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2|2010 3 Ketzalcalli UN ESTUDIO SOBRE EL CULTO A LA MUERTE EN EL SURESTE DE YUCATÁN: TICUL Y CHICHANHÁ EN EL SIGLO XIX Juan Manuel Espinosa Sánchez Universidad de Quintana Roo, México [Ketzalcalli 2|2010: 3–20] Resumen: Acercarnos a la historia del sur de Quintana Roo en la segunda mitad del siglo XIX es impredecible por la falta de fuentes escritas y tene- mos que reconstruir parte de su historia con indicios arquitectónicos o in- clusive de osamentas humanas como es el caso de Chichanhá que esta su- mido en la selva. Esta población abandonada por la destrucción de la cual fue objeto durante la Guerra de Castas esconde su respectiva iglesia arrui- nada por el tiempo y posiblemente incendiada según los restos de hollín que se observa en sus muros y que contienen osamentas en los nichos de la sacristía. Así como en la ceiba existe restos humanos que se localiza en el ábside de la construcción religiosa. Los mayas en el siglo XIX a sus muertos que eran extraídos de su tumba pasado un tiempo y el esqueleto era depositado en una caja y en un costa- do de la iglesia como es el caso de Ticul, por lo que tenemos una tradición en el culto a los muertos en la península de Yucatán. Y se refleja en la abandonada iglesia de Chichanhá que fue de tradición indígena maya y su culto funerario. Palabras clave: Costumbre funeraria, mayas, Tankuinche, Ticul, Chichan- há, franciscanos “[A Mercedes] la enterraron en una cripta familiar, sobre cuyo frontispi- cio sobresalía una estilizada virgen en mármol […] Esperaron a que el cortejo se fuera del sitio para acercarse ellos. Ya habían cerrado la cripta y sólo vie- ron en uno de los niveles la laja de cemento clausuradora, con los bordes frescos de la mezcla reciente. Vigil metió la mano por un cristal roto y trató varias veces de acertar con un clavel sobre la tumba”. Héctor Aguilar Camín (2003: 572–573) PREÁMBULO En el presente trabajo abordaremos el desarrollo histórico de las costumbres funerarias en la península de Yucatán tomando como ejemplo Chichanhá fundado por los españoles en el primer tercio del siglo XVII y que esta ubicado en el sur del actual estado de Quintana

UN ESTUDIO SOBRE EL CULTO A LA MUERTE EN EL SURESTE …ketzalcalli.com/pdfs/Ketzi2010_2_Articulos/Ketzalcalli-2010-2... · 255–258) y se convirtió en el último reducto español

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2|2010 3

Ketzalcalli

UN ESTUDIO SOBRE EL CULTO A LA MUERTE

EN EL SURESTE DE YUCATÁN: TICUL Y

CHICHANHÁ EN EL SIGLO XIX

Juan Manuel Espinosa Sánchez

Universidad de Quintana Roo, México

[Ketzalcalli 2|2010: 3–20]

Resumen: Acercarnos a la historia del sur de Quintana Roo en la segunda

mitad del siglo XIX es impredecible por la falta de fuentes escritas y tene-

mos que reconstruir parte de su historia con indicios arquitectónicos o in-

clusive de osamentas humanas como es el caso de Chichanhá que esta su-

mido en la selva. Esta población abandonada por la destrucción de la cual

fue objeto durante la Guerra de Castas esconde su respectiva iglesia arrui-

nada por el tiempo y posiblemente incendiada según los restos de hollín

que se observa en sus muros y que contienen osamentas en los nichos de la

sacristía. Así como en la ceiba existe restos humanos que se localiza en el

ábside de la construcción religiosa.

Los mayas en el siglo XIX a sus muertos que eran extraídos de su tumba

pasado un tiempo y el esqueleto era depositado en una caja y en un costa-

do de la iglesia como es el caso de Ticul, por lo que tenemos una tradición

en el culto a los muertos en la península de Yucatán. Y se refleja en la

abandonada iglesia de Chichanhá que fue de tradición indígena maya y su

culto funerario.

Palabras clave: Costumbre funeraria, mayas, Tankuinche, Ticul, Chichan-

há, franciscanos

“[A Mercedes] la enterraron en una cripta familiar, sobre cuyo frontispi-

cio sobresalía una estilizada virgen en mármol […] Esperaron a que el cortejo

se fuera del sitio para acercarse ellos. Ya habían cerrado la cripta y sólo vie-

ron en uno de los niveles la laja de cemento clausuradora, con los bordes

frescos de la mezcla reciente. Vigil metió la mano por un cristal roto y trató

varias veces de acertar con un clavel sobre la tumba”.

Héctor Aguilar Camín (2003: 572–573)

PREÁMBULO En el presente trabajo abordaremos el desarrollo histórico de las costumbres funerarias en

la península de Yucatán tomando como ejemplo Chichanhá fundado por los españoles en

el primer tercio del siglo XVII y que esta ubicado en el sur del actual estado de Quintana

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Roo, cuya urbe esta al interior de la jungla y sólo quedan restos de su iglesia–convento,

aun se conservan dos habitaciones fuera del recinto religioso y una red hidráulica. Además

se hallaron osamentas humanas en los nichos de la sacristía de la respectiva iglesia y de la

ceiba localizada atrás del ábside respectivamente.

MAPA: Península de Yucatán actualmente, mostrando los lugares

mencionados en el texto.

Elaborado por Alexander Voss, 2010

Chichanhá fue abandonado a mediados del siglo XIX en la época de la Guerra de Cas-

tas y no se volvió a repoblar, la naturaleza hizo su labor cubriendo la arquitectura civil y

religiosa. Una situación difícil para explicar que hacen estas osamentas ubicadas en estos

dos lugares ya mencionados1.

Al realizar la lectura de John L. Stephens Viaje a Yucatán 1841–1842, nos menciona

los poblados que visito por ejemplo en la hacienda de Tankuinche cerca de las ruinas de

Uxmal y en la iglesia de Ticul, relata las costumbres funerarias de estos sitios. Principal-

mente en Ticul donde se extraían los restos humanos de sus fosas del campo santo de la

iglesia, para volver utilizar la fosa con otro cadáver. La osamenta se colocaba en nichos y

se grababa el nombre de la persona o la osamenta era llevada al osario. No se puede gene-

ralizar que esta práctica también se llevó en toda la región maya de la península sin funda-

mentación.

