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Tres porfiristas frente al Juárez de la Reforma y la Intervención Heriberto Moreno García El Colegio de Michoacán Este ensayo no es más que un análisis, a la zaga de tantos estudios que ya existen, de las obras de tres conocidísimos porfiristas mexicanos. Su única particularidad consiste en revisar el tratamiento que ellos hacen de la personalidad de Juárez y su actuación, humana más que política, durante los difíciles años de la historia nacional, como fueron los de la Reforma, la Intervención y el Imperio. El primero de ellos es Francisco Bulnes, con su obra El verdadero Juárez y la verdad sobre la Intervención y el Impe- rio de 1904; otro es Justo Sierra, con su libro Juárez: su obra y su tiempo de 1905; y, finalmente, el de Andrés Molina Enrí- quez, Juárez y la Reforma , de 1906. Con los tres, en conjunto, se podría formar un triángulo; a veces rectángulo, cuando predomina el tratamiento científico sin llegar a pitagórico, de Molina; a veces, obtusángulo, cuando un amplio vértice encierra el enfoque sereno y humano de Sierra; otras veces, acutángulo, cuando se erizan y afilan los ataques de Bulnes. Así de diversos y contrastados son los puntos de vista de estos porfiristas, porque así de cambiante y apasionante es todo juicio que emitimos y escuchamos los hombres sobre el pasado y los hombres que entonces actuaron, en un mundo de intereses, pasiones, dificultades e ideales contrapuestos. Entre ese mundo que al ir desapareciendo embestido por nuevas realidades fue condicionando y constituyendo al Mé- xico moderno, estaba para las personas que asistieron al ocaso del porfiriato, el mundo de Juárez, el México de Juárez. Bulnes, para comenzar, negaría esta expresión, interesado como estaba en desprestigiar el recuerdo amonestador de Juárez, para poder anteponer y acreditar la figura dictatorial de Porfirio Díaz. Sierra la reconocería en emotiva oración dirigida al patricio. Molina la exaltaría hasta identificar a Juárez con la patria.

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Tres porfiristas frente al Juárez de la Reforma y la Intervención

Heriberto Moreno García El Colegio de Michoacán

Este ensayo no es más que un análisis, a la zaga de tantos estudios que ya existen, de las obras de tres conocidísimos porfiristas mexicanos. Su única particularidad consiste en revisar el tratam iento que ellos hacen de la personalidad de Juárez y su actuación, hum ana más que política, durante los difíciles años de la historia nacional, como fueron los de la Reforma, la Intervención y el Imperio.

El primero de ellos es Francisco Bulnes, con su obra El verdadero Juárez y la verdad sobre la Intervención y el Impe­rio de 1904; otro es Justo Sierra, con su libro Juárez: su obra y su tiempo de 1905; y, finalmente, el de Andrés Molina Enrí- quez, Juárez y la Reforma , de 1906. Con los tres, en conjunto, se podría formar un triángulo; a veces rectángulo, cuando predomina el tratamiento científico sin llegar a pitagórico, de Molina; a veces, obtusángulo, cuando un amplio vértice encierra el enfoque sereno y humano de Sierra; otras veces, acutángulo, cuando se erizan y afilan los ataques de Bulnes. Así de diversos y contrastados son los puntos de vista de estos porfiristas, porque así de cambiante y apasionante es todo juicio que emitimos y escuchamos los hombres sobre el pasado y los hombres que entonces actuaron, en un mundo de intereses, pasiones, dificultades e ideales contrapuestos.

Entre ese mundo que al ir desapareciendo embestido por nuevas realidades fue condicionando y constituyendo al Mé­xico moderno, estaba para las personas que asistieron al ocaso del porfiriato, el mundo de Juárez, el México de Juárez. Bulnes, para comenzar, negaría esta expresión, interesado como estaba en desprestigiar el recuerdo amonestador de Juárez, para poder anteponer y acreditar la figura dictatorial de Porfirio Díaz. Sierra la reconocería en emotiva oración dirigida al patricio. Molina la exaltaría hasta identificar a Juárez con la patria.

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Si la presentación de este análisis no resulta tan geomé­trica como ese símil del triángulo, ojalá no desdiga de las obras de aquellos historiadores ni de la atención del lector.

Generalidades de las tres obras

El verdadero Juárez y la verdad sobre la Intervención y el Imperio , como lo declara el título mismo de esta obra de Bulnes, tiene un definido carácter monográfico. Apareció un par de años antes de la celebración del centenario del naci­miento de Juárez. Su hechura analítica, su engarce arrolla­dor de documentos y su imparable labor de desentrañar, o como Bulnes dice, de “desenterrar, investigar, escudriñar, procesar, agobiar, abrumar, remoler a los hombres, tam izar­los” junto con sus acciones,1 provocaron de inmediato polé­micas y refutaciones airadas en desagravio de Juárez. No cejó el autor, y en 1905 reatacó con Juárez y las revoluciones de Ayutla y de Reforma , en donde se debatió entre sus rom an­ticismo y un parcialismo individualista exagerados.

El trabajo de análisis “sin piedad” que preparó Bulnes avanza y penetra a través de una infinidad de circunstancias y datos; no con consideraciones o comentarios tendientes a la síntesis, sino con la repetición machacona de la tesis de veridicidad o claridosidad personalista, ¡que en forma de inte­rrogantes, hipótesis, sugestiones y acres digresiones motiva­das o no, pulveriza el objeto de su estudio; sería mejor decir, de su juicio histórico tribunicio sobre la figura de Juárez.

Juárez y la Reforma fue el estudio que presentó Molina al concurso literario abierto por la Comisión nacional del centenario del nacimiento de Benito Juárez, en 1906. En su primera parte, “Los Antecedentes”,2 se muestra como un análisis sociológico-histórico, que da cuenta de los elementos derivados del medio físico-social, de los que se refieren a las razas y de los relacionados con el momento histórico. La segunda parte, “La Reforma”,-* resultante así del análisis como de la síntesis, pero con marcada preponderancia de ésta, tra ta de “El Plan de A yutla”, “Las leyes de desamorti­zación” y “El verdadero Juárez”. En ella hace más conside­raciones y aseveraciones que apuntamientos de hechos. En la Conclusión así lo reconoce:

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...habremos olvidado muchas circunstancias, habremos inter­pretado mal muchos juicios y habremos falseado muchos he­chos al agruparlos en generalizaciones tal vez demasiado amplias y poco precisas; pero aun así, creemos haber acertado a hacer el modelo de arcilla que deberá servir para que un maestro vacíe en bronce la obra definitiva de la historia con­temporánea actual.4

Juárez: su obra y su tiempo constituye la singular apor­tación de Sierra a la historiografía juareciana. En este libro señero, el positivo tras el negativo, vino a sedimentarse la polémica desencadenada por la vitriólica vena de Bulnes. Con tal aplomo se sitúa el maestro más allá del debate, que no tiene otro afán sino “limpiar del negror del humo” la figura representante del derecho nacional, Juárez. Esta horaciana frase de la dedicatoria, a lo largo del trabajo se convierte en compromiso y guía de la obra que Sierra ofrece “a la genera­ción que llega”.

