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Mohamed Failali Un Intruso Inesperado (2009) http://www.mohamedfailali.com

Un Intruso Inesperado

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Mi primera novela

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Page 1: Un Intruso Inesperado

Mohamed Failali

Un Intruso Inesperado (2009)

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Los personajes y los eventos de esta novela son fruto de la

ficción de su autor y cualquier semejanza con la realidad es

pura coincidencia.

Un Intruso Inesperado

Novela

© Mohamed Failali 2009

Todos los derechos reservados

http://www.mohamedfailali.com

E.mail: [email protected]

TEL: 06 58 52 65 52

UN INTRUSO INESPERADO EDITOR: FAILALI MOHAMED AUTOR: FAILALI MOHAMED DEPÓSITO LEGAL: 2009 MO 0908 ISBN: 978 - 9954 - 1- 5888-3

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Era una persona retirada desde su niñez. No se mezclaba mucho con los demás. A la mayoría de los que le rodeaban les gustaba. Era un niño adorable. Pasaba la mayor parte de su tiempo delante del televisor, viendo dibujos animados. Los documentales sobre los animales, especialmente los marinos, eran los que más le gustaban. “El mundo submarino” del comandante Cousteau, quien decía que preferiría ser un lobo salvaje a ser un perro doméstico al servicio del estado, le encantaba. Y como no “El hombre y la tierra” de Félix Rodríguez De la Fuente, quien dijo:"¡Qué lugar más hermoso para morir!" En los años setenta, había pocas cadenas de televisión pero muchos programas interesantes y, sobre todo, poca publicidad. Nació una mañana otoñal de 1969 en el hospital civil de Málaga. El hombre había pisado la luna y una nueva era se inauguraba. Estados Unidos, en plena guerra fría, perdía sus mejores hijos en el sureste asiático. El príncipe Juan Carlos De Borbón había sido designado por el general Francisco Franco Caudillo futuro monarca de España. El mismo médico que atendía su madre propuso a ésta el nombre angélico de Miguel, en la ausencia del padre por razones de trabajo. La madre no se sentía bien después del difícil parto que había tenido.

- ¡Qué niño tan bonito! – dijo el médico sonriendo.

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- Es un nombre bonito también el que le ha dado. ¡Gracias!

- ¡Ha sido un placer señora! Miguel crecía sano bajo el cuidado de unos

padres muy cariñosos y preocupados por su bienestar. Rosa y Juan eran una pareja de ex-artistas, actores para ser exacto. Se enamoraron muy jóvenes. Rosa era la chica más guapa del barrio. Juan era el chico más tímido de todos los que vivían en el vecindario. Lo que incitó Rosa a sacarle de su cáscara. Después de cuatro años de noviazgo, tuvieron que separarse porque él iba a seguir sus estudios artísticos en la capital Madrid. Málaga, la ciudad natal de un tal Pablo Picasso, no ofrecía las mismas oportunidades. Intentó convencerle de quedarse en su ciudad natal en vano. Era muy ambicioso y estaba ya decidido. En la estación de autocares, Rosa hubiera querido agarrarse a él para que no se fuese. Sin embargo, su orgullo se lo impedía. El autocar estaba a punto de partir en un día de otoño de 1963, con nubes que anunciaban frío y lluvia. Lo que añadió más tristeza a la tristeza que ella sentía con amargor profundo. - Rosa, amor mío, no te preocupes. Volveré y nos casaremos. Fingió una sonrisa delante de él. Cuando hubo desaparecido de su vista, lloró por él como una niña por la pérdida de su juguete favorito. Estaba casi segura de no volver a verle. Madrid tenía la reputación de engullir a los recién llegados. Juan no

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sería una excepción. El teatro fue el primer paso de Juan. Fue elegido a presentar un importante papel. No tuvo el éxito que deseaba. Siguió afanándose con la esperanza de llegar lejos en su trabajo. Mientras, Rosa presentaba pequeñas piezas teatrales en el instituto. Era su mayor afición. Al contrario, ella no tenía la ilusión de hacer cine. Cansada de esperar, decidió finalmente viajar a la capital. Su prima Raquel la esperaba allí. Tenía un empleo para ella en la empresa que dirigía. Después de lo que su prójima hizo por ella, Rosa sintió un poco aliviada su ansia. Ya tenía un trabajo fijo. Podía vivir su vida sin que sus padres le llenaran el oído con protestas al respeto del matrimonio. Sabían lo mucho que quería a ese joven y no consentían verla destrozada mientras él la ignoraba. Muchos quisieron casarse con ella. Pero, para ella, existía un solo hombre. Una tarde, estaban ella y su prima escuchando la radio. Juan Martín, un actor con futuro prometedor, hablaba de su trabajo y de sus proyectos. Manifestó que su ambición y su tenacidad eran lo que más le pudiera llevar al éxito en el teatro y que el cine era lo más fácil que le quedaba por hacer. A Rosa, no le gustaron sus declaraciones.

- ¡Ni siquiera mencionó mi nombre! - Los hombres son egoístas. Lo sabes muy

bien mi querida. - Pero, a ese le quiero. ¿Comprendes?