Ticul y Tankuinche están al norte de la península yucateca y Chichanhá en la parte sur

–oriental de la misma, bastante retirado cerca de la frontera con Belice y río Hondo.

¿Cómo interpretar estas similitudes de costumbres funerarias entre Ticul y Tankuinche ex-

plicadas por John L. Stephens, con respecto a Chichanhá que no tiene fuentes para estu-

diar las osamentas halladas en los nichos de la su iglesia y en la ceiba?

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Con tal finalidad utilizare la metodología “intrarregional” (Young 1991: 113–117;

González 2003: 37) para analizar las costumbres funerarias de Ticul y Tankuinche ubica-

das al norte de Yucatán y Chichanhá localizado en la parte suroriental de la misma penín-

sula. Utilizaremos a la microhistoria para estudiar a los mayas y sus costumbres funerarias

en estas tres poblaciones a mediados del siglo XIX (Paz 1991: 471–479).

En Chichanhá su archivo parroquial y su acervo municipal no existen, las fuentes docu-

mentales antes de la Guerra de Castas sobre este poblado son casi inexistentes, por lo que

hay que acercarse a las obras históricas relacionadas con la península de Yucatán a las

ciencias auxiliares de la historia como a la antropología, a la religión católica, a la religión

maya y a la arqueología. Los restos de la iglesia–convento, casas civiles y la red hidráulica,

son mudos testigos de una población abandonada en la selva. La construcción histórica se

vuelve difícil para estudiar el desarrollo de la historia religiosa relacionada con el culto a la

muerte en Chichanhá (O´Gorman 2007: 16 y 43).

El historiador tiene las opciones de estudiar el tiempo y el espacio de las sociedades

del pasado, a la vez de limitar el campo de análisis y establecer conclusiones en Ticul,

Tankuincke y Chichanhá en donde existen rasgos similares de ritos funerarios pero en Ti-

cul solamente se hicieron inscripciones en las calaveras a mediados del siglo XIX. Además

existe una coexistencia e interacción de la sociedad histórica investigada en su culto fune-

rario y dar una interpretación ante el problema de las osamentas de Chichanhá. Ante esta

CROQUIS: Convento–iglesia Chichanhá

Elaborado por Celcar López Rivero, 2010

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situación es acercarnos al mundo de la religión católica y maya; de creencias mágicas o de

la cosmovisión maya ante la muerte y la visión teológica católica ante el deceso (Vilar

2001: 32–35). Los mayas ante la imposición de la religión cristiana establecida por los

ibéricos en la conquista del Nuevo Mundo en el siglo XVI.

CHICHANHÁ: UN PUEBLO DE INDIOS OLVIDADO Con la llegada de los españoles en la península de Yucatán en el siglo XVI inicio una avan-

zada de conquista de la espada y la cruz hacia los mayas itzaes, con la firme intención de

apoderarse de sus territorios. Los conquistadores fundaron varias ciudades a saber: Cam-

peche en 1540 por Francisco de Montejo, “el Mozo”, Mérida en 1542 por Francisco de

Montejo, “el Mozo”, Valladolid, Yucatán, en 1543 por Francisco de Montejo “el sobrino” y

Salamanca de Bacalar en 1544 por Melchor Pacheco. En donde los franciscanos realizaron

la evangelización y llevaron a cabo juicios inquisitoriales contra mayas por idolatría como

sucedió con fray Diego de Landa en Maní en 1562 lo que evidencia un proceso largo de

conquista espiritual para atraer a los indígenas a la nueva religión católica (Okoshi 2003:

85–95).

Foto 1: Altar y Nichos de la Iglesia de Chichanhá

Fotografía de Irazú Sarabia y Jorge Gamboa, 2010

Los franciscanos tuvieron un papel importante al fundar aproximadamente en 1687, el

pueblo de indios de Chichanhá, dado que para estas fechas Bacalar estaba deshabitado a

partir del año de 1642 (Caso 2005: 4). Chichanhá era un pueblo de indios (Jones 1990:

255–258) y se convirtió en el último reducto español en el sureste novohispano alejado de

la costa en plena selva y además se convirtió en el bastión religioso católico contra la ido-

latría de los mayas y la herejía protestante de los ingleses.

En Chichanhá los franciscanos fundaron una iglesia y conjuntamente con la corona es-

pañola trataron de mantener un control espiritual, militar, político, económico y social, pa-

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ra destruir el mundo indígena maya con su cosmovisión diferente al mundo occidental

proveniente del otro lado del Atlántico, con la implementación de iglesias para celebrar la

liturgia, así como la encomienda, el repartimiento y la creación de la república de indios,

para mantener o implementar la economía mundial “capitalista” y devastar el mundo de la

América indígena.

Los misioneros franciscanos tienen una actitud de preservar la fe católica, la Santísima

Trinidad, la vida, la muerte y su visión de entender al mundo para adoctrinar a los mayas

en esta región fronteriza teniendo como santa patrona a Nuestra Señora del Rosario y por

su lejanía la construcción de una iglesia fue de gran valor estratégico dado que funcionó

como hospital, posiblemente como almacén de granos y como campo santo2. Chichanhá

estuvo ubicada en una zona de guerra constante contra los mayas y por su cercanía con

los ingleses ubicados en el actual Belice (A.G.N., Cárceles y Presidios, v. 10, exp. 2, f.

8v. )3, en los siglos XVII y XVIII.

Foto 2: Atrio y Arco de la Portada de la Iglesia de Chichanhá.

Fotografía de Irazú Sarabia y Jorge Gamboa, 2010

Pero Chichanhá en su época de fundación fue la “avanzada mundial” del Estado espa-

ñol y de la iglesia católica para defender la fe católica ante los mayas sublevados y los

herejes ingleses. Y su creación, asimismo se debió para controlar a los indígenas mediante

la sujeción de una república de indios, cuya historia hay que rescatar por su importancia

estratégica ubicada al interior de la selva, de difícil acceso, por lo que es también llevar la

urbanización europea diferente a la urbanización maya: construcción de iglesias ante pirá-

mides.

