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Desde el barco que la lleva por primera vez a Nueva York, en mayo de 1930, Victoria Ocampo ve en el muelle a un hombre negro que carga sobre sus espaldas un pesado equipaje. La imagen le recuerda un libro de su infancia: “La cabaña del Tío Tom”, el alegato abolicionista de Harriet Beecher-Stowe publicado en 1852. En un instante, Victoria cree ver en ese hombre trabajador el mundo del Tío Tom: su mansedumbre, sus can- tos, su cabaña de troncos en Kentucky y sus peripecias de esclavo negro. Y como ocurre con las cosas que irrumpen en la infancia, la memoria de esa novela copará su mente. Había llegado a Nueva York “saturada de lecturas yanquis” probablemente de mayor valor literario, pero será la floreciente cultura negra, el llamado Renacimiento de Harlem, lo que mayor atracción ejercerá sobre ella durante toda su estadía. En una de sus primeras salidas Victoria visita Harlem, al que describe como “un sector hermoso y limpio en el centro de Manhattan”. Y aun así señala que “el desprecio, la dureza del yanqui hacia los negros persisten, aunque las costumbres se hayan dulcificado”. En su primera noche allí conoce el Cotton Club, escucha la orquesta de Duke Ellington y se hace amiga de Taylor Gordon un cantante de spirituals que le cuenta sobre un predicador del que todos hablan. Victoria escucha atenta. Unos días después, el millonario Otto Kahn la invita a almorzar a su casa de Long Island. Para cruzar el río Victoria debe tomar una “canoa- automóvil”. Al subir a la embarcación se encuentra con otros dos in- vitados, uno de los cuales le llama la atención. Es un joven rubio, con una gran frente bombé, mirada seria y directa y “el aire reservado de quien no es fácil de abordar”. El joven se presenta a sí mismo: “Serge Eisenstein”. El otro hombre es su fotógrafo, Grigori Alexandrov. Victoria conocía las películas del director ruso y lo admiraba. El acorazado Potem- kin de 1925, inspirada en la sublevación de 1905 del buque del mismo nombre, había sentado las bases del revolucionario montaje intelectual e ideológico, el mítico “montaje de atracciones”. Horas después, Victoria y Eisenstein regresan a Manhattan por el East River, cuando ella le cuenta sobre el predicador al que iría a escuchar esa noche. Eisenstein le pre- gunta si puede acompañarla. Ella asiente, sin saber que esa excursión insólita de un ruso y una argentina a una iglesia de Harlem, sellaría una breve pero intensa amistad. Sergei Eisenstein TESTIMONIOS DE VILLA OCAMPO / 8 Victoria Ocampo y el director de El acorazado Potemkin se conocieron en Nueva York en 1930. Juntos planearon filmar “un poema documental sobre la pampa”, pero el proyecto no logró interesar a ningún productor argentino. 1. Sergei Eisenstein durante la edición de su film Octubre, c.1927 2. Foto de Grigori Alexandrov, camarógrafo de Eisenstein, tomada durante el rodaje de ¡Qué viva México! (1931). Esta foto forma parte de la serie de imágenes enviada por el director de cine ruso a Victoria Ocampo, que las reprodujo en el cuarto número de la revista Sur. TEXTO MARÍA GAINZA 2 1

Sergei Eisenstein

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Victoria Ocampo y el director de El acorazado Potemkin se conocieron en Nueva York en 1930. Juntos planearon filmar “un poema documental sobre la pampa”, pero el proyecto no logró interesar a ningún productor argentino.

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Desde el barco que la lleva por primera vez a Nueva York, en mayo de 1930, Victoria Ocampo ve en el muelle a un hombre negro que carga sobre sus espaldas un pesado equipaje. La imagen le recuerda un libro de su infancia: “La cabaña del Tío Tom”, el alegato abolicionista de Harriet Beecher-Stowe publicado en 1852. En un instante, Victoria cree ver en ese hombre trabajador el mundo del Tío Tom: su mansedumbre, sus can-tos, su cabaña de troncos en Kentucky y sus peripecias de esclavo negro. Y como ocurre con las cosas que irrumpen en la infancia, la memoria de esa novela copará su mente. Había llegado a Nueva York “saturada de lecturas yanquis” probablemente de mayor valor literario, pero será la floreciente cultura negra, el llamado Renacimiento de Harlem, lo que mayor atracción ejercerá sobre ella durante toda su estadía.

En una de sus primeras salidas Victoria visita Harlem, al que describe como “un sector hermoso y limpio en el centro de Manhattan”. Y aun así señala que “el desprecio, la dureza del yanqui hacia los negros persisten, aunque las costumbres se hayan dulcificado”. En su primera noche allí conoce el Cotton Club, escucha la orquesta de Duke Ellington y se hace amiga de Taylor Gordon un cantante de spirituals que le cuenta sobre un predicador del que todos hablan. Victoria escucha atenta.

