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Cuando los muertos vivientes invaden la tierra, huir es la única salida.

Una epidemia desconocida arrasa el planeta. En Estados Unidos, un marine

desertor empieza un diario desde el sótano de su casa, convertida en búnker, en el

que nos relata sus problemas para resistirse a los muertos vivientes que parecen

haber invadido por completo el país y el mundo. Pero no hay lugar seguro y, en

seguida, tiene que emprender una huida sin rumbo, por tierra, mar y aire, siempre

medio paso por delante de los muertos vivientes que amenazan con devorarlo y

convertirlo en uno de ellos.

J. L. Bourne

Diario de una invasión zombieDiario de una invasión zombie 1

ePUB r1.5

Miguelex 16.06.13

Título original: Day by Day ArmageddonJ. L. Bourne, 2009Traducción: Carles Muñoz.

Editor digital: MiguelexePub base r1.0.

IntroducciónHace años que soy fan de los zombis. Puedo asegurar que he pasado más de la mitad de mi vidacomo un adicto sin remedio a cualquier cosa que tuviera que ver con no muertos. Me comprocualquier novela o película que incluya la palabra zombi en el título. No hace falta decir que estesistema de compras me ha deparado algunas decepciones horribles, como Night of the Zombies(Apocalipsis caníbal) pero también algún hallazgo genial (Redneck Zombies).

La mayoría de compras se produjeron por pura casualidad. Habría salido a buscar una cosadeterminada y acababa topándome con algún artículo de mi género preferido. No hay nada que meentretenga tanto como los zombis. Sabido esto, no os extrañará que, años después, desaparecieracompletamente de la faz de la Tierra durante todo un día. No contesté a las llamadas de teléfono.No respondí los e-mails. Estoy seguro de que me olvidé de comer. Y también estoy seguro de queno me olvidé de fumar como un carretero. Nunca me olvido de fumar como un carretero.

Lo cierto es que el verdadero motivo de que me replegase en mi propio universo fue eldescubrimiento de esta sorprendente crónica online sobre un hombre que intenta sobrevivir en unmundo dominado por los no muertos… y lo mejor era que no era un fanfic. Cubría la historia deeste hombre día a día… su agonía día a día… desde el principio de la plaga de los no muertoshasta dejarme mordiéndome las uñas con uno de los finales abiertos más tensos con que jamás mehaya encontrado. Estoy hablando, claro está, de Diario de una invasión zombi.

No me acuerdo de dónde encontré el enlace que me llevó hasta la crónica de J. L. Bournesobre el apocalipsis zombi, pero recuerdo perfectamente que me pasé las siete u ocho horassiguientes leyéndola desde el principio hasta el post más reciente. Normalmente leo mucho másrápido, pero la historia me atrapó tanto que tenía que detenerme de vez en cuando para visitar elforo y examinar las reacciones de los otros lectores a los mismos pasajes que acababa de leer yo.Exprimí aquella historia como si fuera una toalla empapada, para sacarle hasta la última gota denarración que pudiese; cuando llegué al final, ya era demasiado tarde… Estaba enganchado. Estoyseguro de que por ahí fuera hay un montón de yonquis que han vivido historias similares cuandoempezaron a meterse. Había descubierto el secreto mejor guardado de las historias zombis deInternet gracias a Diario de una invasión zombi. Mi primer paso fue registrarme en el foro delseñor Bourne y empezar a charlar con los demás seguidores del género.

Debería añadir que, hasta ese momento, mis amigos (en la vida real) se limitaban a tolerar miafición por los no muertos. Ahora me encontraba rodeado de gente que me animaba a seguir conella. Hablaban de temas en los que yo siempre había pensado, pero que nunca había podidocompartir con nadie: qué equipo habría que reunir si se producía un apocalipsis zombi, los planesa largo plazo, y siempre, siempre, siempre estar preparados para lo inesperado. Y todos estostemas son consejos sensatos seas quien seas, te gusten o no los zombis.

Salté de foro en foro. Incluso me atreví a meterme en un par de hilos de conversación sobrepolítica, algo parecido a hundir la cabeza en un montón de brasas encendidas: sabes que te vas aquemar, sabes que hacerlo es una estupidez… y, aunque te vaya la vida, no puedes explicar porqué lo has hecho. No tendría que haberme preocupado; era como una moneda dando vueltas en uno

de esos embudos de donativos. Tardaría más o tardaría menos pero iba a acabar donde debía. Yese lugar era el foro de ficción. Allí había docenas de historias sobre la vida en el mundo de losno muertos. Me sumergí en ellas, las surqué… Lo curioso de la ficción sobre zombis es que, adiferencia de la comida, cuanta más consumes, más hambre te entra. En poco tiempo decidí que nosólo quería leer las obras de otra gente; iba a empezar mi propia serie. Así que empecé a escribirlo que se convertiría en una novelita titulada Pandemic, sobre un virus llamado la CepaMorningstar que barre todo el planeta y, claro, zombifica a sus víctimas.

Tuve una acogida bastante positiva, por lo que seguí añadiendo entregas. En poco tiempocreció fuera de mi control. Había superado la extensión típica de una novela corta… Le creé supropia página web, me aseguré de poner un banner que llevase a la gente hasta la página deDiario de una invasión zombi y continué escribiendo. Unos años después, Pandemic se haconvertido en Plague of the Dead, una novela completa, publicada, con dos continuaciones enmarcha… Para ir al grano, todo esto ocurrió porque fui a parar a Diario de una invasión zombi ydescubrí el género.

Esta historia contiene todo lo que hace que sea un género tan querido en los corazones de susseguidores: supervivencia estoica, muertos tambaleantes, lentos, un peligro siempre presente, unsentido genial de lo macabro, de lo repugnante, y, claro, listas de equipos.

Seas o no un zombifan, éste es uno de esos libros que logra llamarte la atención y te mantienepegado a la lectura por el simple placer de saber qué sucederá a continuación… y eso es lo quehace que valga la pena leer un libro. Cuando se lee un libro sin descanso porque hay un oscurosecreto que descubrir, o porque lo que sucede te asquea tanto que quieres que se acabe cuantoantes, no se está pasando un buen rato. Esa clase de libros te dejan con una sensación de apatía, dedesilusión, cuando los has terminado. Diario de una invasión zombi te cuenta una historia… y tela cuenta bien. Cuando la terminas, sientes cómo la sangre corre por tus venas. Acabas de terminaruna gran historia. Te sientes vivo… y eso es más de lo que pueden afirmar la mayoría depersonajes de la novela.

¿Puedo añadir algo más que no sea «disfrútala»? No se me ocurre nada. Así que disfrútala,lector. Disfrútala.

Mahalo…Z. A. Recht.autor de PLAGUE OF THE DEAD.

Dedico este libro a mis hermanos y hermanas del Ejército de Estados Unidos, que hancombatido y combaten contra el Terror en Irak, Afganistán y la República de las Filipinas,

igual que otros lugares oscuros y menos conocidos de la Tierra.

En este mundo, ya no existo.Soy un monumento decadente a la humanidad.

Debo luchar por sobrevivir solo, asustado, vulnerable.Son fríos, obstinados, letales, pero yo estoy vivo.

SUPERVIVIENTE DESCONOCIDO.

EN EL PRINCIPIO…1 de enero.03:58 h.

Me deseo feliz Año Nuevo. Ha sido una noche de borrachera y diversión, pero ya estoy sobrio yhe vuelto a casa. Estoy bastante aburrido, harto de estos días libres que estoy pasando en casa. Lesagradezco mucho el descanso en la instrucción, pero enseguida me harto de Arkansas. Mis viejosamigos beben la misma cerveza y hacen las mismas cosas. Estaré contentísimo cuando puedavolver a San Antonio. A casa. Propósito de Año Nuevo: escribir un diario.

2 de enero.11:00h.

Ya se me ha pasado la resaca. Si tengo cerca alguna tele, me encanta ver las noticias, peroparece que en casa de mis padres sólo se sintonizan los canales locales. No intentaré conectarme aInternet, porque seguramente enloquecería de la frustración. Ya comprobaré el e-mail cuandovuelva a casa. Parece que pasa algo en China: en las noticias dicen que hay una especie de virusde la gripe que los está barriendo a todos. Este año, aquí también nos ha afectado mucho la gripe.Yo me vacuné en la base, antes de que hubiese escasez de medicamentos. Qué ganas tengo devolver mañana a casa, de volver a tener Internet a una velocidad decente, de volver a tener telepor cable.

Ni mi móvil funciona en este lugar dejado de la mano de Dios. Lo peor de estar aquí es saberque tendré que volar un montón para poder ponerme al día. Cuando me alisté en la aviación naval,no pensaba que sería necesario estudiar y trabajar tanto para ser competente.

3 de enero.08:09 h.

La abuela ha llamado a mamá esta mañana para informarle de que vamos a declarar la guerra aChina y para intentar convencerme de que deserte del Ejército y huya a Canadá. Creo que a miabuela se le ha ido la pinza, de verdad. He puesto las noticias, seguro de que estarían hablando deque habían impuesto un embargo comercial a China o alguna mierda por el estilo. Informaban deque el presidente había decidido enviar personal sanitario militar a China, sólo para realizar unreconocimiento.

Todo esto me hace preguntarme qué podemos tener en América que pueda querer un paísgrande y malo como China. Si tienen todos los recursos naturales que puedan desear… Sigopensando que tal vez me dejé una luz encendida en el piso de San Antonio. Tengo dos pequeñospaneles solares en el techo, pero sigo conectado a la red eléctrica. Los paneles los uso paravenderle a la compañía la electricidad que generan cuando estoy destinado en alguna parte. Ya herecuperado el dinero que me costaron.

5 de enero.20:04 h.

Tras un agradable viaje de diez horas conduciendo desde la zona noroeste de Arkansas, ayerllegué a casa. Por Navidad me regalaron una radio por satélite y la activé en el viaje de vuelta.Durante el trayecto escuché sobre todo la BUZZ y la FOX, aunque también algo de música de mimp3. Ojalá se me hubiese ocurrido conectar la radio cuando estaba en casa de mis padres; aunqueestuviésemos en medio de la nada estoy seguro de que habría funcionado.

Empieza a calentarse toda esta historia con China. Las noticias informan de que ya hay diezbajas entre miembros del personal médico, ocasionadas por este virus chino. Los otros«consejeros militares» que siguen en China tendrán que pasar un periodo de cuarentena antes devolver a Estados Unidos. Vaya putada. Te vas allí para ayudar a alguien y lo único que sacas acambio es una temporada en la cárcel.

Hoy no ha sido un mal lunes. He tenido que hacer algunas salidas de entrenamiento. El EP-3 esbásicamente un C-130 con muchas antenas. Resulta un poco complicado de maniobrar, pero recibemuchos datos valiosos desde una altura de 6000 metros.

Me ha llamado mi colega de Groton (Connecticut). Bryce es un oficial de submarinos de laArmada. Me ayudó un montón hace unos años cuando instalaba los paneles en casa, usando piezasde viejas barcas a diesel. Me ha comentado que al final había decidido divorciarse, que ella leconfesó que le había puesto los cuernos. Creo que yo ya sabía del palo que iba esa mujer, peronunca le había dicho nada. Tampoco hubiese importado mucho que lo hiciese. Hablamos de lo deChina durante un rato; él cree que es un virus bastante malo. Yo opino lo mismo, creo.

9 de enero.16:23 h.

Por fin es viernes.Mamá me ha llamado al móvil. Estaba preocupada y me ha preguntado si yo sabía algo más de

lo que está pasando al otro lado del mar. Le he tenido que contar, de nuevo, que aunque sea un

oficial de la Armada eso no significa que sepa quién mató a Kennedy o lo que pasó en Roswell.Quiero a mamá, pero a veces me vuelve loco. La he tranquilizado lo mejor que he sabido, perohay algo que no chuta. Las noticias le dan demasiada importancia a toda esta locura. Estoyconvencido de que a los reporteros les huelen a podrido las respuestas que les dan la FEMA (laAgencia General de Emergencias), la Casa Blanca o Seguridad Nacional.

El presidente ha dado un discurso (que sólo ha podido escucharse en el AM de las radios,seguramente para que no tuviese mucha publicidad) y ha comunicado al pueblo que no hay de quépreocuparse, que el equipo médico de la Marina destinado en China ha tenido que enviar de vueltaa uno de los doctores porque estaba demasiado enfermo para dejarlo en las precariasinstalaciones del lugar en que se encontraban. Ha sucedido otra cosa extraña: mi escuadrón estabadestinado a Atsugi, en Japón, el próximo mes, para un entrenamiento en el Pacífico, pero lo hancancelado.

Le he preguntado a mi capitán sobre esto, pero lo único que me ha contestado ha sido que noquieren correr ningún riesgo, y que les han llegado rumores de que también hay «enfermos» en elárea de Honshu, en Japón. Me ha saludado con la cabeza y me ha aconsejado que no me preocupe.Hay algo en todo esto que no encaja, y yo no paro de darle vueltas. Me parece que lo mejor es quevaya al súper y empiece a almacenar agua embotellada y ese tipo de cosas.

10 de enero.07:00 h.

Anoche no dormí mucho. Dejé las noticias puestas toda la noche, por si me había perdidoalgo. «Puedo asegurar al pueblo americano que estamos tomando todas las medidas a nuestroalcance para mantener esta epidemia dentro de las fronteras de China». Sigue… No dejes derepetirlo con tu acento sureño. Ayer fui al súper y compré unas cuantas provisiones, por si acasotengo que quedarme encerrado en casa para evitar contagiarme. Compré botellas de agua, carne enlata y pasé por la base, para charlar con un colega del almacén que se ocupa de los suministros.Me dijo que podía intercambiarme unas cuantas cajas de raciones preparadas MRE por un traje devuelo de Nomex nuevo. No me importó, ya que tenía un par de docenas de trajes. Escogí uno delos menos gastados y se lo llevé. Al menos, si me tenía que quedar en casa, tendría una dieta untanto variada, aunque las raciones preparadas no sean las mejores en estos casos, ya que pesanmucho y el paquete ocupa mucho espacio.

Vanee, mi contacto en Suministros, me informó de lo que había leído en una factura online delgobierno: se habían enviado miles de cajas de MRE al NORAD (el Mando de defensa aérea) y aotras localizaciones del noroeste. Cuando le pregunté si algo así era normal, me contestó que esasinstalaciones no habían solicitado tanta comida desde la crisis de los misiles en Cuba. Si esto eslo bastante grave como para que los jefazos se encierren durante unos meses, es que es más grave

de lo que pensaba.

10:42 h.

He descargado las raciones preparadas y me he dado cuenta de que uno de los paquetes estabarasgado. El olor a MRE de tipo A llenaba el aire y me recordaba a las que me había comido en laestación del área del Golfo cuando estuve destinado allí. Era un puesto ridículo. Odiaba estar allí.Hacía calor todo el rato, y cuando volábamos, no mejoraba lo más mínimo. He comprobado lasbaterías, y las seis estaban en verde. Me he acordado de Bryce, de cómo conseguí aquellas viejasbaterías de submarino «robadas».

Cuando los submarinos todavía no eran nucleares y contaban con motores diesel, funcionabancon baterías cuando estaban sumergidos y recargaban las baterías con los generadores dieselcuando volvían a la superficie. Algunos países todavía usan naves con esta vieja tecnología.Aunque es buena idea cargarlos con energía solar, tardan mucho más: en lugar de las tres horas,son diez, pero el sol es gratis.

Echo de menos a mis hermanas, a Jenny y a Mandy. Desde que me alisté no las he visto mucho:supongo que las aprecio ahora más que antes. He llamado a casa de mi padre y he hablado conJenny, la menor, que todavía estaba medio dormida. Cuando era pequeña, yo siempre me metíacon ella. Vale, sí, me encanta el cachondeo, y así se le endurecía el carácter. Mandy ha vuelto acasa de nuestros padres hasta que pueda valerse por sí misma. Ella nunca se ha abierto, nuncahemos hablado mucho. Ojalá las cosas fuesen distintas. Ojalá hubiésemos estado más unidos depequeños.

Necesito limpiar mis armas. Sobre todo mi CAR-15, que está muy sucia. Ya que me pongo,también podría limpiar las pistolas. No estaría de más hacerme con un centenar de cargadorespara el fusil. No me gustan los saqueadores, y si toda esta mierda de la cuarentena nos llega asalpicar, quiero estar al nivel.

14:36 h.

Vale, ahora ya me he empezado a preocupar. El Centro de Control de Enfermedades de Atlantaha informado sobre un caso de la «enfermedad» en el hospital Naval Bethesda, en Maryland. Y lainformación ha salido a la luz, porque aquí no hay comunistas que puedan silenciar las noticias.Parece ser que uno de los efectos secundarios de la enfermedad es que la víctima pierde algunasfunciones motoras, lo que hace que se mueva de forma errática. He llamado al escuadrón parapreguntar algunos detalles, y me han dicho que seguramente nos den el lunes de fiesta para que elDepartamento de Defensa tenga tiempo de informar al personal de las Fuerzas Armadas deEstados Unidos.

Mamá me ha llamado al escuchar las noticias, y me ha dicho que el Hospital Naval Bethesdaes el mismo al que llevaron a Kennedy cuando le dispararon. Me he reído de los miedosconspiranoicos de mamá, y le he recomendado que cuide bien de su marido, mi padrastro, y queeviten ir a la ciudad, si tienen suficiente comida en casa. He salido para ir al supermercado HEB acomprar más cosas y, es verdad, para comprar mil recargas para la escopeta. Para conseguirlas hetenido que pasar por varias tiendas, porque ninguna me quería vender tantas de golpe. No sé si erapor algún tipo de ley sobre la cantidad permitida que yo desconozca, o porque el propietario de laarmería también estaba preocupado por la situación y, aunque quisiera satisfacer a sus clientes,deseaba quedarse munición de reserva para él.

Estoy a punto de salir cuando me llaman para que me enfunde el uniforme y me persone en elcuartel. Luego sigo.

19:12 h.

Acabo de volver de la reunión de mi escuadrón en la base. Estoy bastante preocupado. Noshan comunicado que mañana domingo tenemos que salir a realizar una misión muy importante.Tenemos que realizar un vuelo de reconocimiento por la zona de Atlanta; de hecho, sobre Decatur,en Georgia. Nos tenemos que centrar en un área específica, alrededor del Centro de Control deEnfermedades de Atlanta, el CDC. No es nada muy grave, pero nos han ordenado quecomprobemos la zona y hagamos un informe para los jefazos de Washington, que nos aseguremosque el CDC no esconde nada. Se trata de una misión de reconocimiento fotográfico y dereconocimiento de señales.

Me recuerda a la época en que escuchaba las conversaciones telefónicas de mi exnoviacuando sobrevolaba San Antonio en misiones de entrenamiento. Me encanta el equipo dereconocimiento de señales (el SIGNINT). Me ahorró mucho tiempo y dinero con la tía esta. En lasnoticias, uno de los periodistas ha arremetido descontroladamente contra la relaciones públicasdel Bethesda por no permitir el libre paso a la prensa para que pudiesen preguntar directamente alpersonal médico. O’rielly le preguntaba: «¿Qué estáis escondiendo?». La joven oficial se hamantenido firme y ha contestado que no se permite que entre más personal en el hospital por elbien de los periodistas y, que, además, no es un hospital público sino que se trata de un hospitalmilitar del gobierno de Estados Unidos. Me parece un poco raro que una oficial con un rango tanbajo dé esta clase de respuestas.

11 de enero.19:44 h.

Ya no sé qué pensar. Esta mañana, a las 08:16, nos han enviado a espiar a nuestro propiogobierno (el CDC). Hemos empezado sintonizando el equipo para interceptar cualquier tipo detransferencia de datos que se produzca desde o hacia el CDC, sea a través de teléfono móvil o delínea terrestre. Casi ni me podía creer algunas de las cosas que se decían. Hasta ha venido unagente del FBI, algo muy poco habitual. Durante el informe antes del vuelo, nos ha comunicadoque según el acta Posse Comitatus es técnicamente ilegal desplegar fuerzas militares en misionesoficiales en el interior de Estados Unidos.

El agente es el comandante del avión que hemos usado en la misión oficial, de modo que asíhemos evitado romper alguna ley al operar en territorio estadounidense. Hemos recibidotransmisiones entrecortadas entre las diferentes instalaciones del CDC sobre la dificultad paracontener el virus, y sobre cómo el director del CDC no quiere quedar mal delante del presidente.Han hablado todo lo que han podido de forma confidencial. Usaban unidades telefónicas seguras(teléfonos STU), pero la Agencia de Seguridad Nacional nos ha ayudado un poco, por lo que parasaltarnos su código lo único que teníamos que hacer era presionar el botón de «desencriptar» ennuestro software.

Han dicho que en un arrebato de furia uno de los hombres infectados que estaba en cuarentenaha mordido a una enfermera que le llevaba la comida. Lo han atado a la cama y lo han amordazadopara evitar más problemas. La enfermera no estaba reaccionando muy bien, y al hombre le habíasubido la fiebre durante las últimas horas. La voz del CDC ha dicho: «Jim (la persona que habíaal otro lado de la línea), no te vas a creer los signos vitales de este hombre». Jim ha respondido:«¿Qué quieres decir? ¿Puedes darme más detalles?». La voz del CDC: «No, no puedo dar detallespor teléfono».

Suficiente para que empezase a preocuparme. Después de aterrizar, me han obligado a firmarun contrato de confidencialidad, pero enseguida lo he roto. He llamado a mis padres y les hecontado lo que creo que deben hacer, y a continuación he empezado con mis propios preparativos.Me he enterado de que mañana no tenemos que personarnos en el cuartel y que sólo hará falta quellamemos a las ocho de la mañana.

Ya he limpiado el fusil, así que ha llegado el momento de ocuparme de las pistolas. Micómputo total de armas es de cuatro armas de fuego y un buen cuchillo. He subido al tejado paralimpiar las placas solares, que estaban sucias y llenas de polvo. También he recuperado mis notassobre cómo encender los generadores de las baterías de los submarinos, ya que en el futuro laspuedo necesitar. He llenado todos los cargadores (10) con un total de 290 balas. Nunca me hagustado tener que meter las treinta balas que caben en cada cargador, ya que eso puede hacer queel arma se encasquille.

Las ventanas del piso inferior de mi casa son dobles, así que he ido a la ferretería de la ciudadpara comprar algunas barras para las dos ventanas que me quedan a la altura del pecho. Las otrasestán demasiado altas, y no se puede acceder a ellas si no es con una escalera. Las instalaré ahoramismo.

23:54 h.

Para instalar los barrotes he necesitado una cinta métrica, un lápiz, un taladro de 4 mm y undestornillador de cabeza cuadrada (el destornillador especial que venía incluido con las barras,ya que se supone que sería muy complicado arrancar los tornillos sin usar un taladro). Pero joder,si un merodeador tiene la fuerza suficiente para arrancar los barrotes y asaltarme mientras estoydormido, hasta le ayudaré a cargar todos mis enseres en su camión.

He recorrido el perímetro de mi patio, en una vuelta rápida de reconocimiento, y he decididoque el muro de piedra no es bastante alto. Cualquier tío en buena forma podría saltarlo. Loconstruyeron al mismo tiempo que la casa. He roto algunas botellas vacías que tenía en el cuartode invitados y he usado cemento instantáneo para pegar los fragmentos en la parte superior delmuro, separados entre ellos unos treinta centímetros más o menos. Como mínimo puede servirpara frenar a alguien. Mientras trabajaba he escuchado la radio, y ahora estoy un poco másinformado; la situación va de mal en peor.

La radio dice que el presidente dará un mensaje oficial a las nueve de la mañana (hora de lacosta Este). En la calle, a lo lejos, he visto como una familia cargaba su todoterreno con todas suscosas y se iba. Como no hay nadie que se vaya de vacaciones en esta época del año, lo único quepuedo suponer es que huían. Mañana, después del discurso del presidente y de llamar alescuadrón para reportarme, iré a buscar más víveres.

12 de enero.09:34 h.

Lo único que se me ocurre decir es ¡guau! El presidente ha comunicado que la enfermedad esmuy contagiosa y que todavía no se ha descubierto ninguna cura. Ha dicho que recomienda a todoslos americanos que se queden en casa y que informen enseguida a las autoridades de cualquierpersona con «síntomas sospechosos». Uno de los reporteros ha logrado que le permitan hacer unapregunta: «Señor presidente, ¡señor presidente! ¿Puede dar más detalles sobre esos “síntomassospechosos”?». El presidente ha respondido que tenemos que ir con cuidado con cualquierpersona que actúe de forma salvaje y que tenga aspecto enfermizo.

Ha añadido: «Es extremadamente importante que si algún miembro de su familia presenta estasintomatología, no lo traten de ninguna forma especial sino que lo denuncien igual que harían conun desconocido con los mismos síntomas».

Un número 1-800 ha parpadeado en la pantalla, y el presidente ha continuado:«Les pido que llamen a este número en caso de que sean testigos de síntomas de la enfermedad

en su comunidad. Tenemos hombres y mujeres entrenados específicamente para manejar este tipode situaciones, que llevarán a sus seres queridos a una instalación médica para que les traten».

El presidente también ha informado de que va a ordenar la retirada completa de todas lasfuerzas militares y de todos los civiles americanos que sigan en China y en Irak. También hacomentado que se está valorando la posibilidad de retirar la zona desmilitarizada de Corea delSur. De fondo emitían las imágenes de la evacuación de la embajada Estadounidense en China,bajo la supervisión de unos marines armados hasta los dientes. Uno de los vídeos ha mostrado atres marines que arriaban nuestra bandera, lo que simboliza que la embajada ha sido desmanteladapor completo. Otra de las escenas no ha sido muy distinta de la caída de Saigón: había grancantidad de ciudadanos americanos a los que evacuaban en helicóptero desde la terraza de unedificio de Pekín. De fondo se podía apreciar el sonido de algunas armas automáticas, pero noparecía que a la gente del techo le preocupase mucho. Lo único que les importaba era salir de allí.Me voy a comprar.

15:22 h.

Ha sido una locura total. He tenido un accidente en el aparcamiento de la ferretería, y unaseñora casi se pelea conmigo por las cuatro garrafas de agua que he comprado en el súper. Ya queestaba fuera, he aprovechado para comprar algo más de munición de 9 mm. Qué bien tener algunascajas de MRE y agua suficiente para sobrevivir si la situación empeora. También he compradomascarillas desechables por si se produce algún brote en mi localidad. Me he llevado lo quequedaba en la estantería de comidas enlatadas: cincuenta latas de sopas variadas. No me lo puedocreer. Desde el 11-S que no tenía esta sensación de irrealidad.

Mis padres están a salvo en las colinas de Arkansas. Les he aconsejado que se queden en casa,que no bajen para nada al pueblo. Además, siempre tienen el congelador bien surtido y el agua noserá un problema para ellos porque la extraen de un pozo. También cuentan con un pequeñogenerador de electricidad, que normalmente usan en invierno cuando los cables se quiebran alcongelarse.

He comprado algunas herramientas en una cadena de ferreterías: tablas, algunos soportes deacero y barras para construir una barricada sencilla tanto en la puerta delantera como en latrasera. Se trata de deslizar una tabla de 4x4 en un soporte por la parte interior de la puerta, paraevitar que nadie pueda derribarla. Creo que si me raciono los víveres a un litro de agua y unadieta de entre 1000 y 1500 calorías al día, podré aguantar cinco meses con los suministros quetengo almacenados.

He sintonizado la radio local para ponerme al día sobre lo que sucede. He seleccionado elcanal 19 para oír las conversaciones de los camioneros. La impresión general es que estánenfadados por los controles de carretera y por los registros de cargamento a los que se vensometidos. Parece que al CDC y al INS les preocupa que se estén cruzando a inmigrantes ilegalespor la frontera en los remolques de los camiones. Han dicho algo sobre que eso no era muyseguro, y que se produjo un incidente con alguien afectado por el virus cuando un agente del INSabrió la puerta del remolque de un camionero.

Según lo que he escuchado, pusieron en cuarentena a todo el camión y al agente que estaba deservicio, ya que se ve que todos los putos ocupantes del remolque estaban infectados, y uno de losinmigrantes infectados atacó al agente, seguramente porque tenía miedo de que lo deportaran otravez a México. Llamaré a uno de mis colegas marine de San Diego para ver cómo lo lleva.

18:54h.

He hablado por teléfono con mi colega Shep, de los marines. Me ha contado que hay guardiasnacionales armados apostados en las esquinas de San Diego, y que a él lo habían llamado paraformar parte del equipo de seguridad de su base. Me ha comentado que han reabierto el refugio,construido durante la Guerra Fría y que le han ordenado que lleve allí a su mujer. Dice que van acerrar las puertas y que mantendrán en cuarentena la base, por si surge un brote de la epidemia enaquella área. El sol ya se ha puesto. Alrededor del perímetro de mi casa tengo luces que funcionancon sensores de movimiento. Si un saqueador atraviesa el muro e intenta robar algo, al menos seencenderán las luces. Cuando me vaya a dormir, meteré la Glock bajo la almohada y dejaré laCAR-15 al lado de la cama.

Las noticias siguen informando de un extraño fenómeno que se repite en las ciudades grandes:parece ser que se han denunciado varios casos de canibalismo. En esto se ha convertido América.Las cosas se ponen un poco feas y todo el mundo se vuelve loco. Como yo vivo en las afueras dela octava ciudad más grande de la región, no es que sean muy buenas noticias. No paro de oírsirenas de policía y de ambulancias que suben y bajan por mi calle. Tengo hambre, pero hoy ya hecomido demasiado. Con poco es suficiente.

21:13 h.

La CNN está transmitiendo con una cámara web instalada en Times Square. Parece ser que essuya y los federales ni han pensado en apagársela. La enfocan hacia todas partes, y las imágenes,aunque granulosas, nos muestran tropas de soldados armados que disparan contra civiles. ¡Malditasea! ¡Estoy seguro de que les van a caer unas cuantas demandas!

La imagen ha durado poco; la ha cortado el sistema de retransmisiones de emergencia. Unosminutos después, ante las cámaras ha aparecido el secretario de Defensa, que se ha colocado en unestrado decorado con el sello del presidente.

América, siento informarles que a pesar de todos nuestros esfuerzos, la enfermedad ha

superado nuestras medidas de contención. Se están preparando zonas seguras en lasafueras de las áreas más pobladas, que serán de libre acceso para cualquier persona queno esté infectada por la enfermedad. Por favor, conserven la calma, ya que lo que voy adecir a continuación es bastante espantoso. La enfermedad se transmite mediante elmordisco de un infectado. No estamos seguros de si está relacionada con la saliva, lasangre o con ambas. Los infectados sucumben muy rápidamente a la enfermedad y expiran,pero en una hora vuelven a levantarse y buscan seres humanos vivos. No sé sabe por qué,los que mueren por causas naturales también resucitan, es así. Pido disculpas porque elpresidente no haya podido estar presente, pero está siendo trasladado a una localizaciónsegura. Qué Dios nos ampare en estos tiempos difíciles. Cedo la palabra al generalMevers.

En cuanto el secretario de Defensa ha empezado a cerrar su carpeta, los miembros de laprensa presentes entre el público le han bombardeado a preguntas. Parecía más una sesión en WallStreet que una rueda de prensa. Aunque no se podía ver a la multitud de periodistas que había anteel estrado, podía oírlos en el ruido ambiente, por los flashes de las cámaras y las voces confusas.Una de las preguntas ha sido particularmente alarmante, ya que un reportero le ha preguntadocómo podía estar seguro de que aquellas criaturas estaban muertas y no enfermas. La respuesta delsecretario ha sido: «Los humanos vivos no tienen una temperatura corporal idéntica a latemperatura ambiental. Esta mañana hemos encerrado a una de esas criaturas en un furgónrefrigerado, y hemos comprobado que ha mantenido durante más de doce horas una temperaturacorporal regular de 4ºC. Y sigue así».

El público ha soltado una exclamación, incrédulo, y ha seguido lanzando preguntas. «¿Cuálesson las probabilidades de contagiarse con un mordisco?». El secretario ha respirado conprofundidad antes de responder: «Hasta ahora, el rango de contagio de esta enfermedad si la pielse rasga con el mordisco es del cien por cien». Puta mierda, no me puedo creer lo que estápasando. Voy a llamar a mi familia.

11:00 h.

He intentado llamar durante treinta minutos antes de darme cuenta de que eso es lo que debe deestar haciendo todo el resto de americanos. Las líneas telefónicas no pueden asumir todo esetráfico. Lo he intentado con el móvil, pero con los mismos resultados: «Red ocupada». Mientrasintentaba llamar, he escuchado lo que tenía que comunicar el general.

La mejor defensa en esta situación es quedarse en casa y esperar a los equipos de evacuación.Eviten a toda costa el contacto con cualquier persona infectada. Si se ven obligados a enfrentarsecon uno de estos seres, lo único que les causa algún efecto son los golpes en el cráneo. Si tienen lamala suerte de tener que defenderse de un ser querido, háganlo con las mismas precauciones que

tomarían ante un desconocido. En esos momentos ya se habrá convertido en uno de ellos. Evitenpor todos los medios que les muerdan, ya que en ese caso no hay forma de detener la infección.

Los informes recibidos de nuestras tropas destinadas en China indican que los ruidos elevadosson lo que más atrae a estas criaturas. Parece que es su método instintivo de localizar a sus presas.Debo hacer hincapié en que lo mejor es que se queden dentro de sus casas, en silencio, y quemantengan la calma. Las informaciones que nos llegan de los operadores del servicio deinteligencia humana de la CIA (el HUMINT), apostados en China, dicen que la enfermedad hacirculado por China durante más de tres semanas, y que el país se encuentra en un completo caos.Si no nos enfrentamos a esto de forma distinta que los chinos, estaremos condenados a correr lamisma suerte.

En aquel momento han obligado al general a bajar del estrado, y uno de los oficiales delgobierno civil le ha lanzado una dura mirada. A continuación uno de los portavoces ha intentadorestablecer la calma tras las palabras que nos ha dirigido el general.

Tengo miedo… No sé qué más hacer, aparte de apagar las luces y quedarme aquí sentado, yescribir… Llevo el fusil colgado al hombro, incluso cuando estoy sentado. Han llamado a lapuerta… Vuelvo enseguida.

23:50h.

Uno de mis compañeros de escuadrón ha venido a verme y me ha explicado lo que le habíacontado un amigo común que había regresado de una misión en una de las áreas infectadas enAtlanta.

Jake le ha dicho que había podido ver un gran número de cadáveres infectados deambulandopor las calles en la zona sur de la ciudad, que había visto los perros callejeros ladrándoles y a losinfectados intentando atraparlos. Usaba la cámara de la cabina para verlos de cerca, con el zoomdigital. Le ha parecido que los miembros más jóvenes de las bandas callejeras impartían su propialey y disparaban contra los cadáveres infectados.

Por lo que me ha contado mi amigo, cuando Jake ha aterrizado estaba pálido como unfantasma, y su cerebro no se creía lo que había visto con sus propios ojos. Chris, el que ha venidoa visitarme, estaba asustado por todo lo que Jake le ha contado. Se lo he visto en los ojos. Me hapreguntado si quería acompañarle, si quería reunirme con ellos en el refugio que han organizadoen la base. Soy totalmente consciente de lo que me está hablando: en la base siguen activosmuchos refugios construidos durante la Guerra Fría, y la mayoría se han estado usando hasta ahorapara almacenar comida, agua y suministros médicos. He mirado a Chris y le he contestado queestaré bien, que no cometa ninguna insensatez y que se cuide mucho.

Le he informado de que me quedaría aquí, solo, y que intentaría mantenerme fuera de la vistade todo el mundo, de todos los seres. Me ha preguntado si estaba seguro, y le he dicho que sí. Seha ido. Yo estoy agotado. Voy a cerrarlo todo y a ver las noticias; después intentaré dormir unpoco. Todavía no me puedo creer nada de esto. Una parte de mí quiere verlo con sus propios ojos,otra parte de mí quiere esconderse bajo la mesa, temblando y armado hasta los dientes.

13 de enero.11:43 h.

Anoche no pude dormir. No paraba de oír sirenas de la policía, ambulancias, y bomberos.Todo muy inquietante. Hasta me pareció oír disparos en la distancia, pero también pudo ser algúncoche. Me he levantado a las 5.00 h. He salido al garaje y he cogido las bombillas de bajoconsumo que necesito para las luces del perímetro y las interiores. Habitualmente uso bombillasnormales, que brillan más, pero dada la situación, si algún incendio destruye los transformadoreso la red eléctrica, es probable que tenga que sobrevivir con energía solar o de las baterías.

Las noticias sólo muestran imágenes de muerte y destrucción. Dicen que todas las grandesciudades han informado de casos de muertos vivientes. Esta mañana he empezado a cubrir contablas todas las ventanas que no están al nivel del suelo. Por si acaso, también he cubierto las dosventanas vulnerables, las mismas en las que he instalado barrotes no hace mucho. Con las ventanasasí, me siento más seguro. He puesto las bombillas en las luces del perímetro.

Desventaja: Tardan un par de segundos en encenderse cuando se dispara el sensor demovimiento.

Ventaja: No agotarán con tanta rapidez mis baterías cíclicas.

Estoy preocupado por mi seguridad, pero tomo todas las precauciones posibles. Estoy creandouna nueva zona para suministros, para poder controlar la cantidad de agua y comida que voyconsumiendo. También he comprobado el nivel de ácido de las baterías: están bien. Me duraránhasta… bueno, no quiero pensar en eso ahora.

15:55 h.

Por fin he conseguido localizar a mi madre y a mi padrastro (papá). Mamá estaba histérica. Hetenido que hablar con papá para entender lo que decía. Me ha dicho que todo va bien, que estántodo lo seguros posible. No han visto ninguna señal de la enfermedad, pero les han llegadonoticias de un posible brote de la infección en el pueblo (que está a unos dieciséis kilómetros).

Tienen armas y perros para enfrentarse a los merodeadores si la situación llega a empeorar.Le he preguntado a papá qué planes tienen si las cosas se ponen muy mal allí. Me ha dicho queseguramente irá con mamá y los perros a la cueva de Fincher. Es una pequeña cueva en la que yojugaba de pequeño. El viejo Fincher siempre me amenazaba con dispararme con su escopeta delcalibre doce llena de cartuchos de sal si iba a la cueva sin mis padres. Parece que fue hace tantotiempo. Sólo tenía doce años. Le he dicho que mientras las líneas telefónicas funcionen mantendréel contacto con ellos. El móvil ya no nos sirve de nada; está muerto. Los servicios que requierenmantenimiento elevado han sido los primeros en desaparecer.

19:10 h.

Las luces han parpadeado todo el día. No es algo que suceda habitualmente. Estaba limpiandoel fusil cuando ha pasado. Pensaba que iba a producirse un apagón, pero al final han aguantado. Alo lejos, se oyen sirenas y disparos. Estos son todos los ruidos que he escuchado hoy. Después dehablar por teléfono con mi familia (he decidido llamar a mi padre, pero no me ha contestado), heempezado los preparativos para evitar que mi casa parezca habitada.

He cogido la pistola de grapas y algunas mantas, y las he grapado ante las ventanas reforzadas,para asegurarme de que desde fuera no se vea ninguna luz cuando mire la tele para ver las noticiaso encienda una luz o use el ordenador. Tengo un par de baterías viejas de mi anterior portátil; noson del mismo modelo que el Apple, pero podré hacerlas funcionar con unos cuantos cables si esnecesario. Si acaba pasando lo peor, claro. Con un poco de cinta de embalar he fijado la webcamde manera que enfoque al patio delantero; así puedo saber lo que pasa fuera sin tener que correrlas cortinas. Sólo tengo que mirar la pantalla.

Cuando el ordenador está en reposo (cuando la tapa está bajada), las agujas que controlan elgasto energético de las baterías ni siquiera se mueven. Tengo que usar un cable USB extra para laimpresora, pero en los tiempos que corren, ¿a quién le importa tener que imprimir algo? No voy aempezar a imprimir cupones de descuento para pizzas. He enviado algunos e-mails, pero me loshan devuelto todos. Me han llegado muchos mensajes de error diciendo que el servidor tal estácaído. Qué oscuro está. Me gustaría coger la cámara y sacar una foto del exterior desde la ventanadel piso de arriba. Pero tengo demasiado miedo.

23:19 h.

Me he despertado por los disparos. Sonaban más cerca y he encendido la cámara. Parece quehay un camión de transporte del ejército de color verde aparcado bajo una farola, en la esquinaque hay frente a mi casa. Unos soldados cargan un cuerpo en la parte trasera. Esta noche tengo que

dormir. El perímetro está seguro… Me he arriesgado y me he tomado una pastilla para que meayude a dormir (aunque sólo la mitad), para intentar no estar tan nervioso. En las noticias dicenque han instaurado la ley marcial en el interior de la ciudad. Yo estoy en las afueras, pero si estostipos del ejército siguen apareciendo por aquí, lo más seguro es que también la acabeninstaurando. Ah, sí. Hoy me han llamado del escuadrón, pero no he contestado. Era mi director deoperaciones que me decía que debía personarme en el refugio y que le llamase inmediatamentedespués de haber escuchado el mensaje. Sí, claro… que le jodan, señor… Empiezo a sentir losefectos del somnífero…

14 de enero.08:15 h.

Me quedé dormido escuchando el rumor de las olas del mar en mi reproductor mp3. Loencendí para aislarme un poco del ruido del exterior. Me he despertado a eso de las tres de lamadrugada para echar una meada. Me había olvidado por un momento de lo que sucedía. Merecuerda a algunos episodios de mi infancia o de mi adolescencia; si algo malo sucedía, como lamuerte de un familiar, sufría algunos momentos de ligereza en los que mi mente se olvidaba de latragedia. Después me volvía a golpear la dureza de la realidad. En el momento en que estiré lamano para encender la tele, la tragedia volvió a mi pensamiento consciente. La miré mientras unossabihondos explicaban su teoría sobre las causas y los efectos. El mercado de valores hasobrepasado el punto de recuperación.

La flota de helicópteros de los Guardacostas ha sido asignada a tierra para ayudar a lasfuerzas de la ley y al personal militar en la evacuación de las áreas más afectadas. Un vídeo de lasnoticias que me ha impactado bastante mostraba un grupo de supervivientes sobre el tejado de unedificio en San Diego. El helicóptero lo sobrevolaba en círculos, y hasta se distinguía como elviento generado por los rotores del helicóptero hacía volar el pelo y la ropa de la gente. Lossupervivientes estaban atrapados sobre un aparato de aire acondicionado bastante grande; parecíaque habían trepado allá arriba para huir de sus perseguidores (una docena de cadáveres andantes).Me ha impactado la imagen de una madre y una hija. La madre llevaba a la hija con las manos ylos pies atados, y amordazada. Ya no era una de los nuestros. La hija estaba muerta, y la madre nopodía abandonarla. Pobre ignorante.

No sé cómo reaccionar cuando veo cómo el mundo se desmorona. En las noticias ya apareceun incontable número de ciudades. Incluso el nombre de la mía ha aparecido en la parte inferiorde la pantalla. Ya no ponen anuncios en la tele, sólo aparecen los presentadores hablando.

Presentador: «Las escenas que verán a continuación no están recomendadas para niños».La escena en cuestión mostraba un grupo de reporteros que atravesaban el centro de Chicago

en una furgoneta. La cámara enfocaba al conductor, y era evidente que temblaba y que intentabapor todos los medios mantener la furgoneta en la calzada. La cámara cambiaba a una vista frontal.Delante y a los lados de la furgoneta había un océano de figuras. Juraría que el vehículo avanzabalo más rápido que podía. Se oía una voz masculina que gritaba desde la parte trasera. El conductorhacía lo imposible por sortear los cadáveres, pero había demasiados muertos vivientes que se

colocaban delante de la furgoneta. La cámara enfocaba el asiento trasero y captaba la imagen deuna reportera.

Decía: «Como ven, entrar en Chicago es un suicidio. Que Dios nos asista».

Se pasó el dedo por la garganta, como si la cortase, y la cámara cortó la imagen. La pantallaha vuelto a mostrar al presentador que ha dicho alguna frase sin mucho convencimiento deseandoque volviesen sanos y salvos, mientras intentaba mantener una sonrisa falsa. He apagado la tele yhe comprobado la situación en el exterior de mi casa.

09:00 h.

— Muro del perímetro: aguanta.— Situación de la calle: sólo vehículos de emergencia. Veo algunas formas humanas, no sé si

amigas o enemigas.— Amenazas: hay un incendio a un kilómetro y medio de distancia por carretera. Por la

dirección del humo calculo que se aleja de aquí.

09:00 h.

He encontrado un post en un foro de supervivientes de Internet. Supongo que en las noticias nocuentan toda la verdad. Lo ha escrito un soldado que se encuentra en un barco de guerra de laMarina de Estados Unidos. Parece ser que se alimenta a base de pescado y gaviotas. Espero quesobreviva. Esto sólo ayuda a convencerme de que el gobierno ha intentando tapar los hechos y queseguirá haciéndolo, lo que me lleva a una pregunta: ¿qué gobierno? No ha aparecido ningúnrepresentante de la Casa Blanca en la tele en las últimas veinticuatro horas.

He pasado el resto de la mañana y de la tarde preparando una mochila con un kit de huida, porsi acaso tengo que salir por patas. He aprovechado para llenar las bañeras de casa. Aún no hancortado el agua, por lo que he empezado a beber de la bañera para conservar el agua embotellada.Hoy he comenzado a racionar la comida. He comido tan sólo una lata de estofado y un plátano. Lomejor será que empiece a comer ya la fruta, porque dentro de una semana, excepto las manzanas,estará toda pasada. He comprobado de nuevo el perímetro y he decidido que seguiré enfundado enmi traje de vuelo. Cada vez que salga me mantendré todo lo camuflado que pueda.

Tengo una máscara, unos guantes y diez trajes de vuelo de nomex. Creo que es buena ideallevarlos puestos porque:

1.-Son ignífugos, y.2.-Son de una pieza y lisos, lo que significa que si me tengo que ir por patas, hay menos

probabilidades de que se enganchen en cualquier mierda. Lo único malo es que tendré que buscarun lugar seguro si tengo que ir al váter.

He fabricado una tabla de lavar bastante apañada con la rejilla de la barbacoa de propano. Lahe tenido que limpiar completamente, pero me va a ser bastante útil para mantener limpia la ropa,lo que disminuirá las posibilidades de coger una enfermedad o de que me salga un sarpullido. Meafeitaré cada dos días para ahorrar cuchillas.

23:50 h.

He oído algo moverse tras las puertas. He desconectado las luces del sensor de movimiento yme he puesto la máscara y los guantes. He agarrado el fusil y he salido a comprobar la zona. Hevisto un hombre muy raro, vestido con ropa civil, deambulando por la calle y golpeándose contrael muro de mi casa a intervalos irregulares. Parecía uno de esos cadáveres de la tele, por la formaen que caminaba. No iba a arriesgarme, no voy a dejarme llevar por la necesidad de un poco deacción. He decidido permanecer en silencio, para evitar que me vieran u oyeran tanto los vivoscomo los muertos. Además, estaba demasiado oscuro para discernir si estaba vivo o muerto. Mesiento como un puto gilipollas por no haber robado unas gafas de visión nocturna del escuadróncuando pude. Ahora me vendrían bastante bien. Buenas noches, diario.

15 de enero.22:37 h.

Me he pasado el día entero vigilando la situación en el exterior de mi casa. Alrededor de las10.45 h de la mañana he visto cómo algunos de esos pobres cabrones paseaban por la calle. Heusado los prismáticos para poder observarlos mejor. Algunos de esos cuerpos pálidos parecíannormales, pero otros no. Uno tenía la garganta arrancada. Bastante asqueroso. Mi teléfono hasonado sobre mediodía (antes ha estado fuera de servicio durante un buen rato). Hace un par dedías que lo puse en silencio, como estaba sentado al lado he decidido responder la llamada ymedio esperaba que fuese uno de mis superiores preguntando por qué no me encontraba en elrefugio de la base. Pero era uno de mis compañeros de escuadrón, Jake. Fuimos juntos a laEscuela de Cadetes.

Sorprendentemente, los dos escogimos la misma especialización y acabamos en los mismosdestinos. Me ha contado en qué situación estaba la base, y lo único que puedo decir es que tomé ladecisión acertada al quedarme aquí. Me ha contado que lo enviaron a recoger mantas del almacénde la base cercana a la puerta oeste. Cuando llegó, la policía militar disparaba sin descanso porencima de la valla contra las criaturas, intentando reducir un poco el grupo antes de que seconcentrasen demasiados y la puerta no pudiese soportar la presión. Hasta enviaron un Humvee

con un arma del calibre .50 para encargarse de la horda, pero tuvieron que batirse en retiradacuando casi tiraron al que disparaba desde el vehículo.

Me ha contado que no sabía cuánto aguantarían las puertas, pero que estaba seguro de que nopodrán entrar en el refugio de cemento. Le he preguntado desde dónde llamaba: lo hacía desde laslíneas de satélite de la base (reservadas estrictamente para el Departamento de Defensa). Me haexplicado que todos los soldados del búnker están bien armados y que tienen comida suficientepara aguantar unas cuantas semanas. Le he dicho que no se preocupe por mí, que nadie sabe queestoy aquí. De fondo se oía la música de Instant Karma. Esto es todo por hoy, diario.

16 de enero.22:00 h.

Los teléfonos vuelven a estar inservibles, pero al menos la banda ancha sigue funcionando.Las páginas web de noticias han dejado de acompañar las noticias de imágenes coloridas ydestellos, y actualizan con líneas de texto plano. Supongo que no tienen tiempo de ponerlasbonitas. Me he pasado el día preparándome; he subido algo de agua embotellada y una caja deMRE al ático por si acaso. También he cogido unas tablas del garaje y me he preparado unatarima elevada lo bastante grande para poder dormir en ella. Hoy no han pasado vehículos deemergencia. El aire se ha espesado por el humo de los incendios de la ciudad. Incluso a través dela lluvia puedo ver los incendios. He apagado todas las luces de casa. La electricidad haparpadeado durante todo el día. Si se produce un apagón, necesitaré al menos veinte minutos paraponer en marcha la red eléctrica con baterías y energía solar.

En la tele ya no emiten noticias en directo. Es evidente que controlan la emisión remotamenteporque sólo se ven cámaras fijas, conectadas al mundo a través de Internet. Ah, y aún se sucedenmensajes en la pantalla que indican los centros de refugiados del gobierno. La mitad están malescritos o con errores tipográficos. He visto unas imágenes bastante interesantes en una cámaraque enfocaba hacia un punto indefinido de una carretera de California. Mostraba a algunos de esoscabronazos muertos atrapados en sus vehículos, con los cinturones de seguridad todavía atados; loarañaban todo y gemían, mientras intentaban escapar. Por lo que parecía, habían muerto en unaccidente y cuando habían vuelto a la vida, estaban atrapados en el coche, sin las habilidadesmotoras necesarias para desabrochar el cinturón. Eso me hace sentir mejor: si no pueden apretarel botón del cinturón, tampoco podrán girar el pomo de una puerta.

Teoría: los teléfonos no funcionan, Internet sí… ¿por qué? Creo que es porque la mayoría delíneas que ocupa Internet están enterradas o funcionan por satélite. En cambio las telefónicas sonterrestres, y se han visto afectadas por los incendios y el mal tiempo.

17 de enero.14:24 h.