Los mayas nunca se rindieron por el avance de conquista de los españoles en los tres

siglos que duró la época de la Colonia, los itzaes se sublevaron en distintas ocasiones con-

tra el yugo de los hispánicos y después de que México obtuvo su Independencia los indíge-

nas siguieron luchando contra los blancos, por su territorio (Aznar 2000b: 43–68).

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En el siglo XIX con la Guerra de Castas, la situación de Chichanhá fue aun más impor-

tante para los mayas rebeldes por el intercambio en la compra de armamento con los in-

gleses en el siglo XIX. En febrero de 1851, el gobierno de Yucatán firmó un tratado de

Paz y el poblado de Chichanhá aceptó firmar el convenio. Los cruzoob atacaron y contro-

laron a Bacalar y aniquilaron a los soldados y a la población civil el 21 de febrero de 1858,

y en 1863 Chichanhá es abandonado por los fuertes ataques de los indígenas sublevados.

Los sobrevivientes dejaron esta población y se refugiaron en Icaenché ubicada hacia el sur

de la referida urbe destruida y cerca de la frontera con Belice (Careaga 1998: 31, 43 y 51;

Reed 2007: 51 y 188).

La población de Chichanhá hoy día esta al interior de la selva abandonado y de difícil

acceso a dos horas y media de Chetumal y aun se conserva la iglesia. Pero su bóveda esta

destruida aun se observa hollín en sus muros cuya edificación religiosa se localiza en me-

dio de la espesura de jungla. Además es importante mencionar que en el interior de la sa-

cristía se encuentran osamentas humanas en los nichos y cerca de la sacristía se halla el

árbol de la ceiba4 ahuecado y en su interior hay esqueletos humanos y una mandíbula, por

lo que en la cosmovisión maya representaban trofeos de guerra los cráneos (Ruz 1991:

201 y 209). En ambos casos son restos humanos “desarticulados” y agrupados en masa

(Chase y Chase 2005: 256 y 259). Siguiendo el diario de John L. Stephens que lleva por

titulo Viaje a Yucatán 1841–1842, nos indica que en los poblados que visito por ejemplo

en la hacienda de Tankuinche cerca de Uxmal. En el camposanto de la referida hacienda

se depositaban los restos de una persona recién fallecida en su sepulcro.

Pero los indígenas extraían osamentas humanas antes de inhumar el cuerpo de una

persona fallecida y esos restos humanos eran depositados en un osario (Stephens 2003:

144–153). Esta práctica fue llevada a cabo en la península yucateca y en Chichanhá no

fue la excepción. Chichanhá aun se conserva intacto para estudios arquelógicos–historicos

inmerso en la selva del sur de Quintana Roo.

JOHN LLOYD STEPHENS Y SU ESTUDIO FUNERARIO EN YUCATÁN John L. Stephens nos describe en su Diario del viaje en la península de Yucatán entre los

años de 1841–1842, en la búsqueda de las pirámides mayas en un territorio con la espe-

sura de la selva tropical de Yucatán de difícil acceso y la mayoría de la población son indí-

genas mayas que hablan su lengua de sus ancestros. Stephens se enfermo de malaria en

Uxmal sitio arqueológico situado a 75 km, de Mérida lugar con un clima insalubre para ex-

ploradores extranjeros (Fogan 1984: 158–199). Con estas salvedades Stephens nos descri-

bió en su respectivo escrito el culto funerario en la hacienda de Tankuinche. El cuerpo de

la persona difunta era llevado a la iglesia de la citada hacienda para celebrar misa de cuer-

po presente y posteriormente llevarlo al camposanto.

El cementerio estaba corta distancia del casco de la hacienda, en un claro y era un

“cuadrado y ceñido” estaba rodeado por piedras. Los indígenas se ocupan en cavar las

tumbas del lugar, en los sepulcros había cruces de madera colocadas en sus cabeceras.

Además había una albarrada aproximadamente de cuatro pies de “elevación” y era el osa-

rio, los indígenas depositaban los restos humanos que extraían de la tumbas para dejarlas

libres y sepultar otros cadáveres humanos.

Un dato interesante que los cuerpos inhumados no estaban en un féretro, al respecto

John L. Stephens nos comenta (Stephens: 2003: 150):

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“Para cavar una sepultura los indios emplean la barreta y el machete, ex-

trayendo la tierra suelta con las manos. Durante la obra, escuché el estriden-

te sonido de la barreta que rompía algo de poca resistencia: era que había

atravesado de medio a una calavera humana. Uno de los indios la extrajo con

sus propias manos, y después de haberla todos examinando y hecho sus co-

mentarios se la pasaron al mayoral, quien me la dio luego. Ellos sabían cuya

era la tal calavera. Pertenecía a una mujer que había nacido y crecido en

aquella pequeña comunidad, en el seno de la cual había muerto y sido ente-

rrada en la última seca, poco más de un año antes. Colocó la calavera en el

harnero y los indios extrajeron los brazos, canillas y demás huesos menores.

En la parte posterior e inferior de las costillas existían todavía fragmentos de

carne pero secos ya adheridos al hueso, todo lo cual fue reunido y llevado al

harnero con mucha decencia y respeto”5.

Por lo que se observa en este párrafo que se hacia con las osamentas después de reti-

rarlas de la tumba, lo que da pauta para preguntarnos si ¿el cementerio esta sobresatura-

do? Al desenterrar un cadáver en poco tiempo y depositarlo en un osario, para esta época

esta prohibida la cremación por parte de la iglesia católica con su teología acerca de la re-

surrección de Jesús y el juicio final entre los creyentes católicos. Ante “la muerte biológi-

ca, física y psíquica; la muerte de Jesús promete una resurrección general”, es decir un

Cristo revivido es la fe cristiana el que crea en el Cristo vivirá. Lo cual manifiesta la iglesia

en su liturgia. Jesús muere por nuestros pecados y resucita para “una nueva vida de

fe” (Carse 1987: 260–262). Con esta visión teológica de la muerte y el poder político de

la propia iglesia en conservar en sus atrios y al interior de sus propios templos los cadáve-

res de sus fieles en sus propios sepulcros. Por lo que tenemos, una estructura de iglesia,

convento, huerto y cementerio como es el caso que veremos a continuación.

