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Un Patrimonio de Esperanza Circular del Superior General Fiesta del Corazón Inmaculado de María 4 de junio de 2005 Queridos hermanos: Esta circular es un comentario al elocuente himno de la esperanza que San Pablo expresa en Romanos 8, 14-39. Difícilmente se podía escribir algo más reconfortante. ¡En la esperanza fuimos salvados! ¡Dios ordena todo para bien! Por otra parte, Pablo reconoce que aunque oímos constantemente cosas acerca de nuestro glorioso destino en el plan divino, ¡nos encontramos tan atrapados en el atasco de la vida diaria que no podemos verlo! No vemos lo que esperamos y, por tanto, gemimos en nuestro interior. Ese gemido ciego es la esperanza. Pablo la describe como una mujer en dolores de parto, pero con la gloria de dar a luz a un nuevo hijo. Ella no puede ver, su cuerpo está invadido por el dolor, pero al mismo tiempo se maravilla de la inminente llegada de su bebé. Esta imagen recuerda a Sara en el Antiguo Testamento, que ríe por los dolores que siente en su vientre, inimaginables para una esposa anciana y estéril. 1 El Nuevo Testamento y la Regla de Vida presentan a María como a nuestra Sara: una mujer fuerte que es modelo de alegre esperanza. (RDV 66) La expresión “alegre esperanza” es una paradoja; significa “gemido gozoso”, “queja alegre”. María modela esa paradoja en el momento mismo del comienzo de la revelación cristiana. En Belén, la noche de Navidad ella gime de dolor mientras los ángeles ponen voz a su ¡Gloria! ¡Magnificat! El Evangelio para la fiesta del Corazón Inmaculado de María amplía la paradoja. María y José buscan a Jesús; durante tres días perseveran en la esperanza de encontrarle, pero se encuentran “angustiados”. Los Padres de la Iglesia comparaban a María con la estrella de la mañana, otra imagen que resulta paradójica. Pertenece simultáneamente a la noche y a la mañana. Quedan reflejados aquí tanto los oscuros momentos previos al amanecer como la promesa brillante del alba. La esperanza para nosotros, al igual que para María, es que las expectativas del día nos 1 Gen 18, 9 ss, 21, 1ss La esperanza no es más que una niña pequeña que lleva de la mano a sus hermanas mayores, la Fe y el Amor. Cuando desaparece la Fe y se pierde el Amor, ella es la que proporciona la energía para seguir caminando. Péguy

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Un Patrimonio de EsperanzaCircular del Superior General

Fiesta del Corazón Inmaculado de María4 de junio de 2005

Queridos hermanos:

Esta circular es un comentario al elocuente himno de la esperanza que San Pablo expresa en Romanos 8, 14-39. Difícilmente se podía escribir algo más reconfortante. ¡En la esperanza fuimos salvados! ¡Dios ordena todo para bien! Por otra parte, Pablo reconoce que aunque oímos constantemente cosas acerca de nuestro glorioso destino en el plan divino, ¡nos encontramos tan atrapados en el atasco de la vida diaria que no podemos verlo! No vemos lo que esperamos y, por tanto, gemimos en nuestro interior.

Ese gemido ciego es la esperanza. Pablo la describe como una mujer en dolores de parto, pero con la gloria de dar a luz a un nuevo hijo. Ella no puede ver, su cuerpo está invadido por el dolor, pero al mismo tiempo se maravilla de la inminente llegada de su bebé. Esta imagen recuerda a Sara en el Antiguo Testamento, que ríe por los dolores que siente en su vientre, inimaginables para una esposa anciana y estéril.1 El Nuevo Testamento y la Regla de Vida presentan a María como a nuestra Sara: una mujer fuerte que es modelo de alegre esperanza. (RDV 66)

La expresión “alegre esperanza” es una paradoja; significa “gemido gozoso”, “queja alegre”. María modela esa paradoja en el momento mismo del comienzo de la revelación cristiana. En Belén, la noche de Navidad ella gime de dolor mientras los ángeles ponen voz a su ¡Gloria! ¡Magnificat! El Evangelio para la fiesta del Corazón Inmaculado de María amplía la paradoja. María y José buscan a Jesús; durante tres días perseveran en la esperanza de encontrarle, pero se encuentran “angustiados”. Los Padres de la Iglesia comparaban a María con la estrella de la mañana, otra imagen que resulta paradójica. Pertenece simultáneamente a la noche y a la mañana. Quedan reflejados aquí tanto los oscuros momentos previos al amanecer como la promesa brillante del alba.

La esperanza para nosotros, al igual que para María, es que las expectativas del día nos transporten a través de las horas más oscuras de la noche. Según Pablo, la esperanza para nosotros es a la vez un privilegio y un tormento inevitable.

Esta circular es una meditación sobre cuatro noches traspasadas por un rayo de luz de la estrella de la mañana: adolescentes en peligro beneficiados por el primer prospecto de André Coindre; un Capítulo general desanimado en búsqueda de un hermano como Superior general; un postulante que cambiando de opinión hace un discernimiento; un Simón abatido que presencia la primera aparición de Jesús resucitado.

¿Dónde estamos nosotros en todo esto? Cada una de las noches nos asigna un papel distinto ya que la esperanza no es sólo una cosa, sino muchas, dependiendo de las crisis que estemos atravesando. La primera noche nos pone en el papel de educadores que intentan dar esperanza a los jóvenes con dificultades. La segunda nos pone en compañía de hermanos que atraviesan por momentos problemáticos en la historia de nuestro Instituto. La tercera noche es el frío que provoca la pérdida. La cuarta nos une a Simón Pedro en nuestra fragilidad humana.

1 Gen 18, 9 ss, 21, 1ss

La esperanza no es más que una niña pequeña que lleva de la mano a sus hermanas mayores, la Fe y el Amor. Cuando desaparece la Fe y se pierde el Amor, ella es la que proporciona la energía para seguir caminando. Péguy

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Estas noches son una parte real de nuestra historia; delimitaron nuestro patrimonio. Simbolizo cada una de ellas con una imagen tomada del calendario perpetuo de la luna que muestra su fase concreta de la noche en cuestión.

Os invito a que vengáis conmigo a estas noches; no estaremos solos. Tendremos la compañía amable de la esperanza; sentiremos la presencia de realidades angustiosas y oiremos las palabras de ánimo de los amigos. Descubriremos que vivir la paradoja de la esperanza unida a la luz de la Estrella matinal es parte de nuestro patrimonio.

Vuestro hermano:

Bernard Couvillion, S.C.Superior general

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2 de junio de 1817

El Señor Coindre, al ver los hospitales y las cárceles de Lyón llenas de niños y jóvenes, decidió crear un centro para protegerles y apartarles del peligro.

En la reunión de Superiores mayores de 2003 el Hermano Andreas Zvaiwa (ESA) dijo: «El Capítulo general cometió un error en la Ordenanza 1 cuando hablaba de “los niños y jóvenes pobres y sin esperanza”. No se trata de personas sin esperanza. Nosotros somos su esperanza».

Andreas tenía razón. Su tocayo André, nuestro Fundador, decía en uno de sus primeros textos: “no había que desesperar”. El Prospecto de 1818 del Pío Socorro, de donde viene esa exhortación, es la estrella de la mañana de la promesa para los adolescentes con dificultades clasificados como incorregibles por otros centros religiosos. En el prospecto André describe la visión que tenía para ellos en tres etapas: en primer lugar, adultos “seguros y capacitados” les recibirían y acompañarían; después se les ayudaría a implantar en su corazón “grandes esperanzas”; finalmente se pondría a su disposición todos los recursos y cuidados necesarios para que sus recién concebidas esperanzas no pereciesen.

Hemos heredado el patrimonio de tener una esperanza sin límites. Siempre que el carisma de André Coindre habite en nuestras intuiciones, a los muchachos que estén alrededor de nosotros nunca les faltará la esperanza. Los niños y jóvenes abandonados a su suerte en circunstancias morales ambiguas, en situaciones inseguras o envueltos en la pobreza encontrarán dentro de nosotros una fecunda fuente de esperanza.

Una parte de la sabiduría de nuestro Fundador nos muestra que la esperanza, una vez concebida, es extremadamente perecedera. Los niños y los adolescentes, por muy fuertes que sean, pueden volver fácilmente al desánimo. Una esperanza inmadura, si no cuenta con el alimento, la

estabilidad y el apoyo constante por parte de adultos de confianza, se desvanece rápidamente. Quizás tanto el Hermano Andreas como el Padre André estarían más satisfechos si remodelásemos la Ordenanza 1 para concentrarnos en “los niños y jóvenes pobres y cuyas grandes esperanzas se encuentran en peligro de extinción”.

André estructuró el Pío Socorro y eligió cuidadosamente a los educadores para ayudar a los muchachos que recibió allí a “concebir” cuatro “grandes esperanzas” distintas: hacer de ellos buenos cristianos, buenos obreros, ejemplares padres de familia y fieles ciudadanos. Al reflejar estas esperanzas en su prospecto es como si pusiese cuatro estrellas brillantes en el firmamento de su nueva obra para que brillasen permanentemente sobre los educadores y sobre todos los niños que llevó allí de la prisión. Éstos empezaron a responder de manera sorprendente. André vio que de todas las fuerzas que pudiesen garantizar un mundo mejor para ellos la esperanza era la más poderosa e indispensable. Sin esperanza, la vida de esos muchachos carecía de elementos básicos. Con esperanza empezaron a soñar, a pensar y a trabajar.

La importancia de las cuatro esperanzas se manifiesta claramente en la historia de Vincent

Briançon, un chico de 13 años a quien André acogió en el Pío Socorro en el mes de junio de 1821. Hijo de un quincallero en una ciudad cercana, Vincent vino a Lyón secretamente buscando refugio tras haber huido de su casa. Era una época de polémicas sectarias. Fue enviado a un colegio, pero

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Como fuente de inspiración, responden a este desafío del grito de los niños y jóvenes pobres y sin esperanza. Ordenanza 1

¿Veremos perecer sus grandes esperanzas?A. Coindre

Ni el Ródano me detuvo, ni el mar me da miedo.Vincent Briançon

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sus padres no estaban de acuerdo con su institutor católico. La parte católica de su familia le ayudó a convertirse del protestantismo en contra de la voluntad de su padre. Sus tías y primas, con la complicidad de un párroco, le dieron otro nombre, le escondieron en la sacristía, e incluso le disfrazaron de chica para que pudiese escapar de la ira de su padre. Siguiendo el consejo de todos ellos escribió de manera rápida y descuidada la siguiente nota llena de faltas de ortografía: “querido papa si usted pudiese entender lo mal que lo estoy pasando y lo mucho que desearia verle sin embargo tuve que alejarme de usted... no puedo ser fiel a mi dios sin ganarme vuestra indignacion... rezare al buendios por usted y quizas un dia tendre la alegria de que mis mas dulces esperanzas se cumplan”. Mientras tanto, la policía le estaba buscando y el ministro protestante, convencido de que Vincent había sido secuestrado para convertirle a la fuerza, estaba causando un revuelo en la plaza del ayuntamiento.