El sol pica fuerte. Dentro hace mucho calor. No quiero encender el aire acondicionado por elruido. La electricidad funciona de forma intermitente. La presión del agua falla. Después de beber,vuelvo a llenar las bañeras. No me atrevo a ducharme o a bañarme, ya que tendría que vaciar todael agua y podría acabar perdiendo toda la presión. Me lavo con una palangana y una esponja.Intento afeitarme cada dos días para mantener la moral elevada. En la pantalla de la tele no parande repetir las mismas noticias. Hace dos días que no aparece ningún presentador. Intentoestablecer una rutina para mantenerme cuerdo: a primera hora de la mañana, recorro el perímetro.Lo hago antes de que amanezca para no atraer la atención de esas cosas. Después hago unoscuantos ejercicios de gimnasia para mantenerme en forma.

Esta mañana he tenido un susto de muerte. Un gato ha saltado la valla para evitar que una deesas criaturas lo matase. No le he prestado mucha atención hasta que el gato ha superado la vallaopuesta a aquella por la que había entrado y ha escapado.

En ese momento ha sido cuando la criatura que perseguía al gato ha decidido continuar con lacaza: podía verle las manos al agarrarse a la valla, buscando a tientas el gato. Lo único que halogrado ha sido cortarse con los trozos de cristales rotos que pegué hace unos días. Supongo queesas criaturas no sienten dolor.

Al final ha debido de enfadarse porque ha empezado a golpear el muro. A mí me llegabanperfectamente los sonidos desde el otro lado. Que golpee. Supongo que necesitará mucho más queeso para derribar mi muro de piedra. En el área se han congregado ya cuatro o cinco. No paran dedeambular. Me parece que notan que estoy aquí, aunque no estoy seguro del todo. Si la cosa va apeor, tendré que ocuparme de ellos. Se me ha ocurrido que podría usar la escalera de mano y elrociador de pesticida cargado con algo de queroseno. Me encaramaré a la escalera y los regarécon el queroseno; después encenderé una cerilla y los mataré… otra vez. Será mucho mássilencioso que dispararles. Al menos de esta forma podré ver de cerca a una de esas criaturas.Voy a prepararlo todo.

16:00 h.

No sé por dónde empezar a describir el asqueroso aspecto de esas cosas. Ahora ya me lo creotodo: me creo que están muertos, y me creo que quieren matarme. He ido en silencio al garaje, apor el queroseno, la escalera y el rociador. Lo primero ha sido colocar la escalera, por la zonapor la que creían que andaban ellos. Cuando la estaba colocando hasta he podido oír sus pasos.

Tenía muchas ganas de verlos, pero me daba miedo mirar. He vuelto al garaje y he recogido el

resto del equipo de exterminio que he preparado. Podría haberles disparado, pero no quiero hacerruido ni malgastar munición. He llenado el rociador y he subido a la escalera. Primer peldaño:vislumbro las coronillas de tres cabezas. Segundo peldaño: Se dan cuenta de mi presencia y deuno de ellos brota un gemido borboteante. Sonaba a… bueno, no sé a qué sonaba. Me encaramohasta la parte superior de la escalera; hay seis criaturas en la parte exterior del muro, reunidasalrededor de mi posición.

Bombeo la lata para que el rociador tenga más presión y empapo a esos cabronazos dequeroseno. Se les ve muy jodidos o enfadados o las dos cosas, no sé. Enciendo una cerilla y lalanzó al más cercano, pero no… No prende. Lo repito tres veces más mientras estas cosas ferocessiguen arañando el muro y siguen intentado agarrarme. Por fin, al cuarto intento, una de ellas seenciende. Me he quedado en la escalera para que siguiesen saltando uno encima de otro yextendiesen el fuego.

Al final, cuando todos estaban en llamas, he bajado de la escalera y he guardado el equipo.Durante un par de horas he podido oír el burbujeo de la grasa ardiendo. Qué bien que haya llovidolos últimos días; si no, ni se me habría ocurrido hacer esto. Tengo que empezar a pensar en unplan de huida, en caso de que acabe bien jodido aquí dentro.

1. No sienten dolor.2. Quieren comerme.3. El fuego los remata.4. No estoy seguro del efecto de las armas de poco calibre.

18:15 h.

Está anocheciendo muy rápido. Por la cámara del portátil he visto que un montón de siluetas sehan reunido alrededor de otra casa. ¿Seguirá alguien más con vida? He oído los pájaros deaquella zona, y están enloqueciendo. No estoy seguro de lo que sucede. Espero que si hay alguiencon vida tenga el sentido común de mantenerse en silencio; aún no quiero averiguar cómo lesafectan los disparos. Hoy no me apetece ser un héroe. Echo de menos el mundo. Echo de menosvolar. Echo de menos ser un miembro de la Marina. Supongo que lo sigo siendo, pero no estoyseguro de que todavía quede un gobierno al que poder servir. He afilado el cuchillo hasta laperfección. Ha sido un sistema de relajación genial. También he limpiado el fusil, aunque no lonecesitaba. He examinado todas las armas.

Los paneles solares funcionan a la perfección. Temo el momento en que tenga que subir altejado para limpiarlos, porque estoy seguro de que me verán. Tendría que hacerlo de noche.Igualmente, aún falta bastante. Hoy he oído el ruido de un helicóptero, pero no me he arriesgado asalir y comprobarlo, aunque sé que esas cosas no me pueden ver si estoy a ras del suelo. Tal vezpueden olerme. ¿Qué sentidos les habrán aumentado y cuáles habrán perdido al morir y volver

entre los vivos? Creo que los seres a los que prendí fuego tardaron más en quemarse de lo quetardaría un ser humano normal.

He podido ver las puntas de las llamas que sobresalían por encima del muro desde dentro decasa, dando vueltas, al menos durante tres minutos. Un humano normal se retorcería de dolor en elsuelo en menos de treinta segundos, estoy seguro. Cuando oscurezca, usaré la mira láser de mipistola para hacerle señales a la casa que hay más arriba, en esta misma calle. Las criaturas nopodrán ver la señal, sólo lo harán los que queden dentro… si es que existen, si es que siguen convida.

JOHN22:41 h.

He intentado comunicarme con la casa ante la cual se reúnen todas las criaturas, usando la miraláser de mi pistola. Al principio tan sólo he apuntado el «punto» hacia cada ventana y lo hemeneado. Tras unos cinco minutos, he visto el débil resplandor de una linterna en la ventana delpiso superior. Fuera quien fuese hacía destellar la luz. «Pim-pim-pim-pam-pam-pam-pim-pim-pim». Era SOS en código Morse. Aprendí Morse hace unos años, en la escuela militar decomunicaciones a la que fui. Era bastante bueno interpretándolo en comunicación visual, y unpetardo cuando se trataba de medios auditivos.

Pero esta vez he tenido suerte. He cogido un lápiz y unos papelajos, unas facturas que nuncapagaré, y he emitido la señal de que estaba preparado para recibir su mensaje. Como las criaturasno reaccionaban ante la luz de aquella otra persona, he decidido usar mi linterna LED, porquetiene una autonomía de veinticinco horas, no como la mira de mi pistola. He empezado a copiar elcódigo Morse. Al principio todo ha sido bastante lento, porque tenía que indicarle que repitiese laseñal, pero tras un par de palabras ya he cogido el ritmo.

B… I… E… N… (pausa).A… Q… U… I… (pausa)… N… O… M… B… R… E… (pausa).… J… O… H… N… (pausa).T… U… (interrogación).

Le he dicho mi nombre y que yo también me encontraba bien. También le he aconsejado que semantenga en silencio, que a las cosas esas les atrae el sonido. Me ha comprendido. No nos hemoscomunicado mal, a pesar de estar a más de cien metros de distancia. Me ha llamado la atención yme ha dicho que su casa está segura, que tiene un plan para comunicarnos de forma más rápida,pero que tendrá que esperar hasta mañana. Cuando le he preguntado de qué iba el plan, me hacontestado:

G… O… M… A… E… L… A… S… T… I… C… A… (pausa).… W… A… L… K… I… E… T… A… L… K… I… E… (pausa).… T… I… R… A… C… H… I… N… A… S… (pausa).

¿Qué?

Le he dicho a John que creía que lo había entendido, y él me ha hecho una señal en la que meindicaba que tenía que descansar. Después de eso he dejado que se fuese. Ha sido hace una hora, ytodavía no he podido imaginar qué pretende lograr con una goma elástica, una radio pequeña y untirachinas. No puedo ni imaginarme un tirachinas lo bastante grande para impulsar un walkie talkiepor los cien metros que separan nuestras casas. Es que, aunque pudiese propulsarlo, se partiría enmil pedazos al llegar aquí. Supongo que al menos me ha dado algo que esperar de mañana.

18 de enero.10:12 h.

Me he despertado a las 06.05 h y he subido al piso de arriba, a mirar por la ventana. Me hequedado sentado durante un minuto con la linterna, y después he intentado saludar a John. Hehecho destellos con la linterna ante la ventana. No me ha respondido. He empezado a temerme lopeor.

Me he quedado allí sentado unos minutos más; me sentía triste, consciente de que en mediahora ya no importaría nada de esto, porque el sol brillaría demasiado para que pudiésemosdistinguir las señales de la linterna del otro. Entonces le he visto. He percibido algo demovimiento en el tejado: la silueta de un hombre de mediana edad, con una camisa de cuadrosrojos y negros, y téjanos. He cogido los prismáticos, he vuelto a la posición y he empezado aemitir luces parpadeantes con la linterna.

El sol ya había empezado a brillar, por lo que no estaba muy seguro de si podía llegar apercibir mi linterna, que competía con la luz del sol. Ha mirado en mi dirección y me ha saludadocon la mano. Después ha alzado una cosa verde, larga, con una pinta muy elástica, y lo que parecíaun termo de café metálico y pequeño.

Después ha atado un extremo de la goma verde alrededor de la chimenea y la otra alrededordel aparato de aire acondicionado de su ático. Ha creado un tirachinas bastante rudimentario. Hacolocado el termo en el tirachinas y ha empezado a recular, descendiendo por la parte opuesta deltecho, hasta desaparecer de mi vista mientras tiraba de la banda elástica verde. Me ha parecidoque pasaba mucho tiempo. Por fin he visto que la banda volvía a su posición inicial, y menos deun segundo después, he oído el chasquido.

El termo que John había sujetado en la banda volaba en una trayectoria que lo haría aterrizaren alguna parte de mi patio. La decena o quincena de no muertos que vagaban alrededor de la casade John ni siquiera se han dado cuenta de que el paquete de John viajaba directamente hacia suobjetivo.

He oído un fuerte ¡pof! cuando el termo ha chocado contra una de las piedras del caminito delpatio.

El paquete ha cruzado unos cien metros y ha logrado atravesar el perímetro de mi valla. Peroeso ha tenido un precio. El golpe ha sonado con mucha fuerza, y dos de las criaturas de la casa deJohn se han dado la vuelta, como si lo hubiesen oído, y han empezado a caminar en direcciónhacia aquí. No he perdido el tiempo: me he enfundado los guantes y la máscara y he empuñado la

pistola.No me ha parecido necesario llevar el fusil a una pequeña expedición al patio frontal.

He llegado al lugar del aterrizaje en menos de quince segundos, he recogido el termodescascarillado y he vuelto al interior, mientras le hacía señas con la mano a John. Yo podía verley él podía verme, y ninguna de las criaturas podía vernos en nuestra posición. Cuando he entrado,he abierto el envío de John y he encontrado dos paquetes de ocho pilas Duracell Triple A, y doscosas más: una nota de John y una radio de emisor/receptor.

Vecino…Contáctame en el canal 07.—John.PD: ¡Te dije que funcionaría!

Venía protegido con bolitas de polietileno.

Los cadáveres por fin han llegado a mi zona, pero el sonido del impacto ha sido tan breve queno tenían ni idea de a qué área dirigirse. He colocado las pilas en la radio (necesita 4 AAA) y mehe colocado el auricular. John ya intentaba contactarme por el canal siete. Hemos hablado un buenrato. Me ha contado que ha usado la cinta de resistencia de yoga de su mujer para lanzar el termo.Lo que nos hemos reído cuando lo contaba. No me atrevía a preguntarle por su mujer, así que le hedicho si había perdido a alguien durante todo esto, y me ha respondido llanamente: «Creo quetodo el mundo ha perdido a alguien».

No he intentado averiguar nada más. Le he preguntado qué planes tenía, y cómo estaba deprovisiones. Me ha dicho que todavía trabaja en un plan de supervivencia y en otro de huida, yque tiene comida y agua suficientes. También me ha contado que tiene un fusil semiautomático delcalibre .22 y un par de cajas de 500 cargas de munición. Joder, tiene más que yo.

Le he preguntado por qué se han reunido todos alrededor de su casa, y me ha explicado que espor su perra, que le había ladrado a un grupo de esas criaturas. John tuvo que amordazarla. Le hepreguntado de qué raza era, y me ha dicho que es una galgo italiano (como un galgo normal, peromás pequeño), y que se llama Annabelle. Me ha dado envidia que tenga compañía. Lasobligaciones de la Marina me impedían tener una mascota, porque tenía que salir en misiones endiferentes horarios. Le he dicho que tenía un amigo en el escuadrón que también se llamaba John.Él ha contestado que deberíamos reservar las pilas y pensar en algo útil de lo que hablar por latarde y que nos volveremos a poner en contacto a las seis en punto. Le he dicho que de acuerdo ynos hemos despedido.

1. Víveres. Estado ¡bien!

19:50 h.

Como había prometido, John ya estaba al aparato a las 18.00. Hemos hablado de nuestrasituación actual, y hemos comentado algunas teorías sobre cómo empezó todo. Le he preguntado aJohn si sabía si las balas los mataban, pero no estaba seguro. Yo le he explicado lo de la hogueraque monté anoche y me ha dicho que él había visto el fuego, cuando ya estaban todos derribados, yse preguntaba qué habría sucedido. Al final me ha revelado lo que le había sucedido a su esposa.Su hijo estaba fuera, en la Universidad de Purdue, cuando todo esto empezó. Su mujer cayóvíctima de una de las criaturas: la atacó justo antes del crepúsculo. Un día ella salió al cobertizo abuscar unos cuantos clavos para las tablas que estaban colocando. Se trataba de un vagabundo quese había buscado refugio en el cobertizo y había muerto allí. Cuando su mujer gritó, ya erademasiado tarde. Cuando John llegó armado con un bate de béisbol, su mujer iba agarrándose unbrazo ensangrentado y corría hacia él; la criatura la seguía. John mató a esa cosa con el bate.

El mordisco del brazo enseguida mostró signos de infección y de hinchazón. En una hora se lenotaban unas venas negras y rojas que le recorrían todo el brazo, hasta llegar al hombro. Lepracticó los primeros auxilios y la puso cómoda, pero no podía hacer nada por ella. Ha empezadoa llorar, podía percibir las lágrimas a través de la transmisión metálica de la radio, y he intentadocambiar de tema, pero John no paraba de repetir: «Tuve que acabar con ella, me dolió muchísimo,pero tuve que hacerlo». Le he aconsejado que no piense más en eso y que por ahora intentemantener la cabeza fría. Se ha mostrado de acuerdo y hemos seguido hablando.

Yo le he comentado que había visto varios mensajes en Internet de supervivientes de todoEstados Unidos, pero ninguno de nuestros aliados al otro lado del océano. Me ha pedido que selos lea, y lo he hecho. Uno de los supervivientes es del sur de Texas, lo que significa que nosomos los últimos que quedamos aquí. Le he leído las notas de un superviviente de Nueva York;con un tono distante, John me ha contado que tiene parientes allí. Nos hemos desconectado los dosun par de minutos para ir a buscar los mapas de carreteras.

Cuando hemos vuelto, hemos empezado a comentar posibles rutas de huida, si esta área quedainfestada e inhabitable. Él sugiere El Álamo, que está a sólo medio día de aquí a pie. Pero yo creoque sería un suicidio meternos en la ciudad. Yo le he sugerido que «cojamos prestado» unvehículo pesado y nos dirijamos hacia el este, al Golfo de México, y busquemos una plataformapetrolífera que esté en alta mar.

John ha comentado que los últimos días la electricidad le funciona a ratos, y no estaba segurode lo que aguantaría. John tiene un generador Honda en el sótano, pero no quiere usarlo si no esdel todo imprescindible, porque puede que lo escuchen desde el exterior. Hemos decidido nogastar mucha más pila. Sólo me quedan tres recambios de pilas Triple A.

He intentado usar la radio de banda civil, pero sólo capto estática.

Tengo hambre.

Idea: Todavía tengo la radio por satélite en el coche. Satélite: no hay cables que se incendien.Si las estaciones de arriba siguen operativas, alguien podría conectarse desde Internet y enviartransmisiones ascendentes. Esta noche saldré y recuperaré la radio y la antena de UHF.

23:34 h.

John y yo hemos acordado que si tenemos que hablar, nos asomaremos a la ventana a cadahora en punto y encenderemos las linternas. Hemos pactado comprobar cada hora qué tal estamos,hasta que indiquemos que es hora de acostarse con cinco destellos. Si no hay luz, significa que nonecesitamos malgastar las pilas del walkie talkie. He comprobado la radio: funciona bien, perodesafortunadamente las emisoras que siguen emitiendo lo hacen en un bucle constante. Algunoscanales de noticias emiten reportajes y noticias de la semana pasada. Noticias viejas. Continuarémirándolo siempre que pueda. He vuelto a comprobar la radio de banda civil. Juraría que he oídouna voz humana muy débil. He enviado un mensaje, a ver si me respondían. Sin éxito.

He mirado por la ventana y he podido ver al menos una docena de incendios a lo lejos. De vezen cuando me parece oír disparos. Durante un segundo he imaginado que deben de ser los últimossupervivientes de la gran ciudad. Apuesto a que se ha convertido en una zona bélica. Me sientosucio, pero no quiero malgastar el agua que me queda. Esto me ha recordado que tengo quecomprobar la presión. Todavía queda. No he abandonado mi domicilio en los últimos cinco días,excepto por los incidentes de la hoguera y el tirachinas. Parece que haya pasado un mes.

¿Cómo estarán aguantando los demás países? Supongo que los esquimales y algunas islasmenores de Filipinas no se habrán visto afectados. Cabrones con suerte. ¿Los muertos vivientesestán fríos? Si fuese así, mi teoría es que no generan calor corporal, que son muy parecidos a unaserpiente. Aunque me parece que si hace mucho frío, avanzan más despacio. Mañana es domingo.Nada de ir a la iglesia mañana. Supongo que cuando Él dijo todo aquello del Omega en elApocalipsis no estaba de broma. Es casi medianoche. Voy a mandarle los cinco destellos a John.

19 de enero.16:59 h.

Cuando me he despertado esta mañana no había electricidad. Eran las 7.30. A las 8.00 enpunto me he acercado a la ventana para hacerle la señal a John. Ya estaba allí. Me ha dicho quehemos sufrido un apagón de madrugada, hacia las 3.30. Yo he dormido sin darme cuenta. No sépor qué, pero desde que conozco a John duermo un poco mejor. Supongo que es la sensación de noestar solo. Al estar en el ejército nunca he tenido la oportunidad de hacer buenos amigos, ya quesiempre me he tenido que trasladar a otros destinos. Es lo que me pasó aquí también; compré lacasa porque pensaba que sería una buena inversión y porque sabía que me quedaría aquí un par deaños.

John me ha dicho que él no necesita la electricidad para hacer nada. Tiene un fogón depropano y mucha agua. Le he dicho que yo me abastezco de energía solar almacenada en bateríascíclicas de submarino.

Mi conexión de banda ancha aún funciona gracias a las líneas de cable que van por elsubsuelo, y todavía no se han visto afectadas. También sigue habiendo energía en las líneas deteléfono, porque esta mañana al levantar el auricular oía el sonido del tono comunicando, que meindicaba que las centralitas no funcionaban pero las líneas todavía se mantenían en pie. Le hedicho a John que volvería enseguida, que tenía que bajar al garaje para pasar de la red energéticageneral a la de mis baterías; no quiero que vuelva la electricidad de pronto y me las fría.

Tras cambiar la fuente de energía, he vuelto a hacerle señales a John. Me ha preguntado sihabía nuevos mensajes de supervivientes en los foros de Internet y se los he leído. Hay gente detodo Estados Unidos: algunos suenan pesimistas, otros desesperados. Creo que estas lecturas quele hago a John nos sirven de válvula de escape. John y yo hemos empezado a valorar laposibilidad de viajar; le he comentado que sé pilotar. Si pudiese hacerme con un aparatooperativo, podríamos llegar a casi cualquier punto de Estados Unidos, siempre que tenga planosen los que estén indicados los aeródromos para repostar. Los dos empezamos a desarrollar algode claustrofobia, y eso se nota. Buscamos excusas para abandonar esta zona muerta.

19:20 h.

Disparos fuera. Sin la farola está demasiado oscuro para poder ver la casa de John. Estabaseguro de que John corría peligro hasta que he oído su voz entre el crujido de la estática. «No tepreocupes, estoy bien, he tenido que disparar contra unos cuantos porque habían empezado aapilarse unos encima de otros para formar una escalera humana». Le he preguntado cómo leshabían afectado las balas; ha disparado contra doce de ellos en la cabeza, iluminado únicamentepor la luz de la luna y a quemarropa. Los ha matado. Ésas son las buenas noticias. Porque losdisparos atraerán a más criaturas. Esta noche tendré que dormir con un ojo abierto. Le he sugeridoa John que se prepare para tener que matar al doble que hoy en cuanto amanezca.

23:11 h.

No puedo dormir; no dejo de pensar en la gente que sigue con vida e intenta desesperadamentesobrevivir. En Oklahoma, una mujer está atrapada con sus hijos, y no para de pedir consejos enlos foros de Internet. ¿Cómo me afectaría saber que un consejo mío ha enviado a alguien a caer engarras de esos seres? Lo único que sé es que yo, si me encontrase en esa situación… atrapado…con el número de cadáveres vivientes aumentando día a día alrededor de mi perímetro sólotendría una elección: escapar. Mientras hablamos, no paro de pensar en lugares que nos podríanservir de refugio durante un breve periodo de tiempo. Se me ocurrían depósitos de agua, vagonesde tren con salidas por el techo, terrazas de edificios que tuviesen el acceso limitado… No quería

acabar rodeado en alguna parte, sin ninguna salida. Si encontrase alguna prisión o algún edificiomilitar, también me serviría. Serían fáciles de defender si antes podemos vaciarlas de esascriaturas. Cuanto más pienso en ello, más cuenta me doy de que puedo acabar en una situaciónigual de complicada que la de esa mujer si no me mantengo alerta. No creo que sea muy prudentedar consejos a otros, ya que no soy ningún experto. Sólo espero que sobrevivan. Aunque no pareceque tengan muchas posibilidades…

LAS BODAS DE FÍGARO20 de enero.22:23 h.

Situación: nefasta… Cuando nos hemos despertado esta mañana, John y yo hemos empezado ahablar enseguida con el walkie talkie. Cuando me he asomado a la ventana, he visto que la cosahabía empeorado mucho. Eran sólo las 7.00, y alrededor de casa de John debía de haber alrededorde cien de aquellas criaturas, llenaban la calle y formaban una barrera humana ante su casa. Hecogido el fusil, he comprobado que funcionase correctamente, me he colocado la funda de lapistola y me he preparado para la batalla. Me he puesto los guantes, el casco y el traje de vuelo, yhe conectado el transmisor de John a un auricular. John no tenía ni idea de que sus esfuerzos paralibrarse de ellos acabarían con tantas criaturas allí, atraídas por el ruido. Le he pedido queaguante, he quitado la barricada de la puerta trasera, he salido, he lanzado una toalla de baño viejasobre los cristales de mi propia valla y he saltado por encima.

Con mi fusil, he apuntado con cuidado a los que tenía más cerca, o a los que se encontraban enel perímetro exterior del círculo que formaban; suponía que esto tal vez frenaría el avance de losdemás al tener que superar los cadáveres de los ya derribados. Sólo tenía cuatro cargadores, esdecir, 116 proyectiles. He disparado una bala tras otra a los cráneos de esas cosas. Pensaba quelos mataría al instante, pero no ha sido así. Algunos tiros directos ni siquiera les han alcanzado elcerebro, sino que han seguido el perímetro del cráneo hasta salir por la parte trasera. Por cadadiez disparos, sólo he matado a ocho o nueve.

La masa de monstruos ha empezado a avanzar con lentitud hacia mí mientras yo intentabaatravesar un suelo cubierto de cadáveres. No tenía otra opción. Tenía que huir. He recorridovarias manzanas, pero sólo he logrado encontrar más criaturas de éstas. Toda esta zona se haconvertido en una ciudad muerta. Lo siento en el aire; las vibraciones de sus gemidos reverberanen mi pecho, como si fuese la música de una banda barata en un local nocturno. Me estabancazando. El refugio más cercano que he logrado encontrar ha sido una gasolinera. Mi cuerporebosaba adrenalina. Si les doy cuartel, me devorarán.

He trepado por una tubería de gas que sobresalía en la pared de la gasolinera y me he quedadosobre el techo. Por los gemidos y el movimiento que apreciaba a lo lejos, he llegado a laconclusión de que era hombre muerto, de que vivía el tiempo de prórroga. Me quedaban sólo unastreinta balas (un cargador y unas pocas más), así que he decidido sacar una del cargador yreservarla para mí.

He empezado a disparar. He intentado dar siempre en la cabeza. Cada vez acertaba menos yfallaba más, como si la niebla de la guerra se apoderase de mi puntería, o tal vez sólo estuviesecayendo víctima de una depresión, similar a la de alguien que acaba de descubrir que esseropositivo.

Ha sido entonces cuando he oído a mi salvador. He vislumbrado un coche que se acercaba pormi calle. He seguido disparando. El coche se ha dado cuenta y ha virado en dirección a mí. EraJohn. Ha rodeado la gasolinera y ha parado el coche en uno de los laterales. Cinco seres se

acercaban; me he cargado a tres antes de que se me agotasen las balas. Tenía que recurrir a mipistola. He saltado del techo, me he acercado a ellos y he disparado contra los dos últimos aquemarropa, al estilo de un ejecutor. Una niebla marrón oscuro ha empapado el aire tras loscráneos. Yo me he alejado de ella, ya que temía que me pudiese infectar, y he saltado al interiordel coche, con John. No nos hemos estrechado las manos; John me ha preguntado si quería volvera casa, pero yo era consciente de que si volvíamos allí, sólo conseguiríamos atraerles. Él se hamostrado de acuerdo. Entonces se me ha ocurrido un plan: le he preguntado a John si podíadesprenderse de su coche. John me ha contestado con una sonrisa: «¿Qué se te ha ocurrido,marinero?».

Le he pedido que continuase conduciendo. Las criaturas nos seguían. Le he indicado que sedirigiera a un punto no muy alejado de nuestras casas. He comprobado el tipo de música que Johnescucha en el coche: es un tío conservador. Al rebuscar entre los CD, he encontrado lo quebuscaba. Sería perfecto. Hemos llegado a nuestro destino: un aparcamiento enorme al lado de unafábrica cerrada. Hemos aparcado y le he indicado a John que mantuviese el motor en marcha. Hepuesto el CD, he bajado las ventanillas y he abierto todas las puertas. Lo he puesto todo enmarcha, hasta los limpiaparabrisas. He subido el volumen lo máximo que he podido sin llegar afastidiar los altavoces. John y yo hemos agarrado nuestras armas y nos hemos dirigido a un puntoseguro, a unos cuatrocientos metros del coche.

Las bodas de Fígaro llenaban el aire del aparcamiento y toda la zona adyacente. Finalmente, lamasa de muertos vivientes ha doblado una esquina y ha visto el coche. Su tambaleante forma decaminar se ha acelerado cuando han visto lo que sus ojos en blanco, lechosos, anhelaban ver. Hanrodeado el coche y se han metido dentro. John y yo no hemos perdido más tiempo. Cuando hemosvisto que nuestro plan funcionaba, hemos seguido nuestro camino.

Al dirigirnos a casa, le he comentado a John que no estaba seguro de que esos seres pudiesensobrevivir a aquella música. Se ha reído mientras seguíamos avanzando. Nos hemos cruzado conuna docena de criaturas, pero como nosotros caminábamos con sigilo, no nos han detectado. Yahora aquí estoy, media botella de whisky después. Aquí estoy, mirando la bala que he reservadopara mí… ¿Vale la pena vivir así?

21 de enero.21:43 h.

He tenido tiempo de recomponer mis pensamientos, de recuperarme de la catástrofe de ayer yde la resaca de esta mañana. John y yo hemos decidido que es mejor que nos mantengamos encasas separadas porque nunca es una buena idea «guardar todos los huevos en la misma cesta».No queremos acabar los dos muertos porque asedien una casa. Los sucesos de ayer me afectaronmucho. Estuve a punto de morir. Si John no me hubiese encontrado, o si hubiese decidido no saliren mi busca, me podría haber quedado allí arriba, muriendo de deshidratación, escuchando losgemidos de los muertos, hasta tomar la determinación de terminar con todo.

Debía de haber unos quinientos cadáveres revoloteando alrededor del coche cuando John y yonos alejamos del aparcamiento. Anoche, acostado en la cama, todavía podía escuchar el débil

sonido de la música de Mozart cuando el viento soplaba en la dirección adecuada. Ya no se oye.Sólo puedo conjeturar cuánto tiempo tardó el motor encendido en consumir toda la gasolina o labatería en agotarse con la radio encendida. Ahora mismo las calles están despejadas, pero no hayforma de saber cuánto tiempo seguirán así. Estoy seguro de que cuando el sonido que los atraíahacia el coche se apagó, se dispersaron de nuevo. Es cuestión de tiempo hasta que el azar losvuelva a traer hasta aquí.

John y yo hemos hablado un poco. Anoche, antes de separarnos y refugiarnos en nuestrasrespectivas soledades, justo después del incidente con Las bodas de Fígaro, John corrió al interiorde su casa y me ofreció unos cuantos paquetes más de pilas para el walkie talkie. Era evidente quedeseaba hablar, pero hasta hoy no me he acercado al aparato. John sabía que yo estaba destrozado.Hoy he podido conocerle un poco mejor: Es ingeniero, lo que explica su alocado plan con la gomaelástica. Se sacó un Máster en Ingeniería Mecánica en Purdue. Me ha contado que trabajaba paraExecu-Tech.

Se siente culpable por el probable destino de su hijo, ya que lo presionó para que asistiera ala misma universidad que su viejo. Mi respuesta fue que no importaba en qué rincón del mundo seencontrase cuando todo esto sucedió. Por lo que parece, es igual de malo en todas partes.

Tras la debacle de que fui testigo anoche, soy consciente de que no muchos habrán podido ohabrán querido sobrevivir a la situación. Sólo me quedan 884 balas para mi arma del calibre .223.Si descienden por debajo de 500 me consideraré en una situación crítica, teniendo en cuenta queallá fuera debe de haber unos mil. O incluso más. No puedo convertir esto en una guerra deguerrillas. Ni siquiera obtendría una victoria pírrica.

John y yo nos veremos de nuevo mañana si la calle continúa despejada. Tenemos queplanificar una misión de exploración, aventurar qué víveres creemos que podemos conseguir. Esposible que éstos sean nuestros últimos días aquí. Estoy firmemente convencido de que elgobierno se ha derrumbado. Hemos descartado completamente la opción de la plataformapetrolífera, ya que para lograr alcanzarla tendríamos que atravesar innumerables kilómetros de unterreno dominado por completo por los muertos. Cuando salgamos, si es que salimos, tenemos queseguir un plan realista y dirigirnos hacia una localización defendible.

Es imposible aislar nuestro vecindario con esas cosas vagando a nuestro alrededor. Lo únicoque se me ocurre sería conseguir algunos remolques y aparcarlos en los extremos de la calle; acontinuación, colocar a su lado otro remolque, pero del revés, para evitar que se puedan arrastrarpor debajo. Podríamos tapar los últimos huecos con vehículos más pequeños. Pero este plan esuna locura; antes de que lográsemos conducir el primer remolque hasta su destino, la calle estaríaa rebosar de criaturas de ésas. Lo que daría ahora por un hidroavión con el depósito lleno decombustible. Me pregunto qué tal aguantará la base. Supongo que las puertas siguen en pie. En elpeor de los casos, se habrán llevado a los supervivientes en los aviones más grandes (737) aalgún lugar seguro antes de que los muertos puedan entrar. Necesito algo de tiempo para sacar másideas. Buenas noches, diario.

22 de enero.22:40 h.

Ha venido John. Hemos decidido que es mejor trazar un plan hablándonos cara a cara queintentar coordinar nuestros esfuerzos por radio. Está en la cocina, dando de comer a su perra. Johny yo intentaremos encontrar un avión que siga en condiciones de volar. Hemos pasado el díapreparando lo indispensable, y saldremos con las primeras luces del día. John dejará a la perraencerrada en el sótano con agua y comida para cinco días. Lo bueno es que no la oirán aunqueladre desde el sótano. Me sabe mal por ella, pero el mundo ya no es lugar para el mejor amigo delhombre. Mientras estemos fuera, intentaré encontrar más armas.

Algo que debo tener en cuenta es llevarme el cargador de baterías. Mi coche no sobrevivirá ala escapada. Nuestro plan es salir de aquí bien pronto con mi coche, el de John ha quedadoinservible, y localizar enseguida un medio de transporte alternativo. Lo mejor sería algún tipo devehículo militar, el que sea. Lo ideal sería un carro de combate, pero hay las mismasposibilidades de encontrar uno, que de que me salgan monos voladores del culo. No sé si lossatélites GPS seguirán funcionando sin mantenimiento humano. Si logramos encontrar un avión, nome importaría estar respaldado en la navegación por un GPS. Mientras estemos fuera seguiréescribiendo el diario. Creo que volveremos en tres días, que no nos alejaremos más de quinientoskilómetros. Nos dirigiremos hacia una población cercana, Austin, Texas. No llegaremos a entraren la ciudad, sobre todo después de mi aventura sobre la gasolinera del otro día. Todavía meestremezco y huelo pólvora y sudor cuando pienso en ello.

23 de enero.06:00 h.

John y yo nos vamos. Cambio de planes: volveremos en dos días, no en tres.

10:00 h.

Hemos salido esta madrugada, alrededor de las 6.00. Ya estamos a la altura de Universal City.He cargado el coche mientras seguía en el garaje; quería evitar que se presentasen invitados nodeseados. He puesto en marcha el motor, que aunque ha tosido un poco, al final se ha encendido.En el Volvo no había mucho espacio, por lo que nuestra primera misión era encontrar untransporte más viable. Hemos llegado al Loop 1604. Creo que en mi vida había presenciado unasituación tan caótica. La carretera estaba sembrada de vehículos abandonados. La he examinadocon mis prismáticos: los he desplazado de izquierda a derecha, y lo que he visto ha sidocompletamente perturbador. Me recordaba a las imágenes que emitían las cámaras de tráfico,parecía que hubiesen pasado semanas desde aquello. Algunas de aquellas criaturas estabanatrapadas en su interior, con los cinturones de seguridad abrochados. Tenía todo el aspecto de quealgunas personas habían dejado las ventanillas bajadas, que los habían atacado y después se

habían reanimado. Hemos encontrado lo que buscábamos, aunque el color no era el ideal.Un Hummer H2 de color amarillo chillón estaba de través en la carretera, con la puerta del

conductor abierta. Hemos aparcado mi coche fuera de la vista, hemos empuñado nuestras armas,hemos agarrado el cargador de baterías, y hemos empezado a bordear la loma que rodea el Loop1604. El único movimiento que hemos percibido ha sido el de unos seres a bastante distancia,aparte de los que se removían atrapados en los vehículos.

Al llegar al H2 he visto algo que nunca olvidaré. Una sillita atada en el asiento trasero. Le hepedido a John que esperase mientras yo me aproximaba, ya que él es o era padre y no quería queviese algo así.

He abierto la puerta trasera del vehículo. Y allí estaba: la carcasa de un niño humano, que serevolvía en su sillita e intentaba agarrarme. Los círculos negros alrededor de sus ojos los hacíanparecer orbes. Tenía ganas de gritar mientras desataba la sillita y la colocaba a una buenadistancia, a una distancia segura. Cuando me he sentado en el asiento del coche y he vuelto a alzarla mirada, la he visto. Una mujer desfigurada, vestida con unos téjanos, una camiseta y botas seacercaba. Estaba a tan sólo unos metros de nosotros.

Cuando me ha descubierto, ha empezado a caminar hacia mí. Un gemido agudo brotaba de sucuerpo en descomposición. He empezado a pensar en cuál sería la forma más silenciosa deencargarme de ella. Tendríamos que encender el motor del Hummer con las pinzas; la puerta delconductor había estado abierta días, o tal vez semanas, por lo que la luz piloto había estadoencendida.

El cadáver de la mujer se acercaba pausadamente, pero a ritmo constante. He echado unvistazo al interior del Hummer. Había un cojín en el asiento del copiloto; lo he agarradorápidamente, me he quitado el cinturón y he enrollado el cojín al cañón de mi CAR-15. El cinturónme ha permitido sujetarlo con firmeza. La mujer ya había llegado hasta mí, por lo que he tenidoque disparar. Cuando sus deformados labios han empezado a mostrarme sus dientes amarillentos,he apretado el gatillo.

El arma no ha emitido más ruido que el de una palomita de maíz al estallar cuando la cabezadel monstruo ha explotado, y ha liberado tras ella una niebla oscura. Ha dejado de existir. Me hearrodillado hacia el niño pequeño. Me he quedado sentado en el suelo, meditabundo, valorandoqué debía hacer. Si existe un dios en el cielo, espero que me perdone. He acabado con la jovencriatura con el cuchillo. No creo que sea necesario extenderme más sobre esto.

Tras este encuentro, he tirado el cojín de nuevo sobre el asiento y le he hecho un gesto a Johnpara que se acercase. No veía ningún peligro inmediato en el área, aparte de uno que seguía en elinterior de un coche, a unos seis metros, y que no dejaba de retorcerse. John acarreaba el cargadorportátil de baterías, se trata básicamente de una batería cargada, con cables para conectar a lagastada. He quitado las sujeciones del capó, me he inclinado a través de la puerta del conductor ylo he abierto. He vuelto a entrar en el coche, para buscar las llaves. No había llaves. Me hequedado sentado y he pensado durante un minuto.

¿Qué había sido del conductor de aquel vehículo? ¿Había sido tan egoísta que había dejado asu hijo en manos de aquellas criaturas? Tras pensarlo cuidadosamente, he llegado a la conclusiónde que seguramente los padres no habían abandonado al pequeñín. He vuelto a mirar el interiordel coche; había un ambientador de pino de color rosa colgando de la ventanilla trasera. He

mirado al suelo, hacia el monstruo que acababa de matar; le he registrado los bolsillos hastaencontrar las llaves del H2 y el carnet de conducir. Siento lo de su hijo, señora Rogers.

He introducido la llave en la ranura y la he girado para encender el motor. Lo que pensaba.Muerto. He cogido el cargador y lo he enganchado a la batería mientras John giraba la llave. Harugido, vivo de nuevo. Hemos comprobado la gasolina. Quedaba poca. John se ha encaramado enel asiento del copiloto y nos hemos puesto en marcha. Hemos dado una vuelta completa y noshemos dirigido hacia mi coche. Al ascender por el terraplén me he dado cuenta de que habíamosatraído algo de atención no deseada. Calculo que debía de haber unos veinte tambaleándose hacianuestro vehículo. Estaban a casi trescientos metros. He detenido el Hummer cerca de mi coche yhe cargado los paquetes en el maletero de nuestro nuevo vehículo, antes de dirigirnos al sitio máscercano donde proveernos de gasolina. Tanto John como yo éramos conscientes de que lossurtidores no funcionarían sin electricidad, por ello hemos cogido una manguera para poderextraer la gasolina.

Hemos recorrido algo más de tres kilómetros y hemos esquivado los coches detenidos en lacarretera, hasta llegar a una carretera secundaria. Hemos virado por ella. A un kilómetro de laentrada hemos encontrado un coche que no tenía sistema de seguridad en el depósito. Las luces deadvertencia estaban encendidas; seguramente llevaban semanas parpadeando. He aparcado el H2en una posición que nos facilitase la tarea. Hemos extraído hasta la última gota del coche, perosólo hemos conseguido llenar medio depósito. Como todas las gasolineras están cerradas, nostendremos que conformar con esto.

DESCUENTOS ESPECIALES EN EL PASILLO 1322:43 h.

Si existe el infierno en la Tierra, hoy lo he encontrado. Estoy pensando en tirar la cámara. Aunquela humanidad sobreviva a este calvario, no creo que nadie quiera ver esto… porque lo único queencuentro son imágenes de muerte y destrucción.

La mayor parte del trayecto he conducido yo. Tras dejar atrás la ciudad de Universal, hemossubido por la I-35 hacia San Marcos. Hemos tenido que esquivar varios coches y esos malditossacos de pus andantes. Ya estoy empezando a pagar las consecuencias. He empezado a sentirrespeto por los veteranos de guerra que tuvieron que enfrentarse con la muerte a diario. No sécómo lo lograron. Incluso antes de llegar a San Marcos, ya podíamos ver el humo que cubreAustin. Necesitábamos gasolina, por lo que he girado por la salida 1900 y he virado a la derecha,hacia el aparcamiento de un Wal-Mart abandonado ya hace mucho tiempo.

John vigilaba mientras yo me aliviaba en la cuneta. Después me ha tocado a mí vigilar. Hemoscolocado el Hummer cerca de algunos coches para poder recolectar más gasolina, cada vez másnecesaria. Al menos en esta ocasión hemos encontrado un Chevy Blazer de finales de los 80 con eldepósito lleno. Hemos llenado tres cuartas partes del Hummer. Como yo sólo llevaba 880 balasdel calibre .223 y 300 de 9 mm, y John tenía mil del.22, le he preguntado si se sentía con ánimosde ir de compras.

La puerta principal estaba cerrada. He vuelto al Hummer, lo he llevado hasta ella y hebuscado una palanca. La he encontrado y he intentado forzar la cerradura. Tenía un buen punto deapoyo, por lo que me he dedicado a ello con todas mis fuerzas. John vigilaba el aparcamiento,para no encontrarnos con ninguna sorpresa mientras yo me peleaba con la puerta. De pronto henotado un golpe seco; he alzado la vista y, para mi decepción, me he encontrado cara a cara con uncadáver ataviado con el traje azul de Wal-Mart, sucio de sangre, que golpeaba la puerta de cristale intentaba salir. La criatura se ha separado un poco de la puerta y ha golpeado el pestillo que lamantenía cerrada.

La puerta se ha abierto ligeramente mientras aquel ser intentaba deslizarse por la abertura parallegar a nosotros. Ha sacado la cabeza y he aprovechado para clavarle la herramienta que llevabaen la mano; le he atravesado la cuenca del ojo, y ha muerto al instante. He mantenido la puertaabierta, como un perfecto caballero, para permitir que el cadáver cayese sobre la acera. Despuéshe abierto la puerta del todo y he apoyado en ella el contenedor de la basura, para que no secerrase.

Le he comunicado a John que lo más probable es que hubiera más criaturas de aquéllas en elinterior. Hemos empujado el Hummer más cerca de la entrada, para que nadie pudiese entrar ypara que, para salir, tuviesen que escalar por la puerta del conductor y atravesar el asiento delcopiloto. Ha sido idea mía, para impedir que llegase algún visitante inesperado durante nuestratarde de compras. Le he enseñado a John a usar su arma en espacios cerrados: yo le llamo elmovimiento de reconocimiento, como algunos marines amigos míos, que me lo enseñaron. John yyo hemos empezado a avanzar por los pasillos… Me cago en la puta… ¿por qué en los Wal-Mart

siempre ponen los artículos de deporte al fondo?Le he hecho gestos a John para que viniese a ver lo que yo estaba viendo. Otro trabajador, que

debía de haber muerto durante su turno, se acercaba poco a poco hacia nosotros. Le he hecho unaseñal a John para que disparase; su arma es menos ruidosa que la mía. John ha apuntado concuidado, y se ha cargado a la criatura. Esta ha quedado tumbada en el suelo, quieta, sin vida.

Le doy las gracias a Dios por los tragaluces del techo, porque sin ellos toda aquellaexpedición se habría ido a tomar por culo. John y yo hemos avanzado hacia el fondo de la tienda.Hemos llegado a la sección de deportes para descubrir que la mayoría de armas habíandesaparecido: o bien las habían vendido o las habían robado. Había varias cajas de munición de.223 y algunos cartuchos del calibre.12. En el mostrador quedaba un arma que me ha interesadobastante: una escopeta de corredera Remington 870 del calibre.12. He roto el cristal del escapartey le he pasado el arma a John, que es el menos dotado en cuestiones armamentísticas. Hemosrecogido los cartuchos y las balas y nos hemos dirigido hacia la salida.

John y yo cruzábamos los pasillos con mucha precaución, temerosos de encontrarnos con unnuevo muerto viviente. Al doblar la esquina en la que acababa el departamento de deportes, uncadáver femenino me ha derribado. Me he dado un terrible porrazo contra el suelo, al mismotiempo que sentía como me tiraban con fuerza del tobillo. Estaba mordiendo mi bota militarreforzada, intentaba llegar a mí a través del talón. Le he pegado una patada en toda la nariz y heoído como el cartílago se partía. Me he levantado y he reculado unos pasos, para podercomprobar si me había llegado a herir en el talón. Dios bendiga al diseñador de las botas Altama.No se ha levantado, porque se había partido la espalda con la estantería que le había caídoencima, seguramente hacía semanas. Me enseñó los dientes con una mueca terrorífica. John la haapuntado, pero yo le he hecho un gesto para indicarle que no disparara. Me he acercado a ella y lehe pisado la sien con el talón; he presionado con todas mis fuerzas. Ya no era una amenaza.

Hemos llegado a la puerta principal. Como me temía, se había reunido ante ella un comité debienvenida. He llegado a contar treinta cadáveres andantes. John se ha colado por la ventanilla delasiento del conductor y ha pasado al asiento del copiloto; yo le he imitado y me sentado en ellugar del conductor. He encendido el motor y he subido la ventanilla. Si no hubiésemos colocadoel H2 bloqueando la puerta de entrada a la tienda, nos habríamos encontrado en un buen fregado.Al salir al aparcamiento, me he quitado todas las preocupaciones y he avanzado por encima deellos. John estaba ocupado arrancando todas las etiquetas y el envoltorio de su nueva Remington.

Había llegado el momento de buscar un refugio; empezaba a anochecer. Hemos avanzado porla vía I-35, hacia el norte, en busca de un lugar en el que descansar. Al final le he sugerido a Johnque buscásemos un punto que nos pareciera seguro y que durmiésemos en el Hummer. Él se hamostrado de acuerdo y hasta ha bromeado: «No creo que encontremos ningún motel abierto».

He conducido hasta que hemos llegado a un pueblecito, Kyle, al sur de Austin. En la señal dela entrada decía KYLE, TEXAS. BIENVENIDOS A CASA. Y allí he encontrado el punto quebuscábamos: un gran campo de heno, rodeado por una valla; no había ni rastro de ninguna de esascriaturas vagando a su alrededor. He virado por el sendero de acceso y he alzado la barra enforma de «T» que mantenía cerrada la puerta. Le he pedido a John que condujese él, para que yopudiese cerrar de nuevo la puerta de la verja cuando él hubiese entrado en el campo. Hemosaparcado el Hummer entre cuatro balas de heno, colocadas de forma que los lados quedasen

tapados. Si algo se acercaba a nosotros, tendría que hacerlo desde delante o desde atrás. John y yonos hemos asegurado de que todas las puertas estuviesen cerradas, y John se ha dormido. Ya sonlas 23.30; supongo que debería hacer lo mismo.

24 de enero.15:34 h.

Nos hemos despertado a las 6.15 h de la mañana al oír el canto de un gallo a lo lejos. Hepuesto en marcha el H2 y lo he sacado de entre las balas de heno. Nos hemos dirigido hacia lapuerta de entrada, y hemos mirado por la carretera, en dirección al camino por el que habíamosllegado. Había un montón de aquellos seres en la distancia. No he sabido distinguir si veníanhacia nosotros. ¿Era posible que hubiesen oído nuestro vehículo y hubiesen seguido el sonidodesde tan lejos? Espero que no.

Hemos llegado a las afueras de Austin a las 7.05. El humo casi no se podía soportar. Lavisibilidad se veía restringida a unos ciento cincuenta metros. En algunos momentos, cuando elviento soplaba en la dirección correcta vislumbrábamos los edificios más altos. Uno de ellosparecía una antorcha; los pisos superiores ardían con furia. A la derecha, he logrado distinguir loque me ha parecido una torre de control de tráfico aéreo. Hemos virado hacia allí y nos hemosdirigido hacia ella.

Hemos alcanzado la valla del perímetro exterior. Se trata de un pequeño aeropuerto privado,con algunos aviones Cessna y dos jets pequeños cobijados en el interior de unos hangaresabiertos. Una sección de la valla estaba derruida, y la hemos cruzado para entrar en la pista.Hemos examinado el área, pero no hemos descubierto ningún peligro inmediato. He amarrado unacuerda en la rueda frontal de uno de los Cessna 172, he escogido el que tenía mejor aspecto, y heabierto la portezuela de la cabina. Para mi sorpresa, sobre el asiento del copiloto, he encontradoun piernógrafo, un ordenador de vuelo y un mapa.

He trepado hasta la cabina y le he gritado a John que nos condujera, con calma y tranquilidad,hasta la instalación de reabastecimiento. He cerrado la puerta y me he concentrado en comprobartodos los elementos, para poder encender el sistema eléctrico y revisar el nivel de combustible yque no hubiese nada que se saliese de lo normal. Cada pocos segundos sentía un temblor en elaparato, mientras John nos arrastraba hacia los surtidores. Los dos depósitos de las alas estabanllenos, por lo que he abierto la puerta, he saltado a tierra y he corrido hasta John para decirle quediese una vuelta completa y volviese a llevar el avión hasta la torre.

Al llegar a la torre, he usado la lista de control del avión para realizar una inspecciónminuciosa del aparato. No me gustaba nada la idea de quedarme sin motor cuando sobrevolásemosun área con un alto nivel de infectados. He dejado el aparato listo para emprender el vuelo y hediscutido con John nuestro plan de actuación. Hemos sacado el mapa de carreteras y hemosbuscado el aeropuerto más cercano a nuestras casas, en San Antonio. Yo buscaba y buscaba, perosólo he encontrado el aeropuerto internacional que hay en el centro de la ciudad. Y es una opcióndel todo inaceptable.

John se ha dado la vuelta y me ha mirado con una expresión extraña. Me ha preguntado si

conocía el circuito Retama Park, en la I-35. Habíamos pasado por delante al salir de la ciudad.Nunca había oído hablar de él, ya que hace poco que vivo en San Antonio. John quería sabercuánta distancia se necesita para aterrizar. He ido a la cabina y he revuelto el compartimentodonde se guardan todos los papeles, pero no he podido encontrar ninguna información. Algunos delos aviones más pequeños que he pilotado requieren unos trescientos metros, usando un sistemabeta. Pero aquel pájaro no tenía controles beta. Tendría que calcularlo a ojo. Seguramentenecesitaríamos unos quinientos metros como mínimo. John creía que tendríamos suficienteespacio.

Hemos preparado las armas y nos hemos acercado poco a poco a la puerta de entrada de latorre. John la ha abierto mientras yo le cubría. El ascensor, evidentemente, no funcionaba, por loque hemos tenido que subir por la escalera. Hemos cerrado y asegurado la puerta a nuestrasespaldas antes de empezar a ascender. En cada tramo de escalera hay ventanas que dan a las pistasde aterrizaje. No hemos visto ni oído nada hasta que hemos llegado arriba del todo; frente a lapuerta del centro de la torre de control había un charco de sangre coagulada.