Como veremos más adelante con otro ejemplo en el cementerio de Ticul6, los restos

humanos una vez desenterrados de sus fosas eran depositados al interior de un osario, en

la segunda mitad del siglo XIX. Además estaríamos haciendo otra pregunta, ¿durante el

proceso de desenterrar los restos humanos, los cuales no tienen un féretro o cajón de ma-

dera se hace sin ningún cuidado, por la mortandad de epidemias que existieron en la épo-

ca estaríamos hablando de un foco de infección? Cómo saber si estas personas que mani-

pulaban la fosa para extraer los huesos humanos se contagiaron por bacterias que posible-

mente provocaron la muerte por epidemia a las clases sociales consideradas pobres

(Thomas 1993: 300) y que el mal se propagara, como pueden ser las enfermedades infec-

ciosas como el cólera o la fiebre amarilla, entre otras. Teniendo en cuenta que para la épo-

ca se desconocía los microbios como agentes portadores de muerte, que se alojan en la

sangre, en la piel, en los órganos humanos para provocar un contagio, la enfermedad y el

deceso de las personas que contarían una infección mortal para la época (Carrillo 2001:

23–27; Bustamante 1982: 425–480). Así como la muerte por enfermedades parasitarias o

por hambre, o por la Guerra de Castas. Pero si es evidente que no había medidas higiéni-

cas para desenterrar las osamentas humanas.

En el cementerio de la hacienda de Tankuinche posiblemente existió esa saturación pa-

ra desenterrar osamentas para que fueran ocupadas esas sepulturas por otro cadáver

humano como nos narra a continuación Stephens (2003: 151–152):

“Los indios trabajaban tan a espacio como si estuvieran cavando su propia se-

pultura, y al cabo se presentó el marido de la difunta aparentemente para en-

terrarla. Traía descubierta la cabeza: su negro cabello le caía sobre los ojos y,

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vestido como estaba con una camisa limpia de franela azul, parecía lo que

era en la realidad: uno de los hombres más respetables de la hacienda. In-

clinándose a un lado de la sepultura, tomó dos varillas de madera, por ventu-

ra puestas allí con aquel objeto, y con la una midió lo largo y con la otra lo

ancho de la fosa. Verificó esto con frialdad, y la expresión de su fisonomía en

aquel momento era de aquella estólida e inflexible especie que no permite

formar idea alguna de los sentimientos de otro; […] Según las medidas, la se-

pultura no era suficiente grande, y el marido se situó al pie de ella mientras

que los indios la extendían más [el enterramiento]. El cuerpo no tenía ataúd,

pero estaba envuelto de pies a cabeza en una manta azul con bordados ama-

rillos. La cabeza iba descubierta y los pies quedaban de fuera llevando un par

de zapatos de cuero y medias blancas de algodón, regalo tal vez de su marido

al volver de algún viaje a Mérida, que la pobre mujer jamás usó en vida y que

el marido pensó hacerle un gran honor enterrándola con tal regalo.

Los indios pasaron unas cuerdas por debajo del cuerpo y lo hicieron bajar

a la sepultura, mientras el marido mismo sostenía la cabeza. Era de buena ta-

lla y según su fisonomía tendría unos veintitrés o veinticuatro años […] al

abrirse la manta apareció bajo de ella un vestido blanco de algodón; los bra-

zos que para conducir mejor el cadáver vinieron cruzados sobre el pecho,

fueron extendidos a los lados del cuerpo que se envolvió de nuevo en la man-

ta. El marido […] hecho un puño de tierra sobre la cara, los indios llenaron la

sepultura y todos se retiraron”.

El marido que lleva al camposanto el cuerpo inerte de su esposa para su última morada y

el ser amado es “una cosa sagrada” y dejar a un lado lo que produce la consternación del

cadáver que al tercer día cuando viene la descomposición del cuerpo y el hedor de los ma-

los olores, por el amor de sus familiares y como la mujer indígena es vestida con sus mejo-

res ropas y le cuidan mucho su cabeza, en su la sepultura, el cadáver conserva sus vestidu-

ras (Thomas 1993: 302–303 y 320). Stephens nos presenta una riqueza “cultural” relacio-

nada con el culto funerario lo que permite un análisis en estudios arqueológicos, forenses

e históricos, relacionados con la región yucateca. En razón que un cuerpo inhumado con

sus vestidos y reliquias nos puede conducir a que capa social a la cuál perteneció el difun-

to. Stephens observa su entorno y da su visión que es importante, pero falta si el cuerpo

llevaba una insigne religiosa como escapulario. Pero si es un hecho inobjetable la falta de

tumbas para respetar el sepulcro de los muertos y llevar sus restos al osario que para la

época era un harnero o el interior de la ceiba. Lo que nos llevaría a un crecimiento de la

población en un medio rural agrícola o las epidemias que asolaron el siglo XIX mexicano

aniquilaba poblaciones y se necesitaba de espacios en los cementerios para depositar los

cuerpos de los cadáveres y en este medio agrícola donde no hay industria, no hay un desa-

rrollo económico en las haciendas en donde perdura la pobreza (Harris y Ross 1999: 128–

129) en la población indígena.