Desde Lyón el muchacho envió a las autoridades una nota que, al igual que la anterior, estaba llena de errores, tachones y sin signos de puntuación: “Ya no estoy en Annonay es inutil que me busqueis pues no me encontrareis nadie me secuestro y yo sali para excapar de mis padres quienes he oido que querian hacerme daño no tengo dudas de lo que quieren hacer conmigo mi padre amenazo con matarme y si mi marche fue para excapar de la guillotina que mis padres me tenian preparada y he estado huyendo hasta hoy que he encontrado un lugar seguro tengo el honor señor de ser su humilde servidor”.

Las “grandes esperanzas” de Vincent que mencionaba el Prospecto estaban quedando

frustradas en sus cuatro aspectos: religioso, laboral, familiar y cívico. Su determinación por huir a toda costa escenifica algo que oí en una ocasión: que un adolescente sano puede vivir unos cuarenta días sin comida, unos tres días sin agua, aproximadamente ocho minutos sin aire, pero tan sólo un segundo sin esperanza.

Aunque los documentos de nuestros archivos sobre Vincent describen las condiciones de hace casi 200 años, le veo como un símbolo de la juventud actual que se ve obligada a aplazar constantemente sus grandes esperanzas en lo relacionado con Dios, el trabajo, la familia y su país. Veo a Vincent en los muchachos palestinos que lanzan piedras en medio de una guerra religiosa imposible, y en los jóvenes africanos que consiguen su título de Bachiller pero que, o bien no encuentran un trabajo o no consiguen una beca para poder cursar estudios superiores. Vincent es un niño estadounidense atrapado en un hogar dividido y violento. Es esa inteligente joven haitiana que ha de abandonar su país para encontrar un lugar seguro y productivo.

Las cuatro esperanzas citadas por André son imperecederas. Forman una constelación de estrellas matinales que todavía es visible y fascinante para los jóvenes de todos los continentes. Sin embargo, traducidas a la sensibilidad de hoy día, debemos ponerles un nuevo nombre:

Objetivo 1818Esperanza de ser…

Objetivo hoyEsperanza…

buenos cristianos para la comunión y el perdón cristianobuenos obreros para ser competentes y hallar trabajoejemplares padres de familia

para engendrar y educar en el amor a sus familias

fieles ciudadanos para ejercer de ciudadanos responsables

El Capítulo general de 2000, tras un extenso discernimiento en cada continente, trazó cuatro estrategias para encender y mantener las esperanzas de los jóvenes, todas extraídas de las intuiciones apostólicas de André Coindre.2 Durante los últimos cinco años las hemos estudiado y experimentado en todo el Instituto. Hemos llegado a

2 Señor, ¿cuándo…? p. 13

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Los que instruyan a otros, brillarán como estrellas por toda la eternidad, dice el profeta.

A. Coindre VII : 85

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comprender de que durante mucho tiempo han formado parte de nosotros, mucho antes de que las nombrase el Capítulo de forma sistemática.

Más recientemente, según reflexionaba sobre el tema de la esperanza, descubrí un vínculo entre los cuatro puntos de la constelación de la esperanza en el Prospecto y las estrategias concretas de la Ordenanza 1, que tanta resonancia ha tenido desde el Capítulo en los hermanos y en los colaboradores seglares. No quiero exagerar una conexión en la que los delegados no pensábamos, pero percibo una relación entre medios y objetivos que podría ser valiosa como síntesis. Veo las cuatro estrategias del Capítulo como un medio hacia el objetivo más amplio de arraigar cuatro grandes esperanzas en la vida de nuestros alumnos.

Objetivo: Esperanza… Medios:para la comunión y el perdón cristiano solidaridad y colaboraciónpara ser competentes en el trabajo pedagogía de la confianzapara engendrar y educar en el amor a sus familias

opción por la compasión

para ejercer de ciudadanos responsables

formación en la justicia y la paz

Nuestra estrategia para fomentar en ellos la esperanza de comunión y perdón cristiano es la solidaridad por la cual les acogemos en nuestros centros y en nuestras vidas, independientemente de su raza, religión, país, capacidad, experiencia anterior o problemática personal.

Nuestra estrategia para inspirar su esperanza en adquirir una competencia en su trabajo es una pedagogía de la confianza basada en el respeto hacia ellos y en la fe en su capacidad de éxito, cambio, aprendizaje, y madurez.

Nuestra estrategia para influenciar su esperanza de llegar a engendrar y educar en el amor a sus familias es nuestra opción por la compasión, que revela a un Dios maternal y paternal que sufre con ellos, a causa de ellos y para su bien.

Nuestra estrategia para construir sus esperanzas en el aspecto cívico es alimentar en ellos una vocación evangélica para promover

el sueño de Dios por la justicia, la paz y la integridad de la creación.

Dado que la esperanza tiene que ver con gemidos y sueños, la palabra estrategia podría parecer inadecuada. Después de todo, su origen es una palabra griega que significa oficial jefe o general de un ejército. Aunque no me gusta utilizar el lenguaje militar, recupero la palabra ya que es parte de nuestro patrimonio. Jean-Pierre Ribaut señala que es del ámbito militar de donde el Padre Coindre toma la mayor parte de sus ejemplos. Así, para confirmar nuestra naturaleza apostólica, él imagina a Dios como a un rey que recibe noticias de los combates de sus ejércitos.

En sentido figurado, André habla desde la sala de operaciones bélicas utilizando metáforas estratégicas para transmitir una visión global a los hermanos que, en su lucha diaria, no perciben toda la perspectiva de su misión. Él no es el único que usa este tipo de lenguaje; Jesús narra por ejemplo la historia de un rey que cuenta a sus diez miel soldados para valorar su esperanza de victoria (Lc 14, 31-32), y también la Hermana Joan Chittister, célebre escritora sobre vida religiosa, describe la esperanza como un fruto de la lucha.

El lenguaje militar de nuestro patrimonio fortalece mi convicción de que la victoria de la esperanza en las vidas de los niños y adolescentes es el objetivo estratégico que André Coindre tenía para nuestra misión. Los que trabajan en nuestros centros son soldados de a pie en su campaña para salvaguardar la esperanza en los corazones de los jóvenes en dificultades. El objetivo final de

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La lucha es el proceso que nos conduce a encontrar a Dios dentro de nosotros y en la oscuridad que nos rodea. J. Chittister, Scarred by Struggle

Nuestras obras no existen por sí mismas. Tampoco existen para "eclesiastizar" ni “civilizar” a los jóvenes. Su razón de ser es abrirles un horizonte de esperanza para todos ellos. cf. J. Moltman

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todos los programas en nuestra misión educativa es ayudar a los niños y adolescentes a concebir esperanza y después a consolidarla.

Creo que engendrar esperanza es una intuición primordial de nuestro carisma fundacional. Otros Institutos se fundaron expresamente para la educación en la fe. Para nosotros la promoción de la esperanza es más prioritaria que la de la fe. Nuestro primer “general” no pretendió que todos

nosotros fuésemos catequistas o ministros para la preparación sacramental. Como bien ilustran las cuatro grandes esperanzas que él presentó, aparte de la formación cristiana hay otros tres frentes que son necesarios antes de entrar en batalla. Si estoy en lo cierto, esto supone que la evaluación de nuestro éxito apostólico podría basarse en cuestiones como las siguientes: cuando los adolescentes salen de uno de nuestros centros, ¿se encuentran preparados para asumir las luchas de la vida apoyados por las

cuatro esperanzas?; con nuestro ejemplo de esperanza, ¿les hemos dejado huella para su vida?; mediante una disciplina educativa, ¿nos hemos asegurado de que sus esperanzas estén fundadas en los valores auténticos?

La disciplina y la corrección son elementos básicos de nuestro patrimonio de esperanza. Hoy día existen muchas ambigüedades personales y sociales que rodean a nuestros alumnos. Las estrellas famosas del cine, del rock o del deporte, y los juegos de ordenador son muy atrayentes para ellos. La disciplina es nuestra forma de purificar sus esperanzas. Pero aún cuando sus esperanzas son auténticas, algunas de las estrategias que eligen para llegar a ellas son equivocadas. Todos nosotros nos hemos enfrentado a ellas: copias en exámenes, intimidación a compañeros, falta de respeto, irresponsabilidad, exclusión, manipulación, agresión pasiva...

Acorde con André Coindre, incluso las acciones disciplinarias más difíciles que estamos obligados a tomar están motivadas por la esperanza. Esto se le debería dejar claro al muchacho que comete la falta. En un caso problemático con uno de los muchachos mayores le dijo a Borgia: “Explíquele que usted tenía esperanza de que la fuerte reprimenda que le dio le haría cambiar a mejor”.

Según me hallaba redactando esta sección, el Hermano Ramón Luis García puso en mis manos unas enormes fotocopias a color de dos páginas enteras sacadas de La República, uno de los periódicos importantes de Perú, del día 20 de junio de 2004.

A lo largo de los años se han escrito varios informes en ese mismo periódico que revelaban la ineficiencia y corrupción en el sistema de servicios sociales del país, particularmente en el orfanato de Lima, el Puericultorio Pérez Araníbar, cuyo Fundador tuvo la visión, no distinta a la del Pío Socorro, de dar refugio y un comienzo nuevo a los huérfanos y a los niños cuyos hogares habían sido azotados por el alcoholismo y la extrema pobreza. Sin embargo este artículo era diferente. Su propósito era reconocer a nuestro Hermano Juan José Zabalza, de 64 años, como una estrella brillante de esperanza en medio de ese laberinto burocrático.

«El Hermano “Juanjo” no usa hábitos ni posee título religioso alguno, pero se ha ganado, como pocos, el respeto y el cariño de un padre …de un padre verdadero. De eso no tienen duda los 233 niños del Puericultorio Pérez Araníbar quo lo tienen cerca siempre, de día y de noche, en sus sueños y en sus pesadillas…en sus ratos de tristeza y de alegría. Es que este hombre de corazón noble llegado de España hace 20 años, se ha convertido en el ser que no tuvieron jamás o perdieron pronto. Es el padre que quieren».

