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1. SÍNTESIS PEDAGÓGICA Y CULTURAL DE SAN AGUSTIN 1. Breve biografía y obras San Agustín fue sin duda una de las columnas de la filosofía cristiana de todos los tiempos. Sabemos por su famosa autobiografía Confesiones que nació en Tagaste en el 354, de padre pagano y contrariamente tuvo una madre fervorosamente cristiana, Mónica, quien influirá decisivamente en el rumbo de la vida de San Agustín. Recibió una educación en escuelas de retóricos y filósofos. De enorme capacidad intelectual, su vida transcurrió siempre buscando el sendero que le conduzca a la verdad. En dicho camino transitó por sectas como el maniqueísmo o el escepticismo; sin embargo, su inquietud filosófica y religiosa le señala el sendero correcto. Era el camino interior hacia la verdad, atraído por el Dios de la fe. En ese camino le ayudaron sobremanera los sermones de San Ambrosio, obispo de Milán, y las oraciones de su madre. Agustín fue un educador de modo excelente y tiene una obra cumbre en pedagogía, De Magistro que contiene reflexiones en torno a la posibilidad, alcance y sentido de la educación. Además de dicha temática sus obras se complementan con la amplia gama literaria en los sermones y comentarios a la Sagrada Escritura, como el tratado sobre el Orden, Soliloquios, Doctrina Cristiana, Confesiones, La Trinidad y Retractaciones. En este breve recorrido por la biografía de San Agustín justifica la afirmación de que fue un hombre de una singular acción interior. Las Confesiones resultan argumento válido de nuestra afirmación. Además, su inmensa producción literaria –de las cuales sólo exponemos algunos títulos conocidos- nos lleva a la idea de su extraordinaria capacidad de maestro de vida; fue un evangelizador de la humanidad. En resumidas cuentas, estamos frente no sólo con un gran intelectual y filósofo sino sobre todo un cristiano apasionado por la fe y la verdad. 2. Concepto de educación En sus primeras obras San Agustín define la educación, como un prolongado y fatigoso proceso de purificación moral y de ejercitación intelectual que conduce gradualmente al alumno a la identificación con la Sabiduría, la Bondad, la Belleza y la Felicidad supremas, que se identifican con Dios. Concibe la educación como un proceso mediante el cual, el “hombre exterior”, que es lo material, mudable y mortal que hay en la persona humana, va cediendo ante el “hombre interior”, que representa lo espiritual, inmutable e inmortal del alma humana.

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1. SÍNTESIS PEDAGÓGICA Y CULTURAL DE SAN AGUSTIN

1. Breve biografía y obrasSan Agustín fue sin duda una de las columnas de la filosofía cristiana de todos los

tiempos. Sabemos por su famosa autobiografía Confesiones que nació en Tagaste en el 354, de padre pagano y contrariamente tuvo una madre fervorosamente cristiana, Mónica, quien influirá decisivamente en el rumbo de la vida de San Agustín. Recibió una educación en escuelas de retóricos y filósofos. De enorme capacidad intelectual, su vida transcurrió siempre buscando el sendero que le conduzca a la verdad. En dicho camino transitó por sectas como el maniqueísmo o el escepticismo; sin embargo, su inquietud filosófica y religiosa le señala el sendero correcto. Era el camino interior hacia la verdad, atraído por el Dios de la fe. En ese camino le ayudaron sobremanera los sermones de San Ambrosio, obispo de Milán, y las oraciones de su madre. Agustín fue un educador de modo excelente y tiene una obra cumbre en pedagogía, De Magistro que contiene reflexiones en torno a la posibilidad, alcance y sentido de la educación. Además de dicha temática sus obras se complementan con la amplia gama literaria en los sermones y comentarios a la Sagrada Escritura, como el tratado sobre el Orden, Soliloquios, Doctrina Cristiana, Confesiones, La Trinidad y Retractaciones.

