, en el
discurso, en lo que se dice, ha de hallarse en una función que me resulta esencial despejar, por lo
menos, por el sesgo por donde voy a intentar inaugurarla hoy, despejarla, y muy especialmente
para nuestro propósito, puesto que la lógica del fantasma, a mi parecer, no podría de ninguna
manera articularse sin la referencia a aquello de lo que se trata. A saber, algo que, para por lo
menos anunciarlo, puntúo con el término de escritura.
Por supuesto, eso no quiere decir, sin embargo, que sea lo que ustedes conocen en las
connotaciones habituales de esa palabra. Pero si lo escogí es justamente porque debe haber
alguna relación con lo que hemos de enunciar.
Un punto justamente con el que habremos de jugar hoy incesantemente es éste: que no es lo
mismo después de que lo hayamos dicho, escribirlo, que escribir que se lo dice. Porque la
segunda operación, esencial para la función de la escritura, precisamente, en el ángulo, en el
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
sesgo en que hoy voy a mostrarles su importancia para lo que concierne a nuestras referencias
más ajustadas al tema de este año, ésta, digo, presenta en seguida y desde su abordaje
consecuencias paradójicas. En últimas, ¿por qué no, para despertarlos, volver a partir de lo que,
por un sesgo, ya presenté ante ustedes, sin que se pueda decir, creo yo, que me repito? Hace parte
suficiente de la naturaleza de las cosas que aquí se agitan el hecho de que emerjan en un cierto
ángulo, en cierto sesgo, bajo cierta arista que atraviesa la superficie en la que por el solo hecho
de hablar nos vemos forzados a sostenernos, que aparezcan en cierto momento, antes de que
adquieran verdaderamente su función. He aquí, pues, lo recuerdo, lo que un día escribí en el
tablero y que alguien, en últimas, que aquí está, bien podría hacerme el favor de escribir por mí
para que yo no resulte inmerso al nivel de sus respetadas cabezas.
¡Señora! Coja ese pedacito de tiza, haga un rectángulo, escriba… ¡No! hágalo bien grande,
casi del tamaño del tablero. ¡Así! Escriba: 1, 2, 3, 4, en la primera línea. ¡No! dentro del
cuadro… 1, 2, 3, 4, y escriba luego: el número entero más pequeño que no está escrito en este
tablero, debajo de 1, 2, 3, 4 [Risas1]. No, escriba la frase: “el número entero más pequeño que no
está escrito en este tablero”.
Esto habría podido presentarse de una forma diferente, a saber (en lugar de que me hagan el
favor que acaban de hacerme, y como yo le agradezco a la persona que amablemente escribió
esta frase que ven escrita), que yo habría podido, sin escribirlo, pedirles o hasta si quieren hacer
un personaje pequeño de cuya boca habría salido lo que en caricatura se llama una burbuja: “el
número entero más pequeño que no está escrito en este tablero”, en cuyo caso todos ustedes
habrían estado de acuerdo y yo no los habría contradicho de que es el número cinco. Es claro que
a partir del momento en que esta frase se escribe: “el número entero más pequeño que no está
escrito en este tablero”, el número cinco, estando por ese mismo hecho escrito allí, queda
excluido. No tienen más que buscar si el número entero más pequeño que no está escrito en el
tablero no sería por azar el número seis, y caerían en la misma dificultad, a saber, que a partir del
1 Se puede suponer que la persona escribió en el tablero la cifra 5 [S.].
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momento en que plantean la pregunta, el número seis, a título del número entero más pequeño
que no está escrito en este tablero, estaría allí escrito y así sucesivamente…
Ésta, como muchas paradojas, sólo interesa, por supuesto, para lo que queremos hacer con
ella. Lo que sigue es lo que les mostrará que tal vez no era inútil introducir la función de la
escritura por ese sesgo a través del cual ésta puede presentarles cierto enigma. Propiamente
hablando, se trata de un enigma, digamos, lógico. Y no es ésta una manera menos adecuada que
otra de mostrarles que, en todo caso, hay cierta estrecha relación entre el aparato de la escritura y
lo que puede llamarse la lógica. Esto merece también al comienzo ser recordado en el momento
en que (creo que la mayoría de quienes están aquí tienen de esto una noción suficiente, y también
para quienes no tuvieran ninguna, esto puede servirles como punto de enganche) recordar que,
seguramente, si hay algo que caracteriza los nuevos pasos, seguramente, seguramente nuevos…
(nuevos en el sentido en que están lejos de poder llegar a ser contenidos de ninguna manera, de
llegar a ser absorbidos en el marco de lo que se llamaba la lógica clásica o aún tradicional). Los
desarrollos nuevos, digo, de la lógica, están enteramente ligados a juegos de escritura.
Planteemos entonces una pregunta. Desde cuando hablo de la función del lenguaje, desde que
para articular lo que concierne al sujeto del inconsciente construí (debo decir que fue necesario
que lo hiciera piso por piso y ante una audiencia, ¡de la que lo menos que puede decirse es que al
escucharme se hacía de rogar!), que construí el grafo que está hecho para ordenar precisamente
lo que en la función de la palabra se define por ese campo, ese campo que necesita la estructura
del lenguaje, se trata precisamente de lo que se llama las vías del discurso o también lo que
llamé los desfiladeros del significante. En alguna parte en ese grafo está inscrita la letra A
mayúscula, a la derecha, en la línea inferior. (Si alguien puede borrar esto; yo podría rápidamente
volver a dibujar todo ese grafo para quienes no lo conocen). Esta pequeña A2 que en un sentido
se puede identificar con el lugar del Otro que así mismo es el lugar en que se produce todo lo que
puede llamarse enunciado en el más amplio sentido del término, es decir, que constituye lo que
llamé incidentalmente el tesoro del significante, el cual, en principio, no se limita a las palabras
del diccionario. Cuando, precisamente, correlativamente a la construcción de ese grafo, comencé
a hablar del chiste, tomando las cosas por el sesgo, lo cual tal vez resultó ser lo más sorprendente
y lo más difícil para mis oyentes de entonces, pero que era precisamente indispensable para
evitar toda confusión: el trazo nonsensical (no “insensato” sino cercano al juego que el inglés
2 Sic. [S.] [Ce petit A].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
define bastante bien, hace resonar el término nonsense) que hay en el chiste; de éste, en últimas,
para hacer escuchar la dimensión en cuestión que se trataba de despejar allí, mostré entonces su
similitud, por lo menos, al nivel de la recepción de la vibración timpánica, su similitud con lo
que fue para nosotros en un tiempo de adversidades el “mensaje personal”3. La vez pasada hice
una alusión al mensaje personal, es decir, a todo enunciado, en la medida en que se divide “non-
sensicalmente”, cuando recordé el célebre: Colourless green ideas…, etcétera. Entonces, el
conjunto de los enunciados, no digo de las proposiciones, hace igualmente parte de este universo
del discurso que está situado en A mayúscula.
El asunto que se plantea y que, propiamente hablando, es un asunto de estructura, aquel que
le da su sentido a lo que yo digo, que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, lo cual
es un pleonasmo en mi enunciación puesto que identifico estructura con ese “como un lenguaje”
en la estructura, precisamente, que voy a intentar hoy hacer funcionar ante ustedes:
¿Qué pasa con este universo del discurso en tanto implica ese juego del significante? En la
medida en que define esas dos dimensiones de la metáfora, por cuanto la cadena puede siempre
empalmarse4 con otra cadena por vía de la operación de sustitución en la medida en que, por otra
parte, significa por esencia ese deslizamiento que depende de que ningún significante pertenece
como tal a ninguna significación. Habiendo recordado esta condición movediza del universo del
discurso que permite que esta mar5 de variaciones de lo que constituye las significaciones, este
orden esencialmente movedizo y transitorio en el que, como lo dije en su momento, nada se
detiene6 más que a partir de la función de lo que llamé, en una forma metafórica, puntos de
basta. Se trata hoy de interrogar eso, ese universo del discurso, a partir de ese único axioma, y se
trata de saber qué puede especificar este axioma en este universo del discurso. Axioma que es el
que adelanté la última vez: que el significante, ese significante que hasta aquí hemos definido por
su función de representar a un sujeto para otro significante, ¿qué representa ese significante ante
él mismo por su repetición de unidad significante? Esto está definido por el axioma de que
ningún significante -así sea, y muy precisamente cuando es reducido a su forma mínima, aquel
que llamamos la letra- podría significarse a sí mismo.
3 Alusión a las emisiones de la BBC durante la Segunda Guerra Mundial. 4 Aquí Lacan deletrea luego la palabra a la que se refiere: e, n, t, e, r [injertar, acoplar]; ¿es para diferenciarla de su homónima hanter [frecuentar, atormentar, aparecerse]? [T.] 5 De nuevo Lacan deletrea la palabra: m, e, r [mar]; ¿es para diferenciarla de mère [madre]? [T.] 6 S'assure: se asegura, se fija, se cerciora [T.]
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¡No me planteen la objeción de que la costumbre matemática dice precisamente que cuando
en alguna parte, y no solamente, ustedes lo saben, en un ejercicio de álgebra, cuando en alguna
parte hemos planteado una letra A mayúscula, la retomamos luego como si fuera, en la segunda
ocasión en que hacemos uso de ella, siempre la misma! No será hoy cuando les haga un curso de
matemáticas. Sepan, sencillamente, que ninguna7 enunciación correcta de un uso cualquiera de
las letras, así sea precisamente, por ejemplo, en el uso de una cadena de Markov, que es el que
tenemos más cerca de nosotros hoy, requerirá que se enseñe (y esto es lo que el mismo Markov
hacía) la etapa, en cierta forma propedéutica, requerirá que se haga ver bien que hay sin salida,
que hay algo arbitrario, absolutamente injustificable en este uso por segunda vez de la A
mayúscula, de hecho enteramente aparente, para representar la primera A mayúscula como si
siempre fuera lo mismo. Es una dificultad que está en el principio del uso matemático de esta
pretendida identidad. Hoy no tenemos que vérnoslas expresamente con ésta puesto que no se
trata de matemáticas. Quiero sencillamente recordarles que el fundamento de que el significante
no está autorizado para significarse a sí mismo lo admiten los mismos que, para el caso, pueden
hacer de éste un uso contradictorio con ese principio, por lo menos, en apariencia. Sería fácil ver
por intermedio de qué resulta esto posible pero no tengo tiempo para extraviarme por ahí.
Quiero, sencillamente, y sin cansarlos ya más, proseguir mi intención, que es entonces la
siguiente: ¿CUÁL ES LA CONSECUENCIA EN ESTE UNIVERSO DEL DISCURSO, DE
ESE PRINCIPIO SEGÚN EL CUAL EL SIGNIFICANTE NO SABRÍA SIGNIFICARSE A SÍ
MISMO?
¿Qué especifica este axioma en este universo del discurso en tanto está constituido en últimas
por todo lo que puede decirse? ¿Cuál es el tipo de especificación? Y, ¿hace parte del universo del
discurso esta especificación que este axioma determina? Si no hace parte de éste, representa para
nosotros seguramente un problema. Lo que especifica, repito, el enunciado axiomático de que el
significante no sabría significarse a sí mismo, tendría como consecuencia especificar algo que
como tal ¡no estaría en el universo del discurso! Cuando precisamente acabamos de admitir en su
seno decir que engloba todo lo que puede decirse. ¿Nos hallaríamos ante un deducido que
significaría lo siguiente: que lo que de esta manera no puede hacer parte del universo del
discurso, no podría decirse de manera alguna? Y, por supuesto, es claro que ya que hablamos al
respecto de esto que les traigo, evidentemente no es para decirles que se trata de lo inefable,
7 Se habría esperado que fuera “toda”.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
temática sobre la que se sabe que por pura coherencia y sin por eso pertenecer a la escuela del
señor Wittgenstein8, yo considero como: que es vano hablar.
Antes de llegar a tal fórmula, de la cual ven bien que no les ahorro ni el relieve ni la sinsalida
que constituye, puesto que, en todo caso, habremos de volver allí (en verdad hago todo lo que
puedo para que las vías les queden abiertas en aquello que intento que me sigan), tengamos el
cuidado, primero, de poner a prueba lo siguiente: que… lo que especifica el axioma de que “el
significante no podría significarse a sí mismo” sigue siendo parte del universo del discurso.
¿Qué plantearemos entonces? Lo que está en cuestión: lo que especifica la relación que
enuncié bajo la forma de que “el significante no podría significarse a sí mismo”. Tomemos
arbitrariamente el uso de un pequeño signo que sirve en esta lógica que se funda en la escritura,
ese w en el que reconocerán ustedes la forma (tal vez esos juegos no sean puramente
accidentales), de mi punzón al que, en cierta forma, se le habría volteado el sombrero, que se
habría abierto como una cajita, y que sirve, ese w, para designar la exclusión en la lógica de los
conjuntos. En otras palabras, lo que designa el “o” latino que se expresa con un aut: el uno o el
otro. El significante en su representación repetida sólo funciona como funcionando la primera
vez o funcionando la segunda, entre el uno y el otro hay una hiancia radical, esto es lo que quiere
decir que el significante no podría significarse a sí mismo.
S w S
Suponemos, lo hemos dicho, que lo que determina este axioma como especificación en el
universo del discurso, y que vamos a designar con un significante B, un significante esencial,
notarán ustedes que lo podemos tomar por el hecho de que el axioma precisa que en una cierta
relación y desde una cierta relación no podría engendrar significación alguna. B es muy
precisamente ese significante que nada impide que se lo defina como el que marca, si puedo
decirlo, esta esterilidad, siendo el significante en sí mismo justamente caracterizado por el hecho
de que no hay nada obligatorio, que está lejos de engendrar alguna significación de primera
mano. Esto es lo que me da el derecho de simbolizar con el significante B ese rasgo de que la
relación del significante consigo mismo no engendra significación alguna.
Pero, para empezar, partamos de lo siguiente que, en últimas, parece imponerse bien, y es
que algo que estoy enunciándoles hace parte del universo del discurso. Veamos qué resulta de
8 Wittgenstein Ludwig, cfr. el final del Tractatus logico-philosophicus, 1921, Traducción de P. Klossowski, Gallimard, París, 1961.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
ahí. Por eso es que me sirvo momentáneamente (porque, en últimas, no me parece inapropiado),
de mi pequeño punzón para decir que B hace parte de A, que mantiene con él relaciones cuya
riqueza ciertamente tendré que poner en juego a todo lo largo de este año, y cuya complejidad les
indiqué la última vez, cuando descompuse ese pequeño signo de todas las maneras binarias como
puede hacérselo.
B ◊ A
Se trata entonces de saber si no hay alguna contradicción que resulte de ahí, a saber, si por el
hecho mismo de que hayamos escrito que el significante no podría significarse a sí mismo,
podremos escribir, no que ese B se significa a sí mismo sino que, al hacer parte del universo del
discurso, puede ser considerado como algo que, en el modo que caracteriza lo que hemos
llamado una especificación, puede escribirse B hace parte de sí mismo.
Queda claro que la pregunta se plantea: ¿B hace parte de él mismo? En otras palabras, lo que
arraiga la noción de especificación, a saber, lo que hemos aprendido a distinguir en diversas
variedades lógicas, quiero decir, que espero que haya aquí muchos que sepan que el
funcionamiento del conjunto no puede sobreponerse estrictamente al de la clase. Pero que,
igualmente, en el origen, todo esto debe arraigarse en ese principio de una especificación. Aquí
nos hallamos ante algo cuya similitud debe así mismo resonarles suficientemente en sus oídos
con lo que la última vez recordé, a saber, la paradoja de Russel. Porque en lo que enuncio, que
aquí, en los términos que nos interesan, la función de los conjuntos… (en la medida en que ésta
hace algo que yo no he hecho aún, puesto que no estoy aquí para introducirla sino para
mantenerlos en un campo que lógicamente está más acá), le introducía algo que, con ocasión de
este asunto, tenemos que intentar captar, a saber, lo que funda la puesta en juego del aparato
llamado teoría de conjuntos que hoy se presenta como absolutamente original, seguramente, para
todo enunciado, y para el cual la lógica no es más que lo que el simbolismo matemático puede
captar; esta función de los conjuntos será también el principio, y esto es lo que yo interrogo, de
todo fundamento de la lógica.
Si hay una lógica del fantasma, es justamente que es más principial respecto a toda lógica
que se vierta en los desfiladeros formalizadores en los que se ha revelado, ya lo dije, en la época
moderna, tan fecunda.
Intentemos, pues, ver qué quiere decir la paradoja de Russel cuando cubre algo que no está
lejos de lo que está ahí en el tablero. Promueve, sencillamente, como envolviendo enteramente,
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
ese hecho de un tipo de significante al cual toma además por una clase. ¡Extraño error…! Decir,
por ejemplo, que la palabra “obsoleta” representa una clase donde estaría comprendida ella
misma so pretexto de que la palabra “obsoleta” es obsoleta, es seguramente un pequeño truco de
manos que estrictamente no tiene otro interés que el de fundar como clase los significantes que
no se significan a sí mismos9. Cuando precisamente planteamos como axioma, aquí, que en
ningún caso el significante podría significarse a sí mismo y que hay que partir de ahí, es desde
ahí que hay que arreglárselas, así sea únicamente para darse cuenta de que hay que explicar de
otra manera la palabra “obsoleta” para que se la califique de obsoleta. Es absolutamente
indispensable hacer entrar allí lo que introduce la división del sujeto.
Pero dejemos “obsoleta” y partamos de la oposición que lleva a un Russel a marcar algo que
sería contradicción en la fórmula que se enunciaría así:
(B ◊ A / S w S)
de un subconjunto B cuyo estatuto sería imposible garantizar, a partir de lo siguiente: que
estaría especificado en otro conjunto A, por una característica tal que un elemento de A no se
contendría a sí mismo.
¿Hay algún subconjunto definido por esta proposición de la existencia de los elementos que
no se contienen a sí mismos?
Seguramente es fácil, en esta condición, mostrar la contradicción que existe en esto, puesto
que nos basta con tomar un elemento y que haría parte de B, como elemento de B, (y ∈ B), para
darnos cuenta de las consecuencias que se desprenden a partir del momento en que hacemos al
mismo tiempo, como tal que haga parte como elemento de A y que no sea elemento de sí mismo.
La contradicción se evidencia al poner B en lugar de y:
y al ver que la fórmula funciona por el hecho de que cada vez que hacemos que B sea
elemento de B, resulta, en razón de la solidaridad de la fórmula, que puesto que B hace parte de
A, no debe hacer parte de sí mismo. Si, por otra parte (habiendo puesto a B sustituido en el lugar
de esta y), si por otra parte, no hace parte de él mismo, satisfaciendo de esta manera el paréntesis
9 ¿Lapsus? Se esperaría que dijera “los significantes que se significan por sí mismos”.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
de derecha de la fórmula, hace entonces parte de sí mismo siendo uno de esos y que son
elementos de B.
Tal es la contradicción ante la cual nos pone la paradoja de Russel. Se trata de saber si en
nuestro registro podemos detenernos allí, corriendo el riesgo, de pasada, de darnos cuenta de lo
que significa la contradicción subrayada en la teoría de conjuntos, lo cual nos permitirá tal vez
decir de qué manera se especifica la teoría de conjuntos en la lógica, a saber, qué paso constituye
respecto a la que intentamos aquí instituir, más radical.
La contradicción de la que se trata en este nivel en donde se articula la paradoja de Russel
radica, precisamente, como nos lo ofrece el solo uso de las palabras, en lo siguiente: que yo lo
digo.
Porque si no lo digo, nada le impide a esta fórmula, más precisamente a la segunda, el
mantenerse como tal, escrita, y nada dice que su uso se detendrá ahí. Lo que aquí digo no es de
ninguna manera juego de palabras porque la teoría de conjuntos en cuanto tal no tiene más
soporte que lo que yo escribo10 como tal, que todo lo que pueda decirse sobre una diferencia
entre los elementos queda excluido del juego.
Escribir, manipular el juego literal que constituye la teoría de conjuntos consiste en escribir
como tal lo que aquí digo, a saber, que el primer conjunto puede estar formado al mismo tiempo
por la simpática persona que está hoy mecanografiando por primera vez mi discurso, por el vaho
que hay en este vidrio y por una idea que me pasa en este instante por la cabeza, que esto
constituye un conjunto por lo siguiente: que yo digo expresamente que no existe más diferencia
que la que está constituida por el hecho de que yo puedo aplicar sobre esos tres objetos que
acabo de nombrar, y que ven ustedes que son bastante heteróclitos, un trazo unario sobre cada
uno y nada más.
Ahí está, pues, lo que hace que, puesto que no nos hallamos al nivel de tal especificación,
puesto que lo que pongo en juego es el universo del discurso, mi pregunta no se encuentra con la
paradoja de Russel, a saber, que de ahí no se deduce ninguna sin salida, ninguna imposibilidad,
por lo siguiente: que B del que no sé, pero del que he empezado a suponer que pueda hacer parte
del universo del discurso, seguramente (aún cuando está hecho de la especificación de que el
significante no podría significarse a sí mismo), puede tener tal vez consigo mismo esa especie de
relación que escapa a la paradoja de Russel, a saber, demostrarnos algo que sería tal vez su
10 “que el que yo escriba” [Sizaret].
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propia dimensión y a propósito de lo cual veremos en qué estatuto hace o no parte del universo
del discurso.
En efecto, si me he tomado el cuidado de recordarles la existencia de la paradoja de Russel es
probablemente porque voy a poder hacer uso de ésta para que puedan palpar algo. Voy a
hacérselos palpar, primero, de la manera más simple y, luego, de una manera un tanto más
enriquecida. Voy a hacérselos palpar de la manera más simple porque desde hace un tiempo
estoy listo para todas las concesiones [risas]. ¿Lo que se quiere es que yo diga cosas simples?
Pues, bien, diré cosas simples. Ya están ustedes bastante formados gracias a mis cuidados para
saber que comprender no es una vía tan directa. Tal vez, aún si lo que yo les digo parece simple,
conserven ustedes, sin embargo, alguna desconfianza…
Un catálogo de catálogos. He ahí, en un primer abordaje, por qué se trata en efecto de
significante. ¿Por qué habríamos de sorprendernos de que no se contenga a sí mismo? Por
supuesto, puesto que esto es lo que parece que se nos exige al comienzo. No obstante, nada
impediría que el catálogo de todos los catálogos que no se contienen a sí mismos no se imprima
él mismo, ¡en su interior!; en verdad, nada lo impediría, ¡ni siquiera la contradicción que
deduciría de ahí Lord Russel!
Pero consideremos justamente esta posibilidad de que, para no contradecirse, no se inscriba
en sí mismo.
Tomemos el primer catálogo. Sólo hay cuatro catálogos, hasta ahí, que no se contienen a sí
mismos:
A B C D Supongamos que aparezca otro catálogo que no se contenga él mismo; lo agregamos: E.
¿Por qué sería inconcebible pensar que hay un primer catálogo que contiene A, B, C, D, un
segundo catálogo que contiene B, C, D, E, y no sorprendernos de que a cada cual le falte esta
letra que es justamente la que lo designaría a él mismo?
Pero a partir del momento en que engendran ustedes esta sucesión, bastará luego con que la
incluyan en el perímetro de un disco para darse cuenta de que no es porque a cada catálogo le
faltará uno, y hasta más, que el círculo de esos catálogos no hará algo que es precisamente lo que
responde al “catálogo de todos los catálogos que no se contienen a sí mismos”. Sencillamente, lo
que constituirá esta cadena tendrá la propiedad de ser un significante de más que se constituye
por el cierre de la cadena, un significante incontable y que, justamente, por ese hecho, podrá ser
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designado por un significante. Puesto que, al no estar en ninguna parte, no hay ningún
inconveniente para que un significante surja que lo designe como el significante de más, aquel
que no se capta en la cadena.
Tomo otro ejemplo. Los catálogos no están hechos, en principio, para catalogar catálogos.
Catalogan objetos que están ahí, a título de algo (donde la palabra “título” conserva toda su
importancia. Sería fácil adentrarse en esta vía para volver a abrir la dialéctica del catálogo de
todos los catálogos. Pero voy a tomar un camino más vivo puesto que se requiere que yo les deje
algunos ejercicios para su propia imaginación. El libro. Entramos con el libro aparentemente en
el universo del discurso. Sin embargo, en la medida en que el libro tiene ciertas referencias en las
que también él puede ser un libro que ha de cubrir cierta superficie, un registro de algunos
títulos, el libro comprenderá una bibliografía. Esto quiere decir algo que se presenta propiamente
para darnos una imagen de lo siguiente: de lo que resulta en la medida en que los catálogos viven
o no viven en el universo del discurso. Si yo hago el catálogo de todos los libros que contienen
una bibliografía, ¡naturalmente yo no estoy haciendo el catálogo de las bibliografías! No
obstante, al catalogar esos libros, en la medida en que en las bibliografías se remiten las unas a
las otras, puedo recubrir bastante bien el conjunto de todas las bibliografías.
Es justamente ahí que puede situarse el fantasma que, propiamente hablando, es el fantasma
poético por excelencia, el que obsesionaba a Mallarmé, el del Libro absoluto. A ese nivel es que,
al anudarse las cosas al nivel del uso, no de los puros significantes sino de los significantes
purificados, en la medida en que yo digo y que yo escribo que yo digo, que el significante está
aquí articulado como diferente de todo significado, veo entonces esbozarse la posibilidad de ese
Libro absoluto, cuya particularidad sería la de englobar toda la cadena significante
particularmente por lo siguiente: porque no puede ya significar nada.
En esto hay, pues, algo que resulta como fundado en la existencia a nivel del universo del
discurso, pero esta existencia vamos a suspenderla de la lógica propia que puede constituir la del
fantasma puesto que, así mismo, es la única que puede decirnos de qué manera esta región cuelga
del universo del discurso. Seguramente, no quita que entre allí, pero por otra parte, es muy cierto
que se especifica allí no por esta purificación de la que hablé hace poco, puesto que la
purificación no es posible por lo que es esencial al universo del discurso, a saber, la
significación. Y podría hablarles todavía cuatro horas más de ese Libro absoluto y seguiría
siendo cierto que todo lo que digo tiene un sentido.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Lo que caracteriza la estructura de esa B (en la medida en que no sabemos dónde situarla en
el universo del discurso, adentro o afuera), es muy precisamente ese rasgo que hace poco les
anuncié al hacerles el círculo, únicamente con ese A B C D E en la medida en que,
sencillamente, al cerrar la cadena resulta que cada grupo de cuatro puede, fácilmente, dejar por
fuera de sí el significante extranjero que puede servir para designar al grupo, por la sencilla razón
de que no está allí representado y que, sin embargo, la cadena total resultará constituir el
conjunto de todos esos significantes, haciendo surgir esta unidad de más, incontable como tal,
que es esencial para toda una serie de estructuras que son, precisamente, aquellas sobre las cuales
fundé desde el año 1960 toda mi operatoria de la identificación. Es decir, lo que encontrarán
ustedes, por ejemplo, en la estructura del toro: siendo muy evidente que al dar en el toro un cierto
número de vueltas, al hacer operar una serie de giros completos en un corte, y haciendo la
cantidad que quieran (por supuesto, entre más haya más satisfactorio será pero más oscuro
también), basta con hacer dos para que, al mismo tiempo, se les aparezca ese tercero que es
necesario para que esos dos se cierren y, si puedo decirlo, para que la línea se muerda la cola.
Esa tercera vuelta, garantizada por el cierre en torno al hueco central, será aquella por la que
resultará imposible no pasar para que los dos primeros bucles se traslapen.
Si no hago hoy el dibujo en el tablero es porque, en verdad, al decirlo digo lo suficiente para
que me entiendan, y también bastante poco como para que les muestre que hay por lo menos dos
caminos, en el origen, por los cuales puede efectuarse esto, y que el resultado no es para nada el
mismo en cuanto al surgimiento de este Uno de más del que les estoy hablando.
Esta indicación sencillamente sugerente no contiene nada que agote la riqueza que nos ofrece
el mínimo estudio topológico.
Hoy se trata de indicar únicamente que lo específico de ese mundo11 de la escritura es
justamente el distinguirse del discurso por el hecho de que puede cerrarse, y al cerrarse sobre sí
mismo, justamente de ahí surgirá esa posibilidad de un “uno” que tiene un estatuto muy diferente
a aquel del Uno que unifica y engloba. Pero este uno, que ya por el simple cierre (sin que sea
necesario entrar en el estatuto de la repetición que, sin embargo, le está estrechamente
vinculado), sólo por su cierre hace surgir lo que tiene estatuto de Uno de más en la medida en
que sólo se sostiene de la escritura, y que, sin embargo, está abierto, en su posibilidad, al
universo del discurso; puesto que basta, como ya lo hice notar, con que yo ESCRIBA (pero es
11 O “modo” que se esperaría más. [S.].
27
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
necesario que esta escritura tenga lugar), lo que DIGO de la exclusión de este uno, basta esto
para engendrar este otro plano que es aquel donde se desarrolla, propiamente hablando, toda la
función de la lógica. La cosa nos queda indicada suficientemente por la estimulación que recibió
la lógica al someterse al solo juego de la escritura, salvo porque le falta siempre recordar que
esto sólo reposa en la función de una FALTA [manque] en lo escrito mismo y que constituye el
estatuto como tal de la función de la escritura.
Hoy les digo cosas simples y es posible que esto mismo haga que este discurso les parezca
decepcionante. Sin embargo, se equivocarían si no ven que esto se inserta en un registro de
preguntas que le dan, a partir de entonces, a la función de la escritura, algo que no podría menos
que repercutir hasta lo más profundo de toda concepción posible de la estructura, porque si la
escritura de la que hablo sólo se soporta en el retorno, sobre sí mismo cerrado, de un corte (tal
como lo ilustré con la función del toro), henos aquí llevados a lo que los estudios precisamente
más fundamentales vinculados con el progreso de la analítica matemática, nos han llevado, valga
decir, hasta a aislar su función de borde.
Ahora bien, a partir del momento en que hablamos de borde, no hay nada que pueda
hacernos sustantificar esta función, en la medida en que aquí deducirán ustedes indebidamente
que esta función de la escritura consiste en limitar eso movedizo de lo que les hablé hace poco
como lo movedizo de nuestros pensamientos o del universo del discurso. ¡Muy lejos de ahí! Si
hay algo que se estructure como borde, lo que él mismo limita está en la posibilidad de entrar, a
su vez, en la función bordeante. Y es justamente con eso con lo que hemos de vérnoslas.
O bien, entonces, y ésta es la otra cara sobre la cual entiendo terminar, se trata de recordar lo
que desde siempre se conoce de esta función del trazo unario.
Terminaré evocando el versículo veintiséis de un libro al que ya me he referido en un tiempo,
para comenzar a hacer escuchar lo que concierne a la función del significante. El libro de
Daniel12 (y respecto a una historia de pantalón de zuavo que allí se designa con una palabra que
12 Daniel, V-25. Esta parte del texto del libro de Daniel desde el capítulo 2-4 hasta el final del capítulo 8 está redactada en arameo, el resto está en hebreo. “Bajo estas misteriosas palabras están los nombres de tres pesos o monedas orientales, una mina, un teqel, una media mina (parás). Y los términos se prestarían a la serie de juegos de palabras de los versículos 26-28 ya que mené sugiere el verbo maná (medir), teqel el verbo iaqal (pesar), y parás, a la vez, el verbo parás (dividir) y el nombre de los persas. Sobre el sentido del párrafo no hay unanimidad: alusión al valor decreciente de los tres imperios que se suceden (babilonios, “medos” y persas) o de los tres reyes: Nabucodonosor, Evil Merodak y Baltasar (o también Nabucodonosor, Baltasar y los reyes de los “medos” y “persas”), o es un adagio antiguo cuyo sentido se nos escapa”. Tomado de La Biblia de Jerusalén, página 1284.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
sigue siendo lo que se llama un hapax y que es imposible de traducir, a menos que se trate de los
chanclos que llevaban los personajes en cuestión).
En el libro de Daniel encuentran ustedes ya la teoría, que es la que les expongo, del sujeto, y
precisamente surgiendo en el límite de este universo del discurso. Es la famosa historia del festín
dramático, del cual de hecho ya no volvemos a hallar la mínima huella en los anales ¡pero poco
importa!
Mené, mené, pues es así como se expresa el versículo 26, Mené, Mené, Teqel, Parsín, lo cual
a menudo se transcribe con el famoso Mené, Teqel, Parás. No me parece vano que nos demos
cuenta de que Mené, Mené, que quiere decir “contado”13, tal como lo subraya Daniel al
interpretarlo para el turbado príncipe, se expresa dos veces como para mostrar la repetición más
simple de lo que constituye el conteo. Basta con contar hasta dos para que todo lo que concierne
a este Uno de más (que es la verdadera raíz de la función de la repetición en Freud), se ejerza y
quede marcada por esto, salvo porque contrariamente a lo que se encuentra en la teoría de
conjuntos, no se lo DICE.
No se dice esto: que lo que la repetición busca es repetir. Es, precisamente, lo que escapa por
el hecho de la función misma de la marca, en la medida en que la marca es original en la función
de la repetición. Es por eso que la repetición se ejerce por esto, porque se repite la marca, pero
que para que la marca provoque la repetición buscada es necesario que, sobre lo que se buscaba
de lo que la marca marca la primera vez, esta marca misma se borre en el nivel de lo que ella
marcó; y que ahí se explica por qué lo que en la repetición es buscado, por su naturaleza, se
escabulle, deja perderse el hecho de que la marca no podría duplicarse sino borrándose sobre lo
que ha de repetirse, la marca primera, es decir, al dejarla escapar fuera de alcance.
Mené, Mené… En lo que es vuelto a hallar, algo está falto de peso: Teqel. El profeta Daniel
lo interpreta, lo interpreta al decirle al príncipe que, en efecto, él fue pesado pero que algo falta
allí, lo cual se dice Parsín. Esa falta radical, esa falta primera que se desprende de la función
misma de lo contado en cuanto tal, este uno-de-más que no se puede contar, es lo que constituye
propiamente esa falta-ahí a la que hemos de darle su función lógica para que ésta garantice
aquello de lo que se trata en el Parás terminal, aquel que precisamente hace estallar lo que
13 V-26: “Mené: Dios ha medido tu reino y le ha puesto fin.” Así pues, es “contado” en el sentido de “tener los días contados” Ibid. [T.].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
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concierne al universo del discurso, de la burbuja, del imperio en cuestión, de la suficiencia de lo
que se cierra en la imagen del Todo imaginario.
He ahí exactamente por qué vía tiene lugar el efecto de la entrada de lo que estructura el
discurso en el punto más radical que es, seguramente, como lo he dicho siempre y lo he
acentuado hasta llegar a emplear allí las más vulgares imágenes, la letra en cuestión, pero la letra
en tanto que está excluida, en tanto que falta.
Está bien que, igualmente (puesto que hoy vuelvo a irrumpir en esta tradición judía sobre la
cual, a decir verdad, había preparado tantas cosas y hasta llegué a engancharme en un pequeño
ejercicio de aprendizaje de lectura masorética, trabajo éste con el que quedé, en cierta forma,
envainado por el hecho de que no pude desarrollarles la temática que tenía la intención de
desarrollar en torno al Nombre del Padre), que también de todo esto quede algo y,
particularmente, que a nivel de la historia de la Creación, Berechit Bara Elohim comienza el
Libro, es decir, con una beta. Y se dice que esta misma letra que hemos empleado hoy, la A, en
otras palabras a, el aleph, no estaba, en el origen, entre aquellas de donde surgió toda la
Creación.
Esto nos indica, pero en una manera, en cierta forma, replegada sobre sí misma, que es en la
medida en que una de esas letras está ausente que las demás funcionan, pero que sin duda es en
su falta misma donde reside toda la fecundidad de la operación.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo
ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
Lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
LECCIÓN 3
30 de noviembre de 1966
Hoy van a escuchar un trabajo, un informe de Jacques-Alain Miller. Esto –que les advertí
la última vez, tal vez un tanto tarde puesto que parte de la asamblea ya se había dispersado
cuando lo anuncié– señala que deseo que siga teniendo fundamento ese curioso nombre de
seminario que le fue dado a mi enseñanza desde Sainte-Anne, en donde, como saben, tuvo lugar
durante diez años.
Al principio hablé únicamente de los dos años precedentes aquí. Ustedes saben, con gran
desagrado para algunos, que quise que ese seminario tuviese lugar de manera efectiva, creyendo
que esta efectividad debía estar relacionada con cierta reducción de esta audiencia tan numerosa
y tan simpática que me ofrecen ustedes con su asiduidad y su atención. Y, por Dios, tanta
asiduidad, tanta atención merecen consideraciones, las cuales hicieron que la reducción de la
audiencia necesitase de una elección bastante difícil, de tal manera que al final su número, si
acaso llegó a reducirse un poco no fue tanto como para que, desde el punto de vista de la
cantidad –que juega un papel tan importante en la comunicación–, las cosas hubiesen cambiado
de escala, propiamente hablando. No fue el caso. Y esto me hizo dejar pendiente este año la
solución de ese difícil problema, es decir, que hasta nueva orden y sin adentrarme más en esto,
no cierro de ninguna manera esos miércoles, ya sean terminales, semiterminales o demás.
Desearía solamente que se mantuviera el nombre de seminario y de una manera más
marcada de lo que fue al final en Sainte-Anne, donde, por supuesto, aún en los últimos años hubo
reuniones donde yo delegaba la palabra en tal o cual de quienes me seguían entonces. No
obstante, queda algo que tiende esta apelación de seminario entre el uso propio de una categoría,
-un lugar donde algo ha de intercambiarse, donde la transmisión, la diseminación de una doctrina
ha de manifestarse como tal, es decir, en vías de ser comunicado-, queda una ambigüedad entre
este uso propio de la categoría y no sé qué otro uso, no propiamente hablando del nombre
“propio” (porque toda la discusión del nombre propio podría adelantarse al respecto), digamos de
una nominación por excelencia, nominación que llegaría a ser una nominación por ironía.
Entonces, creo que para señalar claramente que ese no es el estado de cosas en que entiendo
Lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
estabilizarse el uso de esta apelación, verán periódicamente intervenir un cierto número de es…
[d'es…] personas que manifestarán allí… que se manifestarán dispuestos a ello.
Jacques-Alain Miller tiene, seguramente, para inaugurar la serie, su mérito, puesto que les
entregó este índice en mi libro (índice razonado de conceptos) que, según todo lo que oigo, fue
muy bien recibido por muchos que hallan gran ventaja en ese hilo de Ariadna que les permite
pasearse a través de esta sucesión, en efecto, de artículos en donde tal noción, en donde tal
concepto (así como se emplea el término con toda la razón) se vuelve a hallar a diversos niveles.
Pequeño detalle que señalo para responder a una pregunta que me fue planteada por alguien: que
en este índice las cifras en itálica señalan los pasajes esenciales y que las cifras rectas o
“romanas”, como se dice, señalan pasajes en donde la noción o el concepto se usa de una manera
más “de pasada” (ocurre que, en la página que se les designa de esta manera, lo referido esté
simplemente como una indicación en una línea en la página). Ello dice del cuidado con el que
fue construido este aparatito tan utilizable.
Bueno, a propósito, me anuncian que el libro está, como se dice en ese franglés que, en lo
que me concierne, no repudio, out of print, lo cual quiere decir “agotado”. Me parece que “out of
print” es más amable; “agotado”… [risas] se pregunta uno qué le pasó. Espero que este out of
print no dure demasiado. Esto es lo que se llama un éxito ¿ah?, pero un éxito de venta, no
prejuzguemos sobre el otro éxito. Todo está por esperarse y, en últimas, esto es lo que deja
abierta su pregunta puesto que han podido notar que se trata de un libro que no me di mucha
prisa en poner en circulación.
Entonces, si tanto me demoré en hacerlo, puede plantearse la pregunta de por qué ahora.
¿Qué espero de eso? Queda muy claro que la respuesta que les sirva no era menos válida hace un
año o dos o aún antes. La pregunta no es, pues, sencilla. Tiene que ver con todo lo que concierne
a mis relaciones con algo que cumple ahí la función de base, a saber, el psicoanálisis en su forma
encarnada -diríamos rápido-, o aún sujetada, en otras palabras, con los psicoanalistas mismos.
Cierto es que hubo allí muchos elementos que me parecieron motivar que lo que yo intentaba
construir estaba quedando en un campo reservado que, en cierta forma, permitió la selección que
se hizo de quienes tenían a bien decidirse a reconocer las consecuencias que tenía el estudio de
Freud sobre su práctica.
Finalmente las cosas nunca pasan de la manera como uno las calcula, en esos difíciles
temas en que la resistencia no está localizada propiamente hablando en lo que hay que designar
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Lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
en el estrecho sentido de ese término en la praxis analítica, pero en donde tiene otra forma en que
el contexto social no deja de tener alcance. Esto es lo que hace que me resulte tan delicado
explicarme ante una tan vasta audiencia.
Por eso es que todo lo que se refiere a lo que yo llamaría las relaciones exteriores de mi
enseñanza (porque no contemplo de otra manera todo lo que se manifiesta en términos de
algarabía y de barullo en torno a un cierto número de mis términos, a los cuales no me veo de
buena gana asociado y entre los cuales el de estructuralismo, que actualmente goza de una cierta
fama, no es el que menos me inspira esta desconfianza), sin embargo, también ahí no es (salvo
que me vea forzado por cierta incidencia de lo que llamaba yo hace poco el éxito del libro), en
eso no me encuentro dispuesto en absoluto a perder tiempo aquí, quitándole ese tiempo medido
en que ven ustedes, en que debe ustedes sentir más o menos, por su experiencia en estos últimos
años, que no tengo tiempo para perder si quiero enunciar ante ustedes las cosas a nivel de la
construcción que me han visto inaugurar en su estilo por mi último seminario y los puntos donde
he supuesto establecer la articulación de esta lógica que he de desarrollar ante ustedes este año.
Entonces, y como sin embargo este libro existe, lo cual conlleva los primeros movimientos
que vendrán seguidos de otros y que, en últimas, los dos o tres puntos que acabo de hacer surgir
así, como principales, pero hay otros, corren el riesgo de quedar para ustedes en el aire, creo, a
este respecto, tener que advertirles que podrán hallar, a mi fe, la explicación (por lo menos una
explicación suficiente tal que les permita responder al menos a una parte de esas preguntas que
para ustedes pueden quedar en el aire), en dos tipos de entrevistas, como se dice, o de interviews
también, que serán publicadas creo, si mi información es buena, esta semana en lugares, por
Dios, que nada tienen de tumulto, que respectivamente se llaman Figaro Littéraire y Lettres
Françaises, donde tal vez podrán saber un poco más sobre estos puntos. Además, como cada vez
que tengo uno de esos modos de relaciones exteriores no puedo dejar de incluir allí un poquito
de lo que está en curso, es posible que hallen por aquí o por allá algo que se relaciona con
nuestro discurso de este año.
Evidentemente tengo cierto escrúpulo, por ejemplo, tal como sucedió la última vez cuando
les hablé de la repetición del trazo unario, y como situándose, instaurándose fundamentalmente
a partir de esta repetición (de la cual puede decirse que sólo sucede una vez, y esto significa que
está duplicada; si no, no habría repetición), lo cual de entrada, en últimas, para quien quiera
detenerse un poquito ahí, instaura en su fundamento más radical la división del sujeto. No puedo
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Lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
no tener un cierto escrúpulo al haberlo enunciado ante ustedes la última vez casi de pasada,
cuando en ese congreso que tuvo lugar en John Hopkins, como lo saben algunos de ustedes, en el
mes de octubre, lo machaqué durante casi tres cuartos de hora. Tal vez sea que me fío más de
ustedes que de mis oyentes de entonces. Ciertos ecos que recibí desde entonces, me han
mostrado que la oreja estructuralista, para retomar el término de hace poco, pues bien, por Dios,
la oreja estructuralista, independientemente de quiénes sean sus partidarios de ese momento, era
capaz de mostrarse un tanto más sorda [risas].
Hay otros dos lugares más inesperados aún, donde verían tal vez…
En la sala– “¡No se oye!”.
Jacques Lacan– ¿Qué? ¿Qué es lo que no se oye? ¿Hace cuánto tiempo que no oyen nada?
[risas].
Bueno, entonces, en lugares aún menos esperados podrán tal vez hallar, sobre esos
diferentes temas, hasta esas pequeñas indicaciones, esbozos, por Dios, que nunca llegan
demasiado pronto, sobre ciertos temas que tendré que desarrollar en lo que sigue, y, por ejemplo,
al pasar sobre la función de lo preconsciente, cosa curiosa, del cual me parece que desde hace un
buen tiempo, es decir, desde que se lo mezcla todo, creyendo mantenerlo diferenciado, nadie se
ocupa, en últimas, no mucho de las funciones que Freud le reservaba. Lo incluí de paso, si me
acuerdo bien, en una de esas entrevistas, ya no me acuerdo cuál, a la cual entonces conviene
agregarle las otras dos, inesperadas, pienso, para ustedes, que son entrevistas en la O.R.T.F.
Habrá una el próximo miércoles a las 10:45. Me aseguraron que es de las que se llama “una hora
de gran escucha” [un horario de gran audiencia] [Risas]. Pienso que no lo es para todos los que
me escuchan aquí a esta hora, precisamente porque creo que a esa hora “de gran escucha” están
en el hospital. Bueno, de malas. Se las arreglarán como puedan, y espero, en últimas, poder
facilitar ese texto si, por supuesto, la radio se sirve autorizármelo. Habrá otra el lunes (pueden
ver que tienen prisa). En cuanto a la primera, es Georges Charbonnier1 quien tuvo a bien, no
diría yo, recogerla, sino darme el lugar. Y la segunda es gracias al señor Sipriot2, que podrán
tener ustedes algo más vivo que en la primera, puesto que se tratará de un diálogo con la persona
1 Entrevista radial del 2 de diciembre de 1966 durante el programa de Georges Charbonnier Sciences et Techniques. Publicada en la revista Recherches no. 3/4, 1967, págs. 5 a 9. 2 Nombre incierto [S.].
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Lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
más calificada para sostenerlo, me refiero a François Wahl, que está aquí y quien quiso
entregarse conmigo a este ejercicio.3
Entonces, ahora… [en la sala: “¿a qué hora?”] Pues, bueno, por lo que parece es a las…
no lo juraría, pero parece que es a partir de las seis y cuarto. Sólo que no se habla únicamente de
mi libro y no puedo decirles muy precisamente en qué momento aparecerá entre las seis y cuarto
y las siete, pues a cada cual le corresponde su cuarto de hora… ¿Entonces qué…? ¿Queda una
pregunta? Es una “hora de alta escucha” [risas] que, por lo general, viene “acompañada de…”.
Bueno, veremos luego en qué acaba todo eso.
Y ahora le doy la palabra a Jacques-Alain Miller [La sala: ¡oh!].
Voy, sin embargo, a informarles de algo muy divertido que me trajo un fiel; es un pequeño
informe que hizo una especie de revista especializada, relacionada creo, tanto con las máquinas
IBM como con lo que se hace con eso en un nivel experimental en el Massachussets Institute of
Technology (M.I.T. como se dice habitualmente), y que nos habla del uso de una de esas
máquinas de alto rango, como se acostumbra ahora, a la cual se le dio, no por nada ciertamente,
el nombre de Elisa; por lo menos se llama Elisa para el uso que se hace de esta máquina que voy
a decirles… Elisa es, como saben ustedes, la persona que en una pieza bastante conocida,
Pigmalión4, la persona a quien se le enseña a hablar bien; ha de ser una vendedora de ramos de
flores en una de las más comunes calles de Londres, y se trata de formarla para que pueda
expresarse en la mejor sociedad, cuando se dan cuenta de que ella no hace, de ninguna manera,
parte de eso. Es algo así lo que surge con la maquinita. A decir verdad, no es exactamente de eso
de lo que se trata, de que una máquina sea capaz de dar respuestas articuladas simplemente
cuando se le habla, no digo cuando se la interroga. Es algo que resulta ser ahora un juego y que
cuestiona lo que puede producirse si se obtienen esas respuestas en aquel que le habla. A mi fe la
cosa no está enteramente articulada de una manera que satisfaga completamente el que una
situación en efecto tan utilizable por nosotros, que nos da una referencia tan interesante en el
discurso que aquí se prosigue… no está enunciada propiamente hablando de una manera que nos
satisfaga enteramente, en otras palabras, que tenga en cuenta el marco en que podríamos
insertarla. No obstante, es bastante interesante porque ahí está sugerido algo que podría
3 “Entrevista otorgada por Jacques Lacan a François Wahl con ocasión de la publicación de sus Escritos”, programa radial del 8 de febrero de 1967. Publicado por Le Bulletin de l’Association freudienne no. 3, págs. 6-7, mayo de 1983. 4 Shaw George Bernard, Pygmalion, 1913.
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Lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
considerarse como de una función terapéutica de la máquina y, en últimas, es nada menos que el
análogo de una especie de transferencia que podría producirse en esta relación en la que aparece
este asunto.
La cosa no me disgustó. Quisiera sencillamente al respecto… porque igualmente no deja
de tener relación con todo lo que dejo abierto respecto a la manera como, en últimas, tengo que
manejar la difusión de lo que se llama mi enseñanza, podría yo decir que lo que hallarán ustedes
como manejo de una primera cadena simbólica… destinada en su tiempo, por mí, a dar la noción
en la que debían concurrir los psicoanalistas… la noción a la que convenía que sus mentes se
acomodaran para centrarse de manera conveniente sobre lo que Freud llama rememoración, para
darles una especie de modelo sugestivo de eso en la construcción de esta cadena simbólica y del
tipo de memoria de ésta, incontestablemente consistente y hasta insistente, memoria que está
articulada en lo que llega ahora en ese libro, en el segundo, digamos, capítulo o tiempo, es decir,
en la posición invertida en la que la Introducción a «La carta robada», que precede está fijada en
ese libro, es decir, justo después de La carta robada. Recuerdo a quienes me escuchaban
entonces, que esta construcción, como todas las demás, fue hecha ante ellos y para ellos, paso a
paso, y que partí, muy precisamente, primero, de un examen a partir de un texto de Poe, de la
manera como trabaja la mente sobre ese tema: ¿se puede ganar en el juego de par o impar?; y que
mi segundo paso fue el siguiente: imaginar una máquina precisamente de esta naturaleza, y lo
que, en efecto, se produce hoy, no difiere en nada de lo que había articulado entonces.
Sencillamente, la máquina es supuesta por el sujeto como provista de una programación tal que
tenga en cuenta ganancias y pérdidas. Quiere decir que a partir del hecho de que el sujeto la
interrogue (a dicha máquina) jugando con ella al juego de par o impar, a partir de esta sola
suposición de que por lo menos durante un cierto número de lances ella conserva en la memoria
sus ganancias y sus pérdidas, se puede construir esta serie de + + – + –… que englobados,
reunidos en un paréntesis de una longitud tipo y que se desplaza un paso cada vez, nos permite
establecer ese trayecto que construí y sobre el cual fundo ese primer tipo, el más elemental de
modelo… (No necesitamos considerar la memoria en el registro de la impresión fisiológica sino
solamente como memorial simbólico)…
Es a partir de un juego hipotético con lo que tal vez aún no estaba en la capacidad de
funcionar entonces a ese nivel pero que, sin embargo, existía como tal, como máquina
electrónica, es decir, también como algo que puede escribirse en el papel (es la definición
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Lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
moderna de la machine). Es a partir de ahí y, por lo tanto, mucho antes de que eso llegara a ser
preocupación actual de los ingenieros que se consagran a tales aparatos, lo saben ustedes,
siempre en progreso puesto que de eso se espera nada menos que la traducción automática, es a
partir de ahí que hace 15 años construí un primer modelo para uso propio de los psicoanalistas
con el fin de producir en sus mens, mind, esta especie de desapego necesario de la idea de que el
funcionamiento del significante es forzosamente la flor de la conciencia, lo cual había que
introducir, en ese momento, con un paso que no tuviese precedente alguno.
Su turno…
Jacques-Alain Miller – Para Kant, lo impensable en el sistema de Spinoza se resume en la
proposición siguiente: “El spinozismo habla de pensamientos que se piensan a sí mismos”. Que
haya pensamientos que se piensan a sí mismos es algo a lo que, digamos, el descubrimiento de
Freud nos ha convocado a aceptar y a escuchar. Que haya pensamientos que se piensan a sí
mismos recibe en Fichte el nombre de “postulado de la sinrazón”. Sin duda, se trata de una
expresión que debe llamar nuestra atención por el hecho de que marca sin equívoco el límite de
la filosofía de la subjetividad en su imposibilidad para concebir nada de un pensamiento que no
sea el acto de un sujeto.
Al contrario, articular las leyes del pensamiento que se piensa él mismo requiere de
nosotros que constituyamos categorías incompatibles, radicalmente, con las del pensamiento
“pensado por el sujeto”. Por eso, nos ayudaremos aquí con lo que fue elaborado en un campo de
la ciencia donde desde el comienzo se trataba de los pensamientos que se piensan a sí mismos:
que se articulan en ausencia de un sujeto que los anime. Ese campo de la ciencia es la lógica
matemática. Digamos, que debemos plantear la lógica matemática como lógica pura para el
juego teórico en donde se reflejan las leyes del pensamiento que se piensa él mismo por fuera de
la subjetividad del sujeto.
Pero ha de notarse que la constitución del campo de la lógica matemática se hizo por la
exclusión progresivamente garantizada de la dimensión psicológica, en donde antes parecía
posible derivar la génesis de los elementos de las categorías específicamente lógicas.
Recordemos que, para nosotros, la exclusión de la psicología nos deja libres para seguir, en
ese campo, las huellas donde se marca lo que hay que llamar el pasaje del sujeto, en una
definición que nada le debe a la filosofía del cogito por el hecho de que ésta relaciona el
concepto del sujeto no con su subjetividad sino con su sujetamiento.
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¿En qué sentido resulta la lógica matemática propia para nuestra lectura? Pues, bien, en el
hecho de que la autonomía y la suficiencia que se esfuerza en garantizar para su simbolismo,
hacen tanto más manifiestas las articulaciones en donde tropieza la marca de su funcionamiento.
Entonces, muy sencillamente, es en la medida en que articulan sin saberlo la sugerencia de la
subjetividad del sujeto que las leyes de la lógica matemática pueden interesarnos aquí.
He aquí, pues, en qué me autorizo para traer del origen de la lógica matemática una
expresión cuyo uso ha abandonado desde hace mucho tiempo. Para proponerles esta expresión
como mi tema, voy a intentar hablar un poco, parcialmente, de las “ecuaciones del pensamiento”.
Para volver a encontrar esta expresión debemos llevar nuestra lectura más allá del aparato
formalizado de la lógica moderna. Para volverla a hallar exactamente en el primer fundador de la
lógica matemática –Frege es solamente el segundo en esta lógica–, remontémonos al
descubrimiento de Georges Boole de que el álgebra puede formular relaciones lógicas. El
descubrimiento es propiamente teórico. Porque la formalización algebraica se libera del campo
de los números que ya no conciernen, entonces, más que a una de sus especificaciones, libera la
formalización matemática para enunciar que la simbolización propiamente dicha no depende de
la interpretación de los símbolos sino únicamente de las leyes de su combinación.
Por ahí, Boole se esfuerza por establecer que las leyes del pensamiento están sometidas a
una matemática, de la misma manera que las concepciones cuantitativas del espacio y del
tiempo, del número y de la magnitud.
Sin embargo, si la lógica reconoce en efecto el primer libro de Boole, Análisis matemático
de la lógica5, como el acontecimiento inaugural de su historia, el segundo libro de Boole,
Investigación de las leyes del pensamiento6, ya no tiene lugar alguno en la memoria de la ciencia
lógica. Para regresar a lo que la lógica abandona de su historia, Boole nos hará conocer lo que la
lógica desconoce de las condiciones de su ejercicio, revelándonos de esa misma manera algunas
de las leyes de la lógica que operan en esos lugares, lógica que, lo saben ustedes, se eleva por
sobre la lógica lógica. De esta lógica, lógica del significante, Jean-Claude Milner y yo mismo,
tuvimos la oportunidad de presentar algunos elementos7 respecto a El sofista de Platón y a los
5 Boole George, Mathematical analysis of logic, 1848, en parte traducido [al francés] en Analyse et logique, París, Albert Blanchard, 1962. 6 Boole George, An investigation into the laws of thought, on which are founded the mathematical theories of logic and probabilities, 1854. 7 Miller Jacques-Alain, “La suture”, en Cahiers pour l’analyse, no. 1, enero de 1966. Milner Jean-Claude, “Le point du signifiant”, en Cahiers pour l’analyse, no. 3, mayo de 1966.
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cuentos de los Grundlagen.8 Si continúo hoy con la presentación es, sin duda, porque el tema de
las lecciones de este año del Doctor Lacan se prestan para ello, y también porque nuestra
construcción formal ha resultado ser bastante manejable para el psicoanalista como para ser
interpretada libremente en el campo freudiano. Que tal interpretación sea posible justifica
eminentemente la constitución de nuestro simbolismo y la presentación que hemos hecho de ésta
como de un cálculo del sujeto.
Pasemos a la doctrina de Boole para decir enseguida que él no innova, puesto que piensa el
lenguaje como el producto y el instrumento del pensamiento, y porque supone el signo como una
marca arbitraria, es decir, que la significación se produce por la vinculación de una palabra con
una idea, o bien de una palabra y una cosa. Saben ustedes que esas dos posibilidades no son, en
absoluto, equivalentes. Para Boole son equivalentes, lo que quiere decir que la comunicación es
garantizada únicamente por la permanencia de una asociación. Ahí sólo encontramos lo muy
clásico, no hay nada ahí que exceda la doctrina lockeana del lenguaje.
Pero vayamos a la proposición que funda la tentativa de Boole. Todas las operaciones del
lenguaje como instrumento del razonamiento pueden ser llevadas a un sistema de signos, pero lo
que especifica el signo del que hace uso el álgebra de la lógica es que puede no ser más que una
letra o una simple marca, y esto está autorizado por la teoría de lo arbitrario del signo, pero es la
primera vez que se hace uso propiamente de un signo.
Ahora hay que aprender, y esto puede hacerse bastante rápido, de manera elemental, el
simbolismo de Boole. Digamos que hay tres categorías de signos que hay que instalar.
– primo, las letras simbólicas cuya función es la de representar las cosas como objetos de
nuestras concepciones, que marcan las cosas como objetos de representación;
– secundo, están los signos de operación, el más, el menos, el multiplicado por, que tienen
por función representar las operaciones del entendimiento a través de las cuales nuestras
representaciones se combinan y se reforman en nuevas representaciones;
– tertio, y no es el menos importante, el signo de identidad.
Primero, las letras simbólicas. Digamos que el signo X, o el signo Y, representa una clase
de cosas a la que pueden atribuírsele un nombre particular o una propiedad. Entonces,
representemos un círculo con un cierto número de objetos de un cierto nombre o de cierta
propiedad. Llamaremos a esta clase X. Se dirá que la combinación X x Y (puede escribirse XY)
8 Frege, Gottlob, Les fondements de l’arithmétique [1884], Seuil, 1970.
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representa la clase de objetos a la que puede aplicarse simultáneamente los nombres y las
propiedades de X y Y: la intersección9 de X y de Y.
Se puede señalar primero que el orden de los símbolos es indiferente. Se puede escribir
XY=YX, es decir que las letras simbólicas son conmutativas.
Pero Boole insiste en que se trata de una ley del pensamiento aquí y no de la naturaleza,
tampoco de una simple ley de la aritmética.
En segundo lugar, los signos de operación. Luego pueden obtenerse de Boole un cierto
número de otras leyes que, de hecho, no se alejan de las leyes de la aritmética sino que las
retoman en el orden de la lógica. Puede hacerse intervenir el signo +. Éste será el signo de la
clase que reúne, por ejemplo, las clases X y Y. Puede hacerse intervenir el signo –, que marcará
que a una clase se le quita una parte de sus elementos.
[Lacan ilustra en el tablero y comenta: “Simplemente para completar, la ‘diferencia” que
no es exactamente lo que ustedes tienen en mente”].
Entonces, ahora podríamos atender a esta suposición: supongamos que X y Y tengan la
misma significación. Como la combinación de los dos símbolos expresa el conjunto de la clase
de objetos al que se le puede aplicar conjuntamente los nombres o las propiedades representadas
por X y Y, esta combinación no expresa más que uno solo de los dos símbolos: X2=X. Esto
parece muy simple. Ya verán con qué ingeniosidad Boole extrae una ley a la que llama
“fundamental para el pensamiento”. Pero aparece enseguida que dos números son los únicos
capaces de interpretar esta fórmula de una manera que satisfaga a la aritmética; es evidente que
los dos únicos números que pueden interpretar esta fórmula son el 0 y el 1. No ha de creerse por
ello que todos los X que se tenga en lógica, en esta lógica del pensamiento, deban ser
interpretados como 0 y como 1, pero hay que decir que únicamente el 0 y el 1 responden en la
numeración a la ley booleana del pensamiento que hemos llamado ley de la significación.
9 Reconstitución de una frase a todas luces errada: “la interacción es de X”.
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A partir de ahora, digamos que lo que guiará la lógica es la aritmética.
Examinemos las propiedades del 0. La más simple: 0 x Y= 0, independientemente de lo
que Y represente. Esto quiere decir que la clase 0 multiplicada por Y es idéntica a la clase
representada por 0. En otras palabras, hay una única interpretación posible del 0. El 0 nada
representa, pero ese 0 que representa “nada” es una clase.
Examinemos ahora la propiedad aritmética del uno: 1 x Y=Y. El símbolo 1 representa y
sólo puede representar una clase tal que todos los individuos (no importa qué clase Y) sean
también sus miembros. Resultado: esta clase sólo puede ser el universo definido como la clase en
la cual están comprendidos todos los individuos de no importa qué clase. Viene aquí a aparecer
la categoría del “universo del discurso” del que les hablaba la vez pasada el Doctor Lacan. La
ven aquí deducida por Boole, del simbolismo más elemental.
Prosigamos en la elaboración de Boole. Tomemos ahora X (no importa qué clase). Si 1
representa el universo, es claro que 1–X es el suplemento de X, es la clase que incluye los
objetos que no están comprendidos en la clase X.
Vamos a realizar una transformación muy sencilla de esta fórmula. Basta con hacer pasar
uno de los miembros de esta ecuación del otro lado del signo =. Verán dos posibilidades. Boole
sólo escoge una. Evidentemente, se puede hacer pasar a X del lado de X2, o al contrario. Boole
sólo escoge una de esas dos posibilidades, la otra se pierde. Nunca volverá a hablar de esa. X–
X2=0, tal es la derivación y transformación que escoge Boole. Deduce de ahí otra fórmula,
siempre de manera sencilla: X(1–X)=0. No hay intersección entre 1–X y X, lo que significa
entonces, también sencillamente, que es imposible que un ser posea una cualidad y que, al
mismo tiempo, no la posea. A partir de esta ley, X=X2, se deriva, por esta interpretación, el
enunciado del principio de contradicción que Boole da como consecuencia de la ecuación
fundamental del pensamiento. En otras palabras, en este orden que [el pensamiento] sigue, la
constitución del pensamiento es anterior a ese principio de contradicción.
Puede decirse que esas X y esas Y son interpretadas en clases pero podrían ser
interpretadas de otra manera. En esas condiciones, la multiplicación que nos da X2, esta
multiplicación de X por sí mismo, ¿qué es sino la operación por la cual una cosa, toda cosa,
viene a significarse a sí misma, y por la cual todo signo viene a significarse a sí mismo?
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En tercer lugar, el signo de identidad. Esta fórmula X2=X es una forma más elaborada que
una formulación del principio de identidad. Pero una formulación tal que hace estallar lo
siguiente, lo cual no debe resultarnos indiferente: la identidad supone la dualidad del elemento
idéntico a sí, en la operación de significarse a sí mismo. Esto quiere decir, y para aquellos que
conocen el sistema del Doctor Lacan no es una proposición sin eco, que no hay identidad
consigo sin alteridad. En otras palabras, ¿por qué ha de interesarnos la ecuación de Boole? Por
esto: porque en su fórmula X=X2 revela que la significación de un elemento en el universo del
discurso implica su duplicación, y que su identidad consigo no es más que la reducción de su
doble a él mismo.
Para fijar las ideas, digamos, después de Boole, que esta ley de la significación, “ley
fundamental del pensamiento”, dice Boole, es una ecuación de segundo grado. Es evidentemente
la formulación más concisa que pueda darse de un principio que, en cierta forma, ha regido
buena parte de la filosofía occidental. Que el pensamiento sólo opere, en la significación,
siguiendo esta ecuación de segundo grado, significa que la dicotomía es el proceso de todo
análisis en la significación de donde podría deducirse, pero no lo haremos aquí, aunque es
bastante sencillo, que el binarismo no es un avatar contemporáneo de la reflexión o del análisis
sino que se inscribe ya en esta dualidad.
Boole rehúsa hacer una suposición al decir que no se puede concebir un pensamiento que
estaría regido o expresado por una ecuación de tercer grado, ni siquiera puede concebirse qué
sería eso. ¿Por qué la ecuación X=X3, por ejemplo, no puede ser interpretada en el álgebra de la
lógica? Queda excluida porque, dice Boole, no puede concebirse la adición de nada al universo.
Pero en 1+X el uno representa al universo, siendo X el elemento que viene de más a este
universo (de hecho, en la fórmula 1+X es X el que representa una unidad, un elemento único).
Entonces, lo que no se puede aceptar en la lógica matemática, en el punto en que se constituye de
verdad, es el exceso de un elemento sobre el universo, el exceso de lo que puede llamarse un
“+1” o “1 de más”. Digamos, entonces, tan sencillamente como hablamos antes de “–1”, que
en el origen de la lógica matemática se consuma la exclusión del “+1”, símbolo de lo por-fuera-
de-la-significación o de lo por-fuera-de-[lo]-significado, y de lo no-representable en la medida en
que excede la totalidad del universo. Pero puede quedar de manifiesto que esas dos exclusiones
no son sino una, es el mismo lugar que ocupa el 1 por exceso y el 1 por defecto, respecto tanto a
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la significación como a la realidad, es decir, tanto respecto al universo del discurso como al
universo de las cosas que le responde.
La conjunción de esas dos exclusiones, su unidad, puede expresarse con esta fórmula de
que “en el orden de la significación lo de-más falta”. Sin ir, en verdad, más lejos, puede
desarrollarse esto: una ley del signo, digamos, como elemento de la significación. Basta con
decir que, en la significación, los signos, dotados de significación, están constituidos de tal
manera que obedecen a la ley de Boole, pero que el significante, en tanto materia de signo, o
como elemento por-fuera-de-[lo]-significado, por su parte, no obedece a esta ley.
Volvemos a hallar ahí un axioma finalmente repetido tantas veces aquí: que “ese
significante no se significa a sí mismo”, el cual es la contraparte de la ley de Boole, pero esto nos
permite comprender que el significante no está constituido a imagen de la significación que él
soporta. Se puede obtener una fórmula bastante simple para recordarlo puesto que la
multiplicación de –1 por sí mismo no vuelve a dar –1, pero, si se quiere, Boole lo interpretaba
así10: –1 (–1)= 1+1. Esta multiplicación invierte el factor; interpretémoslo así: instituye el
orden del significado como inverso al orden del significante. Porque el significante se repite, no
puede sino repetirse –1, –1. En cambio, la significación puede multiplicarse, es decir,
duplicarse.
Para dar algo que ya no es una imagen tal vez, digamos que la cadena del significante ha de
pensarse como constituida por una concatenación de –1, de unidades constituidas como
“catenaciones”, pero digamos que son unidades, para generalizar la palabra del Doctor Lacan,
unidades de tipo unario.
Hemos producido, o hecho aparecer, una categoría que [es] el + o –1. Ahora hay que
entender exactamente por qué camino se impone al orden de la significación. Para juntar esas dos
leyes de la significación del signo y de la significación del significante, habría que mostrar que el
+ o – se produce a través de toda significación en la medida en que supone una operación de
duplicación. Para exponerlo se puede partir de las relaciones del pensamiento con la conciencia
y, digamos, de lo que es la reflexión. No es interpretable porque independientemente de cómo se
transforme esta ecuación, incluye dos términos que no son interpretables en el álgebra de la
10 Es incierta la fórmula.
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lógica. Por una parte, la expresión (y hay que señalar la palabra “expresión”): 1+X, y por otra
parte, el símbolo –1.
Pero el símbolo –1 puede hacerse aparecer un poco antes en la derivación que no hizo
Boole a partir de su fórmula. En efecto, escogió decir X–X2=0. Si hubiera dicho X2–X=0,
habríamos obtenido X(X–1)=0. El “–1” habría estado ya presente ahí. Excluyó una de las dos
transformaciones posibles que podían ser. Es al nivel únicamente de X=X2 que él halla ese –1.
¿Por qué el símbolo (aquí no entiendo la interpretación que se le da a universo), por qué el
símbolo mismo “–1” debe quedar excluido del campo de la lógica? Sencillamente porque no
sigue la ley X2=X, en otras palabras, para sacar la conclusión más sencilla, la más inmediata del
texto de Boole en el origen de la lógica matemática, en el punto mismo en que se funda, se
consuma la exclusión del símbolo “–1”. ¿Por qué? Según la ley, porque es el símbolo mismo de
lo no idéntico a sí, en la medida en que no sigue esta ley de la identidad, de la no contradicción
en el orden de la significación.
¿Por qué la expresión 1+X queda también excluida? Para entenderlo podemos, primero, ir
a buscar una definición matemática de la reflexión o reflexividad. Tomemos la de Russell en la
Introducción a la filosofía matemática.11 Lo que dice es sencillo.
“Una clase (tal vez haya que decir una colección o un conjunto), es reflexiva si es una clase
semejante a una parte de sí misma. Esto quiere decir que una parte de esta colección puede hacer
espejo con el todo, o también que la similitud entre esos dos conjuntos, la parte y el todo,
consiste en la posibilidad de adjuntarle a todo elemento del todo un elemento de su parte, de
ponerlos en correspondencia biunívoca”.
La reflexividad es una propiedad de una colección infinita. Se la puede ejemplificar con la
infinidad numerable de los “todo” de los números naturales. Se puede adjuntar a todo número
natural los números pares, es decir, hacer corresponder 1 a 2, 2 a 4, 3 a 6, y así sucesivamente
hasta el infinito. Se puede aplicar el conjunto de todos los números pares e impares al número
par únicamente. Si se quiere, hay igual número de números pares, e impares, por otra parte. Esta
propiedad caracteriza a la colección infinita, digamos que lo que caracteriza el número cardinal
de esta colección, para dar una característica sencilla, es que permanece invariante por la adición
o la sustracción de una unidad o de varias. Tomemos una unidad. Lo que caracteriza, digamos, al
11 Russel, Bertrand, Introduction à la philosophie mathématique, Payot, 1961.
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número N de tal colección es que N=N+1, de la misma manera que N=N–1; De hecho, las dos
proposiciones quieren decir exactamente lo mismo. Todo esto es elemental en la teoría, sólo lo
recuerdo para marcar y puntuar esos +1 y –1. Si en Spinoza hay “pensamientos que se piensan
ellos mismos en el entendimiento divino”, es precisamente porque el entendimiento divino es
infinito, de tal manera que hay tantas ideas de ideas como hay de ideas y de ideas de ideas. De la
misma manera que los números pares son ideas de ideas, los números pares e impares son la
suma de las ideas y de las ideas que las reflejan. Si Dios tiene conciencia de sus ideas, no tiene
conciencia de sí, es decir que no es una persona, tiene conciencia de sus ideas por la propiedad
de reflexión de este conjunto infinito de su entendimiento infinito…
Sin embargo, si hay algo a lo que se llame un todo y algo a lo que se llame una parte, se
requiere, por lo menos, que haya una pequeña diferencia entre uno y otro, la simple diferencia
que mantiene la oposición de la parte con el todo. Se requiere que este conjunto responda a la
ley12 N= N.
Digamos, para mayor claridad, que no hay reflexión salvo si algo del todo queda por fuera
de la reflexión. Es lo que se ve cuando se ubican todos los números naturales en correspondencia
con todos los números naturales menos uno: se requiere necesariamente saltarse, por lo menos,
un elemento al comienzo para que exista esta reflexión, para que tenga un sentido.
No daremos cuenta de esto: que a menudo lo que se pone en correspondencia con el 1 es el
0 de la serie. De esta manera, el 0 ya no tiene reflexión. Basta con decir que cae un elemento, y
¿qué representa este elemento que cae? Representa la diferencia del todo y la parte. Ello dice
que, en cierta forma, el todo mismo cae, o la totalidad del todo.
En otras palabras, “tener conciencia de sus ideas” en el sentido spinozista implica que no
haya conciencia y que haya un entendimiento infinito. Por supuesto, esto se apoya en ese tipo de
reflexión que Sartre llama “la exigencia de la reflexión como conciencia posicional”. Esto
supone ese modelo de un vínculo biunívoco de una idea y de la conciencia de la idea, lo cual
supone un vínculo biunívoco entre la idea y la idea de la idea, según el modelo de reflexión de
Spinoza.
Pero en El ser y la nada (página 18-19), Sartre exige que se evite lo que él llama “una
regresión al infinito”. No hay otra palabra para condenar esta regresión al infinito que la palabra
12 Fórmula incierta: ¿N ≠ N–1?
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“absurda”. “Se requiere, dice, si queremos evitar la regresión al infinito, que [la conciencia de sí]
esté en relación inmediata y no cognitiva de sí consigo”.
Se lo puede formular en términos que no son exactamente los de Sartre y que hasta los
desfasan netamente. Sartre dice: “si queremos evitar…”. Si se excluye la posibilidad de un
entendimiento infinito y si se quiere obtener la conciencia de sí, se debe producir en la reflexión
un elemento tal que se relacione consigo sin duplicarse. Es, decía Sartre, la conciencia no tética
de sí, no posicional del tipo… en oposición al tipo spinozista13 que ya no supone un elemento
aquí y un elemento allá. Y él escribe: “si la conciencia primera de conciencia (“primera”, lo cual
aquí resulta un tanto misterioso14) no es posicional, es porque sólo hace una con la conciencia de
la que ella es conciente. Al tomar brutalmente ese texto al pie de la letra, imponiéndole a Sartre
un esquema que no es el suyo (el esquema de lo unívoco), si se intenta pensar el texto de Sartre a
partir de la vinculación biunívoca en la reflexión, hay que decir que si el elemento llamado
“conciencia de conciencia” sólo hace uno con la conciencia de la que es conciente, si en verdad
hay una posibilidad de unidad de lo uno y de lo otro, este elemento llamado “conciencia de
conciencia” o “conciencia no posicional de sí” está constituido como un yo-uno, el cual, decía
Sartre, “toma sus disfraces de estilo de lo que falta en ser” (otra fórmula que no he subrayado).
Al mismo tiempo, si algo como una conciencia de conciencia se manifiesta, hay que decir
que en el campo de la reflexión es un fenómeno de aberración, un impar o un elemento en
demasía que viene a romper la correspondencia biunívoca de las ideas y de las ideas de la idea.
Qué decir de ese elemento “conciencia de conciencia” sino que está en la posición de un punto
de reflexión tal que ha de soportar la diferencia del todo y de la parte él solo. Él solo garantiza la
propiedad reflectible de la colección infinita. Ese punto es, en cierta forma, en el pensamiento
conciente, en su espacio, un punto al infinito. Ahí es donde viene a estrellarse la colección
infinita planteada por Spinoza, y las aberraciones y la falta de ese punto están lo bastante
marcadas por una categoría que Sartre usa aquí y allá respecto a la mala fe que es la categoría de
la evanescencia, Ese punto es evanescente… Diremos más bien que ese punto en la reflexión
vacila necesariamente del + al –1, y que en esta vacilación hay que reconocer un ser
evidentemente heterogéneo tanto respecto a la realidad como a la reflexión, un ser siempre por
13 Sartre, de quien Miller toma el texto, se equivoca al parecer sobre la posición de Spinoza [Comentario de H. Ricard]. 14 Sartre: “La conciencia primera de conciencia”, p. 19.
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añadidura respecto a la realidad y a la reflexión cuando llega a identificarse, siempre en falta
respecto a ella cuando de ésta se separa.
Este ser heterogéneo, digamos que es el ser del sujeto.
Hacía parte de mis intenciones completar un poco esto, examinando el principio del círculo
vicioso en donde se puede captar, digamos, en estado desnudo, el nacimiento de ese “+1”
producido de este uno de más producido por la significación. Para ir más rápido, digamos que
ese principio es: “todo lo que se relacione con el conjunto de una colección no debe ser un
elemento de la colección. Lo que dispone el conjunto de una colección no puede ser interior a
esta colección”. Esto quiere decir que no se puede predicar sobre una colección sino desde su
exterior, o también, no se puede pensar la unidad de una colección sino por fuera de esta
colección. Captar una colección como un conjunto supone que se la cierna; este cernido mismo
es la unidad de la colección. El cernido de toda colección es un elemento producido de más por
toda predicación, todo discurso sobre la colección. La colección no puede ser significada como
tal sino a partir del “uno de más”. Partiendo de esta fórmula puede obtenerse asimismo esta: que
el uno de más falta en los elementos de la colección para que esta colección se cierre. Se lo
puede interpretar como un incontable, un por fuera del significado al cual remite la significación
en la medida en que supone una duplicación. Esto para indicar de qué manera se ha de desmentir
la ecuación de Boole que sigue siendo, sin embargo, fundamental. Y se la podría completar para
un examen de la teoría de los tipos de Russel. Pero este examen ya fue hecho en parte por el
Doctor Lacan con el yo miento, que él considera producto, por la teoría de los tipos de Russel, de
una división del sujeto. El yo miento puede entenderse en la verdad –en el elemento de la
verdad– a condición de duplicar el yo [je].
De esta división del sujeto producida por la verdad, de esta división del sujeto que
responde en un sentido un tanto desviado a la fórmula de Bachelard “todo valor divide al sujeto
valorizante”, de esta división del sujeto… creo haber dicho lo suficiente como para que no se la
confunda (esto es importante para la teoría) con la reduplicación en la significación.
Doctor Lacan – […] garantizado, en fin, ¿cierto?… La perfecta holgura de su exposición,
es lo que corresponde, apuntala, funda lo que introduje la última vez como siendo el punto de
partida absolutamente necesario para toda lógica que sea propiamente la que exige el terreno
psicoanalítico. Considero que este… comentario no tiene, de ninguna manera, de hecho, el
alcance de una reduplicación, y les ha mostrado algo, en la confrontación con el primero –en
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cierta forma– de los grupos, en el sentido lógico matemático del término, que fue dado por el
grupo de Boole y la confrontación de ese grupo de Boole, en la medida en que él mismo resulta
aparentemente mucho más homogéneo, con la lógica clásica. Vieron que desde ese grupo mismo
se nos permite construir esta precedencia lógica, esta necesidad que distingue radicalmente el
estatuto de la significación y su origen en el significante. Me parece que tuvieron ustedes ahí, al
mismo tiempo, una demostración bastante elegante y, al mismo tiempo, que esto constituye un
tiempo que era necesario para la asimilación, en cierta forma, y el complemento, el control, la
configuración de lo que la última vez logré aportar ante ustedes y cuya continuación tendrán la
próxima vez.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo
ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
LECCIÓN 4 7 de diciembre de 1966
La última vez que nos encontramos aquí pudieron escuchar lo que les propuso Jacques-
Alain Miller. Por razones de tiempo no pude agregarle muchas observaciones.
Pudieron ustedes notar en esta intervención caracterizada por un conocimiento seguro de lo
que propiamente hablando fue inaugurado, podemos decir, en su conjunto como lógica moderna
por el trabajo y la obra de Boole… Tal vez no sea vano que sepan que Jacques-Alain Miller,
quien no estuvo presente en mi último… “curso”, digamos, y que tampoco pudo estar al tanto de
su contenido puesto que yo mismo no tuve el texto sino hace dos días, estaba entonces en cuanto
a la vía y a la exposición que escogió… y también pudieron sentir, creo, en el momento en que lo
anuncié en mi último curso, que yo no tenía claro cuál era el tema que él había escogido… Esos
comentarios son importantes precisamente en razón de la extraordinaria convergencia, digamos,
o también, si quieren, reaplicación de lo que pudo él enunciar ante ustedes sin duda, por
supuesto, con conocimiento de causa, es decir, sabiendo cuáles son los principios y, si puedo
decirlo, los axiomas en torno a los cuales gira por el momento mi desarrollo. Es sorprendente, no
obstante, que con la ayuda de Boole en quien, por supuesto, está ausente esta articulación mayor
de que NINGÚN SIGNIFICANTE PODRÍA SIGNIFICARSE A SÍ MISMO, que partiendo de la
lógica de Boole, es decir, de ese momento de giro en donde en cierta forma uno se da cuenta, al
haber buscado formalizar la lógica clásica, de que esta formalización misma permite no
solamente aportarle extensiones mayores sino que resulta ser la esencia oculta sobre la cual esta
lógica pudo orientarse y construirse creyendo seguir algo que en realidad no era su fundamento,
creyendo seguir lo que vamos a intentar cernir hoy para, en cierta forma, alejarla del campo en
donde vamos a proceder en la medida en que hemos anunciado lógica del fantasma… –la
sorprendente facilidad con la cual Miller pudo encontrar, en los espacios en blanco de la lógica
de Boole, la situación, el lugar donde el significante en su función propia queda, en cierta forma,
elidido en ese famoso (-1) cuya exclusión de la lógica de Boole aisló admirablemente; la manera
como, en esta misma elisión, señalaba él el lugar en donde se sitúa lo que intento articular aquí.
Lo importante de esto, creo, no es que yo lo felicite aquí sino que les permite a ustedes
captar la coherencia, la línea recta en la que se inserta esta lógica que estamos obligados a fundar
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en nombre de los hechos de lo inconsciente, y que, como hay que esperarlo, si somos lo que
somos, es decir, racionalistas, lo que hay que esperar es, claro está, no que la lógica anterior
quede en cierta forma patas arriba sino que pueda encontrar allí sus propios fundamentos.
Así mismo, pudieron ver ustedes de paso señalar en ese punto1, que para nosotros necesita
de la puesta en juego de un cierto símbolo, ese algo que corresponde a ese (-1) del que Boole no
hace uso o cuyo uso se prohíbe, y no es seguro que ese (-1) sea el más adecuado porque lo propio
de una lógica, de una lógica formal es que opere, y lo que vamos a desprender este año son
nuevos operadores cuya sombra en cierta forma ya se ha perfilado en lo que (a la altura de los
oídos a los que me dirigía) ya intenté articular de una manera manejable, manejable en lo que
había que manejar, que no era más, en este caso, que la praxis analítica. Pero lo que este año
llevamos a sus límites, a sus bordes propiamente hablando, nos obliga a dar formulaciones más
rigurosas para cernir aquello con lo que tenemos que vérnoslas y que merece en ciertas facetas
ser tomado, emprendido en la articulación más general que nos haya sido dada por el momento
en materia de lógica, a saber, lo que se centra de la función de conjuntos.
Dejo ese tema de lo que Miller aportó entonces la última vez, menos como articulación con
lo que desarrollo ante ustedes que como confirmación, garantía, encuadre, al margen. No deja de
tener interés señalarles que al designar en Sartre bajo la apelación de la “conciencia tética de
sí”2, la manera que él tiene, en cierta forma, de ocupar el lugar donde recibe esta articulación
lógica, que es nuestra tarea este año, no se trata con eso sino de lo que se llama un reemplazante3
muy precisamente, a saber, aquello de lo cual nosotros los analistas sólo nos tenemos que ocupar
de una manera estrictamente equivalente a como nos ocupamos de los demás reemplazantes
cuando tenemos que manejar lo que es efecto de lo inconsciente.
Es por eso que puede decirse que lo que puedo enunciar sobre la estructura no se sitúa de
ninguna manera respecto a Sartre, puesto que ese punto fundamental en torno al cual gira el
privilegio que él intenta mantener del sujeto es propiamente esa especie de reemplazante que no
puede interesarme de manera alguna salvo en el registro de su interpretación.
Lógica, pues, del fantasma… Casi habría que recordar hoy (pero sólo podemos hacerlo
muy rápidamente, a la manera como, cuando se toca con la punta del dedo una campana se la
1 “que en ese punto” [Sizaret]. 2 Sartre Jean-Paul, El ser y la nada. 4ª parte. Se habría esperado que dijera “la conciencia no tética”; sería entonces el mismo lapsus que en la lección IX. 3 tenant-lieu.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
hace vibrar un instante), recordarles al respecto la vacilación no extinguida de lo que se vincula
con la tradición que el término de universitario precisará aquí, si le damos a ese sentido no algo
que designe o deshonre un punto geográfico sino ese sentido de Universitas litterarum o un
cursus classicus,4 digamos. De paso, no resulta inútil señalar que, independientemente de los
demás sentidos, por supuesto mucho más históricos, que se le pueden dar a ese término de
Universidad, hay en eso cierta alusión a lo que yo llamé el universo del discurso. Por lo menos
no resulta vano relacionar los dos términos.
Ahora bien, es claro que en esta duda (acuérdense del vals), que el profesor de filosofía
(durante el año en que casi todos ustedes pasaron por ahí, creo) hacía en torno a la lógica (a
saber, ¿de qué se trata, de las leyes del pensamiento o de sus normas? ¿De la manera como eso
funciona y que vamos a extraer científicamente, diríamos nosotros, o de la manera como eso se
comporta?). Admitan que si aún estamos en esto y este debate no se ha zanjado, tal vez podamos
tener una sospecha de que la función de la “Universidad”, en el sentido en que la articulaba hace
poco, sea tal vez precisamente la de alejar la decisión…
Todo lo que quiero decir es que esta decisión tal vez es más interesante, hablo de lógica, en
lo que sucede en Vietnam, por ejemplo, que en lo que concierne al pensamiento, si acaso es
cierto que queda aún en suspenso en ese dilema entre sus leyes… lo cual nos deja a partir de
entonces preguntándonos si se aplica al “mundo” como se dice, digamos mejor a lo real, en otras
palabras, si no sueña (no pierdo mi hilo psicoanalítico. Hablo de cosas que nos interesan a
nosotros los analistas porque a nosotros, analistas, saber si el hombre que piensa sueña es una
pregunta que tiene un sentido de los más concretos; para dejarlos en su hambre, para que
mantengan el aliento, sepan que tengo, en efecto, la intención de plantear este año la pregunta de
lo que concierne al despertar)… normas del pensamiento, en la otra punta, ¡eso es exactamente
lo que nos interesa también! Y en su dimensión no reducida por ese trabajo de limar asperezas
con el que generalmente el profesor, cuando se trata de lógica en la clase de filosofía, terminará
por hacer que esas leyes y esas normas terminen por presentarse con la misma suavidad que
permite pasar un dedo de la una a la otra, en otras palabras, de manejar todo eso a la ciega.
Para nosotros, esta dimensión que se intitula la de la verdad no ha perdido su relieve (digo
nosotros analistas), porque en últimas no necesita, no implica en sí misma el soporte del
4 “cursius classici” [Sizaret]. La copia dactilográfica reza: “litterarum donde un cur[¿?] se sitúa allí, digamos”.
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pensamiento, y al interrogar5 lo que es la verdad en cuestión respecto a la cual se suscita el
fantasma de una norma, seguramente, resulta (de origen) que no es inmanente al pensamiento.
Si un día me permití escribir6, para llegar a los oídos que había que hacer vibrar, erigiendo
una figura que de hecho no me era muy difícil hacer vivir, la de la verdad, saliendo de los pozos
como siempre se la pinta, para hacerle decir “Yo, la verdad, hablo”, fue justamente, en efecto,
para señalar ese relieve en el que nosotros hemos de mantener aquello a lo cual, propiamente
hablando, se engancha nuestra experiencia y que es enteramente imposible de excluir de la
articulación de Freud. Porque a Freud se lo pone enseguida contra la pared, y para eso no
necesitamos intervenir, ¡él mismo se puso ahí!
El asunto de la manera como se presume el campo de la interpretación, el modo que la
técnica analítica de Freud le da ocasión, en otras palabras, la asociación libre, nos lleva al
corazón de esta organización formal de donde se esbozan los primeros pasos de una lógica
matemática que lleva un nombre cuyo cosquilleo, sin embargo, no es posible que no les haya
llegado a todos a sus oídos, que se llama red. Sí, y se precisa pero no es mi función de hoy
precisarlo y recordarles lo que se llama entramado o “lattice” [transposición inglesa de la palabra
treillis7]. De eso se trata en lo que Freud, tanto en sus primeros esbozos de una nueva psicología8
como en la manera como luego organiza el manejo de la sesión analítica como tal, eso es lo que
construye, si puedo decirlo, antes de la letra. Y cuando se le objeta en un punto preciso de la
Traumdeutung (no traje hoy el ejemplar donde había ubicado la página), lo que responde a la
objeción es esto: “por supuesto, con su manera de proceder, en toda oportunidad, tendrán
claramente la oportunidad de hallar un significado que hará de puente entre dos significaciones,
y con esta manera de organizar los puentes siempre podrán ir de una parte a otra”… (No por
nada había puesto yo el cartelito tomado del Horus-Apolo como por azar, a saber, de una
interpretación de los jeroglíficos egipcios en el siglo XVI9, de una revista ahora desaparecida que
se llamaba La Psychanalyse:10 la Oreja y el Puente). De eso se trata en Freud, y cada punto de
convergencia de esa red o armazón [lattis] en que nos enseña a fundar la primera interrogación
5 La versión dactilográfica reza “y estimula a interrogar”. 6 En “La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis”, 1955, retomado en los Escritos. 7 Enrejado, cuadrícula, entramado [T.] 8 S. Freud, “Proyecto de psicología”, 1887. 9 Horus Apolo u Horapolón, autor egipcio de comienzos de nuestra era que dejó una obra sobre los jeroglíficos [S.]. 10 La Psychanalyse, ocho números, de 1956 a 1964, PUF.
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es, en efecto, un puentecito, es de esa manera como funciona y eso es lo que se le objeta. Es así
como todo explicará todo.
En otras palabras, lo que se opone fundamentalmente a la interpretación psicoanalítica no
es ninguna especie de “crítica científica” (entre comillas) como se lo piensa por lo común, desde
el único bagaje de sus años de filosofía del que aún disponen las mentes que entran en el campo
de la medicina, a saber: ¡que el científico se funda en la experiencia! Por supuesto, no han
abierto a Claude Bernard, pero conocen el título… No es una objeción científica, es una objeción
que se remonta a la tradición medieval en la que se sabía qué era la lógica, se conocía más que
en nuestro tiempo a pesar de los medios de difusión a nuestra disposición.
(Las cosas han llegado a tal punto, de hecho, que habiendo soltado recientemente en una de
las entrevistas de las que les hablé, que mi gusto por el comentario lo había extraído de una vieja
práctica de los escolásticos, les rogué que quitaran eso. ¡Sabe Dios qué hubiera podido deducir la
gente de eso!) [risas].
En fin, en resumen, en la Edad Media se sabía que ex falso sequitur quod libet. En otras
palabras, que hace parte de las características de lo falso el hacerlo todo verdad: la característica
de lo falso es que se deduzca del mismo paso, con el mismo pie, lo falso y lo verdadero. No
excluye lo verdadero. ¡Si excluyera lo verdadero sería demasiado fácil reconocerlo! Sólo que
para darse cuenta de eso se requiere precisamente haber hecho un mínimo número de ejercicios
de lógica, lo cual hasta ahora, que yo sepa, no hace parte de los estudios de medicina, ¡lo cual
bastante lamentable! Y es claro que la manera como Freud responde nos lleva enseguida al
terreno de la estructura de la red. Por supuesto, no lo expresa con todos los detalles, las
precisiones modernas que podremos darle. Sería interesante, de hecho, saber cómo pudo y cómo
no pudo sacar provecho de la enseñanza de Brentano que seguramente no desconocía; tenemos la
prueba de ello en su programa universitario. La función de la estructura de la red, la manera
como las líneas de asociación precisamente vienen a recubrirse, a traslaparse, a converger en
puntos elegidos de donde tienen lugar nuevos puntos de partida electivos, es lo que señala Freud.
Sabemos suficientemente, por todo lo que sigue en su obra, la inquietud, diríamos, la verdadera
preocupación, para ser más preciso, que tenía por esta dimensión que, propiamente hablando, es
justamente la de la verdad, ¡porque desde el punto de vista de la realidad estamos tranquilos!
Aún hasta saber que tal vez el traumatismo no es más que fantasma. De cierta manera, es
hasta más seguro un fantasma, como estoy tratando de mostrárselos, porque es estructural, pero
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eso no deja a Freud, que era bien capaz de inventar eso tanto como yo, lo imaginan ustedes, eso
no lo deja más tranquilo. Dónde está ahí, se pregunta él, el criterio de verdad. Y él no habría
escrito El hombre de los lobos si no estuviera tras esta pista, tras esta exigencia propia: ¿es
verdad o no?
“¿Es verdad?”. Él sustenta esto en lo que se descubre al interrogar la figura fundamental
que se manifiesta en el sueño repetitivo del Hombre de los lobos, y “¿es verdad?” no se reduce a
saber si sí o no y a qué edad vivió algo que fue reconstruido con ayuda de esta figura del sueño.
Lo esencial, basta con leer a Freud para que se den cuenta de eso, es saber cómo el sujeto, el
Hombre de los lobos, pudo verificar esta escena… verificarla con todo su ser. Es a través de su
síntoma. Lo que quiere decir, porque Freud no duda de la realidad de la escena original, lo que
quiere decir cómo pudo articularla en términos propiamente de significante. Basta con que
recuerden la figura del V romano, por ejemplo, en la medida en que está allí en cuestión y en que
reaparece por todas partes, en las piernas abiertas de una mujer, o en el batido de las alas de una
mariposa, para saber, para comprender, que de lo que se trata es del manejo del significante.
La relación de la verdad con el significante, el rodeo por el cual la experiencia analítica
alcanza el proceso más moderno de la lógica, consiste justamente en lo siguiente: que esa
relación del significante con la verdad puede cortocircuitar todo pensamiento que la soporte. Y
así como se perfila en el horizonte de la lógica moderna una especie de mira que es la que reduce
la lógica a un manejo correcto de lo que solamente es escritura, así mismo, para nosotros, el
asunto de la verificación que concierne a aquello con lo que tenemos que vérnoslas pasa por ese
hilo directo del juego del significante en la medida en que sólo de él queda suspendido el asunto
de la verdad.
No es fácil poner en primer plano un término como el de verdadero sin hacer resonar
inmediatamente todos los ecos donde vienen a inmiscuirse las “intuiciones” (entre comillas) más
sospechosas y sin producir enseguida las objeciones: objeciones hechas de viejas experiencias de
aquellos que, al adentrarse en esos terrenos, saben demasiado bien que cual gatos escaldados
pueden temer al agua fría.11 ¿Pero quién les dice que porque les hago decir “Yo, la verdad,
hablo”, abro con eso la entrada al tema del Ser, por ejemplo? Examinémoslo por lo menos, para
saberlo, en dos ocasiones. Contentémonos con ese nudo tan adrede que acabo de hacer entre la
verdad, y con eso no indiqué a persona alguna sino aquello a lo que hice decir esas palabras:
11 “Gato escaldado del agua fría huye” [T.]
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¿Pero quién les dice que porque les hago decir “Yo, la verdad, hablo”, abro con eso la entrada al
tema del Ser, por ejemplo? “Yo, la verdad, hablo”; persona alguna, divina o humana, queda
interesada más allá de ésa, a saber, EL PUNTO DE ORIGEN DE LAS RELACIONES ENTRE
EL SIGNIFICANTE Y LA VERDAD.
¿Qué relación hay entre esto y el punto del que partí hace poco? ¿Quiere esto decir que al
llevarlos a ese campo de la lógica más formal, olvidé aquel donde se juega, según lo dije hace
poco, la suerte de la lógica?
Es enteramente claro que el señor Bertrand Russell se interesa más que el señor Jacques
Maritain en lo que pasa en Vietnam.12 Por sí solo, esto puede ser para nosotros una indicación.
Por lo demás, al evocar aquí El campesino de la Garonne13 (es su último disfraz) no le estoy
apuntando (¿no saben ustedes que fue publicado El campesino de la Garonne? Pues bueno,
vayan a conseguirlo…) [risas]. Es el último libro de Jacques Maritain, autor que se ocupó mucho
de los autores escolásticos en la medida en que allí tiene lugar la influencia de la filosofía de
Santo Tomás que, en últimas, no tiene por qué no ser evocado aquí en la medida en que una
cierta manera de plantear los principios del ser no deja de tener incidencia sobre lo que se hace
con la lógica. No se puede decir que eso impida el manejo de la lógica pero en ciertos momentos
puede obstaculizarla. En todo caso, quería precisar, pido excusas por este paréntesis, que si
evoco aquí a Jacques Maritain, y si, entonces, consecuentemente, implícitamente, los incito a
encontrar su lectura no despreciable sino lejos de ser poco interesante, les ruego sin embargo
remitirse a ella con esa mente de la paradoja que se demuestra allí, en el sostén -en este autor que
ha llegado a su gran edad, como él mismo lo subraya-, de esa especie de rigor que permite ver
allí llevado en verdad hasta un atolladero caricaturesco, ubicando muy exactamente todo el
relieve del desarrollo moderno del pensamiento, el mantenimiento de las más impensables
esperanzas respecto a lo que debería desarrollarse ya sea en su lugar ya sea en sus márgenes, y
para que pudiera mantenerse lo que es su adhesión central, a saber, lo que él llama “la intuición
del Ser”. Al respecto habla de “Eros filosófico” y, a decir verdad, no tengo razones (con lo que
planteo ante ustedes sobre el deseo) para repudiar el uso de tal término, pero en esta ocasión su
uso, a saber, para en nombre de la filosofía del Ser esperar el renacimiento correlativo al
12 A comienzos de los años sesenta, Russel funda con Sartre el Tribunal Russel, destinado a juzgar los crímenes de guerra cometidos por los americanos en Vietnam. 13 Jacques Maritain, Le Paysan de la Garonne – Un vieux laic s’intérroge à propos du temps présent, París, Desclée de Brouwer, 1966.
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desarrollo de la ciencia moderna de una filosofía de la Naturaleza, participa de un Eros, me
parece, ¡que sólo puede situarse en el registro de la comedia italiana! [Risas]. Por supuesto, esto
no impide de ninguna manera que de paso, para tomar distancia de eso y para repudiarlos, no se
puntúen algunos comentarios, más de uno, y a decir verdad a todo lo largo del libro algunos
comentarios agudos y pertinentes respecto a lo que, por ejemplo, concierne a la estructura de la
ciencia. Que, efectivamente, nuestra ciencia no tiene nada en común con la dimensión del
Conocimiento, es lo que, en efecto, es bastante preciso pero que no implica en sí mismo una
esperanza, una promesa de este renacimiento del Conocimiento, en el sentido antiguo y
rechazado que contiene en nuestra perspectiva.
Entonces, después de este paréntesis retomo, pues, lo que tenemos que interrogar nosotros.
No tenemos ninguna necesidad de recular ante el uso de esos cuadros de verdad con los que los
lógicos introducen, por ejemplo, un cierto número de funciones fundamentales de la lógica de las
proposiciones.
Escribir que la conjunción de dos proposiciones implica (una tabla, se los recuerdo, no se
las voy a hacer todas, está al alcance de todo el mundo verla), implica que si de las dos
proposiciones pusiéramos aquí los valores, a saber, de la proposición p el valor verdadero y el
valor falso (a saber, que puede ser o verdadero o falso), y de la proposición q el valor verdadero
y el valor falso, y que en ese caso lo que se llama conjunción, a saber, lo que son, reunidas
juntas, sólo será verdadero si los dos son verdaderos en todos los demás casos, su conjunción
dará un resultado falso. Ese es el tipo de tabla de que se trata y que no tengo que hacer variar
ante ustedes porque basta con que abran el comienzo de cualquier volumen que tenga que ver
con la lógica moderna para encontrar cómo se definirá de manera diferente, por ejemplo, la
disyunción o también la implicación, o aún la equivalencia:
Y esto puede resultar para nosotros soporte, pero es sólo soporte y apoyo para lo que
tenemos que preguntarnos, a saber, ¿es lícito (lo que manejamos, si puedo decir, por la palabra,
lo que decimos al decir que hay verdad), es lícito escribir lo que decimos en la medida en que al
escribirlo va a ser para nosotros el fundamento de nuestra manipulación?
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En efecto, la lógica, la lógica moderna, acabo de decirlo y de repetirlo, entiende instituirse
no dije de una convención sino de una regla de escritura; regla de escritura, por supuesto ¿que se
funda sobre qué? Sobre ese hecho de que, en el momento de constituir su alfabeto, hemos
planteado un cierto número de reglas, llamadas axiomas, que conciernen a su manipulación
correcta y que esto es en cierta forma una palabra que nosotros nos hemos dado a nosotros
mismos.
¿Tenemos derecho a inscribir en los significantes la V y la F de lo verdadero y de lo falso
como algo manejable lógicamente? Es seguro que, independientemente del carácter en cierta
forma introductorio, de premisa, de esos cuadros de verdad en los detallados tratados de lógica
que pueden caerles en las manos, es seguro que todo el esfuerzo del desarrollo de esta lógica será
tal que si se construyera la lógica proposicional sin partir de esas tablas, sería necesario, de
hecho, después de haber construido las reglas de su deductibilidad de otra manera, volver a ellas.
Pero lo que nos interesa a nosotros es también saber, digamos, por lo menos lo que quería decir
que se hiciera uso de ello, digo aquí, muy particularmente en la lógica estoica. Hace poco aludí al
ex falso sequitur quod libet. Por supuesto, se trata de algo que debió aparecer desde hace mucho
tiempo pero es claro que nunca se lo articuló con tal fuerza, nunca en ninguna parte mejor que
entre los estoicos.
Sobre lo verdadero y lo falso los estoicos se preguntaron por esta vía lógica, a saber, qué se
requiere para que lo verdadero y lo falso tengan una relación con la lógica en el sentido propio en
que lo ubicamos aquí, a saber, en que el fundamento de la lógica no ha de tomarse más que en la
articulación del lenguaje, en la cadena significante. Por eso su lógica era una lógica de
proposiciones y no de clases. Para que exista una lógica de las proposiciones, aún para que eso
pueda operar ¿cómo se requiere que las proposiciones se encadenen respecto a lo verdadero y lo
falso? O esta lógica nada tiene que ver con lo verdadero y lo falso o, si tiene que ver, lo
verdadero debe engendrar lo verdadero. Es lo que se llama la relación de implicación en el
sentido en que no hace intervenir más que dos tiempos proposicionales: la prótasis… digo
“prótasis” para no decir “hipótesis”, lo cual despertará enseguida en ustedes la idea de que nos
ponemos a creer en algo, no se trata de creer, ni de creer que es cierto, se trata de plantear:
“prótasis”, es todo. Es decir, que lo que se afirma se afirma como verdadero. Y la segunda
proposición: apódosis. Definimos la implicación como algo donde puede haber, únicamente, una
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prótasis verdadera y una apódosis verdadera. Esto sólo puede dar algo que ponemos entre
paréntesis y que constituye un vínculo verdadero.
¡Esto no quiere decir que solamente pueda existir esto! Supongamos la misma prótasis
falsa y la apódosis verdadera; pues bien, los estoicos les dirán que esto es verdadero porque es
precisamente ex falso sequitur quod libet: de lo falso puede implicarse tanto lo verdadero como
lo falso, y consecuentemente, si es lo verdadero, no hay ahí objeción lógica. La implicación no
quiere decir la causa, la implicación quiere decir este vínculo donde se unen de cierta manera,
respecto a la tabla de verdad, la prótasis y la apódosis. Lo único que no funciona –por lo menos
es esta la doctrina de un tal Filón14 que tenía ahí un papel eminente–, es cuando la prótasis sea
verdadera y la apódosis falsa, lo verdadero no podría implicar lo falso, es el fundamento más
radical de toda posibilidad de manejar, en una cierta relación con la verdad, la cadena
significante como tal.
Tenemos aquí, entonces, la posibilidad de una tabla que, se los repito, se construye de esta
manera, a saber, cuando la proposición p siendo verdadera, la proposición q es falsa, entonces, el
vínculo de implicación se connota de falsedad.
¿Qué quiere decir esto? Por supuesto, las condiciones de existencia más radicales de una
lógica, se los dije. El problema es enteramente evidente. Es con lo que tenemos que vérnoslas
nosotros cuando tenemos luego que hablar de lo que está escrito ahí. En otras palabras, cuando el
sujeto de la enunciación entra en juego. Para subrayarlo sólo tenemos que observar lo que sucede
cuando decimos que “es cierto que es falso”. Eso no cambia, a saber, simplemente, lo falso
vuelve a tomar tal vez no sé qué de lustre, de encuadre que lo hace pasar a lo falso
“resplandeciente”. No obstante, eso no es nada. Decir que “es falso que es verdadero” tiene el
mismo resultado, quiero decir, que fundamos lo falso pero, ¿es exactamente lo mismo? Así sea
únicamente para indicar esto que vamos a señalar, que diremos más bien “es falso que sea
verdadero”. El uso del subjuntivo nos indica ahí que algo sucede.
14 Cfr. el capítulo sobre los megárenses en La logique et son histoire de R. Blanche, Armand Colin, 1970.
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Decir que “es falso que es verdadero” también va bien y nos deja una verdad garantizada
aún cuando tautológica. Pero decir “es falso que sea falso” no garantiza, sin duda, el mismo
orden de verdad.
Decir “no es falso” no es, sin embargo, decir “es verdadero”.
Remitimos pues, con la dimensión de la enunciación, queda en suspenso algo que sólo
exigía funcionar, de una manera enteramente automática a nivel de la escritura [sic].
Por eso, es enteramente sorprendente notar cuál es el lado resbaloso de ese punto en que el
drama, si puedo decirlo, surge muy exactamente de esta duplicidad del sujeto que es la que, debo
decirlo, no dudaré en ilustrar con una breve historia a la cual he aludido ya varias veces porque
no ha dejado de tener incidencias (digamos… la carrera de mi breve historia), esta especie de
reclamo, hasta de exigencia que surgía algún día de la garganta de alguien bastante seducido por
lo que aportaba yo a manera de primeras articulaciones de mi enseñanza respecto a la jaculatoria
lanzada hacia el cielo: ¿Por qué –decía ese personaje– no dice él lo verdadero de lo verdadero?
Esta especie de urgencia, hasta de inquietud, encontraría ya, creo, suficientemente su respuesta
en esta única condición de volver a pasar por el significante escrito.
¡Lo verdadero de lo verdadero! Lo V de lo V. El significante no podría significarse a sí
mismo, salvo justamente cuando no sea a él al que significa, es decir, cuando haga uso de la
metáfora. Y nada impide a la metáfora que sustituye un significante diferente por esa V de la
verdad, hacer en ese momento resurgir la verdad con el extraordinario efecto de la metáfora, a
saber, la creación de un significante falso.
De hecho, eso tiene lugar todo el tiempo. Y respecto al discurso, por muy riguroso que
intente hacerlo hoy, puede también en muchos rincones de lo que más o menos adecuadamente
se llama sus cerebros, engendrar esas especies de confusiones relacionadas justamente con la
producción del significado en la metáfora. Cierto, no sorprende que regrese a mis oídos que de la
misma fuente, entonces, de donde se producía esta invocación nostálgica, un enunciado reciente
haya tenido por objetivo, respecto a lo que enseña Freud, lo que tan elegantemente esta boca
articuló como ¡“dilución conceptual”! En efecto, ahí hay una especie de confesión donde
precisamente se designa lo siguiente: la relación estrecha que tiene el objeto parcial con la
estructura del sujeto. La idea15 o aún simplemente el hecho de admitir que es posible en
cualquier cosa comentar un texto de Freud, diluyendo sus conceptos, evoca invenciblemente algo
15 “El ideal”[Sizaret].
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que de ninguna manera sería satisfacer la función de objeto parcial; el objeto parcial ha de
poderse zanjar. De ninguna manera, el tarro de mostaza, el tarro de mostaza que en su momento
definí como estando necesariamente vacío (vacío de mostaza, naturalmente) podría ser llenado
de manera satisfactoria con lo que la dilución evoca suficientemente, a saber, la mierda floja.
Es extremadamente esencial ver la coherencia, precisamente, que tienen esos objetos
primordiales con todo manejo correcto de una dialéctica, como se dice, subjetiva.
Para retomar, entonces, esos primeros pasos que acabamos de dar respecto a la
implicación, es necesario ver surgir aquí, en esa juntura entre la verdad y ese manejo de lo
escrito, ver aquello de lo que se trata, a saber: LO QUE PUEDE SER ESCRITO Y LO QUE NO
PUEDE.
¿Qué quiere decir ese “no puede” cuya definición, en últimas, resulta enteramente
arbitraria? El único límite planteado en la lógica moderna al funcionamiento de un alfabeto en un
cierto sistema, el único límite es el de la palabra dada, axiomática, inicial. ¿Qué quiere decir el
“no puede”? Tiene su sentido en la palabra dada inicial, interdictiva, pero ¿qué es lo que puede
escribirse de eso? El problema de la negación ha de plantearse a nivel de la escritura, en la
medida en que la regula como funcionamiento lógico.
Aquí, enseguida, por supuesto, se nos aparece la necesidad que hizo surgir primero este uso
de la negación en esas imágenes intuitivas marcadas por el primer dibujo de lo que aún no
sabíamos que era un borde: en cierta forma, las imágenes de un límite, aquel donde la lógica
primera, aquella que introdujo Aristóteles, lógica del predicado, marca el campo en donde una
clase se caracteriza por un predicado dado y el por-fuera-de-ese-campo designado como “no-
adjunto al predicado”.
Por supuesto, a nivel de Aristóteles no se notó, no se articuló, que esto implica la unidad
del universo del discurso. Decir, como en alguna parte lo escribí respecto a lo inconsciente para
hacer sentir su absurdo, “que está lo negro y además… todo lo que no lo es”, que esto tiene un
sentido, he ahí el fundamento de la lógica de clases o del predicado. Es muy precisamente en
razón de lo que esto implica ya de sospecha si no de sin salida, que se intentó fundar otra cosa.
No será hoy pero seguramente en las sesiones que seguirán, cuando intentaré distinguir
para ustedes, de una manera completa, cuáles son los niveles lógicos propiamente hablando,
(esto se impone de la escritura misma), que se impone distinguir, en lo que concierne a la
negación. Es por medio de pequeñas letras igualmente claras y también una vez fijadas en el
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tablero que les mostraré que hay cuatro escalas diferentes de negación entre las cuales está la
negación clásica (aquella que invoca y parece fundarse únicamente en el principio de no
contradicción), negación clásica que es solamente una de ellas.
Esta distinción técnica, quiero decir, de lo que puede formularse estrictamente en lógica
formal, será seguramente enteramente esencial para permitirnos interrogar lo que Freud dice (y
que, por supuesto, desde que lo dijo se lo repite sin que siquiera se lo empiece a examinar) que el
inconsciente no conoce la contradicción.
Es bastante triste que algunos comentarios (lanzados en esta forma de flecha iluminadora
puesto que se trata de algo que verdaderamente nos pone en la pista de los más radicales
desarrollos), hayan quedado en este estado en vilo, a tal punto que aún una dama que llevaba ese
título que, en efecto, tenía ella oficialmente de “princesa”, haya podido repetirlo creyendo que
con eso decía algo. Ese es el peligro de la lógica precisamente, que la lógica sólo se sostiene allí
donde se la puede manejar en el uso de la escritura, pero que, propiamente hablando, nadie puede
estar seguro de que alguien que hable de eso diga lo mismo. ¡Eso es justamente lo que la hace
sospechosa! Es también por eso que nos es tan necesario recurrir al aparato de la escritura. No
obstante, nuestro peligro, nuestro riesgo, el nuestro, es que tenemos que darnos cuenta del modo
como surgió, en un lugar diferente al de la articulación escrita, esta negación. ¿Dónde viene, por
ejemplo? ¿Dónde vamos a poder captarla? ¿Dónde vamos a tener que vernos forzados a
escribirla con los únicos aparatos que ya he producido aquí ante ustedes?
Tomemos esta implicación: la proposición p implica la proposición q. Intentemos ver qué
sucede al partir de q, a saber, de lo que podemos articular de la proposición p si la ponemos
después de la proposición q. Pues bien, debemos escribir la relación antes o al lado o encima, en
alguna parte relacionada con q.
p implica q indica que si no q no p. Repito, es un ejemplo y uno de los más sensibles de la
necesidad del surgimiento en lo escrito de algo que nos equivocaríamos si creyéramos que es lo
mismo que funcionaba hace poco a título de lo complementario, por ejemplo, a saber, que por sí
mismo planteaba el universo del discurso como Uno. Las dos cosas van tan poco juntas que basta
con decretarlo para desarticular el uno del otro, para hacer que el uno y el otro funcionen
diferentemente.