Le he hecho un gesto a John para que lo examinase. Me he acercado a la puerta, la he abiertopoco a poco y he saltado al interior, preparado para abrir fuego. No esperaba ver lo que me heencontrado: uno de los controladores se había cargado a cuatro criaturas de aquéllas hasta que,desesperado, había vuelto la pistola hacia sí mismo y se había disparado. He abierto las puertasque comunicaban con la cubierta de observación, y con la ayuda de John hemos arrastrado loscadáveres hacia ella. Los hemos tirado por el borde, al lado contrario de donde habíamosaparcado el avión.

Hemos vuelto a bajar. Hemos descargado el Hummer y subido todas nuestras pertenencias alcentro de control, por pura precaución. He cerrado las puertas del Hummer y hemos vuelto al pisosuperior, para trazar un plan.

John me ha comunicado que no abandonaría a su perra, encerrada en el sótano. Allí podríaacabar por morirse de hambre. Le comprendo completamente. John quiere coger el H2 y reunirseconmigo en el circuito Retama Park; después, los dos podremos seguir hasta nuestras casas en elH2. Yo tengo que pilotar el avión y aterrizar sin complicaciones en el circuito. He pasado muchashoras volando en aviones militares, pero nunca he pilotado un Cessna. Es arriesgado, peronecesario.

He calculado que tardaré unos treinta y cinco minutos en realizar las comprobaciones,despegar y llegar al circuito, lo que se traduce en que, para ahorrar gasolina, John tendrá quepartir en el coche antes que yo. Le espera un trayecto de dos horas. He compartido con John miscálculos, y está de acuerdo en salir antes.

22:43 h.

Fuera está oscuro. Lo único que distingo, en la distancia, son los incendios. He encontradoalgunos informes de despegue sobre la pista de aterrizaje. Ha sido una suerte, porque gracias aestos documentos he sabido que hay una torre de agua a 60 metros del final de la zona de despegue

de la pista. Con todo el humo no lo habría podido ver a tiempo. Al menos ahora ya sé hacia quédirección tengo que volar en el momento del despegue. Ha llegado la hora de acostarse.

25 de enero.07:00 h.

Hora de dejar el nido, literalmente. Hemos salido al exterior y hemos mirado la base de latorre. Parece ser que hemos hecho demasiado ruido. Había diez cadáveres caminando alrededorde la torre, chocaban contra ella y provocaban ligeros chasquidos metálicos. Yo les he distraídomientras John lanzaba todo el material irrompible por el borde de la cubierta, para que notuviésemos que hacer tantos viajes transportándolos. Cuando ha terminado, John se ha acercado amí y me ha pasado su .22. Le he prometido que yo me ocuparía de las criaturas mientras élcargaba todos los víveres en el coche. Nuestra visibilidad todavía se veía limitada a unos cienmetros.

He disparado contra las criaturas y me he apresurado a ayudar a John a cargar los últimosbultos. Hemos podido bajar la escalera sin ningún incidente. Yo me he quedado lo necesario parael vuelo, como mis armas, algo de comida y agua, y he dejado que John se llevase el resto. Le hepreguntado a mi compañero si estaba seguro de lo que iba a hacer. Ha respondido que sí. Hemosquedado en reunimos en el circuito a las 9.30. Anoche cogimos una radio portátil de la torre, paraque John pudiese comunicarse conmigo en la frecuencia 121.5 si necesitaba hablar. Es lafrecuencia de emergencia de vuelos, pero no creo que a nadie le importe que la invadamos.

John ha montado en el Hummer y se ha alejado. Yo me he metido en el avión, he cerrado laspuertas y he comprobado todo lo que he podido para hacer tiempo. Supongo que el humo y la faltade visibilidad están jodiéndoles los sentidos, porque yo me imaginaba que los disparos atraerían amás. Estoy empezando a asustarme, pero voy a salir ya…

08:12 h.

Estoy en el aire. El avión está estabilizado, por lo que tengo las manos libres. Me dirijo denuevo hacia el circuito, ya que como he despegado muy pronto, primero he querido efectuar unavuelta de reconocimiento. Es un avión relativamente fácil de pilotar; pensaba que tendría másproblemas. Después del despegue, he decidido encaminarme hacia la base para comprobar si losmuros seguían en pie. He recordado la frecuencia VOR (Radiofaro Omnidireccional de VHF), lahe sintonizado en el panel de navegación y he seguido la aguja. Mi corazón ha dado un vuelcocuando he descendido por debajo de las nubes, a 6500 metros de altura.

He sobrevolado la base a la menor altura que me he podido permitir y he observado todo elhorror. Los edificios o estaban en llamas o destruidos… Era como si hubiesen sido víctimas de unataque aéreo. Tal vez esto explique lo que sucedió en Austin. He virado con el avión, haciendoque se ladease en un ángulo de quince grados y me he dirigido a las puertas de acceso. Estaban

destruidas por completo. A través del humo he podido distinguir miles de muertos vivientes quedominaban todos los terrenos de la base. He dirigido el avión al punto de reunión en el circuito.

23:56 h.

De vuelta a casa.No tengo ganas de escribir.Los muertos son los más afortunados.

TODO SE VE MÁS CLARO DESPUÉS26 de enero.18:42 h.

Ayer fue un día muy duro. Cuando ya estaba sobre el circuito, todavía quedaba muchocombustible. La valla seguía intacta y no había ninguna criatura alrededor. Parecía que tendríaespacio suficiente para aterrizar, pero me fijé en que el terreno era irregular y parecía tener unainclinación de diez grados. Debería controlar a la perfección los alerones para mantener el controlde las dos ruedas cuando aterrizase.

Me dirigí hacia el extremo norte del circuito a una velocidad de 85 nudos. Reduje lavelocidad, encendí los propulsores, corregí la posición de las ruedas traseras… Empujé el timónde profundidad con lo que el morro se inclinó hacia delante. Puse el motor al ralentí, y dejé que seposase y rodase hasta detenerse; no podía usar los frenos porque el circuito era de tierra. Eché unvistazo al piernógrafo, y pasé las páginas hasta llegar a la lista de instrucciones para apagar elmotor. Lo apagué tras llevar el avión hasta el punto menos visible, que estaba en un extremo delcircuito.

Ahora tocaba esperar. Cuando aterricé eran las nueve y media, y no veía el H2 por ningunaparte. Era difícil no localizar un Hummer de color amarillo canario, con más de tres kilómetros devisibilidad. Si John se acercaba, vería el avión y sabría que estaba cerca. Decidí buscar algo parapoder cubrir el aparato, de forma que llamase menos la atención… tanto a los vivos como a losmuertos. Era un circuito; estaba seguro de que debía de haber una lona en alguna parte. Agarré mifusil y me dirigí hacia el área de mantenimiento. Tras la valla de tela metálica, vagaba un grannúmero de no muertos. Algunos arañaban la valla, furiosos por su incapacidad para atravesarla.Era consciente de que si llegaba el número suficiente de muertos vivientes, lo lograrían.

Me acerqué con cautela al área de mantenimiento. Me quedé delante de la puerta de acero yescuché… Oía el sonido de alguien que golpeaba metal; como si alguien en el interior aporreaseel suelo con un martillo. Siempre he preferido el sigilo por encima de la violencia. Rodeé eledificio en busca de ventanas. Había una en la parte trasera, a dos metros y medio de altura. Elúnico problema era que había un cadáver que se tambaleaba en la zona exterior de la verja. Nopodía avanzar hasta mí, pero si llegaba a verme, haría mucho ruido. La ventana tampoco meservía. Volví hacia la puerta, caminando pegado al muro.

El sonido se había detenido. Ya empezaba a joderme la mente. No pude soportarlo más asíque abrí la puerta y eché un vistazo al interior. Estaba oscuro, excepto por un rayo de luz quepenetraba por la ventana que acababa de ver. Olía a carne putrefacta.

Cerré la puerta de nuevo. Todos mis instintos me decían que olvidase de una puta vez elcamuflaje para el avión, que no era tan importante, pero por algún motivo ignoré la lógica delproceso mental. Saqué la linterna LED y la encajé en el soporte de mi fusil. Encendí la luz y abríun poco la puerta. Introduje el cañón del arma para que el oscuro garaje quedase iluminado. Elhedor era insoportable.

Enseguida vi la fuente del ruido. Un mecánico muerto, aplastado por una grúa hidráulica,

estaba tumbado de espaldas al suelo; se había reanimado y golpeaba con una llave dinamométricacontra el suelo. De su cuerpo mutilado brotaba un gruñido grave cada vez que intentaba erguirsepara mirarme. Se alargaba hacia mí. Lo que pasó a continuación, sucedió en un solo segundo.

Distinguí las marcas de mordisco, la carne que le habían arrancado en el rostro, en el cuello.No se lo había hecho a sí mismo, por lo que deduje que en aquella estancia debía de haber otroputo cadáver. Al final, la puerta se abrió de golpe y una de aquellas criaturas me derribó,seguramente la misma que se había zampado al mecánico para desayunar.

Lo único que impedía que aquel hediondo montón de mierda me arrancase la nariz de cuajoera que yo mantenía el arma elevada, separándonos. Lo aparté de mí de un empujón, pero aquellacosa, no podría decir si había sido un hombre o una mujer, logró agarrarme por la muñeca. Lepegué un buen culatazo con el fusil y se desplomó a un lado. Me puse en pie a toda prisa y ledisparé una bala en la cabeza. Deseaba partírsela por la mitad, pero una parte de mí, todavíasensata, se hizo con el control y me recomendó que sería mejor no derrochar la munición de aquelmodo.

La puerta del garaje se había cerrado. Y así se iba a quedar, joder. Oía el golpeteo de lospuños contra ella. Había más allí dentro. Corrí al lateral del garaje; había visto unos cuantosbidones de aceite e hice rodar uno hasta la parte delantera. Lo coloqué ante la puerta, paraimpedir que lo que hubiese tras aquella puerta lograse abrirla y me amargase el día.

Se habían acabado las exploraciones. Volví poco a poco hacia el avión, mientras constatabaque había convocado todo un séquito de admiradores al otro lado de la verja. Esperaba quehubiesen disfrutado del espectáculo de la ejecución que había ofrecido. Mordisqueaban elalambre, gruñían, golpeaban contra el metal. Ver aquella muchedumbre de maldad grisácea hacíaque me sintiese muy intranquilo.

En aquellos momentos escuché el sonido de un vehículo que se acercaba. Me escondí tras unode los tenderetes de los concesionarios para poder vigilar. El color amarillo confirmó missospechas: era John. Corrí hacia la verja de entrada para dejarlo pasar. Estaba cerrada concandado.

A regañadientes, preparé el fusil para disparar. Apunté a la zona que sujetaba la cadena y no ala cerradura… Con tres disparos, el candado se soltó de la cadena y cayó al suelo. Me decía a mímismo que lo de disparar contra los cerrojos sólo funcionaba en las películas mientras sacaba lacadena y abría la verja.

John la atravesó a toda leche. Yo cerré con rapidez la puerta, volví a asegurarla con la cadenay corrí hacia el avión. Me había acordado que en la cabina había visto una prensa-C que sujetabaunos auriculares. La desenrosqué a toda velocidad y volví corriendo a la puerta. Ya había unascuantas criaturas a un tiro de piedra. Deslicé los extremos de la cadena en la prensa y la enrosqué,hasta tensarlos. Aquello no detendría a una persona viva, pero dudaba de que aquellos miserablesrestos de humano averiguasen el funcionamiento del mecanismo.

Volví caminando al avión. John ya había aparcado. Le miré; le sangraba la mejilla. Lepregunté qué había pasado, y me contó que había tenido que parar a obtener algo de gasolina, yhabía acabado teniendo que disparar a tres muertos. Había matado al primero, pero al dispararpor segunda vez erró el tiro, la bala rebotó en un murete de hormigón y una astilla le arañó lamejilla. Mató al último y se largó de aquel puto lugar. Por suerte ya había acabado de absorber la

gasolina cuando todo había pasado.Cuando lo he visto, había temido que lo hubiesen mordido, que lo hubiesen arañado, que mi

único amigo en el mundo se hubiera convertido en uno de ellos.Le comuniqué a John que nos quedaba combustible para volar unas dos horas (apenas 190

millas náuticas, a una velocidad de crucero máxima de 95 nudos).El avión estaba listo para despegar, pero decidimos que era mejor dejarlo allí, encaminarnos

a casa e intentar planear nuestros siguientes pasos desde allí. Estábamos a tan sólo unos veinteminutos en coche de casa. Recogí mis cosas del Cessna y las guardé en el Hummer. Si teníamosque salir por el mismo camino por el que había entrado John, tendríamos que encontrar una formade distraer a aquellas criaturas.

Me acerqué a la verja y capté su atención. Me usé a mí mismo como cebo para que mesiguieran mientras John se preparaba para escapar en el Hummer. Me siguieron hasta el otroextremo del recinto. Esto me proporcionaba un tiempo de unos doscientos metros para volvercorriendo, abrir la puerta, entrar en el coche, atravesar la abertura, salir del coche y volver aasegurar la verja. Ningún problema. Todo fue a pedir de boca. Nos encaminamos de vuelta a casa,esquivando coches, sobreviviendo.

Aquella forma de vida se había convertido ya en natural. Cuando llegamos a nuestro barrio,John avanzó por callejones y aparcó el vehículo en un solar en construcción. Sacamos las armas ylos utensilios esenciales, y volvimos convertidos en sombras a casa de John. Durante el caminoevitamos que algunos de aquellos seres nos viese. Saltamos el muro que rodeaba la finca de Johny él corrió a buscar a su perra mientras yo comprobaba el estado del resto de la casa. La perrasubió corriendo la escalera, saltó sobre John y le empezó a lamer la cara. Le sugerí a John queusásemos mi casa como base de operaciones, ya que yo seguía teniendo energía eléctrica. Despuésde todo, si íbamos a morir, mejor que estuviéramos juntos. Lo que llega a cambiar la perspectiva.

Durante todo el día, hemos pasado el equipo de John a mi casa, poco a poco, para evitar quenos descubrieran. Tengo la sensación de que nos iremos volando de aquí en breve.

27 de enero.17:13 h.

Qué suerte que John sea ingeniero. Ha ideado un mecanismo de alarma que nos podrá salvar sies necesario. Se nos ha ocurrido hoy, cuando hemos tenido que salir para acabar en silencio conuno de ellos, que golpeaba con fuerza la puerta trasera. Lo he matado con un picahielos pegadocon cinta aislante a una cañería de metal. Ha sido entonces cuando John me ha pedido la opiniónsobre su plan: quiere conectar una radio a pilas al buzón de alguna finca que esté un poco alejada,a un par de casas de ésta. Tiene algo de cable en casa, en el sótano, y está seguro de quefuncionará. Nos hemos colado en su casa para recoger algunos víveres más y el cable. El sótanoestá sembrado de cagadas de Annabelle.

Ha agarrado la radio a pilas, con función de despertador, el cable y un interruptor que haarrancado de la pared de su casa, y ha preparado una especie de alarma con control remoto.Nuestra idea es que si aquellos seres nos asaltan de noche y hay demasiados, pulsamos el

interruptor para encender el artilugio, de forma que se sentirán atraídos hacia el buzón al fondo dela calle, a unas puertas de nosotros.

John lo ha preparado de forma que la radio-despertador quepa en el interior del buzón, paraque la caja de metal amplifique el sonido. Lo hemos probado un momento, y ha sonado lo bastantefuerte. Tenemos que usar la función de alarma, ya que no queda nadie que siga emitiendo enninguna frecuencia.

Hemos enrollado el cable en el poste del buzón y lo hemos desenrollado a lo largo delbordillo, para que quede fuera de la vista. El problema ha venido en el momento de hacerlo cruzarla calle e introducirlo por el muro de mi casa, para poder acceder al interruptor con facilidad.Hemos extendido el cable sobre el asfalto; a continuación, John y yo hemos agarrado unas palas ylo hemos cubierto de tierra. Así aquellas criaturas no tropezarán con él ni desconectarán elcircuito. En total hemos desenrollado unos cien metros de cable.

He empalmado el interruptor para la alarma a una caja de conexiones de la cocina, con laayuda de un imán.

Pasaré el resto de la noche intentando decidir adonde ir ahora. Tal vez nos quedemos por aquíun tiempo, pero tal vez vuelva a apoderarse de mí la sensación que me invadió ayer.

Después de acabar con nuestro pequeño invento, he comprobado el estado del Hummer conlos prismáticos. Desde mi posición, sólo puedo ver desde los retrovisores laterales hasta elmorro. Había tres o cuatro seres de ésos vagando a su alrededor, curiosos. Lo he apuntadomentalmente.

28 de enero.20:39 h.

Mientras comprobaba la banda de emisión ciudadana, he descubierto algo asombroso. Heinterceptado una grabación que se emite por el canal 9 en el que se solicita a los ciudadanos quese presenten voluntarios para convertirse en miembros del «nuevo ejército». Están emitiendo unagrabación en bucle con fecha de ayer. A cada hora en punto, la grabación hace una llamada paraque alguien responda, pero hay algo que no me acaba de encajar. Si son una banda de militaresabandonados, y piden refuerzos, ¿qué les ha sucedido a los miembros originales? ¿Muertos?¿Ejecutados? La apagué hasta que faltaron diez minutos para las seis de la tarde. Y luego escuchéa ver si había otra gente que se ofreciera voluntaria.

— [**Estática**], Shane Stahl desde Concord, Texas. ¿Hay alguien?— Sí, al habla el capitán Thomas Beverly, del 24.º Escuadrón de Tácticas Especiales. Me

alegro de oírle.

La conversación ha seguido, se han intercambiado alguna información y han decidido un puntode extracción no muy lejos de casa de Shane, cerca de una torre de agua al lado de la carretera

interestatal. John y yo hemos hablado de este cambio en los acontecimientos, y hemos decididoque el mejor curso de acción sería seguir escuchando las conversaciones para recabar másinformación, hasta que tengamos la certeza de que este grupo independiente no es hostil y estáformado por voluntarios abandonados.

He pasado una buena parte de la mañana leyendo manuales de aviación y procedimientos deemergencia. Quiero conocer a fondo los sistemas del avión la próxima vez que lo haga volar, porsi acaso.

John y yo hemos pensado en posibles destinos para nuestra próxima salida. Contamos con dosopciones: continuar aquí y esperar que no nos superen, o salir con el avión y todo lo que podamoscargar en él, y dirigirnos hacia el sureste, hacia las islas ante la costa de Corpus Christi. EnCorpus hay una estación aérea de la Marina. Estoy convencido de que allí podremos avituallarnosde combustible, o incluso encontrar un avión mejor.

Si decidimos escapar de aquí, tendremos que valorar muy cuidadosamente qué equipo nosllevamos en el avión y cuál abandonamos aquí. John y yo pesamos 165 kilos. Si a eso le sumamosel combustible y el equipaje, sólo podemos permitirnos volar con unos 180 kilos de víveres. Estonos añade todavía más presión. Hemos empezado a hacer una lista de objetos que no podemosdejar atrás de ninguna de las maneras. John ha escrito: «perra, nueve kilos». He tranquilizado aJohn: no tiene por qué preocuparse. Annabelle se viene con nosotros.

29 de enero.12:50 h.

Un grupo de motoristas ha pasado rugiendo por nuestro vecindario hace unos treinta minutos.John ha tenido que ponerle el bozal a Annabelle para que no empezase a ladrar. No creo quepudiesen oír los ladridos por encima del rugido de sus motores, pero mi filosofía de vida ahora es«nada de riesgos». He contado entre 70 y 80 motos mientras el convoy pasaba ante nosotros.Muchas iban con alguien de paquete. La mayoría llevaba un fusil o una pistola encajados en losmanillares.

Me he fijado en algo que nunca pensaba que llegaría a ver antes de que estallase la epidemia.No eran sólo Harleys, sino que iban acompañadas por motos de carreras. Estoy seguro de que lasusan como avanzadilla. Parecía un grupo duro; no he visto la necesidad de hacerles notar nuestrapresencia.

18:47 h.

Los gemidos y el roce de los pies de los cadáveres resultan casi insoportables. Tres horasdespués de pasar la formación de motocicletas, las criaturas que sin duda los seguían han iniciadosu lento desfile por el barrio. John y yo mantenemos el silencio. La luz del día se apaga, y haydemasiados para contarlos. Esto podría convertirse en algo peor de lo que habíamos imaginado.

No creo que noten nuestra presencia, pero no hay forma de estar seguro del todo. Veo que a vecesmiran hacia aquí, que chocan contra el muro de mi casa, pero hay tanto ruido que no puedocerciorarme de si intentan entrar.

He ido a la habitación donde guardo las armas y he traído cuatro tapones de espuma para losoídos. Le he dado un par a John. Si queremos salir de aquí mañana, tenemos que conseguirdescansar. John se los ha guardado en el bolsillo y ha asentido.

22:13 h.

Tenemos todas las cosas preparadas, por si debemos escapar en cualquier momento. Muchosmonstruos han continuado su marcha tras los motoristas. Hay otros cadáveres que parecenperdidos, confundidos, y han acampado en nuestra calle. Vagan, caminan dando vueltas hasta quechocan entre ellos y cambian de dirección. Me recuerdan a las clases de física de hace años, enque veíamos cómo las moléculas chocaban entre sí siguiendo patrones impredecibles…Simplemente se movían por el portaobjetos. He calculado que debe de haber unos ochenta y cincomuertos vivientes; he tenido que contarlos a la luz de la luna y de las estrellas.

Nota mental: encontrar gafas de visión nocturna a la de ya.

Si hoy fuese un día normal, mis compañeros de escuadrón y yo estaríamos pillando una turcaen algún bar del paseo del río. Es mi cumpleaños, y estoy seguro de que no habrían dejado que mequedase encerrado en casa. Bueno, supongo que la celebración tendrá que esperar. Me he bebidoun chupito de whisky con John; hemos brindado por la supervivencia. Buenas noches.

NOTICIA BOMBA30 de enero.15:34 h.

Malas noticias. Mientras examinábamos las frecuencias de televisión y de radio, nos hemostopado con la primera emisión gubernamental en semanas. La retransmisión se ha efectuado portodos los canales de televisión funcionales, además de por todas las frecuencias AM. Supongo quedebe de ser porque el AM tiene más alcance que la FM. Era la primera dama. Con voz solemnenos ha comunicado a lo que queda de Estados Unidos que el presidente ha fallecido hace unasemana, víctima de un ataque de las fuerzas de los no muertos. Las Fuerzas Armadas se han hechocargo del vicepresidente: éste se encuentra en un lugar seguro. La primera dama ha seguidodiciendo que sólo puede albergar los mejores deseos para América y para el mundo.

Ha advertido de la presencia de facciones militares rebeldes que han desertado durante lasúltimas semanas, y ha dicho que esperaba que recuperasen la cordura y volvieran a su lado, paraluchar en nombre de su fallecido comandante en jefe.

Pero ha reservado lo mejor para el final.Ha pedido que todo el que escuchase lo que tenía que anunciar a continuación hiciese lo

posible para difundirlo al resto del mundo, ya que estaba segura de que no había muchossupervivientes que aún tuvieran electricidad o acceso a un televisor o a una radio.

Y ha soltado la bomba.

La Presidencia ha autorizado el uso de cabezas nucleares tácticas contra todas las metrópolis.El día 1 de febrero, a aproximadamente las 10.00 de la mañana (hora estándar central), una fuerzade choque compuesta por bombarderos de la Armada y de la Fuerza Aérea dejará caer variascabezas nucleares de alta carga en los centros urbanos de mayor tamaño. Esperamos que esteataque defensivo nos dé la ventaja necesaria para recuperar nuestro país y el mundo entero.Nuestros vehículos no tripulados Global Hawk y Predator UAV han mostrado gran cantidad de nomuertos en estas ciudades y en sus alrededores. Si pueden viajar y escuchan este mensaje, les pidoque hagan todos los preparativos necesarios para evacuar su ciudad. A continuación emitiremosun listado con las áreas que recibirán el bombardeo. Por favor, consúltenla en la parte inferior dela pantalla de sus televisores.

Y hemos visto las lágrimas empapar su rostro.No, no estaba de coña. Van a hacerlo. Me he quedado mirando la pantalla, con los dedos

cruzados. Era consciente de que mi ciudad es la octava más grande de Estados Unidos. Noalbergaba falsas esperanzas. Mientras pasaban las ciudades con R inicial, John y yo hemoscontenido el aliento. Allí estaba: San Antonio. John y yo nos hemos convertido en un objetivonuclear. Mi casa está a treinta kilómetros de El Álamo… y El Álamo está en el centro de SanAntonio. El radio de la explosión alcanzará un mínimo de cuarenta kilómetros, dependiendo de lacabeza. Apuesto a que no querrán correr riesgos, el radio de la explosión alcanzará casi ochenta

kilómetros.En el mismo instante que estos pensamientos me cruzaban por la cabeza, en el televisor,

mientras aún aparecían los nombres de las ciudades en la parte inferior, ha aparecido un listadode precauciones: «Distancia de seguridad mínima: 240 kilómetros de la zona cero». Esto significaque el gobierno va a usar bombas capaces de volar una montaña, que van a hacer todo lo que estéen sus manos.

He mirado a John. «Creo que ha llegado el momento de abandonar esta casa».

31 de enero.23:41 h.

La situación no mejora. Ya hemos cargado el Hummer para emprender el trayecto de vuelta alcircuito. Esta noche emprenderemos el vuelo. La luna está casi llena; la visibilidad para volarserá muy buena. El texto en las emisiones de emergencia ha informado que los bombarderosdejarán caer señuelos de sonido en el centro de las ciudades designadas para atraer al mayornúmero de no muertos posibles, de forma que la efectividad de las bombas sea máxima. En elaviso también advertían que esto causará una mayor actividad en las filas de los no muertos.Alrededor del mediodía unos jets han sobrevolado la zona y han descargado. Los señuelos debende emitir un sonido con muchos decibelios, porque se escucha desde aquí. Es como un gemidooscilante y agudo. A Annabelle no le gusta, pero ya se ha acostumbrado a oírlo; a pesar de todo,tiene el pelo erizado todo el rato.

Es difícil creer que en unos minutos vamos a dejar atrás enero. Mientras cargábamos el H2,hemos tenido que usar el «truco del buzón sonoro». Ha sido un par de horas después de que elejército lanzara sus reclamos. Esas cosas han salido de la nada y han empezado a avanzar,arrastrando los pies, por nuestra calle. Hemos logrado realizar cuatro viajes antes de que lascriaturas se cargaran el invento de John. Uno de ellos al final ha logrado arrancar el receptor delbuzón y lo ha usado como porra; el buzón ha quedado abollado. Ya lo hemos cargado todo y hallegado la hora de irse. Fuera está muy oscuro, y he apagado las luces para que cuando salgamos,nuestra visión nocturna natural ya se haya ajustado. John y yo nos dirigiremos con nuestro pequeñoavión hacia el este. He estudiado y repasado los manuales; no queda mucho más que hacer, sólocontar las horas.

Tal vez carguemos un poco de sobrepeso en el avión. Da igual, conseguiré que despegue.Quedan diez horas para el fin del mundo.

INVIERNO NUCLEAR1 de febrero.04:30 h.

Los tres, Annabelle incluida, nos hemos escabullido de casa a hurtadillas por la puerta trasera yhemos avanzado hacia el Hummer. Nuestros ojos ya se habían ajustado a la noche. Los deAnnabelle también, porque nos ha advertido de la presencia de uno de los cadáveres oculto en lassombras. John me ha dicho que había notado cómo se le erizaba el pelo del lomo, la llevaba enbrazos, y los dos hemos oído los quedos ladridos que soltaba al llevar el bozal.

Me he encargado de la criatura con un bate de aluminio y he seguido mi camino hacia el coche.Había algunos que deambulaban por la zona del vehículo, pero estaban a una distancia segura yhemos logrado montar en él. Incluso con las ventanillas cerradas oíamos el chillido de losseñuelos sonoros. Los gemidos sobrenaturales de los no muertos se alzaban por encima del ruidode los reclamos.

El trayecto hasta el circuito ha sido tranquilo. He conducido a poca velocidad, con los farosapagados. Aparte de algunos choques de esas criaturas contra el guardabarros, no ha sucedidonada reseñable. La luz de la luna nos mostraba el camino.

Hemos llegado hasta la portezuela encadenada de la verja que lleva al circuito. He encendidolos faros y he visto que la prensa-C seguía donde la había colocado. He salido del Hummer con elfusil preparado y me he aproximado al cercado; he desenroscado la prensa. Aunque no he visto aninguno por los alrededores, podía olerlos y sentir su presencia en la distancia.

He vuelto a colocar la prensa cuando el Hummer ha atravesado la entrada. A un centenar demetros he distinguido la silueta de uno de ellos. No importa. Necesitarían ser un centenar o máspara lograr derribar el cercado.

Hemos descargado el Hummer y hemos llevado los bultos al Cessna. He llevado a cabo lascomprobaciones anteriores al vuelo y he preparado el avión para el despegue. Me he metido en lacabina y he comprobado el sistema de encendido del motor. No ha habido ninguna dificultad paraponerlo en marcha. Todo correcto con la presión y la cantidad de combustible. Hemos cerrado laspuertas y he encendido las luces de despegue. Y me he acordado de lo que había encontrado allíhacía unos días. De aquel pobre mecánico apresado bajo una grúa; de aquel pobre hombreconvertido en una cena.

Y me he acordado de mi enfrentamiento contra uno de ellos, y del bidón de aceite de 200 litrosque hice rodar y que coloqué en la puerta principal, para evitar que nada más pudiese salir de allí.

Las luces de despegue apuntaban hacia la puerta. Estaba completamente abierta. El bidónhabía caído sobre un costado. Y en aquel momento he visto al habitante del garaje: con un golpesordo en el cristal de la ventanilla del piloto, el engendro ha aparecido; babeaba, chupaba,presionaba los labios contra el cristal como uno de esos comealgas en un acuario. Me he cagadode miedo. No puedo creerme que me haya olvidado de comprobar el garaje hasta que he estadodentro del avión; eso podría haber supuesto mi fin. He empezado a rodar hacia el área dedespegue. Aquel ser avanzaba tras el avión, y he intentado evitar golpearlo con el propulsor, ya

que no quiero arriesgarme a que se produzca ninguna avería.He colocado el acelerador en posición de máxima potencia y he dejado que la energética

mezcla del combustible alimentase el motor. Hemos empezado a avanzar. Las lucesestroboscópicas anticolisión hacían que el estadio pareciese inmerso en una tormenta eléctrica.Miré por el espejo retrovisor y distinguí a dos monstruos dentro del perímetro, acercándose anosotros.

50 nudos… 60 nudos… 70 nudos… He tirado de la palanca de mando y he empezado a elevarel aparato. Faltaba poco. El motor ha gemido por la presión cuando lo he puesto a la máximapotencia. Juraría que el tren de aterrizaje ha topado contra una de las gradas cuando empezábamosa sobrevolar las hileras de asientos.

Estábamos en el aire, en dirección sur-sureste hacia Corpus. Antes de salir de casa y coger elHummer, John y yo hemos escuchado la tele y la radio, y hemos comprobado que no hubiese otrabomba nuclear destinada allí, con nuestros nombres escritos en ella. Pero no, no había ningúncambio en el nombre de las ciudades que aparecían en la zona inferior de la pantalla.

Supongo que Corpus no es lo bastante grande. De todas formas, sé que tienen las suficientesbombas atómicas para atacar todas las ciudades… supongo que lo que les faltan son pilotos.

Durante el trayecto, podíamos distinguir el débil resplandor de algunos faros en la carreterainterestatal. ¿Serían otros supervivientes evacuando? Aterrizar en la carretera para ayudarles noserviría de nada, y lo más seguro es que tanto John como yo acabásemos muertos.

Volaba a 2100 metros, y seguía las Reglas de Vuelo Visual por costumbre. No creo quepodamos chocar con otro aparato en el aire, ya que supongo que debo de estar en el único aviónpilotado de toda Norteamérica, pero estoy seguro de que hay varios Predator no pilotadospatrullando el cielo, informando del estado de los cada vez más numerosos muertos de la Tierra.A medio camino de Corpus he visto algo que no esperaba… Luces, luces eléctricas de verdad.Los incendios son algo habitual, a diferencia de la electricidad.

Según las cartas de vuelo nos acercamos a «Beeville, Texas», donde hay un pequeñoaeródromo municipal. He comprobado el combustible y he determinado que nos iría justo, así queJohn y yo hemos decidido enviar un mensaje al aeropuerto, que tenía luces, para ver si podíaaterrizar sin problemas. Sobrevolábamos la interestatal, en dirección sureste, cuando he viradohacia el aeropuerto municipal de Beeville. Milagrosamente, los satélites GPS siguen enfuncionamiento, por lo que he introducido las coordenadas (28-21,42 N / 097-47,27 O). Elmonitor verde apuntaba en la misma dirección a la que yo me dirigía; íbamos bien.

Hemos llegado al aeropuerto unos ocho minutos después, como nos había indicado el GPS, yhe bajado a 250 metros de altura para evaluar las pistas de aterrizaje. Están construidas denoroeste a sureste, y me he decidido por la pista 12, ya que el viento jugará a mi favor. Las lucesde aproximación seguían encendidas, por lo que estaba convencido de que lograría aterrizarnuestro avión siempre y cuando no hubiese algún objeto extraño aparcado en medio del asfalto.Tras la pasada de inspección, he hecho que el avión virase para iniciar el aterrizaje. Alsobrevolar la zona, había localizado un camión de combustible cerca de la calle de rodaje.

He aterrizado el Cessna y he rodado hasta estar cerca del camión. He dejado el avión enmarcha y lo he rodeado por la parte trasera, hacia el camión. Llevaba el fusil preparado por sialgo iba mal. He encendido la linterna LED y su resplandor ha iluminado toda el área alrededordel camión. Me había olvidado de apagar las luces anticolisión, que me dejaban ver fogonazos dela zona cada dos segundos.

Me he acercado a la manguera, la he sacado de su soporte y he comprobado la presión de labomba de combustible. Parece que no la habían apagado. No importa, porque no agotará la bateríaa menos que bombee constantemente. El camión llevaba bastante combustible como para cruzar elpaís dos o tres veces. Lástima que no me lo pudiese llevar todo. He vuelto al avión y he destapadoel depósito del ala con ayuda de una palanca de madera que había en la puerta. No queríaarriesgarme a que saltara ninguna chispa. Normalmente no repostaría con el motor encendido,pero tampoco quiero correr el riesgo de que este pajarito decida no volverse a poner en marcha.He llenado los depósitos a tope, hasta que el combustible ha empezado a rezumar por el ala. Hevuelto a colocar la manguera en su soporte en el camión y he vuelto hacia el aparato. Con el ruidodel motor no podía oír nada… pero mientras volvía hacia el Cessna, John hacía gestos frenéticosy señalaba hacia mí. Ha saltado del avión y se me ha acercado corriendo. Yo me he dado la vueltay he alzado el arma por instinto. Justo a tiempo.

He apretado el gatillo y ha salido una bala a bocajarro que ha decapitado a la criatura. Es unasuerte contar con John a mi lado, porque este saco de pus de dos metros tenía la altura exacta paraarrancarme un trozo de cuello de un mordisco sin que yo me diera cuenta de qué era lo que mehabía golpeado. Ahora se había convertido en un pastel de gusanos que se estremecía entreconvulsiones en el suelo. John me ha mirado preocupado y ha vuelto corriendo al avión, junto aAnnabelle. A la perra no le gusta volar, y ya había vomitado dos veces durante el vuelo.

Hemos despegado y reemprendido nuestro viaje hacia Corpus. Según la carta de vuelo, está a230 kilómetros de San Antonio. Necesitamos una distancia de seguridad mínima de 240kilómetros. A las 3.15 ya volvíamos a estar en el aire, lo que se traducía en que quedaban seishoras y cuarenta y cinco minutos para que los bombarderos soltaran su carga. Una hora después dehaber abandonado Beeville ya nos encontrábamos en el espacio aéreo de Corpus. Nuestro destinoera la estación aérea de la Marina que hay al este de la ciudad, en la que seguramente sí queestaremos a la distancia de seguridad mínima de la zona cero. La estación aérea de Corpus Christies una base de entrenamiento. Los aparatos que encontraremos allí no tienen importancia táctica;tan sólo son aparatos con un único motor de turbohélice.

Las luces de la base seguían encendidas. Deben de estar usando un generador. La mayoría debases tienen fuentes de energía alternativas para contrarrestar el efecto de un ataque enemigosobre la red de suministro. Cuando sobrevolábamos la base, hemos podido ver las consecuenciasde la destrucción. El perímetro de la base había sido rebasado; había cientos de ellos pululandopor la zona. Lo de siempre. He comprobado el aeródromo. Las luces de la torre siguenencendidas, y con sus señales blancoazuladas sueltan destellos.

Las luces del interior de la torre también están encendidas, pero no he podido ver nada demovimiento dentro del perímetro del aeródromo cuando lo hemos sobrevolado; hay una verja quesepara el aeródromo de los edificios de administración y la torre. He distinguido unos cincuenta osesenta aparatos de un solo motor aparcados en las calles de rodaje. La mayoría eran T-34c Turbo

para los entrenadores y T-6 Texans. Me gusta; estoy familiarizado con los T-34c y todos llevanparacaídas, a diferencia del Cessna. Hemos decidido aterrizar cerca de la torre, y pasar la nocherefugiados en ella. Cuando hemos tomado tierra, he apagado rápidamente el motor; no quieroatraer a muchos engendros de ésos. La puerta de la torre estaba cerrada, pero no habían pasado elcerrojo. Como sospechaba, la torre está del todo abandonada. No hay señales de vida… ni demuerte. Hemos acarreado al interior comida y agua, y nuestras armas. Hemos cerrado y aseguradola puerta a nuestras espaldas. Es una gruesa puerta de acero. Aguantará.

ZONA CERO10:30 h.

John y yo nos hemos podido acostar alrededor de las 5.40. La torre estaba limpia, en silencio,segura… Me daba una buena sensación. He puesto la alarma del reloj a las 9.30, para tener treintaminutos de preparación antes del espectáculo. He encendido la radio: el mismo mensaje del otrodía se repetía en un bucle. Alrededor de las 10.05 he notado que había sucedido: la ondaexpansiva debe de haberse desplegado a una velocidad inmensa. Se ha levantado viento y he vistoque los árboles se inclinaban hacia el este; no era su balanceo natural. Tenía los ojos enfocadoshacia el noroeste, hacia San Antonio. Lo he visto. Pequeño, a causa de la distancia, pero allíestaba.

Hemos sido testigos de cómo una enorme nube en forma de hongo de color naranja chillón sealzaba en el horizonte. Joder, deben de haber lanzado una gorda de veras para que haya podidoverla, para que haya podido sentir el viento a más de 240 kilómetros de distancia. Hoy el díaestaba claro, tranquilo. Era consciente de que el viento, a esa distancia, no sería radiactivo,aunque la fuerza que lo hubiese provocado sí lo fuese. Tan sólo esperaba que la nube radiactivano se desplazase en dirección a nosotros.

Me he dado cuenta de que había algo que no encajaba. Houston está al noreste. John miraba enesa dirección, pero no ha habido ningún estallido. Vale que esté a 450 kilómetros, pero es raro.Igual se han retrasado.

La torre tiene electricidad, presión de agua y radio. Creo que nos quedaremos aquí areflexionar sobre lo que ha sucedido.

2 de febrero.14:35 h.

Al despertar esta mañana he agarrado los prismáticos para poder echar un buen vistazo a todala zona. Lo primero que he comprobado ha sido las mangas de viento. Soplaba hacia el oeste.Buenas noticias: está noche no brillaré en la oscuridad. El aeródromo sigue seguro. Todas lasestaciones aéreas de la Marina cuentan con verjas metálicas de dos metros y medio de altura paraimpedir el paso a cualquier persona no autorizada. A lo lejos, en la parte exterior del perímetro,puedo ver una gran cantidad de no muertos. No le prestan ninguna atención a la verja; tan sóloestán allí.

Annabelle gimoteaba. John comprobaba las radios, así que he decido sacarla fuera, era elgemido típico de «tengo que mear». La he acompañado por la escalera y la he sacado hasta unpequeño recuadro de hierba que hay al lado de la torre, en dirección contraria a las pistas deaterrizaje. Ella ha hecho lo suyo y ha olfateado el aire. No es una perra muy grande, pero tienebuen olfato. Se le ha erizado de nuevo el pelo del lomo. Hemos vuelto a subir y he cerrado la

puerta de la torre a mis espaldas. Desde la torre contamos con una visión de 360 grados, así quehe ido a la zona que da al cuadrado de hierba para ver si averiguaba qué es lo que ha molestadotanto a Annabelle.

No había nada. Seguramente ha sido la brisa, que transportaba alguna clase de hedor.Annabelle ya volvía a estar contenta, le he puesto agua y algo de pienso para perros. John llevabasus auriculares y escuchaba con atención. En las torres de control todo el mundo lleva auricularesporque sería un caos si todas las radios emitiesen al mismo tiempo. Era evidente que Johnescuchaba algo que no era el sonido de la estática. Me he acercado al panel, he mirado en quéfrecuencia se encontraba y me he sentado en otro terminal para escuchar.

Eran dos pilotos que hablaban entre ellos. Uno le preguntaba al otro si habían tomado unabuena decisión. Debían de estar cerca de nuestra torre; de otro modo, no los hubiésemos captado.Seguramente pensaban que contaban con toda la intimidad del mundo… Por lo que podían saber,no quedaba ningún otro ser vivo en el área. Me preguntaba a qué se debían de referir. ¿Serían losmismos pilotos que habían soltado las bombas? Enseguida me han dado la respuesta: hancontinuado hablando y he descubierto que aquellos pilotos se habían negado a descargar laartillería. No consideraban que se tratase de una decisión acertada, así que en lugar de acatar lasórdenes han escogido el exilio.

No les culpo. Son humanos. Como yo. No estoy seguro de que yo hubiese podido llevar a caboun bombardeo. Me pregunto qué ciudades se habrán librado. Supongo que una de ellas es Houston,y tal vez también Austin. A pesar de todo, soy consciente de que la explosión de San Antonio selos habrá cargado a todos.

John y yo hemos podido traer toda nuestra comida y agua en el avión. Ahora el agua no nossupone ningún problema, pero seguramente la comida empezará a serlo en un par de semanas.Anoche los incendios del noroeste brillaban con mucha intensidad. Seguramente todo loinflamable ya ha estallado en llamas. Apostaría que mi casa no es más que cenizas y polvo.

21:43 h.

Tras registrar toda la torre, John y yo hemos dado con un cajón de aluminio bastante grandecerrado con un candado. Hemos logrado abrirlo con la ayuda de unas tenazas que hemos sacadodel armario de mantenimiento del piso inferior. Ha resultado ser un cajón de material, recubiertode espuma protectora, que guardaba en su interior gafas de visión nocturna. Había cuatro, de lasque se usan en un solo ojo. Funcionan con pilas normales AA. Tendría que habérmelo imaginado:los controladores aéreos las usan para advertir a los pilotos de posibles obstáculos en la pista. Lamayoría de torres militares las tienen. Ahora las tenemos John y yo. No tienen mucha percepciónde la profundidad, pero, oye, me siento mejor con ellas.

Las hemos probado. Hemos apagado todas las luces y he ajustado el objetivo y el nivel de luz,sólo luz de estrellas. El aeródromo está bañado con un brillo verde. Nos van a ser muy útiles.Hasta he podido distinguir algunos ratones de campo que corrían por la pista, cerca de losaviones. Mañana saldré y comprobaré los aviones.

3 de febrero.15:23 h.

Esta mañana he salido para comprobar el estado de algunos de los vehículos y escoger elmejor, por si John y yo tenemos que huir de allí. Estos turbopropulsores me inspiran másconfianza que el Cessna, y al menos yo cuento con varias horas de experiencia a bordo de ellos.Todos parecían funcionar, pero examiné a fondo el que me pareció en mejores condiciones. Era elnúmero 07. Más tarde, hemos planeado ir a los hangares para buscar equipo.

Mientras seguía fuera, he recorrido con mucho cuidado la valla del perímetro, aunque heevitado las áreas por las que las criaturas merodeaban, al otro lado de la verja. Es un aeródromoenorme. Desde el suelo, con la ayuda de los prismáticos, he observado algo de movimiento en elinterior de uno de los edificios de administración; en concreto, en el tercer piso. ¿Alguien vivo?No estoy seguro. He vuelto en silencio a la torre y he advertido a John sobre lo que habíadescubierto. Empiezo a pensar que la única forma de acabar venciendo a estos monstruos esesperar a que se marchiten ellos solos. Será como un largo encierro.

Hacía tiempo que no pensaba en mis padres. No conservo muchas esperanzas al respecto decuál habrá sido su destino. Le he dado vueltas a la idea de coger uno de los aviones y aterrizar enalguna pista cerca de casa, para sacar algo en claro. Pero no le podría pedir a John que meacompañase… De todas formas, sólo ha sido una idea pasajera.

4 de febrero.14:47 h.

Hemos llenado de combustible el depósito de uno de los T-34. He comprobado el motor, le heenseñado a John cómo funciona el APU (la unidad de energía auxiliar). Los T-34c pueden ponerseen marcha con su propia batería, pero es mejor hacerlo con una unidad exterior que funcione concombustible. Después hemos encerrado a Annabelle en la torre y nos hemos preparado para ir aregistrar el hangar. Igual encontramos algún equipo adicional que nos sirva de algo.

Nos hemos convertido en unos expertos: John abre la puerta y yo compruebo que la estanciaestá limpia. El interior del hangar parecía una ciudad fantasma. Avanzamos hacia una puerta conel cartel MANTENIMIENTO DEL EQUIPO DE VUELO. La puerta estaba medio abierta y lasluces de dentro seguían encendidas. Me he precipitado al interior, con el arma en ristre. He estadoa punto de disparar a un maniquí que estaba allí de pie, vestido con un traje de vuelo. Esdemasiado pequeño para mí, pero me parece que a John le iría bien.

Tras comprobar que la estancia estaba vacía y cerrar la puerta, por si acaso, le he ordenado aJohn que desnudase el maniquí y que se probase el traje y el casco. He cogido uno de la hileramarcada como «mantenimiento completado», me he acercado a la radio de pruebas y hecomprobado el micrófono de caña. Funciona a la perfección. He agarrado un par de chalecos desupervivencia, equipados con elementos esenciales, y también he cogido un modelo de T-34 de

madera, que puede serme de ayuda si tengo que explicarle algo a John. De una estantería colgabanunas llaves con el nombre: «camión de combustible».

Al volver a la torre, he empezado a instruir a John en las bases del vuelo. Me he ayudado deunos cuantos manuales y del modelo de madera para que se hiciese idea de los sistemaselectrónicos y de cómo funcionan los controles de superficie de los aviones. Le he preguntado aJohn si le gustaría volar y comprobar cómo está todo en el exterior, como si se tratase de unamisión de reconocimiento. Como estaba de acuerdo, nos hemos puesto los trajes.

19:32 h.

Hemos despegado alrededor de las 15.45 h. Hemos volado hacia el noroeste alrededor de 200nudos para comprobar el daño de las explosiones. Sólo hemos tardado cuarenta minutos en llegara las afueras; ya estábamos lo bastante cerca. La ciudad está en ruinas. Hemos volado a granaltura, a 3000 metros, para evitar la radiación residual, hasta que hemos decidido que lo mejorsería dar media vuelta. Cuando hemos llegado a una zona segura, hemos descendido a 600 metros.El día estaba claro y teníamos el sol a nuestra espalda. Hemos seguido la carretera interestatal.

John me ha pedido que inclinase el aparato para poder comprobar bien el terreno; he giradotreinta grados. Hemos contemplado la interestatal. Las criaturas surgían de la ciudad, en un éxodoen masa. Me pregunto si las bombas atómicas habrán tenido algún efecto sobre las que no estabancerca del punto de deflagración; dudo que la radiación les afecte de algún modo. Lo único quepuede haberles afectado es el calor de la explosión. La distancia de seguridad mínima paracualquier ser humano era de 240 kilómetros, pero eso no se aplica a ellos. Habrán sobrevivido atan sólo treinta kilómetros.

John ha sacado una instantánea digital de la huida de los fiambres. Hemos aterrizado cuando elsol empezaba a ponerse, y hemos rodado hasta el punto de aparcamiento cercano a la torre. Estelugar está completamente muerto. No hay señales de vida; sólo miles y miles de ellos vagando porcampo abierto. Tarde o temprano las luces de Corpus Christi los atraerán hasta la ciudad.

5 de febrero.22:01 h.

Aumenta su número al lado oeste de la verja. Ese lado está aproximadamente a cuatrocientosmetros de la torre. Con las gafas de visión nocturna, contemplo cómo se acercan tambaleándose.La imagen verde y granulada me parece surrealista y perturbadora. Esta mañana, cuando noshemos percatado de su presencia, hemos apagado las luces. Tengo la sensación de que se tratasólo de la primera oleada, que huyen de las grandes ciudades. Maldición, me hubiese ido bien quepor Navidad me hubiesen regalado un contador Geiger. No realizaremos más viajes frívolos en elavión; no quiero que se pongan más nerviosos. Está noche iré a explorar el edificio de oficinas enel que el otro día vi movimiento. Tengo la ventaja de la visión nocturna, por lo que supongo que

todo irá bien. Además, necesito pilas.

6 de febrero.4:30 h.

Anoche fui solo al edificio de administración. John se quedó en la torre. Cuando abandoné elpiso superior, cerré enseguida la puerta y encendí las gafas de visión nocturna. Aquella imagenverde y granulada que ya me era familiar ocupó todo mi campo de visión. Hacía que me sintieseinvisible. El edificio está a unos buenos trescientos metros de la torre. El fusil era mi armaprincipal, pero también había cogido la Glock como refuerzo. Sólo me llevé 58 balas de .223 parael fusil, 29 en cada cargador. No me iba a la guerra; sólo quería buscar entre los restos de aqueledificio. Me llevé unos amarres de plástico negros y una cuerda que había encontrado en la torre.Por alguna razón, no creo que el «yo» de hace un mes hubiese abandonado la torre aquella noche.En el fondo de mi mente pensaba: ¿para qué seguir viviendo?

Me aproximé con cuidado a la puerta principal del edificio. Comprobé metódicamente lasventanas, intenté localizar algo de movimiento. Las gafas de visión nocturna son limitadas, y nopude ver nada en el interior de las ventanas hasta que estuve casi a tiro de piedra del edificio. Nopodía distinguir qué era lo que se movía allá arriba, en el tercer piso… Durante un segundo mepareció que podía ser la sombra de un ventilador de techo, iluminado por una especie de aplique.Eso es lo que deseaba que fuese. Me encontraba ante la puerta principal. No estaba cerrada conllave. Entré con cautela; escuché con atención e intenté captar el más mínimo sonido. Me recordótodas las pruebas auditivas que tuve que superar en el ejército. Estaba en completo silencio, comosi fuese una habitación aislada. Tras atravesar el segundo juego de puertas, avancé hasta el centrode la estancia y me fijé en una escalera que, supuse, subía hacia el segundo y el tercer piso.Avancé otro paso y oí un estruendoso crujido bajo mis pies; había pisado un trozo de cristal roto,uno muy ruidoso. Fue entonces cuando empecé a oírlos.

Parecía un grupo formado por cuatro o cinco en los pisos superiores. Unos gemidos graves,unos pies que se arrastraban con lentitud, que se oían a través de las ruinas que tenía por encima.Era consciente de lo que era. Me habían oído y querían bajar al piso inferior para alimentarse conmi carne. Me di la vuelta rápidamente y me dirigí a la puerta; detrás de mí escuché el ruido de uno(o más) de ellos cayendo por la escalera. Sonaba como una bolsa de basura llena de hojashúmedas.