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La esperanza es más importante que la fe ya que no sólo cree en la presencia del Dios de la eternidad, sino también en el Dios del Tiempo que nos acompaña ahora y que nos espera en un futuro beneficioso. Joan Chittister, OSB

Los jóvenes, a pesar de sus posibles ambigüedades, tienen un deseo profundo por los valores auténticos. Juan Pablo II

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Los testimonios de los mismos muchachos muestran cómo él les ha ayudado a concebir esperanza. Christian, de 10 años, decía: “Yo quiero mucho al Hermano porque se preocupa por nosotros. Cuando nos portamos mal nos castiga, pero no es malo. Lo hace porque nos quiere. Porque desea que seamos hombres de bien”. Joel, de 11 años, aprendió algo acerca de la falsa esperanza: “A mí me castigó dejándome una semana sin ver televisión porque cuando me regalaron un par de zapatillas para jugar a futbito, las pinté con un lapicero rojo…es que quería que fueran como las que usa Ronaldinho. Juanjo me dijo que no sabía valorar lo que con tanto esfuerzo me habían dado y se molestó mucho. Ya no lo volveré a hacer”.

El artículo del periódico es la prueba objetiva y pública que confirma tanto la convicción del Hermano Andreas: “nosotros somos su esperanza”, como el hecho de que nuestro patrimonio de esperanza habita hoy en las intuiciones del Hermano Juanjo. Y él no es el único. Hay suficientes hermanos como él para decir que nuestro Instituto forma una constelación “Juanjo”.

Por tanto los chicos necesitan estrellas para tener esperanza. Y es patrimonio de nuestro Instituto ser una constelación de esperanza para ellos.

Algo que los jóvenes no siempre reconocen es que somos una institución humana. Nuestra esperanza es a veces intermitente. Quizás simplemente no quieren saberlo. Según el artículo de La República, Nimrod, de 10 años, enfermo en cama por una reacción a una vacuna, suplicaba a Juanjo para que no le dejase solo. Juanjo le aseguró que siempre estaría allí. Dijo lo correcto, pero estoy seguro que él sabía que, por ser fuente de esperanza, estaba prometiendo demasiado.

Debido a ese deseo de ser una constelación de esperanza prometemos, a menudo, demasiadas cosas como institución. Por ejemplo, afirmamos que la formación que damos a los jóvenes es “en vistas a su destino eterno”(RDV 150), y que nuestra entrega hará presentir la solicitud de Cristo hacia ellos (RDV 119). Sin embargo, en otras ocasiones también nos mostramos conscientes de nuestras limitaciones: “Rechazos y demoras jalonan nuestras vidas” (RDV 118). Tenemos falsas esperanzas distorsionadas por el enriquecimiento colectivo, el poder, la incompetencia, las estructuras económicas y sociales injustas y el egoísmo individual. (RDV 84, 87, 152)

El informe para el Capítulo de 2006 sobre la situación del Instituto es fiel reflejo de ello. Tenemos nuestras luces y nuestros momentos brillantes, pero como congregación fundada para ser una constelación de inspiración no siempre somos el punto más luminoso del firmamento. Las estadísticas sobre envejecimiento, disminución y perseverancia debilitan nuestras expectativas de tener siempre provincias y obras. En momentos como éste nos enfrentamos a un cierto nivel de desaliento institucional. No somos tan fieles como la estrella de la mañana. No podemos prometer con una buena conciencia a cada Nimrod que se cruza en nuestro camino que estaremos allí a lo largo de la noche.

¿Qué podemos hacer para que la sal de nuestra esperanza no se vuelva sosa? Contrariamente al profeta, las estrellas no brillan para toda la eternidad. Tienen un tiempo limitado de vida. Una estrella de neutrones no tiene mucha esperanza. Los científicos otorgan ese nombre a los restos disminuidos de una estrella que se encuentra en la fase de declive vital, una estrella moribunda. La constelación que forma nuestro Instituto cuenta con algunas entidades de neutrones.

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La futura fortuna de la humanidad está en las manos de los que son capaces de transmitir motivos de vida y de esperanza a las próximas generaciones. Gaudium et Spes 31

La cultura global extendida por todo el planeta tiene dificultad en mantener la vida consagrada, e incluso cuestiona el valor de la consagración.

Informe sobre la situación del Instituto

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Gracias al telescopio Hubble, los astrónomos han observado muy recientemente un dúo intrigante de estrellas de neutrones, una más vieja que la otra. Una gira sobre su eje cientos de veces por segundo, la otra tiene una rotación de una vez cada 2,8 segundos. Bailan una alrededor de la otra cada 2,4 horas, viajando a una gran velocidad. Lo más intrigante es que, en palabras de los propios investigadores, un extraño latido del corazón emana de la escena.

Estas dos estrellas de neutrones son pulsares, llamadas así ya que su campo magnético emite una radiación muy intensa que cruza el cielo y que apunta a la Tierra. Desde nuestra privilegiada perspectiva crean un bello efecto de pulsación. Las dos estrellas forman un sistema pulsar doble. Los pulsos de uno de los dos faros cósmicos activa periódicamente los pulsos del otro, estando alineados de tal modo que un rayo del pulsar B se ilumina sólo cuando se cruza con el rayo del pulsar A.

Esta imagen resulta adecuada de cara al próximo Capítulo general. El Instituto puede convertirse en una constelación de pulsares. Las comunidades locales se unirán en órbita con los capítulos provinciales. Entonces la estructura de las conferencias juntará a los delegados de distintas provincias y delegaciones. Las entidades en fase de expansión se unirán con las que están disminuyendo. Cualquiera que sea el tema de la reunión o su práctico orden del día, el propósito principal de toda la estructura, al igual que la del Pío Socorro, es ser un catalizador de esperanza. Como hacen las pulsares, las entidades jóvenes y pequeñas pueden acercarse y moverse

rítmicamente con las que son más grandes y de más edad. Estas entidades últimas, situadas en el Norte, se encuentran más cercanas en el tiempo de nuestro patrimonio y por tanto podrán compartir una gran experiencia como portadores de esperanza. Las entidades nuevas del Sur, más cercanas a las aspiraciones del

mundo en vías de desarrollo, pueden aportar su juventud.

Con el fin de que estas reuniones activen nuestra esperanza propongo que en cada una de ellas se dedique un tiempo de verdadero compartir en el que, de manera orante y sincera, veamos dónde se encuentra viva la esperanza. ¿Qué signos a los que mostramos fidelidad con nuestro patrimonio pueden ser una constelación de esperanza para los jóvenes? ¿Qué rayos de esperanza han dinamizado nuestro apostolado desde 2000? De pulsar a pulsar, nombremos las cuatro, seis u ocho esperanzas que nos permitan ser la fuente de esperanza que Andreas decía que somos.

Confío en que estemos también dispuestos a admitir nuestros desalientos, las promesas rotas o la desilusión por las esperanzas que se desvanecen. ¿Hemos renunciado a alguna de las cuatro esperanzas de nuestro patrimonio? Admitir la lucha por la esperanza no es para avergonzarse. Aunque podríamos imaginar que deberíamos ser un faro perfecto de seguridad para las personas que servimos, creo que cuando ven el carácter humano de nuestra esperanza nos encuentran más comprometidos y creíbles.

En la nebulosa Ojo de Gato, uno de los fenómenos astronómicos más fascinantes que se pueden observar en el cielo, Hubble nos descubre un par de estrellas en la fase de declive de su ciclo vital. Precisamente debido a sus ambigüedades, comparadas con las heroicas estrellas jóvenes que brillan de manera regular en el cielo, la nebulosa Ojo de Gato es infinitamente más intrigante para los astrónomos tanto profesionales como aficionados. Muestra unas sorprendentes estructuras complejas que incluyen círculos concéntricos y que, a gran velocidad y de manera inusual, arrojan capas de gas brillante.

Como el Ojo de Gato, nuestro ánimo hacia los demás es más fruto de nuestra lucha valiente en medio de la oscuridad que de la pretensión de que nuestra visión no tiene imágenes borrosas, ni nubes, ni bancos de niebla.

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Las personas llenas de esperanza deben alimentar una sensibilidad mística para las que son víctimas de la incredulidad. Edward Schillebeeckx

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Especialmente en las ocasiones que tiene lugar un Capítulo, podemos plantear las cuestiones habituales que los jóvenes y contemporáneos adultos hacen acerca del significado de esta vida presente y de la vida venidera, y cómo una está relacionada con la otra. Podemos identificarnos con sus aspiraciones, anhelos y frecuentes angustias. Sólo entonces podremos hablarles en términos de esperanza. Si queremos dar testimonio de la paradoja de esperanza presente en el ciclo vital, no podemos tener miedo de ser una constelación de estrellas pulsares que laten simultáneamente entre la vida y la muerte, la disminución y la credibilidad. No deberíamos temer el hecho de que emitamos gases de duda. Podemos todavía tener un largo periodo de luz de estrellas por delante. Los astrónomos dicen que las denominadas estrellas “moribundas” de neutrones durarán todavía ¡otros 85 millones de años!

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Todo lo que puedas imaginar es real. Pablo Picaso

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23 de septiembre de 1840

Había un desencanto generalizado. Todos los síntomas de declive parecían indicar un final inminente de la Congregación. Varias veces entre 1836 y 1841 daba la impresión que el final

de sus días había llegado.Hermanos David y Eugene

Las espectaculares imágenes de las nebulosas y pulsares que nos llegan actualmente son de hecho muy antiguas. Ya que se encuentran a cientos de años luz de distancia, los registros de nuestros telescopios pertenecen a imágenes de su vida pasada, así que cuando vemos una estrella, es como si estuviésemos viendo el retrato de un bebé, cuando en realidad esa persona tendría 80 años en ese momento. Análogamente, nuestros archivos conservan imágenes de nuestros fundadores durante su juventud, antes de convertirse en algo lejano como patrimonio. Ciertos documentos nos permiten conocer sus esperanzas cuando éstas tan sólo eran suspiros; nos llegan a una parte de nuestra persona donde la propia esperanza está aún formándose.

Los documentos que nos proporcionan las imágenes de esta segunda noche se centran en el Hermano Policarpo. Con sus excelentes cualidades humanas y espirituales, fue en verdad una estrella de la mañana dispuesta en el cielo por la Providencia para dar esperanza a sus hermanos respecto a lo que ellos podrían llegar a ser. Lo atrayente de su persona era para ellos una prueba viva de que la visión del Fundador para nosotros era la adecuada y que merecía la pena luchar por ella.