En este breve recorrido por la biografía de San Agustín justifica la afirmación de que fue un hombre de una singular acción interior. Las Confesiones resultan argumento válido de nuestra afirmación. Además, su inmensa producción literaria –de las cuales sólo exponemos algunos títulos conocidos- nos lleva a la idea de su extraordinaria capacidad de maestro de vida; fue un evangelizador de la humanidad. En resumidas cuentas, estamos frente no sólo con un gran intelectual y filósofo sino sobre todo un cristiano apasionado por la fe y la verdad.

2. Concepto de educaciónEn sus primeras obras San Agustín define la educación, como un prolongado y

fatigoso proceso de purificación moral y de ejercitación intelectual que conduce gradualmente al alumno a la identificación con la Sabiduría, la Bondad, la Belleza y la Felicidad supremas, que se identifican con Dios.

Concibe la educación como un proceso mediante el cual, el “hombre exterior”, que es lo material, mudable y mortal que hay en la persona humana, va cediendo ante el “hombre interior”, que representa lo espiritual, inmutable e inmortal del alma humana. Dicha transformación se produce en virtud de la familiaridad con Cristo: verdad y Palabra de Dios.

Educarse e “santificarse”, llenarse de Dios, permitirle que ocupe nuestro interior y actúe por medio de nosotros. Él es el agente principal de la educción cristiana. San Agustín nos dice que Dios “es para el corazón del hombre luz y voz, fragancia y alimento”.

3. El sujeto de la educación y el proceso formativoEl fin de la vida humana y de la educación es la búsqueda y conquista de la verdad

y la feliciad absolutas. Objetivo de carácter trascendente que se relaciona intimamente con el proceso de perfeccionamiento de la educación.

La educación es ante todo una respuesta al drama interior del hombre que se materializa en un estado de desazón e inquietud del corazón generado por el constraste y desproporción entre la altura y la grandeza del objetivo (Dios) y la precariedad de la condición humana tras la caída original, que incapacita al hombre para llegar a Él con sus solas fuerzas.

Por estas razones, el hombre es radicalmente incapaz de educarse a sí mismo, en un sentido absoluto, por más que lo desea y lo necesita. Sin embargo, en su misma

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indigencia radica la grandeza del ser humano, porque es consciente que necesita educarse, perfeccionar el alma para alcanzar la felicidad.

La educación que propone San Agustín está reservada para quienes corren el riesgo de buscar la felicidad completa, con la confianza que llegarán al gozo con Dios, pues la felicidad no es para el hombre otra cosa que la “voluntad” en reposo: la Sensación de plenitud propia de quienes han satisfecho todas sus aspiraciones internas, que únicamente Dios puede colmar.

El hombre debe someter racionalmente todos sus apetitos y tentaciones de la carne. Por ello San Agustín afirma la superioridad del alma racional y la concede a ésta el carácter directriz de la persona humana: caso contrario, se corrre el peligro de identificar la felicidad en los placeres mundanos. Es tal nuestra familiaridad con la materia que nuestra atención se vuelca al exterior con facilidad, quien así actúa se queda estancado y degrada su alma. Es por eso que el hombre para superar las tentaciones del cuerpo ha de apoyarse en Dios, verdadero artífice de la educación. Por ello el hombre debe salir del mundo de apariencia y más bien ha de esforzarse para llegar a una comunicación directa con el Absoluto, donde reside la verdad.

Agustín sostiene que el verdadero conocimiento está innato y es el propio Dios quien lo sitúa en el hombre. Nos dice que la verdad –finalidad de todo ser humano- habita en nuestro interior, por lo cual la tarea de la educación consistirá en hacerla manifiesta y latente.

4. Los agentes y cauces de la EducaciónSan Agustín había llegado a la conclusión que Dios mismo instruye y educa a los

hombres; que el hombre por sus solas fuerzas le era imposible llegar a Dios. Recibe por ello una “iluminación divina” que le permite llegar a la verdad que es el mismo Dios. Por ello podemos decir que el agente esencial de toda la educación cristiana es Dios y que el hombre la cabe en ella una función limitada y subsidiaria. En los Soliloquios nos pide un acto de fe: “cree firmemente en Dios y arrójate en sus brazos con todo tu ser. Exprópiate a ti mismo, sal de tu propia potestad y confiesa que eres siervo de tu clementísimo y generosísimo Señor. Él te atraerá a Sí y no cesará de colmarte de sus favores aún sin tú saberlo.