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- No quiero verte triste. Esto debes saberlo. También quiero que sepas que tengo una sorpresa para ti. - ¿Cuál es la sorpresa?

- ¡Adivínala! - No puedo. - Como de costumbre, la empresa organiza una

fiesta anual. Este año, tú la presentarás. - ¿En serio? - ¡Sí querida! - ¡Muchísimas gracias mi querida Raquel! Se abrazaron calurosamente. Los ojos de

Rosa se derritieron con lágrimas. Durmió bien esa noche.

Durante la tarde de fiesta, Rosa deslumbró al público con su encanto y su simpatía. Raquel estaba sentada entre dos hombres. Uno de ellos no dejó de mirar a Rosa desde que empezó la fiesta. Al final, su prima la llamó para que tomara sitio a su lado.

“Rosa. Éste es Enrique y éste es Pedro. El primero es un colega y el segundo es un hombre de negocios que, a propósito, tiene algo para ti.”

Lo que Rosa menos esperaba era saber que fue elegida a compartir el papel principal con Juan en su primera actuación en el cine. Se trataba del productor de la película.

Para Juan, fue un golpe fuerte que le despertó de su borrachera. Todo es posible en este mundo que gira. Su encuentro con Rosa le dejó bien claro

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que tenía que elegir entre una de dos. Y eligió estar al lado de la mujer de su vida. “Temo mucho más a la fama que a la miseria. Lo dejaré ahora que todavía es temprano para hacerlo…y te invito a pasar el resto de tu vida conmigo. Créeme Rosa. Lo deseo de verdad. ¿Qué me dices?”

Estaban sentados en un café. Rosa miraba los ancianos sentados sobre bancos. Muchos de ellos mujeres solitarias. No lo pensó dos veces. Había venido en su busca y lo encontró. Lo demás no la atraía.

“¿Qué más quisiera?” – dijo sonriendo. Sus amigos no lo comprendieron pero los dos

sabían muy bien lo que hacían. El amor que no incita al sacrificio no es amor. Compraban su felicidad con la fama y el dinero que muy poco valor tenían ante sus ojos de sinceros enamorados. El matrimonio era el espacio ideal para invertir ese amor que dio como fruto a su hijo único: Miguel.

- ¿Cómo están ustedes? – preguntaba el

payaso en voz muy alta. - ¡Bien! – gritaban los niños y también

Miguelito ante la pantalla del televisor. El loco mundo de los payasos. Miguel esperaba

esa cita con ansia. No dejaba ni un solo programa infantil.

Cada uno de esos programas inolvidables para nuestra generación tenía un sabor especial y

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un lugar distinto en su memoria. Cuando veía sus programas favoritos olvidaba todo lo que le rodeaba. Sus sentidos convergían en un placer común. A veces, se sentía como uno de sus héroes. Jugaba sus papeles. Su imaginación era tan grande que hasta en el sueño realizaba hazañas como en las películas que veía en la televisión. Pero, sus actores favoritos eran sus padres. Cada fin de semana, salían los tres, sobre todo cuando hacía buen tiempo. Sus lugares preferidos eran el anfiteatro y la alcazaba. A menudo paseaban por la alameda. En tiempos de lluvia, su madre le enseñaba teatro y también música. A veces, actuaban los tres a la vez. Llevaban una vida alegre. Sin embargo, Juan presentaba síntomas de cansancio. Lo imputaba al estrés que sufría en su trabajo. Hasta en el amor, se notaba que perdía las ganas. Rosa no se quejaba. Dedicaba la mayoría de su tiempo a Miguel.

Juan fumaba mucho. Sus preocupaciones laborales lo absorbían. En una de sus disputas entorno al tema, Rosa aludió a la infidelidad de Juan. Éste, y por primera vez en su vida, se desmayó. Rosa corrió hacia él y lo ayudó a sentarse sobre una silla. No sabía qué hacer. Miguel estaba en la escuela. Lo primero que se le ocurrió era llamar a la ambulancia.

Ocho años y medio después de haber visto

nacer su hijo único, a Juan, le fue diagnosticado un cáncer pulmonar. El cáncer acabaría con su vida en

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seis meses. Llevaba veinte años fumando. El maldito rubio americano. El cigarrillo más vendido en el mundo. Su mujer era rubia. Su hijo también. Eran su tesoro. Supo guardarlos mas no supo guardar su salud. No había sitio para el remordimiento. Tenía que afrontar su destino con toda fe. La enfermedad no pide permiso. La muerte tampoco.

Algo que le parecía tan suyo, empezó a tener el verdadero valor que merece en todo caso. El tiempo es oro.

- Ya tengo un pie en la tumba. ¿Es así doctor?

- No hay que perder la esperanza. Delante, sobre la oficina del doctor, había las

ecografías de sus pulmones. Esa mancha negra era el problema. Una operación quirúrgica sería peligrosa. Un tratamiento adecuado apaciguaría el dolor. Pero, no evitaría el sufrimiento.