La Comisión -reunida en junio de 2004 para reflexionar sobre su persona, obra y causa de beatificación- señaló tres valores principales que alimentaron su esperanza personal: el carisma de André Coindre, su altísima estima de la vida religiosa y el valor de la educación cristiana. No intentaré entrar aquí en detalles de algo que los Hermanos Jesús Ortigosa y Jean-Marc Tennier dijeron acerca de este “tríptico” de sus valores. Las líneas básicas de su documento, revisado en la Comisión, pueden encontrarse en los documentos del sitio web del Instituto.

Antes de entrar en la segunda noche, me gustaría comentar algo que me deja perplejo de la mayoría de los comentarios sobre el Hermano Policarpo: casi siempre se le presenta como una figura solitaria. En la lucha por la esperanza que voy a describir, él no se encontraba solo, sino todo lo contrario. Las memorias del Hermano Xavier y otros documentos de primera mano me ayudaron

a ver al Hermano Policarpo en el contexto de una comunidad que luchaba al unísono. Parece ser que, como norma propia, buscaba no aislarse de los demás. Cada vez que yo diga “Hermano Policarpo”, me gustaría que leyeseis “el Hermano Policarpo en consejo”. Creo que su fuente de esperanza más importante durante la noche que voy a relatar fue el grupo de hermanos reunidos en torno a él.

Volvamos nuestra mirada a esa noche de hace 165 años. Nos encontramos en el Noviciado de dos pisos en Paradis. Nuestros predecesores, los Hermanos jóvenes Alphonse (de 28 años) y Benoit (39), Marie-Joseph (31), Martin y Jerome, con los Hermanos Policarpo (39) , Xavier y otros siete miembros del Capítulo general de 1840 están luchando con todas sus fuerzas para que la desesperación no se apodere de ellos. El futuro del Instituto está en peligro.

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Las estrellas son seres muy sociales al principio de sus vidas. Nacen en grupos dentro de otros, ya que una nube puede generar un gran número de estrellas en un breve periodo de tiempo.

I. Rumiano

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De habérseles dado un informe sobre el estado del Instituto, aquellos hermanos jóvenes se habrían descorazonado y apenas habrían tenido algún motivo de esperanza. En el trascurso de los 20 años precedentes, el 41% de sus hermanos lo habían dejado, entre ellos el Hermano Borgia, decano de los primeros hermanos reclutados y brazo derecho del Fundador. La vida espiritual había sufrido un fuerte abandono. En ese terreno, eran “cada uno para sí mismo”; solamente los más fuertes sobrevivieron. Tan sólo permanecieron 59 profesos. Cinco directores de centros escolares se marcharon quedándose con los colegios. La reputación de los otros 21 colegios era pobre. El Pío Socorro, al que el Fundador había dado tantísimo de sí mismo, estaba en las últimas. Su desaparición provocaba muestras de indignación en las calles de Lyón. La mala administración de las finanzas comunitarias acabó con el patrimonio personal de los hermanos. En cuanto a la Regla y a la organización interna, el Instituto se encontraba en un mar de dudas, paralizado desde la muerte del Fundador.

Al comienzo del Capítulo, el Padre Francisco Coindre, tras 14 difíciles años como Superior general, estaba a la defensiva. En el intercambio de opiniones de los delegados con él hubo confrontación e incluso hostilidad. En una de sus últimas actuaciones como presidente del Capítulo, temiendo una sublevación, prohibió a los hermanos juntarse fuera de la sala capitular y les dijo que de no obedecer estarían pecando.

Como bien muestra este retrato de nuestro Instituto en sus etapas iniciales, junto con la esperanza tenemos también un patrimonio de incertidumbre y desaliento.

Las estrellas, brillantes por excelencia, se originan paradójicamente en crisoles inmensos de nubes negras y gases pesados llamados “objetos del catálogo Barnard” que son probablemente los lugares más fríos del universo. La gravedad junta las moléculas de hidrógeno y el polvo en unas formas oscuras como la nebulosa Cabeza de Caballo en Orión. No obstante, a pesar de ser tan oscuras, son uno de los lugares más fotografiados del cielo. Respondiendo a la petición popular, la NASA puso a disposición el telescopio Hubble para estudiarlo. Los astrónomos aficionados querían una oportunidad para examinar este generador caótico de nuevas estrellas. Una especie de nube de humo parece ser un tempestuoso vivero celestial que absorbe luz de las estrellas de detrás y proporciona energía para formar otras nuevas.

El Capítulo de 1840, el más frío de nuestra historia, resultó ser un crisol para el nacimiento de una estrella matinal. Todo pudo haber terminado en un caos, pero a pesar de la sanción canónica del Superior general, el Hermano Policarpo y los otros miembros del Consejo dieron un paseo hasta la ermita de la propiedad; otros delegados se juntaron a ellos para formar un grupo de esperanza caracterizado por una paradójica mezcla de suspiros, convicción y risas. En medio de las nubes oscuras enseguida identificaron y confirmaron tres signos de esperanza sobre los que actuarían de forma decisiva, a través de una especie de desobediencia civil, con el fin de construir un futuro: la casa de Paradis, la formación y el Hermano Policarpo.

Esa sublevación de los hermanos en esa noche sin luna del 23 de septiembre de 1840 fue el origen de una auténtica esperanza espiritual que encaja perfectamente con su definición teológica clásica: la virtud de la firmeza y la convicción acerca de la gracia de Dios en medio de las pruebas más duras, la lucha más amarga y toda clase de oposición. Los hermanos allí presentes, en un acto de voluntad, se motivaron los unos a los otros para rejuvenecer un carisma amenazado que con toda claridad vieron que procedía de Dios.

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Estamos en una especie de incertidumbre. Capítulo general 1840-41

Para su paseo después de la cena los miembros del Consejo tomaron la carretera hacia la ermita.

Hermano Xavier p. 70

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En una de sus circulares el Hermano Donald Sukanek, antiguo Superior provincial de Nueva York, me enseñó una definición de esperanza escrita por un poeta y antiguo presidente checo llamado Vaclav Havel. Describe bien lo que ocurrió aquella noche en Paradis: “La esperanza no es lo mismo que la alegría por las cosas que van bien, o la buena disposición para emprender algo que tiene perspectivas claras de éxito, sino más bien una capacidad para trabajar por algo porque es bueno”.

Monseñor Giovanni Papa, que fue el experto testigo sobre la autenticidad y fiabilidad de los documentos en la Positio, describe la firmeza del grupo de jóvenes líderes de 1840 como una “nueva psicología que se había desarrollado en el Instituto”. Tomaron una orientación adulta de alma y corazón, no por el hecho de que estuvieran seguros de que todo saldría bien, sino por la convicción de que sus prohibidas orientaciones tenían sentido, independientemente del resultado posterior.

Para conseguir una mejor formación había que trabajar por el bien de una vida espiritual y competencia apostólica más intensas. La compra de Paradis suponía un esfuerzo supremo con el fin de que los hermanos pudiesen tener un hogar permanente, un lugar seguro de acogida y retiro. Como propietarios, la Congregación sería reconocida como una persona jurídica con derechos cívicos y responsabilidades ante la ley. Hacer una campaña a favor del Hermano Policarpo como Superior suponía afirmar la competencia de los hermanos para decidir los asuntos del Instituto.

Concentraré mi telescopio en lo que considero que fue la esperanza fundamental del Hermano Policarpo en consejo para dinamizar a nuestra Congregación vacilante. Los hermanos estaban a punto de perder la esperanza en la validez de su vocación. Les quedaba muy poco amor propio. Su decisión de ser hermano empezaba a parecer vergonzosa. El Padre Francisco había creado hermanos incultos de segunda clase, había vaciado el Noviciado y comenzado a utilizar su autoridad de manera arbitraria e incluso manipuladora. Humilló públicamente al Hermano Xavier, a quien los hermanos admiraban. Privó al Capítulo de su derecho para tomar decisiones importantes.

En una palabra, para 1840 el significado de nuestra vocación religiosa como hermano había sido “rebajada” y subyugada. Además, como congregación de derecho diocesano dependíamos del obispo. Junto a él había algunos de sus consejeros quienes, “con un lenguaje impecable, dejaron caer que los hermanos eran campesinos ignorantes incapaces de expresarse o gobernarse”.

La esperanza de los hermanos en sí mismos estaba en peligro. El Hermano Policarpo en consejo guardó básicamente la noble visión que André Coindre tenía de la vocación de Hermano de los Sagrados Corazones de Jesús y de María. Xavier era una memoria viva de la visión del Fundador para un Instituto autónomo que transcendiese la diócesis. El Hermano Policarpo tenía conocimiento por las cartas del Fundador de la promesa sagrada que vio en nuestra forma de vida apostólica religiosa en comunidad: “La presteza para el combate, el celo por su gloria, el deseo de instruir, edificar y salvar al prójimo es lo que Dios nos pide por encima de todo”. Cuando surgieron los temas de la fusión con los Maristas o de la intromisión de las autoridades diocesanas, André se mostró inflexible no sólo en que nuestra vocación era preciosa, sino en que el Instituto que había fundado poseía su identidad propia y única. Y esta pauta la transmitió al primer Director general: “Infunda en sus hermanos el amor por su vocación”. Posteriormente, el Hermano Policarpo le tomó la palabra.

Pareció una eternidad el tiempo que transcurrió hasta que la nueva psicología de esperanza en la vocación de hermano concebida en 1840 se convirtiese primero en decisiones capitulares oficiales y después en realidad. Tras un año que produjo escenas de puñetazos encima de la mesa y de sollozos, Francisco Coindre ofreció finalmente su dimisión en la sesión capitular de 1841. El

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Decidimos unánimemente elegir a uno de nuestros hermanos para que tuviésemos no sólo a un dirigente sino también a un modelo. Capítulo general de 1840-41

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Hermano Policarpo fue elegido de forma unánime como Superior general, y él a su vez volvió a poner en su puesto anterior al Hermano Xavier, quien muy enfadado había abandonado el puesto de administrador.

Consecuente con su esperanza para restaurar la vocación de hermano, esta estrella matinal de los generales por excelencia, el Hermano Policarpo, empezó a trabajar de inmediato con el Consejo para desarrollar una forma de gobierno fraternal. Consultó a los hermanos, pidiéndoles que aportaran su experiencia y su recuerdo del Fundador para redactar el borrador de una Regla, diciéndoles: “Necesitamos vuestra colaboración”. Para las decisiones financieras compartió voz deliberativa con el Consejo general, que al mismo tiempo era una Corporación civil. Dirigió reuniones de todos los profesos perpetuos para oír su opinión acerca de la Regla.