John L. Stephens (2003: 164, 172–179.) menciona que en Ticul7 había una iglesia–

convento que es una obra de los sacerdotes franciscanos, en el interior del templo en una

de las paredes había los restos depositados de una mujer con la inscripción que falleció el

“29 de noviembre del año de 1830” pero nuestra respectiva fuente no nos indica el nom-

bre de la difunta. Posteriormente Stephens menciona lo siguiente:

“Uno de los altares estaba decorado de calaveras y canillas, y en la parte pos-

terior de la iglesia había un vasto harnero cercado de una elevada pared lleno

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de huesos y calaveras que, después de disolverse la carne, se extraían de los

sepulcros en el cementerio de la iglesia y se arrojaban allí […] El camposanto

estaba cercado de una alta muralla. No carecía en el interior de cierto plan y

arreglo y en algunos sitios se veían sobresalir ciertas tumbas pertenecientes a

las familias del pueblo, decoradas con marchitas guirnaldas y ofrendas piado-

sas. La población tributaria de este cementerio era de cinco mil personas y

ya ofrecía triste y sombrío espectáculo sin embargo de haber cinco años ape-

nas que se había abierto. Había muchos sepulcros recientes y sobre algunos

de ellos se veían una calavera y una pequeña colección de huesos en una ca-

ja, o envueltos en un sudario restos de las personas enterradas allí antes y ex-

traídas después para ceder su lugar a los recién venidos. Sobre uno de esos

sepulcros vimos los fúnebres restos de una señora del pueblo, reunidos en

una canasta. Aquella dama era una antigua conocida del cura y había muerto

dos años antes. Entre los huesos veían se un par de zapatos de raso blanco,

que usó tal vez en un baile y que fueron sepultados con ella.

En un ángulo había un recinto amurallado de veinte pies de elevación y

como de treinta en cuadro, dentro del cual estaba el harnero del cementerio.

Un ramal de escaleras llevaba a la parte superior, y sobre la plataforma y a lo

largo de las paredes había calaveras y huesos, algunos en cajas y cestas, otros

envueltos en una manta de algodón, listos ya para ser arrogados al común

harnero, pero veían se aún sus letreros e inscripciones [la inscripción tenía el

nombre del difunto]. Dentro del recinto, confundidos con la tierra hasta la

profundidad de algunos pies, estaban los huesos del pobre, del rico, del gran-

de, del pequeño, hombres, mujeres, niños, españoles, mestizos e indios, to-

dos mezclados al acaso, según les llegaba su turno”8.

Los indígenas siguen costumbres funerarias cristianas, pero los mayas no cristianizados

tenían otras prácticas una de ellas era incinerar los huesos de sus muertos. Los españoles

hacen abandonar a los mayas de sus poblados y arraigarlos en sus nuevas poblaciones y

tienen sobre ellos un control, en la evangelización y cobro de tributo, por eso era impor-

tante la fe de bautizo y la fe de defunción para conocer el número de pobladores, por lo

que la iglesia llevaba este registro. Así como de enterrar en sus cementerios a los habitan-

tes del pueblo. Los mayas también tenían el hábito de sepultar en el interior de sus casas o

al interior de una pirámide, los huesos de sus antepasados en sus penates con mazorcas

(Gallegos 2001: 120–123). Los entierros pueden ser individuales, o con ofrendas anima-

les, o sencillos localizados bajo tierra sin protección que pueden ser patrones generales en

los mayas antes de la conquista española, pero se localizo la cremación de restos óseos en

Suchitepéquez en 1704, y en 1555 en Guatemala los mayas seguían sepultando a sus fami-

liares al interior de sus chozas (Ruz 1997: 227). Los mayas no hacían inscripciones en los

cráneos con sus hombres es una características de las sociedades antiguas, es decir, tienen

prohibido mencionar el nombre del muerto era una costumbre (Lévi–Strauss 1984: 286).

En cambio en las sociedades antiguas europeas los difuntos eran inhumados al interior de

las chozas de sus familiares y se escribía en nombre del fallecido en la tumba (Coulanges

1994: 6) posiblemente fue una variación a pasar al continente americano dado que sobre

las tumbas menciona Stephens sólo observo cruces, y cuando se excavo para extraer los

restos humanos como sucedió en Ticul se inscribiera el nombre del fallecido en su calavera.

Prosigamos con los comentarios que hace de la muerte el viajero Stephens todavía en

la iglesia de Ticul menciona (Stephens 2003: 267–270):

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“Junto a la iglesia y pegado al convento había un gran osario con una hilera

de calaveras al andén de los muros. Encima del pilar que servía de apoyo a la

pared de la escalera había una oquedad llena de huesos, y la cruz estaba tam-

bién coronada de calaveras. De muros adentro había una mezcla promiscua

de huesos y calaveras, de algunos pies de profundidad, y a lo largo de las pa-

redes, pendientes de ellas por mecates, metidos en cajones o cestos o ama-

rrados en un trapo, con los nombres escritos encima, estaban los huesos y

calaveras de diversas persona [había cráneos humanos con inscripciones en

el frontal, por ejemplo soy Pedro Moreno un Ave María y un Padre nuestro

por Dios Hermano] el padrecito las conocía todas: una había sido de una jo-

ven, la otra de una vieja; de un rico, la otra de una pobre; esta de una fea;

aquella de una hermosa; pero allí eran todas iguales. Todas las calaveras ten-

ían inscrito el nombre de su dueño, y todas pendían de una oración.

[Stephens le pregunto al sacerdote] porqué no dejaban descansar en paz

aquellas calaveras, y me contestó [el clérigo], y acaso es demasiado cierto,

que muy pronto se olvidaban en la tumba; que cuando se tienen siempre a la

vista, cada una con su nombre, recuerdan a los vivos la existencia pasada y

estado muerto de sus dueños, que pueden acaso hallarse en el purgatorio, e

invocan con su presencia, como una voz del mismo sepulcro, las oraciones

de sus amigos, demandan misas por el bien de sus almas […] el campo santo

era el atrio de la iglesia”9.

La referencia que nos da Stephens en su Diario de Yucatán nos brinda una práctica de vi-

da de la sociedad asociada con la muerte, los cristianos practicaron su religión católica,

para no cometer pecados, hacer penitencia y caridades; con el fin de “ir al cielo”. Además

debían testar antes de fallecer, confesar sus pecados, recibir la hostia, los santos oleos y

después de la muerte las exequias del difunto.

Posiblemente antes de fallecer un cristiano tenía que confesarse y arrepentirse de sus

pecados mediante un acto de contrición, así como de recibir la “eucaristía y la extrema

unción”, que era poner aceite consagrado en la frente del enfermo en forma de cruz y al

momento de fallecer, el sacerdote purifica alrededor de su cama con incienso y agua ben-

dita acompañado de salmos penitenciales y el clérigo decía un “ars moriendi”, que son las

virtudes religiosas de la persona difunta (Rubial 1996: 82, 487–489). La persona católica:

antes de morir pudo haber invocado a la Virgen María como su “abogada” y su hijo Jesu-

cristo como intermediario, para pedir y suplicar el perdón de los pecados, para salvar su

“alma", además de encomendarse a Dios.