Después de haberlo sabido, tenía la obligación de informar su mujer que tanto lo suplicó para que dejara de fumar. Tenía toda la razón. No sólo perdía dinero, sino también arriesgaba su salud. La predicción de su esposa era exacta. El tabaco acabó ganando la batalla.

- No enciendas cigarrillos. Son cañones que destruyen tu salud.

- Yo fumo. No hago la guerra. - Matar a las células vivas es como matar a

personas. Al fumar no sólo te haces daño

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a ti mismo, sino también a los que están a tu alrededor.

- La verdad, me siento débil ante el tabaco. Cuando empecé a fumar pensé que no tardaría en dejarlo.

- Cariño, piensa en mí. Piensa en nuestro hijo que necesitará un padre en buena salud para que lo mantenga.

- No seas pesimista. - Yo soy realista. Estaban él y su mujer en casa. El niño estaba

en la escuela. Había pasado a verle. Lo vio jugar al baloncesto. Para su edad, jugaba muy bien. A él también le gustaba el baloncesto.

Para Juan, lo peor que podía pasar a su hijo

era aprender a fumar. Afortunadamente, Miguel se parecía moralmente a su madre. No era impulsivo, excepto en el juego. Le gustaba el deporte y la lectura. Ese sí que era un hijo del que uno estaría orgulloso. Se sentía verdaderamente orgulloso de ellos dos. Al mismo tiempo no se sentía satisfecho de si mismo. Como si los hubiera traicionado. Algo parecido. Tenía que protegerse para protegerlos. Y él no hizo más que suicidarse para al final dejarlos a medio camino. Su hijo había aprobado. Sólo pidió una pelota para jugar al baloncesto con sus amigos durante las vacaciones de verano. Ello le hizo pensar en el dinero que había gastado comprando tabaco. El precio de un apartamento en veinte años.

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"¡Un apartamento!", exclamó. Estaba sentado sobre un banco en un parque. Habría sido una buena herencia para su pobre hijo quien iba pronto ser huérfano.

Cogió un papel que le había dejado para corregirle posibles errores. Empezó a leer:

En el año 2200 los humanos llevaremos mascaras para purificar el aire contaminado de una parte y contar la cantidad de oxigeno que consumimos hoy gratis. El tabaco sera totalmente prohibido y sus fabricantes pasaran a fabricar medicamentos. El agua sera escasa y su precio muy elevado como el alcohol de hoy. Lo tendremos muy dificil la verdad. El hombre llegara a la conclusion de que su ciencia era inexacta en la mayoria de los casos...

Faltaban los acentos, por supuesto. Los errores son parte de la naturaleza humana. Pensaba en sus propios errores ya acumulados a lo largo de los años. A nadie le importaba.

En el patio de la escuela, su hijo jugaba alegremente con sus amigos. Sin embargo, él lloraba silenciosamente. Sobre todo, su hijo no debía saber nada. Una cosa muy importante: tenía que saber que "Fumar perjudica seriamente la salud", "Fumar puede matar", "Fumar perjudica la salud de los que están a su alrededor'…y que fumar acabó con la vida de su padre que no había alcanzado los cuarenta años de edad.

El cáncer iba ganando terreno. Destruyendo células. Dejando ruinas. Se traducía en continuos

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mareos. Juan tenía que morir más de una vez antes de morir de una vez por todas. El tabaco es un veneno para los que quieren suicidarse lentamente.

- Un último deseo doctor. - ¿Cuál es? - Quiero jugar con mi hijo.

El médico fue sorprendido. - ¿Jugar a qué? - Tenis. - Pensaba que iba a decir ajedrez. El tenis

requiere esfuerzo. En todo caso, tengo una condición: yo haré de árbitro.

Su esposa no fue sorprendida. Se lo esperaba sin duda. Fumaba mucho, sobre todo de noche. Su último deseo tenía que ser respetado.

El hijo, inconsciente del estado de salud de su padre, no vio ningún inconveniente. Con su cámara, la madre, profundamente herida, tenía que filmar el encuentro. El médico, para disfrazarse ante el niño, se presentó como un amigo.

Empezó el juego. Miguel jugaba con seriedad. Se defendía y atacaba con vigor. Su padre era débil. Estaba más concentrado en lo que decía.

- Hijo, ¡hay que guardar la fe! - ¿Qué es la fe papá? - No se puede definir. Está dentro de cada

uno de nosotros. Y la vida, como cada juego, tiene reglas que hay que respetar.

- Papá, hablas más de lo que juegas.

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- Lo siento hijo. Hoy estoy aquí para hablarte. Cuida bien de ti mismo y también de tu mamá.

La madre, destrozada y con las manos temblantes, había dejado de filmar, incapaz de seguir en ese papel. El dolor era insoportable. En ese momento, Juan se preparaba a lanzar la pelota.

- Rosa, por favor, siga filmando. Juan, que apenas podía coger la raqueta, se

concentraba. De repente, dejó caer la pelota, perdió el equilibrio antes de desvanecerse. Corrieron todos hacia él. Juan yacía inconciente sobre el suelo.

"¡Papá!", gritó el niño.