Para disgusto de los hermanos, la salida de Francisco Coindre y la elección del Hermano Policarpo no aseguró la recuperación de su dignidad ni siquiera el comienzo de un gobierno propio. El Padre Arnaudon, capellán de Paradis, moderador del Capítulo de 1841, eclipsó al Hermano Policarpo; el Obispo de Le Puy así lo quería. El capellán se llamaba Superior general a sí mismo, hacía las visitas, cambiaba a los hermanos de destino, cerraba colegios, formaba a los novicios e incluso castigaba a los hermanos en público. El Hermano Xavier empezó a lamentar que la influencia del Padre Arnaudon “fuese en muchos aspectos más destructiva para la Congregación” que la de Francisco Coindre. La esperanza de restaurar la dignidad de nuestra vocación quedó reabsorbida en una nebulosa de melancolía.

Gracias a su estudio de los documentos de la época, Monseñor Papa estaba convencido de que los Hermanos Policarpo y Xavier lucharon de forma constante y justificada, cada uno según su propia personalidad, en contra de los que vieron la vocación de hermano como algo condicionado por otros y no como una fuente de esperanza adulta. Según las palabras del Hermano Xavier: “El Padre Arnaudon asumió tal autoridad sobre el Superior general y sobre los hermanos que la Congregación entera pronto creyó que tenía otro Francisco Coindre a la cabeza”. Ambos se quejaron en muchas ocasiones a los obispos de Le Puy. En una fecha tan tardía como la de 1847, el Obispo Morlhon señaló que veía al capellán y al Superior general al mismo nivel en el Instituto. Dado el apoyo del obispo hacia el capellán, el Hermano Policarpo tenía las manos, y también sus esperanzas, completamente atadas.

El aspecto que quiero señalar no es la crítica a la situación eclesial, sino la muestra de cómo el Hermano Policarpo y su Consejo vivieron la visión de la vocación de hermano con esperanza durante un largo periodo en el que, de hecho, no se conocía. Sus ‘dolores de parto’ duraron cerca de 25 años. Durante ese tiempo, el Hermano Xavier estaba “casi hundido” y “el pobre Hermano

Superior se encontraba profundamente afligido de ver cómo se desarrollaban los acontecimientos”.

El gozo de la alegre esperanza no llegó hasta 1850. En una irónica carta a los hermanos de América, el Hermano Policarpo aludía a los cambios en el gobierno francés a la vez que al tan esperado traslado del capellán lejos de Paradis. Decía

al Hermano Alphonse que no temiera visitar la Casa general ya que “el primer ministro se había visto forzado a dimitir”.

Con la llegada de la alegría, el Hermano Policarpo en consejo había re-fundado con éxito todo el patrimonio de esperanza del Instituto. Volvió a confirmar el valor de nuestra vocación, que

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Los hermanos se resistían a escribir a su Superior general porque el capellán, tomándose su función demasiado en serio, abría el correo destinado al Reverendo Hermano Policarpo. Anuario 2: 84

La influencia del P. Arnaudon …se hizo inaceptable conforme los hermanos iban siendo capaces de encargarse de sus propios asuntos, especialmente según su actitud autoritaria iba alcanzando unas cotas desagradables. Monseñor Giovanni Papa

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André había exaltado en 1821 en su descripción de la primera comunidad de hermanos en el Pío Socorro: “No habrá obstáculo que detenga a estos hombres virtuosos: encontrarán en la pureza de sus objetivos una firmeza inquebrantable de conducta; en su unión, una fuerza invisible de ejecución; en la unidad de sus principios, el mejor medio de perpetuar las buenas doctrinas sin alteración”.

Una vez que la “esperanza fundada” vuelve a salir a flote, el Hermano Xavier dice al final de sus memorias: “La Congregación comenzaba a progresar. …Todos saben lo que ocurrió a continuación”.

Con el reconocimiento estatal en 1851 y los hermanos jóvenes bien formados, nuestra reputación subió como la espuma. El párroco de Yzeure escribió: “La impresión por lo que vi en Paradis es magnífica. Además del conocimiento necesario para enseñar, los hermanos tienen una forma más valiosa para el aprendizaje: la de formar los corazones para el amor de Dios”.

El paso de la crisis entre 1840-50 enseñó al Instituto que los momentos de profunda desilusión pueden ser el origen de nuevas certezas, especialmente acerca de nuestra vocación. Para ver lo que este patrimonio de esperanza podría significar para nosotros en la actualidad, os invito a que entréis en una tercera noche, que en esta ocasión yo personalmente he vivido.

29 de febrero de 2004

Mientras continuaba la planificación del Noviciado, se recibió un mensaje del maestro de postulantes: el único candidato que se esperaba que hiciese el noviciado acababa de

abandonar. Reunión de las Provincias estadounidenses.

Me encontraba en Montreal en un fin de semana entre dos retiros que ayudaba a animar con los hermanos de la provincia de Canadá. Me alojaba en la residencia Canterbury, donde cinco hermanos y cuatro estudiantes universitarios formaban una feliz comunidad de vida y oración. Uno de los estudiantes había pasado un año en Latinoamérica como misionero voluntario. En una conversación con él acerca de sus experiencias, me preguntó sobre las vocaciones en Estados Unidos. Le hablé de la nueva casa de Noviciado que las tres provincias acababan de adquirir en Nueva York. Con un aire de optimismo le dije también que esperábamos que su primer novicio fuese un joven de su misma edad que había pasado un año como voluntario en dos colegios de provincias diferentes.

Después subí al piso de arriba para mirar el correo electrónico. Descargué el archivo con las actas de una reunión de los Superiores y primeros Consejeros provinciales que dirigían la nueva estructura de las tres Provincias de Estados Unidos. Fui leyendo con interés cada uno de los párrafos de las actas: la renovación planificada de la nueva casa de Noviciado, las obligaciones de los miembros de su equipo, la aprobación del presupuesto,…y después, en el octavo párrafo, una cruda frase relataba el abandono de nuestro único candidato.

Esa frase, escrita en voz pasiva, me llamó la atención por su frialdad y carencia de emociones. Se limitaba a dar los hechos, sin ningún tipo de reacción humana. Yo sí la tuve, ya que un nudo de decepción se formó en mi estómago. Imaginé las reacciones de los hombres sentados alrededor de esa mesa de reuniones, pensando

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A continuación se discutió sobre la situación de la vida religiosa en las Provincias de EE.UU. El malestar percibido, la disminución de la esperanza y la falta de entusiasmo llevaron a la pregunta: “¿Cómo dinamizamos a los hermanos ?” Reunión de las Provincias estadounidenses

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cómo la triste noticia, recibida mientras todavía estaban en sesión, debía haberles dejado la moral por los suelos, lo que explicaría la falta de sentimientos de las actas. Previamente a la reunión se encontraban muy ilusionados. Algunos de ellos me habían hablado de lo prometedor que era este buen candidato y de lo contentos que estaban todos por el comienzo de un Noviciado común para las tres Provincias.

La noticia me resultó descorazonadora. Fue un golpe duro para mi esperanza. El primer domingo de Cuaresma era un día de año bisiesto y desperté con cielo y tierra cubiertos de nieve, sin estrella de la mañana. En la misa de la parroquia, el salmo responsorial era la oración más adecuada para mí: “En los momentos de aflicción, quédate con nosotros , Señor”.

Llevo esa oración y mi decepción al siguiente retiro; durante las horas tranquilas mi desencanto interior no hace sino aumentar con el paso del tiempo. …

Mi provincia no ha tenido un novicio en cinco años; tan sólo hay uno en todo el hemisferio norte del Instituto. Tampoco creo que haya ningún candidato más en trámites. He sabido que el novicio que esperábamos lo dejó para entrar en una congregación de sacerdotes. Dos postulantes en Madagascar habían hecho recientemente lo mismo después de acabar sus estudios con nosotros. En muchos países la vocación de hermano apenas se conoce o se aprecia. Las estadísticas vaticanas que estudiamos en la Unión de Superiores generales no nos contabilizan como hermanos, sino como “religiosos no sacerdotes”. El Obispo secretario de la Congregación para la vida religiosa me escribió una carta dirigiéndose a mí en términos de “Reverendo Padre”; ¡si alguien hubiera tenido que conocer mejor la situación, debería haber sido él! El nuevo prefecto de la misma Congregación vino a una de nuestras asambleas para hablar de su esperanza para la vida religiosa. La esperanza que él describió hacía referencia a lo prometedor que sería fundar nuevos Institutos; nos miramos unos a otros como diciendo: “¿Y para nosotros qué?” Cuando el Sínodo vaticano de obispos pide que la Unión elija a los delegados para los sínodos universales, especifica que por decreto los superiores generales que sean hermanos no son elegibles; yo me abstengo de votar. Los hermanos, dentro de la Iglesia, son como ese día que sólo se da en los años bisiestos, se nos reconoce una vez cada cuatro años.

Llegado a este punto, mi monólogo interior me hace sentir como si todo este asunto se me escapase de las manos. Recreo en mi mente un cuento que el Hermano John Hotstream me envió desde una reserva en Arizona de los indios Navajos, con quienes ha estado viviendo durante más de diez años. «Un anciano de la tribu hablando a un discípulo sobre una tragedia en su vida dice: “Es como si dos lobos se encuentran luchando en mi corazón. Uno está resentido y se muestra enfadado y violento. El otro lobo es atento, compasivo y con ganas de seguir así”. El discípulo pregunta: “Dime, ¿cuál crees que ganará?” El anciano responde: “Depende del lobo al que yo alimente”».

Tengo la misma alternativa que se le presentó al Hermano Policarpo en consejo: bien alimentar mi resentimiento por cómo se margina la vocación de hermano, se hace invisible, se le da un rango inferior…, o bien alimentar mi esperanza por sus posibilidades.

Durante el retiro estoy ante esta disyuntiva. Dado que la Carta VII del Padre Coindre figura entre las meditaciones, la recojo para intentar alimentar mi esperanza. Me encuentro con sus palabras de ánimo hacia el Hermano Borgia: “¡Cuántas flores de primavera no producen frutos! El labrador tiene que conformarse cuando no recoge todo lo que esperaba, sino solo lo que Dios le concede, e incluso debería contentarse con lo estrictamente necesario”. Esto me proporciona un punto de partida: lo importante no son las esperanzas que soñamos para nosotros mismos, sino las que Dios tiene para nosotros.