A San Agustín le preocupaba el papel de la gracia divina en la obra de la redención y el papel de la libertad, en tanto que cooperadora de ella, una de cuyas principales manifestaciones la constituye la educación y el magisterio humano.

El hombre es un ser dotado de inteliegencia y libertad, y necesita de la voluntad para poder lograr su aprendizaje, de lo congtrario todo intento sería inútil. San Agustín nos dice que: “En la voluntad del hombre de ser libre, de adquirir y merecer la libertad definitiva, propia de los santos, que consiste en no poder pecar, está ya en acto la gracia de Dios, porque esa libertad es ya fruto del hombre con el ser, con la Verdad y con el Amor, o sea, con Dios”. Se entiende así que el hombre necesita de Dios para poder educarse y llegar a Él como su fin último, porque Él es la Verdad misma y fuente de todas las verdades. “En la educación, en este sentido, el verdadero y único maestro es la Verdad, o sea Dios, en la persona de su Verbo, es decir, de Cristo. El escrito de San Agustín, titulado El Maestro parte de este concepto. El saber no pasa del maestro al discípulo como si éste aprendiera lo que antes ingnoraba; la verdad se halla presente por igual tanto en el alma del discípulo como en la del maestro; la palabra de éste no hace más que volverla explícita, hacer que resuene con mayor claridad. Así, pues, sólo hay un maestro, el maestro interior que es la Verdad misma, o sea Dios, Cristo”.

La teoría de la iluminación. San Agustín nos habla de un aprendizaje por iluminación divina; con ello afirma que la razón del hombre es limitada frende a la verdad que es el mismo Dios, es por ello que se hace necesario que Dios ilumine nuestra

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inteligencia para llegar a la verdad misma. El conocimiento de toda verdad nueva no sólo implica determinados signos o palabras que la ocasionen, sino también una efectiva y directa intervención divina que se realiza en nosotros como “iluminación” íntima.

San Agustín nos habla de la Luz de Cristo que brilla en nuestro interior, y sólo necesitamos dejarnos guiar por esa Luz –El Cristo Logos del que nos hablaba Clemente de Alejandría- para alcanzar la verdad, porque la verdad está en el hombre pero no es el hombre quien se halla por encima del hombre, quien para encontrarla debe trascender a sí mismo, pero mirando su interior, “vuelve al corazón, mira allí qué es lo que tal vez sientes de Dios: allí está la imagen de Dios, porque se ha dicho que esta verdad es Dios mismo; más exactamente, es Dios como Logos o Verbo, es decir, es Cristo Hijo de Dios. El Padre es el Ser, el Espiritu Santo es el Amor. Dios es Ser, Verdad, Amor. Y sólo se puede alcanzar la verdad a través de la Verdad, es decir, sólo se puede llegar a Dios a través de Él.

Respecto al papel del Maestro Humano, San Agustín afirma, que está escrito por la autoridad divina que no llamemos maestro nuestro a nadie en la tierra, puesto que el verdadero Maestro de todos está en los cielos; entonces surge el problema de la relación maestro – discìpulo o concretamente, lo relativo a la ayuda que un homre le puede prestar a otro en su camino hacia la verdad.

A partir de su propia teoría del conocimiento, que distingue entre lo sensible –que el hombre aprende por experiencia- y lo inteligible –que capta iluminado por Dios-, San Agustín examina el problema del aprendizaje y la enseñanza humana, cuestión intimamente vinculada, con la naturaleza del lenguaje.

En su obra sobre el Maestro, en una primera parte, plantea el problema de la finalidad del lenguaje, a aprtir de la cual esboza una sugestiva teoría del signo y de la significación, que se convierte en una magnífica filosofía del lenguaje. En una segunda parte trata el problema de la posibiidad y el sentido de la comunicación docente, y el respectivo papel que en ella tienen Dios, el maestro humano y el propio discìpulo.