Unos días después, el millonario Otto Kahn la invita a almorzar a su casa de Long Island. Para cruzar el río Victoria debe tomar una “canoa-automóvil”. Al subir a la embarcación se encuentra con otros dos in-vitados, uno de los cuales le llama la atención. Es un joven rubio, con una gran frente bombé, mirada seria y directa y “el aire reservado de quien no es fácil de abordar”. El joven se presenta a sí mismo: “Serge Eisenstein”. El otro hombre es su fotógrafo, Grigori Alexandrov. Victoria conocía las películas del director ruso y lo admiraba. El acorazado Potem-kin de 1925, inspirada en la sublevación de 1905 del buque del mismo nombre, había sentado las bases del revolucionario montaje intelectual e ideológico, el mítico “montaje de atracciones”. Horas después, Victoria y Eisenstein regresan a Manhattan por el East River, cuando ella le cuenta sobre el predicador al que iría a escuchar esa noche. Eisenstein le pre-gunta si puede acompañarla. Ella asiente, sin saber que esa excursión insólita de un ruso y una argentina a una iglesia de Harlem, sellaría una breve pero intensa amistad.

Sergei Eisenstein

TEST IMONIOS DE V I LLA OCAMPO / 8

Victoria Ocampo y el director de El acorazado Potemkin se conocieron enNueva York en 1930. Juntos planearon filmar “un poema documental sobre la pampa”, pero el proyecto no logró interesar a ningún productor argentino.

1. Sergei Eisenstein durante la edición de su film Octubre, c.1927 2. Foto de Grigori Alexandrov, camarógrafo de Eisenstein, tomada durante el rodaje de ¡Qué viva México! (1931). Esta foto forma parte de la serie de imágenes enviada por el director de cine ruso a Victoria Ocampo, que las reprodujo en el cuarto número de la revista Sur.

TEXTO MARÍA GAINZA

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El cable no tarda en llegar. Eisenstein dejaba Hollywood y quería ir a la Argentina. “Creo que besé el papel que me traía tamaña noticia”, escribió Victoria. Y comenzó a buscar formas de juntar el dinero. “No podría disponer libremente de mis propiedades (de las que hubiera vendido alguna en ese momento, si hubiera podido)”. De tal manera se desveló por financiar la película que llegó a descuidar el proyecto de su revista, cuyo formato y título ya discutía con amigos. Golpeó puertas, rogó, suplicó: “¿No ven ustedes que es una ocasión única y que ni siquie-ra perderán su capital? Lo recuperarán con creces”. Pero nada. Al final, tuvo que telegrafiar a Eisenstein y decirle que no había podido reunir los fondos necesarios. Eisenstein le escribió diciendo “que se sentía con el corazón roto” y, revolucionario como era, aceptó una invitación del novelista norteamericano Upton Sinclair para filmar una película sobre México, el país donde tuvo lugar la primera revolución del siglo XX.

El rodaje de ¡Qué viva México! se inició a finales de 1930; un año después llevaba más de 50 mil metros rodados y aún faltaba terminarla. Los productores, cansados del perfeccionismo de Eisenstein, cancelaron el rodaje y los negativos de la película quedaron incautados en Estados Unidos. Eisenstein perdió control sobre la edición, y aunque se hicieron muchos montajes de la película, ninguna llevaría el sello del director. “Toda mi aventura mejicana terminó en el mayor desastre”, le escribió entonces a Victoria, “como probablemente usted ya sabe. De mi film no

Carta de Sergei Eisenstein a Victoria Ocampo escrita durante la filmación de ¡Qué viva México! (Archivo Fundación Sur).

Eisenstein se encuentra en Nueva York de paso hacia la Costa Este. Ha sido contratado por Hollywood para dirigir An American Tragedy, basada en la novela homónima de Theodore Dreiser. Pero se lo nota escéptico: “No tengo ninguna esperanza de entenderme con Hollywo-od. Lo más seguro es que vuelva de allá sin haber podido cumplir”, le confiesa a Victoria.

“—En ese caso, ¿no querría venir a filmar algo en la Argentina?”—¿Qué film? ¿Tiene algo pensado?”—No, precisamente porque la idea de esta posibilidad acaba de

ocurrírseme. Pienso en una especie de poema documental sobre nuestra tierra; mostrarla bajo sus variados aspectos. En fin, usted verá por sí mismo cuando esté entre nosotros. Estoy segura que no le faltará inspi-ración y que hará algo muy bueno. Por lo demás, usted podrá enseñar a nuestra gente a hacer buen cine.”

Eisenstein parece interesado por la propuesta y convienen en que la tendrá en cuenta (“debía sin duda, consultar a las altas autoridades de su país”, escribe Victoria). Promete mandar un cable si la experiencia en Hollywood fracasaba. Victoria se entusiasma, piensa que ese proyecto sería “la piedra de toque para la gloria futura del cine de mi patria, que gracias a una influencia genial se lanzaría sobre un buen camino y estaría guiado por el maestro más grande de la época. Yo creía que era suficiente que Eisenstein lograra un buen film, entre nosotros, para hacer escuela. Y ¿cómo no iba a lograrlo? ”.

queda más que la fotografía (que es bella), pero toda la composición, el montaje, etc., fue completamente destruido por los imbéciles que lo arreglaron. Lo mismo toda la concepción épica. He amado tanto a México y me es tan doloroso no poder manifestarlo en ese film que está destruido… ¡Espero que usted discernirá bien dónde termina Eisenstein y dónde comienza el idiota hollywoodense!”