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La esperanza es el acto primero de la voluntad. Decido tener esperanza porque es mejor para la vida. Mi opción por la esperanza engendra ilusión y la hace crecer. Guy Coq

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Por un momento reflexiono sobre ese pensamiento. Pero, ¿cuáles son exactamente las esperanzas que Dios tiene para nosotros en nuestra vida como hermanos?

Desde Copérnico todos han dicho que los clérigos se equivocan cuando mezclan los cálculos con la religión. El año bisiesto es una prueba de ello. Los números que miden la rotación de la Tierra alrededor del sol no se corresponden con la manera humana de contar los días en un año. Un científico griego comprendió eso en el año 46 a.C. y convenció a Julio César para que añadiese un día al calendario cada cuatro años. Bien. Pero unos 40 años más tarde, cuando los cultivos comenzaban a madurar en el mes de julio, se descubrió que los sacerdotes del templo encargados de calcular el calendario habían considerado que, con mejores elementos de juicio según ellos, los años bisiestos se producían ¡cada tres años! Al igual que ellos nos equivocamos cuando intentamos imponer nuestros propios criterios en los misterios de la gracia de Dios.

Eso sería una forma demasiado fácil de convencerme a mí mismo para no preocuparme por los números, decirme a mí mismo que las esperanzas de Dios no tienen que ver con la cantidad. Dios no recompensa a los buenos Institutos con más vocaciones y castiga con menos a los moralmente relajados. Esa lógica es como decir que Dios rechazó al joven rico o que obligó a Judas a abandonar a Jesús. La lógica divina podría incluso enviar más vocaciones a las congregaciones poco exigentes con la esperanza de que los nuevos miembros las convirtieran.

Pero, ¿cuáles son las esperanzas de Dios para nosotros? Sólo ellas pueden renovar la ilusión por nuestra vocación, nuestro patrimonio más valioso.

Al acabar el retiro, llego a esta conclusión: Al llamar a hermanos, Dios espera mantener la memoria de Jesús siempre viva en la Tierra. El Padre amó tanto al mundo que envió a su Hijo a vivir allí. Y el Padre sigue amando al mundo y quiere que su hijo continúe viviendo en él, y no sólo en espíritu. Él quiere que su hijo se encarne en hombres accesibles de todas las culturas y razas. El

Padre quiere que su hijo nazca en la ciudad de Davao igual a como lo hizo en Belén, ser tan casto en Queens como lo fue en Cafarnaún, ser tan pobre en el País Vasco como en Galilea, tan obediente en África subsahariana como en Genesaret, tan activo en las orillas del lago San Lorenzo como lo fue en las del Tiberíades, y tan fraterno tomando

mate como lavando los pies a sus hermanos. La llamada de hermano es una vocación para ser la memoria viva y humana de Jesús.

Antes de hablaros sobre qué alimenta mi esperanza con relación a nuestra vocación, he de hacer una aclaración acerca de la vocación del Jesús histórico. Después de la resurrección, los evangelistas y teólogos atribuyeron títulos teológicos abstractos al Señor resucitado que jamás habían sido aplicados a Jesús durante su vida. Por ejemplo, “el sentado a la derecha de Dios” y “el sumo sacerdote”. El autor de los Hebreos, la única fuente del Nuevo Testamento que habla de “sacerdote”, expresa la fe en que Cristo en su cuerpo resucitado intercede constantemente por el mundo. Los que actualmente son llamados al sacerdocio tienen la vocación de hacer visible y eficaz el sacerdocio de Cristo resucitado. Son un sacramento de la intercesión perpetua del Señor con el Padre. Cristo sacerdote es eterno; los años bisiestos no le conciernen.

Jesús, carpintero de Nazaret, predicador itinerante y prodigioso trabajador, fue una persona

histórica, un judío célibe, un hombre igual a nosotros en todos los aspectos. Durante su vida activa utilizó el calendario Juliano para llevar cuenta del paso del tiempo. Aprendió estudiando. La primera vez que se instruyó sobre los años bisiestos fue en el año 8 d.C., ya que esa fue la primera ocasión en que se añadía un día al calendario Juliano desde que los sacerdotes romanos cometiesen su error.

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Porque tanto ha amado Dios al mundo, que le ha dado a su Hijo Unigénito para que se salve por Él.

Evangelio de San Juan

Insisto en la condición de Jesús como laico debido a la típica imagen de sacerdote que los cristianos tienen de Jesús.

John Meier

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Una vez hecha esa aclaración, me gustaría a continuación compartir con vosotros acerca de

qué nutre mi esperanza en lo referente a nuestra vocación.

El Jesús de la historia fue un laico. Los que estuvieron en contacto con él le consideraron laico. Incluso en la carta a los Hebreos podemos leer que si Él estuviese sobre la tierra no sería sacerdote. (Heb 8, 4). La condición laica de Jesús ayuda a entender por qué en los evangelios tan sólo habla directamente una vez a los saduceos, tribu sacerdotal que tenía una gran antipatía por las enseñanzas de este rabí no-sacerdote. Sería erróneo hablar de Jesús sacerdote. Dios llama a otros

para representar a Cristo sacerdote. Dios nos llamó para que continuásemos la memoria de Jesús, el laico.

La esperanza de Dios es que entendamos nuestra identidad como laicos de la misma forma que Jesús entendió la suya. Al discernir su vocación, el joven que dejó a un lado su oficio para seguir “los negocios de su Padre” tuvo que elegir entre las posibilidades religiosas

de su época: la vida familiar, los fariseos, los zelotas, los esenios, etc. Existe un hecho histórico determinado, en el que Jesús hizo una opción que nos da una pista importante acerca de cómo podemos ser una memoria de su vocación laica. En el principio de todos los evangelios eligió ser discípulo de Juan Bautista. Al elegir un movimiento comenzado por un laico, Jesús aceptó para sí mismo la vocación laica de profeta. Al igual que Juan, profetizó una alternativa para la religión de su tiempo.

Parece ser que lo que atraía a Jesús de Juan fue el hecho de que el Bautista no tenía miedo a criticar los poderes establecidos de su tiempo, civiles o religiosos. Una de las condiciones para que

nosotros seamos memoria de Jesús es actuar con una valentía similar. La dimensión profética de nuestra vocación laica supone proclamar la igualdad de los bautizados dentro de la Iglesia, ya sean vocaciones laicas o clericales. Por tanto hemos de dar nuestro apoyo a tantas mujeres que buscan un papel de mayor responsabilidad en la Iglesia.

También tenemos que depositar la esperanza en el liderazgo seglar dentro de nuestras instituciones, y en mantener viva la visión del Concilio Vaticano II de vivir en una cultura secular para hacer de Jesús el profeta laico allí presente.

Una parte crucial de la esperanza que quiero alimentar es que ser laico para Jesús no era suficiente; como laico él se consideró un hermano. Quiero ser una memoria viva de ese hecho, que está en peligro de perderse. Él tuvo experiencias místicas íntimas en las que experimentó a Dios como padre suyo, y ello hizo a otros sus hermanos. Tenía una gran preocupación por constituir una familia terrenal histórica para su padre. A Jesús no le interesaba demasiado las amistades bilaterales, es decir atraer una serie de individuos hacia él, sino reunir una familia nueva que fuese una Israel más fraterna. Y para hacer esto, dejó a su familia natural. Paradójicamente encontró a nuevos hermanos, hermanas, madres y niños. Pidió a sus discípulos que vivieran la misma experiencia que él. Dejaron a su padre para vivir en una comunidad en torno a su Abba: “El que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. (Mt 12, 50)

Su esperanza era crear una forma alternativa de familia. Para llevar a cabo esa visión necesitaba a hombres que fuesen hermanos plenamente comprometidos. Es como un músico al iniciar un coro; necesita hacer una audición para encontrar gente con buena voz. Jesús salió y llevó a cabo una especie de audición: “Contempló a dos hermanos, Simón y su hermano Andrés.…yendo

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Dios te llama a compartir la imagen de su Hijo, que el Hijo pueda ser el primer nacido de muchos Hermanos. Evangelio de San Pablo a los Romanos

Os aseguro que entre todos los nacidos de mujer no ha habido ningún otro mayor que Juan.

Jesús de Nazaret

Insistir en que Jesús fue un laico es decir, Jesús es mediador de Dios por ser humano, y no por ninguna otra realidad añadida. J. Sobrino

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más adelante vio otros dos hermanos, Santiago y su hermano Juan”. (Mt 4, 18-22) En el relato de Mateo su vuelta de reclutamiento acaba ahí. Empezó con un grupo de hermanos incondicionales, hermanos que se sentían a gusto con él. El sermón de la montaña, que sigue justo a continuación, trata principalmente acerca de sus enseñanzas sobre una forma alternativa para vivir la hermandad. Deduzco de aquí que Dios espera que seamos una hermandad alternativa y que le tengamos como Padre.

Aprecio muchísimo una cita de la Carta a los Hebreos: “Él no se avergüenza de llamar hermanos a los que consagró”. (2, 11) Es fundamental para mi esperanza. Dios envió a Jesús no sólo para hacerse humano, sino para ser un hermano para todas las personas. La humanidad de Jesús es

vivida a través de la solidaridad fraterna, lo cual significa que ser fraterno es una condición necesaria para ser humano. Jesús quería definir al hombre como “hermano”, y por nuestra vocación somos una memoria de ese deseo. Con nuestros votos, que constituyen el tipo de hermandad laica que vivió Jesús, proclamamos que el Jesús de la

historia era la definición misma de hermandad.

Os animo a que alimentéis vuestra esperanza para nuestra vocación mediante la enseñanza de estas ideas a los novicios y candidatos. De esa forma estaréis avivando la memoria de Jesús. Os encontraréis haciendo exactamente lo mismo que llevó a cabo la primera generación de discípulos. Para mantener viva su memoria se llamaron hermanos a sí mismos. Más tarde fue en Antioquía donde por primera vez los discípulos de Jesús recibieron el nombre de cristianos3. ¡Vaya! Un título teológico borró el nombre humano. Justo ahí la memoria de Jesús como laico y hermano empezó a desvanecerse. Antes de que eso ocurriera, ellos eran hermanos. «Pedro se levantó en medio de los hermanos allí reunidos y dijo: “Hermanos, … conviene que de los que nos han acompañado todo el tiempo que entre nosotros permaneció el Señor Jesús, uno sea constituido testigo con nosotros”».(Hechos 1, 15 ss.)4 Su criterio para elegir a Matías fue que había sido un hermano del Jesús histórico.