Corrí con todas mis fuerzas hacia la puerta. Tras cruzar el primer juego de puertas dobles,saqué un par de amarres negros y las dejé bien cerradas. Atravesé las siguientes, las que daban alexterior, e hice lo mismo. Eran de plástico grueso, y sabía que sólo los detendrían. Usé cuatropara las puertas exteriores. Cuando empezaba a alejarme, lograron abrirse camino por las puertasinteriores y empezaron a golpear las exteriores, las que acababa de cerrar. Empecé a correr haciala torre; escuchaba los fuertes golpes de frustración que resonaban en el aire mientras huía.

Y a continuación el estruendo del cristal rompiéndose. Miré a mi espalda y vi cómo uno deellos se desplomaba desde la ventana del tercer piso. Todo aquel ruido debía de haberlosexcitado. Llegué a la torre y corrí hacia el piso superior, en el que nos habíamos instalado John y

yo. Golpeé la puerta, y le grité a John que apagase las luces y que se pusiese las gafas de visiónnocturna. Cuando vi que las rendijas de la puerta exterior se oscurecían, entré y comprobé si lacriatura que había saltado por la ventana me había seguido.

Ni rastro de él. La puerta de abajo está cerrada. Si intenta entrar, lo oiremos. Por ahoraestamos a salvo.

15:34 h.

John ha estado escuchando las radios, en los últimos días ha empezado a deprimirse por lamuerte de su esposa, y comprobaba los diferentes canales; me ha llamado para que comprobasealgo. Me ha contado que había visto algo arrastrándose por debajo de uno de los aviones, peroque ya no podía verlo. He cogido los prismáticos y he examinado el área que me ha indicado John.Es el cadáver que se lanzó anoche por la ventana. Se desplaza con los brazos, y arrastra laspiernas paralizadas tras él. No me apetece nada la idea de tener que salir y matarlo. De todosmodos, ahora no molesta a nadie.

7 de febrero.18:26 h.

Movimiento… John y yo lo hemos notado hace unas horas. Con el ángulo de visión con quecuento no puedo ver si los amarres de plástico han logrado mantener cerrada la puerta de entrada.La mayoría de esos engendros se están reuniendo en la zona oeste de la valla. He salido acomprobar el aparato, a asegurarme de que está listo para emprender el vuelo cuando lonecesitemos. Cuando volvimos del viaje de exploración a la ciudad, no pude aparcar el avióndemasiado cerca de la torre, porque la hierba que la rodeaba estaba húmeda a causa de unallovizna reciente.

Lo tuve que dejar a unos doscientos metros de la torre; ir a comprobarlo era un paseíto. Helogrado acercarme sigilosamente al avión sin que tuviese lugar ningún incidente. No he visto elfiambre que se arrastraba por ninguna parte. El área vallada es enorme, y podría estar en cualquierparte. El camión del combustible está cincuenta metros más allá del avión. Me he acercado alvehículo y los he visto. El ángulo en que me encontraba antes me impedía verlos; he llegado acontar hasta diez en el interior del área vallada, vagando alrededor de un punto ciego en eledificio de administración. Ellos no me habían visto, pero si empujaba el camión hacia el avión,para llenar el depósito, lo harían. Se me revuelve el estómago sólo de pensar que tendré quehacerlo en la oscuridad, pero no hay otra forma.

21:00 h.

He cogido las gafas de visión nocturna y las llaves del camión que encontramos hace un par dedías, y he salido a la oscuridad para llenar de combustible el avión. Tenía el arma preparada, yme he deslizado por el aeródromo, en dirección al camión; esta vez me he acercado por un ángulodistinto, para poder vigilar el edificio de oficinas mientras avanzaba. Ni rastro de ellos. Hellegado hasta el vehículo, me he aupado hasta la ventana y he echado un vistazo al interior, por siacaso. Despejado. He abierto la puerta y lo he puesto en punto muerto. Nunca antes habíaempujado un camión tan grande; ahora sé la razón. No se puede. Tenía que encender el motor. Séque las criaturas no me pueden ver en la oscuridad, pero no tengo ninguna duda de que me oirán.

A regañadientes, he sacado la llave del bolsillo y la he puesto en la ranura de ignición… Hedudado unos segundos, pero después he empujado el embrague, he sujetado el freno y he girado lallave. Tras voltearla dos veces, el motor ha cobrado vida, he soltado el embrague y he avanzadohacia el avión. En el trayecto, he pulsado los controles de la bomba del vehículo, para queestuviese preparada cuando me apease del camión.

He frenado el camión, he saltado y me he dirigido hacia el avión. He podido ver algo que semovía en la hierba, a un centenar de metros. He ajustado la sensibilidad de mis gafas hasta que lohe visto. Era el engendro paralítico, sobre la hierba, que reptaba hacia la torre. Tendría quevigilar con él cuando volviese.

Entonces los destellos de la linterna de John han cegado mi visión a través de las gafas; eracódigo Morse, no había duda.

D… E… T… R… Á… S…Me he dado media vuelta y he visto a seis que se tambaleaban en dirección al camión. No

había alternativa. He preparado el fusil y he corrido hacia el avión. He saltado sobre un ala y heabierto fuego contra ellos. He derribado a dos, pero un tercero se me ha escapado.

He tenido cuidado de no disparar a los dos que estaban justo en la línea entre el camión decombustible y yo. Tenía que cargarme a dos más antes de ocuparme de ésos. He acertado a uno enla cabeza y la frente se le ha abierto como una flor en primavera.

Los destellos que soltaba el cañón de mi arma estaban impidiendo el buen funcionamiento demi visión nocturna. Tenía que ajustar el intensificador; lo que veía a través de la lente era muchomás oscuro cuando he derribado al cuarto engendro con un disparo en la cabeza y otro en elcuello. Quedaban dos; era demasiado arriesgado tirar contra ellos, pero se acercaban. Ya estabanen el avión. Estaban intentando trepar al ala. He disparado a uno en el hombro, con lo que le hehecho caer al suelo. El otro ha estado a punto de agarrarme de la bota antes de que pudiese volarlela cabeza.

El último cadáver, herido, se ha vuelto a poner en pie y ha alzado los brazos, como unmonstruo de Frankenstein enloquecido, mientras se acercaba de nuevo a mí. He saltado del ala porel lado contrario al que estaba el no muerto, y lo he mirado mientras empezaba a rodear elaparato, hacia mí. Estaba oscuro, y aquella criatura seguía chocando contra el ala y el empenaje

del avión. He apuntado con mucho cuidado, para evitar dañar el aparato, y he disparado una vez.Se le ha separado la mandíbula de la cara, y la lengua, ahora huérfana, ha quedado colgando.Incluso con la limitada percepción del color que tengo con las gafas, era un espectáculoasqueroso. El monstruo ha dado un salto atrás, pero ha seguido avanzando; de su gargantaescapaba un sonido borboteante. He vuelto a disparar contra el cabronazo ese, y he acabado consu miserable existencia.

He apartado todos los cadáveres de las cercanías del avión arrastrándolos por las piernas, yhe empezado a llenar el depósito. He tardado diez minutos en completar la tarea. Durante estetiempo, no he parado de oír los gemidos de los no muertos que trae el viento. El sonido de losdisparos los ha puesto nerviosos. Es un sonido terrorífico. Tras realizar el avituallamiento decombustible del avión, he vuelto a la torre. Sin dar ningún rodeo, pero esta vez tampoco he vistoni rastro del monstruo paralítico. Pero ¿dónde coño…? En el interior, durante la noche, estamos asalvo. Los gemidos continúan… Otra noche con tapones.

Reflexión de la noche: me he cargado a seis… Eso significa que dentro de la valla quedancuatro y el «cojito». ¿Dónde se han metido?

8 de febrero.18:22 h.

Esta mañana me he despertado con el ruido de los golpes contra la puerta de acero que hay enel piso inferior. Sonaba como si hubiese más de uno. John y yo hemos descendido la escalera conmucha cautela. Por los sonidos, hemos calculado que hay varios puños golpeando la puerta. Através del acero se colaban unos gemidos graves. He comprobado la cerradura, para asegurarmede que aguanta. Es la única puerta de acceso a la torre.

La otra forma de salir de aquí es una caída de 60 metros por el balcón. Hemos bajado unescritorio pesado para colocarlo tras la puerta; he subido y he salido al observatorio. No helogrado ver la puerta por el pequeño tejado que cubre el área. Con los prismáticos he comprobadola valla oeste. Había todavía más, pero la verja aún resiste. Supongo que las criaturas que golpeanla puerta son los restos de mi batalla de anoche. No quiero arriesgarme a abrir la puerta de abajo;no sé cuál es la mejor forma de encargarme de ellos.

9 de febrero.21:42 h.

El golpeteo se detuvo anoche; los no muertos del piso inferior deben de haberse cansado,seguramente porque ni nos han visto ni nos han oído. Tanto John como yo hemos estadocompletamente quietos, completamente callados durante todo el día de ayer. Hoy no ha sidonecesario salir al exterior: ya hemos repostado el avión y todavía tenemos electricidad y aguacorriente en la torre.

He aprovechado la ocasión para ducharme en el baño que hay un piso más abajo. Hay unfregadero muy hondo y una manguera. Los paneles del suelo son de plástico y tiene un sumidero enel centro; la estancia es un armario de mantenimiento. He alzado la manguera por encima de lacabeza y he tomado una agradable ducha. He tenido que usar una pastilla de jabón como si fuesechampú, pero bueno, tampoco estamos para ponernos quisquillosos. Llevaba días sin afeitarme, yme ha gustado la sensación de la cuchilla en la piel. Después de lavarme me he sentido como unhombre nuevo. He aprovechado también para lavar un poco de ropa (en el fregadero, también conla pastilla de jabón) y la he tendido en la escalera para que se secara. Le he dicho a John lo de lamanguera, pero no le ha interesado. Empeora por momentos, llora la pérdida de su mujer.

No tengo planes a largo plazo. El mundo se ha convertido en un lugar distinto. El alcance de unavión a turbopropulsor es de unos seiscientos cincuenta kilómetros, lo que nos proporcionaalgunas opciones. Hoy, durante un rato, hasta me he planteado ir en busca de lo que queda delestamento militar, aunque sería complicado responder a las preguntas que me formularían:«¿Cómo lograste sobrevivir en la base, hijo?». Casi me siento culpable por no haber muerto juntoa mis compañeros. Eso me recuerda a un capítulo de La dimensión desconocida que vi antes deque todo se fuera a la mierda: era un episodio sobre un submarino del ejército que se habíahundido, y sólo había sobrevivido un tripulante. El marinero se sentía culpable y no dejaba de vera sus compañeros, muertos e hinchados, que le llamaban desde las profundidades.

Por favor, que no sueñe esta noche.

10 de febrero.23:50 h.

La verja del área oeste puede caer. Ahora hay centenares alrededor del perímetro. Las lucesde la ciudad los han atraído. Odiaría tener que salir de compras al centro de Corpus Christi enmomentos así. He pasado la mayor parte del día con los prismáticos y he estudiado susmovimientos. He visto algunos pájaros que los sobrevolaban. Una de las criaturas no tiene brazos,y dos águilas se estaban aprovechando de ello; se habían posado sobre los hombros del cadáver yle picoteaban la carne del cráneo. El muerto mostraba los dientes y lanzaba mordiscos endirección a ellos, pero no le servía de nada. Le está bien empleado a ese cabronazo.

John y yo hemos intentado establecer cuál será nuestro siguiente paso, pero la seguridad de latorre nos ha hecho caer en un falso estado de calma, de semitranquilidad. Si tenemos en cuenta elalcance limitado de nuestro avión y que hay áreas radiactivas, supongo, es difícil tomar unadecisión. No sé cómo pilotar un helicóptero, por lo que si encontramos una isla, necesitarésuficiente tierra nivelada para aterrizar. Ha pasado casi un mes desde que los muertos empezarona andar. He apreciado signos de descomposición en algunos de ellos, pero hay otros que parecenhaberla diñado hoy mismo.

Tengo curiosidad por saber cómo afectará la radiación ambiental a los no muertos. Estoyseguro de que al estar en contacto con ella se verán afectados, pero ¿qué efectos tendrá laradiación sobre los cadáveres? ¿Destruirá la radiación las bacterias que provocan la putrefacción

natural del cuerpo? Me estremezco al pensar que las bombas que han lanzado pueden habercausado más daños que el bien que pretendían. Nos quedamos sin comida. Tal vez tengamossuficiente para una semana más. Debe de haber comida en algunos de los edificios que nos rodean,pero no estoy preparado para arriesgar mi vida para hacerme con ella; no tengo ninguna duda deque aún hay más criaturas atrapadas en los confines del perímetro.

He intentado evitar que el shock de todo lo sucedido me afecte durante mucho tiempo, pero nosé cuánto más voy a soportar antes de derrumbarme. Supongo que todo tiene que seguir su cursonatural, pero no quiero que se me vaya la olla en el peor de los momentos. John sigue sin mejorar.Hoy he jugado con Annabelle, que lo necesitaba. Es una perrita muy buena; siente que tanto Johncomo yo estamos al borde de la crisis nerviosa, pero no sabe qué hacer para ayudarnos. Hemosllegado a la conclusión de que uno de los dos tiene que vigilar el perímetro a todas horas. Voy adescansar un poco, y espero no tener la mente lo bastante embrollada como para no dormir. Miturno empieza en cuatro horas.

11 de febrero.17:13 h.

Con una variante del nudo llano, he atado tres sogas de nailon de 30 metros para crear unacuerda de escape, por si la necesitamos. Como he atado unos nudos más en medio de la cuerda,cada noventa centímetros, incluyendo los que unían una soga con la otra, la longitud de 90 metrosse ha visto reducida; de todos modos, si la atamos al balcón y la dejamos caer, llega al suelo.Tengo la certeza de que esos engendros no pueden trepar, pero de todos modos la he recogido, lahe enrollado y la he guardado ante la puerta del balcón atada a una cañería exterior que sobresale.

La valla todavía aguanta y los mantiene en el exterior, aunque el único motivo de que sea asíes que no están seguros de que haya comida en el interior. Supongo que si nos viesen aquí dentro,si descubriesen dónde nos encontramos, derribarían la verja sin más complicaciones… John y yono pasaríamos un buen día. Pero creo que estamos lo bastante alejados de la verja oeste comopara que nos logren ver. Hoy he limpiado las armas y le he enseñado a John a manejar el CAR-15.También he descubierto un acceso al techo de la torre. Supongo que servía para que el personal demantenimiento pudiese subir allá arriba para arreglar las numerosas antenas y receptores. Hetrepado por el acceso para comprobarlo. Está al menos tres metros por encima del balcón.

Soy consciente de que ha pasado más de un mes desde que se realizó alguna tarea demantenimiento en cualquiera de los aviones, por lo que hoy he salido, me he acercado ahurtadillas al avión y he sacado los paracaídas del piloto y del copiloto, para comprobar quesiguen en perfecto estado. Si tenemos problemas con el motor, al menos todavía tendremos unaposibilidad de sobrevivir. No he visto a los engendros sueltos que hay dentro del cercado, almenos cuatro, a los que hay que sumar el paralítico, aunque tampoco he intentado localizarlos. Mehe llevado los paracaídas a la torre. Los he inspeccionado correctamente, y al ver que no teníanningún desperfecto me siento más seguro en caso de tener que hacer despegar el avión (el número07) de nuevo, cuando nos acucie la necesidad. Sigo vigilando la zona oeste; sigo asegurándome deque la barrera aguanta.

12 de febrero.19:13 h.

En el interior de la verja oeste hay pájaros muertos. Los he visto hoy con los prismáticos; hecontado seis. No parece que se los hayan comido, es como si se hubiesen muerto allí. Están en elsuelo, a poco más de un metro de la masa de engendros. No puedo distinguir qué especie de aveson: son negros, lo que elimina a la mayoría de aves de presa. Supongo que no es algo de lo quedeba preocuparme mucho, pero aún pienso en las águilas negras que se posaron sobre los hombrosde la criatura sin brazos y le arrancaban tiras de carne. Hoy no ha pasado nada más. La vallatodavía aguanta.

Esta noche saldré para cargar el resto de munición y de víveres en la carlinga. Me moveré encompleto silencio, y prestaré mucha atención a los muertos que no tenemos localizados y quevagan por el interior del perímetro. La única cosa que hace reaccionar a esas criaturas es la carneviva. No las he visto intentando comerse las unas a las otras. Hay algo que debe atraer a esosengendros fuera de mi vista. Annabelle duerme. Ojalá gozara de la despreocupación de un perro.La ignorancia es una bendición.

21:22 h.

Estoy temblando. No he tenido miedo a la oscuridad desde que era un niño, pero todos mismiedos se han recrudecido hoy. He cargado todos los objetos en la bodega del avión. Estabanublado y la luna era casi nueva, por lo que la oscuridad lo envolvía todo. Y mis gafas se hanennegrecido del todo. Llevaba pilas conmigo, por si algo parecido llegaba a sucederme, pero nome imaginaba que se gastarían con tanta rapidez. He empezado a sacarlas, con torpeza, en mediode la oscuridad. Estaba a más de cien metros de la torre. Mientras seguía allí sentado, en laoscuridad, e intentaba encontrar cómo colocar las pilas, he empezado a escuchar el ruido de algoque se arrastraba. Mi mente me jugaba una mala pasada.

El miedo escalaba posiciones… Por fin he logrado colocar las pilas correctamente, me hepuesto de golpe las gafas de visión nocturna en la cara y he ajustado el intensificador. Cuando laimagen, verde, granulada, se ha puesto en marcha, he comprobado mi perímetro. Nada. Toda estasituación ya me supera. He corrido hacia la torre, he subido la escalera y me he sentado. Johnexaminaba uno de los mapas que encontramos hace unos días. Me he acercado para mirar porencima de su hombro y he visto el lugar que ha señalado con un círculo: Mustang Beach.

No está muy lejos de aquí.

13 de febrero.20:13 h.

Fuera está muy oscuro. Hace mucho frío, sobre todo en el interior de la torre. Supongo que sivolviésemos a encender las luces, el ambiente se caldearía un poco, pero las criaturas que hay alotro lado de la valla oeste se pondrían nerviosas. Lo más seguro es que las vieran. Al anochecerhe ascendido por el acceso al techo y me he quedado absorto mirando las estrellas. No hayninguna luz encendida en el interior del perímetro, John y yo nos dedicamos a apagarlas cuandovimos que los muertos empezaban a reunirse en masa en la verja oeste, por lo que la Vía Láctea sedistinguía perfectamente.

Creo que John ya se está recuperando de su bajón emocional, que ya empieza a superarlo. Hoyincluso me ha hecho un par de bromas. No he abandonado la torre para nada, pero tendría quedevolver los paracaídas al avión para que tengamos menos cosas que cargar el día que partamos.Todavía estoy asustado por lo de anoche, así que lo de los paracaídas tendría que esperar unpoco. Aún me intriga lo que hay en la zona oeste para que las criaturas se amontonen allí y no enningún otro lugar. Me encantaría poder disfrutar de comida de verdad. Cuando John comprobabalos canales de radio, ha oído una emisión de un avión de las Fuerzas Aéreas que sobrevolaba elárea. Hay un dato clave que John me ha comunicado que me ha dejado preocupado: el piloto hatenido que volver para ahorrar combustible. Ha insistido en las pocas reservas con que cuentan enla base. Todo esto indica que están racionando el combustible, así que están confinados en un áreaque no está del todo accesible. El gobierno, o al menos esa parte, está tan atrapado como nosotros.

Cada vez me parece mejor la idea de ir a una isla cerca de la costa de Texas. El únicoproblema es que será difícil conseguir víveres suficientes con sólo dos personas inspeccionandolos despojos.

14 de febrero.14:40 h.

La verja está empezando a abombarse hacia el interior; no sé cuánto tiempo aguantará en pie.Ahora o nunca. He comprobado las mangas: sopla un fuerte viento de este a oeste que cruza elaeródromo. Despegaremos tan pronto como me salga de los cojones.

TORRE15 de febrero.22:43 h.

La situación es crítica. He dejado de sangrar, pero la cabeza aún me da vueltas por la pérdida desangre. Lograron abrirse paso justo cuando estaba escribiendo la entrada de ayer. No me di cuentade que estaban en el interior del perímetro hasta las 14.45 h. Entonces ya era demasiado tarde.Tanto John como yo los vimos: una sección de alrededor de un centenar de metros de la verjahabía cedido y estaban penetrando en el aeródromo como hormigas de fuego.

Reunimos todos los objetos esenciales, al menos, los que creíamos que necesitaríamos, yfuimos hacia la puerta. Embarcaríamos en el avión y escaparíamos de allí. Cuando llegamos a laplanta baja y abrimos la puerta, ya había cuatro esperándonos. Cerramos de golpe y colocamos elescritorio que habíamos bajado hacía unos días delante de la entrada.

Joder, estábamos atrapados como putas ratas, y esos cabrones lo sabían. No pasó muchotiempo antes de que comenzásemos a escuchar los gemidos de centenares de esas criaturas y queempezase el golpeteo incesante contra la única puerta de acceso. La torre tenía 60 metros de alturay una sola salida. Me asomé al balcón y confirmé mis peores sospechas.

Había literalmente trescientos congregados alrededor de la puerta exterior, así como ante lazona cubierta de la torre. John le puso el bozal a Annabelle, que estaba empezando a enloquecer.Agarré la cuerda y miré hacia abajo, para ver dónde iría a parar si la lanzaba. Nada. Volví aguardar la cuerda en el balcón, con amargura, porque no iba a ser posible descender por ella sinque al menos cien engendros nos viesen y nos atacasen antes de que tuviésemos la posibilidad dealcanzar el suelo.

Entonces la situación se hizo todavía más complicada. Oíamos el sonido chirriante del aceroal combarse en el piso de abajo. Había tantos que la masa bruta se abría camino a la fuerza. Enese momento me di cuenta de que estábamos jodidos del todo. Miré a John y le dije: «No estoypreparado para morir». «Yo tampoco», contestó él, y los dos corrimos hacia la puerta quecomunica con la escalera y empezamos a lanzar por ella televisores, escritorios y sillas. Con esoganaríamos algo de tiempo. Cerramos la puerta, que se abría hacia fuera, gracias a Dios.

La puerta de la planta de arriba no era tan robusta como la exterior. Cuando la atrancamos y lecolocamos el último escritorio que quedaba delante, empezamos a oír el chasquido metálico delos zapatos sobre los escalones. John metió a Annabelle en su mochila y abrochó la cremallerahasta llegar al cuello de la perra. Le hice un gesto, para que subiese por la escalerilla del techo ehiciésemos una cadena. Yo le pasaría los víveres y los demás objetos.

John esperaba con Annabelle metida en la mochila en el peldaño superior. La perra notabanuestro miedo y no cesaba de gimotear. Primero le entregué los dos objetos más importantes de miplan: los dos paracaídas que todavía no había devuelto al avión. Después un paquete con seisbotellas de agua, las gafas de visión nocturna y unos cuantos paquetes de MRE. Por alguna extrañanecesidad, le entregué el maletín que contenía mi portátil. Al final, todas nuestras armas y lamayor parte de nuestra munición; al fin y al cabo, aunque disparásemos todas nuestras balas,

todavía quedarían centenares en pie.Ya estaban ante la puerta del piso superior. En medio de la puerta había una ventanita

rectangular de 15x25 cm. Veía a la perfección cómo un engendro apretaba la cara contra el cristalreforzado, cómo mostraba los dientes, cómo intentaba descubrir qué había en el interior. Empezó adar golpes y a gemir cuando me vio. Los otros le imitaron enseguida. John acabó de trepar hasta eltejado; subí detrás de él. Hacía viento, como anteayer. Buenas noticias, seguramente.

John se descolgó la mochila, y la perra, de la espalda y le dio la vuelta, para podérsela colgardel pecho. Le ayudé a ponerse el paracaídas y con algunos amarres se lo até sin dificultarle muchola capacidad de movimiento. Le di unos consejos esenciales de cómo quitarse el paracaídas unavez hubiese aterrizado en el suelo.

Le expliqué que era básico que desatase las dos tiras interiores antes de la pectoral. Asintiópara comunicarme que lo había entendido, y yo me incliné para coger mi propio paracaídas. Delinterior de la torre nos llegó el sonido de cristales rotos. Debían de haber arrancado el cristalreforzado del marco. Esperaba que esas criaturas no fuesen capaces de subir por escaleras demano. Sujeté mi fusil con los mosquetones de la mochila, y aseguré la culata en la anilla de mipecho. Llevaba el cuchillo enfundado en el cinturón, para poder agarrarlo enseguida cuandollegase al suelo.

Yo iba a ser el primero en saltar… En ese momento volví a escuchar el ya familiar sonido delacero al combarse, el chirrido que emitía el escritorio al arrastrarlo por el suelo. No teníamosninguna forma de atrancar la escotilla de acceso al tejado desde fuera. Era muy sencillo: si podíantrepar, llegarían aquí arriba. Una última lección para John: «Asegúrate de tirar de los elevadorespara frenar la caída». Le describí el aspecto que tenían los elevadores.

Hice que John me observase mientras yo avanzaba poco a poco hacia el borde del tejado. Aúnoía todo el ruido que hacían ellos debajo de mí, el ruido que hacían al intentar localizar sucomida. La puerta del balcón se abrió de un empujón. Por alguna razón no parecían tan putrefactoscomo creía. Calculé que en aquel momento en el interior de la torre debía de haber doscientosmuertos vivientes.

John se inclinó y los vio. Palideció de miedo. No era sólo miedo a que se lo comiesen vivo…sino a saltar de la torre, romperse ambas piernas y no poder defenderse… Yo era consciente de loque estaba pasando por su cabeza, porque yo también pensaba lo mismo. En ese momento laescotilla de acceso al techo se elevó y volvió a cerrarse con un chasquido. Clang… Clang… Laalianza de una criatura resonaba al chocar contra la escotilla, al alzarla unos cuantos centímetros ydejarla caer de nuevo con estruendo cada vez que la mano la empujaba hacia arriba. Durante uninstante lograba ver la exangüe mano, cuando el peso de la escotilla volvía a empujarla haciaabajo. Estuve a punto de perder los nervios.

Logré que John me volviese a prestar atención y le mostré cómo tirar de la anilla de aperturadel paracaídas piloto. El piloto es un paracaídas pequeño que captura la fuerza del viento y jala elresto de la tela, hasta sacar todo el paracaídas. El piloto del tipo que llevábamos se activaba conun muelle: se tiraba de la anilla y salía disparado, capturaba el viento y desplegaba el resto.Comprobé la manga de viento que había al otro lado del aeródromo… Podíamos saltar. Miré alsuelo. Había demasiados, pero parecía que la mayoría ya se había metido en la torre. Tiré de laanilla y me mantuve en el borde, para no caer antes de que todo el paracaídas se desplegase.

El viento lleno el paracaídas principal y me alzó por los aires literalmente. Vi cómo laescotilla se abría del todo y oí el estruendo al golpear contra el tejado cuando cayó a un lado.John estaba justo detrás de mí. Las criaturas del balcón vieron cómo John y yo saltábamos yempezaron a gritar. Alcé la mirada cuando sus manos, estiradas hasta el límite, se alargaban paraintentar agarrar la tela del paracaídas.

A cada pocos metros había ventanas que daban a la escalera. Maldición: estaban trepandounos encima de los otros para llegar arriba. Muchos iban vestidos con uniformes militares. Miscálculos de que había unos doscientos se habían quedado cortos: por la forma en que estabanapilados en la escalera, debía de ser casi un millar. Floté poco a poco hacia el suelo durante loque me pareció una eternidad. Cada ventana ante la que pasábamos al descender era como unainstantánea, un Picasso de rostros muertos, de extremidades entremezcladas… Volví a la realidadal chocar contra el suelo. No fue un aterrizaje suave, pero no me rompí nada. Solté los amarres delparacaídas y di una voltereta para escapar de la tela. Desenfundé el cuchillo y esperé a que Johnaterrizase. Las criaturas se acercaban.

Cuando John llegó al suelo, empezó a desembarazarse del paracaídas. Ninguno de los dosquería que el viento nos arrastrase hacia un grupo de aquellos monstruos. Tuve que ayudarle yrasgar el arnés de nailon con el cuchillo. Le pedí a John que agarrase uno de los extremos de latela. Corrimos hacia un grupo de engendros que se interponían entre nosotros y el avión.

John comprendió cuál era mi plan. Atrapamos al menos a diez criaturas en el paracaídasestropeado; los rodeamos y atamos el arnés rasgado con el paracaídas piloto. Por suerte, connuestro salto desde el techo, nos habíamos acercado cincuenta metros en dirección al avión.Corrimos todo lo rápido que pudimos. Con todo el movimiento, la perra resbaló de la mochila deJohn y cayó al suelo. John estaba delante de mí, por lo que pude recogerla al pasar. Estaba tanasustada que intentó treparme hasta la coronilla. No la culpo, joder. Sentí la orina caliente que mecaía por el traje. Se había meado encima.

Llegamos hasta el avión, abrí la mampara de la cabina y lancé todas mis cosas en el asientotrasero. John y Annabelle saltaron en la parte de atrás y le recomendé a John que se pusiese elcinturón. Salté al asiento del piloto, cerré la cabina y pasé el cierre. Recordé la secuencia dearranque de la lista de comprobación, y por costumbre, empecé a recitarla en voz alta mientrasllevaba a cabo la secuencia…

1.-Encender el reloj.2.-Interruptor de arranque.3.-Baterías por encima de los diez voltios.4.-Luz de ignición encendida.5.-Luz de la presión del combustible apagada.6.-Presión del aceite aumentando.7.-NI sobre el 12%.8.-Palanca de condición a posición paralela.9.-Indicar que todo va bien al señalizador.

Casi me reí al recordar este paso. No había ningún señalizador, aunque estaba seguro que elmuy cabrón estaba allí fuera, en alguna parte, buscándonos. Coloqué la palanca de condición amáxima potencia y sentí como el propulsor agarraba aire.

De ninguna manera podría haber evitado lo que sucedió a continuación. Había cincuenta deellos acercándose a nosotros. Lo único que podía hacer era colocarme en posición de despegue.Uno, que estaba cerca del morro, se acerco a la hélice. Siempre me había preguntado cómosonaría, pero ahora ya lo sabía: era como un triturador de verduras. El cadáver perdió todo elhombro izquierdo. Comprobé las revoluciones de la hélice; habían bajado un poco pero volvían aaumentar hasta estabilizarse en 2200 rpm. No quería golpear a ninguno más. Pulsé los pedales,alejé el morro de los cadáveres e hice rodar el aparato hasta colocarlo en posición de despegue.Llegué a rozar a algunos más, pero nada tan bestia como el primero.

Comprobé la presión del combustible, perfecta, todo estaba en verde, empujé la palanca deenergía al máximo e inicié el rodaje de despegue. 50 nudos… El indicador de velocidad se pusoen marcha, 65 nudos… 70 nudos… Uno se quedó pegado en el ala izquierda, pero la cadera se lequebró, por fin, antes de alcanzar los 80 nudos. Al llegar a los 85, tiré de la palanca hacia mí: yaestábamos en el aire. John se había puesto el casco; yo cogí el mío, lo llevaba sobre el regazo, yme lo puse. Comprobé con John el funcionamiento del sistema de comunicaciones interno. Merecibía, pero por la forma en que hablaba era evidente que en estado de shock. Además, por elretrovisor veía que tenía los labios morados.

Lo peor de todo era que no teníamos ningún lugar al que ir. Mientras nos elevábamos, volví lavista hacia la torre. El techo estaba lleno de no muertos, y caían por el borde como si fuesenlemmings. Yo intentaba pilotar el avión y consultar la carta de navegación al mismo tiempo.Avanzaba a bandazos, y por los auriculares del casco oía cómo John vomitaba. Era un sonidodivertido, pero no quería burlarme de él. Encontré un aeródromo abandonado llamado «IslaMatagorda» a unos ciento cincuenta kilómetros al noreste de nuestra posición. Lo marqué en lacarta con un bolígrafo rojo. Parecía que había muchas islas alrededor, y no estaba muy alejada deCorpus, por lo que seguramente la energía eléctrica seguiría funcionando.

Volamos al noreste durante unos veinte minutos a 180 nudos cuando empecé a tener problemasde propulsión. El motor funcionaba correctamente, pero la hélice estaba perdiendo su ángulo deincidencia, por lo que no agarraba el aire necesario. En poco tiempo, empezó a colocarse enparalelo a mí. Estaba convencido que el problema lo había provocado el cadáver que habíamostriturado. No tenía elección. Tenía que hacer que el avión planeara, ya que el aceite del control deángulos de la hélice debía de estar perdiendo presión. Coloqué la hélice en paralelo con ayuda dela palanca y reduje el motor a trescientas libras-pies de torque.

Según la carta de navegación, debería ver la pista de aterrizaje, pero todavía no la veía.Descendí a 900 metros para poder planear correctamente. Lo que tenía ante mí, por debajo de mí,parecía una zona turística, con un montón de hoteles en primera línea de mar. Gracias a Dios, erafebrero, y no estábamos en temporada alta. En ese instante, tuve que tomar una decisión. Podíabuscar otro lugar para aterrizar o pasar de todo e intentarlo en la calle. Abajo vislumbré algunascriaturas, pero no era nada comparado con la cantidad de la que habíamos logrado escapar. Sinuna hélice en buen funcionamiento, jugábamos en tiempo de prórroga. Tenía que hacer descenderel aparato. Tiré de la palanca hacia mí y hacia la izquierda, para que virase en esa dirección, y

planeé hacia un encuentro con la carretera que había debajo en un ángulo de aproximación de180º. El morro y el motor apuntaban hacia abajo, pero en cuanto estuve cerca del asfalto, elevé elmorro a toda prisa y tomé contacto con el suelo con el tren de aterrizaje.

Pisé los frenos e intenté conducir las alas por entre los postes de teléfono. El depósito seguíalleno de combustible y no quería que aquello se convirtiese en una pira sólo porque una de lasalas decidiese pegarse un encontronazo con uno de esos postes. Durante el avance, me llevé pordelante con el ala derecha una de las criaturas, que quedó doblada. Se había golpeado la cabezacon tanta violencia contra el ala que cuando la parte superior del cuerpo chocó contra ella, murióal instante y dejó un pudding de sesos marronuzcos esparcidos sobre ella. Comprobé la velocidad:50 nudos. Frené hasta detener el avión; el área que nos rodeaba estaba despejada.

Le hice a John una señal para que saliese. Dejé el motor en marcha, para que el ruido delavión camuflase nuestra huida. Saltamos al exterior, cogimos todas las cosas y nos dirigimos haciauna señal que indicaba el PUERTO DE ISLA MATAGORDA.

Y aquí estamos ahora…Me arañé la pierna con el parachoques cortante de un coche accidentado cuando llevábamos

sólo cinco minutos fuera del avión. Era un trayecto largo, casi un kilómetro y medio de calles,playas y patios, pero al fin llegamos aquí. Se trata de un puerto marino decente, con untrasbordador bastante grande y una tienda de regalos. La electricidad todavía funciona. El puertoestá abandonado. Es como si el capitán se hubiese suicidado. Su cuerpo hinchado estaba tiradosobre un escritorio, en el despacho principal; lo que quedaba de su cerebro estaba desperdigadosobre un calendario abierto por enero. El televisor seguía encendido, pero sólo se recibía nieve.

16 de febrero.19:12 h.

Hoy me siento muy débil. Si no fuese por John, ya estaría muerto. Annabelle duerme junto amí. Fuera está muy oscuro; llevo todo el día desmayándome y volviéndome a despertar. Se me hainfectado la pierna; necesito antibióticos. En un cajón del escritorio del capitán de puertoencontramos algo de whisky. Lo he estado usando todo el día de desinfectante y calmante. MañanaJohn hará una incursión en solitario para encontrarme medicamentos y tratar la infección. Demomento no corremos peligro.

Ayer seguimos oyendo el ruido del motor del avión todavía en marcha durante al menos doshoras antes de que se apagase. De todas formas, sólo era chatarra; estoy seguro de que no quedanadie vivo que sepa cómo arreglarlo.

17 de febrero.22:20 h.

Hoy ya me siento mejor. Hemos oído el sonido de un motor que nos ha parecido una moto de

cross. John ha encontrado un botiquín de primeros auxilios en el transbordador. Dentro no habíaantibióticos en pastilla, pero sí algunos para uso tópico. He mantenido la herida limpia, la helavado varias veces al día y me he aplicado la pomada. Parece que va haciendo efecto. Todavíaestá muy enrojecida, y me duele alrededor del corte. Anoche oímos algo en medio de la oscuridad.Nos pusimos las gafas de visión nocturna para intentar localizarlo, pero resultó ser sólo unmapache que buscaba algo de comer. Mañana intentaré empezar a caminar, para no quedarmedemasiado entumecido. Necesitamos empezar a examinar toda el área; aquí estaremos segurossólo por un tiempo.

EL CABALLERO OSCURO18 de febrero.23:03 h.

El viento transportaba el sonido de algunos disparos esporádicos. En la radio del puerto hemosrecibido una llamada de ayuda de una familia en las afueras de Victoria, Texas, a 80 kilómetros denuestra posición actual. La señal era débil, y aunque hemos intentado responder, no nos hanrecibido y han seguido transmitiendo su llamada de ayuda una y otra vez como si nosotros noestuviésemos. Lo he meditado durante un rato, pero he decidido que no vale la pena recorrer 80kilómetros a través de territorio hostil para encontrar un grupo de gente que puede estar muertacuando lleguemos. Es triste. Antes era más compasivo, más caballeroso. Supongo que después deser testigo de tantas cosas malas que les han sucedido a gente buena, ya no te quedan muchas ganasde serlo tú. Están atrapados en el ático, y las criaturas rondan a su alrededor. Y ya sabemos quiénaguantará durante más tiempo.

Espero que tuviesen tiempo de llevarse todos los víveres básicos al ático cuando el mundo sefue a la mierda. Hay algo que me reconcome, como si un eco de mi antiguo yo me ordenase haceralgo. Tal vez me quede algo de conciencia… aunque lo dudo.

Ya puedo caminar, aunque aún no me atrevo a correr. John y yo hemos aflojado la cadena quemantenía la plataforma flotante unida con tierra firme. Hemos encontrado un poco de cuerda en elcuarto de mantenimiento de las oficinas del puerto, y la hemos usado como parte de un mecanismopara mover el puente. John y yo la hemos estado ideando hoy. Cuando estamos aquí, lo único quetenemos que hacer es tirar de la cuerda y la plataforma flotante se aparta de la costa, por lo queesos cabronazos lo tendrán complicado para llegar hasta nosotros. Espero que no sepan nadar.

19 de febrero.15:25 h.

Hemos mejorado mucho en la seguridad del área. En el puerto deportivo hay varios botespequeños. Hemos arrastrado hacia nuestra localización los que nos han parecido más útiles.Quiero comprobarlos todos al mismo tiempo, para evitar tener que poner en marcha los motoresen diferentes momentos y hacer demasiado ruido. Esta mañana he visto un grupo de ocho muertosque vagaban por la calle, a unos cincuenta metros del borde del agua. Lo único que me hapreocupado es que me ha parecido que se movían a más velocidad que las criaturas con las quenos hemos encontrado hasta ahora. No es que corran, ni tan sólo que avancen al trote… pero esque tampoco andan. Se me ha encogido el corazón al comprobar lo rápido que iban.

He cruzado la pasarela del transbordador que hay junto a las oficinas del puerto. Es de tamañomedio, y con capacidad para hasta veinte vehículos. Supongo que lo usaban para cruzar el canalhasta tierra firme.

He subido a la cubierta superior y he comprobado el puente de mando. He encontrado unosprismáticos, me dejé los míos en la torre, y los he usado para seguir observando la manada demuertos. Después he recorrido con la mirada toda la playa, y he comprobado las ventanas de loshoteles. No hay señales de vida. He contado hasta cinco habitaciones en el quinto y el sexto pisodel hotel más cercano, el hotel LaBlanc, que seguían ocupadas. Eran clientes muertos, putrefactos,que nunca harían el check-out.

Estos prismáticos son especiales para el servicio marítimo. Son grandes, pesados, con muchacapacidad de aumento. No es muy cómodo llevarlos encima, pero son geniales para examinar lazona. Tres monstruos se han quedado quietos ante una ventana y han mirado hacia fuera. Había unoque parecía mirarme fijamente a mí. Los otros dos han seguido dando vueltas dentro de lahabitación. Me pregunto cómo debieron de morir.

Tengo la pierna mucho mejor, y creo que ya podré correr, si es necesario, en un par de días.No nos queda comida, por lo que asaltaremos la máquina de golosinas hasta que pueda correr;entonces iremos a registrar la ciudad. Sólo pude salvar 500 balas para el CAR-15. A John lequedan unas mil para semiautomática del.22.

22:23 h.

Hace una media hora he oído un ruido. He encendido las gafas de visión nocturna y me las hepuesto, esperando volver a ver un mapache. Pero no… Hay cuatro criaturas en el borde del agua,que miraban hacia nosotros. No emiten ningún ruido, tan sólo están de pie, y balancean los brazosinquietantemente ante la orilla. Nosotros mantenemos todo el silencio que nos es posible. Yoahorro la energía de las pilas y apago las gafas, pero cada chapoteo de agua que oigo cuando lasolas rompen contra el pontón, se me antoja como uno de ellos que nada hacia nosotros.

20 de febrero.18:54 h.

Me he pasado la noche despierto. La niebla que se levantó del agua después de la medianocheme hizo imposible poder ver lo que pasaba en la orilla. Cuando esta mañana se ha alzado el sol yha deshecho la niebla, los he buscado. A lo lejos he oído algunos ruidos: parecía como si alguienhubiese tropezado con latas. La pierna ya casi no me duele. Hoy nos hemos alimentado conbarritas de caramelo revenidas y refrescos. Me ha hecho pensar… que seguramente ya nunca máslos fabricarán. Es deprimente. Necesito encontrar un reloj nuevo, porque no le he cambiado la pilaal que llevo desde hace dos años. Supongo que lo incluiré en mi «lista de saqueo». Claro querobar para sobrevivir no es saquear, aunque la diferencia sea muy leve. No planeamos saquearuna joyería, pero no voy a dejar de apropiarme de nada que pueda salvarme la vida.

Por cierto, para alegrar un poco el asunto, John y yo hemos encontrado una emisora de radioque todavía emite música. Es una lástima que esté automatizada y que emita en un bucle que se

repite cada doce horas, pero es bueno para la moral. Estoy contento de que todavía funcione.Hasta podemos imaginar que es en directo. Ayuda… un poco.

21 de febrero.08:00 h.

Necesitamos provisiones con urgencia. Tenemos agua de sobra en el puerto gracias aldepósito de agua potable, pero nos estamos alimentando a base de cafeína y azúcar. Nos sería muyútil contar con un mapa detallado de la zona, aunque lograr encontrarlo puede resultar fatal. Estamañana, a primera hora, cuando empezaba a brillar el sol entre la niebla, he oído como una grancantidad de seres caminaban por la calle que hay ante el transbordador. Se desplazaban juntos poralguna razón. Parecía que el mismo ruido que ellos provocaban los atraía. No he podido ver atodo el grupo, pero he calculado que debían de ser unos centenares.

John y yo hemos escogido el mejor bote de entre los que acercamos a nuestra zona hace unosdías. He comprobado el tanque de combustible y he visto que estaba en tres cuartos. He ido acomprobar si la bomba de combustible que hay en el puerto todavía funcionaba. He entrado en lasoficinas, para localizar los interruptores de funcionamiento. El interruptor de la bomba 2 estabaencendido.

Me he acercado a la bomba para usar la 2 para repostar el bote. Nada; aunque la bombafunciona, no salía combustible. Debieron de secarlo cuando el mundo se fue a la mierda. Hevuelto al interior de la oficina para poner en línea la bomba número 1. He presionado la boquillade la manguera, que ha bombeado unos cuantos segundos antes de que no saliese nada decombustible… Ha surgido un arco iris de gasolina que ha caído sobre la superficie del agua. Enotra época, eso me habría costado una buena multa. Con unos cuantos bombeos, he acabado dellenar el depósito. He encontrado un par de bidones de plástico en el puerto, los he llenado y loshe atado al interior de la lancha.

John ha vuelto al interior, ha cogido mi fusil y ha apuntado hacia la orilla mientras yotrabajaba. Seguimos sin tener ni idea de si los muertos serán capaces de cruzar el agua. Ayer,cuando escuchábamos las últimas emisiones radiofónicas de música de la humanidad,encontramos una caja de metal con llaves al lado de la oficina de administración. Todos losbarcos tienen un número de registro pegado en el lateral del casco con cinta adhesiva reflectante,así que no nos ha costado mucho encontrar la llave. He encontrado la que pone «Shamrock 220», yhe salido para intentar ponerlo en marcha.

El extremo final de la lancha se había deslizado, y ahora estaba frente la puerta de la oficinacuando yo he salido. El nombre del bote estaba pintado en la parte trasera en forma desemicírculo. Se llamaba Bahama Mama. He saltado a popa, me he dirigido al timón y he colocadola llave. John seguía sentado en el muelle, con sus entrenados ojos centrados en las hileras dehoteles y en la calle. He colocado la palanca de marchas en posición de encendido y he girado lallave. Al segundo intento se ha puesto en marcha sin ningún problema; lo he dejado ronroneardurante cinco minutos.

Me he sentado y le he dedicado una sonrisa a John, celebrando la suerte que hemos tenido. He

vuelto a girar la llave a la posición de apagado, y cuando el motor se ha callado hemosdescubierto el ruido que había estado cubriendo. Unos estremecedores gemidos, como los gritosen un estadio de fútbol, resonaban en todos los edificios de la playa. Desde el interior del puertooíamos la respuesta de Annabelle. Estaba totalmente histérica a causa de aquel ruido incesante, ya mí se me erizaron todos los pelillos de la nuca. Ahora que sabemos que el motor funciona, hallegado el momento de trazar un plan para reunir víveres. Saldremos por la mañana.

22 de febrero.04:40 h.

A medida que pasó el día de ayer, la costa se convirtió en la zona de reunión de al menoscincuenta de aquellos seres, que suplicaban por nuestra carne. Hay algo en ellos que no cuadra.Ahora la cantidad se ha visto reducida a apenas veinte. Bahama Mama & Co. Parte en busca devíveres.

EL ÉXODO DEL BAHAMA MAMA23 de febrero.20:06 h.

Con ayuda de las gafas de visión nocturna, ayer por la mañana preparé el barco para poder salir aprimera hora de la mañana. Alrededor de las 4.30 empecé a cargar barritas de caramelo, aguaembotellada, munición y algunos bidones más de combustible. También cogí una palanca de acero,por si necesitábamos forzar alguna puerta para entrar en algún edificio. John preparaba unpequeño refugio casero para Annabelle. Sería peligroso llevarla con nosotros, y aquí, entre loslímites de nuestro escondrijo flotante, la perra estaría bien.

Alrededor de veinte muertos vagaban por la costa, cegados por la noche, esperando podervislumbrar su presa. En el cobertizo de mantenimiento encontré unos remos de plástico, y tambiénlos guardé en el bote, con el mayor de los sigilos. Nunca se sabía. Subimos a la lancha y soltamosamarras. Encendí de mala gana el motor y comprobé el movimiento en la línea de la costa.Algunas criaturas se sacudían salvajemente y dos se habían adentrado en el agua, que les cubríahasta las rodillas. Pensar que tal vez estaba disminuyendo su pavor al agua hizo que una serie deescalofríos me recorriese la columna vertebral.

Cuando partimos nos dirigimos al oeste. Había encontrado una carta de navegación especialpara trayectos acuáticos en las oficinas del puerto. Qué lástima que no hubiese un mapa de IslaMatagorda. Aunque conocía la forma general de la isla, no tenía ni idea de los detalles. Ahora nosdirigíamos hacia la bahía de San Antonio. Avanzábamos con lentitud, para no desperdiciarcombustible, y vigilábamos los posibles peligros que podían aparecer repentinamente entre labruma mañanera.

Por lo que mostraba la carta de navegación, nuestras opciones eran muy evidentes.Navegaríamos hacia la bahía de San Antonio, y después podíamos decidir avanzar hacia la costaeste o la oeste. Al oeste había un pequeño pueblo, según la carta, llamado Austwell; al este estabaSeadrift. Ni John ni yo los conocíamos, así que nos pusimos de acuerdo en dirigirnos a Seadrift,sin ningún motivo en concreto. Tal vez, por el nombre que significa «Flujo marino», se nos antojóque estaría mejor habilitado para atracar.

El sol ya se alzaba sobre el horizonte al este y nos caldeaba la espalda cuando tuvimosSeadrift a la vista. Había varias dársenas largas, lo que debía de proporcionar mejores atraquespara los barcos pesqueros. Apagué el motor y empezamos a remar hacia el muelle. No nospodíamos permitir el lujo de hacer ruido.

Examiné la costa con los prismáticos que había encontrado en el transbordador. Estaban allí.Podía ver cómo aquellas carcasas lamentables vagaban sin rumbo arriba y abajo por la calleprincipal que recorría toda la bahía. No eran muchos, pero sí los suficientes para darnosproblemas. El letrero del muelle decía: "Centro de pescadores del muelle". Uno de los barcosatracados contaba con una tripulación de cadáveres. John y yo vimos a tres muertos vivientes querecorrían la cubierta de un barco pesquero, a sólo cuarenta metros de nosotros. Nos vieron, y unode ellos se lanzó hacia nosotros hasta caer por la borda; desapareció en las turbias aguas de la

bahía.Mientras remábamos hacia el muelle, vimos una pequeña tienda de comestibles y cebos justo

en el embarcadero. Amarramos el Mama con una soga a una distancia prudencial. John y yo, conmucho cuidado, nos apeamos sobre las gastadas planchas de madera del embarcadero. Yo habíaagarrado la palanca y me la había colgado del cinturón. Cada crujido que se oía nos parecía tanfuerte como un trueno. El sonido de los muertos que caminaban por el otro barco era mucho másfuerte que el nuestro, pero el ambiente permanecía silencioso. No había sonidos de la naturaleza,no se oían motores. Incluso el sonido del agua que rompía contra la orilla parecía silenciado.

La pasarela que llevaba al barco en el que todavía quedaban dos cadáveres seguía colocadaen su lugar. Eran una amenaza. Hice que John atrajese su atención: empezó a mover los brazosmientras yo me deslizaba hacia la pasarela de madera que conectaba el muelle con la embarcacióny, con cuidado, la tiraba al agua. El chapoteo sonó más fuerte de lo que había imaginado, y los dosengendros se volvieron enseguida hacia mí gimoteando con el quejumbroso sonido que ya me eratan familiar. La cubierta del barco en el que estaban los dos cadáveres estaba rodeada decangrejos; en la popa se amontonaba una gran cantidad de peces muertos.

El hedor era insoportable. Los cangrejos pinzaban los pantalones de los muertos. Habíaalgunos caparazones inmóviles tirados sobre la cubierta. Les habían arrancado las pinzas, y lasconchas estaban rotas. Al volver a observar los rostros de aquellas criaturas no muertas, me fijéque les faltaban algunos dientes o que tenían algunas piezas rotas. Los muy gilipollas habíanintentado comerse los cangrejos.