Entre las variedades, pues, de esta negación que se propone para nosotros como algo que
hay que interrogar desde antes, de lo que puede ser escrito, a saber, del punto donde se elimina la
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duplicidad del sujeto de la enunciación en el sujeto del enunciado –si ustedes quieren, del punto
donde esta duplicidad se mantiene–, tendremos primero la función de la negación en la medida
en que rechaza de todo orden del discurso, en la medida en que el discurso lo articula, aquello de
lo que habla. Tomemos, se los haré subrayar muy precisamente, lo que Freud plantea y que es
desconocido cuando articula el primer paso de la experiencia en la medida en que está
estructurado por el principio del placer como ordenándose, dice él, de un yo y de un no-yo.
Somos tan poco lógicos que no nos damos cuenta de que en ese momento no podría tratarse (esto
con una manera tanto más falible cuanto que en el texto de Freud se distinguen los dos pisos, el
yo y el no-yo en la medida en que se definen la oposición Lust-Unlust), y que no hay que
considerarlos como del tipo de esta complementariedad impuesta por el universo del discurso,
que Freud la diferencia poniendo en la primera línea Ich-Auβenwelt, lo cual no es del mismo
registro.
Si en ese momento yo y no-yo querían decir captación del mundo en el universo del
discurso, lo que propiamente hablando es lo que se evoca cuando se considera que el narcisismo
primario puede intervenir en la sesión analítica, esto querría decir que el sujeto infantil, en el
punto en que Freud lo designa, ya en el primer funcionamiento del principio del placer, es capaz
de hacer lógica. Cuando de lo que se trata es propiamente de la identificación del yo en lo que le
place, en el Lust. Esto quiere decir que el yo del sujeto se aliena aquí de manera imaginaria, lo
cual quiere decir que es precisamente en el afuera que lo que place es aislado como yo. Ese
primer no que es fundador en cuanto a la estructura narcisista, en la medida en que en lo que
sigue de Freud no se desarrollará nada menos que en esa especie de negación del amor, respecto
a la cual, cuando se la halla, como sucedió en mi discurso, ¡no se dirá que yo digo lo verdadero
de lo verdadero sino que digo lo verdadero de lo que dice Freud!
Que todo amor esté fundado en ese narcisismo primero, he ahí uno de los términos de
donde Freud al partir nos solicita saber lo que concierne a esta función pretendida universal en la
medida en que viene a darle la mano a la famosa “intuición”, denunciada hace poco, del Ser. He
aquí esta negación que llamaremos el DES de desconocimiento que ya nos plantea su pregunta.
Y que se diferencia del complemento en la medida en que en el universo del discurso
designa – ¿y puede designar?– la contrapartida, lo que llamaremos si quieren aquí el CONTRA
para no decir más y llamarlo lo contrario, que se distingue de ése perfectamente y en Freud
mismo.
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Esto es lo que luego entrará más lejos y de manera más manejable que lo es en la escritura
lógica (a lo cual aludí hace poco en la implicación), en la medida en que al regularla16 en la
aparición de esas negaciones enteramente opacas de su retorno, se la puede llamar en la
implicación misma: el NO SIN. En la implicación, tal como se la define por la tradición estoica,
tal como no puede ser evitada, independientemente de sus paradojas. Porque seguramente hay
cierta paradoja en que esté constituida de tal manera que no importe qué proposiciones p y q
constituyan una implicación si las ponen juntas y que es claro decir que “Si la señora Tal tiene el
cabello amarillo, entonces los triángulos equiláteros17 tienen tal proporción respecto a su altura”.
Sin duda, en este uso hay cierta paradoja. Pero lo que implica la posición del retorno, a saber,
que se vuelva necesaria la condición de devolverse de la segunda proposición hacia la primera es
por ese aspecto de NO SIN (esto no va sin). La señora Tal puede tener el cabello amarillo, lo
cual no tiene para nosotros una relación necesaria con el hecho de que el triángulo equilátero
deba tener tal propiedad. Sin embargo, sigue siendo cierto que el hecho de que ella tenga o no
tenga el cabello amarillo, no va sin la cosa que, de todas maneras, es verdadera.
En torno al suspenso de ese no sin se perfilan al mismo tiempo el lugar y el modo de
surgimiento de lo que se llama la causa. Si podemos darle un sentido, una sustancia, a ese ser
fantasmático que jamás hemos logrado exorcizar de esa juntura, a pesar de que, manifiestamente,
todo lo que desarrolla la ciencia tiende siempre a eliminarlo y no culmina en perfección salvo en
aquello de lo que ni siquiera se puede hablar, es la función de ese no sin y el lugar que ocupa el
que nos permitirá desalojarlo.
Y para terminar en lo que en últimas será objeto y asunto de nuestro próximo encuentro,
¿qué quiere decir el término NO [non]? ¿Podemos hacerlo surgir en tanto forma del
complementario, o en tanto formado por el DES del desconocimiento, o en tanto término de ese
NO SIN [pas sans] cuando llegue a aplicarse a los términos más radicales sobre los cuales hice
girar para ustedes el asunto de lo inconsciente? A saber, ¿puede acaso ocurrírsenos que cuando
hablamos del “no ser” se trate de ese algo que en cierta forma estaría en los alrededores de la
burbuja del ser? ¿Acaso el no ser es todo el espacio de afuera? ¿Acaso es posible sugerir que sea
eso aquello que queremos decir cuando hablamos, a decir verdad, de manera bastante confusa, de
16 Versión dactilográfica: “revelarla”. 17 Lapsus y risas de Lacan quien dice primero “triángulos cuadriláteros” [S.].
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ese no ser? Yo preferiría, en este caso, titular aquello que está en cuestión y que lo inconsciente
interroga, a saber, EL LUGAR DONDE YO NO SOY.18
En cuanto al no pensar, quién irá a decir que se trata ahí de algo que de alguna manera
pueda captarse en eso alrededor de lo cual gira toda la lógica del predicado, a saber, esa famosa
distinción, que no lo es ¡entre la extensión y la comprensión! Como si la comprensión
constituyera la mínima antinomia respecto al registro de la extensión ¡cuando es claro que todo
paso que se ha dado en la lógica en el sentido de la comprensión ha sido siempre y únicamente
cuando se han tomado únicamente las cosas bajo el ángulo de la extensión! ¿Acaso es una razón
para que la negación pueda aquí continuar sin un cuestionamiento primordial concerniente a
aquello de lo que se trata, si debe quedar vinculada con la extensión? Pues, para nosotros, sólo
está ese no ser puesto que así mismo el tipo de ser que nos importa respecto al sujeto está
relacionado con el pensamiento. Entonces, ¿qué quiere decir ese no pensar? Quiero decir: ¿qué
quiere decir en el punto en que podamos escribirlo en nuestra lógica?
En torno a esta pregunta (la del no soy y del no pienso), haré recaer nuestro próximo
encuentro.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo
ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
18 Le lieu où je ne suis pas: el lugar donde yo no soy / el lugar donde yo no estoy [T.] .
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
LECCIÓN 5 14 de diciembre de 1966
Mientras espero esa tiza que puedo llegar a necesitar y que espero que no se demore en
llegar, hablemos entonces de... breves noticias. Cosa curiosa, y que no considero ajena a lo
que nos reúne aquí a hablar, es la manera como se recibe ese libro en cierta zona, justamente la
que ustedes representan, todos los que están aquí, mientras lo estén. Quiero decir, que resulta
curioso, por ejemplo, que en universidades distantes, donde no tengo razones para pensar que,
hasta ahora, lo que yo me limitaba a decir en mis seminarios tuviera tanto eco, pues bien, no sé
por qué, se solicita ese libro. Entonces, como me estoy refiriendo a Bélgica, señalo que esta
noche a las 10, la cadena 3 de Radio Bruselas, pero en frecuencia modulada (sólo podrán
hacerlo entonces quienes habiten por los lados de Lille, pero sé que también tengo oyentes de
allá), pues bien, a las 10 de la noche pasará una breve respuesta que le di a una de las más
simpáticas personas que me haya entrevistado nunca. Hay otros por supuesto, de países aún
más distantes, en donde no está claro que se obtenga el mismo éxito.
Pero bueno, voy a partir (puesto que hay que hacer una transición), voy a partir de una
pregunta idiota que se me planteó. Lo que yo llamo una pregunta idiota no es lo que se podría
creer, quiero decir, algo que me disgustaría de alguna manera. Adoro las preguntas idiotas;
adoro también a las idiotas... de hecho, adoro también a los idiotas ¡no es un privilegio del
sexo! Para decirlo todo, lo que yo llamo idiota es algo, en este caso, muy sencillamente natural
y nítido. Una idiotez es algo que se confunde muy rápido con la singularidad, es algo natural,
simple, y para decirlo todo, muy a menudo vinculado con la situación. La persona en cuestión,
por ejemplo, no había abierto mi libro, y me planteó la siguiente pregunta: "¿que vínculo hay
entre sus Escritos?" Debo decir que es una pregunta que, a mí sólo, no se me habría ocurrido.
¡Por supuesto! Debo decir también es una pregunta que tampoco podría ocurrírseme que se le
ocurriría a nadie. ¡Pero es una pregunta muy interesante en verdad! A la cual me esforcé con
todo por responder.
Y responder, ¡pues bien, Dios mío!, como se me planteaba, es decir que, como me era
planteada a mí mismo por primera vez, resultó ser verdadera fuente de interrogantes para mí y,
para avanzar rápido, la respondí en estos términos: que lo que me parecía hacer vínculo entre
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
ellos (ahí pienso no tanto en mi enseñanza sino en mis Escritos tal como se le pueden
presentar a alguien que justamente los va a abrir), pues bien, es aquello, del orden de lo que se
llama "la identidad", a lo cual todo el mundo tiene derecho a remitirse, para aplicárselo a sí
mismo.
Es decir, que desde El Estadio del Espejo hasta las últimas anotaciones que yo haya
podido hacer bajo la rúbrica de la Subversión del Sujeto, a fin de cuentas ése sería el vínculo.
Y como ya lo saben, este año (sólo lo recuerdo para quienes llegan aquí por primera vez),
creí deber (lo digo también para ellos), hablando de la lógica del fantasma, partir de este
comentario, que para los familiares de aquí nada tiene de nuevo, pero es esencial: que el
significante no podría significarse a sí mismo. No es exactamente lo mismo que esta pregunta
que recae sobre el tipo de identidad, para el sujeto, que podría serle, a sí mismo, aplicada. Pero
bueno, para decir las cosas de manera que resuenen, el comienzo, y que permanece como
vínculo hasta el final de esta compilación, es justamente ese algo profundamente discutido, es
lo menos que puede decirse, a todo lo largo de esos Escritos y que se expresa bajo esta fórmula
(que a todos les llega y que se mantiene allí, debo decirlo, con una lamentable certeza) y que se
expresa así: "yo, soy yo".
Pienso que, entre ustedes, son pocos los que no tengan que luchar para hacer que esta
convicción se bambolee y, de hecho, aun cuando la hayan tachado de sus documentos,
grandes y pequeños, no por eso dejaría de ser siempre bastante peligrosa. En efecto, en lo que
se entra enseguida, la vía adonde se desliza es esta, la cual volví a señalar al comienzo de este
año (ya ven que se plantea enseguida la pregunta, y de la manera más natural): aquellos
mismos en quienes se establece tan fuertemente esta certidumbre, no dudan en zanjar tan
levemente sobre lo que no es de ellos: "eso, no soy yo", "yo no actúe así". No es privilegio de
los bebés decir que "no soy yo", y hasta toda una teoría de la génesis del mundo para cada cual,
que se llama psicológica, tomará esto unánimemente como punto de partida: que los primeros
pasos de la experiencia serán, para quien la vive –el ser infans, que luego será infantil–, el
hacer la distinción (dice el profesor de psicología) entre el "yo y el "no-yo". Una vez que se
entra en esta vía, resulta bien claro que el asunto no podría avanzar un solo paso puesto que
adentrarse en esta oposición considerándola como zanjable, entre el "yo" y el "no-yo",
teniendo como único límite una negación (que incluye además el tercero excluido, supongo),
deja enteramente fuera del campo, enteramente fuera de juego, el que se enfrente lo que sin
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
embargo es la única pregunta importante, a saber, si "yo, soy yo".
Cierto es que al abrir mi libro todo lector quedará ceñido en ese vínculo y muy pronto; lo
cual no es sin embargo una razón para que se atenga a ello puesto que lo que anuda ese vínculo
le da suficientes oportunidades, oportunidades enormemente suficientes para ocuparse de
otras cosas, de las cosas que precisamente se esclarecen por estar ceñidas en ese vínculo, y por
lo tanto para deslizar nuevamente por fuera de su campo.
Es lo que puede concebirse por esto: que evidentemente no es en el terreno de la
identificación misma que puede resolverse verdaderamente la pregunta. Es justamente al
trasladar, no solamente ésta pregunta sino todo lo que ello implica (particularmente la
pregunta de lo inconsciente, que presenta, hay que decirlo, dificultades que saltan a la vista
mucho más inmediatamente cuando se trata de saber con qué conviene identificarlo) es, al
referirnos a esta pregunta de la identificación (pero no simplemente limitada a lo que, del
sujeto, cree captarse bajo la identificación yo), que hacemos uso de la referencia a la estructura
y que tenemos que partir de algo que es externo a lo dado inmediatamente, intuitivamente, en
ese campo de la identificación, a saber, por ejemplo, el comentario que volvía a evocar hace
poco, a saber, que ningún significante podría significarse a sí mismo.
Entonces, para partir hoy de la razón por la que pedí esas tizas, ya que se trata de
estructura (aunque una de las fuentes de mi molestia, a veces, es que se requiere que haga
rodeos bastante largos para explicarles ciertos elementos, que no por culpa mía no están a su
alcance, es decir, que no circulan de manera suficientemente común como para que, si puedo
decirlo, algunas verdades primeras puedan considerarse como adquiridas cuando les hablo),
voy a hacerles aquí el esquema de lo que se llama un grupo. Me referí varias veces a lo que
significa un grupo partiendo por ejemplo de la teoría de conjuntos; no voy a volver a empezar
hoy ¡sobre todo por el camino que tenemos que recorrer! Se trata del grupo de Klein, por
cuanto es un grupo definido por un cierto número de operaciones. No hay más de tres. Lo que
resulta de ellas se define por una serie de igualdades muy simples entre dos de ellas y un
resultado que se puede obtener de otra forma, es decir, por una de las demás, por ejemplo, la
una por la otra de las dos, por ejemplo.
No digo "por una de las demás", y ya van a ver porqué. Ese grupo de Klein vamos a
simbolizarlo por las operaciones en cuestión, a condición de que éstas se organicen en una red
tal que cada trazo de color responda a una de esas operaciones y (el color rosado corresponde
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
entonces a una sola y misma operación, lo mismo para este color azul, el trazo de color
amarillo igualmente) ven entonces que cada una de esas operaciones (que puedo dejar en la
total indeterminación hasta que haya dado mayores precisiones), cada una de esas operaciones
se encuentra en dos lugares diferentes en la red. Definimos la relación entre esas operaciones,
por lo cual están fundadas como grupo de Klein (se trata del mismo Klein, del que hablo sobre
la botella llamada con el mismo nombre) una operación de esos tres, que son a, b y c, cada
cual, todas, caracterizadas por ser operaciones que se llaman involutivas. La más simple, para
representar este tipo de operación, pero no no la única [sic], es por ejemplo la negación.
Niegan ustedes algo, ponen el signo de la negación sobre algo, ya se trate de un predicado o de
una proposición: no es cierto que... Vuelven a hacer una negación sobre lo que acaban de
obtener. Lo importante es plantear que hay un uso de la negación en que se puede admitir esto,
y no, como se les enseña, que dos negaciones valen una afirmación (no sabemos de qué
partimos, tal vez no partimos de una afirmación), pero independientemente de qué hayamos
partido, este tipo de operación, de la que les doy un ejemplo con la negación, tiene como
resultado cero. Es como si no se hubiera hecho nada. Eso es lo que quiere decir que la
operación es involutiva. Podemos entonces escribir (si al hacer sucederse las letras
entendemos que la operación se repite) que a a, b b, c c, son equivalentes, cada una, a cero.
Cero respecto a lo que teníamos antes, es decir, que si antes por ejemplo teníamos 1, eso
quiere decir que después de a a, habrá siempre 1. Esto vale la pena subrayarse. Pero bien
puede haber otras operaciones diferentes a la negación que obtengan ese resultado. Supongan
que se trate del cambio de signo (no es lo mismo que la negación). Teniendo 1 al comienzo,
tendré –1 después, haciendo funcionar el menos sobre el menos del –1, obtendré de nuevo 1 al
comienzo. Ello no quitará que esas dos operaciones, aunque diferentes, habrán tenido la
misma manifestación de ser involutivas, es decir, de llegar al resultado cero. En cambio, basta
con considerar este diagrama para notar que a que viene seguido por b tiene el mismo efecto
que c, que b que viene seguido por c tiene el mismo efecto que a. Esto es lo que se llama grupo
de Klein.
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Como tal vez algunas exigencias intuitivas que pueden tener ustedes quisieran tener un
poco más de eso para hincarle el diente, puedo señalarles (porque eso sí está al alcance de todo
el mundo esta semana en todos los puntos de venta) un número bastante delgado de una revista
que... (ya saben ustedes qué pienso yo de las revistas y no voy a entregarme hoy a la repetición
de ciertos juegos de palabras que acostumbro), en resumen, en esta revista donde no hay gran
cosa, hay un artículo sobre la estructura en matemática1 que evidentemente podría ser más
extenso pero que (en la reducida superficie que escogió, a mi fé con toda razón, puesto que se
trata justamente del grupo de Klein) les machaca las cosas con, debo decirlo, extremo cuidado.
En lo que concierne a lo que acabo de mostrarles aquí, que es muy simple, creo que hay, pues
eh... 24 páginas en las que se procede, puede decirse, paso a paso. No obstante puede resultar
siendo un ejercicio muy útil, en todo caso para quienes gustan de las longitudes, ejercicio muy
útil que puede flexibilizarlos mucho en lo que concierne a ese grupo de Klein. Si lo tomo es
porque (y lo presentó desde el comienzo) va a sernos de mucha ayuda, por lo menos así lo
espero.
Si volvemos a partir de la estructura, recuerdan ustedes algunos de los pasos en torno a
los cuales la hice girar lo suficiente como para que pueda ocurrírseles que el funcionamiento
de un grupo así estructurado... que para funcionar, lo ven ustedes, puede contentarse con
cuatro elementos, los cuales están representados aquí sobre la red que la soporta por los cuatro
picos, en otras palabras, donde se encuentran las aristas de esta figurita que ven ustedes
inscrita aquí. Observen (¿cuánto tiempo más va a durar eso?)2, observen que esta figura no se
diferencia en nada de la que les dibujé aquí rápidamente con tiza blanca y que presenta
igualmente cuatro picos, cada uno los cuales tiene la propiedad de estar vinculado con los
otros tres.
1 Barbut Marc, “Sur le sens du mot structure en mathématique” [Sobre el sentido de la palabra estructura en matemática], en Les Temps modernes, no. 246, noviembre de 1966. 2 La pregunta se dirige a algún pertubador.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Desde el punto de vista de la estructura es exactamente la misma. Pero nos bastará con
colorear los trazos que enlazan los picos, de a dos en dos, de la manera siguiente, para que se
den cuenta de que es exactamente la misma estructura. En otros términos, el punto mediano en
esa red, en esta figura, no tiene privilegio alguno. La ventaja de representarla de otra manera
es señalar que, en este punto, no tiene privilegio. No obstante, la otra figura tiene aún otra
ventaja: la de hacerles palpar que ahí hay algo entre otras, que la noción de relación
proporcional puede eventualmente recubrir. Quiero decir que a/b = c/d por ejemplo, es algo
que funciona, pero entre otras, entre otras numerosas otras estructuras que nada tienen que ver
con la proporción, según la ley del grupo de Klein. Para nosotros se trata de saber si la función
que introduje bajo los términos por ejemplo de la función de la metáfora, tal como la
representé por la estructura: S, un significante, en tanto que se plantea en una cierta posición
que es propiamente la posición metafórica o de sustitución respecto a otros significante (S
viene entonces a sustituirse por S') algo se produce, en la medida en que el vínculo de S' con S
se conserva, como posible de revelar, resulta de allí este efecto de una nueva significación de
otra forma llamado efecto significado.
Están en causa dos significantes, dos posiciones de uno de esos significantes, y un
elemento heterogéneo, el cuarto elemento s, efecto de significado, el que resulta de la
metáfora y que yo escribo así:
Es que S, en la medida en que ha llegado a reemplazar a S', deviene el factor de un S(1/s),
que es lo que llamo efecto metafórico de significación.
Ya saben ustedes que le doy gran importancia a este estructura por cuanto es
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
fundamental para explicar la estructura de lo inconsciente. A saber, que en el momento
considerado como primero, original, de lo que es la represión, se trata, digo (puesto que ese es
mi modo propio de presentarlo), se trata, digo, de un efecto de sustitución significante, en el
origen. Cuando digo "en el origen", se trata de un origen lógico y no de otra cosa. Lo
sustituido tiene un efecto que las "propensiones" de la lengua, si puede decirse, en francés,
pueden permitirnos expresar enseguida de una manera positiva: el sustituto tiene por efecto
sub-situar3 aquello a lo cual se sustituye. Lo que resulta, por efecto de esta sustitución, en la
posición que se cree, que se imagina, que hasta se doctrina [sic], muy equivocadamente en
este caso, estar borrado, está sencillamente sub-situado, lo cual es la manera como hoy
traduciré (porque me parece particularmente práctica) lo Unterdrück de Freud.
¿Qué es entonces lo reprimido? Pues bien, por paradójico que parezca, lo reprimido
como tal, a nivel de esta teoría sólo se soporta, sólo está ESCRITO, en el nivel de su retorno.
Es en tanto que el significante extraído de la fórmula de la metáfora viene a vincularse, en la
cadena, con lo que constituyó el sustituto, que palpamos lo reprimido, es decir, el
representante de la representación primera en tanto que vinculado con el hecho, lógico, de la
represión.
¿Hay algo –sobre lo que sienten muy inmediatamente la relación con la fórmula (no
idéntica a ésta sino paralela) de que EL SIGNIFICANTE ES LO QUE REPRESENTA A UN
SUJETO PARA OTRO SIGNIFICANTE–, que debe aparecerles?
Aquí, la metáfora del funcionamiento de lo inconsciente: el S en tanto resurge para
permitir el retorno del S' reprimido; el S resulta representar al sujeto, al sujeto de lo
inconsciente, a nivel de algo diferente, que es allí aquello con lo que tenemos que vérnoslas y
de lo cual tenemos que determinar el efecto como efecto de significación y que se llama
síntoma.
Es con esto que tenemos que vérnoslas y es, asimismo, lo que era necesario recordar,
por cuanto esta fórmula de cuatro términos –fórmula de cuatro términos que es aquí la célula,
el nódulo donde se nos hace presente la dificultad propia para establecer, del sujeto, una lógica
primordial, como tal–, por cuanto esto viene a confluir con lo que, de otros horizontes, por
otras disciplinas que han llegado a un punto de rigor muy superior al nuestro, particularmente
al de la lógica matemática, se expresa como sigue: que ya no se puede sostener, ahora, el
3 sustituer y sub-situer: enteramente homofónicos en cierta propensión de la lengua francesa [T.]
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
considerar que haya un universo del discurso.
Es claro que en el grupo de Klein nada implica esta falla del universo del discurso. ¡Pero
nada implica tampoco que esta falla no esté! Pues lo propio de esta falla en el universo del
discurso es que si se manifiesta en ciertos puntos de paradoja, que no son tan paradójicos (de
hecho, ya les dije que la pretendida paradoja de Russell no lo es) es4, expresada de otra manera,
que hay que designar que el universo del discurso no se cierra.
Nada indica pues, de entrada, que una estructura tan fundamental en el orden de las
referencias estructurantes como el grupo de Klein no nos permita, a condición de captar de
manera apropiada nuestras operaciones, no nos permita apoyar de alguna manera lo que se
trata de apoyar. Es decir, en este caso (aquí está mi objetivo de hoy) la relación que podemos
dar, a nuestra exigencia de dar su estatuto estructural a lo inconsciente con... ¿con qué? Con el
cogito cartesiano.
Pues es bien cierto que ese cogito cartesiano (no es algo que ni siquiera haya que decir,
subrayar que no lo escogí al azar), es justamente porque se presenta como una aporía, una
contradicción radical al estatuto de lo inconsciente, que tantos debates han girado ya en torno
a ese estatuto pretendidamente fundamental de la conciencia de sí.
Pero si resultara, después de todo, que ese cogito se presente como siendo exactamente
el mejor revés que se pueda hallar, desde un cierto punto de vista, del estatuto de lo
inconsciente, se habría tal vez ganado algo que podemos ya presumir que no es inverosímil,
puesto que les recordé que ni siquiera podía concebirse, no digo una formulación, sino hasta
un descubrimiento de lo que concierne a lo inconsciente antes del advenimiento, de la
promoción inaugural del sujeto del cogito, por cuanto esta promoción es co-extensiva del
advenimiento de la ciencia.
No sabría5 haber psicoanálisis por fuera de la era, estructurante para el pensamiento, que
constituye el advenimiento de nuestra ciencia; fue en este punto que terminamos, no el año
pasado, sino ya el año precedente.
En efecto, recuerden el punto donde les señalé ya el interés de ese grafo, de ese grafo
que la mayoría de ustedes conoce y al cual pueden remitirse ahora fácilmente en mi libro;
particularmente, tal como está desarrollado en el artículo Subversión del sujeto y dialéctica
4 “y es” [Sizaret]. 5 “no podría” [Dorgeuille]
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
del deseo.
¿Qué quiere decir (tal vez vale la pena subrayarlo ahora) lo que se encuentra a nivel de la
cadena superior y a la izquierda de ese pequeño grafo que, dibujado, está hecho así? :
Aquí, tenemos la marca o el índice S(A/ ) del que yo no he (desde que existe, desde que
está ubicado en este grafo), sobre el cual no he hecho muchos comentarios, en todo caso no los
suficientes, como para que hoy no tenga la oportunidad, aquí, de hacer notar que se trata,
precisamente en este lugar del grafo, en S de un significante, en tanto que concerniría, en tanto
que sería el equivalente en algo a esa presencia de lo que llamé el Uno-de-más, que es también
lo que falta, lo que falta en la cadena significante, por cuanto, muy precisamente, no hay
universo del discurso.
Que no hay universo del discurso quiere decir muy precisamente esto: que a nivel del
significante, este Uno-de-más, que es al mismo tiempo el significante de la falta, es
propiamente hablando aquello de lo que se trata y que ha de ser mantenido, mantenido como
absolutamente esencial, conservado en la función de la estructura, por cuanto nos interesa, por
supuesto si seguimos la huella adonde, en últimas, hasta hoy, los he más o menos llevado,
puesto que ustedes están aquí: que lo inconsciente está estructurado como un lenguaje.
En cierto lugar, al parecer (me lo contaron y no veo por qué no sería correcta esta
información), alguien, que no me disgustaría que viniera a presentarse aquí un día, comienza
sus cursos sobre lo inconsciente diciendo: "¡Si hay alguien aquí para quien lo inconsciente
esté estructurado como un lenguaje, puede salir enseguida!" [risas].
Podemos descansar un poquito. Voy sin embargo a contarles cómo se comentan esas
cosas cuando se trata de bebés –porque desde que mi libro fue publicado, ¡hasta los bebés leen
mi libro!–; cuando se trata de bebés, me contaron una que no puedo aguantar no
comunicársela: se discute entonces un poco, de esto, de aquello, y de los que no están de
acuerdo, hay uno que dice esto (que no habré inventado yo, en últimas): "¡aquí como en otra
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
parte, están los a-Freud!"6 [risa general]. Dense cuenta de que eso tiene que ver... Justo antes
de una entrevista en que me dejé sorprender, en la Radio, justo antes de mí, hay alguien, una
voz, debo decir anónima (por lo tanto no molestaré a nadie al citarla), a quien se le hace la
pregunta "¿hay que leer a Freud? ¿Leer a Freud? Respondió ese psicoanalista al que se
calificaba como eminente [risas], ¿leer a Freud? ¡Qué va! ¡Si no es necesario en absoluto! ¡No
es necesario, no es necesario, simplemente la técnica, la técnica! Pero de Freud no es
necesario ocuparse en absoluto"...
De manera que no me cuesta mucho trabajo en verdad demostrar que hay lugares donde
"a-Freud" o no, ¡no se ocupan en absoluto de Freud!
Retomemos entonces. Ese significante, entonces, ese significante se trata de lo siguiente:
algo que concierne al Uno-de-más necesario, de la cadena significante como tal; en tanto
ESCRITA, subrayo, es para nosotros el reemplazante del universo del discurso. Pues es
justamente de esto de lo que se trata; se trata de lo que es nuestro hilo conductor para el
comienzo de este año: que es en la medida en que tratamos el lenguaje y el orden que este nos
propone como estructura, por medio de la escritura, que podemos valorizar que de ahí resulta
la demostración, en el plano ESCRITO, de la no existencia de este universo del discurso.
Si la Lógica (lo que se llama...) no hubiera tomado los caminos que tomó en la lógica
moderna... es decir, tratar los problemas lógicos purificándolos hasta el último límite del
elemento intuitivo que durante siglos pudo hacer tan satisfactoria, por ejemplo, la lógica de
Aristóteles que, incontestablemente, retenía gran parte de este elemento intuitivo, hacerlo tan
seductor que, para el mismo Kant, quien ciertamente no era un idiota, que para el mismo Kant
no había nada que agregarle a esta lógica de Aristóteles... cuando bastó con dejar pasar
algunos años para ver que al tratar, al únicamente verse tentado a tratar esos problemas, por
esa especie de transformación que resultaba simplemente del uso de la escritura, tal como
desde entonces ésta se había expandido y nos había iniciado a sus fórmulas por medio del
álgebra, a menudo, venía a pivotear y a cambiar de sentido en la estructura... es decir, a
permitirnos plantear el problema de la lógica muy diferentemente, alcanzando lo que, lejos de
disminuir su valor, y precisamente lo que le da todo su valor, alcanzando lo que en ella, como
tal, es pura estructura. Lo cual quiere decir: efecto de lenguaje.
6 ¿Lacan juega con affreux: “horribles”, “espantosos”? [T.]
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Entonces, de eso se trata.
¿Y qué es lo que quiere decir, en el nivel en que nos hallamos, esa S mayúscula con ese
A tachado entre paréntesis, S(A/ ), sino la designación por un significante de lo que concierne
al Uno-de-más?
Pero entonces, van ustedes a decirme (o más bien, eso espero, se retendrán ustedes de
decir), puesto que nos hallamos por supuesto aún en el hilo, en el filo de la identificación (así
como, tan naturalmente, en boca de la persona ingenua que ustedes empiezan a adoctrinar: yo,
no soy yo... entonces, dice ella, ¿quién es yo?), asimismo, en torno a ese invencible
renacimiento del espejismo de la identidad del sujeto, podemos decir: ¿acaso al hacer
funcionar ese significante Uno-de-más, no operamos como si el obstáculo, si puedo decir,
fuera vencible y como si dejáramos en la circulación de la cadena lo que precisamente no
podría entrar allí? A saber, el catálogo de todos los catálogos que no se contienen a sí mismos,
impreso en el catálogo, y consecuentemente, desvalorizante.
Pero de eso no se trata. No se trata de eso puesto que en la cadena significante (que
podemos considerar, por ejemplo, como hecha de toda la serie de las letras que existen en
francés), es en la medida en que a cada instante, para que alguna cualquiera de esas letras
pueda hacer las veces7 de todas las demás, se requiere que dicha letra se tache allí, que esta
tachadura es pues giratoria y, virtualmente, afecta a cada una de las letras, que hemos
insertado en la cadena la función del Uno-de-más entre los significantes. Pero ese significante
de más, lo evocan ustedes como tal, por poco que, como se lo indica aquí, lo pongamos por
fuera del paréntesis donde funciona la tachadura, siempre lista a suspender el uso de cada
significante cuando se trata de que se signifique a sí mismo.
La indicación significante de la función del Uno-de-más, como tal, es posible. No
solamente es posible, sino que es lo que propiamente hablando se manifestará como
posibilidad de una intervención directa sobre la función del sujeto. En la medida en que el
significante es lo que representa al sujeto para otro significante, todo lo que hagamos que se
parezca a ese S(A/ ) y que, lo sienten bien, no responde a nada menos que a la función de la
interpretación ¿se juzgará por qué? Por, conforme al sistema de la metáfora, la intervención,
en la cadena, de ese significante que le es inmanente como uno-de-más y, como uno-de-más,
7 tenir lieu, correlativo de lo que, en el capítulo anterior y más arriba en este mismo capítulo, se tradujo como remplazante, tenant lieu.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
capaz de producir ahí ese efecto de metáfora que será aquí ¿qué? ¿Es por un efecto de
significado (como parece señalarlo la metáfora) como la interpretación opera? Seguramente,
conforme a la fórmula, por un efecto de significación. Pero ese efecto de significación ha de
precisarse a nivel de su estructura lógica, en el sentido técnico del término. Quiero decir que la
continuación de este discurso, del que les sostengo, les precisará las razones por las cuales este
efecto de significación se precisa, se especifica y debe en cierta forma delimitar la función de
la interpretación en su sentido propio, en el análisis, como un EFECTO DE VERDAD.
Pero asimismo, esto no es por supuesto más que un hito en la ruta, tras el cual se abre un
paréntesis. Para poder darles al respecto todos los motivos que me permitan precisar así el
efecto de la interpretación, escuchen bien que dije efecto de verdad, el cual no podría ser
prejuzgado de ninguna manera de la verdad de la interpretación. Me refiero a si el índice
"verdadero" o "falso", hasta nueva orden puede o no adjudicársele al significante de la
interpretación misma.
Hasta aquí ese significante era sólo un significante de más, hasta en demasía, como tal,
hasta cuando llegue, significante de alguna falta, de alguna falta precisamente como faltando
en el universo del discurso. Sólo dije una cosa: que el efecto será un efecto de verdad. Pero
tampoco es por nada que, ciertas cosas, las avanzo, como puedo, cada una a su vez, como a
veces se empuja un rebaño de ovejas. Y que8 la última vez les haya comentado que, en el
orden de la implicación, en tanto implicación material, es decir, en tanto que existe lo que se
llama la consecuencia en la cadena significante, lo cual únicamente significa antecedente y
consecuente, prótasis y apódosis, que les haya comentado que no hay obstáculo alguno para
que se cotice con el índice verdad el que una premisa sea falsa con tal de que su conclusión sea
verdadera.
Entonces, suspendan sus mentes sobre lo que llamé efecto de verdad, antes de que
sepamos algo más al respecto, antes de que podamos decir un poco más sobre lo que concierne
a la función de la interpretación.
Ahora, vamos a ser llevados sencillamente, hoy, a producir esto que tiene que ver con el
cogito. El cogito cartesiano, en el sentido en que lo saben ustedes, no es tan simple, puesto que
8 “y que si yo…” [Sizaret].
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entre quienes consagran su existencia a la obra de Descartes (o que la han consagrado), hay
todavía, en lo que concierne a la manera como conviene interpretarlo y comentarlo, muy
grandes divergencias.
¿Haré o hago hasta el presente algo que consistiría en inmiscuirme, yo, especialista... no
especialista [risas], o especialista de otra cosa, en inmiscuirme en esos debates cartesianos?
Por supuesto, en ultimas, tengo tanto derecho a ello como todo el mundo, quiero decir, que el
Discurso sobre el Método9 o las Meditaciones10 me están dirigidas tanto como a cualquiera. Y
que me es lícito preguntarme, sobre cualquier punto de que se trate, sobre la función del ergo,
por ejemplo, en el cogito, ergo sum. Quiero decir, que me está permitido, tanto como a
cualquiera, revelar que:
–en la traducción latina que Descartes da del Discurso del Método, muy precisamente en
1644, aparece, como traducción del "pienso, luego soy": Ergo sum sive existo;
–y por otra parte, en las Meditaciones, en la segunda Meditación11, y justo después de
que se siente algo entusiasmado, compara con el punto de Arquímedes, ese punto de que tanto
se puede esperar, nos dice: "si no toqué, no inventé (invenero), sino esto (minimum), que
contiene algo cierto e inquebrantable (certum et inconcussum)"; que está en el mismo texto
donde formula (esta formula no es absolutamente idéntica): Ergo sum, ego existo.
–Y que por último en los Principios de la investigación de la verdad por la luz
natural,12 es dubito ergo sum; lo cual, para el psicoanalista tiene una resonancia muy diferente,
pero una resonancia en la que no intentaré adentrarme hoy. Es un terreno demasiado
resbaladizo, para que con las costumbres actuales... las que permiten hablar del señor
Robbe-Grillet aplicándole la grilla de la neurosis obsesiva [risas], presenta 13 para los
psicoanalistas demasiados peligros de tropiezo, hasta de ridículo, como para que me mantenga
lejos en ese sentido.
Pero en cambio subrayo que de lo que se trata para nosotros es de algo que nos ofrece
una cierta elección. La elección que hago, para el caso, es esta: dejar en suspenso todo lo que
el lógico puede resaltar sobre las preguntas en torno al cogito ergo sum. A saber, el orden de
9 Descartes René, Discurso del método, 1637. 10 Descartes René, Meditationes de prima philosopha, 1641, 11 […] si vel minimum qui invenero quod certum sit et inconcussum: “si soy lo suficientemente afortunado para hallar solamente una cosa que fuera cierta e indudable”. 12 Descartes René, Principia philosophiae…, 1644, traducido al francés en 1647. 13 […] il présente […] en la versión de Sizaret no figura il.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
implicación del que se trata. Si es únicamente implicación material, ya ven adónde nos
conduce eso. Si es implicación material (según la fórmula que escribí la última vez en el
tablero y que con gusto puedo volver a escribir por poco que me vuelvan a dar lugar para ello),
es únicamente en la medida en que, de la implicación, tal como el entonces la indicaría, la
segunda proposición –yo soy– fuera falsa, que podría rechazarse el vínculo de implicación
entre los dos términos. En otras palabras, si sólo importara saber si yo soy es verdadero, no
habría ningún inconveniente en que ese yo pienso fuera falso – digo, para que la fórmula
pudiera aceptarse como implicación.
Yo pienso: ¡soy yo quien lo dice! En ultimas, puede ser que yo crea que yo pienso, pero
yo no pienso. De hecho, eso pasa todos los días y a muchos. Puesto que la implicación de que
él es (que, les repito, en la implicación pura y simple, la que se llama implicación material),
sólo exige una cosa: que la conclusión sea verdadera.
En otros términos, la lógica, que incluye referencia a las funciones de verdad, al
establecer la tabla en un cierto número de matrices, sólo puede definir (para seguir siendo
coherente consigo misma), sólo puede definir ciertas operaciones como la implicación si las
admite como funciones que mejor serían llamadas consecuencias. Por consecuencias sólo se
quiere decir esto: la amplitud del campo en el cual, en una cadena significante, podemos meter
la connotación de verdad. Podemos meter la connotación de verdad en el vínculo de un falso
primero, de un verdadero después, y no a la inversa.
Esto, por supuesto, es seguro, nos deja lejos del orden de lo que hay para decir sobre el
cogito cartesiano como tal, en su orden propio, que sin duda implica, compromete, la
constitución del sujeto como tal, es decir, complica lo que concierne a la escritura en tanto
reguladora del funcionamiento de la operación lógica, y14 lo sobrepasa precisamente en esto:
que esta escritura misma lo único que hace ahí es representar un funcionamiento más
primordial de algo, que en ese sentido bien merece ser planteado por nosotros en función de
escritura, en tanto que es de ahí que depende el verdadero estatuto del sujeto y no de su
intuición de ser el-que-piensa. ¿Intuición justificada por qué sino por algo que en ese
momento le está profundamente oculto, a saber: qué es lo que él quiere al buscar esa
certidumbre en ese terreno que es el de la evacuación progresiva, el de la limpieza, el del
barrido de todo lo que es puesto a su alcance respecto a la función del saber?
14 “y” no figura en la versión de Sizaret.
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Y bueno, en últimas ¿qué es ese cogito?
Ago: empujo (como hace poco, hablaba de eso, mis ovejas: eso hace parte de mi trabajo
cuando estoy aquí, no es necesariamente el mismo cuando estoy solo, ni tampoco cuando me
encuentro en mi sillón de analista).
Cogo: empujo junto
Cogito: todo eso, ¡se mueve!
A fin de cuentas, si no estuviera ese deseo de Descartes que orienta de manera tan
decisiva esta cogitación, el cogito podríamos traducirlo, como se lo puede traducir, en ultimas,
en todas partes donde eso cogita, se lo podría traducir: ¡"yo hurgo"...!
¿Por qué cogito y no puto, por ejemplo, que también tiene su sentido en latín? Eso hasta
quiere decir "podar", lo cual, para nosotros analistas, tiene ciertas resonancias... En fin, puto
ergo sum tendría tal vez otro nervio, otro estilo, tal vez otras consecuencias. No se sabe, si
hubiera comenzado por podar –verdaderamente en el sentido de podar15– ¡tal vez terminaría
por podar a Dios! Mientras que con cogito, es otra cosa.
Y además cogito... cogito, está escrito, primero. Si nos dimos cuenta que cogito podía
escribirse, en lo que concierne al conjunto de la fórmula: cogito: "ergo sum", es allí donde
podemos volver a captar la intuición y hacer sentir el que algún... contenido, ese líquido que
llena, que deriva de... propiamente de estructura, del aparato del lenguaje.
No olvidemos, respecto a ciertas funciones, tal vez en tanto... (digo "tal vez" porque
comienzo a introducirlo y porque tendré que volver allí) tal vez en tanto que son aquellas
donde el sujeto no se encuentra sencillamente en posición del ser-agente, sino en posición de
sujeto; muy precisamente en la medida en que el sujeto está más que interesado, está
profundamente determinado por el acto mismo de que se trata.
Las lenguas antiguas tenían otro registro, diatesis, como dicen, en ese campo, los que
tienen el vocabulario, eso se llama la diatésis media, es por eso que, en lo que concierne a
aquello de lo que se trata y que se llama el lenguaje, por cuanto determina esa otra cosa donde
el sujeto se constituye como ser hablante, se dice loquor.
Y además, no fue ayer cuando intenté explicar todas esas cosas a quienes vienen a
escucharme, independientemente de las preocupaciones que los hacen más o menos sordos;
15 elaguer, del escandinavo laga “arreglar”: despojar un árbol de las ramas superfluas; figurativamente: liberar de detalles o desarrollos inútiles [T.]
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que recuerden los tiempos16 en que les explicaba la diferencia entre quien te seguiré y quien te
seguirá. "Yo soy quien te seguiré" no tiene el mismo sentido que "yo soy quien te seguirá". Si
hay dos, que sólo se reconocen por esta diferencia de tiempo, tras la opacidad del relativo y del
quien que designa al sujeto, es porque no hay voz media en francés, que no se ve que "seguir"
sólo puede decirse sequor, por cuanto que, por el sólo hecho de seguir, no se es el mismo que
al no haber seguido. No son cosas complicadas. Son cosas que nos interesan respecto a lo que
se podría decir de un pensamiento que lo fuera. ¡Un pensamiento de verdad verdad! ¿Cómo se
diría eso en latín por la vía media? Lo preferible sería hallar uno que estuviera entre lo que se
llama los media tantum: donde el verbo sólo existe en el medio, como los dos que acabo de
citarles.
¡Es una adivinanza! ¿Nadie levanta la mano para proponer algo? Lo lamento. Lo diré.
Pero bueno, tal vez sería un tanto rápido decirlo ahora. Tal vez, justamente, cuando se trate de
lo que hace el psicoanalista cuanto interpreta, me veré llevado a decírselo... Pero bueno, hay
que avanzar más, como lo hacemos, paso a paso.
Para darles sin embargo una breve indicación sobre esta voz, 17 los remito
(comprenderán que todo esto no lo extraigo únicamente de mi cosecha) al artículo de
Benveniste, en su compilación reciente, que también él hizo. Recoge un artículo que
afortunadamente todos nosotros leímos desde hace mucho tiempo en el Journal de
Psychologie, sobre "La voz activa y la voz media"18. Les explicará una cosa que tal vez, ahora
que lo pienso, puede abrirles un poco las ideas. Parece que en sánscrito se dice "yo sacrifico"
de dos maneras. No es un verbo media tantum, ni activa tantum, existen ambos, como para
muchos verbos, de hecho, en latín. Pero bueno ¿cuándo se emplea la voz activa? Para el verbo
sacrificar, pues bien, es cuando el sacerdote realiza el sacrificio a Brahma, o lo que quieran,
para un cliente. Le dice: "venga, hay que hacer un sacrificio al Dios", y el tipo: "¡muy bien,
muy bien!", le entrega su asunto y luego ¡hop! un sacrificio. Eso, es activo. Hay un matiz: la
voz media se pone cuando él oficia EN SU NOMBRE. Es un poco complicado lo que les
planteo ahora, porque eso no hace intervenir sencillamente una falla, que habría que poner en
16 Seminario de 1956-1957, Las estructuras freudianas de las psicosis, lección del 13 de junio de 1956. 17 Ciertamente Lacan juega en este punto con la homofonía: aquí podría escribirse voie [vía] o voix [voz] [voi-e o voi-x], dejando que actúe el “o, o”, con el soporte de las letras x y e, que sabemos lo que simbolizan: x el deseo del analista y e la castración. Es un punto donde se anudan el deseo, el fantasma y el objeto a. El asunto del acto analítico es lo que estructura la interpretación. Retomar la lectura del párrafo… [S.].
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alguna parte entre el sujeto de la enunciación y el sujeto del enunciado, lo cual se entiende
enseguida en lo que concierne a loquor, pero aquí es un poco más complicado porque está el
Otro. El Otro, a quien, con el sacrificio, se hace caer en la trampa. No es lo mismo hacer caer
al otro en la trampa en su nombre que si lo hace simplemente para el cliente que necesita haber
presentado sus respetos a la divinidad y que va a buscar al técnico. Una adivinanza (¡siento
que voy de adivinanza en adivinanza!): ¿dónde están los análogos, en la relación llamada "de
la situación analítica"? ¿Qué oficia y para quién? Es una pregunta que se puede plantear.
Sólo la planteo para que sientan esto: que hay una función de la decadencia19 de la
palabra dentro de la técnica analítica. Quiero decir que es un artificio técnico que somete esta
palabra a las solas leyes de la consecuencia, sin fiarse de nada más: eso debe ensartarse20,
sencillamente. Por experiencia sabemos que no es tan natural, la gente no aprende este oficio,
como dice alguien, enseguida. O si no, se requiere que de verdad tengan ganas de oficiar.
Porque eso se parece mucho a un oficio, justamente, que se le pide hacer, como ha de hacerlo
el valiente Brahmin, cuando le llega algo de trabajo, pasando las cuentas de sus breves
oraciones o pensando de nuevo en otra cosa.
Cogito, ergo sum... ¿Qué es lo que sum21 en ese sum ahí? Esto es de naturaleza tal como
para hacernos entender que, de todas maneras, independientemente del justo lugar de nuestras
reflexiones en cuanto a lo que concierne al paso cartesiano, no se trata por supuesto, de
ninguna manera, de reducir, ya saben ustedes que le doy su lugar histórico suficiente para que
aquí... lo ven bien, sólo se trata de una utilización, ¡pero de una utilización, además, que siga
siendo pertinente! A saber, que es a partir de ahí, en este caso, si lo que digo es cierto, es a
partir del momento en que se trata el pensamiento –¡el pensamiento no es cualquier cosa, tenía
su pasado, sus títulos de nobleza! Sé bien que antes no se consideraba, nadie había
considerado jamás hacer girar la relación con el mundo en torno al ¡"yo, soy yo"! La división
del yo y del no-yo es una cosa que nunca se le había ocurrido a nadie ¡antes de cierto siglo
reciente! Es el rescate, el precio con que se paga ¿qué? Tal vez el hecho de haber votado el
18 Benveniste Émile, “Actif et moyen dans le verbe” [Activo y medio en el verbo], Journal de Psychologie, Enero-febrero de 1950, retomado en Problèmes de linguistique générale, t. 1, Gallimard, 1966. 19 déchéance: decaimiento, decadencia, ruina, degradación y hasta caducidad [T.] 20 enfiler es enhebrar, pero figurativamente es ensartar mentiras o insultos, engañar o embaucar; en su forma pronominal s'enfiler es meterse por una vía, zamparse, cargar o cargarse [T.] 21 o “suma” [S.].
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pensamiento a la basura.
Cogito es en Descartes, en últimas, el desecho; porque todo lo que examinó en su cogito
lo echó efectivamente al cesto. Pienso que quienes me siguen ven un poquito la importancia y
la relación que tiene todo eso con lo que estoy avanzando.
A partir de la formulación escrita de la nueva lógica, se enunció un cierto número de
cosas que hasta hoy no habían aparecido de manera evidente y que sin embargo tienen
claramente su importancia. Por ejemplo esta: si quieren negar A y B, coloco la barra, y, por
convención, eso constituye la negación: no(A y B), . La ventaja de estos procedimientos
escritos es bien sabida –lo que se requiere es que eso funcione como un molinillo ¡no se
necesita reflexionar!–, consiste en escribir: no-A o no-B, ahí está, es todo.
Buscarán en el señor de Morgan, quien encontró la cosa, y en el señor Boole, quien la
volvió encontrar, a qué corresponde eso.
¡Bueno! Voy sin embargo, a mi gran pesar, a imaginarizárselo. Porque yo sé que habría
personas que se sentirían irritadas si no lo hiciera. Pero lo lamento, porque dichas personas
probablemente se sentirán satisfechas y creerán que han comprendido algo... De hecho, es por
eso que se lo voy a mostrar pero, en ese momento ¡quedarán definitivamente sumergidas22 en
el error!
No obstante, ¿qué quiere decir esto (aquí hay dos conjuntos, A y B), "o el uno, o el otro",
o no-A, o no-B? (Esto de aquí adentro, queda por supuesto excluido, esto, la parte sombreada).
Es decir, lo que se llama la diferencia simétrica. Es lo que se llama el complementario,23 en
este conjunto. Es, interpretada a nivel de los conjuntos, la función de la negación. Siendo la
negación lo que no es este A y B, son las otras dos áreas de esos dos conjuntos que, como lo
22 derrotadas, vencidas [T.] 23 Sizaret: “complemento”. La diferencia simétrica es un conjunto constituido por los elementos de A que no están en B y los elementos de B que no están en A. Aquí se trata del complementario de A∩ B (“parte sombreada”) “en este conjunto” A U B.
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ven, tienen un sector común; son las otras dos áreas indiferentemente (indiferentemente, digo)
las que cumplen esta función.
Les anuncio, puesto que ya son las dos, con el fin de dejarlo para la próxima vez, que
examinaremos todas las maneras que podamos buscar, para operar sobre ese pienso, luego soy,
para definir allí unas operaciones que nos permitirían captar su relación:
–primero, con su puesta en falso: "pienso y no soy";
–con otra transformación, igualmente, que es posible, y cuyo interés candente verán
cuando les diga que se trata de la posición aristotélica: "no pienso o soy";
–y luego la cuarta, que recubre muy exactamente esta y que se inscribe así: todo ese
círculo simbolizante [?], ya que elegí ofrecer un soporte para que ustedes retuvieran hoy algo
de mi punto de caída, "o yo no pienso o yo no soy".
Intentaré avanzar tal aparato como siendo la mejor traducción que podamos dar, para
nuestro uso, del cogito cartesiano, para servir de punto de cristalización al sujeto del
inconsciente.
Se tratará de que interroguemos esta inversa (y sienten bien que esta inversa sólo es
negación respecto al conjunto en que la hacemos funcionar), esta inversa que realiza el o no
soy o no pienso respecto al cogito, de tal manera que descubramos tanto el sentido de ese vel
(o) que lo une, como el alcance exacto que puede tomar aquí la negación, para darnos cuenta
de lo que sucede con el sujeto de lo inconsciente.
Esto es lo que haré entonces el 21 de diciembre, y es lo que cerrará, espero,
finamente –si aguantó hasta allá– este año, lo que nos permitirá el justo punto de partida, en lo
que sigue, de lo que este año conviene que recorramos como lógica del fantasma.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L.,
Eduardo ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Lección 6
21 de diciembre de 1967
Creo que la vez pasada les di pruebas de que bien puedo soportar algunas pruebas: la lámpara, así,
prendiéndose y apagándose ¿ah? En otro tiempo, en los cuentos de espantos, se les explicaba cómo
llevar a la gente, en ciertos lugares, hacia su “autocrítica”. Eso servía para eso. Bueno… resultaba
más desagradable para mí que para ustedes, he de decirlo, porque yo la tenía encima mío mientras
que ustedes la tenían en los ojos.
Pudieron darse cuenta de que no es ese tipo de nimio inconveniente el que puede llegar a desviar
mi discurso. Por eso, espero que no intentarán relacionar con ningún hecho de vana quisquilla
personal el hecho de que hoy no estaremos de fiesta, a pesar de que sea la época. Les advierto en
seguida: hoy no haré el seminario que había preparado para ustedes. Les pido excusas a quienes,
tal vez, hayan desplazado algo de sus proyectos de vacaciones para aprovechar esta reunión.
Cuando menos, nadie se habrá tomado la molestia en vano, pues espero que cada uno tenga el
reducido ejemplar1 con el que los honro a manera de regalo de fin de año. No llegué hasta a
ponerles una dedicatoria a cada uno, por ignorar muchísimos de sus nombres, pero bueno ¡siempre
se puede hacer!
Hemos llegado al momento en que voy a formular, sobre el inconsciente, fórmulas que considero
decisivas, fórmulas lógicas cuya inscripción vieron aparecer la última vez en el tablero, bajo la
forma de ese o no pienso o no soy, con esta reserva: que ese o no es ni un vel (el o de la reunión; el
uno, el otro o ambos) ni un aut (al menos uno, pero no más: hay que escoger). No es ni el uno, ni
el otro.
Y será el momento para que yo introduzca, eso espero, de una manera que será aceptada en el
cálculo lógico, otra función: la que, en las tablas de verdad, se caracterizaría por esa operación que
habría que llamar con un nuevo término, aun cuando ya exista uno de la cual ya hice uso, pero
que, por tener otras implicaciones, puede resultar ambiguo. ¡Qué importa! Los cotejaré: se trata,
nada menos, lo señalo (no estoy aquí para guardar misterios), que de lo que señalé una vez aquí
bajo el término de alienación ¡pero qué importa! Les tocará escoger a ustedes. Mientras tanto,
1 “Le langage et l’inconscient”, en L’inconscient, Coloquio de Bonneval, D. D. B., París, 1966. El artículo está modificado en los Escritos, bajo el título “Posición del inconsciente”.
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llamemos a esta operación omega y, en la tabla de verdad, caractericémosla por lo siguiente: de las
proposiciones sobre las que opera, si las dos son verdaderas, el resultado de la operación es falso.
Consultarán las tablas de verdad que tienen al alcance de la mano, y verán que ninguna de las que
hasta hoy se acostumbran, de la conjunción a la disyunción, a la implicación, cumple esta
condición.
Al decir que la conjunción de lo verdadero con lo verdadero da, por esta operación, lo falso, quiero
decir que toda otra conjunción allí es verdadera: la de lo falso con lo falso, la de lo falso con lo
verdadero, la de lo verdadero con lo falso.
La relación de esto con lo que concierne a la naturaleza de lo inconsciente, es lo que espero poder
articular ante ustedes el 11 de enero, para cuando, en todo caso, les doy cita. Entienden que si no
lo hago hoy (a este respecto, pienso, ustedes confían en mi) es porque mi formulación no está lista,
ni tampoco aquello a lo cual podría limitarla hoy. No obstante, si en efecto se trata de un cierto
temor de plantearla ante ustedes con todo su rigor, un día en que me hallo un tanto en apuros, […]
hace que haya pasado estas últimas horas preguntándome sobre algo que es nada menos que la
oportunidad o no de continuar esto: que estamos todos juntos por el momento y que se llama mi
seminario.
Si me planteo esta pregunta es porque vale la pena plantearla: no es vano que ese pequeño
volumen que les entregué y que me parece necesario recordar a su atención justo antes de que
aporte una fórmula lógica que permita en cierta forma garantizar de manera firme y cierta lo que
concierne a la reacción del sujeto tomado en esta realidad de lo inconsciente, no es vano que ese
volumen les dé testimonio de las dificultades de esa residencia, a aquellos cuya praxis y función es
la de estar allí. ¿Será tal vez a falta de medir la relación que hay entre este "estar allí" y un cierto
"no estar allí" necesario? Ese volumen nos dará fe de lo que fue un encuentro en torno a ese tema
de Lo inconsciente. Participaron en él y jugaron un papel eminente dos de mis alumnos, de los más
queridos que tenía, y también otros... todo está ahí, hasta los marxistas del CNRS.
En la primera página verán, en caracteres muy pequeños, una manifestación2 muy singular.
Cualquiera que sea aquí analista reconocerá en esto lo que técnicamente se llama, aquello a lo que
aludió Freud en algún punto de los cinco grandes psicoanálisis (les dejo la tarea de encontrar ese
2 – "Al dejar a cada cual en la entera libertad para expresar su pensamiento, evidentemente no quise decir que toleraría
–sin desmentida explícita de mi parte– que algunos hayan creído tener que dar la impresión, o más bien la ilusión, de que yo habría permitido convertir este Simposio en un circo..." Nota de Henry Ey en su prefacio.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
punto, que al mismo tiempo les permitirá volver a hojearlo un poco), lo que Freud y la policía, al
unísono, llaman "el regalo" o "la carta de visita". Si un día les ocurre que su apartamento sea
visitado en su ausencia, podrán constatar, tal vez, que la marca que puede dejar el visitante es una
mierdita. Ahí estamos en el plano del objeto a minúscula. No hay que sorprenderse si tales cosas
tienen lugar en las relaciones con sujetos que los acosan por su discurso sobre las vías de lo
inconsciente.
A decir verdad, hay grandes y buenas excusas para la carencia que demuestran los psicoanalistas
de hoy para tenerse a la altura teórica que su praxis exige. Para ellos, la función de las resistencias
es algo de lo que podrán ver que las fórmulas sobre las que quiero estar tan seguro de mí como sea
posible el día en que intentaré dárselas en lo esencial y en su verdadera instancia –verán qué
necesidad se relaciona con la resistencia y cómo no podría limitarse de ninguna manera al no-
psicoanalizado. Asimismo, en el esquema que intentaré darles de la relación, no de lo no pensado
y del no ser (¡no crean que ando por vertientes de la mística!) sino del yo no soy y del yo no pienso
que permitirán, por primera vez, creo, y de manera palpable, marcar no solamente la diferencia, el
no recubrimiento entre lo que se llama resistencia y lo que se llama defensa, sino hasta marcar de
manera absolutamente esencial, aun cuando hasta aquí sea inédita, lo que concierne a la defensa,
que es precisamente lo que cierne y preserva exactamente el yo no soy. Es por no saberlo que todo
se desplaza, se desfasa de la mira donde cada cual fantasea cuál puede ser la realidad de lo
inconsciente. Ese algo que nos falta y que constituye lo escabroso de aquello con lo que estamos
enfrentados, no por alguna contingencia: a saber, esa nueva conjunción del ser y del saber.
Esta aproximación diferente al término de verdad hace del descubrimiento de Freud algo que de
ninguna manera es reductible y criticable por medio de una reducción a ninguna ideología.
Si se me da tiempo, tomaré aquí... y si lo anuncio no es por la vanidad de agitarles algún oropel
destinado a engolosinarlos en esta circunstancia sino más bien para señalar en qué no perderían
nada al volver a abrir a Descartes primero, puesto que está también ahí el pivote en torno al cual
hago girar ese retorno necesario a los orígenes del sujeto, gracias al cual podemos retomarlo,
retomarlo en términos de sujeto. ¿Por qué? Porque, precisamente, es en términos del sujeto que
Freud articula su aforismo, su aforismo esencial, en torno al cual enseñé, no solamente a mí
mismo, sino a quienes me escuchan, a darle vueltas al wo Es war, soll Ich werden.3 El Ich en esta
3 Freud, “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis”, en Sigmund Freud, Obras Completas, Vol XXII, Bs. As., Amorrortu, pág. 74: “Donde Ello era, Yo debo devenir” (Final de la 31ª Conferencia).
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fórmula, y en la fecha en que fue articulada, en las Nuevas conferencias, lo saben, no podría
tomarse ninguna manera por la función das Ich tal como se la articula en la segunda tópica. Como
la traduje: ahí donde estaba, ahí he de –agregué como sujeto pero es un pleonasmo: el Ich alemán
es aquí el sujeto –devenir.4
Así como reavivé ante ustedes el sentido del cogito, poniendo en torno al "yo soy" las comillas que
lo aclaran, me dirigiré al aforismo de Freud, donde hallamos fórmula más digna de la placa con la
que soñó: "aquí fue descubierto el secreto del sueño". El Wo Es war, soll Ich werden, si lo graban
no olviden suprimir la coma: es "ahí donde [eso] estaba" que debe devenir Ich. Lo que quiere decir
(en el lugar donde Freud coloca esta fórmula, la terminal en uno de sus artículos), que quiere decir
que de lo que se trata en esta indicación no es de la esperanza de que, de repente, en todos los seres
humanos, tal como se dice en un lenguaje de chusma, "el yo debe desalojar al ello"; pero eso
quiere decir que Freud indica ahí, nada menos que esta revolución del pensamiento que su obra
requiere.
Pero está claro que ese es un desafío, y peligroso para quienquiera se adentre, tal es mi caso, para
sostenerlo en su lugar. Odiosum mundo me fecit logica – un tal Abelardo, como tal vez algunos de
ustedes aún lo tienen presente, escribió un día en esos términos– "la lógica me hizo odioso al
mundo" y es en ese terreno que entiendo traer términos decisivos, que no permiten confundir ya de
qué se trata cuando se trata de lo inconsciente. Ya se verá si alguien puede o no articular que con
eso deslizo fuera o intento apartarlo.
Para captar lo que concierne a lo inconsciente, quiero marcar, para que en cierta forma puedan
ustedes preparar su mente con algún ejercicio, que lo que nos queda ahí prohibido es exactamente
esa especie de movimiento del pensamiento que es precisamente el del cogito, que tanto como el
análisis necesita del Otro (con una A mayúscula). Lo cual no exige de ninguna manera la presencia
de algún imbécil.
Cuando Descartes publica su cogito, que articula en ese movimiento del Discurso del método que
desarrolla por escrito, se dirige a alguien, lo lleva por los caminos de una articulación cada vez
4 …là où c’était, là dois-je [comme sujet] devenir. Literalmente: “Ahí donde [eso] era/estaba, ahí debo yo [como sujeto] devenir”. El ça implícito en el c’était obligaría tal vez a precisar en la traducción que no se trata de un él sino de un eso (el Es freudiano) que sin embargo Lacan deja enteramente implícito. Por esa razón no agrego el eso, que sin embargo es tácito. Asimismo, el dois-je contiene el je, pero la expresión elegida por Lacan en este caso insiste también y principalmente en el he de que en español supone también el sujeto tácito que, para Lacan, remite al sujeto (el Ich freudiano) [T.]
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más acuciante. Y luego, de repente, algo sucede, que consiste en desprender de ese camino
trazado, para hacer surgir de ahí esa otra cosa que es el "yo soy".
Hay ahí esa especie de movimiento que yo intentaré calificar para ustedes de manera más precisa,
que es ese que sólo pocas veces se encuentra en el transcurso de la Historia, que yo podría
designarles, el mismo, en el libro VII de Euclides5, en la demostración a la que estamos aún
sometidos, puesto que no hemos hallado otra y que es del mismo orden: muy precisamente
demostrar (independientemente de la fórmula que puedan dar ustedes, llegado el caso, de la
génesis de los números primeros) que sería necesario (nunca nadie ha hallado esta fórmula ¡pero
se hallará!), que se deduce necesariamente que habría otras que esta fórmula no puede nombrar.
Ese especie de nudo donde se marca el punto esencial de lo que concierne a una cierta relación que
es la del sujeto con el pensamiento.
Si el año pasado me aproximé a la apuesta de Pascal, fue con el mismo propósito. Si se remiten a
lo que aparece en las matemáticas modernas en términos de la aprehensión "diagonal", es decir, lo
que le permite a Cantor instaurar una diferencia entre los infinitos, obtienen siempre el mismo
movimiento. Y más sencillamente, si tienen a bien, de aquí a la próxima vez procurarse de esta
forma o de otra, Fides quaerens intellectum, de san Anselmo, en el capítulo II (para que yo no me
vea obligado a leérselo), leerán, aun cuando les cueste algún trabajo conseguir ese librito (esta, es
la traducción de Koyré, publicada en Vrin;6 no sé si queden, ¡pero seguramente no quedarán!),
leerán el capítulo II, para volver a repasar, a manera de ejercicio, lo que la imbecilidad
universitaria hizo caer en descrédito bajo el nombre de "argumento ontológico". Se creía que san
Anselmo no sabía que no es porque se puede pensar lo más perfecto, que existe. Verán en ese
capítulo que él lo sabía bastante bien, pero que el argumento es de otro alcance, justamente del
alcance de este proceder que intento designarles, que consiste en conducir al adversario por un
camino tal que, del brusco desprendimiento de ese camino, surja una dimensión hasta entonces
desapercibida.
Tal es el horror de la relación con la dimensión de lo inconsciente, que ese movimiento hace
imposible: todo le está permitido a lo inconsciente... salvo articular: "luego soy". Esto es lo que
requiere de otros abordajes y particularmente de los abordajes lógicos que intentaré trazar ante
5 Euclides, Los elementos [Les Élements, t. II, PUF, París, 1990]. 6 Anselmo de Cantorbery, Fides quaerens intellectum, texto y traducción al francés de Alexandre Koyré, 4ª edición, Vrin, París, 1967.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
ustedes, requiere lo que rechace a su nada y a su futilidad todo lo que fue articulado, en términos
mediocres de psicólogo, en torno al "autoanálisis".
Pero si seguramente toda la dificultad que puedo yo tener para reanimar, en un campo cuya
función se afirma y se cristaliza justamente por las dificultades (llamémoslas noéticas si les
conviene) del abordaje teórico de lo inconsciente, punto demasiado comprensible que no excluye
que en ese medio mi juntura tenga lugar en el plano de la técnica y de interrogaciones precisas,
justamente, por ejemplo, la de poder exigir que se encuentren allí los términos con los que se
justifica el psicoanálisis didáctico.
Para mí, puede plantearse la pregunta de lo que concierne a las consecuencias de un discurso, que
las circunstancias y también la intención mía de hacer uso es un rodeo, del que me imponían esa
circunstancias, de abrir ese discurso sobre Freud a un público más amplio.
El galante hombre cuya firma se encuentra debajo de lo que yo llamé "el regalo", escribe: "¿Sienta
él, so pretexto de libertad, tolerar que el foro se transforme en circo?" Aquí, el regalo me es
precioso: la verdad surge, aún de la incontinencia...
Sería yo quien, precisamente en ese volumen, sustituiría el circo por el foro. ¡Me bendiga Dios si
hubiera tenido realmente éxito! ¡Seguro! En ese breve artículo sobre Lo inconsciente, tuve en
efecto, al redactarlo, la sensación de que me ejercitaba en ese algo al mismo tiempo riguroso y que
revienta los límites, si no los del techo del circo por lo menos los de la acrobacia ¡y porque no los
de la payasada, si quieren! para sustituir algo que en efecto no tiene ninguna relación con lo que
pude decir en ese foro de Bonneval que, como todos los foros, ¡era una feria!
La precisión de un ejercicio de circo es tanto menos para todo el mundo cuanto que, lo que estoy
tratando de demostrarles, cuando les hablo del cogito, es algo que, en efecto, tiene la forma de un
circo, salvo porque el circuito no se cierra, porque en alguna parte está ese pequeño resalto que
hace pasar ese "yo pienso" a ese " yo soy", que también hace que en tal o cual fecha, ¡qué raro!
unas revoluciones del sujeto den un paso esencial.
El que tomé de último fue Cantor... Sepan que, a él, le escupieron lo suficiente como para que
haya terminado su vida en un asilo. Tranquilícense ¡ese no será mi caso! [risas] Soy menos
sensible que él a las articulaciones de los colegas y de los demás. Pero la pregunta que me planteo
es, ahora que articulo –en una dimensión que la arrastra la de la venta tan pasmosa de esos
Escritos–, que articulo entonces ese discurso, si se requerirá o no que me ocupe de la feria. Porque,
por supuesto, no se puede contar con aquellos cuyo oficio consiste en valerse, junto con la rapiña,
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de paso, de cualquier cosita que se engancha, en el discurso de Lacan o de algún otro, para
elaborar un documento donde “él” demuestra su originalidad.
Entre el congreso de Bonneval y el momento en que pasé aquí, viví en medio de una feria. Una
feria donde yo era la bestia: era a mí a quien se vendía en el mercado. Eso no me molestó.
Primero, porque esas operaciones no me concernían (quiero decir, en mi discurso) y porque,
además, eso no le impedía a las mismas personas que se hacían cargo de esa función venir a mi
seminario y raspar todo lo que yo decía, quiero decir, escribirlo cuidadosamente, con tanto más
cuidado cuanto que sabía muy bien que no les iba a durar mucho tiempo, dados sus propios
designios. Entonces, no se trata de cualquier feria.
Lo que va a llegar ahora a la feria será todo tipo de cosas diferentes, que consistirán, como ya
ocurrió antes de la publicación de mis Escritos, que consistirán en ampararse de no importa cuál
de mis fórmulas !para que sirvan para sabe Dios qué! ¡Como intentar demostrarme que yo no sé
leer a Freud! ¡Hace 30 años que no hago más!
Entonces ¿qué será necesario que responda? ¿que haga responder? ¡Qué vaina! Tal vez tenga
cosas más útiles que hacer. En particular, ocuparme del punto donde esas cosas pueden dar fruto, a
saber, en quienes me siguen en la praxis.
Como sea, como lo ven, esta pregunta no me deja indiferente. Es justamente porque no me deja
indiferente, que resulté planteándomela con mayor agudeza. Debo decir que sólo una cosa me
retiene de zanjarla de la manera como se bosqueja: no es su calidad, Damas y Caballeros, aun
cuando estoy lejos que no sentirme honrado por ello, la de tener entre mis oyentes, hoy u otros
días, algunas de las personas más formadas y de aquellas para quienes no resulta vano para mí
proponerme a su juicio.
No obstante, ¿bastaría únicamente eso para justificar lo que puede ser trasmitido igualmente de
manera escrita? A pesar de todo, en el nivel de lo escrito, sucede que lo que vale algo sobreagüe,
aunque por supuesto, en una universidad como la Universidad francesa, donde hace casi 100 años
se es kantiano, los responsables – tal como se los hice notar en una de mis notas– no han hallado,
en los 100 años en que han acorralado e impulsado delante de ellos masas de estudiantes, ¡la
manera de hacer que se publique una edición completa de Kant!
Lo que me hace dudar, lo que hace que tal vez (tal vez, si se me antoja) continúe este discurso, no
es entonces su calidad sino su número. Porque en últimas eso es lo que me sorprende. Por eso este
año renuncié a cerrar el seminario que, los años anteriores, tuvo su breve tiempo de ensayo, y la
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posibilidad de manifestar su ineficacia. Es por causa de ese número, de ese algo increíble que hace
que haya gente, buena parte de los que están aquí, gente, a la que saludo puesto que en todo caso
están aquí para probarme que en lo que digo hay algo que resuena, que resuena lo suficiente como
para que vengan a escucharme, en vez de escuchar el discurso de tal o cual de sus profesores
respecto a cosas que les interesan porque hacen parte de su programa, vengan a escucharme, a mí
que no hago parte de eso; esto me da un signo de que a través de lo que digo, que ciertamente no
puede pasar por demagogia, bien debe haber algo donde se sienten interesados.
Es así como seguramente puedo justificarme, si acaso, de proseguir este discurso público. Este
discurso, ciertamente, que al igual que durante los 15 años que ya duró, es un discurso donde
seguramente todo no está dado por adelantado, pero que construí, y del cual hay partes enteras que
se encuentran dispersas en memorias, que harán con eso ¡a mí fe! lo que querrán; sin embargo, hay
partes que merecerían más y mejor.
En lo que les diré sobre lo que llamé hace poco la "operación omega", haré referencia a El Chiste.
Durante tres meses, ante personas que no creían en lo que oían, que se preguntaban si yo
bromeaba, hablé de El Chiste. Los invito, ya que estarán de vacaciones, a procurárselo, si de
pronto es posible (porque no se sabe, ¡tampoco las obras de Freud se pueden hallar!), a procurarse
El Chiste, y a convencerse. Si sucede que yo también deba tomar vacaciones, es la primera vez de
mis seminarios pasados en que intentaré dar por escrito un equivalente.
A este respecto, se encuentran ustedes provistos, para este tempo intermedio, de lo que yo quería
decir: no siempre se está de fiesta. En todo caso ¡no siempre para mí!
La última vez que aludí a la fiesta fue en un breve escrito, que no era del todo un escrito puesto
que quise que permaneciera en el estado del discurso7 que emití ante un público médico bastante
amplio. La acogida de ese discurso fue una de las experiencias de mi vida. Además no fue una
experiencia que me haya sorprendido. Si no la retomo ya, es porque conozco bien por adelantado
sus resultados. Debo decir que no pude resistir el aportarle una modificación que en verdad nada
tiene que ver con el discurso: esa alusión a la fiesta, a la fiesta del Banquete8… si era una alusión.
El público reconocerá mejor en el boletín de mi pequeña Escuela, sin duda, que en el del Colegio
de Medicina donde será publicado por otra parte, la alusión a la fiesta del Banquete. Se trata de
7 Conferencia pronunciada en el Collège des Médecins des Hôpitaux de Paris, publicada bajo el título “Psychanalyse et médecine” en el número 1 de las Lettres de l’École freudienne de Paris. 8 Platón, El banquete, 203 b-e.
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aquella adonde llegan, el uno mendigando, el otro como perdido, dos personajes, dos personajes
alegóricos que ustedes conocen, que se llaman PÒroj y Pen…a: el PÒroj del psicoanálisis y la
Pen…a universitaria. Me estoy preguntando hasta dónde puedo dejar llegar la obscenidad.
Independientemente de lo que esté en juego, la cosa vale lo suficiente para echarle una segunda
mirada, quiero decir, aun cuando lo que esté en juego sea lo que el otro llama, de manera bastante
cómica ¡el Eros filosófico!
¡Felices fiestas!
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo
ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
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LECCIÓN 7
11 de enero de 1967
Los dejé en la operación definida por mí como alienación, si recuerdan, bajo la forma de
una elección forzada en donde dicha operación se figura recayendo en una alternativa que se
salda con una falta esencial. Por lo menos, les anuncié que esta forma la retomaría a propósito de
la traducción alternativa que hago del cogito cartesiano y que es ésta: o yo no pienso o yo no soy.
Un lógico formado en la lógica simbólica reconocerá esta transformación. La reconocerá,
si representa la fórmula puesta al día en el registro de esta lógica simbólica, por primera vez en
de Morgan a mediados del siglo pasado, por cuanto que lo que enunciaba esta fórmula (que
representaba un verdadero descubrimiento que jamás había sido planteado de esta forma hasta
entonces) se expresaba primeramente así: que en la relación proposicional que consiste en la
conjunción de dos proposiciones (lo que se expresa a la derecha y arriba de esas hojas blancas
sobre las cuales escribí en negro para que se vea más, la conjunción de A y de B), si la niegan en
tanto conjunción, si dicen que no es cierto, por ejemplo, que A y B puedan sostenerse al mismo
tiempo: lo cual equivale a la reunión… la reunión quiere decir algo diferente a la intersección.
La intersección es (si ustedes representan, si se imaginan el campo de lo que se emite en cada
una de esas proposiciones con un círculo que cubre un área), la intersección es esto. La reunión,
es esto.
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Como ven, no es adición, puesto que puede haber, para cada uno de los dos campos, una
parte común. Pues bien, el enunciado de de Morgan se expresa así: que en el conjunto formado
por esos dos campos aquí cubiertos por las dos proposiciones en cuestión, la negación de la
intersección, a saber, lo que concierne a lo que A y B son conjuntamente, se representa por la
reunión de la negación de A (escribamos aquí A: lo que es su negación es esta parte de B) y de la
negación de B (es decir, de esta parte de A).
Pueden ver que queda en medio algo que se exceptúa, que es el complemento de la reunión
de esas dos negaciones y corresponde, propiamente hablando, a lo que es negado, es decir, al
campo de la intersección de A y de B.
Esta fórmula tan simple resultó tomar tal alcance en los desarrollos de la lógica simbólica
que es considerada allí como fundamental a título de lo que se llama el principio de dualidad,
que se expresa así bajo su forma más general: a saber, que si llevamos las cosas no a ese intento
de literalización del manejo de la lógica proposicional, sino si la llevamos al plano de lo que va
al fundamento de la formulación del desarrollo matemático, a saber, la teoría de conjuntos, la
teoría de conjuntos en forma velada introduce algo que es justamente lo que permite hacer de
esto el fundamento de lo que es el desarrollo del pensamiento matemático. Es que, de una forma
velada, puede decirse, lo que les enseñé a diferenciar del sujeto del enunciado, como siendo el
sujeto de la enunciación, se encuentra, en los enunciados primarios, en la definición del conjunto
como tal, el sujeto de la enunciación se encuentra allí de cierta forma congelado, ni siquiera
huye, queda allí implicado por cuanto, por supuesto, la teoría de conjuntos es lo que permite
desarrollar la exposición, garantizar la coherencia del desarrollo del pensamiento matemático.
Otra cosa, por supuesto, es el progreso de invención, el proceder propio del razonamiento
matemático que no es el de una tautología, dígase lo que se diga, que tiene su fecundidad propia,
que se separa del plano puramente deductivo y que con ese resorte que le es esencial alcanza lo
que se llama el razonamiento por recurrencia o también, para emplear el término de Poincaré, “la
inducción completa”.
Para darle su relieve, esto exige el recurso a la temporalidad. El trámite del razonamiento
en cuanto es escandido por ese algo que propiamente es lo constitutivo del razonamiento por
recurrencia, se desarrolla como fundado en un trámite indefinidamente repetible.
Pero a nivel de la teoría de conjuntos sólo hemos de buscar un aparato que nos permita
simbolizar lo que se garantiza del desarrollo matemático, y para eso, lo que en el acto de
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enunciación se aísla como el sujeto –sujeto de la enunciación por cuanto es diferente de este
punto en el enunciado donde podemos reconocerlo–, eso es lo que en la noción de conjunto –y
muy precisamente, por cuanto se funda en la posibilidad del conjunto vacío como tal, en eso se
garantiza de una manera velada la existencia del sujeto de la enunciación.
A nivel de la teoría de conjuntos, la transformación de de Morgan se expresa así: que en
toda fórmula donde tenemos un conjunto, cualquier conjunto, el conjunto vacío, el signo de la
reunión y el signo de la intersección, si se los intercambia de a dos, es decir, sustituyendo el
conjunto por el conjunto vacío, el conjunto vacío por un conjunto, la reunión por la intersección,
la intersección por una reunión, conservamos el valor de verdad que pudo establecerse en la
primera fórmula.
Tal es, fundamentalmente, lo que quiere decir que sustituimos al Pienso, luego soy, ese
algo que exige que lo miremos más detenidamente en su manejo pero que muy brutalmente, muy
masivamente, muy ciegamente, diría yo, puede ante todo articularse como algo donde el o de la
reunión ha de examinarse más detenidamente y que une un no pienso con un no soy.
Además, esos dos no no son bien escuchados, a partir del momento en que se introduce
esta dimensión del conjunto vacío, por cuanto ésta soporta ese algo definido por la enunciación
(a lo cual, sin duda, puede ser que nada responda pero que es establecido como tal). Este
conjunto vacío, en tanto representa al sujeto de la enunciación, nos obliga a tomar, con un valor
que está por examinarse, la función de la negación.
Seguramente, desde siempre y al simple examen del enunciado, la ambigüedad de la
negación, tomada simplemente en su uso gramatical, es absolutamente evidente.
Tomemos el yo no deseo. Es claro que ese yo no deseo por sí mismo está hecho para hacer
que nos preguntemos sobre qué recae la negación. Si es un yo no deseo transitivo implica lo
indeseable (lo indeseable de mi hecho: hay algo, adrede, que no deseo). Pero, así mismo, la
negación puede querer decir que no soy yo [moi]1 quien desea, implicando que me descargo de
un deseo, que puede igualmente ser el que me lleva no siendo yo [moi] al mismo tiempo. Pero
queda que esta negación puede querer decir no es cierto que yo desee, que el deseo, ya sea de yo
[moi] o de no-yo [pas-moi], nada tiene que ver con el asunto.
1 En adelante se señalarán únicamente las ocasiones en que “yo” es “moi”; en los demás casos ha de suponerse “je”. En este caso, sin embargo, hay una particularidad: puede traducirse tanto no es yo como no soy yo. En la siguiente ocurrencia [“no siendo yo”], la traducción al español es afortunada por efecto del gerundio y no requiere aclaración, pero no es el caso para la mayoría de las ocasiones en que se presenta esta forma en francés [T.].
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Es como decirles que esta dialéctica del sujeto, en la medida en que intentamos ordenarla,
delinearla, entre sujeto del enunciado y sujeto de la enunciación, es una obra bastante útil ahí y
especialmente al nivel donde retomamos hoy la interrogación del cogito de Descartes, por cuanto
es la que puede permitirnos darle verdadero sentido, situación exacta, a lo que, en virtud de
Freud, se modifica de eso y, para decirlo enseguida, que se nos propone bajo dos formas
demasiado fácilmente superpuestas y confundidas que se llaman respectivamente el inconsciente
y el ello, y que son aquello que se trata de que distingamos a la luz de esta interrogación que
hacemos partir del examen del cogito.
Que el cogito se discuta aún (esto es un hecho en el discurso filosófico) es al mismo tiempo
lo que nos permite a nosotros mismos entrar allí con el uso en que entendemos hacerlo servir;
puesto que así mismo esa cierta fluctuación que puede persistir allí es justamente lo que, en él, da
fe de algo en que debía completarse.
Si el cogito, en la historia de la filosofía, es una base ¿por qué? Es que –para decirlo
seguramente a lo mínimo-, sustituye la relación patética, la relación difícil que había tenido toda
la tradición de la interrogación filosófica, que no era otra que la de la relación del pensar con el
ser…2
Vayan y abran, no a través de los comentadores sino directamente… por supuesto, les será
fácil si saben griego, si no lo saben hay buenas traducciones, comentarios muy suficientes en
lengua inglesa de La metafísica de Aristóteles. Hay una traducción francesa que es la de Tricot3
que, a decir verdad, no deja de aportar allí el velo y la máscara de un perpetuo comentario
tomista. Pero en la medida en que a través de esas deformaciones podrán intentar alcanzar el
movimiento original de lo que Aristóteles nos comunica, se darán cuenta hasta qué punto, pero a
posteriori, todas las críticas o exégesis que pudieron acumularse en torno a ese texto –en las que
tal o cual escoliasta nos dice que tal pasaje es discutible o que el orden de los libros ha sido
trastocado–, hasta qué punto para una lectura primera todos esos asuntos resultan en verdad
secundarios ante no sé qué de directo y de fresco que hace de esta lectura (con la única condición
de que la separen de la atmósfera de la Escuela) algo que los sorprende en el registro de lo que
llamé hace poco lo “patético”; cuando vean, a todo momento, renovarse y rebrotar, en algo que
parece aún llevar la huella del discurso mismo en que es formulada, esta interrogación sobre lo
2 Lo que sigue se encuentra después del párrafo siguiente, pág 98: “Pero el cogito” 3 Aristóteles, La metafísica, traducción al francés de J. Trictot, reedición Vrin, París, 1986.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
que concierne a la relación del pensamiento y del ser. Y cuando vean surgir tal término, como el
de semnÒn, “lo que hay de digno”, la dignidad, que es la que hay que preservar del pensar,
respecto a lo que debe llevarla a la altura de lo que concierne a lo que se quiere captar, a saber,
no es únicamente el siendo4 o lo que es, sino ese A TRAVÉS DE LO CUAL el ser se manifiesta
allí. Esto se tradujo de manera diversa: “el ser en tanto ser”, se dijo. Muy mala traducción para
esos tres términos (que tomé el cuidado de anotar arriba a la izquierda de ese tablero) y que son
propiamente:
– primeramente, el tÕ t… ™oti, que no quiere decir otra cosa que el “¿qué es?”. Me parece
que es una traducción tan válida como la del quid a la que, por lo común, se cree deberla
limitar;5
– el tÕ t… {ν ε|ναι que es en efecto, a mi fe, uno de los rasgos más cautivantes de la
vivacidad de ese lenguaje que es el de Aristóteles, porque ciertamente no es (menos aún
aquí) “el ser en tanto ser” lo que conviene para traducirlo.6 Puesto que, por poco que
sepan ustedes griego, pueden leer esta cosa que es un giro común del griego (y no
solamente literario) que manifiestamente es ese rasgo de origen del verbo griego, y que
precisamente comparte con lo que el imperfecto quiere decir en francés, en el cual tan a
menudo me detengo a lo largo de aquello cuya huella pude dejar en mis Escritos: ese “era”
que quiere decir “eso acaba de desaparecer”, al mismo tiempo que puede querer decir “un
poco más y eso iba a ser”; ese tÕ t… {ν ε|ναι que es lo mismo que lo que se dice en el
Hipólito7de Eurípides cuando se dice: KÝprιj oÝc {ν QeÒj, a saber, “Cipris-Afrodita,
para ti, no era una diosa”. Esto quiere decir que, por haberse comportado como acaba de
hacerlo, seguramente lo que era ella nos escapa y nos huye, y que así mismo, se requiere
que cuestionemos todo lo que concierne a lo que es una diosa o un dios. Ese tÕ t… {ν
ε|ναι, el “lo que era ser” — ¿“lo que era ser” cuándo? Antes de que yo hable de eso,
propiamente hablando. Es esta especie de sensación de que hay, en el lenguaje mismo de
Aristóteles, algo del ser aún inviolado y por cuanto él ya tocaba, con ese νoe‹ν, con ese
pensamiento, del cual todo lo que se discute, es saber hasta qué grado puede ser digno, es
decir, elevarse a la altura del ser. He ahí en qué trazado de origen, del cual no pueden
4 l’étant: “el estando” o “el siendo” [T.]. 5 Tricot lo traduce por “La esencia de una cosa” [D.] 6 Tricot: “la quididad” [la quiddité] [D.] 7 Eurípides, Hipólito, 359.
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ustedes no sentir en cierta forma su raíz (del orden de lo sagrado), he ahí en dónde se
engancha la primera articulación del filosofema a nivel de aquel que hay allí, para
introducir,8 puede decírselo, el primer paso de una ciencia positiva.
– Para el tÕ ×νï ×ν, es en efecto también –este último término “el estando por el cual, ï, él
es estando”, es decir, otra vez ese algo que apunta hacia el ser y todo el mundo sabe que
el… libre movimiento de la tradición filosófica no representa más que el progresivo
alejamiento de esta fuente de hallazgos, de esta primera invención, que desemboca, a
través de las escuelas que se suceden unas a otras cada vez más, en ceñir únicamente en
torno a la articulación lógica, lo que se puede retener de esta interrogación primera.
… Pero el cogito de Descartes tiene un sentido: que a esa relación del pensamiento y del
ser, le sustituye pura y simplemente la instauración del ser del yo.
Lo que yo quiero producir ante ustedes es esto: que a pesar de que la experiencia, la
experiencia que en sí misma es continuación y efecto de ese salto del pensamiento que representa
en fin algo que puede llamarse RECHAZO del asunto del Ser –y precisamente, a pesar de que
ese rechazo engendró esa continuación, esa nueva marejada del acceso al mundo que se llama la
ciencia–, que si algo en los efectos de ese salto se produjo, que se llama el descubrimiento
freudiano o también su pensamiento, hasta su pensamiento sobre el pensamiento… el punto
esencial es que esto, en ningún caso, quiere decir un retorno al pensamiento del Ser. No hay nada
en lo que aporta Freud, ya se trate de lo inconsciente o del ello, que haga retorno a algo que, a
nivel del pensamiento, nos vuelva a ubicar en ese plano de la interrogación del Ser.
Únicamente dentro de –y permaneciendo en las consecuencias de este límite de
franqueamiento de esta ruptura a través de la cual a la pregunta que el pensamiento le plantea al
Ser, se le sustituye, y a la manera de un rechazo, la sola afirmación del ser del yo –, es dentro de
esto que toma su sentido lo que trae Freud tanto del lado de lo inconsciente como del lado del
ello. Es para mostrarles, mostrarles cómo se articula eso, que me adentro este año en el campo de
la lógica y que, igualmente, proseguimos ahora.
En el cogito mismo, que merece en este punto ser recorrido una vez más, hallaremos los
esbozos, los esbozos de la paradoja que introduce el recurso a la fórmula morganeana, tal como
8 O: “de aquel que introdujo allí”. [de celui qu’il y a, à introduire / de celui qui y a introduit].
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se las produje al comienzo y que es ésta: ¿hay un ser del yo por fuera del discurso? Es justamente
la pregunta que zanja el cogito cartesiano, aún cuando todavía hay que ver cómo lo hace.
Es para plantear su pregunta que introdujimos esas comillas en torno al ergo sum que lo
subvierten en su alcance ingenuo (si puede decirse), que hacen de éste un ergo sum cogitado en
donde, en suma, el único ser está en este ergo, que, por su parte, en el pensamiento, se representa
para Descartes como el signo de lo que él mismo articula en varias ocasiones, tanto en el
Discurso del método como en las Meditaciones o en los Principios, a saber, como un ergo de
necesidad. Pero si únicamente este ergo representa esta necesidad, ¿acaso no podemos ver lo que
resulta de ahí?: que el ergo sum no es más que el rechazo del duro camino del pensar al Ser y del
saber que debe recorrer ese camino. Este ergo sum toma el atajo de ser el que piensa, pero
pensando que ni siquiera se necesita interrogar el estando sobre el […] paso [pas]9 donde tiene
su ser, puesto que ya el asunto se garantiza por sí mismo de su propia existencia.
¿No es esto ubicarse, en tanto ego, lejos de la captura con la que el ser puede ceñir el
pensamiento? Plantearse, ego, yo pienso como puro piensa-ser, como subsistiendo por ser el yo
de un no soy local; que quiere decir: yo no soy salvo si la pregunta por el ser es eludida,
prescindo de ser, yo… no soy, salvo allí donde –necesariamente– soy, por poderlo decir. O para
decirlo mejor: donde yo soy, por poder hacer que ustedes lo digan, o más exactamente, por hacer
que el Otro lo diga, pues justamente ese es el proceder, si lo siguen de cerca en el texto de
Descartes.
Es en este sentido, por lo demás, que es un proceder fecundo puesto que tiene, propiamente
hablando, el mismo perfil que el del razonamiento por recurrencia, que en cierta forma es este:
llevar al otro durante mucho tiempo por un camino, por un camino que es este, propiamente
hablando: el camino de renunciar a tal y tal y pronto a todas las vías del saber, y luego, en un
giro, sorprenderlo en esta confesión: que ahí, por lo menos –por haberlo hecho recorrer ese
camino– se requiere que yo sea.
Pero la dimensión de este Otro es allí tan esencial que puede decirse que está en la
nervadura del cogito y que es la que constituye propiamente el límite de lo que puede definirse y
garantizarse, en el mejor de los casos, como el conjunto vacío que constituye el yo soy en esta
referencia en donde yo –en tanto yo soy– se constituye propiamente por esto: por no contener
ningún elemento.
9 En otras notas aparece aquí “recorrido” [parcours]. Tal vez haya que escuchar “par où” [por donde]. [S.].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Este marco sólo es válido en la medida en que el yo pienso, yo lo pienso, es decir, que
argumento el cogito con el Otro. No soy significa que no hay elemento de este conjunto que –
bajo el término de yo– exista: ego sum, sive ego cogito, pero sin que haya nada que lo habite.
Este encuentro aclara que el yo pienso no es más que una semejante indumentaria. Si no se
trata del nivel10 del yo pienso –que prepara esta confesión de un conjunto vacío–, entonces es del
vaciado de otro conjunto. Fue después de que Descartes hubo llevado a cabo la puesta a prueba
de todos los accesos al saber, que fundó este pensamiento, propiamente hablando, del
vaciamiento del ser para no estar ávido más que de certeza y que resulta en esto que ya hemos
llamado vaciamiento y que termina en esta interrogación: a saber, si esta operación misma como
tal no basta para dar del ego la única y verdadera sustancia.
Solamente de ahí, y en la medida en que captamos su importancia, se vuelve pensable,
como por un hilo conductor, de qué se trata cuando Freud nos aporta… ¿qué? Qué si no lo que
resulta en lo que él llama, para emplear sus propios términos, no el “funcionamiento mental”
como se lo tradujo falsamente del alemán al inglés, sino el psychische Geschehen, el acontecer
psíquico.
Como lo veremos, en aquello sobre lo cual Freud se interroga no queda nada de algo que
pueda reanimar, reavivar, el pensamiento del ser, más allá de lo que el cogito le asignó en
adelante como límite.
De hecho, el ser está tan bien excluido de todo lo que puede tratarse que, para entrar en
esta explicación, podría yo decir que al retomar una de mis fórmulas familiares, aquella de la
Verwerfung, se trata justamente de algo de este tipo. Si algo se articula en nuestros días que
pueda llamarse el final de un humanismo –que no data, por supuesto, ni de ayer ni de anteayer ni
del momento en que el señor Michel Foucault puede articularlo, ni yo mismo, que es cosa hecha
desde hace tiempo – es precisamente en esto que se nos abre la dimensión, que nos permite
descubrir cómo juega, según una fórmula que di, esta Verwerfung, este rechazo del ser: lo que es
rechazado de lo simbólico, dije desde el comienzo de mi enseñanza, reaparece en lo real.
Si ese algo que se llama el ser del hombre es en efecto lo que, a partir de cierta fecha, es
rechazado, lo vemos volver a aparecer en lo real y bajo una forma absolutamente clara.
El ser del hombre, en la medida en que es fundamental en nuestra antropología, lleva un
nombre, en el que la palabra ser [être] se halla en su medio, al que basta con poner entre
10 Sizarte. “al nivel”.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
paréntesis. Y para hallar ese nombre, así como lo que designa, basta con salir de casa, un día, al
campo, para ir a dar un paseo y, atravesando la ruta, hallarán un lugar de “camping” y en el
camping, o más exactamente, en todo su derredor, señalizado por un círculo de escorias
metálicas, lo que encontrarán es este ser del hombre en tanto –verworfen– reaparece en lo real;
tiene un nombre: esto se llama el detritus11.
No fue ayer cuando supimos que el ser del hombre, en tanto rechazado, es ahí lo que
vuelve a aparecer bajo la forma de esos menudos círculos de hierro retorcido, y no se sabe por
qué es ahí, en torno a ese lugar habitual de los campistas que hallamos una cierta acumulación de
eso.
Por poco prehistoriadores que seamos o arqueólogos, debemos presumir que ese rechazo
del ser debe tener algo que no apareció por primera vez con Descartes ni con el origen de la
ciencia, sino que tal vez marcó cada uno de esos saltos esenciales que permitieron constituir,
bajo formas escandidas pero perecederas y siempre precarias, las etapas de la humanidad, y no
necesito intentar rearticular ante ustedes, en una lengua que no practico y que me lo haría
impronunciable, lo que se designa, lo que se indica como señal de tal o cual fase de ese
desarrollo tecnológico bajo la forma de esos amontonamientos de conchas12 que se encuentran
en ciertas áreas, en ciertas zonas de lo que nos queda de esas civilizaciones prehistóricas.
El detritus es justamente el punto que hay que retener ahí, que representa, y no solamente
como señal sino como algo esencial, aquello en torno a lo cual para nosotros girará lo que
concernirá ahora a lo que hemos de interrogar sobre esta alienación.
La alienación tiene una cara patente, que no consiste en que somos el Otro para que “los
otros”, como se dice, al retomarnos, nos desfiguren o nos deformen. El hecho de la alienación no
es que seamos retomados, rehechos, representados en el Otro, sino que se funda esencialmente,
al contrario, en el rechazo del Otro, por cuanto este Otro (aquel que señalo con una A
mayúscula) es lo que ha venido al lugar de esta interrogación del Ser, en torno a lo cual hago
girar hoy, esencialmente, el límite y el franqueamiento del cogito.
¡Quiera el cielo, pues, que la alienación haya consistido en que nos hallemos, en el lugar
del Otro, cómodamente!
11 d(être)itus: “lleva un nombre en que la palabra être se encuentra en su medio, la que basta con poner entre paréntesis”. 12 Kjökkenmöding.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Para Descartes, es seguramente lo que le permite el júbilo de su andar. Y, en las primeras
Regulae13 (que representan su obra original, su obra de juventud, aquella cuyo manuscrito fue
vuelto a hallar más tarde y aún está, de hecho, perdido siempre en los papeles de Leibniz) el sum
ergo Deus est es exactamente la prolongación del cogito ergo sum. ¡Por supuesto! La operación
es ventajosa, que deja enteramente a cargo de un Otro (que no se asegura de nada salvo de la
instauración del ser, como siendo el ser del yo), de un Otro, que el dios de la tradición
judeocristiana facilita ser aquel que se presenta él mismo, por ser Soy lo que soy; pero,
seguramente, ese fundamento fideísta que se mantiene aún tan profundamente anclado en el
pensamiento durante el siglo XVII, es precisamente aquel que para nosotros no es tan sostenible,
y es por el hecho de que sea radiado subjetivamente que nos aliena realmente.
Lo cual ya ilustré con esta libertad o muerte. Maravillosa intimación, sin duda. ¿Quién, en
esta intimación, no rechazaría, en efecto, a este Otro por excelencia que es la muerte? Por lo
cual, como ya se los hice notar, le queda la libertad de morir.
Pasa lo mismo con lo que ya el estoico14 formula en el et non propter uitam uiuendi
perdere causas (pero para no perderlas ¿va usted a perder la vida?). Para que las cosas no se lean
ya aquí tan claramente. Pero, para nosotros, de lo que se trata es de saber lo que sucederá entre
este o no pienso o no soy, quiero decir: yo, como no soy.
¿Cuál va a ser el resultado? ¡El resultado en el que no tenemos elección! No tenemos
elección a partir del momento en que ese yo, como instauración del ser, se ha escogido. No
tenemos elección: es el no pienso hacia el que tenemos que ir. Porque esta instauración del yo
como del puro y único fundamento del ser es, muy precisamente, aquello que en adelante pone
un término (un término en el sentido de punto final) a toda interrogación del νoe‹ν, a todo
proceder que hiciera algo diferente del pensamiento, de lo que Freud con su tiempo y con su
ciencia hizo de esto: Das Denken, escribe, en Formulaciones sobre los dos principios del
acaecer psíquico,15 no es más que una fórmula, una fórmula de ensayo y, en cierta forma, para
abrir camino, que ha de hacerse siempre con el mínimo investimento psíquico que nos permite
interrogar, medir, trazar también la vía por la cual vamos a hallar satisfacción a lo que nos urge y
nos estimula, con alguna salida motora que ha de trazarse en lo real.
13 Descartes René, Regulae ad directionem ingenii, 1701, Vrin 1965, Règles pour la direction de l'esprit [Reglas para la dirección del espíritu], Vrin, 1970. 14 Juvenal, Satire VIII, v. 84: et propter uitam uiuendi perdere causas. 15 Freud S., Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico [1911-1913], Vol 12, Bs. As. Amorrortu.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Ese no pienso esencial es donde hemos de cuestionar, nosotros, lo que resulta de la pérdida
resultante de la elección: el no soy ¡por supuesto! en sí mismo, tal como lo hemos fundado hace
poco, a saber, como esencia del yo mismo. ¿Se reduce a esto la pérdida de la alienación?
Ciertamente, no. Precisamente, aparece algo que es forma de negación, pero de negación que no
recae en el ser sino en el yo mismo en tanto fundado en ese no soy.
En conexión con la elección del no pienso, surge algo cuya esencia es la de no ser no yo, en
el lugar mismo del ergo, en tanto que ha de ponerse en la intersección del “yo pienso” con el “yo
soy”, en lo que, solo, se apoya como ser de cogitación: este ergo, “luego”, en este lugar mismo
algo aparece, que se sustenta por no ser no yo.
Ese no-yo, tan esencial de articular por ser así en su esencia, es lo que Freud nos aporta a
nivel del segundo paso de su pensamiento, y lo que se llama “la segunda tópica”, como siendo el
ello.
Pero es precisamente ahí donde se encuentra el mayor peligro de error y que, así mismo, al
aproximármele yo mismo en la medida en que pude hacerlo cuando hablé del wo es war, no
pude, a falta de la articulación lógica que le permite tomar su verdadero valor, hacer sentir
claramente dónde nace la esencia de ese no-yo que constituye el ello y que reduce a tal ridículo
aquello en lo cual parece caer infaliblemente quienquiera esté sobre ese sujeto16 que se ha
quedado en los senderos psicológicos, es decir, en la medida en que son herederos de la tradición
de la filosofía antigua: que hacen del alma, o de la yuc» algo que es. El ello, para ellos, será
siempre lo que tal imbécil me cacareó al oído durante diez años de vecindad: que “el ello es un
mal yo”.
¡De ninguna manera podría formularse algo semejante! Y, para concebirlo, es
extremadamente importante darse cuenta de que ese ello en esta extraña positividad anómala que
toma por ser el no de ese yo que por esencia no soy, hay que saber qué quiere decir eso, de qué
extraño complemento puede tratarse en ese no-yo.
Pues bien, hay que saber articularlo y decirlo tal como efectivamente toda la delineación de
aquello de que se trata en el ello nos lo articula.
El ello de que se trata no es seguramente, por supuesto, de ninguna manera, la “primera
persona”, así como es un verdadero error que ha de rechazarse al rango de lo grotesco, hay que
decirlo claramente independientemente del respeto que tengamos en nombre de la historia por su
16 “quienquiera sea ese sujeto” [Sizaret].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
autor, haber sido llevado a producir que la psicología de Freud era ¡una “psicología en primera
persona”! Y que tal de mis alumnos durante ese breve informe que hace parte del opúsculo que
les distribuí la última vez, que tal de mis alumnos se haya creído obligado a volver a pasar por
ahí sosteniendo por un instante la ilusión de que hasta era una vía a través de la cual yo los habría
llevado (a formular, como resulta naturalmente forzado después de haberme escuchado, a
formular lo contrario, ¿no?), es en sí mismo una especie de bluff y de estafa puesto que esto nada
tiene que ver con el asunto.
El ello no es ni la primera ni la segunda persona, ni siquiera la tercera, en tanto que, para
seguir la definición que da de ésta Benveniste la tercera sería aquella de la que se habla.
El ello, nos acercamos un poco más, tiene enunciados tales como el “ello brilla”, o el
“llueve”, o el “se mueve”17. ¡Pero es también caer en un error creer que ese ello sería ello en la
medida en que se enuncia desde sí mismo! Es todavía algo que no da suficiente relieve a aquello
de que se trata.
El ello es, propiamente hablando, lo que en el discurso, en tanto estructura lógica, es muy
exactamente todo lo que no es yo, es decir, todo el resto de la estructura. Y cuando digo
“estructura lógica”, entiendan gramatical.
No es una nadería que el soporte mismo de lo que está en cuestión en la pulsión, es decir,
el fantasma, pueda expresarse así: Ein Kind wird geschlagen, “un niño es golpeado”.
¡Ningún comentario, ningún metalenguaje dará cuenta de lo que se introduce en el mundo
en tal fórmula! ¡Nadie podría redoblarla ni explicarla! La estructura de la frase un niño es
golpeado no simplemente se comenta, se muestra. No hay ninguna fÚsij que pueda dar cuenta
de que un niño sea golpeado. Puede haber en la fÚsij algo que necesite que él se golpee ¡pero
que él sea golpeado es otra cosa! Y que ese fantasma sea algo tan esencial en el funcionamiento
de la pulsión es algo que no simplemente nos recuerda lo que de la pulsión demostré ante ustedes
(respecto a la pulsión escoptofílica o respecto a la pulsión sadomasoquista), que es trazado, que
es montaje, trazado, montaje gramatical cuyas inversiones, reversiones, complejizaciones, no se
organizan sino en la aplicación disímil de diversas inversiones (Verkehrung), de negaciones
parciales y escogidas, pues no hay otra manera de hacer funcionar la relación del yo en tanto ser-
en-el-mundo que pasándola por esta estructura gramatical que no es otra cosa que la esencia del
ello.
17 “ça brille”, “ça pleut”, “ça bouge”.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Por supuesto, hoy no voy a darles nuevamente esta lección. Tengo un campo suficiente que
recorrer como para que se requiera que me contente con señalar lo que es la esencia del ello en
tanto que no es no-yo: es todo el resto de la estructura gramatical. Y no es por azar si Freud
subraya que en el análisis de Ein Kind wird geschlagen, en el análisis de Un niño es golpeado,
jamás el sujeto, el Ich, el yo –que sin embargo ha de tomar allí lugar (para nosotros, en la
reconstrucción que hacemos de éste, en la Bedeutung que vamos a darle) cuya interpretación es
necesaria, a saber, que en un momento dado sea él quien sea el golpeado–, pero, en el enunciado
del fantasma, nos dice Freud, ese tiempo, ¡y con razón!, nunca es confesado porque el yo como
tal queda precisamente excluido del fantasma.
De esto solamente podemos darnos cuenta marcando la línea de división de dos
complementarios: el yo del golpeo –ese puro ser que él es, como rechazo del ser– con lo que
queda como articulación del pensamiento y que es la estructura gramatical de la frase. Esto, por
supuesto, no adquiere su alcance y su interés más que al ser relacionado con el otro elemento de
la alternativa, a saber, lo que se va a perder allí.
La verdad de la alienación sólo se muestra en la parte perdida que, si siguen mi
articulación, no es más que el yo no soy.
Pero es importante captar que eso es justamente lo esencial de lo que se trata en lo
inconsciente, porque todo lo que de lo inconsciente resulta, se caracteriza por lo que, sin duda,
sólo un discípulo –un solo discípulo– de Freud18 supo mantener como un rasgo esencial, a saber,
la sorpresa. El fundamento de esta sorpresa, tal como aparece a nivel de toda interpretación
verdadera, no es más que esta dimensión del no soy y es esencial preservarla como carácter, si
puedo decirlo, revelador en esta fenomenología.
Es por eso que el chiste es el más revelador y el más característico de los efectos que yo he
llamado “las formaciones de lo inconsciente”. El reír en cuestión se produce a nivel de ese no
soy. Tomen cualquier ejemplo, y para tomar el primero que se ofrece a la apertura del libro, el
del famillonario ¿acaso no queda de manifiesto que el efecto de irrisión sobre lo que dice allí
Hirsch-Hyacinthe (cuando dice que Salomon de Rotschild lo trató “por entero
famillonarmente”), resuena al mismo tiempo por la inexistencia de la posición del rico, por
cuanto ésta no es sino de ficción, ficción de ese algo donde quien habla, donde el sujeto se halla,
18 Reik Theodor, Der überraschte Psychologe. Ueber Erraten und Verstehen unbewusster Vorgänge [El psicólogo atónito: adivinar y comprender los procesos inconscientes], 1935. Traducción al francés: Le psychologue surpris, déviner et comprendre les processus inconscients, Denöel, París, 1976.
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en esta inexistencia misma, reducido él mismo a una especie de ser para el que no hay lugar en
ninguna parte? ¿No queda de manifiesto que es ahí donde reside el efecto de burla de ese
“famillonario”?
Pero ahí, muy al contrario –muy al contrario de lo que sucede cuando definíamos el ello y
donde pudieron ustedes reconocer (en esta referencia a la estructura gramatical) que se trata de
un efecto de Sinn o de sentido– hemos de vérnoslas con la Bedeutung. Es decir, que ahí donde no
soy, lo que sucede es algo que hemos de ubicar como de la misma especie de inversión que nos
ha guiado hace poco: el yo del no pienso se invierte, se aliena también en algo que es un piensa-
cosas.
Esto es lo que le da su verdadero sentido a lo que Freud dice de lo inconsciente: que está
constituido por las representaciones de cosas, Sachevorstellungen. De ninguna manera se trata de
un obstáculo para que lo inconsciente esté estructurado como un lenguaje, puesto que no se trata
de la Ding, de la cosa indecible, sino del asunto perfectamente articulado, pero en la medida, en
efecto, en que le gana de mano –en tanto Bedeutung– a cualquier cosa que pueda ordenarla.
Para designar lo que concierne a lo inconsciente, en cuanto al registro de la existencia y de
su relación con el yo, yo diría que, así como hemos visto que el ello es un pensamiento afectado
por algo que es no el retorno del ser sino como un deser, así la inexistencia a nivel de lo
inconsciente es algo que está afectado por un yo pienso que no es yo. Y ese yo pienso que no es
yo, y que –si se lo pudiera por un instante reunir con el ello–, indiqué como un eso habla19, es sin
embargo ahí (ya lo verán) un cortocircuito y un error.
El modelo del inconsciente es el de un “eso habla”, sin duda, pero a condición de que se
perciba bien que no se trata de ningún ser. A saber que lo inconsciente nada tiene que ver con lo
que también Platón y luego muchos después de él, supieron conservar como lo que es del nivel
del entusiasmo. En el “Eso habla” puede haber dios, pero muy precisamente lo que caracteriza
la función de lo inconsciente es que no hay.
Si el inconsciente, para nosotros, debe cernirse, situarse y definirse, es en la medida en que
la poesía de nuestro siglo nada tiene que ver con lo que fue la poesía, por ejemplo, de un Píndaro.
Si el inconsciente jugó un papel de referencia tal en todo lo que se trazó de una nueva
poesía, es muy precisamente por esta relación de un pensamiento que no es nada sino por no ser
19 ça parle : ello habla.
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el yo del “yo no pienso”, por cuanto tal poesía viene a imbricarse en el campo que define el yo
como “yo no soy”.
¿Y entonces?…
Si hace poco les dije que el campo pleno, aquí (1) del ello, yo habría podido, en el “eso
habla” dar la sensación de que tiene algo que recubre lo inconsciente, es muy precisamente
aquello sobre lo cual hoy quiero terminar: que justamente no se recubren.
Si los dos círculos, los dos campos que acabamos de oponer como representando los dos
términos de los cuales sólo uno llega a acceder a lo real de la alienación, si esos dos términos se
oponen como constituyendo relaciones diferentes del yo en el pensamiento y la existencia, es
para que, al mirar de más cerca los círculos donde esto viene ahora a cernirse, vean ustedes que,
en un tiempo ulterior, lo que culmina de esta operación en un cuarto término, término cuádrico20,
lo que se va a situar aquí (2), es que ese “no pienso” en tanto correlato del ello es llamado a
confluir con el “no soy” en tanto correlato de lo inconsciente, pero, en cierta forma, haciendo que
se eclipsen, que se oculten el uno al otro recubriéndose. Es en el lugar del “no soy” que el ello va
a venir, por supuesto, positivizándolo en un “yo soy eso”, que no es más que puro imperativo, de
un imperativo que es precisamente aquel que Freud formuló en el Wo es war, soll Ich werden.
20 Dícese de una superficie que puede representarse por una ecuación de segundo grado [T.]
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Si ese Wo es war es algo, es lo que hemos dicho hace poco, pero si Ich soll debe allí
werden (¿diría yo… reverdecer allí?), ¡es porque allí no está! Y no es por nada que recordé hace
poco el carácter ejemplar del sadomasoquismo: tengan por seguro que no terminará el año sin
que debamos interrogarnos de más cerca sobre lo que concierne a esa relación del yo como
esencial en la estructura del masoquismo. Y, simplemente, les recuerdo aquí la aproximación que
hice de la ideología sadiana con el imperativo de Kant.21 Ese soll Ich werden es tal vez tan
impracticable como el deber kantiano, justamente por el hecho de que yo no esté allí, que el yo
es llamado –no como se lo escribió de manera ridícula (¡que por lo menos aquí nos sirva la
referencia!) a “desalojar el ello”– sino a alojarse allí y, si me permiten ustedes este equívoco, a
alojarse en su lógica.