Os aliento a que nutráis vuestra esperanza recordándoos unos a otros que el título de “Hermano”, y el sentido que le dais por vuestra vida, hace visible el auténtico significado del Bautismo, quizás más que la propia ceremonia. El Bautismo nos hace hijos de Dios y hermanos de unos con otros. Nuestra hermandad bautismal, reforzada por nuestros votos, es también un signo en la Eucaristía de que la presencia del Señor en la asamblea es tan real como lo es en la Palabra, en los ministros y en las sagradas especies.

Espero que nuestras comunidades locales y apostólicas lleguen a ser, como han solicitado tanto el Santo Padre como los sínodos universales, un hogar donde se viva la comunión, un colegio donde se aprenda la comunión, y un laboratorio donde se deshagan todos los bloqueos para la

comunión. Ser hermanos en comunidad es una misión para despertar sentimientos adecuados para hijos e hijas dentro de la Iglesia, sentimientos que a menudo se encuentran reprimidos o dormidos.

Mi esperanza va incluso más lejos. Jesús también reveló la hermandad de Dios. Para empezar un nuevo testamento, Dios podría haber hecho una teofanía como en el Antiguo, utilizando tablas de la Ley, reyes, templos u oráculos. (Heb 12, 18-24) Pero dejó de lado la autoridad de estilo patriarcal, y en su lugar eligió la voz del Hermano Jesús para hablar de un nuevo mensaje divino en la historia que nos enseña a movernos siempre en un espíritu fraternal. La única voz paternal del Nuevo Testamento es la que nos dice que escuchemos a Jesús para que Dios pueda hablar como hermano, sin forzar ni amenazar.

3 Hechos 11, 264 ver también: Hechos 10, 23; 11, 29; 2 Cor 11, 9; Col 4, 15

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Padre, anunciaré tu nombre a mis hermanos; en medio de la asamblea te cantaré himnos.

Oración de Jesús, en Hebreos 2, 12

A estos religiosos se les llama a ser hermanos para una hermandad mayor en la Iglesia. Juan Pablo II VC 60

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“Providencia” era el nombre favorito de nuestro Fundador para referirse a Dios. La Enciclopedia de la Espiritualidad de 34 volúmenes en la biblioteca de la Casa general dice: “La Providencia describe una asociación, una ‘igualdad’ entre Dios creador y el hombre libre. Dios dispone de todas las cosas para que su responsabilidad

pueda favorecer tanto a su plan divino como al bien de los hombres, sus hermanos”. En la misma línea, André Coindre dijo al Hermano Borgia acerca del reclutamiento: “Vaya formando al joven que ingresó últimamente y la Providencia se ocupará de los otros”. En nuestro patrimonio existe una asociación fraternal por la que tenemos esperanza en Dios y Dios la tiene en nosotros.

Otro aspecto de nuestro patrimonio que nutre mi esperanza es el que el Hermano Jean-Pierre Ribaut, erudito y editor de los escritos del Fundador, describe en más de una ocasión. “El Fundador parece haber tenido una visión muy moderna de la subsidiaridad, en una época en la que el personalismo parecía tan natural”. André, al igual que el Dios Providencia al que a menudo invocaba, tenía esperanza en otros. Invito a los delegados del Capítulo general, que revisarán los artículos sobre gobierno en nuestra Regla, a que nutran esa visión fraternal de subsidiaridad y asociación. En una Iglesia frecuentemente criticada por su modelo de autoridad paternal y jerárquico, ¿no podemos ofrecer una alternativa fraternal?

Ya el capítulo de la Regla sobre el servicio de la autoridad es “sorprendente”, como dijo el Hermano Jean-Charles Daigneault a las autoridades canónicas cuando él y su Consejo la presentaron para su aprobación, porque empieza a nivel local y continúa hacia arriba y no al revés. Actualmente ya contamos con Consejos provinciales y maestros formadores que trabajan como equipos. Mi mayor consuelo durante los últimos 11 años ha sido el espíritu de equipo del Consejo general. También tenemos ya conferencias que llevan a cabo una autoridad fraterna y “provincias hermanas” formadas por la unión de entidades iguales.

Hemos visto que, en gran medida, Jesús eligió a Pedro como discípulo porque era esencialmente un hermano. Hemos podido apreciar que después de la resurrección Pedro se refiere a sí mismo como hermano, al igual que hace Jesús. El sucesor de Pedro, Juan Pablo II, nos exhorta

a proclamar con el ejemplo el modelo de autoridad fraterna del Señor: “No os dejéis llamar Maestro…todos vosotros sois hermanos”. (Mt 23, 8)

En una Iglesia que está pidiendo hermanos para enseñar una mayor hermandad y comunión, se nos insta a llevar a cabo formas de gobierno atractivas y fraternas que sean auténticas con la memoria de Jesús. Quizás el Capítulo puede ser un colegio de creciente comunión en el gobierno. El último Capítulo cambió la expresión “asistente general” por “ consejero general” en pro de una mayor colegialidad en el gobierno general. Quizás existen también buenas alternativas para que el término “superior” resulte más fraterno, o para asegurar consultas que pudiesen mostrar mejor que nuestra obediencia supone escuchar la voz fraterna de Dios.

19

A cada nivel, todos son llamados a construir la comunidad mediante el respeto de las funciones de cada uno. Rev. Hermano Jean-Charles Daigneault

“Ve a mis hermanos y diles que subo al Padre mío y vuestro”. Juan 20, 17

Este es mi Hijo, el amado, en el cual me complazco, escuchadle.

Mateo 17, 5

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21 de junio de 2004

No cantará el gallo hoy antes de que hayas negado tres veces que me conoces.

La esperanza en nuestras vidas, al igual que la luna, tiene ciclos crecientes y menguantes. Cuando la luna se encuentra entre la Tierra y el sol en el ciclo lunar, dentro de su “nueva” fase lunar, aparece oscura o invisible. El periodo en el que la luna nos “abandona” cada mes, dura cuatro o cinco noches; la fecha de publicación de esta circular cae en una de ellas.

Por el contrario, cuando el 21 de junio de 2004 se reunió la Comisión de preparación para elegir un lema para el próximo Capítulo, la luz de un nuevo cuarto creciente empezaba a dorar el lado este del oscuro paisaje lunar. Hacia las “dos en punto”, a lo largo de ese lado existe un mar lunar llamado Lacus Spei, Lago de la Esperanza, quizás porque es la primera de las depresiones oscuras, llamadas lagos, en ver el sol tras el periodo de noches de luna nueva. La Comisión eligió un lago de esperanza del Evangelio, el mar de Galilea, en el que Lucas narra la pesca milagrosa, como lema del Capítulo: “Movidos por la esperanza, avancemos mar adentro”.

He pasado algunos meses “avanzando en las aguas profundas” de esta historia evangélica. El lema del Capítulo se expresa en plural, “avancemos”; sin embargo, algunos exégetas bíblicos con los que he dialogado me han señalado que, en el relato de Lucas, Simón es el único discípulo que habla. Los otros no toman parte activa; probablemente fueron reflejados ahí por editores posteriores en una historia en la que sólo Simón estaba implicado originalmente.

Siguiendo esa perspectiva, voy a centrar toda mi atención en Simón. Lo veo como una revelación de la lucha por la esperanza durante las noches de luna nueva, cuando la esperanza está ausente en cada una de nuestras vidas individuales. Las tres primeras “noches” que hemos pasado han sido crisis comunitarias y apostólicas. Voy ahora a lo íntimo, a la lucha personal por la esperanza. La crisis de Simón Pedro me comunicó algo importante. Busqué la forma de que también os hablase a vosotros. Por ello, una “carta” de un hombre cuya esperanza alternó fases de intensidad y de fragilidad es la forma para juntar mis propias reflexiones. No quiero culpar ni a Simón ni a nadie por algo que yo pueda haber malinterpretado.

Algunos aspectos de la carta pueden sorprenderos como me ha pasado a mí. Al intentar entrar en el abatimiento y en la esperanza de Simón, encontré un amplio consenso entre los exégetas que sostienen que Lucas desplazó la pesca milagrosa. Cuenta una aparición tras la resurrección. Lucas la mezcló con la llamada de los discípulos; parece ser que estos cambios de lugar eran habituales para los evangelistas.

Además, los eruditos creen que, a pesar de otros relatos sobre la Pascua, la primera aparición de Jesús después de la resurrección fue a Simón en Galilea. Pablo (1 Cor 15, 5) y Marcos (16, 7) son los primeros y más fidedignos expertos en ese tema. Aprendí que los evangelios no cuentan la aparición de Jesús a Simón como una historia unificada, sino que rápidamente quedó separada en el transcurso de las primeras tradiciones orales. Distintas comunidades apostólicas preservaron algunas memorias fragmentadas que habían heredado y las mezclaron con historias del ministerio activo de Jesús. Esta forma de presentar los fragmentos era algo así como cuando ponemos varias fotografías de seres queridos dentro del mismo marco sin tener en cuenta la cronología. Es también como esos calendarios que presentan todas las diferentes fases de la luna en un solo cuadro.

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En su carta, Simón Pedro cuenta la aparición de Jesús de la manera que probablemente le sucedió. La reconstrucción de los hechos por parte de los eruditos está extraída de tres evangelios. El relato de Lucas de la pesca milagrosa, la narración de Juan sobre la aparición en el Lago Tiberíades, la historia en la que Mateo describe a Jesús caminando sobre las aguas y después su escena otorgando las llaves son todos fragmentos dispersos de una aparición principal del Resucitado a Simón Pedro.

Me llevé todavía otra sorpresa. Hasta que Jesús se apareció a Simón, nadie había llamado a Jesús “Señor”. Hacer eso suponía un gran riesgo ya que tanto los judíos como los romanos lo consideraban como una blasfemia. Pablo tomó ese nombre de la comunidad de Jerusalén, que a su vez lo había adquirido de Pedro. Aunque los evangelios utilicen a veces el nombre de Pedro antes de la resurrección, es probable que Jesús no se lo diese a Simón hasta su primera aparición como resucitado, a las orillas del “Lago de la Esperanza”.

Simón Pedro quiere ahora hablarte directamente acerca de las etapas de abatimiento y esperanza en su vida.

Querido Hermano:

¡Saludos en el Señor!

No te asombres por el hecho de que te escriba acerca de la historia que estás meditando. Soy yo quien quiere contártela. Yo mismo navegué por las aguas del mar de Galilea y, conociéndolas hasta lo más hondo de mi alma, te doy ahora testimonio de cómo el Señor actuó en mi vida con signos y prodigios. Sí, querido Hermano, yo estuve presente en esos acontecimientos que tan guardados tengo en mi corazón.