Esta biografía de Juárez, en el marco de su obra y la de los suyos y en medio de las vicisitudes de su tiempo, guarda notable equilibrio entre el relato de los acontecimientos, el análisis y el juicio de síntesis que sobre aquéllos se proyecta. Los datos y detalles recogidos son fruto de una concienzuda selección. Nunca acumula información inútil y embarazosa. Rehúye de toda fatuidad o erudición que, por lo ingenua, no haría más que empujar “dulcemente a la sonrisa”. El juicio, en ocasiones, corta el relato para ilustrarlo y, en otras, lo rem ata para coronarlo con el entusiasmo sentencioso de Sie­rra ante la persona del “inconmovible zapoteca”. Así nos comenta:

...cuanto aquí estampo lo he visto vivir en los documentos, en las páginas de la historia y en mis recuerdos... seguiré contan­do el cuento que me refiere mi espíritu escogiendo entre los detalles el significativo, el característico, el que subraya una época o da el valor justo a una totalización o marca bien el contorno de un personaje o el color de un episodio; de aquí puede, pensada o impensadamente, surgir cierta inexactitud en el pormenor adrede descuidado para ir en busca de una impresión de conjunto."1

Y la impresión es fiel y eficiente, pues a la narración de

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los hechos añade la investigación de las causas y aventura el señalamiento del derrotero de los efectos. La suya es una impresión científica, a pesar de ser tan emotiva; una historia- ciencia que impresiona y conmueve; para él es la verdad.6

Comentario de los tres textos

Entre los muchos enfoques y comentarios que merecerían u soportarían estas obras, aquí sólo se hallarán el de su exten­sión, documentación y método, y el de su tratamiento del asunto Juárez.

A. La extensión

Respecto al tema que tratamos, Juárez en la Reforma y la Intervención, El verdadero Juárez ... de Bulnes, más que en extensión de contenido, debe ser considerado en intensidad de comprehensión, porque lo abarca en su totalidad, como nadie lo había hecho antes.

La primera parte de la obra refiere “El Origen de la Intervención”; la segunda y tercera, “La Defensa Nacional”; la cuarta, “La Salvación”, y la quinta, “La Justic ia”, cuyo capítulo décimo lo integran las Conclusiones.

En cualquiera de esas partes el material relativo a nues­tro tema, además de ser abundante, se halla bien enfocado. Cabe señalar que la quinta parte, “La Justic ia”, tópico al que se manifiesta más proclive Bulnes, supera en extensión pro­porcional a las demás, pues es algo más de un tercio del libro. Ni para qué insistir en que la personalidad de Juárez es lo que magnetiza el estudio.

En cambio, aparentemente sólo el último capítulo de Juárez y la Reforma de Molina, “El verdadero Juárez”, tra ta ­ría nuestro tema; pero dada la tesis étnico-socio^gica del autor, nada se puede señalar en su libro que, directa o indirec­tamente, no toque el asunto que nos ocupa. De modo que si relacionamos esta declaración de Molina:

En nuestra opinión, la dictadura de Comonfort fue una parte de la Reforma; la Guerra de Tres Años fue una parte también de la Reforma, y la Intervención fue, igualmente, otra parte de la Reforma. Las tres partes son inseparables,7

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con lo asentado por él mismo páginas atrás:

Juárez fue la personalidad necesaria para hacer triunfar laReforma.8

no tendremos sino que aceptar lo que con toda razón él nos advierte:

...este estudio tiene ante todo por objeto la personalidad deJuárez.9

Asimismo, como es obvio, nuestro tema no está tratado expresamente en Juárez: su obra y su tiempo, de Sierra; aunque sí ocupa su debida proporción en la magnitud total.

Determinados por la afirmación de Molina, en el sentido de que la Reforma comprende tres partes inseparables, enfo­camos y redujimos nuestro estudio sobre este libro de Sierra a los capítulos “La Reforma m ilitante”, “La Reforma triunfan­te”, “La República y la Intervención” y “La Disidencia libe­ra l”, que comprenden más de la mitad del volumen.

No sólo es proporcionada la extensión concedida por Sierra al tema que nos interesa, sino que él mismo, al afron­ta r el asunto de la Intervención, punto crucial del proceso, anuncia: “Vamos a escalar el periodo supremo en la vida y obra de Juárez...”, dando así validez a la selección que hici­mos de esos capítulos.

B. La documentación

Francisco Bulnes hace un verdadero alarde de abundancia y eficiencia con los documentos que emplea. Se surte de las fuentes de información más variadas, extranjeras y naciona­les, oficiales y particulares, éditas e inéditas, cartas y partes, notas gubernamentales y periodísticas, interrogatorios y en­trevistas, etcétera. Como simple ejemplo, al desgaire, he aquí algunas de las muchas que aparecen citadas al calce de las páginas:

JAURET, Le Mexique devant les Chambres françaises. Corres­pondencia de Juárez y de Montluc.

M a t ía s R o m ero , Sexta conferencia con Mr. Seward. Gaceta de Madrid, 23 de diciembre de 1861.

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C o r o n e l R iva P a l a c io , Parte al General González Ortega.Carta particular de Saligny al general Serrano.

G a u l o t , L E m pire de Maximilien y Rêve d ’Empire.VICTOR D u r a n , Le Génerale Miramón.G e n e r a l T h o u m a s , Les Français au Mexique.DOMENECH, Juárez et Maximilien.LOISILLON, LExpedition du Mexique.G e n e r a l P i e r r o n , Méthodes de guerre.G. DE BRACK, La Cavalerie.L e f e v r e , L'Intervention européenne.Protesta y excomunión del clero, 26 de diciembre de 1863.PAYNO, Gastos, rentas y acreedores.

En la documentación de procedencia extranjera, predo­mina la francesa; en la nacional, la oficial u oficiosa. A veces, sus entrecomillados copian el texto en francés; pero casi siempre lo traducen, principalmente si son de otra lengua distinta.

Impecablemente, al calce y al modo de señalar el apara ­to crítico por autores de la época, Bulnes anota autor, obra, tomo y páginas; son frecuencia usa el obra citada, o única­mente, autor y página. Con tales recursos deja la impresión de lo firme y objetivo.

Molina, en la mayor parte de su obra, emplea una docu­mentación secundaria. Cita el Ensayo político... de Hum- boldt, El porvenir de las naciones hispanoamericanas de Bulnes, como también El verdadero Juárez... Utilizó el Méxi­co a través de los siglos; la Historia General y el México y su evolución social de Justo Sierra; el De la colonización de Leroy Beaulieu; la Legislación federal complementaria del Derecho Civil de Pallares; el Génesis del Derecho mexicano de Ortiz de Montellano; una Carta de Palafox, obispo de Puebla; la Historia de las revoluciones de México de Zavala; el Ensayo sobre el verdadero estado de la cuestión social y política, 1842 de Otero; La Reforma y el Segundo Imperio del doctor Rivera. Alude a la bula Noverint Universi y a varias leyes o artículos, y con mucha frecuencia a Spencer.