El cadáver antes de ser inhumado sus familiares tenían que pagar los “derechos parro-

quiales”, para efectuar el entierro en la iglesia, sus fosas estaban en el piso, cerca del altar

y el cura encargado de la parroquia hacía el registro en un libro “mediante una numera-

ción”, esto se conoce como la fe de defunción, es decir, en el libro de defunciones u obi-

tuario en donde se anota la fe de defunción, en donde se pone el nombre completo del di-

funto y el día y el lugar, en que fue inhumado el cuerpo, la edad del finado, el nombre de

sus padres, el sitio de origen del muerto, la limosna de los deudos y la rúbrica de la perso-

na que dio fe. La fosa era variable con “paredes de tierra”; los “muros de tabique y piso de

mampostería con mezcla", y la fosa era “tapada con lajas” (Márquez 1980:29). Para las

personas que tenían que cubrir con dinero esa posibilidad eran inhumados al interior de la

iglesia, el campo santo era para el pueblo, los pobres y los indígenas.

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En la religión católica el alma sigue viva (Huizinga 1984: 194–212) y recordar a los vi-

vos que rezar era acercarse a Dios, a Jesús a la Virgen María para pedir por el alma de sus

seres queridos y asimismo por sus propios pecados.

ARQUITECTURA Y MUERTE EN CHINCHANHÁ A continuación describiremos la iglesia de Chichanhá (Espinosa 2009: 8)10, pero es impor-

tante mencionar que, en la construcción de un convento se requiere la mano de obra indí-

gena como un maestro, artesanos, canteros y carpinteros. La portada de la iglesia de Chi-

chanhá, hoy en día está destruida, posiblemente debido a la Guerra de Castas y se observa

hollín, quizás fue incendiada, se conservan las jambas y el arco. Su campanario y el rema-

te de forma triangular están arrasados, no hay columnas y tampoco pilastras, no se obser-

van nichos, por lo que es austera o sobria y tiene una planta rectangular. La iglesia tiene

una sola nave y conserva el arco en donde posiblemente estuvo el coro, al frente esta el

altar y se observa una mesa de piedra adosada al muro. Sitio en que se ofreció misas a los

feligreses principalmente a la población indígena maya y algunos españoles (Espinosa

2009: 9).

En el primer cuerpo del altar hay dos nichos vacíos, en el segundo cuerpo hay un ni-

cho donde posiblemente estuvo la virgen del Rosario y tiene un remate de forma triangu-

lar, por lo que los remates del altar y de la portada, hace suponer, que la bóveda fue de

dos aguas y de guano. Este tipo de construcción se usaba para “protegerse de las lluvias y

de los fuertes calores. Es un templo construido por sus condiciones orográficas, climáticas

e hidrográficas. En donde la mayoría de la población era maya y se conciben elementos

arquitectónicos medievales y la liturgia cristiana, esta arquitectura religiosa era una nove-

dad en plena selva (Gussinyer 2003: 558–572).

Los seráficos al llevar la advocación mariana de la virgen del Rosario a la región de los

itzaes fue con la finalidad de enseñarles a rezar el Rosario, que inicia con el Padrenuestro,

se persignan y oran, el Credo, Aves Marías y Gloria al Padre y cinco misterios “gozosos”,

el primero de ellos el anuncio del ángel a María que va a concebir a Jesús, se rezan un Pa-

drenuestro, diez Avemarías (con la meditación del misterio) y una Gloria al padre, en don-

de se reflexiona a Jesús quién perdona los pecados de la humanidad, para librar del infier-

no al hombre y con su misericordia llevar las almas al cielo (Espinosa 2009: 10). En toda

la península de Yucatán se veneró a la virgen María en su advocación de la Asunción que

será la virgen de Izamal. Un culto mariano cultivado por los seráficos y los indígenas le

rindieron veneración por sus milagros, lo que significo la devoción de la fe católica de los

mayas (Fernández & Negroe 2003: 286–293).

Retomando la parte arquitectónica de la iglesia de Chichanhá a los extremos del altar

se obtenía el acceso a la sacristía, hoy día ambas entradas están cubiertas por piedras. En

el interior de la propia sacristía, hay tres nichos que estarían ubicados en la parte trasera

del altar y en los cuales tienen estos nichos restos humanos. Hay una salida en la parte del

ábside11.

La parte arquitectónica de nuestra iglesia franciscana mencionada, del lado derecho

del ábside que es la parte trasera de la iglesia y se observa un muro, por lo que, la cons-

trucción religiosa tenía una barda. El atrio frente a la portada se ve rebasado por la selva,

inclusive al interior de la nave, la naturaleza avanzó con árboles. La iglesia como una

necrópolis y lugar sagrado para el descanso eterno de los cristianos hasta el juicio final. En

la planta y en el altar quizás perduraran osamentas humanas. El piso de la nave es de tierra.

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Las ruinas de Chichanhá existe una iglesia–convento y es importante mencionar que

en el interior de la sacristía hay osamentas humanas en los nichos y cerca de la sacristía

se halla el árbol de la ceiba ahuecado y en su interior hay esqueletos humanos y restos de

un cráneo del cual sólo queda su respectiva mandíbula (Florescano 1992: 47–53)12. ¿Qué

importancia tiene que exista una calavera en una ceiba para los mayas? Ante esta incógni-

ta trataremos de responder mediante la propuesta mitológica relacionada con las tradicio-

nes de los pueblos antiguos que explica Claude Lévi–Strauss al analizar que las aves reci-

ben nombre de “pilas humanos, [...] ama la libertad; se construye una morada en la que

vive en familia y alimenta a sus pequeños; a menudo mantiene relaciones sociales con los

demás miembros de su especie; y se comunica con ellos por medios acústicos que hacen

pensar en el lenguaje articulado.” Para Lévi–Strauss concibe el universo de las aves desde

un punto metafórico como una sociedad humana, los ejemplos pueden ser la mitología y

el folklore (Lévi–Strauus 1984: 297–298).