Inversamente, lo cual puede suceder también, es que aquí en el paso (3), el paso de donde
un círculo queda en cierta forma oculto, eclipsado por el otro, se produzca en sentido inverso y
que lo inconsciente, en su esencia poética y de Bedeutung, venga al lugar de ese “no pienso”. Lo
que nos revela, entonces, es justamente lo que, en la Bedeutung del inconsciente, está afectado
por no sé qué caducidad en el pensamiento.
Así como en el primer tipo de ocultación, lo que teníamos era –en el lugar del no soy– la
revelación de algo que es la verdad de la estructura (y veremos cuál es ese factor, diremos lo que
es: es el objeto a), así, en la otra forma de ocultación, esta falla, este defecto del pensamiento, ese
agujero en la Bedeutung, esto –a lo cual sólo hemos podido acceder después del camino
enteramente trazado por Freud del proceso de la alienación– su sentido, su revelación, es: la
incapacidad de toda Bedeutung para cubrir lo que concierne al sexo.
La esencia de la castración es lo que en esta otra relación de ocultación y de eclipse se
manifiesta en lo siguiente: que la diferencia sexual sólo se soporta de la Bedeutung de algo que
falta, bajo el aspecto del falo.
Entonces, hoy les habré dado la traza del aparato en torno al cual vamos a poder replantear
un cierto número de preguntas. ¡Ojalá puedan haber vislumbrado allí la parte privilegiada que
juega, como operador, el objeto a, único elemento que hasta ahora ha quedado oculto en la
explicación de hoy!
21 “Kant con Sade”, 1963, retomado en Escritos 2, México, Siglo XXI.
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
LECCIÓN 8
18 de enero de 1967
Hoy volveré sobre la operación que introduje la última vez bajo el término de alienación,
para articularla una vez más y con mayor insistencia.
En lo que les expongo, la alienación es el punto pivote y, primeramente, en el sentido en
que ese término transforma el uso que se le ha dado hasta aquí. Es el punto pivote gracias al cual
puede y debe mantenerse para nosotros el valor de lo que, bajo la perspectiva del sujeto, puede
llamarse la INSTAURACIÓN FREUDIANA, el paso decisivo que el pensamiento de Freud y,
más aún, la praxis que se mantiene bajo su patronato con el nombre de psicoanálisis aportaron de
decisivo una vez, a nuestra consideración.
Hablaremos de un pensamiento que no es yo:1 tal es, desde un primer abordaje impreciso,
la manera como se presenta lo inconsciente. La fórmula es ciertamente insuficiente. Tiene el
valor de introducir, en el pivote de lo que Freud produce para nosotros como decisivo, ese
término de yo. Por supuesto, esto no debe permitirnos, sin embargo, contentarnos con esta
fórmula tan vaga aún cuando poética (que además sólo se la extrae de su contexto poético con un
poquito de abuso siempre): no es decirlo todo adelantar que “Yo es otro”.2 Por eso es necesario
dar al respecto una articulación lógica más precisa.
Ya lo saben, la función del Otro (tal como lo escribo con esa A mayúscula ubicada en la
esquina, arriba, a la izquierda de nuestro tablero, hoy) es su función determinante.
No solamente es imposible articular justamente la lógica del pensamiento tal como la
experiencia freudiana la establece, sino que es igualmente imposible comprender cualquier cosa
de lo que ha representado en la tradición filosófica, tal como ha llegado a nosotros hasta Freud,
es imposible situar justamente lo que representó ese paso que pone en el centro de la reflexión la
función del sujeto como tal, si no hacemos entrar en juego esta función del Otro tal como la
1 Como en el capítulo anterior, se señalarán únicamente las ocasiones en que “yo” es “moi”; en los demás casos ha de suponerse “je”[T.] 2 Arthur Rimbaud; Cartas a Izambard del 13 de mayo y a Demeny del 15 de mayo de 1871, Œuvres complètes, Bibliothèque de la Pléiade, p. 248 y 250.
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defino cuando la marco con esa A mayúscula, si no nos acordamos que yo llamo Otro marcado
así, lo que toma función de ser el LUGAR DE LA PALABRA.
¿Qué quiere decir esto? Nunca volveremos suficientemente sobre esto aún cuando crea yo
haberlo remachado un poco:
Cuando Freud nos habla de este pensamiento que no es yo, por ejemplo, a nivel de lo que
él llama los pensamientos del sueño, los Traumgedanken, parece decirnos que este pensamiento
queda singularmente independiente de toda lógica.3 Subraya primero que, así mismo, su sistema
no carga con la contradicción. Otra vez, se articula más de un rasgo: los que dicen, a primera
vista, que la negación como tal no podría representarse allí y que igualmente la articulación
causal, la subordinación, el condicionamiento, parecen huir de lo que aparentemente se
encadena de esos pensamientos y no puede ser vuelto a hallar en su hilo más que por las vías de
la más libre asociación. Ahí hay algo que sólo recuerdo porque para muchos allí se encuentra aún
la idea que se admite sobre lo que concierne al orden de lo inconsciente. Pero, de hecho, hablar
del vínculo desanudado que presentarían los pensamientos que localizamos a nivel de lo
inconsciente, que son en efecto los de un sujeto, o deben serlo, decir que esos pensamientos no
siguen las leyes de la lógica no es más que un abordaje primero, el cual supone algo que es más
bien una antinomia con un real preconcebido o, más bien, una preconcepción de lo que deberían
ser las relaciones de todo pensamiento con lo real.
Lo real, pensamos nosotros (aquí está el buen y justo orden de toda eficacia del
pensamiento), debería imponerse al pensamiento. A decir verdad, esto resulta en demasía del
presupuesto de una lógica pedagógica que se funda en un esquema de la adaptación, para no
justificar al mismo tiempo que Freud, al hablarle a mentes que no se habían formado más que
como podrían estarlo sus oyentes habituales, se refiera a ello, pero que así mismo, para toda
reflexión que dé cuenta de la diferencia que hay respecto a la relación de un sujeto cualquiera
con lo real (por el hecho de que éste, sujeto, sólo se funda, sólo se establece en la medida en que
están ya, en ese real y ejerciéndose como tal, los poderes del lenguaje), nos obliga a llevar
nuestro interrogante más lejos.
El paso que nos hace dar Freud no es ciertamente menos sorprendente; a decir verdad, sólo
adquiere el valor que funda la sorpresa que conviene que experimentemos al escucharlo, si
3 Freud S., La interpretación de los sueños [1900], cfr. pág. 285 y ss.: [VI. El trabajo del sueño], Buenos Aires, Amorrortu, 2005.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
articulamos más precisamente lo que él renueva de las relaciones del pensamiento con el ser.
Tema seguramente de actualidad en ese momento por el discurso de tal de los filósofos
contemporáneos, Heidegger en primer plano, pero seguramente en el ruido que se hace en torno
a lo que él articula, esa sería la forma más ingenua de traducir lo que él llama, como ese no sé
qué llamamiento que debería, en ese giro en que nos hallamos, venir del Ser mismo al
pensamiento, para que éste último resulte renovado, para que rompa con lo que lo ha llevado, al
hilo de lo que le ha sucedido desde hace unos tres mil años, a no sé qué sin salida donde ya no se
captaría a sí mismo en su esencia, y donde se podría interrogar, como lo hace Heidegger, Was
heisst Denken? ¿Qué quiere decir pensar?, no esperar la renovación del sentido de esa palabra
pensar más que de no sé qué accidente trans-metafísico, que llevaría a un vuelco total todo lo
que el pensamiento ha trazado. Seguramente, ese no es el sentido del texto de Heidegger y, para
quienes se detengan allí, se podría evocar la humorística e irrisoria metáfora que sería la de la
muchacha que no conoce otra forma de ofrecerse más que la de extenderse sobe una cama con
los miembros de par en par, esperando que la iniciativa llegue de aquel a quien ella piensa
ofrecerse de esta manera, no es una aventura tan rara en un tiempo de mediocre civilización y
todo el mundo sabe que el personaje que se encuentra confrontado allí ¡no por ello se siente
especialmente estimulado a intervenir! Convendría que el pensamiento no tenga una imagen del
mismo tipo pero que consienta en recordar que, no sin algo de dificultad tienen lugar las
verdaderas conjugaciones.
De hecho, se trata en efecto de algo que ha de contribuir a ese problema del ser, que nos
aporta el camino que trazó Freud. Pero –volveré sobre esto– no sin calibrar la juntura, las
consecuencias resultantes para el pensamiento de ese decisivo paso, de ese paso zanjado que es
el que hemos llamado, por una especie de convención históricamente fundada, el paso cartesiano,
a saber, el que limita la instauración del ser como tal al del yo soy que implica el puro
funcionamiento del sujeto del yo pienso como tal, por cuanto da esa apariencia (pues no es más
que una apariencia) de ser transparente a sí mismo, de ser lo que podríamos llamar un soy-
pensamiento. Permítanme con ese neologismo traducir o soportar de manera caricatural lo que
habitualmente es llamado “conciencia de sí”, término que resuena mal e insuficiente ante el uso
que le permite la composición alemana de Selbst-bewuβtsein. Pero, así mismo, a nivel de
Descartes y del cogito, se trata propiamente de un soy-pensamiento, de ese yo pienso, que sólo se
sitúa en el momento en que ya sólo se soporta al articular “yo pienso”.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Es de la continuación de la consecuencia de esto, en tanto que está ahí, proceder decisivo,
que se trata; quiero decir, que es en un pensamiento determinado por ese paso primero que se
inscribe el descubrimiento de Freud.
Hablé del Otro… Es claro que a nivel del cogito cartesiano hay un poner a cargo del Otro
las consecuencias de ese paso. Si el cogito ergo sum no implica lo que Descartes escribe con
todas sus letras en sus Regulae (donde se leen tan bien las condiciones que las determinaron a
todas en tanto pensamiento), si el cogito no se completa con un sum, ergo Deus est (lo que
seguramente hace las cosas más fáciles), no es sostenible. Y, sin embargo, si no es sostenible
como articulación (quiero decir, filosófica) no quita que el beneficio se ha obtenido; del proceder
que reduce a este estrecho margen del ser pensante, en la medida en que piensa poderse fundar, a
partir de este único pensamiento, como yo soy, queda que algo se ha obtenido, cuyas
consecuencias se leen, de hecho muy pronto, en una serie de contradicciones. Porque es
justamente el lugar para señalar, por ejemplo, que el pretendido fundamento de la simple
intuición que vería distinguidos radicalmente la cosa extensa de la cosa pensante (la primera
como la que se funda en una exterioridad de una a otra de sus partes, en el fundamento partes
extra partes, como característica de lo extenso) es, con poco detalle, aniquilado por el
descubrimiento newtoniano, del cual creo que no se subraya lo suficiente que la característica
que le da a lo extenso es precisamente que en cada uno de sus puntos, si puedo decirlo, ninguna
masa ignora lo que sucede en el mismo instante en todos los demás puntos. Paradoja ciertamente
evidente y que dio a los contemporáneos, y muy especialmente a los cartesianos, muchas
dificultades para admitirla, reticencia que no cesó y donde se demuestra algo que para nosotros
se completa ciertamente con lo siguiente: que la cosa pensante se nos impone, precisamente por
la experiencia freudiana, como siendo, ELLA4, no ya esta cosa siempre señalada por una
unificación indefectible sino, muy al contrario, como marcada, caracterizada por estar
despedazada, hasta ser despedazante, por llevar en sí esa misma marca, que se desarrolla y en
cierta forma se demuestra en todo el desarrollo de la lógica moderna. A saber, que lo que
llamamos la máquina, en su funcionamiento esencial, es lo más parecido a una combinatoria de
notaciones y que esta combinatoria de notaciones es para nosotros el más preciado fruto, lo más
indicativo del desarrollo del pensamiento.
4 Este “ella” no se requiere como tal en la traducción. Se trata aquí de la cosa, y cuando más podría trasvasarse como “…siendo ésta no ya una cosa…” Se incluye tal cual porque aparece enteramente en mayúsculas en el texto francés.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Aquí Freud aporta su contribución al demostrar lo que resulta del funcionamiento
EFECTIVO de esta faceta del pensamiento. Quiero decir, de sus relaciones no ya con el sujeto de
la demostración matemática, del que recordaremos enseguida cuál es su esencia, sino con un
sujeto que es el que Kant llamaría sujeto patológico, es decir, con el sujeto en tanto puede
padecer este tipo de pensamiento. El sujeto sufre del pensamiento en tanto, dice Freud, lo
reprime. El carácter despedazado y despedazante de este pensamiento reprimido es lo que nos
enseña nuestra experiencia diaria en el psicoanálisis.
Por eso, hacer presente como fondo de nuestra experiencia no sé qué nostalgia de una
unidad primitiva, de una pura y simple pulsación de la satisfacción en una relación con el Otro,
que es aquí el único que cuenta y al que se lo imagina, se lo representa como el Otro de una
relación nutricia, es una mitología burda y deshonesta. El paso siguiente, más escandaloso, si
puedo decirlo, aun cuando primero, que se vuelve necesariamente lo que sucede, lo que se
articula en la teoría psicoanalítica moderna a lo largo y a lo ancho: ¡la confusión de este Otro
nutricio con el Otro sexual!
No hay en verdad salvación – si puedo decirlo – del pensamiento, preservación posible de
la verdad introducida por Freud (pero también honestidad técnica) que no pueda, que no deba
fundarse en la distancia con esa burda engañifa, con ese escandaloso abuso que representa, con
una especie de pedagogía a contrapelo; uso deliberado de una captura por una especie de ilusión
especialmente insostenible ante quienquiera eche un ojo directamente sobre lo que es la
experiencia psicoanalítica.
Restablecer al Otro en el único estatuto que vale, que es para él el del lugar de la palabra,
es el punto de partida necesario desde donde cada cosa puede retomar su justo lugar en nuestra
experiencia analítica.
Definir al Otro como lugar de la palabra es decir que no hay más que el lugar donde la
aserción se plantea como verídica. Es decir, asimismo, que él no tiene NINGUNA OTRA
ESPECIE DE EXISTENCIA. Pero, como decirlo es aún hacer un llamado a él, para situar esta
verdad, es hacerlo resurgir cada vez que yo hablo. Y por eso ese decir “que no hay ninguna
especie de existencia” no lo puedo decir pero lo puedo escribir. Y por eso escribo S, significante
del A mayúscula tachado, S(A/ ), como constituyendo uno de los puntos nodales de esa red en
torno a la cual se articula toda la dialéctica del deseo por cuanto esta se cava desde el intervalo
entre el enunciado y la enunciación.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
No hay insuficiencia alguna, reducción alguna, a no sé qué gesto gratuito en ese hecho de
afirmar que la escritura S(A/ ) juega aquí un rol pivote esencial para nuestro pensamiento. Pues no
hay ningún otro fundamento para lo que se llama verdad matemática sino que el recurso al Otro,
en la medida en que a aquellos a quienes hablo se les ruega referirse a éste (quiero decir, en tanto
gran Otro), para ver allí inscribirse los signos de nuestras convenciones iniciales en lo que
corresponde a lo que yo manipulo en matemáticas, que es, muy exactamente, lo que el señor
Bertrand Russell, experto en la materia, llegará hasta a atreverse a designar con estos términos:
que “no sabemos de qué hablamos ni si lo que decimos contiene allí la mínima verdad”. Y, en
efecto ¿y por qué no? Simplemente el recurso al Otro –en la medida en que, en un cierto campo
que corresponde a un uso limitado de ciertos signos, es incontestable que, habiendo hablado,
puedo escribir y mantener lo que escribí. Si no puedo, en cada tiempo del razonamiento
matemático, hacer ese movimiento de vaivén entre lo que articulo con mi discurso y lo que
inscribo como estando establecido, no hay ninguna progresión posible de lo que se llama verdad
matemática, y ahí está toda la esencia de lo que se llama, en matemática, demostración. Es,
precisamente del mismo tipo que aquello de lo que aquí se trata– el recurso al Otro es, en todo
efecto del pensamiento, absolutamente determinante.
El soy del pienso cartesiano no solamente no lo evita sino que se funda en él. Allí se funda
aún antes de que se vea forzado a ubicar a este Otro en un nivel de esencia divina. Ya
únicamente para obtener del interlocutor lo que sigue – el luego del soy –, este Otro es llamado
muy directamente. Es a él, a la referencia a ese lugar, como lugar de la palabra, que Descartes se
remite, para un discurso que llama al consentimiento a hacer lo que estoy haciendo ante ustedes:
al exhortarme a la duda no negarán que soy. El argumento es ontológico desde esta etapa y,
seguramente, si no tiene el filo del argumento de San Anselmo, si es más sobrio, no por ello deja
de conllevar consecuencias que son aquellas que veremos ahora llegar y que son precisamente
las que resultan de tener que escribir, con un significante, que este Otro no es otra cosa.
Les había rogado que durante estas vacaciones se remitieran a cierto capítulo de San
Anselmo… y para que la cosa no quede en el aire recordaré aquí de qué tipo es ese famoso
argumento, que es injustamente menospreciado y que está bien hecho para darle todo su énfasis a
la función de este Otro. El argumento no recae, de ninguna manera, como se lo dice en los
manuales, sobre el hecho de que la esencia más perfecta implicaría la existencia. El capítulo II
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del Fides quaerens intellectum articula el argumento de dirigirse a lo que él llama lo “insensato”;
lo insensato que, dice la Escritura, dijo en su coro: “no hay Dios”.
El argumento consiste en decir: “¡Insensato! Todo depende de lo que usted llama Dios, y
como está claro que usted llamó “Dios” al Ser más perfecto, no sabe usted lo que dice. Porque,
dice San Anselmo, yo sé bien, yo San Anselmo, yo sé que no basta con que la idea del Ser más
perfecto exista como idea, para que este Ser exista. Pero si usted considera que está en el derecho
de tener esta idea, que usted dice, que este Ser no existe, ¿qué sería usted si por azar Él existe?
Pues, usted demuestra entonces que al concebir la idea del Ser más perfecto, forma una idea
inadecuada puesto que se halla separada de esto: que este Ser puede existir y que, en tanto
existente, es más perfecto que una idea que no implique la existencia.”
Es una demostración de la impotencia del pensamiento en aquel que la articula, por un
cierto sesgo de crítica que concierne a la inoperancia del pensamiento mismo. Es demostrarle
que al articular algo sobre el pensamiento, él mismo no sabe lo que dice. Por eso, lo que hay que
revisar está en otra parte y, muy precisamente, a nivel del estatuto de este Otro, donde no
solamente puedo sino donde no puedo hacer otra cosa que establecerme, cada vez que algo se
articula que corresponde al campo de la palabra.
En este Otro, como lo escribió recientemente uno de mis amigos, nadie cree. En nuestra
época, todo el mundo es ateo, desde los más devotos hasta los más libertinos, si acaso ese
término tiene aún algún sentido. Filosóficamente es insostenible todo lo que se funde en una
forma de existencia cualquiera de este Otro.
Por eso, todo se reduce en el alcance del yo soy que sigue al yo pienso, a lo siguiente: que
ese yo pienso tiene sentido, pero exactamente de la misma manera que tiene sentido cualquier
no-sentido. Todo lo que articulan ustedes con la única condición, ya se los señalé, de que se
mantenga una cierta forma gramatical (¿acaso necesito volver sobre los green colourless
ideas…, etc.?), todo lo que sencillamente tiene forma gramatical, tiene sentido. Y esto quiere
decir únicamente que, a partir de ahí, no puedo ir más lejos. En otras palabras, que la estricta
consideración del alcance lógico que implica toda operación del lenguaje se afirma en lo que es
el efecto fundamental y seguro de aquello que se llama alienación, y que de ninguna manera
quiere decir que nos ponemos en manos del Otro sino, al contrario, que nos damos cuenta de la
caducidad de todo lo que se funde únicamente sobre ese recurso al Otro, del cual sólo puede
subsistir lo que funde el curso de la demostración matemática de un razonamiento por
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recurrencia; cuyo tipo es que si podemos demostrar que algo que es verdadero para n, lo es
también para n+15, basta con que sepamos qué sucede para n=1 para poder afirmar que lo mismo
es verdadero para toda la serie de los números enteros. ¿Y luego?…
Esto no implica en sí ninguna otra consecuencia más que la naturaleza de una verdad que
es la que hace poco indiqué con la apreciación de Bertrand Russell: para nosotros, debemos
plantear, puesto que algo viene a revelarnos la verdad que se oculta tras esta consecuencia,
puesto que no tenemos de ninguna manera razón para retroceder ante esto que es esencial: que el
estatuto del pensamiento, en cuanto que se realiza allí la alienación como caída del Otro, está
compuesta de lo siguiente: a saber, de ese espacio en blanco que está a la izquierda del Es6 y que
corresponde a ese estatuto del yo que es el del yo tal como reina, y aquí, indiscutiblemente, sobre
la mayor parte de nuestros contemporáneos y que se articula con un yo no pienso, ¡no solamente
orgulloso sino también glorioso por esta afirmación! Por medio de lo cual lo que lo completa es
lo que ahí designé como Es y que la última vez articulé como siendo un complemento, es cierto,
pero complemento que le viene de la parte caída de esta alienación, a saber, de lo que le viene de
ese lugar del Otro desaparecido en lo que queda como siendo el no-yo y que llamé –porque es así
como hay que designarla, sencillamente así– la ESTRUCTURA GRAMATICAL.
Ciertamente, no es privilegio de un freudiano el concebir la cosa así, lean al señor
Wittgenstein: Tractatus logico-philosophicus… No crean que porque toda una escuela, que se
llama lógico-positivista, nos machaca las orejas con una serie de consideraciones antifilosóficas
de las más insípidas y de las más mediocres, que el paso del señor Wittgenstein no sea nada. Este
intento por articular lo que resulta de una consideración de la lógica tal que pueda obviar toda
existencia del sujeto, vale bien ser seguida en todos sus detalles y les recomiendo su lectura.
En cambio, para nosotros freudianos, lo que esta estructura gramatical del lenguaje
representa es exactamente lo mismo que lo que hace que cuando Freud quiere articular la
pulsión, no puede hacer otra cosa sino pasar por la estructura gramatical que es la única que da
su campo completo y ordenado a lo que, de hecho, cuando Freud tiene que hablar de la pulsión,
viene a dominar, quiero decir, a constituir los dos únicos ejemplos QUE FUNCIONAN, de
pulsiones como tales, a saber, la pulsión escoptofílica y la pulsión sadomasoquista.
5 “lo es también para n – 1” [Sizaret]. 6 Arriba a la izquierda de la figura VII-2. Sizaret escucha “S” en lugar de “Es”.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Solamente en un mundo de lenguaje puede tomar su función dominante el yo quiero ver,
dejando abierto el saber desde dónde y por qué soy mirado.
Solamente en un mundo de lenguaje, como ya lo dije la última vez para señalarlo
únicamente de paso, un niño es golpeado adquiere su valor pivote.
Solamente en un mundo de lenguaje el sujeto de la acción puede hacer surgir la pregunta
que lo soporta, a saber, ¿para QUIÉN actúa él?
Sin duda, nada se puede DECIR sobre lo que concierne a esas estructuras. Sin embargo,
nuestra experiencia nos afirma que éstas son las que dominan (y no lo que ronda en no sé qué
corredor de la Asamblea analítica, a saber, una pulsión “genital” que cualquiera estaría en la
incapacidad de definir como tal), que son éstas las que le dan su ley a la función del deseo. Pero
esto no puede ser dicho sino al repetir las articulaciones gramaticales en las que se constituyen;
es decir, al exhibir en las frases que las fundan lo que podrá deducirse de las diversas maneras
como el sujeto habrá de alojarse allí. Nada, digo, puede ser dicho salvo lo que escuchamos de
hecho, a saber, el sujeto en su queja.
A saber, en la medida en que él no se halla allí, en que el deseo que él funda allí, tiene para
él este ambiguo valor de ser un deseo que él no asume, que él no quiere7 más que a pesar suyo.
Es justamente para volver sobre ese punto que articulamos todo lo que hemos de desarrollar aquí
ante ustedes. Es justamente porque es de esta manera y porque se ha osado decirlo, que hay que
examinar DE DÓNDE pudo partir ese discurso.
Pudo partir de lo siguiente: que hay un punto de experiencia desde donde podemos ver lo
que concierne a la verdad de lo que llamaré como quieran: oscurecimiento, estrangulamiento, sin
salida de la situación subjetiva, bajo esta incidencia extraña cuyo resorte último ha de fundarse
en el estatuto del lenguaje.
Está al nivel donde el pensamiento existe como: no es YO quien piensa.
Este pensamiento –tal como está ahí soportado por esta navecilla (abajo, a la derecha del
esquema) que lleva la I mayúscula–, este pensamiento, que tiene el estatuto de los pensamientos
de lo inconsciente, implica lo siguiente: que este pensamiento NO PUEDE DECIR –y ese es el
estatuto que le es propio– ni luego soy ni tampoco el luego no soy que sin embargo lo completa y
que es su estatuto virtual a nivel del Otro.
7 “puede”[Sizaret].
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Pues es ahí donde este Otro, y solamente ahí, mantiene su instancia. Es ahí donde el yo
como tal sólo llega a inscribirse efectivamente con un no soy –con un no soy que está soportado
por el hecho de que se soporte en tantos otros como hay para constituir un sueño, que el sueño,
nos dice Freud, es esencialmente egoístico8–, que en todo lo que nos presenta el sueño hemos de
reconocer la instancia del Ich bajo una máscara; pero, así mismo, que es en la medida en que no
se articula ahí como Ich que allí se enmascara, que allí está presente.
Por eso, el lugar de todos los pensamientos del sueño está marcado aquí, en su parte
derecha, por esta área blanca donde se designa que el Ich como tal se nos recomienda desde
luego encontrarlo en cada uno de los pensamientos del sueño, pero lo que constituirá lo que
Freud llama Trauminhalt es, a saber, muy precisamente, este conjunto de significantes de los que
está constituido un sueño por los diversos mecanismos que son los de lo inconsciente:
condensación, desplazamiento, Verdichtung, Verschiebung. Si el yo, el Ich, el ego, está allí
presente en todos, es muy precisamente por el hecho de que allí está EN TODOS, es decir, que
allí está ABSOLUTAMENTE DISEMINADO.
¿Qué quiere decir y qué estatuto queda a los pensamientos que constituyen este
inconsciente sino el de ser lo que nos dice Freud, a saber, esos signos por los cuales las cosas (en
el sentido en que la última vez dije Sache, “asuntos”, “cosas de encuentro”), tienen las unas
respecto a las otras, esta función de remisión que hace que en la operación psicoanalítica
perdamos un tiempo acopiándolas, como en un mundo sin ordenamiento?9
Pero, ¿cuál va a ser la operación que realiza Freud, y especialmente en esta parte de la
Traumdeutung que se llama el trabajo del sueño, die Traumarbeit? Será la de mostrarnos lo que
él articula, lo que articula al comienzo de ese capítulo de la manera más clara y EN TODAS
LETRAS (digan lo que digan los personajes que me leen en este tiempo por primera vez y que se
sorprenden), que articulo yo desde hace tantos años: ¡que el inconsciente está estructurado como
un lenguaje! “Der Trauminhalt, el contenido del sueño está dado, gleichsam, tal como en una
escritura hecha de imágenes (lo cual designa los jeroglíficos, cuyos signos son únicamente zu
übertragen, para traducir, in die Sprache, en la LENGUA de los pensamientos del sueño”; y toda
la serie sobre los Zeichenbeziehung, sobre la comparación con un rébus, sobre el hecho de que
un rébus sólo se puede comprender si se lo lee y se lo articula, pues, de otra manera, es absurdo
8 Cfr. S. Freud, Ibid., p. 258 [D.] 9 inordonné
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ver una imagen, nos dice, compuesta por una casa sobre la cual hay un navío o una persona que
está tratando de correr con una coma en el lugar de su cabeza, que todo esto no tiene sentido sino
en una LENGUA, y después de habernos dicho que el mundo de los pensamientos del sueño es
de naturaleza ilógica…
Les ruego remitirse al texto de Freud; esto no es simplemente para que den fe de lo que es
verdaderamente patente y está toscamente ilustrado en cada página, a saber, que nunca se habla
más que del lenguaje, sino para que vean que lo que Freud articula, son TODAS LAS
MANERAS que existen para que en ese mundo –de las cosas, sin duda, pero, ¿qué quiere decir
eso? Eso quiere decir las Bedeutungen. ¿Qué hace Freud con aquello a lo cual se remite ese
sentido del sueño y aquello a lo cual se remite[n], es decir, en efecto, las imágenes que lo
constituyen? Pues mostrar cómo, en una cierta manera justamente de alterar esas imágenes, por
ejemplo, se puede designar el índice gracias al cual, en lo que sigue, hallamos todas las funciones
gramaticales eliminadas antes, y mostrarnos cómo se expresa la relación de un subordinado con
un principal (lean todo ese enorme capítulo VI de la Traumdeutung), cómo una relación causal
puede expresarse, cómo también hace su entrada la forma de la negación. Y, muy precisamente,
hallarán allí cosas cuyo parentesco con los esquemas que les he dado, que les he entregado aquí,
les parecerá evidente, como de la función del o … o…, dice él, que sirve para expresar, ya que no
se lo puede hacer de otra manera, una conjunción. Y cuando miran de más cerca hallarán allí
exactamente lo que les dije: es decir, que en el o… o… suspendido entre dos negaciones
encuentran justamente el mismo valor que en la negación de esta conjunción.
Seguramente, esas… cosas, si puedo decirlo, les parecerán un tanto más adelantadas en sus
resultados que lo que les entrega Freud, pero Freud les entrega lo suficiente como para incitarlos
a ir por el mismo camino, es decir que cuando toman el sueño Sezerno (o el sueño en que hay
que cerrar o un ojo o dos ojos) se darán cuenta de lo que eso significa, al ver lo que quiere decir:
que no se puede al mismo tiempo tener un ojo abierto o dos ojos abiertos, que no es la misma
cosa.
En resumen, la legitimidad de la lógica del fantasma es precisamente ese algo para lo cual
nos prepara todo el capítulo de Freud para no hablar sino de éste. Nos prepara mostrándonos que
aquello de lo que Freud traza la vía es de una lógica de esos pensamientos, a saber, esto que
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quiere decir: ella exige ese soporte del lugar del Otro, que precisamente no puede aquí articularse
salvo como un luego yo no soy.10
Así, henos aquí suspendidos al nivel de esta función en un tú no eres, luego yo no soy.
¿Acaso esto no les excita sus oídos de cierta manera? ¿No es este el lenguaje, quiero decir, el
más inoportuno, del amor mismo?
¿Qué significa esto? ¿Hay que llevar más lejos su sentido? Que de hecho entrega su
verdad: tú no eres sino lo que yo soy. Todo el mundo sabe y puede reconocer que si, justamente,
en efecto, es esta fórmula la que da el sentido del amor, el amor igualmente, en su emoción, en
su ingenuo impulso, como en muchos de sus discursos, no se recomienda como función del
pensamiento…
Quiero decir que, si de tal fórmula, tú no eres, luego yo no soy, sale el monstruo cuyos
efectos en la vida diaria conocemos tan bien, es precisamente en la medida en que esta verdad (la
del tú no eres, luego yo no soy) es, en el amor, rechazada, verworfen. Las manifestaciones del
amor en lo real son precisamente la característica que yo enuncio de toda Verwerfung, a saber,
los más incómodos efectos y los más deprimentes. Esta es, justamente, una ilustración de más
¡donde las vías del amor no han de designarse en ninguna parte como trazadas tan fácilmente!
Seguramente en la época de Descartes esas vías no eran ignoradas, por supuesto, por nadie.
Estábamos en la época de Angelus Silesius, quien se atrevía a decirle a Dios: “Si yo no estuviera
aquí, pues bien, sería sencillo: Tú, Dios, en tanto Dios existente, Tú tampoco estarías allí”.11 En
tal época se puede hablar de los problemas de la nuestra; más exactamente, uno puede volverse a
ubicar allí para determinar qué nos hace obstáculo.
¿Qué nos dice Freud si llevamos más lejos el examen de su lógica? Si aún les queda la
mínima duda respecto a la naturaleza de esta subversión, que hace de la Bedeutung (por cuanto
que la volvemos a captar en el momento de su alteración, de su torsión como tal, de su
amputación, hasta de su ablación) el resorte que puede permitirnos reconocer allí la función
restablecida de la lógica… Si aún les queda la mínima duda, verán desvanecerse las dudas al ver
cómo Freud, en el sueño, reintegra todo lo que aparece allí como juicios, ya sean internos esos
juicios en la vivencia de ese sueño, pero más aún si se presentan como juicios –en apariencia– al
despertar.
10 Aquí podría traducirse luego yo no estoy, puesto que Lacan habla de lugar (del Otro) [T.] 11 Angelus Silesius, Lacan parafrasea El errante querubínico, I-106, por ejemplo.
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Cuando, nos dice él respecto al sueño, algo, en el relato del soñante, se indica como siendo
un momento de vacilación, de interrupción, una laguna (como yo decía en otra ocasión donde
daba cuenta de las lagunas), Lücken, una Unterbrechung, una ruptura, en el relato que yo, en
tanto soñante puedo dar, eso mismo ha de restablecerse, nos dice Freud, como haciendo parte del
texto del sueño. ¿Y qué es lo que designa esto? Me bastará con remitirme en alguna parte a lo
que Freud nos da a manera de ejemplo: “Voy –dice uno de sus soñantes–, con Fraülein K., in das
Volksgartenrestaurant, en el restaurante del Volksgarten…”, y ahí, es el dunkle Stelle, es el
pasaje del que ya nada se puede decir, él ya no sabe, y luego retoma: “Entonces, me hallo en el
salón de un burdel, in dem ich zwei oder drei Frauen sehe, donde veo dos o tres mujeres, una en
camisa y en calzoncitos”.
Análisis: la Fraülein K. es la hija de su patrón de antes, y lo característico es la
circunstancia en que él tuvo que hablarle y que él designa en estos términos: “Nos reconocimos,
man sich erkannte, gleichsam, en una especie de igualdad, in seiner Geschlechtigkeit, en su
apreciación de sexo, como si se quisiera decir: yo soy un hombre –Ich bin ein Mann, und du ein
Weib– y tú una mujer”.
He ahí, muy precisamente, por qué se escoge a la Fraülein K.: para constituir la entrada del
sueño, pero también, sin duda, para determinar la síncopa. Lo que seguirá en el sueño demostrará
ser, muy precisamente, lo que viene a perturbar esa hermosa relación plena de certeza entre el
hombre y la mujer. A saber, que los tres personajes que están relacionados para él con el
recuerdo de ese restaurante y que representan también a las que él encuentra en el salón del
burdel son, respectivamente, su hermana, la mujer de su cuñado y una amiga de ésta (¡o de éste,
no importa!), en todo caso tres mujeres con las cuales no se puede decir que sus relaciones estén
marcadas por un abordaje sexual franco y directo.
En otras palabras, lo que Freud nos demuestra como siendo SIEMPRE y estrictamente
correlativo de esta síncopa del Trauminhalt, de la carencia de los significantes, está desde que,
precisamente, es abordado lo que sea que EN EL LENGUAJE (y no simplemente los espejismos
de mirarse los ojos en los ojos) cuestione lo que concierne a las relaciones del sexo como tal.
El sentido lógico original de la castración, en tanto que el análisis descubrió su invención,
descansa en esto: que a nivel de las Bedeutungen, de las significaciones, el lenguaje (en la
medida en que es éste el que estructura al sujeto como tal), matemáticamente hablando, hace
falta, quiero decir, reduce lo que concierne a la relación entre los sexos a lo que designamos
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como podemos con ese algo a lo cual el lenguaje reduce la polaridad sexual, a saber, un tener o
no tener la connotación fálica.
Es, muy precisamente, lo que representa (y solamente representa) el efecto del análisis.
Ningún abordaje de la castración como tal es posible para un sujeto humano salvo en una
renovación –en otro piso (separado enteramente de la altura de ese rectángulo que dibujé ahí)–
de esta función, que hace poco llamé alienación, a saber, donde interviene como tal la función
del Otro en tanto que debemos marcarla como tachada.
Es justamente en la medida en que el análisis, a través de su trabajo, viene a INVERTIR
esa relación, que hacía de todo lo que era del orden del estatuto del sujeto en su yo no soy un
campo vacío –sujeto no identificable–, es por cuanto ese campo viene a llenarse (aquí, en la
esquina de abajo a la izquierda), que aparecerá inversamente aquí el -φ del fracaso de la
articulación de la Bedeutung sexual. Die Bedeutung des Phallus titulé (puesto que la pronuncié
en alemán), esa conferencia que di sobre “La significación del falo”… Es desde ahí que debe
plantearse la pregunta de lo que concierne a lo que DISTANCIA esas dos operaciones
igualmente alienantes: la de la alienación pura y simple, lógica, y la de la RELECTURA de la
misma necesidad alienante en la Bedeutung de los pensamientos inconscientes. Con, en ambos
casos, como lo ven, un resultado diferente (puesto que hasta parecen, al mirarlos tal como están
ahí, sombreados, oponerse estrictamente el uno al otro).
Es que toda la distancia entre una y otra de esas operaciones consiste, en su campo de
partida, en que el uno es aquel (reconstruido) a partir del cual yo designo el fundamento de toda
la operación lógica, a saber, la elección ofrecida del o no pienso o no soy como siendo el sentido
verídico del cogito cartesiano; ese desemboca en un no pienso y en el fundamento de todo lo que,
del sujeto humano, constituye un sujeto sometido especialmente a las dos pulsiones que designé
como escoptofílica y sadomasoquista.
Que si algo DIFERENTE12, que tiene relación con la sexualidad, se manifiesta a partir de
los pensamientos de lo inconsciente, es muy precisamente el sentido del descubrimiento de
Freud, pero también ESTO con lo que se designa LA RADICAL INADECUACIÓN DEL
PENSAMIENTO CON LA REALIDAD DEL SEXO.
12 quelque chose d’AUTRE: ¿algo Otro? [T.]
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El asunto no es franquear lo que esto tiene de impensable (de impensable y, sin embargo,
de salutífero) puesto que ahí está toda la nervadura de por qué Freud se aferraba tan
esencialmente a la teoría sexual de la libido.
Hay que leer, en la pluma verdaderamente… chamánica, inspirada –¡sabe Dios! no sé
cómo calificarla– de Jung, su estupor, su indignación, al recoger de la boca de Freud algo que le
parece constituir no sé qué toma de partido estrictamente anticientífica cuando Freud le dice: “Y
sobre todo, además, ¿ah? usted, Jung, no lo olvide, hay que aferrarse a esta teoría. –¿Pero por
qué?, le dice Jung. –Para evitar, dice Freud, la Schlammflut ¡la marejada de fango! –¿Cuál? –
Del ocultismo”, le dice Freud, sabiendo muy bien todo lo que implica el hecho de no haber
tocado este límite precisamente designado; porque, sin duda, constituye la esencia del lenguaje,
en el hecho de que el lenguaje no domina (por ese fundamento del sexo en tanto que está lo más
profundamente vinculado con la esencia de la muerte), no domina lo que concierne a la realidad
sexual.
Tal es la enseñanza de sobriedad que nos da Freud.
Pero, entonces, ¿por qué hay así dos vías y dos accesos? Sin duda, hay algo que merece un
nombre en la operación de la que no hemos hablado, aquella que nos hace pasar del nivel del
pensamiento inconsciente a ese estatuto lógico, teórico. Inversamente, la que puede hacernos
pasar de ese estatuto del sujeto, en tanto sujeto de las pulsiones escoptofílica y masoquista, al
estatuto del sujeto analizado, por cuanto que para éste tiene un sentido la función de castración.
Esto, que llamaremos operación verdad –porque, al igual que la verdad misma, resopla y se
realiza donde quiere, cuando habla– esto, que está ligado con el descubrimiento, con la irrupción
de lo inconsciente, con el retorno de lo reprimido, nos permite concebir por qué podemos volver
a hallar la instancia de la castración en el objeto núcleo, en el objeto-core (c-o-r-e), para decirlo
en inglés, en el objeto en torno al cual gira el estatuto del sujeto gramatical, esto puede ser
designado y traducido a partir de esa esquina obtenida por el hecho de que el lenguaje es, por su
estatuto mismo, “antipático” (si puedo decirlo) a la realidad sexual.
Esto no es más que el lugar de la operación en torno a la cual vamos a poder definir, en su
estatuto lógico, la función del objeto a.
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Lección IX
25 de enero de 1967
La última vez los dejé en un primer recorrido del rectángulo que encuentran aquí otra
vez como soporte evocador para ustedes, como indicación de que se trata siempre de remitirse
a éste en lo que concierne al fundamento de lo que intentamos construir este año en tanto
lógica del fantasma.
Hoy retomaremos en que la elección hecha en el principio del desarrollo de esas
operaciones lógicas sea esta especie de alternativa tan especial que intento articular con el
nombre propio de alienación, entre un no pienso y un no soy, con lo forzado que hay en la
elección que impone, que va de suyo, en el no pienso.
Seguramente hemos recorrido suficiente camino como para saber ahora cómo se sitúa la
referencia analítica al descubrimiento de lo inconsciente, por cuanto este descubrimiento
ofrece la verdad de esta alienación.
Ya se ha señalado suficientemente algo de lo que hay, de lo que soporta esta verdad, en
el término tantas veces repetido ante ustedes de objeto a minúscula.
Por supuesto, nada de esto es posible sino porque hace mucho tiempo que les hablo de
este objeto a minúscula, y porque ya puede representar para ustedes cierto soporte. No
obstante, la articulación especial que éste tiene con esta lógica todavía no ha sido llevada
(¡muy al contrario!) hasta su término. Simplemente, he querido indicarles, al final de nuestro
último encuentro, que la castración no deja de tener, seguramente, relación con este objeto, y
que aquella representa lo siguiente:
- que este objeto, como causa del deseo, domina todo lo que el sujeto está en la
posibilidad de cernir como campo, como presa, como captación de lo que propiamente
hablando se llama, en la esencia del hombre, el deseo (inútil decirles que aquí la esencia del
hombre es una referencia spinozista y que no le acuerdo a ese término de hombre más acento
que el que le doy habitualmente);
- que ese deseo, en la medida en que se limita a esta causación por el objeto a
minúscula, es exactamente el mismo punto que requiere que, a nivel de la sexualidad, el deseo
se represente por la marca de una falta;
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
- que todo se ordena y se origina, en la relación sexual, tal como se produce en el ser
hablante en razón de esto, en torno al signo de la castración, a saber, al comienzo, en torno al
falo, en tanto representa la posibilidad de una falta de objeto.
Entonces, la castración es algo como despertar al hecho de que la sexualidad (quiero
decir, todo lo que tiene lugar al respecto en el acontecimiento psíquico) sea eso, a saber, algo
que está marcado por el signo de una falta. De ahí que, por ejemplo, el Otro, el Otro de la
experiencia inaugural de la vida de un niño, deba aparecer en un momento como castrado y,
sin duda, este horror que está relacionado con la primera aprehensión de la castración, como
soportado por lo que designamos en el lenguaje analítico como la Madre, a saber, lo que no ha
de tomarse pura y simplemente como el personaje encargado de las diversas funciones en una
cierta relación tipificada con el origen de la vida del pequeño humano sino, igualmente, como
algo que tiene la más profunda relación con ese Otro que es interrogado en el origen de toda
esta operación lógica. Que este otro esté castrado hace que el horror correlativo y regular, si
puede decirse, que tiene lugar en el momento de este descubrimiento, sea algo que nos lleve al
nódulo de lo que está en cuestión en cuanto a la relación del sujeto con el Otro por cuanto allí
se funda esa relación.
La sexualidad, tal como es vivida, tal como opera, es, acá, algo –en todo lo que
ubicamos en nuestra experiencia analítica–, algo que fundamentalmente representa un
defenderse de otorgar las consecuencias a esta verdad: que no hay Otro.
Esto es lo que habré de comentar para ustedes hoy, porque, seguramente, escogí el
abordaje de la tradición filosófica para pronunciar “Este Otro no existe”, y a ese respecto
evocar la correlación ateísta que implica esta profesión. Pero, por supuesto, no es algo en lo
que podamos detenernos y hemos de preguntarnos, ir más lejos en el sentido de plantear la
pregunta de si esta caída del A mayúscula, S(A/ ), que planteamos como siendo el término
lógicamente equivalente de la elección inaugural de la alienación, ¿qué significa?
Sólo puede caer lo que es, ¿y si A no es?… Planteamos que no hay lugar alguno donde
se garantice la verdad constituida por la palabra. Si no son las palabras las que son vacías sino
más bien… si más bien tenemos que decir que las palabras no tienen lugar que justifique el
cuestionamiento (siempre por vía de la conciencia común) de lo que “sólo son palabras”, se
dice, ¿qué quiere decir, qué agrega esta fórmula S mayúscula paréntesis de A tachado que les
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
doy como siendo la clave que nos permite partir, partir con un paso firme, que podamos
sostener durante el tiempo suficiente en lo que concierne a la lógica del fantasma?
Si me sirvo de un algoritmo de tipo matemático para darle soporte a ese S(A/ ), sin duda
es para afirmar que hay otro sentido, más profundo, por descubrir. ¿Y afirmar esta no
existencia de A (cierto es, como lo digo, que la conciencia moderna, ya sea la de los religiosos
o la de los que no lo son, es en su conjunto atea) no sería sencillamente algo como soplar
sobre una sombra? ¿Acaso no se trata, detrás de esto, de otra cosa…?
En efecto, hay muchas maneras de darse cuenta de que se trata de otra cosa.
¿Qué quiere decir A marcado por una barra? Pues bien, acabo de decirlo, no necesito ir
más lejos a buscarlo: está marcado.
El sentido de lo que Pascal llamaba el Dios de la filosofía (de esta referencia al Otro tan
esencial en Descartes, y que nos permitió partir de ahí para garantizar nuestro primer paso),
¿no es justamente que el Otro, el Otro de lo que Pascal llama el “Dios de los filósofos”, el
Otro en tanto que en efecto es tan necesario para la edificación de toda filosofía, acaso lo que
no lo caracteriza (cuando más, en el mejor de los casos y hasta… iríamos también nosotros
más lejos, entre los místicos contemporáneos de la misma etapa de la reflexión sobre este
tema del Otro), ¿acaso lo que no lo caracteriza no es esencialmente el no estar marcado?
Teología negativa…
¿Y qué quiere decir esta perfección invocada en el argumento ontológico sino
precisamente que ninguna marca lo merma?
En ese sentido, el símbolo S(A/ ) significa que no podemos razonar nuestra experiencia
sino a partir de lo siguiente: que el Otro está MARCADO.
Y, en efecto, es justamente de eso que se trata desde el abordaje de esta castración
primitiva que afecta al ser materno: el Otro está marcado. Nos damos cuenta de eso muy
pronto por menudos signos…
Si fuera necesario, antes de que lo profiera aquí ante ustedes de manera magistral (lo
cual es un tanto abusar del crédito que se le otorga a la palabra de quien enseña), intentar ver
en pequeños signos como los que se ven en lo que se hace cuando se traduce, si yo hablara en
alemán, ustedes podrían preguntarse cómo lo traduciría, cómo traduciría este Otro que ustedes
me han aceptado desde hace tantos años (¡porque con éste les he remachado los oídos!): ¿das
Anderes, o der Andere?
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Ya ven la dificultad que aparece por el solo hecho, no, como se lo dice, de que haya
lenguas en donde lo neutro constituiría lo no marcado en lo concerniente al género… ¡esto es
totalmente absurdo! La noción de género no se confunde con la bipolaridad masculino-
femenino. Lo neutro es un género que también y justamente está marcado. Lo propio de las
lenguas en que no está marcado es que puede haber allí algo no marcado que se cobijará bajo
el masculino, por lo regular. Y esto es lo que me permite hablarles del Otro sin que tengan que
preguntarse si tienen que traducirlo por der Andere o das Anderes.
Esto conlleva, pueden ustedes notarlo, si hay que escoger… Yo tendría que hablar, no
tuve tiempo de hacerlo antes de edificar para ustedes estas reflexiones hoy, tendría que hablar
con algún anglófono, no faltan en mi auditorio, pero quería hacerlo anoche, me faltó tiempo…
¿Por qué en inglés hay cierta dificultad (pude darme cuenta de eso durante mi último discurso
para Baltimore) para traducirlo por the Other? Al parecer, eso no va de suyo en inglés…
(imagino que es en razón del valor enteramente diferente que tiene el the, el artículo definido
en inglés) y que fue necesario que yo pasara (para hablar de este Otro, de mi Otro) por “the
Otherness”.
Se trataba siempre de ir en el sentido de lo no marcado. En inglés tomamos la vía que se
pudo tomar. Se pasó por… una cualidad, una cualidad incierta, lo Otherness, algo que se
escabulle esencialmente puesto que independientemente de dónde lo alcancemos, siempre será
otro. No puedo decir que me sienta muy cómodo para encontrar allí un representante del
sentido que quiero darle al Otro, y seguramente quienes me propusieron la traducción
tampoco.
Pero, en últimas, esto es lo suficientemente significativo de aquello que está en cuestión.
Y, muy precisamente, de la repugnancia que hay en introducir en la categoría del Otro la
función de la marca.
En cambio, cuando están ante el dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, ¡ahí sí, no están
ustedes privados de la marca! Es por eso que eso no va de suyo y que, igualmente, quienes
aún tienen que vérselas muy directa, personal, colectivamente, con esta especie de Otro, tienen
un destino también ellos, muy marcado.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Había soñado con hacerles el favor, a algunos pequeños de esta tribu que me rodean, de
elucidar un poco el asunto que concierne a sus relaciones con el Nombre al Dios1, el Dios de
impronunciable nombre, con aquel que se expresó en el registro del yo2, hay que decirlo. No
“Soy el que soy”, pálida transposición de un pensamiento plotínico sino “Soy lo que Soy”,
sencillamente.3 Sí, había pensado, lo dije y volveré siempre sobre esto, en prestarles esta
ayuda, pero por el momento nos quedaremos aquí mientras no haya retomado este asunto del
Nombre del Padre…
Hablé de los “pequeños”. Están seguramente también los “grandes”… Los grandes
judíos no me necesitan para enfrentarse a su Dios.
Pero nosotros aquí tenemos que vérnoslas con el Otro en tanto campo de la verdad. Y el
hecho de que este Otro esté marcado, lo queramos o no, en tanto filósofos, que esté marcado
en un primer abordaje y por la castración, es algo con lo cual hoy tenemos que vérnoslas, y
algo contra lo cual, por el hecho de que el análisis existe, nada podría prevalecer.
Por eso considero que es procedente romper en cierto terreno; que hay especulaciones
por las cuales no hay que dejarse arrastrar hacia esa propensión ni siquiera de juzgar, como se
me imputó, sino sencillamente de ir a buscar allí aquello de lo que dan fe involuntariamente:
de la verdad que les falta. Porque hacer notar allí (en el pensamiento, por ejemplo, de tal
filósofo contemporáneo), que en tal punto hay algo que viene a tomar el lugar de una falta
justamente y que se expresa de manera más o menos complicada (por ejemplo, como
“conciencia tética de sí”4, de la cual, a decir verdad, no hay nada que decir salvo que no se
trata de un Unsinn, porque un Unsinn no es nada respecto al Sinn, ya lo sabemos, sino que
propiamente hablando es –había yo dicho “conciencia no tética de sí”, ¿no es cierto?– que es,
propiamente hablando, sinnlos), es todavía mucho decir porque es conceder que ese punto
podría ser la marca del lugar mismo que constituiría ese algo indicado como faltante.
Pero no es en ninguna parte, no es en nada semejante, no es en esta impensable
anterioridad de lo que se instaura como punto de Selbstbewußtsein, donde debemos buscar ese
punto nodal, si resulta necesario definirlo –y es necesario definirlo, porque se lo puede hallar,
1 “Nom-au-Dieu”; ¿Nom odieux? [S.] ¿Nombre odioso? « El Nombre » es una manera de nombrar a Dios en hebreo. 22 Je. 3 Éxodo 3-14. 4 Comete el mismo lapsus de la lección IV, pero esta vez lo corrige.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
ya verán–, punto nodal que estaría para nosotros en la posición en la que nos hemos puesto,
punto de giro en donde hallar el lugar del cogito.
No obstante, no por nada el Otro vuelve a aparecer, por ejemplo, en tal especulación en
la medida en que lo invoco aquí. Y si hablo de eso es para mostrar que hasta en los detalles
buscados sólo la ruptura puede responder a la búsqueda anteriormente trazada.
Cómo, por ejemplo, no darse cuenta de que este pensamiento que invoco aquí (sin
querer darle su etiqueta precisamente para marcar bien de qué se trata en lo que concierne a
aquello que hemos de zanjar en este camino del pensamiento) no podría, de ninguna manera,
autorizarse desde ninguna etiqueta ¡y menos aún de la mía que de cualquier otra!
Vean adónde lo conduce5 este pensamiento cuando se trata del extravío del voyerista,
por ejemplo: este acento, esta mirada también, este pensamiento que se dirige, para
justificarlo, hacia su sorpresa (la del voyerista) a través de la mirada de otro, justamente, de
uno que llega, de uno que aparece de improviso cuando está pendiente con el ojo en la puerta.
De manera tal que esa mirada ya la evoca suficientemente el ruidito anunciador de esta llegada
cuando, muy precisamente, de lo que se trata en lo que concierne al estatuto del acto del
voyerista es, justamente, en efecto, de ese algo que también nosotros hemos de llamar la
mirada; pero que ha de buscarse en muy otra parte, a saber, justamente, en lo que el voyerista
quiere ver pero donde desconoce que se trata de lo que lo mira más íntimamente, de lo que lo
fija en su fascinación de mirón hasta el punto de hacer de él algo tan inerte como un cuadro.
No voy a retomar aquí el trazado de lo que ya desarrollé ampliamente; únicamente el
vagabundear radical que es el mismo que se expresa a… puerta cerrada en esta fórmula: que el
infierno es nuestra imagen fija por siempre en el Otro… ¡lo cual es falso! Si el infierno está en
alguna parte es en yo.
Y en toda este vagabundear no ha de invocarse ninguna “mala fe”, que excusa, a fin de
cuentas, tanto como la astucia cristiana apologética de la buena fe, hecha para domesticar el
narcisismo del pecador. Está la vía justa o está la vía falsa; no hay transición. Los tropezones
de la vía falsa no tienen valor alguno mientras no sean analizados, y sólo pueden ser
analizados a partir de un punto de partida radicalmente diferente en este caso. En esta caso: la
admisión, en la base y en el principio, de lo inconsciente, y la búsqueda de lo que constituye
como tal su estatuto. 5 “me conduce” [Sizaret].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Lo que suple la falta de la Selbstbewußtsein no podría de ninguna manera situarse como
su propia imposibilidad; será en otra parte donde habrá que buscar su “función”, si puedo
decir, puesto que no se tratará de la misma función.
En lo que concierne, en esta huella que dejo ahora y sobre la cual tuve que, en nombre
de ciertas confusiones… en las que me parece que es casi necesario hallarse implicado puesto
que pude escuchar de boca de algunos analistas que, sin embargo, había algo que se podía
retener en la relación que se intentaba instaurar desde afuera del advenimiento de cierto
pensamiento sobre el fondo supuesto de una filosofía que se consideraba atacada y hasta
subvertida por éste. Es sorprendente que la posibilidad de tal referencia pueda hasta llegar a
ser admitida, y por alguien, por ejemplo, que sea analista, como uno de esos simples efectos
posibles de lo que, en este caso, se llama alienación. Escuché algo, y de boca de alguien que
no siempre se equivoca, en una fecha en la que tal vez yo aún no había hecho repercutir lo
suficientemente en sus oídos lo que hay que pensar verdaderamente en relación con lo que
concierne al término de alienación.
La alienación nada tiene que ver con lo que resulta en términos de deformación, de
pérdida, en todo lo que es comunicación, y hasta diría yo, por último, de la manera más
tradicional y a partir del momento en que ya se ha establecido suficientemente desde un
pensamiento que se llama “marxista”. Es claro que la alienación en el sentido marxista nada
tiene que ver con lo que, propiamente hablando, no es más que confusión. La alienación
marxista, de hecho, no supone en absoluto en sí la existencia del Otro, consiste simplemente
en que no reconozco, por ejemplo, mi trabajo en esta cosa (lo cual nada tiene que ver con la
opinión, y que ninguna… persuasión sociológica modificará en ningún caso), a saber, que mi
trabajo, el mío, el mío mismo, me corresponde y que es necesario que yo lo pague con cierto
precio. Eso es algo que ninguna dialéctica directa resuelve, que supone el juego de todo tipo
de eslabones bien reales, si se quieren modificar, no modificar la cadena ni el mecanismo que
es imposible de romper, sino sus más nocivas consecuencias.
Pasa lo mismo en lo concerniente a la alienación, y por eso es importante que lo
enuncie aquí en lo que respecta a la alienación para que adquiera su relieve, el relieve no de tal
o cual resto más o menos sordo en el sentido de lo que articulo sino muy precisamente de sus
efectos sobre los que lo comprenden perfectamente; con la única condición de que se sientan
concernidos de manera primordial.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Y por eso es en los analistas que, a veces, respecto a lo más avanzado que enuncio,
escucho los signos de una angustia, digamos, que puede llegar hasta la impaciencia, y que,
sencillamente, la última vez por ejemplo, cuando pude enunciar de manera como lateral (que
buscaba darle su verdadero esclarecimiento a lo que allí definía yo como la posición del no
soy, por cuanto es correlativa de la función de lo inconsciente) y cuando articulaba sobre ese
punto la fórmula como la verdad de lo que el amor se permite aquí formular (a saber, “¡si tú
no eres, me muero!”, dice el amor, ese grito se conoce, y lo traduzco: tú no eres nada, sino lo
que yo soy), no es extraño que tal fórmula… que ciertamente va mucho más allá en lo que
concierne a la apertura que traza hacia el amor por el simple hecho de que indica allí que la
Verwerfung que constituye sólo resulta precisamente del hecho de que el amor no piensa, pero
no articula (como Freud lo hace pura y simplemente) que el fundamento de la Verliebheit, del
amor, es el Lust-Ich, y que no hay más (pues esto es lo que se afirma en Freud) que el efecto
del narcisismo; cómo, entonces, en una fórmula… que se ve enseguida que es infinitamente
más abierta, para no ir más lejos de este comentario (implicada en cierto mandamiento que,
creo, no les es desconocido), que es en lo más secreto de ti mismo que ha de buscarse el
resorte del amor del prójimo; ¿cómo entonces tal fórmula puede, e insisto en ello, en un oído
analítico, evocar no sé qué alarma, como si lo que yo hubiera pronunciado ahí fuese
despreciativo, como si (así como lo escuché yo), cometiera yo alguna imprudencia como esta:
“que yo me permita hacer un comentario a oyentes de 25 años que redujera el amor a nada”?
Cosa singular: cuando emití esto no obtuve, de quienes andan en los 25 años (en lo que
conozco, por supuesto, porque hay algunos que vienen durante la semana siguiente a
confiarme cosas), más que reacciones singularmente cordiales, diría yo. Por muy austera que
sea, la fórmula a muchos les pareció salutífera.
Qué es pues lo que condiciona posiblemente la preocupación de un analista sino
precisamente que yo haya marcado aquí, en esta fórmula, con este corchete que desplaza casi
nada el nada: sólo eres esa nada que yo soy; que, en efecto, no es menos verdadera que la
fórmula precedente, por cuanto nos remite a la función-clave que viene a ser, en el estatuto de
ese yo del “yo soy”, ese a que constituye, en efecto, toda la pregunta (y ahí es donde quiero
demorarme hoy todavía un poco más), y puede entenderse, en efecto, que le interese al
analista.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Porque en la operación del análisis, en cuanto sólo este nos permite ir lo suficientemente
lejos en esa relación del pensamiento con el ser a nivel del yo para que sea ella la que
introduzca la función de la castración, el a minúscula en esta operación ha de culminar en una
cola significante: el a minúscula, en el camino que traza el análisis, ES EL ANALISTA.
Y es porque el analista ha de ocupar esta posición del a minúscula que, en efecto, PARA
ÉL, la fórmula, y de manera harto legítima, despierta la angustia que conviene, si recordamos
lo que formulé sobre la angustia: que no deja de tener objeto. Esto indica que ésta esté tanto
más fundada cuanto que con este objeto, aquel que es llamado por la operación significante
que es el análisis, se encuentra, en este mismo lugar, suscitado a interesarse, por lo menos.
Saber cómo lo asume son cosas que aún están distantes de la consideración que
pudiéramos traer aquí. Pero cómo no reconocer que allí no hay nada que deba extraviarnos
más que lo que desde hace tiempos he formulado por las vías del cortocircuito aforístico de
una erudición ciertamente perdida, pero que no deja de tener eco, bajo la fórmula del Tat tvam
asi:6 reconócete, “tú eres esto”. Lo cual, por supuesto, sólo podía permanecer opaco a partir
de cierto sesgo de la tradición filosófica. Si el esto no puede ser, en efecto, identificado de
ninguna manera con el correlato de representación en donde se instaura cada vez más, en esta
tradición, el sujeto, no hay nada más vacío que esta fórmula. Que yo sea mi representación no
es ahí más que ese algo del cual es demasiado fácil decir que corrompe todo el desarrollo
moderno del pensamiento bajo el nombre de idealismo; y el estatuto de la representación
como tal, hemos de retomarlo.
Si esas palabras tienen seguramente un sentido, que se llama estructuralismo… (no
quiero dar otros, ver Nouvelle Critique), deben, por supuesto, empezar articulando algo que
tenga que ver con la representación.
¿Acaso no es muy claro, al abrir solamente un volumen como el último publicado de las
Mitológicas de Claude Lévi-Strauss, que si el análisis de los mitos, tal como nos es
presentado, tiene un sentido, es porque retira de su eje completamente la función de la
representación? Seguramente nos enfrentamos a materia muerta, respecto a la cual ya no
tenemos ninguna relación de yo. Y este análisis es un juego, es un juego fascinante en lo que
nos recuerda y de lo cual encontrarán ustedes testimonio, para no tomar sino este último
6 Chandogya Upanishad, traducción al francés de Emile Senart, Les Belles lettres, París, 1930.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
volumen, desde las primeras páginas. De la miel a las cenizas 7se titula, y ya vemos
articularse en un cierto número de mitos las relaciones de la miel concebida como sustancia
alimenticia preparada por otros diferentes al hombre y, en cierta forma, de antes de la
distinción de la naturaleza y de la cultura, con lo que opera más allá de lo crudo y lo cocido de
la cocina, a saber, aquello que se vuelve humo: el tabaco. Y en la pluma de su autor hallamos
ese algo singular apegado a algún pequeño comentario que él engancha en ciertos textos, por
ejemplo, medievales, sobre esto: que antes de que el tabaco nos llegara, ya su lugar estaba
dispuesto por esta oposición de cenizas que ya se indicaba respecto a la miel, que, en cierta
forma, ¡la cosa-miel desde hace tiempo, desde siempre, esperaba a la cosa- tabaco!
Ya sea que estén de acuerdo o no con este camino del análisis de Claude Lévi-Strauss,
¿acaso no está ahí para sugerirnos lo que conocemos en la práctica de lo inconsciente y que
permite llevar más lejos la crítica de lo que Freud articula bajo el término de
Sachevorstellungen? En la perspectiva idealista se piensa (en últimas, por qué Freud no lo
habría escrito en este sentido) representación de cosas como que son las cosas las que son
representadas.
¿Pero por qué repugnaríamos nosotros pensar las relaciones de las cosas como
soportando algunas representaciones que pertenecen a las cosas mismas? Puesto que las cosas
se hacen signo (con toda la ambigüedad que puedan introducir en este término)8, se hacen
signo entre sí, puesto que pueden llamarse y esperarse, y ordenarse como orden de las cosas,
sin duda alguna es ahí donde entramos a jugar cada vez que, al interpretar como analistas,
hacemos funcionar algo como Bedeutung.
Seguramente, es la trampa. Y tampoco es trabajo analítico, por muy divertido que sea el
juego, volver a hallar en lo inconsciente la red y la trama de los antiguos mitos. ¡Ahí siempre
encontraremos cómo complacernos! A partir del momento en que se trate de la Bedeutung,
volveremos a hallar todo lo que queramos de estructura de la era mítica.
Es por eso que al cabo de cierto tiempo el juego cansó a los analistas. Se dieron cuenta
de que era demasiado fácil. El juego no es fácil cuando se trata de textos recogidos,
atestiguados, de mitos existentes. Justamente, no se trata de cualesquiera, pero a nivel de lo
7 Levi-Strauss Claude, Mitológicas II. De la miel a las cenizas [1967], México, Fondo de Cultura Económica, 1972. 8 …se font signe.., se hacen guiño(s) [T.]
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inconsciente del sujeto en el análisis, el juego es más suave. ¿Y por qué? Precisamente porque
allí está desanudado, porque viene a confluir con un no soy donde se manifiesta
suficientemente, ya lo dije la última vez, en esas formas que, en el sueño, hacen omnipresente
y nunca completamente identificable la función el yo.
¡Pero es otra cosa la que ha de retenernos! Son precisamente los agujeros, en ese juego
de la Bedeutung. ¿Cómo no se ha señalado lo siguiente, que sin embargo es de una presencia
enceguecedora, a saber, el aspecto Bedeutung “atascada”,9 si puedo decirlo, como se
manifiesta todo lo que linda con el objeto a?
Por supuesto, los analistas hacen todo lo posible por vincularlo con alguna función
primordial que imaginan haber fundado en el organismo, como por ejemplo, cuando se trata
del objeto de la pulsión oral. Por eso también llegarán incorrectamente a hablar de “buena” o
de “mala leche”, cuando no se trata en absoluto de eso ¡puesto que se trata del seno!
Es imposible hacer la relación de la leche con un objeto erótico –lo cual es esencial en el
estatuto como tal del objeto a–, cuando es muy evidente que, en lo que concierne al seno, la
objeción no es la misma.
¡Pero quién no ve que un seno es algo –amigos míos, ¿nunca pensaron en eso?– que no
es representable! No pienso contar aquí con una inmensa minoría de personas para quienes un
seno pueda constituir un objeto erótico, pero, ¿son ustedes capaces, en términos de
representación, de definir a nombre de qué? ¿Qué es un hermoso seno, por ejemplo? Aun
cuando el término se pronuncie comúnmente ¡desafío a quienquiera a que le dé un soporte
cualquiera a ese término de “hermoso seno”!
Si hay algo que el seno constituye, se requeriría para eso, tal como lo articuló un día un
aprendiz de poeta –que no está lejos–, al final de uno de sus menudos cuatrenios que cometió,
con estas palabras: “la nube deslumbrante de los senos”;10 no hay otra manera, me parece,
sino la de jugar en ese registro de lo nuboso, agregándole algo más del tipo del reflejo, a saber,
de lo menos aprehensible, con lo cual puede ser posible soportar en la Vorstellung, lo que
tiene que ver con este objeto que, antes bien, no tiene más estatuto que el que podemos llamar,
con toda la opacidad de esos términos, un punto de goce. ¿Pero qué quiere decir esto?
9 “bouchée”, “tapada”, “taponada” pero también “bocado”, pues en su letra y en lo que sigue evoca la boca [T.] 10 No pudimos encontrar la referencia.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Yo diría que… intenté decirlo, lean un poco (no sé cómo logro hacer que se entienda,
¡pero no importa!, tal vez lo escribí en otros términos), pero mientras me esforzaba por
centrar, para que lo sintieran ustedes, lo que llamo con ocasión de esta “síncopa de la
Bedeutung”, puesto que se trataba de mostrarles que ahí estaba el punto que viene a colmar el
Sinn, de repente se me apareció: pues lo más apropiado para soportar este rol del objeto seno
en el fantasma, en tanto que es éste verdaderamente el soporte específico del juego, del juego
de la pulsión oral, pues no era otra cosa que la fórmula… (ya que todos son aquí más o menos
iniciados, practicantes y hasta aficionados11 a mi discurso), pues la fórmula de la que me serví
cien veces para dar imagen al carácter puramente estructural del Sinn: ¡Colourless green
ideas, esas ideas sin color –y verdes al mismo tiempo, ¿por qué no?– sleep furiously! ¡Ahí
están los senos!
En mi opinión, nada puede expresar mejor el privilegio de este objeto, nada lo expresa
de manera más adecuada, es decir, en este caso, poética: que duerman, furiosamente en este
caso, y que no sea para despertarlos, cosa fácil… Eso es todo cuando se trata de senos.
Esto está ahí para ponernos sobre una huella. A saber, la que va a acercarnos al asunto
que ha quedado en suspenso, el cual puede permitirnos suplir la Selbstbewußtsein. Porque, por
supuesto, no se trata de nada diferente al objeto a. Sólo que hay que saber hallarlo ahí donde
está; y no es porque conocemos su nombre por adelantado que lo encontramos y, además,
encontrarlo no significa nada sino ocasión para alguna diversión.
Pero, si tomamos las cosas a nivel del sueño, ¿qué es lo que Freud llega a articular para
nosotros?
Nos sorprende, seguramente, que él afloje, si puedo decirlo, para indicar un cierto
aspecto de vela del sujeto, precisamente en el dormir. Si hay algo que caracteriza bien esta
falta, o esa “falta de Otro”, que yo designo como fundamental de la alienación, si el yo no es
justamente: más que opacidad de la estructura lógica, si la intransparencia de la verdad es lo
que da el estilo del descubrimiento freudiano, ¿no es extraño verlo decir que tal sueño, que
contradice su teoría del deseo, no significa ahí más que el deseo de no darle la razón?
¿Acaso no es suficiente ahí para mostrar al mismo tiempo la justeza de esta fórmula que
articulo de que el deseo es el deseo del Otro, y para mostrar en qué suspenso se deja el
estatuto del deseo si el Otro, justamente, puede ser planteado como no existiendo? 11 En español en el original.
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¿Pero no es más sorprendente aún ver a Freud, al final de una de las secciones del
capítulo VI, sobre el cual insistí la última vez, precisar que es de manera muy segura como el
soñante se arma y se defiende de lo siguiente: de que lo que él sueña no es más que un sueño?
Respecto a lo cual llegará hasta a insistir en esto: que haya una instancia que sabe siempre (él
dice: “que sabe”) que el sujeto duerme y que esta instancia (aún cuando esto pueda
sorprendernos) no es lo inconsciente, que es precisamente lo preconsciente, que representa,
nos dice él en este caso, el deseo de dormir.
Esto nos dará qué pensar sobre lo que sucede al despertar. Porque si el deseo de dormir
resulta, gracias al dormir, tan cómplice con la función del deseo como tal –por cuanto se
opone a la realidad–, ¿qué es lo que nos garantiza que al salir del dormir el sujeto esté más
defendido del deseo, en la medida en que enmarca lo que él llama “realidad”? El momento del
despertar tal vez nunca es más que un corto instante: aquel en que se cambia de cortina.
Pero dejemos ahí esta primera suspensión, sobre la cual volveré, pero que quise tocar sin
embargo hoy, puesto que vieron ustedes que escribí aquí la palabra el despertar.
Sigamos a Freud. Soñar que se sueña debe ser objeto de una función muy segura para
que podamos decir que en toda ocasión esto designa ¡la cercanía inminente de la realidad! Que
algo pueda ser percibido, que se ampare en una función de error para no darse cuenta de la
realidad, ¿acaso no vemos que hay en eso, aún cuando por una vía exactamente contraria a la
de afirmar que una idea es transparente a sí misma, la huella de algo que merece que se lo
siga? Y para que puedan sentir cómo escucharlo, me parece que lo mejor que puedo hacer es
ir, gracias al camino que me ofrece una fábula muy conocida por provenir de un viejo texto
chino de un Tchouang Tseu12 (¡sabe Dios todo lo que se le hace decir al pobre!), y sobre todo
respecto a ese sueño tan conocido, sobre el cual habría él dicho, sobre el haber soñado… el
haberse soñado él mismo ser una mariposa: le habría preguntado a sus discípulos acerca de
cómo saber distinguir Tchouang Tseu soñándose mariposa, de una mariposa que, por muy
despierta que se crea, no haría más que soñar ser Tchouang Tseu. Es inútil decirles que esto no
tiene de ninguna manera el sentido que se le da comúnmente en el texto de Tchouang Tseu, y
que las frases que siguen muestran bien de qué se trata y a dónde nos lleva. Se trata nada
menos que de la formación de los seres. A saber, de cosas y vías que nos escapan desde hace
12 Tchouang Tseu, L’oeuvre complète de Tchouang Tseu, Gallimard, Connaissance de l’Orient, p. 46. Hoy en día se utiliza la notación pin yin : Zhuangzi [S.].
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mucho tiempo en muy gran medida, quiero decir, en lo que concierne a lo que pensaban
exactamente quienes nos dejaron sus huellas escritas.
Pero ese sueño me permitirá suponer que fue relatado de manera inexacta. Cuando se
soñó mariposa, Tchouang Tseu se dijo: “no es más que un sueño”, lo cual, se los garantizo, es
perfectamente acorde con su mentalidad. No duda un instante en sobrepasar ese menudo
problema de su identidad en lo que concierne a ser Tchouang Tseu. Se dice: “no es más que
un sueño”, y es precisamente en eso donde yerra la realidad. Porque en la medida en que algo
que es el yo de Tchouang Tseu reposa en lo siguiente, que es esencial para toda condición del
sujeto, a saber, que el objeto es visto, él no es NADA que permita sobrepasar mejor lo que
tiene de traidor ese mundo de la visión, por cuanto soportaría esa especie de agrupación (no
importa cómo la llamemos, mundo o extensión) en la cual el sujeto sería el único soporte y el
único modo de existencia. ¿Qué es lo que permite situar como yo lo que constituye la
consistencia de ese sujeto en tanto que ve, es decir, en tanto que sólo tiene la geometría de su
visión (por cuanto puede decirle al otro: “esto está a la derecha” y “esto está a la izquierda” y
“esto está adentro” y “esto está afuera”), sino el hecho de que (esto ya se los subrayé en su
momento)13 él es, él mismo, cuadro en ese mundo visible, que la mariposa no es ahí más que
lo que lo designa a él mismo como mancha, y como lo que tiene de original la mancha en el
surgimiento, a nivel del organismo, de algo que se hará visión?
Es justamente en la medida en que el yo mismo es mancha sobre fondo, y que aquello de
lo cual él interrogará lo que ve es muy precisamente lo que no puede hallar y lo que se
escabulle: este origen de mirada, cuán más sensible y manifiesto para ser articulado por
nosotros como la luz del sol para inaugurar lo que concierne al orden del yo en la relación
escoptofílica.
¿No es acaso ahí donde el solamente sueño no es precisamente sino lo que enmascara la
realidad de la mirada, en tanto que esta realidad está por descubrirse?
Es justamente a este punto al que quería llevarlos hoy respecto a ese recordar la función
del objeto a y su correlación estrecha con el yo.
¿No es sin embargo cierto que independientemente del lazo que soporta, que indica,
como encuadrándolo, el yo de todos los fantasmas, no podemos captar aún, en una
13 En Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, seminario de 1963-1964, lecciones del 19 de febrero y 4 de marzo, particularmente.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
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multiplicidad por lo demás de esos objetos a, lo que le da ese privilegio en el estatuto del yo,
en tanto se plantea como deseo?
Es justamente lo único que nos permitirá esbozar, inscribir, de manera más precisa la
invocación de la repetición.
Si el sujeto puede inscribirse en cierta relación, que es relación de pérdida respecto a ese
campo donde se esboza el rasgo de donde se garantiza la repetición, es que ese campo tiene
una estructura, digamos, lo cual ya adelantamos bajo el término de topología.
Garantizar de manera rigurosa lo que quiere decir objeto a respecto a una superficie, lo
hemos ya aproximado en esta imagen de ese algo, que se recorta en algunas de esas
superficies privilegiadas, de tal manera que deje caer algo, este objeto de caída, que nos ha
retenido y que hasta hemos creído poder imaginar en un breve fragmento de superficie;
seguramente se trata aún de una representación gruesa, por supuesto, e inadecuada. Ni la
noción de superficie ha de rechazarse ni la noción del efecto de trazo y de corte. Pero, por
supuesto, no hemos de contentarnos con la forma de tal o cual colgajo por muy propicia que
nos parezca esta imagen para correlacionarla con lo que se acostumbra en el discurso analítico
con el término de objeto parcial.
Con respecto a las superficies que hemos definido, no como algo que haya de
considerarse bajo el ángulo espacial, sino algo de lo que precisamente da fe cada punto de una
estructura que no puede quedar excluida de ahí (quiero decir, en cada punto), es en la medida
en que lleguemos a articular allí ciertos efectos de corte que conoceremos algo sobre esos
puntos evanescentes que podemos describir como objetos a minúscula.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L.,
Eduardo ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Lección 10
1º de febrero de 1967
Son las doce y media, y les agradezco que hayan venido tantos hoy, cuando estamos, como
nadie lo ignora tampoco, en día de huelga. Se los agradezco tanto más cuanto que también yo
tengo que excusarme con algunos, puesto que fue debido al anuncio que hice −hasta un día y una
hora reciente−, de que hoy haría lo que se llama mi seminario, que seguramente está aquí una
parte de las personas que vinieron. En efecto, yo tenía la intención de realizarlo, y de realizarlo
sobre el humorístico tema sobre el cual ya había escrito −en la parte superior de las páginas
blancas que utilizo para suplir la mala iluminación del tablero−, en que había escrito ese cogito,
ergo Es, que, como pueden ustedes sospecharlo por el cambio de tinta,1 es un juego de palabras
y juega con la homonimia, la homofonía aproximada del es latín y del Es alemán, que designa lo
que ustedes ya saben en Freud, a saber, lo que en francés se traduce por la función del ça [el
ello].
Sobre una lógica… una “lógica” que no es una lógica, que es una lógica totalmente inédita,
una lógica a la que, en últimas, todavía no le he dado (no he querido darle, antes de que sea
instaurada) su denominación. Tengo una, que me parece válida, cuando la tengo ante mí; sin
embargo me pareció conveniente esperar hasta darle suficiente desarrollo antes darle su
designación.
Sobre una lógica cuyo punto de partida, curioso, tiene lugar en esa elección −alienante,
subrayé− que se les ofrece de un no pienso a un no soy, ¡puede uno sin embargo preguntarse qué
lugar ocupa el hecho de que estamos aquí para algo que bien podría llamarse un pensamos! Esto
nos llevaría ya lejos, puesto que ese nosotros, seguramente, lo sienten ustedes −por los caminos
en que avanzo, que son los del Otro tachado− plantea una pregunta.
Como sea, el que yo haga algo parezca tan propicio para llevarlos por las vías del
pensamiento, ciertamente no deja de ser motivo para una tan vasta audiencia. Entonces, ese
estatuto del pensamiento bien merecería ser, en cierta forma, por lo menos indicado como
haciendo pregunta, a partir de tales premisas.
1 Cogito, ergo en rojo y Es en negro [S.].
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Pero hoy me limitare a lo siguiente: que, como todo hombre que se dedique (que se
imagine, en todo caso dedicarse) a esta operación del pensamiento, soy bastante amigo del orden,
y que uno de los fundamentos más esenciales de nuestro orden (del orden existente será siempre
el único al que uno pueda remitirse) ¡es la huelga! Y como esta huelga fue acogida −lo supe
desafortunadamente un tanto tarde− la función pública en su conjunto, no tengo intenciones de
hacerle excepción.
Por eso, hoy no dictaré la lección que habrían podido esperar y particularmente no (salvo el
anunciársela como tal) sobre ese cogito, ergo Es.
Sin embargo no me arrepiento de estar aquí, por una razón −que tal vez sea la que me
encegueció, tal vez un poco más tarde de lo necesario, al hecho de que era mejor que no dictara
mi lección−, a saber, la presencia entre nosotros hoy del profesor Roman Jakobson, con quien
todos ustedes saben qué deuda tenemos, en relación con lo que aquí se prosigue como enseñanza.
Debía llegar anoche a París, ciudad donde me hace el honor de ser mi huésped y seguramente me
ocasionaba mucha alegría dictar ante él mi acostumbrada lección. Él está muy de acuerdo
conmigo, y hasta enteramente de acuerdo, en que es mejor que no lo haga. En todo caso, aquí
está, y si alguien tiene alguna pregunta que formularle, él está muy dispuesto a responder, acto
de cortesía que nada tiene que ver con que hoy mantengamos nuestra reunión.
Entonces, voy todavía a decir algunas palabras para darles el tiempo de ubicarse. Si alguien
tiene la ocurrencia de tener lista una pregunta que plantearle, especialmente y como a él mismo,
al profesor Jakobson, que está aquí en la primera fila, él tiene el tiempo –mientras que, con
algunas palabras, yo entretengo a la concurrencia–, de prepararla a fuego lento, de prepararla
poco a poco para tener en esta ocasión algo que, si en efecto se trata de una verdadera pregunta,
pueda tener gran interés para todos. ¡Eso es!
Al respecto, para tenerlos en vilo, señalaré qué vía –creo que ustedes ya lo sintieron–¡qué
estarían ustedes haciendo aquí, tan asiduos, si no previeran a qué momento más o menos
candente nos conduce la continuación de nuestro discurso! Como había previsto, ya para
entonces, que el próximo miércoles –y esto por razones de conveniencia personal y relacionado
con lo que se llama el tiempo de pausa, transformado este año en unas vacaciones bastante largas
del martes de carnaval–, tampoco haré mi seminario, sépanlo, y esta vez, sépanlo de antemano,
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
no lo haré el próximo miércoles. Entonces, les doy cita para el 15 de febrero; espero que no se
afloje demasiado el hilo de lo que nos une este año, en una misma línea de atención.
Para señalar sin embargo de qué se trata, ven bien ustedes a qué sentido nos conduce ese
cogito, ergo Es. Y que es una manera de volver a plantear la pregunta sobre lo que es ese famoso
Es, que no es evidente, sin embargo, puesto que igualmente me permití calificar como imbéciles
a quienes les parece demasiado cómodo ubicarse allí, cuando ven en eso una especie de otro
sujeto, y para decirlo todo, de yo [moi] constituido de otra manera, de calidad sospechosa, de
outlaw del yo, o como lo han dicho tan crudamente algunos, de “Yo malo”.
¡Por supuesto, no es fácil darle su estatuto a tal entidad! Y pensar que conviene
sustanciarlo simplemente con lo que nos llega de un oscuro empuje interno, no descarta de
ninguna manera el problema del estatuto de ese Es. Porque, a decir verdad, si fuera eso, no sería
más que lo que, desde siempre y de manera tan legítima, ha constituido esa especie de sujeto al
que se llama el Yo [moi].
Pueden sentir claramente que es a partir del Otro tachado en cuestión que llegaremos no a
volverlo a pensar sino a pensarlo, sencillamente. Y que este Otro tachado, en la medida en que
partimos de ahí como del lugar en que se sitúa la afirmación de la palabra, es justamente algo
que interroga, para nosotros, el estatuto de la segunda persona.
Desde siempre se ha instaurado una especie de ambigüedad de la necesidad misma del
camino que me llevó a introducir, por vía de Función y campo de la palabra y del lenguaje,
aquello de que se trata en lo relacionado con lo inconsciente.
El término de intersubjetividad ronda seguramente aún y rondará durante mucho tiempo,
porque está escrito allí con todas sus letras en lo que fue el recorrido de mi enseñanza. Nunca
dejé de servirme de ese término de intersubjetividad acompañándolo de algunas reservas, pero
reservas que no eran inteligibles en ese momento para el auditorio que tenía. Todo el mundo sabe
que no se lo acepta tan fácilmente y que, por supuesto, seguirá siendo la fortaleza de todo lo que,
precisamente, combato de manera tan precisa.
El término de intersubjetividad, con los equívocos que mantiene en el orden psicológico, y
precisamente, en primer plano, aquel que desde siempre designé como uno de los más peligrosos
de acentuar, a saber, el estatuto de la reciprocidad, cobijo de todo lo que en la psicología ES EL
MÁS PERFILADO PARA ASENTAR TODOS LOS DESCONOCIMIENTOS QUE
CONCIERNEN AL DESARROLLO PSÍQUICO. Para simbolizárselo, para acentuárselo, en
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
cierta forma con una imagen resplandeciente y grosera a la vez, diría que el estatuto de la
reciprocidad, en la medida en que marca el límite estatutario donde la madurez del sujeto se
instauraría en alguna parte del desarrollo, está representada, si quieren, para todos aquellos que
habrán visto ese algo (y pienso que los habrá suficientes en la asamblea como para que mi
palabra llegue, ¡que los demás se informen!), para aquellos que han leído o visto en cine Las
tribulaciones del estudiante Törless2, yo diría que el estatuto de la reciprocidad es lo que
constituye el justo soporte de ese colegio de los profesores que supervisan y que, en últimas,
nada quiere saber, nada quiere tener que ver con esa atroz historia. Esto no hace sino más notorio
que, en lo que concierne a la formación, a la formación de un individuo, y muy especialmente de
un niño, los educadores harían mejor si se preguntaran cuáles son las mejores vías que le
permiten situarse como siendo, por su existencia misma, presa de los fantasmas de sus pequeños
camaradas, antes de buscar reparar en qué etapa, en qué estadio el niño será capaz de considerar
que el yo y el tú son recíprocos.
He ahí evidentemente de qué se trata en lo que avanzamos este año con el nombre de
lógica del fantasma, se trata de algo que conlleva intereses de importancia. Por supuesto, esto no
va de ninguna manera en el sentido de un solipsismo, sino justamente en el sentido de saber de
qué se trata en lo que respecta a ese gran Otro. Ese gran Otro, cuyo lugar en la tradición
filosófica ha sido sostenido por la imagen de ese Otro divino, vacío, que Pascal designa con el
nombre del “Dios de los filósofos” y con el que nosotros no nos podríamos contentar en
absoluto, y esto no por razones de pensamiento, ni de libre pensamiento (el libre pensamiento es
como la libre asociación ¡no hablemos de eso!). Si estamos aquí para seguir el hilo y la huella del
pensamiento de Freud, aprovecho la ocasión para decirlo, a saber, para acabar con no sé qué
forma de tábano donde yo podría, en este caso, resultar siendo la víctima designada; no es el
pensamiento de Freud en el sentido en que el historiador de la filosofía puede “definirla” (así sea
con ayuda de la crítica de textos más atenta) en el sentido, a fin de cuentas, de minimizarla. Es
decir, de hacer notar que en tal o cual punto Freud no llegó más allá, que no se le debería imputar
más que no sé qué falla, hueco, reanudación mal hecha, en tal giro de lo que enunció…
2 MUSIL Robert, Las tribulaciones del estudiante Törless, Seix Barral, 1985, a partir del cual se rodó el filme de Völker Schlondorff, Der Junge Törless [El joven Törless], 1966, estrenado en español como Nido de escorpiones.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Si Freud nos interesa, no fue por lo que pensó en tanto individuo en tal o cual giro de su
vida eficiente; lo que nos interesa no es el pensamiento de Freud; es el OBJETO que descubrió
Freud.
El pensamiento de Freud adquiere su importancia para nosotros del hecho de que
constatamos que no hay mejor vía para volver a hallar las aristas de este objeto sino la de seguir
la huella de este pensamiento de Freud. Pero lo que legitima este lugar que le damos, es
justamente que a todo instante tales huellas no hacen más que señalarnos y de manera, en cierta
forma, tanto más desgarradora cuanto que tales huellas están desgarradas, de qué objeto se trata,
y llevarnos a lo siguiente, que es de aquello de lo que se trata, a saber, que se trata de no
desconocerlo. Lo cual seguramente es la tendencia irresistible y natural, en el estado actual de las
cosas, de toda subjetividad constituida.
Es justamente esto lo que duplica el drama de lo que aquí se llama investigación, y sobre el
cual seguramente saben ustedes también que su estatuto, para mí, no deja de ser sospechoso. Nos
hallamos prontos a volver allí y a replantear la pregunta –pienso hacerlo la próxima vez– sobre el
estatuto que podemos darle a esta palabra “investigación”, tras la cual se ampara en nosotros, por
lo común, la mayor mala fe.
¿Qué es la investigación? Seguramente no es más que lo que podemos fundar como origen
radical del proceder de Freud en cuanto a su objeto, nada más puede dárnoslo que lo que aparece
como punto de partida irreductible de la novedad freudiana, a saber, la repetición. O bien esta
investigación está en alguna parte repetida ella misma por la pregunta que subraya lo que yo
llamaría nuestras relaciones, a saber, lo que concierne a una enseñanza que supone que hay
sujetos para quienes el nuevo estatuto del sujeto que implica el objeto freudiano se ha realizado.
En otras palabras, para quien supone que hay analistas. Es decir, sujetos que sostendrían en sí
mismos algo que se aproxima lo más posible a ese nuevo estatuto del sujeto, aquel que determina
la existencia y el descubrimiento del objeto freudiano; sujetos que serían los que estarían a la
altura de esto: que el Otro, el gran Otro tradicional, no existe y que, sin embargo, hay claramente
una Bedeutung.
Esta Bedeutung (para todos los que me han seguido hasta aquí, los que me han seguido lo
suficiente como para que las palabras que para ellos empleo (digo que yo empleo) tengan un
sentido), baste con que yo señale aquí esta Bedeutung con algo que no tiene otro nombre que
éste: la ESTRUCTURA en la medida en que es REAL.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Si hice que expusieran esas pequeñas imágenes sobre las cuales debía tener lugar hoy mi
lección, y reconocerán una vez más la banda de Möbius, banda de Möbius cortada en dos, puesto
que eso no la divide, banda de Möbius una vez cortada en dos que se desliza en cierta forma
sobre sí misma, para duplicarse de la manera más fácil (como pueden constatarlo si copian bien
lo que me tomé el trabajo de dibujar)…
… y entonces, al final de la cuenta, para obtener ese algo que está perfectamente cerrado,
que tiene un adentro y un afuera y que es la cuarta figura, que es la del toro. LA ESTRUCTURA
ES QUE ALGO QUE ES ASÍ, ES REAL.
Yo no estoy diciendo que la estructura sea eso, por sí sólo. Les digo que lo que es real bajo
el nombre de estructura es exactamente del tipo de lo que está ahí dibujado (en cierta forma, hay
una sustancia estructural), que esto no es una metáfora, y que es en la medida en que a través de
esto es posible ese algo que podemos reunir como un conjunto con la palabra corte,3 que aquello
con lo que tenemos que vérnoslas es existente.
Qué pasa con una enseñanza que supone, también ésta, la existencia de lo que, con
seguridad, no existe? Porque no hay aún, según lo que parece, ningún analista que pueda decir
que soporta en él mismo esta posición del sujeto. Y lo que hace esto es nada menos que plantear
la pregunta ¿qué es lo que me autoriza a tomar la palabra como dirigiéndome a esos sujetos que
aún no existen?
3 Du mot coupure [con la palabra corte], o, de nos coupures [de nuestros cortes].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Ya ven que las cosas no dejan de estar soportadas en algunas suposiciones, como se lo
señala sarcásticamente, suposiciones sobre las que lo menos que puede decirse es que son
dramáticas; ¡no por ello hay que hacer de eso un psicodrama! Porque vamos a cerrarlo con un
cierre lógico. Eso es lo que constituye nuestro objeto este año.
Con seguridad, e independientemente de lo que me autorice –y tal vez sobre ese punto
podríamos decir un poco más–, es claro que no estoy solo. Si yo mismo tuviera que plantearle
una pregunta al profesor Jakobson, pero les doy mi palabra de que ni siquiera se la dejé
sospechar cuando veníamos en el auto (no quiero decir que me llegue ahora, sino que sólo ahora
se me ocurre planteársela), yo le preguntaría si él, cuya enseñanza sobre el lenguaje tiene para
nosotros tales consecuencias, si él piensa, también, que esta enseñanza es de naturaleza tal que
exige un cambio de posición radical a nivel de lo que constituye, digamos, el sujeto entre
aquellos que lo siguen. Le plantearé también la pregunta de si –pero es una pregunta muy ad
hominem– por el hecho mismo de las inflexiones que implica… No quiero hacer uso de grandes
palabras y me cuido de palabras que puedan sugerir la ambigüedad que se vincula con la palabra
“ascesis”; y hasta con la palabra que circula en las novelas de ciencia ficción de “mutación”…
¡A decir verdad, no nos hallamos en esas pendejadas! Se trata del sujeto lógico y de lo que
implica, de lo que implica de disciplina de pensamiento, entre quienes, en esta posición, son
introducidos por su pensamiento… ¿Acaso si las cosas, para él, en las consecuencias de lo que
enseña, van igualmente lejos, acaso para él tiene un sentido la palabra “discípulo”? Porque, para
mí, yo diría que no lo tiene; que en derecho, está literalmente disuelto, evaporado, por el modo
de relación que inaugura tal pensamiento. Quiero decir que “discípulo” ha de distinguirse de la
palabra “disciplina”. Si instauramos una disciplina, que es también una nueva era en el
pensamiento, algo nos distingue de quienes nos precedieron: el hecho de que nuestra palabra no
exige discípulos.
Si Roman quiere empezar por responderme a mí, si se le antoja, ¡que lo haga!
Profesor R. Jakobson — ¿No cree que sería mejor si se plantearan varias preguntas y, en
ese caso, las respondo a la vez?
Doctor Lacan — De acuerdo. ¿Quién tiene una pregunta para Jakobson?
Doctor J. Aubry — Yo quería preguntar, dado que me interesan particularmente los
problemas de dificultades de lectura y de escritura, de acceso al lenguaje escrito, de su valor
simbólico, si en esas dificultades y sin contar los errores que pueden ubicarse como lapsus, si él
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
piensa que una estructura del lenguaje se relaciona con la estructura misma del sujeto, o más
exactamente con su posición respecto al Otro.
Me explico con ejemplos de tipo clínico; No leo el alemán y no pude leer […]. Retuve de
lo que me dijeron, que, por ejemplo, las confusiones de los fonemas B-P, D-T, M-N, son
confusiones que existen durante el aprendizaje de la palabra en el niño que está aprendiendo los
fonemas en un orden determinado, empezando por las consonantes vocálicas mínimas, comunes
a todas las lenguas, y luego ampliando su registro en un orden constante según las características
de la lengua materna. Yo pensaba que la persistencia de tales confusiones a la edad del
aprendizaje de la lectura, podía marcar el deseo del niño de mantenerse en esta posición infantil,
que esto se relaciona también, en cierta medida, con el no acceso al estadio del espejo, entendido
como identificación primera, narcisista y antes de que aparezca el yo.
Pero las carencias maternas, es decir, en cierta medida, la ausencia del discurso del Otro,
entre 6 y 18 meses, determinan la incapacidad de acceder, durante el estadio del espejo, a la
imagen del cuerpo propio y naturalmente a las identificaciones. Tienen por corolario constante
una deficiencia del lenguaje y ciertas particularidades de estructura del lenguaje cuando la
unidad del sonido, de la palabra, de la frase, no es respetada en el lenguaje oral así como en el
lenguaje escrito. Si esta ruptura no es la del lapsus ¿no evocaría la imagen desarticulada del
cuerpo y ese estadio pre-narcisista? Así mismo, los errores que tienen que ver con el uso de
pronombres personales, serían el resultado de la incapacidad de distinguir el yo y el otro, la
incapacidad de distinguir los verbos de estado y los de acción, el ser y el actuar, respondería a
ese estatuto no de sujeto sino de objeto actuado por el Otro. Es la definición misma de
alienación. Todas esas preguntas me las planteo no solamente para las dislexias sino para otros
problemas y, particularmente, para las psicosis del niño antes del estadio del lenguaje.
Una última cosa: la inversión en las sílabas de dos o tres letras, marca efectivamente una
dificultad de organización temporo-espacial, pero todo niño que no reconoce la derecha y la
izquierda de su propio cuerpo de la del otro, tiene la posibilidad de tener dificultades para
escribir. Es más evidente aún para quienes escriben en espejo. Se puede suponer que el niño
zurdo, que siempre se encuentra con el otro en espejo, tendrá más dificultades para sobrepasar
esta dificultad y que, a nivel de la escritura, el uso de la siniestralidad favorezca la inversión. El
momento de acceso al lenguaje escrito es, en principio, contemporáneo de la resolución del
complejo de Edipo, cuando el niño en la situación triangular ha aceptado y reconocido la ley del
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padre simbólico al mismo tiempo como ley social; cuando esta evolución no se hace, ¿no
podemos ver en eso el rechazo de una incapacidad de acceso al saber y a la representación
simbólica?
Señorita L. Irigaray— Quisiera preguntarle al señor Jakobson cómo hace la articulación
entre el sujeto de la enunciación y el sujeto del enunciado. ¿No cree que se puede, que se podría
establecer una diferenciación en los shifters en función de esta articulación de la enunciación con
el enunciado?
Doctor J. Oury— Quisiera solicitar una precisión al señor Jakobson. Desde hace un
tiempo, en los problemas de análisis de grupos en las instituciones, no se dispone de muchas
herramientas, de conceptos teóricos, y en ocasiones se hace un uso un tanto azaroso de las
nociones lingüísticas. Desde hace un tiempo, intento introducir la noción de contexto para
intentar tener un poco más de claridad en lo que podría llamarse el efecto de sentido dentro de un
grupo. Quisiera que pudiera precisarse un poco más esta noción de contexto.
Quiero dar, simplemente, algunos elementos. Me sorprendió el uso bastante práctico de su
artículo sobre la poética, que podría ser muy útil para la comprensión de lo que sucede en los
grupos. Por otra parte, parece que lo que está en juego en una institución son mensajes poéticos,
es decir, una especie de crítica del fonologismo, y la instalación de un mensaje que tenga en
cuenta la sintaxis, en otras palabras, la noción de mensaje sintáctico. En las relaciones entre el
plano semántico y el plano sintáctico ¿hay un problema verdadero o una serie de falsos
problemas? En particular, con todas las nociones actuales de operadores que se ponen en juego
entre el plano semántico y el plano sintáctico; en otras palabras, las reorganizaciones sintácticas,
es una imagen, de las estructuras de un grupo, cambian el mensaje y dan un cierto sentido a lo
que se hace en la institución.
Quedándome en esta perspectiva, ¿es posible precisar mejor la noción de sujeto de la
enunciación? Esta noción de sujeto de la enunciación, ¿puede articularse claramente con esta
noción de contexto, por una parte, y de mensaje sintáctico?
Señora Mélèze— Mi pregunta se situaría en torno a la música concreta, es decir, a la
posibilidad de escuchar algo que no se había previsto, el soporte vocal por fuera de lo que puede
ser del orden del rebus, si el soporte vocal está en alguna parte como representante de una
posición del sujeto respecto al cuerpo del otro representado en su voz.
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Doctor Stoianoff— Históricamente, la dependencia prolongada de un grupo étnico
respecto a otro, ¿podría influir en el lenguaje del primero, de manera que se obtenga un discurso
muy particular como en la lengua búlgara? ¿Hay factores históricos de dependencia que podrían
explicar esta introducción en la lengua de una manera de ver mediatizada?
Profesor R. Jakobson— Siento que estoy en una posición bastante difícil porque no
esperaba hablar, y como hay huelga, soy yo el que tendrá que hablar. Por fuera del contexto, yo
no sé que es un strike.
Responderé más bien en bloque que la pregunta que me parece sobre todo relacionada con
el asunto de la lingüística y del psicoanálisis es, en verdad, la del desarrollo del lenguaje en el
niño. Ahí hay problemas sobre los cuales habrá que trabajar en cada uno de los dos campos. Esos
asuntos tienen una relación de complementariedad. Hay que captar los dos aspectos.
Llegamos ahora al campo del lenguaje infantil. Lo que vemos cada vez más es el gran
porcentaje de fenómenos universales. La universalidad domina. Esto hasta cambia el problema
de la enseñanza del lenguaje porque vemos ahora que para aprehender no importa qué lengua,
cada niño es preparado por un cierto modelo innato, puesto que el límite entre la naturaleza y la
cultura cambia de lugar. Se pensó que en la comunicación de los animales se trataba únicamente
del fenómeno de los instintos, los fenómenos de la naturaleza, mientras que en el hombre se
trataba del asunto de la enseñanza, de la cultura. Se muestra que la cosa es bastante más
complicada, que entre los animales el aprendizaje juega un gran rol y, por otra parte, en los niños
humanos tiene un rol el modelo innato, esas predisposiciones, esa posibilidad de aprender el
lenguaje que existe a cierta edad de la infancia, que existe algunos meses después de su
nacimiento, la posibilidad de adquirir un código, y por otra parte –es un fenómeno más curioso–
y es que, a cierta edad, el niño pierde la capacidad de aprender su primera lengua. Si el niño
estuviese en una situación artificial, durante los primeros años de su vida, en que no hubiera
conocido un lenguaje humano, puede recuperarlo enteramente, pero en una situación normal
hasta los siete años, más o menos. Después de los siete años ya no será capaz de aprender la
primera lengua. Todos esos fenómenos son importantes y nos muestran que debemos analizar
cada etapa de la adquisición del lenguaje desde el punto de vista de los fenómenos biológicos,
psicológicos e, intrínsecamente, lingüísticos.
Permítanme detenerme en dos o tres problemas que se han tocado aquí. Cuando el niño
comienza a hablar hay dos fenómenos enteramente revolucionarios desde el punto de vista de la
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mentalidad del niño. Una de esas etapas es la de la adquisición de los pronombres personales. Se
trata de una gran generalización. Es la posibilidad de ser yo [moi] en un instante y de escuchar al
otro llegar a ser yo [moi]. Conocen esta discusión entre los niños que, cuando aprenden los
pronombres, dicen “Tú no eres yo. Yo soy yo y tú sólo eres tú, etc.”. Por otra parte, la
incapacidad de ciertos niños cuando han aprendido el pronombre de la primera persona, para
hablar de sí mismos, y decir su propio nombre, porque el niño por sí mismo sólo es yo [moi] .
Esas cosas cambian al niño completamente.
Recuerdo cuando unos profesores y la señora Kast, que vinieron a comienzos del año de la
última guerra a Estocolmo, me mostraron un niño que era egocéntrico de una manera
sorprendente, quería dominarlo todo, tener todas las casas, los juguetes, etc. Lo estudié desde el
punto de vista lingüístico y me di cuenta de que no había traza alguna del pronombre personal.
Les dije “enséñenle el pronombre personal, conocerá sus límites, sabrá que él no es el único, que
existe el intercambio, el yo no es más que el autor del mensaje en cuestión”; y funcionó.
Hay otra operación, la que está en el meollo del cambio en la vida lingüística de un niño.
Hay un caso conocido, que se conoce en países muy diferentes, de un niño de tres años que corre
hacia su padre y dice “el gato ladra”, “el gato guau, guau”. Si el padre es pedante, dice “no, es el
perro el que ladra y el gato el que hace miau”. El niño llora, se le destruyó su juego. Si el padre,
al contrario, le dice “sí, el gato ladra, mamá dice miau”, etc., el niño se pone contento. Le conté
esta historia a Claude Lévi-Strauss poco tiempo después, él tiene su hijo que tenía tres años en
esa época y que llegó a hacer lo mismo. Lévi-Strauss quiso dárselas de padre liberal, no lo logró,
porque su hijo consideraba ese juego como un privilegio de niño y el padre debió hablar de otra
manera.
¿De qué se trata? Del descubrimiento que hace el niño a cierta edad, el descubrimiento de
la predicación. Podemos vincular un sujeto con un predicado, y la cosa esencial es que se puede
vincular al mismo sujeto diversos predicados, y el mismo predicado puede ser utilizado respecto
a diversos sujetos: el gato corre, duerme, come, ladra también. El asunto es que el niño
comprenda que la predicación ya no es la dependencia de un cuento, la predicación es ya una
libertad individual; entonces, el niño emplea de manera exagerada esta libertad. El niño no
conoce la definición de la libertad dada por la emperatriz rusa Catalina, que la libertad es el
derecho de hacer lo que las leyes permiten… Entonces, el gato ladra.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Volvemos a hallar los mismos problemas en la afasia, en la antropología, porque en ciertos
pueblos el hecho de atribuir acciones a los animales o de atribuir las acciones de cierto tipo de
animales a los demás, es considerado como un pecado, como por ejemplo entre los dayaks, y que
es castigado como el incesto. Es justamente ahí donde la libertad quiere romper la ley.
Si se quiere discutir sobre el asunto del desarrollo fonológico, nos hallamos ante los
mismos problemas de esos diferentes estadios, y yo podría, en una discusión más detallada,
mostrarles las etapas, las reglas universales, la posibilidad de desarrollar una cierta libertad
porque no hay reglas universales. También ahí está el asunto importante del orden temporal, no
de las adquisiciones sino del orden temporal de una secuencia, de una serie, de un grupo, de las
leyes.
Para la lectura, nos hallamos en un nuevo campo. No hay que olvidar que la lectura y la
escritura son siempre una superestructura, una estructura secundaria. Si no se habla se trata de
patología, si no se lee es analfabetismo, si no se escribe tampoco. Según las últimas estadísticas
de la UNESCO, en el 60 por ciento de la población del mundo existe ese fenómeno.
No hay que olvidar que son fenómenos completamente diferentes, es decir, que la
escritura, la lectura, remiten ya a la base que es el lenguaje hablado, pero esto no quiere decir que
la escritura sea simplemente un espejo del lenguaje hablado, hay nuevos problemas que
aparecen, y uno de esos problemas es el asunto del espacio. La escritura no es solamente
temporal sino también espacial y lo que aparece es el asunto derecha-izquierda, izquierda-
derecha. Esto introduce una cantidad de principios nuevos que desde el punto de vista, por
ejemplo, de la estructura de la escritura, muestran que lo más interesante es el análisis de
diferentes formas de dislexias y de agrafias, que muestran los mecanismos y las desviaciones
individuales y personales, y las desviaciones mentales; esas desviaciones están en relación.
En lo que concierne a la relación entre el problema semántico y problema sintáctico, creo
cada vez más que vemos que la oposición de esos dos fenómenos corre el riesgo de volverse muy
rígida. En el campo sintáctico, se trata de orden, de combinaciones, de agrupaciones, pero cada
combinación se opone a otra combinación posible, y la relación entre esos dos fenómenos
sintácticos es necesariamente un fenómeno semántico. Nos hallamos también necesariamente, al
mismo tiempo, en el campo de lo semántico y de lo sintáctico y de lo gramatical. Es imposible
separar esas cosas. En general, para un lingüista, no hay fenómeno en la lengua que no posea un
aspecto semántico. La significación es un fenómeno que concierne a no importa qué nivel del
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lenguaje, saben ustedes que está ese problema que fue planteado de manera muy hermosa, la más
bella tal vez, en la antigua doctrina de los gramáticos y filósofos del lenguaje hindú, es que ahí la
lengua tiene varias articulaciones, y particularmente una articulación según esa vieja
terminología hindú, la doble articulación de los elementos que no son significativos sino que son
necesarios para construir unidades significativas. Estos elementos que no son significativos son,
como lo dijeron bien los hindúes, y como fue repetido en la Edad Media y en la lingüística
moderna de los años 30, esos elementos son distintivos y participan en la significación. Si no se
respetan esos elementos se obtiene el efecto de una homonimia. La significación comienza desde
el comienzo, y el fonema o el rasgo distintivo, son igualmente signos, signos de otro nivel,
signos auxiliares y, sin embargo, signos.
Si se me pregunta cuál es el problema más actual de la lingüística, el problema
interdisciplinario ante la psicología, el psicoanálisis, la etología, es el problema del contexto. El
contexto tiene dos aspectos: el contexto verbalizado que se da en el discurso, y el contexto no
verbalizado, la situación, el contexto no verbalizado pero siempre verbalizable. Pienso que es
este asunto de la verbalización, no digo que el psicoanálisis se reduzca al problema de la
verbalización, pero lo que el psicoanálisis tiene en común con la lingüística es que el problema
de la verbalización juega el rol esencial, principal en esos dos campos.
Ahora, respecto a la enunciación y el sujeto del enunciado, para que se alcance esta
distinción, el niño necesita elaborar los pronombres personales, pero es un asunto más
complicado, es un problema en general de la enunciación, el que implica citaciones. Cuando
hablamos o cuando decimos “Juan dijo eso” o “como lo dijo Juan”, “se pretende que” o bien no
citamos pero decimos cosas que no hemos visto y que, en cierto orden, deben tener sufijos
especiales, lo hemos escuchado decir, no vimos cómo Julio César fue asesinado pero si hablamos
de eso, quiere decir que citamos. Si analizamos mejor nuestras enunciaciones, nos damos cuenta
de que el asunto de las citaciones ocupa el papel principal, esencial, la oratio directa, la oratio
oblicua, son problemas más amplios que el lugar que se les da en la gramática clásica. Es uno de
los problemas que aún no ha sido elucidado enteramente. Es un asunto que el psicoanalista y el
lingüista deben trabajar juntos.
Un fenómeno muy curioso es que en Bulgaria se tienen diferentes formas verbales para
indicar el fenómeno del cual se está seguro de haberlo visto, y los fenómenos que se suponen,
que son de oídas. Se plantea el asunto de saber por qué en Bulgaria se desarrolló eso. Hay
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razones históricas para ese surgimiento, justamente la influencia de una lengua sobre otra lengua,
del turco en el búlgaro, y en algunas otras lenguas. Asunto interesante no solamente desde el
punto de vista histórico sino desde el punto de vista estructural. Cada cuento4 verbal, cada lengua
no es una lengua monolítica, cada lengua supone varios subcuentos, y entre los bilingües es la
posibilidad de hablar en dos lenguas diferentes, y no hay cortina de hierro entre las dos lenguas
que se usan, está la interacción, el juego de las dos lenguas. Hay un fenómeno importante que
juega un rol: es cómo una lengua del bilingüe cambia por la otra lengua. Hay una cantidad de
posibilidades. Es el problema de nuestra actitud hacia las lenguas que uno habla.
Si, por ejemplo, hablo de mi generación de intelectuales rusos, debo decir que para nuestra
generación pudimos ser bilingües o tener varias lenguas: ruso y alemán, ruso e inglés. Pero era
una imposibilidad del código del ruso hacer uso, en el mismo mensaje, del ruso y del inglés, del
ruso y del alemán. Introducir palabras, expresiones alemanas en una frase rusa era considerado
como un fenómeno cómico; en cambio, se podían introducir tantas frases, tantas palabras
francesas en el ruso como lo saben ustedes, por La guerra y la paz de Tolstoi; era posible. Es
chocante a veces en Francia cuando digo: desde el punto de vista de mi generación de
intelectuales rusos, el francés no era una lengua sino simplemente un estilo del ruso hablado. Esa
relación entre lenguas es importante, muestra que la actitud es diferente, que una palabra juega
un gran papel en toda la actitud no solamente ante las lenguas y su estructura, ante la cultura, etc.
Este asunto de la complejidad del código juega un papel esencial. Por ejemplo, ese
fenómeno búlgaro ¿qué cambia? En los fenómenos gramaticales que empleamos, los fenómenos
gramaticales que aparecen en una lengua, cada cual tiene su función. Pero si se habla la otra
lengua, bien puede uno expresar lo que está ausente en la gramática de la primera lengua.
Traduciendo del búlgaro puedo muy bien decir en francés o en ruso “vi venir el barco”, o bien
“creo que el barco ha llegado”. Ahí hay una gran diferencia según si está dado en la gramática
[como en búlgaro] o si solo hay posibilidad de explicarlo por medios lexicales [como en francés
o en ruso]. Para ilustrar esta diferencia hago uso siempre de un ejemplo muy simple: si cuento en
inglés que pasé la última velada con a neighbour, con un vecino, si me preguntan ¿era hombre o
mujer?, debo responder “¡it is not your business!”; en cambio, si lo digo en francés debo decir
4 Palabra incierta.
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que era “un vecino” o “una vecina”. Lo que debemos decir y lo que podemos omitir no es algo
que cuya enorme diferencia deba explicar aquí en este auditorio.
La pregunta de mi amigo al que tanto admiro, y cuyos trabajos son para mí siempre fuente
de instrucción… Para hacer uso de la palabra del Doctor Lacan, yo me siento su discípulo. Debo
decir que tengo enormes dificultades para responder su pregunta. Quisiera que me la formulara
de manera más breve, si no necesitaré, para responder, un libro tan voluminoso como su último
libro. Le prometo responder a esta pregunta en mi próximo viaje a París…
Doctor Lacan— ¿Piensa usted que un lingüista formado en la disciplina lingüística
engendra en él una marca tal que su modo de abordaje de todos los problemas es algo que lleva
un sello absolutamente original? Usted es quien transmite esta especie de disciplina que es la
más cercana a la nuestra. ¿Acaso el modo de relación que hace surgir en usted el hecho de que
sea usted el que trasmite esta disciplina, acaso para usted algo que es de la dimensión de lo que
es ser un discípulo… es algo esencial, exigible y que cuenta para usted?