Si no abundante, sí selecta y suficiente y, más que todo, muy bien empleada es su documentación. Decididamente todo su trabajo, como dijimos, se encamina hacia la síntesis. Pero hay que apuntar que casi nunca recurre al aparato

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crítico, reduciéndose a mencionar autor y obra, antes de las citas.

Sierra declara abiertamente que “no lleva esta obra aparejada su comprobación documentaría”;10 mas no hay en ello una grave ignorancia, todo lo contrario. No podía el maestro caer en la tram pa de la andam iada y erudición inge­nua “que desarma y empuja dulcemente a la sonrisa” de Bulnes, aquel “célebre humorista mexicano, amiguísimo de desconcertar a sus lectores... con inesperadas paradojas”.11 La paradoja más sardónica del “humorista mexicano” debía resultar para Sierra la triste contradicción entre el impresio­nante aparato crítico documentario y el exacerbado apasio­namiento de Bulnes por su verdad.

Sierra desdeña el aparato porque tiene que hacer ver lo que él ha visto, entrever lo que él ha entrevisto. Tiene la vida como documento y tiene algo más que el “humorista mexica­no”; tiene humor:

De esto tengo la más francamente descarada voluntad de no corregirme. Quedan advertidos los lectores.12

Pero, por encima de todo, él tiene vivencias. Se encuen­tra en la misma página una expresión suya que va más allá del positivismo en boga por no resignarse a permanecer más acá del agustinianismo; dice:

Cuanto aquí estampo lo he visto vivir en los documentos, en las páginas de la historia y en mis recuerdos, y tal como lo he visto lo he trasladado al papel... Todo ello se mueve y existe en mi espíritu impresionado por lo que creo la verdad...

Por eso la inm ensa carga de su conciencia y conocimien­to históricos no podía, no debía quedar subplantada, m ania­tada por los grilletes seudocientíficos de un metódico aparato crítico. En este sentido, su obra es la de un testimonio de primera mano. El se siente y es testigo. Amén de este testimo­nio vivo, personal, que sabe tocar las fibras más nobles del alma mexicana, Sierra ofrece una documentación tan rica, tan selecta y tan variada como el que más. La documentación brota de sus recuerdos de comunicaciones personales, de dis­cursos, actas y proclamas. Si tra ta de franceses, aduce in­

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formación francesa, por ejemplo, de L ’Empire libéral de Emile Ollivier. Los juicios sobre M. de Morny, están tomados de Alfonse Daudet. Cita un sinfín de autores sin mencionar casi nunca su obra. En cambio, sí data debidamente los discursos que utiliza. Son muchas y frecuentes las cifras que emplea y que, sin más, debió consultar, pues sería imposible el que las retuviera en la memoria. Elegantemente tachonan sus páginas, al estilo de la época, expresiones y términos franceses, ingleses, italianos o latinos.

Su trabajo se realiza con material secundario; pero no es completamente desconocido, ni ajeno, el material primario. Su documentación, de nuevo, es más que segura y abundan­te; si bien, como se dijo, desdeña el andamiaje crítico.

C. El método y la interpretación de Bulnes

Si los libros se empezaran a leer por el final, en el penúltimo párrafo, no más, de El verdadero Juárez encontraríamos:

Pero la historia no es ni puede ser generosa, sino justiciera; la clemencia le está prohibida; su tarea no es de hacer desapare­cer a los hombres en el sepulcro sin epitafio, sino desenterrar, investigar, escudriñar, procesar, agobiar, abrumar, remoler a los hombres, tamizarlos entre las mallas de una crítica sin piedad, sin límite, sin vacilaciones, sin más temor que el de no haber descubierto lo bastante para formar la lección que debe servir a los hombres del presente para preparar su porvenir. La historia es una ciencia tan recta como las matemáticas y en donde la humanidad debe leer claramente su destino escri­to de preferencia con los errores de su pasado.

Avancemos luego al antepenúltimo párrafo:

Después de la muerte de Juárez, sus grandes y numerosos enemigos supervivientes han perdonado, han borrado las tra­zas de sus odios, han expulsado de su corazón el resentimien­to, para sólo recordar al Juárez de Oaxaca, al de la revolución de Ayutla, al de la Reforma y al del Imperio, siempre lleno de errores, pero siempre robusto por su envidiable salud moral.

Ahora regresemos sobre el último, aunque encierre más am arguras que las peores heces del peor vino:

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No pretendo ser el perito de la historia, aspiro únicamente en este libro a establecer una mina en los cimientos de ese edificio monumental de falsedades que el espíritu de partido, de fac­ción, de camarilla, abusando de la ignorancia y de la vanidad nacional, ha levantado y pesa ya mucho sobre nuestras con­ciencias. Los hombres de buena voluntad y de buena ilustra­ción se encargarán de fallar en definitiva sobre la figura de Juárez, llevando en consideración los fundamentos emana­dos de una crítica sana, apoyada en hechos y pruebas incon­testables.

¿Cómo llegó a cerrarse entre tanto ácido tartárico un libro que en su primer párrafo hacía gala de la más desapa­sionada y despersonalizada objetividad, abriéndose, sin el menor comentario introductorio, con la transcripción entre­comillada y datada de un documento? En realidad es impre­sionante la m anera como Bulnes comienza el primer capítulo de su trabajo:

Pero debemos remontarnos al 24 de noviembre de 1858, para descubrir la primera idea de una intervención unida en los asuntos de México. En aquella fecha el señor Mon (embajador de España en París) comenzó a conferenciar con el señor Waleski (ministro de Negocios extranjeros de Francia)...

El documento es extenso y termina así:

El Conde Waleski y yo...

(Es Mon quien comenta)

...hemos dejado esa cuestión en tal estado a fin de comenzarla de nuevo en momentos más oportunos.1”

Y al calce de la página, con severo aparato crítico, cita Bulnes:

1. JAURET, Le Mexique devant les Chambres françaises, p á g . 6.

Tal vez la respuesta tendríamos que pedírsela más al sicólogo que al historiador, pues no deja de ser curioso que un ingeniero que nada construyó, haya aspirado con su libro a d inam itar los cimientos del monumento (de tinta, papel y

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voces hum anas, claro está) que se iba levantando en honor de Juárez. Sí; el libro de Bulnes es una bomba. El manejo de la documentación puede compararse con el cálculo matemático que pide la preparación del explosivo; pero su tendenciosi- dad, con una explosión de resentimientos, am arguras y des­precios que revientan, como en campo minado, en cada pági­na del libro. ¿Quién más, si no el sicólogo, podría explicar cómo un positivista que dijo de la historia ser “una ciencia tan recta como las m atem áticas”, haya podido formular jui­cios de valor sobre el objeto de su estudio histórico, como el siguiente?