La tesis central del diálogo Sobre el Mestro, puede resumirse así: en la enseñanza lo esencial es lo que cada discípulo aprende en su interior, no el intercambio lingüístico que se produce entre el maestro y sus alumnos, cuya importancia es muy relativa, porque está al servicio del primer y principal objetivo, que el alumno aprenda, y sólo puede aprender de su Maestro interior. Son las palabras las que están al servicio del aprendizaje, y no a la inversa. Las palabras sólo son signos de las cosas, y los signos son siempre signos de algo; su ser, su misma substantividad, consiste en significar. Lo esencial del signo es su referencia a la cosa.

La misión y el valor de los signos y de las palabras, consiste en lllamar la atención del alumno para que se vuelva a las cosas mismas, ya sea realidad sensible o inteligible, consultando la Verdad, que está dentro de él, y que es quien verdaderamente enseña. Pero no niega, ni menosprecia el papel del maestro humano, quien hace uso de los signos para enseñarle al alumno.

La enseñanza que todos podemos recibir de Dios a través de Cristo no excluye, pues, la que podamos recibir de los hombre, aunque sí la relativiza. Lo que verdaderamente realiza San Agustín no es negar el valor y la importancia del magisterio humano, sino lo que discute es la exclusividad y su primacía. Su preocupación es situarlo en la posición que le corresponde, y esa posición es justamente la última. ¿Por qué?. Porque Dios está primero, es el Maestro por excelencia; después el discente, sujeto no meramente pasivo, sino activo, de su propio aprendizaje; y por fin, el maestro, quien sigue a través de los signos, incita al discìpulo a descubrir la verdad que lleva dentro de sí, volviéndose al Maestro que interiormente le enseña.

El maestro humano es necesario y útil, pero subsidiario del maestro divino. Nada puede sin Èl. Sin duda, es menester regar, nutrir y robustecer el germen de la fe mediante

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la enseñanza, reconoce San Agustín; sin embargo, dice San Pablo, hemos de ser conscientes de que hablando, exhortando, enseñando, persuadiendo, nosotros podemos plantar y regar, más no podemos dar el crecimiento. Por ese motivo cuando se predica el Evangelio, unos creen y otros no creen, aunque oyen exteriormente, no escuchan ni aprenden interiormente; es decir, a unos se les concede el creer y a otros no se les concede. La tarea de comunicar la verdad, se convierte así en una actividad dinámica en la que se pueden enfrentar o, por el contrario, colaborar dos voces, dos formas de lenguaje: el Verbo de Dios y las palabras humanas. El primero es mucho más eficaz e importante que las segundas y, en consecuencia, la actividad interior del discente, iluminada y dirigida por el Verbo es mucho más relevante que la actividad exterior del maestro humano, cuyo papel se limita a advertir con palabras, o por medio de cualquier otro signo, para que el discípulo consulte, según sus fuerzas la verdad interior.

El maestro humano se convierte así en un instrumento del Maestro divino, aquel ni siquiera puede proclamar una doctrina o una palabra propia. Todo lo contrario, es la Palabra de Cristo la que proclama, y Cristo mismo el que siembra a través de él.

El papel que juega en el proceso educativo no es el principal, pero no por eso deja de ser importante; Abbaggnano en su Historia de la Pedagogía dice: Alegría y no tedio deber experimentar quien enseña para que su enseñanza sea eficaz. Que en apariencia tenga que repetirse, que deba usar palabras llanas e imágenes sencillas, que deba descender al nivel del inculto, todo ello no basta para que su enseñanza sea viva y fecunda: piense que Cristo con la Encarnación se rebajó al nivel del hombre, pero que su acto fue un acto de amor y por lo tanto una realización de su excelsa naturaleza. De la misma forma, el maestro se realiza en el amor con que se adapta al educando, con que desciende al nivel de su comprensión. Y en verdad al hacerlo así se educa y perfecciona a sí mismo, porque las nociones viejas se renuevan en quien las enseña con auténtico empeño, con sincera dedicación. Así como alguien que mostrando a un forasterio una ciudad o un paisaje que le es familiar acaba por descubrir también el algo nuevo, así, cuando al enseñar algo logramos despertar en nuestro discìpulos interés y admiración vuelven a encenderse tambièn en nosotros y nos sentimos renovados y descubrimos cosas nuevas. Y casi podría decirse que quien enseña aprende del que aprende, que quienes escuchan casi hablan en nosotros, y que en cierto modo nosotros aprendemos en ellos lo que les enseñamos: verdad educativa altísima, válida para cualquier enseñamiento digno del hombre.