Profesor R. Jakobson— Responderé a esta pregunta de la misma manera en que respondí
a la de la diferencia entre las estructuras gramaticales de las diversas lenguas. Para un lingüista,
es posible intentar dejar de ser, en ciertos momentos, solamente lingüista y ver los problemas
desde otro punto de vista, bajo el aspecto de un psicólogo, de un antropólogo, etc., todo eso es
posible pero la presión de la disciplina es enorme. ¿De qué tipo mental es el lingüista? Es curioso
que un lingüista… [que] casi no existe que se llegue a ser lingüista. Los psicólogos han mostrado
que las matemáticas, la música, son preocupaciones, capacidades que aparecen a la edad infantil;
si leen ustedes las biografías de los lingüistas, verán que se los ve ya predispuestos a llegar a ser
lingüistas a los seis, siete, ocho años. Esta es la opinión de Saussure, de una gran cantidad de
lingüistas.
¿Qué quiere decir esto? Me permito decir que la gran mayoría de los niños sabe pintar y
dibujar muy bien, pero en una cierta edad la mayoría pierde esta capacidad, y quienes llegan a
ser pintores conservan una cierta adquisición infantil, un cierto rasgo infantil. El lingüista es un
hombre que conserva una actitud infantil ante la lengua. La lengua misma interesa al lingüista
como le interesa al niño, se vuelve para él el fenómeno más esencial en una complejidad y eso le
permite al lingüista ver las relaciones internas, las leyes estructurales de la lengua. Pero también
ahí hay un peligro: que las relaciones entre lo que es el lenguaje y los otros fenómenos, puedan
deformarse fácilmente por causa del acento un tanto unilateral planteado sobre la lengua. Ahí es
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donde está la gran necesidad del trabajo que se llama con ese término tan ambiguo, tan vago pero
tan importante al mismo tiempo, el de lo interdisciplinario. Mis experiencias en Nueva York,
mis encuentros con los psicoanalistas, un antropólogo como Lévi-Strauss, yo y algunos otros
lingüistas, cuando discutimos nuestros problemas, he visto que era importante llegar a ser, por un
instante, discípulo de esas otras disciplinas para ver la lengua desde afuera, como se ve la Tierra
desde afuera subiéndose a un Sputnik.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo
ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Lección 11
15 de febrero de 1967
Tengo que avanzar y demostrar en el movimiento de qué naturaleza es el saber analítico;
más exactamente, cómo es posible que, ese saber, pase a lo real.
Planteamos que eso, ¿no es cierto?, que pase a lo real, tiene lugar cada vez más a medida
que crece la pretensión del yo [je]1 para afirmarse como fons et origo del Ser. Es lo que
planteamos; pero no elucida, por supuesto, nada de lo que acabo de llamar EL PASO DE ESE
SABER A LO REAL.
No me refiero aquí a nada diferente a la fórmula que di de la Verwerfung o rechazo: que
todo lo que es rechazado en lo simbólico reaparece en lo real.
Esta prevalencia del yo, en la cima de algo que es bastante difícil de captar sin prestarse a
equívoco… (decir “la época”, decir también como hemos dicho “la era de la ciencia”, es abrir
siempre algún sesgo para una nota que podría asirse bastante bien con el término de
“spenglerismo”,2 por ejemplo: la idea de “fases humanas” no es ahí, desde luego, lo que puede
complacernos y se presta para muchos malentendidos). Partamos únicamente de esto: que es
cierto que el discurso tiene su imperio y que yo creo haberles demostrado aquí que el
psicoanálisis sólo es pensable si se cuenta entre sus precedentes el discurso de la ciencia.
Se trata de saber en dónde se ubica el psicoanálisis en los efectos de ese discurso.
¿Adentro? ¿Afuera? Saben ustedes que es ahí donde intentamos captarla como una especie de
franja que tiembla, de algo análogo a esas formas más sensibles donde se revela el organismo;
hablo de lo que es franja.
Sin embargo hay que dar un paso antes de reconocer ahí el trazo [trait] de lo animado
porque el pensamiento tal como lo entendemos no es lo animado. Es el efecto del significante, es
decir, el último resorte, de la HUELLA.3
Lo que se llama estructura es eso: seguimos el pensamiento por las huellas y por nada más.
Porque la huella siempre causó el pensamiento.
1 yo es je en este capítulo, salvo cuando se señale explícitamente lo contrario [T.]. 2 Spengler Oswald, Le Déclin de l’Occident [El ocaso de Occidente], N. R. F., 1931-1933. 3 trace: rastro, señal, huella, marca, traza, indicio.
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
La relación de ese procedimiento con el psicoanálisis se siente enseguida: por poco que se
lo pueda imaginar, y hasta por poco que se tenga la experiencia de éste.
Que [para] Freud, inventar el psicoanálisis, haya sido la introducción de un método para
detectar una huella de pensamiento, allí donde el pensamiento mismo la enmascara por
reconocerse ahí de otra manera (de una manera diferente a como la designa la huella), eso es lo
que he promovido. Contra esto, no prevalecerá ningún despliegue del freudismo como ideología.
Ideología naturalista, por ejemplo. Que ese punto de vista, que es un punto de vista histórico de
la filosofía, sea planteado en estos tiempos por personas que se autorizan como psicoanalistas, es
algo que manifiesta lo que le dará mayor precisión a la respuesta que requiere la pregunta que
planteé primero, a saber, cómo es posible que el saber analítico llegue a pasar a lo real.
La vía por donde lo que enseño pasa a lo real no es otra, extrañamente, que la Verwerfung,
que el rechazo efectivo (que vemos producirse en un cierto nivel de generaciones) de la posición
del psicoanalista, en la medida en que esta posición nada quiere saber de lo que sin embargo es
su solo y único saber.
Lo rechazado en lo simbólico ha de focalizarse en un campo subjetivo, en alguna parte,
para reaparecer en un nivel correlativo en lo real. ¿Dónde? Aquí, sin duda. ¿Qué quiere decir
esto? Es lo que AQUÍ los toca, es decir, ese punto que es del que dan [sic] fe lo que los
periodistas ya ubicaron con la etiqueta de “estructuralismo” y que no es más que su interés; el
interés que tienen ustedes en lo que aquí se dice, interés que es real.
Naturalmente, entre ustedes, hay psicoanalistas. Hay –ya está aquí– una generación de
psicoanalistas en la cual se encarnará la justa posición del sujeto, en tanto que el acto analítico la
necesita. Cuando haya llegado ese tiempo de madurez de esta generación, se medirá la distancia
recorrida –al leer las cosas impensables, afortunadamente impresas para que den fe, para quien
sabe leer– de los prejuicios de donde habrá sido necesario extraer el trazado [tracé] que necesita
esta realización del análisis.
Entre esos prejuicios y esas cosas impensables estará… estará también el estructuralismo,
quiero decir, lo que se intitula ahora con ese título de cierto valor, cotizado en la bolsa de la
cogitación.
Si aquellos de ustedes que vivieron lo que hubo caracterizado el medio de este siglo (o
digamos, su primera parte), las experiencias de manifestaciones extrañas en la civilización que
tuvimos que atravesar, si esos no hubieran sido adormecidos, en sus consecuencias, por una
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
filosofía que sencillamente continuó con su ruido de matraca, yo tendría ahora menos
oportunidad para intentar señalar los rasgos [traits] necesarios para que no queden ustedes
enteramente pasmados, para la fase de este siglo que viene enseguida.
Cuando Freud introdujo por primera vez en su Jenseits… la de él, el Más allá del principio
de placer, el concepto de repetición (como forzamiento Zwang; repetición, Wiederholung; esta
repetición es forzada, Wiederholungszwang), cuando la introduce para darle su estado definitivo
al estatuto del sujeto de lo inconsciente, ¿se mide bien el alcance de esta intrusión conceptual?
Si se llama Más allá del principio de placer, es precisamente por el hecho de que rompe
con lo que hasta entonces le daba el módulo de la función psíquica, a saber, esa homeostasis que
hace eco a la que necesita la subsistencia del organismo, que la duplica y la repite, y que es la
que en el aparato nervioso aislado como tal, él define por la ley de la mínima tensión.
Lo que introduce la Wiederholungszwang, está netamente en contradicción con esta ley
primitiva: la que se había enunciado en el principio del placer. Y así es como Freud nos la
presenta.
Enseguida, nosotros que, supongo, hemos leído ese texto, podemos llegar hasta su extremo,
que Freud formula como lo que se llama “pulsión de muerte” (traducción de Todestrieb). A
saber, que no puede impedirse extender ese Zwang, esta constricción de la repetición, a un
campo que no cubra únicamente el de la manifestación viviente, sino que la desborde,
incluyéndola en el paréntesis de un retorno a lo inanimado. Nos pide, entonces, hacer subsistir
como “viviente” –y aquí tenemos que poner este término entre comillas–, una tendencia que
extiende su ley más allá de la duración del viviente.
Observemos esto bien de cerca, puesto que está ahí lo que objeta y también el obstáculo
ante el cual se rebela –por supuesto, en tanto que la cosa no ha sido comprendida– se rebela, en
el primer momento, un pensamiento acostumbrado a dar cierto soporte al término de tendencia;
soporte, justamente, que es el que acabo de evocar al poner la palabra “viviente” entre comillas.
Entonces, en este pensamiento, la vida ya no es “el conjunto de las fuerzas que resisten a la
muerte” para citar a Bichat; es el conjunto de las fuerzas donde se significa que la muerte sería,
para la vida, su RIEL.
A decir verdad, esto no llegaría muy lejos si no se tratara más que del estando de la vida
sino de lo que podemos, en un primer abordaje, llamar su SENTIDO. Es decir, de algo que
podemos leer en signos que son de una aparente espontaneidad vital, puesto que el sujeto no se
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
reconoce allí; pero donde se requiere que haya un sujeto puesto que de lo que se trata no podría
ser un simple efecto de la… recaída, si puedo decirlo, de la burbuja vital que desfallece, dejando
el lugar en el estado en que estaba antes, sino de algo que, sigámoslo a donde los sigamos, se
formula no como ese simple retorno sino como un PENSAMIENTO de retorno, como un
pensamiento de repetición.
Todo lo que Freud captó por sus huellas en su experiencia clínica es –allí donde lo va a
buscar, allí donde despunta para él el problema, a saber, en lo que él llama “la reacción
terapéutica negativa”, o también lo que aborda en ese nivel como un hecho (signo de
interrogación) de masoquismo “primordial”, como lo que en una vida insiste por permanecer en
un cierto médium, pongamos los puntos sobre las íes, digamos de enfermedad o de fracaso–, es
esto lo que hemos de captar como un pensamiento de repetición. Un pensamiento de repetición
es un campo diferente al de la memoria.
Sin duda la memoria evoca la huella también, ¿pero cómo la reconocemos la huella de la
memoria? Justamente tiene por efecto la NO REPETICIÓN.
Si buscamos determinar en la experiencia cómo un microorganismo está dotado de
memoria, lo veremos en esto: que la segunda vez no reaccionará a un excitante como la primera.
Y, en algunas ocasiones, esto nos hará hablar de memoria con prudencia, con interés, con
suspenso, a nivel de ciertas organizaciones inanimadas…
¡Pero la repetición es muy otra cosa! Si hacemos de la repetición el principio director de un
campo, en tanto es propiamente subjetivo, no podemos dejar de formular lo que une en materia –
a manera de cópula– lo idéntico con lo diferente.
Esto nos reimpone el empleo, para este fin, de ese trazo unario cuya función electiva
hemos reconocido a propósito de la identificación.
Recordaré lo esencial de esto en términos simples, habiendo podido experimentar que una
función tan simple parece sorprendente en un contexto de filósofos, o de los que se pretenden
tales, como tuve recientemente la experiencia, y que se haya podido hallar oscuro y hasta opaco
este sencillo comentario de que el trazo unario juega el papel de coordenada simbólico,
precisamente por excluir que no sean ni la similitud NI TAMPOCO ENTONCES LA
DIFERENCIA, los que se plantean en el principio de la diferenciación.
Ya subrayé aquí suficientemente que el uso del Uno –que es ese Uno que yo distingo del
Uno unificante, por ser el Uno contable– es el de poder funcionar para designar tantos “Uno”
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
como objetos tan heteróclitos como un pensamiento, un velo o no importa qué objeto que se
encuentre aquí a nuestro alcance; y puesto que enumeré tres, contemos ese: tres. Es decir,
considerando nula su más extrema diferencia de naturaleza para instaurar su diferenciación de
otra cosa.
Esto es lo que nos da la función de número y todo lo que se instaura con la operación de
recurrencia, cuya demostración se apoya, lo saben ustedes, en ese módulo único: que todo lo que
habiendo sido demostrado verdadero… por n… que lo que… Habiendo demostrado como
verdadero que lo que es verdadero para n+1 lo es para n, nos basta saber qué pasa para n=1, para
garantizar la verdad de un teorema. Esto funda un ser de verdad, que es enteramente de
deslizamiento. Esta especie de verdad, si puedo decirlo, es la sombra del número, [pues] no hace
mella en ningún real. Pero si descendemos, si puedo decir, en el tiempo, lo que… lo cual se les
pide hoy para retomar el esquema identificatorio de la alienación y ver cómo funciona,
notaremos que el Uno basal de la operación de la recurrencia ya no está ahí, que sólo se instaura
a partir de la repetición misma.
Retomemos. No tenemos que subrayar aquí que la repetición sólo podría deducirse
dinámicamente del principio del placer. Sólo lo hacemos para hacer que sientan el realce de lo
que está en cuestión. A saber, que el mantenimiento de la mínima tensión, como principio de
placer, no implica de ninguna manera la repetición. Al contrario, el volver a hallar una situación
de placer en su mismidad, sólo puede ser fuente de operaciones siempre más costosas si se sigue
simplemente el sesgo de la mínima tensión. Al seguirla como una línea isotérmica, si puedo
expresarme así, acabará por conducir de situación de placer en situación de placer al
mantenimiento deseado de la mínima tensión. Si implica algún cierre de circuito o algún retorno,
sólo puede ser por vía, si puede decirse, de una estructura externa, que de ninguna manera es
impensable puesto que hace poco evocaba la existencia de una línea isotérmica.
De ninguna manera es así, y desde afuera, que se implica la existencia del Zwang en la
Wiederholung freudiana, en la repetición.
Una situación que se repite como situación de fracaso, por ejemplo, implica coordenadas
no de más y de menos tensión sino de identidad significante del más o menos como signo de lo
que DEBE repetirse. Pero ese signo no lo portaba como tal por la situación primera. Entiendan
bien que ésta no estaba marcada por el signo de la repetición –¡si no, no sería primera!–. Más
aún, hay que decir que deviene –que DEVIENE– la situación repetida, y que por ese hecho se
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pierde como situación de origen: que hay algo perdido por el hecho de la repetición. Y esto no
solamente está perfectamente articulado en Freud, sino que lo articuló MUCHO ANTES de verse
llevado al enunciado del Más allá del principio del placer.
En los Tres ensayos sobre la sexualidad, vemos surgir, surgir como imposible, el principio
del reencuentro. Ya el simple abordaje de la experiencia clínica le había sugerido a Freud lo que
indicaba que en el metabolismo de las pulsiones estaba esta función del objeto perdido como tal,
donde podía hallarlo y también su función [revisar]. Esta función da el sentido mismo de lo que
surge bajo la rúbrica de la Urverdrängung. Por eso hay que reconocer claramente que, lejos de
que en el pensamiento de Freud haya ahí salto o ruptura, hay más bien preparación –a través de
una significación vislumbrada–, preparación de algo que encuentra por fin su estatuto lógico
último bajo la forma de una ley constituyente –aún cuando no sea reflexiva– constituyente del
sujeto mismo y que es la repetición.
Yo pienso que todos ustedes han visto pasar la forma del grafo, si puedo decirlo, de esta
función tal como la di como soporte intuitivo, imaginativo, de esta topología de retorno, para que
solidarice la parte4 –que es tan importante como su efecto directivo, puesta en imagen esta
misma para este efecto–, a saber, su efecto retroactivo: lo que llamé, hace un instante, lo que
sucede cuando por efecto del repitente, lo que había que repetir se vuelve lo repetido.
El trazo en que se sustenta lo repetido, en tanto repitente, ha de cerrar el circuito, ha de
volverse a hallar en el origen: el que (ese trazo), por ese hecho, marca en adelante lo repetido
como tal.
Esto, ese trazado, no es más que el del doble bucle o también el de lo que llamé, la primera
vez que lo introduje, el “ocho invertido” y que escribiremos así: helo ahí que vuelve sobre lo que
repite y es lo que, en la operación primera, fundamental, iniciadora como tal de la repetición, da
este efecto retroactivo que se puede separar, que nos obliga a pensar las relaciones terceras que,
4 “la marca” [Dorgeuille].
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del uno al dos, que constituye el retorno, vuelve haciendo un bucle sobre ese uno para producir
este elemento no numerable que yo llamo el uno-de-más, y que, justamente –por no poderse
reducir a la serie de los números naturales ni ser adicionable ni sustraíble de ese uno y de ese dos
que se suceden–, merece también el título de uno-de-sobra, que designé como esencial para toda
determinación significante y siempre lista además, no solamente para aparecer sino para hacerse
captar, huidiza, detectable en la vivencia a partir del momento en que el sujeto que cuenta ha de
contarse entre otros.
Observemos que esa es la forma topológica más radical y que es necesaria para introducir
lo que, en Freud, toma valor con esas formas polimorfas que se conocen con el término de
regresión ya sean tópicas, temporales o formales. Esa no es regresión homogénea, su raíz común
ha de hallarse en ese retorno, en ese efecto de retorno de la repetición.
Desde luego, no sin razón pude aplazar tanto tiempo el examen de esas funciones de
regresión. Bastaría con remitirse a un reciente artículo5 publicado en alguna parte en un terreno
neutro, médico, un artículo sobre la regresión, para ver la verdadera hiancia que queda abierta
cuando un pensamiento, acostumbrado a no demasiada luz, intenta unir la teoría con lo que le
sugiere la práctica psicoanalítica. La especie de curiosa valorización que recibe la regresión en
algunos de los más recientes estudios teóricos responde sin duda a algo, en la experiencia del
análisis, a través de lo cual, en efecto, merece que se interrogue qué efecto progresivo puede
implicar la regresión que, como todo el mundo sabe, es esencial en el proceso mismo de la cura
como tal.
Pero basta con ver, con palpar, la distancia que en cierta forma deja verdaderamente
abierto todo lo que a ese respecto se vuelve a evocar de las fórmulas de Freud, con lo que se
deduce de eso respecto al uso de la práctica (hay que remitirse aquí al artículo que está en el
último número de la Évolution Psychiatrique), ¡para que se sienta hasta qué punto la regresión en
cuestión aquí es de tal naturaleza que nos sugiere la pregunta sobre si no se trata más que de una
regresión teórica!
A decir verdad, ese es justamente el modo mayor de ese rechazo que designo como
esencial en tal posición presente del psicoanalista.
5 Nodet Ch. H. “À propos de la régression », en L’Évolution psyquiatrique, t. XXI, 3, pp. 515-535, Toulouse, Privat, 1966 [D.].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Si se retoman tales o tales preguntas de nuevo en su origen, como si ya no hubieran sido
zanjadas en alguna parte ¡se hace durar el placer! No está, en este asunto, aquel del que nos
hacemos responsables. Retomaré esto en su momento porque si, por supuesto, en todos esos
efectos hay algo que es torpeza, no queda por ello saldada toda referencia posible a algo de orden
tipo deshonestidad, si tales fórmulas resultan confluir y legitimar una finalidad del tratamiento
que termina cubriendo las ilusiones del yo [moi] más burdas, es decir, lo más opuesto a la
renovación analítica.
¿Qué quiere decir lo que aportamos con el término de alienación cuando empezamos a
esclarecerla con este aparato de la involución significante (si puedo llamarla así), de la
repetición?
Planteamos primero que la alienación es el significante del Otro, en la medida en que hace
del Otro (con A mayúscula) un campo marcado por la misma finitud que el sujeto mismo, el
S(A/), S, abre paréntesis, A tachado. ¿De qué finitud se trata? De la que define, en el sujeto, el
hecho de depender de los efectos del significante.
El Otro como tal –digo, ese lugar del Otro, en la medida en que lo evoca la necesidad de
garantía de una verdad–, el Otro como tal está, si puedo decirlo, si me permiten esa palabra en mi
improvisación, FRACTURADO. De la misma manera como lo captamos en el sujeto mismo
(muy precisamente de la manera como lo marca el doble bucle topológico de la repetición), el
Otro se halla también bajo los efectos de esta finitud.
Así resulta planteada la división en el corazón de las condiciones de la verdad.
Complicación, digamos, aportada a toda exigencia, de tipo leibniziano, de reserva de la
susodicha, quiero decir, de la verdad. El salva veritate, esencial para todo orden del pensamiento
filosófico, es para nosotros un tanto más complicado (y no solamente por el hecho del
psicoanálisis, manifiesto en todo punto de esta elaboración que se hace a nivel de la lógica
matemática). En todo caso, excluye enteramente toda forma de carácter absoluto intuitivo; la
atribución, por ejemplo, en el campo del Otro, de la dimensión, calificada tan spinozistamente
como quieran, de lo Eterno, por ejemplo…
Esta decadencia permanente del Otro es inextirpable del dato de la experiencia subjetiva.
Es ésta la que nos pone en el corazón de esta experiencia el fenómeno de la creencia en su
ambigüedad, constituida por esto: que no es por accidente, por ignorancia, que la verdad se
presenta en la dimensión de lo cuestionable –fenómeno, pues, que no ha de considerarse como
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
hecho de defecto sino como hecho de estructura–, y que ahí está, para nosotros, el punto de
prudencia, el punto en que se nos solicita que avancemos con el más discreto paso, quiero decir,
el que más discierne, para designar el punto sustancial de esta estructura; para no prestarse a la
confusión donde se precipita, no inocentemente sin duda, cuando se sugiere ahí una forma
renovada de positivismo.
Muy en cambio, deberíamos encontrar nuestros modelos en lo que queda tan
incomprendido y sin embargo tan vivo de lo que la tradición nos ha legado como fragmentario de
los ejercicios del escepticismo, en la medida en que no son simplemente esos malabarismos
centelleantes entre doctrinas opuestas sino, al contrario, verdaderos ejercicios espirituales que
correspondían seguramente a una praxis ética que le daba su verdadera densidad a lo teórico que
nos queda bajo ese acápite y bajo esa rúbrica.
Digamos que se trata ahora, para nosotros, de dar cuenta, en términos de nuestra lógica, del
surgimiento necesario de ese lugar del Otro, en la medida en que está así dividido. Porque, para
nosotros, es ahí que se nos pide situar no simplemente ese lugar del Otro, respondiente perfecto
del hecho de que la verdad no engaña, sino más precisamente, en los diferentes niveles de la
experiencia subjetiva que nos impone la clínica: cómo es posible que se inserten allí, en esta
experiencia, instancias que no son articulables más que como demandas del Otro… es la
neurosis.
Y aquí no podemos dejar de denunciar en qué punto es abusivo el uso de tales términos que
hemos introducido, subrayado, como por ejemplo el de demanda, cuando lo vemos retomado en
la pluma de tal novato para ponerlo en ejercicio a nivel de la teoría del análisis y para marcar
hasta qué punto es esencial (el jovenzuelo muestra aquí su perspicacia), poner en el centro y en el
punto de partida de la aventura una “demanda –dice él– de exigencia actual”. Es lo que desde
siempre se plantea haciendo girar el análisis en torno a “frustración” y “gratificación”. El uso
aquí del término de “demanda”, que se me toma prestado, no hace ahí más que confundir las
huellas de lo que de hecho es esencial, que es que el sujeto viene a análisis no para preguntarse
cualquier cosa sobre una exigencia actual sino para saber lo que demanda. Lo que lo lleva, muy
precisamente, por este camino de demandar que el Otro le demande algo.
El problema de la demanda se sitúa a nivel del Otro. El deseo del neurótico gira en torno a
la demanda del Otro y el problema lógico es saber cómo podemos situar esta función de la
demanda del Otro, sobre el soporte de que el Otro, puro y simple, como tal, es A/ .
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Muchos otros términos han de evocarse también como teniendo que hallar en el Otro su
lugar: la angustia del Otro, verdadera raíz de la posición del sujeto como posición masoquista.
Digamos además cómo debemos concebir esto: PUEDE UBICARSE ESENCIALMENTE UN
PUNTO DE GOCE COMO GOCE DEL OTRO; punto sin el cual es imposible comprender de
qué se trata en la perversión; punto sin embargo que es el único referente estructural que puede
dar razón de lo que en la tradición se aprehende como Selbstbewußtsein. No hay otra cosa en el
sujeto que se atraviese realmente a sí misma, que se perfore, si puedo decirlo, como tal –intentaré
dibujar para ustedes un día algún modelo infantil de esto–, no hay otra cosa sino ese punto que,
del goce, hace el goce del Otro.
No avanzaremos en esos problemas con un paso inmediato. Hoy tenemos que trazar la
consecuencia que hay que extraer de la relación de ese grafo de la repetición con lo que hemos
escandido como la elección fundamental de la alienación.
En este doble bucle es fácil ver que entre más se pegue a sí mismo, más tendrá que
dividirse. Al suponer que aquí se reduzca la distancia de un borde al otro, resulta fácil ver que
llegarán a aislarse dos redondeles.
¿Qué relación hay entre ese paso al acto de la alienación y la repetición misma? Pues bien,
muy precisamente lo que se puede y se debe llamar ACTO.
Hoy quiero avanzar las premisas de una situación lógica del acto en tanto tal.
Este doble bucle del trazado de la repetición: si nos impone una topología, es que no sobre
cualquier superficie puede tener función de borde. Intenten trazarla en la superficie de una
esfera, ya se los mostré
hace mucho tiempo, ¡y
me contarán! háganla
volver aquí e intenten
cerrar el circuito de
manera que sea un borde,
es decir, que no se traslape a sí misma; es imposible. No son [cosas posibles], ya lo subrayé hace
mucho tiempo, salvo en un cierto tipo de superficies, las que están dibujadas aquí, por ejemplo,
como el toro, lo que en su tiempo llamé cross-cap o plano proyectivo, o también la botella de
Klein, que creo que ustedes saben, si se acuerdan todavía del dibujito con que se la puede llevar a
imagen, [que] por supuesto la botella de Klein no tiene nada que la vincule especialmente con
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
esta representación particular. Lo importante es saber qué resulta, en cada una de esas
superficies, del corte constituido por el doble bucle.
En el toro este corte dará una superficie de dos bordes. En el cross-cap dará un corte de un
sólo borde.
Lo importante es cuál es la estructura de las superficies así instauradas.
Las imágenes que están a la izquierda, las que ya introduje la última vez para que pudieran
copiar el dibujo, les representan lo que constituye la superficie más característica para dar
imagen a la función que le damos al doble bucle. Es (arriba a la izquierda) la banda de Moebius,
cuyo borde –es decir, todo lo que está en ese dibujo (salvo esto que es un perfil que sólo está
inscrito ahí en cierta manera para hacer surgir en su imaginación la imagen del soporte de la
superficie misma, a saber, que aquí la superficie gira del otro lado, pero esto no hace parte, por
supuesto, de ningún borde)– sólo queda entonces el doble bucle, que es el borde, el borde único
de la superficie en cuestión.
Podemos tomar esta superficie por simbólica del sujeto, a condición de que consideren ¡por
supuesto! que sólo el borde constituye esta superficie, como es fácil demostrarlo por esto: que si
hacen un corte por el medio de esta superficie, este corte mismo concentra en sí la esencia del
doble bucle. Siendo un corte que, si puedo decirlo, se “vuelve” sobre sí mismo, es él mismo –este
corte único–, por sí mismo, toda la superficie de Moebius. Y la prueba es que, igualmente,
cuando ya lo han hecho, este corte mediano, ¡ya no hay superficie de Moebius en absoluto! El
corte, si puedo decir, “mediano”, ha retirado lo que creían ustedes ver ahí en la forma de una
superficie Es lo que les muestra la figura que está a la derecha, que les muestra que una vez
cortada por el medio esta superficie, que antes no tenía ni derecho ni revés, que sólo tenía una
cara, como no tenía sino un borde, tiene ahora un derecho y un revés. Lo cual ven ustedes aquí
marcado con dos colores diferentes; les basta, por supuesto, con imaginar que cada uno de esos
colores pasa al revés del otro, allí donde, por el hecho del corte, se continúan. En otras palabras,
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
después del corte ya no hay superficie de Moebius, pero en cambio hay algo que es aplicable a
un toro.
Esto lo demuestran las otras dos figuras: a saber, que si hacen de cierta manera deslizar
esta superficie –la que se obtiene después del corte–, al revés de sí misma, si puedo expresarme
así, lo cual está perfectamente ilustrado en la figura presente, pueden ustedes, al coser, si puedo
decirlo, de otra manera los bordes en cuestión, constituir entonces una nueva superficie que es la
superficie de un toro, sobre la cual se marca siempre el mismo corte constituido por el doble
bucle fundamental de la repetición.
Esos hechos topológicos son, para nosotros, en extremo favorables para darle imagen a
algo que es aquello de lo que se trata, a saber, que así como la ALIENACIÓN ha podido hacerse
imagen en dos sentidos de operaciones diferentes (donde la una representa la elección necesaria
del no pienso, amputándole el Es de la estructura lógica, la otra, elemento que no se puede
escoger de la alternativa, que opone, que une el núcleo de lo inconsciente, como siendo ese algo
donde no se trata de un pensamiento atribuible de ninguna manera al yo instituido de la unidad
subjetiva, y que lo une con un no soy, bien marcado en lo que en la estructura del sueño definí
como la intromisión de los sujetos, a saber, como el carácter no fijable, indeterminable, del
sujeto que asume el pensamiento de lo inconsciente), la REPETICIÓN nos permite poner en
correlación, en correspondencia, dos modos bajo los cuales el sujeto puede parecer diferente,
puede manifestarse en su condicionamiento temporal de manera que corresponde a los dos
estatutos definidos como el del yo de la alienación y como el que revela la posición de lo
inconsciente en condiciones específicas que no son otras que las del análisis.
Tenemos, correspondiente al nivel del esquema temporal, lo siguiente: que el paso al acto
es lo que se permite en la operación de la alienación; que, correspondiendo al otro término –
término, en principio, imposible de elegir en la alternativa alienante–, corresponde al acting out.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
¿Qué quiere decir esto? El acto, digo acto y no alguna manifestación de movimiento. El
movimiento, la descarga motora (como se expresan al nivel de la teoría) es algo que no basta de
manera alguna para constituir un acto. Si me permiten una imagen burda, un reflejo no es un
acto.
Pero, bueno, ¡por supuesto! es mucho más allá que hay que prolongar esta área del no acto.
Lo que se solicita en el estudio de la inteligencia de un animal superior, la conducta de rodeo, por
ejemplo (el hecho de que un mico se dé cuenta de lo que hay que hacer para obtener un banano
cuando hay un vidrio que lo separa de éste), nada tiene que ver con un acto. Y, a decir verdad,
gran parte de sus movimientos, no lo dudan ustedes, de los que ejecutarán desde ahora hasta el
final del día, nada tienen que ver, por supuesto, con acto.
¿Pero cómo definir lo que es un acto?
Es imposible definirlo más que sobre el fundamento del doble bucle, en otras palabras, de
la repetición. Y es precisamente en eso que el acto es fundador del sujeto.
El acto es precisamente el equivalente de la repetición por sí mismo, es esta repetición en
un sólo trazo que designé hace poco con este corte que es posible hacer en el centro de la banda
de Möbius Es en él mismo doble bucle del significante.
Se podría decir, pero sería engañarse, que en su caso el significante se significa él mismo.
Pero sabemos que es imposible. No es menos cierto que está tan cerca como es posible de esta
operación.
El sujeto, digamos, en el acto, es equivalente a su significante. No por ello queda menos
dividido.
Intentemos aclarar un poco esto y pongámonos a nivel de esta alienación donde el yo se
funda en un no pienso tanto más favorable para dejar todo el campo al Es de la estructura lógica.
Yo no pienso… si soy, tanto más cuanto que no pienso (quiero decir, si no soy más que el
yo que instaura la estructura lógica, el médium, el trazo, donde pueden unirse esos dos términos),
es el actúo, ese actúo que no es, como lo dije, efectuación motriz. Para que “camino” se vuelva
un acto, se requiere que el hecho de que “camino” signifique que camino de hecho y que lo diga
como tal.
Hay repetición intrínseca a todo acto, que sólo es permitida por el efecto de retroacción –
que se ejerce por el hecho de la incidencia significante que está instalada en su centro–, y
retroacción de esta incidencia significante sobre lo que se llama “el caso” en cuestión, cualquiera
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sea. ¡Por supuesto, no basta con que yo proclame que camino! Es, sin embargo, ya un comienzo
de acción. Es una acción de opereta: “¡Marchemos, marchemos!…”; es lo que en cierta ideología
se llama también el “compromiso”, es lo que le da el carácter cómico tan conocido…
Lo importante que hay que detectar en lo que concierne al acto ha de buscarse allí donde la
estructura lógica nos entrega (y nos entrega en tanto estructura lógica) la posibilidad de
transformar en acto lo que, en un principio, no sería más que pura y simple pasión.6 “Caigo a
tierra” o “tropiezo”, por ejemplo: piensen en esto, que ese hecho del redoblamiento significante,
a saber, que en mi “caigo a tierra” está la afirmación de que caigo al suelo; “caigo a tierra” se
vuelve, transforma mi caída en algo significante. Caigo a tierra y con eso realizo el acto donde
demuestro que estoy, como se dice, “aterrado”. Así mismo, “tropiezo” (el mismo “tropiezo” que
lleva en sí tan manifiestamente la pasividad del fracaso) puede ser, si se lo retoma y duplica con
la afirmación “doy un traspiés”, la indicación de un acto, en la medida en que asumo yo mismo
el sentido, como tal, de ese tropezón.
Ahí no hay nada que vaya contra la inspiración de Freud, si recuerdan que en tal página de
la Traumdeutung y muy precisamente en aquella donde nos designa los primeros lineamientos de
su investigación sobre la identificación, subraya él mismo claramente (legitimando por
adelantado las intrusiones que hago de la fórmula cartesiana en la teoría de lo inconsciente) el
comentario de que Ich tiene dos sentidos diferentes en la misma frase cuando se dice Ich denke
was gesundes Kind Ich war, “pienso” o Ich bedenke, como lo dijo exactamente, “medito,
reflexiono, hago gárgaras pensando qué niño tan bonito Ich bin… Ich war, yo era”.
El carácter esencialmente significante como tal es duplicado con el acto, la incidencia
repetitiva e intrínseca de la repetición en el acto, es lo que nos permite unir de una manera
original –y de manera tal que pueda luego satisfacer el análisis de todas sus variedades–, la
definición del acto.
Aquí sólo puedo indicar de pasada, puesto que volveremos sobre esto, que lo importante no
está tanto en la definición del acto sino en sus consecuencias. Quiero decir: en LO QUE
RESULTA DEL ACTO COMO CAMBIO DE LA SUPERFICIE.
Porque si hablé hace poco de la incidencia del corte en la superficie topológica –que yo
dibujo como la de la banda de Moebius–, si, después del acto, la superficie es de otra estructura
en tal caso, si es de una estructura también diferente en tal otro o si aún en ciertos casos puede no
6 “acción” [Dorgeuille].
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cambiar, esto será lo que para nosotros llegará a proponernos modelos, si quieren, para distinguir
lo que pasa con la incidencia del acto, no tanto en la determinación sino en las mutaciones del
sujeto.
Pero hay un término que desde hace algún tiempo dejé a las tentativas y gustaciones de
quienes me rodean sin, francamente, jamás responder a la objeción que se me hacía, y que se me
hace desde hace mucho tiempo, de que la Verleugnung –ya que se trata de este término–, es el
término al que habría que referir los efectos que yo le reservé a la Verwerfung. Ya hablé
suficiente de esta última, desde el discurso de hoy, para no tener que volver sobre esto. Señalo
simplemente aquí que lo que es del orden de la Verleugnung, es SIEMPRE lo que tiene que ver
con la ambigüedad que resulta de los efectos del acto como tal.
Atravieso el Rubicón.7 Es posible hacerlo… solo: basta con tomar el tren en Sarceno en la
buena dirección, y una vez en el tren ya no podrán hacer nada, atravesarán el Rubicón. Pero no
es un acto. No es un acto tampoco cuando atraviesan el Rubicón pensando en César, es la
imitación del acto de César. Pero ven ya que la imitación adquiere, en la dimensión del acto, una
estructura muy diferente a la que se le supone por lo común. No es un acto, ¡pero puede serlo! Y
hasta no hay ninguna otra definición posible para sugerencias tan exorbitantes, si no, como las
que se titulan la Imitación de Jesucristo,8 por ejemplo.
En torno a este acto, sea imitación o no, sea el acto mismo, original, aquel sobre el cual los
historiadores de César nos dicen cuál es el sentido señalado por el sueño que precede al
atravesamiento del Rubicón (que no es otro que el sentido del incesto), se trata de saber, en cada
uno de esos niveles, cuál es el efecto del acto.
Es el laberinto propio para el reconocimiento de esos efectos por un sujeto que no puede
reconocerlo, puesto que está enteramente –como sujeto– transformado por el acto. Esos son los
efectos que designa, en todas partes donde el término se emplea justamente, la rúbrica de la
Verleugnung.
Entonces, el acto es el único lugar donde el significante tiene la apariencia –la función, en
todo caso–, de significarse a sí mismo; es decir, de funcionar por fuera de sus posibilidades.
En el acto el sujeto es representado como división pura: la división, diríamos nosotros, es
su Repräsentanz. El verdadero sentido del término Repräsentanz ha de tomarse a ese nivel, pues
7 Suetone, Vie des douze Césars, XXXI-XXXIII. 8 Anónimo del s. XVI.
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es a partir de ésta representancia del sujeto como esencialmente dividido, que se puede sentir
cómo esta función de Repräsentanz puede afectar lo que se llama representación; esto hace
depender la Vorstellung de un efecto de Repräsentanz.
La hora nos detiene… La próxima vez se tratará de que sepamos cómo es posible que se
haga presente el elemento imposible de escoger de la alienación. Bien vale la pena que la cosa
sea rechazada hacia un discurso que le esté reservado, puesto que ahí se trata nada menos que del
estatuto del Otro, allí donde es evocado por nosotros de la manera más urgente a no prestarse a
precipitación ni error, a saber, la situación analítica. Pero ese modelo que nos da el acto como
división y último soporte del sujeto: punto de verdad que, digámoslo antes de separarnos, entre
paréntesis, es aquel que motiva el ascenso a la cima de la filosofía de la función de la existencia,
que seguramente no es más que la forma velada como se presenta, para el pensamiento, el
carácter original del acto en la función del sujeto.
¿Por qué este acto, en su insistencia, ha quedado velado y precisamente en aquellos que
han sabido mejor marcar su autonomía (contra Aristóteles, que de esto, y con toda razón, no
tenía la menor idea), quiero decir, Santo Tomás?
Sin duda porque la otra posibilidad de corte nos es dada en la parte imposible de escoger de
la alienación (que, sin embargo, ha sido puesta a nuestro alcance por vía del análisis), el mismo
corte que interviene en la otra cima, que está aquí designada, que corresponde a la conjunción
inconsciente/no soy. Es lo que se llama el acting out, y su estatuto intentaremos definirlo la
próxima vez.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo
ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Lección 12 22 de febrero de 1967
Proseguimos, recordando de dónde partimos: la alienación.
Resumamos para los que ya nos escucharon y sobre todo para los demás. La alienación,
en la medida en que la hemos tomado como punto de partida de ese camino lógico que
intentamos trazar este año, es la eliminación –a tomarse en sentido propio: “rechazo por fuera
del umbral”–, la eliminación ordinaria del Otro. ¿Por fuera de qué umbral? El umbral en
cuestión es el que determina el corte en que consiste la esencia del lenguaje.
La lingüística nos sirve porque nos ha suministrado el modelo de este corte, y por eso
esencialmente.
Es por eso que nos hallamos ubicados del lado –aproximativamente calificado de
estructuralista– de la lingüística. Y que todos los desarrollos de la lingüística, particularmente,
curiosamente, lo que podría llamarse la semiología, lo que se llama así, lo que se designa, lo
que se anuncia como tal recientemente, no nos interesa en el mismo grado. Esto puede
parecer, a primera vista, sorprendente.
Eliminación, pues, del Otro. ¿Qué quiere decir esto, el Otro, con A mayúscula, en
cuanto aquí está eliminado? Está eliminado en tanto campo cerrado y unificado. Esto quiere
decir que afirmamos, con las mejores razones para hacerlo, que no hay universo del discurso,
que no hay nada que pueda asumirse bajo ese término.
El lenguaje es, sin embargo, solidario en su práctica radical, que es el psicoanálisis…
(noten que habría podido decir también su práctica médica… Alguien que, por sorpresa, no
veo aquí hoy en su lugar de costumbre, me preguntó sobre ese signo que había dejado como
adivinanza del término que habría podido dar en latín, más estricto, del “yo pienso”; si nadie
lo encontró lo doy hoy –había indicado que eso no podía concebirse sino como un verbo de
voz media–, es medeor, de donde vienen tanto la medicina que evoqué hace un instante como
la meditación1)… el lenguaje, en su práctica radical, es solidario de algo que habremos ahora
de reintegrar, de concebir de alguna manera al modo de una emanación de ese campo del
1 Ernout et Meillet: «la raíz med- puede encontrarse de una punta a la otra del campo indoeuropeo, en el sentido de “pensar, reflexionar”, a menudo con valores técnicos: “medir, pesar, juzgar” o “cuidar (a un enfermo)”…».
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Otro, a partir de ese momento en que hemos tenido que considerarlo como disjunto. Pero ese
algo no es difícil de nombrar. Es aquello en que se autoriza precariamente ese campo del
Otro, lo cual se llama, dimensión propia del lenguaje, la verdad.
Para situar el psicoanálisis, podría decirse que llega a constituirse en todas partes donde
la verdad se hace reconocer solamente por el hecho de que nos sorprende y de que se impone.
Ejemplo, para ilustrar lo que acabo de decir: no me es dado, ni dable, otro goce que el de mi
cuerpo. Eso no se entiende enseguida, pero lo sospechamos, y se instaura en torno a este goce,
que a partir de entonces es mi solo bien, esa rejilla protectora de una ley denominada
universal que se llama “los derechos del hombre”. Nadie podría impedirme disponer a mi
antojo de mi cuerpo… El resultado, en últimas, lo palpamos con el dedo, con el pie, nosotros
los psicoanalistas: ¡que el goce se silenció para todo el mundo!
Este es el revés de un breve artículo que produje con el título de Kant con Sade.2
Evidentemente, eso no está dicho al derecho, sino al revés. No por eso era menos peligroso
decirlo como lo dijo Sade. La prueba es Sade. Pero como lo único que yo hacía ahí era
explicar Sade ¡resulta menos peligroso para mí!
La verdad se manifiesta de manera enigmática en el síntoma. ¿Quién es qué? Una
opacidad subjetiva. Dejemos de lado lo que está claro: que el enigma ha resuelto ya lo
siguiente: que no es más que un rebus, y apoyémonos un instante sobre esto, que si vamos
demasiado rápido podríamos olvidarlo: que el sujeto puede ser intransparente. Es también
que la evidencia puede ser hueca y que más vale, sin duda, a partir de entonces, vincular la
palabra con el participio pasado: evidada.3
El sujeto es perfectamente cósico. ¡Y de la peor especie de cosa! La cosa freudiana,
precisamente.
En cuanto a la evidencia, sabemos que es burbuja y que puede ser reventada. Ya hemos
tenido varias veces la experiencia de esto. Tal es el plano por el que se adentra el pensamiento
moderno, tal como Marx al principio le dio su tono y luego Freud. Si el estatuto de lo que
aportó Freud es menos evidentemente triunfal, es tal vez justamente que fue más lejos. Eso se
paga.
Eso se paga, por ejemplo, en la temática que hallarán desarrollada en los dos artículos
2 Artículo de 1963, retomado en Escritos II. 3 évidé, vaciada, ahuecada, pero Lacan está haciendo un juego de palabras con el verbo evidenciar y su supuesto participio pasado [T.]
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que propongo a su atención, a su estudio, si disponen para ello de suficiente tiempo libre,
porque estos deben conformar aquí el fondo sobre el cual hallará lugar lo que tengo para
plantear, al retomar las cosas en el punto donde las dejé la última vez por completar, en ese
cuadrángulo que empecé a trazar como articulado fundamentalmente sobre la repetición.
Repetición: LUGAR TEMPORAL, donde llega a tratarse de lo que dejé en un principio
en suspenso en torno a los términos puramente lógicos de la alienación, en los cuatro polos
que puntué de la elección alienante, por una parte, de la instauración, por otra, en dos de esos
polos, del Es, del ello, de lo inconsciente, por otra parte, para ubicar, en el cuarto de esos
polos, la castración. Esos cuatro términos, que seguramente los dejaron en suspenso, tienen
sus correspondientes angulares4 en lo que la última vez empecé a articular al mostrarles la
estructura fundamental de la repetición. Por una parte, para situarla a la derecha del
cuadrángulo de la función; por otra parte, en el polo de derecha5 de ese modo privilegiado y
ejemplar de instauración del sujeto que es el paso al acto.
¿Cuáles son los otros polos que tengo que tratar ahora? Uno de ellos ya les había sido
indicado la última vez:
el acting out, que voy a tener que articular en la medida en que se sitúa en este lugar,
elidido, donde algo se manifiesta del campo del Otro eliminado –que acabo de recordar– bajo
su forma de manifestación verídica. Tal es, fundamentalmente, el sentido del acting- out.
Aquí les ruego sencillamente tener la paciencia de seguirme, puesto que igualmente sólo
puedo traer esos términos (aquello a lo que se refieren: la estructura), si puedo decir, “de
memoria”. Si quisiéramos encaminarnos por progresión y hasta por vía de la crítica de lo que
ya se esbozó sobre tal formulación en las teorías ya expresadas en el análisis, no podríamos
literalmente más que perdernos en el mismo laberinto que esta teoría constituye.
Ello no quiere decir, por supuesto, que rechacemos ni sus datos ni su experiencia, sino
5 La función de la repetición está a la derecha del cuadrángulo a la derecha del paso al acto. 4 “ingleses” [Sizaret].
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que sometemos las fórmulas nuevas que aportamos a esta prueba para ver si no son
precisamente nuestras fórmulas las que permitirán definir, no solamente la legitimidad sino el
sentido de lo que ya ha sido articulado.
Tal vez sientan ustedes ya la pertinencia que hay, entonces, en plantear el acting out que
adelanto, en esta situación del campo del Otro, Otro que se trata de que reestructuremos, si
puedo decirlo. Así no sea sino en el hecho de que la historia, así como la la experiencia tal y
como ésta prosigue, nos señalan por lo menos una cierta correspondencia global de ese
término con lo que instituye la experiencia analítica. No estoy diciendo que solamente haya
acting out durante del análisis. Digo que fue de los análisis y de lo que allí se produjo que
surgió el problema, que surgió la distinción fundamental que hizo aislar, distinguir, el acting
out del acto y del pasaje al acto tal como puede plantearnos problemas, en tanto psiquiatras, e
instituirse como categoría autónoma. Entonces solamente he planteado un correlato, el que lo
emparenta con el síntoma en tanto manifestación de la verdad. SEGURAMENTE NO ES EL
ÚNICO y se requieren otras condiciones.
Espero, entonces, que por lo menos algunos de ustedes sabrán (paralelamente a estos
enunciados que me voy a ver llevado a poner a su disposición) recorrer por lo menos lo que
en una cierta fecha, que corresponde más o menos a 1947 o 1948 (el Yearbook of
Psychoanalysis empezó a publicarse tras la primera guerra) y [sic] la fórmula que da de ésta
Fenichel: «The neurotic acting-out».6
Continúo… ¿Cuál es el término que verán inscribirse en el cuarto punto que concurre en
esas funciones operatorias que determinan lo que articulamos sobre la base de la repetición?
La cosa seguramente les sorprenda, y pienso poder sostenerla tan ampliamente como sea
posible ante su apreciación. Es algo que singularmente ha quedado en la teoría analítica en un
cierto suspenso, que es seguramente el punto conceptual en torno al cual se han acumulado la
mayor cantidad de oscuridades y la mayor cantidad de falsos pretextos. Para nombrarlo, e
igualmente ya está escrito en el tablero (puesto que les ruego que se remitan a esa nota de
Heinz Hartmann7 para captar un fruto típico de la situación analítica como tal), es la
sublimación.
La sublimación es el término (que no llamaré mediador puesto que no lo es de ninguna
6 Fenichel Otto, “The neurotic acting-out”, en Psychoanalytic Review, 1945, vol. 32, núm. 2, págs. 197-206. 7 Hartmann Heinz, “Notes on the theory of sublimation”, en Psychoanalytic study of the Child, 1955, vol. 10, págs. 10 a 29.
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mane
e, cuyo sentido
comú
ud para nosotros como esencial en la repetición
bajo
es, que podría ser
decep
la garantía de que, tras la
satisf
ra), que nos permite inscribir el cimiento y la conjunción de lo que concierne al asiento
subjetivo, en la medida en que la repetición es su estructura fundamental, y porque implica
esta dimensión esencial sobre la cual subsiste, en todo lo que se ha formulado hasta el
presente sobre el análisis, la mayor oscuridad, y que se llama la satisfacción.
Befriedigung, dice Freud. Sientan ahí la presencia del término Fried
n es: la paz. Pienso que vivimos en una época en que esa palabra, por lo menos, no les
parecerá acarrear consigo evidencia alguna…
¿Qué es la satisfacción, que conjuga Fre
su forma más radical? Porque, igualmente, es bajo esa modalidad que produce ante
nosotros la función de la Wiederholungszwang, en tanto engloba no solamente tal
funcionamiento (éste bien localizable, de la vida, bajo el término del principio del placer) sino
que sostiene esta vida misma, de la cual ahora podemos admitirlo todo, y hasta esto, que se ha
vuelto una verdad palpable: que no hay nada material que ésta agite, que a fin de cuentas no
esté muerto, digo, en su naturaleza, inanimado; pero sobre lo cual es sin embargo claro que
ese material que ella [la vida] reúne, no lo llevará a su campo de lo inanimado “sino a su
manera”, nos dice Freud. Es decir, al mismo tiempo, manteniéndose en esta satisfacción que
implica que vuelva a pasar y vuelva a trazar los mismos caminos que ella [la vida?] ha
(¿cómo?) edificado, y que seguramente nos atestiguan que su esencia es recorrerlos. Seamos
modestos: ¡hay un MUNDO entre este destello teórico y su verificación!
Freud no es un biólogo, y una de las cosas más sorprendent
cionante si creyéramos que basta con… que darle lugar de mando en su pensamiento a
los poderes de la vida bastaría para hacer cualquier cosa que se parezca a la edificación de una
ciencia que se llamaría biología… Nosotros los analistas no hemos contribuido EN NADA a
algo que se parezca a la biología. ¡Esto es bastante sorprendente!
¿Y por qué, sin embargo, nos atenemos tan firmemente a
acción con la que tenemos que vérnoslas cuando se trata de la repetición, hay algo que
designamos, (con toda la torpeza, con toda la imprudencia que puede implicar en el punto en
que nos hallamos en la investigación biológica), ese término, que designamos… (ahí está el
sentido, el punto de enganche que yo llegaría a llamar fideísta de Freud), que llamamos
satisfacción sexual? Y esto por la razón que planteó Freud ante Jung pasmado: para alejar el
“río de barro”; así lo valuaba Freud respecto al pensamiento que él designa con el término al
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
que no podemos dejar de llegar si no nos tenemos ahí firmemente, que el designa como
“recurso al ocultismo”.
¿Quiere todo esto decir que las cosas sucedan tan simplemente, quiero decir, que tantas
afirm
s que arrastramos
con n
to mismo en que se tratará de ubicar lo que concierne
a esta
no lo haya desarrollado de ninguna manera –por las mismas razones que
hacen
aciones basten para hacer aceptable una articulación? Es la pregunta que intento plantear
hoy ante ustedes y que me poner por delante la sublimación como el lugar que, por haber sido
hasta hoy dejado en abandono o cubierto de vulgares garabateos, es sin embargo el que nos
permitirá comprender de qué se trata en esta satisfacción fundamental, que es la que Freud
articula como una opacidad subjetiva, como la satisfacción de la repetición.
Esta conjunción de un punto basal para toda la lógica, puesto que e
osotros a ese lugar marginal del pensamiento, que es aquel lugar de penumbra, lugar de
twilight, donde se desarrolla la acción analítica, si arrastramos allí con nosotros nuestras
exigencias de la lógica, lo que nos vemos obligados a hacer merece por fin que lo
estampillemos con lo que yo creo deber ser su mejor nombre: sublógica, es esto lo que aquí
mismo, este año, intentamos inaugurar.
Pronuncio el término en el momen
sublimación.
Aunque Freud
necesarios los desarrollos que yo le agrego–, Freud afirmó, en la modalidad de proceso
que es el de su pensamiento, que consiste (como decía otro, Bossuet, de nombre Jacques-
Bénigne), en tener firmemente los dos cabos de la cadena: primero, la sublimación es
zielgehemmt y, naturalmente ¡no nos explica qué quiere decir eso! Ya intenté marcar para
ustedes la diferencia inherente a ese término de zielgehemmt, busqué mis referencias en
inglés, las más accesibles, la diferencia que hay entre el aim y el goal. Díganlo en francés, es
menos claro, porque nos vemos obligados a tomar palabras que ya se usan en la filosofía. No
obstante, podríamos intentar decir “el fin” es la palabra más endeble, porque se requiere
reintegrarle todo el camino recorrido, que es el que concierne al aim, “el blanco”. Tal es la
misma distancia que hay entre aim y goal, y en alemán entre Zweck y Ziel. No se nos dice que
La Zweckmässigkeit, la finalidad sexual, esté de ninguna manera gehemmt, inhibida, en la
sublimación. Zielgehemmt, y es precisamente ahí donde la palabra está bien construida para
retenernos… Aquello con lo cual nos regodeamos con el pretendido objeto de la santa pulsión
genital, tal es precisamente lo que puede sin ningún inconveniente ser extraído, ser totalmente
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inhibido, estar AUSENTE, en lo que, sin embargo, concierne a la pulsión sexual, sin que
pierda para nada su capacidad de Befriedigung, de satisfacción.
Tal es, desde la aparición del término Sublimierung, la manera como Freud la define en
térmi
mo
segun
ndido “energetismo” en torno al cual se nos propone algo
que c
nos sin equívoco. Zielgehemmt, por una parte, pero por otra parte, satisfacción vuelta a
encontrar sin transformación alguna, ni desplazamiento, coartada, represión, reacción o
defensa, así es como Freud introduce, plantea ante nosotros, la función de la sublimación.
En el segundo de esos artículos verán (hay tres escritos ahí, pero el que yo lla
do es el segundo que nombré hace poco, el de Heinz Hartmann, siendo el primero que
nombré el de Fenichel, y el Alexander8 no es sino una referencia de Fenichel, quiero decir, el
punto designado por Fenichel como el punto mayor de introducción del término de acting-out
en la articulación psicoanalítica), remítanse entonces al artículo de Heinz Hartmann sobre la
sublimación, es ejemplar. Es ejemplar de lo que, en nuestra opinión, no es caduco de ninguna
manera en la posición del psicoanalista; porque la aproximación de aquello con lo que tiene
que vérselas, en tanto responsabilidad del pensamiento, lo arrincona, siempre por algún lado,
en uno de esos términos que designaré de la manera más moderada: la simpleza, y todo el
mundo sabe que desde hace tiempo designé al señor Fenichel como su representante más
eminente… (¡paz a su memoria!… sus escritos tienen para nosotros el gran valor de ser la
compilación, seguramente muy escrupulosa, de todo lo que puede surgir a manera de huecos
en la experiencia; falta allí, sencillamente, en el lugar de esos huecos, el signo de
interrogación necesario). En lo que concierne a Heinz Hartmann, y de la manera como
sostiene –en las casi catorce o quince páginas, si mi recuerdo es preciso, con los acentos de
interrogación, ahí–, el problema de la sublimación, pienso que no le puede escapar a nadie
que se le acerque con mentalidad nueva, que tal discurso, que es al que les ruego remitirse, de
viso, designándoles dónde está, dónde pueden ustedes hallarlo fácilmente, ¡es un discurso de
embuste, propiamente hablando!
Todo el aparato de un prete
onsiste precisamente en invertir el abordaje del problema, en interrogar la sublimación
en tanto nos es propuesta ante todo como idéntica y no desplazada respecto a algo que, (con
las comillas que impone el uso, a ese nivel, del término “pulsión”), es propiamente, con todo,
8 Alexander F. R., “The Neurotic Carácter”, en Internacional Journal of Psicoanálisis, 1930, vol. 11, núm. 3, págs. 292 a 311. Primera publicación en Internazionale Zeitschrift für Psychoanalyse, XIV, págs. 26 a 44, 1928.
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¡la “pulsión sexual”! Voltear esto y, al interrogar de la manera más escandida lo que
concierne a la sublimación como estando relacionada con lo que se nos dice, a saber, que las
funciones del yo [moi] (que de la más indebida manera, se ha planteado como siendo
“autónomo” y hasta como perteneciendo a una fuente diferente a lo que se llama en ese
lenguaje confusivo9 una “fuente instintual”, ¡como si en Freud acaso alguna vez se hubiese
tratado de eso!), saber entonces cómo esas tan puras funciones del yo (relatadas a la medida
de la realidad y dándola como tal de forma esencial, restableciendo entonces ahí, en el
corazón del pensamiento analítico, lo que todo el pensamiento analítico rechaza: que está esta
relación aislada, directa, autónoma, identificable, de relación del puro pensamiento con un
mundo que el pensamiento sería capaz de abordar sin estar él mismo enteramente atravesado
por la función del deseo), cómo es posible que pueda llegar, desde lo que en otro lugar es el
hogar instintual, no sé qué reflejo, no sé qué pintura, no sé qué coloración, a la que
textualmente se llama “sexualización de las funciones del ego”.
Una vez introducida así la pregunta, queda literalmente insoluble, en todo caso excluida
para s
cesario introducir ese término
prime
e repite, independientemente de lo que suceda en un sólo
como tal. Es decir que, de un acto verdadero, el sujeto
actamente, el
iempre de todo lo que se propone a la praxis del análisis.
Para abordar lo que concierne a la sublimación, nos es ne
ro, con el cual nos es imposible [sic]10 orientarnos en el problema, que es aquel de
donde partí la última vez cuando definí el acto:
– El acto es significante.
– Es un significante que s
gesto, por razones topológicas que hacen posible la existencia del doble bucle
creado por un sólo corte.
– Es instauración del sujeto
surge diferente, en razón del corte, su estructura se ha modificado.
– Y, en cuarto lugar, su correlato de desconocimiento o, más ex
límite impuesto a su reconocimiento en el sujeto, o si quieren también, su
Repräsentanz en la Vorstellung, en este acto, es la Verleugnung. A saber, que el
sujeto jamás lo reconoce en su verdadero alcance inaugural, aún cuando el sujeto
es, si puedo decirlo, capaz de haber cometido este acto.
9 confusionelle 10 Se habría esperado que dijera “posible” o “sin el cual”.
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Pues bien, es ahí donde conviene que nos demos cuenta de lo siguiente (que es esencial
para
ue,
basta
eramente.
rodujo en el
psico
actos
merecería ser desplegado. Mi garantía es que aquí tengo oyentes
que c
tar, tal vez, introducir ahí dentro un poco de
rigor
e funda en la repetición. En un primer abordaje ¡qué hay más acogedor… en lo
que c
toda la comprensión del rol que Freud da en el inconsciente a la sexualidad), que
recordemos lo siguiente, que ya la lengua nos da, a saber, que se HABLA del acto sexual.
El acto sexual; este podría sugerirnos por lo menos (lo cual, además, es evidente porq
con que se piense en eso… ¡bueno! enseguida se palpa…), que no es, evidentemente, la
copulación pura y simple. El acto tiene todas las características del acto tal como acabo de
recordarlas, tal como lo manipulamos, tal como acaba de presentársenos, con sus sedimentos
sintomáticos y todo lo que lo hace más o menos funcionar y tropezar.
El acto sexual se presenta claramente como un significante, prim
Y como un significante que repite algo. Porque fue lo primero que se int
análisis. ¿Repite qué? ¡Pues la escena edípica! Es curioso que haya que recordar esas
cosas que constituyen el alma misma de lo que les propuse percibir en la experiencia analítica.
Que pueda ser instauración de algo que no tiene retorno para el sujeto, es lo que ciertos
sexuales privilegiados, que son precisamente a los que se llama incesto, nos hacen
literalmente palpar. Tengo la suficiente experiencia analítica como para afirmarles que un
muchacho que se ha acostado con su madre ¡no es, en absoluto, en el análisis un sujeto como
los demás! Y aún si él mismo nada sabe de eso, ¡nada cambia al hecho de que es
analíticamente tan tocable como esa mesa que está ahí! Su Verleugnung personal, el
desmentido que puede aportar al hecho de que esto tenga un valor de sobrepasamiento
decisivo, no le cambia nada.
Por supuesto, todo esto
uentan con la experiencia analítica y que, si dijera yo algo que fuera demasiado burdo,
creo que sabrían poner el grito en el cielo. Pero, créanme, no dirán lo contrario porque lo
saben tan bien como yo. Es simplemente que, eso no significa que se sepan extraer las
consecuencias de esto, por no saber articularlas.
Como quiera que sea, esto nos lleva a inten
lógico.
El acto s
oncierne al… acto sexual! Recordemos las enseñanzas de nuestra Santa Madre Iglesia
¿ah? Para empezar, eso no se hace juntos, no se echa uno su tirito ¿ah? sino para hacer venir
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al mundo… ¡una almita nueva! ¡Debe haber gente que piensa eso! ¡Cuando lo está haciendo!
[risas]. En fin, es una suposición… no se ha comprobado. Bien podría ser –por muy conforme
al dogma que sea este pensamiento, quiero decir, al dogma católico–, que no sea, ahí donde se
produce, sino un síntoma.
Evidentemente, esto está hecho para sugerirnos que tal vez hay razones para intentar
precis
ios recursos…), es
curios
nivel que se plantea el problema?
lgo –por supuesto no lo inventé para ustedes
hoy;
ne al acto sexual en la
medid
o que se conoce el Edipo desde el
ar más (para ver por qué lado confiesa11) la función de reproducción que está ahí tras el
acto sexual. Porque cuando tratamos con el sujeto de la repetición, nos enfrentamos a
significantes, en la medida en que son precondición para un pensamiento.
En el tren en el que viaja esta biología (que abandonamos a sus prop
o ver que el significante muestra la punta de su nariz ahí, justamente en la raíz: al nivel
de los cromosomas, por el momento, hormiguean significantes que acarrean caracteres bien
especificados. Se nos afirma que las cadenas (ya se trate del ADN o del ARN) están
constituidas como pequeños mensajes bien seriados que, por supuesto, luego de tramado de
cierta manera, ¿cierto?, en la gran urna, llegan a hacer surgir… no se sabe qué… el nuevo
género de deschavetado que cada cual espera, en la familia, para hacer un corro de
aclamaciones.
¿Es a ese
Pues, bien, es ahí donde querría introducir a
en alguna parte, en un volumen llamado mis Escritos, hay un artículo que se llama La
significación del falo, en la página 693, en la décima línea (me costó cierto trabajo volverlo a
encontrar esta mañana) escribo: «el falo como significante da la razón del deseo (en la
acepción en que el término es utilizado –me refiero a “razón”– como “media y extrema
razón” de la división armónica)».12 Esto para indicarles que lo que voy a decirles hoy (eh…
evidentemente, fue necesario que pasara cierto tiempo para que pudiera introducirlo), ya lo
había marcado allí sencillamente con un “pequeño guijarro blanco” destinado a decirles que
era ya en eso [por eso] que se había localizado la significación del falo.
En efecto, intentemos poner orden, medida, en todo lo que concier
a en que se relaciona con la función de la repetición.
Pues, bien, salta a la vista, no que se desconoce puest
11 Palabra incierta. 12 Die Bedeutung des Phallus, 1958, “La significación del falo”, En Escritos 2.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
comie
ca, de la reproducción,
¡pues
l agente del acto sexual sabe muy bien que él es un hijo. Y es por eso que, en el acto
sexua
hace
significante se soporte en el más
sencil
nzo, sino que no se sabe reconocer qué quiere decir eso, a saber, que el producto de la
repetición, en el acto sexual en tanto acto (es decir, en tanto que participamos allí como
sometidos a lo que tiene de significante), tiene sus incidencias, dichas en otro sentido, en el
hecho de que el sujeto que somos es opaco, que tiene un inconsciente.
Pues, bien, conviene subrayar que el fruto de la repetición biológi
ya está ahí! en ese espacio bien definido para la realización del acto y que se llama
cama.
E
l, en la medida en que nos concierne a nosotros los psicoanalistas, se lo remite al Edipo.
Intentemos ver entonces, en esos términos significantes que define [sic] lo que llamé
poco “media y extrema razón”, lo que resulta de ahí.
Supongamos que vamos a hacer que esa relación
lo soporte, el que ya le hemos dado al doble bucle de la repetición: un simple trazo. Y
para mayor comodidad aún, extendámoslo sencillamente de esta manera:13
Un trazo al que podemos darle dos puntas: podemos cortar, no importa dónde, este
doble
s cortes que definen
la me
bucle y, una vez que lo hemos cortado, vamos a intentar utilizarlo.
Ubiquemos ahí los cuatro puntos (puntos de origen) de los otros do
dia y extrema razón:
- a minúscula: el amable producto de una copulación precedente que, al igual que
ella, resultaba ser un acto sexual, han creado14 al sujeto, que está ahí tratando de
reproducirlo: el acto sexual;
13 Los dos esquemas que siguen se reproducen aquí con toda las reservas del caso [S.] 14 ont crée, pero tal vez en créant, creando. Pasaje incierto.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
- A mayúscula. ¿Qué es A mayúscula? Si el acto sexual es lo que se nos dice, como
ema razón de lo que vincula el agente con lo que es paciente y
recep
nsamiento, determinado en el nivel del uno de
los té
significante, es la madre. Vamos a darle… porque de ésta encontramos la huella en
todas partes en el pensamiento analítico mismo –todo lo que ese término significante
de “la madre” conlleva de pensamientos de fusión, de falsificación de la unidad (en la
medida en que nos interesa únicamente, a saber, como unidad contable), de paso de
esta unidad contable a unidad unificante–, vamos a darle el valor Uno. ¿Qué quiere
decir el valor Uno como unidad unificante? Estamos en el significante y en sus
consecuencias sobre el pensamiento. La madre como sujeto es el pensamiento del Uno
de la pareja. “Los dos serán una sola carne”, es un pensamiento del tipo del A
mayúscula materno.
Tal es la media y extr
táculo en el acto sexual. Quiero decir: en tanto es un acto; en otras palabras, en tanto
tiene una relación con la existencia del sujeto.
El Uno de la unidad de la pareja es un pe
rminos de la pareja real. ¿Qué quiere decir esto? Que se requiere que algo surja,
subjetivamente, de esta repetición, que restablezca la razón (la razón media tal como acabo de
definirla) a nivel de esa pareja real. En otras palabras, que algo aparezca que, como en esta
fundamental manipulación significante que es la relación armónica, se manifieste así: esta
magnitud (llamémosla c minúscula), respecto a la suma de las otras dos, tiene el mismo valor
que la más pequeña respecto con la más grande.
¡Pero eso no es todo! Tiene este alcance, en la m dida en que este valor –de la más
peque
e
ña respecto a la más grande–, es el mismo valor que el que tiene la más grande respecto
a la suma de las dos primeras.15 En otras palabras, que
¿igual a qué? A este otro valor que hice surgir ahí y que lleva un nombre, que no es otro
15 Se traduce la refiriéndose a la palabra magnitud [grandeur] de la frase anterior, en vez de el, que la remitiría a la palabra valor [valeur] que Lacan usa en este párrafo. El problema no se presenta en francés porque tanto grandeur como valeur son masculinas [T.].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
que el -φ donde se designa la castración, en tanto designa el valor fundamental;16 lo vuelvo a
escribir un poco más lejos: igual a menos fi minúscula sobre (a más A menos fi).
Es decir, la relación significativa de la función fálica en tanto FALTA ESENCIAL de la
juntura de la relación sexual con su realización subjetiva; la designación en los significantes
mismos, fundamentales del acto sexual, del hecho de que, aunque en todas partes se la llame,
la sombra de la unidad se cierne sobre la pareja; aparece allí, sin embargo, necesariamente, la
marca (y esto en razón de su introducción misma en la función subjetiva), la marca de algo
que debe representar allí una falta fundamental.
Esto se llama la función de la castración en tanto significante.
En la medida en que el hombre sólo se introduce en la función de la pareja por vía de
una relación que NO SE INSCRIBE INMEDIATAMENTE en la conjunción sexual y que
sólo se halla representada allí en ese mismo exterior donde ven ustedes esbozarse lo que, por
eso mismo, se llama “extrema razón”.
La relación que tiene la predominancia del símbolo fálico respecto a la conjunción, en
tanto acto sexual, es aquel que da al mismo tiempo la medida de la relación del agente con el
paciente, y la medida, que es la misma, del pensamiento de la pareja, tal como está en el
paciente, con lo que es la pareja real.
Es muy precisamente por poder reproducir exactamente el mismo tipo de repetición,
que todo lo que es del orden de la sublimación… (y preferiría no verme forzado, aquí, a
evocarlo específicamente bajo la forma de lo que se llama la “creación” del arte, pero ya que
es necesario, lo traigo), es precisamente en la medida en que algo, donde algún objeto puede
venir a tomar el lugar que toma el –φ en el acto sexual como tal, que la sublimación puede
subsistir, dando exactamente el mismo orden de Befriedigung que se da en el acto sexual, y
del cual ven ustedes esto: que está, muy precisamente, colgado del hecho de que lo que es
pura y simplemente interior a la pareja no es satisfactorio.
Esto es tan cierto que esta especie de burda homilía que se introdujo en la teoría con el
16 No podemos más que hacer conjeturas. Tal vez haya que entender: “–lo vuelvo a escribir un poco más lejos– igual a -φ. [Lacan iba terminando de escribir en el tablero]… sobre (a + A) = -φ. En ese caso, lo que sería igual a -φ sería la relación a/A o A/a+A”. No resulta mucho más satisfactorio.
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nombre de “maduración genital”, sólo se propone como (¿como qué?) –de manera muy
evidente en su texto mismo (quiero decir, para cualquiera que intente enunciarlo)–, como una
especie de cuarto de San Alejo, de muladar, donde nada indica de verdad qué es lo que puede
bastar para hacer confluir el hecho, primero, de una copulación (se agrega que “lograda” pero
qué quiere decir eso…) y de esos elementos que se califican como “ternura”, “reconocimiento
del objeto”. ¿De cuál objeto? Les pregunto. Acaso es tan claro que el objeto esté ahí cuando
ya se nos ha dicho que tras algún objeto, el que sea, se perfila el Otro, ¡que es el objeto que
abrigó esos nueve meses de intervalo entre la conjunción de los cromosomas y el nacimiento
del mundo!
Sé bien que es ahí donde se refugia todo el oscurantismo que se engancha locamente en
torno a la demostración analítica; pero tampoco es una razón para que no lo denunciemos, si
el hecho de denunciarlo nos permite avanzar más estrictamente en una lógica sobre la cual
verán ustedes la próxima vez cómo se concentra a nivel del acto analítico mismo.
Puesto que si hay algo interesante en esta representación en cuadrángulo, es que nos
permite establecer también ciertas proporciones. Si el paso al acto cumple cierta función
respecto a la repetición, se nos sugiere por lo menos con esta disposición, que debe ser la
misma que separa la sublimación del acting out. Y en el otro sentido, que la sublimación
respecto al paso al acto debe tener algo en común con lo que separa la repetición del acting-
out.
Seguramente, hay ahí un gap17 mucho más grande, aquel que seguramente hace del acto
analítico, tal como intentaremos captarlo en lo que diremos la próxima vez, algo que merece
también ser definido como acto.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L.,
Eduardo ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
17 En inglés: “hueco, abertura, vacío; cuello, distancia, intervalo, separación; laguna; corte” [S.].
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Lección 13
1 de marzo de 1967
Anoche leí en alguna parte, y tal vez algunos de ustedes también pudieron encontrarlo en el
mismo lugar, este singular título: Conocer a Freud antes de traducirlo1… ¡Enorme! Como decía
un señor a quien no busco parecerme, puesto que no me paseo como él con un bastón, aun
cuando a veces sí con un sombrero: “¡Henorme!”2.
Como sea, es claro que me parece que intentar traducirlo es un camino que ciertamente se
impone como previo a toda pretensión de conocerlo.
Que un psicoanalista diga conocer el psicoanálisis ¡vaya y pase! Pero conocer a Freud
antes de traducirlo sugiere invenciblemente la tontada de conocerlo antes de haberlo leído. Por
supuesto, suponiendo en la noción de traducción toda la amplitud necesaria. Porque seguramente
lo que sorprende es que yo no sé si algún día podremos adelantar algo que se parezca a esta
pretensión de conocer a Freud. Evalúen bien lo que quiere decir, lo que significa –en la
perspectiva que nos ofrece el pensamiento de Freud, una vez que ha llegado al cabo de su
desarrollo–, habernos propuesto el modelo de la satisfacción subjetiva en la conjunción sexual.
1 Laplanche Jean & Pontalis Jean-Bertrand, “Connaître Freud avant de le traduire », retomado en la revista Meta, vol. 27, núm. 1, 1982. 2 Ortografía que se remonta a Flaubert.
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¿Acaso la experiencia –aquella de donde el mismo Freud partía–, no era muy precisamente
que se trataba del lugar de la insatisfacción subjetiva? ¿Y la situación ha mejorado, para
nosotros?
Francamente, en el contexto social que domina la función del empleo del individuo
(empleo, ya se lo regule en la medida de su subsistencia pura y simple o en la de la
productividad), ¿qué margen se le deja en ese contexto a algo que sería el tiempo propio para una
cultura del amor? ¿Todo no da fe, para nosotros, de que esa es justamente la realidad más
excluida de nuestra comunidad subjetiva?
Sin duda, se encuentra ahí, no lo que decidió a Freud a articular esta función de
satisfacción como una verdad sino lo que sin duda le parecía estar a cobijo del riesgo de ver que
–le confesaba él a Jung– una teoría un tanto profunda del psiquismo se reencontrarse con las
hormas de lo que él mismo llamaba “el río de barro del ocultismo”.
Es justamente porque con la sexualidad (que precisamente había presidido a lo largo de los
siglos lo que nos parecen esas locuras, esos delirios de la gnosis, de la copulación del sabio y de
la σοπια {¡y por vía de qué camino!}), es justamente porque en nuestro siglo y en el reinado del
sujeto no había NINGÚN RIESGO de que la sexualidad pudiera servirse de ser un modelo para
el conocimiento, que, sin duda, comenzó esta canción de animador tan bien ilustrada por ese
cuento de Grimm, que a él le gustaba, del flautista que arrastraba tras de sí esa audiencia de la
cual bien puede decirse que, en lo que concierne a las vías de una erudición cualquiera,
representaba la hez de la Tierra…
Porque, seguramente, en lo que hace poco llamé la línea que él nos marca y de donde, en
efecto, hay que partir por su fin, a saber, la fórmula de la repetición, hay que medir bien qué
separa el παντα ρει del pensador antiguo3, cuando nos dice que nunca nada vuelve a pasar por
su propia huella, que uno no se baña dos veces en el mismo río, y lo que esto significa en tanto
desgarramiento profundo, de un pensamiento que sólo puede captar el tiempo en ese algo que
sólo se dirige hacia lo indeterminable a costa de una ruptura constante con la ausencia.
Introducir, ahí, la función de la repetición ¿qué le agrega?
Pues bien, seguramente nada mucho más satisfactorio si se trata únicamente de renovar
siempre, incesantemente, un cierto número de giros.
3 Heráclito, Fragmento 136 en la edición de M. Coche (Fragments, PUF, 1986). Su atribución es discutible en el plano filológico, y muy poco desde un punto de vista filosófico.
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El principio del placer seguramente no guía hacia nada, y menos que todo hacia la
recaptación de un objeto cualquiera.
La noción pura y simple de descarga, en tanto tomaría su modelo del circuito establecido
del sensorium tiene por lo demás algo que se define de una manera bastante difusa como siendo
el motor: el circuito estímulo-respuesta, como se dice.4 ¿Qué puede explicar? Quién no ve que si
nos atenemos a eso, el sensorium sólo puede ser guía de lo que constituye, en efecto, en el más
simple nivel, la pata de la rana irritada: se retira, no busca captar nada en el mundo, sino huir de
lo que la hiere.
¿Qué es lo que garantiza la constante definida en el aparato nervioso por el principio del
placer? La constante de estimulación, lo isóstimo, diría yo, para imitar lo isóbaro o lo isotérmico
del que hablaba el otro día, o lo isorrespo, la isorrespuesta. Es difícil fundar algo sobre lo
isóstimo porque lo isóstimo ya no es un estimo, en absoluto. Lo isórespo, el “tanteo” de la
resistencia constante, es lo que en el mundo puede definir ese isóbaro que el principio del placer
conducirá a que el organismo hile. En todo eso, no hay nada, en ningún caso, que lleve a la
investigación, a la captura, a la constitución de un objeto. El problema del objeto como tal queda
intacto en toda esta concepción, orgánica, de un aparato homeostático. Sorprende mucho que
hasta hoy no se haya señalado su falla.
Aquí, seguramente, Freud tiene el mérito de señalar que la investigación del objeto es algo
que sólo puede concebirse si se introduce la dimensión de la SATISFACCIÓN.
Aquí volvemos a chocar con la extrañeza de esto: que aunque haya tantos modelos
orgánicos de la satisfacción, empezando por la repleción digestiva e igualmente por algunas otras
necesidades que él evoca, pero en un registro diferente porque es sorprendente que es
precisamente en la medida en que esos esquemas donde la satisfacción se define como NO
TRANSFORMADA por la instancia subjetiva (la satisfacción oral es algo que puede dormir al
sujeto en últimas, pero seguramente es inconcebible que ese dormirse sea signo subjetivo de la
satisfacción), cuán infinitamente más problemático es precisar que el orden verdadero de la
satisfacción subjetiva ha de buscarse en el acto sexual ¡que es precisamente el punto donde ésta
resulta más desgarrada!
4 Otra posibilidad de lectura de esta frase: “La noción pura y simple de descarga, en tanto tomaría su modelo del circuito establecido del sensorium con algo además definido de una manera bastante difusa como siendo el motor: el circuito estímulo-respuesta, como se dice, ¿qué puede explicar? [T.]
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Y esto, hasta el punto de que todos los demás órdenes de satisfacción (los que acabamos de
enumerar como presentes en efecto en la evocación freudiana) sólo adquieren su sentido cuando
se los pone en una cierta dependencia (y desafío a cualquiera a definirla, a hacerla concebible de
una manera diferente a formularla en términos de estructura), en una dependencia, digo,
digamos, burdamente simbólica, respecto a la satisfacción sexual.
Estos son los términos en los que les propongo el problema que retomo hoy y que consiste
en intentar darles la articulación significante de lo que concierne a la repetición implicada en el
acto sexual, si es en verdad lo que yo digo (lo que la lengua promueve para nosotros y que,
seguramente, nuestra experiencia no invalida), a saber, un “acto”; tras haber insistido en lo que
implica el acto, en sí mismo, en tanto condicionado, ante todo, por la repetición que le es interna.
En lo que concierne al acto sexual iré más lejos –por lo menos he considerado que se
requeriría ir más lejos para captar su alcance: la repetición que implica comporta (si seguimos,
por lo menos, la indicación de Freud) un elemento de medida y de armonía que seguramente es
lo que evoca la función directriz que le da Freud, pero que, seguramente, es lo que nosotros
hemos de precisar.
Porque si hay algo que produce, que promueve, no importa cuál de las formulaciones
analíticas, es que en ningún caso esta armonía podría concebirse como siendo del orden de lo
complementario, a saber, de la conjunción del macho y de la hembra, tan simple como se la
figura el pueblo, al modo de la conjunción de la llave y de la cerradura, o de cualquier cosa que
se presente bajo los modos habituales de los símbolos gámicos. Todo nos indica (y al parecer
sólo necesitaría dar cuenta de la función fundamental de ese tercer elemento que gira en torno al
falo y a la castración), todo eso nos indica que el modo de la medida y de la proporción
implicado en el acto sexual es de una estructura muy diferente y, digamos la palabra: más
“complejo”.
Esto es lo que, al dejarlos la última vez, había empezado a formular, al evocar (ya que se
trata de armonía) la relación llamada anarmónica: esto hace que, sobre una simple línea trazada,
un segmento pueda dividirse de dos maneras:
- con un punto que le es interno (un punto C entre A y B) que da una proporción
cualquiera, por ejemplo: ½;
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
- otro punto D, exterior, puede producir, en los segmentos determinados entre él, ese
punto D por ejemplo, con los puntos A y B del segmento inicial, la misma
proporción: ½.
Esto ya nos había parecido más propicio para garantizar de qué se trata, según toda
nuestra experiencia, a saber, la relación de un término con otro término que se presenta para
nosotros como lugar de la unidad; entiendo por ello: unidad de la pareja. Que es respecto a la
idea de la pareja, allí donde se halle (quiero decir, efectivamente, en el registro subjetivo), que ha
de situarse el sujeto, en una proporción que él puede lograr establecer introduciendo una
mediación externa al enfrentamiento que constituye, en tanto sujeto, en la IDEA DE LA
PAREJA.
Esta es sólo una primera aproximación y, en cierta forma, el simple esquema que nos
permite designar lo que se trata de garantizar, a saber, la función de ese elemento tercero que
vemos aparecer por todas partes en lo que puede llamarse el campo subjetivo en la relación
sexual, ya se trate (lo hicimos subrayar la última vez) de lo que, subjetivamente, aparece allí
seguramente de la manera más distante, a saber, su producto –orgánico– siempre posible, ya se lo
considere o no como deseable; o bien de ese elemento, a primera vista tan diferente, tan opuesto,
y sin embargo, enseguida ligado con él por la experiencia psicoanalítica, a saber, esa exigencia
del falo, que parece tan interna, en nuestra experiencia, a la relación sexual, en la medida en que
se la vive subjetivamente. La equivalencia niño-falo, ¿no es acaso algo con lo que podemos tal
vez intentar designar la pertinencia en cierta sincronía que deberíamos descubrir allí y que, por
supuesto, no significa simultaneidad?
Más que eso, este elemento tercero ¿no tiene cierta relación con lo que hemos designado
como la división del Otro mismo: el S(A/ )?
Es para conducirlos por esta vía que hoy aporto la proporción estructurada en un orden
muy diferente al de la simple perspectiva armónica que distinguía el final de mi último discurso.
A saber, lo que constituye la verdadera media y extrema razón, que no es simplemente la
proporción de un segmento con otro, en tanto puede ser dos veces definido (de manera interna
con su conjunción, o externa), sino la proporción que plantea, en su punto de partida, la igualdad
de la proporción del más pequeño con el más grande, igualdad, digo, de esa proporción, con la
proporción del más grande con la suma de los dos. Contrariamente a la indeterminación, a la
perfecta libertad de esa proporción anarmónica (que no es nada, en lo que concierne al
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establecimiento de una estructura, porque les recuerdo que esa proporción anarmónica ya
tuvimos que evocarla el año pasado como fundamental en toda estructura llamada proyectiva),
pero dejémosla ahora para apegarnos a esto, que hace de la relación de media y extrema razón,
no una relación cualquiera (por muy directiva, lo repito, que ésta pueda ser, eventualmente, en la
manifestación de las constancias proyectivas), sino una proporción perfectamente determinada y
ÚNICA, digo, numéricamente hablando.
En el tablero planteé una figura que nos permite dar soporte a lo que enuncio de esta manera:
Tienen aquí a la derecha los segmentos en cuestión: el primero que llamé a minúscula, que
será para nosotros el único elemento con que podremos contentarnos para edificar todo lo que
corresponderá a esa relación de medida o de proporción, con la única condición de darle a su
correspondiente, que ven aquí de este punto a este punto (no quiero dar nombres de letras a esos
puntos para no correr el riesgo de introducir confusión, para no hacer que orienten sus oídos
hacia su enunciado), designo, de aquí (1) a aquí (2), tenemos el valor 1.
A condición de dar este valor 1 a este segmento, podemos contentarnos, en lo que se trata,
a saber, la relación llamada de media y extrema razón, con darle pura y simplemente el valor a,
lo cual quiere decir, en este caso, a/1. Hemos planteado que la proporción de a/1 es igual a la
proporción de 1/1+a.
Tal es esa proporción perfectamente fija, que tiene propiedades matemáticas
considerablemente importantes, que no tengo ni el tiempo ni la intención de desarrollar hoy.
Sepan, sencillamente, que su aparición en la matemática griega coincide con el paso decisivo
para poner orden en lo que concierne a lo conmensurable y a lo inconmensurable.
En efecto, esa proporción es inconmensurable. Es buscando el modo como puede ser
definido, de la manera como se recubre la sucesión de los puntos dados por la serie escalonada
de dos unidades de medida inconmensurables la una respecto a la otra, a saber, lo más difícil de
imaginar: la manera como se sobreponen, si son inconmensurables. Lo propio de lo
conmensurable es que siempre hay un punto en que éstas caerán juntas, las dos medidas, en el
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mismo paso. Dos valores conmensurables terminarán siempre en un cierto múltiple, diferente
para uno y para otro, constituyendo la misma magnitud. Dos valores inconmensurables, nunca.
¿Pero cómo interfieren? Esa es la línea de esta investigación que se definió ese procedimiento
que consiste en sobreponer la más pequeña en el campo de la más grande, y en preguntarse qué
sucede, desde el punto de vista de la medida, con el resto.
Para el resto, que está ahí, que es manifiestamente 1–a, procederemos de la misma manera:
la sobrepondremos dentro de la más grande. Y así sucesivamente hasta el infinito, quiero decir,
sin que nunca se pueda llegar a lo que termina ese proceso. En esto consiste, precisamente, lo
inconmensurable de una proporción sin embargo tan sencilla.
De todos los inconmensurables, éste es el que, si puedo decirlo, en los intervalos que
define lo racional de lo conmensurable, deja siempre la mayor distancia. Simple indicación que
no puedo aquí más que comentar.
Como sea, ven que se trata, de todas maneras, de algo que, en este orden de lo
inconmensurable, se especifica con una acentuación, al mismo tiempo que con una pureza de la
proporción, muy especial.
Muy a mi pesar (porque pienso que todos los bueyes del ocultismo temblarán en esta
ocasión) me veo obligado, por honestidad, a decir que esa proporción a minúscula es lo que se
llama el número de oro. Tras lo cual, por supuesto, vibrarán, en los honduras de su experiencia
cultura, y particularmente en lo que concierne a la estética, evocaciones de todo lo que quieran:
¡catedrales… de Albrecht Dürer… de… de los… de los… crisoles alquímicos y de todos los
demás manoseos análogos!
Espero, sin embargo, por5 la seriedad con la que introduje el carácter estrictamente
matemático de la cosa (y muy precisamente lo que le concierne de una problemática que de
5 Lacan pronunció “que” [S.].
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ninguna manera da la idea de una medida fácil de concebir), haberles hecho sentir que se trata de
algo diferente.
Veamos ahora cuáles son algunas de las propiedades notables de ese a minúscula. Las
escribí a la izquierda en negro. Pueden ver que, ya, el hecho de que 1+a sea igual a la inversa de
a, es decir, a 1/a, estaba suficientemente garantizado en las premisas dadas por la definición de
esa proporción; puesto que la noción de que consiste en la proporción del pequeño respecto al
más grande, en tanto igual a la del más grande respecto a la suma, nos da ya esta fórmula, que es
igual a ésta, fundamental: a igual a 1/1+a .
A partir de ahí, es extremadamente fácil darse cuenta de las otras igualdades, cuyo carácter
caduco y, en verdad, para nosotros, de poca importancia (momentáneamente), está marcado por
el hecho de que escribí en rojo las igualdades que siguen.
Lo único importante que ha de señalarse es que el 1-a que está ahí, puede ser igual a a2, lo
cual es muy fácil de demostrar.
Y, por otra parte, que el 2+a que está ahí, del cual ven cómo (considerando únicamente el
[1 + a/1–a]), cómo puede deducirse fácilmente ese 2+a, que representa lo siguiente: lo que sucede
cuando, en lugar de involucionar sobre sí misma la superposición de los segmentos, se los
desarrolla, en cambio, hacia el exterior.6
A saber, que el no sobre dos más a minúscula [1/2+a] (a saber, lo que correspondía hace
poco a nuestro segmento externo en la proporción anarmónica –es igual a 1, obtenido por el
desarrollo exterior del uno que representa la mayor longitud–) el 1 sobre dos más a, tiene el
mismo valor que el valor inicial de donde partimos, es decir, a minúscula… es decir, a sobre
uno-más-a [a/1+a].7
6 No hay ningún misterio en esta frase, si se transcribe como lo hemos hecho: “un plus petit a sur un moins a” como 1 + a/1–a , que es igual a 2+a, y no 1+a/1-a, fórmula que ha sido retomada en todas las versiones que circulan. 7“El uno sobre dos más a minúscula […], el uno sobre dos a, tiene el mismo valor que este valor inicial de donde partimos, es decir: a minúscula, es decir, uno sobre uno más a minúscula” [Sizaret]. Sizaret intentó, en una glosa,
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Tales son las propiedades de la media y extrema razón en tanto nos permitirán tal vez
comprender algo de lo que se trata en la satisfacción genital.
Ya les dije que a minúscula es uno de los términos, cualquiera, de esta relación genital.
Digo uno de los términos, cualquiera: INDEPENDIENTEMENTE DE CUÁL SEA SU SEXO.
Tanto la niña como el niño, en la relación sexual (la experiencia de la relación subjetiva, en tanto
el análisis la define como edípica) tanto la niña como el niño entran ahí primero como hijo. En
otras palabras, como representando desde ya el PRODUCTO (y no doy yo ese término al azar,
tendremos que retomarlo luego) en tanto permite situar, como diferente a lo que se llama
creación, lo que en nuestros días circula, como ya lo saben, por todas partes y hasta a tontas y a
locas, bajo el nombre de producción.
Es justamente el problema más inminente, el más actual que se le haya propuesto al
pensamiento, esa proporción (que está por definirse) del sujeto como tal respecto a lo que
concierne a la producción de cualquier cosa. Digo: en una dialéctica del sujeto, que pueda
adelantarse, donde no se ve CÓMO EL SUJETO MISMO PUEDE SER TOMADO COMO
PRODUCCIÓN, todo esto no tiene valor para nosotros. Esto no quiere decir que sea tan fácil
garantizar, a partir de esta raíz, lo que concierne a la producción.
Es tan poco fácil de garantizar que, si hay algo de lo que seguramente pueda sorprenderse
una mente no prevenida, es el notable silencio –el silencio de los Conrart8– en que se mantiene
el psicoanálisis, respecto a ese delicado asunto que, sin embargo, es… debo decir que cotorrea un
tanto en nuestra vida periodística, política, doméstica, jornalera y todo lo que quieran, hasta
mercantil, y que se llama el birth control. Nunca se ha visto a un analista decir qué pensaba al
respecto… Y, no obstante, es curioso esto en una teoría que pretende tener algo que decir sobre
la satisfacción sexual.
Debe haber, también, algo de eso, que tiene mucho que ver, debo decir de manera poco
cómoda, con lo que puede llamarse la religión del Verbo, puesto que seguramente tras las
aclarar ese oscuro párrafo: como Lacan iba demasiado rápido, y habría cometido dos errores: por una parte, la formulación “uno sobre dos a” es probablemente un lapsus en vez de “uno sobre dos más a”, por otra parte, un error de cálculo le hizo obtener el resultado a en lugar de a2. Corregimos el primer “error”, al cual Lacan parece aludir en la lección siguiente. Otra solución puede darse respecto al segundo punto. En el tablero había otra fórmula que solamente conocemos mal transcrita: 1/2+a = a = 1/1+a. Nos parece posible reconstituirla así: 1/2+a = a/1+a, y escuchar ese pasaje suponiendo que “a” fue entendido como “uno”, en la última fórmula [a y uno son homofónicos en francés]. Fue la solución que escogimos en el texto. 8 Boileau-Despréaux Nicolas, Épitres, I, v. 40 : « Imito de Conrart el silencio prudente ». Este académico no había publicado nada.
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sorprendentes esperanzas puestas en la liberación de la Ley (que corresponde a la generación
paulina en la Iglesia), al parecer, después, muchas enunciaciones dogmáticas se vieron afectadas.
¿A nombre de qué? Pues de la PRODUCCIÓN, ¡de la producción de almas! En nombre de la
producción de almas, este pasaje, anunciado como muy cercano, de la Humanidad a la beatitud,
sufrió, me parece, cierto enfriamiento…
Pero no hay que creer que el problema se limita a la esfera religiosa. Habiendo sido
anunciada otra liberación del HOMBRE, al parecer la producción de los proletarios jugó cierto
papel, en las formas precisas que resultaron tomando las sociedades socialistas a partir de cierta
idea de la abolición de la explotación del hombre por el hombre. En lo que concierne a esta
producción, no parece que haya llegado a una medida mucho más clara, y en cuanto a lo que se
produce; así como el campo cristiano, en nombre de la producción de almas, continuó dejando
aparecer en el mundo seres de los que lo menos que puede decirse es que su calidad anímica está
bastante mezclada, así mismo en nombre de la producción de proletarios, no parece que aparezca
algo diferente a ese algo respetable, ciertamente, pero que tiene sus límites y que podría llamarse
la producción de ejecutivos…
Entonces, este asunto de la producción y del estatuto del sujeto, en tanto producido, la
tenemos presentificada ahí a nivel de algo que es justamente la primera presentificación del Otro
en cuanto es LA MADRE.
El valor de la función unificante de esta presencia de la madre se conoce. Se conoce tan
bien que toda la teoría (y la práctica) analítica se volcó literalmente allí y sucumbió
completamente a su fascinante valor. El principio, desde el origen (y, a propósito, pudieron
escucharlo puesto que lo tuvimos aquí sosteniendo un debate que dio fin a nuestro año anterior),
toda la situación analítica fue concebida como reproduciendo idealmente, quiero decir, como
fundándose en el ideal de esta fusión unitiva (o de esta unificación fundante, como quieran) que
supuestamente unió durante nueve meses, lo recordé la última vez, al hijo con la madre.
Seguramente…
–Una voz femenina: Señor, no lo escuchamos.
–Doctor Lacan: ¿Cómo?
–La misma voz: Se le escucha muy mal.
–Doctor Lacan: Se me escucha muy mal… Lamento que todo esto funcione tan mal, pero
les agradezco mucho decírmelo. Voy a intentar hablar más fuerte. ¡Gracias!
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–La voz: Es el micrófono…
–Doctor Lacan: No funciona en absoluto hoy ¿ah? Bueno…
… que une, pues, al hijo y a la madre. Es precisamente al no hacer de esta unión del hijo y
de la madre… (no importa cómo la califiquemos, que hagamos o no de eso la función del
narcisismo primario o simplemente el lugar elegido de la frustración y de la gratificación),
precisamente se trata de esto, es decir, no de repudiar ese registro sino de ubicarlo en su justo
lugar; hacia allá van nuestros esfuerzos teóricos. Es en la medida en que está en alguna parte, y
digo a nivel de la confrontación sexual, esta primera afirmación de la unidad de la pareja, como
constituida por lo que la enunciación religiosa formuló como el una sola carne… ¡qué burla!
¿Quién puede afirmar en cualquier cosa que, en el abrazo llamado genital, el hombre y la mujer
hagan una sola carne? Salvo que la enunciación religiosa recurre aquí a lo que la investigación
analítica, a lo que en la conjunción sexual es representado por el polo materno. Lo repito: ese
polo materno (para, en el mito edípico, confundirse al parecer, dar pura y simplemente el
partenaire del machito) en realidad nada tiene que ver con la oposición macho-hembra.
Puesto que tanto la muchacha como el muchacho tienen que vérselas con ese lugar materno
de la unidad, como representándole aquello con lo que se confronta en el momento del abordaje
de lo que concierne a la conjunción sexual.
Tanto para el muchacho como para la muchacha, lo que son como producto, como a
minúscula, ha de confrontarse con la unidad instaurada por la idea de la unión del hijo con la
madre, y es en esta confrontación que surge ese 1-a, que nos aportará ese elemento tercero, en la
medida en que funciona así mismo como signo de una falta, o, si quieren también (para emplear
el humorístico término de la pequeña diferencia), de la pequeña diferencia que viene a jugar el
importante papel en lo que concierne a la conjunción sexual, en la medida en que interesa al
sujeto.
Por supuesto, el humor común (o el sentido común, como quieran), hace de esta pequeña
diferencia el hecho de que, como se dice ¡los unos tengan una, y los demás no! De ninguna
manera se trata de esto, de hecho. Porque el hecho de no tenerlo juega para la mujer, como saben
ustedes, un papel tan esencial, un papel tan mediador y constitutivo, en el amor, como para el
hombre. Más allá, como lo subrayó Freud, al parecer su falta efectiva le confiere ahí ciertas
ventajas. Y esto es lo que voy a intentar articular para ustedes ahora.
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En efecto, qué vemos, sino que, como lo dijimos hace poco, la extrema razón de la
proporción, en otras palabras, lo que la reproduce en su exterior, nos servirá aquí bajo la forma
del 1, que da, que reproduce, la justa proporción, la que se define por a minúscula, en el exterior
de la relación así definida como la relación sexual.
Para que uno de los partenaire se plantee ante el otro como un 1 en igualdad, en otras
palabras, para que9 se instituya la díada de la pareja, tenemos aquí, en esa proporción así inscrita
(en la medida de la media y extrema razón) el soporte, a saber, ese segundo 1 que está inscrito a
la derecha y que le devuelve su proporción respecto al conjunto, a condición de que se mantenga
allí ese término tercero de a minúscula.
Por supuesto, ahí es donde reside lo siguiente: que podemos decir que en la relación sexual,
es por cuanto el sujeto logra hacerse el igual del Otro, o introducir en el Otro mismo, (la
repetición del 1) que resulta, de hecho, reproducir la proporción inicial, aquella que mantiene
siempre perentorio ese tercer elemento que aquí está formulado por el a minúscula mismo.
En otras palabras, volvemos a hallar aquí el mismo proceso que les había
inscrito en otro momento10 en forma de una barra divisoria, como haciendo partir
la relación del sujeto con el A mayúscula en tanto que (al modo como una
división se produce) el A tachado, A/ , es dado, que respecto a ese A mayúscula
tachado, lo que viene a instituirse y donde el resto es dado por un a minúscula,
que es su elemento irreductible, es un S tachado, $..
¿Qué quiere decir? ¿Qué quiere decir? Que empezamos a concebir cómo puede ser que un
órgano tan “local”, si puedo decirlo, y en apariencia puramente funcional como el pene, puede
llegar a jugar aquí un rol, donde podemos vislumbrar lo que concierne a la verdadera naturaleza
de la satisfacción en la relación sexual.
En efecto, algo como en alguna parte, en la relación sexual, puede simbolizar, si puede
decirse, la eliminación de ese resto. Es en tanto órgano sede de la detumescencia que, en alguna
parte, el sujeto puede tener la ilusión (seguramente engañosa, pero por ser engañosa no es menos
9 pour ce que [sic]. 10 Seminario 1958-1959, El deseo y su interpretación, lección del 13 de mayo de 1959. Desarrollos en La angustia.
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satisfactoria) de que no hay resto, o por lo menos, que sólo hay un resto perfectamente
evanescente.
A decir verdad, esto sería sencillamente del orden de lo cómico, y ciertamente cae en ese
ampo, puesto que es ahí, al mismo tiempo, lo que le da su límite a lo que puede llamarse goce, en
cuanto el goce estaría en el centro de lo que concierne a la satisfacción sexual.
Todo el esquema que soporta, fantasmáticamente, la idea de la descarga, en lo que
concierne a las tensiones pulsionales, es soportado en realidad por ese esquema donde se ve,
sobre la base de la función de la detumescencia, imponerse este límite al goce.
Seguramente, ese es el aspecto más decepcionante que pueda suponérsele a una
satisfacción, si, en efecto, de lo que se tratara fuera pura y simplemente del goce. Pero todo el
mundo sabe que si hay algo que está presente en la relación sexual es el ideal del goce del otro, y
así mismo, lo que constituye su originalidad subjetiva. Pues es un hecho que cuando se limita
uno a las funciones orgánicas, nada es más precario que este entrecruzamiento de los goces. Si
hay algo que nos revele la experiencia es la heterogeneidad radical del goce macho y del goce
hembra.
Es justamente por eso que hay tantas buenas almas que se ocupan, más o menos
escrupulosamente, de verificar la estricta simultaneidad de su goce con el de su partenaire. ¿Para
cuántas confusiones, disparates y engaños presta esto? Seguramente, no es ese nuestro tema de
hoy, aquel cuyo abanico quiero esparcir. Pero es que, igualmente, se trata de algo muy diferente
a ese pequeño ejercicio de acrobacia erótica.
Si algo (se sabe bien, se sabe también qué lugar ha tenido esto en cierta verborrea
psicoanalítica), si algo viene a fundarse en torno al goce del otro es en la medida en que la
estructura que hoy hemos enunciado hace surgir el fantasma del don.
Es porque ella no tiene el falo, que el don de la mujer adquiere un valor privilegiado en
cuanto al ser que se llama amor, que es, como lo definí, el don de lo que no se tiene.
En la relación amorosa, la mujer encuentra un goce que es, si puede decirse, del orden
precisamente causa sui, por cuanto en efecto lo que ella da bajo la forma de lo que no tiene, es
también la causa de su deseo.
Ella se vuelve lo que ella crea, de manera puramente imaginaria, y justamente esto que la
hace objeto, por cuanto en el espejismo erótico ella puede ser el falo, serlo a la vez y no serlo. Lo
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que ella da por no tenerlo, se vuelve, acabo de decirlo, la causa de su deseo; sola, puede decirse,
por esa causa, la mujer cierra de manera satisfactoria la conjunción genital.
Pero, por supuesto, en la medida en que, por haber provisto el objeto que no tiene, ella no
desaparece allí en ese objeto (quiero decir, que este objeto no desaparece), dejándola a la
satisfacción de su goce esencial, salvo por mediación de la castración masculina. De tal manera
que, en suma, ella, no pierde nada allí, puesto que sólo mete allí lo que no tiene, y porque,
literalmente, ella lo crea.
Y es justamente por eso que ES SIEMPRE POR IDENTIFICACIÓN CON LA MUJER
QUE LA SUBLIMACIÓN PRODUCE LA APARIENCIA DE UNA CREACIÓN. Es siempre a
manera de una génesis, oscura, ciertamente, antes de que pueda yo exponerles aquí sus
lineamientos, pero muy estrictamente vinculada con el don del amor femenino, por cuanto crea
este objeto evanescente (y además, por cuanto le falta) que es el falo omnipotente; es por eso que
puede haber en alguna parte, en ciertas actividades humanas (que todavía tenemos que examinar,
según si son espejismo o no) lo que se llama creación, o ποιησιζ, por ejemplo.
El falo es, pues, si quieren, por una parte, el pene, pero es en la medida en que es su
carencia respecto al goce, que constituye la definición de la satisfacción subjetiva a la que se
encuentra remitida la reproducción de la vida.
De hecho, en el acoplamiento, el sujeto no puede realmente poseer el cuerpo que él abraza.
No conce los límites del goce posible, quiero decir, de aquel que podría él tener del cuerpo del
Otro, como tal, pues esos límites son INCIERTOS. Y es todo lo que constituye este más allá que
definen escoptofilia y sadismo. Que el desfallecimiento fálico adquiera valor siempre renovado
de desvanecimiento del ser del sujeto, es lo esencial de la experiencia masculina, y lo que hace
comparar este goce con lo que se llama el retorno de la pequeña muerte.
Esta función evanescente –por su parte, mucho más directa, directamente experimentada,
en el goce masculino–, es lo que le da al macho el privilegio de donde ha salido la ilusión de la
pura subjetividad.
Si acaso hay un instante, alguna parte, en donde el hombre pueda perder de vista la
presencia del objeto tercero, es precisamente en ese momento evanescente, donde pierde, porque
desfallece, no solamente lo que es su instrumento, sino, para él tanto como para la mujer, el
elemento tercero de la relación de la pareja.
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Es a partir de ahí que se han edificado, aún antes del advenimiento de lo que llamamos
aquí el estatuto de la pura subjetividad, todas las ilusiones del conocimiento.
La imaginación del sujeto del conocimiento, ya sea el de antes o el de después de la era
científica, es una forja de macho, y de macho en tanto que participa de la impotencia, en tanto
que niega el menos algo en torno al cual tiene lugar el efecto de causación del deseo, en tanto
que toma ese menos por un cero. Ya lo dijimos, tomar el menos por un cero, es lo propio del
sujeto y el nombre propio aquí está hecho para marcar la traza.
El rechazo de la castración marca el delirio del pensamiento, quiero decir, la entrada del
pensamiento del yo [je], como tal, en lo real, que es propiamente lo que constituye, en nuestro
primer cuadrángulo, el estatuto del no pienso en tanto que lo sostiene la sintaxis.
He ahí, en cuanto la estructura, de qué se trata en lo que permite edificar lo que Freud nos
designa en torno a la satisfacción sexual en su relación con el estatuto del sujeto.
Nos quedaremos ahí por hoy, designando para la próxima vez lo que hemos de avanzar
ahora sobre la función del acting-out.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo
ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Lección 14
8 de marzo de 1967
En resumen, lo que instauro es un método sin el cual puede decirse que todo lo que, en un
cierto campo, queda implícito respecto a lo que define ese campo, a saber, la presencia como tal
del sujeto, pues bien, ese método que instauro consiste, permite precaverse, si puede decirse, de
todo lo que esta implicación del sujeto en ese campo introduce allí a modo de fallace1, de
“falsidad” en la base. En últimas, es algo de lo que uno se da cuenta al tomar un poco de
distancia, si este método tiene en efecto toda esta generalidad (y, por supuesto, no partí de un
objetivo tan general, y hasta diría que es algo de lo que yo mismo me doy cuenta a posteriori),
que llegue un día en que este método se lo utilice para volver a pensar las cosas allí donde son
más interesantes −en el plano político, por ejemplo− ¿por qué no?
Cierto es que, con alquileres suficientes, algunos de los esquemas que doy encontrarán allí
su aplicación. Tal vez hasta sea allí donde tendrán mayor éxito, porque en el terreno para el cual
los forjé, eso no está jugado de antemano. Dado que tal vez sea ahí, en ese terreno, en ese terreno
que es el del psicoanálisis, donde una cierta2 sin salida, que es precisamente aquella que
manifiestan lo que yo llamo (y no son unívocas) las fallaces del sujeto, logra resistir mejor.
En fin, no obsta que es ahí donde esos conceptos se habrán forjado y que puede decirse,
además, que toda la contingencia de la aventura, a saber, la manera misma de lo que habrán
tenido que afrontar esos conceptos, a saber, por ejemplo, la teoría analítica tal como ya se forjó,
tal como han de introducir allí corrección, esta teoría analítica y la dialéctica misma de la
dificultad que habrá implicado su introducción en la teoría analítica, aún a manera de resistencia
(aún a manera de resistencia en aparente enteramente accidental, exterior), todo eso viene en
cierta forma a contribuir a las modalidades bajo las cuales yo las habré precisado. Quiero decir,
que lo que puede llamarse la resistencia de los psicoanalistas mismos a lo que es su propio
campo, es tal vez lo que aporta el más deslumbrante testimonio sobre las dificultades que hay
que resolver, quiero decir, por su estructura misma.
1 La palabra no existe en francés, tampoco en inglés. Tal vez transcriba fonéticamente la palabra española falaz, o la italiana fallace [T.] 2 Lacan pronuncia: “un impasse”, igual que Voltaire [S.].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Esa es la razón por la que hoy llegamos a un terreno aún más vivo en el momento en que
les hable de lo que situé en la cuarta cima del cuadrángulo, que calificaremos (supongo que mis
oyentes de hoy estaban todos aquí, en mis dos lecciones anteriores), que calificaremos, ese
cuadrángulo, como el que connota el MOMENTO DE LA REPETICIÓN. La repetición, dije, a
lo que responde, en tanto fundador del sujeto, el paso del acto. Les mostré, insistí (volveré hoy
sobre esto porque hay que volver) la importancia, en ese estatuto del acto, que tiene el acto
sexual. Sin definirlo como acto es imposible, absolutamente imposible situar, concebir, la
función que Freud le dio a la sexualidad en lo que concierne a la estructura de lo que ha de
llamarse con él la satisfacción, satisfacción subjetiva, Befriedigung, que no podría concebirse
desde otro lugar diferente a aquel donde se instituye el sujeto como tal.
Es la única noción que funciona de una manera que pueda darle un sentido a esta
Befriedigung.
Para darle a este acto sexual las coordenadas estructurales por fuera de las cuales nos es
imposible concebir su lugar en aquello de que se trata, a saber, la TEORÍA freudiana, nos hemos
visto llevados a hacer funcionar uno de los resortes más ejemplares del pensamiento matemático.
Seguramente, cuando hago uso de tales medios, se entiende bien que se alcanza allí algo siempre
parcial, parcial para quien no tendrá que conocer de la teoría matemática sino aquello de lo que
me habré servido yo mismo a manera de instrumento. Pero, por supuesto, la situación puede
cambiar para quienquiera que conozca el lugar de tal resorte que, con mi parte, sin duda, la mía,
de inexperiencia, extraigo, créanlo sin embargo, no sin saber cuáles son las ramificaciones de
aquello de que me sirvo en el conjunto de la teoría matemática, y no sin haberme asegurado de
que para [sic] cualquiera que quisiera hacer uso más profundo de esto, encontraría −en el
conjunto de la teoría, en los puntos precisos que escogí para fundar tal estructura−, encontraría
todas las prolongaciones que le permitirían darle allí una justa extensión.
Algún eco me llegó que, al escucharme hablar del acto sexual, al servirme para estructurar
las tensiones de lo ternario que me aportaba la proporción del número de oro, alguien dejó salir
entre dientes este comentario: “la próxima vez que yo vaya a tirar, ¡ojalá no se me olvide mi
regla de cálculo!”. Seguramente, este comentario contiene todo el carácter divertido que se le
atribuye al chiste, que sin embargo yo he de tomar entre chiste y chanza habida cuenta que el
responsable de esta divertida salida es un psicoanalista. Porque, a decir verdad, pienso, muy
precisamente, que el éxito del goce en la cama está hecho esencialmente, como pudieron verlo,
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
−volveré a poner los puntos sobre las íes−, del olvido de lo que podría hallarse en la regla de
cálculo. ¿Por qué es tan fácil de olvidar? Insistiré sobre esto una vez más dentro de poco, ahí está
todo el resorte de lo satisfactorio que hay en últimas en lo que, por otra parte (subjetivamente), se
traduce por castración. Pero es bien claro que un psicoanalista no podría olvidar que es en la
medida en que otro acto le interesa (que llamaremos, para introducir su término hoy, el ACTO
PSICOANALÍTICO) que se puede exigir algún recurso a la regla de cálculo, evidentemente.
Por supuesto, la regla de cálculo, para evitar todo malentendido, no consistirá en este caso
en utilizarla para leer allí (todavía no hemos llegado a eso), lo que se lee en el encuentro de dos
rayitas; sino, en la medida en que porta en sí misma una medida que no tiene más nombre que la
de logaritmo, nos provee en efecto algo que no deja de tener relación con la estructura que
evoco.
El acto psicoanalítico tiene algo sorprendente −hay que llamarlo así en referencia al
conjunto de la teoría−, tiene algo sorprendente que nos permitirá hacer un comentario que tal vez
algunos han notado en las márgenes de lo que he enunciado hasta aquí, y es esto: insistí en el
carácter de acto de lo que concierne al acto sexual. Se podrá notar al respecto que todo lo que se
enuncia en la teoría analítica parece destinado a borrar (como lo hacen esos seres sufrientes o
insatisfechos por diversas razones, de los que nos hacemos cargo) ¡el carácter de acto que hay en
el hecho del encuentro sexual!