Juárez no hacía discursos, ni libros, ni ocupaba la prensa, ni escribía epístolas, ni conversaba en la intimidad, ni tenía esprit, lo que hace al pensamiento penetrante como un perfu­me, ni era insinuante, ni expresivo por sus gestos, por su movimiento, por sus miradas; su único lenguaje era el oficial, severo, sobrio, irreprochable, fastidioso, inaguantable; su úni­ca actitud la del magistrado escuchando un alegato; su única expresión la ausencia de todas. El aspecto físico y moral de Juárez no era el del apóstol, ni el del mártir, ni el del hombre de Estado, sino el de una divinidad de teocali, impasible sobre la húmeda y rojiza piedra de los sacrificios.i;i

Reflexiónese en la vaciedad salonesca de esprit y la hum ana tragicidad de teocali, y se calibrará la posición infa­tuada por inoperante, desvertebrada por pretenciosa, ines- tructurada del ingeniero Bulnes. La posición presuntuosa de Bulnes nace de confundir en su persona las funciones y métodos de la historia con los del historiador y ambos con los de un ángel exterminador lanzado por la divinidad, no ya de teocali, sino la del deber-ser. Para Bulnes, si la historia es una ciencia “recta”, el trabajo del historiador es el tajo recto de una espada entre el ser que fue y el deber ser que nunca es, porque no existe. De esta pretensión , estiramiento entre lo real y lo ideal, brota su pretención dogmática y tribunicia. No se contenta con ser el testis temporum , sino que se encarama al sitial del Judex\ pero, en esta ocasión, del Dies irae.

A continuación se copian, unos de mil, estos pasos que documentan las afirmaciones anteriores. Los primeros se refieren a Juárez:

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¿Cuál debió ser el objetivo de la guerra? ¿Derrotar a 32 000 soldados franceses de primer orden?... se necesitaba en primer lugar dejar pasar el periodo de pánico... En segundo lugar, era preciso que Juárez descontara del plan de campaña el ideal irrealizable de derrotar a Francia.14

Juárez no debió someterse, pero sí hacer lo siguiente: salir de México cuando se aproximaban los franceses... Debió ordenar a los Gobernadores de los estados que se conservasen en sus puestos... Debió también hacer que se enganchasen en dicha guerra voluntariamente... Juárez después de ocupar a Piedras Negras... debió partir a Estados Unidos dejando en México organizada una resistencia.15

El gobierno de Juárez no comprendió el problema que debía resolver, cuya solución consistía, como he dicho, en... Se hizo todo lo contrario de lo debido...HS

Ahora el turno es de Maximiliano y su camarilla:

¿Hizo bien Maximiliano en proponer semejante solución?... Para que el gobierno imperial hubiera podido obrar con plena libertad, le habría sido necesario dar por terminada la inter­vención... Si el clero hubiera entendido las cosas...17

Bazaine no tenía razón de apelar a los procedimientos de Argel. ¿Quedaban mexicanos honorables que pelearan sin descanso por la libertad de su patria; o bien, la resistencia era sólo un pretexto de bandidos para desarrollar el pillaje? Si lo primero se afirma,...18

Se ofrecían tres hipótesis: Primera. Al retirarse los franceses, Maximiliano no abdicaba; Segunda... Maximiliano no abdi­caba y entonces el gobierno francés entregaba en México el poder al partido reaccionario; Tercera. Abdicaba Maximilia­no y Napoleón formaba un gobierno liberal con cualquier caudillo reformista enemigo de Juárez.19

Miramón debió separar del ejército a Arellano y darle otros $30 000, reflexionando que la presencia de un infame esbirro no podía honrar al ejército.20

Sea lo que fuere de la razón de un deber ser, de un haber sido, y de las inteligentes hipótesis y planteamientos de Bul-

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nes, una cosa es incuestionable: es inútil y poco cuerdo m ar­carle derroteros a la historia y condenarla por no haberlos seguido. Aquí el positivismo del ingeniero disfrazado de de­miurgo, queda desencajado y cojo.

Enquistado en el deber ser, el procedimiento metodoló­gico de Bulnes le juega verdaderos dislates en la tarea del tratam iento del asunto Juárez. El fundamental y determi­nante en el enfoque del estudio-juicio de la personalidad de Juárez es el de un substancialismo histórico, muy cónsono con ese deber ser , desconocedor de las circunstancias cam­biantes y, quizá, ilógicas de los verdaderos acontecimientos de nuestra historia nacional. Si juzga & Juárez organizador, tira la siguiente conclusión:

Del examen de estas cifras se desprende: Fue mucho más vigorosa la resistencia hecha a los norte-americanos que la que tuvo lugar contra los franceses bajo la organización y dirección del gobierno de Juárez.21

Los números, fieles y exactos, dioses y armas, que Bul­nes venera, no le permiten comprender, suponiendo la reali­dad de su parecer, que las causas y circunstancias de la invasión yanqui y la intervención francesa fueron radical­mente diversas. Mientras la yanqui era una cuestión in terna­cional que México no supo resolver, la francesa era una cuestión derivada de problemas domésticos y tra ída a casa por miembros de la misma familia mexicana. Si la primera no se solucionó satisfactoriamente por la desunión, la segun­da fue provocada directamente por esa desunión. El proble­ma de Juárez radicaba en ser presidente de México, mas no de los mexicanos desleales y facciosos.

En este gran sentido de incapacidad para individuali­zar las causas de los acontecimientos, se inserta otra contra­dicción de Bulnes. Ella es que mientras los méritos no son únicamente, ni principalmente de Juárez, las fallas sí se le imputan en pleno. Veamos estos dos extremos que sólo se tocan y explican según la antipatía personal, ¿racial?, de Bulnes por la divinidad de teocali:

Llevamos treinta y siete años de sostener una injusticia para satisfacer las necesidades filosóficas y ruines de nuestro espí­

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ritu latino, afligido por una decrepitud sin dignidad. Se nos ha repetido sin cesar: Juárez por su constancia personifica nues­tra guerra contra la Intervención y el Imperio. ¿Acaso no fueron igualmente constantes los grandes caudillos de esa lucha, como los generales Zaragoza, Arteaga, Salazar, Díaz, Escobedo, Corona, Régules...?