Decidimos alejarnos de aquella extravagante tripulación y nos dirigimos a la tienda decomestibles. Con las armas preparadas, nos acercamos a la puerta principal. Nada se movía.Joder, qué hambre… y pensar en toda la comida que debía de haber allí dentro sólo conseguíaempeorar las cosas. Con el brazo derecho sujetaba en alto el fusil, mientras con la mano izquierdaalzaba la barra de acero negro. El establecimiento no era mayor que un campo de tenis. Lascontraventanas a prueba de huracanes estaban cerradas, lo que impedía que pudiésemos ver lo quese cocía en el interior; la única pista era a través del cristal de la puerta principal. Dos cartelescolgaban de la puerta, por dentro: CERRADO y SE NECESITA AYUDANTE. Este último sequedaba corto.

Me acerqué a la puerta, cogí el pomo y tiré de él. Nada. Tendría que ser a las malas. Coloquéla barra entre la puerta y el marco y empecé a empujar. En esta ocasión no me pillarían porsorpresa. Volví a pensar en el Wal-Mart… parecía que hubiesen pasado años. Miré hacia elinterior, nervioso, intentando captar el más mínimo movimiento, mientras gruñía e intentaba abrirla puerta. John se había convertido en un buen hombre para llevar en la retaguardia: me cubría,mientras intentaba localizar movimiento. Tras unos cuantos minutos de lucha con la puerta, logréabrirla.

La tienda estaba sumida en la oscuridad, y hacía mucho calor en su interior. Olía a frutapodrida. Encendí la linterna que llevaba montada sobre el fusil. Paseé la luz por toda el área eintenté escuchar cualquier cosa que se saliese de lo normal. John y yo cogimos un carro cada uno ynos acercamos a la sección de alimentos en conserva. Los llenamos en silencio con todo lo quetodavía se podía comer y beber; empezamos con los alimentos imperecederos. Todo el pan estabamohoso, pero algunas galletas estaban bien conservadas. Obviamente, todo lo enlatado seguía

bien.Todo lo que contenía la sección de refrigerados estaba podrido. Enfoqué con la linterna los

cristales de la puerta y vi las botellas de leche amarillenta, el queso enmohecido. Y algo más mellamó la atención. Algo se movía en el congelador. Siempre había sabido que había algo deespacio en el fondo para que los reponedores pudiesen guardar la mercancía. Parece que elreponedor y un amigo suyo seguían allí. La luz los excitó y vi cómo empezaban a golpear lasestanterías llenas de leche. A través de una de las secciones, uno de ellos empezó a arrastrarseentre las estanterías, y acercarse hacia la puerta de la nevera ante la que nos encontrábamos.

Decidimos que había llegado el momento de irnos. Condujimos los carritos hacia el frente yexaminamos el área, para comprobar si había señales del enemigo. Abrí la puerta; John fue elprimero en salir. Mientras le seguía, vi cómo, en el fondo del establecimiento, la puerta delcongelador se abría, y escuché el sonido de un cuerpo al caer al suelo. Era el reponedor,dispuesto a ofrecerse si podía ayudarnos en algo.

Corrimos de vuelta al embarcadero, a toda prisa. Los carros hacían mucho ruido, y no queríaesperar a ver en qué acababa todo. Cargamos rápidamente la lancha con las provisiones. Detrásde nosotros, la puerta de la tienda de comestibles se abrió lentamente y distinguí la figura pálidade la criatura que había estado atrapada en la sección de refrigerados. Saltamos en el bote yenseguida nos alejamos del puerto. Remábamos con todas nuestras fuerzas, y nos detuvimoscuando ya habíamos avanzado diez metros.

Había llegado el momento de tomarse un respiro. Con el cuchillo abrí una lata de bueyestofado y me tragué el contenido. John me imitó. Nos quedamos sentados y bebimos algo de aguaembotellada mientras nuestro amigo del muelle nos deseaba buen viaje a voz de gemido. Lacriatura tenía un aspecto terrible: le faltaba una mano y media mandíbula. Llevaba un delantalblanco, largo, con algo escrito con sangre. Saqué los prismáticos para leer lo que estaba escrito:

«¡Si lees esto, mátame!».Sonreí al leerlo, y pensé que me habría gustado conocer a ese hombre mientras estaba vivo;

apreciaba su sentido del humor. Apoyé el fusil en el hombro, y escogí la posición de un solodisparo. Apunté y disparé al reponedor en la cabeza. John me miró, y me preguntó «¿por qué lohas hecho?» con la mirada, pero yo sólo pude devolverle la mirada y responderle: «Un cumplidoprofesional a nuestro amigo… tan sólo eso».

Durante el viaje de vuelta a nuestro baluarte marino no sucedió nada reseñable. Cuandofaltaban unos cuatrocientos metros para llegar al muelle, apagamos el motor y avanzamos con losremos. No había más seres en la orilla, seguramente porque habían seguido el sonido del motorcuando nos alejábamos esta mañana. Descargamos en silencio la comida y la bebida. Le habíallegado la hora de cenar a Annabelle. Es curioso pensar que seguramente ahora se alimenta conmejor comida que antes de que sucediese todo esto.

24 de febrero.20:47 h.

John y yo hemos estado hablando sobre nuestras familias. Le he comentado que estaba

preocupado por la mía, que dudaba de que hubiesen sobrevivido a esto, a pesar de vivir en unlugar apartado. John me ha hablado de su hijo, de lo orgulloso que se sentía de él, de cómo habíaconseguido una beca en Purdue. Y ha seguido con detalles sobre una reciente reunión familiar, ycómo su mujer no soportaba a su madre. John ha querido saber por qué me alisté: mi historia es lade un joven y pobre pueblerino americano que deseaba servir a su país y que ascendió por elcamino largo por los diferentes rangos.

Aunque ahora mi rango no importa mucho, claro.Estoy seguro de que en un lugar apartado del noroeste de Estados Unidos el rango todavía

importa, pero no aquí, en este puerto deportivo de una isla sin nombre. También le he confiado aJohn las razones por las que no permanecí en la base, junto a mis camaradas. He tenido que haceruna pausa, y preguntarme a mí mismo si no debería haberme quedado y luchado hasta el final. Aveces lamento no haber estado en la base con los demás soldados, y así se lo he dicho a John.Pero lo que importa ahora es que yo estoy vivo y ellos no. Prefiero ser una aguja en un pajar queun gilipollas en una fortaleza. Siempre tendré que vivir con mi decisión, pero al menos estoy vivopara hacerlo.

John me ha mirado y me ha dicho: «Lo dices como si te acusara de haber desertado». Me hedisculpado, pero se trata de un asunto delicado. Supongo que sí soy un desertor. Pero ¿quiénqueda vivo para juzgarme? Supongo que si las cosas vuelven a la normalidad, yo… No sirve denada pensar en ello.

Se me ha encogido el corazón al pensar en mis padres encerrados en el ático, rezando,pidiendo ayuda. Mi imaginación ha reproducido a la perfección su ropa sucia, su peloapelmazado, sus cuerpos secos por la desnutrición. He tenido que frenar mis pensamientos paraevitar tomar una mala decisión. Ir a rescatar a mis padres, que se encuentran a cientos dekilómetros de aquí, sería un suicidio. ¿Cuánto tardó toda esta devastación en alcanzar las zonasmás apartadas de Arkansas? No pasó mucho tiempo desde que empecé a verlo por las noticiashasta que llegaron a mi calle, hasta que empezaron a arañar mi puerta.

Es una decisión que hay que tomar en frío. Si quiero sobrevivir, no puedo permitir que laemoción me dicte hacia dónde dirigir mis pasos. Incluso en el mejor de los casos, un pequeñoerror de juicio puede significar la muerte. Si al final decido viajar hasta Arkansas para comprobarsi mis padres siguen con vida, cada una de las decisiones que tome debe ser perfecta, desde loslugares elegidos para pasar la noche hasta las tiendas en qué me abastezca de comida.

¿Qué es lo que falló? No sé por qué he tardado casi dos meses en empezar a reflexionar sobreello, pero ¿qué puto enfermo iniciaría algo así? Supongo que alguien muy enfermo. ¿Estabaalcanzando el hombre los niveles de la divinidad? Tal vez era algo mucho más grande… Noquiero pensar en esto ahora mismo, ya que sólo conseguiría ponerme a maldecir y a gritar, y si setrata de algo mayor, no quiero que esa fuerza superior me castigue por insubordinarme a ella. Porahora, seguiremos con este acuerdo tácito. Si existes, de momento nos dejaremos en paz el uno alotro… Ya te informaré cuando esté preparado para conocerte.

No temo a la muerte.

25 de febrero.

19:32 h.

La costa estaba despejada esta mañana, cuando he sacado a Annabelle para que estirase laspiernas un poco en la dársena. He hecho que pasease arriba y abajo por la pasarela de madera. Seha engordado un par de kilos, y necesita hacer algo de ejercicio. Le he puesto el bozal, para queno ladre fuerte. El puerto está formado por una serie de muelles que, desde el aire, deben deparecer una «H». La oficina flotante está situada en uno de los lados de la «H», y sólo una rampaflotante es lo que unía esta isla artificial de madera, metal y polietileno a la isla de verdad.

He paseado con la perra alrededor del perímetro de los muelles. Ayer, agarré una larga cañade pescar de uno de los barcos e intenté tocar el fondo del mar, en la punta del muelle más cercanaa la costa, pero no lo alcancé. Eso significa que el agua tiene casi tres metros de profundidad. Poralgún motivo tenía miedo de que fuesen capaces de vadear el agua y trepar hasta aquí. Tras mipequeña prueba de profundidad, me siento un poco más seguro.

En la segunda vuelta alrededor del puerto, Annabelle ha empezado a olfatear el aire y se harepetido la ya familiar escena del pelo de su lomo erizándose. Los sentía. El viento llegaba desdela costa, y nos encontrábamos en medio de las ráfagas. La he cogido y la he llevado al interior. Mehe asomado a la ventana que da a la línea costera y he esperado, mientras le contaba a John lareacción de Annabelle en el exterior. John también se ha acercado a la ventana, y nos hemosquedado observando.

Primero hemos escuchado el sonido… un ruido traído por el viento que me recuerda al de unbarrendero, a lo lejos. A continuación se ha acercado la gran masa, que se tambaleaba conlentitud, caminando. No había forma de contarlos, y era consciente de que si lo deseaban, podríanllegar hasta nosotros, aunque estuviésemos refugiados en el puerto. Cuando he visto que pasabande largo de nuestra zona, he pensado en las maratones de las grandes ciudades. Sólo haría faltaque se apilasen unos sobre otros, en el agua. Me estoy cansando de huir, pero aunque esta isla seabastante grande, estoy seguro de que no encontraremos suficiente munición ni suficientes armaspara cargárnoslos a todos. Si hubiésemos podido pasar unos cuantos días más en la torre decontrol de Corpus para trazar un plan. John capta algunas señales débiles de los supervivientesatrapados en el ático. Eso también me pone de los nervios.

26 de febrero.09:35 h.

Esta mañana, John y yo hemos estado controlando la radio. Parece que nuestros supervivientesdel ático siguen bien. Todavía no hemos podido hablar con ellos mediante nuestro transmisor. Elhombre se llama William Grisham y es quien emite todo el rato. En algún momento he oído unavoz femenina de fondo, pero no he logrado distinguir si se trata de una niña o de su mujer. Diceque no están infectados, y que tienen comida y agua suficiente para una semana, pero que lossonidos de los cadáveres debajo de ellos los están volviendo locos.

Cree que no pueden sobrevivir ni escapar de allí sin ayuda. He examinado la carta de

navegación; podríamos ir en lancha hasta Seadrift, buscar un coche e intentar llegar a Victoria. Nosé ni por qué me lo planteo. Es un viaje de menos de ochenta kilómetros, y unos dieciséis son poragua. Eso significa que serán un total de ciento cuarenta kilómetros de peligros, ida y vuelta. No lepuedo pedir a John que me acompañe, y de hecho me gustaría que permaneciese aquí. John sesiente dividido entre hacer lo correcto y perder, muy probablemente a su único compañero y nohacer lo correcto y perder su alma. Mis pensamientos avanzan en fases: no me gustaría hallarmeante esa disyuntiva… aunque ya lo estuve y tomé una decisión. Decidí vivir.

21:45 h.

William ha lanzado mensajes durante todo el día. Suena desesperado. No puedo dejar deescuchar, porque al menos se trata de otra voz humana. Sus divagaciones enloquecidas hunden mimente en un laberinto de oscuridad. Siento que debo ayudar. John y yo hemos hablado de ello; élse quedará y defenderá el fuerte con la ayuda de Annabelle. Yo me siento como si empezase aconocer a William. Por algún extraño motivo se ha pasado media hora divagando sobre cualquiercosa que se le ha pasado por la cabeza. Supongo que debe de encontrarse en estado de shock y queusa la radio como vía de escape emocional. Ha hablado de su trabajo, y creo que he podido sentirsu honestidad, su sinceridad en el miedo a perder a toda su familia. Siento que DEBO ayudarle.Esta noche me prepararé y saldré mañana.

27 de febrero.08:20 h.

Me voy dentro de poco. Iré en barco hasta Seadrift, y haré el resto del camino en coche o apie. Puedo tardar unos cuantos días. He encontrado una radio de banda civil en uno de los barcos.Pesa un poco y funciona con pilas. Cuando esté dentro del radio de alcance de la frecuencia deWilliam, la usaré para intentar enviarle un mensaje de saludo. No tiene ningún sentido cruzar losúltimos treinta kilómetros hasta casa de William y su familia sólo para descubrir que se hanconvertido en ellos. Me quedan unas quinientas balas de las que me llevé tras la huidaimprovisada de la torre de control, descontando la que usé para volarle la cabeza al reponedor.Con la radio, el agua, el arma, la munición, la comida y un poco de equipo adicional, llevo encimaunos treinta kilos. Por eso sería mejor conseguir un coche.

Mi plan es adueñarme de una guía de carreteras en cuanto llegue a Seadrift, y seguir de cercalas carreteras que se dirigen hacia Victoria, si es que voy a pie. No puedo arriesgarme a que nada,vivo o muerto, me vea durante el trayecto. Me mantendré en contacto con John mientras los walkietalkies funcionen. No sé cuál es su radio de acción, pero estoy seguro que desde Seadrift podréhablar con él, ya que la señal se transmite mucho mejor por el agua.

Anoche salí a contemplar las estrellas y vi un rayo verde, brillante, en el cielo; parecía unaestrella fugaz. El verde debía de provenir del cobre ardiendo en el interior de algún satélite,

olvidado hace ya mucho en el cielo. Es sólo cuestión de tiempo que los GPS fallen, al igual que elresto de servicios basados en los satélites.

Basta de cháchara.

Ha llegado el momento de ponerse en marcha.

18:44 h.

Remé hasta alejarme medio kilómetro del puerto, para no atraer a las criaturas hacia John.Anoche tuve que llenar el depósito. Cuando he encendido el motor, me he alejado más del puerto,hacia el oeste, para confundirlos y proporcionarle algunos momentos de calma a John. No hetardado mucho en llegar a Seadrift, ya que sólo son dieciséis los kilómetros que separan el puertodeportivo de tierra firme. He vuelto a apagar el motor del Bahama Mama y he intentado hacer elresto del trayecto con un solo remo. A la que he alcanzado el mismo embarcadero en el que John yyo estuvimos hace unos días, he visto que las dos criaturas seguían en el pesquero, y que elreponedor rematado estaba tirado boca abajo en el muelle. Un grupo de pájaros se estaba pegandouna comilona sobre él.

Antes de acercarme al amarradero, he comprobado la radio y he intentado comunicarme conJohn en el canal que ya habíamos acordado. Tras el segundo intento, he oído por fin la voz débil yquebrada de John que me preguntaba si todo había ido bien. Le he confirmado que no había tenidoproblemas, y que sus amigos, los pescadores, van a cenar a base de cangrejo y le han invitado apasarse. Se ha reído al oírlo; le he prometido que volvería a comunicarme con él tan pronto comovolviese a tenerlo al alcance de la radio.

Sabía que había otra criatura en el interior de la tienda de comestibles. En la calle, a mediokilómetro de mí hacia el norte tierra adentro, he visto algo que se movía. Siguiendo la línea de lacosta había lo que parecía un nuevo embarcadero, pero estaba demasiado lejos para acercarmeremando sin la ayuda de otra persona. He tenido que encender el motor; las criaturas del barco sehan puesto nerviosas, y me he sentido como si todos los ojos que quedan en el mundo se fijasen enmí… furiosos por haber roto el silencio.

Mientras recorría la línea de la costa, las criaturas de la playa se han fijado en mí y hanempezado a seguirme por la orilla. No me podía creer lo que veía. Las criaturas no avanzantambaleándose con lentitud, como estaba acostumbrado… Algunas parecen muy rápidas.

Hasta había una que parecía corretear, con los brazos estirados hacia mi lancha. Aunque semovían con mucha falta de coordinación, y hay muchos que caían de cara sobre la arena, selevantaban de nuevo y seguían persiguiéndome. He decidido alejarme un poco de la costa yacercarme al muelle de modo que no atraiga a esa peña de arrastrados a mi posición.

He llevado el bote hacia el centro de la bahía, a un kilómetro y medio de la costa, y me heacercado al muelle desde una dirección perpendicular. He intentado acelerar bastante para que,cuando apagase el motor, la inercia me arrastrase la mayor parte del camino. Como no estaba muyfamiliarizado con este puerto deportivo, he mantenido el arma preparada a medida que me

acercaba. Se parecía mucho al muelle este; no veía ningún cadáver. Distinguía con claridad unagasolinera a unos trescientos metros del muelle. Me he estremecido al recordar mi aventura en eltecho de aquella gasolinera cercana a mi casa. El miedo ha empezado a atenazarme a medida quelos contornos de la gasolinera se hacían más definidos.

Por fin he apagado el motor y me he deslizado por encima de las olas todo el tiempo que hepodido sin necesidad de usar el remo. Me he acercado al embarcadero y he amarrado la lancha.He comprobado la zona, en busca de cualquier peligro inmediato, y después he comprobado elnivel de combustible, para asegurarme de tener suficiente para realizar el viaje de vuelta a IslaMatagorda. También he apagado la radio; no quería que ninguna llamada rompiese el silencio quetanto me estaba costando mantener. Me he colgado la pesada mochila del hombro, hedesembarcado y he caminado hacia la orilla, dando pasos con mucho cuidado para reducir elruido al máximo.

Había dos vehículos aparcados ante la gasolinera. Uno de los coches seguía con la boquilla dela manguera del surtidor dentro del depósito, como si el propietario del vehículo no lo hubiesedevuelto a su soporte. El otro coche tenía la puerta del conductor abierta. Estaba seguro de que laluz piloto del interior habría dejado seca la batería.

Me he acercado a la estación de servicio apuntando con el arma. Sabía que si tenía queescapar, no podría recorrer más de cinco kilómetros sin descansar, ya que avanzar con todo aquelpeso muerto en la espalda era una gran paliza. Al acercarme al coche más cercano a lossurtidores, el único sonido que se oía era el del agua al romper contra el muelle. Ya estaba juntoal surtidor.

He examinado la lectura en el visor del surtidor para comprobar si habían llegado a llenar eldepósito. Nada; era digital y la energía estaba cortada. En silencio, he sacado la boquilla de lamanguera del coche y he colocado la tapa. Calculo que es un modelo de mediados de los 80. Hayunas pegatinas que dicen que es un Buick Regal Grand National. Es negro.

Lo he rodeado hasta llegar al lado de la puerta del conductor. La ventana estaba abierta y mehe inclinado en su interior para coger las llaves. No estaban. Me he dirigido a la tienda; loscristales de los aparadores y de la puerta estaban hechos añicos; hacía tiempo que la habíansaqueado… Me daba lo mismo, porque yo no necesitaba saquear nada, tan sólo necesitaba unaguía de carreteras. El expositor de mapas estaba en el mismo mostrador que el microondas; me heagachado para atravesar el cristal roto y me he encaminado hacia allí. Mi olfato no me advertía dela presencia de ningún cadáver en el interior, pero de todas formas he examinado cada uno de lospasillos antes de acercarme al mostrador. No les quedaba ninguna guía, pero he encontrado unmapa de las carreteras de Texas plastificado. No tengo pensado hacer ningún viaje interestatal,por lo que con ese mapa tendré suficiente.

Había llegado el momento de enfrentarme al Buick sin llaves. Como la zona parecíacompletamente vacía de cualquier peligro inmediato, he decidido que sería mejor intentar hacerleun puente al coche que adentrarme en territorio peligroso en busca de uno que funcionase. Si fueseun modelo de coche más moderno, sería una mierda hacer el puente, pero con el Buick sería algomás sencillo. He ido hasta el pasillo de objetos de todo tipo y he cogido un paquete, demasiadocaro, de cables de conexión; después me he acercado de nuevo al mostrador y he cogido unanavaja suiza de baratillo, falsa y mal hecha, la típica de tienda de recuerdos.

He salido del establecimiento con mi botín, he comprobado de nuevo el área y me he acercadoal Buick. Cuando he pasado ante el otro vehículo, el que estaba con la puerta abierta, me haasustado un sonido que surgía del interior… Una ardilla estaba construyendo su casa, un nidocompleto en el asiento trasero. He abierto la puerta del Buick y he levantado el capó. He seguidolos cables de encendido hasta el cable de alambre. He cogido el cable de conexión, he pelado losdos extremos con la mierda de navaja suiza y lo he extendido del extremo positivo de la batería alextremo positivo del alambre. Con eso llegaría energía al salpicadero. Sin esto, el coche noserviría de nada.

Tenía que localizar el solenoide del motor de arranque. Lógicamente, lo encontraría en elmotor de arranque. He usado la cuchilla más larga de la navaja para completar la conexión entreel solenoide y el cable positivo de la batería. Ha saltado una chispa. El motor ha tosido y hacobrado vida. Ya sujetaría los cables más adelante. Estaba seguro de que el sonido los atraería;tenía que darme prisa.

He dejado la mochila y el arma en el asiento del copiloto. Con la cabeza plana deldestornillador de la navaja he podido romper el sistema de seguridad que mantenía bloqueado elvolante. Después he sujetado el alambre, para asegurarme de que no saltase durante el trayecto.He cerrado el capó, he entrado en el coche y he subido el cristal de la ventanilla tan rápido quecasi he roto la barrera del sonido, y he salido disparado hacia la carretera. Era mi día de suerte:el pobre infeliz propietario del coche había llenado el depósito antes de, lo más seguro, morir. Almirar el mapa, he visto claramente qué ruta debía seguir.

Estaba en la carretera 185 que salía por el noroeste de Seadrift y que iba directa a Victoria. Lacarretera no estaba para nada muy transitada, por lo que no he tenido ningún problema paraalcanzar las afueras de Victoria en menos de dos horas. Sólo me ha retrasado algún coche queestaba parado de través en el asfalto o por alguna manada de criaturas inusualmente grande que setambaleaban juntas, como ovejas. A medida que me acercaba a las afueras de la ciudad, me hedado cuenta de que me acercaba a una zona en la que había caído una de las bombas, porque habíauna ligera capa de ceniza en la mayoría de superficies horizontales, como los coches aparcados,las casas y los edificios. No soy un experto en radiación, pero como he visto algunos pájaros yanimales pequeños, he asumido que no era del todo peligroso atravesar aquella zona.

Ahora son casi las 20.30 horas, y llevo treinta minutos intentado mandar una señal de saludo ala radio de Grisham. No he recibido respuesta. Este viaje puede haber sido una completa pérdidade tiempo. Al entrar en la ciudad he tenido que evitar que me viese un grupo de monstruos. Heaparcado el coche a una corta distancia de la torre de agua municipal de Victoria. Cuando sóloestaba a trescientos metros del coche, ya había decenas de cadáveres rodeándolo. No tengo niidea de cómo logran triangular el sonido de la forma en que lo hacen. A una persona viva lecostaría lograrlo… Mis pensamientos han empezado a reflexionar sobre la estructura del oído, ylas partes que deben de agudizarse con la muerte.

Pronto se pondrá el sol, y ya me estoy cansando de escribir. Estoy en la torre, con mi mochila,seguro a unos cincuenta metros de altura. Empieza a llover y me siento completamentedesgraciado. Continuaré intentando contactar con los supervivientes.

28 de febrero.9:23 h.

Les he encontrado. No tengo demasiado tiempo para escribir. He encendido la radio estamañana, a eso de las 8.00, y he caminado alrededor de la plataforma de la torre de agua, paraasegurarme de que la recepción era buena. Tras tres intentos, la familiar voz de William me harespondido: «Gracias a Dios, necesitamos ayuda. ¿Dónde estás?». He intercambiado informacióncon él y le he contado que hace días que recibo sus mensajes, y que yo y otro hombre llamadoJohn estábamos defendiendo un refugio en un puerto deportivo de una isla de la costa de Texas.

Le he preguntado cómo pintaban las cosas, y me ha respondido que su localización estabacompletamente rodeada de cadáveres vivientes. Le he contado que estoy emitiendo desde eldepósito de agua de Victoria y le he preguntado que me indicase dónde se encontraba, con la torrecomo punto de referencia. Las indicaciones han sido bastante simples; estaban a escasos treskilómetros de mi localización. Me voy ya.

A la izquierda por la calle principal. Avenida Brown. 500 metros. A la derecha hasta Elm.Seguir recto. Sabré que casa es cuando la vea.

16:41 h.

Les tengo. William conduce.Esta mañana, después de hablar con William, he abandonado mi posición para ir en su busca.

He vuelto a encender el motor del coche con el puente, esta vez ha sido mucho más sencillo, y heseguido las indicaciones que había apuntado. No me ha costado mucho encontrar la casa, ya queestaba rodeada por lo menos por un centenar de muertos vivientes. Podía ver la cara de William através de un agujero en la pared del ático, en el mismo lugar en que debía de haber estado laventana. Incluso a tanta distancia he podido apreciar la derrota en su mirada. No sé lassensaciones que me han embargado. Tal vez, después de todo, sigo siendo humano por dentro. Talvez siga teniendo una conciencia. Me he comunicado con William para decirle que aguantase. Hepisado a fondo el pedal de los frenos, me he apeado del coche de un salto y he abierto fuego sobrela manada de muertos. Un centenar de pares de ojos giraron de inmediato hacia mí, y juraría queun centenar de bocas se abrieron y pronunciaron mi nombre al unísono.

Es evidente que era mi miedo el que provocaba todas esas fantasías, pero era verdad que seme acercaban. He vuelto a saltar al interior del coche, he puesto la marcha atrás y he dado mediavuelta. Cuando el primer engendro ha llegado a la altura del coche y ha empezado a golpearlo, heacelerado, para alejarlos de William y de su familia.

He activado el micrófono y le he ordenado a William que hiciese que su familia saliese altejado y se colocase lo más cerca del borde posible. Avanzaba muy poco a poco, para quepudieran cazarme, para que se quedasen conmigo. William me ha confirmado que mi plan

funcionaba, que todos los muertos vivientes me seguían. Los únicos que se habían quedado atráseran a los que había acertado en la cabeza con las ráfagas disparadas al azar cuando había abiertofuego.

He dado la vuelta a la manzana. He esperado hasta que estuvieran casi encima de mí; hepisado a fondo el acelerador y me he dirigido a la casa de los Grisham. He visto a William, a suesposa y a una niña pequeña en el tejado. He avanzado por la calle lateral de la casa, paraminimizar la distancia que tendrían que saltar. He salido del coche para cubrirlos, mientrasWilliam saltaba el primero y después tendía los brazos para ayudar a las otras.

Un engendro ha salido caminando por la puerta medio destrozada, ha visto a la esposa deWilliam mientras se dejaba resbalar por el tejado, con las piernas por delante. Se ha dirigido aella. He apuntado y he disparado al muy cabronazo en la boca; eso no lo ha detenido. Me estabacansando. Con otra bala en el cráneo le he enseñado cuál era su lugar.

He girado mi torso casi por completo y he apuntado a toda la calle, como si fuese la torreta deun tanque. Seguía despejada. Ya habían bajado todos. William ha empezado a darme las gracias,pero lo he cortado. Las dos chicas ya estaban en el asiento de atrás. William se ha sentado y se hapuesto el cinturón de seguridad. Le he pasado el fusil y he acelerado todo lo posible, de vueltahacia Seadrift. Cuando lleguemos, ya habrá oscurecido demasiado para embarcarnos de vuelta aMatagorda. No podré encontrar la lancha en la oscuridad, ya que mis gafas de visión nocturna sehan quedado con John. Tendremos que encontrar un lugar seguro para dormir esta noche cerca deSeadrift.

29 de febrero.06:45 h.

Ni anoche ni esta mañana he logrado contactar con John por radio. Acabamos durmiendo en lalancha. La alejé un centenar de metros del muelle y lancé el ancla. Estábamos a salvo, y he podidodormir bastante bien. Dejé el Buick aparcado ante el embarcadero. No estoy seguro de si volveréa necesitarlo, pero es un coche muy bueno. Dentro de unos minutos partiremos hacia la isla juntocon los nuevos supervivientes. No he tenido mucho tiempo para hablar con ellos, ya que se hansumido en un sueño profundo en cuanto nos hemos encontrado seguros, anclados en el mar. Laniña, Laura, ha gemido en sueños.

09:00 h.

No hay rastro de John. No hay ninguna nota, nada. No hay señales de lucha. William, Jan, lapequeña Laura y yo mismo estamos a salvo en los confines del puerto deportivo. Estoypreocupado por John. Es demasiado conservador para haber hecho algo así. Annabelle se hapuesto muy contenta al verme, pero se ha mostrado especialmente alegre al ver a Laura. A la niñale gusta tener un perrito con el que jugar. Tal vez John ha salido en alguna lancha y volverá

enseguida…

BASE1 de marzo.15:22 h.

Seguimos sin señales de John. Siento la necesidad de empezar a buscarlo, pero no tengo ni idea depor dónde empezar. ¿Qué le habrá hecho abandonarnos sin avisar? Su arma también hadesaparecido y el mecanismo de conexión con el puente que ideamos está abierto. Es todo muyconfuso. Aprovecho el tiempo para conocer a la familia Grisham un poco mejor. No conocen aJohn, pero pueden ver la preocupación en mis ojos, aunque intente disimularla.

3 de marzo.09:14 h.

John estaba cubierto de sangre, agotado, derrotado. Ha vuelto esta mañana y me ha llamado.He corrido al exterior y he vuelto a poner el mecanismo del puente en su sitio para que pudieracruzarlo. Se ha desmayado cuando todavía estaba en la costa, y he tenido que acarrearlo hastadentro. No es un hombre muy voluminoso: debe de pesar unos ochenta kilos. Me lo he cargado alhombro, he cruzado el puente móvil y he tirado de la cuerda para deslizado hacia mi posición ypoder amarrarlo a la pared del edificio del puerto. He llevado a John al interior, lo he tumbado enuna cama provisional… Entonces he visto la fotografía que llevaba en su mano ensangrentada.

La fotografía de una mujer, manchada de sangre, ha caído al suelo. En el fondo de mi corazónsabía quién era: era su esposa. Desde esta mañana ha estado despertándose y volviendo a caer enun estado de inconsciencia. Ha bebido algo de agua y ha intentado dar unos sorbos a un poco desopa enlatada. Janet y yo hemos cuidado de él.

La mujer de William, Jan, es enfermera diplomada, aunque dejó su trabajo hace un par de añospara matricularse en medicina. No es médico, pero ¿queda alguien que lo sea?

Janet lo ha examinado de pies a cabeza, y ha prestado una atención especial a las heridas quepresenta John. No hay ninguna que se asemeje a un mordisco. Una parecía un disparo realizadocon un arma de calibre pequeño, tenía orificio de entrada y salida en el hombro, mientras que elresto parecían arañazos causados al arrastrarse por el suelo. John no se ve capaz de explicar nada,y casi no puede ingerir agua o sopa sin vomitarlo todo y volverse a desmayar. Estoy preocupado.

4 de marzo.20:14 h.

John ha salido por fin de su letargo. Le he dicho que estaba muy preocupado, y que no tengo niidea de lo que le ha sucedido. Y él me ha contado que se había derrumbado en la soledad de los

últimos días. Mientras yo no estaba, en lo único en que podía pensar era en su mujer y su hijo, enlo mucho que los amaba. Jan le escuchaba desde la habitación contigua, y estoy seguro de queempatizaba por completo con aquellas palabras. John recordó que había olvidado algunos objetosen el avión cuando lo habíamos abandonado, entre ellos la única fotografía que le quedaba de suesposa. Nunca habría podido pedirme que yo arriesgase mi vida por una foto, por lo que en lugarde esperar a que volviese, decidió intentar recuperarla él solo.

Se acercó al avión abandonado, recuperó la pequeña mochila en la que había guardado lafotografía y enseguida volvió hacia el puerto. Los muertos no tardaron en rodearlo, y tuvo querefugiarse en uno de los hoteles. Logró encerrarse en el segundo piso de uno de los edificios decinco pisos. A continuación empezó a despejar los pasillos de cualquier huésped peligroso conayuda de su fusil del calibre .22. Tras pasar tres días con sus tres noches escuchando losinacabables sonidos de los seres atrapados en sus habitaciones, decidió intentar huir.

Recorrió cada una de las habitaciones, se aseguró de que no estaban ocupadas, y recuperó lassábanas de las camas. Con nudos llanos, se construyó una larga cuerda con la que escapar. Aprimera hora de la mañana del día en que debía huir, localizó la ventana ideal por la que empezarel descenso. Se encontraba en el tercer piso, y un árbol alto que crecía desde la calle lo ocultabade la vista de cualquiera que caminase por la calle. Empezó a descender por las sábanas, con elfusil colgado del hombro. Todo lo que no podía romperse, lo dejó caer al suelo.

Cuando empezó el descenso, notó que uno de los nudos de la cuerda de sábanas empezaba adeshacerse. Era demasiado tarde para volver a trepar y rehacerlo, así que continuó bajando. Elnudo se soltó del todo cuando estaba a la altura del segundo piso. Cayó a toda velocidad por entreel ramaje del árbol, recibiendo arañazos y cortes por todo el cuerpo. Cuando golpeó contra elsuelo, el fusil se disparó; la bala le entró por la espalda y salió limpiamente por la parte frontaldel hombro.

Lo siguiente que recordaba era a mí llevándole de nuevo al interior del puerto.

5 de marzo.12:30 h.

Esta mañana me he despertado alrededor de las 6.00, empapado en sudor frío. La familiaGrisham dormía en la otra sala. John y yo nos habíamos acostado en los dos sofás de la oficina.Anoche tuve una horrible pesadilla, pero no acabo de recordar de qué iba. Sólo recuerdo quecorría… que corría muy rápido. Lo primero que he visto al despertar han sido las salpicaduras desangre en la pared, los restos del suicidio del capitán del muelle. John no se ha despertado hastalas once y media, o por ahí.

Por suerte, ni la herida de bala ni las laceraciones parecen muy infectadas, aunque hay algunosbordes que están un poco enrojecidos. Tuvo suerte que la bala le atravesase el hombro. Podríahaber muerto de sepsis si uno de nosotros hubiese tenido que extraérsela.

Sería todo un lujo poder contar con medicamentos, sobre todo porque ahora tenemos a alguienque es capaz de darles un buen uso. Aunque está claro que un buen bunker de paredes de acero de

dos metros y medio, con energía geotermal y un suministro infinito de comida y agua tampocoestaría mal. Y es que nunca nos conformamos con lo que tenemos… ¿A quién quiero engañar?

Sólo tenemos esto.Pero yo no voy a conformarme.Quiero más.

JUGANDO A CALLAR19:44 h.

Laura y Annabelle han estado jugando en la trastienda del puerto deportivo mientras Jan, John,William y yo compartíamos nuestras experiencias. William nos ha relatado su situación en elático, cómo llegaron a eso. John estaba tumbado en el sofá con su brazo en un cabestrilloimprovisado, irónicamente, lo hemos hecho con un trozo de sábana.

He querido resaltar el hecho de que no podemos quedarnos para siempre en esta isla. Noestaremos nunca a salvo de las hordas que deambulan por las calles. ¿Y si se desata un huracán yborra el puerto del mapa o peor aún y si lo arranca de la costa? Pueden pasarnos un millón decosas. En las lanchas hay una cantidad limitada de combustible. Ninguno de nosotros sabe cómoreparar o cómo funciona el transbordador que tenemos amarrado justo al lado. Le he reprochado aWilliam que sea farmacéutico, en lugar de mecánico… Al parecer, tiene sentido del humor, paraser farmacéutico.

Le he preguntado a Jan cómo llevaba Laura lo que estaba pasando. Me ha contado que semuestra extrañamente resistente a todo el horror del que ha sido testigo en el último par de meses.Anoche volví a oír cómo Laura gemía en sueños, pero no se lo he mencionado a su madre, ya queno dudo de que está al corriente.

Debe de ser por mi naturaleza militar, pero siento que estamos en la misma situación quecuando John y yo estábamos encerrados en la torre de control. Siento que necesitamos trazarplanes, que debemos hacerlo ya. No puedo prever ningún peligro aquí, en el puerto, ya quecontamos con nuestra isla artificial… pero John y yo estábamos en la cima de una torre de 60metros de altura, rodeados por una resistente valla de hierro, y nos asediaron en cuestión deminutos.

O tal vez sólo me estoy volviendo paranoico.Con Laura hemos establecido unos códigos para cuando vemos una o más de esas criaturas en

el exterior. Le decimos que tenemos que «jugar a callar». Así Laura sabe que no es momento dejugar, de saltar, o de reír con Annabelle. Hoy había uno de esos engendros tambaleándose antenosotros, muy cerca de la orilla, donde estaría la pasarela flotante si estuviese conectada. Teníadificultades con su cuerpo putrefacto para levantar la cabeza, pero lograba mirar en mi direcciónmientras yo echaba un vistazo a través de las persianas. Soy consciente de que ese ser estáidiotizado, está muerto, pero aún siento que me lanza una mirada calculadora cuando mira haciaaquí. Poco después han acudido más. Algunos parecía que acababan de morir. Son los que semovían más rápido, más metódicamente que sus compañeros podridos. He decidido que voy aevitarlos con mucho más empeño.

6 de marzo.03:22 h.

Me he despertado hace media hora y no puedo volver a conciliar el sueño, por lo que hedecidido comprobar el estado de la costa con las gafas de visión nocturna. Veo que hay muchasfiguras que vagan por el área cercana a la orilla. Oigo un sonido que proviene de la direccióndonde se alzan los edificios más altos. No se me ocurre de qué debe tratarse. Por algún extrañomotivo se me antoja un televisor encendido, con el volumen demasiado alto. Me han dado ganasde comprobar el televisor que tenemos aquí, pero esperaré a que se haga de día para que nopuedan ver desde la costa una luz en el interior del puerto. ¿Por qué se quedan ahí? ¿Es quepueden oírnos?

Si tuviese un silenciador, me cargaría un montón de estas miserables criaturas ahora mismo.

12:42 h.

Ideas, ideas, ideas. Me he pasado toda la mañana pensando en posibles áreas seguras, aunquees evidente que no hay ningún lugar que sea del todo seguro. La mayoría de edificios fortificadoso de prisiones serán impenetrables; si no tenemos acceso a ellas, no nos sirven para nada. Estaisla tampoco nos sirve. Tal vez podríamos sobrevivir en una isla más pequeña, sin tanta poblaciónde no muertos. Se puede creer que en una situación como ésta una isla es lo ideal, pero no hayningún lugar al que escapar y los únicos víveres son los que se pueden encontrar en la misma isla.Cuando se nos acabe la comida accesible que podemos recuperar de los edificios cercanos, todohabrá acabado. William me ha hablado de su vecino, de cómo lo mordieron. Me ha jurado quesólo pasaron unas cuantas horas antes de que sucumbiese a la herida, antes de convertirse en unode ellos. Y con un engendro es suficiente. En alguna parte he leído que incluso los mejoresladrones se plantean la posibilidad de que al final los van a arrestar; es cuestión deprobabilidades.

Al basar mis posibilidades de supervivencia en esta premisa, siento también que un día mellegará la hora. Lo único que puedo hacer es intentar sobrevivir. No he tenido hijos, pero soytestigo del velo de preocupación que cubre las miradas de William y de Jan cuando Laura pidepermiso para salir de la sala. Es una vida de mierda. Por algún motivo siento que todo el mundoes responsabilidad mía. Soy consciente de que si cualquiera de ellos cae víctima de uno de loscadáveres, sentiré un gran pesar. En alguna parte tiene que haber un grupo de gente. La preguntaes: ¿quiero revelar mi propio nombre? He llevado la radio del puerto cerca del sofá de John, paraque pueda controlarla desde allí. Le gusta y, al menos, se mantiene ocupado mientras se recupera.

Todavía tengo el mapa robado de Texas. No hay muchos detalles sobre Isla Matagorda, pero aunos tres kilómetros al sur de nuestra posición hay un hospital. No parece que las heridas de Johnempeoren, así que no estoy seguro de que necesite medicación, pero supongo que está bien saberdónde está por si me apetece arriesgar el pellejo.

No emiten nada por la tele, pero juraría que esta mañana he oído algo que parecía una a lolejos. Hay una emisora que emite un zumbido muy agudo, pero en la pantalla sólo aparece nieve.La emisora de radio sigue con la música; creo que ya he memorizado el orden de todas lascanciones, y hasta los anuncios. Seguirá en un bucle constante hasta que la electricidad se apague

o hasta que el origen de la música, sea una cinta o un soporte digital, falle. Me pregunto qué tipode ser putrefacto está atrapado en la cabina del DJ.

Cada vez estamos más cerca de la primavera, y no me gusta para nada la idea de estar amerced de un huracán, si se desata alguno por aquí. Odio tener que volver a trasladarme, peroparece que, hasta ahora, es lo único que me ha mantenido con vida.

7 de marzo.21:23 h.

Cuando John y yo realizamos la expedición a Seadrift en busca de alimentos, cogimos todo loque pudimos en dos carritos de la compra y nos largamos como alma que lleva el diablo. Lacantidad de comida que nos llevamos era suficiente para resistir durante bastante tiempo, peroahora tenemos tres bocas más que alimentar. John todavía no es capaz de volver a salir, lo que medeja sólo con William. Hoy he ido a comentárselo. Me sentía culpable, porque tiene mujer y unahija, pero tampoco puedo salir allá afuera yo solo y esperar sobrevivir. Necesito a alguien que sealos ojos en mi nuca mientras yo trabajo. William me ha mirado y me ha dicho que no era necesarioni preguntar, y siguió expresándome toda la gratitud que sentía hacia mí. A mí no me gustan ni lasalabanzas ni los cumplidos, por lo que le he dado las gracias y he cambiado de tema.

Tras realizar un inventario de lo que nos queda de comida y agua, he calculado que tenemossuficiente para una semana. Supongo que leer esto suena a buenas noticias, sobre todo para unapersona complaciente, pero yo preferiría tener bastante para un mes, más una semana extra.William tiene una experiencia limitada con las armas de fuego; esto tendrá que cambiar si quieroque sea efectivo allá fuera. Después de hablar con William sobre qué tendremos que hacer en lospróximos días, se ha mostrado de acuerdo en que le enseñe a utilizar el fusil del calibre .22 deJohn.

Hemos comprobado si había algún cadáver en el exterior. Sólo hemos localizado uno, que setambaleaba en una posición paralela a la nuestra, ocupado con algo que había encontrado en elsuelo. He cargado mi arma y el fusil de John con balas suficientes para hacer lo que tenemosplaneado. Le he dejado las pistolas a Jan, preparadas para dispararlas. Le he explicado que nodebe dejarlas en ningún lugar al alcance de Laura, y las bases de cómo sujetar y apuntar el arma.De todos modos, estará a salvo mientras William y yo estemos fuera, sólo nos ausentaremosdurante una hora.

William y yo hemos embarcado en silencio en la lancha y la hemos desamarrado. Hemosremado al unísono para alejarnos del área del puerto deportivo durante quince minutos. En estaocasión, en lugar de encaminarnos hacia Seadrift, al oeste, hemos seguido la costa hacia la zonamás poblada de la Isla Matagorda. Lo mejor es practicar con objetivos reales.

William estaba nervioso. Le he aconsejado que se tranquilizase, ya que desembarcaríamos entierra firme. Esto le ha descargado algo de tensión y ha hecho que todo fuese un tanto másplacentero. Hemos anclado el Bahama Mama a veinte metros de la costa, cerca de los tres grandeshoteles que están en primera línea de mar. Odio tener que hacerle esto a William, pero es mejorsudar en el entrenamiento que sangrar en la batalla. He empezado a hacer ruido, a silbar, a

gritarles. No ha pasado mucho tiempo antes de que la playa se llenase de docenas de cadáveresandantes. Algunos hasta se han adentrado en el agua hasta que el mar les ha llegado a las rodillas;después han dado media vuelta y han vuelto, entre tumbos, a la orilla.

En ese momento he empezado a darle lecciones a William sobre cómo cargar y soltar un armaencasquillada. Me he imaginado que si podía cargar rodeado de muertos vivientes, lo podríahacer en cualquier parte. Ha manipulado con torpeza el fusil, ha dejado caer sobre la cubierta delbote unas cuantas balas, pero ha asimilado con bastante rapidez cómo cargar el arma y apuntarla.Le he cogido el fusil y he reemplazado el cargador lleno con uno vacío que llevaba escondido enel bolsillo mientras él no me miraba. Él observaba nervioso la línea de la costa cuando le hepasado el arma descargada y le he pedido que apuntase a la criatura de la camisa roja.

Le he explicado con grandes aspavientos cómo apuntar y la necesidad de acertarle en lacabeza para matarlo. Le he contado que lo ideal sería que le alcanzase en el tercio superior delcráneo. Le he dicho que respirase profundamente, con aspiraciones largas… Cuando estuviesepreparado, tenía que apretar el gatillo y exhalar…

Estaba probándole. ¿Se anticiparía al retroceso del fusil del .22 y bajaría levemente laboquilla cuando soltase el gatillo? Le he ordenado que apunte…

Con los dos ojos abiertos, como le había instruido, ha mirado a través de la mirilla y haapretado el gatillo. CLICK…

William ha movido el arma hacia arriba y hacia la derecha; era lo que sus reflejos mentales leordenaban que hiciese. Después me ha mirado, confundido. Le he contado lo que había hecho y elporqué. Durante los siguientes minutos, le he colocado una bala al azar para seguir probandocómo actuaba. Enseguida ha dejado de mover el arma en el último segundo. A la primera criaturaque ha matado, le ha dado por completo en la diana: le ha atravesado el ojo del cadáverafortunado y le ha destruido completamente el cerebro cuando el proyectil ha rebotado en sucráneo putrefacto.

He colocado diez balas en el cargador y le he recordado que enseguida iríamos a la ciudad,aunque antes tendría que encargarse de las criaturas con movilidad completa. En poco tiempo lacosta ha quedado cubierta de unos veinte cadáveres inmóviles. En total, he gastado veinte balas ennuestra lección de tiro: aún nos quedan casi ochocientos repuestos.

Hemos atraído a casi todos los cadáveres en un radio de diez kilómetros. No importa; esmejor que vengan hacia aquí que no que se dirijan al puerto deportivo. He levado el ancla y heacelerado recorriendo la costa, alejándolos todavía más de nuestro refugio. Tras cinco minutos derecorrido he hecho virar la lancha y me he alejado de la isla para enmascarar el sonido de nuestroretorno. Cuando nos hemos encontrado razonablemente cerca, hemos apagado el motor y hemosremado de vuelta a nuestro refugio. Ahora me siento un poco mejor por llevar a William conmigo;confía más en sí mismo.

9 de marzo.20:47 h.

Ayer y hoy han sido días interesantes. Hacía tiempo que no sentía que nada llenase mi yohumanitario, y me estaba volviendo seco, rústico. Tras la riña marital de la que hemos sidotestigos John y yo, me he convencido de que esta plaga no puede… no logrará acabar con lanaturaleza humana. Como no tenemos televisión y no es muy buena idea ir a pasear por la ciudad,esto es lo que me ha entretenido toda la mañana.

Mi nostalgia no ha sido lo que ha ocasionado su pelea, sino la suya propia; ha sido lanaturaleza preapocalíptica de la riña lo que me ha conmovido. Ha sido una pelea sencilla sobrelavar la ropa, sobre las tareas domésticas, y sobre quién lo hacía en su casa antes de que todo estosucediese. Me ha encantado poder escuchar por fin una conversación normal, y no una que dévueltas sobre cómo vamos a evitar que esos seres nos muerdan el culo.

Comida: La situación no es crítica, pero nos queda para unos cinco días.

Laura quiere salir y jugar, «como hacen sus amigos del cole». He intentado explicarle, con milimitado conocimiento de la «gente pequeña» que ahora jugar fuera no es muy divertido, que lagente de la orilla no es muy amable. Ha puesto los ojos en blanco y me ha contestado: «Ya sé queestán muertos, no tienes que engañarme». Me ha sorprendido la franqueza de la niñita y he tenidoque reprimir una carcajada.

Me pregunto de qué progenitor habrá sacado esa capacidad. Con la navaja he tallado untablero de ajedrez en la mesa del área de descanso del puerto. Hemos cogido algunos señuelos dela tienda del puerto, y John y yo los usamos sin el anzuelo como piezas de ajedrez. De momento,gano yo por tres partidas a dos.

Tengo la extraña sensación de que William y Jan han hecho las paces tras su estúpidadiscusión; ya no se oyen gritos al otro lado de la cortina que colgué para que gozaran de un pocode intimidad hace unos días.

Actividad del enemigo: movimientos esporádicos. La luna llena de anoche ha atraídocentenares de ellos hasta nosotros. Los he estudiado con las gafas de visión nocturnas.Parecen más activos. ¿Puede ser por la luna llena? Lo dudo.

Les he dado el último juego de tapones de espuma para las orejas a los Grisham. Laura se haquedado fascinada al ver cómo recuperaban su forma original tras apretarlos. John aún guarda lossuyos en el bolsillo de los pantalones.

Como no me quedan tapones, me he metido en los oídos un par de balas de 9 mm. Encajan a laperfección y han amortiguado el sonido de los gemidos de anoche.

10 de marzo.12:22 h.

Hoy han dejado de emitir música por la radio. Durante un instante he oído una voz humana enel otro extremo de la línea. Ha sonado como la palabra «reforzad», antes de que cortasen elsonido del micrófono. John y yo jugábamos al ajedrez cuando ha sucedido. Ahora no puedoseparar a John de la radio de onda corta. Todavía intenta localizarlo, espera que quien hayaparado la música le escuche y responda. La estación emite desde fuera de Corpus, por lo que esevidente que los han invadido. Y la radio que usa John no puede llegar a tanta distancia… perosupongo que le ayuda a mantener el ánimo.

William y yo hemos hablado de sus habilidades como químico. Le he preguntado si podíallegar a crear algo útil, teniendo en cuenta nuestra situación actual. Me ha contestado que si cuentacon los ingredientes, puede llegar a hacer lo que sea necesario. Con William como químico y Johncomo ingeniero, estoy seguro de que podrán inventar algo que nos ayude a salir de este berenjenal.

Reflexión: ¿Qué lugares históricos han quedado destruidos? ¿Qué lugares históricos yano podrá ver Laura? Me acuerdo que el año pasado fui a visitar El Álamo. Me pregunto siquedó alguien defendiendo El Álamo hasta el final cuando cayó la cabeza nuclear. Tal vezha sido la respuesta a una oración…

12 de marzo.21:34 h.

—Comida: para dos días.—Agua: aún hay presión, pero empieza a tener un sabor raro. Necesitaremos pastillas de

purificación pronto. Si empiezo a mostrar algún síntoma, como diarrea, tendremos que buscar laspastillas o empezar a hervirla.