Toda la teoría analítica acentúa la modalidad de la relación [relation] sexual declarada (en
buen o mal lugar, en todo caso por diversas razones y por razones sobre las cuales me permití
plantear en varias ocasiones ciertas objeciones), calificar como más o menos satisfactoria tal o
cual forma de lo que se llama la relación [relation] sexual. Puede uno preguntarse si esa no es
una manera de eludir (y hasta de ahogar lo que tiene de vivo, de tajante, propiamente hablando,
puesto que ahí se trata de algo que tiene la misma estructura de corte, que la que pertenece a todo
acto), lo que concierne propiamente al acto sexual.
Como es un corte que, como toda nuestra experiencia lo demuestra de manera
superabundante, no va de suyo y no da, propiamente hablando, un resultado de simple equidad,
como dan por resultado todo tipo de anomalías estructurales (por lo demás, perfectamente
articuladas y ubicadas, si no concebidas en su verdadero alcance en la teoría analítica), es claro
que el hecho de eludir lo que concierne al relieve como tal del acto, es seguramente algo que
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
tiene que ver con lo que llamaría el temperamento, el modo temperado como la teoría se adentra
en el propósito manifiesto de no arrastrar consigo demasiado escándalo.
Donde lo peor, por supuesto (y sin embargo no parece haber sido reducido por esta
prudencia), es que el acto sexual, a partir de entonces −e independientemente de nuestra
aspiración a la libertad de pensamiento−, que el acto sexual, contrariamente a lo que pudo
afirmarse en tal o cual zona,3 y el examen objetivo que resulta de la ética, pues bien, hay que
decirlo −ya lo reconozca o no la teoría, ya sea que ponga allí el acento o no ¡poco nos importa!−,
la experiencia, me parece, prueba de manera superabundante que desde el tiempo, que no data de
ayer, en que entre las numerosas tentativas que se han hecho, más o menos heredadas de las
experiencias complejas en otro sentido, que fueron aquellas de lo que se llama el tiempo del
hombre del placer, que en lo que pudo culminar, en ciertas fórmulas extremadas por los medios
libertarios de comienzos de ese siglo por ejemplo (de los cuales había todavía algunos ejemplares
sobrenadando, flotando en algunos medios, en otros terrenos seguramente serios, entiendo
terrenos revolucionarios), se pudo ver aún mantenerse la fórmula de que, en últimas, en fin, el
acto sexual no debía ser tomado como teniendo más importancia que tomarse un vaso de agua.
Eso se decía, por ejemplo, en ciertas zonas, en ciertos grupos, en ciertos sectores, en el medio de
Lenin. Recuerdo haber leído en otro tiempo, en Alemania, un pequeño volumen muy bonito que
se llamaba Wege der Liebe,4 si todavía me acuerdo bien del título (se trataba del comienzo, antes
de la guerra, de algo que se parecía mucho al libro de bolsillo, y en la cobertura aparecía el
encantador hocico de Madame Kollontaï −era el primer equipo−, y ella fue, si me acuerdo bien,
embajadora en Estocolmo), eran encantadores cuentos sobre ese tema. Habiendo pasado el
tiempo, y una vez que las sociedades socialistas obtuvieron la estructura que conocen, es claro
que el acto sexual no ha pasado aún al rango de lo que satisface en el snack-bar, y para decirlo
todo, que el acto sexual aún lleva consigo y debe llevarlo por mucho tiempo, esa especie de
extraño efecto de no sé qué… discordante, deficitario, en fin, algo que no se soluciona y que se
llama culpabilidad. No creo que todos los escritos de las mentes elevadas que nos rodean, y que
se titulan… cosas como El universo mórbido de la falta,5 por ejemplo, ¡como si ya se lo hubiera
conjurado! (lo escribió uno de mis amigos, prefiero siempre citar gente que me cae bien); todo
3 “en tal o cual cosa del examen” (en la versión dactilografica). 4 Kollontaï, Alexandra Mihaïlovna, Wege der Liebe, drei Erzälungen, ed. Morgenbuch Verlag, reedición 01-1992. [D.]. 5 Hesnard Angelo, L’univers morbide de la faute, PUF, París, 1949.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
eso no soluciona el asunto y no hace que por ello no tengamos que ocuparnos, tal vez todavía
durante bastante tiempo, de lo que queda enganchado de este universo en torno a los fracasos,
digamos, en torno a los fracasos cuyo estatuto justamente se ha de considerar (tal vez esos
fracasos le son esenciales), de los fracasos, digo, o no fracasos, de la estructura del acto sexual.
Por lo cual, creo tener que volver muy sucintamente, es cierto, pero volver otra vez sobre
lo insuficiente que tiene la definición que se nos puede dar en cierto registro de homilía
bendecidora respecto a lo que se llama el estadio genital, sobre lo que constituiría la estructura
ideal de su objeto. No está de más remitirse a esta literatura. Que, en verdad, la dimensión de la
ternura que se evoca allí sea algo seguramente respetable no hay que dudarlo, pero que se la
considere como una dimensión en cierta forma estructural es algo sobre lo que no creo vano
aportar una respuesta. Quiero decir, ante todo, que igualmente no es tampoco absolutamente…
-¿Qué sucede?6 ¿Qué? Ya ven, ¡justo en este momento!
Retomemos. Este incidente me dará la oportunidad de zanjar y hasta de resumir lo que
pienso que tengo para decir de esta famosa ternura… [risas] podríamos pensar un poco en eso.7
Hay un aspecto de la ternura, y tal vez toda la ternura, que podría precisarse con cierta
fórmula muy parecida a ésta: que nos conviene tener conmiseración respecto a la impotencia de
amar. Estructurar esto a nivel de la pulsión como tal no es fácil. Pero, igualmente, para ilustrar lo
que convendría articular, respecto a lo que concierne al acto y a la satisfacción sexual, tal vez
sería bueno recordar lo que la experiencia impone al psicoanalista de la ambi…güedad −ellos
llaman a esto “ambivalencia”, y además se ha usado tanto esa palabra “ambivalencia” ¡que ya no
quiere decir nada!−, de la ambigüedad del amor.
¿Acaso un acto sexual es menos un acto sexual, es un acto inmaduro, habrá de remitirse
para nosotros al campo de un sujeto inacabado, que se ha quedado pegado a un atraso a cierto
estadio arcaico, si se lo comete (el acto sexual) sencillamente en el odio?
El caso no parece interesar a la teoría analítica. Es curioso… no he visto que ese caso se
subraye en ninguna parte.
-¿Aún se oye? ¿Funciona todo este aparataje o tengo que alzar la voz? ¿Allá en el fondo?
¿Todavía sirve? Ah, muy amable, eso. ¿Qué? ¿Ah? ¡Usted no escucha! ¡Entonces esto no
funciona!
6 El cable de un micrófono comienza a arder. 7 “un tanto echada a perder” [Dorgeuille].
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PARA INTRODUCIR la consideración de esta dimensión tuve que hacer uso, en un
seminario ya antiguo (¡bueno, en los tiempos en que el seminario era un seminario!)8 de la pieza
de Claudel, bastante conocida, más exactamente de la trilogía que comienza con El rehén.
Los amores de Turelure y de Sygne de Coûfontaine, ¿son o no una conjunción inmadura?
Lo admirable es que yo creo haber dado ampliamente valor a los méritos y a las
incidencias de esta trilogía trágica. Debo decir, igualmente, sin que nadie, en mi opinión, de entre
mis oyentes se haya dado cuenta de su alcance. No es sorprendente puesto que no tuve el cuidado
de subrayar expresamente este asunto preciso y que en general los oyentes, según todos los ecos
que he recibido, evitan fácilmente ese punto. Hay dos especies: los que siguen al señor Claudel
en su resonancia religiosa del plano donde sitúa una tragedia que seguramente es una de las más
radicalmente anticristianas (entre comillas) que hayan sido forjadas jamás, por lo menos respecto
a un cristianismo de buen tono y de emoción tierna. Los que lo siguen en esta atmósfera piensan
que Sygne de Coûfontaine, por supuesto, queda en todo esto intacta. Al parecer, no es lo que ella
parece articular en el drama ¡pero no importa! Se escucha a través de ciertas pantallas… Cosa
curiosa, los oyentes que no deberían sentirse incomodados por esta pantalla (a saber, los oyentes
no religionados de entrada) parecen igualmente no querer escuchar nada de lo que se trata muy
precisamente…
Como sea, ya que no tenemos otras referencias a nuestro alcance (quiero decir, al alcance
de la mano aquí, desde lo alto de una tribuna), dejo sin embargo subrayada la pregunta de saber
si un acto sexual consumado en el odio es por eso menos acto sexual “de pleno alcance”, diría
yo.
Llevar la pregunta hasta ese nivel desembocaría en muchos rodeos, que no serían estériles
pero donde no puedo entrar hoy. Básteme con señalar, en la teoría reinante respecto al estadio
genital, otro rasgo que parece mal enlazado con aquellos de los que me sirvo, a saber, el carácter
si puede decirse, limitado, moderado, temperado de toda manera, que tomaría allí la afección del
duelo. El signo de la madurez genital, al consistir en que este objeto, realizado en el cónyuge
(porque en últimas se trata de una fórmula que tiende a adaptarse a unas costumbres tan
conformes como se las pueda anhelar…), sería normal y signo de la misma madurez que se
pueda hacer −en un tiempo que llamaremos decente− el duelo de este objeto.
8 Seminario La Transferencia, en su disparidad subjetiva, su pretendida situación, sus excursiones técnicas. Cfr. las cuatro lecciones de mayo de 1961.
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Ahí hay algo, ante todo, que hace pensar que estaría en la norma de lo que se llama una
madurez afectiva, que sea el otro quien parta de primero… Esto recuerda la interesante historia
que, sin duda, sería la de algún psicoanalizado de quien Freud da cuenta en alguna parte, ese
señor que… ¡vienés, por supuesto! es una historia vienesa… que le dice a su mujer “cuando uno
de los dos haya muerto, iré a París”. Es curioso (aquí no hago más que comentarios por esta vía
burda de oposición contrastada) que no se haya evocado nunca, tampoco en la teoría, nada
concerniente (referente al sujeto maduro) concerniente al duelo que éste, él, llevará consigo; que
bien podría ser una característica que podría contemplarse seriamente ¡respecto al estatuto del
sujeto! ¡Es probable que eso le interese menos a la clientela!… de tal manera que, a ese respecto:
el mismo blanco.
Hay otros comentarios que este pequeño incidente9 me obliga a resumir, por el tiempo que
nos hizo perder.
Quisiera sencillamente decir que la insistencia que así mismo se hace recaer, la abundancia
de desarrollos que conciernen a lo que se llama la “situación”, o también la “relación analítica”,
¿no están ahí también para permitirnos eludir el asunto que concierne al lo que toca al acto
analítico?
Por supuesto, se dirá que el acto analítico es la interpretación. Pero como la interpretación
es, seguramente, de manera cada vez más creciente en el sentido de la decadencia, aquello en lo
cual parece más difícil articular algo en la teoría, por el momento no haremos más que tomar acta
[prendre acte] (valga la expresión) de esta deficiencia.
Señalaremos que −de una manera que no deja de acarrear, debo decirlo, cierta promesa−
tenemos no obstante en la teoría algo presente, que conjuga la función del analista (no digo la
“relación analítica”, lugar hacia donde acabo de dirigir mi índice muy exactamente, para decir
que, en esta ocasión, tiene una función de pantallaje), que la función analítica entonces se la
asemeja a algo que concierne al registro del acto.
Ya veremos que esto no deja de conllevar promesas por esta razón: que si el acto analítico
ha de precisarse en ese punto, por supuesto, para nosotros, lo más vivo y lo más interesante por
determinar (que es el punto de abajo a la izquierda del cuadrángulo en lo que respecta al nivel en
que se trata del inconsciente y del síntoma), el acto analítico tiene, diría yo de una manera
bastante conforme a la estructura de la represión, una especie de posición al lado. Un
9 Se refiere al incidente del cable quemado [S.]
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
representante (si puedo expresarme así) de su representación deficiente se nos da con el nombre
precisamente de acting-out, que es lo que he de introducir hoy.
Todos los que aquí son analistas tienen por lo menos una vaga noción de que ese término,
su eje, su centro, lo da lo siguiente: que ciertos actos, al tener una estructura sobre la cual no
todos deben ponerse de acuerdo necesariamente, pero en torno a los cuales podemos no obstante
reconocerlos, pueden llegar a producirse en el análisis y en cierta relación de dependencia más o
menos grande, no respecto a la situación o la relación analítica sino a un momento preciso de la
intervención del analista; a algo entonces que debe tener alguna relación con lo que considero
como no definido en absoluto, a saber, el acto psicoanalítico.
Como en un campo tan difícil no tenemos por qué avanzar como los rinocerontes sobre la
porcelana, como vamos a avanzar despacio, tenemos con el acting out algo, algo sobre lo que
parece posible atraer la atención de todos los que tienen la experiencia del análisis, de una
manera que promete acuerdo. Se sabe que hay cosas que se llaman acting out y que eso tiene
relación con la intervención del analista.
Señalé en qué página de mis Escritos, en mi diálogo con Jean Hippolyte sobre la
Verneinung, donde puse de relieve un hermoso ejemplo, extraído del testimonio −en el que
podemos confiar, pues se trata de un testimonio verdaderamente inocente (¡sobre todo en este
caso!), el de Ernst Kris, en el artículo que escribió titulado Ego Psychology and Interpretation in
Psychoanalytic Therapy (Psychoanalytic Quaterly, volumen 20, número 1, enero de 1951).
Señalé a lo largo y a lo ancho en ese texto mío, fácil de encontrar (lo repito, hasta di la página,
uno de esos últimos seminarios y está en mi diálogo con Jean Hippolyte, el que viene después de
Función y campo de la palabra y del lenguaje, llamado también el discurso de Roma), allí
subrayé qué implica para Kris el hecho de haber intervenido (siguiendo un principio de método
que es el que promueve la ego psychology) en el campo de lo que él llama “la superficie”, y que
nosotros llamaremos, en lo que nos concierne, el campo de una apreciación de realidad.
En las intervenciones analíticas, esta apreciación de realidad desempeña un papel, en todos
los casos en los términos de referencia del analista, ¡desempeña un papel considerable!
No es una de las menores distorsiones de la teoría aquella que consiste, por ejemplo, en
decir que es posible interpretar lo que se llama manifestaciones de transferencia, haciendo que el
sujeto sienta lo impropio que contienen las repeticiones −que constituirían su esencia−, lo
desplazado, lo inadecuado respecto a ese −y que fue escrito e impreso tal cual− el campo, no de
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la situación analítica, el confinamiento en el consultorio del analista considerado como
constituyendo (así se lo escribió) ¡una realidad tan simple! El hecho de decir: “no ve usted hasta
qué punto está fuera de lugar que tal cosa se repita aquí, en este campo, donde nos encontramos
tres veces por semana” −como si el hecho de encontrarse tres veces por semana fuese una
realidad tan simple−, tiene algo, seguramente, que deja mucho que pensar de la definición que
hemos de darle a lo que concierne a la realidad en el análisis.
Como quiera que sea, es sin duda en una perspectiva análoga que el señor Kris se ubica,
cuando teniendo que vérselas con alguien que −a sus ojos, los suyos, los de Kris−, se marca
como acusándose de plagio, una vez que ha revisado el documento, que −a sus ojos, los suyos,
los de Kris− prueba manifiestamente que el sujeto no es realmente un plagiario, cree deber, como
intervención “de superficie”, articular que, en efecto, él, Kris, le garantiza que él no es un
plagiario; porque el volumen en donde él, el sujeto, creyó hallar prueba de eso, ¡Kris fue a
buscarlo y a encontrarlo! y que no vio nada especialmente original de lo que el sujeto, su
paciente, se haya aprovechado.
Les ruego remitirse a mi texto, así como al texto de Kris, e igualmente (si pueden llegar a
conseguirlo), al texto de Melitta Schmideberg,10 quien atendió al sujeto en un primer período o
etapa de análisis.
Verán allí lo que implica de tan exorbitante pasar por esa intermediación, para abordar un
caso en que, muy claramente, lo que es esencial no es que el sujeto sea realmente o no plagiario,
sino que todo su deseo consista en plagiar; por la simple razón de que a él le parece que no es
posible formular nada que tenga un valor si no lo ha tomado prestado de otro. Ese es el resorte
esencial. Puedo esquematizar de manera tan precisa porque ahí está su resorte.
Como sea, luego de esta intervención, Kris mismo nos comunica que, tras un breve lapso
de tiempo en silencio de un sujeto que, para Kris, acusa el golpe, enuncia sencillamente este
menudo hecho: que desde hace un buen tiempito, siempre que sale de donde Kris va a absorber
un buen platito de sesos frescos.
¿Qué es esto? No tengo que decirlo porque ya muy al comienzo de mi enseñanza subrayé
el hecho de que esto es un acting out. ¿Cómo? Cómo (lo cual no era enteramente articulable en
ese momento como ahora puedo hacerlo) sino así: que el objeto a minúscula, oral, está ahí en
10 Schmideberg Melitta, “Intellectuelle Hemmung und Ess-störung“, Zeitschrift f. psa. Päd., VIII, 3/4, 1934, págs. 109 a 116 (En inglés en el International Journal of Psychoanalysis, 1938, XIX, págs. 17 a 22).
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cierta forma presentificado, aportado en un plato (es el caso decirlo) por el paciente, en relación
[relation], en relación [rapport] con esta intervención. ¿Y luego qué?
¿Luego? Esto, por supuesto, sólo nos interesa, ahora −aún cuando por supuesto siempre
tenga interés, permanente para todos los analistas−, si nos permite avanzar un poco en la
estructura.
Entonces, a eso se lo llama acting out. ¿Qué vamos a hacer con ese término?
Ante todo –no nos detendremos, pienso, en esto–, es un defecto hacer uso de lo que se
llama el “franglés”. Para mí, el uso del “franglés”, debo decirlo −creo tener cierto gusto por la
lengua francesa−, no me incomoda en grado alguno. No veo, en verdad, por qué no adornaríamos
nuestro uso de la lengua con el empleo eventual de palabras que no hacen parte de ésta. ¡Eso no
me produce ni frío ni calor! Tanto más cuanto que no logro traducirlo de ninguna manera y
porque es un término en inglés de una extraordinaria pertinencia. Lo señalo de pasada, porque a
mis ojos es, en cierta forma, si puede decirse, una confirmación de algo, a saber, que si los
autores −y no voy a relatar la historia de los autores que lo introdujeron porque me urge el
tiempo−, si los autores se sirvieron de acting-out, del término acting-out en inglés, pues bien,
sabían perfectamente qué querían decir y les voy a dar la prueba. No sirviéndome de lo que
habría podido creer hallar en un excelente diccionario filológico fundamental (¡bueno! del que
dispongo en mi casa, en trece volúmenes), el New English Oxford Dictionary: no hay huella de
act out, pero me bastó con abrir el Webster’s (que es también un admirable instrumento, aun
cuando en un solo volumen y que se lo publica en América) para hallar en to act out la definición
siguiente que espero encontrar de nuevo… aquí está: to (pido excusas por mi… por mi inglés…
por mi articulación, mi spelling11, insuficiente en inglés), to represent, entre paréntesis: as a
play, story and so on, in action; entonces: “representar como un juego en la escena, una historia
en acción, as opposed, en oposición, to reading, a la lectura, como por ejemplo, as to act out a
scene one has read, entonces “como act out (no digo “representar” [jouer], porque es act out,
¿cierto? no es to play, ¿ah?), una escena que se ha leído”.
Hay entonces DOS tiempos: han leído algo… leen Racine, lo leen mal (¡por supuesto!
apuesto a que lo leen en voz alta de manera detestable), alguien que está ahí quiere mostrarles
qué es: lo representa [joue]. Eso es to act out.
11 Palabra incierta.
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Supongo que la gente que escogió ese término de la literatura inglesa para designar el
acting out sabía qué quería decir. En todo caso, eso va perfectamente, yo act out algo, porque eso
me fue leído, traducido, articulado, significado insuficientemente, o al lado.
Agregaré que si les sucede la aventura que puse en imágenes hace poco, a saber, que
alguien quiera darles una mejor presencia de Racine, no es un buen punto de partida, será
probablemente tan malo como su manera de leer. En todo caso, eso ya partirá en falso: ya hay
algo de al lado, hasta mitigado, en el acting out introducido por tal secuencia.
Ese es el comentario en torno al cual espero aproximarme a lo que solamente interrogo
hoy.
Para hablar de la lógica del fantasma es indispensable tener, por lo menos, alguna idea de
dónde se sitúa el acto psicoanalítico. Esto nos forzará a una breve vuelta atrás.
En efecto, puede subrayarse, no es necesario decirlo pero es mucho mejor si se lo dice, que
el acto psicoanalítico no es un acto sexual. Ni siquiera es posible hacerlos interferir en absoluto.
Es enteramente lo contrario.
Pero, decir lo contrario no quiere decir lo contradictorio, ¡puesto que hacemos lógica! Y,
para que se sienta, sólo tengo que ubicar el “tendido” analítico. ¡Para algo está ahí!
En el orden topológico hay algo de lo que me di cuenta, pero que constituye
verdaderamente un problema, y de lo que los mitos poco se ocupan. Y, sin embargo, la cama, es
algo que tiene que ver con el acto sexual.
La cama no es simplemente aquello de lo que nos habla Aristóteles para designar, lo
recuerdo, a ese respecto la diferencia de la fÚsij con la tecnh. ¡Y nos presenta una cama de
madera como si de un momento a otro pudiera empezar a echar brotes! Busqué bien en
Aristóteles: no hay ni huella de la cama considerada como… no sé, lo que yo llamaría, en el
lenguaje mío, y que no está lejos del de Aristóteles, el lugar del Otro. Tenía un cierto sentido del
tÒpoj, también éste, cuando se trataba del orden de la naturaleza. ¡Es bien curioso! Habiendo
hablado, en el libro H (si me acuerdo bien) de la Metafísica (pero no les aseguro)12, de esa cama,
de manera tan clara, nunca la considera como tÒpoj del acto sexual.
Se dice “hijo de un primer lecho”. Es algo que hay que tomar también al pie de la letra. Las
palabras no se dicen, no se conjugan al azar.
12 Aristóteles, Metafísica, efectivamente H 4... pero sobre todo Física II, 193a. (H. R.).
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En ciertas condiciones, el hecho de entrar en el área de la cama puede, tal vez, calificar un
acto como teniendo cierta relación con el acto sexual (cfr. las callejuelas de las Preciosas).
Entonces… la cama analítica significa algo: un área que no deja de tener cierta relación con el
acto sexual, que es una relación, propiamente hablando, de contrario, a saber, que no podría de
ninguna manera pasarse de esto. No obstante es una cama, y eso introduce lo sexual bajo la
forma de un campo vacío o de un “conjunto vacío”, como se dice en alguna parte…
Y, entonces, si se remiten a mi esquemita estructural, puesto que es ahí que hemos ubicado
ya al Otro sexual, es ahí también donde el acto analítico, en ningún caso, tiene nada que hacer.
Queda esto y esto: el A mayúscula y el a minúscula y su relación… quiero decir, el otro A
mayúscula del que… en últimas, bien me gustaría de cuando en cuando poder elidir las cosas
pesadas, pero bueno, para quienes son sordos, para los que nunca me han escuchado, se trata
justamente de ese campo del Otro, no porque duplique sino porque se desdobla de manera tal
que, justamente, está allí13, en su interior, asunto de un Otro, en cuanto campo del acto sexual, y
además porque este Otro, aquí, que bien parece no poder funcionar sin, y que es ese campo del
Otro de la alienación −ese campo del Otro que nos introduce el Otro del A tachado [A/ ], que es
también el campo del Otro donde la verdad para nosotros se presenta, pero de esta manera rota,
despedazada, fragmentaria, que la constituye propiamente hablando como intrusión en el saber.
Antes de atrevernos a siquiera plantear las preguntas que tienen que ver con ésta: ¿DÓNDE
ESTÁ EL PSICOANALISTA?, hemos de recordar de qué se trata en lo que concierne al estatuto
de lo que aquí designo como “segmento a minúscula”.
Creo que ya sintieron ustedes que es bastante claro que hay una relación entre ese a
minúscula que está aquí (2) y ese A mayúscula que está acá (1), que tienen la misma función
respecto a dos cosas diferentes.
El a minúscula, forma cerrada, forma dada al comienzo de la experiencia analítica, forma
como se presenta el sujeto, producción de su historia y hasta diremos más: desecho de esta
13 il y est, o también il y ait [tenga allí] [S.].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
historia, forma que es la que designo con el nombre del objeto a minúscula, que tiene la misma
relación con el A mayúscula del Otro sexual…
… que ese A de la verdad (del campo de intrusión de ese algo que cojea, que peca en el
sujeto con el nombre de síntoma), la misma relación que ese campo a minúscula, ¿con qué? Con
el conjunto.
Todo corte hecho en ese campo −lo cual no quiere decir que el analista que proceda allí
deba identificarse con ese campo del Otro, pues se tendría evidentemente una cierta tentación a
hacerlo (las burdas analogías entre el analista y el padre, por ejemplo), puesto que así mismo
bien podría ser ahí donde funcione esa medida destinada a determinar todas las relaciones del
conjunto, y particularmente, las del a minúscula con el campo del A mayúscula sexual−. No nos
apresuremos, les ruego, hacia fórmulas tan precipitadas ¡tanto más cuanto que son falsas! Esto no
impide que exista la más estrecha relación entre el campo del A mayúscula de la intervención
verídica y la manera como el sujeto viene a presentificar el a minúscula, aunque sólo sea (como
acaban de verlo en apariencia en el ejemplo tomado de Ernst Kris) a manera de protesta a un
corte anticipado. Sólo hay un problema y es que justamente sólo está ahí al alcance de la
intervención de Kris; tiene alcance en este campo, en la medida en que el análisis, digo, en el
análisis, es un campo desexualizado.
213
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Quiero decir que, en la economía subjetiva, es de la desexualización del campo propio del
acto sexual que depende la economía, las repercusiones entonces, que tendrán el uno sobre el
otro los demás sectores del campo.
Es por eso que esto bien vale (antes de que vaya más lejos, lo cual sólo tendrá lugar
después de las vacaciones de Pascua, y esto porque la próxima de nuestras sesiones, que será la
antepenúltima, la reservaré para alguien que me solicitó intervenir sobre lo que avancé por lo
menos desde el comienzo del mes de enero, respecto a esta topología, la que comprende tanto los
cuatro términos de la alienación como los de la repetición), bien vale en esas condiciones
detenerse en lo que concierne a ese campo, en tanto que, en el análisis, es ahí donde está
reservado el lugar del acto sexual.
Vuelvo sobre el fundamento de la satisfacción del acto sexual, en tanto que es también lo
que le da el estatuto a la SUBLIMACIÓN. Vuelvo allí para, este año, no tener que llevar más
lejos lo que introduzco sobre este punto.
¿Qué pasa con la satisfacción del acto sexual? Ésta resulta de algo que conocemos por la
experiencia analítica, es decir, que, no de un partenaire al otro sino de cualquiera de los
partenaires a la idea de la pareja como Uno, está esa falta −que podemos definir de manera
diferente: falta en ser, falta en el goce del Otro−, esa falta, esa no coincidencia del sujeto como
producto, en tanto él se adentra en ese campo del acto sexual. Pues él no es más que un producto,
en ese justo momento. No necesita ni ser ni pensar ni tener su regla de cálculo… Entra en ese
campo y cree ser igual al rol que ha de sostener allí. Esto, ya sea para el hombre o para la mujer.
En los dos casos, la falta fálica (ya se la llame castración, en un caso, o Penisneid, en el otro), es
ahí lo que simboliza la falta esencial.
De eso se trata. ¿Y por qué el pene resulta simbolizándolo? Precisamente por ser lo que,
bajo la forma de la detumescencia, materializa ese defecto, esa falta en goce, materializa la falta
que deriva, o más exactamente que parece derivar de la ley del placer.
214
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
En efecto, es en la medida en que el placer tiene un límite donde el demasiado placer es un
displacer, que eso se detiene allí y que parece no faltar nada. Pues bien, es un error de cálculo,
exactamente el mismo que haríamos, y puedo hacer que entiendan eso como hago que pase la
bolita: les aseguro que si me entrego a un cierto número de pequeñas ecuaciones que tienen que
ver con ese a, ese 1+a, ese 1-a, que es igual a a2 y todo lo que resulta de ahí, les haré pasar, en un
momento, como si nada que ese 2+a que ven ahí en la forma de ese a minúscula que está ahí y de
éstos que valen cada uno: 1…
… se lo transformaría, por un error,14 por supuesto, en un 2a+1 ¡sin que siquiera hayan
visto fuego! Hoy no tengo tiempo para eso. Si quieren lo hago la próxima vez, cuando tendremos
un pequeño debate, será fácil de hacer ¡y hasta muy divertido! No hay nada más divertido que
esta bonita función que se llama número de oro.
El 1-a que está aquí, y del que es fácil demostrar que es igual a a2, es lo que tiene de
satisfactorio el acto sexual. A saber, que en el acto sexual uno no se da cuenta de lo que falta.
Es toda la diferencia que hay con la sublimación. No es que en la sublimación se lo sepa
todo el tiempo, sino que se lo obtiene como tal, al final; si acaso es que hay un fin de la
sublimación.
Es lo que voy a intentar materializar para ustedes con el uso de lo que concierne a esta
relación llamada media y extrema razón.
¿En la sublimación qué sucede? Lejos de que la falta que está aquí bajo la función de a2
respecto a ese a minúscula que acaba de ser ubicado aquí sobre el 1, de la manera como ven más
arriba… Lo importante de esta relación, ya lo dije la última vez, es la posibilidad de proceder por
reducción sucesiva, que se produce así: proyectan aquí el a2 y obtienen, respecto a lo que queda,
a saber este a, otra sustracción del a, es decir, a-a2, que resulta, es fácil de demostrar (así como a
al cuadrado era igual a 1-a) igual a a3, que se ubica aquí.
14 ¿Alude al probable error de la lección anterior?
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Esto es lo que obtienen tomando siempre el resto, y no por supuesto lo que reprodujeron
del a2; si proyectan así el a3, obtienen aquí un sector que tiene el valor de a4; luego, lo proyectan
y obtienen aquí a5. Tienen entonces todas las potencias pares de un lado, todas las potencias
impares del otro.
Es fácil ver que irán, si puedo decirlo, al encuentro la una de la otra, hasta totalizarse en 1,
pero que el punto donde se producirá el corte entre las potencias impares y las potencias pares es
fácil de calcular: ese punto es muy precisamente un punto que se puede determinar por el hecho
de que es igual al a2 que se producía aquí primero.
Basta con que manipulen un poco esas proporciones sobre una hoja blanca para que
puedan comprobarlo ustedes mismos.
¿Qué da esto en tanto estructura de la función sublimatoria?
Primero, que al contrario del puro y simple acto sexual, es de la falta que parte y es con
ayuda de esa falta que construye lo que es su obra y que es siempre la reproducción de esa falta.
Como quiera que sea, no importa cómo se la tome −y la obra de sublimación no es
necesariamente la obra de arte, pueden ser muchas cosas además incluyendo lo que estoy
tratando de hacer aquí con ustedes, que nada tiene que ver con la obra de arte−, esta reproducción
de la falta que llega hasta a precisar el punto en donde su corte último equivale estrictamente a la
falta de punto de partida a2, es aquello de lo que se trata en toda obra de sublimación culminada.
Por supuesto, esto implica dentro del acto, una repetición: sólo retrabajando la falta de
manera infinitamente repetida, se alcanza el límite que le da a la obra entera su medida.
Por supuesto, para que esto funcione, bien conviene que la medida sea justa al comienzo.
Pues noten algo, con la medida a minúscula, que le hemos dado como siendo una medida
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
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especialmente armónica, obtienen la fórmula siguiente: 1+a+a2 (etcétera, hasta el infinito, en
cuanto a las potencias invocadas), es igual a 1/1-a.
Esto no es solamente cierto para a de la justa medida, de aquella del número de oro, por
cuanto esta nos sirve de imagen, para la medida del sujeto respecto al sexo en un caso ideal. Esto
funciona para cualquier x, de no importa qué valor, con la única condición de que este x esté
comprendido entre cero y uno. Es decir, que implica también, respecto al 1, cierto defecto o
cierta falta.
Pero, por supuesto, la manipulación no será tan fácil respecto a la función repetitiva de la
sublimación. Justamente, de lo que se trata es de lo que concierne, en el punto de partida, a ese a:
el a no sólo tiene que ver, en el sujeto, con la función sexual; hasta le es anterior, y está
vinculado pura y simplemente con la repetición en sí misma. La relación de a con $, en tanto que
el $ hace esfuerzos por estar justamente situado respecto a la satisfacción sexual, es lo que se
llama, propiamente hablando, el fantasma, y es aquello con lo cual este año deseamos tener que
vérnosla. Pero antes de ver cómo accedemos allí, a saber, al acto analítico, era necesario que yo
articulara para ustedes, de una manera que ciertamente puede parecer alejada de los hechos −no
lo está, ya lo verán, a tal punto que pueden creerlo cuando se hacen chistes sobre la presencia o
no en su bolsillo de la regla de cálculo. Verán, al contrario, que es al introducir esas novedades
en el orden estructural, que muchas confusiones, colapsos,15 embrollos de la teoría, pueden
airearse de una manera que tiene su sanción en el orden eficaz.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo
ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
15 Collapses, en vez de collapsus, colapso. Puede ser collapse, en inglés, o col-lapses, cuello-lapsos [T.]
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Lección 15
15 de marzo de 1967
Deseo dar todo el tiempo, por lo común reservado a nuestro encuentro, al doctor Green,
que ven ustedes a mi derecha. Empiezo entonces un poco más temprano para decirles muy
rápido las pocas palabras de introducción en las que había pensado en esta ocasión, sin saber
además de antemano, que él tenía, como acaba de decírmelo, muchas cosas para decirnos, a
saber, que muy probablemente ocupará la hora y media. Eso es...
¡Bueno! En virtud de las tramas secretas y como siempre muy seguras de mi superyó,
como hoy, en ultimas, implícitamente, me di vacaciones, encontré la manera de tener que
hablar anoche a las cinco, a las cinco de la tarde, a la joven generación psiquiátrica en Saint-
Anne. Esto significa, ¡por Dios! a la generación de los candidatos analistas.
¡No! ¿Y yo qué tenía que hacer allá? En verdad, poca cosa, dado que quienes me habían
precedido, y particularmente de entre mis alumnos y los mejor formados para enseñarles lo
que puede destinarse a iluminarlos sobre mi enseñanza, por ejemplo la señora Aulagnier, Piera
(¿qué no fundaríamos sobre esta piera?...), Serge Leclaire, hasta Charles Melman, para
nombrarlos con letras alfabéticas, y hasta otros... ¡si!
Pues bien, aparte de la parte de distracción que me lleva a veces a decir sí cuando se me
pregunta algo, tenía sin embargo razones para estar allí. A saber, que todo eso ocurría en el
marco de una enseñanza que es la de mi viejo amigo, de mi viejo camarada, Henry Ey. Eso
es...
La generación nuestra, puesto que es la misma, la de Henry Ey y la mía, habrá cumplido
pues cierto rol. Ese viejo camarada, en particular, habrá sido aquel que, para mí, se lleva las
palmas en lo que concierne a una función que no es otra que la que yo llamaría del civilizador.
Ustedes no se dan cuenta bien de lo que era la sala de guardia de Saint-Anne, cuando
llegamos allí ambos, con otros también que tenían casi la misma vocación, pero bueno, ¡que
se quedaron a medio camino!
El subdesarrollo, si puedo decirlo, en cuanto a las disposiciones lógicas, puesto que aquí
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
se trata de lógica, era en verdad, a ese nivel, hacia 1925, ¡eh! no data de ayer... algo
extraordinario. Pues bien, desde ese tiempo, Henry Ey introdujo su gran máquina, el organo-
dinamismo... Es una doctrina... es una doctrina falsa, pero incontestablemente civilizadora. A
este respecto, cumplió su papel. Se puede decir que, en el campo de los hospitales
psiquiátricos, no hay una sola mente que no haya sido tocada por los asuntos que esta doctrina
pone en primer plano y esos asuntos son asuntos de la mayor importancia.
Que la doctrina sea falsa es casi secundario, desde el punto de vista de este efecto.
Primero, porque eso no puede ser de otra manera. Eso no puede ser de otra manera porque es
una doctrina médica. Es necesario, es esencial para el estatuto médico, que esté dominado por
una doctrina. Siempre se ha visto esto. El día en que ya no haya doctrina, tampoco habrá
medicina. Por otra parte, es no menos necesario, la experiencia lo prueba, que esta doctrina
sea falsa; si no, no podría prestar apoyo al estatuto médico.
Cuando las ciencias -de las que se rodea ahora la medicina y se ayuda, se deja... se abre a
ellas desde todas partes- se hayan reunido en el centro, pues bien, ya no habrá medicina; tal
vez aún haya psicoanálisis, que en ese momento constituirá la medicina. Lo cual resultará
bastante fastidioso, porque ese será un obstáculo definitivo para que el psicoanálisis llegue a
ser una ciencia. Es por eso que no lo deseo.
Pues bien, ayer tarde me vi llevado ante ese auditorio así elegido, a hablar de la operación
de alienación, sobre la que, para la mayoría, dado que uno no se desplaza tan fácilmente de
Saint-Anne hasta la École Normale (It is a long way...), creí deber precisar para ellos (para
ellos que constituyen en ultimas la zona de llamamiento a las responsabilidades
psicoanalíticas, en otros términos, a quienes formarán a los psicoanalistas) creí deber
precisarles, porque ese era en verdad el lugar, precisarles cómo se plantea, si puede decirse, lo
que se llama esa elección inaugural que es, lo saben ustedes, una falsa elección puesto que es
una elección forzada.
¿Qué nombres le convienen a esa elección en esta zona, central, de la de los futuros
responsables? Entonces, así como para despertarles los oídos, les puse encima los nombres
que convienen, los nombres apropiados; me veo en efecto forzado a aludir a ello porque es
raro que los encuentros, aún limitados, como esos, queden en secreto, sobre todo cuando se
trata de una sala de guardia, y tal vez les retornarán a sus oídos algunos ecos de esos nombres
en forma de burlas. No se trata, evidentemente, de nombres necesariamente amables. Pero,
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
entre el yo no pienso y el yo no soy, tampoco es (en lo que concierne a una zona más vasta...
planteados como siendo los constituyentes fundamentales de esta alienación primera),
tampoco es muy amable para el conjunto de esta zona que destaco en el campo humano, bajo
la forma del campo del sujeto: o él no piensa, o él no es. Además eso cambia si lo ponen en
tercera persona. En efecto se trata de yo no pienso o yo no soy. Entonces, esto tempera mucho
el valor de los términos que utilicé ayer tarde, sobre todo si se piensa que en virtud de la
operación de alienación, hay uno de esos términos que siempre es excluido.
Luego, mostré que el que queda toma otro valor, en cierta forma positivo, al proponerse,
hasta al imponerse como término de escala1; que justamente se propone a la crítica de
aquellos a los que invocaba, en ese momento que yo invocaba, considerar que la posición
propia del candidato, es la crítica. Era muy urgente. Porque si la situación antigua era la de
subdesarrollados de la lógica, la situación actual en esta generación, por una especie de
paradoja y por un efecto que es justamente el del análisis... La incidencia, casus, del mejor,2
optimus, puede ser en bastantes casos pessimus, la más mala. Los otros eran subdesarrollados
de la lógica, pero estos tienen una tendencia a ser sus monjes. Quiero decir, que de la misma
manera como los monjes se retiran del mundo, ellos se retiran también de la lógica; ¡para
pensar esperan que su análisis haya terminado!
Los incité enérgicamente a abandonar ese punto de vista. Además no soy el único y
resulta que hay otros, que hay uno a mi lado, por ejemplo, que es de los que, en este orden,
intentan despertar cuando aún es tiempo (quiero decir, no necesariamente al final del
psicoanálisis didáctico, sino también en curso y tal vez eso tenga mayor valor) la vigilancia
crítica de quienes, dado el caso, él puede tener que adoctrinar.
No obstante debo decir que es a título de psicoanalista, de representante de ese campo,
problemático, que es donde aún se juega por el momento todo el porvenir del psicoanálisis,
que el señor Green recibe de mi, hoy, la palabra, y ello en razón del hecho ¡por Dios!
definitivamente importante, de que él mismo se propuso, quiero decir, que de ninguna manera
es por ser uno de mis alumnos sino de mis seguidores, que él va a decirles hoy las reflexiones
que le inspiran los últimos términos que aporté sobre la lógica del fantasma. Le doy ahora la
palabra, exactamente durante el tiempo que quiera, reservándome el extraer provecho tanto
1 Palabra incierta. 2 “la incidencia, casus, del mejor optimismo, tal vez…” [Sizaret].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
para su uso como para el mío, de lo que habrá dicho hoy.
¡Es suya la palabra, Green!
Dr. Green - Luego de un seminario que me hizo reflexionar mucho y que me hizo decirle
cuánto lamentaba que los seminarios cerrados se hubieran suprimido, Lacan me volvió a dar la
oportunidad de dirigirme a ustedes hoy, cosa que le agradezco.
No obstante, es necesario que las cosas queden bien claras desde el comienzo, las
elecciones legislativas ya terminaron, y no es a una confrontación como las que pudieron
escuchar “en los medios” a lo que me dedicaré hoy. Voy a intentar sobre todo, después de la
lectura de los seminarios que Lacan me transmitió la semana pasada, de ubicar un cierto
número de puntos sobre los cuales me entregaré a un examen de la teoría lacaniana respecto a
la teoría freudiana y a los problemas que eso plantea.
En uno de sus seminarios, Lacan dijo: "Lo que nos interesa no es el pensamiento de
Freud, es el objeto que descubrió". En efecto, esta toma de posición es muy importante;
previene contra una pseudoortodoxia freudiana, y sin embargo, hay problemas que se plantean
cuando se comparan el espíritu y la letra, y no será aquí donde les enseñe que Lacan prefiere
la letra al espíritu. Pero precisamente se trata de constituir la letra de Freud y de intentar su
formalización. Ya el año pasado, durante un seminario sobre el asunto del objeto a, hablé,
diría yo, ante el seminario reducido; hoy habló ante el gran seminario y creo que eso no deja
de plantearme un problema particular porque ante la asistencia, seleccionada por el mismo
Lacan, del seminario reducido, yo sabía por lo menos a quién le hablaba, mientras que hoy
debo decirles que no sé a quién le hablo y que eso me plantea problemas, puesto que yo le
hablo sobre todo a los analistas.
Voy a ubicar los problemas que trataré ante ustedes y que se podrán agrupar en cinco
capítulos:
- hablaré primero del ello y de su verdad gramatical en sus relaciones con lo inconsciente;
- abordaré luego el asunto de la repetición en su relación con la diacronía;
- abordaré luego la pulsión respecto al lenguaje;
- seguiré con el examen de lo que llamaré las clases pulsionales, a saber, lo que concierne
a las pulsiones llamadas de meta inhibida respecto a las pulsiones de meta no inhibida, por
cuanto podrían decirnos algo sobre las relaciones entre el gran Otro y el a;
- y por último, concluiré con algunos comentarios sobre la unidad subjetiva, es decir, la
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
relación del Uno unificante con el Uno contante, en las relaciones de la estructura y el sujeto.
Durante el seminario del primero de febrero de 1967, Lacan decía: "no es fácil pensar el
Es". Fue sobre todo en el seminario del 11 de enero que Lacan dio las más acabadas
formulaciones sobre el Es: "¿Qué es ese Es? Eso acaba de desaparecer, un poco más e iba a
ser", algo que apunta al Ser, dice Lacan. En los Escritos, pág. 517, Lacan precisa que se trata
de un lugar de ser. Esta posición se enlaza con la proposición que Lacan mismo calificó como
presocrática, wo Es war, soll Ich werden. Lacan dio varias traducciones de esta. En La Cosa
freudiana, "allí donde estuvo ello, allí he de sobrevenir". Luego, en La instancia de la letra,
"allí donde estuvo ello, tengo que advenir". Y por último, una omisión que yo le señalo en su
índice que él mismo firma, pág. 864, no se señala la última definición. Como es la última, me
parece importante darla: "allí donde estaba, allí, como sujeto debo advenir".
Relación entonces, respecto al ello, del pensamiento con el Ser, "que tampoco es un Ser,
sino un deser" (seminario del 11 de enero del 67). Por último, el punto, la definición, puede
decirse, que es pivotal, para emplear una palabra muy utilizada estos últimos años: "el ello es
propiamente hablando lo que, en el discurso, en tanto estructura lógica, es muy exactamente
todo lo que no es yo, es decir todo el resto de la estructura. Y cuando digo "estructura lógica",
entiendan: gramatical", seminario del 11 de enero. Aquí se encuentra centrado el problema
que tenemos que cernir en lo que concierne al asunto del ello. El inconsciente está
estructurado como un lenguaje, el ello entonces, respecto a lo inconsciente, es todo lo que no
es yo, todo el resto de la estructura lógica como gramatical que es la esencia del ello
(seminario del 11 de enero). A este respecto, asistimos en parte, si no una refutación, por lo
menos a una instalación de las posiciones anteriores de Lacan respecto al ello. Ello habla es
un cortocircuito de la relación ello-inconsciente, pero con la condición, precisa Lacan, de que
se perciba bien que no se trata de ningún ser. He ahí pues la posición lacaniana sobre el ello.
Ahora voy a dirigirme hacia Freud para considerar tres textos mayores. Creo que nos
hallamos aquí ante problemas muy difíciles y que implican ciertamente una reflexión
suplementaria para examinar la compatibilidad o la incompatibilidad de la teoría lacaniana
con la posición freudiana, con su letra, en todo caso.
En El Yo y el Ello, Freud da la definición del ello. Para hacerlo, primero propondrá un
razonamiento que es el siguiente: dirá que hay representaciones verbales auditivas y
representaciones visuales, siendo auditivas las representaciones verbales, no auditivas
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
evidentemente las representaciones visuales, y dirá que el paso de esas representaciones
inconscientes a lo consciente pasará obligatoriamente por el estadio del preconsciente.
Mientras que existirá otra categoría de fenómenos que en cambio no pasarán jamás por el
estado preconsciente y que pasarán directamente del estado inconsciente al estado consciente:
esos son los afectos. ¿Por qué es importante recordar esto? Justamente para precisar que lo
inconsciente comprenderá dos sectores por lo menos: el de la representación y el de los
afectos; y que las representaciones serán el soporte de la combinatoria representaciones-de-
palabras o representaciones-de-cosas, mientras que el afecto, en cambio, no puede entrar en
ninguna combinatoria. Sin embargo, si mantenemos la posición que yo defendí aquí sobre el
afecto en tanto que es un significante, vemos que ahí chocamos con problemas de estructura
en lo que concierne a los afectos. ¿Qué pasa entonces respecto al lenguaje? Respecto al
lenguaje en el discurso del analizado, tenemos elementos que entrarán en juego y que no serán
los de la combinatoria, que serán los de la puntuación del discurso, de sus pausas, de sus
cortes, de la prosodia, de la acentuación; y ciertamente no es lo mismo para un analista decir
dos cosas que son prácticamente las mismas, cuando relata una sesión: me dice entonces, con
voz ahogada: "¡pero entonces sería a mi padre muerto a quien le hablaba en el sueño!"; y lo
mismo en el obsesivo: "¿pero entonces, sería a mi padre muerto, a quien le hablaba en el
sueño?"
En 1932, durante la Conferencia 31, Freud da la definición más extensiva del ello y que
es la que ciertamente aporta mayor claridad y es, creo, sobre todo en lo que concierne a esta
definición o a esta descripción que se planteará el problema del asunto de la verdad gramatical
del ello: "Es la parte oscura, inaccesible, de nuestra personalidad [...] Nos aproximamos al ello
con comparaciones, lo llamamos una caldera llena de excitaciones borboteantes. Imaginamos
que en su extremo está abierto hacia lo somático, ahí acoge dentro de sí las necesidades
pulsionales que en él hallan su expresión psíquica, pero no podemos decir en qué substratum.
Desde las pulsiones se llena con energía, pero no tiene ninguna organización, no concentra
una voluntad común, sólo el afán de procurar satisfacción a las necesidades pulsionales con
observancia del principio de placer. Las leyes lógicas del pensamiento, sobre todo el principio
de contradicción, no rigen para los procesos del ello."3 Allí Freud retomará exactamente en
3 Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, 31ª conferencia: La descomposición de la personalidad psíquica.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
los mismos términos que escribió el proceso primario y lo inconsciente, es decir las diferentes
características que ustedes conocen, la coexistencia de contrarios, la ausencia de negación, la
inexistencia de referencias temporo-espaciales, y Freud insiste enormemente en esta
intemporalidad. Termina más o menos con esto: "El factor económico o, si ustedes quieren,
cuantitativo, e íntimamente enlazado con el principio de placer, gobierna todos estos procesos.
Investiduras pulsionales que piden descarga: creemos que eso es todo en el ello." Freud insiste
también en el hecho de que esas características de descarga ignoran completamente la calidad
de lo que se inviste, lo que en el yo llamaríamos una idea. Pues bien lo remito a esas páginas,
pero asimismo quería recordar que, respecto a esta conferencia 31, Freud dice "Entonces, ya
no usaremos más «inconsciente» en el sentido sistemático y daremos un nombre mejor, libre
de malentendidos, a lo que hasta ahora designábamos así. Apuntalándonos en el uso
idiomático de Nietzsche, y siguiendo una incitación de Groddeck, en lo sucesivo lo
llamaremos «el ello»."
He ahí cuál es la posición freudiana. Lo único que puede decirse es que, pocos años antes
de su muerte, cuando Freud escriba el Esquema, retomará esas mismas formulaciones en lo
que yo llamaría una dirección aún más radicalizada. Freud mismo da precisiones sobre lo que
contiene el ello. Dice: lo heredado, "lo que se trae con el nacimiento, lo establecido
constitucionalmente; en especial, entonces, las pulsiones que provienen de la organización
somática, que aquí [en el ello] encuentran una primera expresión psíquica, cuyas formas son
desconocidas para nosotros"4. ¿Cuál es entonces el sentido de esta operación operada por
Freud? En la medida en que encontramos aquí términos enteramente idénticos a los que Freud
emplea para el proceso primario y para lo inconsciente, puede decirse que el ello comprende
tres polaridades: la que yo llamaré "constituyente de lo simbólico": la condensación y el
desplazamiento; una polaridad que llamaré (a falta de algo mejor) "categorial", es decir, la
definición del ello respecto al concepto de negación, respecto al tiempo o al espacio; por
último una tercera polaridad que yo llamaré "energética"; sobre esta no necesito explicarme,
es decir, la tendencia a la descarga esencialmente y el proceso cuantitativo.
Lo que no se ha subrayado suficientemente es la solidaridad, yo diría la consustancialidad
casi, de ese reordenamiento de la segunda tópica con la introducción de la pulsión de muerte.
4 Esquema del psicoanálisis, (1940 [1938]), vol. XXIII, Amorrortu, Bs. As., 2004. Cfr. Parte I, La psique y sus operaciones. El aparato psíquico.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
De hecho, si queremos hablar de la simbolización, estamos obligados a hablar de la estructura
y es el punto central que desarrollaré a lo largo de esta intervención, por cuanto la estructura
nace de una acción ligada al antagonismo de Eros y de la pulsión de muerte. La verdad
gramatical, la concatenación, la sutura, es el resultado de un trabajo que incluye el contra-
trabajo de la pulsión de muerte. Sutura, cadena significante, el uno contante se identifica con
el cero por cuanto es indispensable en el proceso. Pero, y es sobre todo sobre esto que quisiera
poder atraer su atención, el cero puede disolver la operación, impedirle producirse y todo
puede quedar en ese cero sin dar un paso más. Ciertamente, no regresaré por chiste a la
metáfora del caldero y voy a asociar al respecto, voy a asociar proponiéndoles otras dos
circunstancias donde se trata del caldero en Freud.
La primera será la de El Chiste.5 "A -así lo dice Freud- ha tomado prestado de B un
caldero de cobre, y cuando lo devuelve, B se le queja porque el caldero muestra un gran
agujero que lo torna inservible. He aquí su defensa: «En primer lugar, yo no pedí prestado a B
ningún caldero; en segundo lugar, el caldero ya estaba agujereado cuando lo tomé de B; en
tercer lugar, yo devolví intacto el caldero». Pienso que este relato de la defensa de A es lo más
adecuado para hacernos pensar, en efecto, sobre el asunto de la lógica, la lógica de lo
inconsciente y justamente sobre la sublógica que defiende Lacan. ¿Acaso este ejemplo no vale
las green ideas? No tanto las ideas de Green, sino las "verdes ideas", o las ideas verdes...
Segundo ejemplo, Macbeth. Freud, en Análisis terminable e interminable,6 hablará de la
"bruja metapsicología" sin la cual no es posible dar un paso más cuando se busca comprender.
Interroguemos justamente a esas brujas de Macbeth, tal como Freud lo analiza en su artículo
sobre las excepciones.7 Las brujas están inclinadas sobre el caldero y hacen una predicción, es
decir que se trata exactamente de la situación de Edipo al revés: aquí no es Edipo, no es
Macbeth quien responde a un enigma, es una respuesta que le es dada en tanto respuesta falaz,
ya veremos cómo. Porque ellas dicen: for none of woman born shall harm Macbeth,8 "pues
nadie que haya nacido de una mujer dañará a Macbeth", ya saben ustedes que es en ese
momento que Macbeth se basará. Si nos damos cuenta, ese discurso de bruja lo hallamos
precisamente formado por dos categorías o por dos estilos diferentes, un primer estilo de
5 El chiste y su relación con lo inconsciente [1905], vol. VIII, Amorrortu, Bs. As. 6 [1937], vol. XXIII. 7 “Algunos tipos de carácter dilucidados por el trabajo psicoanalítico” [1914-16], vol. XIV, Amorrortu.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
enigma y de predicción, uno segundo que es un estilo puramente de encantamiento. El primer
estilo me parece como el del lugar de la verdad gramatical, el segundo me parecerá algo que
yo llamaría precisamente como un estilo propio del ello. El uno sin el otro no es.
Último ejemplo. Veamos a Freud ante El Moisés de Miguel Angel.9 Aquí también dos
partes: un enigma, un afecto. Un afecto que es que Freud se siente mirado por la estatua de
Moisés, no puede separarle su mirada. Penetra en la iglesia de San Pedro, "como uno de esos
judiítos que formaban la tribu de Israel, como esa chusma -dice Freud- a quienes fulminan los
ojos de Moisés [pág. 1877, Biblioteca Nueva, tomó 2]. El judío mira al judío, y la dilucidación
será justamente la dilucidación de la combinatoria, es decir de la significación del dedo, del
índice en la barba. Pero también ahí, insisto, Freud no habría podido hacer el análisis si no se
hubiera sentido concernido ante todo por el afecto, por la evidencia del afecto, pudiera yo
decir, o más exactamente, el apremio del afecto. ¿Qué soy yo? pregunta Freud. Exactamente
como... él recibe una respuesta como Moisés recibió una: "Soy lo que soy".
No defiendo el afecto contra la combinatoria. Defiendo simplemente el estatuto
significante del afecto, del que la combinatoria no me parece poder dar cuenta. Aquí
tendremos otra perspectiva, la de la intemporalidad, y el concepto de repetición.
Antes de pasar a la repetición les leeré un breve diálogo de mi autoría:
"-¿Qué es eso [ca]?
- Eso es nada. Es todo.
- ¿Dónde es que está?
- Allí donde estaba.
- ¿Y eso cómo?
- Eso
- ¿Qué quiere decir eso?
- Eso desea.
- ¿Y eso cómo?
- Eso se repite
- ¿Repite?
- Repite
8 Shakespeare, Machbeth, IV, I, 80. 9 El Moisés de Miguel Angel [1914], vol. XIV.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
- ¿Hasta cuándo?
- Hasta eso."
Veamos entonces qué pasa con el asunto de la repetición. La repetición es entonces una
cualificación esencial de la pulsión. "Es el principio director de un campo en tanto que es
propiamente subjetivo", dice Lacan10 y plantea enseguida aquí la relación del Uno contable y
del Uno unificante. El Uno de la recurrencia "sólo se instaura de la repetición", "lo cual
sucede cuando, por efecto del repitente lo que había de repetirse se convierte en lo repetido".
¿Cuál es la relación de la repetición con el gran Otro? La alienación como significante del
Otro, "en tanto hace del Otro un campo marcado por la misma finitud que el sujeto mismo", es
el algoritmo bien conocido por ustedes, S(A/ ).
Lacan constata que el Dios de los filósofos no está presente en la teoría analítica como
teoría del sujeto sometido a las leyes del lenguaje, en el lugar del Otro como lugar de la
palabra. Esta alteridad radical presente en Freud, hemos de buscarla por supuesto en la
castración, que es justamente el signo de la finitud. Pero según Freud los fantasmas originarios
son innatos, están, como dice Lacan, en posición de significantes-clave, seducción, castración,
escena primaria, organizadores del deseo humano.
Pero aquí, tengo que puntuar otro dato que me parece desatendido en el conjunto del
movimiento psicoanalítico francés, no importa de qué borde se trate. Se trata de un nombre
horrible: la filogénesis. Pienso que la filogénesis, la pulsión de muerte, y la segunda tópica son
datos absolutamente inseparables para comprender todo lo que concierne a la teoría freudiana
después de 1920. Esta filogénesis no tiene una función seriológica11 puesto que ordena el
deseo, pero de hecho, tiene por función dar cuenta de lo que podría llamarse el hiato entre la
experiencia individual y las causas y las consecuencias, a saber, que para cierto número de
experiencias, el mínimo de hechos, de causas, conlleva el máximo de efectos.
Es por eso que justamente una concepción llamada genética del desarrollo no puede
responder en ningún caso, por ser cuantitativa, ¿qué será eso? Será, como decía la paciente
que hace poco dejé, hablando de su curiosidad sexual infantil, de los juegos en que ella ponía
un cojín sobre su vientre para parecer embarazada: "es bastante poca cosa". Es bastante poca
cosa en efecto si no hubiera ahí significantes-clave para darle todo el peso organizador en la
10 Lección del 15 de febrero de 1967. 11 Palabra incierta; ¿“semiológica”?
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
estructura.
Pero esto no resuelve el problema de lo que tenemos que pensar sobre la filogénesis. Esto
querría decir entonces, según Freud, que existe algo diferente en el tiempo del sujeto que no es
el tiempo del individuo. La repetición como esencia del funcionamiento pulsional, es la
retoma a nivel del sujeto de un tiempo que yo llamaría impersonal, el que pertenece al genitor.
Todo sucedería entonces como si en el momento sincrónico, volviéramos a encontrar, ahí, la
misma división que para el sujeto, a saber, que Freud introduce en el tiempo del sujeto otro
tiempo que no es el mismo. Yo lo llamo, empalmándolo con el vocabulario lacaniano, "el
tiempo del Otro".
Para que haya Edipo, como dice mi amigo Rosolato, se requieren tres generaciones de
hombres, porque el Edipo es la doble diferencia, diferencia de los genitores entre sí, diferencia
de los genitores y de los engendrados. Por eso es a la vez estructura e historia.
[...] marcan las cosas desde la pulsión de muerte sobre la filogénesis, ya lo veremos en la
relación repetición-memoria. Aquí, en la teoría freudiana, hay que introducir un cambio, no
soy yo quien lo hace, es Freud. Ese cambio será precisamente el que distinguió según las tres
instancias, tres categorías de fenómenos que serán diferentes para cada una de las tres
instancias. Esto es lo que dirá: "lo que la pulsión es al ello, la percepción lo será para el yo"12.
Pero con esto hemos llegado al punto donde nos preguntamos si algo no funciona de manera
equivalente para el superyó, en "correspondencia". En efecto, aquí encontramos, y esto lo
describe Freud de una manera en extremo específica y de una manera que, en mi opinión, ha
sido descuidada: la llama "la función del ideal". "¿De qué se trata en la función del ideal? Se
trata esencialmente de la función del padre muerto, que se constituye en torno al tótem. El
ritual funerario restablece los lazos con el desaparecido, lazos que la muerte ha abolido y que
la memoria venera. La muerte es la condición necesaria para que los signos procedan
eficazmente por su prioridad". Económicamente, la operación tiene efectos comparables con
lo que Freud confiere al funcionamiento del pensamiento, que tiene la ventaja, respecto al
investimento sensorial, o libidinal, de un ahorro considerable [incidente breve: eco en la
sonorización]. "Así la fragilidad de los lazos que unen al sujeto con el desaparecido a través
de la memoria y el sostenimiento de su conversación a través del ritual le exigen también una
12 “Para el yo, la percepción cumple el papel que en el ello corresponde a la pulsión”, traducción de José Etcheverry en Amorrortu. Cfr. El yo y el ello [1923], vol. XIX, pág 27.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
elevación considerable del nivel de investimento a fin de combatir la perpetua amenaza de su
disolución".
En otras palabras, es el asunto de las pequeñas cantidades de energía que caracterizan el
funcionamiento del pensamiento, como Lacan lo recordó, pero esas pequeñas cantidades de
energía son insostenibles si el nivel general de investimento del sistema no es globalmente
falseado. El tótem cesa de ser cosa, no se basta con ser testigo, es ausencia consagrada por el
proceso subtendido, por el poder de la ilusión, es decir, del deseo. El engrandecimiento del
desaparecido -Überschätzung, "engrandecimiento" es un término freudiano- colma toda la
escena, véase al padre de Hamlet o al padre de Orestes, pero, por eso mismo, he ahí al padre
muerto vinculado por su lugar, por la alianza que se sella entre la prolongación infinita de su
presencia y la protección, la benevolencia o, mejor, la neutralidad benevolente que él debe
acordar.
Esta función del ideal como formadora del campo de la ilusión es pues lo que podría
referirse justamente al gran Otro lacaniano, por supuesto, por la muerte, la muerte del padre y
la castración de la madre; lo que se repite en la pulsión, es a la vez la compulsión de la pulsión
de vida y la compulsión de la pulsión de muerte. Lacan especifica13 esa relación del lenguaje
con la muerte en uno de sus seminarios: "el lenguaje, dice, no domina ese fundamento del
sexo por cuanto tal vez está más profundamente vinculado con la esencia de la muerte que lo
que concierne a la realidad sexual".
En conclusión de este capítulo, la repetición sí es entonces fundadora de la distinción
entre el Uno unificante y el Uno contable. Pondré este Uno unificante a cuenta de esta
experiencia individual, y el Uno contante que se identifica con el cero del sujeto con esta traza
de la función del ideal que rodea cada operación, pero el cero es de doble empleo. Es el cero
de la estructura del sujeto, es el cero al cual el sujeto corre el riesgo de ser efectivamente
reducido, es decir, el del silencio que ya no lleva a ninguna operación. Los contadores de
cohetes cuentan hacia atrás: 5,4,3,2,1,0, se fue ¡se acabó!
[Incidente: música de órgano]
Cuando Freud puede articular la pulsión, no puede sino pasar por la estructura gramatical.
[Cfr. el] seminario del 18 de enero del 67 donde Lacan se refiere a las pulsiones y su destino, y
al ejemplo de Ein Kind wird geschlagen, que culmina en la reflexión: "solamente en un
13 Lección del 18 de febrero.
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mundo de lenguaje puede tomar su función dominante el "yo quiero ver" dejando abierto el
asunto de saber de dónde y porque soy mirado. Solamente en un mundo de lenguaje, adquiere
su valor pivote un niño es golpeado. Solamente en un mundo de lenguaje el sujeto de la
acción hace surgir la pregunta que lo soporta: ¿por qué actúa él?".
El primer comentario es que cuando se ve uno tentado a ligar la función al lenguaje,
siempre termina uno llevado a reservarla para trabajos anteriores a la pulsión de muerte, 1915-
1919 para los textos en cuestión aquí.
El mundo de lenguaje está ligado a la combinatoria de las representaciones. Pero en
Pulsiones y destinos de pulsión [1915], Freud jamás menciona el Vorstellungrepräsentanz,
únicamente aparece con La represión [1915]. Todas Las pulsiones y su destino reposan en el
análisis de las pulsiones parciales, escoptofilia y sadomasoquismo. Los destinos de las
pulsiones son cuatro: vuelta contra si, transformación en su contrario, represión, sublimación
(capítulo que Freud jamás pudo escribir)...
[Incidente: cuerno de caza...]
... que deja de lado el asunto de los representantes. Si hacen ese pequeño ejercicio
divertido que consiste, como Lacan lo hizo varias veces ante ustedes, en tomar una cinta de
papel, en dirigirla hacia fuera, en devolverla contra ustedes, en transformar en su contrario, es
decir lo de arriba abajo obtienen la banda de Moebius de la que él les ha hablado tan a
menudo. La doble vuelta es pues la condición de la estructura, la estructura es la precondición
de la combinatoria de los representantes. El asunto es entonces saber qué se pone
conjuntamente en circuito.
Preguntémonos ahora sobre lo que pasa del lado del lenguaje. Me referiré aquí a la
Lingüística general de Charles Bally14 para leer aquí las siguientes proposiciones en el párrafo
214: "El pensamiento no comunicado, dice él, es sintético, es decir, global y no articulado. La
síntesis es el conjunto de los hechos lingüísticos forzados en el discurso a la linealidad y en la
memoria a la monoescenia". Entonces retengan bien ese hecho: que linealidad y monoescenia
van juntas. Una forma es tanto más analítica cuanto que satisface las exigencias de la
linealidad y de la monoscénie. Bally dice: "esperamos mostrar que en realidad la distaxia - es
decir, la no linealidad- es el estado habitual, y que es el correlativo de la poliescenia y que por
ende, la discordancia entre significado y significante es la regla".
14 Bally Charles, Linguistique générale et linguistique française, Berne, Francke, Verlag, París, Leroux, 1903.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Desafortunadamente creo que la lectura de Bally muestra que no está a la altura para
sostener su proyecto. No obstante, subrayemos de esto la relación entre linealidad y cadena
significante y no linealidad, condensación.
Si regresamos hacia corrientes más recientes, ¿cómo adherir a una concepción generativa
de la gramática, cuando esta pretende querer eliminar la ambigüedad o el malentendido
rechazando lo que, en nombre de la anomalía semántica, recae sobre los hechos y las
situaciones que, para nosotros, son en cambio el piso más firme sobre el cual reposa no el
análisis, sino el psicoanálisis? El objetivo de esta lingüística es la absoluta transparencia del
discurso, es decir, de la estructura del sujeto.
Cuando Freud da la definición de la pulsión en 1915, la demanda de trabajo se le impone
a lo psíquico como efecto de su lazo con lo corporal; podemos entonces aislar aquí tres
términos: "corporal", "psíquico", "trabajo psíquico", o sea "fuente", "objeto", "meta".
Posteriormente, en Malestar en la cultura, Freud dará otra proposición infinitamente más
importante, tal vez no más importante sino a tener en cuenta, es decir, que en el trayecto de la
fuente a la meta, la pulsión llega a ser operante psíquicamente; se lo quiera o no, asistimos ahí
a la sutura fuente-objeto que parte del cuerpo y que vuelve al cuerpo por la satisfacción:
Befriedigung. En este intervalo se constituye psíquicamente la pulsión por la operación de
sutura.
Lo que alguien llamó en un artículo reciente "la hipóstasis biológica", como incoherencia
del pensamiento freudiano, a falta de la imposibilidad del autor de sobrepasar el prejuicio del
médico, es para mí, para nosotros, una necesidad. No basta con denunciarla, aquí Freud vuelve
incesantemente al Esquema, para perjuicio de los que quisieran deshacerse de ese molesto
testigo. Leo "pero a su vez, si se considera la biología como el modelo de científicidad
inaccesible para una teoría analítica esencialmente provisoria, Freud culmina en una pura
especulación. Baste [esto] para indicar que esta biología es un mito, una ideología, la
escatología del psicoanálisis". Freud decía: "Eso no impide existir", siguiendo a Charcot. El
filósofo no gusta de su cuerpo, ha dedicado su amor a la sabiduría y si lo maltrata, se requiere
que sea por una buena causa. De lo que hay que dar cuenta en cambio, es del encarnizamiento
de una tendencia filosófica en excluir ese biológico. Otra vez asistimos a una forclusión, a un
rechazo del Otro, ¿y porque no se trataría aquí de una forclusión cuyas consecuencias serían
por lo menos igualmente desastrosas?
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
¡Cuánto lamento que este autor no haya compartido mi experiencia cuando hace quince
años, siendo interno en un hospital psiquiátrico de la periferia, tenía que hacer frente a
hebefreno-catatónicos en los tiempos en que las drogas milagro no existían! Recuerdo a un
joven cuya vida había sido normal hasta llegar a la edad de 17 años, que, donde estaba, en el
hospital psiquiátrico, era obligado a permanecer enteramente desnudo sobre una plancha, a
comer con sus dedos, mascullando algunas palabras ininteligibles, porque destruía todo lo que
llegaba a sus manos y porque había regresado a una condición que evoca para nosotros
muchas cosas.
Pero en todo caso, cuando Freud habla de la psicosis, del muro de la biología, sabe de qué
habla, lo sabe tanto mejor cuanto que, pienso, este autor no habrá de contradecirme si le digo
que la exégesis de los textos es buena, pero que la práctica confrontada con las exigencias de
los textos tiene ciertamente una virtud esclarecedora. Era lo que decía Lacan, sobre ese retiro
monástica.
Pienso que si, como Lacan nos lo recuerda, no hemos contribuido en nada al progreso de
lo biológico en tanto analistas, estamos sin embargo obligados a pensar en ello; y tal vez que
de eso no podemos decir nada pero que tenemos que articular las relaciones del cuerpo con el
pensamiento a través de los efectos del lenguaje. Ese lenguaje que Freud llama "el progreso en
la intelectualidad", ese progreso en la intelectualidad se ha instaurado al precio de una ilusión
y hay que recordarlo. Cita de Moisés y la religión monoteísta: "Suponemos que la
omnipotencia del pensamiento fue una expresión del orgullo de la humanidad en el desarrollo
del lenguaje cuyo resultado es un extraordinario progreso en las actividades intelectuales".15
¿Cómo lo biológico se nos recuerda? ¿Por el mito de origen? No solamente, pero en todas
las etapas, y sobre todo en la esencial, la del fin de la latencia, que instituye un corte en el
sujeto, ruptura de la fase de latencia, renovación y aparición de la adolescencia. Basta con
haber visto una sola vez la transformación somática sexual de un muchacho o de una niña en
esta edad para darse cuenta que si "se ponen como un tomate", no es únicamente porque
tengan pensamientos que los perturban sino que esos pensamientos están encarnados en un
cuerpo, en una estructura entonces, una estructura del cuerpo que está fuertemente
estructurado y una estructura del pensamiento; entre ambos: el ello. ¿De qué cuerpo se trata?
15 Moisés y la religión monoteísta, parte dos: el progreso de la espiritualidad, vol. 23 (1937-39), Amorrortu.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
¿Acaso se trata de cuerpo repensado16 por el significante? Sin duda, pero no completamente.
No cuerpo sometido a la estructura del significante. ¿Se trata del cuerpo de la biología? Sí, sin
duda, pero no completamente, no cuerpo sometido a la estructura de la organización vital.
¿Entonces? ¿Medio carne, medio pescado? Aquí haré uso de una analogía que Lacan
mismo utilizó, que tenía que ver con el entre-dos muertes, a lo cual yo podría llamar "el entre-
dos-cuerpos". No está totalmente en el uno, tampoco está totalmente en el otro, está
atravesado por el significante en su circuito pero en tanto que su circuito ha de constituirse y
su constitución está incesantemente amenazada. Sutura, concatenación, metonimia, linealidad,
son las cadenas donde el sujeto se agarra, pero son también aquellas que rompe
periódicamente si da el paso de sentido [le pas de sens, el no sentido]; también está
constantemente amenazado por el sinsentido.
Concluyamos. Hay que unir la fuerza y el sentido. No oponerlos, y mostrar su
consustancialidad, están unidos en la ley, fuerza ha de quedarle a la ley; una ley que no se
apoya en ningún ejecutivo no es una ley; están unidos en el poder, el padre tiene el poder real
de castrar y todo padre es infanticida. Basta con volver a leer El problema económico del
masoquismo para comprender la compenetración de la fuerza y del sentido que es al mismo
tiempo la compenetración de la naturaleza y de la cultura.
Esto es lo que hace necesario el concepto de trabajo, es la condición de la transformación
en sentido y del retorno del sentido como sentido fuerte. "Trabajo", la palabra está en Freud:
"trabajo del sueño", "trabajo de duelo", "trabajo de la cura". Y quien dice trabajo dice valor, el
valor del que habla Saussure. Él señala que el valor no está presente en todo el campo de las
ciencias, solamente algunas ciencias tienen ese privilegio, la economía, la lingüística;
agreguemos el psicoanálisis. Si se trata de aplicar la definición de Saussure, todos los valores
están constituidos:
- 1º por una cosa desemejante, que puede ser intercambiada por esa cuyo valor es
indeterminado;
- 2º por cosas similares que se pueden comparar con aquéllas cuyo valor está en cuestión.
Si tienen tiempo para reflexionar en esas definiciones, verán que conciernen muy
directamente al objeto a , y a la relación con el A.
16 repoussé [rechazado, repelido] [Dorgeuille].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
¿Qué es el trabajo? Es eso...17 ¿No entienden nada? No importa, ¡yo tampoco entendí
nada! Fue una enferma que va en su séptimo año de análisis quien quiso mostrármelo porque
era su trabajo, quiso mostrármelo y en el sentido marxista se diría que está alienada como ella
misma lo dice - resulta que se trata de una caldera ¡otro caldero!-, siempre me dijo: "qué triste,
nunca volveré a ver esta caldera, no hago más que dibujarla, jamás sabré cómo era realmente".
Pero en la medida en que se trata de una alienación psicoanalítica, yo diría que ella no sabe
que lo que me muestra es su cuerpo, que es su sexo lo que me muestra en tanto ella no tiene ni
hombre ni hijo ni pene y que es una de las enfermas; si digo que va en su séptimo año, es
porque en ella estaba esta forclusión del cuerpo que la volvía casi estúpida y que se
manifestaba en ella con una inhibición para el trabajo, que hay que relacionar, como siempre
nos enseñó Freud, como resultado de la inhibición, con la masturbación infantil.
Ya ha pasado mucho el tiempo, llego a mi quinto capítulo, el de las clases funcionales en
su relación con A y con a. Es el punto más peligroso de mi exposición, y temo que Lacan no
adherirá a este. Lo soportaré, pero me pregunto si podrá seguirme hasta aquí... en el acuerdo.
Por "clases pulsionales" distingo con Freud, las pulsiones parciales por una parte, y las
pulsiones de meta inhibida. No cuestiono el estatuto de la pulsión parcial que fue
perfectamente articulado y con el cual estoy enteramente de acuerdo. Quisiera sobre todo
abordar el problema de la pulsión llamada "de meta inhibida", sólo podría hacerlo a la carrera,
y los remito al texto publicado en L'inconscient,18 en donde le dedico un parágrafo.
Me gustaría mostrar que las pulsiones de meta inhibida, lejos de ser un simple destino de
pulsión como otro, son de hecho una clase pulsional que ha de oponerse desde el comienzo a
las pulsiones de meta no inhibida. Podría darles una demostración muy precisa. Les diré
simplemente que de 1912 a 1932, Freud les otorgaba un lugar. ¿Cuál es la definición de las
pulsiones llamadas de meta inhibida en 1932? "Además tenemos razones para distinguir
pulsiones cuya meta está inhibida, movimientos pulsionales provenientes de fuentes bien
conocidas por nosotros, que tienen una meta no ambigua, pero que sufren una detención en su
camino hacia la satisfacción, de suerte que resultan de ahí investimentos de objeto duraderos,
y una inclinación permanente; tales son por ejemplo las relaciones de ternura que nacen sin
duda de las fuentes de las necesidades sexuales e invariablemente renuncian a su
17 El Doctor Green despliega una gran hoja de papel en donde se encuentra un esquema. 18 Green André: "Le narcissisme primaire, structure ou état" en L'Inconscient, 1967, números 1 y 2.
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satisfacción".19
Si intentamos articular las cosas con esas dos categorías pulsionales ¿qué podemos decir?
Podemos recordar otra cita de Freud según la cual, cuando el niño pierde el seno llega a ser
capaz de ver en su conjunto a la persona a quien pertenece el órgano que le aporta la
satisfacción , y, dice Freud, "en ese momento, la pulsión se vuelve autoerótica",20 es decir que
ahí tenemos, en lo que concierne al objeto a, al objeto parcial, esa pérdida como definitiva y
es en ese momento en que se produce esa pérdida que el niño es capaz de ver a la madre
entera. En suma, o el seno, o la madre, nunca ambos al tiempo.
Quisiera mostrar que en lo que concierne a la madre, al igual que el objeto perdido, está
en la fuente del reencuentro a partir de las pulsiones parciales, y a partir del intercambio que
podrá hacerse entre los objetos, la permutación de los objetos y de las metas, posibilidad del
reemplazo del seno por algo diferente, otra parte, un pañuelo, cualquier cosa; en el otro sector
tenemos que vérnoslas con, en el momento de la separación de la madre y del niño, es
precisamente con la puesta en juego en ese momento ahí de la pulsión de meta inhibida que
permite, diría yo, que el sujeto se doble sobre sí mismo. Pero esta operación es subtendida ella
misma por lo que intenté articular en el objeto a, el concepto de alucinación negativa de la
madre. En últimas con lo que corresponde al reencuentro o a la búsqueda del reencuentro en el
cuerpo del sujeto, del seno perdido, tendríamos, en la esfera del gran Otro, la alucinación
negativa de la madre. Es raro encontrar esta alucinación en el material clínico, aquí nos
hallamos en presencia del hiato clínico-teórico que es absolutamente irreductible. Habría
querido desarrollar esto de manera más precisa.
En últimas lo que se interioriza en el momento de la pérdida del objeto-seno es justamente
el seno como perdido, una pérdida interiorizada, y lo interiorizado en el momento en que
aparece la posibilidad de ver a la madre enteramente, es lo que precedía míticamente ese
momento, el encuadre silencioso de la actividad de placer ligada a la pulsión en tanto no se
trataba de ese placer mismo, es decir el encuadre silencioso de la madre como estructura del
sujeto que ha venido a crear el molde identificatorio de la identificación primaria teniendo por
soporte la alucinación negativa de la madre.
Esto es importante porque Freud opone la relación con la madre como siendo una relación
19 Cfr. la 32ª conferencia “Angustia y vida pulsional” de las Nuevas conferencia de Introducción al psicoanálisis (1933 [1932]), vol. XXII. 20 Cfr. Tres ensayos de teoría sexual [1905], vol VII.
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con los sentidos, a la relación con el padre como siendo una relación con el sentido:
sensorialidad, significación. Todo sucede como si la etapa dialéctica, la alucinación negativa
de la madre, fuera lo constitutivo de lo simbólico en tanto esta etapa se intercala entre los
sentidos y el sentido y en tanto que constituye el molde identificatorio del sujeto.
Si vinculamos con esto la operación de inversión que preside la formación de la banda de
Möbius como estructura del sujeto, vemos que es lo mismo hablar de alucinación negativa de
la madre y del efecto de esa doble inversión, algo que corresponde tal vez en el pensamiento
de Lacan a lo que él llama el doble bucle. Pero este encierro del sujeto, esta sutura, sólo es
posible mientras la pulsión de meta inhibida ha operado, es decir que la corriente de
investimento, en vez de ir a buscar su objeto fuera de él, se vuelve contra el sujeto, por vuelta
contra sí y la transformación en su contrario, de actividad en pasividad; el sujeto se torna
pasivo y siempre lo estará a partir de ese momento. Es entonces en la unión de esas dos
categorías pulsionales que tendremos la relación del gran Otro con el a, siendo el a el soporte
de las pulsiones parciales y el gran Otro el resultado de las pulsiones de meta inhibida.
Es importante porque oponemos dos categorías, la categoría de la pérdida, la categoría de
la falta; la categoría de la pérdida en tanto que es relativa al objeto a, la categoría de la falta en
tanto que es relativa al gran Otro en tanto que ese gran Otro siempre es empezado [entamé] de
esa manera, y por lo tanto siempre está tachado.
Pero también ahí, lo que yo pensaba que Lacan objetaría tal vez, es que nos encontramos
ante una situación que despertó sus más vigorosas críticas: la famosa "pulsión genital". ¿Por
qué? Lo que me veo llevado a defender concerniente al gran Otro tal vez no es la pulsión
genital, pero en la medida en que el resultado de la operación es el autoerotismo, la formación
de investimentos durables y permanentes, hay un vínculo entre el auto erotismo y la ternura,
no por nada Freud da como esencia del autoerotismo labios que se besan a sí mismos y
manifestaciones que conocemos bien, el niño que enrosca sus mechones, que se acaricia el
lóbulo de la oreja, y la relación de esos fenómenos con la ternura es muy importante.
Esto me invita a postular entonces, si no la defensa de la famosa pulsión genital, por lo
menos una vocación genital del objeto desde el comienzo. Esta vocación genital del objeto
será una corriente de investimento que responderá a la corriente de investimento de meta
llamada inhibida y que quedará ahí adormecida hasta la pubertad. Quedará ahí, el campo
quedará libre para las pulsiones parciales y tendremos dos corrientes: corriente tierna y
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corriente sensual; siendo la corriente sensual el soporte de la combinatoria del sujeto con la
posibilidad de una permutación de metas y de objetos, cuando lo que especifica la pulsión de
meta inhibida es que no cambia su objeto, no necesita perderlo, basta con que se ampute de él.
Amputarse de él y perderlo son dos cosas diferentes, por eso se originan aquí dos categorías:
la de la falta, la de la pérdida, en tanto desembocan en resultados diferentes y que, en el
momento de la adolescencia, invierten sus relaciones, es decir que las pulsiones parciales que
ocupaban la delantera de la escena son llevadas a una posición introductoria del placer. Allí
evidentemente, la experiencia de cada cual dice mucho, mientras que el término final es en ese
momento el campo vinculado con la pulsión genital, que evidentemente ya no inhibe en ese
momento su meta, la descubre literalmente como si se tratara de la primera vez.
Esto es lo que intenté articular sobre la relación del gran Otro y del a. Esto exigiría
informaciones mayores. Concluiré entonces en el problema de la unidad subjetiva en tanto
tiene que ver con el asunto del narcisismo primario. Lacan criticó la posición de los autores
contemporáneos sobre la fusión, comparto esta crítica, y pienso que la distinción que él aporta
entre el Uno unificante y el Uno contante es esencial, el cierre del circuito nos lo muestra,
como soporte de una cadena donde se podrá contar en todos los sentidos del término.
El cero del niño del narcisismo primario está relacionado con el Uno de la madre. Ese
Uno de la madre está marcado por cuanto está amputado del a que el niño es para ella, el niño
es al mismo tiempo cero y a para la madre por cuanto ha caído de ella por un efecto de corte,
que lleva un bonito nombre en ginecología: el alumbramiento [la délivrance: la liberación, la
expedición, la entrega]. La madre, tanto como el niño, ya no sabe que este es el a de su deseo
de un hijo de su padre; entonces la metáfora paterna sí es originaria; el paso al acto
importante, el del corte del sujeto que pasa de cero a Uno. A partir del momento en que en el
encuentro materno se cierra el circuito con la doble inversión, esa doble inversión culmina con
el cierre de ese circuito en la inversión de las polaridades pulsionales de la madre y del niño y
en un fenómeno que yo llamo "él entrecruce primario", que es el correlato de esa doble
inversión, de ese cruce de las polaridades pulsionales entre la madre y el niño. Lo que se
instaura de esta manera es la diferencia originaria del sujeto, diferencia entre el genitor y el
engendrado, "quien cuenta soy yo" dice el niño, el resultado es un Uno unificante, como yerro
por supuesto porque el objeto está perdido, pero si el objeto está perdido, quedará el deseo y el
deseo se vuelve objeto, se hace objeto.
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Aquí me interesó leer en Benveniste la relación del ser con el tener,21 donde Benveniste
muestra que, de hecho, no hay dos auxiliares, solamente hay uno que es el verbo ser, siendo
tener: ser de alguien. Esto me evocó esa lectura de Freud, tener y ser en el niño, el niño como
reemplazando una relación de objeto por una identificación. Yo soy el objeto. Tener es el más
tardío de los dos luego de la pérdida del objeto, él recae en el ser.22 Ejemplo: el seno se ha ido
de mí, yo soy el seno, solamente más tarde lo tengo, es decir, no lo soy.
¿Qué es el Uno unificante? Propondré una definición cuyos términos serán tomados del
vocabulario lacaniano; diré que el Uno unificante en la medida en que es el del narcisismo
primario del sujeto, en la medida en que se constituye como la unidad del Uno unificante, es el
borramiento de la huella del Otro en el deseo de lo Uno, el deseo de lo Uno tomado
evidentemente en su sentido más amplio. Sabemos que se trata de un proceso destinado al
fracaso, a la alienación psicótica. ¿Pero qué pasa con el rapport, con la relación de la
estructura con el sujeto? Yo diría que el sujeto como estructura está constantemente atrapado
entre el cero y el Uno, el Uno como unificante, como yerro, el cero como Uno contable, pero
también que ese cero debe tener el doble estatuto, es decir, que puede ser o el paso del cero al
Uno, producción de la cadena, necesidad del cero para la combinatoria, o el cero como
desubjetivación radical. Hablaba de ese esquizofrénico: yo diría que ese muchacho no tenía
nada que aprender en el plano del masoquismo primario de las heroínas del Señor de Sade,
esta desubjetivación radical que hace que el cero en cuestión remita al sujeto al cero del
cuerpo o al cero de la muerte.
La concepción del sujeto como estructura sólo es compatible con una perspectiva
conflictual, que es tomar el cero al pie de la letra, que Freud llamó antagonismo de Eros y de
la pulsión de muerte. Si todo el ruido de la vida proviene de Eros, la pulsión de muerte tiene la
última palabra.
Para complacer a todos, terminaré con una cita japonesa de Tchi Nuan, muerto en 1740.
"Antes de estudiar el zen por 30 años, las montañas me parecían montañas y las aguas
aguas. Cuando hube alcanzado un más profundo saber, llegaba a no ver ya las montañas como
montañas ni las aguas como aguas, pero ahora que penetré la verdadera sustancia, encontré la
manera, porque es justo que vea las montañas de nuevo como montañas y las aguas de nuevo
21 Benveniste Émile, "Être et avoir dans leurs fonctions linguistiques" [Ser y tener en sus funciones lingüísticas], 1960, retomado en Problèmes de linguistique générale, Gallimard, 1966. 22 Otra posibilidad: “Tener es el más tardío de los dos; luego de la pérdida del objeto, él recae en el ser.” [T.].
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como aguas".
Dr. Lacan — Le agradezco infinitamente a Green por la contribución que nos aportó hoy.
No necesito, creo, a los oídos advertidos, subrayar todo lo que pudo satisfacerme
profundamente en su exposición. Si aportó numerosas preguntas en diversos planos, respecto
a mi acuerdo o mi distancia con Freud o relativa a la dilucidación, el cuestionamiento, de tal o
cual punto (de lo que aquí es work in progress, de algo que se construye y se desarrolla ante
ustedes y en honor de ustedes), le debo un agradecimiento adicional. Porque, gracias a la etapa
que constituye su intervención, se plantea el nivel de esas preguntas que debe permitirnos en
lo que sigue, no solamente responderle, lo cual seguramente haré, siempre designando el
punto donde me enlazo, sino también proseguir la edificación, diría yo, tomando la
localización de ese nivel que aporta el estudio verdaderamente tan profundo, tan sustancial,
que él produjo hoy ante ustedes, en referencia (puedo decirlo y creo que él se sentirá
homenajeado), en referencia a mi discurso.
No puedo más que agregar mis elogios a la paciencia que imprimió durante esta corta
prueba, a la que todos nosotros hemos sido sometidos y de la que en cierta forma debo
excusarme con él, puesto que seguramente no era a su persona a quien se le apuntaba en este
caso.
Entonces, les doy cita para la próxima reunión el miércoles... 4 más 7, eso da: 11 de abril.
No habrá seminario el 4 de abril, como algunos pudieron suponerlo.
En la sala -¡12! ¡12!
Dr. Lacan -¡12! 12 de abril.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L.,
Eduardo ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Lección 16 12 de abril de 1967
Non licet omnibus adire?... puesto que nadie termina: Corinthium.1 La primera palabra la
pronuncié a la latina, para sugerirles esta traducción que... “¡no es el autobús para ir a Corinto”!
El adagio que nos fue transmitido en latín de una fórmula griega significa más, yo creo, que el
comentario de que ¡en Corinto las prostitutas eran caras! Eran caras, porque los iniciaban a algo.
Diría entonces que no basta con pagar lo que vale; era esto lo que quería decir la fórmula griega.
No le está dado a todos, tampoco, el... (comillas): “llegar a ser psicoanalista”.
Pasa lo mismo, desde hace siglos, en lo que concierne a ser geómetra: Que sólo entre aquí...
ya saben lo que sigue: quien sea geómetra. Esta exigencia está inscrita en el frontón de la escuela
filosófica más célebre de la Antigüedad e indica bien de qué se trata: la introducción a un cierto
modo de pensamiento, que podemos precisar con un paso más, a saber, que se trata de
categorías.
Categorías quiere decir (como ustedes lo saben), en griego, el equivalente de la palabra
“predicamentos” en latín2: lo que es lo más radicalmente predicable para definir un campo.
Esto es lo que acarrea consigo un registro especificado de demostración. Por eso, luego de la
exigencia platónica se escuchó manifestarse reiteradamente la pretensión de demostrar more
geometrico; esto da fe de hasta qué punto dicho modo de demostración representaba un ideal.
Se sabe –se quisiera que ustedes supieran, se lo señalo tanto como puedo, es decir, en los
límites del campo que me está reservado a mí– que la metamatemática llega ahora, en el abanico
de las refacciones categoriales que han escandido históricamente las conquistas de lo geométrico,
que esta metamatemática, digo, llega a radicalizar más aún el estatuto de lo demostrable.
Como lo saben, cada vez más, la geometría se aleja de las intuiciones que la fundan (espacial,
por ejemplo) para dedicarse a no ser ya sino una forma especificable, y además diversamente
escalonada, de demostración. Hasta el punto en que al final, la metamatemática ya no se ocupa
sino del orden de este escalonamiento, con la esperanza de llegar, para la demostración, a sus
más radicales exigencias.
1 Transposición por Horacio (Epítetos, I, 17, 36 de la fórmula griega, que se encuentra por ejemplo en Strabon, Geografía, 8, 6, 20: ου pantÕj andrÕj ™j KÒrinqÒn ™sq' Ò ploàj. 2 Griego: Κατηγορ…α, plural: -αι; latin: praedicamentum, plural: -a.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Supongamos una ciencia que sólo pueda comenzar –en las refacciones así evocadas de un
cierto campo– por su punto terminal. Inútil que tal ciencia intente una agrimensura, donde se
ordenaría una primera familiaridad con lo mensurable, hasta la transmisión de las fórmulas más
burdas de convocación, que emergen singularmente bajo la forma de secretos de cálculo; quiero
decir: inútil para tal ciencia, por lo menos engañoso y vano, detenerse en la etapa babilónica de
la geometría. Y esto porque todo patrón de medida, hallado al comienzo, acarrea consigo la
mancha de un espejismo imposible de disipar.
Esto es lo que señalamos primero en nuestra enseñanza, al denunciar (sin nombrarlo aún con
su término, tal como lo hemos precisado, como lo “imaginario”) los engaños del narcisismo,
cuando establecimos la función del estadio del espejo. Encontrar tal obstáculo constituyó la
suerte de muchas ciencias, en efecto. Y ahí se sitúa el privilegio de la geometría.
Por supuesto, aquí se nos ofrece, casi de entrada la pureza de la noción de magnitud. Que no
sea lo que un vano pueblo piensa no tiene porque retenernos aquí. Para la ciencia que
suponemos, la tabladura es muy diferente: no se trata únicamente de que el patrón de medida
resulte inoperante allí, sino que la concepción misma de la unidad cojea allí, mientras no se haya
realizado el tipo de igualdad donde se instituye su elemento, es decir, la heterogeneidad que allí
se oculta.
Que se recuerde la ecuación del valor,3 en los primeros pasos de El Capital (de Marx, para
los que lo ignoren... ¡nunca se sabe, tal vez haya distraídos!). En su escrito, patente en esta
ecuación, es la proporción que resulta de los precios de dos mercancías: tanto de tanto igual tanto
de tanto, relación inversa del precio respecto a la cantidad obtenida de mercancía. Pero, no se
trata de lo patente, sino de lo que ésta oculta, de lo que la ecuación retiene en sí, que es la
diferencia de naturaleza de los valores así conjugados y la necesidad de esta diferencia. En
efecto lo que funda el precio no puede ser la proporción, el grado de urgencia, por ejemplo, de
dos valores de uso, ni tampoco la de, ¡y con razón!, dos valores de cambio. En la ecuación de los
valores, una interviene como valor de uso y la otra como valor de cambio. Se sabe que una
trampa similar se ve reproducida cuando se trata del valor del trabajo.
Lo importante es que se demuestre, en esta obra “crítica” (como ella misma se intitula) que
constituye El Capital, que al desconocer esas trampas, toda demostración resulta estéril o se
desvía. La contribución del marxismo a la ciencia (no fui yo ciertamente quien hizo ese trabajo),
3 Marx Karl, El Capital, Libro I, La mercancía, 1ª sección, capítulo 1.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
consiste en revelar eso latente como necesario en el comienzo, quiero decir, en el comienzo
mismo de la economía política.
Pasa lo mismo para el psicoanálisis, y esta especie de latente es lo que yo llamo (así lo llamo
yo), es lo que yo llamo la ESTRUCTURA. Ya he tenido mis reservas en cuanto a todo esfuerzo
por ahogar esta noción –que hay que ceñir en los comienzos necesarios en un cierto campo que
sólo puede definirse como el campo crítico– por ahogar esto en algo que identifico mal bajo el
difuso nombre de “estructuralismo”.
¡No hay que creer que eso latente falta en la geometría, por supuesto! Pero la historia prueba
que es en su final, ahora, que uno puede contentarse con darse cuenta de eso, porque los
prejuicios que recaen en la noción de magnitud, que provienen de su manipulación de lo real no
perjudicaron por azar su progreso lógico. Por supuesto solamente ahora se lo puede saber, al
constatar que la geometría que se hizo ya no requiere de la medida, de la métrica ni tampoco del
espacio llamado real.
No pasa lo mismo, les dije, con otras ciencias y la pregunta “¿por qué estarían las que no
podrían arrancar sin haber elaborado esos hechos?” –digo esos hechos, que se pueden denominar
últimos, como siendo de estructura– tal vez podemos desde ahora plantear esta pregunta como
pertinente, si sabemos hacerla homóloga a esos hechos.
A decir verdad, estamos dispuestos a ello, puesto que esta estructura la hemos consignado
tanto como practicado, por encontrarla en nuestra experiencia psicoanalítica, y porque nuestros
comentarios –si los introducimos desde ciertas perspectivas, por lo demás triviales (paso así por
caminos ya recorridos), sobre el orden de las ciencias– nuestros comentarios no dejan de apuntar
a resultados tales que se requiera, en fin, que este orden, digo el orden de las ciencias, se le
acomode.
Yo enseñaba, desde que enseño (no desde que escribo, desde que enseño), que la estructura
es que el sujeto sea un hecho de lenguaje; sea un hecho DEL lenguaje.
El sujeto así designado es aquello a lo que generalmente se le atribuye la función de la
palabra.
Se distingue por introducir un modo de ser que es su energía propia (quiero decir, en el
sentido aristotélico del término energía). Ese modo es el acto en que se calla. Tacere no es silere
y sin embargo se recubren en una frontera oscura.4
4 "y sin embargo, ese recurso a una frontera oscura, escribir como se lo ha hecho..." [Dorgeuille].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Escribir, como se lo ha hecho, que es vano buscar en mis Escritos cualquier alusión al
silencio, es una estupidez. Cuando inscribí la fórmula de la pulsión, arriba a la derecha del grafo,
como S tachado rombo de D (la demanda), es cuando la demanda se calla, que la pulsión
comienza.
Pero si no hablé del silencio es porque justamente sileo no es taceo. El acto de callarse no
libera al sujeto del lenguaje. Aún cuando la esencia del sujeto, en ese acto, culmine –si él actúa5
la sombra de su libertad– ese callarse lleva el peso de un enigma, que hizo pesada, por tanto
tiempo, la presencia del mundo animal. Ya no nos queda huella salvo en la fobia, pero
recordemos que, durante mucho tiempo, allí se pudieron alojar dioses.
El “silencio eterno” de lo que sea (de todo lo que ustedes saben...)6 no nos espanta más que a
medias por razón de la apariencia que da la ciencia a la conciencia común, al plantearse como un
saber que se rehúsa a depender del lenguaje; sin que por ello esta pretendida conciencia se vea
afectada por esta correlación: que, al mismo tiempo, se rehúsa a depender del sujeto.
Lo que sucede, en verdad, no es que la ciencia haga caso omiso del sujeto, es que lo vacía del
lenguaje (quiero decir, lo expulsa), que se crea sus fórmulas de un lenguaje vaciado del sujeto.
Parte de una prohibición sobre el efecto de sujeto del lenguaje. Esto sólo tiene un resultado, el de
demostrar, en efecto, que el sujeto no es más que un efecto –y del lenguaje– pero que es un
efecto de vacío.
En adelante, el vacío lo cierne, en lo más estricto de su esencia, es decir, lo hace aparecer
como pura estructura del lenguaje, y ahí está el sentido del descubrimiento de lo inconsciente.
Lo inconsciente es el momento en que habla –en vez del sujeto– PURO LENGUAJE: una
frase donde el asunto es saber quién la dijo.
El estatuto de lo inconsciente, que bien puede denominarse científico puesto que se origina
por el hecho de la ciencia, es el sujeto que, rechazado de lo simbólico, reaparece en lo real;
haciendo presente allí lo que ahora es hecho en la historia de la ciencia (quiero decir, cumplido)
haciendo presente allí su único soporte: el lenguaje mismo. Es el sentido de la aparición en la
ciencia de la nueva lingüística.
¿De qué habla el lenguaje mismo cuando se lo desarruma del sujeto –pero, con eso, se lo
representa en su vacío estructural, radicalizado?
5 ¿“agite”? [agita] 6 Pascal, Blaise, Pensamientos: "El silencio eterno de esos espacios infinitos me espanta".
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Eso lo sabemos. En líneas generales, habla... habla del sexo. De una palabra en la que, lo que
voy a abordar, el acto sexual, para interrogarlo, en la que el acto sexual representa el silencio. Es
decir, ya lo verán, cuán necesariamente de una palabra tenaz, obstinada, en forzar ese silencio, y
con razón.
Me tomaré el tiempo, sin embargo [¡Gloria, hágame llegar mi reloj!], me tomaré el tiempo...
[¡gracias!]... de disipar aquí, de una manera que no creo inútil, el primer prejuicio que se
presenta, no es nuevo, por supuesto, pero esclarecerlo con una nueva luz tiene siempre su
alcance, el primer prejuicio que se presenta en el contexto psicologizante. La diferencia –si se la
constituye en referencia a la enunciación que acabamos de hacer al respecto, la única verdadera–
de lo inconsciente, podría formularse por la caída, en nuestro enunciado, de un índice esencial a
la estructura.
Entonces, como lo dije, este inconsciente hablaría del sexo.
Aquí la mente frívola –¡y Dios sabe cuánto abunda!– se traga ese del: “lo inconsciente habla
sexo”, brama, estertorea, hace gorgoritos, maúlla, están todos los tipos de ruidos vocales de la
palabra, es una “aspiración sexual”. ¡Tal es el sentido, en efecto, que supone, en el mejor de los
casos, el uso que se hace del término instinto de vida, en la rumia psicoanalítica!
Todo uso equivocado del discurso sobre el sujeto tiene por efecto rebajar, ese discurso
mismo, al nivel de lo que él fantasea en vez del sujeto. Ese mismo discurso psicoanalítico del que
hablo es estertóreo. Estertorea para llamar la figura de un Eros que sería potencia unitiva y
además, ¡con un impacto universal! Sostener como de la misma esencia lo que mantiene unidas a
las células de un organismo y, quiero decir, de la misma esencia, la fuerza que se supone llevar al
individuo así compuesto a copular con otro, es claramente del campo del delirio, en un tiempo
para el cual la meiosis, creo, se distingue suficientemente de la mitosis, por lo menos en el
microscopio, quiero decir, en todo lo que suponen las fases anatómicas del metabolismo que
ellas representan.
La idea de Eros, de un alma con fines contrarios a los de Tánatos y que actuaría a través del
sexo, es un discurso de “modistilla en primavera”, como se expresaba en otro tiempo el añorado
Julien Brenda, tan olvidado en nuestros días, pero que representó, en un tiempo, esa especie de
espadachín que resulta de una intelligentsia ahora inútil.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Si se necesitara algo para reemplazar a los extraviados en el eje de lo inconsciente
estructurado como un lenguaje ¿no basta con la evidencia que proveen esos objetos que nunca
antes se habían apreciado como podemos hacerlo: el falo, los diferentes objetos parciales?
Volveremos sobre lo que resulta de su intromisión en nuestro pensamiento, sobre el giro que
han tomado los humos de tal o cual vaga filosofía contemporánea, más o menos calificada como
existencialismo. Para nosotros, esos objetos dan fe de que lo inconsciente no habla la sexualidad
(ni tampoco la canta), sino que al producir esos objetos, resulta, justamente lo que yo dije,
hablando de eso. Porque esos objetos se constituyen por estar respecto a la sexualidad en una
relación de metáfora y de metonimia.
Por muy fuertes, por muy simples que sean esas verdades, hay que saber que engendran una
enorme aversión; pues es al evitar que estas permanezcan en el centro, que ya no puedan ser más
que el pivote de toda articulación del sujeto, que se engendra esa especie de “libertad” insulsa, a
la cual ya me referí más de una vez en sus últimas fases y que caracteriza la falta de seriedad.
¿Qué decir de lo que dice, sobre el acto sexual, lo inconsciente?
Yo podría decir, si quisiera actuar a lo Barbey d’Aurevilly: “¿Cuál es”, un día, él imaginó
hacerle decir a uno de sus sacerdotes demoníacos que le gustaba imitar “¿Cuál es el secreto de la
Iglesia?” El secreto de la Iglesia, lo saben ustedes, bien concebido para asustar a las viejas damas
provincianas, es que no hay Purgatorio...
Así me divertiré yo diciéndoles lo que, tal vez, les produzca al menos cierto efecto, y en
últimas no por nada escando lo que voy a decir de esta etapa: el secreto del psicoanálisis, el gran
secreto del psicoanálisis, es que NO HAY ACTO SEXUAL.
Esto se podría sustentar, e ilustrar, recordándoles lo que yo llamé acto, a saber, esa
duplicación de un efecto motor tan sencillo como “yo camino”, que hace simplemente que por
decirse solamente, con un cierto acento, resulta repetido y, por esa duplicación, adquiere la
función significante que lo hace poder insertarse en una cierta cadena para inscribir ahí al sujeto.
¿Hay, en el acto sexual, ese algo donde –siguiendo la misma forma– se inscribiría el sujeto
como sexuado, instaurando con el mismo acto su conjunción con el sujeto del sexo al que se
llama opuesto?
Es muy claro que todo, en la experiencia psicoanalítica, habla en contra; que nada hay de este
acto que no de fe de que no podría instituirse de este más que un discurso en donde cuente ese
tercero, que anuncié de manera suficiente recién por la presencia del falo y de los objetos
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
parciales, y cuya función tenemos ahora que articular, de manera tal que nos demuestre qué rol
juega esta función en este acto. Función siempre resbaladiza, función de sustitución, que
equivale casi a una especie de malabar y que ¡en ningún caso, nos permite plantear en el acto, me
refiero al acto sexual, el hombre y la mujer opuestos en alguna esencia eterna!
Y sin embargo… borraré lo que dije del “gran secreto” que dije ser que no hay acto sexual,
justamente porque no es un gran secreto, que es patente, que el inconsciente no cesa de gritarlo a
voz en cuello y que es precisamente por eso que los psicoanalistas dicen: “cerrémosle la boca,
cuando dice eso; porque si lo repetimos con él ¡ya no volverán a buscarnos! ¿De qué sirve, si no
hay acto sexual?”
Y entonces, se pone el acento en el hecho de que hay sexualidad…
¡En efecto, es justamente porque hay sexualidad que no hay acto sexual! Pero lo inconsciente
tal vez quiera decir que se lo falla! ¡En todo caso, bien parece!...
Sólo que, para que esto adquiera su alcance, hay que acentuar bien, primero, que el
inconsciente lo dice.
Recuerdan la anécdota del cura que predica ¿ah? Predicó sobre el pecado. ¿Qué dijo? Estaba
en contra… [risas] Pues bien, lo inconsciente, que también predica, a su manera, sobre el sujeto
del acto sexual, pues bien, está ¡no a favor!...
Es de ahí, ante todo, que conviene partir para concebir de qué se trata cuando se trata de lo
inconsciente. La diferencia de lo inconsciente con el cura merece con todo que se la subraye a
ese nivel: es que el cura dice que el pecado es el pecado, en cambio lo inconsciente tal vez, es el
que hace de la sexualidad un pecado. Hay una pequeña diferencia…
Al respecto, el asunto consistirá en saber cómo se nos propone esto: que el sujeto ha de
medirse con la dificultad de ser un sujeto sexuado.
Es por eso que introduje en mis últimos comentarios… logísticos, esta referencia de la que
creo haber subrayado suficientemente a qué apunta, a establecer el estatuto del objeto a
minúscula, referencia que se llama número de oro, en tanto da propiamente, de una forma
fácilmente manejable, su estatuto a lo que está en cuestión, a saber, lo inconmensurable.
Partimos de la idea, para introducirla, de que en el acto sexual no se trata de ninguna manera
más que de ese a minúscula, donde indicamos ese algo que en cierta forma es la sustancia del
sujeto (si entienden esa sustancia en el sentido en que Aristóteles la designa en el ουσια, saber,
lo que se olvida, porque lo que la especifica es justamente esto, que de ninguna manera podría
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
atribuírsele al sujeto, entendiendo el sujeto como el Øpoce…menon) Ese objeto a minúscula, en la
medida en que nos sirve de modelo para interrogar a aquel que es soportado ahí, no ha de buscar
su complemento en la díada (lo que le falta para ser dos), lo cual sería bastante deseable. Es que
la solución de esa relación, gracias a la cual puede establecerse el dos, radica enteramente en lo
que sucederá en la referencia del a, el número de oro, con el Uno en tanto engendra esa falta, que
se inscribe aquí por un simple efecto de suma7 y, al mismo tiempo, de diferencia bajo una forma
uno menos a que, al calcularla (un cálculo muy simple, 1 – a = a2, que he escrito ya
suficientemente en el tablero como para rogarles buscarlo ustedes mismos), se formula como a al
cuadrado.
Lo recuerdo ahora únicamente para poner en la linde de lo que quiero introducir, sobre lo que
es esencial articular para ustedes, como lo dije hace un instante, primero, en el comienzo de
nuestra ciencia (a saber, lo que introduce necesariamente, aunque paradójicamente, a ese nudo
sexual, donde se escabulle y nos huye el acto que constituye por el momento nuestro
interrogante) el vínculo de ese a minúscula, en tanto representa aquí, lo ven ustedes, darstellt,
soporta y hace presente primero al sujeto mismo; que es ahí el mismo que aparecerá en el
intercambio, cuya fórmula vamos a mostrar ahora, como pudiendo hacer las veces de este objeto
que tocamos en la dialéctica de la cura con el nombre de objeto parcial; la relación, entonces, de
esas dos caras de la función a minúscula, con este índice, esta forma del objeto que está en el
principio de la castración.
Ese ciclo no lo cerraré hoy. Por eso es que quiero introducirlo con dos fórmulas que
respondan a una especie de problema que planteamos a priori. ¿Qué valor habría que darle a este
objeto a minúscula, si está ahí justamente teniendo que representar, en la diada sexual, la
diferencia, para que produzca dos resultados entre los cuales se sostiene hoy nuestra pregunta?
Pregunta que sólo podría abordarse por la vía que los conduzco, por cuanto es la vía lógica.
Entiendo por ello: la vía de la lógica. La diada y sus incertidumbres, es lo que desde el origen, si
se sabe seguir su huella, elabora la lógica misma.
No estoy hecho para volver a hacer aquí la historia de la lógica, pero básteme con evocar
aquí, en la aurora del Organon aristotélico,8 que es por entero diferente a un simple formalismo,
si saben sondearlo: en el primer punto de la lógica del predicado, se edifica la oposición entre los
7 report. Es también “aplazamiento” [T.] 8 Aristóteles, Organon, traducción al francés de Tricot, Vrin, reedición Paris, 1970.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
contrarios y los contradictorios. Saben ustedes que, desde entonces, hemos hecho bastantes
progresos, pero no es razón para no interesarnos en lo que constituye el interés y el estatuto de su
entrada en la Historia.
Además no es… lo digo así, entre paréntesis, para quienes a veces abren los libros de lógica,
para prohibirnos, cuando retomamos por las huellas lo que enunció Aristóteles –al mismo
tiempo, ¡ni siquiera al margen!– introducir lo que, por ejemplo, Lukasiewicz9 le completó
después. Digo eso porque en el libro, excelente además, de los dos Kneale10, me asombró una
protesta, así, que surgía al voltear una página, porque para decir lo que dice Aristóteles, el señor
Lukasiewicz, por ejemplo, llega a distinguir lo que depende del principio de contradicción, del
principio de identidad ¡y del principio de bivalencia! ¡Eso es!
El principio de identidad es que A es A. Saben ustedes que no es claro que A sea A.
Afortunadamente Aristóteles no lo dice ¡pero que se lo haga notar tiene sin embargo su interés!
Segundo: que una cosa pueda ser a la vez, al mismo tiempo, A y no A ¡es ya algo muy
diferente!
En cuanto al principio de bivalencia, a saber, que una cosa debe ser verdadera o ser falsa ¡eso
es además una tercera cosa!
Me parece que hacerlo notar aclara más bien a Aristóteles, y que hacer notar que Aristóteles
seguramente jamás pensó en todas esas amabilidades ¡nada tiene que ver con el asunto!
Porque es precisamente lo que permite darle su relieve a aquello de donde vuelvo a partir
ahora, a este burdo asunto de contrarios, primero, en tanto que, para nosotros (quiero decir, para
lo que no está en Aristóteles pero que está ya indicado en mi enseñanza pasada), lo designaremos
con el no sin (Esto nos servirá más tarde. ¡No se preocupen! ¡Déjenme guiarlos un poquito!).
Los contrarios, y eso es lo que realza toda la pregunta lógica de saber si la proposición
particular implica, sí o no, la existencia. Esto siempre ha chocado enormemente. En Aristóteles,
la implica incontestablemente, y hasta es ahí donde sostiene su lógica. Es curioso que la
proposición universal no la implique.
Puedo decir: “todo centauro tiene seis miembros”. ¡Es enteramente cierto! Simplemente, no
hay centauros. Es una proposición universal. Pero si digo (¡en Aristóteles!): “hay centauros que
han perdido uno”, eso implica que los centauros existen, para Aristóteles. Intento reconstruir una
9 Lukasiewicz Jan, La Syllogistique d’Aristote, Oxford 1951, París, Colin, 1972. 10 Kneale Wlliam y Martha, Development of Logic, Clarendon Press, Oxford, 1962.
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lógica que cojee menos… ¡en lo que al centauro concierne! Pero esto no nos interesa, por el
momento.
Sencillamente, no hay macho sin hembra. Esto es del orden de lo real. Nada tiene que ver con
la lógica. Por lo menos en nuestros días.
Y además, está el contradictorio, que quiere decir esto: si algo es macho, entonces no es no-
macho, nada más.
Se trata de encontrar nuestro camino entre esas dos fórmulas distintas. La segunda es del
orden simbólico; es una convención simbólica, que lleva un nombre, justamente: el tercero
excluido.
Esto debe hacernos sentir suficientemente que no es por ahí por donde podremos
arreglárnoslas; porque, al comienzo, hemos subrayado suficientemente la función de una
diferencia, como estando esencialmente en el estatuto de la díada sexual. Si se la puede fundar –
quiero decir, subjetivamente–, tendremos necesidad de ese tercero.