Luego sigue el texto:

Juárez permaneciendo en su puesto, desplegó constancia y gran falta de habilidad, y por ella la resistencia estuvo a punto de terminar, si a tiempo la actitud de Estados Unidos no hubiera hecho cesar en gran parte la persecución activa con­tra los últimos restos de los republicanos acosados por el ejército francés.22

Para Bulnes, “el puesto de Juárez no fue el de esos héroes desgreñados, de camisa sucia, sin equipajes, sin ali­mentos sanos y seguros, sin colchones donde reposar...”23 Por eso no le concede el menor reconocimiento, ni derecho ni oportunidad. No debe haber lugar de honor para él, pues el primer sitio corresponde a los combatientes; el segundo, a la diplomacia yanqui, y el tercero, tal vez, a Matías Romero, de quien dice: “ ...durante el periodo de la Intervención y el Impe­rio, prestó a su patria en el orden civil servicios superiores a los decorativos que prestó Juárez.”24

Si jugando a jueces, como el “humorista mexicano”, tratam os de asignar más lugares en los méritos, tal vez debe­ríamos asignar un accésit a la casualidad. Tratando de la feliz casualidad “de que se reunieran los Generales Corona y Escobedo sin novedad al frente de Querétaro...” , comenta no sin ironía:

La casualidad fue galante, correspondió a la confianza de Juá­rez, lo sirvió como a su soberano y dejó complacido al partido liberal. La casualidad merece también su Centenario.2*

La idea de la casualidad la llevaba Bulnes como un vómito que tenía que arrojar, hacia el final de su libro, contra la conmemoración del centenario del natalicio de Juárez, que él veía aproximarse ante su repugnancia y desprecio. El caso es que ya desde muy a los comienzos de su obra había escrito:

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Juárez que todo confiaba a lo que se llama casualidad y a su firmeza para esperar a que esta diosa de los ciegos hiciera milagros, ni siquiera notó...2(S

Entre esas dos páginas situadas tan en los extremos del libro, mete un sinfín de alusiones y aseveraciones que presen­tan a los acontecimientos, hechos y personajes trabajando e interactuando casualmente para Juárez que, según Bulnes, no tuvo más mérito que el no haberlos obstaculizado.

Este hombre segundón y anodino, pero taimado, indio al fin, el Juárez de Bulnes, es inactivo con una inactividad enraizada en la torpeza. Sobre la falta de ejército con que Juárez tuvo que enfrentarse a Lorencez, comenta Bulnes:

Esta inacción se explica por ser la propiedad característica de Juárez, reforzada por la muy notable de su Ministro de Guerra el general Don Pedro Hinojosa... (de quien no se percató que) era también un inactivo olímpico.27

Como Juárez no resultaba ser fáustico, no le merecía a Bulnes más que un desprecio olímpico; sobre todo, porque aquél rehuía el enfrascarse en la solución de los problemas. Leamos:

Desgraciadamente Juárez tenía horror por los problemas; a todos les presentaba una solución uniforme, como lo dijo en el Congreso de 1861 el Diputado Ignacio Manuel Altamirano, y esa solución consistía en tomar la firme, silenciosa, invaria­ble, indestructible, fría, eterna y monumental actitud del dios Término de los antiguos...28

Juárez no sería para la dictadura, porque era el modelo correc­to de la carencia de iniciativa... era más bien un obelisco que un gobernante; Juárez es el foco de las grandes cualidades pasivas y la nulidad irrevocable de las cualidades activas...29

El temperamento de Juárez fue el propio del indio, caracteriza­do por su calma de obelisco, por esa reserva que la esclavitud fomenta hasta el estado comatoso en las razas fríamente resignadas...'50

P ara este indio, aun cuando acierta y toma decisiones, sus triunfos personales tienen que salir desdorados por pro­

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blemas y contradicciones ajenos. En este caso no sabemos si Bulnes manifiesta compasión o esconde la alabanza; por ejemplo, después de los comentarios al 5 de mayo de 1862, dice:

A Juárez no le convenía patrióticamente más que sostener la guerra hasta perecer o liquidar con Europa... ¡Pobre de México si Napoleón después de tomar a Puebla en 1863, propone la paz a Juárez y éste la acepta ofreciendo pagar a Napoleón...! La salvación de México, como los hechos lo han probado estaba en la guerra... México no podía liquidar sus deudas..., más que con su cólera, con su sangre, con su ruina y con su decisión de perecer o liquidar.31

El párrafo de Bulnes parece traslucir que a Juárez le era posible conocer el resultado final de la lucha con Francia. ¿En qué podría basarse? En lo que fuera o en nada; el caso es que Juárez decidió y la historia fue que ni pereció ni liquidó. ¿Toda la actuación de Juárez no fue suficiente para que el “humorista mexicano” limara sus juicios? ¿De eso no hubo documentos? Los hubo, pero para Bulnes eran antídotos o antieméticos de su busca intelectual.

¿En qué molestaba al intelectual Bulnes, admirador de las razas comedoras de trigo, el aspecto físico y moral de Juárez, Juárez indio? ¿Sería el contrasentido de que un subal- imentado, criado entre maizales, haya personificado “nues­tra guerra contra la Intervención y el Imperio” que nos llega­ba depile la región de los trigales? ¿O que en su am argura pretenciosa nada haya podido hacer ni decir en contra de la verdad de aquel indio “siempre robusto por su envidiable salud moral”?

D. El procedimiento y el juicio de Molina

El tratam iento que ofrece este segundo autor queda comple­tamente en línea con el positivismo que concibió a la historia como resultado de leyes y generalizaciones al modo y en el ámbito de las ciencias naturales. Molina, como lo apuntába­mos, reconoce la acción combinada del medio ambiente, la raza y el momento histórico en la determinación de los acon­tecimientos; no obstante, acentúa el carácter preponderante

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que juega la naturaleza del territorio debido a la distribución de los climas, de los cultivos y de los yacimientos metalúrgi­cos.

La aplicación del principio anterior nos explicaría, se­gún su aforismo “La historia nacional es la historia de las luchas por el dominio de la zona de los cereales”,32 el triunfo de Juárez, debido a la feliz inspiración de

...haber salido de la zona expresada y haberse situado en Veracruz... (y por la) dirección que Degollado dio a la campa­ña, (consistente) no en desarrollar planes extensos, sino en impedir a todo trance, como lo consiguió, que la reacción consolidara su dominio sobre la zona firme.33

Con tales presupuestos, la figura y personalidad del Juárez presentado por Molina se elevará al prototipo de las fuerzas vivas de la raza. “Los criollos, dice, llevaban en su sangre la debilidad volitiva española... los mestizos tenían en su sangre, sangre española también, pero subordinada a la sangre india, cuya energía es indudable...”34 El mestizo, aunque haya hecho la independencia, quedó suplantado por los criollos, y no logró el triunfo definitivo sino hasta el plan de Ayutla; y cuando logró ese triunfo, su sangre india estaba muy lejos de estar agotada. Su independencia moral tenía que ser el resultado del carácter híbrido de su raza.

Esta interacción étnico-social en la vida nacional, se­gún Molina, se produjo de manera ampliada porque

...los elementos étnicos de la población no estaban de tal modo separados, que todas las unidades de cada uno estuvieran precisamente dentro de él... En la masa del elemento criollo, figuraban algunos mestizos; en la masa del elemento mestizo, algunos criollos, algunos indígenas, etc., sin que por ello haya perdido cada elemento su naturaleza especial, sus rasgos ca­racterísticos propios.35

Así pudo deducir el autor que el grupo de los mestizos “se veía representado por Juárez, y Juárez se veía representado por todos y cada uno de los mestizos”.36 Obviamente nadie va a negar el hecho histórico de la identificación del indio Ju á ­rez con el grupo liberal en que tienen notable representación los mestizos; eso no quita que la posición de Molina se antoje

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demasiado cerebral e intencionalmente fabricada, demasia­do positivista, digamos, para explicar y aplicar científica­mente la causalidad de tipo racial a la Reforma y Juárez.