5. El currículo de la Educación CristianaFrederick Mayer afirma que el estudioso cristiano debía tener conocimientos de

literatura, retórica, lógica, aritmética, ética y filosofía natural. Pero estas materias no debían estudiarse como fines en sí mismas, y se debía tener cuidado de que no corrompieran la fe del estudioso. Las misma no eran más un preludio al estudio de las doctrinas de la Iglesia. Aún el estudio de la matemática podía ser útil. San Agustín consideraba que la Biblia estaba llena de simbolismo numérico y que la matemática era un instrumento de claridad mental. La ciencia en general, podría ser un método para combatir la superstición.

Al respecto, en su obra Del Orden, San agustín evalúa desde el punto de vista cristiano las disciplinas paganas de enseñanza, y lo que dice a tal propósito equivale en lo sustancial a una justificación y defensa de esas. Las disciplinas que examina son:

la gramática, es decir, el estudio de la lengua; la dialéctica, en la cual, la misma razón nos da a conocer lo que es ella misma,

lo que quiere, lo que puede hacer; la retórica, que sirve para conmover a los hombres con el objeto de

persuadirlos de la verdad y el bien;

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la música, como arte de la armonía; y en fin, la aritmética, la geometría y la astronomía. Este currículum que luego culminará en el estudio de problemas teológicos y

filosóficos, es considerado por San Agustín como un proceso de formación y purificación merced al cual el alma se hace capaz de captar la Unidad divina del mundo y el trasmundo. Sin embargo, es necesario recalcar que para el cristiano lo indispensable es conocer las verdades religiosas, no poseer las disciplinas liberales.

San Agustín advierte a los cristianos que no se dejen seducir por los estudios clásicos, por que están llenos de errores y falsedades y estos ensalzan demasiado el poder racional del hombre. San Agustín elabora de esta forma el programa de un humanismo cristiano basado en la unidad de toda verdad, ya que toda verdad es de origen divino. De todas formas se impone una precaución: conviene separar la verdad eterna y auténtica de las verdades circunstanciales, superficiales y aparentes de los textos antiguos. Las artes liberales siguen siendo indispensables, a condición de separar cuidadosamente los errores morales, los prejuicios filosóficos y darles una significación pedagógica positiva más alta inspirada en el ideal cristiano.

6. Importancia de la pedagogía de San AgustínLa obra de San Agustín en el campo de la educación cristiana primitiva es muy

importante, por que es el más grande humanista de esta època, que armonizó los conocimientos de la filosofía pagana, con los principio de la fe cristiana, configurando una autética pedagogía. De esta forma, la educación cristiana de los primeros tiempos, va tomando un verdadero sentido, porque, ya no se utiliza solamente la razón para llegar a la verdad, sino que se emplea la razón iluminada por la fe, es decir, que el hombre por sí solo no puede acceder a la verdad, sino es con la ayuda que le brinda Dios, a través de la gracia divina.

San Agustín se destaca por eso, por ser el más grande artífice de la armonía, entre filosofía y fe, como dos cuestiones íntimamente vinculadas, que facilitan al hombre, el acceso a la Verdad Eterna.

Abbagnano juzga que son muchas las razones por las cuales San Agustín ocupa un lugar especial en la patrística, de la que es innegablemente la figura central. San Agustín no sólo reviste un excepcional interés histórico por el inmenso influjo que ejerció sobre la cultura y la educación posterior de todo el mundo occidental, sino que posee tales dotes de vivacidad, profundidad y modernidad que bajo este punto de vista, está a la par con Platón y Aristóteles. Es uno de los máximos pensadores de la historia de la humanidad y el mas grande Padre de la Iglesia. Pero si llegó a ser lo que fue, se debe a que supo plantearse con sin igual originalidad especulativa e inquebrantable fe religiosa los problemas fundamentales madurados por el cristianismo.