Intentemos, no intentemos… no hagamos la vil mueca de pretender intentar lo que ya hemos
introducido, a saber, el estatuto lógico de lo contrario. De lo contrario puesto que aquí el lo uno y
lo otro se oponen al lo uno o lo otro de acá.
Este lo uno y lo otro es la intersección -quiero decir, la intersección lógica- macho y hembra.
Si queremos inscribir, como conviene, ese lo uno y lo otro bajo la forma de la intersección del
álgebra de Boole, ello quiere decir esta luneta de recubrimiento espacial... ¡cuya figura estoy
absolutamente consternado de tener que presentarles una vez más!
Porque, por supuesto, ¡ven bien que no los satisface de ninguna manera! Lo que ustedes
querrían que es que hubiera uno que sea el macho y otro la hembra, y que, de cuando en cuando,
¡se pisoteen! No se trata de eso. Se trata de una multiplicación lógica...
Lo importante de recordarles esta figura booleana es recordarles, a diferencia de aquí, que es
ese lugar tan importante del juego de cara o sello (en lo cual intenté formar a quienes me seguían
los primeros años, por lo menos durante un trimestre, asunto de hacerles entender qué era el
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significante), en oposición al juego de cara o sello que se inscribe lisa y llanamente en una
sucesión de más o de menos, la relación de lo uno y lo otro se inscribe bajo la forma de una
multiplicación, quiero decir una multiplicación lógica, una multiplicación booleana.
¿Qué valor –ya que de eso se trata– podemos suponerle al elemento de diferencia, para que el
resultado sea, netamente, la díada? Pero, por supuesto, en verdad está al alcance de todos saberlo.
Todos ustedes conservaron por lo menos esto del tinte de las matemáticas que les enseñaron tan
estúpidamente, si tienen más de 30 años, pero si tienen 20 tal vez tuvieron la posibilidad de
escuchar hablar al respecto de una manera un tanto diferente ¡qué importa! Todos ustedes están
en pie de igualdad respecto a la fórmula (a + b) (a - b). Esta es la diferencia: hay uno que la tiene
de más, el otro que la tiene de menos; si lo multiplican, da: a2 - b2. ¿Que se requiere para que a2 -
b2 sea, netamente, igual a 2, a la díada? Es muy fácil, basta con igualar lo que está escrito aquí, b,
a raíz de menos uno. Es decir, a una función numérica que se llama número imaginario y que
interviene ahora en todos los cálculos, de la manera más corriente, para fundar lo que se llama –
extensión de los números reales– el número complejo.
Si se trata de especificar a de dos formas opuestas, con más algo y con menos algo, y que
resulte 2, basta con igualarlo a i. Así es como se escribe, por lo común, de una manera resumida,
y además mucho más cómoda, la función llamada imaginaria del √–1.
¡No crean que lo que les explico ahí deba servirnos para algo! Lo introduzco aquí, en el linde
de lo que voy a explicarles, porque nos servirá después y porque aclara una aproximación: la que
se nos ofrece como la otra posibilidad. A saber, si nos preguntamos por adelantado qué conviene
obtener... –lo cual tal vez nos interesa también, porque es interesante saber también por qué, por
qué en lo inconsciente, respecto al acto sexual, pues bien, justamente lo que ciñe, lo que marca la
diferencia en primera fila sobre qué es el sujeto mismo, ¡pues bien!, no solamente nos vemos
obligados a decir que eso queda al final, sino que se exige, para que sea un acto sexual ¡que eso
quede al final! En otras palabras, que (a + b) multiplicado por (a – b) ¡iguale a... a!
Para que esto sea igual a a... –en lo que concierne a a, por supuesto, naturalmente no estoy
hablando de este A de aquí.11 El A de aquí, vamos a hacer que (igual que hace poco, cuando se
trataba de obtener 2), vamos a hacerlo igual a 1.
11 Pasaje incierto.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Se entiende que es (1+i)(1-i) que es igual a 2.
(1+a)(1-a) da a, a condición de que a sea igual a ese número de oro –es necesario volverlo a
decir– del que me sirvo para introducir, para ustedes, la función del objeto a minúscula.
Verifiquen, cuando a minúscula es igual al número de oro, el producto de (1+a)(1-a) es igual a
a.12
Aquí es donde suspendo por un tiempo, el tiempo de la lección que tengo que terminar, y del
que quise proponer la rejilla lógica para ustedes.
Ocupémonos ahora de considerar el asunto respecto al acto sexual.
Lo que nos servirá para ocuparnos de eso es lo que justifica que hace poco haya introducido
la fórmula de Marx.
Marx nos dice, en alguna parte de los Manifiestos Filosóficos,13 que "el objeto del hombre no
es nada diferente a su esencia misma tomada como objeto"; que "el objeto también al que se
remite un sujeto, por esencia y necesariamente, no es otra cosa que la propia esencia de ese
sujeto pero objetivada". Algunas personas, de las cuales tengo algunas que me escuchan, han
mostrado claramente el aspecto, diría yo, primario de esta aproximación marxista. Sería curioso
que estuviéramos muy adelantados respecto a esta formulación.
A este objeto en cuestión, a esta esencia propia del sujeto, pero objetivada ¿no somos acaso
nosotros quienes podemos darle su verdadera sustancia?
Partamos de esto (sobre lo cual los hemos apoyado desde hace mucho tiempo): que hay una
relación entre lo que enuncia el psicoanálisis sobre el sujeto y la ley14 fundamental del sexo: la
prohibición del incesto, por cuanto que, para nosotros, es otro reflejo, cuán suficiente ya, de la
presencia del elemento tercero en todo acto sexual, por cuanto exige la presencia y fundación del
sujeto.
No hay acto sexual (esta es la entrada en el mundo del psicoanálisis) que no lleve la huella de
lo que se llama, impropiamente, la "escena traumática"; en otras palabras, de una relación
referencial fundamental a la pareja de los padres.
12 Entonces el número de oro de Lacan es el inverso del número de oro Φ de los matemáticos [S.]. 13 Lapsus o error de transcripción; de hecho, esas tesis se le deben a Feuerbach en la introducción a Das Wesen des Christentums [Cfr. Feuerbach L., La esencia del cristianismo, Buenos Aires: Claridad, 2006, 2ª ed. Trad: Franz Huber. Capítulo I: “La esencia del hombre en general”, págs. 13 a 23, para la segunda cita (p.25); Capítulo II: “La esencia de la religión en general”, págs. 25 a 45, para la primera cita (p.16). T.]. A señalar la publicación de Manifiestos filosóficos de Feuerbach por Althusser en 1960. 14 “sobre el sujeto de la ley” [Sizaret].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Cómo se presentan las cosas en la otra punta, lo saben ustedes: Lévi-Strauss, Estructuras
elementales del parentesco,15 es la mujer la que corre con los gastos del orden de los
intercambios sobre el cual se instituye el orden del parentesco, lo que se cambia son mujeres, ¡sin
importar de qué orden se trate, patriarcal, matriarcal! Lo que la lógica de la inscripción impone al
etnólogo es ver cómo viajan las mujeres entre los linajes.
Al parecer, del uno al otro hay cierta hiancia. Pues bien, es lo que vamos a intentar indicar
hoy, cómo ésta hiancia se articula para nosotros, es decir, cómo, en nuestro campo, se colma.
Hace poco señalamos que el origen del desenmascaramiento, de la desmitificación
económica ha de buscarse en la conjunción de dos valores de diferente naturaleza. Es justamente
aquello con lo cual tenemos que vérnosla aquí. Y todo el asunto para el psicoanalista es este:
darse cuenta de que lo que causa problema del acto sexual no es social, pues es ahí donde se
constituye el principio de lo social, a saber, en la ley de un intercambio.
Intercambio de mujeres o no, esto no nos concierne aún. Porque si nos damos cuenta de que
el problema es del orden del valor, yo diría que, ya, todo empieza es aclararse suficientemente si
se le da su nombre. Al principio de lo que duplica –de lo que desdobla en su estructura– el valor
a nivel de lo inconsciente, está ese algo que hace las veces de valor de intercambio, por cuanto de
su falsa identificación con el valor de uso resulta la fundación del objeto-mercancía. Y hasta
puede decirse más: que se requiere el capitalismo para que esta cosa, que lo antecede en mucho,
sea revelada.
Asimismo, se requiere el estatuto del sujeto, tal como lo forja la ciencia, de ese sujeto
reducido a su función de intervalo, para que nos demos cuenta de que de lo que se trata, de la
igualación de dos valores diferentes, tiene lugar aquí entre valor de uso y, ¿por qué no? lo
veremos dentro de poco… y valor de goce.
Subrayo: valor de goce juega ahí el rol del valor de cambio.
Seguramente sienten ustedes enseguida que esta función de valor de goce tiene algo que
concierne al CORAZÓN MISMO de la enseñanza psicoanalítica. Y que, tal vez, sea eso lo que
nos permitirá formular de manera completamente diferente lo que concierne a la castración.
Puesto que, en fin, si algo se acentúa en la noción misma, por más confusa que sea aún en la
15 Levi-Strauss Claude, Les structures élémentaires de la parenté, 1ª edición publicada en 1947, París-La Haye, Mouton and Co. [D.]
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
teoría, de “maduración pulsional”, es justamente esto de que no hay acto sexual (quiero decir, en
el sentido en que acabo de articular su necesidad) que no implique, cosa extraña, ¡la castración!
¿A qué se llama la castración?
¡No es, como en las fórmulas tan agradablemente adelantadas por Juanito, que se
“desatornille el pequeño grifo”! Porque bien se requiere que permanezca en su lugar. Lo que está
en cuestión es lo que se propaga por todas partes en la teoría psicoanalítica, de hecho: que él no
podría tomar su goce en él mismo.
Estoy llegando al final de mi lección de hoy. De manera que, no lo duden, resumo. Volveré
sobre esto la próxima vez. Pero solamente para acentuar esto, de donde querría partir, a saber, lo
que tiene de esencial en nuestra materia esta ecuación de dos valores, llamadas de uso y de
cambio.
Supongan al hombre reducido a lo que hay que seguramente decir (nunca se lo ha reducido a
esto institucionalmente): a la función de semental en los animales domésticos. En otras palabras,
sirvámonos del inglés, donde, como ustedes saben, se dice she-goat para decir cabra, lo cual
significa un ella-chivo. Pues bien, llamemos al hombre como conviene: un he-man. Es
perfectamente concebible – instrumentalmente. De hecho, si hay algo que dé una idea clara del
valor de uso, es lo que se hace cuando se hace traer un toro para un cierto número de montas. ¡Y
es bastante peculiar que nadie haya imaginado inscribir las estructuras elementales del
parentesco en esta circulación del omnipotente falo!
Cosa curiosa, somos nosotros quienes descubrimos que ¡es la mujer quien representa este
valor fálico!16
Si el goce –entiendo por ello el goce peneano– lleva la marca de la castración, es al parecer
para que, de una manera que con Bentham llamaremos “ficticia”, sea la mujer la que llegue a ser
aquello de lo que se goza.
¡Singular pretensión! que nos abre todas las ambigüedades propias de la palabra goce, por
cuanto en los términos del desarrollo jurídico que éste implica a partir de ese momento, implica
posesión.
En otras palabras, he aquí algo vuelto al revés: ya no es el sexo del toro, valor de uso, el que
servirá para este tipo de circulación donde se instaura el orden sexual; es la mujer, en tanto se ha
16 “cette valeur phallique, c’est la femme qui le represente”: Sizaret señala que, al parecer, Lacan comete aquí un error de concordancia de géneros entre valeur (f.) y el le. Para preservar la inconcordancia eventualmente podría traducirse: “esta valía fálica, es la mujer quien lo representa”. [T.]
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
vuelto en esta ocasión, ella misma, el lugar de transferencia de este valor sustraído a nivel del
valor de uso, en forma del objeto de goce.
¡Es muy curioso…! Es muy curioso porque eso nos arrastra. Si hace poco introduje, para
ustedes, el he-man, heme aquí… (y además, de una forma muy conforme al genio de la lengua
inglesa, que llama a la mujer woman, y Dios sabe si la literatura se ha burlado con ese woe ¡que
no indica nada bueno! [risas]) yo la llamaría she-man, o también, en lengua francesa, con esa
palabra que se prestará, a partir del momento en que la introduzco, a algunas burlas y, supongo, a
enorme cantidad de malentendidos: l, apóstrofe, hombre-ella.
Introduzco aquí la hombre-ella! [l’homme-elle]17 [risas]. Os la presento, la sostengo con el
dedo meñique; nos servirá mucho.
Toda la literatura analítica está ahí para dar fe de que todo lo que se ha articulado sobre el
lugar de la mujer en el acto sexual sólo es, en la medida en que la mujer tiene la función de
hombre-ella.
Que las mujeres aquí presentes no pestañeen, pues a decir verdad, es precisamente para
reservar, en donde está, el lugar de esta Mujer (con M Mayúscula), de la que hablábamos desde
el comienzo, que hago este comentario.
Tal vez todo lo que se nos indica sobre la sexualidad femenina (en la que, de hecho,
conforme a la experiencia eterna, juega un rol tan eminente la mascarada, a saber, la manera
como ella hace uso de un equivalente del objeto fálico, lo cual la hace desde siempre la portadora
de joyas –Las joyas indiscretas,18 dice Diderot– en alguna parte); tal vez lograremos saber
hacerlas por fin hablar.
Es muy particular que, de la sustracción en alguna parte de un goce que sólo se lo escoge por
su carácter tan manejable –si me atrevo a designar así el goce peneano– veamos introducirse
aquí, con lo que Marx y nosotros mismos llamamos fetiche,19 a saber ese valor de uso, extraído,
fijado (un hueco en alguna parte), el único punto de inserción necesario para toda la ideología
sexual.
Esta sustracción de goce en alguna parte, ése es el pivote.
17 L’homme-elle, l’homélle, la homilía, el sermón, la plática [T.] 18 Diderot Denis, “Les Bijoux indiscrets”, en Œuvres complètes, tomo 1, introducción de Roger Lewinter, París, Club Français du Livre, 1969. [D.]. 19 Marx Karl, El Capital, Libro 1, “La mercancía”, primera sección, capítulo 4.
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Pero no crean que la mujer –allí donde es la alienación de la teoría analítica y la de Freud
mismo, quien es, de esta teoría, el padre lo suficientemente grande como para haberse dado
cuenta de esta alienación en la pregunta que él repetía, ¿qué quiere la mujer?, ¡no crean que la
mujer, a ese respecto se encuentre más mal!... quiero decir que el goce de ella, le queda disponer
de este de una manera que escapa totalmente a esta captura ideológica.
Es a partir de ahí que debemos calibrar la dificultad de lo que se trata respecto al acto, en
cuanto al estatuto respectivo de los sexos originales; helos ahí, el hombre y la mujer, en lo que
instituye el acto sexual –por cuanto lo que se podría fundar allí es un sujeto–, llevados a lo
máximo de su disyunción, por el punto por donde los he conducido hoy. Porque si les hable de
hombre-ella… ¿qué hay del hombre-él? ¡Desparecido! ¡Ah! ¡Ya no hay! Puesto que
precisamente él es extraído, como tal, del valor de uso.
Por supuesto, eso no le impide circular realmente. El hombre, como valor peneano, circula
muy bien. ¡Pero es clandestino! Independientemente del valor, ciertamente esencial, que tenga
eso en el ascenso social. Por la mano izquierda, generalmente…
Diré más. No debemos omitir que, si el hombre-él no es reconocido en el estatuto del acto
sexual en el sentido en que, en la sociedad, es fundador, existe una Sociedad Protectora… del
hombre-él. Hasta es lo que se llama homosexualidad masculina…
Es en ese punto, en cierta forma marginal y humorísticamente precisado, que me detendré
hoy, sencillamente porque la hora pone fin a lo que les había preparado.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L.,
Eduardo ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Lección 17
19 de abril de 1967
La última vez les traje un cierto número de enunciados. Formulé algunos tales como, por
ejemplo, no hay acto sexual. Pienso que la noticia corre por la ciudad… [risas]. ¡Pero bueno! No
la di como una verdad absoluta… Dije que era lo que estaba articulado propiamente hablando en
el discurso de lo inconsciente.
Dicho esto, encuadré esta fórmula y algunas más en una especie de repaso, debo decir
bastante denso, de lo que le da su sentido así como sus premisas. Ese curso era una especie de
etapa marcada por puntos de reunión que tal vez podrá servir como título de introducción escrita
para algo que, entonces, busco; que quiero buscar hoy, diría yo, de una forma tal vez más
accesible, concebida en todo caso como una… marcha fácil, una primera manera de adecuar las
articulaciones en las que me voy a adentrar, que son siempre las que hice presentes para ustedes
desde hace dos o tres de mis cursos; a saber, esta articulación tercera entre el a minúscula, un
valor Uno (que sólo está aquí para darle sentido al valor a minúscula, puesto que éste es un
número, propiamente hablando, el número de oro) y un segundo valor Uno.
Por supuesto, una vez más, yo podría rearticularlos de una forma a la que podría llamar
apodíctica, mostrar su necesidad. Procederé de otra manera; pensando antes bien comenzar
identificando el uso que voy a darles, a reserva de retomar luego las cosas de la manera que se
necesita, de lo cual me voy a alejar; voy a hacerlo de un modo que puede llamarse heurístico.1
Esto, entonces, pensando en quienes no saben de qué se trata: se trata de psicoanálisis. No es
necesario saber de qué se trata en el psicoanálisis para sacar provecho de mi discurso. Se
requiere, además, haber practicado durante cierto tiempo ese discurso. Debo suponer que ese no
es el caso de todo el mundo, especialmente entre quienes no son psicoanalistas.
Si me preocupo por quienes conviene introducir en lo que he llamado mi discurso, por
supuesto no lo hago sin pensar en los psicoanalistas; pero es también que, hasta cierto punto, me
resulta necesario dirigirme a quienes acabo de definir primero, y que un día resulté precisando
como siendo “el número”, me es necesario dirigirme a ellos para que mi discurso vuelva, en
cierta forma, desde un punto de reflexión, a los oídos de los psicoanalistas.
1 “erística” [Sizaret].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Es sorprendente, en efecto, e interno al asunto en cuestión, que el psicoanalista no entra de
lleno en ese discurso; precisamente en la medida en que ese discurso concierne a su práctica y
que es demostrable. La continuación misma de mi discurso, y de mi discurso hoy, pondrá el
punto sobre la razón por la cual es concebible que el psicoanalista encuentre en su estatuto
mismo, entiendo por ello en lo que lo instituye como psicoanalista, ese algo que hace resistencia
especialmente en el punto que introduje, que inauguré en mi último discurso.
Para decir la palabra, la introducción del valor de goce hace pregunta, en la raíz misma de un
discurso (de todo discurso) que pueda intitularse discurso de la verdad. Al menos en la medida,
compréndanme, en que ese discurso entraría en competencia con el discurso de lo inconsciente,
si ese discurso de lo inconsciente sí está, como se los dije la última vez, realmente articulado por
este valor de goce.
Es muy singular ver cómo el psicoanalista siempre tiene un retoquito que hacerle a ese
discurso competitivo. Es justo ahí donde su enunciado eventual está realmente en lo cierto, que
él busca siempre retomarlo. Y basta con tener un poco de experiencia para saber que esta
oposición es siempre estrictamente correlativa, cuando se la puede medir, de esa especie de
glotonería vinculada en cierta forma con la institución psicoanalítica y que es la que está
constituida por la idea de hacerse reconocer en el plano del saber.
El valor de goce, dije, está en el principio de la economía de lo inconsciente. Lo inconsciente,
dije también, subrayando el artículo del, habla del sexo. No dije habla sexo, sino habla del sexo.
Lo que lo inconsciente nos designa son las vías de un saber. Para seguirlas, no hay que querer
saber antes de haber caminado.
Lo inconsciente habla del sexo. ¿Puede decirse que dice el sexo? En otras palabras, ¿dice la
verdad? Decir que habla es algo que deja en suspenso lo que dice. Se puede hablar para no decir
nada; hasta es habitual. No es el caso de lo inconsciente.
Se pueden decir cosas sin hablar. No es el caso de lo inconsciente tampoco. Y hasta lo que
sobresale, por supuesto desapercibido como muchos otros rasgos que dependen de lo que articulé
en ese punto de partida, es que “eso habla”, lo inconsciente. Si uno tuviera un poquito de oído, se
deduciría que ¡es obligación hablar, para decir algo! Nunca vi a nadie despejarlo, aunque en mi
Discurso de Roma se haya dicho por lo menos de diez formas; una de las cuales me fue
representada recientemente durante conversaciones con muchachos bastante simpáticos, muy
concernidos por una parte, por lo menos, de mi discurso, a propósito de la famosa fórmula, que
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tuvo éxito tanto más, por supuesto, cuanto que es una fórmula –desconfianza, siempre… cuando
se quiere recoger todo en una fórmula– cuando dije que “el analizado le habla a usted analista,
luego habla de él, y cuando hable de él a usted… todo irá bien”2
Las fórmulas que, como esa, tienen la fortuna de ser bien acogidas, deben ser reubicadas en
su contexto, so pena de engendrar confusiones…
Entonces, ¿dice el inconsciente la verdad sobre el sexo? Yo no dije esto, cuyo asunto,
recuerden ustedes, ya había subrayado Freud. Esto, por supuesto, conviene que se lo precise. Fue
respecto a un sueño, un sueño de una de sus pacientes,3 sueño hecho manifiestamente para
embaucarlo, a Freud, y hacerle confundir la gimnasia con la magnesia. La generación de los
discípulos de entonces era bastante fresca como para que fuese necesario explicarles eso como
un escándalo. A decir verdad, no se las arregla fácilmente: el sueño es la vía regia de lo
inconsciente. Pero, en sí mismo, ¡no es lo inconsciente! Plantear la pregunta a nivel de lo
inconsciente es otro par de mangas4… que yo ya volteé (me refiero a las mangas) como lo hago
siempre rápido, no dejando lugar a la ambigüedad, cuando en mi texto que se llama La cosa
freudiana,5 escrito en 1956 para el centenario de Freud, hice surgir esa entidad que dice “Yo, la
verdad, hablo”.
La verdad habla. Puesto que es la verdad, no necesita decir la verdad. Escuchamos a la
verdad y lo que dice sólo se escucha para quien sabe articularlo; articular lo que dice. ¿Lo que
dice dónde? En el síntoma, es decir, en algo que cojea. Tal es la relación de lo inconsciente, en
tanto que habla, con la verdad.
Sigue siendo cierto que hay un asunto que abrí el año pasado, en mi primer curso,
publicado… cuando digo “el año pasado” no digo octubre, noviembre últimos… sino el octubre,
el noviembre de antes. El que fue publicado en los Cuadernos para el psicoanálisis, con el título
de La verdad y la ciencia.6 Allí queda abierto saber por qué -enunciado de Lenin que introduce
ese cuaderno-, por qué “la teoría vencerá porque es verdadera”…
2 “El sujeto, decíamos, empieza su análisis hablando de sí mismo sin hablarle a usted, o hablándole a usted sin hablar de él. Cuando pueda hablarle a usted de sí mismo, el análisis estará terminado”. Cfr. la nota 4, pág. 356, Escritos 1, México, Siglo XXI editores, 1984, decimosexta edición en español, traducción de Tomás Segovia, revisada por el autor, por Juan David Nasio y nuevamente revisada por Armando Suárez [T.]. 3 En La interpretación de los sueños. 4 es harina de otro costal… [T.] 5 “La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis”, 1955, 1956, retomado en Escritos 1. 6 “La ciencia y la verdad” publicado en Cahiers pour l’analyse, núm. 1 [La science et la vérité], y retomado en Escritos 2.
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Lo que hace poco dije sobre el psicoanalista, por ejemplo, no da enseguida una sanción
convincente a este enunciado…
Al respecto, el mismo Marx, como muchos otros, deja pasar algo que no deja de ser
enigmático. Como muchos otros antes de él, en efecto, empezando por Descartes, procedía, en lo
que concierne a la verdad, siguiendo una estrategia singular, que enuncia en alguna parte con
estas palabras picantes: “la ventaja de mi dialéctica es que yo digo las cosas poco a poco y, como
ellos creen que he llegado al final, se apresuran a refutarme, lo único que hacen es desplegar su
tontería”.7 Puede parecer singular que alguien de quien procede esta idea de que “la teoría
vencerá porque es verdadera”, se exprese así.
Política de la verdad y, para decirlo todo, su complemento, en la idea de que en últimas, sólo
lo que yo llamé hace poco “el número” (a saber, lo que se reduce a no ser sino el número, a
saber, que lo que se llama en el contexto marxista “la conciencia de clase”, en tanto que es la
clase del número) ¡no podría equivocarse!… Singular principio, sin embargo, sobre el cual todos
los que merecen haber proseguido en su fe8 la verdad marxista jamás variaron.
¿Por qué la conciencia de clase estaría tan segura de su orientación (quiero decir, aún cuando
no sabe nada o bastante poco de la teoría cuando la conciencia de clase funciona, si seguimos a
los teóricos, aún en el nivel no educado) si la conciencia es propiamente reducida a aquellos que
pertenecen al nivel definido, en este caso, por el término de “la clase excluida de los beneficios
capitalistas”?
Tal vez la pregunta que concierne a la fuerza de la verdad, haya de buscarse en ese campo en
que somos introducidos que es el que, metafórico, podemos, repito, por la metáfora, llamar el
mercado de la verdad; si, como de la última vez pueden ustedes entreverlo, el resorte de ese
mercado es el valor de goce.
En efecto, algo se intercambia, que no es la verdad en sí misma. En otras palabras, el lazo de
quien habla con la verdad varía según el punto donde sostiene su goce.
Es justamente toda la dificultad de la posición del psicoanalista. ¿Qué hace éste? ¿De qué
goza en el lugar que ocupa? Es el horizonte de la pregunta, que no hago más que introducir de
nuevo, marcándola en su punto de fisura, con el término de deseo del psicoanalista.
7 Karl Marx, ¿Correspondencia? 8 Tal vez “vía” [S.].
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Entonces, la verdad en este intercambio que se transmite por una palabra cuyo horizonte nos
es dado por la experiencia analítica, no es en sí misma el objeto de intercambio.
Como se ve en la práctica: los psicoanalistas que están entre ustedes aquí pueden dar fe con
su práctica; por supuesto, no están aquí por nada, están aquí por lo que puede caer de la verdad
de esta mesa, hasta lo que podrán hacer con eso, trampeando un poco… Tal es la necesidad a la
que los obliga el efecto9 de un estatuto obstaculizado que concierne al valor de goce que se
vincula con su posición de psicoanalistas. Puedo decir que recibí confirmación al respecto, la
habré, seguramente, renovado…
Voy a tomar un ejemplo: alguien que no es psicoanalista, el señor Deleuze, para llamarlo por
su nombre, presenta un libro de Sacher-Masoch: Presentación de Sacher-Masoch.10 ¡Escribe
sobre el masoquismo, incontestablemente, el mejor texto que jamás haya sido escrito! Quiero
decir, el mejor texto, comparado con todo lo que se ha escrito sobre ese tema en el psicoanálisis.
Por supuesto, ha leído esos textos; no inventa su tema. Parte, primero, de Sacher-Masoch… ¡que
algo tiene para decir cuando se trata del masoquismo! Yo sé bien que se ha… cercenado un poco
su nombre, que ahora se dice “maso” [risas]. Pero que, bueno, depende de nosotros señalar la
diferencia que hay entre “maso” y “masoquista”, hasta entre “masoquiano” o “Masoch” a secas.
Como sea, ese texto sobre el que seguramente volveremos, porque, literalmente, puedo decir…
siendo un tema sobre el que no me he quedado mudo, puesto que escribí Kant con Sade,11 pero
en donde, literalmente, sólo hay en verdad una apreciación; particularmente sobre el hecho de
que el sadismo y el masoquismo son dos vías estrictamente distintas, aun cuando, por supuesto,
se deban ubicar ambas en la estructura, pues todo sadista no es automáticamente “maso”, ni todo
“maso” un sadista que se ignora; no se trata de un guante que se voltea. En resumen, puede ser
que el señor Deleuze (lo juraría, tanto más cuanto que me cita abundantemente) haya sacado
provecho de esos textos… ¿pero no sorprende que ese texto anticipe de verdad todo lo que voy
ahora a tener que decir efectivamente al respecto, por la vía que nos hemos abierto este año?
¡Cuando no hay uno solo de los textos analíticos que no deba retomarse enteramente y volverse a
hacer en esta nueva perspectiva!
9 “el hecho” [Sizaret]; nótese la homofonía: l’effet (el efecto) - le fait (el hecho) [T.]. 10 Deleuze Gilles, Présentation de Sacher-Masoch, con el texto completo de La Vénus à la fourrure [La Venus de las pieles], París, Minuit, 1967. 11 1962, retomado en Escritos 2.
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Me tomé el cuidado de que el autor que cito me confirmara, él mismo, que no tiene
experiencia alguna del psicoanálisis.
Tales son los puntos (que deseo señalar aquí, en su fecha, porque en últimas, con el tiempo,
pueden cambiar), los puntos que toman valor ejemplar y merecen que se los retenga, así sólo sea
para exigir de mí que dé plena cuenta de ello, quiero decir, en detalle. Al respecto, me queda
entrar en la articulación de esta estructura, cuyo rasgo tan simple, que está en el tablero, da la
base y el fundamento y sobre el que no dejan ustedes de tener, por mi boca, algunos
esclarecimientos sobre la manera como eso servirá.
No obstante, repito, el a minúscula, aquí, es lo que ya, respecto al objeto así designado, pude
hacer que sintieran como siendo, en cierta forma, lo que podría llamarse “la montura”, la
montura del sujeto: metáfora que implica que el sujeto es la joya, y a, la montura, lo que la
soporta, lo que la sostiene, el marco12. Ya (lo recuerdo, sin embargo) definimos e imaginamos el
objeto a minúscula como lo que hace caída en la estructura, a nivel del acto más fundamental de
la existencia del sujeto, puesto que es el acto desde donde el sujeto, como tal, se engendra, a
saber, la repetición. El efecto13 del significante, que significa lo que él repite, es lo que engendra
al sujeto y algo cae de ahí.
Recuerden cómo el corte del doble bucle, en ese menudo objeto mental que se llama plano
proyectivo, recorta esos dos elementos que respectivamente son: la banda de Möbius que, para
nosotros, hace las veces del soporte del sujeto, y el redondel que obligatoriamente le queda, que
es ineliminable de la topología del plano proyectivo.
Aquí, este objeto a minúscula es soportado en una referencia numérica para figurar lo que
tiene de inconmensurable, de inconmensurable en lo que concierne a su funcionamiento de
sujeto, cuando ese funcionamiento tiene lugar a nivel de lo inconsciente, y que no es más que el
sexo, sencillamente. Por supuesto, ese número de oro sólo está allí como un soporte, elegido por
tener el privilegio, que nos lo hace retener, pero sencillamente como función simbólica, por tener
el privilegio (que ya les he indicado como pude, a falta de poder darles, sería realmente
arrastrarnos… la teoría matemática más moderna y la más estricta), de ser, si puedo decirlo, lo
12 “el sujeto es la joya y la montura, lo que la soporta, lo que la sostiene, el marco” [Sizaret]. 13 “el hecho” [Sizaret]; nótese nuevamente la homofonía: l’effet (el efecto) - le fait (el hecho) [T.].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
inconmensurable que estrecha lo más lentamente los intervalos en los cuales puede localizarse.
En otras palabras, el que, para llegar a cierto límite de aproximación, exige –de todas las formas
(son múltiples y creo que casi infinitas) de lo inconmensurable– ser el que exige más
operaciones.
En este punto les recuerdo de qué se trata; a saber, que si el a minúscula es aquí situado en el
1, permitiendo marcar con a2 su diferencia (1-a) con el 1, esto dependiendo de su propiedad
propia, de su a minúscula: que sea tal que 1+a sea igual a 1/a, de donde es fácil deducir que 1-
a=a2 (hagan una pequeña multiplicación y lo verán enseguida). El a2, será situado luego en ese a,
que está aquí en el -1 (aquí, por ejemplo…) y engendrará un a3, a3 que se llevará al a2 para que
resulte, a nivel de la diferencia, un a4, el cual se pondrá así para que aparezca aquí un a5.
Ven que, de cada lado, se esparcen, una tras otra, todas las potencias pares de a, de un lado, y
las potencias impares, del otro. Las cosas son de tal manera que si se continúa hasta el infinito,
pues jamás habrá alto ni término para esas operaciones, su límite nunca será otro que a, para la
suma de potencias pares; a2, a saber, la primera diferencia, para la suma de potencias impares.
Entonces, será aquí donde se inscribirá, al final de la operación, lo que, en la primera
operación, estaba marcado aquí como la diferencia. Aquí, en a, el a2 vendrá al final a agregarse,
realizando con su suma, aquí, el 1, constituido por la complementación del a con ese a2.
Lo que aquí se ha constituido por la suma de todos los restos, siendo igual al a primero, de
donde partimos.
Pienso que el carácter sugerente de esta operación no les escapa; tanto más cuanto que hace
un buen tiempo, hace por lo menos un mes o mes y medio, les hice notar cómo éste podía dar
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
soporte, dar imagen a la operación de lo que se realiza en la vía de la pulsión sexual con el
nombre de sublimación.
No volveré sobre esto hoy, puesto que tengo que avanzar. Sencillamente, al indicarlo así, les
doy la mira de lo que vamos a hacer sirviéndonos de ese soporte. Como lo verán y como ya
pueden presentirlo, no nos bastará. Todo nos indica, en el logro mismo tan “sublime” (es el caso
decirlo) de lo que nos presenta, para presentir que si las cosas fuesen así, que la sublimación nos
hiciese alcanzar ese Uno perfecto, él mismo ubicado en el horizonte del sexo, me parece que
desde el tiempo en que se habla de eso, de este Uno, eso debería saberse… Debe quedar, entre
las dos series, las de las potencias pares e impares del mágico a minúscula, algo como una
hiancia, un intervalo. En todo caso, todo lo indica en la experiencia.
No obstante, no es malo ver que con el soporte más favorable para tales articulaciones
tradicionales, vemos sin embargo ya la necesidad de una complejidad que es de la que, en todo
caso, debemos partir.
No olvidemos que si el primer 1, aquel sobre el cual acabo de proyectar la sucesión de las
operaciones está ahí, sólo lo está para figurar el problema al que, precisamente, en tanto tal, el
sujeto ha de ser confrontado: si ese sujeto es el sujeto que se articula en lo inconsciente, a saber,
el sexo. Ese 1 del medio, de los tres elementos de mi metrito de bolsillo, ese 1 del medio, es el
lugar de la sexualidad.
¡Quedémonos ahí! ¡Estamos en la puerta!
La “sexualidad”, ¡ah!, es un género, una charca, un charco14, una “marea negra” como se
dice desde hace cierto tiempo. Métanle el dedo, llévenselo a la nariz ¡y ahí olerán de qué se trata!
Cuando se dice “sexualidad”, ¿eso viene del sexo? Para que sea sexo se necesitaría poder
articular algo un tanto más firme.
Yo no sé, ahí, qué punto de una bifurcación, por dónde coger. Porque es un punto de extremo
litigio. ¿Se requiere que les dé aquí enseguida la idea de lo que podría ser, ¡si funcionara!, la
subjetivación del sexo? Evidentemente, pueden soñar con ello… De hecho, no hacen más que
eso, porque es lo que constituye el texto de sus sueños. Pero de eso no se trata. ¿Qué podría ser,
si eso fuera…? Si eso fuera, y si se le da un sentido a lo que estoy tratando de desarrollar ante
ustedes, un significante, en este caso, lo que se llama (y verán enseguida hasta qué punto
14 “una moira” [Sizaret].
263
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
quedaremos complicados, porque si digo “macho” o “hembra”, bueno, ¡ah!… es bastante animal,
eso). Entonces, estoy de acuerdo: “masculino” o “femenino”…
Ahí, resulta en seguida que Freud, el primero que se adentró en esta vía de lo inconsciente, al
respecto es absolutamente sin ambages: no existe el mínimo medio… Digo (no es que yo le esté
diciendo a ustedes que están ahí ante mí: “¿en qué dosis son ustedes masculino y en qué dosis
femenino?”. De eso no se trata; tampoco se trata de la biología, ni del órgano de Wolff y de
Müller), es imposible darle un sentido, quiero decir un sentido analítico, a los términos
masculino y femenino. Si un significante, sin embargo, es lo que representa a un sujeto para otro
significante, ese debería ser el terreno elegido. Pues, ven ustedes que las cosas estarían bien,
serían puras, si pudiéramos introducir cierta subjetivación, quiero decir, pura y válida en el
término macho. Tendríamos lo que conviene. A saber, que cuando un sujeto se manifiesta como
macho, sería representado como tal, quiero decir, como sujeto, ¿ante qué? Ante un significante
que designa el término hembra ¡y que no sería en absoluto necesario que determine al mínimo
sujeto! ¡La recíproca es cierta!
Subrayo que si interrogamos el sexo en cuanto a su subjetivación posible, no damos ahí
prueba de exigencia alguna, manifiestamente exorbitante, de intersubjetividad. Bien podría ser
que eso se sostenga así… Hasta sería no solamente lo que sería deseable, sino lo que, de manera
enteramente clara –si ustedes interrogan lo que hace poco llamé la conciencia de clase, la clase
de todos los que creen que “el hombre” y “la mujer” existe– eso no podría ser otra cosa que eso y
así, eso estaría bien si fuera.
Quiero decir que el principio de lo que se llama cómicamente (debo decir que ahí lo cómico
es irresistible) “la relación [relation] sexual” , si yo pudiera hacer… –en una asamblea así, que se
me vuelve familiar, una asamblea donde puedo hacer escuchar, justo como conviene, que no hay
acto sexual, lo cual quiere decir: no hay acto en un cierto nivel y justamente es por eso que
tenemos que buscar cómo se constituye– si yo pudiera hacer que el término de “relación sexual”
tomara en cada una de sus mentes exactamente la bufona connotación que merece, esta locución
¡habría ganado algo!
Si la relación sexual existiera, esto es lo que querría decir: que el sujeto de cada sexo puede
tocar algo en el otro, a nivel del significante. Entiendo que esto no implicaría, en el otro ¡ni
conciencia ni tampoco inconsciente! Sencillamente, acuerdo. Esa relación [rapport] del
significante con el significante, cuando se encuentra, es seguramente lo que nos maravilla en un
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cierto número de pequeños puntos cautivantes… de tropismos, en el animal. Estamos lejos de lo
que concierne al hombre, y tal vez igualmente, además, en el animal, donde las cosas sólo
suceden por intermedio de ciertas ubicaciones de fáneros, que ciertamente deben prestarse para
ciertos fallos.
Como sea, la virtud de lo que articulé así, no es toda decepcionante. Quiero decir que esos
significantes hechos para que el uno presente y represente al otro en el estado puro, el sexo
opuesto… ¡pues existe a nivel celular! Se lo llama cromosoma sexual.
Sería sorprendente que un día pudiéramos, con algunas posibilidades de certidumbre,
establecer que el origen del lenguaje, a saber, lo que sucede antes de que engendre al sujeto,
tenga alguna relación con esos juegos de la materia que nos entregan los aspectos que hallamos
en la conjunción de las células sexuales. ¡Aún no estamos ahí y tenemos otra cosa que hacer!
Sencillamente, no nos sorprendamos de que a la distancia que estamos de ese nivel donde se
manifestaría, en últimas, algo que no está hecho del todo para no seducirnos, en ese nivel donde
podría designarse algo que yo llamaría “trascendencia de la materia” (créanme, no fui yo quien
lo inventé, ya se le ocurrió a otras pocas personas)… sólo que si lo designo, ese punto extremo,
subrayando expresamente que está enteramente irresuelto, que el puente no está hecho, es
sencillamente para señalar que, en cambio, en el orden de lo que se llama más o menos
propiamente el “pensamiento”, ¡nunca se hizo nada diferente a lo largo del curso de los siglos
(por lo menos de los que nos son conocidos) que hablar como si ese punto estuviera resuelto!
Durante siglos, el conocimiento, de una forma más o menos enmascarada, más o menos figurada,
más o menos de contrabando, nunca hizo más que parodiar lo que pasaría, si el acto sexual
existiera al punto que nos permitió definir lo que concierne, como dicen los hindúes, de Purusha
y de Prâkriti, de animus y de anima ¡y de toda la gama…!
Lo que se nos exige es hacer un trabajo más serio. Trabajo que necesita sencillamente de
esto, que entre ese juego de las significaciones primordiales, tal como podrían inscribirse en
términos, lo subrayo, que impliquen algún sujeto, pues bien, nos hallamos separados por todo el
espesor de algo que llamarán ustedes como quieran: la carne, o el cuerpo, con la condición de
incluir allí lo que aporta de específico nuestra condición de mamíferos, a saber, una condición
absolutamente especificada y para nada necesaria, como la abundancia de todo un reino nos lo
prueba (hablo del reino animal). Nada implica la forma que toma para nosotros la subjetivación
de la función sexual, nada implica que lo que viene allí a jugar a título simbólico esté
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
necesariamente vinculado allí. Basta con reflexionar en lo que puede ser eso en un insecto, e
igualmente, además, las imágenes que pueden depender de eso (¿no nos privamos de hacer uso
de eso?) para hacer aparecer, en el fantasma, tal o cual rasgo singular de nuestras relaciones con
el sexo.
Pues bien, he aquí que he tomado una de las dos vías que se me ofrecían hace poco. No estoy
seguro de que haya tenido razón. Ahora tengo que tomar la otra; la otra, y para designarles por
qué el Uno viene aquí a la derecha del a, en ese punto15 que designé como representando aquí,
por un significante, el hecho del sexo.
Ahí hay una sorprendente convergencia entre aquello de lo que se trata verdaderamente, es
decir, lo que les estoy diciendo y lo que yo llamaría por otra parte el punto mayor de la
abyección psicoanalítica.
Debo decir que deben ustedes únicamente a Jacques-Alain Miller, que hizo con mis Escritos
un índice razonado, el no haber tenido, visto, el índice alfabético con el que, debo decirlo, me
había puesto un tanto a alegrarme imaginándolo empezar con la palabra abyección. No fue así,
no es una razón para que esa palabra no tome su lugar.
El Uno que pongo ahí, por pura referencia matemática, quiero decir que figura sencillamente
esto: que para hablar de inconmensurable se requiere que tenga una unidad de medida y no hay
unidad de medida que no esté simbolizada mejor que por el Uno. El sujeto, bajo la forma de su
soporte, el a minúscula, se mide, SE MIDE AL SEXO (entiendan eso como se diría que él se
mide al celemín o a la pinta), eso es el Uno, la unidad sexo ¡nada más!
Pues bien, no es nimio que ese Uno (se trata de saber hasta qué punto) converge, como lo dije
hace poco, con ese Uno que reina en el fundamento mental mismo, hasta este día, de los
psicoanalistas, bajo la forma de la virtud unitiva, que estaría en el principio de todo lo que ellos
desarrollan como discurso sobre la sexualidad. No basta con la vanidad de la fórmula de que el
sexo “una”, se requiere además que la imagen primordial le sea dada por… la fusión de la que
beneficiaría el gozador de la “gozada”: el pequeño baby, en el seno de su madre (en donde nadie
hasta hoy, ha podido darnos testimonio de que esté en una posición más cómoda de lo que está la 15 “en esa esquina” [S.]
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
madre misma al cargarlo)… y donde se ejemplificaría lo que ustedes han escuchado aún aquí, el
año pasado, en el discurso del señor Conrad Stein (lamento que no lo hayamos vuelto a ver, de
hecho, desde entonces), como necesario para el pensamiento del psicoanalista, como
representando ese Paraíso perdido de la fusión del yo y del no yo, que, lo repito, cuando se
escucha a los psicoanalistas, sería la corner stone, la piedra angular sin la cual nada podría
pensarse sobre la economía de la libido; ¡porque de eso se trata!
Pienso que ahí hay una verdadera piedra de toque, que me permito señalar a quien suponga
seguirme. Es que toda persona que quede de cierta manera pegada a ese esquema del narcisismo
primario, bien puede pasarse por el ojal todos los claveles lacanianos que quiera, dicha persona
no tiene absolutamente nada qué hacer ni de cerca ni de lejos con lo que yo enseño.
No digo que este asunto del narcisismo primario, en la economía de la teoría, no sea algo que
plantee pregunta y merezca ser acentuado un día.
Comienzo hoy, precisamente, a hacer subrayar que si el valor de goce tiene origen en la falta
marcada por el complejo de castración, en otras palabras, la interdicción del autoerotismo que
recae en un órgano preciso –que no juega ahí papel y función más que de introducir este
elemento de unidad en la inauguración de un estatuto de intercambio, de donde depende todo lo
que luego será economía, en el ser hablante del que se trata en el sexo–, está claro que lo
importante es ver la reversión que resulta de ahí. A saber, que es en la medida en que el falo
designa, desde entonces, algo llevado a valor por ese menos que constituye el complejo de
castración: ese algo que constituye precisamente la distancia del a minúscula con la unidad del
sexo.
Es a partir de ahí, como toda la experiencia nos lo enseña, que el ser que vendrá, a ser llevado
a la función de partenaire -en esta prueba del acto sexual donde es puesto el sujeto-, la mujer,
para darle una imagen a mi discurso, tomará su valor de objeto de goce.
Pero, al mismo tiempo y así mismo, miren qué sucede, ya no se trata de “él goza”. “Él goza
de”: el goce ha pasado de lo subjetivo a lo objetivo, hasta el punto de deslizar hacia el sentido de
posesión en la función típica, tal como hemos de considerarla como deducible de la incidencia
del complejo de castración. Y, esto ya lo traje la última vez, está constituida por ese viraje que
hace del partenaire sexual un objeto fálico. Punto que no subrayo aquí en el sentido de “el
hombre” a “la mujer” (los dos entre comillas), sino en la medida en que es ahí donde la
operación es, si puedo decirlo, más escandalosa. Porque es articulable, por supuesto, también en
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el otro sentido; salvo que la mujer no tiene que hacer el mismo sacrificio, puesto que le es
acreditado ya a su cuenta, al comienzo.
En otros términos, subrayo la posición de lo que llamaré la ficción macho, que podría
expresarse más o menos así: “uno es lo que tiene”16. No hay nada más contento que un tipo que
nunca ha visto más lejos de la punta de su nariz y que les suelta la fórmula, así, provocante:
“tener o no…”, “uno es lo que tiene”, lo que tiene, lo que ustedes saben… y además “uno tiene
lo que es”.17 Las dos cosas se sostienen. “Lo que es” es el objeto de deseo, es la mujer.
Esta ficción, simplona debo decir, está seriamente en vías de revisión. Desde hace algún
tiempo nos hemos dado cuenta de que es un tanto más complicada. Pero aún cuando en un
informe denominado Dirección de la cura y los principios de su poder, creí deber rearticularlo
con cuidado, al parecer no se vio bien lo que implica aquello que opondré a esta ficción macho,
como siendo, para retomar una de mis palabras de la última vez, el valor hombre-ella: “uno no es
lo que tiene”. No es exactamente la misma frase, pongan cuidado, ¿ah? “Uno es lo que tiene”
[ce qui a] pero “uno no es lo que tiene” [ce qu’on a]18. En otras palabras, es en la medida en que
el hombre tiene el órgano fálico, que él no lo es. Esto implica que, del otro lado, uno puede y
hasta uno es lo que uno no…19 lo que uno no tiene. Es decir, es precisamente en la medida en
que ella no tiene el falo que la mujer puede tomar su valor.
Tales son los puntos que es extremadamente necesario articular al comienzo de toda
inducción de lo que dice lo inconsciente sobre el sexo, ¡porque esto es propiamente lo que hemos
aprendido a leer en su discurso! Sólo que, allí donde yo hablo de complejo de castración, con por
supuesto todo lo que implica de litigio, puesto que lo menos que puede decirse es que puede
prestarse un tanto a error sobre la persona, y especialmente del lado macho, respecto a lo que nos
describe tan bien el Génesis, a saber, la mujer concebida como ese algo de cuyo cuerpo el
hombre ha sido privado (a eso se lo llama, en ese capítulo que bien conocen ustedes, una
“costilla”, ¡es por pudor!…) Lo que conviene ver es que en todo caso, allí donde hablo de
complejo de castración como original en la función económica del goce, el psicoanalista hace
16 on est ce qui a, “uno es lo que tiene / uno es eso que tiene”, Nótese el uso del ce qui en vez del ce qu’on, con su insoslayable efecto objetivante. En contraste, en el párrafo siguiente Lacan llama la atención: no es lo mismo ce qui a que ce qu’on a. Hay que subrayar además el efecto de a en la afirmación: “uno es lo/eso que a”. [T.] 17 on a ce qui est – « lo que es », también con el acento objetivante del qui. 18 O también, al explicitar el on: “uno no es lo que se tiene” [T.]. 19 Sizaret transcribe sin los puntos suspensivos : « on est ce qu’on a – on est ce qu’on n’a pas »; Dorgeuille separa con comas : « On est ce qu’on a, on est ce qu’on n’a pas ». [A notar una homofonía entre « on est ce qu’on n’a… » y « on est ce qu’on a ». T.]
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gárgaras con el término de “libido objetal”. Lo importante es ver que si hay algo que merezca ese
nombre, es precisamente la relación de esta función negativada que está fundada en el complejo
de castración.
El valor de goce, prohibido en el punto preciso, en el punto de órgano constituido por el falo,
es el que es remitido como “libido objetal”; contrariamente a lo que se dice, a saber, que la libido
llamada narcisista sería el reservorio de donde ha de extraerse lo que será libido objetal.
Esto puede parecerles una sutileza. Porque, en últimas, me dirán ustedes, si, en cuanto al
narcisismo, hay ahí libido que recae en el cuerpo propio, pues bien, aún cuando usted precise las
cosas, se trata de una parte de esta libido… me dirán ustedes. En lo que enuncio ahora, ¡para
nada! Muy precisamente por esto: que para decir que una cosa es extraída de la otra habría que
suponer que está pura y simplemente separada por vía de lo que se llama un corte, pero no
solamente por un corte: por algo que cumple luego la función de un borde.
Pero es precisamente lo discutible y no solamente lo discutible, sino que, lo que ya se puede
dilucidar es que no hay homeomorfismo, no hay estructura tal que el colgajo fálico (si puede
decirse) pueda captarse como una parte del investimento narcisista. Es que no constituye ese
borde; se requiere que mantengamos esto contra20 lo que permite al narcisismo construir esta
falsa asimilación de lo uno y lo otro, que es adoctrinada en las teorías tradicionales del amor. Las
teorías tradicionales del amor dejan, en efecto, al objeto del bien en los límites del narcisismo.
Pero la relación en cuestión verdaderamente (la economía del goce), es distinta. La libido
objetal, en tanto introduce algo que, si puedo decirlo, nos deja deseando la nota exacta del acto
que se pretende sexual, es de naturaleza, hay que decirlo, propiamente hablando, diferente,
discernible. Es aquí donde yace el punto incisivo en torno al cual es esencial no ceder. Puesto
que, como lo verán luego, es solamente en torno a ese punto que pueden tomar justo lugar,
especialmente todo lo que sucede en el campo del acto analítico, ya se trate de la relación
analizado-analista o de los efectos de regresión.
Pido excusas por dejar en suspenso. La ley de mi discurso no me permite zanjarlo en el punto
de caída que siempre me convendría; la hora nos interrumpe aquí hoy. Proseguiré la próxima
vez.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel A.
20 entre [S.]
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Lección 18
26 abril de 1967
Mientras se borra lo que hay en el tablero, les hice este dibujo que es imperfecto. ¡Pero,
bueno! no perdamos tiempo. Es imperfecto en el sentido en que no está acabado, porque la
misma longitud 1 que define el campo a minúscula, debería reproducirse aquí, pero la empecé
demasiado lejos. Ya les indiqué suficientemente que esos dos segmentos, particularmente éste de
aquí y éste que no está terminado, son, si quieren, calificables como el Uno y el Otro, el Otro en
el sentido en que lo entiendo de ordinario, el lugar del Otro, A mayúscula, el lugar donde se
articula la cadena significante, y lo que esta soporta de verdad.
Esos son los términos de la díada esencial donde ha de forjarse el drama de la subjetivación
del sexo. Es decir, aquello de lo que estamos hablando desde hace mes y medio. Esencial, para
quienes tienen su oído formado en los términos heideggerianos, que, como lo verán, no son mi
referencia privilegiada. No obstante, para ellos, quiero decir no díada esencial en el sentido de lo
que es, sino en el sentido de lo que (hay que decirlo en alemán), de lo que west,1 como se
expresa Heidegger, de una manera de hecho forzada ya a la luz de la lengua alemana. Digamos,
de lo que opera en tanto Sprache, o sea, la connotación, que le dejamos a Heidegger, del término
de “lenguaje”.
No se trata ahí de otra cosa que de la economía de lo inconsciente, hasta de lo que
comúnmente se llama proceso primario.
No olvidemos que para esos términos –los que acabo de plantear como los de la díada, de
la díada de la que partimos: del Uno y del Otro; el Uno tal como precisamente lo articulé la
última vez, y que de hecho voy a retomar, el Otro, en el uso que hago de éste desde siempre–, no
1 De wesen. [D.]
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
olvidemos, digo, que hemos de partir de su efecto. Su efecto tiene de irrisorio que se presta para
la burda metáfora de que sea él, el niño. La subjetivación del sexo no pare nada, salvo el
infortunio.
Pero, lo que ya produjo, lo que se nos da de manera unívoca en la experiencia
psicoanalítica, es ahí ese desecho del que partimos como siendo el punto de apoyo necesario para
reconstruir toda la lógica de esta díada. Esto, dejándonos guiar por aquello en donde este objeto
es, lo saben ustedes, propiamente hablando la causa, a saber, el fantasma.
La lógica –si es cierto que pueda yo plantear como su tesis inicial lo que yo hago: que no
hay metalenguaje– es esto: que uno puede extraer del lenguaje particularmente los lugares y los
puntos donde, si puede decirse, el lenguaje habla de él mismo. Y es justamente así como alcanza
su plenitud en nuestros días. Cuando digo que “alcanza su plenitud en nuestros días” es porque
es evidente, basta con que abran un libro de lógica para que se den cuenta de que eso no tiene
pretensión de ser otra cosa; nada óntico, en todo caso, apenas ontológico. Al respecto, no
obstante, remítanse, puesto que les voy a dejar 15 días de intervalo, a la lectura del Sofista,2
quiero decir, del diálogo de Platón, para saber hasta qué punto esta fórmula, digo, que concierne
a la lógica, es exacta, y que su punto de partida no data entonces de hoy ni de ayer.
Comprenderán que, de hecho, es de ese diálogo, El Sofista, que parte Martín3 –digo Martín
Heidegger– para su restauración del asunto del Ser. Y, en últimas, no será una disciplina menos
saludable para nosotros la de leer, puesto que mi falta de información hizo que, al no haberla
recibido sino recientemente gracias a un servicio de prensa, sólo hasta hoy pueda aconsejarles
leer la Introducción a la Metafísica en la excelente traducción de Gilbert Kahn.4 Digo
“excelente” porque a decir verdad… no buscó lo imposible y porque, para todas las palabras de
las que es imposible dar un equivalente, si no un equívoco, forjó tranquilamente o volvió a forjar
palabras francesas como pudo, a reserva de que, al final, un léxico nos dé su exacta referencia
alemana. Pero todo esto no es más que paréntesis.
Esta lectura… fácil (lo cual tal vez puede ser puesto en duda por otros textos de Heidegger,
pero les aseguro, ésta es extraordinariamente fácil, hasta de un tono muy netamente rayano con
2 Lacan se remite a la edición de A. Diès, les Belles Lettres, Budé, 1963. Para la edición ene español, Cf. Platón, Diálogos, V, Párménides, Teeteto, Sofista, Político, Madrid, Gredos, 1988. 3 Lacan lo pronuncia al estilo alemán [S.] 4 Heidegger Martin, Introduction à la métaphysique, 1952, traducción al francés de G. Khan, París, Gallimard, 1967. [D.]
271
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
la facilidad) es imposible hacer más transparente la manera como él entiende que se vuelve a
plantear, en nuestro momento histórico, el asunto del Ser.
No es cierto que yo piense que se trate de una lectura de ejercicio simplemente y, como lo
decía hace poco, saludable. Eso limpia muchas cosas pero no deja igualmente de extraviarse al
dar la única consigna de un retorno a Parménides y a Heráclito (por muy genialmente que los
sitúe) precisamente a nivel de ese meta-discurso del que hablo como inmanente al lenguaje. No
es un metalenguaje. El meta-discurso inmanente al lenguaje y que yo llamo la lógica es,
justamente, por supuesto, lo que merece ser refrescado con tal lectura.
Cierto es que no hago uso, pueden ustedes notarlo, de ninguna forma de procedimiento
etimologizante, cuyas fórmulas, llamadas presocráticas, Heidegger hace revivir admirablemente.
Es porque, así mismo, la dirección que entiendo señalar difiere, difiere de la suya precisamente
en el hecho de que es irreversible y que indica El Sofista (lectura, también ésta
extraordinariamente fácil y que no deja también de hacer su referencia a Parménides)
precisamente para señalar cuán lejos e impetuoso llegó contra esa defensa que expresa
Parménides5 en esos dos versos:6 oÙ g¦r m»pote toàto damÁ eÎnai m¾ ™Ònta:
No, nunca jamás plegarás por la fuerza a los no seres a ser; ¢ll¦ sÝ tÁsd' ¢f' Ðdoà diz»sioj e|rge nÒhma De esta senda de búsqueda aleja mejor tu pensamiento.
Es precisamente la senda abierta, abierta desde el Sofista, la que se nos impone, hablando
propiamente, a nosotros los analistas, por poco que sepamos únicamente con qué tenemos que
vérnosla.
Si yo hubiese logrado hacer un “psicoanalista letrado”, habría ganado la partida. Es decir,
que, a partir de ese momento, la persona que no fuera psicoanalista se convertiría, por eso
mismo, en una iletrada. ¡Que los numerosos letrados que pueblan esta sala se tranquilicen, aún
conservan sus resticos!
Se requiere que el psicoanalista llegue a concebir la naturaleza de lo que él manipula, como
esta escoria del Ser, esta piedra rechazada, que se vuelve piedra angular de lo que propiamente es
lo que designo como objeto a. Y que es un producto, digo, producto de la operación del lenguaje,
5 “el Parménides” [Sizaret]. Pero se corre el riesgo de confundirlo con el diálogo de Platón. 6 Lacan traduce de Parménides, Le poème, VII, edición de Jean Beauffret, París, PUF, 1955, 1986.
272
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
en el sentido en que el término producto es necesario en nuestro discurso por el recaudo [la
levée], desde Aristóteles, de la dimensión del œrgon, exactamente, del trabajo.
Se trata de volver a pensar la lógica a partir de ese a minúscula. Puesto que ese a
minúscula (si lo denominé, no lo inventé) es propiamente lo que cayó en manos de los analistas a
partir de la experiencia que éstos han rebasado en lo que es la cosa sexual. Todos saben lo que
quiero decir, y, además, que sólo hablan de eso. Ese a minúscula, desde el análisis, ¡son ustedes
mismos! Digo, cada uno de entre ustedes, en su nódulo esencial; eso les pone los pies en la tierra,
como se dice, eso los restablece, del des… del delirio de la esfera celeste, del sujeto del
conocimiento.
Habiendo dicho esto, eso explica, y es la única explicación válida, por qué, como lo puede
ver cada cual, se parte, en el análisis, del niño. Es por razones, propiamente hablando,
metafóricas. Porque el a minúscula es el niño metafórico del Uno y del Otro, por cuanto ha
nacido como desecho de la repetición inaugural, la cual, por ser repetición, exige esa relación del
Uno al Otro, repetición de donde nace el sujeto.
La verdadera razón de la referencia al niño en el psicoanálisis no es, pues, en ningún caso,
lo más granado de G. I.,7 la flor que se promete que llegará a ser el feliz sinvergüenza que al
señor Erik Erikson le parece suficiente motivo de sus cogitaciones y de sus penas, sino solamente
esa esencia problemática, el objeto a, cuyos ejercicios nos dejan estupefactos, por supuesto no en
cualquier parte: ¡en los fantasmas (y puestos en ejecución de manera bien suficiente) del niño!
Para que sea en su nivel donde se vean los juegos y las vías mejor abiertas, se requiere recoger
confidencias que no están al alcance de los psicólogos del niño…
En resumen, es lo que hace que la palabra alma tenga, en el menor de los retozos sexuales
del niño (en su “perversión”, como se dice) la sola, la única y la sola digna presencia que deba
acordarse a esa palabra, a la palabra alma.
Entonces, la última vez lo dije, el Uno es, simplemente, en esta lógica, la entrada en juego
de la operación de la medida, del valor a darle a a minúscula en esta operación del lenguaje que
será, en últimas (¿qué otra cosa se nos propone?), intento de reintegrar ese a minúscula, ¿en qué?
En este universo del lenguaje del cual ya planteé al comienzo de este año, ¿qué? ¡Que no existe!
7 G. I.: (1942: abreviatura americana de Government Issue). Soldado del ejército americano [tomado del diccionario alfabético y analógico de la lengua francesa Le Petit Robert, 1986, pág. 865]. T.
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No existe, ¿por qué? Precisamente, por causa de su existencia, la del objeto a minúscula, como
efecto.
Entonces, operación contradictoria y desesperada, de la cual afortunadamente la sola
existencia de la aritmética, así sea elemental, nos garantiza que la empresa es fecunda. Puesto
que aún al nivel de la aritmética, nos hemos dado cuenta, hay que decirlo, recientemente, de que
el universo del discurso no existe.
Entonces, ¿cómo se presentan las cosas al comienzo de este intento? ¿Qué quiere decir
escribir (puesto que requerimos de ese Uno y que nos contentaremos, en cuanto a la medida, con
el objeto a minúscula) esto: Uno más a igual a Uno sobre a minúscula?
Sospechan ustedes que cuando mi teoría empiece a ser objeto de un cuestionamiento serio
por parte de los lógicos, habrá mucho que decir sobre la introducción aquí de los tres signos, que
se figuran como más, igual, e igualmente la barra, entre el 1 y a minúscula.
Eso son ensayos en los que se requiere, provisionalmente, para que mi curso no se estire
indefinidamente, que se fíen en que los haya hecho por mi cuenta, no mostrando aquí más que
las puntas, en el nivel en que éstas pueden serle útiles.
Hay que subrayar, sin embargo, que si (porque eso va de suyo y porque en verdad es más
cómodo, todavía tenemos suficiente camino que recorrer) yo inscribo, aquí, sencillamente la
fórmula que resulta recubrir lo que llamé el inconmensurable más grande o también el número de
oro, que designa muy propiamente hablando lo siguiente: que de dos magnitudes la relación de la
mayor con la menor, del Uno con el a, en este caso, es la misma que la de su suma con la mayor;
que si opero así, ciertamente, no es para hacer pasar, de hecho demasiado rápido, hipótesis que
sería muy molesto que las tomarán ustedes por decisivas, quiero decir, que creyeran demasiado
en ello, en ese paradigma que simplemente supone hacer funcionar, por un tiempo, para ustedes,
el objeto a minúscula, como inconmensurable en aquello de que se trata: su referencia al sexo. Es
a este respecto que el Uno (ese sexo y su enigma) está encargado de recubrirlo.
Pero nada indica, por lo demás, en la fórmula 1 + a = 1/a, que podamos enseguida hacer
entrar allí la noción matemática de proporción. Mientras no lo hayamos escrito expresamente (lo
cual implica esta escritura tal como está ahí, para alguien que la lee a nivel de su matemática
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usual, a saber, que es: 1+a/1 = 1/a), mientras que este 1 no esté inscrito8, la fórmula puede ser
considerada como mucho menos precisada. No indica otra cosa que esto: que es de la
aproximación del Uno al a minúscula, que suponemos ver surgir algo. ¿Qué? ¿Por qué no, en
este caso, que el Uno representa el a minúscula?
De ninguna manera hago uso de mis simbolizaciones al azar. Y si quienes aquí pueden
recordar aquellas (las simbolizaciones) que le di a la metáfora, recordarán que, en últimas,
cuando escribo la serie de los significantes, indicando que en su parte de abajo esta cadena
implica un significante sustituido, y que es de esta sustitución que resulta que el nuevo
significante sustituido por el S mayúscula, llamémoslo S’, por el hecho de que oculta el
significante al cual se sustituye, adquiere valor de ese algo que ya connoté así, S’ (1/S’’), adquiere
valor del origen de una nueva dimensión significada que no pertenecía ni a uno ni al otro de los
significantes en cuestión.
¿Acaso no resulta que algo análogo (que no sería aquí propiamente sino el surgimiento de
la dimensión de la medida o de la proporción, como significación original) está implicado en ese
momento de intervalo que, tras haber escrito 1 + a = 1/a, lo completa con el Uno que estaba
ausente aunque inmanente, y que, por el hecho de ser diferenciado en ese segundo tiempo, toma
figura de la función aquí del significante sexo en tanto reprimido?
Es en la medida en que la relación con el Uno enigmático, tomado en su pura conjunción 1
+ a, puede, en nuestro simbolismo, implicar una función del Uno como representando el enigma
del sexo en tanto reprimido, que Uno, que este enigma del sexo se nos presentará como pudiendo
realizar la sustitución, la metáfora, recubriendo por su proporción el a minúscula mismo. ¿Qué
significa esto?
El Uno, me opondrán ustedes, no está reprimido. Como aquí, donde ateniéndome a una
fórmula aproximada, hice una cadena de significantes de la cual convendría que efectivamente
ninguno reproduzca ese significante reprimido (es por eso, justamente, que se requiere que lo
reprimido yo lo distinga), aquí ese Uno de la primera línea, ¿va contra la articulación que intento
darles? Seguramente no, por esto: que, como ustedes lo saben (si acaso se tomaron el trabajo de
ejercitarse un poquitito en lo que les mostré de lo que concierne al uso que conviene hacer del a
8 Se refiere al 1 en el denominador de 1+a/1 [Sizaret].
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minúscula respecto al Uno, es decir, habiendo marcado su diferencia y operado su sustracción
respecto al Uno), si se subraya, como les he dicho, que 1 – a = a2, el Uno menos a no es igual a
nada diferente de un a2 o a al cuadrado, al cual sucede, por poco que replieguen ustedes ese a2
sobre el a, aquí traído en la primera operación, al cual sucede un a3, el cual se reproduce aquí
sobre el a2 por el mismo modo de operación para obtener aquí un a4; todas las potencias pares se
irán, les he dicho, de un lado, al encuentro de las potencias impares del otro (a5, a7), que se
escalonarán aquí, y su todo realizando esta suma que se cifra con el uno minúscula.9 Lo que
entonces tenemos arriba de esta proporción no es más que: a + (a2 + a3 + a4…) y así
sucesivamente, lo cual comienza a partir de a2 hasta el infinito, siendo estrictamente igual al Uno
mayúscula.
Resulta entonces que tienen ahí una figura bastante buena de lo que llamé, en la cadena
significante, el efecto metonímico, y que desde hace tiempo, y en adelante, ilustré con el
deslizamiento en esta cadena de la figura a minúscula.
No es todo. Si la medida que será dada así en ese juego de escritura, puesto que no es otra
cosa, es exacta, se desprende, muy inmediatamente, que nos basta con hacer pasar ese bloque
total del Uno más a minúscula a la función del Uno al cual se le impone como sustitución, para
obtener lo siguiente:
…que bien me puedo dar el lujo –asunto de continuar divirtiéndoles– de no escribirlo,
quiero decir: el último 1, reproduciendo en su nivel la maniobra de hace poco, lo que me permite
escribir luego: 1/a, el cual, si continúan procediendo por la misma vía, se prosigue en la fórmula a/1–a , el cual (siendo1 – a igual a a2) no es otra cosa10 que a: la identificación final que, en cierta
forma, sanciona que a través de esos rodeos, esos rodeos que no son nada puesto que es ahí
donde podemos aprender a hacer jugar exactamente las relaciones de a minúscula con el sexo,
nos remiten pura y simplemente a esta identidad del a minúscula.
Para quienes esto siga siendo un tanto difícil aún, no omitan que ese a minúscula ¡es algo
absolutamente existente! Hasta ahora no lo he hecho, pero puedo escribir su valor, todo el mundo 9 Lacan dice efectivamente “uno minúscula”, es decir, la suma (todo) de las potencias pares y de las potencias impares de a. En efecto, a2 + a = 1, donde a es la suma de las potencias impares, y a2 es la suma de la potencias pares [Sizaret]. 10 Es, por supuesto, 1/a. Lacan corregirá al comienzo de la siguiente sesión del seminario. [S.]
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lo conoce, ¿no es cierto?… Es raíz de cinco menos uno sobre dos, √5–1/2. Y, si quieren escribirlo
en cifras, si me acuerdo bien, es algo de este tipo11: 2,236068… No me acuerdo muy bien; aquí
es exactamente 67 y no 68, pero luego hay unos nueve… etc., eso continúa por cierto tiempo. En
resumen, no respondo por eso; es un recuerdo del tiempo… Bueno, en mi tiempo se aprendían
así las matemáticas, se sabía un cierto número de cifras de memoria. Cuando yo tenía 15 años
sabía de memoria las seis primeras páginas de mi tabla de logaritmos. Otro día les explicaré para
qué sirve, pero es muy cierto que no sería uno de los peores métodos de selección para los
candidatos a la función de psicoanalista. Aún no hemos llegado allá… Tengo tanta dificultad
para hacer entrar la mínima cosa sobre este delicado tema, que ni siquiera he sugerido, hasta
ahora, adoptar ese criterio [risas]. ¡Valdría tanto como todos los que están en uso actualmente!
Retomaremos, entonces, en esta fórmula, esos tiempos para designar, propiamente
hablando, aquí en el 1 + a, el punto de estas formulaciones que designa mejor lo que podemos
llamar el sujeto sexual.
Si el Uno designa en su tiempo primero de enigma, la función significante del sexo, es a
partir del momento en que el 1 + a llega al denominador de la igualdad tal como la vemos
desplegarse aquí, siempre la misma, que surge, como pueden verlo, aunque yo no lo haya escrito
de manera imprudente, en el nivel superior, ese famoso dos de la diada que no se podía escribir
en forma de un 2 sin haber advertido que eso requiere ciertos comentarios suplementarios
respecto, en esta ocasión, a lo que se llama la asociatividad de la adición.
En otras palabras, que yo separo el segundo 1 aquí en tanto que está en este paréntesis para
agruparlo en un mismo paréntesis con el otro 1 que lo precede, pero que tiene una función
diferente. Pero no es difícil subrayar en esos tres términos: este 1, este 1, y este a minúscula, los
tres intervalos que están aquí en cuestión, a saber, los que ponen al a minúscula en problemas
respecto a los otros dos 1.
¿Qué puede querer decir todo esto? [risas].
Para confrontar el a minúscula con la unidad, lo cual es solamente instituir la función de la
medida, pues bien, esta unidad, hay que empezar por ESCRIBIRLA. Ésta es la función que,
11 Lacan rectificará al comienzo de la próxima sesión del seminario. El valor de √5–1/2 es 0,618… Nótese: lo que se llama propiamente número de oro es √5+1/2=1,618. Lo que empieza a dar aquí es el valor de √5 [S.].
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desde hace mucho tiempo, introduje con el término de trazo unario (unario, dije, porque ocurre
que mi voz baje). Entonces, ¿dónde se lo escribe, ese trazo unario, esencial para operar para la
medida del a minúscula respecto al sexo? Pues bien, seguramente, no en la espalda del objeto a
minúscula, ¡puesto que ningún objeto a minúscula tiene espalda! Es precisamente para esto que
sirve, creo que ustedes lo saben desde siempre, lo que llamé yo el lugar del Otro, en la medida en
que es precisamente aquí representado, como llamado por todo este proceder lógico. Es decir, el
lugar del Otro ante todo, en tanto que como tal, introduce la reduplicación del campo de lo Uno;
es decir, aún cuando ahí no tenemos más que, propiamente hablando, la figuración de lo que
articulé como la repetición original, como lo que hace que el Uno primero (ese Uno tan caro a
los filósofos, y que sin embargo, en sus manipulaciones presenta cierta dificultad) que este Uno
sólo surge en cierta manera retroactivo a partir del momento en que se introduce, como
significante, una repetición.
Ese rasgo [trait] unario… me acuerda de los gritos desesperados de uno de mis oyentes
más sutiles, cuando sencillamente lo recogí de un texto de Freud, el einziger Zug, donde había
pasado desapercibido para ese encantador interlocutor a quien le habría gustado hacer él mismo
su hallazgo… No crean, sin embargo, que sólo existe ahí. Freud no descubrió el rasgo [trait]
unario. Y si quieren, sencillamente, entre otros (por supuesto, naturalmente, voy a hablar dentro
de poco de los griegos), sino sencillamente para quedarnos en la actualidad, abrir el último
número de la excelente revista que se llama Arts Asiatiques, verán allí la traducción de un muy
bonito tratado breve de la pintura12 por un pintor de quien, afortunadamente, tengo la fortuna de
tener pequeños… bueno, kakemonos se los llama, que se llama Shitao y que, da gran cuenta, a mi
fe, de ese rasgo unario; sólo habla de eso, ¡sí! Sólo habla de eso durante un buen número de
páginas, y excelentes. En chino eso se llama (y no solamente para los pintores, pues los filósofos,
hablan mucho al respecto) y| que quiere decir Uno y huà que quiere decir trazo [trait]. Es el
rasgo unario. Funcionó mucho, les garantizo, antes de que yo les machacara las orejas con eso
aquí.
Pero lo importante, entonces, también, es reconocer…13
12 Shitao, “Traité de la peinture”, Traducción y comentario en Arts Asiatiques, cuadernos publicados por la École française d’Extrême-Orient por Pierre Ryckmans, retomado bajo el título Les propos sur la peinture du moine Citrouille-amère, París, Hermann, 1984 [D.] 13 Lacan va hacia el tablero.
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(Ya lo sé… está escrito como si… es, muy puerco, ¡ah!, mi… mi carácter chino, pero no
tengo el… no tenía mi… ¡sí, bueno! ¡Sí!)…reconocer aquí (en esta función esencial que necesita,
como oponiéndose, como en espejo, el campo del Otro a ese campo de lo Uno enigmático),
propiamente hablando, lo que se ha figurado desde hace mucho tiempo en mi grafo por la
connotación significante de A mayúscula tachado, S(A/ ). Esto permite también, en este artículo
que titulé Remarques…14 y que da la fórmula de lo que se llama, en el psicoanálisis y en los
textos freudianos, una de las formas de la identificación, identificación con el Ideal del yo, cuyo
rasgo esencial ubiqué precisamente en el Otro, como indicando a nivel del Otro esta referencia
en espejo, de donde precisamente parte para el sujeto la vena de todo lo que es identificación. Es
decir, lo que especialmente, en el campo del que hablamos hoy, de la díada, ha de distinguirse.
Distinguirse como situándose, y situándose como distinta de las otras dos funciones que son
respectivamente la de la repetición, la identificación la ponemos en la mitad, y por último la
relación15… La última vez les dije lo que había que pensar respecto a cualquier cosa que pueda
autorizarse de la díada sexual. Califiqué de bufona esta “relación”14 de la que se habla como de
algo que tendría la mínima consistencia cuando se trata de sexo.
Quisiera sencillamente aquí hacerles un comentario. Al mismo tiempo, justo después de El
Sofista, donde interviene Aristóteles, donde funda de una manera que es justo decir que
(independientemente de la disolución que, luego, supimos operar de las operaciones de la
lógica), que es justo decir que sus Categorías16 conservan un carácter inquebrantable. Ya los he
incitado enérgicamente a retomar ese breve tratado. Es claramente admirable en todo lo que
concierne a este ejercicio que puede permitirles dar un sentido al término de “sujeto”. La
enumeración de las categorías… no voy a volvérselas a hacer, la de lugar, la de tiempo, la de
14 “Observación sobre el informe de Daniel Lagache: "Psicoanálisis y estructura de la personalidad”, 1958, 1960, en Escritos 2. 15 relation 16 Aristóteles, Organon, libro 1 « Categorías ». En francés: edición Tricot, Vrin, 1936. O edición bilingüe, F. Hildefonse y J. Lallot. Senil, 2002.
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cantidad, la de cómo, la de por qué, etc. ¿No es sorprendente que tras una enumeración tan
exhaustiva, se note que, precisamente, Aristóteles no introdujo en las categorías esa especie de
relación que podría escribirse –pero intenten un poco y me contarán– la relación sexual?
Todos los lógicos tienen la costumbre de ejemplificar los diferentes tipos de relaciones que
distinguen como transitivas, intransitivas, reflexivas, etc., ilustrándolas por ejemplo con términos
de parentesco: “si Tal, si A es el padre de B, B es el hijo de A”, y así sucesivamente. Es bastante
curioso, por lo menos tan curioso como la ausencia, en las categorías aristotélicas, de la relación
sexual, que nunca nadie se haya arriesgado a decir que “sí A es el hombre de B, B es la mujer de
A”.
Sin embargo, esta relación, por supuesto, hace parte de nuestra pregunta concerniente a
aquello de lo que se trata, a saber, este asunto del estatuto que pueda fundar esos términos que
son, propiamente hablando, los que acabo de adelantar bajo la forma de hombre y de mujer.
Para hacerlo, es absolutamente vano proyectar (para emplear un término que el
psicoanalista usa a tontas y a locas), proyectar el Uno que viene a marcar el campo del Otro en lo
que voy ahora a llamar x, para marcar bien que este Uno no era nada más, hasta ahora, que una
denominación. Que haya que designar con el Uno del trazo unario lo que está ahí entre el a
minúscula y el Otro con mayúscula, es lo que sólo abusivamente puede considerarse como (ese
campo x) lo unificante, ¡haciéndolo unitivo, más aún!
Por supuesto, no fue ayer que tuvo lugar ese deslizamiento, y no es privilegio de los
psicoanalistas; la confusión de un Ser –¿cuál Ser? ¡Supremo!– con el Uno como tal, es lo que se
encarna, de manera inminente, por ejemplo, en la pluma de un Plotin. Todo el mundo sabe eso.
El predominio de esta función mediana que no es una nonada, puesto que opera (yo la
llamé la, fundamental, del Ideal del yo) en tanto que depende de eso toda una cascada de
identificaciones secundarias, particularmente la del Yo ideal, la cual es nódulo del yo; todo esto
ha sido expuesto y queda inscrito en su lugar y en su tiempo, y por sí mismo hace surgir
claramente el asunto de de cuál motivo está necesitada la multiplicidad de esas identificaciones.
Es claro que basta con remitirse al pequeño esquema óptico que di, que no es más que una
metáfora; en cambio esto nada tiene de metafórico, ¡puesto que son las metáforas las que
precisamente son operantes en la estructura!
En resumen, que el lazo del Uno con el Otro por identificación y sobre todo si toma esta
forma reversible que hace del Uno el Ser supremo es, propiamente hablando, típica del error
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
filosófico. Por supuesto, si les dije que leyeran El Sofista de Platón, es que estamos lejos de caer
ahí en este Uno y que Plotín es aquí la mejor referencia para dar prueba de ello.
No quisiera oponer allí que los místicos… en la medida en que son los que podemos
definir como los que avanzaron, a costa suya, de a minúscula hacia este Ser que, por su parte, lo
único que hizo fue anunciarse como impronunciable (impronunciable en lo que respecta a su
nombre) nada menos que con esas letras enigmáticas que reproducen (¿se lo sabe?) la forma
general del Yo soy, no Aquel que soy, ni Aquel que es, sino Lo que yo soy. Es decir, ¡busquen
entender!…
Pueden ver, ahí, que nada especifica tanto (aunque merezca ser especificado en otro nivel
por la referencia que se hace al padre) al Dios de los Judíos; porque a decir verdad, el Tao se
enuncia, como lo saben, en nuestro tiempo en que el Zen recorre las calles, en alguna parte han
debido ustedes recoger que “el Tao que puede nombrarse no es el verdadero Tao”. En fin, no
estamos aquí para hacer gárgaras con esos viejos chistes…
Cuando hablo de las místicas, hablo sencillamente de los huecos que encuentran. Hablo de
Noche oscura,17 por ejemplo, que prueba que en cuanto a lo que puede allí haber de unitivo en
las relaciones de la criatura con cualquier cosa, siempre puede, aún con los más sutiles métodos y
los más rigurosos… encontrarse allí una dificultad. Los místicos, para decirlo todo (debo decir
también que es el único punto por el cual me interesan; no estoy tratando de hacer del acto
sexual, pienso que se dan ustedes cuenta de manera suficiente, una “teoría” (entre comillas)
mística), se habla de los místicos ellos para señalar que son menos brutos que los filósofos; así
como “los enfermos son menos brutos que los psicoanalistas”. Esto depende únicamente de esto:
que… es… es una de las alternativas, renovada, de lo que ya varias veces di como fórmula de la
alienación: la bolsa o la vida, la libertad o la muerte, la estupidez o la canallada, por ejemplo.
¡Pues bien, no hay elección! Cuando se plantea: la estupidez o la canallada, por lo menos a nivel
de los filósofos o… o de los psicoanalistas, es siempre la estupidez la que gana; no hay manera
de escoger la canallada.
En resumen, para tomar ese campo que está ENTRE el a minúscula y el A mayúscula, ven
que dibujé dos líneas: una, hecha de un punteado y luego de una línea continua, sencillamente
para señalar que el a minúscula se iguala en su primera parte con lo que es el a minúscula
17 San Juan de la Cruz, « Noche oscura ». Sain Jean de la Croix, “La nuit obscure”, en Œuvres spirituelles, traducidas al francés por el R. P. Cyprien de la Nativité de la Vierge, revisadas por el R. P. Lucien Marie, París, Desclée de Brouwer, 1949 [D.].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
externo, y que está ese resto del a2. Pero hice una segunda línea, una segunda línea que bien
podría ser la única, para señalarnos que ese punto, ese campo, ha de considerarse (digo para
nosotros, los analistas) como siendo en su conjunto algo de lo que por lo menos se sospecha que
participa de la función del agujero.
Y no puedo dejar (así sea por reconocimiento a la contribución que el Sr. Green tuvo a bien
aportar hace, creo, dos sesiones, a mi trabajo) de introducir aquí, por qué no, la referencia que él
tuvo a bien adjuntar allí. Es la que introdujo, debo decir (no se dejen llevar), muy notablemente,
bajo la forma de ese caldero, de ese caldero del Es, que él fue a extraer allí donde de hecho la
mayoría de entre nosotros lo conoce, en la treintaiunava o treintaidosava Nueva conferencia de
Freud. El caldero, en una cierta imagen que puede hacerse de éste, se expresa, algo como así:
“¡eso hierve ahí dentro!”. A decir verdad, en el texto de Freud, es justamente de eso de que se
trata. Con qué ironía Freud podía dejar pasar tales imágenes, es algo por supuesto que habría que
estudiar. No está a nuestro alcance enseguida. Antes sería necesario entregarse… bueno… a una
sólida operación de desbaste, como a menudo lo he hecho notar, de lo que recubre el texto…
bueno, ¿no es cierto?… ¡la marea negra!
No digamos demasiado al respecto, salvo, en últimas, esto: que una de las cosas más
esenciales a distinguir –quisiera que retuvieran su fórmula– es la diferencia que hay entre la
podredumbre y la mierda. Si no se hace una distinción exacta, no se nota, por ejemplo, que lo
que Freud designa, es ese algo podrido que hay… en el goce. Y no soy yo quien inventa ese
término: la Tierra Gasta se pasea ya por la literatura cortés, son los términos poéticos que usan
los Romanos de la Mesa Redonda,18 y los vemos retomados (hallamos lo que nos sirve donde
está) en la pluma de ese viejo reaccionario de T. S. Eliot en el título The Waste Land.19 ¡Él sabe
muy bien de qué habla! Léanlo, Waste Land, es aún una muy buena lectura, y debo decir que
18 Chrétien de Troyes, Perceval, ou le Conte du Graal. La Tierra Gasta es el imperio devastado del rey Méhaigné. Oeuvres complètes, Bibliothèque de la Pleiade, Gallimard, París, 1994. [En la leyenda del rey Arturo, la Tierra Gasta es un territorio devastado que se ha vuelto estéril y cuya fertilidad sólo se recuperará al final de la búsqueda del Grial, que sanará al Rey Herido y a su reino. El Rey Méhaigné (Rey Pescador o Rey Herido) es el último de una descendencia encargado de cuidar el Santo Grial. A menudo se lo llama “Rico Rey Pescador” por el inestimable tesoro que tiene a su cuidado (tesoro espiritual más que material). El relato de su historia varía mucho, pero siempre es herido en las piernas o en la ingle, y es incapaz de moverse por sí mismo. Desde entonces, su reino parece compartir sus dolencias, como si la enfermedad del rey hiciera estéril la tierra (Mito de la tierra devastada que ha de relacionarse con el inglés Waste Land. Sólo le queda pescar en el río cerca de su castillo de Corbenic, mientras todos los Caballeros acuden para curar al Rey pescador, pero sólo el “Buen caballero” puede realizar el milagro. T.]. 19 Eliot Thomas Stearns [1888-1965], The Waste Land [1922]. Cf. La Tierra Baldía y otros poemas, Cátedra, 1954.
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bastante divertida, ¡si bien menos clara que la de Heidegger! ¡No se trata de otra cosa, de cabo a
rabo, que de la relación sexual!
Una de las cosas más útiles sería evidentemente decantar ese campo de la podredumbre,
del alquitrán de mierda –digo, propiamente hablando, dada la función privilegiada que juega en
esta operación el objeto anal– con el que la teoría psicoanalítica actual la recubre.
Entonces, en el lugar de lo que había definido como el Es de la gramática –verán tras qué
gramática, se trata–, el Sr. Green me recordó que era necesario que no olvidara la existencia del
caldero, caldero en tanto que hace “burú, burú, burú, pschiit”. El asunto es esencial y, a decir
verdad, le rindo enteramente este homenaje, de que tomó una vía muy mía, para hacer funcionar
enseguida lo que él llamó modestamente la asociación de idea, y que era la referencia al Witz,
para recordarnos el otro uso que Freud hace del caldero, a saber, que respecto a ese famoso
caldero que se nos reprocha haber devuelto agujereado, el sujeto ejemplar responde, por lo
común, que, primero, él no lo pidió prestado, segundo, que agujereado ya estaba y, tercero, que
lo devolvió intacto. Fórmula que, seguramente, tiene todo su valor de ironía y de Witz, pero que
es aquí particularmente ejemplar cuando se trata de la función de los analistas, porque el uso que
hacen los analistas de este lugar, que yo estoy de acuerdo en que es necesario representar por
algo como un caldero, a condición precisamente de saber que es un caldero agujereado, y que por
lo tanto es totalmente inútil pedirlo prestado para hacer dulces en él, ¡y que igualmente no lo
prestamos! Toda la técnica analítica (es un error no señalarlo) consiste precisamente en dejar
vacío este lugar del caldero. ¡Que yo sepa, no se hace el amor en el consultorio analítico! Es
precisamente porque en ese lugar –y en lo que ha de medirse allí–, uno opera desde lo que está
ahí, a la derecha y a la izquierda, del a minúscula y del A mayúscula, que podemos tal vez decir
algo al respecto.
Entonces, diré yo que esas tres divertidas referencias al problema del deudor del caldero,
no hacen más que recubrir, por parte de los analistas, un triple rechazo a reconocer lo que
justamente está en juego. Primeramente: que ese caldero no lo han pedido prestado, niegan ese
no… e imaginan que efectivamente lo han pedido prestado. En segundo lugar, parece que
quisieran olvidar, tanto como puedan, que, tal como sin embargo lo saben bastante bien, ese
caldero está agujereado y que prometer devolverlo intacto es algo enteramente aventurado.
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Solamente a partir de ahí se podrá dar cuenta de qué se trata a nivel de fenómenos que son
esos fenómenos de verdad, que intenté precisar en la fórmula Yo, la verdad, hablo.20
Esto es cierto, independientemente de lo que los psicoanalistas piensen al respecto, y aún si
quieren pensar algo que no los obligue a hacer oídos sordos a las palabras de la verdad.
Aquí, qué nos enseña el elemento mismo de la teoría psicoanalítica sino que acceder al
acto sexual es acceder a un goce… culpable, ¡AÚN Y SOBRE TODO SI ES INOCENTE! El
goce pleno, el del rey de Tebas y el del salvador del pueblo, el de aquel que levanta el cetro
caído, no se sabe cómo y sin descendencia… ¿Por qué? Se olvidó. En resumen, ¿este goce que
recubre qué? La podredumbre, la que explota, al fin, en la peste. Sí, él, el rey Edipo, realizó el
acto sexual, el rey reinó. De hecho, tranquilícense, es un mito. Es un mito como casi todos los
demás mitos de la mitología griega; hay otras maneras de realizar el acto sexual, en general, que
encuentran su sanción en los infiernos. La de Edipo es la más “humana”, como decimos hoy, es
decir, con un término que no tiene enteramente equivalente en griego, donde sin embargo, se
encuentra el cuarto de ropas del humanismo.
¿Qué océano de goce femenino, les pregunto, no ha sido necesario para que el navío de
Edipo flote sin hundirse, hasta que la peste muestre en fin de qué estaba hecha la mar de21 su
felicidad? Esta última frase puede parecerles enigmática. Es que hay, en efecto, aquí que respetar
el carácter de enigma que debe conservar propiamente un cierto saber, que es el que concierne al
palmo que marqué aquí con el agujero. Asimismo, no hay entrada posible en ese campo, sin el
sobrepasamiento del enigma. Y, ustedes lo saben, es lo que designa el mito de Edipo. Sin la
noción de que ese saber (que sólo figura el enigma, ya sea o no razonado), de que ese saber,
digo, es intolerable para la verdad; porque la Esfinge es lo que se presenta cada vez que la verdad
está en cuestión. La verdad se lanza al abismo cuando Edipo zanja el enigma. Esto quiere decir
que él muestra ahí propiamente, la especie de superioridad, de superioridad, de ÛÒrij como él
decía, que la verdad no puede soportar.
¿Qué quiere decir esto? Quiere decir el goce en tanto está en el principio de la verdad. Eso
quiere decir lo que se articula en el lugar del Otro, para que el goce (del cual se trata de saber ahí
dónde está) se plantee como cuestionando en nombre de la verdad.
20 “La cosa freudiana o sentido del retorno a Freud en psicoanálisis”, 1955, 1956, retomado en Escritos 1. 21 A subrayar la homofonía entre “la mer de” y “la merde”: la mar de… y la mierda. [T.]
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Y se necesita que esté en ese lugar para cuestionar. Quiero decir: en el lugar del Otro.
Porque uno no cuestiona desde otro lugar. Y esto les indica que ese lugar que introduje como el
lugar donde se inscribe el discurso de la verdad no es ciertamente, independientemente de lo que
haya podido escuchar tal o cual, esa especie de lugar que los estoicos llamaban “incorporal”.
Tendré que decir de qué se trata, a saber, precisamente, que es el cuerpo. Tampoco es por ahí que
tengo que avanzar hoy, como quiera que sea.
Algo sabía Edipo sobre lo que se le planteaba a manera de pregunta, y cuya forma debería
en efecto, en nuestro turno, retener nuestra perspicacia. ¿La simplona figura de la respuesta no
nos engaña desde hace siglos con sus cuatro patas, sus dos piernas, y además el bastón del
vejestorio que se agrega al final? ¿Acaso no hay, en esas cifras, algo diferente cuya fórmula
encontraremos mejor siguiendo lo que nos indicará la función del objeto a minúscula?
El saber es, pues, necesario para la institución del acto sexual. Y esto es lo que dice el mito
de Edipo. ¡Juzguen un poco, en adelante, sobre lo que fue necesario que desplegara Yocasta, en
tanto poder de disimulación! Puesto que, en los caminos del encuentro, de la tÚch, que es esa
que uno sólo tiene una vez en la vida, de la única que puede llevarlo a la felicidad, puesto que
Edipo pudo no saber más pronto la verdad! Pues, en últimas, todos esos años que durará su
felicidad, ya sea que haga el amor por las tardes en el lecho o durante el día… ¿jamás, jamás
Edipo, tuvo, jamás, que evocar esa extraña escaramuza que tuvo lugar en el entrecruce con ese
vejete que sucumbió allí? Y además, el servidor que sobrevivió a eso, y que, cuando vio a Edipo
subir al trono ¡se largo! Vamos, vamos, ¿acaso todo este cuento, esta huida de todos los
recuerdos, ¡bueno!, esta imposibilidad de volverlos a hallar, no está sin embargo hecha para
evocarnos algo? Y de hecho si Sófocles, por supuesto, nos agrega toda la historia del servidor,
para evitarnos pensar en el hecho de que Yocasta, al menos, no pudo no saber, no pudo evitar sin
embargo (se las traje aquí para ustedes), impedir hacer que Yocasta gritara en el momento en que
ella le pide que se detenga: –Por tu bien, te doy el más sabio consejo. –Comienzo a hartarme de
eso, responde Edipo. –Desventurado, ¡que nunca llegues a saber quién eres! Ella lo sabe, ella lo
sabe bien, ¡ella lo sabe, por supuesto! y es por eso que ella se mata: por haber sido la causante de
la perdición de su hijo.
¿Pero qué es Yocasta? Pues bien, ¿por qué no la mentira encarnada en lo que concierne al
acto sexual? Aún si nadie hasta aquí ha sabido verlo ni decirlo, es un lugar adonde uno sólo
accede al haber separado la verdad del goce.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
La verdad no puede hacerse escuchar allí, porque si se hace escuchar allí, todo se escabulle
y aparece el desierto. ¡Por lo común, sin embargo, el desierto es un lugar poblado, como ustedes
lo saben! A saber, ese campo x donde sólo penetran nuestras mensuraciones. Normalmente hay
un gentío loco, los masoquistas, los ermitaños, los diablos, los fantasmas,22 los parásitos y las
larvas… ¡Basta simplemente con que uno empiece a predicar allí, especialmente el sermoneo
psicoanalítico, para qué todo el mundo se largue!
De eso se trata. ¿Desde dónde hablar al respecto? Pues bien, desde donde todos, a mí fe,
hacen entrar allí el goce. Porque el goce, les dije, ¡no está ahí! Ahí está el valor de goce. Pero en
Freud, esto está muy bien dicho, precisamente por el mito, cuando subraya el sentido último del
mito del edipo: goce culpable, goce podrido, sin duda, pero todavía no es decir nada si no se
introduce la función del valor de goce, es decir, de lo que lo transforma en algo de otro orden.
¿Cuál es el goce del amo del mito que Freud forja? Él goza, se dice, de todas las mujeres.
¿Y qué quiere decir eso? ¿No hay en eso algún enigma? ¿Y esas dos vertientes del sentido de la
palabra “gozar” que les dije la última vez, vertiente subjetiva y objetiva? ¿Es él quien goza por
esencia? Pero, entonces, todos los objetos están ahí, de cierta forma, huyendo del campo. O en
aquello de lo que él goza, ¿lo que importa es el goce del objeto, a saber, de la mujer? Esto no es
decir “se escabulle”, por la simple razón de que ahí está el mito que se trata de designar en este
punto, en ese campo, o la función original de un goce absoluto que, el mito lo dice
suficientemente, no funciona sino cuando es goce asesinado, o si quieren, goce aséptico. O
también, para tomar a cuenta mía una palabra que, al leer al señor Dauzat, o al Sr. Le Bidois,
supe que emplean los canadienses, que se sirven de la palabra can (que como ustedes saben es un
jerry can)23, y emplean la palabra canné. ¡He ahí un buen franglés, una vez más!
Un goce “canné”24, eso es lo que Freud, en el mito, en el mito del padre original y de su
asesinato, nos designa como siendo la función original sin la cual no podemos ni siquiera llegar a
concebir lo que será ahora nuestro problema. A saber, lo que entra en juego en las operaciones,
gracias a lo cual se intercambian, se economizan y se vuelven a verter25 las funciones del goce
tal como hemos tenido que enfrentarlo en la experiencia psicoanalítica.
22 fantômes 23 Jerrycan, jerrican o jerry can es un robusto contenedor de combustible hecho de acero prensado, diseñado para contener 20 litros de combustible, inventado por los alemanes en un proyecto secreto ordenado por Hitler; lo llamaron Wehrmachtskanister: bidón. 24 “embidonado” [T.] 25 se reversent. Según Dorgeuille, se renversent : se invierten, se trastocan.
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Después de lo que les he adelantado entonces hoy, creo, nos adentraremos en un cerrar
(aún cuando preparatorio) a partir del 10 de mayo.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo
ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Lección 19
10 de mayo de 1967
Bueno… Primero quiero anunciarles que, muy a mi pesar, no dictaré este curso o este
seminario, como quieran llamarlo, el miércoles próximo. Por la razón de que hay huelga, la cual,
en últimas, entiendo respetar, por mi parte, más allá de las incomodidades que nos traería el que
se nos anuncie que, habiendo sido cortada toda la electricidad, lo que con tanta dificultad intento
desde hace numerosas sesiones hacer funcionar aquí para su beneficio y para el mío, habría sido
vuelto inútil. Entonces, será necesario reinscribirlo de aquí al final de la sesión para que las
personas que lleguen tarde no ignoren que sólo habrá próximo “seminario”, ya que así se lo
llama, dentro de 15 días. Creo que estamos a 10 de mayo, lo que da entonces el 24; cita el 24.
¿Hay alguien que tenga alguna observación que hacerme sobre lo que les comuniqué en la
última sesión? ¿Hay alguien que se haya hecho alguna reflexión que concierna especialmente –
doy luces– a lo que escribí en el tablero?
No me parece… ¡Y yo no sé si deba o no respirar por eso…! ¿Acaso es por causa de la
profunda distracción con la que se recibe lo que puedo inscribir? ¡Pero bueno! Al volver a mi
casa me preocupé terriblemente por haber escrito en el tablero la fórmula de a minúscula, por
supuesto, raíz de 5 menos 1, sobre 2, √5-1/2 y luego, justo después, el valor de √5 = 2,236…
bueno, y algo. Hice algunos chistes sobre la tabla de logaritmos pero habría sido mejor si les
preciso, por supuesto, que lo que escribí ahí no era el valor de a minúscula sino de √5. ¡No hay
que imaginar que a minúscula es dos, coma y algo! Pues al contrario, a minúscula es inferior a la
unidad, es una cifra que es un poco más alta que seis décimos, lo cual no sobra conocer para
cuando quieran escribir esas longitudes o esas líneas de las que me sirvo y poner en una
proporción más o menos exacta la longitud del a minúscula al lado de la longitud definida para
equivaler a la unidad.
El segundo error que hice es que, luego de una larga serie de igualdades, particularmente la
que se inscribe como 1+a/1, por ejemplo, terminé al final escribiendo: = a, cuando en realidad era 1/a lo que había que escribir.
¡Bueno, en fin!… ¡Para quienes copiaron esas fórmulas, que las corrijan!
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Continuamos avanzando en nuestro objeto de este año. Y, por supuesto, esta lógica, que
elaboro ante ustedes con el nombre de una lógica del fantasma, tiene un fin que definí varias
veces y que se requiere que en algún momento llegue a aplicarse; a aplicarse a algo que sólo
podría ser, por supuesto, una obra de cernido, o hasta, propiamente hablando, de crítica contra lo
que se planteó en un cierto nivel de la experiencia y de una forma teórica que a veces se presta
para imperfección.
Con ese propósito abrí, más bien volví a abrir, para su uso, una obra que no había dejado
de parecerme importante en el momento en que surgió, y es accesible a todos ustedes puesto que
fue traducida al francés con el nombre de La Névrose de base [La neurosis de base],1 de alguien
que seguramente no deja de tener ni talento ni penetración analítica y que se llama Sr. Bergler.
Es una obra que les recomiendo puesto que tendrán otra vez 15 días por delante, que les
recomiendo a título de ejemplo o de soporte… ocasional para aquello para lo cual puede servir
nuestro trabajo aquí. Al recomendársela a título de ejemplo, por supuesto, ¡no digo
recomendársela a título de modelo! Sin embargo, ya lo dije, es una obra de gran mérito.
Ciertamente, no es por esas vías que veremos de ninguna manera aclararse lo que concierne a la
naturaleza de la neurosis. Pero, seguramente, tampoco quiere decir que no se entrevea allí algún
resorte esencial. Las nociones de estructura que aquí se adelantan (y que, además, en el sentido
en que hago uso por el momento de esa palabra, no son privilegio de este autor), lo cual se
enuncia habitualmente en la noción de capas (que, por la misma razón, se las organiza de lo
superficial a lo profundo, o inversamente, de lo profundo a lo superficial), son aquellas
particularmente de las que parte el autor; a saber que, en los casos que él contempla, pero además
hay que agregar que los considera en mucho como los más numerosos en la neurosis, los casos
definidos en su opinión por lo que él llama “la regresión oral” se definen por algo que, en
últimas, no tengo razón para no tomar prestado de su texto, puesto que está ahí resumido en
pocas líneas (¡así será más seguro!):
“Las neurosis orales hacen surgir constantemente la situación del triple mecanismo de la
oralidad siguiente:
“Primeramente: me crearé el deseo masóquico de ser rechazado por mi madre…
1 Bergler Edmond, La Névrose de base, primera edición, Nueva York, 1949, traducido al francés por A. Corner, París, Payot, 1963 [D.].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
(Que alguien escriba: 1º— Ser rechazado, bien en la esquina, arriba, a la derecha. ¡Muriel! Si
tiene usted a bien, se lo agradecería. Tome esas cosas grandes que están ahí para eso).
“En segundo lugar: yo no sería…
Termino el primer párrafo:
“Yo me crearía el deseo masóquico, entonces, de ser rechazado por mi madre, creando o
deformando situaciones en las cuales algún sustituto de la imagen preedípica de mi madre
rechazará mis deseos.
Esta es la capa más profunda, aquella cuyo acceso es más difícil, aquella contra cuya
revelación el sujeto se defenderá más fuertemente y durante más tiempo. Digo esto para los
oyentes más novatos de esta sala.
En segundo lugar: yo no sería conciente de mi deseo de ser rechazado y del hecho de que
soy el autor de ese rechazo; veré únicamente que tengo razones para defenderme, que mi
indignación está bien justificada, así como la seudoagresividad de la que doy fe frente a tales
rechazos.
(2º— Seudoagresividad. Escriban únicamente esas palabras, por favor).
“En tercer lugar: tras lo cual, me apiadaré de mí mismo en razón de que tal “injusticia”
(entre comillas) sólo puede sucederme a mí y, una vez más, gozaré de un placer MASÓQUICO.2
Paso sobre lo que Bergler agrega allí respecto a lo que él llama “el punto de vista clínico”,
particular diferenciación además que hace entre lo que él considera como resumen de la génesis
de la perturbación (el elemento genético) y3 esta forma o aspecto clínico que se define por la
intervención de un superyó, cuya vigilancia consiste precisamente en mantener la presencia del
elemento que aquí él designa como “masóquico”, como elemento siempre activo en el
mantenimiento de la defensa.
Ese segundo punto de vista ha de discutirse en sí mismo y no lo haré hoy. Sobre lo que
avanzaré hoy al respecto es esto: que en ninguna parte se articula cómo esto (que, por lo demás,
es justo), que en la posición oral el sujeto, digamos, quiere ser rechazado, por qué no es cierto
decir que la pulsión oral consiste en querer obtener particularmente el seno. Si la observación se
funda en su posición radical, en ningún punto de ese trabajo de Bergler se da cuenta de alguna
manera de lo que quiere decir esto respecto a una pulsión definida como oral, y por qué en cierta
2 Lacan acentúa esas palabras al decirlas [S.] 3 “el elemento genético –esta forma” [Sizaret].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
forma al comienzo, lo que parece ser su tendencia, digamos, natural, queda así invertida. Punto
sin embargo importante, por el hecho de que, precisamente, es desde su posición natural que el
sujeto argumentará para sostener esta agresividad, que Bergler muy justamente llama “seudo”,
porque no lo es. Esto, por supuesto, dejando abierto de qué se trata a nivel de una agresividad
que no sería seudo.
Como sobre ese tema introduje un registro que propiamente hablando es el del narcisismo,
equivalente a lo que, en la teoría aceptada por lo común, se llama “narcisismo secundario”, como
ubiqué allí la agresividad como su dimensión constitutiva y como diferente, a ese respecto, de la
pura y simple agresión, nos hallamos allí ante un abanico de nociones, desde la noción, bruta, de
agresión, que no conviene en casi ningún caso, cuando se trata de fenómenos neuróticos; la de4
agresividad narcisista; por último, esta seudoagresividad que especifica Bergler como resultando
en cierto nivel de la neurosis oral.
Puntúo simplemente esas distinciones sin darles por el momento su desarrollo completo.
Como sea, se plantea el asunto de lo que conviene mantener como el estatuto, hasta ahora
definido como agresivo, de un cierto tiempo de la pulsión oral y por qué en la neurosis oral este
acento del ser rechazado es planteado por Bergler como el más radical. Lo que busca mi
comentario no es únicamente zanjar respecto a los hechos (aunque, por supuesto, zanjar al
respecto implicaría buscar de qué habla, a saber, de qué neurosis, de qué momento de su
abordaje) sino de lo siguiente, que falta en un texto teórico, a saber: si no habría que examinar
precisamente el punto en que aquí las cosas se detienen, a saber, en lo que quiere decir y por qué
es pertinente el término de ser rechazado.
“Ser rechazado” sugiere algún suspenso interrogador. ¿Ser rechazado a título de qué? ¿Ser
rechazado en tanto qué? No obstante, esto no es para nosotros, suponiendo que estemos en el
umbral de la teoría analítica, cosa nueva, sino lo que nos sucede cuando nos presentamos en una
relación, por ejemplo, que se calificará como intersubjetiva. A este respecto, saben ustedes, lo
que se ha llegado a plantear en un cierto modo de pensamiento que es ese, hegeliano, del que el
mismo Sartre, destacando un ramal, subrayó el acento que en cierto nivel puede tomar: el que ha
sido calificado como exclusión radical y mutua de las conciencias, del carácter incompatible de
su coexistencia; de ese o él, o yo que surgiría a partir del momento en que, propiamente
hablando, aparece la dimensión del sujeto.
4 “el de” [Sizaret].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Basta también con decir hasta qué punto ese realce cae en manos de las críticas que se
pueden plantear contra la génesis inicialmente adoptada en “la lucha a muerte”, y lucha a muerte
que adquiere su estatuto de esta concepción radical del sujeto como absolutamente autónomo,
como Selbstbewußtsein.
¿Se trata de algo de este tipo? No parece tan seguro. Puesto que todo lo que nos aporta la
experiencia analítica respecto al estadio llamado oral, hace intervenir allí muchas otras
dimensiones y, particularmente, esta dimensión corporal de la agresividad oral, de la necesidad
de morder y del miedo a ser devorado.
El ser rechazado, entonces, ¿ha de tomarse en este caso como concerniente al objeto? A
decir verdad, se vería fácilmente emerger su justificación en el hecho de que ser rechazado
sería, en ese registro, propiamente hablando, huir uno mismo de ser engullido por el partenaire
materno.
Sería tal vez un tanto demasiado simple también responder así la pregunta por el estatuto
del ser rechazado. Y decir que es demasiado simple queda subrayado de manera suficiente por lo
siguiente (lo cual se repite dos veces en las líneas que les acabo de leer de Bergler) y que asocia a
esta neurosis oral, como siéndole esencial, la dimensión del masoquismo. El ser rechazado en
cuestión es un rechazo de derrota, es un “rechazo humillante”, escribe también en otra parte el
autor. Y es por esto que él se permite introducir la etiqueta de masoquismo, que él califica como
“masoquismo psíquico”, en este caso, consagrando en cierta forma un uso vulgar del término
masoquismo, para lo cual no digo que no haya, en tal texto de Freud, pretexto para introducirlo,
pero que, extendido y tomado en este uso en donde es ahora cada vez más corriente, resulta,
propiamente hablando, ruinoso.
La alusión, a la referencia, al objeto a nivel de ese rechazo es lo único que podría justificar
ahí la introducción de la dimensión del masoquismo en ese nivel.
Es inexacto decir que lo que caracteriza al masoquismo es el aspecto penoso asumido
como tal en una situación. Abordar las cosas bajo este ángulo culmina en el abuso de hacer
(como lo hacen algunos) de la dimensión “sadomasoquismo” el registro esencial, por ejemplo, de
toda la relación analítica. Ahí hay una verdadera perversión, tanto del pensamiento de Freud
como de la teoría y de la práctica. Y esto es insostenible, propiamente hablando, cuando la
dimensión del masoquismo es definida, precisamente sin duda, por el hecho de que el sujeto
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
asume una posición de objeto, en el sentido más acentuado que le damos a la palabra objeto, para
definirlo como ese efecto de caída y de desecho, de resto del advenimiento subjetivo.
El hecho de que el masoquista instaure una situación regulada de antemano y regulada en
sus detalles (que puede llegar hasta llevarlo a permanecer bajo una mesa, en la posición de un
perro), hace parte de una puesta en escena, de una escenificación, que tiene su sentido y su
beneficio, y que incontestablemente está en el principio de un beneficio de goce,
independientemente de qué nota podamos agregar allí o no, respecto al mantenimiento, el respeto
y la integridad del principio del placer.
Que este goce esté estrechamente vinculado con una maniobra del Otro, diría yo, que se
expresa por lo común bajo la forma del contrato (cuando digo del contrato, digo del contrato
escrito) de algo que dicta igualmente al Otro (y mucho más al Otro que al masoquista mismo)
toda su conducta, es lo que debe instruirnos sobre la relación que da su especificidad, su
originalidad, a la perversión masóquica, y que está hecha altamente para aclararnos hasta en su
fondo,5 sobre la parte que juega allí el Otro en el sentido en que entiendo ese término; entiendo
el Otro con una A mayúscula, el Otro, lugar donde se despliega en este caso una palabra que es
una palabra de contrato.
Reducir el uso del término “masoquismo” después de eso, a ser algo que se presenta como
simplemente una excepción, una aberración, al acceso del placer más simple, es algo de
naturaleza tal que engendra todos los abusos. El primero de los cuales, el primero de los cuales
es éste, para el cual ¡Dios mío! no creería emplear un término demasiado fuerte ni inapropiado al
subrayar en las líneas de Bergler (de un cabo al otro de ese notable libro, lleno de observaciones
muy buscadas y todas muy instructivas), subrayar, sin embargo, ese algo que yo llamaría una
exasperación que no está lejos de realizar una actitud malvada respecto al enfermo: toda esa
gente que él llama (que él llama como si ese fuera un gran error de su parte) ¡“coleccionistas de
injusticias”! Como si en últimas estuviésemos en un mundo donde la justicia fuera un estado tan
ordinario como para que se requiriera verdaderamente poner una parte de lo suyo para tener que
quejarse de algo! Esos “coleccionistas de injusticias”, en quienes, seguramente, él busca su
operación más secreta en el hecho de ser rechazados… Pero, en últimas, ¿no podemos nosotros
mismos emitir contra Bergler la idea de que en ciertos casos, en últimas, ser rechazado… (como
de hecho lo tenemos suficientemente en los fantasmas, pero es otra cosa, hablo aquí de la
5 “su fundo” [Sizaret].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
realidad)… ¡tal vez sea mejor, de cuando en cuando, ser rechazado que ser aceptado demasiado
pronto! El encuentro que se puede hacer con tal o cual persona que sólo pide adoptarlos, no es
siempre… ¡la mejor solución no es siempre la de no escapar de ahí!
¿Por qué esta parcialidad? Que, en cierta forma, implica que haría parte de la naturaleza de
las cosas, del orden, de su buena propensión, hacer siempre todo lo que hay que hacer para ser
admitido. Esto suponiendo que ser admitido sea siempre ser admitido en una mesa benefactora.
Esto seguramente no deja de ser de una naturaleza inquietante y no deja de parecernos en
este caso algo a señalar, para subrayar que… tal o cual cosa que puede suceder en el mundo y,
por ejemplo, sencillamente por el momento en un cierto pequeño distrito de Asia del sudeste.
¿Pero de qué se trata? ¡Se trata de convencer a cierta gente de que se equivocan al no querer ser
admitidos en las ventajas del capitalismo! ¡Prefieren ser rechazados! Es a partir de ese momento,
al parecer, que deberían plantearse las preguntas sobre ciertas significaciones. Y especialmente
ésta, por ejemplo, que nos mostraría –que nos mostraría sin duda, pero no será hoy cuando dé por
esta vía los primeros pasos–, que si Freud escribió en alguna parte que “la anatomía es el
destino”,6 tal vez hay un momento en que, cuando hayamos vuelto a una sana percepción de lo
que Freud nos descubrió, se dirá, yo no digo ni siquiera “la política, es lo inconsciente”, sino,
sencillamente, ¡lo inconsciente, es la política!