Por lo que hace al momento histórico, Molina se ocupa y parece no acabar nunca de señalar una periodización bas­tante esquemática, al modo positivista, de la historia nacio­nal. Originalmente, una división bimembre: “El Plan de Ayutla, que inició la Reforma, divide nuestra historia en dos grandes partes: la anterior y la posterior a ese p lan”;37 la primera, de integración bajo el poder coactivo de la colonia, la segunda, de desintegración por la anarquía in terna y la debilidad externa del santanismo. De ahí en adelante, viene la Reforma, como etapa de transición entre aquella desinte­gración y la nueva integración nacional que establece Juárez en contra de la Intervención y el Imperio. Por otro lado, Molina señala dos periodos de la Reforma: el de la constitu­ción definitiva de la nación mexicana y el de su imposición a otras naciones.38 Después, en síntesis, quedará la Reforma integrada tanto por la dictadura de Comonfort, la guerra de Tres años y la Intervención,39 como llevada a su realización plena por los liberales mestizos y por Juárez.

El criterio con que el autor seguirá el rejuego de estos tres elementos lo encuentra el lector apenas iniciada la obra. Será un análisis histórico científico de “los impulsos sociales que en la evolución universal y en el proceso de la selección colectiva han determinado los movimientos de esos grandes hombres.”40 Como tal tarea conlleva un carácter orgánico que requiere “el estudio de todas sus circunstancias especia­les y el trabajo sintético de apreciación de esas circunstan­cias en conjunto”, resultará indispensable “un método estric­to para evitar el desorden y la confusión”,41 y a él se apega en cada una de las partes y capítulos.

Del ajuste entre criterio y elementos determinantes res­plandecerá dentro de un marco bien definido, con señalacio- nes de transición, la heroica figura de Juárez. Alrededor de ese marco Molina no acostumbra sobrecargar los adornos del elogio, cuanto elaborar caracterizaciones que, obvia y perti­nentemente, le sirven de panegírico. Considere el lector algu­nas de ellas:

*

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Juárez fue la personalidad necesaria para hacer triunfar la Reforma.42

Juárez se identificó con él (movimiento de Reforma)... como autor de él y no como simple ejecutor...43

En el trabajo de resistencia que los mestizos tenían que hacer no podían haber sido dirigidos por una personalidad más a propósito que la de Juárez. Unidad saliente y vigorosa de una raza que por su localización en la mesa del Sur, tuvo que gastar menos energía que la azteca, antes de la conquista, y que sufrir menos comprensión española en la época colonial, lo que la hizo disipar también menos energía que la azteca. Juárez había podido ascender hasta colocarse en la raza mes­tiza y ocupar un lugar prominente en ésta, cuyos sentimientos y cuyas ideas reflejaba.44

El partido liberal era el mismo que Juárez; Juárez era lo mismo que el partido liberal. Y si Juárez representaba de un modo completo a los mestizos como grupo social, representaba todavía mejor las aspiraciones, los ideales, los sueños de ese grupo...45

Cuando las fuerzas aliadas llegaron a reunirse en Veracruz, se encontraron con que en lugar de la anarquía deshecha que suponían había traído consigo el triunfo de Juárez, existía un gobierno fuerte y respetable presidido por él. Esto los sorpren­dió y desorientó... y comenzaron por reconocer el gobierno que encontraron.46

Juárez era otra vez el apego al territorio nacional, el deseo de asegurar la nacionalidad de su raza, la aspiración, en suma, de fundar su patria propia. Juárez, pues, era de nuevo la patria. Y en el intento entonces perseguido, Juárez no sólo representaba la formación interior de la nacionalidad, sino el empeño incomensurable de imponer al exterior esa nacionali­dad.47 .

Juárez no dudó nunca del éxito de su causa. Su sueño de imponer la nacionalidad mexicana le prestaba una fe que no ha tenido igual en la historia.48

Creemos no exagerar al afirm ar que en los párrafos recién copiados se hallan los puntos básicos del análisis

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histórico de Molina. Hay en ellos alusiones y aseveraciones referentes a la interacción de los tres elementos o factores determinantes de los acontecimientos y los personajes: el medio físico en la tercera cita; el racial, ahí mismo y en la cuarta; el momento histórico, en la quinta y en la sexta. De la interacción de estos elementos aflora la personalidad de J u á ­rez, como en las citas primera y segunda, indispensable para el grupo mestizo y para la Reforma, así como para la constitu­ción e imposición de la nacionalidad mexicana, según las dos últimas citas; y, sobre todo, se pone de relieve la figura del patricio, con su fuerte fe en el éxito de la patria, como en la última cita.

E. El modo y el criterio de Sierra

No podía esperarse menos de Sierra que un enfoque un tanto positivista, aunque de un positivismo que fue deshaciéndose del embalaje seudocientífico y dejándose permear de elemen­tos más humanos, por nacionalistas y espiritualistas; mexi­canos, digamos, pero con un criterio independiente:

No vamos a narrar la Intervención, sino como un complicado fenómeno histórico; no a la luz de los principios, como expresa un socorrido clisé político, sino al dictado de los hechos; a ellos dejamos la ardua sentencia , de ellos la inferimos y no dogmas jurídicos del orden metafísico.49

En la creación de un espacio abierto para su juicio, deja de lado tanto la posición clerical como la gubernamental, que en forma tan problemática habían complicado los aconteci­mientos. P ara él el dogma religioso y el dogma reformista “resultaban escritos en diferentes idiomas”, tanto que “po­drían batirse, pero no entenderse”. Y así precisa:

No es en el terreno de los credos en donde pretendemos colocar­nos; ...nuestra tabla de valores no nos servirá de pauta para encargarnos de la moralidad o inmoralidad de los sucesos, sino en este sentido: puesto que el hombre es un factor de primera importancia en toda evolución humana, puesto que toda evolución en que el hombre interviene debe manifestarse por un aumento de la cantidad y en la calidad de vida de determinado grupo social, este criterio aplicaremos...50

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Será, pues, el dictado de los hechos confirmado por el aumento de vida de la nación lo que guiará su estudio. P ara Sierra el aumento se dio, mas no ciertamente como resultado de la Intervención, sino determinado, en última instancia, por la conciencia de nación que fue prendiendo entre los liberales, adecuados a su destino. Pero qué ingente resulta para Sierra la labor del hombre que hizo de catalizador en esa adecuación:

...su carácter, su gran carácter fue la barca en que tomó pasaje para el porvenir la suerte de la República. Más aún; a medida que, en presencia se los sucesos, se medita..., se adquiere la íntima convicción de que la fortuna para el programa refor­mista consistió en estar encarnado en un hombre que todos veían como la expresión auténtica y única de la ley.51