William es consciente de que se acerca el momento de irnos. Mañana tendremos que salir areponer los víveres o moriremos de hambre aquí. Llueve y la mar está picada, y hace que el puertodeportivo se mezca lo suficiente como para intranquilizarme un poco. Ya no hay señales de laemisora de radio. He estudiado con atención el mapa que conseguí durante mi última excursión.Hay otras opciones para ir a saquear. Podríamos seguir la línea costera hacia el nordeste yescoger al azar, pero eso supondría correr el riesgo de que la lancha sufra un problema mecánicoy nos veamos atrapados en medio de un montón de mierda.

Otra opción es volver a la vieja Seadrift.Al otro lado de la bahía de San Antonio, en la costa oeste, hay una aldeíta que se llama

Austwell. Supongo que podríamos ir a comprobar qué tal están las cosas ahí cuando salgamos areunir suministros y víveres. Necesito pilas para las gafas de visión nocturna y repuestos para elbotiquín de primeros auxilios.

John se recupera bastante bien y casi ya puede mover por completo el brazo. Las laceraciones

también se están curando, pero sin haberlas cosido con puntos tendrá que tomarse las cosas concalma una temporada. Jan le ha tapado las heridas con cinta de embalar, para mantenerlascerradas. Ya hemos encontrado un nuevo uso para ello. William le ha prometido a Laura que letraerá algo cuando volvamos de nuestra expedición. Supongo que era casi una obligación cada vezque William tenía que ausentarse de casa por cuestiones de trabajo, que era una costumbre traerleun regalito a su pequeña. Haré todo lo que esté en mis manos para asegurarme de que sea así.

Estas salidas me dan mucho miedo, y me pregunto si habrá algún momento en que podré volvera caminar con libertad por la tierra. Esta noche seguiré escribiendo la lista de la compra ydespués llenaré el depósito de la lancha, en la oscuridad, para evitar llamar la atención. Intentaréestar ya en el sobre a medianoche.

13 de marzo.07:45 h.

Preparados para partir. Hemos cargado el equipo en la lancha. Ha dejado de llover, y la marya no está picada. He dejado mi Walther P99 con John y Jan. No les quedan muchas armas defuego, pero no creo que las necesiten. Nuestro destino es Austwell, en la punta contraria aSeadrift, en la bahía de San Antonio. Austwell también es tan sólo un puntito en el mapa, lo queespero que se traduzca en una población pequeña de no muertos. Esta salida tiene dos funciones.La primera, conseguir que William se sienta más cómodo moviéndose entre ellos, de manera quepodamos planificar algo más arriesgado. La segunda, reunir los víveres que tanto necesitamos.

Ahora tenemos seis almas que alimentar en nuestra pequeña isla, incluyo a Annabelle; siendosólo dos personas, calculo que sólo podremos recoger comida para una semana. Esto se traduceen que, en teoría, tendremos que salir una vez a la semana, lo que, en mi opinión, es demasiado.Necesitamos empezar a pensar desde otra perspectiva todo este tema de las compras. Sí, lacomida basura, la sopa enlatada, y el resto de cosas que hemos robado son geniales, pero la faltade vitaminas y de ejercicio empieza a afectarme. Mi metabolismo se ha ralentizado porque nopuedo salir a correr.

Que la suerte nos acompañe.

22:33 h.

Después de abandonar el puerto deportivo y haber remado hasta llegar a una distancia segurapara encender el motor, lo hemos puesto en marcha y nos hemos dirigido a la bahía de SanAntonio. He visto volar algunos pájaros, y el olor del aire fresco era vigorizante. Enseguidahemos visto tierra firme, el estado de Texas se levantaba ante nosotros. Nos hemos adentrado enla bahía igual que en las dos ocasiones anteriores. Cuando hemos llegado a la costa oeste, hemosvisto algunos embarcaderos privados. En una pequeña colina, tras ellos, había una mansiónenorme. Supongo que era el hogar del propietario de los muelles, aunque no había ningún bote

amarrado a ninguno de ellos.Hemos apagado el motor y nos hemos acercado a remo a la costa. Me he sentado y he pensado

en lo estúpido que le parecería nuestro comportamiento a un observador si nada de esto hubiesesucedido. He cerrado la mente y he seguido remando, imaginando que todo era normal.

Estaba todo destrozado. Las ventanas estaban hechas añicos, había ratas, basura, periódicos, ytodo volaba alrededor de los embarcaderos y de la calle. Había un aparcamiento bastante amplioen la zona asfaltada más allá de la rampa del muelle. He visto cinco criaturas rodeando unpequeño coche blanco; golpeaban las ventanillas con sus manos pútridas. Desde tan lejos, y desdeel ángulo que tenía, no podía ver qué sucedía en el interior del coche. He supuesto que había algodentro que las criaturas anhelaban… y hasta podía llegar a imaginar que, fuera lo que fuese, estabavivo.

Nos hemos deslizado remando en silencio hasta el punto de amarre y hemos atado la lancha.Me he colgado la mochila vacía a la espalda, y la palanca de acero en el cinturón, me he guardadounas cuantas sujeciones de plástico en el bolsillo y he preparado el arma; después hemos dadonuestros primeros pasos en este nuevo mundo. No he mirado atrás; podía sentir la presencia deWilliam a mi espalda. Casi podía oler su miedo, aunque seguramente yo estaba más aterrorizadoque él. Sin dejar de observar el área, hemos cruzado poco a poco la rampa que nos llevaba hastala orilla, con los ojos clavados en el pequeño Ford blanco rodeado de muertos. Tan pronto comohe puesto el pie en tierra firme, he cogido una roca del tamaño de un puño y la he lanzado contodas mis fuerzas, a veinte metros del coche; la he estrellado contra el parabrisas de un camiónnegro. Ha sonado como si alguien tocase un tambor militar. Los seres se han erguido todos degolpe y han empezado a caminar hacia la zona de detrás del coche.

Le he pedido a William que se quedase atrás, que los vigilase mientras yo comprobaba elestado de las cosas. El coche estaba muy cerca de mí; he extendido el brazo para tocar el capó: lasuperficie estaba fría. He visto una figura tumbada en el asiento del conductor. Era una mujer muyatractiva que parecía tener veintipocos años. Los cristales de las ventanillas estaban recubiertosde carne podrida y seca, de pus expelida durante los incansables golpes de las criaturas. Lamayoría de las ventanillas estaban rotas, rajadas con líneas que formaban los dibujos de unatelaraña.

He acercado la cara a la ventanilla para poder mirar a la mujer más de cerca. Parecía muerta.Su rostro mostraba signos de una grave deshidratación. Tenía los labios secos, quebrados. Lascriaturas que hasta ahora se habían reunido alrededor del coche estaban ocupadas en otra parte.He llamado a William y le he preguntado cuánto tiempo tarda una persona en transformarse en unmuerto viviente, recordaba que me había contado que había sido testigo de cómo le habíasucedido a alguien. Me ha contado que, desde el ático de su casa, había visto a un hombre moriren la calle, y había vuelto a levantarse en menos de una hora.

No tenía sentido. Había un frasco de aspirinas desparramado sobre el asiento delacompañante; esparcidas por todo el coche había botellas vacías de agua. No podía llevar más deun día muerta. Supongo que lo que en realidad me preguntaba era por qué no se habíatransformado como el resto.

En el asiento de atrás había varios vasos desechables de restaurantes de comida rápida llenosde orina y de heces. Parecía que había estado atrapada en el coche durante varios días.

Y he captado movimiento. Primero su boca se ha movido con un débil bostezo, y después susojos han empezado a parpadear. He apuntado con mi arma hacia ella, mientras le pedía a Williamque me vigilase las espaldas y que siguiese comprobando el área circundante. Esperabaencontrarme con los habituales orbes lechosos y desprovistos de vida mirándome, así que me hequedado sorprendido cuando ha abierto los ojos y ha revelado el color azul de sus iris. Me hamirado, completamente asombrada. Para ella, era un desconocido que llevaba una máscara y quela apuntaba con una metralleta. Ha mirado detrás de ella, alrededor del coche, y ha formado conlos labios las palabras «Estoy viva».

Me he quitado la máscara y he intentado abrir la puerta. Estaba bloqueada. Ella, me ha mirado,ha sonreído, y ha quitado el seguro. La he cogido del brazo y la he ayudado a salir del coche.Apestaba más que los engendros. Ha tenido que apoyarse en mí para poder caminar. Está muydébil, muy dolorida por la larga permanencia en el coche. He mirado a mi espalda, le he hecho ungesto a William y le he indicado que me siguiese de vuelta a la lancha.

Tras llegar al Bahama Mama, la he ayudado a sentarse y le he dado algo de agua y bueyenlatado, mi almuerzo. Le he recomendado que no comiera ni bebiera muy rápido. No teníamostiempo para quedarnos y charlar. William ya tenía sus instrucciones: debía remar para alejarveinte metros la lancha, lanzar el ancla y esperarme. Yo iba a comprar.

Cuando he vuelto a pisar el embarcadero, ya oía cómo William remaba y alejaba el barco demí. He avanzado de nuevo hasta el aparcamiento y he visto que ahora había más de cinco seres.He seguido adelante con la cabeza agachada y he recorrido la línea costera, hacia el pueblo. Nohabía señales de vida en ninguna parte. Ni perros, ni gatos… Nada. Ni siquiera he visto pájarosque sobrevolasen el municipio. Me acercaba a un grupo de edificios. He virado para adentrarmeen tierra y he llegado al centro del pueblecito de Austwell. Tras caminar unos centenares demetros, he llegado a un claro. Había un Walgreen y una gasolinera.

Dudaba de que encontrase comida en el Walgreen, pero estaba seguro de que encontraríamedicamentos. Me he acercado a la puerta principal con sigilo, pegado a la pared. Esta puerta eradistinta, ya que estaba cerrada por el interior con cadenas. No había forma de atravesarla sinromper el cristal, pero si lo hacía, los atraería. He ido hasta la parte trasera; había una ventanillade acceso para comprar en la farmacia desde el coche. Ese lado del edificio daba a un bosque.Podría haber centenares de ellos observándome desde allí y ni siquiera me daría cuenta. No podíasentirlos, pero repito que no sé si todavía existen las sensaciones en un mundo con seres de esacalaña.

Había una puerta exterior de acero, que estaba cerrada, lo más seguro que para que a través deella descargaran los nuevos pedidos. Intenté alzarla. Estaba cerrada. Tengo que conseguir un librosobre cómo forzar cerraduras en la biblioteca. He sacado la palanca del cinturón y la he colocadobajo la persiana de acero, justo debajo de la cerradura. Tras unos minutos de empujar, cagarme entodo y sudar, he logrado romper el cierre. He comprobado el área que me rodeaba; me habíaganado un poco de atención indeseada a una manzana de allí… y se acercaban.

He colocado la linterna LED sobre el cañón del fusil y la he encendido. El área de cargaestaba muy oscura, ya que se encontraba bastante separada de la parte principal de la tienda,iluminada por la luz del día. He paseado la luz por toda la estancia: sólo he podido ver cajas,estanterías de acero y otros objetos habituales. He entrado de un salto en la nave. Justo en el

momento en que cerraba de nuevo la persiana, dos de ellos han doblado la esquina y me han visto.He cerrado la puerta del todo y he buscado una forma de bloquearla. He mantenido la persianasujeta con el talón de la bota mientras la primera criatura ha empezado a aporrear el metal.Atraerán a más. Los amarres de plástico que llevo en el bolsillo no servirán de nada, porque nohay nada en el suelo para atarlos. He lanzado una mirada a la esquina; había una fregona y unacuerda de nailon. Me he acercado a la esquina, arrastrando el pie sobre la rebaba metálica de lapersiana, mientras con la pierna izquierda me ayudaba para mantener el equilibrio. He agarrado lafregona y la he insertado entre los rodillos que permiten que la persiana se alce con suavidad. Conel cordel, la he sujetado bien. En una estantería repleta de botellas de enjuague bucal, había unacaja pesada; la he cogido y la he colocado sobre la rebaba en la que todavía mantenía el pie. Noaguantaría para siempre, pero por ahora me tendría que servir.

Satisfecho con poder mantener la puerta cerrada durante un ratito, me he adentrado en lafarmacia. Había muchos libros sobre la materia colocados en las estanterías. He recogido elManual de Referencia de los Farmacéuticos y lo he hojeado en busca de información útil sobre losmedicamentos. Me gustaría llevárselo a Jan, pero es demasiado voluminoso y me ocuparía unespacio vital en la mochila.

En otro de los volúmenes había un listado de antibióticos. Con esto como referencia, hecogido algunas bolsas de píldoras que habían dejado en la zona de carga que nadie reclamaríajamás. Cualquier cosa que tuviese las letras «biótico» al final ha ido a parar al interior de lamochila. He saltado por encima del mostrador, he aterrizado en el pasillo principal y he apuntadode inmediato el fusil hacia un punto ciego de la tienda.

He mirado hacia arriba y me he dado cuenta de que el establecimiento tenía espejos convexosde vigilancia, lo que me permitía poder examinar mucho mejor el área. He comprobado losespejos, y me he asegurado, pasillo por pasillo, de que la tienda estuviese del todo despejada. Lascriaturas seguían aporreando rítmicamente contra la persiana. No me gustaba para nada. Tenía quedarme prisa. Paracetamol, agua oxigenada, vendas, tiritas… Lo he metido todo en el apartadorefrigerado de la mochila, con los antibióticos. He visto yodo en la estantería y he recordado queen las clases de supervivencia del ejército nos habían contado que el yodo servía de purificadordel agua. Lo he añadido a la mochila. Tenía sed; he agarrado una botella de agua de la estantería yme la he bebido sin despegar los labios. Ya tenía la mochila medio llena. He pasado a la secciónde chocolatinas, he cogido una barrita.

Al abrirla, he recordado todo el tiempo que ha pasado desde que esta catástrofe empezó. Labarrita ya estaba pasada, pero no me importaba: necesitaba la energía. En el pasillo de juguetes heencontrado un osito de peluche y lo he metido en la mochila.

Tras comerme la chocolatina he empezado a buscar un lugar por el que escapar.Me encontraba ante las puertas principales. La cadena era normal, de acero grueso. No quería

pasearme mucho delante de las puertas, por si acaso tenía que utilizarlas para salir. No habíaforma de romper el candado de acero sin dispararle, o golpearlo un centenar de veces con unhacha de bombero. He aprovechado para coger un par de rollos de cinta de embalar de laestantería. En silencio, aunque no importaba mucho con todo el ruido que llegaba de las criaturasque aporreaban el metal, he empezado a cubrir de cinta adhesiva la parte inferior de la puerta decristal, asegurándome de que no me veían.

He tardado unos minutos, pero he conseguido cubrir toda la sección. Después, con ayuda delextintor que había tras el mostrador, he golpeado contra el cristal. No ha sonado con tanta fuerzacomo habría hecho sin la cinta, pero era demasiado alto para mi gusto. Con rapidez, me hedirigido a la zona por el mismo camino por el que había llegado, a través del área arbolada, haciael aparcamiento que había junto al puerto. He corrido a través del bosque; estaba casi esprintando.Ya veía el claro.

Y han aparecido dos de ellos delante de mí, entre los árboles. Los he derribado y he seguidocorriendo. Cuando he llegado al claro, el corazón me ha dado un vuelco. Había muchos… Hebordeado el aparcamiento, para evitar llamar la atención. Pero no podía hacer nada… Me teníaque dejar ver. He corrido hacia el muelle, sabía que me habían visto. Sus gemidos orquestadosrebotaban en el agua y resonaban en todas direcciones, lo que casi me desmoraliza y me ha hechodesear colocarme en posición fetal.

Estaba en modo huida. He empezado a gritar a William. No había rastro de la lancha. Heseguido corriendo… Ni rastro. He mirado atrás, y he visto cómo todos convergían en el muelle.No había salida. Me quedaban sólo tres metros para llegar al fin del embarcadero; las criaturasestaban a sólo seis metros de mi posición. Estaban tan hambrientas. Eran la personificación delmal, putrefactos, podridos. En su frenesí por atacarme, empujaban a algunos de sus compañeros alagua… Luchaban por ser el primero en poder devorar mi carne. Me he dado la vuelta y he seguidocorriendo. Me he lanzado al agua y he empezado a alejarme a nado. He nadado de lado durantetodo un minuto, antes de detenerme, mantenerme a flote y volver a mirar hacia el muelle. Elembarcadero estaba plagado de cadáveres; había tantos que caían por los bordes, ya que no habíasuficiente espacio para todos. Y allí estaba yo, en el agua, solo. Y no podía quitarme de la cabezala idea de que había algo bajo el agua que me tiraría de la bota. Estaba aterrorizado, y he tragadoaccidentalmente agua por el conducto erróneo al imaginar cuantos no muertos se pudrían en fondode aquellas aguas turbias.

Entonces he oído el zumbido de un motor. Llevaba todo mi equipo sujeto al cuerpo, pero essorprendente lo fácil que es flotar si haces que la ropa se te llene de aire. He empezado a hacerseñales frenéticas hacia la lancha. Era William. Me había visto.

El bote ha avanzado al ralentí, hasta llegar a mi posición con el motor todavía encendido. Lehe dado a William la mochila y el fusil desde el agua. Después me he aupado al interior de lalancha. William me ha dicho que el aparcamiento se había llenado de cadáveres después de irmeyo y que había intentado alejarlos del puerto para mi seguridad. He comprobado la mochila; sólohabía entrado un poco de agua en los compartimentos refrigerados. No lo suficiente para estropearel botín.

Hemos vuelto al lado de John, de Jan, de Laura, de Annabelle. Estaba empapado, helado, y nohabía conseguido la comida que habíamos salido a buscar. Si la lancha no hubiese aparecido, nosé cómo habría acabado. No sé cuánto tiempo podría haber nadado, y estoy seguro de que mehubiesen seguido por toda la línea de la costa hasta que hubiese estado demasiado agotado paraseguir. Habría admitido mi derrota, y mi cuerpo cansado habría sido desgarrado mientras mehundía en las profundidades… de sus brazos.

LOS IDUS DE MARZO15 de marzo.18:22 h.

Me he pasado todo el día de ayer y hoy recuperándome de un resfriado, recuerdo de mi aventuranadando en el mar; he aprovechado para limpiar y secar el fusil. Sólo en un mundo como éste, unresfriado común puede ser el equivalente a una sentencia de muerte. No es muy grave, pero mesiento algo más débil de lo habitual y tengo un poco de fiebre. Jan me ha aconsejado que no tomeantibióticos a menos que sea del todo necesario, ya que mi cuerpo podría acostumbrarse a lamedicación y no me servirían de nada si los necesitase de verdad en el futuro. Jan se ha ocupadotambién de nuestra nueva inquilina, Tara. La chica ha estado atrapada en el interior del cochedurante días. Estaba a punto de morir deshidratada cuando William y yo aparecimos, pero ahoraya está mejor. Jan se ha ocupado de que se quedase en la cama y de recuperar el agua de sucuerpo.

Hoy la he pillado mirándome unas cuantas veces. Ella no me ha pillado a mí, pero yo hacía lomismo. Es atractiva, y yo soy humano. He escuchado a escondidas cómo le contaba a Jan lahistoria de cómo llegó al muelle.

Estaba atrapada en su casa, en Austwell, pero encontró una oportunidad para escapar. Logróllegar hasta el puerto deportivo, pero tres criaturas la vieron mientras buscaba una lancha en laque huir. No tuvo otra opción: tuvo que buscar refugio en el primer coche abierto que encontró.Tara estudiaba marketing en una universidad local… Y añadió que ya nada de eso importaba, quesu carrera en el mundo del marketing había terminado antes de empezar. Las dos mujeres serieron.

Ayer William y John salieron en el bote y pescaron diez piezas. John se encontraba un pocomás recuperado, y supuso que un poco de sol le haría bien. Laura me preguntó cómo había ido miviaje a la tienda. Le he dicho que todo bien, pero que lamentaba no haberle podido traer nada paracomer, pero la niña me ha contestado que no pasaba nada, que su papá tampoco le había llevadoningún regalito del viaje. Entonces me acordé del osito. Se lo di a William para que pudiesesecarlo al sol antes de dárselo, ya que se empapó cuando salté al mar para escapar de lascriaturas. Le pedí a Laura que no estuviese triste, porque su padre tenía un regalo para ella, peroque esperaba a un momento especial para dárselo. Ella sonrió y salió a investigar.

El pescado crudo no es mi entrante favorito, pero millones de japoneses no puedenequivocarse. Bueno, tampoco sé si queda un millón de japoneses vivos. Me siento atrapado en eltiempo, y tengo miedo de volver a tierra firme. Necesitamos una vida mejor; necesitamos un lugarmejor para vivir.

17 de marzo.18:33 h.

Estábamos sentados alrededor de la mesa; discutíamos como caballeros de antaño laestrategia de la próxima batalla. Jan, Tara, John, William y yo mismo considerábamos todas lasposibilidades de encontrar un nuevo lugar en el que vivir. Montar una fortaleza en una isla eraalgo ideal, y nos atraía mucho, pero al final hemos acabado por descartarlo ya que necesitaríamosviajar constantemente a tierra firme en busca de suministros. ¿Dónde podemos encontrar unaposición fácil de defender que no se alce cerca de una metrópolis?

En la tienda de regalos había un mapa muy grande de Estados Unidos. No era muy detallado,tan sólo los ríos, las líneas de las fronteras estatales y las ciudades más grandes. He descolgado elcuadro de la pared y lo hemos estudiado durante un buen rato. Mis motivos personales, egoístas,han hablado por mí y he sugerido que recorramos la costa con la lancha, y que remontemos el ríoMisisipi hasta que encontremos un lugar adecuado; ahí estaríamos más cerca de mis padres. Esuna opción. William ha sugerido que nos desplacemos por tierra, para evitar las consecuenciascatastróficas si la lancha sufre un problema mecánico. John ha sugerido que naveguemosbordeando el sur de Florida y nos dirijamos a las Bahamas.

Todo el mundo ha sonreído al escuchar la idea, pero volvemos al problema de encontrarnoscon objetos limitados, a la necesidad de salir a saquear. Por ahora estamos a salvo, pero el ruidoque el motor de la lancha ha emitido cada vez que hemos salido a pescar o nos hemos acercado atierra a buscar provisiones, los ha atraído de todas las partes de la isla; esto no durará parasiempre. Necesitamos un lugar más permanente en el que vivir.

Esta noche jugaremos al póquer para mantener los ánimos un poco elevados. Laura, Annabelley Tubby, el osito de peluche, tienen otros planes: jugarán a papás y a mamás.

LA REFULGENCIA DE CLAUDIA18 de marzo.21:48 h.

Los últimos días nuestra dieta ha sido a base de pescado. He encontrado un hornillo de propano enuno de los barcos más grandes amarrados en el puerto, y por fin hemos podido cocinar un poco.Ahora tenemos una dieta más variada. Hoy me he aventurado al interior de la isla, acompañadopor William. Hemos recorrido la costa oeste de la isla con el Bahama Mama, para intentarencontrar comida. Según el mapa, la isla Matagorda mide apenas cuarenta kilómetros de largo, yunos cinco de ancho. He pensado que estaría bien montar un señuelo sonoro que atrajese a lascriaturas a un punto determinado de la isla mientras William y yo exploramos el resto de la zona.John ya está trabajando en la idea.

Hoy hemos descubierto algo interesante. Debíamos haber avanzado ya 15 kilómetros al oestecuando algo ha aparecido tierra adentro, entre los árboles. Parecía una especie de torre. Cuandonos hemos acercado, nos hemos dado cuenta de que se trata del faro de la isla. Es una columnanegra, larga, que se eleva unos cuarenta y cinco metros. En la zona superior tiene una sala con unalente.

Supongo que en la base debe de encontrarse la casa de los fareros. Parece una zona solitaria,aunque soy consciente que en menos de dos horas aparecerían, atraídos por el sonido de losmotores. Hemos lanzado el ancla a tres metros de tierra. He saltado al agua, que no me cubría;estaba templada. Esta zona es más rural que la del puerto deportivo. Lo bueno de eso es que amenos población, menos población de muertos vivientes. Lo malo es que los árboles impiden quetenga una visión completa del área que rodea el faro.

William ha mejorado con el fusil del .22 estos últimos días. Nos quedan sólo 700 balas parasu arma, y a mí sólo me quedan 450 para mi fusil del .223, también he hecho unas prácticas detiro. Hemos avanzado en silencio por la zona arbolada cercana al faro, pero había algo que hacíaruido… y cuanto más nos acercábamos a la construcción, más fuerte sonaba el ruido. Era ungolpeteo constante, a intervalos rítmicos, pero nosotros todavía no habíamos tenido contactovisual con ningún cadáver. Nos encontrábamos ya en el claro. El faro tenía un aspecto envejecido.Estoy seguro de que hubo una época en que la pintura negra, ahora desconchada, había sidobrillante, pero los años de aire salado y de lluvia habían dejado su huella. La casa que había juntoa la base del faro parecía más moderna. El césped del patio estaba cubierto de malas hierbas, quehabían crecido libremente durante tres meses. Era evidente que el sonido procedía del faro.

Hemos seguido adelante. Le he hecho gestos a William para que comprobase nuestro flanco,para evitar un posible ataque por la retaguardia. Bang… Bang… Bang… El sonido seguía, con unritmo parecido al de un segundero en un reloj. Hemos recorrido el perímetro de la casa y del faro.Ya teníamos claro de dónde procedía el ruido; la puerta de acceso al sótano, en la parte trasera dela casa, temblaba con cada golpe que le propinaban desde abajo. No podía estar seguro al cienpor cien, pero tenía una idea bastante clara de lo que sucedía allá abajo. La puerta aguantaba confirmeza, por algún extraño motivo, la habían cerrado desde el exterior, y fuera lo que fuese lo que

estaba encerrado abajo, allí seguiría hasta que la puerta se pudriese alrededor de las bisagras ohasta que yo lo soltase. Nos hemos acercado a la puerta de entrada de la casa. No estaba cerradacon llave, pero las ventanas estaban cegadas con tablones, por lo que no podíamos averiguarcómo estaba el interior. He girado con mucho cuidado el pomo y he abierto la puerta de unempujón; los dos hemos dado un salto atrás y hemos apuntado el interior con los fusiles. Debíamosde tener una pinta ridícula. La casa apestaba a carne podrida. Malas noticias. Yo estaba tentado deenviarlo todo a la mierda y pasarme el resto de la vida alimentándome de pescado… pero ya queestaba ahí, necesitábamos comida. El suelo de la vivienda estaba hecho de madera vieja. Cadapaso crujía como un trueno. Estábamos en la salita. «¿Crees que dentro de la casa hay una puertaque lleva al sótano?», le he preguntado a William en un susurro. Él no estaba seguro, pero yoesperaba que esa puerta no existiese. Enseguida me he fijado que en el suelo había un rastro desangre seca que llevaba hacia el pasillo. Se distinguían con claridad las huellas sangrientas deunas manos, como si algo o alguien se hubiese arrastrado por el pasillo.

Yo he sido el primero en entrar, William me seguía de cerca. Al doblar la esquina del pasillo,me he fijado en que el rastro de sangre giraba hacia lo que creía que era un dormitorio. Lo heseguido. El corazón me palpitaba, sudaba, estaba asustado. Me encontraba ante la puerta bajo laque desaparecía el rastro. Estaba cerrada, y la parte inferior estaba cubierta de huellas de manos.He escuchado, y he estirado el brazo hacia el pomo. Ningún sonido. He girado el pomo en silencioy he abierto unos centímetros la puerta: el olor a putrefacción me ha golpeado con fuerza. Podíaver un par de piernas, enfundadas en unos vaqueros sucios, tumbadas sobre la cama. He entrado enla habitación, y he visto los restos de lo que me ha parecido que era un hombre. Su camiseta y lostéjanos estaban embadurnados de sangre; le había desaparecido la mitad de la cabeza, desde lanariz hacia arriba. Los gusanos infestaban sus heridas, y la piel se le estremecía con las larvas quese movían por debajo.

Un rifle de caza del calibre .12 descansaba sobre su pecho. Se lo he quitado de la manopodrida, y me he fijado que también había estado sosteniendo un trozo de papel amarillento,escrito con tinta negra.

Le he pasado la nota a William[1]. No hemos hablado durante los siguientes minutos. El riflede caza es un buen hallazgo, así como las tres cajas de cartuchos que guardaba en el armario. Enel cajón de los calcetines había escondido un revólver Smith & Wesson del calibre .357. Lasiguiente habitación era la cocina: todas las latas, el aceite de cocina, las especias y todo lo queno tuviese fecha de caducidad se venía con nosotros, pero no hemos encontrado tanta comidacomo esperaba. El incesante golpeteo no paraba; Claudia no se rendía con facilidad.

Recordaba haber visto una carretilla cerca de la puerta del sótano; la he empujado por lapuerta de entrada y la hemos llenado con todo nuestro botín. A continuación le he comunicado aWilliam mis suposiciones sobre el sótano: allí debía de haber más comida y más armas. Hemosdecidido abrir la puerta y encargarnos de Claudia.

William se ha ofrecido voluntario para abrir la puerta y me ha dejado a mí la tarea dedisparar. Con mucho cuidado, ha deslizado el cerrojo fuera de la manga de hormigón en la quequedaba trabado. La puerta estaba desbloqueada. Claudia ha seguido golpeando; no sabía queestábamos allí. Lo único que sabía es que tenía hambre y que quería salir. Yo tenía miedo de tenerque mirarla a la cara.

William ha agarrado el pomo y estaba a punto de tirar de él, pero yo le he dicho que esperase.Había una forma mucho más segura de hacerlo. Le he dicho a William que buscase una cuerda enla casa. Tras unos minutos ha venido con un ovillo que había encontrado en uno de los dormitoriosvacíos. He hecho que lo doblase y que lo atase al tirador, y que se alejase unos cuantos metros. Lehe hecho un gesto, ha tirado del hilo doblado… Y ha abierto la puerta.

Allí estaba… Podrida, putrefacta, enferma. Sus ojos lechosos se han clavado en los nuestros ylo que quedaba de sus labios se ha curvado hacia atrás, mostrando sus dientes amarillentos, rotos.

Sus manos se habían convertido en muñones ensangrentados tras pasarse semanas golpeandocontra la puerta de madera del sótano. Nos ha embestido. Cuando ha ascendido los escalones, hatropezado con el superior y ha caído de cara sobre el suelo. He aprovechado la ocasión paraproporcionarle la paz que Frank no había sido capaz de administrarle. Le he disparado aquemarropa en la nuca; la he enviado de vuelta con su marido.

El sótano estaba oscuro; resultaba espeluznante. He encendido la linterna que llevaba montadaen el fusil. El resplandor de la linterna LED ha llenado la escalera. He permitido que mis ojos seajustaran a la nueva iluminación y he reflexionado qué otros horrores podía haber agazapados enlas entrañas de ese viejo faro. He bajado los peldaños, me he sumergido en la oscuridad, pero nohe encontrado ninguna criatura, viva o muerta. Claudia había estado sola. He llamado a Williampara que bajase a ayudarme. Había un montón de latas de conserva llenas de judías verdes,boniatos y otras verduras. También había una considerable selección de vinos y más comidaenlatada.

Parecía como si Frank y Claudia se hubiesen parapetado aquí abajo, ya que tenían una cama,un hornillo y una nevera. También había una escopeta de caza Remington de 7 mm con punto demira, apoyada en una esquina. Encima de la nevera había dos cajas con cartuchos de 7 mm. Hemoscogido toda la comida que podíamos llevar, además de la escopeta.

Hemos llenado las mochilas con la comida, las armas y la munición. La mayor parte de losvíveres que habíamos encontrado han acabado en la carretilla. Me he descolgado la mochila de laespalda y le he dicho a William que volvería enseguida. Me he acercado al faro. Quería ir arribapara poder observar lo que nos rodeaba desde una perspectiva mejor y saber si debíamos esperarcompañía. He subido la escalera de caracol que daba vueltas y más vueltas hasta llegar a la cimade la columna.

Al llegar arriba he observado toda la zona. En la dirección de la que habíamos venido, el este,he llegado a ver veinte criaturas que avanzaban a trompicones en un grupo que se movía hacianosotros. Los catalizadores de aquel movimiento debían de haber sido el ruido del motor y eldisparo.

A juzgar por el ritmo al que se desplazaban, he calculado que teníamos tiempo de sobra paraescapar. He bajado la escalera corriendo; William y yo hemos hecho turnos para empujar lacarretilla de vuelta a la lancha. La hemos cargado y hemos vuelto a casa. Hoy hemos tenido suerte.

20 de marzo.15:17 h.

Acabo de escuchar una emisión de radio por los canales civiles. La persona que hablabaaseguraba que era un congresista del estado de Luisiana, encerrado en un búnker a un centenar dekilómetros al norte de Nueva Orleans. Tenía la voz quebrada, cansada. Ha seguido comunicandoque a su lado se encontraban varios soldados supervivientes de la Guardia Nacional de Luisiana.La razón por la que emitía ese anuncio era para advertir cualquier posible superviviente de laamenaza que suponían los no muertos expuestos a la radiación. Aparentemente, Nueva Orleans fuedestruida durante la campaña de bombardeos estratégicos.

El congresista envió exploradores equipados con dosímetros y contadores Geiger paracomprobar el estado de las ruinas de la ciudad y las filas de cadáveres. De los diez que habíaenviado, sólo habían vuelto seis. Los exploradores habían informado que los no muertos afectadospor la radiación no mostraban muchos signos de descomposición y eran más rápidos y máscoordinados que los no afectados. La radiación los conservaba. Uno de los soldados habíaafirmado que creía haber escuchado a una de las criaturas pronunciar una palabra. De los cuatroexploradores que habían muerto, dos habían caído bajo las garras de una docena de muertosirradiados en la carretera interestatal a las afueras de Nueva Orleans. Los otros dos murieron porexposición a la radiación ya que pasaron la noche en un camión de bomberos empapado enradiación, mientras que el resto durmieron a salvo en un desagüe de hormigón, a un metro y mediobajo tierra.

El congresista ha dicho que tiene un sistema de comunicación por teletipo de alta frecuenciacon una base equipada con escuadrones de prototipos de UAV y almacenes llenos de explosivosmilitares.

Según la emisión, las ráfagas electromagnéticas han inutilizado la mayoría de objetoselectrónicos sin protección de las grandes ciudades devastadas. Los exploradores no lograronhacer puentes a ningún coche ni encontrar ningún sistema de comunicación radiofónico. Lo hedejado apuntado en el fondo de mi mente, por si tengo la mala suerte de ir a parar a una de estaszonas arrasadas.

John ha intentado responder a la emisión, pero nuestro transmisor de poco alcance no tiene laenergía suficiente para llegar a destino. Tal vez, en un día nublado, encapotado… Pero hoy no.Sólo es otro tema más por el que preocuparnos.

22 de marzo.18:54 h.

Tara es una mujer muy interesante. Tengo que reconocer que ha logrado sobrevivir hastaahora. No puedo ni imaginar su sensación de derrota cuando se quedó encerrada en aquel cochepequeño, escuchando como golpeaban contra los cristales durante días. Me contó que se habíapasado un día entero atrayéndolos a un lado del coche, para poder abrir ligeramente la ventanilladel otro lado para renovar el aire antes de que volviesen a esa zona con sus tambaleos. No hevisto que en ningún momento se haya derrumbado y haya roto a llorar, pero es algo natural y algúndía pasará.

Laura sigue en su pequeño mundo con Annabelle y su osito de peluche. Temo el día que está apunto de llegar, el día en que tendremos que irnos de aquí. Me siento responsable por todos losque vivimos aquí. Sería muy difícil superar la pérdida de cualquiera de ellos, pero sé que tarde otemprano tendremos que rendirnos a la estadística. He mejorado al ajedrez, y cuando John y yojugamos acabamos siempre al 50/50.

William se despertó anoche alrededor de las 2.00 de la madrugada. Yo estaba despierto,examinaba el mapa. Me contó que había soñado con la excursión al faro, y que en su sueño la

mujer del sótano, «Claudia», no había tropezado. Pensé en cómo iba a continuar la historia eintenté quitármelo de la cabeza. No hemos visto a ninguno desde que hemos vuelto. Hemoslogrado confundirles con los ruidos del motor y de los disparos.

Ni ayer ni hoy hemos recibido más transmisiones desde Luisiana. Hemos procurado quesiempre haya al menos una persona que pueda escuchar la radio a todas horas. Desde el episodiodel faro sufro una especie de depresión, así que hoy he decidido afeitarme para subirme un pocola moral. Es sorprendente como un buen afeitado puede ayudar a sentirte más humano.

He calculado cuántos seres debe de haber. He reflexionado en que nos superan en número yme he preguntado cuántos militares profesionales deben de quedar. Me he acordado del últimocenso de Estados Unidos, en el que se informó de que había casi trescientos millones de personas.No tengo forma de saber cuánta gente ha sobrevivido, pero estoy seguro de que nos superan ennúmero. Me atrevería a decir que la campaña nuclear se ha cargado algunos millones, incluyendoa los vivos. Supongo que no tengo los suficientes datos para realizar unos cálculos estimados.

La llovizna impide una buena visibilidad. Se acerca la primavera; se acercan las tormentas.

23 de marzo.18:19 h.

Hemos recibido otra transmisión desde Luisiana. Esta vez ha sido bastante confusa. La voz delotro extremo dice que se han interrumpido todas las comunicaciones con el NORAD. La teoría queplantean es que lo han atacado desde dentro. Están intentando pinchar algunas imágenes de vídeodel centro de mando al norte de Nueva Orleans, pero todos los intentos han sido infructuosos.

John todavía sigue trazando algunos bocetos para crear el «distractor» que tendremos que usarcontra las criaturas. Le he pedido que también idee algo para cargar las baterías gastadas, ya quela mayoría de las baterías de los coches que nos encontremos en tierra estarán tan muertas comosus propietarios. Estamos construyendo la base de nuestra evasión. Aún no estamos seguros deadonde iremos.

24 de marzo.23:39 h.

La lluvia radiactiva no nos ha afectado. Debemos evitar la mayoría de las metrópolis; por lainformación que recibimos sobre los exploradores y sus compañeros muertos, estoy seguro de quetodavía hay grandes dosis de radiación en las ciudades. También tenemos que tener en cuenta elresto de informaciones que recibimos hace algunos días desde Luisiana. Puedo oír sus gemidos. Elviento arrastra el sonido, y es como si estuvieran justo tras la ventana. Sé que no es así, pero sólopensarlo me intranquiliza mucho. No son gemidos humanos; surgen de las profundidades de lagarganta. Son sonidos graves, antinaturales. Necesito comprobar el perímetro.

26 de marzo.20:03 h.

Aunque las criaturas no pueden nadar, sí que pueden «existir» en el agua. Hoy el día estabadespejado y la mar estaba en calma. Hemos decidido salir al muelle, para tomar un poco el sol.He cogido el fusil, para asegurarme de que todo el mundo estuviera a salvo mientras estuviésemosfuera. La pequeña Laura estaba muy pálida por la falta de sol, y me siento culpable por no dejarlasalir al aire libre. Me he quedado de pie, mirando hacia la costa, mientras el resto de gente se haquitado los zapatos y han dejado los pies colgando por el borde del muelle y los han sumergido enel agua.

Mientras observaba la línea costera, no he percibido ningún movimiento, excepto el de lascriaturas atormentadas atrapadas en el dormitorio del hotel que había enfrente de nuestra posición.He comprobado a mis compañeros, a mi espalda; parecía que se lo estaban pasando bien. Estabancallados, conscientes de los peligros que nos acechaban en el área urbana que nos rodeaba. Hebajado la vista hacia el agua y me he dado cuenta de que algo oscuro se movía por debajo de lasuperficie, pero el tono verde oscuro del agua reducía mi visibilidad.

He llamado a John, y le he pedido a William que se quedase con las demás y las vigilase; leshe ordenado a todos que sacasen los pies del agua. En la pared del puerto deportivo hay unsalvavidas redondo, parecido a los que hay en los barcos, y un gancho para sacar gente del agua.He lanzado una mirada al garfio y después a John. Éste lo ha traído mientras yo seguía examinandolas verdes profundidades. Lo he vuelto a ver. Había algo grande que se desplazaba por debajo dela superficie.

Le he pedido a John que me sujetase por el cinturón mientras yo sumergía el largo gancho en elagua. He sentido cómo golpeaba contra algo sólido; tras unos minutos de empujar y tirar, helogrado atraparlo. Mientras arrastraba a la criatura putrefacta hacia la superficie, he lamentadohaberme comido todos esos pescados que seguramente se han alimentado de su cuerpo corrupto.Se sacudía, tenía la boca abierta en una mueca terrible. Ha intentando morderme, he visto cómo elagua estancada en su garganta se derramaba por las comisuras de sus labios; de su interior habrotado un borboteo grave.

No tenía ojos. Seguro que los peces ya se los habían zampado hace semanas. Aquella criaturallevaba mucho tiempo en el agua. Lo he subido hasta el muelle. Cuando he sacado todo su torsodel agua, he visto que tampoco tenía piernas; a pesar de todo, todavía era peligroso, así que hedecidido encargarme de él de una puñalada en la órbita del ojo izquierdo. Con ayuda del gancho,he mantenido la cabeza quieta mientras he golpeado con el cuchillo, y he neutralizado alcabronazo ese.

Pasará mucho tiempo antes de que me decida a darme un baño relajante en ningún tipo deagua. He colocado el puente del embarcadero ante tierra firme tirando del mecanismo de cuerdas.Con el gancho, he arrastrado a la criatura hasta la calle mientras John me cubría con su fusil.Laura ha visto el engendro mientras yo arrastraba el cadáver y ha empezado a llorar. Me hesentido mal y he odiado a ese ser aún más al abandonar a aquella masa pútrida en el suelo. Elcadáver ha dejado una marca negra sobre el hormigón; el delgado torso se ha quedado cociéndose

en la calle, bajo el sol.

27 de marzo.19:51 h.

El viento aúlla en el exterior. Los gemidos de las criaturas parecen sonar con más fuerza amedida que pasan los días. Hay un par de docenas allá afuera, que patrullan la línea costera. Acada segundo que pasa, me tengo que convencer para no salir y ejecutarlos. Esta noche tendré quevolver a dormir con balas de 9 mm metidas en los oídos, porque el ruido es enloquecedor. Inclusoen la oscuridad de la noche, todavía puedo ver las marcas que dejó en el muelle el cadáver queneutralicé ayer.

Estamos todos de acuerdo en que ha llegado la hora de ponerse en marcha. Nos hemos dado unplazo de una semana. En este periodo de tiempo, reuniremos más víveres y buscaremos un destinoposible. Hemos llegado a la conclusión de que si no nos movemos, moriremos. No, no moriremos,nos convertiremos en uno de ellos, lo que es peor.

ATLÁNTIDA28 de marzo.13:00 h.

Estamos en la lancha. A las 2.00 de esta madrugada, un vaso de cristal que Laura había olvidadoen el mostrador de cebos ha caído al suelo sin motivo aparente. Yo me he levantado enseguida;parecía que estuviese borracho, porque me ha costado mucho mantener el equilibrio. Era como siascendiera por una colina para llegar hasta los cristales rotos. He encendido la luz y he llamado aJohn y a William. Ellos dos también estaban desorientados, al final me he dado cuenta de lo quesucedía.

Me preocupaba por qué tardaba tanto en actuar la ley de Murphy. Nos estábamos hundiendo.Anoche se desencadenó una tormenta y nos balanceó un poco. Supongo que la falta demantenimiento, de revisiones y la furia de la naturaleza han acabado de arreglarlo todo. Hedespertado a los demás y he sugerido a John y a William que empezasen a reunir los víveres. Notenía ni idea de con cuánto tiempo contábamos antes de que el puerto deportivo y su tienda deregalos y cebos se hundiesen por completo. Habría un momento en que el desequilibrio entre elpeso y la superficie flotante haría que el soporte de madera se quebrase, y el edificio entero caeríaa las profundidades.

No era momento de estar en silencio. He sacado las gafas de visión nocturna y he empezado apreparar el Mama. El sonido que provocaba yo, mezclado con los crujidos de la madera delpuerto rompiéndose había atraído a toda una multitud. A través de las imágenes granuladas de laslentes, he contado hasta veinte criaturas. Eran horrendas; en el fondo de mi corazón, siento que siexiste un infierno, estos seres han surgido de él y en mi imaginación llegaba a notar su alientoinfernal sobre mi cuello.

Aunque estoy del todo seguro de que no pueden ver en la oscuridad, la mayoría miraban en midirección, atraídos por el sonido, inclinando la cabeza de la misma manera en que lo haría unperro confundido que mira a su amo. La mayoría se encontraban en estados intermedios dedescomposición; no podía ver sus ojos a través de las gafas, ya que eran tan sólo círculos negros,lo que hacía su visión todavía más espeluznante.

Jan, Tara, John, William y yo mismo formamos una cadena humana para pasarnos todo nuestroequipaje de mano en mano hasta la lancha. Sólo había pasado media hora y una de las esquinas delpuerto ya se había hundido casi medio metro en el agua. Eso significaba que la estructuraempezaría a sufrir una gran tensión.

Le he puesto el bozal a Annabelle, he cargado con ella y con Laura y las he sentado en lalancha. Las criaturas nos gritaban con sus voces dementes. Le he susurrado a Laura que no sepreocupase, pero que dejaba en sus manos una tarea importante: tenía que sujetar a Annabelle yasegurarse de que no saltase fuera de la embarcación. Le he dado su osito de peluche y le hepellizcado la mejilla.

Hemos cargado la lancha hasta niveles de peso casi peligrosos. Ha sido la vez que máshundida la he visto desde que empezamos a usarla. He ayudado a Jan y a Tara a embarcar, y le he

dicho a William que se quedase en la lancha mientras John y yo comprobábamos que no nosdejábamos ningún objeto valioso, igual que hubiésemos hecho al abandonar una habitación dehotel. Satisfechos con nuestra búsqueda, hemos embarcado y he encendido el motor. Si no hubiesesido por Laura, hubiese acabado con algunos de ellos en ese mismo instante; me hubiese hechosentir mejor.

Mientras nos alejábamos del puerto deportivo, he pensado en los lugares en los que me habíavisto obligado a refugiarme. Cada vez que nos trasladamos parecen más incómodos. Ahora nosencontramos sentados a un kilómetro y medio de la costa, con el motor apagado, estamos dejandoque la corriente nos arrastrase para ahorrar combustible.

21:44 h.

Hemos decidido seguir la costa noreste de Texas, hacia Galveston. Hay algo que no va bien enel motor, no para de ahogarse. Cuando logro ponerlo en marcha, se ahoga a los cinco minutos.Parece que hemos perdido toda esperanza. He calculado que hemos recorrido tan sólo unos cientoveinte kilómetros de la costa de Texas. Se nos acaba el combustible; la flechita de nivel casi llegaa la zona inferior del indicador. Pero éste no es el problema principal de la lancha; supongo quetiene algún problema del motor, por lo que o bien remamos en esta bañera avanzando a un nudopor hora, o tendremos que acabar el trayecto a pie.

La cosa sólo puede ir a peor.

29 de marzo.06:05 h.

Efectivamente. Anoche, después de remar durante cuatro horas, al fin llegamos a un área en laque hemos podido echar el ancla, alejados de cualquier muerto. Tras dormir durante dos horas, nonos quedaba otra opción que intentar avanzar a pie. Tara me ha comunicado que tendría que ir aempolvarse la nariz, y que después del pequeño encontronazo que tuvimos con la criaturasumergida en el agua, no le apetece mucho asomar el culo por la borda. Creo que la comprendo.No nos podemos quedar indefinidamente en esta pequeña lancha. Hemos remado hasta acercar losuficiente la embarcación a la costa, de forma que yo ya percibía el fondo arenoso. He saltadofuera, con el agua salada hasta los tobillos y he empujado el bote sobre la arena de la playa.William me cubría las espaldas con la escopeta de caza del farero. Hemos descargado todo lo quehemos podido en la playa. Debemos estar cerca de Freeport, pero no puedo estar seguro.

Pero, por algún motivo, se me antojaba una idea peligrosa, una locura, la idea de tener queatravesar a pie el territorio de Texas acompañados por una niña pequeña. Soy consciente de queno es hija mía, claro, pero siento una gran necesidad de protegerla. Nos hemos sentado en laplaya, y le he dicho al resto de hombres que deberíamos colocarnos en una postura defensiva, paramantener a las mujeres, incluida Annabelle, en el medio, y situarnos nosotros en los bordes. Nos

vamos ya, y debemos dejar algunas latas de verduras atrás, junto con una buena parte del aguapotable que tenemos. Cuando abandonemos la playa, lanzaré una última mirada al Bahama Mamay me despediré mentalmente, igual que hice con el coche que tuve en el instituto después dehaberlo conducido durante años.

13:41 h.

Tras cinco horas de caminar tierra adentro, hacia el noroeste, nos hemos detenido a descansary comer. Me siento muy vulnerable, en comparación con la seguridad de la que hemos disfrutadoen el puerto deportivo. Si llegan los suficientes, podrían superarnos enseguida. En estas últimashoras hemos atravesado varias carreteras de dos carriles y alguna de cuatro. Estamos en campoabierto. Hay varios ranchos. Supongo que estamos en algún lugar cerca de Sweeny, pero no estoyseguro y me niego a pedir indicaciones a los habitantes de la zona. Hay cactus por todas partes.Nunca antes me había dado cuenta, pero tampoco me había decidido a cruzar a pie las tierras delos ranchos.

Esta mañana hemos cruzado una de las carreteras, alrededor de las 10.30; a unos cien metrosdel punto por el que la hemos atravesado había una pila formada por seis coches. También habíaun camión de bomberos con la escalerilla extendida en el aire. He decidido ir a echar un vistazo ycomprobar si había algo que pudiésemos aprovechar. Al observar los restos del accidente, me hedicho a mí mismo que no quiero arriesgarme a conducir por las carreteras, a causa de todos losbloqueos que podemos encontrarnos durante el trayecto. No me gustaría quedarme atrapado yrodeado por esos seres a menos que fuese montado en un tanque.

Cuando me acercaba al accidente, mi mente ha empezado a ordenar todo lo que habíasucedido. Les he hecho un gesto al resto de mis compañeros para que se quedasen quietos. Elenemigo estaba cerca. En la parte superior de la escalera de bomberos extendida, una criatura quecolgaba de un arnés de seguridad, ha advertido mi presencia. No había manera de saber cuántotiempo llevaba colgado allá arriba, como un animal salvaje en una trampa forestal. Este bomberono muerto seguramente había sido un buen hombre en su vida anterior. El uniforme amarillo aúnera visible bajo la sangre seca. Llevaba cosida en la manga izquierda la bandera de EstadosUnidos, con la fecha 11/9/01 bordada entre las barras y estrellas.

Me hubiera gustado enviar a esta criatura al otro mundo con una bala bien dirigida, pero ahoraera distinto. No teníamos la seguridad de la lancha. Le he dejado colgado allí. He rodeado la zonadel accidente hasta el otro lado. Supongo que atacaron al bombero y se refugió a 12 metros dealtura, en lo más alto de la escalera, quien sabe durante cuánto tiempo. Había una cabina lobastante grande para que cupiese un hombre. Seguramente se convirtió en lo que es ahora, y haquedado condenado a estar colgado allí durante el resto de su podrida existencia, atado a su arnésde seguridad. Había excrementos en el suelo, alrededor de la escalerilla, lo que indicaba quehabía resistido en aquella posición durante varios días. Mi pregunta es: ¿contra qué resistía?Aparte de su desgraciado cadáver, no había restos de otros no muertos en todo lo que alcanzaba lavista. Las huellas sangrientas de manos en la base de la escalera blanca, sumado a los mismosrestos en el camión de bomberos, me contaban una historia distinta.