En la mitología maya existió una dualidad de ave–serpiente, que puede ser un quetzal y

este duplo en el mundo sagrado maya corresponde a la vida y muerte, el cielo y el infra-

mundo como se observa en el Códice Dresde, en el templo IV de Tikal, en la estela D de

Copán, en el templo de las Inscripciones de Palenque es Itzamná y su morada es el cielo y

es el creador del universo; también representa al Sol. Justamente el Sol en su forma del

dios jaguar representa al inframundo, en otras palabras es el dios de la muerte, el día y la

noche, el sol y la luna (Garza 1998: 95–103). Dentro de esta mitología aparece Xibalbá

que esta en la “región de la muerte” en el inframundo fueron sacrificados Hun Hunhpú y

Vucub Hunapú antes de sepultarlos le cortan la cabeza a Hun Hunahpú y los señores de

Xibalbá colocan la cabeza en un árbol que tiene frutas, además los objetos que cubren este

árbol son calaveras, el respectivo mito es el nacimiento, muerte y resurrección cíclica del

Sol, es decir, la “regeneración de la vida después de la muerte que simbolizan el ciclo so-

lar” (Xacur 2010: 5)13.

La dualidad vida y muerte corresponden a la primera en la existencia corporal del

humano y la segunda a la inmortalidad en el inframundo donde están los señores del

Xibalbá, lugar donde habita el dios de la muerte. En la religión maya los muertos están en

Xibalbá y los niños y los difuntos que fallecieron por ahorcamiento estarían en un sitio

donde anidaba la emisión de la vida donde había deleites y dulzura, como la sombra “de la

sagrada ceiba” (Ruz 1996: 223–224).

La ceiba esta en el centro de Chichanhá conjuntamente con la iglesia–convento, el ca-

bildo y el pozo para abastecer de agua a la urbe. La iglesia funciona como una necrópolis,

es decir un lugar donde descansan los restos humanos de los habitantes ya fallecidos del

lugar, que son mestizos, posiblemente pocos españoles e indígenas mayas.

Los huesos hallados en los nichos de la iglesia de Chichanhá representan restos huma-

nos “desarticulados” y agrupados en masa, como en los casos de la iglesia de Ticul dichas

osamentas humanas fueron desenterradas y colocadas en el interior de la iglesia de Ticul y

en su respectivo osario. Por lo que tenemos dos procesos funerarios en Chichanhá y am-

bos sagrados, así como rituales diferentes; el maya y el católico.

En la cosmovisión maya, la muerte era una “ley cíclica” y nacimiento, como las leyes

que gobiernan a la naturaleza. Mientras la muerte en la religión católica, por la ética de la

iglesia era temida en vida por los individuos que llevasen un mal comportamiento y que la

muerte los sorprendía sin confesión, su espíritu iría al infierno (Aries 1999: 35). La iglesia

estaba como una necrópolis y un lugar sagrado para el descanso eterno de los cristianos

hasta el juicio final. Chichanhá esta ubicado al interior de la selva con inclemencias de en-

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fermedades y epidemias, era una población agrícola y debió existir una alta mortandad

(Vovelle 1983: 253–255).

Los mayas practicaron un sincretismo adoraban a las deidades cristianas y conservaban

los ritos paganos por ejemplo como pedir lluvia al dios Chaac, el Huah–hi–col, para

“celebrar buenas cosechas durante el año” era lo que sucedía en la época de la conquista

española (Ramírez 2000b: 155). Aun en los levantamientos armados mayas como la tzel-

tal de 1712, la de Canek de 1761, la Guerra de Castas y en la rebelión tzotzil de 1869 sus

seguidores manifestaban a los indígenas que todos aquellos que fallecieran en combate

contra los blancos, mestizos y españoles resucitarían al tercer día resucitarían como suce-

dió con Cristo, era un “renacer sobre la tierra” con un “nuevo orden social” (Ruz 1997:

230).

REFLEXIÓN FINAL La historia de Chichanhá aun falta por escribirse, una población nacida en la época colo-

nial para contrarrestar la idolatría de los mayas itzaes que venían provenientes del norte

de Yucatán con rumbo al Petén guatemalteco. Y con la caída de Bacalar en el siglo XVII

las autoridades españolas fundaron esta población como un pueblo de indios.

Los franciscanos llevaron a cabo la construcción de una iglesia–convento con la firme

intención de llevar la cristianización a los indígenas mayas. Chichanhá esta en medio de la

selva en medio de penurias por el clima, los animales ponzoñosos, el hombre de la época

colonial se habituó a ella. Su historia colonial desaparecida no se conservan su archivo pa-

rroquial o civil por la destrucción que sufrió por la Guerra de Castas, pero se conserva la

iglesia destruida por el ardor de la batalla de los mayas sublevados que posiblemente incen-

diaron el templo aun se observan restos de hollín en las paredes del citado templo. El tiem-

po y el clima extremo de la jungla hicieron que avanzara la naturaleza al poblado cubrién-

dolo con la maleza y el camino colonial desapareció. En la estructura arquitectónica de la

iglesia, en la parte donde posiblemente era la sacristía hay nichos y están depositadas osa-

mentas humanas. Saliendo de la sacristía estaría el ábside que es la cabecera de la iglesia

con planta rectangular y a un costado un árbol de la ceiba donde hay restos humanos.

Un acercamiento a la interpretación de estas osamentas en los lugares sagrados por los

católicos y los indígenas mayas en Chichanhá fue cotejarlos con la consulta del libro de

John L. Stephens, Viaje a Yucatán 1841–1842, quien en su Diario escribió las costumbres

funerarias de la región que visitó en su viaje exploratorio para estudiar las pirámides de los

mayas.