Y pensar que la declaración anterior corresponde a la Guerra de Tres Años, cuando la popularidad de Juárez “era apenas perceptible en comparación con la popularidad in­mensa del presidente Comonfort”. A qué alturas de dignidad hum ana no lo ascenderá Sierra cuando trate de la gesta de la Intervención; o sea, “el periodo supremo de la vida y la obra de Juárez”.52 En realidad, popularidad era lo menos que buscaba Juárez, sino adecuar la m archa de la patria a su destino porque

la fe de Juárez le hacía entrever el día en que la nación, dueña de sí misma, realizaría en paz su destino, y este resorte moral que sentía en el alma le daba la conciencia de que crecería a compás de las dificultades que pudieran sobrevenir, crecería más alto que ellas.53

El tal hombre,

...con su impasible rostro oscuro, su mirada rarísima vez en­dulzada bajo las dos alas de cuervo de sus cejas densas... era la ley; para traducir en palabras la expresión de ese rostro no había más que abrir el código de la Reforma.54

Pero ese “muro de sombra”55 gozaba de una extraordi­naria claridad de buen sentido para “percibir en él una con­ciencia exactísima de su obra y su trascendencia”.56 Tenía un

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“patriótico y recto criterio en la dirección práctica de los negocios”, sabiendo despertar “en todos la conciencia, el mexicanismo, la devoción por la República y la Reforma... No era un sensiblero, ni un sentimental siquiera; era un rígido; no cruel sino bondadoso a veces; nunca toleró que su bondad se sobrepusiese en su espíritu a su criterio de justicia, aun cuando este criterio fuese contrario al de muchos, al de todos...”57

Y cuando, quizá, creyendo “en el fondo de su conciencia que faltaba a su deber”, cedía a la bondad, como en el indulto de Miguel Negrete, no dejaba de puntualizar su posición:

...estimaría que ustedes comprendieran que los que goberna­mos tenemos que tener por mira principal la conveniencia pública, y no podemos dejar la preponderancia al sentimien­to...58

A renglón seguido comenta Sierra: “Aquella sangre za- poteca caldeaba otras excelsitudes, no la de la ternura hum a­n a ” .

Pero tampoco las de la venganza; ni siquiera la de la venganza que pudiera calzarse con el coturno de la justicia para ganar popularidad. Esto fue en ocasión del asesinato de Melchor Ocampo:

...su emoción fue hondísima al conocer el execrable crimen; pero mientras la representación popular y el pueblo urbano, agitado hasta el frenesí por los tribunos, eran la encarnación misma de la venganza, Juárez representaba la justicia; no una pasión, sino un deber, y con la espada de la justicia habló a la nación: “El pueblo mexicano, olvidado por un momento de su buena índole, ha gritado venganza; toca al poder judicial desarmar su justo enojo, castigando ejemplarmente a los que turban su tranquilidad; que sea la aplicación inexorable de las leyes el correctivo de su exaltación”.59

En Sierra no cabe la menor duda de que aquel hombre era el indicado “para vencer ese quemeimportismo dominan­te en los espíritus flacos de las generaciones agotadas en el terrible decenio del 57 al 67”.60 El es quien, aun en medio de una cierta desconfianza de sí mismo, pero confiado en la fidelidad de los suyos, decide en los graves momentos de la

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historia patria, y los suyos le secundan viendo su limpieza de actitud y su altura de miras. Los intereses individualistas de otros, como González Ortega y Doblado, pronto quedan supe­ditados a la fidelidad hacia el presidente. Por nada militar, los militares lo respetan.

U na vez en m archa la Intervención, conforme Juárez se replegaba al interior e iban cayendo las ciudades mexicanas en manos de los franceses, las ideas reformistas se fueron abriendo brecha aun entre las filas de la falange clerical, quedando intacta la obra revolucionaria de Juárez, porque hería

...ese plexo de prejuicios que llamamos convicciones, dejando indemnes los intereses vinculados en las estructuras sociales. El respeto al derecho, es decir, a la propiedad y por ende a toda la organización social, era el fondo de la obra liberal, como emanación del individualismo burgués inconmovible conser­vador.61

Con complaciente ironía y humor comenta Sierra res­pecto a la actitud inicial de los conservadores mexicanos: “Esto, dicho por los juaristas, no pasaba; impuesto por Fo- rey, se fue creyendo”. De modo que se realizó la paradoja: “La Reforma, sí; Juárez y los suyos, no”.62

Vemos cómo ya en vida, la personalidad de Juárez ausente, tránsfuga de vivaque en vivaque, exhumaba “pasio­nes que parecen expectros de rencores muertos”; pero a él le tenía sin cuidado; “para él la lucha fue entre dos deberes; midió, pesó y lentamente se decidió; se decidió una sola vez, sin un suspiro, sin un paso atrás: ¡el gran impasible!”63

Impasible porque todos los augurios le decían que la Intervención era una obra precaria. Duraría mientras dura­ra el status quo europeo, estrujado por el advenimiento de nuevas nacionalidades. Duraría cuanto la impotencia del federalismo norteamericano. Duraría lo que la paciencia de Napoleón III y la consistencia de sus sueños. Duraría lo que la resistencia del pueblo francés o las exigencias de los pro­blemas prusianos. Según el cálculo acertado de Juárez, “el Tmoerio no sobrenadaría. El último batallón francés tendría que servir de escolta a Maximiliano para sacarlo sano y salvo del país...”64 En lugar de ese batallón, por suerte de la

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guerra y decisión de los hombres, otro haría retemblar “en su centro la tierra” , la m adrugada del 19 de junio de 1867, en el cerro de las Campanas.

Así cerró el ciclo central y cimero de la figura de Juárez. El Juárez de la República Restaurada no es ni menos heroico ni menos importante que el de la Intervención y el Imperio; tal vez, sólo menos dramático. Por eso no hay que olvidar la emotiva oración que Justo Sierra dirige a Juárez en los últi­mos párrafos de su libro, inflamando la liturgia de la religión cívica que “cada generación” dedica a Juárez envuelto y resguardado por “la sagrada bandera de la República”.

III. Acuerdos y discrepancias de los tres autores

Parece que no es problema aceptar que los tres autores son representantes de la historiografía positivista mexicana y que su producción se cataloga como de primer orden; princi­palmente, sobre temas nacionales tan candentes e im portan­tes, como el asunto Juárez.

Además, y cada uno a su manera, denotan en su obra que sienten y sufren por México. Unos, como Molina y Sierra, con el orgullo de los grandes males superados. Bulnes, en cambio, por la humillación todavía no diluida de esos mis­mos males.

Las tres obras son monográficas. Predomina en ellas el material secundario, como en Molina y Sierra; pero también, y mucho, en Bulnes. Ninguna obra, a su vez, desconoce mate­riales primarios, por la edad de sus autores, casi siempre de primera mano. No es que Bulnes no los maneje, pero prefiere los documentos.