Hemos continuado avanzando por las tierras yermas de Texas; hemos tenido que atravesarverjas de alambre de espino, hemos tenido que luchar contra la vegetación de la primavera.Podríamos tener que viajar durante días o durante semanas antes de encontrar un lugar en el quevalga la pena instalarse.

23:12 h.

Nos vamos a refugiar en el interior de un área rodeada por una valla de alambre de espino. Lahemos encontrado por pura suerte después de tener que luchar contra cactus y zonas llenas deespesura. Había un letrero colgado en el exterior de la verja, y decía lo siguiente:

AVISO.

Área controlada, propiedad del gobierno de Estados Unidos.

Entrar en esta área sin el permiso del mando de lasinstalaciones es ilegal. Mientras se encuentren en las

instalaciones, todo el personal y sus propiedades pueden serregistradas. El área está permanentemente patrullada por

equipos de perros militares.

Ya estaba a punto de caer la noche cuando John descubrió el letrero. Tuvimos que turnarnospara llevar a Laura en brazos durante la última parte del día porque sus piernecitas estabancansadas y no podía seguir nuestro ritmo. La zona vallada no debía de medir más de 15 x 15metros. No tenía ni idea de para qué debía de servirle al gobierno un área como ésa, o por qué eratan importante.

Tenía una vista panorámica de toda el área y no había restos de nada vivo ni muerto aparte denuestro grupo. Dentro del recinto no había ningún edificio, ya que todo el perímetro era un solarcubierto de hierba, parecido a un patio normal. El césped había crecido bastante, y si habíaalguien agazapado entre la hierba, no podría verle. Pero la única otra opción con que contábamosera dormir en un árbol, y no me apetecía mucho. He sacado las mantas que guardamos en lamochila que lleva Tara y las he doblado hasta formar un cuadrado de un metro de anchura por unode longitud.

La verja tiene unos dos metros y medio de altura, así que he tenido que intentarlo un par deveces pero al final he logrado extender las mantas por encima del alambre de espino, para podertrepar por la verja sin acabar hecho unos zorros. Cuando he aterrizado en el otro lado, he alzadoel arma y he comprobado la hierba, en busca de cualquier amenaza.

He recorrido toda la verja por la zona interior y después me he adentrado en el área. Habíauna especie de tapa de alcantarilla en medio del suelo. Me he arrodillado y he visto que no habíaningún agarre exterior; que aunque lo hubiese, no sería capaz de levantarlo, porque aquella tapatenía al menos diez centímetros de acero que sobresalían del suelo. En uno de los costados habíaunas grandes bisagras. Me temo que esta tapa pesa más que todos nosotros juntos. No oigo nada,sólo el sonido de la naturaleza. Las estrellas brillan esta noche, el perímetro es seguro. Si nollueve, será agradable dormir bajo el manto estrellado.

30 de marzo.15:17 h.

Nuestra suerte ha cambiado. Esta mañana me han despertado aullidos de perros a lo lejos. Nohay forma de distinguir si están domesticados o son perros salvajes. Me han hecho recordar elletrero que leímos ayer, colgado de la verja. Siento mucha curiosidad por saber qué pinta una tapade acero en medio de la nada, en el estado de Texas. Le he comunicado a John que me apetecía ira mirar los alrededores de la verja, ya que por un lado está despejada de árboles y matojos.

He tenido que volver a usar la técnica de la manta para cruzar la valla; John, ya del todorecuperado, me ha acompañado. El fusil del .22 se ha quedado con William y las chicas, peroJohn se ha llevado la escopeta, ya que no sería muy útil con la valla de por medio.

La zona del área cercada de la que venimos está al menos tres pies por debajo de la zona delclaro, que hay en la colina a la que nos dirigíamos. Cuando hemos llegado a la cima del pequeñomontículo, una gran vista se ha desplegado ante nosotros. Había un terreno llano lo bastante anchocomo para aterrizar con una avioneta en él, y a trescientos metros delante de nosotros se alzabaotra verja, similar a la otra.

Al acercarnos a esta segunda área cercada, nos hemos dado cuenta de que es mucho másgrande que la zona en la que hemos pasado la noche, y que en su interior alberga un pequeñoedificio de ladrillos, con una puerta de acero de color gris y una serie de antenas en el techo. Alllegar junto a la verja, hemos visto la pista de aterrizaje de helicópteros en el interior delperímetro, y un enorme cuadrado de hierba ennegrecida, que rodea lo que parece un gran agujeroen el suelo.

No había rastro de movimiento, en ninguna parte. Teníamos buena visibilidad en cualquierdirección. Hasta podíamos ver la punta superior de la valla tras la cual William y los otros nosesperaban. Era evidente que aquello no era una base, pero tenía que ser algo. John y yo hemosretrocedido para recuperar las mantas y salvar la nueva valla. Le hemos contado a William lo quehemos descubierto y hemos vuelto a la nueva área.

Antes de escalar la verja hemos comprobado la puerta de entrada. Estaba firmemente cerradacon un cerrojo con una clave de entrada. La otra estaba asegurada con una gruesa cadena y uncandado imposible de cortar. Me daba la sensación de que esa zona era más importante que laanterior. Hemos saltado la verja y hemos empezado a comprobar el perímetro. Me he dirigidohacia el helipuerto, con los ojos bien abiertos por si percibía cualquier tipo de movimiento. El

agujero en el suelo era lo que más me llamaba la atención, así que hemos decidido examinarloenseguida. Cuando nos hemos asomado al borde del abismo cuadrado, he entendido qué clase delugar era.

Nunca había visto una en la vida, pero esa área podría tener un cartel con las palabrasMINUTEMAN III colgado en la puerta de acceso. Estaba de pie justo en el punto desde el quehacía poco se había lanzado un misil estratégico. He encendido mi linterna y he comprobado losbordes del agujero, en busca de una escalerilla de acceso. Había una casi a un metro deprofundidad, bajo la rebaba que formaban las gruesas compuertas de acero, que estaban abiertas yapoyadas boca abajo al lado de la abertura. John me ha sostenido el arma mientras yo bajaba lapierna hacia la oscuridad del pozo vertical. Me la ha devuelto y me la he colgado del hombromientras descendía hacia la oscuridad.

Aquel hueco parecía medir al menos veinte metros; he tardado una eternidad en llegar abajo.Cuando he alzado la vista, John parecía estar a un millón de kilómetros de distancia. No sé si esque estaba enloqueciendo, pero juraría que estaba oyendo un débil sonido de música en algunaparte. Me he quedado en el fondo del pozo. He iluminado a mi alrededor; había algunas ardillasque habían bajado a aquel abismo y habían muerto de hambre y sed. El suelo estaba cubierto detierra y de hojarasca. Las compuertas llevaban mucho tiempo abiertas. Algunas de las ardillasmuertas se habían descompuesto y sólo quedaban sus huesos. He comprobado el nivel inferior delpozo: había una puerta ovalada con una rueda en el centro en el punto más alejado de donde yo meencontraba. Le he preguntado a John si creía que podría bajar sin ayuda. No me ha contestado,pero he visto como su pierna se apoyaba en el primer peldaño de la escalerilla. Iniciaba sudescenso.

Mientras John bajaba, yo he agarrado la rueda y la he movido en dirección contraria a lasagujas del reloj, hacia la izquierda, para ver si cedía. Para mi asombro, así ha sido. Supongo quelas compuertas de un metro de grosor que cerraban el hueco eran suficientes para manteneralejados a los intrusos, así que no se preocuparon de bloquear la escotilla oval, de diezcentímetros de espesor, al fondo, pero… ¿por qué no habían cerrado las compuertas de arribadespués del lanzamiento?

John ya estaba junto a mí. Se ha quedado detrás hasta que he acabado de girar la rueda queabría la escotilla de acceso. He seguido haciéndola girar hacia la izquierda hasta que he oído elchasquido de metal de los pasadores que se liberaban a la vez del marco de la puerta. He tiradode la puerta hacia fuera y he oído el siseo del aire, que entraba o salía; no lo sé. He abierto deltodo la escotilla, y una luz brillante y el sonido de la música nos han golpeado a mí y a John.

«Its the end of the world as we know it!», de REM.«El fin del mundo tal y como lo conocemos». Me parece que poner esta canción es toda una

muestra de cinismo. He sujetado el fusil a la altura del pecho y hemos entrado en ese castillomoderno. No tengo ni idea de cómo está distribuido el espacio. Me he colocado en primeraposición y me he dirigido hacia el origen de la música.

Todas las luces estaban encendidas. Hemos avanzado poco a poco. La canción se haacabado… y ha empezado a sonar de nuevo. Se encontraba en un bucle constante. Esperaba que nofuese así, porque la música me daba una falsa sensación de vida. Por lo que sabía, podía hacermeses que aquella canción sonaba una y otra vez, ahora que había escuchado por primera vez el

bucle.Nos acercábamos al origen de la canción, atronadora…«Wire in a fire, represent de seven games in a government for hire and a combat site…».Hemos doblado la esquina tras la cual creíamos que surgía la música. Hemos llegado a una

puerta abierta que debía de contar con unos cuarenta centímetros de grosor. Parecía la puertaacorazada de la cámara de un banco. La música provenía del interior de esa nueva estancia.

Desde mi posición veía las lucecitas del panel del ordenador encenderse intermitentemente; elolor a podrido flotaba en el aire. He mirado alarmado a John y he dado un paso hacia el interior.El capitán Baker ha sido el primer cadáver que he visto. Estaba atado a su silla de acero; era uncapitán de la Fuerza Aérea, con el nombre «Baker» colgado en una chapita sobre el bolsilloderecho.

Se ha retorcido y ha intentado librarse de las ataduras que lo mantenían bien sujeto. Lascuerdas le desgarraban la piel en algunas zonas. Había otro militar tirado sobre la consola demando, con una Beretta de 9 mm en la mano. Le faltaba media cabeza.

Sólo puedo imaginar lo que debió de suceder. Baker mostraba tres heridas de bala y tenía elcráneo roto. Mientras la criatura se retorcía en su silla, yo he cogido la pistola de la mano blanday putrefacta del otro militar. He comprobado el cargador: quedaban once balas. Con las tres delcapitán y la del «comandante Tom», no llevaba ninguna identificación, sumaban quince. Supongoque Baker quedó infectado, que el «comandante Tom» lo ató, lanzó el misil, disparó a Baker tresveces, en el pecho, y después se quitó la vida. Es tan sólo una hipótesis, pero en este momento noimporta.

23:26 h.

John y yo hemos traído a los otros hasta el silo, nos hemos encargado de Baker, y lo hemosalmacenado temporalmente, junto con el «comandante Tom», en otra habitación. Parece que aquípodremos gozar de refugio, electricidad, comida y agua en abundancia.

No tengo forma de saber si Internet aún funciona. En estos momentos estoy usando losordenadores de este complejo. La mayor parte de las consolas de seguridad ya tienen insertadoslos códigos de acceso, y la mayoría de ordenadores sin claves de acceso funcionan. Tenemos queencontrar una forma de cerrar las compuertas. En los próximos días buscaré las «llaves delreino».

HOTEL 231 de abril.09:12 h.

He registrado los cadáveres del capitán Baker y del comandante Tom; he encontrado variosobjetos personales y una libreta. Es bastante interesante, porque pertenece a Baker y contienecontraseñas para los diferentes sistemas de estas instalaciones y una tarjeta de proximidad que nospermitirá atravesar determinadas puertas.

Las instalaciones reciben energía eléctrica de la red local, pero además cuentan con cuatrogeneradores diesel enormes. La electricidad local no ha sufrido ningún apagón en esta área. Helocalizado algunos manuales técnicos en los cajones de los escritorios de la sala de control. Enellos se explican diferentes procedimientos de emergencia y se listan las capacidades de lasinstalaciones. Uno de ellos indicaba que si el complejo estaba provisto correctamente, conteníaaire, comida, agua y refugio suficiente para albergar a cien personas durante ciento ochenta días.

Nos queda un problema: averiguar cómo funciona todo, descubrir dónde está todo. No hemosexplorado todas las salas porque tenemos miedo de cruzarnos con más cadáveres andantesvagando por las catacumbas de los compartimentos más alejados. Creo que es interesante señalarque todos los manuales contienen las palabras «Hotel 23» impresas en la tapa. Encima de laconsola principal, hay una placa ceremonial hecha con madera en la que se han tallado esasmismas palabras en inglés, y debajo en ruso.

La cocina de las instalaciones cuenta con una enorme despensa llena de comida enlatada, ymuchos objetos etiquetados como «Raciones C». Nunca he comido ninguna, pero había oídomencionarlas a algunos de los veteranos con los que había servido antes de que todo estosucediese. También hay varias cajas de MRE en las estanterías que hay al fondo del pasillo de ladespensa.

Mientras manipulaba el sistema de control de los ordenadores, John ha descubierto cómohacer funcionar las cámaras remotas que hay en el exterior de las instalaciones. No ha tenido lasuerte de adivinar cómo cerrar las compuertas. Con las cámaras de John he localizado la entrada ysalida principales. Por desgracia, para llegar a ellas hay que descender unos quinientos metrospor el túnel de acceso, y después subir con un ascensor. Lo peor de todo es que gracias al circuitocerrado de vídeo hemos visto un centenar de muertos vivientes deambulando por la zona exteriorde las puertas.

2 de abril.20:07 h.

Hoy he localizado un plano de las instalaciones dibujado a mano. Algunas salas no secorresponden con el plano, pero supongo que se debe a que se añadieron nuevas áreas después de

que lo dibujaran.Tenemos pensado acabar de despejar el interior del bunker mañana. Apesta a carne podrida y

a fruta pasada.

4 de abril.15:35 h.

Mientras recorría ayer el área habitable del silo, encontré el diario personal del capitánBaker. Empieza hace dos años, y acaba en marzo. Da detalles de casi todo lo que ha sucedido aquídesde el principio; no lo he leído entero, aunque me dedicaré a ello durante los próximos días.

Esto es bastante interesante.

Capitán Baker, USAF.

Me han ordenado que declare el estado de alerta aquí, en el Hotel 23. No paran deenviarnos comunicados con nuevas órdenes, bastante asombrosas, relacionadas con lasnuevas coordenadas para los objetivos alternativos. Aunque las coordenadas no están enun lenguaje común, las conozco lo suficiente para darme cuenta de que los datos que nosllegan no indican objetivos nucleares al otro lado del océano. Estamos encerrados en elsilo, en estado de alerta hasta nuevas órdenes. Por suerte, esta vez me he acordado detraerme una docena de libros, no como me pasó en el último simulacro. Parece que missuperiores consideran que esta epidemia puede afectar de forma grave nuestra seguridad.

Hoy hemos llevado a cabo el intento de limpiar por completo el interior. A veces, he oído unsonido mecánico o eléctrico que surgía de otra zona, dentro del búnker. Me da la sensación de quese trata de un sistema de filtración del aire. Ayer despejamos casi todo el silo, excepto la estanciamarcada con el cartel Control ambiental. Para acceder al interior hay una gruesa puerta de acerocerrada con una cerradura con código. La libreta que le arrebaté al oficial hace un par de días nocontiene ningún código que nos sirva para esta puerta. John ha encontrado una carpeta en elescritorio de uno de los ordenadores de control de lanzamiento.

Los ordenadores no clasificados funcionan con Windows, pero los equipos seguros, con torresresistentes a las tormentas, usan una especie de Linux que nunca antes había visto. John haexplorado el ordenador con una especie de sistema DOS sin GUI, interfaz gráfica de usuario.Hasta el momento ha podido recuperar varias fotografías aéreas a color de la misma área,desconocida; por lo visto, cada vez que accede a las fotografías, aparece una imagen ligeramentedistinta aunque abra el mismo fichero. Las diferencias pueden apreciarse en débiles movimientosde las nubes u otros detalles igual de minúsculos.

En la lista de lugares a los que no tenemos acceso también hay una caja fuerte de aceroreforzado de dos metros de altura: el arsenal. Lamentablemente en la parte frontal hay un cerrojoenorme que nos impide, de momento, el acceso. Todavía no he tenido la oportunidad de conocerbien a Tara, pero ya nos ha demostrado que es una persona muy curiosa. No le gustaba la idea deno ser capaz de ver lo que hay dentro de la caja fuerte, por lo que se ha pasado tres horasregistrando el búnker, removiendo todas las cajas en busca de algo que nos ayude a romper elcandado. No ha tenido suerte.

Hay que añadir que todos los servicios de estas instalaciones son similares a las letrinas delos aviones. Cuencos secos. Supongo que así se conserva el agua. Eso me lleva al suministro deagua del silo: hemos encontrado un tanque enorme, rectangular, en la sala de los generadoresdiesel en el que se leía «agua potable». Con la culata del fusil he golpeado contra el costado,hasta que un sonido grave ha resonado en toda la cámara. Debe de estar lleno hasta tres cuartos desu capacidad. Debe de medir 60 x 30 x 15 metros. En los próximos días calcularé cuánta aguapodemos usar… cuánta agua debemos usar.

UNA IMAGEN VALE MÁS QUE MIL PALABRAS6 de abril.21:44 h.

Tendría que habernos resultado evidente el motivo por el que las fotos que John abría delordenador UNIX cambiaban. Eran imágenes sacadas por satélite a tiempo casi real. Johndescubrió anoche lo que sucedía, y también ha averiguado cómo activar el zoom de las fotos hastalo que el ordenador indica como una resolución de -2 metros. Con las coordenadas del mapa decarreteras, hemos logrado hacer una fotografía detallada de lo que queda del área de San Antonio.Al principio nos ha costado interpretar el ángulo de las fotos, que se toman desde arriba. Además,el color no está muy calibrado, por lo que las fotos parecen un poco desenfocadas. Tras teclearinnumerables líneas de comandos, John ha logrado acercarse a una resolución de un millar demetros, y hemos podido contemplar buena parte de lo que queda del centro de la ciudad. Según laindicación temporal, la foto tenía unos cuantos minutos, ya que el satélite estaba configurado parahacer fotografías automáticas a un ritmo determinado. John no ha podido averiguar cómo sacar unainstantánea en el momento que queramos.

He examinado la fotografía, y he reconocido muchos de los edificios en ruinas. También hevisto algunas criaturas que deben de haber deambulado de vuelta a la zona de la explosión inicial,atraídas por el sonido y la luz. Había un grupo de ellas apiñadas alrededor de algo. John haaumentado todo lo posible el centro de aquel grupo de cadáveres. Peleaban por los restos de unarata de gran tamaño. Supongo que esta imagen sí que vale más que mil palabras. John y yo tenemosplaneado fotografiar ciudad por ciudad, introduciendo las coordenadas necesarias en elordenador; queremos recopilar toda la información posible sobre las ciudades que destruyeron ylas ciudades que siguen en pie. Tardaremos un poco, pero vale la pena porque al saberlolograremos cierta tranquilidad de espíritu… o tal vez no.

Jan y William se han instalado en uno de los compartimentos más espaciosos, junto con Laura.John les ha dicho que no le importa que Annabelle duerma con Laura por las noches. John esconsciente de que la perrita ayuda a Laura a superar toda esta situación; Annabelle representa unvínculo con un mundo que se ha ido a la mierda.

Ayer Tara y yo salimos al exterior para comprobar el perímetro, ya que la cámara cercana a lazona por la que habíamos saltado la verja sólo enfocaba las compuertas de lanzamiento. Esirónico pensar que John ha sido capaz de averiguar cómo enfocar al reloj de muñeca de un tipomuerto desde un satélite que está a miles kilómetros de distancia, pero no logra cerrar la puertatrasera de casa. Aunque tengo que reconocer que ha demostrado ser un buen amigo y una personacon una gran capacidad de adaptación.

8 de abril.23:24 h.

Tras unos días de comprobar diversas coordinadas con el satélite y tras muchos intentosinfructuosos, hemos logrado localizar varias ciudades que podemos confirmar que han sidodestruidas por bombas nucleares… o por otros cacharros igual de potentes.

Quería usar la cámara para comprobar mi hogar, en Arkansas, pero parece que no funciona porencima de determinada longitud. Hemos confirmado que San Antonio, Nueva Orleans, LosÁngeles, Dallas, Orlando y probablemente Nueva York están destruidas y que hay muertosvivientes que vagan por sus calles. Ha supuesto un duro golpe para la moral de todo el equipo,incluida la mía propia. John y yo hemos logrado apreciar la destrucción masiva, con unaresolución mayor para tener una panorámica completa de las ciudades. Ni una sola de las fotosmostraba ningún humano vivo. Algunos de los grupos que hemos contemplado me han recordado alas multitudes que aparecen en las fotos antiguas de Woodstock. No hay forma de contarlos, perocalculo que hay millones de no muertos en las zonas de alta radiación de las ciudades devastadas.Tampoco hay forma de saber cuántos transitan por las zonas no afectadas de Estados Unidos. Nossuperan en número, es desesperante… Lo peor de todo es que no parece que haya sobrevividoninguna parte del gobierno.

John y yo hemos intentado recopilar información sobre los estados del norte, pero no lo hemoslogrado a causa de las limitaciones en el área de visualización efectiva del satélite. A pesar detodo, he logrado algunas informaciones sobre el destino de Nueva York.

Al examinar con más calma el área de mando, he descubierto un maletín negro, con un cerrojodoble colocado en los números 205; estaba encajado entre dos consolas. El maletín se podíaabrir, y dentro había un mensaje impreso.

TOP SECRET.RTTUZYUUW RUHPNQN0765 0B12376Z TTTTTT-ZZZZ.DE NNNOASA 155 Z 311700Z EN DE DEP DE MNDO AR MSL A OPALS ESI

LONE STAR.INFO REF/DEFENSA AÉREA NORTEAMÉRICA//AFSC-OPE-MA// ZE/CRTEL

LACKLAND AFBTX//GCGS/MARTE//.BT.T O P S E C R E T // N02763.ASNTO: AUTORIZACIÓN LANZAMIENTO MANDO//COHETE MAGENTA//.A ORDEN EJ. 23765 WASHINGTON DC 311600Z EN (CMB, 16-98).NTP 8(C), ART. 830, MUESTRA MENSAJE 3.1.- AUTORIZACIÓN AL DISPARO INTERIOR DE ARMAS NUCLEARES

TÁCTICAS CONCEDIDA POR EL PRESIDENTE DE ESTADOS UNIDOS. CÓDIGODE AUTENTICACIÓN A CONTINUACIÓN DE LA TRANSMISIÓN.

2.- NUEV0 OBJETIVO BISCT, 870E57E86YF CONFIRMADO.P. L.LOCALIZACIÓN: NUEVA YORK, NUEVA YORK.3.- ARMAS NUCLEARES TÁCTICAS ORIGINALMENTE DESTINADAS A NY EN

SITUACIÓN DE BROKEN ARROW. PILOTOS DESERTORES.BT.TOP SECRET.

Supongo que el gobierno aprovechó el mando aéreo y de misiles para suplir la huida de lospilotos desertores. Seguramente, lo habían previsto; Baker ya comentaba que tenían nuevosobjetivos antes incluso de que los pilotos hubiesen decidido desobedecer las órdenes.

11 de abril.12:33h.

Seguimos sin la llave para el candado del pequeño arsenal. Me estoy planteando laposibilidad de adentrarnos en un área urbana para conseguir el equipo preciso para cortarlo. Unsoplete me iría de perlas, pero dudo que logre encontrar uno. Necesitaría una sierra de arco; unacizalla no me serviría de nada porque la barra del candado es muy gruesa. No existen cizallas quepuedan cortar ese espesor.

John ha descubierto el código de acceso al compartimiento ambiental. Se encontraba entre losarchivos del sistema, en las carpetas de control de las instalaciones. Hemos sido muy precavidosa la hora de acceder a la zona, como hemos hecho con cualquier otra área nueva. John ha sujetadola puerta y ha esperado a que le hiciese la señal. Yo tenía miedo de disparar contra algo en elinterior del compartimiento; no quería que una bala perdida dañase algún sistema vital. John haabierto la puerta. El interior estaba sumido en la oscuridad.

Me he puesto las gafas de visión nocturna y las he encendido. No he apreciado ningunaamenaza al entrar en la habitación. La sala parecía despejada. He encontrado un interruptor en lapared y lo he encendido mientras volvía a ponerme las gafas sobre la cabeza. Los fluorescenteshan necesitado unos segundos para ponerse en marcha. La sala alberga un sistema completo defiltrado de aire; no tengo ni idea de cómo mantenerlo o cómo ajustarlo. Hay estanterías llenas deequipo en las que se hallan todo tipo de aparatos de comprobación del ambiente. De buenas aprimeras me di cuenta de que había distintos tipos de mascarillas antigás, además de cincocontadores Geiger en el mismo estante. Las mascarillas no tenían filtros; éstos se encontraban enel interior de unas latas selladas, al lado de ellas. Había diez máscaras de cada tipo: veinte entotal.

En el suelo había varias cajas con una etiqueta de «traje CBR» en el lateral. Con el cuchillo,he cortado con cuidado la cinta de embalar y he descubierto que cada caja contiene diez trajesprotectores contra agentes químicos, biológicos y radiológicos, de color verde militar, selladosdentro de bolsas de plástico. Dentro de la caja también había un manual de instrucciones yespecificaciones sobre cuánto tiempo puede estar un humano expuesto a esos agentes llevandoesos trajes.

Ya es evidente que estas instalaciones se diseñaron para sobrevivir a un ataque nuclear. Loque no entiendo es por qué destinaron a sólo dos oficiales, por qué no enviaron gente VIP con

ellos. Tal vez el mundo se desmoronó demasiado rápido, o tal vez este refugio no estaba en elmapa. Eso nos lleva a otro asunto importante: hasta ayer no descubrimos dónde estamos. Pareceque haya pasado mucho tiempo desde que dejamos atrás el Bahama Mama, desde que avanzamoscorriendo a ciegas durante lo que se nos antojaron días de caminata, transportando por turnos aLaura y a Annabelle. Con ayuda de las imágenes que le proporciona el satélite, John hatriangulado nuestra localización. Calculamos la dirección general en que avanzamos al salir de lacosta, y nos hemos ayudado del atlas para entrar las coordenadas.

Lo primero ha sido localizar la lancha. Después hemos hecho avanzar las coordenadas y laimagen en pequeños pasos hasta que hemos encontrado la zona del accidente, en la que elbombero seguía colgado de la escalerilla hidráulica. Después de eso hemos seguido adelante, denuevo poco a poco hacia el noroeste, hasta que hemos topado con las instalaciones.

Ha sido fácil verlas; el hueco de lanzamiento destaca mucho. John ha apuntado lascoordenadas exactas en un papel. Para asegurarnos de que observábamos la zona correcta, hellevado un rollo de papel higiénico arriba, me he asegurado de que la zona estaba despejada y hetrazado una gigantesca letra X con el papel al lado de las compuertas abiertas.

Tras quince minutos de espera, John ha reintroducido las coordenadas y, sí, la X de papel eravisible desde la resolución de cien metros que ha seleccionado. Manteniendo las coordenadas,nos hemos alejado hasta los doscientos kilómetros. Ya no podíamos distinguir nuestrasinstalaciones, aunque sabíamos que estaban en el centro de la pantalla; el programa funciona así.

Con ayuda del mapa de carreteras y de la foto hemos determinado que estamos cerca delpueblo Nada. Las malas noticias son que estamos a menos de cien kilómetros al sudoeste deHouston. Esta ciudad no fue uno de los objetivos durante la campaña nuclear, pero al recordar lasfotos que sacamos el día 8, estaba rebosante de muertos vivientes. Con las cámaras de seguridadpodemos rastrear los movimientos de los cadáveres hasta la puerta de entrada principal, pero conlas fotos satélite podemos intentar hacernos una idea general de la situación ahora que conocemosnuestras coordenadas.

TOC, TOC12 de abril.22:19 h.

No he mencionado ni documentado las posibilidades de entretenimiento que nos ofrecen estasnuevas instalaciones. Hay una salita de estar, equipada con un televisor, un vídeo y un DVD.Encima del mueble sobre el que reposa la tele había varios DVD. Tras abrir la puertita delarmario y comprobar su contenido, he encontrado uno de mis clásicos favoritos, El último hombrevivo, en VHS. Por algún motivo no me decido a verla; sería como ponerse una película bélicamientras te encuentras en el campo de batalla.

Me he acostumbrado a correr por la verja del perímetro durante el día. Antes de salircompruebo la pantalla del circuito cerrado de cámaras, para asegurarme de que la multitud demuertos continúa en el mismo lugar que la última vez, golpeando con desesperación la gruesapuerta de acero de la entrada principal. Tras dar unas cincuenta vueltas a la valla, vuelvo a entrary tomo una ducha rápida. Me cronometro al hacerlo, para ahorrar la mayor cantidad posible deagua. Me recuerda a los campamentos de entrenamiento, a la academia de oficiales, cuando metenía que enjabonar el pelo antes de meterme bajo el agua para no perder tanto tiempo en la ducha.He logrado hacerlo en menos de un minuto.

Parece que el resto no tiene ni la disciplina de la conservación, ni interiorizado el conceptodel ahorro. Supongo que tampoco puedo esperar que todo el mundo actúe como si fuese unamáquina. Creo que tal vez éste sea el problema que he tenido durante los últimos días; he estadoen unas situaciones tan extremas que he reaccionado respondiendo siempre con lógica, sinemociones, para poder ocuparme de todas las situaciones que nos surgen.

Tras examinar con minuciosidad todas las instalaciones durante días, hemos logrado habilitaruna entrada que podemos usar sin tener que trepar a todas horas por la escalerilla del silo. Hayuna escalera que asciende hacia donde calculábamos que se alzaba la cabaña de ladrillos quetenía la puerta de acero pintada de gris. Como esta puerta de acceso daba a la superficie en unpunto muy cercano a las compuertas de lanzamiento, hemos pensado que sería la forma más segurade entrar y salir.

Hoy, Tara y yo hemos pasado algo de tiempo juntos. Nos estamos haciendo amigos. Hemosdejado que Annabelle y Laura saliesen al exterior, vigiladas muy de cerca por nosotros dos; hanpodido jugar en el área del perímetro. Ayer por la tarde John y yo también salimos. Con un pocode cordel y cuatro estacas que hemos sacado del departamento de mantenimiento, hemos alzado uncercado improvisado alrededor de las compuertas de la zona de lanzamiento. No quiero queninguno de nosotros caiga dentro por accidente. Obviamente, todavía no hemos descubierto elcódigo necesario para poder accionar el sistema de las compuertas. John sabe ya cómo acceder alárea adecuada del sistema informático, pero no quiere equivocarse y abrir por error las puertasprincipales del complejo. Si abriese la caja de Pandora, dejaría entrar a centenares de esosdemonios, y nos obligaría a parapetarnos en una zona cerrada del complejo.

Al contemplar cómo Laura jugaba con Annabelle, me he olvidado de los no muertos durante un

buen rato. Media hora después, cuando el viento ha arrastrado hasta mí sus gemidos, he recordadolas circunstancias acuciantes que nos trajeron hasta aquí, hasta el Hotel 23. Las he apresurado avolver a las instalaciones antes de que en el viento flotase el hedor de la putrefacción comoacompañamiento de la sinfonía de gimoteos espeluznantes.

14 de abril.23:57 h.

Hemos sufrido un apagón de aproximadamente dos horas. Las baterías de refuerzo se hanpuesto en marcha y han iluminado el interior del complejo de un tono rojo de combate. Supongoque la red eléctrica finalmente está fallando en esta zona, aunque no hay forma de estar seguro. Laluz ha vuelto a las 23.30. El sistema debe de ser automático; tengo serias dudas de que, con lostiempos que corren, todavía haya algún técnico en sus puestos en las centrales eléctricas.

15 de abril.19:20 h.

Esta noche saldré a dar una vuelta de reconocimiento al área con mis gafas de visión nocturna.Evitaré la densa población de no muertos congregada ante las puertas de seguridad atrancadas dela entrada principal. Esa zona está a unos cuatrocientos metros de distancia, tras una pequeñacolina. John me vigilará con las cámaras de seguridad.

Le he dicho que si se producía el más mínimo problema, les alejaría del complejo, que no sepreocupase. Tampoco es que me puedan ver en la oscuridad. Tal vez me acomodo demasiado, talvez les subestimo. Soy consciente de que cuando hay un gran número de ellos, resultan letales.Pero es que también son letales cuando sólo hay uno.

Hoy he escuchado cuatro veces el extraño sonido mecánico. Una de las veces, he corridohacia la sala de control ambiental para comprobar si se originaba allí. Pero no. El sonido surge dealgún lugar en las entrañas del complejo. Debe de ser una especie de bomba, un sistema desoporte, no sé. Es el primer año que no he pagado a Hacienda a tiempo.

16 de abril.14:00 h.

Anoche patrullé el área. Antes de salir comprobé, acompañado por John, todos los detalles delas fotos de satélite del día anterior. El área está cercada por dos vallas, y sólo se puede accederpor un pasadizo subterráneo o saltando la segunda verja por la superficie. En las fotosdescubrimos que en la zona nordeste del complejo parece haber un pequeño grupo de cadáveres

amontonados. Subí la escalera que llevaba a la puerta de salida y le pedí a John que apagase lasluces de mi área, de manera que ellos tuviesen tiempo de aclimatar su vista a la oscuridad antes deque yo saliese. Esperé veinte minutos para que se produjese el ajuste completo a la oscuridadnocturna.

Me puse las gafas de visión nocturna, ajusté las tiras de sujeción y abrí la escotilla. El airefresco de la noche olía a madreselva en flor. Crucé el umbral y penetré en su mundo. Tras cerrarla escotilla a mi espalda, cogí la manta que llevaba colgada al hombro y la lancé sobre laalambrada, en el mismo punto en el que la saltamos la primera vez.

Tenía los códigos para la puerta, pero no quería tener que manipular el cierre electrónicodurante un subidón de adrenalina. En la situación en la que nos encontrábamos, era mucho másseguro usar el sistema de la manta para cruzar la verja. La manta ya se había rasgado en variospuntos, y tras un par más de usos, ya no serviría más que para alimentar una hoguera. La dejécolgada sobre el alambre de espino, salté sobre mis botas y empecé a recorrer el perímetro endirección contraria a las agujas del reloj.

Cuando puse en marcha el sensor infrarrojo en las gafas nocturnas, vi brillar los ojos demuchos animales nocturnos escondidos en la zona. Rebosaba de conejos, de ratones y de ardillas.Era algo a tener en cuenta por si sufríamos escasez de comida en el futuro. Doblé la primeraesquina de la verja, y seguí avanzando.

Cuando abandoné el área con la que estaba familiarizado, me adentré en la parte del complejoque sólo había visto. Había un campo de trescientos metros entre nuestra verja y la siguiente, quenunca había pisado. Calculé que John estaba en el mismo punto que yo, sólo que 30 metros pordebajo. En las esquinas de nuestra valla percibía las luces de las cámaras de seguridad que meseguían. También usaban tecnología de infrarrojos, así que para mis gafas eran como faros en lanoche. Corrí durante un minuto, en dirección hacia la segunda valla. Giré hacia la esquinanordeste. Los gemidos y el hedor de los muertos se hacían más penetrantes a medida que meacercaba. Ahora estaba fuera del alcance de la mayor parte de las cámaras de las instalaciones,excepto las de la puerta principal.

Ahora veía los cuerpos apilados tras la segunda verja, y a lo lejos distinguía la masa demuertos que golpeaban, incansables, la puerta principal. Me agazapé y avancé a hurtadillas hacialos cadáveres del suelo. Cuanto más me acercaba, más sentido le encontraba a todo. En la vallahabía varios agujeros, varios puntos en los que se había roto, supongo que a causa de unosdisparos efectuados desde el interior con armas automáticas. Los cadáveres que hay amontonadosfueron víctimas de alguien de dentro que disparó contra ellos; llevan aquí mucho tiempo. Tienen lapiel cubierta de gusanos y de otros insectos.

Miré el interior de la segunda verja e intenté localizar a la persona armada que había sidoresponsable de aquella matanza. No veía nada, sólo la hierba crecida. Este cercado debe deguardar algo importante, pero no veo ninguna escotilla de acero parecida a la de la primera. Nopodía dejar de imaginar que quienquiera que disparase contra estos engendros tuvo que replegarsede nuevo en la oscuridad del bunker, en busca de seguridad, pero nosotros ya habíamos rastreadotodas las instalaciones sin encontrar a nadie, ni vivo ni muerto. Mi mente todavía se preguntabaqué debía de ser aquel ruido mecánico, intermitente.

Comprobé la verja que había sido afectada por los disparos, pero aunque la habían dañado,

nada mayor que un brazo humano podría atravesarla. Había manchas de sangre seca, jirones depiel que colgaban de los afilados bordes del alambre de espino. Algunos habían intentadoatravesarla con sus brazos, algunos habían intentado agarrar a su verdugo.

En silencio me di la vuelta y volví por el mismo camino por el que había venido, pero en lugarde saltar enseguida por la primera verja, decidí tomar una ruta distinta y rodear el perímetro de lazona que hay entre los dos cercados, hasta llegar al costado oeste. Volví a fijarme en esta enormeextensión de hierba: ya lo había hecho cuando llegamos aquí. Podría hacer despegar o aterrizar unavión en esta zona. No sería mala idea intentar encontrar un aparato. Después de todo, volar no escomo ir en bicicleta, es una habilidad que se olvida. Salté la verja, recuperé la manta y entré en elcomplejo. Empecé a contarles a los demás lo que me había encontrado fuera.

19 de abril.12:11 h.

Anoche volví de una excursión de tres días para conseguir más víveres y algo de equipo quenecesitábamos. Estoy herido, y de nuevo estuve a punto de no sobrevivir a la salida. John haacabado un poco mejor que yo: sólo tiene un arañazo en la cara. Uno de ellos, a pesar de avanzarentre tambaleos, logró arañarle. Hicimos la mayor parte del trayecto a pie.

Con el mapa de carreteras y la carta de navegación aérea que habíamos conseguido antes,fuimos capaces de establecer cuál era la población más cercana que contase con un aeródromo.Según la carta, había un pequeño aeropuerto privado llamado Eagle Lake a unos treinta kilómetrosen dirección nornordeste desde el Hotel 23. La noche anterior a nuestra salida, John sacó una fotocon el satélite del área, y pudimos apreciar dos carreteras de hormigón paralelas en la imagen.Había un hangar y dos pequeñas avionetas estaban aparcadas cerca de una diminuta torre decontrol. Cuando alejamos la imagen, vimos el curso de la I-10 a unos diez kilómetros al norte delaeródromo. Éramos conscientes de que necesitaríamos un medio de transporte para la vuelta, asíque nos centramos en la franja de la I-10 que quedaba justo sobre el aeropuerto. Había cochesdetenidos al azar por toda la carretera. Era la vía principal que recorría las ruinas de San Antonioy la ciudad de Houston.

En la carretera había manadas de cadáveres. Los dos pensamos que sería inútil usar lacarretera para llevar a cabo nuestra misión. El fresco aire de abril se coló por la escotilla cuandodescorrimos el cerrojo. Las flores se estaban abriendo; iba a ser un día bonito. John y yo íbamoscargados con equipo. Introdujimos el código numérico y abrimos la verja que nos unía de nuevo aun mundo en el que no éramos bienvenidos.

Nos quedamos cerca de las zonas de hierba alta o de árboles, y avanzamos. Cuando llegamosa la entrada principal, vimos el comité de bienvenida sin necesidad de usar ningún artilugio quenos aumentase la imagen. John y yo los contemplamos por turnos, con los prismáticos, desde unosarbustos alejados de ellos. Con dos palabras podríamos resumir su estado: hambre, rabia. Dudode que exista alguien que pueda llegar a comprender de dónde surge su odio visceral hacia losseres vivos, pero no me importa.

Sentí una gran repulsión cuando ellos intentaron agarrar la puerta, seguían aporreando el

grueso acero; se rompían las uñas y dejaban tras de sí un líquido marrón con cada golpe, con cadaarañazo. Había algunos que parecían todavía más nerviosos, y empujaban a otros a un lado parapoder tener la oportunidad de convertir sus manos en muñones a fuerza de golpes.

Otro hecho que me llamó la atención y que creo que merece la pena reseñar es que uno deellos se ayudaba con una piedra para efectuar sus golpes. La roca tenía el tamaño de un bate debéisbol; la criatura aporreaba con un ritmo marcado, incansable. Y fui consciente de por qué no lohabíamos oído antes: la puerta de seguridad exterior es la primera de tres puertas que separan elmundo exterior de nuestro grupo, afincado en el Hotel 23. Es evidente que estas criaturas retienenalgún sentido primario sobre el funcionamiento de las puertas.

John y yo seguimos nuestro camino hacia el norte. Antes de abandonar el Hotel 23 intentamosimprimir la foto del satélite, para llevarnos con nosotros una referencia visual. Por algún motivo,el sistema de seguridad de la consola de control no permite imprimir nada que tenga acceso a lascarpetas de las imágenes del Departamento de Inteligencia (IMINT). Tuvimos que reemplazar laimpresión con notas y bocetos sobre nuestro mapa de carreteras.

Tras contemplar los cadáveres que no paraban de aporrear la puerta durante unos minutos,reemprendimos el viaje. El terreno era irregular, implacable, y lo notábamos más a medida queavanzábamos. El alambre de espino de la naturaleza nos arañaba las piernas. Tras dos horas decaminata, de avanzar con cuidado para que no se nos viese desde la carretera de dos carriles juntoa la que andábamos, fuimos a parar a un campo en el cual habían alzado un grupo de cruces. Habíacuatro de diferentes alturas. Había tres no muertos atados a cada una de las cruces; el cuartoestaba muerto. Parecía que la población de aves de la zona se había comido a picotazos la mayorparte de su cerebro, sirviéndosela directamente de la cabeza.

Los otros tres engendros nos miraron al mismo tiempo cuando nos acercamos. Sus cabezas seretorcieron mientras ellos intentaban alzarlas para poder mirarnos, para poder seguir nuestrosmovimientos. Uno de ellos no estaba tan bien sujeto como los otros, y sus piernas empezaron apatalear de forma salvaje en un intento de liberarse de aquella prisión de madera cruzada y deataduras. Tanto John como yo sabíamos que si los matábamos de un tiro, atraeríamos a más anuestra posición. Las cruces se balanceaban dentro de los agujeros del suelo en las que estabanclavadas, con cada tirón que los no muertos daban al intentar liberarse.

Decidimos abandonar aquel lugar y seguir hacia el norte. Al abandonar aquel campo maldito,me pregunté qué tipo de gente retorcida había perdido el tiempo construyendo las cruces,plantándolas en el suelo y después crucificando a los cuatro no muertos. Pero mi mente dio unsalto a un pensamiento bastante angustioso: ¿Y si no estaban muertos cuando los crucificaron?

No se lo expuse a John, ya que no tenía ningún sentido que los dos nos inquietáramos por nada.Nos acercamos a los límites del campo, salvamos la verja y nos adentramos en las llanurasabiertas de Texas.

No sé si fue la perspectiva de volar de nuevo lo que me impulsó a volver a caminar entre elloso si fue la necesidad de observar con mis propios ojos lo que sucedía en el mundo. Aunque yasabía bastante bien lo que estaba pasando: estamos jodidos y no se puede decir o hacer nada paraarreglarlo. Ni una araña gigante es rival para un ejército de hormigas.

Nos encaminamos al hangar por la simple razón de que necesitábamos algunos objetos, comola sierra de arco para el armario del arsenal, y porque estaría bien tener un avión en el Hotel 23

por si necesitamos escapar. Otra de las razones es que si logramos despejar las puertas de entradadel silo de cadáveres andantes, un avión sería una buena manera de explorar la zona.

Volví a pensar en las fotos del aeródromo que sacamos con el satélite. Estaban hechas desdeun ángulo superior directo, ya que la cámara está en el espacio. Nos servían perfectamente parareconocer las siluetas de los aviones, pero viendo sólo la forma de las alas no podía estar segurode si se trataba de dos Cessna 172 o de 152. No importaba. De nuevo, la idea de volver a volarme hacía sentir bien. John y yo continuamos nuestro viaje hacia el aeródromo de Eagle Lake. Eranlas 7.00 de la tarde cuando lo olimos: no era el hedor a carne podrida; lo que la brisa arrastrabaera el familiar aroma del agua de un lago. Cuando coronamos la siguiente colina, una granextensión de agua apareció ante nosotros.

Según el mapa, Eagle Lake no era muy grande. Parecía que nos diese la bienvenida, aunquetras nuestra experiencia en los muelles, sólo Dios sabía qué podía estar acechando en susprofundidades. Estábamos cerca del aeródromo, pero antes tendríamos que encontrar un lugar enel que guarecernos antes de que anocheciera. En el otro lado del lago había una carretera; saquélos prismáticos y vi que había un enorme autobús de línea de acero, en la cuneta, junto con otrosvehículos más pequeños.

Contemplé el autobús durante varios minutos y me cercioré de que no se producía ningúnmovimiento en el interior ni a su alrededor. Le pasé los prismáticos a John, que hizo lo mismo queyo. Con mucho cuidado, bordeamos el lago por el camino más corto, que nos llevaba hasta lacarretera. El sol descendía peligrosamente cuando llegamos a los dos carriles. Había muchoscoches abandonados, pero no se produjo ningún movimiento de no muertos. Sabía que estaban alláfuera, pero no podía verlos. Mantuvimos nuestras armas preparadas mientras rodeábamos elautobús. No queríamos arriesgarnos. Clavé una rodilla en el suelo, apoyé el arma de forma queapuntase hacia fuera y le susurré a John que se aupase sobre mis hombros y mirase el interior delautobús, para asegurarnos.

Tras repetir lo mismo en intervalos de un metro hasta llegar a la cola del vehículo, nos dimospor satisfechos. Estaba vacío. Y nosotros, nerviosos. No es que me muriese de ganas de volver aver a uno de esos hijos de puta podridos, pero estaba seguro de que tarde o temprano duranteaquella expedición, sucedería. Me acerqué a la puerta del autobús, que se abrió con muchafacilidad. La barra de cierre no estaba en el asiento del conductor, las llaves estaban en elcontacto. La batería no debía de funcionar ya, pero no me importaba: aquello era sólo un hoteldonde pasar la noche.

Subí al autobús, con prudencia. John me siguió. Cerramos la pesada puerta de acero y cristal ycolocamos la barra de cierre en su sitio, de manera que resultaba imposible abrirla desde elexterior. Los pelos de la nuca se me erizaron al vislumbrar algo en el hueco que quedaba ante losasientos del fondo. Había un brazo humano tirado en el pasillo. Por lo que parecía, estaba en unavanzado estado de descomposición.

John se quedó atrás, vigilando el perímetro del autobús mientras yo comprobaba aqueldespojo. Con el arma en ristre, me acerqué a la cola del autobús. Cuando llevaba avanzados dostercios, pude confirmar que el brazo era tan sólo eso, un brazo. Me puse los guantes de Nomex,abrí poco a poco una ventanilla y tiré aquella extremidad, tan sólo un hueso con algunos jirones decarne encima. Parecía como si alguien se hubiera limpiado el culo en los asientos del fondo; pero

no, era sólo sangre seca. Le comuniqué a John por señas que todo iba bien. Empezamos a montarel campamento en silencio, después de que yo hubiese comprobado dos veces que bajo losasientos no había nada.

Llevaba dos paquetes de pilas AA para las gafas de visión nocturna, pero había decididoracionarlas, por lo que sólo me las ponía cuando era del todo necesario. Aquella noche sin luna lapasé sumido en la más completa oscuridad. John y yo hablamos en susurros y planificamos quéharíamos al día siguiente. El aeródromo no aparecía en el mapa de carreteras. Tendríamos queextrapolar su localización en la carta de navegación aérea que había traído conmigo. El mapa y lacarta estaban dibujados a escalas distintas; nos iba a llevar bastante tiempo encontrar el puntoexacto en el que se encontraba el aeródromo.

Aquella noche me dormí con el repiqueteo de la lluvia sobre el techo de acero de fondo. Yaeran las 3.00 de la madrugada cuando me despertó el ruido de los truenos y, el destello de losrelámpagos. Me froté los ojos, recobré la consciencia y miré afuera a través de los cristalessemitintados de las ventanillas del autobús. Los rayos eran cada vez más frecuentes; qué bien queestábamos bajo techo. Otro destello; pude ver una silueta humana a sólo 20 metros. Ésta era unade esas ocasiones en las que es del todo necesario, por lo que me coloqué rápidamente las gafasde visión nocturna. No era humana: era un cadáver solitario que vagaba con una mochila a laespalda. Podía ver los huesos de los pómulos que sobresalían entre la cuarteada piel del rostro dela criatura, mientras ésta se movía arriba y abajo. La mochila era de esas que no sólo se cuelgande los hombros, sino que también se aseguran con una correa que cruza el pecho, para que no semueva al caminar. Los dientes de la criatura eran visibles en una sonrisa eterna; el agua goteabade aquel cuerpo sin vida.

No podía vernos. John seguía dormido. No quise molestarlo. En poco tiempo el vagabundopasó de largo, hacia la oscuridad de la noche tejana, hacia su siguiente parada.

La mañana del día siguiente, el día 17, guardamos con rapidez todas nuestras cosas yempezamos a salir. Antes de abrir la puerta, le pedí a John que me cubriese mientras yo intentabaencender el motor del autobús, sólo por curiosidad. Es cierto que eso causaría ruido, pero queríacomprobar si la batería seguía funcionando tantos meses después. Giré la llave y apreté el starter.Ningún ruido. Estaba más muerto que el vagabundo de la noche anterior. Nos marchamos a buscarel aeródromo.

Tras un par de horas de búsqueda, encontramos las pistas de aterrizaje. No estaban muy lejosde la carretera principal. Tenían el mismo aspecto que habíamos apreciado en la fotografía, asíque estábamos casi seguros de que estábamos en el campo adecuado. A lo lejos, distinguía lasformas de los dos aviones aparcados cerca de la torre. Con cuidado, nos acercamos al perímetrodel aeródromo; nos deteníamos a escuchar a intervalos regulares. La verja no estaba rematada dealambre de espino. Trepamos con facilidad y entramos en el recinto. Teníamos ante nosotros unavista de cientos de metros; no había ningún movimiento. Por el momento, nos sentíamos seguros.

Esta zona parecía totalmente desprovista de cualquier actividad de no muertos. Era conscientede que la I-10 estaba sólo unos kilómetros al norte de nuestra posición, y que las fotos de satélitenos habían indicado que había una gran población de no muertos en la zona. Tal vez se reunían enla I-10, de la misma forma que las gotas de agua se ven atraídas entre sí. O tal vez era el ruido queellos mismos hacían. Podía ser cosa de mi imaginación, pero en ocasiones creí oír el ya familiar y

macabro sonido, que el viento arrastraba desde la distancia.Mi preocupación principal eran los dos aviones. Nos acercamos a la torre, con los ojos

clavados en los dos aparatos, los dos aparcados muy juntos uno del otro. Uno de ellos era un 172;el otro un 152, el tipo de Cessna menos potente. No era un experto en repararlos, pero desdedonde me encontraba me parecía que los dos estaban en un estado de conservación decente. Volvía sacar los prismáticos para poder examinar el perímetro desde nuestra situación, un pocoelevada. Me intimidaban un poco las ventanas tintadas de la torre, ya que no podía distinguir sihabía alguna criatura allá arriba enseñándonos los dientes. Pero teníamos que acercarnos, porquetendríamos que pasar la noche del día 17 refugiados en el interior de la torre.