Quiero decir que lo que vincula a los hombres entre sí, lo que los opone, ha de motivarse
precisamente en aquello cuya lógica intentamos articular por el momento.
Porque es a falta de esta articulación lógica que esos deslizamientos pueden producirse,
que hacen que antes de darse cuenta de que para ser rechazado, para que “ser rechazado” sea
esencial, como dimensión, para el neurótico, se requiere en todo caso lo siguiente: que ÉL SE
OFREZCA.
Como lo escribí en alguna parte, tanto el neurótico como lo que nosotros mismos hacemos,
y con razón, puesto que son sus caminos los que seguimos, consiste precisamente en: con oferta
intentar hacer demanda, y que por supuesto tal operación ni en la neurosis ni tampoco en la cura
analítica es exitosa siempre. Sobre todo si se la conduce torpemente. Esto también, además, es de
tal naturaleza… (porque ningún discurso analítico deja de presentar para nosotros ocasión, al
interrogarlo, ocasión de darnos cuenta, de lo que implica en cierto curso inocente, en donde
6 Cf. Freud S., “Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa (Contribuciones a la psicología del amor II) [1912], vol XI, pág. 183; frase que reaparece en “El sepultamiento del complejo de Edipo” [1924], vol XIX, pág. 185: Sigmund Freud, Obras Completas, Bs. As.: Amorrortu, 2006, 2ª edición.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
jamás sabe él mismo, digo, ese discurso analítico, hasta dónde va en lo que articula)… Esto nos
permitiría darnos cuenta, en efecto, de que si la clave de la posición neurótica depende de esa
estrecha relación con la demanda del Otro en la medida en que intenta hacerla surgir, es
justamente, como lo decía hace un instante, porque él se ofrece y porque al mismo tiempo vemos
ahí el carácter fantasmático y, por lo tanto, caduco de ese mito, de ese mito introducido por la
predicadera analítica y que se llama “oblatividad”. ¡Es un mito de neurótico!
Pero ¿qué es lo que motiva esas necesidades que se expresan en esos sesgos paradójicos y
siempre tan mal definidos si se los remite pura y simplemente a los beneficios (recogidos o no
después) de la realidad, si se omite esta primera etapa esencial, y a la única luz de la cual (digo
etapa), lo que surge de sus resultados en lo real puede juzgarse? Es la articulación lógica de la
posición –neurótica para este caso– e igualmente de todas las demás. Sin una articulación lógica
que no hace intervenir ningún prejuicio de lo que ha de anhelarse para el sujeto… ¿qué saben de
eso? ¿Qué saben de eso, si la necesidad… si el sujeto necesita casarse con tal o cual? ¿Y si erró
su matrimonio en tal giro, si no es, para él, una veta? Mejor dicho ¿por qué se meten ustedes?
Cuando lo único con lo que tendrían que vérsela ustedes es con la estructura lógica en cuestión.
En cuestión particularmente en cuanto a una posición como aquella (para calificarla de deseo de
ser rechazado) sobre la que ustedes han de saber primero qué busca en ese nivel el sujeto. ¿Cuál
es para el neurótico la necesidad, el beneficio, tal vez, que hay en ser rechazado? Y señalar allí,
además, el término de masóquico es simplemente, en este caso, introducir allí una nota
peyorativa, seguida inmediatamente, como lo hice señalar hace poco, de una actitud directiva del
análisis y que puede, en este caso, llegar hasta a volverse persecutoria.
He ahí por qué es absolutamente necesario retomar las cosas como entiendo hacerlo este
año y, puesto que estamos en esto, recordar que partí este año del acto sexual en su estructura de
acto, es en relación al hecho de que el sujeto sólo ve la luz por la relación de un significante con
otro significante, y que esto les exige –quiero decir, a esos significantes– el material.
Hacer un acto es introducir esa relación de significantes a través de la cual la coyuntura se
consagra como significativa, es decir, como una ocasión de pensamiento7.
Se pone el acento en el dominio de la situación porque uno imagina que es la voluntad la
que preside al fort-da, por ejemplo, famoso, del juego del niño. No es el aspecto activo de la
motricidad el que es ahí dimensión esencial. El aspecto activo de la motricidad sólo se despliega
7 “de pensar” [Sizaret].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
aquí en la dimensión del juego. Es su estructura lógica la que distingue esta aparición del fort-da,
tomado como ejemplar y que se ha vuelto ahora algo trivial. Es porque es la primera
tematización significante en forma de oposición fonemática de una cierta situación que se lo
puede calificar de activo, pero solamente en el sentido en que, en adelante, llamaremos activo, lo
que tiene, en el sentido en que lo definí, estructura de acto.
El cuestionamiento del acto: en esta relación tan retorcida, oculta, excluida, puesta en la
sombra, que es la relación entre dos seres que pertenecen a dos clases que son definitivas para el
estado civil y para el consejo de revisión, pero que precisamente nuestra experiencia nos enseñó
a ver como no absolutamente evidentes para la vida familiar, por ejemplo, y bastante borrosas
para la vida secreta. En otras palabras, lo que define al hombre y a la mujer.
La teoría y la experiencia analíticas aportan aquí la noción de satisfacción. Quiero decir
como esencial para este acto. Satisfacción, en el texto de Freud, Befriedigung, introduce la
noción de una paz que sobreviene. ¿Es esta satisfacción la satisfacción de la descarga, de la
detumescencia? Satisfacción simple en apariencia y absolutamente propia para ser aceptada. No
obstante, es claro que todo lo que desarrollamos en términos más o menos propios o impropios,
implica que la satisfacción, puesto que distinguimos ésta, por ejemplo, que sería del orden
pregenital, de la que es genital, implica otra dimensión, la implicada también por esas
diferencias.
Que seguramente, ante todo, un término como el de “relación de objeto” se haya impuesto
aquí, va de suyo; lo cual no le quita nada al carácter bufón de lo que sucede cuando se intenta
inscribir con ese término, variarlo, escalonarlo según el más o el menos de tranquilidad en que se
inscribe la relación. Porque no se trata de otra cosa cuando se distingue la relación genital por
esos dos rasgos. Por una parte, la pretendida ternura que fácilmente se podría sostener,
tranquilamente –hago alarde de hacerlo–, que en ningún caso es más que la reversión de un
desprecio. Y, por otra parte, lo que se subraya de la pretendida esencia de la ruptura, hasta del
duelo. Así, el progreso de la relación –quiero decir la “relación sexual” (entre comillas)–, en la
medida en que llegaría a ser genital sería que uno tendría tanta mayor tranquilidad en pensar del
compañero: “¡jódete!”.
Retomemos las cosas en otro plano de certeza: ¿a qué satisface el acto sexual?
Es muy evidente, primero, que se puede responder, y legítimamente, simplemente: al
placer. Sólo conozco un registro en que esta respuesta sea plenamente sostenible, es un plano
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ascético, el cual en la historia es sostenido por Diógenes,8 que realiza el gesto público de la
masturbación como signo de esta afirmación teórica de un hedonismo llamado, en razón misma
de ese modo de manifestación, “cínico”, y que se puede considerar como un tratamiento,
Handlung,9 un tratamiento médico del deseo.
Esto no deja de pagarse con cierto precio, y puesto que hace poco introduje la dimensión
política, cosa curiosa y absolutamente sensible, ese tipo filosófico se excluye él mismo, como se
ve no solamente en las anécdotas sino en la posición del personaje en su tonel (¡así haya tenido
un visitante como Alejandro!), que se paga con una exclusión de la dimensión de la Ciudad.
Lo repito, ahí hay algo de lo que nos equivocaríamos al sonreír; es un aspecto propiamente
hablando ascético, un modo de vivir. Probablemente, no es tan corriente como parece. No puedo
decir nada al respecto. No lo he intentado.
(¿Escuchan o no? ¿No escuchan? Entonces, ¿para qué sirven todos estos aparatos?
Bueno, voy a intentar hablar más fuerte)
Entonces, no habrá que olvidar ese lugar del placer, de la mínima… tensión. Bueno. Sólo
que es claro que no basta con ese lugar; que muchos otros modos, que una gran variedad de
modos de satisfacción aparecen a nivel de la búsqueda implicada por el acto sexual.
Nuestra tesis –aquella a la cual da cuerpo nuestro curso este año– es la siguiente: la
imposibilidad de captar el conjunto de esos modos por fuera de un escrutinio lógico, único capaz
de reunir, en su variedad así como en su amplitud, los diferentes modos de esta satisfacción. El
conjunto en cuestión es el que instaura lo que llamaremos, provisionalmente y bajo reserva, un
ser masculino y un ser femenino, en este acto fundador que hemos evocado al comienzo de
nuestro discurso de este año, llamándolo “el acto sexual”. Si dije que no hay acto sexual es en el
sentido en que este acto conjugaría bajo una forma de repartición simple, la que evoca en la
técnica, por ejemplo, en los técnicos usuales, en la del cerrajero, la apelación de pieza macho o
de pieza hembra; repartición simple que constituiría el pacto, si puede decirse, inaugural, a través
del cual la subjetividad se engendraría como tal, macho o hembra.
8 Diógenes Laercio: Vidas y doctrinas de los filósofos ilustres, VI, 46 & 69. 9 Cf. Behandlung [S.].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Di cuenta, en su tiempo y en su lugar,10 del famoso “tú eres mi mujer”. Pues, bien, es
enteramente claro que no basta con que lo diga para que yo siga siendo su hombre. Pero bueno,
¡así bastara, eso no resolvería nada!
Me fundo como su algo. Es un anhelo de pertenencia que está henchido de un pacto, por lo
menos de un pacto de preferencia.11 Esto no sitúa absolutamente nada ni del hombre ni de la
mujer. Por lo menos, puede decirse que son dos términos opuestos y que es indispensable que
haya dos. Pero lo que es cada cual y ninguno, está enteramente excluido del fundamento en la
palabra en lo que concierne a lo que tiene que ver con la unión. Matrimonial, si quieren, o
cualquier otra. Que cierta dimensión la lleve hasta la dimensión de sacramento no cambia
absolutamente nada. Absolutamente nada a aquello de que se trata, a saber, del ser del hombre o
de la mujer.
Eso deja en particular también completamente de lado la categoría de la feminidad. Ya que
tomé el ejemplo del “tú eres mi mujer”… y que nunca es malo traer ese ejemplo que es el del
maestro mismo del psicoanálisis, del que puede decirse que para él ese pacto fue
extraordinariamente preeminente, la cosa afectó a todos los que se le acercaron: uxorious, como
se dice en inglés, “uxurioso”, así lo califica Jones después de muchos otros, pero de quien en
últimas tampoco es un misterio que su pensamiento chocó hasta el final con el tema ¿qué quiere
una mujer?, lo que equivale a decir ¿qué es ser una mujer?
Es necesario que les agregue que desde entonces, 67 años de… forjas psicoanalíticas, no
han hecho que sepamos más sobre lo que concierne al goce femenino; aunque de la mujer o de la
madre –no se sabe muy bien cómo se expresa uno– habláramos sin descanso. Es, sin embargo,
algo que vale subrayarlo.
Por eso es importante darse cuenta… y ese esquema heurístico (se los di en forma de esas
tres líneas: del a minúscula, del Uno que sigue (del Uno agujereado) y del Otro), nos recuerda
simplemente esto, que es la moneda corriente de lo que articulamos en el transcurso de la
jornada, a saber: que el acto sexual implica un elemento tercero en todos los niveles.
Saber, por ejemplo, a qué se llama la madre (la madre en el Edipo, sobre la cual se
enganchan todos los estragos de la vida amorosa), interdicto que, en todo caso, permanece
siempre presente en el deseo, por ese hecho.
10 En el seminario de 1955-1956, Las estructuras freudianas de las psicosis, lección del 30 de noviembre de 1955. 11 ¿O “de referencia”?
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
O también el falo en la medida en que debe faltar a quien lo tiene. Es decir, al hombre, en
la medida en que el complejo de castración quiere decir algo, algo que aún no está enteramente
aclarado, puesto que implica que inventemos a su respecto el alcance de una negación especial;
porque, en últimas, si no lo tiene, en el registro y en la medida en que el acto sexual pueda
existir, ¡eso no quiere decir por ello tampoco que lo pierda! (El sujeto de esta negación, espero,
podrá ser abordado antes de terminar el año).
Por otra parte, que ese falo se vuelva el ser del partenaire que no lo tiene. Es aquí que, sin
duda, hallamos la razón por la cual Aristóteles, como lo recordé la última vez, tan sometido a la
gramática, al parecer, se nos dice, fue él, quien desarrolló el abanico, la lista, el catálogo de las
Categorías,12 curiosamente, después de haberlo dicho todo (la calidad, la cantidad, la pÒte, el
poà, el prÕj t…13 y todo… todo lo que sigue en la lista) no chistó nada… Aun cuando la lengua
griega, como la nuestra, esté absolutamente sometida a lo que Pichon14 llama la
“sexuisemejanza”, a saber que está: el sillón [fauteuil], y que está: la foto [photo] (como
además… vean… de pasada… diviértanse invirtiendo la ortografía: se instruirán mucho con una
dimensión absolutamente disimulada de la relación analítica: el photeuil y la fauto;15 es muy
divertido)… En fin, como sea, a Aristóteles nunca se le ocurrió plantear, a propósito de ningún
siendo, lo que sin embargo se imponía tanto en su tiempo como en el nuestro: saber si había una
categoría del sexo.
De dos cosas, una: o él no estaba guiado tanto como lo dice por la gramática, o bien hay en
eso, entonces, en esta omisión, alguna razón. Probablemente tiene que ver con esto. Cuando
hablé hace poco de ser “masculino” o de ser “femenino”, había en eso un empleo falseado. A
saber que, tal vez, el ser acaso es, como se expresa también Pichon, “insexuable”; que el t…
™oti16 el quid del sexo tal vez falta; tal vez sólo está el falo. Esto explicaría, en todo caso,
muchas cosas. En particular, esta lucha salvaje que se establece en torno a esto y que nos da
seguramente la razón visible, si no última, de lo que se llama “la lucha de los sexos”! Solamente
que yo creo también al respecto que la lucha de los sexos es algo a lo cual, de hecho, la Historia
demuestra que son los psicoanalistas más superficiales los que se han detenido en esto. No 12 Aristóteles, Categorías 4. CF. La edición bilingüe [griego-francés] de F. Idefonse y J. Lallot. Seuil, 2002. 13 Sizaret: “tÕ t…”. Habíamos retomado la enumeración de Categorías, 4. 14 Damourette Jacques & Pichon Édouard, Des mots à la pensée. Essai de grammaire de la langue francaise, t. 1, cap. IV, París, 1927-1940, Ediciones d’Artrey. 15 Hay homofonía entre pho y fau en francés [T.] 16 Sizaret: “tÕ t…”. Texto muy dudoso. Si no se trata del t…Ãne|nai, puede tratarse de un t… ™oti, término casi sinónimo, traducido por lo común por “esencia” (H. R.).
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
obstante, queda que una cierta ¢l»qeia –a tomar en el sentido y con el acento de Verborgenheit
que le da Heidegger– ha de instaurarse, propiamente hablando, respecto a aquello de lo que se
trata en el acto sexual.
Esto es lo que justifica el empleo, para mí, de ese esquema que, lo subrayo de pasada para
no hacer confusiones con otras cosas que dije en otras circunstancias y particularmente respecto
a la estructura y la función del corte, de lo que les dije a veces que, tal como la simbolizo cuando
la hago funcionar en lo que se llama el plano proyectivo, pretendo, no hacer una metáfora sino,
propiamente hablando, hablar del soporte real en cuestión. No pasa lo mismo en ese esquemita
tan simple: de ese Uno, que la última vez hice, punteado y perforado, de ese Otro y de ese a
minúscula.
Es esta triplicidad tan simple en torno a la cual puede y debe desarrollarse un cierto
número de puntos que hemos de subrayar a este respecto, en relación con lo que concierne a lo
que relaciona con el sexo todo lo que tiene que ver con el síntoma; y sobre lo cual este año
entiendo plantear –ciertamente de manera repetida, y yo no podría repetir demasiado las cosas
cuando se trata de categorías nuevas–, repetir lo que nos servirá de base.
El Uno (para comenzar por el medio) es el más litigioso. El Uno concierne a esa
pretendida unión sexual, es decir, al campo en donde se interroga si puede producirse el acto de
partición que necesitaría de la repartición de las funciones definidas como macho y hembra.
Ya hemos dicho con la metáfora del caldero, que la última vez recordé, que hay en todo
caso aquí, provisionalmente, algo que no podemos designar sino con la presencia de un gap, de
un hueco, si quieren. Hay algo que no cuadra, que no va de suyo y que es precisamente lo que
recordaba hace poco sobre el abismo que separa toda promoción, toda proclamación de la
bipolaridad macho y hembra, de todo lo que nos da la experiencia respecto al acto que la funda.
Por hoy, quiero aquí, en el tiempo que se me imparte, subrayar, que es de ahí, de ese
campo Uno, de ese Uno ficticio (de ese Uno a cual se aferra toda una teoría analítica cuya falacia
me han escuchado las últimas veces, en varias ocasiones, denunciar), importa plantear que es de
ahí, de ese campo designado Uno, numerado Uno, no asumido como unificante por lo menos
hasta que lo hayamos probado, que es de ahí de donde habla toda verdad. En tanto que para
nosotros los analistas (y para muchos otros, aún antes de que hayamos aparecido, aunque no hace
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
mucho, para un pensamiento que data de lo que podemos llamar por su nombre, en últimas: el
giro marxista), LA VERDAD NO TIENE OTRA FORMA QUE EL SÍNTOMA.
El síntoma, es decir, la significancia de las discordancias entre lo real y la razón por la que
se da. La ideología, si quieren. Pero con una condición y es que en ese término lleguen ustedes
hasta incluir la percepción misma.
La percepción es el modelo de la ideología. Porque es un cernidor respecto a la realidad. Y,
además, ¿por qué sorprenderse de eso? Porque todo lo que existe de ideologías, desde que el
mundo está pleno de filósofos, sólo se ha construido siempre sobre una reflexión primera que
recaía en la percepción.
Vuelvo a ello, a lo que Freud llama “el río de fango”, que concierne al más vasto campo
del conocimiento,17 toda esa parte del conocimiento absolutamente inundante del que
emergemos apenas, para precisarlo con el término de conocimiento místico; en la base de todo lo
que se ha manifestado en el mundo de este orden, no hay SINO el acto sexual. Reverso de mi
fórmula NO hay acto sexual.
Es absolutamente superfluo pretender remitirse a la posición freudiana en cualquier cosa si
no se toma a la letra lo siguiente: en la base de todo lo que aportó, hasta hoy, ¡Dios mío!, de
satisfacción, el conocimiento… (digo: el conocimiento, lo llamé místico para distinguirlo de lo
que en nuestros días nació bajo la forma de la ciencia)… de todo lo que concierne al
conocimiento sólo hay, en su principio, el acto sexual.
Leer en Freud que en el psiquismo hay funciones desexualizadas, quiere decir, en Freud,
que hay que buscar el sexo en su origen. Eso no quiere decir que haya lo que en tales lugares se
llama, por necesidades políticas, la famosa “esfera no conflictual”, por ejemplo: un yo más o
menos fuerte, más o menos autónomo, que podría tener una aprehensión más o menos aséptica
de la realidad!
Decir que hay relaciones con la verdad (digo, la verdad) que no atañe al acto sexual, es lo
que propiamente no es cierto. De eso no hay.
Me excuso por esas fórmulas respecto a las cuales sugiero que su filo puede ser resentido
un tanto demasiado vivamente. Pero yo me hice a mí mismo esta observación. Primero, que todo
eso está implicado en todo lo que he enunciado siempre en la medida en que sé lo que digo; pero
también este comentario de que ¡el hecho de que yo sepa lo que digo no basta! No basta para que
17 Jung, Carl Gustav, Recuerdos, sueños, pensamientos, Madrid, Seix Barral, 1964/2005 [7ª edición].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
lo reconozcan ustedes ahí. Porque en el fondo la última sanción de ese yo sé lo que digo ¡es lo
que yo no digo! No es mi suerte propia, es la suerte de todos aquellos que saben lo que dicen.
Eso es lo que hace tan difícil la comunicación. O bien uno sabe lo que dice y lo dice. Pero
en muchos casos hay que considerar que es inútil porque nadie se da cuenta de que el nódulo de
lo que tienen ustedes que hacer escuchar es justamente ¡lo que no dicen nunca! Es lo que los
demás dicen y que continúa haciendo su ruido y, más aún, que acarrea efectos. Es lo que nos
fuerza de vez en cuando, y hasta más a menudo que en nuestro turno, a dedicarnos al barrido.
Una vez que uno se ha comprometido en esta vía no tiene razón para acabar. En otro tiempo
hubo un tal Hércules que, al parecer, acabó su trabajo en las caballerizas de un tal Augias. Es el
único caso que yo conozca de limpieza de las caballerizas ¡por lo menos cuando se trata de
ciertos campos!
Solamente hay un campo, al parecer, y no estoy seguro, que no tenga relación con el acto
sexual en tanto que atañe a la verdad, es la matemática en el punto en donde confluye con la
lógica. Pero yo creo que es lo que le permitió a Russel decir que uno jamás sabe si lo que uno
avanza allí es verdad. Yo no digo ¡verdaderamente verdadero!, verdad, sencillamente. De hecho,
es verdad, a partir de una posición definicional de la verdad: si tal y tal y tal axioma son
verdaderos, entonces se desarrolla un sistema, sobre el cual hay que juzgar si es o no consistente.
¿Cuál es la relación de esto con lo que acabo de decir, a saber, con la verdad en la medida
en que necesitaría la presencia, el cuestionamiento como tal del acto sexual?
Pues bien, aún después de haber dicho esto, no estoy seguro, tampoco, de que ese
maravilloso, ese sublime despliegue moderno de la Matemática lógica o de la Lógica matemática
no tenga relación con el suspenso de si hay o no un acto sexual. Me bastaría con escuchar el
gemido de un Cantor. Porque es en la forma de un gemido que, en un momento dado de su vida,
él enuncia que uno no sabe que la gran dificultad, el gran riesgo de la matemática es ser el lugar
de la libertad. Se sabe que Cantor pagó caro esta libertad.
De suerte que la fórmula de que lo verdadero concierne a lo real, en tanto que estamos allí
comprometidos a través del acto sexual, a través de este acto sexual que planteo, primero, que
uno no está seguro de que exista –aún cuando sólo éste interese a la verdad–, me parecería la
fórmula más justa en el punto al que llegamos.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Entonces, el síntoma, todo síntoma, se anuda es en ese lugar del Uno agujereado. Y es por
eso que implica siempre, por muy sorprendente que nos parezca, su aspecto de satisfacción,
quiero decir, en el síntoma.
La verdad sexual es exigente, y más vale satisfacer allí un poco más, que no suficiente.
Desde el punto de vista de la satisfacción, un síntoma, a ese respecto, podemos concebir
que sea más satisfactorio que la lectura de una novela policíaca.
Hay más relación entre un síntoma y el acto sexual que entre la verdad y el “yo no pienso”,
fundamental, sobre el que les recordé al comienzo de esas reflexiones que el hombre aliena allí
su “yo no soy”, muy poco soportable. Respecto a lo cual nuestra coartada del “ser rechazado” de
hace poco, aún cuando no es tan agradable en sí misma, puede parecernos más soportable.
¿Entonces? Por el momento, no más de este Uno. Tenía que indicar esto.
Pasemos al Otro, como al lugar donde toma lugar el significante. Porque hasta aquí no les
he dicho que ahí estaba el significante porque el significante sólo existe como repetición. Porque
es éste el que hace llegar la cosa en cuestión, como verdadera.
En el origen no se sabe de dónde sale. Sólo es, les dije la última vez, ese rasgo, que es
también corte, a partir del cual puede nacer la verdad.
El Otro es el reservorio de material, para el acto.
El material se acumula muy probablemente por el hecho de que el acto es imposible.
Cuando digo esto no digo que no exista. No basta para decirlo. Puesto que lo imposible es
lo real, sencillamente. Lo real puro. La definición de lo posible exige siempre una primera
simbolización. Si excluyen esa simbolización, les aparecerá mucho más natural esta fórmula: lo
imposible es lo real.
Es un hecho que no se ha probado la posibilidad del acto sexual en ningún sistema formal.
Ya ven que insisto ¿ah? ¡vuelvo a eso!
¿Qué prueba el hecho de que no se lo pueda probar? Ahora que sabemos muy bien que no-
computabilidad, no-decidibilidad también, no implican en absoluto irracionalidad; que se define,
que se cierne perfectamente bien, que se escribe en volúmenes enteros sobre ese campo del
estatuto de la no-decidibilidad y que se puede perfectamente definirla lógicamente.
En ese punto, entonces, ¿qué es?, ¿qué es este Otro? ¿El grande, éste, con A mayúscula?
¿Cuál es su sustancia? ¿Ah?
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Yo me dejé decir –aunque, a decir verdad, aunque en verdad, hay que saber que cada vez
me dejo decir menos, puesto que no se lo escucha, bueno, que yo no lo escucho ya, eso ya no
llega a mis oídos–, me dejé decir durante un tiempo que yo camuflaba bajo ese lugar del Otro lo
que agradablemente se llama, en últimas, por qué no, el espíritu.
Lo molesto es que es falso. El Otro, con A mayúscula, al final de los finales, y si aún no lo
han adivinado, el Otro con A mayúscula, tal como está ahí escrito ¡es el CUERPO!
¿Por qué a algo como un volumen o un objeto, en tanto sometido a las leyes del
movimiento en general, se lo llamaría así: un “cuerpo”? ¿Por qué se hablaría de la “caída de los
cuerpos”? ¡Qué curiosa extensión de la palabra “cuerpo”! Qué relación hay entre un balín que
cae de la torre de Pisa y el cuerpo nuestro, sino esta: que es el cuerpo, nuestra presencia de
cuerpo animal, ante todo, el primer lugar donde poner inscripciones, el primer significante, como
todo está ahí para sugerírnoslo en nuestra experiencia. Salvo, por supuesto, que apasionamos
siempre las cosas: cuando se habla de la herida, se agrega “narcisista” y se piensa enseguida que
eso bien debe molestar al sujeto, ¡quien naturalmente es un idiota! No viene en mientes que lo
importante de la herida es la cicatriz.
La lectura de la Biblia podría estar ahí para recordarnos, con las varas plantadas en el
fondo del abrevadero donde van a pacer los rebaños de Jacob,18 que los diferentes trucos para
imponerle al cuerpo la marca no datan de ayer y son absolutamente radicales; que si no se parte
de la idea de que el síntoma histérico, en su forma más simple, el de la “rasgada”19, no ha de ser
considerado como un misterio sino como el principio mismo de toda posibilidad significante…
No hay que romperse la cabeza: que el cuerpo esté hecho para inscribir algo que se llama la
marca, le evitaría a todos muchas preocupaciones y el tamizado de muchas estupideces. El
cuerpo está hecho para ser marcado. Siempre se lo ha hecho. Y el primer comienzo del gesto de
amor es siempre un poquito, esbozar más o menos ese gesto…
¡Eso es! Dicho esto ¿cuál es el primer efecto, el efecto más radical de esta irrupción del
Uno en tanto representa el acto sexual a nivel del cuerpo?
Pues, bien, es lo que constituye, con todo, nuestra ventaja sobre cierto número de
especulaciones dialogadas sobre las relaciones de lo Uno y de lo Múltiple. Nosotros, sabemos
18 Génesis, 30, 25-43. 19 ragade. Cf. el inglés to rag, desgarrar; y el francés raguer [S.].
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que de ninguna manera es así de dialéctico. Cuando este Uno irrumpe en el campo del Otro, es
decir, a nivel del cuerpo, el cuerpo cae en pedazos.
El cuerpo fragmentado: esto es lo que nuestra experiencia nos demuestra existir en los
orígenes subjetivos. ¡El niño sueña con el despedazamiento! Rompe la bella unidad del imperio
del cuerpo materno. Y lo que resiente como amenaza es ser, por ella, desgarrado.
No basta con descubrir esas cosas y explicarlas con una pequeña mecánica, un jueguito de
pelota: la agresión se refleja, se refracta, vuelve, reparte… ¿Qué fue lo que comenzó? Antes de
eso bien podría ser útil poner en suspenso la función de ese cuerpo fragmentado. Es decir, el
único sesgo por el cual nos ha interesado, de hecho, a saber su relación con lo que puede
concernir a la verdad en la medida en que ella misma está suspendida de la ¢l»qeia, y de la
Verborgenheit, en el carácter oculto20 del acto sexual.
A partir de ahí ¡por supuesto! la noción de Eros, bajo la forma de la que recientemente me
burlé de que fuera la fuerza que uniría, con un irresistible atractivo, todas las células y los
órganos que reúne nuestra bolsa de piel (concepción por lo menos mística, puesto que no hacen
la mínima resistencia al hecho de lo que se les extraiga, y el resto no se porta peor), es
evidentemente una fantasía que compensa los terrores relacionados con ese fantasma órfico que
acabo de describirles.
Además, no es explicativo en absoluto. Porque no basta con que el terror exista para que
explique algo. Más bien es este terror el que habría que explicar. Por eso, más vale dirigirse por
la vía de lo que yo llamo sistema consistente, lógico, porque, en efecto, se requiere que
lleguemos ahora a esto: ¿POR QUÉ HAY ESTE OTRO (con A mayúscula)?
¿Qué es la posición de ese extraño doble que toma, nótenlo, lo simple? Porque el Otro (con
A mayúscula), por su parte, no es dos. Entonces, [¿qué es] esta posición de doble que toma lo
simple, cuando se trata de explicar ese curioso Uno, que, por su parte, se anuda en la bestia de
dos espaldas, en otras palabras, en el abrazo de dos cuerpos [?]. Porque de eso se trata. No es de
ese curioso Uno que el Otro es, por su parte, aún más curioso. No hay entre estos –quiero decir,
entre ese campo del Uno y ese campo del Otro–, ningún vínculo. Sino todo lo contrario. Hasta es
por eso que el Otro es también lo inconsciente. Es decir, el síntoma sin su sentido, privado de su
verdad pero cargado siempre más, en cambio, con el saber que contiene. Lo que parte al Uno del
Otro es precisamente lo que constituye al sujeto.
20 “fragmentado” [Dorgeuille].
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No hay sujeto de la verdad, sino del acto en general, del acto que tal vez no puede existir
en tanto acto sexual. Esto es muy específicamente cartesiano: el sujeto no sabe nada de él, sino
que duda. La duda… “lo dudo”21 como dice el celoso que acaba de mirar por el hueco de la
cerradura un trasero en posición de enfrentamiento con dos piernas que bien conoce, se
pregunta…
Justamente, si no son Dios y su alma,22 el fundamento del sujeto de Descartes, su
incompatibilidad con la extensión no es razón suficiente para identificar el cuerpo con la
extensión; pero su exis… su exclusión de sujeto es, en cambio, fundada por esa vía. Y al tomarlo
por el sesgo que les presento, la pregunta por su íntima unión con el cuerpo –hablo del sujeto, no
del alma–, ya no lo es.
Basta con reflexionar en lo siguiente: que, en cuanto al significante (¡atención ¿ah? los que
no están acostumbrados!), es decir, en cuanto a la estructura, no hay ningún otro soporte –de una
superficie, por ejemplo– diferente al agujero que ésta constituye con su borde. Sólo eso la define.
Eleven las cosas un grado, tomen las cosas a nivel del volumen, no hay más soporte del cuerpo
que el filo que preside a su recorte.
Esas son verdades topológicas, de las cuales no resolveré aquí si tienen relación o no con el
acto sexual, pero toda elaboración posible de lo que se llama álgebra de bordes exige lo siguiente
(lo cual nos da la imagen de lo que pasa con el sujeto en esa juntura entre lo que hemos definido
como el Uno y el Otro): el sujeto siempre está un grado estructural por debajo de lo que
constituye su cuerpo.
Esto es lo que explica también que, de ninguna manera, su pasividad, a saber, ese hecho
por el cual él depende de una marca del cuerpo podría ser, de ninguna manera, compensada con
ninguna actividad, así sea su afirmación en acto.
Entonces, ¿qué hace del Otro el Otro?
Me entristece mucho pues el tiempo, una cierta desmedida, tal vez también un cierto uso,
paradójico, del corte –pero en ese caso tómenlo como intencional–, hará que los deje aquí, hoy,
al término de la hora.
El Otro sólo es el Otro por esto, que es el primer tiempo de mis tres líneas, a saber, ese a
minúscula. Fue de ahí que partí durante nuestras últimas reuniones, para decirles que su
21 La expresión entrecomillada supone al parecer un je: “[je] le doute”: lo dudo [T.]. 22 “¡él se pregunta, justamente, si no son Dios y su alma! [Sizaret].
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naturaleza es la de lo inconmensurable, o mejor, que es de su inconmensurabilidad que surge
toda cuestión de medida.
Sobre este a minúscula, objeto o no, retomaremos nuestra reunión de la próxima vez.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo
ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Lección XX
24 de mayo de 1967
Voy a intentar hacerlos entrar hoy en este arcano, que por ser trivial en el psicoanálisis no
es menos arcano, a saber, esto que encuentran ustedes en todos los virajes: que si el sujeto
analizado, si el sujeto analizable, adopta lo que se llama una posición regresiva o también pre
(preedípica, pregenital, bueno, pre algo…), la cual sería bien deseable, y de la que además uno
podría sorprenderse, en este caso, de que no se la designe como post,1 puesto que es para
escabullirse del juego a la incidencia de la castración que el sujeto supuestamente se refugia
allí…
Si yo intento este año esbozar ante ustedes una estructura que se anuncia como lógica, de
una lógica azarosa, cuán precaria tal vez, y donde igualmente los trato con consideración al no
dar demasiado rápido las formas en las cuales he podido confiarme en mis propios mamarrachos,
sino intentando mostrarles lo accesible de una articulación, de tal tipo, bajo esta forma fácil que
por último escogí entre otras, que consiste muy sencillamente en apropiarme de lo más
inconmensurable que hay en el Uno, es decir, el número de oro, y esto con el único fin de
hacerles tangible hasta qué punto por tal camino, donde, se los repito, no pretendo ni darles los
pasos definitivos ni tampoco haberlos hecho yo mismo, sino hasta qué punto es preferible tal
camino, que garantiza con alguna verdad concerniente a la dependencia del sujeto, en vez de
entregarse a esos penosos ejercicios que son los de la prosa analítica común y que se distinguen
en esas especies de subterfugios, de rodeos insensatos, que parecen siempre necesarios para dar
cuenta de ese juego de posiciones libidinales: la puesta en ejercicio de toda una población de
entidades subjetivas que ustedes bien conocen y que deambulan por doquier. El Yo, el Ideal del
Yo, el Superyó, el ello incluso [le ça voire]2, sin contar lo nuevo, lo refinado, que puede
agregarse, distinguiendo el Yo Ideal del Ideal del Yo, acaso todo ello no lleva en sí mismo…
(como ocurre en la literatura anglosajona desde hace algún tiempo), hasta a adjuntar ahí el self
que, por ser manifiestamente adjuntado ahí para remediar esa multitud ridícula, no fracasa menos
por no representar, de la manera como es manejado, más que una entidad suplementaria.
1 Sizaret: “que sólo se la designa post”. 2 Homofonía con le savoir: el saber [T.].
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Entidades, seres de razón siempre inadecuados a partir del momento en que hacemos entrar en
juego, de una manera correcta, la función del sujeto nada más que como lo que es representado
por un significante ante otro significante.
En ningún caso el sujeto es una entidad autónoma. Sólo el nombre propio puede darle esa
ilusión. Es mucho decir que el yo [je] sea sospechoso (¡les hablo hace tanto de eso, que ya no
debe serlo!). Precisamente, no es sino ese sujeto que, como significante, yo representa para el
significante camino, por ejemplo, o para la pareja de significantes la cierro: ¡“yo la cierro”!
Sienten ustedes que si tomé esta fórmula es para evitar la forma pronominal “yo me callo”
que, seguramente, comenzaría a llevarnos bastante lejos si nos planteáramos la pregunta de lo
que quiere decir el me, en tal forma así como en muchas otras. Y verían hasta qué punto su
acepción pretendidamente refleja se despliega en un abanico que no permite darle alguna
consistencia en ningún grado. Pero, por supuesto, no me extenderé en ese sentido, que aquí es
sólo una recordación.
… Hay pues una función, una función subjetiva que se llama la castración, y sobre la que
debe recordarse que no puede dejar de ser sorprendente que nos la den (y esto nunca antes,
quiero decir, antes del psicoanálisis, ha sido dicho), que nos la den como esencial para el acceso
a lo que se llama lo “genital”. Si esta expresión fuera apropiada hasta el último quilate (quiero
decir que no lo es), uno podría maravillarse de ese algo que, entonces, se expresaría así: que
(digamos… en fin, cómo se presentaría eso si se lo aborda desde afuera, ¡y en últimas aún
estamos ahí!…), que el paso al fantasma del órgano es, en cierta función –seguramente
privilegiada a partir de entonces, la genital precisamente–, necesaria para que la función se
cumpla. No veo aquí manera alguna de salir del atolladero sino decir… y un psicoanalista, de
notable importancia en la topografía política, hizo uso de ese medio, quiero decir, que en medio
de una frase, sin siquiera darse cuenta bien del alcance de lo que dice, nos afirma que en últimas
la castración… pues bien, ¡es un sueño! Esto, empleado en el sentido en que son historias de
enfermo…
Pero no es así. La castración es una estructura, como lo recordaba hace poco, subjetiva,
absolutamente esencial precisamente para que algo del sujeto, por muy escaso que sea, entre en
este asunto que el psicoanálisis etiqueta: “lo genital”.
Debo decir que yo pienso haber aportado una pequeña hendija para esta sin salida, creo
haberle, como se dice, cambiado algo a eso, por cuanto que, Dios mío, no hace mucho tiempo,
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hace cuatro o cinco de nuestros encuentros, introduje el comentario de que en esta función de lo
"genital" sólo podría tratarse de la introducción del sujeto (si es que acaso sabemos qué
queremos decir cuando llamamos a eso genital). Es decir, del paso de la función al acto. Y el
interrogar si ese acto merece llamarse acto sexual (¿no hay?… ¿hay?… Chi lo sa? Hay, tal vez
… Algún día sabremos si hay un acto sexual), si –acaso voy a comentar–, el sexo (el mío, el
tuyo, el suyo) reposa en la función de un significante capaz de operar en este acto.
Sea como sea, no podría uno evadirse de ninguna manera de esto, afirmado no solamente
por la doctrina sino que lo encontramos en todas las vueltas de nuestra experiencia: que
solamente es capaz de operar en el sentido del acto sexual (hablo de algo que se le parezca y que
no sea –es a lo cual voy a intentar referirme hoy, introducir, propiamente hablando, ese registro–
a saber, la perversión), solamente es capaz de operar de una manera que no sea falible, el sujeto,
digamos, castrado, y –repetimos al igual que los diccionarios (un sentido a agregarle a la palabra
castrado)– por administración3 (expresarse así no es llegar lejos), por administración con ese
complejo al que se llama complejo de castración. Lo cual, por supuesto, no quiere decir que uno
esté “acomplejado”, sino muy al contrario (como toda literatura digna de ese nombre,
psicoanalítica –quiero decir: no las habladurías de la gente que no sabe lo que dice–, lo cual le
sucede aún a las más Altas Autoridades), esto quiere decir claramente en toda la literatura
analítica sana, que uno está, diría yo, normatizado respecto al acto sexual. Esto no quiere decir
que uno lo logre. ¡Por lo menos quiere decir que uno va por el buen camino!
En fin, norma tiene un sentido muy preciso en la superación de la geometría lineal hacia la
geometría métrica. En resumen, se entra en cierto orden de medida, que es el que intento evocar
con mi número de oro, que aquí, lo repito, sólo es por supuesto metafórico; redúzcanlo al
término de lo inconmensurable más espaciado posible respecto al Uno.
Entonces, el complejo de castración (lo digo, Dios mío, espero no tener que decirlo sino
para los oídos novatos) no podría contentarse de ninguna manera con el soporte de la historieta
del tipo Papá dijo “Te la vamos a cortar… si pretendes suceder a tu padre”. Primero, porque la
mayor parte del tiempo (como, por supuesto, todo el mundo desde hace mucho tiempo pudo
darse cuenta, en lo que concierne a esta historieta, a este menudo intento), fue Mamá quien lo
dijo. Ella lo dijo en el momento preciso en que Juan o Juanito, en efecto, sucedía a su padre, pero
3 “Trabajo remunerado que cobra los precios reales”: al destajo.
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en esa módica medida: que él se manoseaba tranquilamente en una esquina, ¡tranquilo como
Bautista!, que se manoseaba su cosita… ¡evidentemente, como ya lo había hecho papá a su edad!
¡Esto nada tiene que ver con el complejo de castración! Es una historiecilla que no se
vuelve más verosímil porque la culpabilidad con la masturbación se vuelva a encontrar en cada
una de las vueltas de la génesis de las perturbaciones con las que tenemos que vérnosla.
No basta con decir que la masturbación nada tiene de fisiológicamente nocivo y que su
importancia la adquiere por su lugar en una cierta economía, subjetiva, diríamos nosotros,
precisamente. Y hasta diremos, como lo recordé alguna de estas últimas veces, que su valor
puede ser un valor hedónico perfectamente claro, puesto que, como lo recordé, puede ser llevado
hasta el ascetismo. Y que tal filosofía puede constituir –a condición, por supuesto, de acompañar
su práctica con una conducta total coherente–, puede constituir un fundamento de su bienestar.
Recordar a Diógenes, para quien no solamente era familiar, sino que la promovía como ejemplo
de la manera como convenía tratar lo que termina siendo, en esta perspectiva, el poco excedente
de un cosquilleo orgánico: titillatio. Hay que decir que esta perspectiva es más o menos
inmanente a toda posición filosófica y hasta usurpa un cierto número de posiciones que pueden
calificarse de religiosas, si consideramos el retiro del eremita como algo que, por sí mismo, la
implica.
Esto sólo empieza a ser interesante –en este caso, entonces, su valor culpable–, allí donde
se esfuerza uno en alcanzar el acto sexual. Entonces, aparece que el goce, buscado en sí mismo,
de una parte del cuerpo y que juega un rol… (digo “que juega un rol”, porque nunca hay que
decir que un órgano está hecho para una función; se tienen órganos… les digo eso… si
generalizan un poco, si de cuando en cuando se hacen los mejillones4 u otra bestia y si intentaran
reflexionar: qué pasaría si estuvieran ustedes en lo que puede uno apenas llamar su piel;
comprenderían entonces bastante rápido que no es la función la que hace el órgano sino el
órgano el que hace la función; pero bueno, es una posición que va demasiado contra el
oscurantismo llamado transformista en el que estamos inmersos, como para que insista en ello. Si
no quieren creerme, vuelvan a la corriente principal).
Entonces, resulta totalmente fuera de lugar alegar, según la tradición moralizante… bueno,
según la manera como se lo explica en La divina comedia,5 que la masturbación es culpable y
4 los zoquetes, los tontos [T.]. 5 Dante, La divina comedia, “Purgatorio”, ¿XXV?
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
hasta un pecado grave, porque no solamente eso aleja un medio de su fin… (siendo el fin la
producción de cristianitos, hasta –vuelvo a ello aún cuando esto haya escandalizado, lo dije la
última vez–, hasta pequeños proletarios…), pues bien, ya sea llevar un medio al rango de fin,
esto nada tiene que ver con el asunto tal como hay que plantearlo, puesto que se trata de la norma
de un acto, tomado en el sentido pleno que recordé de esa palabra acto, y que nada tiene que ver
eso con los rechazos reproductivos que puede esto tomar, a fines de perpetuación del animal.
Por lo contrario, debemos situarlo respecto al paso del sujeto a la función de significante,
en ese lugar preciso y enteramente por fuera del campo ordinario en donde nos encontramos
cómodos con esa palabra acto, que se llama ese punto problemático que es el acto sexual.
Que el paso del goce, allí donde puede ser captado, sea… –por tal interdicción (para
atenernos a una palabra utilizada), a una cierta negativación (para ser más prudentes y poner en
suspenso el hecho de que tal vez uno podría llegar a formularla de una manera más precisa)–,
que ese paso, en todo caso, tenga la más manifiesta relación con la introducción de este goce a
una función de valor, es algo que en todo caso puede decirse sin ser imprudente.
Que la experiencia –una experiencia, también, en la que, si puede decirse, una cierta
empatía de oyente no sea ajena– nos anuncie la correlación de ese paso de un goce a la función
de un valor, es decir, su profunda adulteración, la correlación de esto con… (no tengo razón
alguna para evitar lo que aquí da la literatura porque, como acabo de decírselo, ahí no hay más
acceso que empático; esto tendrá que ser purificado en un segundo momento pero, bueno, no se
impide uno ese acceso, tampoco aquí, cuando nos hallamos en terreno difícil)… entonces: tenga
la más estrecha relación –esta castración– con la aparición de lo que se llama el objeto en la
estructura del orgasmo, en tanto que –lo repito, todavía estamos en la empatía–, es ubicado como
distinto de un goce, ¡ah!, ¿cómo vamos a llamarlo…? ¿“autoerótico”…? es una concesión…
masturbatorio, ¡y eso es todo! dado lo que está en cuestión, es decir, un órgano, y muy preciso.
Porque, como el autoerotismo… ¡Dios sabe lo que ya se ha hecho y lo que se va a hacer
con eso! Y como ustedes saben que es justamente eso lo que está en cuestión, a saber, que este
autoerotismo que en efecto tiene aquí–que podría tener– un sentido del todo preciso, el del goce
local, y manejable, como todo lo que es local, ¡pronto haremos con eso el baño oceánico dentro
del cual vamos a poder ubicar todo eso! Como se los dije, quienquiera, quienquiera que funde
cualquier cosa en la idea de un narcisismo primario, y parta de ahí para engendrar lo que sería el
investimiento del objeto, es bien libre de continuar (puesto que con eso es que funciona el
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psicoanálisis a través del mundo como industria culpable) pero, así mismo, puede estar seguro de
que todo lo que articulo aquí está hecho para repudiarlo enteramente.
¡Bueno! Dije, entonces, admití, hablé, de un objeto presente en el orgasmo. ¡No hay nada
más fácil, desde ahí, que huir –y por supuesto no dejamos de hacerlo–, hacia la mojiganga de la
persona! “Cuando copulamos, nosotros que sí hemos llegado a la madurez genital,
reverenciamos la persona”: así se expresaba hace 25 o 30 años, especialmente en el círculo de los
psicoanalistas franceses, que, en últimas, tienen su interés claro en la historia del psicoanálisis.
Sí… ¡Pues bien! Nada es menos seguro; porque, precisamente, plantear el asunto del objeto
interesado en el acto sexual es introducir el asunto de saber si este objeto es el Hombre o bien un
hombre, la Mujer o bien una mujer.
En resumen, por eso interesa introducir la palabra “acto”, abrir la pregunta, que bien vale
en últimas ser abierta –porque ciertamente es a través mío, que6 la hago circular entre ustedes–,
de saber si en el acto sexual (en la medida en que para ninguno de ustedes esto haya ocurrido…),
si un acto sexual tiene relación con el advenimiento de un significante que represente al sujeto
como sexo ante otro significante; o si eso tiene el valor de lo que llamé, en otro registro, el
encuentro, a saber, ¡el encuentro único! Aquel que, una vez que ocurre, es definitivo.
De todo eso, naturalmente, se habla. Se habla… y eso es lo grave, se habla livianamente.
En todo caso, señalar que ahí hay dos registros distintos –a saber, si en el acto sexual el
hombre llega hasta el Hombre en su estatuto de hombre, y la mujer igual–, es una pregunta muy
diferente a saber si uno ha encontrado, sí o no, a su compañero definitivo. Puesto que de eso se
trata cuando se evoca el encuentro. ¡Curioso!… Curioso que entre más los poetas lo evocan,
menos sea eficaz, para la conciencia de cada cual, como pregunta.
Que sea la persona, en todo caso, ¡es algo que puede hacer sonreír dulcemente a quien
quiera que tenga una ligera idea del goce femenino!
Ahí hay seguramente un primer punto muy interesante que debe destacarse, como
introducción a toda pregunta que puede plantearse sobre lo que concierne a lo que se llama la
sexualidad femenina. Cuando de lo que se trata es precisamente de SU goce.
Hay una cosa muy cierta y que vale la pena subrayarse: que el psicoanálisis, sin una
pregunta tal como acabo de producirla, torna incapaces a todos los sujetos instalados en su
experiencia, y particularmente a los psicoanalistas, de enfrentarla en lo más mínimo.
6 “no soy yo quien” [Sizaret].
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Los machos… pruebas se han dado, de manera sobreabundante, de que esta pregunta por la
sexualidad femenina nunca ha dado un paso que sea serio, cuando proviene de un sujeto
aparentemente definido como macho por su constitución anatómica. Pero lo más curioso es que
las psicoanalistas mujeres, manifiestamente, al aproximarse a ese tema dan todos los signos de
un desfallecimiento que lo único que sugiere es un hecho: ¡que están absolutamente aterrorizadas
por lo que podrían tener para formular al respecto!
De suerte que no parece posible que el asunto del goce femenino, de aquí a una fecha
próxima, pueda ser verdaderamente estudiado, puesto que este, Dios mío, es el único lugar en
donde se podría decir algo serio al respecto. Por lo menos, al evocarlo así, sugerirle a cada cual –
y especialmente a lo que puede tener de femenino este grupo reunido aquí en tanto oyentes–, que
nos basta con ubicar el hecho de que uno pueda expresarse así, respecto al goce femenino, para
inaugurar una dimensión que –aún si no le entramos a falta de poder hacerlo–, es absolutamente
esencial para situar todo lo que tenemos que decir por lo demás.
El objeto entonces, ¡no está en absoluto dado en sí mismo por la realidad del partenaire!
Quiero decir, el objeto interesado por la dimensión normatizada, llamada genital, del acto sexual.
Está mucho más cerca –en todo caso es el primer acceso que se nos da– de la función de la
detumescencia.
Decir que hay complejo de castración es, precisamente, decir que la detumescencia no
basta de ninguna manera para constituirlo. Esto es lo que nos tomamos el cuidado, con cierta
pesadez, de afirmar primero; ahora, por supuesto, este hecho experiencia: que no es lo mismo
copular que hacerse la paja7.
¡No por ello debe descuidarse esta dimensión que hace que el asunto del valor de goce se
agarre, tome su punto de apoyo, su punto pivote, allí donde detumescencia es posible! Porque la
función de la detumescencia… independientemente de lo que hayamos de pensar en el plano
fisiológico, campantemente abandonado por supuesto por los psicoanalistas, quienes no han
aportado en eso ni una mínima luz clínica nueva, que no esté ya en todos los manuales, respecto
a la fisiología del sexo, quiero decir, que no anduviera rodando ya por todas partes antes de que
el psicoanálisis llegara al mundo… ¡Pero qué importa! esto sólo refuerza lo que está en cuestión,
a saber, que la detumescencia sólo está ahí para su utilización subjetiva, en otras palabras: para
recordar el límite llamado del principio del placer.
7 se branler: expresión más coloquial para “masturbarse” [T.]
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
La detumescencia, por ser la característica de funcionamiento del órgano peneano,
particularmente en el acto genital –y justamente en la medida en que lo que soporta de goce es
puesto en suspenso–, está ahí para introducir, legítimamente o no (cuando digo legítimamente
quiero decir como algo real; o como una dimensión supuesta), esto: QUE HAY GOCE MÁS
ALLÁ. Que el principio del placer aquí funciona como límite en el borde de una dimensión del
goce en cuanto está sugerida por la conjunción llamada acto sexual.
Todo lo que nos muestra la experiencia, lo que se llama eyaculación precoz, y que más
valdría llamar –en nuestro registro– detumescencia precoz, da lugar a la idea de que la función –
la de la detumescencia–, puede representar en sí misma el negativo de cierto goce. De un goce
que es precisamente éste, y la clínica no hace sino mostrárnoslo en demasía: de un goce que es…
ante el cual el sujeto se rehúsa, hasta el sujeto se escabulle, por cuanto precisamente este goce
como tal es demasiado coherente con esta dimensión de la castración, percibida, en el acto
sexual, como amenaza. Todas esas precipitaciones del sujeto respecto a este más allá nos
permiten concebir que no deja de tener fundamento que en esos tropiezos, esos lapsus del acto
sexual, se demuestra precisamente de qué se trata en el complejo de castración, a saber, que la
detumescencia es anulada como bien en sí mismo, que es reducida a la función de protección
más bien, contra un mal temido, ya sea que lo llamen goce o castración, ella misma como un
mínimo mal y, a partir de ahí, que entre más pequeño es el mal, más se reduce, más perfecto es el
efugio. Tal es el resorte que palpamos clínicamente en las curas de todos los días, de todo lo que
puede ocurrir bajo las diversas modalidades de la impotencia, especialmente en tanto que se
centran en torno a la eyaculación precoz.
Entonces, no hay goce, en todo caso localizable, sino del cuerpo propio. Y lo que está más
allá de los límites que le impone el principio del placer, no es azar sino necesidad, que, al no
hacerlo aparecer sino en esta coyuntura del acto sexual, lo asocia tal cual a la evocación del
correlato sexual, sin que podamos decir más al respecto.
En otras palabras, para todos los que tienen ya el oído abierto a los términos usuales en el
psicoanálisis, es en ese plano, y sólo en ese, que Tánatos puede hallarse de alguna manera en
conexión con Eros. Es en la medida en que el goce del cuerpo –digo del cuerpo propio, más allá
del principio del placer– se evoca, y no se evoca por lo demás sino en el acto, en el acto
precisamente, que introduce un agujero, un vacío, una hiancia, en su centro, en torno a lo que es
localizado en la detumescencia hedonista; es a partir de ese momento que se plantea la
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posibilidad de la conjunción de Eros y de Tánatos. Es a partir de ahí que se concibe el hecho, y
no es una burda elucubración mítica, de que en la economía de los instintos el psicoanálisis haya
introducido lo que no por azar designa con esos dos nombres propios.
¡Pues bien, ven ustedes que todo eso es girar en derredor! ¡Sabe Dios, sin embargo, que yo
meto la ficha para que no sea así! ¡Hay que pensar entonces que si aún estamos ahí, en derredor,
es porque no es fácil entrar!
Por lo menos, podemos retener, recoger, estas verdades: que el encuentro sexual de los
cuerpos no pasa, en su esencia, por el principio del placer.
No obstante, que para orientarse en el goce que implica (digo: que implica, supuesto,
porque orientarse allí no quiere decir haber entrado ya, pero es muy necesario orientarse allí)…
para orientarse allí, [el encuentro sexual] no tiene otro punto de referencia que esa especie de
negativación que recae en el goce del órgano de la copulación, en la medida en que es el que
define el presunto macho, a saber: el pene. Y que es de ahí que surge la idea (estas palabras son
escogidas), que surge la idea de un goce del objeto femenino. ¡Dije que surge la idea, y no el
goce, por supuesto! Es una idea. Es subjetivo. Sólo que, lo curioso, y que el psicoanálisis afirma
(salvo que, por no expresarlo de una manera lógicamente correcta, naturalmente, nadie se da
cuenta de lo que quiere decir eso, de lo que implica eso), ¡es que el goce femenino mismo
solamente puede pasar por el mismo punto de referencia! ¡Y que eso es lo que en la mujer se
llama complejo de castración! Es justamente por eso que el sujeto-mujer no es fácil de articular
y que en cierto nivel les propongo el hombre-ella; eso no quiere decir que toda mujer se quede
ahí, justamente; hay mujer en alguna parte… odor di fémina… ¡pero no es fácil de hallar!
¡Quiero decir: poner en su lugar! Puesto que, para organizar allí un lugar, se necesita esta
referencia cuyos accidentes orgánicos hacen que no se lo halle [el punto de referencia] sino en
aquel que se llama –anatómicamente– el macho. Solamente a partir de ese suspenso planteado
sobre el órgano macho puede hallarse orientación para ambos, el hombre y la mujer; [solamente
así] la función en otras palabras, adquiere su valor de ser, respecto a ese agujero, esa hiancia del
complejo de castración en una posición invertida.
Una inversión, es un sentido. Antes de la inversión ¡puede que no haya sentido alguno
subjetivable! Y, en últimas, es tal vez por eso que hay que informar del hecho, no obstante
sorprendente, del que les hablé hace poco, a saber: que las psicoanalistas no nos han enseñado
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nada más de lo que los psicoanalistas habían sido capaces de elucubrar sobre su goce. ¡Es decir,
poca cosa!
A partir de una inversión hay una orientación y por poco que sea, si es todo lo que puede
orientar el goce comprometido, en la mujer, en el acto sexual, pues bien, se entiende que hasta
nueva orden tengamos que contentarnos con eso.
En suma, esto nos deja en un punto que tiene su característica. Diremos que, en lo que
concierne al acto sexual, lo que puede formularse actualmente al respecto es la dimensión de lo
que se llama, en otros registros, la buena intención. Una intención recta, concerniente al acto
sexual; eso es lo que puede formularse, por lo menos en el punto en que estamos; eso es lo que
razonablemente, en los dichos de los psicoanalistas, con lo que razonablemente podemos… con
lo que debemos contentarnos.
Todo esto está muy bien expresado en el mito, el mito fundamental. Cuando se dice que el
Padre, el padre original “goza de todas las mujeres”, ¿quiere decir esto que las mujeres gozan
aunque sea un poquito? El sujeto se deja intacto. Y es no solamente con una intención
humorística que lo evoco en este punto. Es que, ya lo verán, ¡ese es un asunto clave!
Quiero decir, que todo lo que voy a tener para articular, digo, en nuestro próximo
encuentro, respecto a lo que voy a retomar, a saber, lo que dejé abierto la última vez: que si
tuviéramos que dejar desierto y vacío el campo central, el del Uno, el de la unión sexual –por
cuanto resulta ligeramente escabullirse la idea de un proceso, independientemente de cuál sea, de
partición, que permita fundar lo que se llama los “roles” , y que llamamos, nosotros, los
significantes del hombre y de la mujer– que si aquello en cuyo umbral los dejé la última vez, a
saber, una conjunción muy diferente: la del Otro, del gran Otro, en el registro, en cuyas tablillas8
se inscribe toda esta aventura –y les dije que ese registro y esas tablillas no eran más que el
cuerpo mismo–, que esa relación del Otro, del gran Otro, con el partenaire que le queda, a saber,
aquello de donde partimos –y que no por nada llamé a minúscula–, a saber, la sustancia de
ustedes, su sustancia de sujeto, por cuanto que, en tanto sujeto, no tienen ninguna, salvo este
objeto caído de la inscripción significante; salvo lo que hace que ese a minúscula sea esa especie
de fragmento de pertenencia del A mayúscula, paseándose, es decir, ustedes mismos, que están
justamente aquí como presencia sujetiva, pero que apenas haya yo terminado, mostrarán
8 La palabra tablette permite expresiones como “métase eso en la cabeza (tablette)”, “borrar de la lista (tablette), o “no contar ya con algo” [T.]
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claramente su naturaleza de objeto… a minúscula,9 ¡en el aspecto de gran barrida que tomará
enseguida esta sala!
Pues bien, dejaré en suspenso la pregunta por lo que concierne al objeto fálico. Porque se
requiere –y ésta es una necesidad que no sólo se me impone a mí–, que lo despoje de la manera
como se lo soporta como objeto. Todo esto, justamente, para darme cuenta de que él mismo no
está soportado.10 Esto es lo que quiere decir el complejo de castración: ¡no hay objeto fálico!
Esto es lo que nos entrega nuestra única posibilidad, justamente, de que haya acto sexual.
¡No es en torno a la castración sino al objeto fálico que es el efecto del sueño, que fracasa
el acto sexual!
No hay más bella ilustración para hacer sentir lo que estoy articulando, que la que se nos
da en el Libro Sagrado, en el Libro único, en la Biblia misma. Y si se han vuelto sordos a su
lectura, vayan al nártex de lo que se llama la Iglesia de San Marcos en Venecia, en otras
palabras: la capilla ducal,11 no es más; pero su nártex vale el viaje. En ninguna parte puede ser
expresado con mayor relieve, en imagen, lo que hay en el texto del Génesis. Y, entre otras, verán
allí, debo decir que sublimemente magnificada, lo que llamaré esta “idea infernal” de Dios
cuando del Adán-Kadmon,12 de aquel que puesto que era Uno tenía entonces que ser los dos (era
el hombre en sus dos caras, macho y hembra), “¡Está bien, se dice Dios [risa], que tenga una
compañera!”. Lo cual no sería nada aún si no viéramos que para proceder a esta adjunción –tanto
más extraña cuanto que parece que hasta entonces, el Adán en cuestión, figura hecha de barro
rojo, se las había arreglado muy bien sin ella–, Dios aprovecha de su sueño para extraerle una
costilla de donde moldea, se nos dice ¡a la Eva primera!
¿Acaso puede haber allí una ilustración más cautivante de lo que introduce, en la dialéctica
del acto sexual, ese hecho de que, el hombre, en el momento preciso en que viene,
suplementario, a marcarse en él la intervención divina, resulta en adelante tener que vérselas, en
tanto objeto, con un pedazo de su propio cuerpo?
¿Todo lo que acabo de decir –la ley mosaica misma, e igualmente tal vez el acento que le
pone allí el subrayar que ese pedazo no es el pene, puesto que, en la circuncisión es en cierto
9 ¿Acaso habría que escuchar aquí: “montoncito”, “pilita”, (petit tas)? [A notar la homofonía petit a / petit tas. T.] 10 “no está ahí debajo, no está soportado” [Dorgeuille]. 11 dogale, del italiano doge. Palabra veneciana para la latina dux, ducis, duque [T.] 12 Adán-Kadmón [Adam-Kadmon] (hombre arquetípico, primordial): en la doctrina de Isaac Luria y de los cabalistas, primera figura de la luz divina que se desprende de la esencia del Ein Sof, el dios oculto. Cf. G. Schholem, Les grands courants de la mystique juive, traducción al francés por Payot, 1973.
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modo sajado, por estar marcado por ese signo negativo–, acaso no está ahí para hacer surgir ante
nosotros lo que hay, diría yo, de puerta perversa en la instauración, en el umbral de lo que
concierne al acto sexual, de ese Mandamiento: “Serán una sola carne”?
Esto quiere decir que en un campo interpuesto entre nosotros y lo que pasaría, lo que
podría pasar, con algo que tendría nombre: el acto sexual, en tanto que el hombre y la mujer se
hacen valer allí el uno por el otro, antes –y es necesario saber si ese espesor es atravesable–,
estará la relación autónoma del cuerpo con algo que está separado de éste, después de haber
hecho parte.
Tal es lo enigmático, el umbral agudo donde vemos la ley del acto sexual en su dato
crucial: que el hombre castrado pueda ser concebido como nunca pudiendo alcanzar más que ese
complemento en el cual puede equivocarse, ¡y sabe Dios si no deja de hacerlo!, al tomarlo como
complemento fálico.
Planteo hoy, terminando mi discurso, este asunto: que no sabemos aún cómo designar ese
complemento. Llamémoslo lógico.
La ficción de que ese objeto sea Otro,13 requiere seguramente del complejo de castración.
No hay por qué sorprendernos de que se nos diga –de que se nos diga en los pormenores
[à-côtés]14 míticos de la Biblia –esos pormenores, curiosamente, que se pueden hallar en las
breves adiciones marginales de los rabinos–, que se nos diga que algo que tal vez sea justamente
la mujer primordial, aquella que estaba ahí antes de Eva y que ellos llaman (digo: los rabinos;
¡no soy yo quien me meto en esos cuentos!), y que ellos llaman Lilith,15 que sea ella tal vez
quien, en forma de serpiente y por la mano de Eva, haga presentar a Adán… ¿qué? ¡La manzana!
¡Objeto oral y que, tal vez, solamente esté ahí para despertarlo al verdadero sentido de lo que le
sucedió mientras dormía! En efecto, es justamente así como se toman las cosas en la Biblia.
¡Puesto que se nos dice que, a partir de ahí, él entra por primera vez en la dimensión del saber!
Justamente por esta dimensión del saber el efecto del psicoanálisis es este: que hayamos
ubicado allí, por lo menos bajo dos de sus formas mayores, y puede decirse que también bajo las
otras dos –aún cuando el vínculo todavía no se haya hecho–, cuál es la naturaleza y la función de
este objeto enteramente concentrado en esta manzana. Solamente por ese camino puede ser que 13 “otro” [Sizaret]. 14 Puntos accesorios de un asunto, pormenores, provechos accesorios o extras. Literalmente: “al-costado”, “al-costillas” y, por supuesto “a-costillas”: ¿acotamientos? [T.] 15 Cfr. Scholem Gershom, La kabbale 1974, traducción al francés de Ediciones du Cerf, 1998, compilación donde se consagra un capítulo a Lilith.
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lleguemos a precisar mejor, y justamente por una serie de efectos de contraste, lo que concierne a
este objeto, el objeto fálico, sobre el que dije que era necesario, para articularlo por último, que
lo despoje primero.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo
ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967 Lección 21
31 de mayo de 1967
Para quienes, por ejemplo, resultan regresar hoy después de haber seguido por un tiempo
mi enseñanza, tengo que señalar que en estas últimas ocasiones he podido introducir
articulaciones nuevas.
Una, importante, que data de nuestro antepenúltimo encuentro, es seguramente haber
designado, expresamente, diría yo –puesto que la cosa no era así mismo inaccesible para quienes
me escuchan– expresamente el lugar del Otro –todo lo que hasta aquí (quiero decir, desde el
comienzo de mi enseñanza), he articulado como tal– haber designado el lugar del Otro en el
cuerpo.
El cuerpo mismo es, de origen, ese lugar del Otro, con A mayúscula, en tanto que es ahí
donde, de origen, se inscribe la marca en tanto significante.
Era necesario que lo recordara hoy, en el momento en que vamos a dar el paso que sigue en
esta lógica del fantasma, que resulta –lo verán confirmado a medida que avancemos–, que resulta
poder conformarse con una cierta laxitud lógica: en tanto lógica del fantasma, supone esa
dimensión llamada de fantasía, como una especie en que la exactitud no se exige allí al
comienzo. Así mismo, lo más riguroso que podremos hallar en el ejercicio de una articulación
que merece ese título de lógica, incluye en sí mismo el progreso de una aproximación. Quiero
decir, un modo de aproximación que contiene en sí mismo no solamente un crecimiento sino, en
lo posible, el mejor crecimiento, el más rápido posible, hacia el cálculo de un valor exacto. Y es
en esto que… refiriéndonos a un algoritmo de grandísima generalidad, que no es más que aquel
más apropiado para garantizar la relación con un inconmensurable ideal, el más simple posible,
el más espaciado también, para precisar lo que él constituye de irracional en su progreso mismo;
quiero decir que esta inconmensurabilidad de ese a… que solamente para la legibilidad de mi
texto figuro como siendo el número de oro, puesto que “quienes saben” saben que esa especie de
número, constituido por el progreso mismo de su aproximación, es toda una familia de números
y, si puede decirse, puede partir de cualquier parte, de cualquier ejercicio de relación, con la
única condición de que lo inconmensurable exija que la aproximación no tenga término, siendo,
sin embargo, perfectamente reconocible en cualquier instante como rigurosa.
321
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Se trata entonces de esto: de captar que aquello a lo que estamos confrontados bajo la
forma del fantasma traduce una necesidad. En otros términos, el problema, que para un Hegel
podía contenerse en este límite simple que constituye la certeza incluida en la conciencia de sí
mismo [incidente]1 (esta certeza de sí mismo sobre la que Hegel puede permitirse, puede
permitirse dadas ciertas condiciones que evocaré pronto, que son condiciones históricas, poner
en duda la relación con una verdad), en esta certidumbre, en Hegel (y es ahí donde él concluye
todo un proceso a través del cual la filosofía es exploración del saber), él puede permitirse
introducir el tšloj, el fin, la meta, de un saber absoluto. Es porque a nivel de la certidumbre
resulta pudiendo indicar que ésta no contiene en sí misma su verdad.
Es por esto que resultamos, no simplemente poder retomar la fórmula hegeliana sino
complicarla. La verdad con la que tenemos que vérnosla se sostiene en este acto a través del cual
la fundación de la conciencia de sí mismo, a través del cual la certidumbre subjetiva es
enfrentada a algo que por naturaleza le es radicalmente ajeno y que es propiamente lo que…
(¿No se podría hacer algo para que cese esta interrupción?)2
Entonces lo que se trata de introducir hoy –y tanto más rápidamente cuanto que nuestro
tiempo se habrá recortado–, es esto: la experiencia psicoanalítica introduce el hecho de que la
verdad del acto sexual hace pregunta en la experiencia. Por supuesto, la importancia de este
descubrimiento sólo adquiere su relieve a partir de una posición del término acto sexual como
tal. Quiero decir, para oídos ya suficientemente formados en la noción de la preeminencia del
significante en toda constitución subjetiva, percibir la diferencia que hay entre una referencia
vaga a la sexualidad –que apenas si se puede llamar función, como dimensión propia de una
cierta forma de vida, particularmente la más profundamente anudada a la muerte, quiero decir,
entremezclada, entrecruzada con la muerte…
No es decirlo todo, a partir del momento en que sabemos que lo inconsciente es el discurso
del Otro. A partir de ese momento, es claro que todo lo que hace intervenir el orden de la
sexualidad en lo inconsciente, sólo penetra allí en torno a preguntarse: ¿el acto sexual es posible?
¿Existe ese nudo definible como un acto donde el sujeto se funda como sexuado, es decir, macho
o hembra? ¿El siendo en sí o, si no lo es, procediendo en este acto a algo que pueda –así sea al
final–, culminar en la esencia pura de lo macho o de lo hembra? Quiero decir, en el
1 Los altoparlantes dan a escuchar trozos de grabación [S.]. 2 Ídem. Se requerirá de una larga pausa para hacer que cese esta perturbación.
322
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
desenmarañamiento, en la repartición de una forma polar de lo que es macho y de lo que es
hembra, precisamente en la conjunción que los reúna en algo –cuyo término no es aquí, en esta
hora, que introduzco por primera vez–, en algo que nombro como siendo el goce; quiero decir,
como introducido desde hace mucho tiempo y, particularmente, en mi seminario sobre La ética.3
Es exigible, en efecto, que ese término de “goce” sea proferido y, debidamente como
distinto del placer, como constituyendo su más allá.
Lo que en la teoría psicoanalítica nos lo indica es una serie de términos convergentes, en
primera fila de los cuales está el de libido, que representa una cierta articulación de éste, del que
habremos de designar, al cabo de estas reuniones de este año, designar en qué sentido su empleo
puede ser bastante resbaloso, no para sostener sino para hacer escabullirse las articulaciones
esenciales que vamos a intentar introducir hoy.
El goce, es decir, ese algo que tiene una cierta relación con el sujeto en tanto
enfrentamiento con el agujero dejado en un cierto registro de acto interrogable: el del acto
sexual. Ese sujeto está suspendido por una serie de modos o de estados que son de insatisfacción.
Esto es lo que, por sí solo, justifica la introducción del término de goce, que así mismo es lo que
a todo momento, y especialmente en el síntoma, se nos propone como indiscernible de ese
registro de la satisfacción, puesto que a todo momento, para nosotros, el problema es saber cómo
un nudo que sólo se sostiene de malestar y de sufrimiento es justamente aquello a través de lo
cual se manifiesta la instancia de la satisfacción suspendida: propiamente, aquello donde el
sujeto se sostiene en la medida en que tiende hacia esa satisfacción.
Aquí, la ley del principio del placer, a saber, de la mínima tensión, no hace más que indicar
la necesidad de los rodeos del camino a través de los cuales el sujeto se sostiene en la vía de su
búsqueda –búsqueda de goce–, pero no nos da su fin, que es ese fin propio, fin sin embargo
enteramente enmascarado por él en su forma última, por cuanto uno puede tanto decir que su
acabamiento… su acabamiento es tan cuestionable que uno puede tanto partir de ese fundamento
de que no hay acto sexual como de éste: que solamente el acto sexual motiva toda esta
articulación.
Es por eso que he querido aportar la referencia de la que todo el mundo sabe que me he
servido desde hace mucho tiempo, la referencia a Hegel,4 por cuanto ese proceso, ese proceso de
3 La ética del psicoanálisis, 1959-1960. 4 Hegel, La fenomenología del espíritu. Traducción al francés de Jean Hyppolite, Aubier Montagne.
323
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967 la dialéctica, de los diferentes niveles de la certeza de sí mismo (de la “fenomenología del
espíritu”, como dijo él), se suspende en un movimiento que él llama “dialéctico” (y que
seguramente, desde su perspectiva, puede plantearse como siendo únicamente dialéctico), de una
relación que él articula de la presencia de esta conciencia, por cuanto que su verdad, su verdad le
escapa en lo que constituye el juego de la relación de una conciencia-de-sí-mismo con otra
conciencia-de-sí-mismo en la relación de la intersubjetividad.
Pero es claro, se lo ha demostrado desde hace mucho tiempo… así fuera únicamente en la
revelación de esta hiancia social, en la medida en que no nos permite resumir en el
enfrentamiento de una conciencia con una conciencia, lo que se presenta como lucha,
específicamente del amo y del esclavo… Ni siquiera nos toca a nosotros hacer la crítica de lo que
deja abierto… de lo que deja abierta la génesis hegeliana. Esta fue hecha por otros, y
particularmente por otro – por Marx, para nombrarlo– y mantiene en suspenso la pregunta por su
salida y por sus modalidades.
Aquello con lo cual Freud llega y retoma las cosas en un punto, analógico solamente
respecto a la posición hegeliana, se inscribe, se inscribe ya suficientemente en ese término, en
ese término de “goce”, en la medida en que Hegel lo introduce. El punto de partida, nos dice,
está en la lucha a muerte del amo y el esclavo, tras lo cual se instaura el hecho de que quien no
ha querido arriesgar, arriesgar la muerte como elemento en juego, ése resulta, respecto al otro, en
un estado de dependencia, que no por ello deja de contener todo el porvenir de la dialéctica en
cuestión.
El término de goce interviene allí. El goce, tras el término de esta lucha a muerte –de puro
prestigio, se nos dice–, va a ser privilegio del amo y que, para el esclavo, la vía trazada en
adelante será la del trabajo.
Miremos las cosas de más cerca, y veamos en el texto de Hegel, respecto a este goce en
cuestión (que, en últimas, yo no puedo producir aquí, y mucho menos con el acortamiento al que
nos vemos constreñidos hoy) de qué goza el amo.
La cosa en Hegel es divisada suficientemente. La relación instaurada por la articulación del
trabajo del esclavo, hace que si, tal vez, el amo goza, no sea completamente. En últimas (y
forzando un poco las cosas, lo cual hacemos por cuenta nuestra, ya lo verán), diríamos que sólo
goza de su ocio, lo cual quiere decir de la disposición de su cuerpo.
324
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
De hecho, está muy lejos de ser así, lo volveremos a indicar dentro de poco, pero
admitamos que él está separado de todo aquello de lo que ha de gozar en tanto cosas, por aquel
que está encargado de ponerlas en su merced, a saber, el esclavo; del cual puede decirse en
adelante –y yo no tengo por qué defenderlo, quiero decir: ese punto vivo, puesto que ya en Hegel
está indicado de manera suficiente–, que hay un cierto goce de la cosa para el esclavo, en la
medida en que no solamente él se la aporta al amo, sino en la medida en que tiene que
transformarla para hacerla admisible.
Después de este repaso, conviene que me pregunte, con ustedes –que los haga preguntarse–
qué implica en tal registro la palabra goce. Seguramente, nada es más instructivo siempre que la
referencia a lo que se llama el léxico, por cuanto se apega a objetivos tan… precarios como la
articulación de las significaciones. “Los términos incluidos en cada artículo”, se lee en alguna
parte en la nota del prefacio de ese magnífico trabajo que se llama el Grand Robert, “los
términos incluidos en cada artículo constituyen tanto remisiones, encadenamientos, que deberán
culminar en medios de expresión del pensamiento”. “El asterisco…”, porque, en efecto, podrán
ustedes constatar que en cada uno de esos artículos, que cumplen muy bien con su programa, “el
asterisco remite a los artículos que desarrollan ampliamente una idea sugerida con una sola
palabra”. Con lo cual el artículo Goce ¡comienza por la palabra placer marcada con un asterisco!
Esto es sólo un ejemplo, pero la palabra, sin duda, no por azar nos presenta esas paradojas. Por
supuesto, goce no fue abordado la primera vez por el Robert, pueden igualmente estudiar esa
palabra en el Littré. Verán allí que lo que es su empleo, su empleo más legítimo, varía desde la
vertiente que indica la etimología que lo vincula con el gozo, hasta el de la posesión y, en último
término, aquello de lo que se dispone: el goce de un título. El goce de un título, ya sea que ese
término signifique algún título jurídico, algún papel que representa un valor de la Bolsa, tener el
goce de algo –de dividendos, por ejemplo–, es poderlos ceder. El signo de la posesión es poder
renunciar a eso.
Gozar de es diferente a gozar y, seguramente, nada más que esos deslizamientos de sentido
–en la medida en que son cernidos en esta aprehensión que hace poco llamé “lexical” en su
ejercicio en el diccionario–, no nos muestra hasta qué punto la referencia al pensamiento es
justamente lo más impropio para designar la función radical, quiero decir, de tal o cual
significante.
325
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
NO ES EL PENSAMIENTO EL QUE DA LA EFECTIVA Y ÚLTIMA REFERENCIA
DEL SIGNIFICANTE. Es de la instauración que resulta de los efectos de la introducción de un
significante EN LO REAL. Es en la medida en que articulo de una nueva manera esa relación de
la palabra goce con lo que, para nosotros, está en ejercicio en el análisis, que la palabra goce
encuentra y puede conservar su último valor. Y me propongo hoy hacerles sentir el alcance de
esto en su punto más radical.
El amo goza de algo, así sea de él mismo –como se dice: él “es su amo”–, como se dice, o
también del esclavo. Pero, ¿de qué goza en el esclavo? Precisamente, de su cuerpo. Como se lo
lee en la Escritura, “el amo dice: ¡Vete! y él va”. 5 Como me lo permití, ya no sé si lo escribí o si
solamente lo enuncié: si el amo dice “¡Goza!” [Jouis], el otro sólo puede responder con ese Oigo
[J’ouis] con el cual me divertí. En general no me divierto al azar. Esto quiere decir algo. Yo
habría podido igualmente ser relevado por alguno de los que me escuchan… lamento muy a
menudo no recoger nada más que lo que me fuerza a hacerlo yo mismo.
El asunto es éste: aquello de que se goza –si existe este goce que se inaugura en el yo [je]
del sujeto en tanto que posee–, aquello de que se goza, goza?
Parece, sin embargo, ser esta la verdadera pregunta. Puesto que, así mismo, es claro que el
goce no es, de ningún modo, lo que caracteriza al amo. El amo, en la medida en que es, en la
Ciudad, aquel que de ninguna manera podría ser cualquiera, pero que está marcado por su
función de amo, tiene muchas otras cosas que hacer que abandonarse al goce. Y el dominio de su
cuerpo –porque no se trata sencillamente del ocio–, es algo que sólo se logra con las más rudas
disciplinas. En todas las épocas de civilización, el que es amo no tiene de ninguna manera tiempo
de abandonarse ¡así sea en sus ocios!
Hay que distinguir los tipos. Pero, en últimas, el tipo de amo antiguo no es de un orden tan
puramente ideal que no tengamos sus coordenadas: está suficientemente inscrito, diría yo, en las
márgenes del primer discurso filosófico, para que pueda decirse que Hegel nos da testimonio
suficiente de este.
El asunto es justamente éste. Acaso –lo cual en últimas no es más que justo y conforme al
primer elemento en juego de la partida–, aquel que, si le creemos a Hegel, no pudo desde el
comienzo tomar el riesgo eventual de la pérdida de la vida (lo cual es, en efecto, la más segura
5 Mateo, 8-9.
326
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967 vía para perder el goce), aquel que se ha atenido suficientemente al goce para someterse y para
alienar su cuerpo… y ¿por qué entonces el goce no se quedaría en sus manos?
Tenemos mil testimonios de esto –que una vista corta, no se sabe qué fantasma, que quiere
que esté todo siempre del mismo lado, que el ramo completo esté en una sola mano–, tenemos
mil testimonios de que lo que caracteriza la posición de aquel cuyo cuerpo es entregado a merced
de otro, es que a partir de ahí se abre lo que puede llamarse el puro goce. E igualmente, al
vislumbrar, al seguir los indicios que por lo menos nos entregan su perfil, tal vez se borrarían
algunas preguntas sobre el sentido de ciertas posiciones paradójicas, particularmente la
masoquista. Pero, en últimas, más vale, en algunas ocasiones, que las puertas más
inmediatamente abiertas no sean atravesadas… porque no basta con que sean fáciles de atravesar
para que sean las verdaderas. No digo que esté ahí el resorte del masoquismo… ¡ni mucho
menos! Porque, seguramente, lo que hay que decir es que si es pensable que la condición del
esclavo sea la única que da acceso al goce, en la medida en que precisamente podemos
formularlo, como sujeto, jamás sabremos de eso nada…
Pero el masoquista no es un esclavo. Al contrario, como les diré dentro de poco, es un
astuto, alguien muy listo. El masoquista sabe que está en el goce. Y precisamente todo este
discurso progresa precisamente a su respecto, a su término, para uso de ustedes, en lo que
concierne a escuchar de qué se trata en él. Y para hacerlo progresar convenía mostrar que en
Hegel hay más de un defecto. El primero, por supuesto, siendo aquel que me permitía, ante
quienes me escuchan, producirlo. A saber que, desde antes de que lo planteara y de que hablara
de esto, con el estadio del espejo, había marcado que, en ningún caso, esta especie de agresividad
que es de instancia y de presencia en la “lucha a muerte”, de puro prestigio, era algo más que un
señuelo. Y hacía caduca en adelante toda referencia a ésta como articulación primera.
No hago más que volver a puntuar de pasada los problemas que plantea, que plantea y deja
abiertos, la deducción hegeliana respecto a la sociedad de los amos: ¿cómo se entienden entre
ellos?… Y, además, Dios mío, la simple referencia a esto, a saber que el esclavo… para hacer
con esto un esclavo, ¡no está muerto! Que el resultado de la lucha a muerte es algo que no ha
puesto en juego la muerte; que el amo solamente tiene el derecho de matarlo, pero que
precisamente –y es por eso que se llama servus–, el amo servat, lo salva; y que es a partir de ahí
que se plantea el verdadero asunto: ¿qué es lo que el amo salva en el esclavo? Nos vemos
327
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
devueltos al asunto de la ley primordial de lo que instituye la regla del juego, a saber: el que sea
vencido podrá ser asesinado, y si no se lo mata, ¿a qué precio será?
¿A qué precio? Es justamente ahí que entramos en el registro de la significancia: de lo que
se trata en la posición del amo, y6 esto: consecuencias –siempre– de la introducción del sujeto en
lo real.
Para medir lo que concierne a sus efectos sobre el goce, conviene plantear a nivel de ese
término un cierto número de principios, a saber, que si hemos introducido el goce es bajo la
modalidad, lógica, de lo que Aristóteles llama una oÙs…a, una sustancia. Es decir, algo muy
precisamente que no puede ser –es así como se expresa en su libro de las Categorías–7, “que no
puede ser ni atribuido a un sujeto ni puesto en ningún sujeto”. Es algo que “no es susceptible de
más o de menos”, que no se introduce en ningún comparativo, en ningún signo más pequeño o
más grande, ni siquiera más pequeño o igual.
El goce es ese algo en lo cual marca sus rasgos y sus límites el principio del placer. Pero es
algo sustancial y que precisamente es importante producir, producir bajo la forma que voy a
articular en nombre de un nuevo principio: SOLAMENTE hay goce del cuerpo.
Permítanme decir que considero que el mantenimiento de ese principio… su afirmación
como absolutamente esencial, me parece de mayor alcance ético que el del materialismo.
Entiendo que esta fórmula tiene exactamente el alcance, el relieve, que introduce en el campo del
conocimiento la afirmación de que sólo está la materia. Porque, en últimas, basta con que vean,
con la evolución de la ciencia, que esta materia a fin de cuentas se confunde tan bien con el juego
de los elementos en los cuales se la resuelve, que se vuelve, en últimas, casi indiscernible saber
qué es lo que opera ante ustedes, si son esos elementos stoice‹a, esos elementos significantes
últimos, o los del átomo; a saber, lo que en sí mismos tienen de casi indiscernible con el progreso
de su entendimiento, el juego de su investigación, o lo que concierne en último término a una
estructura que ya no saben ustedes relacionar de ninguna manera con lo que tienen ustedes como
experiencia común de la materia…
Pero decir que sólo hay goce del cuerpo y, particularmente, que esto les niega los goces
eternos, es justamente lo que está en juego en lo que llamé el valor ético del materialismo, a
6 ¿Se tratará de una confusión por homofonía: et [y] a cambio de est [es]? En cuyo caso la frase sería: “[…] de lo que se trata en la posición del amo, es de esto: de las consecuencias –siempre– de la introducción del sujeto en lo real” [T.]. 7 Aristóteles, Categorías, V.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
saber, que consiste en tomar lo que sucede en su vida de todos los días en serio, y si es asunto de
goce, mirarlo de frente y no postergarlo para porvenires venturosos…
Solamente hay goce del cuerpo. Esto responde muy precisamente a la exigencia de verdad
que hay en el freudismo.
Henos aquí entonces dejando enteramente a su errancia el asunto de saber si de lo que se
trata es de serlo o de no ser;8 si se trata de ser hombre o de ser mujer en un acto que sería el acto
sexual. Y si esto es lo que domina todo ese suspenso del goce; es igualmente esto lo que hemos
de tomar éticamente en serio, esto respecto a lo cual se eleva algo que podríamos llamar nuestro
derecho de mirada.
Edipo no es un filósofo. Es el modelo cuando se trata de la relación con lo que concierne a
un saber; y el saber del que da prueba nos es indicado, por lo menos, en forma del enigma de que
es un saber que concierne a lo que tiene que ver con el cuerpo. Con esto él rompe el poder de un
goce feroz, el de la Esfinge, que es extraño que se nos ofrezca en la forma de una figura
vagamente femenina, digamos, medio bestial, medio femenina. A lo que él accede tras eso –lo
cual no lo hace, lo saben ustedes, más triunfante por ello–, es seguramente a un goce. En el
momento en que entra allí, ya está en la trampa. Quiero decir que este goce es el que lo marca,
desde entonces y por adelantado, con el signo de la culpabilidad.
Edipo no sabía de lo que gozaba. Planteé la pregunta sobre si Yocasta, por su parte, lo
sabía. Y también, por qué no, ¿gozaba Yocasta de permitir que Edipo lo ignorara? Digamos:
¿qué parte del goce de Yocasta responde a que ella dejó que Edipo lo ignorara?
Es a ese nivel, gracias a Freud, que se plantean en adelante las preguntas serias respecto a
lo que concierne a la verdad.
Pero la introducción que ya hice de la función de alienación, en la medida en que es
coherente con la génesis del sujeto como determinado por el vehículo de la significancia, nos
permite decir que, en cuanto a lo que nos interesa y que es planteado primeramente, a saber, que
no hay sino goce del cuerpo, es que el efecto de la introducción del sujeto, él mismo efecto de la
significancia, es propiamente poner el cuerpo y el goce en esa relación que definí como función
de alienación.
Quiero decir, como acabo de articularlo ante ustedes durante media hora, el sujeto en tanto
que se funda en esta marca del cuerpo que lo privilegia, que hace que sea la marca, la marca
8 ¿“serlo, o no serlo”?
329
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967 subjetiva, lo que en adelante domine todo lo que concernirá a ese cuerpo; que vaya allá y luego
allá y no a otra parte, que sea libre o no de hacerlo, es lo que sin duda distingue al amo porque el
amo es un sujeto.
El goce es, en ese fundamento primero de la subjetivación del cuerpo, lo que cae en la
dependencia de esta subjetivación y, para decirlo todo, se borra. En el origen, la posición del amo
–y esto es lo que Hegel entrevé– es justamente renuncia al goce, posibilidad de comprometerlo
todo en esta disposición o no del cuerpo. Y no solamente del suyo sino también del cuerpo del
Otro.
El Otro es el conjunto de los cuerpos a partir del momento en que el juego de la lucha
social simplemente introduce que las relaciones de los cuerpos están dominadas en adelante por
ese algo que, igualmente, se llama la ley. Ley que puede decirse que está vinculada con el
advenimiento del amo, pero únicamente si se entiende: el advenimiento del amo absoluto. Es
decir, la sanción de la muerte como habiéndose tornado legal.
En adelante, esto nos permite entrever que si la introducción del sujeto como efecto de
significante yace en esta separación del cuerpo y del goce, en la división que se pone entre los
términos que no subsisten sino el uno del otro, es ahí que debe plantearse para nosotros la
pregunta, la pregunta sobre cómo es manejable el goce a partir del sujeto.
Pues bien, la respuesta… la respuesta la da lo que el análisis descubre como aproximación
de esa relación con el goce. Sin duda, en el campo del acto sexual lo que descubre es la
introducción de lo que llamé valor de goce, es decir, anulación del goce como tal, del goce más
inmediatamente interesado en la conjunción sexual. Lo que se llama la castración.
Esto no resuelve nada. Por supuesto, esto nos explica cómo es posible que la forma legal
más simple y más clara del acto sexual –en tanto que está instituida en una formulación regular
que se llama matrimonio– al principio no sea, en el origen, sino privilegio del amo. No
simplemente, por supuesto, del amo en tanto opuesto al esclavo sino como lo saben ustedes, si
saben un poco de historia, y de historia romana particularmente, hasta opuesto a la plebe. No
tiene acceso a la institución del matrimonio quien quiere, sino el amo.
Pero, igualmente, todo el mundo sabe, todo el mundo sabe, Dios mío, por experiencia, por
los desgarramientos que ese matrimonio, que ha sido puesto desde entonces al alcance de todos,
arrastra consigo ¡todo el mundo sabe que eso tiene problemas! Y si abren a Tito Livio verán que
hay una época, no tan tardía en la República, en que las damas –las damas romanas, aquellas que
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
estaban verdaderamente marcadas con el verdadero connubium–, envenenaron durante toda una
generación, con una amplitud y una perseverancia que no dejó de dejar ciertas huellas en la
memoria y que Tito Livio inscribe,9 envenenaron a sus maridos; no sin razón. Hay que creer que
la institución del matrimonio, cuando funciona a nivel de verdaderos amos, debe acarrear
consigo ciertos inconvenientes, que probablemente no están vinculados únicamente con el goce;
puesto que es más bien el carácter acentuado del agujero puesto a ese nivel, a saber, del hecho de
que el goce nada tiene que ver con la elección conyugal, que resultan esos menudos incidentes.
Cuando hablamos del acto sexual en el nivel en que nos interesa a nosotros, los analistas,
es precisamente en la medida en que el goce está en juego. Como lo recordé la última vez, Dios
no ha descuidado vigilar eso. Basta con que la mujer entre en el juego de ser este objeto que nos
designa tan bien el mito bíblico, de ser este objeto fálico, para que el hombre se vea colmado.
Esto quiere decir exactamente: perfectamente timado, a saber, que sólo encuentra su
complemento corporal.
El descubrimiento del análisis es precisamente el de darse cuenta de que es únicamente en
la medida en que el hombre no fuera timado hasta el punto de solamente hallar allí su propia
carne –nada sorprendente que en adelante sólo haya ahí “una sola carne” ¡puesto que es la suya!–
es justamente en la medida en que esta operación de timado no se produce, a saber, en que la
castración se produce, que hay, sí o no, posibilidades de que haya acto sexual.
¡Pero entonces! ¿Qué quiere decir lo que concierne al goce? Puesto que la característica de
un acto sexual que estuviera fundado estaría precisamente en el hecho de esa falta al goce, en
alguna parte.
Esta interrogación sobre lo que concierne al goce en función tercera es muy precisamente
lo que se nos da en otra aproximación; una aproximación que se llama, exactamente a la inversa
de ese paso, de ese sobrepasamiento, que se hace en el sentido del acto sexual, que se llama… y
justamente, y únicamente por el hecho de que es en un sentido inverso, respecto a cierta
progresión, progresión lógica–, que se llama, por esa razón, la regresión.
9 Tito Livio, Historia romana, Libro VIII, XVIII.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Y es aquí que nuestro algoritmo, que nuestro algoritmo, en la medida en que confronta al a
minúscula con el Uno, esté hacia el interior, como ya lo dibujé, a saber, a minúscula doblándose
sobre el Uno, dando, aquí, (1) la diferencia, Uno menos a, que es al mismo tiempo a2; hay
también otra manera de tratar el asunto, que es la que nos sugiere la función del Otro, a saber que
ese Uno que está aquí (2), viene a inscribirse aquí en (a)10 que es el a minúscula, aquí, sin
doblarse, a saber, dejando entre él y el A mayúscula, el gran intervalo del Uno, que está en juego.
No pueden ustedes dejar de ver este hecho privilegiado: que el 1/a = 1+a, Uno sobre a, sea
justamente igual al Uno más a, y que esto es lo que le da valor a este algoritmo; justamente así es
que se nos da el lugar, la topología, de lo que concierne al goce.
En el caso del esclavo, el esclavo está privado de su cuerpo; ¿cómo saber lo que concierne
a su goce? Cómo saberlo sino precisamente en lo que ha deslizado, de su cuerpo, fuera del
dominio subjetivo. Todo lo que concierne al esclavo, en la medida en que su cuerpo va y viene al
capricho del amo, deja preservados no obstante esos objetos que se nos dan como surgiendo,
precisamente, de la dialéctica significante.
Esos objetos que son lo que está en juego pero también la forja, esos objetos tomados en
las fronteras, esos objetos que funcionan a nivel de los bordes del cuerpo, esos objetos que
conocemos bien en la dialéctica de la neurosis, esos objetos sobre los cuales tendremos que
volver nuevamente, y muchas veces, para definir bien qué constituye su precio y su valor, su
calidad de excepción; no necesito recordarlos, en lo que concierne a lo oral y en lo que se llama
también anal; pero esos otros, también, superiores, menos conocidos –en el registro más intimo
que, respecto a la demanda, está constituido como el deseo– y que se llaman la mirada y la voz.
Esos objetos, en la medida en que de ninguna manera podrían ser atrapados por el dominio, no
importa cuál sea, del significante, así estuviese enteramente constituido en el rango de dominio
social; esos objetos que, por su naturaleza, escapan de ahí, ¿qué quiere decir?
10 El esquema es conjeturado.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
¿Está ahí…? Puesto que, para el esclavo, del lado del Otro sólo hay un goce supuesto
(Hegel se equivoca, porque es para el esclavo que existe el goce del amo); pero el asunto que
vale ya lo planteé hace poco: ¿de lo que se goza, goza? Y si es cierto que algo real del goce sólo
puede subsistir a nivel del esclavo, será justamente entonces en este lugar, dejado por él al
margen del campo de su cuerpo, que constituyen los objetos de los que acabo de hablar; la lista.
Es ahí, en este lugar, que debe plantearse la pregunta del goce.
Nada puede retirar al esclavo ni la función de su mirada ni la de su voz, ni tampoco aquella
de lo que es él, en su función de nodriza, –puesto que la Antigüedad nos lo muestra tan
frecuentemente en esta función–, ni siquiera tampoco en su función de objeto desviado, de objeto
de desprecio. A ese nivel se plantea el asunto del goce. Es una pregunta y, como lo ven, es hasta
una pregunta científica.
Ahora bien, el perverso… el perverso, pues bien, eso es lo que es él. La perversión está a la
búsqueda de ese punto de perspectiva, en la medida en que puede hacer surgir el acento del goce,
pero lo busca de una manera experimental. La perversión, al mismo tiempo que tiene la más
íntima relación con el goce, es –al igual que el pensamiento de la ciencia– cosa mentale;11 es una
operación del sujeto en tanto que ha ubicado perfectamente ese momento de disyunción por el
cual el sujeto desgarra el cuerpo del goce, pero que él sabe que el goce no ha sido solamente, en
ese proceso, goce alienado, que también está esto: que en alguna parte queda la posibilidad de
que haya algo que se haya escapado. Quiero decir, que todo el cuerpo no ha quedado atrapado en
el proceso de alienación. Es desde ese punto, desde el lugar del a minúscula, que el perverso
interroga, interroga lo que concierne a la función del goce.
Que jamás debe captarse sino de manera parcial y, si puedo decirlo, en la perspectiva, yo
no diría del perverso… (porque uno puede decir en verdad que los psicoanalistas no entienden
nada de eso; ¿no hubo uno recientemente que planteaba esa especie de ecuación al respecto, de
que el perverso no podría ser sujeto y goce al mismo tiempo, y de que en toda la medida en que
era goce, ya no era sujeto!…). El perverso permanece sujeto durante todo el tiempo del ejercicio
de lo que plantea en tanto pregunta al goce; el goce al que apunta es el del Otro, en la medida en
que él es tal vez su único resto; pero lo plantea a través de una actividad de sujeto.
11 Leonardo da Vinci: La Pittura e cosa mentale, “La pintura es cosa mental”.
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Lo que esto nos permite remontar sólo puede hacerse con una condición y es que nos
demos cuenta de que esos términos, “sadomasoquismo” por ejemplo, como se los anuda, sólo
tienen sentido si los consideramos como búsquedas en la vía de lo que es el acto sexual.
Relaciones que llamamos sádicas entre tal o cual vaga unidad del cuerpo social sólo tienen
interés en esto: que figuran algo que interesa a las relaciones del hombre y de la mujer.
Como les diré la próxima vez –puesto que en esta ocasión, a mi fe, habré sido acortado,
verán que si se olvida esa relación fundamental se deja escapar todo medio para captar lo que
pasa en el sadismo y en el masoquismo. Y esto sin querer decir tampoco que de ninguna manera
esos dos términos figuren relaciones comparables a las de macho y hembra.
Un personaje de una, debo decir, increíble ingenuidad, escribe en alguna parte esta
verdad… de que “el masoquismo nada tiene de específicamente femenino”12 pero las razones
que da están al nivel de formular que seguramente si el masoquismo fuera femenino, eso querría
decir que no es una perversión, puesto que sería natural para la mujer ser masoquista…
Entonces, a partir de ahí se ve que, naturalmente, las mujeres no pueden ser clasificadas de
masoquistas puesto que, siendo una perversión, ¡eso no podría ser algo natural!
He ahí el tipo de razonamiento donde uno se empantana. Ciertamente no sin cierta
intuición quiero decir la primera, a saber, que una mujer no es naturalmente masoquista. No es
naturalmente masoquista y ¡con razón! Es porque, si lo fuera, en efecto, si fuera masoquista, eso
querría decir que es capaz de cumplir el rol que el masoquista da a una mujer. Lo cual, por
supuesto, da un sentido muy diferente, en ese caso, a lo que sería el masoquismo femenino. La
mujer justamente no tiene ninguna vocación para cumplir ese papel. Esto es lo que constituye el
valor de la empresa masoquista.
Por eso, me permitirán terminar hoy en este punto, prometiéndoles –como punto de
llegada, como punta de lo que es interrogado con esta introducción de la perversión–
prometiendo indicarles como punta, que pondremos por último, espero, algún orden, por lo
menos un poco más de claridad, respecto a lo que se trata cuando se trata del masoquismo.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español: Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la
Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
12 Nacht Sacha, Le Masochisme, cap. IV, París, Petite Bibliothèque Payot, 1965.
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Lección 22
7 de junio de 1967
¿Qué hay de común en lo que se llama, a última hora, los “estructuralismos”? Es hacer
depender la función del sujeto de la articulación significante.
Es decir, que en últimas, ese signo distintivo puede quedar más o menos elidido, que en un
sentido lo está siempre. Por supuesto, yo sé que a algunos de ustedes les puede parecer que, a
este respecto, los análisis de Lévi-Strauss dejan justamente ese punto central en suspenso; nos
dejan, para decirlo todo, ante esta pregunta (en la medida en que, desde hace algunos años, este
análisis se centra en el mito): ¿hay que pensar en fin que la miel esperaba, quiero decir, desde
siempre, esperaba en el tabaco la verdad de su relación con la ceniza?
En un cierto sentido [risita]… ¡es cierto! Y por eso es que, de manera semejante desde toda
aproximación, se deriva la puesta en suspenso del sujeto. Y es lo que basta para llevarnos a
contribuir a algo que sin embargo no es una doctrina, que es únicamente el reconocimiento de
una eficacia, que bien parece ser de la misma naturaleza que la que funda la ciencia.
No quita que una noción de clase tal que implicara estructuralismos, que un mínimo de
características no podría de ninguna manera reunir en un conjunto un cierto número de
búsquedas. Por cuanto que, para tomar como ejemplo la mía, en últimas, es sólo como oficio,
como aparato adyuvante, que ha debido primero encontrar, para articularla, esta necesidad de la
articulación subjetiva en el significante. Ésta no es, en cierta forma, más que su prefacio; nada
podría ser pensado correctamente allí sin eso.
Sin embargo, no sin razón, debemos producir, en fin, lo que en el mismo campo ha sido
articulado demasiado rápido, que es la relación fundamental del sujeto así constituido con el
cuerpo.
Esto –de donde resulta que “simbolismo” siempre quiere decir en fin simbolismo corporal–
esto a lo que llego ha tenido que ser durante años descartado por mí precisamente en razón del
hecho de que es así desde siempre, de que es así tradicionalmente como se articulaba el
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
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simbolismo; es decir, de una manera que erraba lo esencial, como sucede por ser demasiado
precipitada.
Los miembros y el estómago… Hace bastante tiempo, desde siempre, evoqué en el
horizonte la fábula1 de Menenius Agrippa. ¡No resultaba tan mal! ¡Comparar la nobleza con el
estómago era mejor que compararla con la cabeza! Además eso pone la cabeza en su lugar:
¡como un miembro más!
Es sin embargo ir un tanto rápido. Y si lo sabemos, es en razón del hecho de que lo que
está en el centro de nuestra búsqueda, la de nosotros los analistas, es algo que sin duda no pasa
por un lugar diferente al de las vías de la estructura, las incidencias del significante en lo real, en
tanto introduce allí al sujeto. Pero que su centro… –y es un signo el que yo solamente pueda
recordarlo con esta fuerza en el momento en que, propiamente hablando, instalo mi discurso en
lo que puedo legítimamente llamar una lógica, que es en ese momento que pueda recordar que
todo gira, para nosotros, en torno a lo que concierne a lo que hay que llamar la dificultad (no “de
ser”, como decía el otro a su provecta edad), la dificultad inherente al acto sexual.
Hay otras dificultades que han anunciado ésta. ¡Introducir esta función de la dificultad no
es nada! El día en que la dificultad de la armonía social adquirió ese nombre, legítimo, la lucha
de clases, se dio un paso… La dificultad del acto sexual puede tener cierto peso, si uno se
detiene ahí, quiero decir: si todo lo que tenemos que articular en ese campo se centra
efectivamente en esta dificultad.
Sospecho que una de las razones por las que los analistas prefieren atenerse a que, una vez
planteada la cosa, con una C mayúscula, si quieren, a que una vez planteada la Cosa en el centro,
se encienda luz por toda una región… zonal, sospecho que, aparte de algo que bien valdría que
señale dentro de poco, [lo que aparece] es ante todo una dificultad lógica.
A ese respecto se podría plantear como elemento de indicio que la institución del
matrimonio se revela como tanto más… yo no diría sólida, es más que eso, resistente, que se le
otorga derecho en nuestra sociedad a articularse con todas las “aspiraciones”, como dicen los
psicólogos, con todas las aspiraciones hacia el acto sexual. Si se ha encontrado que algo ha sido
logrado en el esclarecimiento de la dificultad de la armonía social, es absolutamente
1 Esopo, El estómago y los pies. Sobre el uso de esta fábula por Menenius Agrippa , ver Tito Livio, Historia romana, Libro II, XXXII. Y, por supuesto, La Fontaine, “Los miembros y el estómago”, en Fábulas, libro III.
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sorprendente en efecto que no es especialmente allí donde se haya abierto más el derecho a
articularse aspiraciones hacia el acto sexual, que el matrimonio se revela allí… yo no diría más
resistente, él no tiene que resistir, más instituido que en otras partes. Y que, en el campo en que
las aspiraciones se articulan –de mil formas eficaces en todos los campos del arte, del cine, de la
palabra, sin contar aquel del gran malestar neurótico de la civilización– el matrimonio, ¡por
supuesto!, continúa en el centro, sin haberse movido un ápice en su estatuto fundamental.
En otras palabras –para resumir esta institución– ver que está fundada en esta única
enunciación una vez pronunciada, de la que hice uso2 de otra forma como ejemplo para indicar
allí la estructuración del mensaje, en sí mismo: “Tú eres mi mujer”; el cual ni siquiera necesita
duplicarse con otro anuncio: el que hace casi puramente formal que se le pregunte si ella está de
acuerdo.
De esto depende –y bajo todas las formas en que persiste por lo menos por el momento esta
institución– de esto depende la inauguración de lo que llamaremos una pareja, definida como
productora. Esto no quiere decir exactamente que se trata de la pareja en el sentido en que se
trata del par sexual. Por supuesto, éste es exigible, pero hay que subrayar que podemos decir que
su producto es otra cosa que el hijo reducido al vástago biológico, al efecto de la función de
reproducción.
Y esto es lo que queremos decir al designar como a minúscula lo que tenemos que
interrogar, al comienzo, sobre su entrada en el acto sexual. Ese a minúscula es ya su producto, y
no solamente como vástago biológico; a minúscula del que les he dicho que pueden ustedes
burdamente –si quieren definitivamente situarlo en sus casillas filosóficas– identificarlo con lo
que ha llegado a ser el residuo de esta tradición en último término, después de haber llevado
hasta la perfección el aislamiento de la función del sujeto y haber tenido que, más allá,
permanecer callado. No quita que antes de darnos una señal: “¡bye, bye! boguen ahora sobre lo
que me sucede [succède], lugar donde se encuentran ustedes un tanto sumergidos, en ese mundo
que se menea, que va a sacar la última de sus contradicciones (ya empieza…)”, en ese momento
también ella les ha dicho sin embargo que quedaba un pequeño residuo –de esta benéfica
dialéctica a la que se ofrecía por adelantado el orden total, el saber absoluto–, y que se llama el
Dasein. Ese residuo de presencia, en tanto vinculado a la constitución subjetiva, es de hecho el 2 Seminario 1955-1956, Las estructuras freudianas de las psicosis, lección del 30 de noviembre de 1955.
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único punto por el cual permanecemos en continuidad con la tradición filosófica. Lo recogemos
de su mano, nosotros que lo hallamos precisamente como el subproducto de ese algo que había
quedado enmascarado en la dialéctica del sujeto: a saber, que tiene que ver con el acto sexual.
Ese residuo subjetivo ya está ahí en el momento en que se plantea la pregunta por la
manera como va a jugar en el acto sexual.
Si todo el discurso humano se estructura así, dejando hiante la posibilidad misma de la
instauración subjetiva implicada en al acto sexual, todo el discurso humano ya ha producido –no
en cada sujeto, a nivel de su efecto subjetivo en sí–, esta lluvia, ese chorreo de residuos que
acompaña a cada uno de los sujetos interesados en el proceso. Y resulta (pienso que ustedes se
acuerdan de eso porque es por esta vía que ya nos le acercamos) que ese residuo es a fin de
cuentas la juntura más segura –por muy parcial que sea en su esencia– la juntura más segura del
sujeto con el cuerpo.
Que ese a minúscula se presente, ciertamente, como cuerpo –pero no, como se dice, como
cuerpo “total”–, como caída, extraviado respecto a ese cuerpo del que depende, según una
estructura que ha de mantenerse fuertemente si se la quiere comprender; no se la puede
comprender sino refiriéndose al centro. Y es justamente lo que mantienen ciertas indicaciones,
así como las de la incidencia de esos objetos que yo llamo del a minúscula están vinculadas
todas3 –¿no se dice con el acto? por supuesto, puesto que fui yo quien lo dije primero– con algo,
sin embargo, que se destina allí, puesto que está enteramente alrededor. No solamente de la
prematuración, biológica, por cuanto invoca este llamado hecho al cuerpo hacia el lugar del acto,
no solamente prematuración, o su tentativa, prepubertaria, se nos dice, primer empujón que, así,
indica su porvenir y su horizonte, y por sí solo (pero no sin invocar toda una conjunción, toda
una circunstancia social de represión, de apreciación, por lo menos de referencias discursivas de
demanda y de deseo) ya preforma, hace llegar el sujeto, como a minúscula, como subproducto de
ese punto central de dificultad, a la dificultad misma.
Tal vez la carencia relativa, y que aún si es relativa no es menos radical, digo, tal vez, de
los psicoanalistas, respecto a su tarea, depende de que no se plantean ellos mismos como
comprometidos en experimentar, al extremo, la dificultad del acto sexual.
3 Texto incierto: ¿“somme toute liées”: en resumidas cuentas vinculado?
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
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Porque el psicoanálisis didáctico (si, por supuesto, es más que exigible para, digamos,
cicatrizar, en ellos, los efectos de azar, como sucede en todos, de esta dificultad) ¡no quiere decir
que constituya en sí mismo el hecho de experimentarse ante esta dificultad! Es bastante cómodo,
superado… llamen eso como quieran, la limpieza, la purificación previa, volver a sus pantuflas
[sus comodidades] que no son, dígase lo que se diga, el lugar elegido del acto sexual…
Ciertamente, estar en estado de pensar el deseo es ya un acceso.
¿Creerán ustedes [risita] que les doy la orden de que se trata de pensar el acto sexual?
Un acto, –subráyenlo si recuerdan la manera como lo introduje– no necesita ser pensado,
para ser un acto. ¡Hasta queda enfatizado el asunto de saber si no es por eso que es un acto! No
iré más lejos en ese sentido, que favorece demasiado las apariencias [semblants] de acto.
Hacerlo4 no es cómodo, pero es cierto, ya sea que haya que pensarlo o no, ¡que uno sólo puede
pensarlo después! La naturaleza del acto es que hay que cometerlo primero. Lo cual, tal vez, no
excluye que se lo piense.
Esto para decir que, si se parte de la dificultad del acto sexual, ¡no es para poner al alcance
de la mano el tiempo de pensarlo!
Entonces, retomemos, al más raso nivel, cómo se plantea eso: si es un acto, constitución en
acto de un significante –a partir de alguna moción, diríamos, que no invoca allí sino el registro
del movimiento, algo mensurable en el pesaje de un cuerpo– debe haber allí, si el significante se
reduce a la más simple cadena, esa oposición que yo ya inscribí en dos plaquitas inesperadas en
uno de mis artículos5 y que retraduciremos aquí con el (ni siquiera digo yo [Je]): soy un hombre,
y su relación con: soy una mujer. Es decir, que volvemos a lo que hace poco se presentaba como
el mensaje, bajo una forma invertida.
¿Acaso no es absolutamente fabuloso que no podamos, en ningún caso, dar cuenta en
absoluto de un vínculo entre esos términos que justifican que los tomemos por el inverso, el uno
del otro? Y que se requiere en adelante que los interroguemos tal como son, es decir, como no lo
ignoran ustedes y como se articula en cada línea de Freud, en la total incapacidad de darles algún
correlato seguro, no importa cuál: actividad, pasividad, por ejemplo, son sólo sustitutos que cada
vez que Freud los emplea subraya su carácter, no diría inadecuado… ¡sospechoso!
4 Sizaret: “El asunto”. 5 “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, 1957, en Escritos 1.
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Replanteemos, entonces, las preguntas con los aparatos que nos ha ofrecido nuestra buena
y breve tradición de manejo del sujeto. ¡Aquí debe poderse poner a prueba! Y aún si no puede
servir para nada, la manera como será repelida por el objeto nos instruirá tal vez sobre algo
respecto al objeto mismo, ¡su elasticidad, por ejemplo!
Vamos a buscarle al ser-macho, para tomarlo primero –pero también al ser-hembra, están
en ese nivel del discurso exactamente en la misma posición–, algo análogo a lo que nos ha
llevado nuestro manejo del sujeto; bien debe haber aquí dos caras, también aquí. ¡Además, salta
a la vista enseguida! Hay un en sí y luego un para, un para… ¡para algo! Pero lo que se ve
enseguida es que ahí no es en absoluto el para sí, en razón misma de la exigencia fundamental
del acto sexual; ¡no puede permanecer para sí pero no digamos que es para aquel que constituye
el par!