La extensión y comprehensión de nuestro tema, el J u á ­rez de la Reforma y la Intervención, se vieron determinadas, como dijimos, por la posición de Molina para quien la Revolu­ción de Ayutla, las Leyes de Desamortización y Nacionaliza­ción y la Intervención son sólo las tres partes de la Reforma. En este sentido, las obras de Sierra y Bulnes encajaron debi­damente, si no en el desarrollo puntual de los acontecimien­tos, sí en el análisis de la personalidad de Juárez, que fue el enfoque bajo el que condujimos el tema.

Respecto a la documentación que manejaron los auto­

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res, no hay dificultad en otorgarle las palmas a Bulnes, por la meticulosidad y acuidad con que dispuso su voluminoso y variado arsenal de fuentes; necesarias, por otro lado, para la amplitud de su trabajo. La obra de Sierra, con una menor extensión dedicada al tema, cuenta, sí, con documentación pertinente y eficaz; si bien, como lo dijo, no quiso em barazar­se con todo un aparato crítico y prefirió transm itir sus viven­cias, el cuento que le refería su espíritu. Por último, tendiente a la síntesis, la obra de Molina recurrió a la documentación mínima para la fornitura de sus datos, preocupado, más bien, por las generalizaciones.

En el aspecto de las interpretaciones o criterios, vimos que Molina confía en la aplicación de las leyes para-natura- les para la explicación de su historia. Bulnes, cree y se fortale­ce en los documentos. Sierra, en los hechos más que en los principios metafísicos.

Bulnes combate; Molina explica; Sierra educa.Ante el juicio, sin piedad, de Bulnes, Sierra contesta con

frases sentenciosas y encomiásticas; Molina, en cambio, en­marca, cómo el efecto se encaja en su causa, la personalidad de Juárez.

Son las partes de la diatriba, de la oración, de la ley.Ante la figura y moralidad del Juárez convertido en

divinidad de teocali por Bulnes, se contrapone la sangre zapoteca que caldeaba excelsitudes por encima de la ternura hum ana, por parte de Sierra; o la sublimación de lo mestizo, desde la sangre india, con una energía indudable, por Moli­na.

Mientras Molina habla de energía en Juárez, Bulnes habla de estado comatoso, y Sierra de encarnación del movi­miento liberal. P ara Bulnes, Juárez tiene soluciones del dios Término; para Sierra, en cambio, Juárez sabía hacer vibrar el mexicanismo de todos los suyos; para Molina se identifica­ba con el partido liberal. Pero para todos Juárez es el hombre excepcional por su constancia o por su envidiable salud mo­ral. En este caso, según Bulnes, Juárez sabe esperar, como las piedras que no tienen nervios, en la casualidad; según Sierra, en la visión y convicción que tiene de la inoperancia de las dificultades; según Molina, en su fe, como nadie en la historia lo había hecho. P ara nadie Juárez resulta insignifi­

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cante. El entendimiento de Molina, el resentimiento de Bul­nes y la devoción de Sierra, hacen del espectro de Juárez, capaz siempre de exhumar pasiones, una personalidad viva. Juárez vuelve a ser la patria, dijo Molina Enríquez. Con Juárez aum entan la cantidad y calidad de vida de la nación, señaló Sierra. En Juárez siempre campea una envidiable salud moral, reconoció Bulnes.

La obra de los tres historiadores, al fin de cuentas, más que mina explosiva, resultó ser, en Bulnes, cimiento; en Moli­na, cuerpo; en Sierra, corona del monumento de tinta, papel y voces hum anas que estaba levantando la conciencia nacio­nal al “inconmovible zapoteca”.

NOTAS

1. Las referencias a la obra de Francisco Bulnes corresponden a la publi­cación hecha en México por Editora Nacional, S.A., en 1956, con 873 páginas. En adelante sólo citaremos el apellido del autor y las páginas; por ejemplo, en esta nota, Bulnes, p. 869.

2. La edición de este libro de Andrés Molina Enríquez que tuvimos a la mano, es la primera de B. Costa-Amic, Editor, aparecida en México en 1972, con 155 páginas y un prólogo de Agustín Cue Cánovas. Las citas se harán como se indicó arriba: Molina, pp. 27-90.

3. Molina, pp. 91-153.4. Molina, p. 155.5. Manejamos para este trabajo el volumen XIII de las Obras Completas

de Justo Sierra, publicadas por la Coordinación de Humanidades de la Dirección General de Publicaciones de la Universidad Nacional Autó­noma de México, en 1977, como una segunda reimpresión. Es el número 61 de la colección Nueva Biblioteca Mexicana y cuenta con una intro­ducción de Agustín Yáñez, con unas notas de Arturo Arnáiz y Freg rela­tivas a la participación que como escritor tuvo Carlos Pereyra en los capítulos “Richmond y Sadowa” y “Querétaro”, y con unos índices de nombres y materias que preparó José Rojas Garcidueñas. Tiene un to­tal de 591 páginas. Para esta nota, Sierra, p. 338.

6. Loe. cit.7. Molina, p. 135.8. Molina, p. 24.9. Molina, p. 93.

10. Sierra, p. 338.11. Sierra, p. 257.12. Sierra, p. 338.

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13. Bulnes, p. 857.14. Bulnes, pp. 271-271.15. Bulnes, pp. 276-277.16. Bulnes, p. 281.17. Bulnes, pp. 511-512.18. Bulnes, p. 537.19. Bulnes, p. 694.20. Bulnes, p. 803.21. Bulnes, p. 109.22. Bulnes, pp. 821-822.23. Bulnes, p. 825.24. Bulnes, p. 827.25. Bulnes, p. 838.26. Bulnes, p. 114.27. Bulnes, pp. 114-115.28. Bulnes, p. 116.29. Bulnes, pp. 849-850.30. Bulnes, p. 836.31. Bulnes, pp. 123-124.32. Molina, p. 42.33. Molina, pp. 143-144.34. Molina, p. 103.35. Molina, p. 106.36. Molina, p. 142.37. Molina, p. 23.38. Molina, pp. 93-94.39. Molina, p. 135.40. Molina, p. 25.41. Molina, p. 26.42. Molina, p. 24.43. Molina, p. 25.44. Molina, pp. 139-140.45. Molina, pp. 142-143.46. Molina, pp. 150-151.47. Molina, p. 152.48. Molina, p. 153.49. Sierra, p. 338.50. Sierra, pp. 338-339.51. Sierra, p. 215.52. Sierra, p. 336.53. Sierra, p. 286.54. Sierra, p. 238.55. Sierra, p. 286.56. Sierra, p. 277.

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57. Sierra, pp. 289-290.58. Sierra, p. 219.59. Sierra, p. 279.60. Sierra, p. 251.61. Sierra, p. 415.62. Sierra, p. 416.63. Sierra, p. 555.64. Sierra, p. 438.