¡Qué viva México! sería una de las cintas inconclusas más famosas de la historia del cine. Aun así, sus imágenes fueron una influencia decisiva para la creación de una estética fílmica mexicana que tuvo a sus máximos exponentes en el cineasta Emilio Fernández y el fotógrafo Gabriel Figueroa. Victoria había tenido razón: “Él hizo por el cine mexi-cano lo que yo había soñado hiciera por la Argentina —escribe—. En esa empresa, como en tantas otras, mis compatriotas me negaron apoyo. Sea por falta de confianza en mis cualidades de organizadora (puede que hayan tenido razón), sea porque dudaron de mi gusto y mis intuiciones (y estaban equivocados)”.

Un poco antes del cese del rodaje, en 1931, Eisenstein le escribió a Victoria: “Me apresuro a enviarle un pequeño muestrario de fotos del film que hacemos aquí. Esbozan cuatro caracteres (aspectos) bajo los cuales veo a México: el Tehuantepec tropical y lánguido, la aridez tajante del México central, el barroco de la tradición española pura y la monu-mentalidad austera de Yucatán. Con el anhelo de publicarlas en Sur. Campos de maguey, mujeres de Tehuantepec y Yucatán, perfiles indios en un magnífico blanco y negro”. Victoria no lo dudó y las fotografías aparecieron en la primavera de 1931 en el cuarto número de Sur.

Nueve años después se estrenó en Buenos Aires otra película de Eisenstein. Victoria escribió entonces: “Cuando en 1940 vi Alejandro Nevsky medí aún mejor la magnitud de esta pérdida. El film me pareció una rara obra maestra. Al salir del cine, a las doce y media de la noche, telegrafié a Eisenstein para felicitarlo. El cable llegó, naturalmente, por-que fue respondido: ‘Encantado de su telegrama y de que le haya gus-tado’. Era un understatement. Alejandro Nevsky no me había gustado, sino maravillado.”•

Reverso de una de las fotos originales de G. Alexandrov publicadas en Sur.

TESTIMONIOS DE VILLA OCAMPO

Nº 8 - SERGEI EISENSTEIN. V1, enero 2011.

Las tareas de investigación y puesta en valor de la Biblioteca de Villa Ocampo

son posibles gracias a la generosa contribución de la Sra. Cristina Khallouf.

BIBLIOGRAFÍA

DISEÑO: SERGIO MANELA / HERNÁN TURINA

CAILLOIS Y LA CRÍTICA A ALEJANDRO NEVSKY

Encargué a Roger Caillois que escriba la nota para Sur —cuenta Victoria en su artículo “Saludo a los dos Sergios”— […] Caillois no se contentó con describir la belleza de sus imágenes, la rique-za de ese admirable fresco en movimiento. El título de la nota revelaba su contenido: ‘Arte y propaganda’. Caillois examinaba en ella los efectos de las “consignas” dictatoriales sobre las obras de arte, las características de la creación ‘dirigida’. Era el punto débil de un film, tan notable bajo sus demás aspectos. Esa debilidad se acentuó en Iván el terrible, cuyo nivel no es ya el de Nevsky […] Hasta el genio de Eisenstein se deteriora si está sometido demasiado tiempo a las tiránicas exigencias de la propaganda […] La máxima expresión de su arte fue Alejandro Nevsky a pesar de que este film haya nacido […] bajo el signo de la propaganda. […] Caillois, en su nota, había cometido una falta, por omisión. Como no entiende nada de música (según me contaba él, riendo, sus compañeros de clase de divertían en hacerlo cantar, por lo cómica que les resultaba su manera de desentonar) se abstuvo de todo comentario sobre la música que acompaña el film [música de Prokofiev], o mejor dicho que lo arrastra en su impetuoso torrente. La omisión era verdadera-mente grave, pues se trataba de un acontecimiento: por primera vez, en la corta historia del cine mundial, podía escucharse en una película de gran calidad una música de valor no menos extraordinario, compuesta expresamente para adaptarse a ella, para plegarse a las curvas de un drama y crear clima […] La colaboración de los dos artistas debió de ser estrecha porque las imágenes y la música han quedado adheridas y forman una sola y misma cosa.

Ocampo, Victoria; “En Harlem”, Testimonios. Primera serie, Madrid:

Revista de Occidente, 1935.

Ocampo, Victoria; “Saludo a los dos Sergios”, Testimonios. Quinta serie,

Buenos Aires: Editorial Sur, 1957.

Ocampo, Victoria; Autobiografía VI. Sur y Cía., Buenos Aires: Ediciones

Fundación Sur, 1984

Eisenstein, Sergei; cartas inéditas a Victoria Ocampo, archivo Fundación Sur -

Villa Ocampo.

Foto original de G. Alexandrov publicada en Sur.