Es ahí que debe servirnos la introducción de la función del gran Otro. Lo que aquí
corresponde a nuestra interrogación como opuesta a este en sí más bien huidizo –que
corresponde al ser-macho y mucho más al ser-mujer– es un para el Otro. Es decir, lo que bien
tuvimos que evocar primero, es decir, el lugar de donde le vuelve el mensaje de una forma
invertida.
Les hago notar… es un breve repaso –lo acentuaré más la próxima vez pero aquí sólo
puedo articularlo de pasada–, esta alternativa cuyo alcance he extendido mostrando que no es,
simplemente, la de la alienación, puesto que nos ha permitido, de aquí en adelante, en el primer
trimestre, instituir esa operación lógica de la alienación en su relación con otras dos (tal vez las
olvidaron), que forman con esta algo que interrogué a la manera de un grupo de Klein. En
resumen, el punto de partida de ese pequeño rectángulo donde situé la alienación fundamental
del sujeto, precisamente en su relación con una posibilidad que era únicamente el lugar marcado
del acto sexual bajo la forma, lógica, de la sublimación, esta alternativa: o yo no pienso o yo no
soy, elección seductora, como lo ven, que es el punto de partida de lo que se le ofrece al sujeto
una vez que se introduce la perspectiva de un inconsciente, en la medida en que está hecho de
esta dificultad del acto sexual. Ven aquí como se separa6 El yo no pienso es seguramente el en sí
(si acaso se manifiesta) del ser-macho o del ser-mujer; el yo no soy queda del otro lado, a saber,
del lado del para el Otro. 6 Sizaret: “cómo repara [répare]”; Dorgeuille: “ cómo se reparte [se répartit]”.
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
341
Lo que el acto sexual está llamado a garantizar, puesto que allí se funda, es algo que
podremos llamar un signo proveniente de donde yo no pienso, de donde estoy como no
pensando, para llegar a donde yo no soy, allí donde yo soy7 como no siendo. Puesto que si yo soy
donde no pienso y si yo pienso donde no soy8 –es justo la ocasión de acordarse de ello–, en esa
relación que bien puede haber llegado a donde no soy, es decir, yo, macho, a nivel de la mujer;
es sin embargo ahí que, independientemente de cuáles hayan sido las pretensiones de los
filósofos de separar, de separar el tÕ frone‹n (yo cogito), del tÕ ca…rein (yo gozo),9 es sin
embargo ahí donde mi destino, aún a nivel del tÕ frone‹n, se juega. El hecho de haber dialogado
con Sócrates ¡nunca ha impedido a nadie tener obsesiones que hagan cosquillas, que perturben
enormemente su tÕ frone‹n!
Entonces, el paso siguiente es éste que nos ofrece –y es por esto que lo recordé–la función
del mensaje. Es que es un hecho, que imprudentemente y sin saber absolutamente lo que digo,
que yo me anuncio como siendo hombre allí donde no pienso, bajo esta forma del tú eres mi
mujer, allí donde no soy. Eso tiene, no obstante, el interés de darle, también a la mujer, la
posibilidad de anunciarse. Y eso es lo que exige que ella esté ahí a título de sujeto; porque ella
llega a serlo, ella como yo, a partir del momento en que se anuncia.
Este encuentro, bajo la forma pura, tanto más pura, insisto en ello, cuanto que no se sabe
absolutamente lo que se dice, es lo que pone en muy primer plano la función del sujeto en el acto
sexual. Y hasta es como puro sujeto que nos damos cuenta, precisamente a nivel del fundamento
de este acto, que ese puro sujeto se sitúa en la juntura, o para decirlo mejor, en lo disyunto del
cuerpo y del goce. Es un sujeto en la medida de ese disyunto.
¿Cómo se ve eso de la mejor manera aquí? Por supuesto, lo sabemos por tradición, puesto
que, hace poco evocaba el Filebo, en particular, donde ese tÕ frone‹n y ese tÕ ca…rein están
sometidos a esa operación de separación, con un rigor sobre el que precisamente por eso les
recomendé la víspera de las últimas vacaciones que lo volvieran a leer.
Pero, aquí, si quisieran ustedes ya decirme que en últimas bien podemos hacer caso omiso
de las exigencias de acto de este acto, que tal vez no necesitamos del acto sexual para tirar10 de
7 Se esperaría “yo pienso”. 8 “y si yo no pienso donde no soy” [Sizaret]. 9 Platón, Filebo, I-1. 10 foutre: joder, tirar, coger…
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342
una manera perfectamente conveniente… se trata, en efecto, de saber, en el relieve del acto, qué
exige el sujeto.
Tal vez sea poco decir que todo depende de la oposición de los significantes hombre,
mujer, si no sabemos todavía ni siquiera qué quieren decir.
Y, en efecto, donde se ve la incidencia del sujeto no es tanto en la palabra mujer como en
la palabra macho.
El “goce”, hice notar, es un término ambiguo. Se desliza. Por esto: que hace decir que sólo
hay goce del cuerpo y que abre el campo de la sustancia donde vienen a inscribirse esos límites
severos donde el sujeto se contiene, de las incidencias del placer. Y, además ese sentido en que
“gozar”, dije, es poseer, el mi. Yo gozo de algo. Esto deja en suspenso el asunto de saber si ese
algo, por el hecho de que goce yo de él, goza. Ahí, en torno al mi, está muy precisamente esta
separación del goce y del cuerpo. Porque, no por nada los he introducido ahí la última vez,
recordando esta articulación –frágil por estar limitada al campo tradicional de la génesis del
sujeto–, de la Fenomenología del espíritu, del amo y del esclavo.
Mi ― yo gozo de tu cuerpo en adelante, es decir que tu cuerpo se vuelve la metáfora de mi
goce.
Y Hegel no olvida sin embargo que es sólo una metáfora. Es decir, que si amo soy, mi goce
ya está desplazado pues depende de la metáfora del siervo. Y que queda que, para él, así como
para lo que interrogo en el acto sexual, hay otro goce que está a la deriva.
¿Y acaso es que yo necesito una vez, más, escribirlo en el tablero, con mis barritas?
Ese cuerpo de la mujer, que es mi, es en adelante la metáfora de mi goce. Se trata de saber
lo que hay ahí bajo la forma de mi cuerpo (por supuesto, ni siquiera pienso, inocente como soy,
en llamarlo “mi”), también estará su relación de metáfora; lo cual, seguramente, fundaría11 todo
de la manera más elegante y la más cómoda, con el goce que está en cuestión y que constituye la
dificultad del acto sexual… 11 Sizaret: “fundiría”.
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Me dirán ustedes, ¿por qué es a nivel de la mujer que [el goce] interroga?
Vamos a decirlo muy rápido y muy sencillamente enseguida. ¡Todos los psicoanalistas lo
saben! No necesariamente saben decirlo pero lo saben. Lo saben, en todo caso, por esto: que,
hombres o mujeres, ¡aún no han sido capaces de articular la mínima cosa sólida sobre el sujeto
del goce femenino! No estoy tratando de decir que el goce femenino no pueda tomar este lugar,
¡estoy tratando de detenerlos en el momento en que se trata de no ir demasiado rápido para decir
que ahí está la dificultad del acto sexual!
Y esta referencia –que era menos insoportable, únicamente porque es un mito–, que tomé
la última vez de las relaciones del amo y del esclavo, a saber, del goce a la deriva. Bien pueden
imaginarlo cuando se trata del esclavo; a saber, que no hay razón para que el goce no esté
siempre ahí ¡y esto tanto más cuanto que éste no ha tenido, al igual que el amo, la idiotez de
ponerlo en riesgo! Entonces, ¿por qué no lo habría conservado? ¡Que su cuerpo se haya vuelto la
metáfora del goce del amo no es razón para que su goce, el de él, no continúe su vidita! ¡Como
todo lo prueba!
Si leen ustedes la comedia antigua, si vuelven a leer al estimado Terencio, por ejemplo,
que no es precisamente un primitivo, que hasta es todo lo contrario, sobre el que puede hasta
decirse que las cosas han sido llevadas tan lejos, en él, tan extenuadas, que sobrepasa en
simplicidad todo lo que podemos cogitar (es mucho más simplón que una película del señor
Robbe-Grillet, ¡aún cuando se encuentra atrancado!). ¡Pero no está atrancado! ¡Sólo que ya no
nos damos cuenta de ninguna manera de qué se trata!12
Hay una cierta historia de Andriana,13 por ejemplo… La leerán y dirán: “¡Dios mío, qué
historia! Todo eso porque un muchacho que tiene un padre y que debe casarse o no con una
muchacha que sea de la buena o de la mala sociedad… Y como, al final, la que es de la mala
sociedad resulta ser de la buena –por este eterno asunto de los reconocimientos: que fue
secuestrada cuando pequeña y patatí patatá… ¡Qué historia! ¡Y qué historia idiota!” Salvo que,
lo molesto es que si razonan así no ven una cosa: ¡que en toda esta comedia sólo hay una persona
interesante y que se llama Davus! ¡Y es justamente un esclavo! Porque uno puede, muy en
serio… a él que lo dirige todo, a él que es el único inteligente entre todas estas personas, y a uno
12 ¿Se tratará de Terencio, o de Trans-Europ-Express, de Alain Robbe-Grillet? 1966. 13 Terencio, “La Andriana”, Comedias I, París, Les Belles Lettres, 1942.
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ni se le ocurre siquiera sugerirles que los demás podrían comenzar a serlo14. El padre juega el rol
paterno al grado, en fin… de embrutecimiento deseable, en fin… ¡verdaderamente todo…
redundante! ¡El hijo es un pobre agraciado completamente extraviado! ¿Las hijas en juego? Ni
siquiera se las ve, ¡a nadie interesan! Hay un esclavo que se pelea por su amo casi arriesgando
ser, de un momento a otro –está escrito– ¡crucificado! ¡Y lleva el asunto con mano de amo hay
que decirlo! He ahí de qué se trata en la comedia antigua.
Salvo que esto no tiene para nosotros sino un interés, a saber, mostrar a ustedes que allí
puede haber un asunto sobre lo que sucede con el goce cuando se ha producido ese pequeño
movimiento de desfase, de Verschiebung que está, propiamente hablando, constituido a partir del
momento en que se introduce la función del sujeto entre el cuerpo y el goce.
¡No es con el goce propio de un cuerpo en tanto este goce lo define! Un cuerpo es algo que
puede gozar. Sólo que ¡ahí está! ¡se lo convierte en la metáfora del goce de otro! ¿Y qué pasa
con el suyo, con su goce? ¿Acaso se intercambia? ¡Todo el asunto está ahí! Pero no está resuelto.
¿No está resuelto por qué? Con todo, nosotros, los analistas, lo sabemos. ¡Lo cual no quiere
decir que podamos siempre decirlo! ¡Es una observación general! ¡No voy a repetirla cada vez!
Escribamos eso… Vamos a hacer así, ¿ah?, para el cuerpo, va a ser más divertido…
… y se parece a mis plaquitas, en las cuales, en uno de mis artículos,15 escribí “Hombres”,
“Damas”; eso se ve a la entrada de los orinales.
Una plaquita puede servirnos de cuerpo con un cierto número de cosas inscritas encima; en
efecto, es la función del cuerpo, desde que recordamos que es el lugar del Otro. Entonces,
hacemos la misma barrita para que no se perturben ustedes, y aquí escribimos J para decir goce.
Entonces, ahí, hay un punto de interrogación, porque es ese y porque no sabemos, en
últimas, si viene ahí, si el cuerpo del macho sí es, con seguridad, lo que el macho afirma, ¡porque
no hace sino afirmarlo! De ahí es que partimos, en el Tú eres mi mujer; a saber, que el cuerpo de
la mujer es la metáfora del goce de él.
14 commencer de l’être [T.]. 15 “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud”, en Escritos.
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¡Ahí está! Basta con agregar un trazo para hacer expresiva esa breve articulación.
En efecto, por razones que tienen que ver… que tienen que ver con el hecho de que no está
únicamente la pareja en juego en el acto sexual; a saber, que (así como otros estructuralistas que
funcionan en otros campos les han recordado) la relación del hombre y de la mujer está sometida
a funciones de intercambio que implican al mismo tiempo un “valor de cambio”; y que el lugar
donde algo, que es de uso, se ve marcado por esta negativación que constituye su valor de
cambio, queda aquí –por razones que tienen que ver con la constitución natural de la función de
copulación–, ¡queda aquí presa en el goce masculino en tanto que este goce se sabe donde está!
En fin, ¡eso se cree! ¡Es un organito que se puede atrapar! Es lo que hace el bebé, enseguida, con
la mayor tranquilidad.
¡Ah! eso puedo decírselo, entre paréntesis, de verdad se hace ahí… de verdad será
necesario que les muestre. Me trajeron un librito romántico sobre la masturbación, ¡con
figuras…! ¡Es algo tan… bueno, tan encantador, que no puedo creer que si lo hago circular aquí
me regrese! [estallido de risa general] Entonces, no sé qué hacer, no sé qué hacer, será mejor que
lo ponga… no sé, debe haber aparatos donde puedan proyectarse, así, objetos y abrirlo en la
página… Bueno, en fin, ¡tienen que ver esto! Se llama Le livre sans titre,16 y está hecho para…
hay por lo menos 25 figuras, bueno… o unas 20, que demuestran los estragos17 que ejerce en un
desventurado… en todo desventurado muchacho, por supuesto… –ya saben ustedes hasta qué
punto la masturbación tenía mala reputación a comienzos del siglo pasado– ¡los estragos y… los
horrores, en fin, que produce! ¡Y todo eso, con un trazo!… ¡Y… colores! En fin [risas], ver al
desafortunado muchacho… ¡al desafortunado muchacho vomitar sangre!... Porque es una de las
cosas que son consecuencia, ¡en fin! ¡es… es algo sublime!…
Les pido perdón, nada tiene que ver esto con mi discurso, [risas], absolutamente nada que
ver. ¡Esto me va a costar horriblemente caro! ¡Es una de las razones, también, por las cuales no
quisiera separarme de él! [risas]. Sí, y es de una belleza que lo supera todo y si hay… existen
aparatos con los que uno puede proyectar, aún sin que la cosa sea… transparente, se… quisiera
mostrar esto… Es… es… ¡nunca he visto nada igual! Bueno, en fin, ¡total!…
16 Anónimo, Le Livre sans titre, segunda edición, París, 1984. 17 El Doctor Lacan dice estas últimas palabras entrecortadas con una risa [S.]
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
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En fin, total, lo saben ustedes, este embargo, ¿ah?, sobre el goce masculino, en la medida
en que es aprehensible en alguna parte, es algo que es estructural, aunque oculto, para la
fundación del valor.
Si una mujer, que es un sujeto, sin embargo, en el acto sexual –hasta diría más, acabo de
articular que no podría haber allí acto sexual si ella no está, en el comienzo, fundada como
sujeto… para que una mujer pueda adquirir su función de valor de cambio, se requiere que ella
recubra algo que es lo que está ya instituido como valor, y que es lo que el psicoanálisis revela
como el complejo de castración.
¡No estoy tratando de decir que el intercambio de las mujeres se pueda volver a traducir
holgadamente por el intercambio de los falos! ¡Si no, no se ve por qué los etnólogos no harían
igualmente sus cuadros de estructuras llamando las cosas por su nombre! Es el intercambio de
los falos, en tanto símbolos de un goce sustraído como tal.
Es decir, no el pene sino lo que –puesto que la mujer se vuelve la metáfora del goce– hace
que uno pueda tomar en su lugar una nueva metáfora, a saber, esa parte del cuerpo negativada
que llamamos “falo”, para distinguirlo del pene. ¡Y esto no deja menos abierto el problema que
acabamos de articular! En otros términos, algo se instaura, sobre lo cual otro proceso, el del
intercambio social, en la fundación del material, si puedo decirlo, destinado al acto sexual [sic].
Esto no deja menos en suspenso si podemos, en razón de este elemento externo, situar algo
concerniente a la mujer en su función de metáfora respecto a un goce pasado a la función de
valor.
Lo cual está expresado en mucho mito. No necesito recordar a Isis y su duelo eterno, sobre
lo que concierne a esta última parte, del cuerpo que ella reunió. Les señalo únicamente, de
pasada, que en este mito extremo donde precisamente la diosa se define como siendo ella (es lo
que la distingue de una mortal) goce puro; separada ciertamente también ella del cuerpo pero
¿por qué? ¡Porque para ella no es asunto de lo que constituye un cuerpo en su estatuto, como
cuerpo mortal! ¡Esto no quiere decir que los dioses no tengan cuerpo! Sencillamente, como no lo
ignoran ustedes, cambian de cuerpo. ¡Aún el dios de Israel tiene un cuerpo! Hay que estar loco
para no notarlo: ese cuerpo es una columna de fuego durante la noche y de humo durante el día.
¡Se nos dice esto en el Libro, y de lo que se trata ahí es, propiamente hablando, de su cuerpo!
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
347
Es como para mi otra historia (es un paréntesis): son cosas que habría desarrollado mejor si
hubiera podido hacer un seminario sobre los nombres del padre.18
La diosa es goce, es muy importante recordarlo. Su estatuto de diosa es ser goce. Y
desconocerlo es, propiamente, condenarse a no entender nada de todo lo que concierne al goce.
Y por eso el Filebo19 es ejemplar, donde una réplica nos anuncia que en ningún caso los dioses
tienen qué hacer con el goce; no sería digno de ellos. Es ahí, si puede decirse, donde está el débil
punto de partida del discurso filosófico: es haber radicalmente desconocido el estatuto del goce
en el orden de los entes [étants]20.
Sólo hago esos comentarios de una manera incidental y para recordarles el alcance que
tiene esta lectura del Filebo por cuanto permite ubicar, con una exactitud ejemplar, el campo
limitado donde se desarrolla todo lo que será el estatuto del sujeto y de lo que significa el
regreso, la recuperación de las preguntas que quedaron, por ese hecho, aisladas.
Henos aquí, entonces, en torno a esta pregunta sobre lo que concierne al goce en el acto
sexual.
Digamos, para introducir lo que es el final de este discurso –pero que es esencial ante todo
articular con la más extrema escansión– lo que es el final de ese discurso es permitirnos ubicar
cómo los actos que se ubican, y legítimamente, en el registro de la perversión, conciernen al acto
sexual.
Si conciernen al acto sexual es porque en el punto donde se trata del goce… –y verán que,
por el hecho de que está ese punto, no puede ser menos importante a nivel del cuerpo de la
mujer, salvo que es por un segundo sesgo que podemos abordarlo– dado que la presa, el modelo
que se nos da de lo que aparecerá en las tentativas de solución está ahí a la derecha, en la
instauración del valor de goce… es decir, en el hecho de que la función de un cierto órgano está
negativada, que es el mismo órgano por donde la naturaleza, con el ofrecimiento de un placer,
garantiza la función copulante, ¡pero de una manera que es perfectamente contingente, accesoria!
(En otras especies animales la garantiza de manera muy diferente, la garantiza con ganchos, por
ejemplo). Y nada puede garantizarnos que, en este órgano, haya algo que concierna, propiamente
hablando, al goce. Aquí tenemos ese término con el que se introduce el valor… ES POR AHÍ 18 Sizaret: “el Nombre del Padre”. 19 Platón, Filebo, 33-b. 20 Probablemente una referencia al das Seiende heideggeriano: los entes, los estando, los siendo… [T.]
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QUE, A NIVEL DONDE ESTÁ EL ASUNTO DEL GOCE, muy precisamente, ESTE GOCE
ENTRA EN JUEGO BAJO FORMA DE PREGUNTA.
Plantearse la pregunta por el goce femenino, pues bien, es ya abrir la puerta a todos los
actos perversos.
Y esto resulta… por eso es que los hombres tienen, por lo menos en apariencia, el
privilegio de las grandes posiciones perversas. Pero que se plantee la pregunta – que se la pueda
plantear, ya es algo– de si la mujer misma lo sospecha, por supuesto, a través de la reflexión de
lo que introduce en ella esa falta del goce del hombre, ella entra en ese campo por la vía del
deseo, que, como lo enseño, es el deseo del Otro, es decir, el deseo del hombre.
Pero es más primitivamente que, para el hombre, se plantea el asunto del goce. Se plantea
por cuanto está comprometido, al comienzo, en el fundamento de la posibilidad del acto sexual.
Y la manera como lo interrogará es por medio de objetos. De esos objetos que son precisamente
los objetos que llamo a minúscula, en tanto que son marginales, que escapan a una cierta
estructura del cuerpo. A saber, a la que llamo especular, y que es el espejismo por el cual se dice
que “el alma es la forma del cuerpo”.21
Lo que puede ser retenido, allí, es que todo lo del cuerpo pasa al alma; ahí está la imagen
del cuerpo, allí está aquello con lo cual tantos analistas creen poder captar lo que a eso concierne
en nuestra referencia al cuerpo. De ahí tantos absurdos.
Porque es ahí, precisamente en esas partes del cuerpo, en esos extraños límites que, como
lo diré al comentar esta imagen,22 hacen bola o hacen sínfisis en esas partes del cuerpo (que
llamaremos, en relación con la reflexión especular, partes anestésicas), donde se refugia el
asunto del goce.
Y es a esos objetos que el sujeto para quien se plantea esta pregunta –en primer lugar el
sujeto macho–, adonde ese sujeto se dirige para PLANTEAR LA PREGUNTA DEL GOCE.
Por supuesto, esto, en el momento en que los dejo, puede parecerles una fórmula cerrada.
Y es cierto… por cuanto se requeriría, por lo menos (respecto a esos objetos mayores que acabo
de evocar, que son los que designo con el nombre de objetos a minúscula) demostrarlo, de
21 Aristóteles, Del alma, II, 1, 412 A, 20. 22 “Porque es precisamente en esta parte del cuerpo, en este extraño límite que, como lo diré comentando esas imágenes” [Sizaret].
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
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manera ejemplar. Pero lo que demostraré –será para nuestro próximo encuentro–, es cómo esos
objetos sirven de elementos cuestionadores.
Esto sólo nos puede ser dado a partir de lo que articulé primero, ya la última vez, también
hoy, cómo separación constitutiva del cuerpo y del goce.
¿Acaso necesito únicamente empezar indicando algo para que sus pensamientos vayan
enseguida por la vía de la pulsión que se llama (¡que se llama equivocadamente!) sado-
masóquica, pero que son, no obstante, sin embargo, con la escoptofilia, los únicos términos de
los que se sirve Freud como pivote cuando tiene que definir propiamente la pulsión?
Que la pulsión sadomasóquica juegue, toda, en un juego en donde lo que está en cuestión
está ahí (en ese punto de disyunción, suficientemente marcado por mi sigla o algoritmo, como
quieran, del significante de A/ , a saber, la disyunción del goce y del cuerpo) es por cuanto (y lo
verán la próxima vez en todos sus detalles) el masoquista, y partiré de él, interroga la
completitud y el rigor de esta separación y la sostiene como tal. Es así como él llega a
“sonsacar”, si puedo decirlo, del campo del Otro, lo que para él queda disponible de un cierto
juego del goce.
Es en la medida en que el masoquista da una solución, que no es vía del acto sexual pero
que pasa sobre esta vía, que podremos situar, de la manera justa, lo que se dice siempre
aproximativamente sobre esta posición fundamental del masoquismo en tanto que es estructura
perversa y que su nivel23 –por haberlo articulado en su tiempo– que es aquí primordial, sólo él
nos permite distinguir, puesto que hay que distinguirlos, lo que concierne al acto perverso y lo
que concierne al acto neurótico.
Ya lo verán, lo indico porque tengo la sensación de no haberles dicho mucho hoy y porque,
en últimas, urge el tiempo; lo indico en la medida en que puede servirle a algunos ya de tema de
reflexión: hay que distinguir radicalmente el acto perverso del acto neurótico.
El acto perverso se sitúa a nivel de esta pregunta por el goce.
El acto neurótico, aún cuando se refiere al modelo del acto perverso, no tiene otro fin que
el de sostener lo que nada tiene que ver con el asunto del acto sexual, a saber, el efecto del deseo.
Solamente planteando los asuntos de esta manera radical –solamente puede ser radical si se
la articula–, lógica, podemos distinguir la función fundamental del acto perverso, quiero decir, 23 Sizaret: “y que a su nivel –por haberlo articulado en su tiempo– que es aquí primordial, sólo el […]”.
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
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darnos cuenta de que es distinto de todo lo que se le parece porque toma prestado allí su
fantasma.
¡Listo!¡Ahí está! ¡Hasta la próxima vez!
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo
ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Lección 23
14 de junio de 1967
El análisis puede ser “interminable” pero no un curso. Se requiere que tenga un fin.
Entonces el último de este año tendrá lugar el próximo miércoles. Este es, pues, el penúltimo.
Este año escogí que no hubiera seminario cerrado. No obstante, le abrí campo, por lo
menos, pido excusas si olvido alguno, por lo menos a dos personas que me aportaron aquí su
contribución.
Tal vez al comienzo de este penúltimo curso haya alguno de entre ustedes, alguno o varios,
que tuviera a bien decirme, tal vez, sobre qué le gustaría verme, quién sabe, poner un poco más
el acento… o dar una respuesta… esbozar una continuación para el futuro; y esto, ya sea en esta
penúltima lección o en la última. En fin, veré si puedo responder a eso hoy. Me esforzaré por lo
menos en indicar en qué sentido puedo responder –o, si no, no sé, no responder– la próxima vez.
Total, si algunos de ustedes tuvieran a bien, aquí, enseguida, rápidamente, darme al respecto, si
puedo decir, algunas indicaciones de lo que quieren, de lo que he podido permitirles desear
respecto al campo que este año articulé sobre la lógica del fantasma, pues bien, le estaría muy
agradecido. Bueno, ¿a quién la palabra? No hay que darle largas, por lo demás. ¿Quién la pide?
Bueno… ¡Está caliente! Bueno, pues bien, no hablemos más de eso, por lo menos por el
momento. Quienes sean de inspiración retardada tal vez puedan enviarme una notita… Mi
dirección está en el directorio, es calle de Lille. Además, yo no creo que tengan dudas; que yo
sepa, soy el único, por lo menos en este lugar, en ser ubicado como Doctor Lacan.
Bueno… Entonces, retomemos. Voy a proseguir entonces en el punto en que dejamos las
cosas y como ya no tenemos mucho tiempo para cerrar lo que puede pasar para formar cierto
campo, cernido, en lo que dije este año, voy ¡Dios mío! a esforzarme para indicarles los últimos
puntos de referencia, de una manera tan simple como pueda.
Voy a intentar simplificar, por supuesto, lo cual supone que les advierta qué puede querer
decir esta simplicidad.
Ven bien que al término de esta lógica del fantasma, término suficientemente justificado en
el hecho que una vez más voy a volver a acentuar hoy: el fantasma está, de una manera mucho
más precisa aún que todo el resto de lo inconsciente, estructurado como un lenguaje; puesto que
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
a fin de cuentas el fantasma es una frase con una estructura gramatical que parece indicar
entonces, al articular la lógica del fantasma –lo cual quiere decir, por ejemplo, plantear un cierto
número de preguntas lógicas, algunas de las cuales, por simples que sean, han sido articuladas no
muy a menudo, no digo por primera vez por mí, sino tal vez por primera vez por mí en el campo
analítico (la relación del sujeto del enunciado, por ejemplo, con el sujeto de la enunciación).
Bueno, pues bien, esto no excluye que al término de este primer desenredo, esta indicación, esta
dirección dada del sentido que podría desarrollarse en lo sucesivo de una manera más plena, más
articulada, más sistemática, de esta lógica del fantasma no pretendo sino haber abierto este año
su surco. El surco… sí…
— ¿Quién es el que… está inquieto, usted?
— [Alguien en la sala]: No puedo oír…
— No puede oír, pues bien, ahora… ¡ya lo sabe!
No solamente no excluye, sino que eso indica, por supuesto, que en alguna parte, esta
lógica del fantasma se engancha, se inserta, se cuelga en la economía del fantasma. Es
justamente por eso que al final de ese discurso traje este término del goce.
Lo traje subrayándolo, acentuando que ahí es un término nuevo, por lo menos en la función
que le doy, y que no es un término que Freud haya traído al primer plano de la articulación
teórica.
Y si mi enseñanza, en suma, pudiera hallar su… su eje, en la fórmula de darle valor a la
doctrina de Freud, esto es justamente algo que implica, que anuncie allí, que esboce allí, tal
función, tal coordenada, que está en cierta forma cernida, perfilada, exigida, implicada allí…
Darle valor a Freud es hacer lo que siempre hago: primero, como se dice, darle a Freud lo que es
de Freud; lo cual no excluye alguna otra fidelidad. Por ejemplo, la de darle valor frente a lo que
indica, a lo que implica, de la relación con la verdad.
Hasta diría que, si algo así es posible, es precisamente en la medida en que jamás dejo de
darle a Freud lo que es de Freud, que yo no me lo apropio. Ese es un punto que, debo decirlo,
tiene su importancia y tal vez tenga el tiempo de volver a esto al final.
Es bastante curioso ver que para algunos se trata de apropiarse, quiero decir, de no darme
lo que me deben de manera más manifiesta –cada cual puede darse cuenta de eso en sus
formulaciones–, no es eso lo importante, lo importante es ese algo que no es el dejar de dármelo,
que les impide –lo cual sin embargo sería, en muchos campos, bastante fácil–, dar el paso
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
siguiente, enseguida, en lugar ¡ay! de dejármelo siempre por dar, a riesgo de, a posteriori,
¡desesperarse de que yo les haya, tal como parece, ganado de mano!
Entonces, acerquemos esta función del fantasma. Y primero, para darnos cuenta, decir
simplemente como el punto de partida mismo de nuestro asunto –es algo que salta a la vista– que
es algo cercado, que se nos presenta, en nuestra experiencia, como una significación cerrada para
los sujetos que, habitualmente, por lo común, de la manera más acostumbrada, lo soportan para
nosotros, a saber, los neuróticos; nótese, como lo hace Freud con fuerza, en el ejemplar examen
que hace de uno de esos fantasmas, Pegan a un niño, que ya hice, si lo recuerdan ustedes, cuando
introduje los primeros esquemas de este año (que, por supuesto, les aconsejo, cuando hayan
recogido las notas que ustedes hayan podido tomar de mayor o menor extensión, a las cuales,
creo, recurrirán de nuevo, para captar el camino que se habrá recorrido aquí). Es algo cercado,
entonces, ha de situarse, y doblemente, en esos dos términos que he acentuado; el uno como ese
correlato de la elección constituida por el yo no pienso, en el cual yo [je] se constituye por el
hecho de que justamente el yo [je], viene como reserva, si puedo decirlo, como merma en
negativo en la estructura gramatical.
Ese fantasma (no “pegan a un niño”, por ejemplo, sino para ser estricto, “un niño es
pegado”, como está escrito en alemán), ese fantasma es justamente esta estructura que a nivel del
único término posible de la elección tal como lo deja la estructura de la alienación –la elección
del “yo no pienso”–, ese fantasma aparece como esta frase gramaticalmente estructurada: Ein
Kind wird geschlagen.
Pero, como les dije, esta estructura –la única que se nos ofrece, la elección forzada, a nivel
del o yo no soy, o yo no pienso– si está ahí, es en la medida en que puede ser llamada a develar la
otra, la rechazada,1 y que, en el nivel de la otra, la del yo no soy, es la Bedeutung inconsciente la
que viene correlativamente a encaballarse sobre ese yo [je] que está en tanto no estando. Y la
relación con esta Bedeutung es precisamente esta significación, en tanto esta significación
cerrada escapa, esta significación sin embargo tan importante de subrayar, en tanto que, si puede
decirse, es la que da la medida de la comprensión, la medida aceptada, la medida admitida, la
intuición, la experiencia que se interpela, en cuanto a sostener esos discursos de falsa apariencia
1 Sizaret: “rechazarla”.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
que acuden a la comprensión, como opuesta a la explicación: santidad y vanidad filosófica, señor
Jaspers, en primera fila.2
El punto de las tripas al que les apunta para hacerles creer que comprenden cosas de
cuando en cuando, es ese, es esa cosita secreta, aislada, que tienen ustedes adentro en la forma
del fantasma, y que creen ustedes comprender porque él despierta en ustedes la dimensión del
deseo.
Eso es, muy simplemente, de lo que se trata en lo que se llama comprensión.
Y recordarlo tiene aquí su importancia. Porque… no es porque en promedio todos cuantos
son ustedes, digo, para la mayoría, un tanto neuróticos en los bordes, el fantasma les da la
medida de la comprensión precisamente en ese nivel en que el fantasma despierta en ustedes el
deseo (lo cual no es poca cosa puesto que es lo que centra el mundo de ustedes), no es por eso
que tienen que imaginarse que comprenden lo que, únicamente, la lógica del fantasma entrega, a
saber, la perversión.
No se imaginen que, para el perverso, el fantasma juegue el mismo papel. Y es ahí que
intento explicarles el arraigo de lo que hace el perverso que no podría definirse sino respecto al
término que introduje, igualmente nuevo por haberlo acentuado, que se llama el acto sexual.
Entonces, lo ven, hay conexiones ahí que hay que distinguir. Articular lo que concierne al
goce comprometido en la perversión, respecto a la dificultad o a la sin salida del acto sexual, es
dar algo que tiene, respecto al fantasma –al fantasma tal como se nos da en estado cerrado (y es
por eso que recordé hace poco ese ejemplo de Pegan a un niño, en el texto freudiano) la función
de ese fantasma que no puede presentar como tal, que no puede ser sino estrictamente esta
fórmula: Ein Kind wird geschlagen. ¡No es porque puede interesar –en este sentido: que tiene
una configuración que pueden ustedes puntuar, reportar, en la economía del goce perverso,
haciendo corresponder tal de los términos del uno con tal de los términos del otro– que entonces
sea de alguna manera de igual naturaleza! En otros términos, para recordar enseguida ese punto
vivo (que no obstante no es difícil de recoger de pasada en ese texto tan claro de Freud), es por
ejemplo esto: que no tiene tal especificidad en los casos de neurosis en que lo encontró.
2 Jaspers K., Psychopathologie générale, 1ª edición alemana, 1913, traducción al francés de A. Kastler y J. Mendousse, París, Librairie Félix Alcan, 1933 [D.].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
En la estructura de una neurosis, ese fantasma –para tomar ese, puesto que hay que tomar
alguno para saber dónde fijar nuestra atención–, ese fantasma no está vinculado específicamente
con tal o tal. ¡He ahí algo que podría retener un instante nuestra atención!
En fin, en lo que concierne a la estructura de los síntomas, quiero decir, de lo que
significan los síntomas en la economía, ahí no podemos decir que la cosa se arregle: lo mismo
pasa en una neurosis o en otra.
Jamás lo repetiré demasiado, aun si parezco sorprender cuando, ante aquellos que confían
en mí al venir a tener controles conmigo, me opongo por ejemplo, con fuerza, contra el uso de
términos como los de, por ejemplo, “estructura histero-(guión)-fóbica”. ¿Y por qué? ¡No es lo
mismo una estructura histérica y una estructura fóbica! No es más cercana una de la otra que de
la estructura obsesiva, cuyo síntoma representa una estructura.
Es ahí donde está el punto sorprendente. Es que, como nos lo indica Freud, en estructuras
muy diferentes, ese fantasma puede estar ahí paseándose con el privilegio, el privilegio de ser
aquí más inconfesable que cualquier cosa; leo a Freud, lo repito aquí por el momento.
Inconfesable implica muchas cosas. Podría uno detenerse ahí.
En todo caso, para permanecer en un nivel de abordaje burdo, que es el del año 1919 en
que esto fue escrito, digamos que está colgado de allí, como una cereza de un pedúnculo3, el
sentimiento de culpabilidad. En todo caso, es en eso que se detiene Freud, para relacionarlo con
lo que él llama una cicatriz. Aquella, precisamente, del complejo de Edipo.
Esto está bien hecho para hacernos decir que, por la manera como surgió en nuestra
experiencia, el fantasma participa del aspecto, así, experimental, del cuerpo extraño.
Que hayamos sido llevados –y esto en razón de un verdadero salto4 teórico de Freud–, a
presentir que esta significación cerrada5 tenía relación con algo diferente, mucho más
desarrollable, mucho más rico en virtualidades, que propiamente hablando se llama la
perversión, no es porque Freud dio ese salto muy rápido que, nosotros, no debamos volver a
poner las distancias, la justa relación, interrogarnos, pues, luego de tanta experiencia adquirida,
sobre lo que concierne a la perversión.
La perversión entonces, dije, es algo que se articula, se presenta, como una vía de acceso
propia de la dificultad que se engendra, digamos, del “proyecto” –y pongan esa palabra entre
3 “pedículo” [Sizaret]. 4 “puente” [Sizaret]. 5 “significación firme” [Sizaret].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
comillas, es decir, que ahí no es más que analógica; la hago intervenir como una referencia a otro
discurso que no es el mío– del cuestionamiento, para ser más exactos, que se sitúa en el ángulo
de esos dos términos: NO hay… SÓLO hay… – … acto sexual, el acto sexual.
No hay acto sexual, dije, por cuanto somos incapaces de articular sus afirmaciones
resultantes. Esto no quiere decir, por supuesto, que no haya algunos sujetos que hayan accedido,
que puedan decir legítimamente: “soy un hombre”, “soy una mujer”. Pero nosotros, analistas,
[risita] –es justamente ahí donde está lo sorprendente–, nosotros no somos capaces de decirlo.
Sin embargo, sólo hay este acto, puesto en suspenso a ese nivel, para dar cuenta de ese
algo que, en últimas –la cosa no solamente quedó, sino que aún queda ambigua–, podría estarle
separada de eso que se llama la perversión. ¿Por qué?
Si fuera una perversión en el sentido absoluto, en el sentido en que Aristóteles la toma por
ejemplo cuando aleja6 (tšraj: “esos son monstruos”) del campo de su Ética un cierto número de
prácticas, que tal vez eran, por qué no, más manifiestas, más visibles, más vivaces también, en su
mundo que en el nuestro (donde, de hecho, no hay que creer que ya no están); a saber, tal
ejemplo que nos da de amor bestial, y hasta, si me acuerdo bien, la alusión al hecho de que no sé
qué tirano de Falera, si me acuerdo bien, gustaba mucho… de hacer pasar algunas víctimas –ya
le resultasen amistosas o no– hacerlas pasar por no sé qué máquina en donde se estofaban
durante un cierto tiempo… Aristóteles retira esto del campo de la ética. Por supuesto, no es para
nosotros un modelo unívoco, puesto que en su Ética, el acto sexual no tiene, justamente –así
como en ninguna ética de la tradición filosófica griega–, el acto sexual no tiene valor central,
quiero decir, confesado, patente. Nos toca, a nosotros, leerla. No pasa lo mismo para nosotros,
gracias al hecho de la inclusión de los mandamientos judaicos en nuestra moral.
Pero, seguramente, con Freud, la cosa es firme: el interés que le damos a la perversión
sexual –aun cuando nos parezca más cómodo aflojar sus cadenas, en la forma de referencias a no
sé qué desarrollo endógeno, o no sé qué estadios que pretendemos, no sé por qué, biológicos,
queda que la perversión no adquiere su valor sino al articularse con el acto sexual.
6 Aristóteles, Ética a Nicómaco, VII-V.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Digo: con el acto sexual como tal. Y es por eso que escogí este modelito… este modelito
de la división inconmensurable por excelencia de ese a minúscula, el más amplio modelo para
desarrollar su inconmensurabilidad, que se define por el Uno sobre a igual Uno más a, y nos
permite inscribirlo en un esquema, bajo la forma de un doble desarrollo. ¿Tendré que volverlo a
inscribir hoy?…
Indico únicamente: siendo esto Uno, hay manera de replegar aquí el a minúscula, luego lo
que le queda –que resulta como por azar ser el cuadrado de a, él mismo igual a uno menos a (no
es difícil verificarlo enseguida)– para producir aquí un a3, el cual se repliega sobre el a2
precedente para hacer aquí un a4, a4 que, etc.… y culminar aquí en una suma de potencias
impares que resulta ser igual a a2, mientras que la suma de las potencias pares resulta al final
igual a a. Con lo cual, lo que ustedes vieron primero proyectarse en el Uno, a saber, el a de la
izquierda, el a2 de la derecha, resultan al final separados de una manera definitiva en una forma
invertida.
Esquema del que nos sería fácil, aunque de una manera puramente metafórica, mostrar que
puede representar bastante bien lo que podrá presentarse, del acto sexual, para nosotros, de una
manera conforme al presentimiento de Freud, a saber: realizable, pero únicamente bajo la forma
de la sublimación.
Es precisamente en la medida en que esta vía –y lo que implica– sigue siendo
problemática, y en que la excluyo este año… Puesto que decir que eso puede realizarse bajo la
forma de la sublimación es alejarse precisamente de aquello con lo que nos enfrentamos, a saber,
que en su campo surja, estructuralmente, toda la cadena de las dificultades que se desarrollan,
que se incluyen de una hiancia mayor, y de una hiancia que queda, que es la de la castración…
Es en la medida… ahí, el voto común, si puedo decirlo, de los autores, de aquellos que tienen esa
experiencia, es claro: es, al mínimo, puede decirse, en una vía que es invertida respecto a la que
va al tope de la castración, que se articula lo que es perversión.
El interés de este esquema es éste: mostrar que esta medida a minúscula, aquí primero
proyectada en el 1, puede también desarrollarse de una manera externa. A saber, que la relación
de Uno sobre uno más a, es también igual a esa relación fundamental que designa el a minúscula
que quiere decir aquí, lo recordé en su momento: a sobre uno.
Que de lo que se trata a nivel de la perversión es de esto: que es en la medida en que el
Uno, presunto, no del acto sino de la unión (del pacto, si quieren) sexual, en la medida en que ese
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Uno es dejado intacto, en que la partición no se establece allí, que el sujeto llamado perverso,
viene a hallar a nivel de este irreductible que él es, de ese a minúscula original, su goce.
Lo que lo hace concebible es esto:
– que no podría haber acto sexual allí, ni tampoco ningún otro acto, salvo en la referencia
significante que, es la única que puede constituirlo como acto;
– que esta referencia significante, aquí, sólo compromete, por ese solo hecho, dos
entidades naturales, el macho y la hembra;
– que por el solo hecho de que domina, porque es un campo de acto, del acto sexual,7 esta
referencia significante no [sic] introduce esos seres… que nosotros no podemos de ninguna
manera mantener en el estado de seres naturales, los introduce en forma de una función de sujeto;
– que esta función de sujeto –es lo que articulé en las ocasiones precedentes– tiene por
efecto la disyunción del cuerpo y del goce, y que es ahí, a nivel de esta partición, que interviene
más típicamente la perversión.
Lo que ésta valoriza, para intentar volver a juntar este goce y ese cuerpo, separados por el
hecho de la intervención significante, es aquello con lo cual se sitúa en la vía de una resolución
del asunto del acto sexual.
Es porque en el acto sexual, como se los mostré con mi esquema de la última vez, hay
(para cualquiera, de los dos partenaires cuál) un goce, el del otro, que queda en suspenso. Es
porque el entrecruzamiento, el quiasma exigible que haría metáfora de pleno derecho de cada
uno de los cuerpos, que lo haría el significante del goce del otro, es porque ese quiasma está en
suspenso que no podemos, sin importar desde dónde lo abordemos, sino ver ese desplazamiento
que, en efecto, pone un goce bajo la dependencia del cuerpo del otro.8 Con lo cual, el goce del
otro queda, como lo dije, a la deriva.
El hombre, por el hecho estructural que hace que sea de su goce que se extrae algo que lo
eleva a la función de un valor de goce, el hombre resulta, más electivamente que la mujer, cogido
en las consecuencias de esta sustracción estructural de una parte de su goce. El hombre es
efectivamente el primero en soportar la realidad de ese agujero introducido en el goce. Es
justamente por eso también que, es para él, que en este asunto del goce es, no por supuesto de
más peso –lo es tanto como para su compañera– sino tal que puede dar allí soluciones
7 Transcripción incierta; “un campo bajo del acto sexual” [Sizaret]; “un campo de acto, de acto sexual” [Dorgeuille]. 8 En estos dos párrafos la grafía “otro” u “Otro” es incierta.
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articuladas. Puede hacerlo en favor de esto: que hay, en la naturaleza de esta cosa que se llama
cuerpo, algo que duplica esta alienación, que es –de la estructura del sujeto– alienación del goce.
Al lado de la alienación subjetiva –quiero decir, dependiente de la introducción de la
función del sujeto– que recae en el goce, hay otra que es la que está encarnada en la función del
objeto a.
Eurídice, si se la puede llamar dos veces perdida, ¿dónde recobrará el goce, ese goce que el
perverso recupera? No en la totalidad de su cuerpo, totalidad donde un goce es perfectamente
concebible y tal vez exigible, sino allí donde es claro que causa problema cuando se trata del acto
sexual.
El goce del acto sexual no podría de ninguna manera compararse con el que puede
experimentar el corredor, con ese paso libre y altivo. En ninguna otra parte se manifiesta mejor
que en ese campo del goce sexual (y no por nada es ahí que se manifiesta preponderante), en
ninguna parte mejor que en ese campo se manifiesta que la ley del goce está sometida a este
límite del principio del placer –que es propiamente el límite, el tropiezo, el término que se le
pone a toda forma que se sitúe como de exceso de goce–. Y que es ahí donde se hallará muy
especialmente para el hombre –en la medida en que, ya lo dije, para él, el complejo de castración
articula ya el problema– [se] hallará su campo9; quiero decir, que hay objetos que, en el cuerpo,
se definen por estar, en cierta forma, respecto al principio del placer, fuera-del-cuerpo.
Es ahí donde están los objetos a. El a minúscula es ese algo ambiguo que, por poco que sea
del cuerpo, del objeto,10 aun individual, es en el campo del Otro –y con razón, porque ese es el
campo donde se perfila el sujeto–, donde ha de hacer su búsqueda, de hallar su huella.
El seno, ese objeto que bien hay que definir como siendo ese algo que, por estar chapado,
enganchado como en la superficie, como parasitariamente a la manera de una placenta, es ese
algo que el cuerpo del niño puede legítimamente reivindicar como de su pertenencia. Se lo ve
bien, pertenencia enigmática ¡por supuesto! Entiendo que, por un accidente evolutivo de los
seres vivos, resulta que así, para algunos de ellos, algo de ellos queda colgado del cuerpo del ser
que los engendró.
Y luego los demás… ya lo dijimos, el excremento, apenas si se necesita subrayar lo que
éste tiene de marginal respecto al cuerpo, pero no sin estar extremadamente vinculado con su
9 “hallará su campo” [Sizaret]. 10 “el objeto mismo”.
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funcionamiento; queda suficientemente claro al ver en todo su peso lo que, de los productos de
sus funciones, los seres vivos agregan al campo natural.
Y luego, los que ya designé con los términos de mirada y de voz. Buscando, por lo menos
para el primero de esos dos términos, que ya ha sido articulado aquí abundantemente en lo que
concierne al hecho de que en la relación de visión, el asunto11 que queda siempre suspendido, es
el que, muy sencillo de articular –del que puede decirse que, a pesar de todo, el abordaje
fenomenológico, como lo prueba la última hora… obra de Merleau-Ponty,12 no puede
resolverlo–, a saber, lo que concierne a esta “raíz de lo visible”, la cual debe ser vuelta a buscar
en la pregunta sobre lo que es radicalmente la mirada.
La mirada que no puede, ya, ser captada como reflejo del cuerpo, que ninguno de los otros
objetos en cuestión no puede ser vuelto a captar en el alma. Quiero decir, en esta estesia
reguladora del principio del placer, en esta estesia representativa, donde el individuo se
reencuentra y se apoya, identificado consigo mismo, en la relación narcisista donde se afirma
como individuo.
Ese resto –y ese resto que solamente surge del momento en que se concibe el límite que
funda el sujeto– ese resto que se llama objeto a, es donde se refugia el goce que no cae bajo el
peso del principio del placer. También es ahí, es por estar ahí, es por el hecho de que el Dasein,
no solamente del perverso sino de todo sujeto, ha de situarse en este fuera-del-cuerpo; esta parte
que perfila ya ese algo de presentimiento que hay en alguna parte del Filebo (en ese pasaje que
les pedí que fueran a buscar) y que Sócrates llama, en la relación del alma con el cuerpo, esa
parte anestésica.13 Es justamente en esta parte anestésica donde se alberga el goce, como lo
muestra la estructura de la posición del sujeto en esos dos términos ejemplares, que están
definidos como el del sádico y el del masoquista.
Para domesticarlos, si puedo decirlo, con esta vía de acceso, ¿acaso necesito evocar para
ustedes la más elemental marioneta de lo que podemos imaginar del acto sádico? Salvo, por
supuesto, que he tomado al comienzo mis precauciones, y que les pido que capten bien que ahí,
les pido que se detengan en algo diferente a lo que, en ustedes (todos, lo dije, más o menos
vacilantes en los bordes de la neurosis) puede despertar de vaga empatía el mínimo pequeño
11 Sizaret: “el hecho en la relación de visión; el asunto […]” 12 Merleau Ponty Maurice, Le Visible et línvisible, Gallimard, 1964, comentado en el seminario Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. 13 Filebo, cf. todo el pasaje 33d a 34a [H. R.]
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fantasma de este orden. No se trata de “comprender” lo que puede tener de emocionante tal
práctica imaginada o no, que sea de ese registro. Se trata sí de articular esto, que les evitará
preguntas sobre la economía, en esta función, del dolor por ejemplo, sobre el cual, espero, ya han
dejado de romperse la cabeza: con lo que juega el sádico es con el sujeto, diremos nosotros. No
voy a hacer aquí prosopopeya… en primer lugar ya escribí algo al respecto que se llama Kant
con Sade, para mostrar que son de la misma vena.
Juega con el sujeto. ¿Cuál sujeto? El sujeto, diría yo –como ya dije en alguna parte, que
uno está “sujeto al pensamiento”, o “sujeto al vértigo”–, el sujeto al goce. Lo cual, lo ven bien,
introduce esta inflexión que nos hace pasar del sujeto a lo que marqué como siendo su resto: al
objeto a minúscula.
Es a nivel del Otro, con A mayúscula por supuesto, que opera esta subversión, regulando,
digo, regulando lo que desde siempre los filósofos han experimentado como digno de calificar
como lo que ellos llaman desdeñosamente las relaciones del cuerpo al alma, y que en Spinoza se
llama, por su verdadero nombre: titillatio, el cosquilleo.14
Él goza del cuerpo del Otro, aparentemente. Pero ven ustedes bien que la pregunta ha de
desplazarse al nivel de la que formulé en un campo donde las cosas son menos cautivantes,
cuando imaginé esa relación del amo y del esclavo al preguntar: de lo que se goza ¿goza?
Entonces, ven ustedes bien la relación inmediata con el campo del acto sexual.
Sólo que, el asunto a nivel del sádico es éste: que él no sabe que es a esta pregunta en
cuanto tal que está apegado. Que se vuelve su instrumento puro y simple; que no sabe lo que él
mismo hace como sujeto; que él está esencialmente en la Verleugnung; que puede sentirlo,
interpretarlo de mil maneras, y no deja de hacerlo.
Por supuesto, se requiere que tenga algún poder articulante, que fue el caso del Marqués de
Sade, gracias a lo cual, legítimamente, su nombre queda atado a la cosa.
Sade sigue siendo esencial por haber señalado bien las relaciones del acto sádico con lo
que concierne al goce, y por haber mostrado –cuando intentó, irrisoriamente, articular la ley, bajo
la forma de una regla universal digna de las articulaciones de Kant, en ese trozo célebre:
“Franceses, un esfuerzo más para ser republicanos”,15 objeto de mi comentario en el artículo que
evoqué hace poco –que esta ley no podría articularse sino en términos, no de goce del cuerpo –
14 Spinoza, Ética, III, proposición XI, escolio: “el afecto de Gozo cuando se relaciona al mismo tiempo con la Mente y con el Cuerpo”. 15 Sade Donatien-Alphonse-François de, La filosofía en el tocador.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
nótenlo bien, en el texto–, sino de partes del cuerpo. Cada cual, en este Estado (con una E
mayúscula) fantasmático que estaría fundado en el derecho al goce, cada cual estaría obligado a
ofrecer, a cualquiera que señale un designio, el goce de tal “parte”, escribe el autor (ahí no es en
vano), de su cuerpo.
Esta parte, refugio del goce, del que el sujeto sádico sólo conoce esta parte, es exactamente
lo que es su Dasein, el de él, que realiza su esencia16. Esto es lo que ya se da como clave en el
texto de Sade.
Por supuesto… no tengo tiempo porque, ¡Dios mío!, el tiempo avanza, de rearticular lo que
resulta de este retomar, de esta reclasificación del uno respecto al otro, del goce y del sujeto, y
cuán cerca está del fantasma, por supuesto inmediatamente articulado por Sade, del goce allí
donde éste es llevado a lo absoluto en el Otro (muy precisamente en esta parte del Uno que está
aquí más a la derecha), allí donde habíamos visto deslizar, al comienzo del problema, el goce que
había quedado sin soporte, el goce del que se trata, y para el que Sade debe construir, ateo él,
esta figura, que es sin embargo la más manifiesta y la más manifiestamente verosímil de Dios: la
del goce de una maldad absoluta. Ese mal esencial y soberano, del que entonces y sólo entonces,
llevado, si puede decirse, por la lógica del fantasma, Freud… Sade confiesa que el sádico no es
sino su sirviente; que él debe, al mal radical que constituye la naturaleza, abrirle las vías de un
máximo de destrucción.
Pero, no lo olvidemos, ahí no se trata sino de la lógica del asunto [de la chose]. Si lo
desarrollé en… o lo indiqué –o señalé que se remitieran a sus fuentes–, en el carácter tan
manifiestamente fútil, bufón, en el carácter siempre miserablemente abortado de las empresas
sádicas, es porque es a partir de esta apariencia que se hará ver mejor la verdad.
La verdad, que es dada propiamente por la práctica masoquista, donde es evidente que el
masoquista –para… sustraer, si puede decirse, hurtar, en la única esquina17 donde
manifiestamente es captable lo que es el objeto a minúscula, se entrega, deliberadamente, a esta
identificación con este objeto como rechazado: es menos que nada, ni siquiera animal, el animal
que se maltrata, e igualmente sujeto que, por su función de sujeto, ha abandonado por contrato
todos los privilegios.
16 Sizaret: “cuya esencia él realiza”. 17 “en el único punto” [Dorgeuille].
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
He ahí, en esta búsqueda, en esta construcción en cierta forma encarnizada, de una
identificación imposible con lo que se reduce a lo más extremo del desecho, y porque esto esté
relacionada para él con la captación del goce, el lugar donde aparece, desnuda, ejemplar, la
economía en cuestión.
Ahí, observemos… sin detenernos en los versos sublimes [risita irónica] que humanizan, si
puedo decir, esta maniobra:
“Mientras que de los mortales la multitud vil,
Bajo la férula del placer, inmisericorde verdugo,
Recogerá remordimientos en la fiesta servil…”.18
¡Todo eso son cuentos! Es el reflejo que recae en la ley del placer. El placer no es un
“inmisericorde verdugo”. El placer los mantiene en un límite bastante taponado, precisamente,
para ser el placer. Pero de lo que se trata, cuando el poeta se expresa así, es muy precisamente de
marcar su distancia:
“[…] Mi dolor, dame la mano; ven para acá,
Lejos de ellos…”, etc.19
¡Canto de flauta!… para mostrarnos los encantos de un cierto camino, y que se obtiene,
con este dolor,20 así invertido.
Si hemos de vérnosla con el masoquista, con el masoquista sexual, observemos la
necesidad de nuestro esquema. Lo que Reik21 subraya –con una torpeza que es realmente para
embobarlos–, sobre el carácter de lo que él llama “imaginario” o fantasioso”, exactamente
Phantasiert, del masoquismo. Realmente no ha captado (aun cuando todo lo que aporta lo
designa suficientemente) que de lo que se trata es justamente de lo que hemos proyectado ahí, a
nivel del Uno, a la derecha, a saber, el Uno absoluto – de la unión sexual… por cuanto que, por
una parte, es este goce puro, pero desprendido, del cuerpo femenino…
Si Sacher-Masoch –tan ejemplar como el otro, por habernos entregado las estructuras de la
relación masóquica– encarna en una mujer, esencialmente en la figura de una mujer, a este Otro,
18 Tandis que des mortels la multitude vile, Sous le fouet du plaisir, ce bourreau sans merci, Va cueillir des remords dans la fête servile…
Cfr. Baudelaire Charles, “Recueillement”, en Les fleurs du mal. Exactamente : « Pendant que des mortels… » 19 Ma douleur, donne moi la main; viens par ici, Loin d’eux… 20 Sizaret: “con esos colores”. 21 Reik Theodore, Le Masochisme, capítulo III, Payot, 1953.
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al cual ha de hurtarle su goce, en ningún momento se trata de que este Otro goce, absoluto pero
completamente enigmático, pueda “complacer”, si puedo decirlo, a la mujer! ¡Es la menor de las
preocupaciones del masoquista! Es justamente por eso, así mismo, que cuando su mujer, a quien
él ridiculizó con un nombre que ella no tenía, con el nombre de Wanda de La venus de las
pieles,22 cuando su mujer escribe sus memorias,23 ¡nos muestra hasta qué punto ella se encuentra
más o menos tan complicada con sus búsquedas como una gallina criando patos!24
… En cambio, para qué romperse la cabeza con el hecho de que se requiere que este goce
–como les dije: puramente imaginario– esté encarnado, en este caso por una pareja, que necesita
justamente, esto es ostensible, de la estructura de este Otro, en la medida en que no es más que el
doblado de este Uno aún no repartido en la división sexual. No hay por qué, para decirlo todo,
romperse la cabeza entrando en evocaciones edípicas para ver que es necesario que este ser, que
representa este goce mítico –que yo refiero aquí al goce femenino–, esté en este caso
representado por dos compañeros pretendidamente “sexuales”, que están ahí para hacer teatro,
para hacer el payaso, y alternan.
El masoquista, entonces, de una manera manifiesta, se sitúa y sólo puede situarse respecto
a una representación del acto sexual, y define, con su sitio, el lugar donde se refugia su goce.
Hasta es lo que tiene de irrisorio. Y no solamente irrisorio para nosotros; es irrisorio para
él. Es así como se explica ese doble aspecto de irrisión –quiero decir, hacia el exterior–, en la
medida en que nunca deja de poner en la escenificación, como lo señaló alguien que sabe de eso,
el señor Jean Genet, esa cosita que marca, no para un público eterno, sino para que quienquiera
que llegue no se equivoque allí (eso hace parte del goce), que todo eso es truco, hasta broma. Y
esta otra cara que puede llamarse, propiamente hablando, burla, que ha girado hacia él mismo…
basta con haberla vuelto a leer (puesto que ya la tienen a su alcance, luego de la admirable
Presentación de Gilles Deleuze) La venus de las pieles… ven ese momento en que ese personaje,
no obstante muy señor que era Sacher Masoch, imagina ese personaje de su novela –del que él
hace entonces un gran señor– que mientras que juega el papel de mozo que corretea tras su
dama, tiene todas las dificultades del mundo para no soltar la risa, aun cuando tome ese aire tan
triste como sea posible, sólo con dificultad logra aguantar su risa.
22 Sacher-Masoch, Leopold von, La Venus de las pieles. 23 Sacher-Masoch, Wanda von, Confession de ma vie, Mercure de France, 1907. 24 qu’un poisson d’une pomme, como un pez con una manzana [T.]
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Lo que introduce otra vez allí, entonces, como esencial, esto: el aspecto que yo llamaría…
y que ha sorprendido también a Reik, sin que él pueda dar cuenta completamente de eso, a ese
respecto… el aspecto demostración de la cosa que hace parte de esta posición del masoquista.
Que él demuestre, como yo en el tablero, eso tiene el mismo valor, que demuestre que solamente
ahí está el lugar del goce. Eso hace parte de su goce, demostrarlo. Y la demostración no por eso
es menos válida.
La perversión entera tiene siempre esta dimensión demostrativa. Quiero decir, no que
demuestre para nosotros sino que el perverso es él mismo demostrador. Y quien tiene la
intención es él ¡no la perversión, por supuesto!
Es a partir de ahí que pueden plantearse sanamente las preguntas de lo que concierne a lo
que llamamos, más o menos prudentemente, el “masoquismo moral”. Antes de introducir el
término de masoquismo en cada recodo de nuestro propósito, hay que haber entendido bien
primero qué es el masoquismo a nivel del perverso.
Les he indicado suficientemente hace poco que en la neurosis, lo que la vincula con la
perversión no es más que ese fantasma que, dentro del campo de la neurosis, cumple una función
muy especial, sobre la cual, al parecer, nunca se había inquirido en verdad. Es únicamente a
partir de ahí que podremos darle justo valor a lo que introduciremos más o menos con justa
razón, en tal giro de la neurosis, llamándolo “masoquismo”.
Hoy me falta tiempo y literalmente lo que les digo queda, por no poder continuar con la
neurosis, partido en dos; esto tiene que ver con que, por supuesto, siempre, mido mal lo que
puedo decirles de una sola vez. Pero hoy articulé bien lo que constituye el resorte de la
perversión en sí misma, y al mismo tiempo les mostré que el sadismo no debe verse de ninguna
manera como una inversión del masoquismo. Puesto que es muy claro que ambos operan de la
misma manera, salvo que el sádico opera de una manera más ingenua. Al intervenir en el campo
del sujeto, en tanto que está sujeto al goce, el masoquista, en últimas, sabe bien que poco le
importa lo que suceda en el campo del Otro; por supuesto, se requiere que el otro se preste para
el juego, pero él sabe el goce que ha de sustraer. En cuanto al sádico, resulta, en verdad, siervo
de esta pasión, de esta necesidad, de traer al yugo del goce aquello a lo que le apunta como
siendo el sujeto. Pero no se da cuenta de que en ese juego él mismo es el engañado. Haciéndose
siervo de algo que está enteramente por fuera de él, y quedándose la mayor parte del tiempo a
medio camino de lo que apunta; pero sin dejar en cambio, de realizar de hecho –quiero decir, él
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sin saberlo, sin buscarlo, sin situarse allí, sin ubicarse allí– la función del objeto a, es decir, por
estar objetiva y realmente en una posición masoquista, como nos lo demuestra suficientemente la
biografía de nuestro divino Marqués, ya lo subrayé. ¡Qué más masoquista que haberse entregado
enteramente en manos de la marquesa de Merteuil!25
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo
ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
25 La marquesa de Merteuil es un personaje de la novela de Choderlos de Laclos, Les
liaisons dangereuses. La suegra de Sade es la presidente de Montreuil. Lacan pronunció “la marquesa de Merdœil”, aludiendo así a “la mierda” en el prefijo merde.
La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Lección 24
21 de junio de 1967
Voy a tener que… hoy voy a tener que parar en seco. La última vez les anuncié que sería
mi último curso de este año escolar; habrá que cerrar este tema sin haber hecho nada más que
abrirlo. Espero que algunos lo retomen si acaso pude infundirles ese deseo.
Para parar en seco tengo la intención de terminar con lo que puede llamarse un repaso
clínico. No quiere decir, desde luego, que cuando hablo de lógica, y particularmente de lógica
del fantasma, deje, así sea por un instante, el campo de la clínica. Todo el mundo sabe, todo el
mundo da fe, de entre los facultativos, que es en el día a día de las declaraciones de sus enfermos
donde hallan, muy usualmente, mis principales términos. Igualmente, no es en otra parte donde
yo mismo he ido a buscarlos.
Lo que yo emplazo –con lo que llamo términos índice de mi enseñanza–, lo que yo
emplazo, quiero decir, con lo que ordeno la plaza, es el discurso psicoanalítico mismo.
Apenas al comienzo de esta semana… –este es un testimonio inverso, en cierta forma, al
que muy a menudo me es dado, a saber, que tal enfermo parece haberle dado a su analista, la
tarde misma o a la mañana siguiente a mi seminario, algo que parece ser su repetición, hasta el
punto que uno se preguntaría si pudo haberle llegado un eco. Y si uno se maravilla tanto más de
los casos en que es en verdad imposible, inversamente podría decir que, apenas al comienzo de
esta semana, me encontraba en los comentarios de tres sesiones que me fueron relatadas, de un
psicoanálisis –poco importa que fuese didáctico o terapéutico–, los términos mismos que yo
sabía (puesto que era lunes), que yo había… “excogitado” la víspera, en ese lugar campestre
donde preparo para ustedes mi seminario…
Entonces, en cierta forma no hago otra cosa que dar coordenadas de dónde se sitúa ese
discurso analítico. ¿Pero qué quiere decir esto? Puesto que yo puedo cotejar, puesto que cada
cual puede, tan frecuentemente, cotejar ese discurso… y no basta con decir que es el discurso de
un neurótico, eso no lo especifica. Es el discurso de un neurótico en las condiciones, hasta en el
condicionamiento, que le da el hecho de tener lugar en el consultorio del analista. Y desde ahora,
no por nada adelanto esta condición de local.
¿Quiere esto decir que esos ecos, hasta esos calcos, significarían algo bastante extraño?
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Todo el mundo sabe, todo el mundo puede ver, todo el mundo puede haber experimentado,
que mi discurso ¡por supuesto! aquí, no es el de la asociación libre.
¿Quiere esto decir que ese discurso al que le recomendamos el método, la vía de la
asociación libre, ese discurso de los pacientes hace, recubre, el mío aquí? Que en el momento en
que falta a éste, en cierta forma, y en que especula, en que introspecta, en que elucubra, en que
“intelectualiza”, como decimos tan amablemente… ¡Indudablemente no! Bien debe haber allí
otra cosa que, aun cuando pueda decirse1 que el paciente obedece a la recomendación de la
asociación libre en tanto vía que le proponemos, puede no obstante, en cierta forma
legítimamente, decir esas cosas, y en efecto, todo el mundo sabe bien que si se le solicita pasar
por la vía de las asociaciones libres, no quiere esto decir que esto comande un discurso suelto ni
un discurso roto. No obstante, para que algo alcance, a veces hasta en sus finezas, tal distinción
sobre las incidencias de su relación con su propia demanda, con su pregunta sobre su deseo, tiene
que ser, no obstante, un asunto de naturaleza tal que nos haga reflexionar un instante sobre lo que
condiciona ese discurso más allá de nuestras consignas.
Y ahí tenemos que hacer intervenir, por supuesto, este elemento (hoy me quedaré en
verdad a nivel de las evidencias más comunes) que se llama interpretación.
Antes de preguntarse lo que es, cómo, cuándo hay que hacerla… lo que no deja de
provocar cada vez más en el analista cierto aprieto, a falta tal vez de plantear la pregunta en el
tiempo previo a aquel en que voy a plantearla. Es éste: ¿cómo el discurso, el discurso libre, el
discurso libre que se le recomienda al sujeto, está condicionado por lo que en cierta forma está en
trance2 de ser interpretado? Y ahí está lo que nos lleva a evocar sencillamente algunas
coordenadas que los lógicos, aquí, desde hace mucho tiempo nos dan, y que es justamente lo que
me ha llevado a hablar de lógica este año.
Cierto es que no se trata de que yo haya podido hacer aquí un curso de lógica. No era
compatible con lo que yo tenía que recubrir. Intenté dar la armazón de una cierta lógica, que nos
interesa a nivel de esos dos registros: el de la alienación por una parte, el de la repetición por la
otra; esos dos esquemas en cuadrángulo y profundamente superpuestos, que yo espero que por lo
menos una parte de entre ustedes recuerde. Pero espero también haber incitado a algunos a abrir,
así, a entreabrir, a echar una ojeada a algunos libros de lógica, así haya sido solamente para
1 “que, aún, pueda decir” [Sizaret]. 2 passe, en francés, en versalitas en el texto [T.]
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
recordar las distinciones de valor que el lógico introduce en el discurso, cuando distingue, por
ejemplo, las frases que llama asertivas de las frases imperativas o implorativas.3
Simplemente, para señalar que ocurre, que puede ocurrir… él puede plantearse (se localiza,
a nivel de las primeras) preguntas que los demás… que no son por supuesto palabras menos
henchidas de incidencias, y que podrían también interesar a los lógicos, pero, cosa curiosa, que
no abordan sino soslayándolas y en cierta forma de sesgo, lo que hace que, hasta hoy, ese campo
haya quedado bastante intacto… Esas frases que llamé imperativas, implorativas, por cuanto que,
en últimas ¿qué? Solicitan claramente algo que, si nos referimos a lo que definí como acto, no
puede sino interesar a la lógica; si solicitan esas intervenciones activas, tal vez en ocasiones sea a
título de actos. No obstante, sólo las primeras serían, al decir de los lógicos, capaces de ser
sometidas a lo que puede llamarse la crítica.
Definamos ésta como la crítica que exige una referencia en las condiciones necesarias para
que, de un enunciado, pueda deducirse otro enunciado.
Aquel que hoy cayera aquí en paracaídas por primera vez y que por supuesto no hubiera
oído hablar de estas cosas, pensaría que en eso hay algo muy plano; pero, bueno, supongo, sin
embargo, que para todos, en sus oídos, resuena aquí la distinción de la enunciación y del
enunciado. Y el hecho de que el enunciado está constituido –para escucharme, para escucharme
en lo que acabo de decir–, por una cadena significante. Quiere decir que lo que en el discurso es
objeto de la lógica está pues limitado al comienzo por condiciones formales y es justamente lo
que hace que se la designe con ese nombre de “lógica formal”.
Bueno, pues bien, ahí, al comienzo (no enunciada al comienzo, por cierto, por aquel que es
aquí el gran iniciador, a saber, Aristóteles, enunciada únicamente por él de una manera ambigua,
parcial, pero seguramente despejada en los progresos ulteriores), vemos, a nivel de lo que llamé
“condiciones necesarias”, prevalecida la función de la negación en tanto excluye al tercero. Esto
quiere decir que algo no puede ser afirmado y negado al mismo tiempo desde el mismo punto de
vista. Eso es, por lo menos, lo que nos enuncia Aristóteles. Esto, explícitamente.
En últimas, bien podemos ahí, enseguida, poner al margen lo que nos afirma Freud: que,
sin embargo, ese principio que se llama de “no contradicción” no es límite para detener… ¿para
detener qué? Lo que se enuncia… en lo inconsciente.
3 imploratives: al parecer se trata de paráfrasis de la forma imperativa: “¡Ayúdame ¿quieres?!” o “¿Quieres prender la luz?” o “Ven acá ¿quieres?” o “¡Por favor no fume!” [T.]
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Ya saben ustedes que Freud lo subraya desde La Ciencia de los sueños: contradicción (es
decir, que una misma cosa sea afirmada y negada muy propiamente al mismo tiempo, desde el
mismo ángulo), es lo que Freud nos designa como el privilegio, la propiedad, de lo inconsciente.
Si se necesitara algo para… confirmar, para quienes aún esto no ha podido entrarles en la
cabezota, que el inconsciente está estructurado como un lenguaje… yo diría ¿cómo entonces
puede usted hasta justificar que Freud haya tenido el cuidado de subrayar esta ausencia, en lo
inconsciente, del principio de no contradicción? Porque el principio de no contradicción… ¡nada
tiene que ver con lo real! ¡No es que en lo real no haya contradicciones, no es cuestión de
contradicción en lo real!
Si lo inconsciente… ¿cierto? Como quienes, teniendo que hablar de lo inconsciente, en
fin… en lugares en donde, en principio, se imparte una enseñanza, comienzan diciendo: “¡que
los que están en esta sala y que crean que lo inconsciente está estructurado como un lenguaje,
salgan!”; ¡cierto, tienen razón, porque eso prueba que ya lo saben todo!… y que, en todo caso,
¡para aprender que sea otra cosa no necesitan quedarse! Pero esta otra cosa, si son las
“tendencias”, como se dice… la tendencia pura o la tensión, en todo caso, ¡ah! ¡no se necesita
que sea otra cosa diferente a lo que es! Puede componerse, en este caso, según el paralelogramo
de las fuerzas, puede invertirse –puesto que suponemos allí una dirección– ¿cierto? Pero siempre
en un campo sometido, si puede decirse, a composición.
Pero en el principio de contradicción se trata de otra cosa. Se trata de negación. ¡La
negación no anda por ahí en las cunetas! Pueden ir a buscarla bajo los pies de un caballo y jamás
encontrarán una negación.
Entonces, si se subraya, si Freud, que con todo debía saber algo al respecto, tiene el
cuidado de subrayar que el inconsciente no está sometido al principio de contradicción, pues
bien, ¡tal vez sea justamente porque puede ser que es cuestión de que le esté sometido! Y si es
cuestión de que le esté sometido, es muy evidentemente por causa de lo que se ve: ¡que está
estructurado como un lenguaje! En un lenguaje (el uso de un lenguaje) está prohibido, lo cual, en
últimas, puede hacer parte de cierta convención. Este “prohibido” tiene un sentido. El principio
de contradicción funciona o no funciona. Si uno se percata de que no funciona en alguna parte,
es porque se trata de un discurso. Invocarlo quiere decir que lo inconsciente viola esta ley lógica
y esto da pruebas, al mismo tiempo, de que está instalado en el campo lógico y de que articula
proposiciones.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Entonces, recordar esto no es, por supuesto –más que incidentalmente– para volver a las
bases, a los principios, pero sobre todo para, a ese respecto, recordarles que los lógicos nos
enseñan que la ley de no contradicción –aun cuando haya podido haber una equivocación al
respecto durante bastante tiempo– no es lo mismo, que ha de distinguirse de lo que se llama ley
de bivalencia.
Otra cosa es prohibir en el uso lógico –en la medida en que se ha dado las metas limitadas
de las que les hablé hace poco, limitadas en su campo a frases asertivas, limitadas a esto: a
despejar las condiciones necesarias para que se deduzca, de un enunciado, una cadena correcta,
es decir, que permita hacer la misma aserción en otro enunciado, aserción que es afirmativa o
negativa– otra cosa es fundar eso y decir ley de bivalencia: toda proposición es o verdadera o
falsa.
No voy a extenderme aquí... Primeramente, porque ya lo hice. Indiqué desde mis primeras
lecciones de este año algunos... puse algunos hints para que sintieran hasta qué punto es fácil
demostrar que no es únicamente porque uno no sabe, que puede construirse fácilmente una
proposición que les haga sentir hasta qué punto esta bivalencia –esta bivalencia como zanjada–,
es problemática. Todos los matices que hay y que se inscriben en… entre el ¿es cierto que sea
falso? o el es falso que sea cierto, no son algo, sin embargo, lineal, unívoco y zanjado.
Pero, justamente, esto es lo que da todo su valor a la presencia de esta dimensión, que es la
nuestra, aquella dentro de la cual se sitúa ese discurso al que le pedimos no mirar más lejos, si
puedo decirlo, de la punta de su nariz... “Basta con que tenga que plantearse la pregunta –le digo
a aquellos que entran en análisis conmigo– sobre si debe o no decir eso: está zanjada”. Es la
manera más clara de enunciar la regla analítica. Con todo, sin embargo, lo que no le digo, pero
que es el pié con el que él arranca, es que, en último término, lo que está ahí planteado como lo
que ha de ser buscado en las fallas de los enunciados, es la verdad. Fallas que, en últimas, le doy
todo el derecho de –le recomiendo casi– multiplicar, pero que, en adelante, por supuesto suponen
–suponen en el principio de la regla misma que le doy–, una coherencia que implica refección
eventual de dichas fallas. ¿Refección que ha de hacerse según qué normas sino las que evoca, las
que sugiere, la presencia de la dimensión de la verdad? Esta dimensión es inevitable en la
instauración del discurso analítico.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
El discurso analítico es un discurso sometido a la ley de solicitar a esta verdad –de la que
hablé ya en los términos aquí más apropiados: una verdad que habla– de solicitarle, en suma,
enunciar un vere-dicto, un dicto verdadero.
¡Por supuesto, la regla toma una valor muy diferente!… Esta verdad que habla y cuyo
veredicto se espera… ¡se la acaricia, se la amaestra, se le pasa la mano por la espalda! ¡Ese es el
verdadero sentido de la regla! Uno quiere adelantársele. Y para sobrepasarla se hace como si, en
suma –ese es el sentido de la regla de la asociación libre– se hace como si a uno no le preocupara
y no le interesara, como si pensara en otra cosa; tal vez así ella suelte el pedazo. Ese es el
principio. Me sonrojo casi, bueno... al hacer de esas cosas aquí un... ¡pedazo! Pero, no lo olviden,
tengo que vérmela con psicoanalistas; es decir, con quienes –esto ya lo dije, lo cual es, bueno...
tangible y está casi al alcance de todo el mundo– tienen más tendencia a olvidar y, por supuesto,
tienen muchas razones para ello. Voy a decirlas enseguida.
Entonces, ahí el asunto, lo puntúo de pasada, es que en suma uno interroga la verdad de un
discurso que, si es cierto lo que dije hace poco, siguiendo a Freud, es la verdad de un discurso
que puede decir sí y no, al mismo tiempo, de la misma cosa (puesto que es un discurso no
sometido al principio de contradicción), y que al hacerlo, al decirlo, como curioso discurso,
introduce una verdad. ¡Esto también es fundamental! Como prueba, tan fundamental (aun
cuando, por supuesto, no siempre distinguido en el tipo de enseñanza que evocaba hace poco), es
tan fundamental que es de ahí que resulta el sobresalto que se sabe, se siente, se tiene testimonio,
que Freud tuvo que dar cuando tuvo… –seguramente fue eso lo que sucedió–, que explicar a su
banda (ya saben, ahí… los amigos vieneses, ¿ah?, de los miércoles), que… ¡había un paciente
que había tenido sueños hechos adrede para joderlo a él, a Freud!4 ¡Sobresalto! ¡Sobresalto en la
asamblea y seguramente hasta clamor!… Puesto que, así mismo, se ve que Freud empieza
bueno… a darse la pena de resolver el asunto. Explica eso, por supuesto, como puede: a saber,
que los sueños no son lo inconsciente, que los sueños pueden ser mentirosos. ¡No quiere esto
decir que lo menos que pueda decirse es que no hay que presionar este inconsciente! Quiero
decir, que si esta dimensión ha de ser preservada, lo cual hace Freud, es a nombre de que lo
inconsciente, por su parte, preserva una verdad… ¡que no confiesa! Y que si uno lo presiona,
entonces, por supuesto, puede ponerse a mentir a todo dar. Con los medios que tiene. ¿Pero qué
quiere decir todo esto?
4 Cfr. La interpretación de los sueños.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
Por supuesto, lo inconsciente… sólo tiene sentido –salvo para los imbéciles que piensan
que es el mal–, sólo tiene sentido a partir del momento en que se ve que no es lo que llamaremos
así, si quieren: un “sujeto de pleno derecho”; o más exactamente, que es de antes, de antes del
sujeto de pleno derecho; hay un lenguaje de antes de que el sujeto… no sea… supuesto…
saber… cualquier cosa5.
Hay entonces una anterioridad lógica del estatuto de la verdad sobre cualquier cosa,
calificable de sujeto, que pueda alojarse allí.
Eso es lo que… Cuando digo estas cosas, yo sé bien que cuando las escribí por primera vez
en La cosa freudiana, eso tuvo… bueno, tuvo su breve resonancia romántica. ¡Qué quieren! No
puedo hacer nada, la verdad es un personaje al que desde hace mucho tiempo se le dio una piel,
cabellos, y hasta un pozo donde alojarse, y para hacer ahí de ludión…6 se trata de encontrar la
razón de eso. Lo que quiero decirles, simplemente, es que es, se los dije hace poco, imposible
excluirlo, por la razón que verán.
Es que si la interpretación no tiene esa relación con lo que no hay medio alguno de llamar
de otra manera que la verdad; si sólo es eso tras lo cual, bueno, uno… uno la acoge, en la
manipulación, así, de todos los días, ¡ah!… no va uno a inquietar, así, a los… favoritos que uno
controla haciéndoles llevar sobre sus costillas la carga de la verdad… Uno les dice, entonces, que
la interpretación ha “tenido éxito” o no, como se dice, porque… ¿qué? –es el criterio, ¡ah!–
¡porque ha tenido su efecto de discurso!… lo cual ninguna otra cosa puede ser… ¡sino un
discurso! Es decir, que hubo material, eso rebotó, el tipo continuó despotricando.
Bueno, pero si es eso, entonces, si es únicamente puro efecto de discurso, eso lleva un
nombre que el psicoanálisis conoce perfectamente y que es además problema para éste; lo
curioso es… es precisamente eso y no otra cosa: lo que se llama sugestión. Y si la interpretación
no fuera lo que entrega material, quiero decir, si se elimina radicalmente la dimensión de la
verdad, toda interpretación no es sino sugestión.
Esto es lo que pone en su lugar esas especulaciones, harto interesantes porque uno ve que
sólo están hechas para evitar esa palabra verdad. Cuando el señor Glover habla de interpretación
“exacta” o “inexacta”,7 sólo puede hacerlo para evitar esta dimensión de la verdad y lo hace, este
5 que le sujet… ne soit… supposé savoir; de que al sujeto no se le suponga… saber… cualquier cosa [N. del T.] 6 Ludión o diablillo de Descartes. Se llamaba ludión porque sus propósitos eran eminentemente lúdicos [N. del T.]. 7 Glover Edgard, 1ª publicación 1931, I. J. P., vol. XII, retomado en La Technique psychanalytique, traducción de C. Laurin, P.U.F., 1958, capítulo I de la 3a parte, págs. 419 a 434: “El efecto terapéutico de la interpretación inexacta”.
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La lógica del fantasma, seminario de 1966-1967
estimado hombre, que es un hombre que sabe muy bien lo que dice, no solamente para evitar la
dimensión, porque verán que no la evita… solamente que ¡vean! uno puede hablar8 de dimensión
de la verdad pero es muy difícil hablar de interpretación “falsa”. La bivalencia es polar, pero deja
en problemas lo que concierne al tercero excluido. Y es por eso que admite la fecundidad
eventual –quiero decir, Glover– de la interpretación “inexacta”. Remítanse a su texto. “Inexacto
no quiere decir que sea falso”. Quiere decir que nada tiene que ver con lo que está en cuestión,
en ese momento, en tanto verdad. Pero a veces no necesariamente cae por ello fuera del tiesto;
porque… porque no hay manera, ahí, de no ver[la] resurgir. Porque la verdad se quiere rebelde,
porque por muy “inexacta” que sea, ¡se le ha hecho cosquillas, sin embargo, en alguna parte!
Entonces, en ese discurso analítico destinado a cautivar la verdad, lo que representa la
verdad es la respuesta-interpretación, interpretativa, la interpretación… como siendo ahí posible,
aun si no tiene lugar, que oriente todo ese discurso. Y el discurso que hemos prescrito como
discurso libre tiene por función hacerle lugar. No tiende a otra cosa que a instituir un lugar de
reserva para que esa interpretación se inscriba allí, como lugar reservado a la verdad.
Ese lugar es el que ocupa el analista. ¡Les hago notar que lo ocupa pero no es ahí donde el
paciente lo pone! Ahí radica la importancia de la definición que doy de la transferencia. En
últimas, ¿por qué no recordar que es específica? Está ubicado en posición de sujeto supuesto
saber, y sabe muy bien que eso sólo funciona si él sostiene esta posición, puesto que es ahí
donde se producen los efectos mismos de la transferencia; los mismos, por supuesto, sobre los
que ha de intervenir para rectificarlos en el sentido de la verdad. Es decir, que está entre dos
sillas, entre la posición falsa de ser el sujeto supuesto saber (lo cual él sabe bien que no es) y la
de tener que rectificar los efectos de esta suposición por parte del sujeto, y esto en nombre de la
verdad. Y justamente por eso la transferencia es fuente de lo que se llama resistencia. Es que si
es bien cierto, como digo, que la verdad en el discurso analítico se ubica en otra parte, en el
lugar, ahí, de quien escucha, de hecho, aquel que escucha sólo puede funcionar como relevo
respecto a este lugar; es decir, que lo único que puede saber es que él mismo está –en tanto
sujeto– en la misma relación con la verdad que quien le habla. Es lo que comúnmente se dice así:
que está, obligatoriamente, como todo el mundo, en dificultades con su inconsciente. Y esto es lo
que constituye la función, la característica cojitranca, de la relación analítica.
8 Tratándose de Glover se esperaría que fuera: “uno puede no hablar”.
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Es que, justamente, únicamente esta dificultad, la suya propia, puede responder, puede
responder dignamente allí donde se espera –donde se la espera y donde a veces se la puede
esperar bastante tiempo– ¡allí donde se espera la interpretación!
Solo que, ven ustedes… una dificultad, ya sea “de ser”9 o bien de relación con la verdad,
probablemente es lo mismo, ¡una dificultad no constituye un estatuto!
Y es justamente por eso que en ese punto se hace todo para darle a esto, que es la
condición del analista –el no poder responder sino con su propia dificultad de ser… analista, por
qué no– se hace todo para camuflarlo. Contando cosas, por ejemplo que, por supuesto, bueno…
¡ya resolvió sus problemas con su inconsciente, ah!, ¡estuvo en psicoanálisis, y además
didáctico!… Y por supuesto eso le permitió con todo, bueno, sobre eso, en fin, ¡estar un poco
más tranquilo!
Cuando en realidad no estamos en el campo del más ni del menos. Estamos en el
fundamento mismo de lo que constituye el discurso analítico.
Esto no avanza rápido, ¿ah? Pues bien, sin embargo, es justamente así como hay que
avanzar.
Esta verdad, si se relaciona con el deseo, tal vez nos dé cuenta de las dificultades que
tenemos para manipular aquí está verdad de la misma manera que pueden hacerlo los lógicos.
Que me baste con evocar que el deseo no es algo así, en efecto, cuya verdad sea tan simple
definir.
Porque la verdad del deseo… [risita] ¡eso es tangible!… Eh… siempre tenemos que
vérnosla con ésta, porque es por eso que la gente viene a buscarnos: sobre el tema de lo que
sucede, para ellos, cuando el deseo… llega… ¡a lo que se llama “la hora de la verdad”! Esto
significa: he deseado mucho algo –cualquier cosa– pero estoy ahí delante, puedo obtenerlo, ¡y es
ahí donde ocurre un accidente!
Sí. El deseo… ya intenté explicarlo, es falta… No fui yo quien inventó eso, se lo sabe
desde hace mucho, se han hecho otras deducciones al respecto, pero es de ahí de donde se ha
partido porque uno no puede partir sino de ahí: fue Sócrates.10 El deseo es falta en su esencia
misma. Y esto tiene un sentido: es que no hay objeto con el que se satisfaga el deseo, aun si hay
objetos que son causa del deseo.
9 Pasaje incierto. 10 Platón, El Banquete, 200-201.
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¿Qué pasa con el deseo a la hora de la verdad?
Es justamente a partir de esos accidentes tan conocidos que la sensatez toma ventaja y se
las da de considerarlo como locura, y luego: a instaurar todo tipo de medidas dietéticas para
preservarse de eso. Digo, del deseo.
¡Eso! Salvo que el problema… el problema es que hay un momento en que el deseo es
deseable. Es cuando se trata de lo que sucede, no sin razón, para la ejecución del acto sexual. Y
entonces ahí el error, el error considerable es creer que el deseo tiene una función que uno inserta
en lo fisiológico. Se cree que lo inconsciente no hace más que aportar allí la perturbación. ¡Es un
error! Es un error que hoy, Dios mío, yo… yo así, pongo de manifiesto, puesto que de esta
manera les digo adiós por algunos meses. Pero uno nota bastante bien que, a pesar de todo, es un
error que queda inscrito en el fondo… mismo de las más advertidas mentes, quiero decir, de los
psicoanalistas.
Es muy extraño que no se entienda que lo que aparece, en fin, como la medida, la prueba
del deseo, en otras palabras, ¡Dios mío!... la erección, pues bien ¡Dios mío! ¡nada tiene que ver
con el deseo! El deseo bien puede funcionar, operar, tener todas sus incidencias sin estar
acompañado de ninguna manera de eso. La erección es un fenómeno que hay que situar en el
camino del goce. Quiero decir, que por sí misma esta erección es goce y que, precisamente, para
que opere el acto sexual, lo que se pide es que no se detenga: es goce autoerótico. No se ve por
qué, si fuera de otra forma, este goce estaría marcado por esa especie de velo. Normalmente,
quiero decir cuando el acto sexual –por lo menos hay que suponerlo– tiene todo su valor, pues
bien, los… emblemas priápicos se elevan en todas las esquinas! No es por ser un objeto a
sustraer de la contemplación común, que, sin embargo, precisamente, esta erección y
cuestionable [sic], es cuestionable, respecto al acto sexual como acto.
Ese deseo… en cuestión, el deseo in-cons-ciente, aquél del que se habla en el psicoanálisis
y por cuanto se relaciona con el acto sexual, primero hay que, conviene definirlo bien y ver de
dónde surge ese término antes de que funcione.
Es muy importante recordar esto, que sin embargo está desde siempre en toda mi
enseñanza. Por esto: que si uno no se acuerda, si uno no plantea en esos términos la operación
indispensable para el acto sexual, si no es en el registro del goce –y no en el del deseo– que uno
pone la operación de la copulación, su posibilidad de realización, está uno condenado
enteramente a nada entender de todo lo que decimos sobre el deseo femenino. Del cual
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explicamos que está, así como el deseo masculino, en una cierta relación con una falta, una falta
simbólica, que es la falta fálica. Cómo entender, cómo situar con justeza el sentido, el lugar de lo
que decimos ahí respecto al deseo femenino si no se parte de esto, que –en el plano del goce–
diferencia fundamentalmente a los dos partenaire, introduce entre ellos el abismo; que yo
designaré, creo, suficientemente, tomando dos coordenadas: para el hombre, aquella que definí
hace un instante como la erección, en el plano del goce, y para la mujer, aquella para la cual no
hallaré nada mejor que esto, y no tuve que esperar a ser psicoanalista para obtener esta
confidencia y que pueden obtener todos ustedes, y es la manera como las muchachas designan
entre sí lo que les parece más cercano a lo que a ese nivel designo, a saber, lo que ellas llaman
“el golpe de ascensor”; cuando algo así11 les sucede, como lo que sucede cuando eso desciende
más bien bruscamente, ellas saben, saben muy bien, que ahí hay algo que es del orden del
registro de lo que se trata en el acto sexual.
Es de ahí que hay que partir para saber a qué distancia ubicar el deseo, es decir de lo que se
trata en lo inconsciente, el deseo en su relación con el acto sexual.
No es una relación del derecho al revés. No es una relación de epifenómeno, no es una
relación de cosas que cuadran. Es por eso que es bien necesario ejercitarse durante algunos años
en saber que el deseo no tiene que ver sino con la demanda. Que es lo que se produce como
sujeto en el acto de la demanda.
Y el deseo no está comprometido en el acto sexual sino en la medida en que una demanda
puede estar comprometida en el acto sexual; lo cual, en últimas, no se da necesariamente pero,
bueno, ¡es corriente!… Lo corriente es… en la medida en que el acto sexual –que es lo que les
definía, a saber, lo que jamás culmina, lo que jamás culmina en hacer un hombre ni una mujer–
en fin, digamos esto para provocarlos, es que el acto sexual se inserta en algo que se llama el
mercado o el comercio sexual.
Entonces, ahí, hay que hacer demandas. Es de la demanda –y fundamentalmente de la
demanda– que surge el deseo. Es justamente por eso que el deseo en lo inconsciente está
estructurado como un lenguaje. ¡Puesto que de ahí sale!
Es una lástima que yo tenga que vociferar esas cosas, que están absolutamente al alcance
de cualquiera. Y que regularmente se omiten y olvidan en todo lo que se elucubra sobre las
teorías más simples que conciernen al psicoanálisis.
11 Lacan lo expresa con gestos y ademanes [S.].
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¡Eso es! Esto quiere decir, al mismo tiempo, que es en ese deseo, que no es más que un
subproducto de la demanda (no tengo por qué hacerles la teoría de esto), es justamente ahí que se
capta por qué está en su naturaleza no ser satisfecho.
Porque si el deseo surge de la dimensión de la demanda, aún si la demanda es satisfecha en
el plano de la necesidad que la suscitó, está en la naturaleza de la demanda –puesto que ha sido
lenguajera– engendrar esta falla del deseo que proviene del hecho de que es demanda articulada
y que hace que hay algo desplazado, que hace del objeto de la demanda impropio para satisfacer
el deseo. Como el seno, que es todo… que es lo que desplaza todo lo que pasa por la boca para
una necesidad digestiva; que sustituye allí ese algo que es propiamente lo que está perdido, lo
que ya no puede ser dado. No hay posibilidades de que el deseo sea satisfecho, uno sólo puede
satisfacer la demanda.
Y es por eso que es justo decir que el deseo es el deseo del Otro. Su falla se produce en el
lugar del Otro, en la medida en que la demanda se dirige al lugar del Otro. Ahí resulta teniendo
que cohabitar con eso cuyo lugar es también el Otro, a título de la verdad; en este sentido: que en
ninguna parte hay abrigo para la verdad salvo en donde tiene lugar [plaza] el lenguaje, y que es
en el lugar del Otro donde el lenguaje encuentra su lugar.
¿Entonces…? Entonces, es ahí donde habría que entender un poquito de qué se trata en lo
que concierne a ese deseo en su relación con el deseo del Otro.
Para eso, intenté construir para ustedes un breve apólogo, que tomé prestado, no
ciertamente por azar sino por razones que son bien esenciales en lo que se llama el arte del
vendedor. Es decir, el arte de la oferta en su designio de crear la demanda. Hay que hacer que
alguien desee algún objeto que no necesita, para llevarlo a pedir.
Entonces, no necesito describirles todos los trucos que se usan para eso. Se le dice que le
va a faltar, por ejemplo, por el hecho de que el otro lo coja, que, por ese hecho, lo tendrá a uno
dominado [aura barre sur lui: le pondrá una barra]. Uso palabras que hacen eco de mis símbolos
habituales. Sin embargo, esto funciona literalmente así en la mente de lo que se llama un buen
vendedor. O también le mostrará que ese será en verdad un signo exterior muy preponderante
para el decorado que entiende dar a su vida. Creemos en eso… En suma, es por el deseo del Otro
que todo objeto está presente cuando se trata… de comprarlo.
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Comprarlo, comprarlo… dejadez.12 ¡Vaya, vaya!… Es bastante curioso. Es una palabra…
dejadez, Feigheit… “¡Usted es un dejado, señor!…”. Tua res agitur,13 en efecto se trata de
dejadez, pero es de ti mismo que se trata. ¡Sí! Justamente se trata de eso… Lo que se ve en el
hecho de que el resultado principal lo conoces muy bien, que surge de esta serie de
malversaciones… que son las que la vida resume bajo el signo del deseo, ese resultado principal
será el que te llevará siempre más lejos en el sentido de redimirte.14 De redimirte de la dejadez.
He tenido cuidado, sin embargo, antes de traer esta dimensión siempre por supuesto oculta
en la intervención analítica, pero que ellos, los demás, que los que están en la jugada, quiero
decir, que aquel que sostiene el discurso analítico no mastica. Sabe muy bien que la dimensión
de la dejadez tiene que ver, pero no sé… tuve el cuidado de volver a abrir para ustedes, bueno…
así, cualquiera de las grandes observaciones de Freud, caí enseguida en El hombre de las ratas,
en el hecho de que el paciente trae enseguida esta dimensión de su dejadez. ¡Sólo que lo que no
está claro es dónde está la dejadez! Es como para la dimensión de hace poco, la de la verdad. El
coraje del sujeto es tal vez, justamente, jugar el juego del deseo, y del deseo del Otro. Es darle la
primacía a algo que es asimismo, tal vez, la dejadez del Otro que él compra15 y hallarse al final
allí, reencontrarse allí. Puesto que, a fin de cuentas, ese es justamente el problema cuando se trata
de la neurosis.
Pero para eso es importante captar bien, o más exactamente recordar, traer al primer plano
lo que dije del deseo, lo que dije en su tiempo sobre el deseo, cuando dije el deseo es su
interpretación. ¿Ah? Se podría hacer una objeción, no obstante. Porque en últimas ese deseo…
ese deseo inconsciente del que nadie quiere saber bien [sic]16 lo que quiere decir, un deseo
“inconsciente”, –¿qué debe ser, en principio, más consciente que el deseo? Si se habla de deseo
inconsciente es justamente, en efecto, porque el que es posible es el deseo del Otro; si está
justamente lo que acabo de evocar, recordando la metáfora de la compra, de la que no se sabe
qué atrapa, de esta a-cautivación17 en el deseo del Otro… es que hay un paso que dar.
12 l’acheter y lâcheté, respectivamente. Perfecta homofonía. Lâcheté: dejadez, cobardía. [N. del T.] 13 Horacio, Épitres, I, XVIII 80. 14 de te racheter: podría traducirse también “de volverte a comprar”. 15 “A quien él compra”, il l’achète [Dorgeuille]; “que lo compra”, qui l’achète [Sizaret]. En todo caso hay un juego de palabras entre estas expresiones y qui lâchète, neologismo que supondría decir que el Otro se abandona [N. del T.] 16 Ne veut bien savoir. ¿Será tal vez ne veut rien savoir: nada quiere saber? [N. del T.] 17 Sizaret: ac-captivation. Dorgeuille: captivation.
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El deseo inconsciente, si es inconsciente, se nos dice, es que, en el discurso que lo soporta,
se rompe un eslabón para que el deseo del Otro… ¿sea qué?… ¡Irreconocible! Es el mejor truco
que se ha encontrado para detener esta mecánica. Hay un paso, un no [pas]; pues bien, creamos,
más acá de ese paso [de ese no], no el no deseo sino el deseo no. Eso es la definición del deseo
inconsciente –cuyas sutilezas podemos expresar gracias a la negación, en francés– a saber, ese
punto de caída que nos designa el no [pas], el punto del que ya hice uso con el tema del no
sentido/paso de sentido [pas de sens].
Ese deseo no, llegaré, si me dejan un poquito la brida en el cuello, hasta hacer de éste un
nombre escrito de una sola tirada y con ese des que lo comanda, llegaré hasta darle el mismo
acento que desespero o que deser y decir que el deseo inconsciente del deseonó es algo que
decae respecto a no sé qué eonó18. Eonó que designa muy precisamente el deseo del Otro;
respecto al cual, interpretarlo se verbalizaría bastante bien con un eonoar [irpasser].19 Es en
torno a esto que puede hacerse la inversión. Es que la interpretación, en efecto, es la que toma
lugar del deseo, en el sentido en que hace poco me objetaban ustedes que estaba ahí, por muy
inconsciente que fuera, primero. Pero está ahí también tal que se vuelva a pasar por ahí [on y
repasse] porque ahí ya está articulado y porque la interpretación, cuando ha tomado su lugar…
¡afortunadamente nada arregla! puesto que no es seguro que el deseo que hemos interpretado
tenga su salida; y hasta contamos con que no la tenga y que permanecerá siempre, y tanto mejor,
siendo un deseonó.
Hasta nos da, para la interpretación del deseo, codos20 bastante amplios.
Pero, entonces, convendría sin embargo saber aquí qué quiere decir su soporte cuando se
llama fantasma y qué juego jugamos interpretando los deseos inconscientes, particularmente los
del neurótico. Es ahí donde se trata de plantear la pregunta respecto al fantasma. La hemos
planteado incesantemente. Replanteémosla aquí, al final, por última vez.
Cuando los lógicos –de donde todo este discurso de hoy ha partido se limitan a las
funciones formales de la verdad, ya les dije, encuentran un gap, encuentran un espacio singular
entre ese principio de no contradicción y el de bivalencia. Y ustedes lo hallan desde Aristóteles,
18 désirpas – irpas, respectivamente : desonó – eonó [N. del T.]. 19 Es factible adoptar en francés la grafía de J. Nassif: désire pas, désirepas, irepas, irepasser. La nuestra no hace más que seguir el modelo : désespoir, espoir, espèré [desespero, esperanza, espero]. Esta grafía interpreta también: desir passé [deseo pasado]: por donde se vuelve a pasar [S.]. 20 coudées : medida lineal que se tomó de la distancia que media desde el codo a la extremidad de la mano [N. del T].
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precisamente en el libro que se llama De la interpretación, y que, por comodidad, les señalo, está
en el parágrafo 19-a, en la anotación que designa los manuscritos clásicos de Aristóteles, y que
encuentran en la página 100, es fácil de retener, en la muy mala traducción que les recomiendo,
la de Tricot, que es corriente.
Aristóteles interroga la función que implica la bivalencia de lo verdadero y de lo falso en
sus consecuencias. Quiero decir, en lo que implica cuando se trata de lo contingente, en lo que va
a suceder. Lo que va a suceder, si sí o si no, si nos planteamos que es verdadero o falso; es
entonces verdadero o falso enseguida, es decir, que ya está decidido. Naturalmente, eso no puede
funcionar.
La solución que da, que consiste en poner en duda la bivalencia, no es lo que está en
cuestión aquí. No adelantaré aquí la discusión. Pero en cambio lo que haré notar es que la
solución lógica –banal, corriente, la que se da por ejemplo en el volumen de los Kneale (creo
haberlo pronunciado correctamente), Desarrollo de la lógica– la solución que consiste en decir
que lo que es verdadero no podría ser una articulación significante, sino lo que ésta quiere decir,
es falsa.
Esa solución es falsa, como lo muestra todo el desarrollo de la lógica; quiero decir que lo
que se deduce de toda instauración formal no podría, en ningún caso, fundarse en la significación
por la sencilla razón de que no hay posibilidad de fijar ninguna significación que sea unívoca, y
porque independientemente de los significantes que planteen ustedes para precisarla verdadero o
falso, siempre es posible implicarla en una circunstancia en que la verdad, la más claramente
enunciada a título del contenido significado, será falsa, hasta más que falsa: un característico
engaño.
Solo es posible instaurar un orden atribuyendo, hablo de lógica, atribuyendo la función de
la verdad a una agrupación significante. Por eso este uso lógico de la verdad sólo se encuentra en
la matemática donde, como lo dice Bertrand Russell, uno no sabe en ningún caso de qué se
habla. Y si cree saberlo, pronto se desengaña. Habrá que barrerlo todo rápidamente y hacer surgir
la intuición.
Recuerdo esto para interrogar lo que concierne a la función del fantasma.
Digo –modelo, Un niño es golpeado– que el fantasma no es más que un arreglo
significante cuya fórmula di desde hace tiempo, emparejando el a minúscula con el S tachado.
Esto quiere decir que hay dos características; la presencia de un objeto a minúscula, y por otra
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parte, nada diferente a lo que engendra el sujeto como S tachado, a saber, una frase. Por eso Un
niño es golpeado es típico. Un niño es golpeado no es más que la articulación significante un
niño es golpeado; salvo que (lean el texto, remítanse a él) ahí vagabundea, ahí vuela, nada menos
que esto –pero imposible de eliminar– que se llama la mirada.
Antes de poner en juego los tres tiempos de la génesis de ese producto que se llama el
fantasma, ¡importa sin embargo designar qué es!
No es porque Freud tuviera que vérsela con iletrados que no sigue siendo interesante
plantear las aristas firmes del estatuto del fantasma y decir: no es estrictamente nada más,
conforme a lo que les he aportado al comienzo de este año, concerniente al acoplado por una
parte del yo no pienso con la estructura gramatical, decirles que es en lugar mismo de esta
estructura gramatical que en la cuarta cima del cuadrángulo surge el objeto a minúscula; y
agregar –puesto que acabamos ya de designar a dos de ellos, los dos de la izquierda– que el
ángulo de abajo a la derecha, aquel donde no soy deja lugar, merma a nivel de lo inconsciente, lo
que es el complemento de la estructura puramente gramatical significante del fantasma; a saber,
aquello de lo que partí hoy y que se llama UNA SIGNIFICACION DE VERDAD.
Lo que hay que retener, asegurar con alfileres, en todo lo que enuncia Freud respecto al
fantasma, es sencillamente ese breve rasgo clínico –de este, que él avanza aquí para
demostrarnos tantas cosas sobre su uso, al manipularlo– pero lo que hay que retener es un rasgo
como éste: que ese fantasma, el mismo, se encuentra en estructuras neuróticas muy diferentes;
pero, igualmente, lo saben ustedes, que ese fantasma permanece a una distancia singular de todo
lo que se debate, de todo lo que se disputa en los análisis, por cuanto se trata de traducir allí la
verdad de los síntomas.
Parece que eso fuera como una especie de muleta o de cuerpo extraño, algo para el uso, en
últimas, ya lo saben, que tiene una función bien determinada: la de subvenir lo que, en últimas,
bien puede llamar uno por su nombre: una cierta carencia del deseo. En la medida en que está
puesto en juego, concernido –se requiere que lo esté así sea para dar el paso de entrada, para
poner en orden la pieza) a la entrada del acto sexual.
Esta distancia del fantasma respecto a la zona donde se juega lo que recalqué hace poco
como primordial de la función del deseo y de su vínculo con la demanda, es de esto (por muy
evidente que sea el hecho de que de ahí resulta la inflexión entera del análisis en torno a los
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registros llamados de la frustración y de términos análogos), es esto lo que nos permite hacer el
punto de la diferencia que hay de la estructura perversa a la estructura neurótica.
¿Qué quiero decir cuando digo que el fantasma cumple allí rol de significación de verdad?
Pues bien, ¡les voy a decir! Digo lo mismo que dicen los lógicos, a saber: que ustedes chapucean
las cosas al querer a todo precio insertar ese fantasma en ese discurso de lo inconsciente cuando
de todas maneras, él les resiste bastante bien a esta reducción. Y cuando deben decir que en el
tiempo mediano, el tiempo dos de Un niño es golpeado –aquel donde el que está ahí es el sujeto,
en el lugar del niño– a ése sólo lo obtienen en casos excepcionales. Es que, a decir verdad, la
función del fantasma… quiero decir, en su interpretación, y más especialmente aun en la
interpretación general, que darán ustedes de la estructura de tal o tal neurosis, que siempre
deberá, en último término, inscribirse en los registros que he dado, a saber, para la fobia, deseo
prevenido; para la histeria, deseo insatisfecho; para la obsesión, deseo imposible… ¿Cuál es el
rol del fantasma en este orden del deseo neurótico?
Pues bien, significación de verdad, he dicho, lo que quiere decir lo mismo que cuando
ustedes ponen una V mayúscula –pura convención en la teoría dada por ejemplo de tal conjunto–
cuando afectan con la connotación de verdad algo que ustedes llamarán axioma. En su
interpretación el fantasma no tiene otro rol. Tienen que tomarlo tan literalmente como sea
posible y lo que tienen que hacer es hallar en cada estructura, definir las leyes de transformación
que le garantizarán a ese fantasma, en la deducción de los enunciados del discurso inconsciente,
el LUGAR DE UN AXIOMA.
Tal es la única función posible que se puede dar al rol del fantasma en la economía
neurótica. Que pueda suceder que su adecuación se tome prestada del campo de determinación
del goce perverso es lo que, ya lo vieron, he demostrado, y de lo cual creo haber fijado
suficientemente su fórmula en nuestras reuniones precedentes, respecto a la disyunción, en el
campo del Otro, del cuerpo y del goce, y de esta parte preservada del cuerpo donde el goce
puede refugiarse.
Que el neurótico encuentre, en esta adecuación, el soporte hecho para componer la carencia
de su deseo en el campo del acto sexual, es en adelante lo que menos puede sorprendernos.
Y si ustedes quieren que les dé algo que sirva a la vez de lectura –no puedo decir que deba
ser agradable lectura para ustedes (¡es tan aburrido como el humo!), y sin embargo, como
ejemplo de una verdadera infamia en materia científica, les recomendaré la lectura, en Havelock
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Ellis, del caso célebre de Florrie.21 No hay mejor manera de ver hasta qué punto cierto modo de
abordaje de un campo, del que se vanaglorian –en nombre de no sé qué objetividad–, de forzar
las puertas, cuando en realidad se es íntegramente esclavo, y esclavo de una manera
verdaderamente muy singular… no hay una de las líneas de esa observación célebre, que no lleve
en cierta forma las marcas de la dejadez del profesor.
Ese caso de Florrie es un texto sensacional. Seguramente, les aparecerá con todas las
características, después de todas las coordenadas que les he dado, como una neurosis. De
ninguna manera… el momento en que Florrie sobrepasa, en el sentido de ese algo que puede en
cierta forma sucederle a un neurótico sin que jamás haya para él nada equivalente al goce
perverso, pero sobrepasa en el sentido ambiguo que hace de esto a la vez un paso al acto y, para
nosotros que leemos, un acting-out –algo que hace que Florrie, afectada por sus fantasmas de
flagelación, llegue una vez a sobrepasar la prohibición que representan para ella, vale ser
confrontado con las carencias absolutamente manifiestas de esta observación. Y hasta el punto en
que –habiéndole Florrie confesado que sólo excepcionalmente hace ella entrar en sus fantasmas a
una persona real, a alguien que ella admira y venera– es en verdad increíble ver la pluma de
Havelock Ellis inscribir: ¡“De quién se trata, nunca le pregunté”! Cuando está claro…–como en
el caso del Padre Ubu; cuando le ven ustedes la cola del cerdo todavía entre los dientes– que, por
supuesto, es Havelock Ellis quien es ahí enredado en la harina de cabo a rabo por esta paciente,
¡es de él que se trata! Y, en últimas, más vale tener que dárselas de gran personaje para retomar a
los miembros de la comunidad analítica, que se han permitido opinar sobre ese mismo caso, con
un respeto, por lo demás completamente injustificado, hacia la compilación de esta observación
por Havelock Ellis.
Esto, sin embargo, es de naturaleza tal como para mostrarnos al mismo tiempo todo junto,
todas las dificultades que he querido subrayar hoy, respecto a lo que concierne a la apreciación
del fantasma.
Si se puede decir, yo diría que del fantasma –tal como lo imaginamos nosotros, pobres
neuróticos– del fantasma, de su función al nivel llamado perverso, a aquel de su función en el
registro neurótico, hay exactamente la distancia, termino aquí haciendo clínica, ¡que hay con el
dormitorio!
21 Havelock Ellis, Études de psychologie sexuelle, « Le mécanisme des déviations sexuelles », tomo VII, p. 21 a 119. Edición crítica establecida bajo la dirección del Profesor Hesnard. Le livre Précieux, París, 1965.
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¿Acaso existen los dormitorios? No hay acto sexual… Eso deja, en el dormitorio ¡ah! –
aparte del de Ulises, en que la cama es un tronco arraigado en el suelo– eso deja, a propósito de
los dormitorios (y sobre todo en nuestra época, ¡ah!, en que todas las cosas se… se… se botan),
eso deja una seria duda; pero bueno, es un lugar que, por lo menos teóricamente, existe.
Hay, sin embargo, una distancia entre el dormitorio y el cuarto de baño. Pongan bastante
atención porque todo lo que sucede, todo lo neurótico que sucede, sucede esencialmente en el
cuarto de baño (esos asuntos de arreglo de lógica son importantes)22, en el cuarto de baño o en la
antecámara, es lo mismo.
Para el hombre del placer en el siglo XVIII también, para él… todo sucedía en el tocador.
¡A cada cual su lugar!
Si quieren precisiones, ¿ah? la fobia, puede tener lugar en el armario de ropas… o en el
corredor, en la cocina.
La histeria, tiene lugar en el locutorio (¡el locutorio de los conventos de las monjas, por
supuesto!) ¿Qué?
La obsesión, en los cagaderos.
Pongan atención a esas cosas, es definitivamente importante.
Sí… todo esto nos lleva a la puerta de lo que los invitaré a sobrepasar, el próximo año, a
saber, una cámara… para dormir… [un dormitorio] donde nada sucede, salvo que el acto sexual
se presenta allí como forclusión, Verwerfung propiamente hablando. Es lo que comúnmente se
llama el consultorio del analista.
El título que daré a mi lección del próximo año será El acto analítico.
Traducción: Pio Eduardo Sanmiguel Ardila Colaboraron en la revisión de la traducción y de esta versión en español:
Álvaro Daniel REYES G., Arturo de la Pava O., Belén del Rocío MORENO C., Carmen Lucía DÍAZ L., Eduardo
ARISTIZÁBAL C., Javier JARAMILLO G., Mario Bernardo FIGUEROA M., Pilar GONZÁLEZ R., Tania ROELENS H.
Esta traducción continúa su marcha; así que, cualquier duda, comentario y/o precisión serán bienvenidos;
comuníquelos, por favor, a la siguiente dirección electrónica: [email protected]
22 ¿“de lógica” [Sizaret], o “de alojamiento” [Dorgeuille]?