John y yo avanzamos hasta la puerta de entrada de la torre. El me cubría las espaldas mientrasyo accionaba con mucha prudencia el pomo de acero de la puerta. En el interior estaba oscuro.Encendí la linterna que llevaba mi fusil y empecé a comprobar la escalera. No había restos desangre, no había señales de lucha. La torre estaba abandonada.

Cuando empezamos a ascender por la escalera, la sensación de miedo empezó aabandonarnos. La planta superior estaba vacía. Encontrarnos dentro de otra torre de control nostrajo recuerdos de nuestra primera huida. Parecía que hubiesen pasado años. No habíaelectricidad, aunque en el hangar estaba encendida una luz exterior. Debía de tratarse de undiferencial activado. No me preocupé en descubrir qué era.

Lo siguiente que teníamos que hacer era registrar los hangares, donde seguramenteencontraríamos las herramientas y los materiales que necesitábamos. Eran casi las 14.00 horas, yhacía un día muy caluroso. Con la tranquilidad asentada en nuestros cuerpos, John y yo nosacercamos con despreocupación al primer hangar. Le pedí a John que me cubriese y abrí la puerta.Nuestra actitud displicente estuvo a punto de matarnos.

Un cadáver podrido vestido con un mono blanco y una camiseta interior nos embistió en elmismo umbral de la puerta; blandía unas tijeras de podar en la mano izquierda. Parecía que notenía ni idea de que las podía usar como un arma cuando atacó a John e ignoró casi por completomi presencia. La criatura se desplazó con rapidez, entre tambaleos, y cayó encima de John,chasqueando sus dientes cariados. Las tijeras rasgaron la mejilla de John. Oí el ruido de algo másque se movía en el interior del hangar. Aparté la criatura de encima de John de una patada y mevolví enseguida, para estar de cara a la puerta abierta, sumida en la oscuridad. Creía que Johnestaba bien, pero había quedado inconsciente al caer al suelo. La criatura que había alejado deJohn tenía ahora otro objetivo… Yo.

Cargó de nuevo contra mí, con su lento bamboleo. Era demasiado tarde; en el tiempo quereaccioné al familiar barboteo que emitía, ya me había clavado sin advertirlo las tijeras de podarentre las costillas. Me di la vuelta, encendido de rabia. Le pegué una patada en el pecho que leenvió al suelo, al lado de John, le apunté entre los ojos y lo neutralicé. El cerebro desparramado,antes de quedar cubierto por una capa de tierra, se me antojó una coliflor azul. Las tijeras seguíanen manos de la criatura; supongo que debían de llevar allí meses. Ahora seguirían con él toda laeternidad.

Me arrodillé al lado de John y le pegué un par de cachetes en la cara. Me quedaron las manosempapadas de su sangre. Aunque mi herida era peor que la suya, él sangraba más. Comprobé lastijeras; aparte de por nuestra sangre, parecían secas. Un sonido proveniente del hangar me recordó

que había otra amenaza con la que tendría que enfrentarme. No podía dejar a John ahí,inconsciente.

Le golpeé el rostro hasta que se despertó. Le ayudé a ponerse en pie, y le pedí que vigilase anuestro alrededor. La luz que había visto la noche anterior en el hangar estaba situada encima dela puerta abierta. A ambos lados de la puerta que yo había abierto, había dos enormes persianasde hangar. Mi idea era penetrar en el edificio y poner en marcha el interruptor de las persianas,para que el interior quedase bañado de luz del sol.

Cuando crucé el umbral, vislumbré a uno de ellos. No tenía otra opción; tenía que acabar conél. La luz de la linterna acoplada al cañón me mostró a algunos más. La luz era brillante, y grabó afuego la imagen de seis cadáveres más en el fondo de mi retina. Estiré el brazo, en busca de uninterruptor, y lo accioné. Nada. Intenté con el que había debajo y empecé a oír el familiar rugidode una puerta de garaje al moverse.

Avancé hacia la puerta, le di la espalda a John y apunté con el arma hacia delante, hacia laoscuridad del hangar. Miré detrás de mí, y vi a un John con aspecto mareado, que se apoyabasobre su fusil. Le grité que se reuniese conmigo. Había llegado la temporada de caza. Preparé elfusil y esperé a que el primero se acercase. El que estaba más cerca fue el que inauguró la lista.Lo maté de un solo disparo. Los siguientes lo siguieron, excitados porque veían comida porprimera vez en meses. Intentaban cazarme con sus brazos extendidos. John intentaba dispararcontra ellos, pero fallaba cada vez que apretaba el gatillo. Me cargué a la mayoría de un solo tiro,pero contra dos de ellos fallé en dos ocasiones. La última criatura se desplomó a sólo un metro demis pies.

En los muelles de carga y en el suelo ante el hangar había ocho no muertos… muertos. Loshabía matado a todos. Comprobé el cargador y lo reemplacé por uno nuevo. John recobraba lacompostura, y la hemorragia de la mejilla parecía haberse detenido. Me hizo un gesto con lacabeza, para asegurarme que ya se encontraba mejor, e indicar que necesitábamos apartar aquelloscadáveres de la vista; los muertos no eran los únicos que debían de haber escuchado los disparos.Los dos sabíamos en qué pensaba el otro: en las cruces.

Arrastramos los cadáveres hasta un rincón del hangar; las tijeras de podar acompañaron a supropietario. Rebuscamos durante unos minutos por el interior del edificio hasta encontrar una lonaazul que nos permitiría disimular la presencia de aquellas endemoniadas criaturas. Me olvidé porcompleto de mi herida hasta que John encontró un botiquín de primeros auxilios colocado sobre unextintor.

Usé la navaja para hacer saltar el cierre y empecé a sacar lo que necesitaba: el yodo, elesparadrapo y las gasas. Desabroché la cremallera de mi traje de vuelo y me lo bajé hasta lacintura. La sangre, oscura, manchaba la camiseta de color verde que llevaba. Me daba miedolevantar aquella prenda… Poco a poco, deslicé la tela por encima de las costillas, y pude apreciarque no estaba tan mal, pero que necesitaba primeros auxilios. Agité el bote de yodo, lo abrí y loapliqué directamente sobre la herida. Estaba frío y escocía un poco. El yodo tintó la piel de colornaranja brillante. Coloqué una gasa sobre la herida y la sujeté con esparadrapo a mi caja torácica.

A continuación, comprobamos la valla y descubrimos que en la distancia se había reunido unpequeño grupo de tres no muertos. El sonido de los disparos les había atraído. Estaban demasiadolejos para poder vernos, pero era perturbador saber que estaban allí, saber que reaccionarían ante

cualquier sonido que produjésemos.Tras encontrar los artilugios que necesitábamos, la sierra de arco, llaves inglesas, un sifón

para combustible y una vieja chaqueta de cuero, empecé a examinar los libros que tenían en elarchivo del hangar. Había sobre todo listas de comprobación del Cessna, algunas de fechasantiguas, pero me servían igual en la situación en la que nos encontrábamos. Hice otro hallazgoimportante: un manual de mantenimiento que incluía indicaciones sobre los Cessna 172 y los 152.John y yo recogimos nuestro botín y nos encaminamos a los aviones; yo enseguida empecé acomprobar todos los elementos de la lista, para decidir si el aparato seguía estando operativo.

Tardé unos minutos en acabar, pero tras intentar tres veces encender el motor, el propulsor sepuso en marcha y cobró vida entre toses. Puse todos los sistemas en funcionamiento y comprobé elcombustible. Se encontraba a la mitad de su capacidad, lo que se traducía en un vuelo de doshoras. Calculé que el Hotel 23 debía de estar a unos veinticinco minutos, por lo que elcombustible no era problema… no como el creciente número de no muertos en la parte exterior dela alambrada. Apagué el motor, y volvimos al hangar a buscar una lata, para llenarla concombustible del 152 y llenar el depósito del 172. Tras la verja se habían reunido ya diez seres.No intentaban entrar, pero deambulaban alrededor de la zona, atraídos por los sonidos de losdisparos y del motor del aparato.

John y yo cogimos la lata y nos dedicamos a llevar a cabo la tediosa tarea de extraer con elsistema de sifón ochenta y tres litros de combustible para acabar de llenar el otro aparato. Cuandollevábamos unos setenta y cinco litros, el 152 estaba seco. Vaya. Hice unos cálculos mentalesrápidos, y llegué a la conclusión de que podíamos contar con apenas tres horas y cuarenta y cincominutos de vuelo, antes de que el avión cayese del cielo. Cargamos los asientos traseros con todonuestro equipo. Yo llené todos los recovecos de la carlinga con todo lo que cupo. También meadjudiqué un poco de aceite para aviones que encontré en el hangar de mantenimiento; nunca sesabe si podría ser útil.

Como últimos preparativos, saqué la batería del 152 y la coloqué entre el montón de vituallasdel asiento trasero. Llevábamos mucho peso encima, pero yo ya tenía experiencia y en estaocasión tenía una pista de despegue real, no un camino de tierra. Se hacía tarde. Había sólo treceseres en la verja, por lo que dudaba que lograsen atravesarla. Cuando realizamos las últimaspreparaciones en el avión, escuchamos el eco de unos disparos realizados con metralletas a lolejos. Al oír este nuevo sonido, la mayoría de las criaturas abandonaron la valla y empezaron atambalearse hacia allí.

¿Quién era? No había forma de saberlo. Lo peor, y seguramente sería lo peor, serían loscabrones pirados que habían crucificado a los pobres hijoputas en el campo a unos kilómetros alnorte de Hotel 23. Dejamos preparado todo lo que pudimos, y nos retiramos a la torre de controlpara pasar una noche de sueño intranquilo.

Me desperté a la mañana siguiente con un dolor penetrante en las costillas. La cara de Johntenía mucho mejor aspecto, pero mi herida se infectaba. La volví a limpiar y me puse un vendajenuevo. Hasta las 10.00 de la mañana no me sentí con fuerzas para abandonar la torre. No habíarastro de los no muertos en la verja, pero no oímos ningún disparo más, como la noche anterior.Ahora teníamos un problema. Íbamos a volar de vuelta con el avión y aterrizar en la zona dehierba que había junto al Hotel 23, ¿saldríamos del aparato y lograríamos saltar la valla antes de

que se nos zamparan?Le dimos vueltas al problema durante unas horas, hasta decidir que lo mejor sería realizar el

trayecto de noche, y usar las gafas de visión nocturna para mejorar nuestras posibilidades de salirairosos. Yo seguía preocupado por el fuerte ruido del motor que los atraería hasta nuestraposición, fuese de día o de noche. Fue entonces cuando John me sugirió: «¿No se puede aterrizarcon el motor apagado?». Me reí de aquella idea, y le respondí que no lo sabía; nunca habíaintentado aterrizar con el motor apagado excepto en misiones de entrenamiento con la situacióncontrolada por completo. Pensé en ello durante un buen rato, hasta decidir que sí podría funcionar.

Esperamos con paciencia a que cayera la noche. No fue hasta las 8.50 del día 18 de abril quedecidimos que había llegado la hora de volver a casa. Aquella noche, mientras guardábamos lossacos de dormir y el resto del equipo que habíamos rescatado de la torre dentro del avión,volvimos a oír disparos. Esta vez sonaban cerca, mucho más cerca. En medio de las ráfagas, nospareció escuchar también el ronroneo de motores de coche. Saltamos en el interior, nos ajustamoslos cinturones del arnés, y decidimos llevar nuestros culos de vuelta a casa. No me costaría mucholocalizar el Hotel 23 gracias a las cámaras de seguridad. Con las gafas de visión nocturna, eracapaz de localizar cualquier cosa que brillase con la frecuencia de infrarrojos, como si fuesenfaros.

Le habíamos pedido a William que se asegurase de que las cámaras estuviesen encendidas yen frecuencia de infrarrojos antes de acostarse cada noche. Serviría de sistema de seguridad,nuestro rastro de miguitas de pan que nos llevaría de vuelta a casa. Hice que el avión rodase porla pista y evité pasar por el punto que enciende las luces de aterrizaje. No encendí tampoco losfaros estroboscópicos; no podíamos encender nada que revelase nuestra posición.

Mientras colocaba el morro de la nave en la línea central de la pista, pude ver unas formas decolor verde granulado; eran figuras humanas reunidas al otro lado de la verja. Ni John ni yoqueríamos quedarnos a averiguar si eran amigos o enemigos. Solté los frenos y cuando elindicador anunció que habíamos llegado a los cincuenta nudos de velocidad, elevé el morro;volábamos de nuevo. Con ayuda de la carta de navegación aérea, dirigí el aparato en dirección alHotel 23.

Cuando llegamos al extremo de la pista, vi unos destellos provenientes del morro de unaametralladora bajo nosotros, en el suelo. No tenía ni idea de si disparaban contra nosotros o de sise defendían. Volví a pensar en las cruces mientras yo viraba hacia nuestro hogar.

No pasó mucho tiempo antes de que localizara el brillo de las cámaras de seguridad con lasgafas de visión nocturna. Sobrevolé la zona en círculo para orientarme, ascendí hasta 760 metros yempecé a realizar el acercamiento circular. A regañadientes, apagué el motor; íbamos a acabar enel suelo, lo quisiéramos o no. No sabía cómo volver a encender el motor en el aire. Era un billetesólo de ida hacia el nivel del mar. El ala derecha estaba colocada en paralelo con la verja oeste,con las dos cámaras de la esquina oeste. Seguí controlando el altímetro y la velocidad. Ochentanudos, 450 metros.

Tracé un nuevo círculo, esta vez con un ángulo de ataque más agudo, porque nosencontrábamos a demasiada altura. Disminuí la elevación, y me coloqué en posición de últimaaproximación a 180 metros. Caíamos más rápido de lo que consideraba tranquilizador. Veía elH23 tras mi ala izquierda. Las gafas de visión nocturna eran una mierda para lograr una buena

percepción de la profundidad, así que tenía que vigilar constantemente el altímetro. Lo coloqué enel nivel del mar antes de despegar. Noventa, setenta, cincuenta… Setenta nudos…

Cuando estábamos a tres metros, enderecé el aparato para suavizar el aterrizaje. El propulsortodavía expulsaba aire cuando el tren de aterrizaje topó con el suelo; la rueda delantera enseguidatocó tierra. Fue un topetazo terrible, y todos los objetos sueltos en la cabina saltaron por los aires.Mantuve el avión derecho mientras apretaba lo que quedaba de los frenos hidráulicos para reducirnuestra velocidad.

Los frenos hidráulicos no funcionan muy bien con el motor apagado. No me podría haberimportado menos el equipo que dejábamos atrás. Lo único que me llevé del avión fue el fusil, yabandoné el aparato en medio del campo mientras corría hacia la alambrada con John pisándomelos talones.

John tecleó el código de acceso. El chasquido metálico indicó que la puerta estaba abierta.Atravesamos la verja, cerramos la puerta tras nosotros… Por fin estábamos a salvo. Atravesé laescotilla y caí rendido entre los brazos de Tara, que observaba con ojos preocupados mi ropaempapada en sangre. He estado dormido casi toda la mañana, y después Jan se ha ocupado de misheridas. Le ha parecido una buena idea coser el corte, y ha reabierto la herida de forma abrupta.La ha limpiado y a continuación ha empezado a coserla. Aunque me dolía horrores, no me hequejado. Simplemente me he tomado unos tragos de ron que tenía el capitán Baker.

21 de abril.21:18 h.

Hemos pasado el día camuflando el avión con arbustos y hierba, y transportando los nuevossuministros desde el aparato hasta el H23. John comprueba activamente las fotos para determinarla identidad de las personas que nos atacaron desde el suelo. Tara ha estado muy pegada a mídesde que hemos vuelto. Mañana intentaremos acceder al arsenal con la sierra de arco.

24 de abril.20:41 h.

En el hotel está todo en silencio. Mi infección del pecho está remitiendo. Me pica, meescuece; siento el dolor habitual de una infección grave. Jan me ha contado que me quitará lospuntos en una semana. Por desgracia para mí, usó hilo de costura normal. En la mañana del día 22,William, John y yo hicimos turnos para serrar el enorme candado del arsenal de acero. Yo medediqué a ello diez minutos, como los otros dos.

Aplicamos algo de lubricante en la sierra para evitar que se calentase y que las puntas de losdientes se mellasen. Tardamos casi una hora en cortarlo. En mi mente, casi esperaba que unabandada de cadáveres saliese de dentro del arsenal en cuanto abriésemos la puerta.

Pero no fue el caso. Tuvimos suerte. El interior del armario contenía un alijo de armas

militares de pequeño tamaño. Había cinco M-16, uno de ellos equipado con un lanzagranadas M-203. Como no me he entrenado como soldado de infantería, tengo que investigar cómo se usanantes de intentar lanzar una granada con ese artilugio.

Dentro de nuestro pequeño cofre del tesoro encontramos dos pistolas Remington 870,modificadas por los militares, y cuatro Berettas M-9. Cuando empezamos a transportar las armasdesde sus colgadores hasta la sala de control, descubrí otro fusil, casi escondido en el fondo delarsenal, tras las cajas de munición. Volví al interior del armario para ver de qué se trataba. Estabaa punto de agarrar un arma rusa en un arsenal de un silo de misiles de Estados Unidos. Si no fuesepor la inscripción que estaba gravada en el arma, siempre le habría dado vueltas a qué estabahaciendo allí ese fusil.

En inglés (y algo de ruso) habían escrito lo siguiente:

Para el coronel James Butler, USAF.Guerra Fría 1945-1989.Dimitre Nikolaevich.

No me costó mucho hacer una suposición más o menos decente sobre lo que hacía aquellaarma aquí. Aunque mis conocimientos de ruso están un tanto oxidados, y siempre fueron bastantepedestres, he reconocido la palabra polkovnik, «coronel». También sé que voyna significa«guerra», y como se considera oficialmente que la Guerra Fría terminó en 1989, khalodny tieneque ser «fría» en ruso. Este AK-47 ruso debía de ser un regalo de buena voluntad de un militar deuna superpotencia en declive al coronel Butler. Claro que no tengo ni idea de quién era Butler,pero es de suponer que había estado al mando de este puesto durante la Guerra Fría, y que habíaconocido a su adversario antes de la caída de la URSS.

Me pregunté qué debía de haberle regalado el coronel Butler a su camarada Nikolaevich.Nunca sabré la respuesta. El arma parecía estar en un estado excelente. Decidí llevármela a midormitorio como un suvenir… Un suvenir mucho más útil que un vaso de chupito.

Ahora estamos bien armados y tenemos al menos un arma militar para cada uno de nosotros.Por desgracia, las mujeres no saben cómo utilizar ninguna de ellas; deberíamos arreglarlo lo antesposible. John y yo volvimos a salir para camuflar mejor el avión.

Ahora casi tienes que tropezarte con él para encontrarlo. John sigue ocupado intentandoaveriguar cómo funcionan los distintos mecanismos del complejo. Todavía oímos el ruidointermitente que surge de algún lugar de las instalaciones, aunque los dos seguimos intentandoaislar la fuente. Tras examinar literalmente docenas de fotos, hemos sido incapaces de encontrarningún rastro de nuestro(s) atacante(s) de la otra noche.

Me pregunto si será lo suficiente bueno para localizarnos, si sigue la dirección general en quese desplazaba el avión. Si hubiese encendido los faros estroboscópicos y las luces de despeguenos habrían abatido a tiros, estoy seguro. Hubiese sido fácil alcanzar un objetivo iluminado; quiendisparaba sólo apuntaba en la dirección en que oía el motor.

Hacemos turnos a intervalos regulares para comprobar las cámaras; John cree que debe de

haber un sensor que si se acciona correctamente, hace que la cámara siga cualquier movimientoque haya en el exterior. Ahora me pondré a limpiar las armas.

26 de abril.19:54 h.

Me ha llevado bastante tiempo, pero por fin he acabado de limpiar todas las armas que lonecesitaban. No me importaría conseguir algo de munición para el AK-47, ya que necesita uncalibre distinto que su equivalente nacional, el M-16. Ayer pasé el día enseñando a Tara y a Jan acargar, a apuntar y a ajustar el disparo al viento con los fusiles. Me parece que son habilidadesmuy necesarias hoy en día.

En un momento de aburrimiento, John y yo nos hemos dedicado a sacarle fotos a Houston. Nologramos localizar ningún superviviente. Hubo un momento en que creímos haber descubierto unapista bastante buena, ya que en el techo de uno de los edificios más altos ondeaba una banderabastante tosca en la que se leía simplemente «SOCORRO». Hasta que John no disminuyó ladistancia, no descubrimos que los no muertos ya les habían socorrido suficiente. Había unoscuatro deambulando por encima del tejado; lo más seguro es que fueran los mismos cuatro quehicieron la bandera.

También hemos estudiado los manuales de los generadores diesel del complejo. En la sala degeneradores, fuera de la vista, hay unas baterías grandes en las que no nos habíamos fijado antes.Al examinarlas de cerca, nos hemos dado cuenta de que los pilotos de estado de la batería estabanen rojo, no en verde.

John y yo hemos intentado descubrir qué significaba que las luces estuviesen en rojo; lasbaterías han perdido su carga a causa de la falta de cuidados. Hemos practicado la secuencia deencendido varias veces antes de realizar la secuencia real. Hasta que el sonido no ha sido tanfuerte que John y yo hemos tenido que gritar para poder escucharnos no nos hemos dado cuenta delas implicaciones de nuestras acciones. Hemos corrido hacia la sala de control y hemos encendidoenseguida la cámara que enfoca a las puertas principales.

Seguían allí; parecía que no habían reaccionado al sonido. No había mucha distancia entre lasala de generadores y la de control. No sonaba muy fuerte, pero sí se podía oír el zumbido regulardel motor. Satisfechos por no haber desencadenado un infierno sobres nosotros, hemos vuelto a lasala de generadores para seguir examinando los indicadores de las baterías. Poco a poco,cambiaban hacia el color verde. Han pasado sólo dos horas antes de que se cargarancompletamente, y los hemos apagado. La energía principal, milagrosamente, sigue aguantando.

En el fondo de mi mente, aún pienso en lo que significa en realidad el destello de un disparoen el cañón de un arma. ¿Por qué alguien dispararía contra otro superviviente humano, a menosque él intentase hacerle daño? No sé qué alegría puede encontrar otro humano en matar a unapersona en un mundo como éste. Creo que he cubierto mi cupo de asesinatos en el tiempotranscurrido desde enero, sin embargo, no he tenido que apuntar mi arma contra un ser humano. Ala luz de los últimos acontecimientos, seguramente esto va a cambiar.

AMIGOS29 de abril.23:05 h.

Estos últimos días no han pasado demasiadas cosas. He comprobado las cámaras de seguridad aintervalos regulares por si se producían movimientos irregulares entre las filas de los no muertos.Me parece que los cadáveres que están ante las puertas de acceso me serán de utilidad: meadvertirán si alguien vivo se acerca. Los considero como mi alarma de las puertas principales.Teniendo en cuenta la posible amenaza de seres humanos que nos puedan agredir, hemos pasadoun rato comprobando la seguridad física del campamento. Nos hemos asegurado de trabar laescotilla de acceso al silo, para que nadie pueda descender por el pozo como hicimos nosotros.Todavía no hemos logrado cerrar las compuertas exteriores. John cree que hay una especie demecanismo de seguridad colocado, para asegurarse de que nadie pudiera abortar un lanzamientocon un gesto tan sencillo como cerrar las compuertas.

Hay retazos, fragmentos del mundo antiguo que no dejan de inundar mi mente. No estoy segurodel destino de mis amigos. No puedo olvidar sus nombres; les echo de menos. Uno de mis amigoshabía fundado su propia empresa; era un hombre de negocios de mucho éxito. Tenía esposa ehijos. Estábamos muy unidos. Una parte de mi mente desea que Craig siga vivo, que su familiahaya sobrevivido, aunque otra parte de mi mente lo que desea es que su muerte fuese rápida; creoque los que murieron rápido fueron los afortunados. Mi amigo Mike se había mudado a NuevaYork para ir a la escuela de cocina.

Irónicamente, la bomba que le mató se lanzó desde el Hotel 23. Estas instalaciones fueron elreemplazo de los bombarderos desertores. Creo que preferiría morir bajo un destello de calor queser despedazado por las manos de doce millones de no muertos. Duncan era un gandul profesionalque no creía en la necesidad de trabajar a jornada completa. Supongo que era el que mejor habíacomprendido la vida; en lugar de pasar sus últimos días como un hámster en su rueda, continuócon su mantra de ser simplemente Duncan.

30 de abril.20:10 h.

Hace una hora he oído un golpe sordo y fuerte que llegaba desde algún punto del complejo.Después de comprobar el interior de las instalaciones, no hemos podido encontrar su origen.

23:42 h.

Oigo golpes repetidos, extraños, en el interior. John y yo vamos a comprobar las cámaras de

seguridad.

VERDAD Y CONSECUENCIAS1 de mayo.14:24 h.

No dejo de repetir en mi mente el sonido que oí anoche. Parecía surgir del interior del complejo,pero tras realizar una concienzuda inspección de todos los rincones, no encontramos nada. Estamañana eso ha cambiado. Empezamos al oír un golpeteo intermitente, fuertes porrazos, queprovenían de nuevo del interior de las instalaciones. Hemos comprobado, otra vez, las cámaraspara asegurarnos. «¿Por qué no las miramos todas, por si acaso?», ha sugerido John después demeditar durante un minuto. Yo me he mostrado de acuerdo y hemos empezado a pasar las imágenesde todas las cámaras del interior del complejo.

Todas las imágenes parecían despejadas, hasta que hemos activado la cámara del silo demisiles. El lanzamiento debió de enturbiar la lente, porque la imagen no se veía muy clara. John haintentado activar el modo nocturno, pero parece ser que la cámara no está diseñada para esafunción.

Hemos seguido observando. Una figura oscura, alta, se movía frente a la cámara, y, enocasiones, bloqueaba la vista. Después se han oído otra vez los ruidos. Fuera lo que fuese,golpeaba las paredes del silo. He decidido subir y mirar por el hueco de éste, aunque evitando laposibilidad de ponerme en una posición peligrosa, o letal.

He agarrado mi fusil y he empezado a ascender la escalera de la salida alternativa, la quedesemboca en el helipuerto y en el agujero del silo. El aire fresco de mayo ha entrado cuando heabierto la puerta sellada. He salido bajo la luz del sol y he ajustado mis ojos a la iluminación. Loprimero en lo que me he fijado ha sido en la puerta de la verja. No estaba cerrada. Me heacercado a ella, y he mirado si la habían forzado. No había nada mal; lo único era que había tierraen las teclas. Por la información que tenía, cualquiera de nosotros podría haberlos pulsado con lasmanos sucias, así que lo he ignorado y me he acercado al agujero que se abre en el suelo.

Con miedo a que el viento me empujase al interior del pozo, me he estirado en el suelo bocaabajo y he asomado la cabeza por el borde. He mirado al fondo y he visto por fin la fuente de losextraños ruidos que oímos ayer y esta mañana. En el fondo del silo había un miembro de la FuerzaAérea destrozado; su brazo mostraba numerosas fracturas y tenía la piel podrida atravesada porastillas de hueso. Aquella espeluznante criatura ha visto la sombra que proyectaba y ha intentadoascender hasta su cena por la escalerilla.

Casi me he reído de la criatura al verla intentar subir. Supongo que se rompió el brazo, se lodislocó con la caída. La falta de coordinación le obligaba a colocar el pie en el primer peldaño yluego volver a caer de espaldas.

Este antiguo militar no muerto iba vestido con el mismo uniforme que los dos cadáveres queencontramos cuando llegamos aquí. Si sumamos esto al hecho de que alguien ha tenido queintroducir el código de apertura, me he supuesto lo peor. Esto sugiere que estas criaturasmantienen más que sus recuerdos residuales primitivos. Este soldado debía de estar destinadoaquí, debe de hacer meses que murió… sólo para tambalearse hasta aquí esta noche y recordar

cómo teclear un código de cinco dígitos para entrar.Ahora me tocaba encargarme de él. No podía arriesgarme a disparar mi arma desde aquí

arriba, así que he decidido descender por el hueco del silo y dispararle desde la mitad delcamino. No me entusiasmaba mucho la idea, pero prefería hacerlo así que llamar la atención delegiones a las puertas del complejo.

He colgado las piernas por el borde y he empezado a descender, con el arma colgada alhombro. A medio camino me he detenido con el arma preparada. La criatura estaba rabiosa; loúnico que deseaba era que me cayese, que me rompiese las piernas… Estaría indefenso y medevoraría. Pensando más en esta criatura que en mí, he apuntado y la he destruido.

Le he comunicado a John las novedades. Estaba preocupado por la puerta de la verja, por si lacriatura la había abierto. Quiero registrarle los bolsillos, pero no estoy de humor para bajar hastaallí, así que lo dejaré abajo hasta mañana. Después lo subiré y dispondré del cadáver.

4 de mayo.21:09 h.

Hoy mi madre habría cumplido cincuenta años. He perdido toda esperanza respecto a lasupervivencia de mi familia. Hemos cambiado el código de la cerradura exterior, por si acaso seacerca otro visitante. El día después a nuestro encuentro con el amigo saltapozos, John y yodecidimos registrarle los bolsillos. No había nada… aunque sí tenía algo que me llamó laatención. En su brazo izquierdo llevaba un reloj Omega que parecía nuevo. De nada serviríadesperdiciarlo.

Su reloj estaba retrasado una hora con respecto al mío, seguramente porque la criatura ha sidoincapaz de cambiar la hora para ahorrar energía. Aparte de eso, funciona a la perfección. Esautomático y el movimiento del cadáver es lo que lo ha mantenido funcionando. Un buen hallazgo.

Esta noche aprovecharé la oscuridad para ir a comprobar el estado del avión. Hoy he jugadocon Laura, y he sacado a Annabelle a dar un paseo. Las he dejado que corriesen con libertadmientras yo reparaba la débil estacada que rodeaba las compuertas de lanzamiento. Se había caídode un lado; era donde el cadáver había tropezado.

El viento ha cambiado, y Annabelle ha podido olerlos. El pelo del lomo se le ha erizado y haempezado a ladrar. He señalado a la perra y después a Laura, para que la cogiese. Ha sidodivertido ver cómo Laura intentaba capturar a Annabelle mientras ésta se retorcía. Por hoy, ya hanestado suficiente en su mundo, supongo. Hemos vuelto al interior.

7 de mayo.20:36 h.

Aunque el sonido de la lluvia de esta tarde no se oye desde el interior del complejo, sé quellueve, igual que sé que los muertos gimen en el exterior. Los truenos y los rayos han caído cerca

de las instalaciones. Las imágenes del circuito cerrado se quiebran cada vez que un rayo golpeacerca de nosotros. Supongo que ninguna tormenta puede afectarnos aquí bajo tierra; de todosmodos, apuesto a que un tornado se cargaría la alambrada del perímetro.

Entre interferencias, hemos podido contemplar las hordas de no muertos del exterior. El vientoderriba a muchos, y otros caen a causa de los tropezones con sus colegas cadáveres. Ayer estuverevolviendo por la sala de estar, y encontré un libro de Margaret Atwood, Oryx y Crake. He leídocasi toda la noche y la mayor parte de hoy. Supongo que la situación es paralela a la que estoyviviendo yo, aunque parezca extraño. No hace falta que cuente mucho de qué va, ya que el restodel grupo seguramente también lo leerá. Supongo que es deprimente. John y yo hemos escuchadola cháchara que se oía en las radios de alta frecuencia. No es que no se escuche bien la señal, sinoque parece que las personas que hablan usan una especie de código y recortan palabras. Quéoptimista por su parte pensar que a alguien le importa una mierda.

Tara y yo hemos hecho un poco de ejercicio esta mañana: abdominales, flexiones, saltoslaterales… «No nos detendremos hasta que no se nos detenga el corazón». Esta frase despierta enmí recuerdos del instructor de los Marines, cuando estaba en la academia militar. Era todo uncabrón. Me juego lo que sea a que seguramente sigue vivo, y que se las está haciendo pasar putasa alguien.

10 de mayo.19:53 h.

Durante la noche del día 8, algo causó que los no muertos de la puerta principal del complejose alejasen durante unas horas. Los observé por las cámaras exteriores, y me fijé en que suatención estaba dividida. Sus cabezas giraban con aquella expresión familiar que indica que haycomida disponible. Los centenares que se veían en la pantalla se fundieron con la noche. No séqué es lo que perseguían. William y yo teorizamos que debía de tratarse del mismo grupo de genteque nos disparó cuando montamos en el avión. Tiene sentido que se hayan acercado a exploraresta área, sobre todo si tenemos en cuenta que es muy valiosa para refugiarse en ella.

Hemos oído más conversaciones en los canales de alta frecuencia. He logrado comprender lassiguientes palabras: banda, ofensiva y perímetro. No estoy seguro del orden en que laspronunciaron, pero pueden significar muchas cosas distintas. Ahora contamos con unos cuantosmillares de balas que encontramos en el armario del arsenal, pero no creo que podamos repeler alos intrusos si nos superan ampliamente en número. Si rompieran las defensas del complejo,podrían vencernos.

Las chicas han aprendido a apuntar con los fusiles, pero necesitarían practicar con disparos deverdad para ser al menos un poco competentes. Sería una locura hacerlo en algún lugar cercano alcomplejo, ya que lo único que lograríamos sería atraerlos a nuestra posición y sin duda nos veríanhuir a través de la verja. Comenzaré a preparar una salida con Tara y Jan para asegurarme de quepueden disparar con fusiles de asalto cuando haya llegado el momento.

He oído que Jan empezaba a enseñarle a Laura nociones básicas de matemáticas. Supongo quecomo no hay ningún colegio al que acudir no es una mala idea que Laura aprenda un poco.

Annabelle engorda a causa de la falta de ejercicio y de pienso para perros.

14 de mayo.22:09 h.

El día 11 me llevé a las chicas a una pequeña excursión. Nos alejamos un kilómetro y mediodel complejo, de manera que todavía veíamos las puertas de entrada a lo lejos. Fuimos William,Jan, Tara y yo mismo. Llevábamos a Jan y a Tara con nosotros para enseñarlas a disparar los M-16 que habíamos conseguido en el arsenal. En lugar de malgastar la munición, decidí que, parapracticar, dispararan contra los cadáveres reunidos ante las puertas principales. Avanzamos haciala entrada principal, hasta que estuvimos a unos quinientos metros, y con un campo de visiónclaro.

Yo los miraba con los prismáticos mientras William vigilaba a nuestras espaldas. Jan y Taraya habían cargado las armas, y llevaban con ellas algunos cargadores más. Había llegado elmomento de disparar de verdad las armas. Tiraron atrás los percutores; oí los chasquidos cuandolas balas entraron en la recámara. Apuntaron. Me tapé los oídos con balas de 9 mm. Como nohabía nada a lo que apuntar, simplemente dirigieron sus disparos al centro de la masa que formabala multitud. Con los prismáticos logré ver que algunos caían, mientras que otros levantaban nubesde polvo marrón en los lugares en que las balas les habían golpeado. Pero ellas no eran las únicasque habían venido a practicar. Había llegado mi turno.

William, Jan, Tara y yo esperamos a que la enorme formación de cadáveres empezara adesplazarse hacia el origen de los disparos, a que se alejaran del Hotel 23. Las chicas continuaroncargándose a algunos de los tambaleantes seres, mientras yo cargaba el M-203 que llevaba mi M-16. Nunca había disparado una granada con uno de estos cacharros, pero me había empollado elmanual en los últimos días.

Un grupo de al menos trescientos seres se abría camino hacia nuestra posición; en ocasionesuno o dos se separaba de la formación. Había un número todavía mayor tras este grupo, peroparece ser que al final también percibieron que sucedía algo y se pusieron en marcha, hacianosotros. El primer grupo estaba a unos doscientos metros cuando disparé la granada. No conocíalas características de aquella arma, así que compensé demasiado el retroceso y lancé la granadaentre el grupo de trescientos y el grupo posterior. Me cargué a seres de los dos grupos. Las chicasdisparaban, apuntando a las cabezas. William comprobaba nuestros flancos; confiaba en quenosotros éramos sus ojos delanteros.

Coloqué el segundo proyectil en el lanzagranadas. Esta vez apunté justo en el centro del grupomás cercano. La bomba explotó y envió a la mierda al menos a cincuenta. La onda expansivatumbó a la mitad; muchos de ellos volvieron a levantarse con dificultades. Ahora que conocía lasposibilidades del arma y las chicas habían adquirido experiencia real con los M-16, había llegadoel momento de volver. Desaparecimos tras la línea de árboles, trazamos un círculo, escondidospor los ramajes, y volvimos al complejo.

PROBLEMAS EN EL PARAÍSO16 de mayo.12:02 h.

Estamos asediados. Esta madrugada, alrededor de las cinco y media, he escuchado un ruido muyfuerte encima de nosotros y en minutos he vuelto a escuchar los golpes familiares, parecidos a losdel militar de las Fuerzas Aéreas que cayó en el silo abierto. He perdido la cuenta de los golpes.

Debe de haber veinte, tal vez treinta. John, Will y yo hemos corrido a la sala de control yhemos rebobinado la grabación de seguridad hasta un punto anterior al fuerte golpe. En la pantallahemos visto la fuente del ruido original. Una grúa, parecida a los camiones-grúa que se usan parallevar tractores, estaba encadenada a la alambrada donde había estado la puerta con el cerrojo delcódigo. Deduzco que el conductor había pisado a fondo por la cantidad de hierba y tierra que lasruedas levantaban. La puerta y una sección de tres metros de la verja se habían despegado delsuelo y dejaron un espacio abierto de al menos cinco metros. La grúa quedó enseguida rodeadapor no muertos, y desapareció en la noche. Vimos como los cadáveres empezaban a entrar en elperímetro, pisando la verja caída.

Volvimos a la función normal del monitor, pero no nos sirvió de nada. Vimos que cincohombres colocaban sacos de patatas, o algo parecido, sobre las cámaras. ¿Por qué no lasdestruían? La única que queda es la de la entrada principal. Supongo que o bien no la han visto ola cantidad de población de no muertos es tan densa que no pueden acceder a ella. Oímos sonidosintermitentes desde arriba, pero no tenemos forma de saber qué planean.

Mi teoría es que si abrimos las puertas de entrada al silo, nos encontraremos con un pequeñoejército de cadáveres retorcidos con los que enfrentarnos. Incluso ahora no paro de oír el ruido desus porrazos, ahogados por la distancia.

Quieren escapar de su prisión cilíndrica. Bueno, eso no es del todo cierto; lo único quequieren es otra cosa.

También me he planteado los motivos por los que no han destrozado la verja atravesándoladirectamente con la grúa. Habría sido más seguro que tener que salir del vehículo y atar unacadena a la valla y a la grúa… a menos que intenten hacer el menor daño posible al complejo.John se encarga de la cámara principal.

Ha visto vehículos desplazándose por detrás de la masa de cadáveres, pero cuando entrancompletamente en plano, vuelven a desaparecer por el camino de entrada al complejo, en el quenos encontramos. Ha contado un total de seis vehículos, sin la grúa. Amanece. Por ahora, todo estáen silencio. Será un día muy largo.

20:18 h.

No sé cómo no se nos ha ocurrido antes. Han colocado sacos sobre las cámaras, no las han

desconectado. John ha cambiado el modo de funcionamiento y las ha colocado en visión térmica,de forma que podemos ver todos los movimientos humanos a través de los sacos de arpilleracomo si no estuviesen. Hemos saltado de una cámara a otra y contado la cantidad de gente quehay. El brillo naranja y rojo rodea los varios vehículos de su grupo.

También hemos visto muchos disparos. Cuando abren fuego, a través de la cámara térmicavemos un destello brillante en los cañones. Esas armas no parecen militares; creo que sonescopetas de caza.

Siguen moviéndose, alejando a los muertos de la zona y después vuelven. Supongo que nopueden quedarse en un solo sitio, a causa de la gran cantidad de cadáveres vivientes que pueblanel área. Parece que sistemáticamente los alejan de aquí. Parece bastante ingenioso; supongo quehan sobrevivido gracias a este método.

Apostaría que nos han observado durante días; tal vez hasta estuvieran allá fuera cuandosalimos a probar las armas. No hemos escuchado ninguna herramienta cortante, nada que indiqueque intentan abrirse paso al interior del complejo. La cámara principal aún funciona a laperfección, y en la función de visión nocturna muestra una zona de aparcamiento vacía.

Estos merodeadores han conseguido despejar el acceso principal, pero no puedo saber si nosacechan en la oscuridad, para matarnos a la primera oportunidad que tengan. He colocado la orejasobre la escotilla de acero del silo. He oído cómo se mueven, cómo gimen, cómo golpean lasparedes desde el otro lado.

EL ENGAÑO DE JOHN19 de mayo.19:32 h.

La noche del día 17 efectuaron su asalto. Estábamos observándolos a través de las cámarastérmicas y de la cámara descubierta de la entrada principal cuando sucedió. Trajeron montones decadáveres al agujero de lanzamiento, al mismo punto en el que muchos de los no muertos yahabían caído. La pantalla de la cámara térmica más cercana al silo enseguida se pusocompletamente blanca. Yo puse una mano enguantada sobre la escotilla de acceso al silo. Lapuerta era maciza, resistente, pero al otro lado había fuego. Estaban incinerando a los no muertosen el pozo. Querían bajar, y yo estaba justo detrás de la puerta.

Teníamos que trazar un plan. John me contó lo que había visto en la pantalla, justo antes deque todo se volviese blanco: cuatro hombres transportaban una caja grande a través de la secciónderruida de la alambrada. Debía de tratarse de una herramienta para cortar. En las veinticuatrohoras anteriores, la noche del dieciséis al diecisiete había observado que usaban aquella táctica,parecida a la de un pastor, para controlar a los no muertos.

Con su convoy habían traído un tanque de gasolina de dieciocho ruedas. Esto lo vimos con lasimágenes vía satélite, antes de que se nublase el día. Ahora estimaba que ya debían de ser unoscincuenta hombres, con unos veinte vehículos.

Comprobamos la radio por si recibíamos alguna información. Oíamos a la perfección cómo secomunicaban. El código que usaban sonaba muy familiar, igual que el que habíamos escuchadohacía un par de semanas. Pero podía haber sido chino… Ya no importaba. A juzgar por lasimágenes térmicas, el incendio todavía no se había apagado. Tenía que encontrar una forma desubir sin que me descubrieran, y desorientarlos de forma que tuvieran que acabar rindiéndose.Necesitábamos colaborar todos para salir de esta situación.

Este era mi plan: le enseñé a Jan cómo lanzarles un mensaje a los merodeadores con la radio auna hora determinada. La llamada serviría para informarles de que se trataba de una base oficialdel gobierno, y de que había más de cien soldados, todos armados. Si no se retiraban, lossoldados serían autorizados a defenderse usando fuerza letal. Tenía que emitir la llamada por lafrecuencia de los merodeadores exactamente cuarenta y cinco minutos después de que nosotrossaliésemos del complejo.

John y yo recordamos el día en que llegamos al Hotel 23. Habíamos dormido en una pequeñaárea, cercada por una valla metálica, que también tenía dentro una especie de hueco. En los díasque habíamos pasado desde que descubrimos este refugio, John, Will y yo habíamos averiguadoque se trataba de una salida de emergencia, diseñada por si el resto de accesos quedabanneutralizados. Estaba bastante alejada de las compuertas del silo y de la entrada principal, así queteníamos bastantes oportunidades de que no se dieran cuenta de nuestros movimientos.

Las chicas se armaron con los fusiles y las pistolas. Les enseñé cómo debían usar una pistolaen un área forrada de acero; si la apuntaban hacia el suelo, a unos 45 grados, los proyectiles delcalibre .12 rebotarían y destruirían cualquier elemento que estuviese delante de ellas, en el

pasillo. Me enseñaron esta táctica en un entrenamiento antiterrorista; servía para detener a losterroristas que hubiesen invadido barcos americanos. Con esta estrategia ni tan siquiera tenías quever a tu objetivo.

Cogí el M-16 con el lanzagranadas M-203, toda la munición que podía llegar a necesitar, unamanta y mis gafas de visión nocturna. John también agarró los M-16, dos pistolas M-9 y losprismáticos. Nos dirigimos a la salida de emergencia, que estaba aproximadamente a quinientosmetros de distancia, descendiendo por un túnel oscuro.

Algunas de las bombillas que iluminaban el corredor se habían fundido, y tenía que cambiarconstantemente a la visión nocturna para mostrar el camino hacia la escotilla a John y a Will. Lamano de John permanecía en mi hombro cuando los guiaba por la oscuridad. Olía el miedo en elaire. Todos estábamos asustados. Ninguno de nosotros deseaba tener que matar a otro ser humano,pero nuestra supervivencia estaba en juego.

No podíamos arriesgarnos con los que nos deseaban mal. Llegamos a la escotilla. Jan empezóla cuenta atrás en aquellos momentos. Comprobé la hora. Eran las 21.55, y ella realizó latransmisión a las 22.40 h. No podíamos arriesgarnos a abrir la pesada escotilla con el motorhidráulico, pero parecía que todo lo que había en las instalaciones tenía un plan B. Con sesenta ydos giros de la rueda de apertura manual, logramos abrir medio metro la escotilla. No había luna;la noche estaba nublada. A lo lejos percibía la luz que emitía el fuego del silo, que se veía porencima de la colina que había al lado de la valla tras la que nos encontrábamos.

Saltamos la alambrada juntos, con ayuda de la manta que había traído conmigo. Ya estábamosal otro lado. No había movimiento de no muertos a nuestro alrededor a ese lado de la valla.Ascendimos agachados por el terraplén, para igualar nuestro punto de vista con el de losbandidos. Allá estaban. Con ayuda de los prismáticos, los conté. Había cuarenta y cinco. Muchosde los vehículos que conducían parecían bastante caros. Había Landrovers y Hummers completos.Estaban reunidos junto a la valla, cerca de los vehículos y el tanque de gasolina que usaban pararellenar sus dinosaurios.

En ese punto estaba desesperado. Nos superaban en número y si había un tiroteo, estaba claroque perderíamos. Lo único que podíamos hacer era esperar al mensaje de Jan y desear que se lotragasen. Eran ya las 22.15 h… Oía cómo hablaban. Me puse las gafas de visión nocturna paracomprobar las áreas más oscuras que había tras el fuego del silo. Era irónico que pudiese ver lossacos de patatas iluminados por las luces infrarrojas de las cámaras que cubrían. Los sacosparecían una versión verde de las antiguas lámparas de acampada que usaban propano y un fondode tela para generar luz.

Eran ya las 22.35. Cada minuto se me antojaba una hora. En cinco minutos sabríamos a quénos enfrentábamos. Los maleantes iban vestidos con téjanos o con pantalones de camuflaje.Muchos parecían gordos, en poca forma, y las panzas les colgaban por encima del cinturón. Noimportaba; no hay que estar muy delgado para apretar un gatillo y acertar a tu objetivo.

Vamos, ya las 22.40. Comprobé mi reloj y le hice un gesto con la cabeza a John y a Will, parapedirles que se quedasen muy callados. No había señal de que hubiesen escuchado el mensaje deJan. Y entonces llegó. Algunos del grupo sisearon un familiar «SHHH» al unísono, ordenandomantener silencio. Y entonces alguien soltó una carcajada, y otro grito: «¡JÓDETE, PUTA! ¡LOQUE TÚ TIENES LO QUEREMOS NOSOTROS!». Rieron, soltaron tacos y dispararon hacia el

cielo nocturno.Tuve que agarrar a William del brazo para evitar que se pusiese en pie de la rabia. Las llamas

se extinguían, y ya no veía las puntas a medida que desaparecían tras las compuertas del silo. Senos acababa el tiempo. Con ayuda de los prismáticos, vi cómo introducían un artilugio cortante opara soldar. Aquellos hombres nos querían ver muertos.

Era una cuestión de supervivencia del más fuerte. Tomé la decisión. En lugar de esperar a quenos superaran en número en el interior de las instalaciones, decidí golpearlos cuando todavíaestaban juntos. Y esta decisión me atormentará para siempre. Les ordené a John y a Will quemantuvieran la cabeza gacha mientras cargaba el lanzagranadas que llevaba con el M-16. Sabíaque estaba muy lejos del tanque de combustible. Ajusté la mirilla para un objetivo a cien metros.Lo medité durante un instante, ponderé mi decisión. No quedaba tiempo para pensar. No quedabatiempo para dudar… Y apreté el gatillo.

La granada silbó al volar por el aire en dirección al tanque de combustible. Aterrizó a dos otres metros del centro del camión y detonó, lanzando centenares de astillas de metralla queatravesaron la piel de metal que rodeaba los miles de litros de gasolina. Y se produjo una enormeexplosión. No recuerdo lo que sucedió después.

Lo siguiente que recuerdo es a John y a William haciendo turnos para intentar reanimarme enla base de la alambrada. Después descubrí que la onda expansiva me lanzó diez metros haciaatrás, y aterricé en la base de la valla. Tuve suerte al golpear la sección central de la verja y nouno de los postes o el alambre de espino.

He estado en cama desde ese día, recuperándome de las quemaduras y de una probableconmoción cerebral, según Jan. John y William me llevaron de vuelta al centro de mando yllamaron por radio al resto de los merodeadores. Supongo que estaban fuera, pastoreando a loscadáveres andantes. John emitió el siguiente mensaje en todas las frecuencias disponibles:

«Para el grupo rebelde que recientemente ha llevado a cabo actividades hostiles contralas instalaciones militares del gobierno: les advertimos que hemos desplegado cuatrohelicópteros Apache para neutralizar todas las fuerzas hostiles de las cercanías. Cualquierhostilidad adicional por su parte se contrarrestará con la extinción total de su facción».

John ha repetido el mensaje durante media hora. Hasta ahora no hemos recibido ningunarespuesta a la advertencia. Sólo espero que el engaño de John funcione. Tal vez hemos ganado labatalla por el Hotel 23, pero si una fuerza similar decidiera atacarnos ahora, no lograríamos salirde ésta. De todas formas, después de matar a casi cincuenta personas, ya tengo bastantesproblemas por los que preocuparme. De alguna forma me alegro de haberme quedadoinconsciente, al borde de la muerte; al menos no he tenido que oír sus gritos.

POSTFACIOGracias por adentraros conmigo en el mundo de los no muertos; espero que hayáis disfrutado

leyendo Diario de una invasión zombi tanto como yo he disfrutado escribiéndolo. Éste no es elfinal de la historia; os aseguro que volveréis a saber del superviviente del Hotel 23. Aunque laGuerra contra el Terrorismo ocupa casi todo mi tiempo, todavía encuentro momentos parasumergirme en la mente de un hombre que huye, atrapado en un mundo muerto. Se lo debo alpersonaje, y a los seguidores de la novela.

Habrá una segunda parte.

Cerrad bien todas las puertas.

J. L. BOURNE. Es conocido por sus historias sobre zombis con toques realistas, como su novelaDiario de una invasión zombi. Es un marine estadounidense desplegado en una zona en conflictoque empezó a escribir en su blog este relato de zombis clásico a modo de entretenimiento. Nacidoen un pequeño pueblo en la zona rural de Arkansas, J. L. Bourne maneja su tiempo entre susdeberes como oficial militar en servicio activo y creador del día a día universo Armagedón. J. L.Bourne en la actualidad reside en el área de Washington DC.

Notas

[1] La carta, por si no se puede leer, dice: 12 de febrero. Queridísima Claudia. Te quiero tanto. Séque estás en el cielo observándome, y que sabes todo el dolor que siento. Aunque sé que no erestú la que está en el sótano, no he logrado obligarme a hacerlo. Por favor, perdóname por no(ilegible) haberte dejado descansar en paz. Soy un cobarde. Que dios me perdone por lo que voy ahacer. Siempre te querré. Frank. (Nota del digitalizador). <<