Stephens nos describe la práctica de los ritos funerarios de Tankuinche cuya hacienda

estaba cerca de las ruinas de Uxmal y en la iglesia de Ticul, que inhumaban los cadáveres

con sus mejores ropas sin ataúd, y los esqueletos en un lapso de tiempo eran extraídos para

llevarlos al osario o depositarlos en un nicho de la iglesia en este caso la de Ticul. La tumba

se volvía ocupar con otro cuerpo humano sin vida. En Ticul a las calaveras humanas se les

agregaba la inscripción del nombre que llevaron cuando vivía el ser humano. Con estos an-

tecedentes de la fuente escrita es contrastar con los restos arquitectónicos del edificio colo-

nial la iglesia de Chichanhá y dar una explicación histórica, antropológica, arqueológica de

la religión católica y la religión maya de la existencia de osamentas humanas en la ceiba

que esta atrás del ábside y de los restos humanos que están en los nichos de la sacristía de

la iglesia de Chichanhá esperando a los estudiosos del pasado poder dar explicaciones críti-

cas y analíticas de su pasado olvidado en medio de la espesura de la jungla.

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NOTAS 1. Chichanhá desde la época colonial hasta la segunda mitad del siglo XIX era una urbe

fronteriza donde era habitual el tráfico de armas de Belice a los mayas sublevados objeto de

contiendas con los mayas pacíficos lo que provocó un desalojo de los sobrevivientes y el aban-

donó de esta ciudad. Sobre aspectos históricos de ciudades fronterizas (Childe 2002: 274).

2. En épocas de guerra se eleva la mortandad de la población (A. H. G. E. C., Fondo Goberna-

ción, sección Asuntos Religiosos, caja 1, exp. 6, f. 1r).

3. La microhistoria estudia la vida particular de un pueblo y la gente agrupada en una parroquia

(González 2003: 8–31).

4. Para los mayas la Ceiba era “el primer árbol del mundo”, es decir, “el árbol sagrado llamado en

maya yaxche” y era costumbre plantarlo en el centro del pueblo y la Ceiba “era venerada como

representación de la lluvia” (Chávez 2001: 52).

5. Es una tradición “local” de Tankuinche realizar estos enterramientos (González 2003: 16).

6. La iglesia de Ticul posiblemente se fundó en 1549, era un pueblo de indios conjuntamente con

los otros curatos Sahcabchén y Cauich formaron poblaciones de frontera para frenar a los indí-

genas de la montaña y los franciscanos jugaron un papel decisivo en la economía regional basa-

da en la encomienda y el cultivo del maíz era consumido en la region. Los mayas no sometidos

por los conquistadores tampoco tuvieron un lazo de sometimiento por la iglesia católica lo cuál

representó un síntoma de temor por una rebelión indígena (Rocher 2004: 53–76).

En Ticul residieron los últimos vestigios de la familia Xiu fundadores de Uxmal en el periodo

Clásico, [987–1007 d.C.] en el siglo X d.C., donde alcanza su esplendor hasta la caída de Ma-

yapán en el siglo XV d. C., donde la dinastía de los Xiu se trasladaron a Maní. Uxmal alcanzó

un radio de 35 km, de dominio político y contiene arquitectura Puuc y con salida al mar con

Uaymil como puerto costero aproximadamente en al año 850 d. C.. Por otra parte en Ticul a

principios del siglo XX se práctica el sincretismo, en donde los indígenas van a oír misa a la

iglesia de Ticul pero adoran a sus antiguos dioses mayas(Thompson 1980: 76–81 y Cobos

2003: 61–66).

7. En otras regiones no era habitual que se colocara inscripciones en el cráneo con el nombre de

la persona que llevo en vida. Un contraejemplo en la Iglesia de la Encarnación en la ciudad de

México en el último tercio del siglo XIX, se inhumaban restos humanos conjuntamente con un

frasco de vidrio bien cerrado y en el interior de este se menciona el nombre de la persona,

quienes fueron sus padres, el día que falleció y era enterrado en un panteón civil y la fecha en

que se deposito la referida osamenta en la nave de dicho templo que tenía pequeñas criptas lo

que se conoce como entierro secundario, así como tuvo osario en la nave. Además se llevaron a

cabo entierros primarios cerca del altar. Pero esta práctica funeraria no se hizo en todas las

iglesias del valle de México durante el siglo XIX, con los nombres de las personas escritas en un

pergamino y colocado en un frasco junto al cadáver para ser inhumado. Los cuerpos los ente-

rraban con una orientación oeste–este, en razón que cuando llegue el juicio final Jesús apare-

cerá por la región donde aparece el Sol (Salas 2007: 116–134 y Cervantes 2008: 142–154). En

la iglesia de Bacalar se localizó un osario en el centro de la nave en el año de 2003. Pero a fina-

les del siglo XIX, el templo de san Jacinto de Bacalar tenia osamentas humanas amontonadas

en las esquinas del presbiterio y en las dos pequeñas capillas que antes estaban a los lados de la

respectiva iglesia también tenia huesos, por lo que parece que en la península de Yucatán tenía

esta variable de desenterrar de las fosas los restos humanos y colocarlos en un nicho de la igle-

sia para orar por el eterno descanso del alma del difunto y que estos huesos sean de hace “20 o

30 años antes de iniciar la Guerra de Castas”. Vid., Ortega 2008: 131–163.

8. Los estudios de la microhistoria abarca también la religión (González 2003: 33).

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9. La historia regional estudia las iglesias (González 2003: 20). La Guerra de Castas provocó la

destrucción de Chichanhá, posteriormente el abandonó de esta urbe, el tiempo, el clima y la ve-

getación han sido factores en que hoy día Chichanhá este en ruinas y su iglesia se conserva

muy deteriorada por las condiciones ambientales de la jungla. Pero es una muestra que los indí-

genas practicaron la religión católica (Ramos 1981: 10–13).

10. Al explicar los componentes arquitectónicos de nuestra iglesia es identificar el “documento ar-

queológico”: el templo de Chichanhá y sus osamentas y contrastarlas con la fuente escrita de

John L. Stphens, Viaje a Yucatán 1841–1842, acerca de las costumbres funerarias de Ticul y

Tankuinche con la finalidad de acercarnos a una construcción histórica de los hábitos fúnebres

de Chichanhá (Ramos, 1981: 15–16 y 171).

11. La microhistoria puede utilizar a la arqueología para la investigación histórica, por el estudio de

la construcción religiosa y las osamentas humanas de Chichanhá (González 2003: 40–41).

12. La microhistoria también estudia los dioses de una civilización antigua (González 2003: 18–

19).

13. Agradezco a Genaro Gutiérrez Pérez esta información.

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