No te confundas por la descripción de la pesca milagrosa de Lucas. Tanto el relato de Juan como el de Lucas sobre la pesca milagrosa proclaman el mismo y único milagro de la gracia

generosa del Señor, recogida con el entusiasmo que el Espíritu Santo les dio. Dos hombres rebosantes de buenas nuevas nos cuentan un suceso tal y como ellos lo oyeron.

Empezaré diciéndote algo sobre Lucas: el aprecio que muestra por mí a lo largo de sus relatos llega hasta el punto de la adulación. Si sólo tuvieses el retrato que él hizo, sin el de los otros evangelistas, vibrarías de principio a fin lleno de profunda admiración por Simón, como si de un segundo Jesús se tratara. Pero Lucas no me conocía tan bien como el Señor, ni como yo mismo. Para reunir a su rebaño y que todos gustosamente acogiesen mis palabras después de Pentecostés, reeditó mi vida anterior convirtiéndola en un modelo de constancia y de fe.

Censuró los duros reproches que hizo el Maestro sobre mis ambiciones. En su lugar, puso en su boca una oración por mi perseverancia. En la escena anterior a la pesca milagrosa, me hizo el honor de colocar a Jesús en mi barca para aumentar la credibilidad de este pescador. Posteriormente, con el fin de dotarme de la humildad de un santo puso en mi boca la siguiente confesión: “Soy un pecador”. No te hagas ilusiones. No fui un hombre humilde. ¡Nada más lejos de la realidad! De no sufrir una humillación pública, nunca daba mi brazo a torcer.

Hermano, quiero que entiendas lo siguiente: Lucas fue el optimismo personificado al escribir sobre mí, ya que tapó la parte más fea de mi camino hacia la esperanza. Él no puede hacerte creer que el optimismo es lo mismo que la esperanza. Un optimismo excesivo es adular la realidad; la esperanza viene tras mirar a la realidad de frente. Al llamar optimista a Lucas, no estoy diciendo

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Lucas heredó su aprecio por Simón Pedro de la primera comunidad anterior a él. J. Fitzmeyer

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que él pasara por alto mi negación; la vergüenza fue tan notoria que ni siquiera él podía taparla, aunque sí la suaviza. Omite mi cólera y borra mis maldiciones y palabrotas. Culpa a Satanás en vez de a mí5. Y además predice mi conversión para minimizar el momento de mi pecado. El optimista de Lucas pinta la escena oscura de mi negación con las sombras color pastel de un inmediato arrepentimiento.

Hermano, ese episodio fue mucho más oscuro y la noche anterior a la pesca milagrosa resultó interminable.

El icono del gallo que canta en el patio del sumo sacerdote refleja mejor toda la verdad. Sí, querido Hermano. Fui testigo de todas las maravillas que hizo el Señor. Él había puesto su mano en mis hombros como hace el capitán con su timonel. Aun y todo, le negué, ¡y no una, sino tres veces! Mi esperanza de ser parte de la salvación de Israel se esfumó cuando ese gallo confirmó públicamente lo que el Señor me había avisado en privado. Una nube de desesperación invadió mi

alma tras el canto del gallo. Una voz ahogándose en mi corazón me comunicaba la dolorosa realidad: “SOY yo, Señor. … Soy yo, el traidor, el cobarde, el hipócrita. En el mismo momento en que Él valientemente hizo frente a todos los estamentos de la Ley, sin negar nada, yo, enojado, estaba soltando mentiras

insolentes ante criados que poco daño me podían hacer por decir la verdad”.

“Soy yo, el traidor”. Me odié a mí mismo por ser un traidor. Sí, traicioné a mi Señor tanto como Judas. Para él, el motivo fue la plata. Para mí, el respeto humano a una criada contó más que el amor del hombre que vivió en mi casa como hermano. “Soy yo, el cobarde”. Detesté mi cobardía. Había blandido la espada para defender el Reino de Dios, pero capitulé ante el primer hombre que me retó en la calle. Le dije la misma mentira que anteriormente había dicho al Señor en la cena: “¡No, señor, yo no!” Me odié por ser un hipócrita mentiroso. Soy galileo, de la misma raza y dialecto, con la misma fe en el Padre misericordioso como tuvo el Hijo que tanto me amó, ¡pero vaya una caricatura que resulté ser! ¡Con qué facilidad lo hice! ¡Con tres mentiras cancelé tres años de hermandad vivificante y una eternidad con el Salvador de Israel! Él había plantado sus semillas sagradas sobre piedra.

Puede que ahora ya tengas claro, Hermano mío, que mi convulsión de lágrimas no fue fruto de la compasión por la soledad y el abuso que estaba sufriendo el Señor. No puedo fingir que lloraba por Él. Eran lágrimas de preocupación por mí mismo. Yo era un hombre afligido al que todo se le venía abajo, un hombre humillado al derrumbarse de manera patética todos los valores que anteriormente había defendido. Recordé el segundo aviso del Maestro en la cena: “Os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo”6. La niebla en mi corazón era cada vez más densa.

Hermano, nunca me había sentido tan solo. En mi soledad vi que mi negación no fue un hecho aislado ocurrido en un momento de flaqueza. No debería haberme pillado por sorpresa. El Señor pudo predecirlo porque conocía mi carácter. Él me había observado gritando impetuosamente por aquí o vacilando de manera ridícula por allá. Sí, Hermano, mi negación se gestó en la gran

debilidad de mi fe y en mis profundos defectos morales.

Hice el solitario viaje de vuelta a Galilea. No sólo me encontraba sin compañeros, sino desposeído también de

las propias esperanzas que había alimentado. Yo había esperado que Él sería Aquél a quien acudiría

5 Lucas 22, 31-326 Juan 16, 32

22

Os precederé a Galilea. Marcos 14, 28

El Señor se volvió y miró a Simón Pedro. Y saliendo fuera lloró amargamente. Lucas 22, 61-62

Pedro dijo: “Hombre, no lo soy”. Inmediatamente, mientras aún hablaba, cantó un gallo. Lucas 22, 58

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una vez que los otros le hubiesen abandonado7. En mi esperanza, había querido reinar con el Mesías de Israel. Había esperado ser el protector de la furia de sus enemigos. Quería haber sido una fuente de esperanza para Él y para los otros discípulos. Había esperado dejar para siempre mis redes por una causa más noble.

Despojado de estas esperanzas, todo lo que pude hacer era volver a la tarea y al sustento que mejor conocía. Parecía como una actividad inútil, pero estaba desesperado. Desanimado y confuso, las escenas se repetían una y otra vez de manera mecánica. Las redes aparecían continuamente vacías. Así, durante horas. Lentamente, bajo la influencia de la densa y penetrante niebla a mi alrededor, la noche tediosa empezó a convertirse en un amanecer como cualquier otro.

No salió el sol. Paulatinamente la neblina sobre el lago brilló con una tenue luz. No nos habíamos aventurado a ir muy lejos. Le dije a la tripulación que cambiase el rumbo para dirigirnos a la costa, que yo conocía como la palma de la mano: los postes de los amarraderos, los árboles, las viviendas, las playas y las personas que las frecuentaban. En contra de este panorama familiar, ese brillante amanecer gris descubría una vista extraña para mí. La figura difusa de un hombre en la orilla nos hacía gestos en medio de un misterioso clima. No le reconocí. Con voz potente y utilizando la lengua local se dirigió a los que estábamos en la barca.

Hicimos lo que nos mandó, con pocas esperanzas de éxito. Giramos y pasamos por el lugar donde habíamos estado. Nos encontrábamos en aguas profundas. De inmediato, se produjo un tirón de la soga que me hizo estremecer. El agua se enturbió y las redes repletas provocaron una gran agitación en toda la tripulación. Para cuando comprendí quién podía ser aquel hombre misterioso,

me encontré ya en el agua intentando recobrar el aliento y controlar mi pánico.

Al reconocerle, intenté gritar. El resultado fue una mezcla de pavor y confusión: “¡Sálvame!”8 “¡Hijo del Dios vivo!”9 “¡Apártate de mí!”10 Finalmente mi pies tocaron el fondo arenoso y supe que me encontraba en un ámbito totalmente nuevo para mí. Se me despejó la mente y lo que trataba de decir salió por sí solo utilizando las palabras del profeta favorito del Señor, Isaías: “¡Ay de mí, perdido estoy! Porque soy un hombre pecador11. Soy hombre de labios impuros, y mis ojos están viendo al Rey, el Señor de los ejércitos”12. En esos momentos estaba de rodillas a sus pies. Surgió entonces de mi boca: “¡Señor! ¡Señor Jesús!”

“Señor”. Esta palabra, pronunciada de manera espontánea, era un nuevo nombre para Él. Nadie se había atrevido a decirla antes. Ya no me importaba que llamarle con el nombre prohibido, reservado sólo para Dios santísimo, fuese considerado como una herejía y un escándalo. ¿Podía ser verdad? Él ya no está muerto. Entonces ha resucitado. ¡Es el Señor! ¡La muerte no pudo mantener el dominio sobre Él! ¡“Señor” es el único nombre apropiado para alguien que pasa a la vida a través de la tumba! ¡Si yo estuviese en lo cierto! ¡Sí, es Él!

7 Juan 6, 66-688 Mateo 14, 309 Mateo 16, 1610 Lucas 5, 8 11 Lucas 5, 8.12 Isaías 6, 5

23

Casi se rompían las redes. Lucas 5, 6

Por su resurrección Jesús ha sido hecho el Señor del que hablan los salmos 110 y 16.Biblia de Jerusalén, Hechos 2, 34-36

Remad mar adentro y echad vuestras redes para la pesca. Lucas 5: 4

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Querido Hermano, te estoy contando esto por una única razón: el Señor me pidió que fortaleciese tu esperanza13. Si quieres tener más confianza, tan sólo has de ponerte en mi lugar.

A la luz de mis abatimientos, vuelve a echar la mirada a los tuyos propios y otros semejantes que acontecen a cada discípulo. Seguro que tú, como yo, vives noches abatido por la angustia y el remordimiento. Quizás, al igual que yo, hayas estado siguiendo a Jesús desde una cierta distancia para permitirte tener otras opciones o, por si acaso, para protegerte de una posible decepción. Su acción en tu vida puede que no cubra tus expectativas, dejándote en un estado de incertidumbre. Es posible que tú, como yo, hayas visto cómo se esfumaban grandes esperanzas, quedándote solo para dar marcha atrás. Quizás te sumerjas tanto en la actividad laboral diaria que llegues a olvidar para qué fuiste llamado. O puede que disfraces tus esperanzas para que los demás no te consideren un tonto. ¿Me has seguido en la larga noche negando tu noble vocación en favor de los valores triviales de la fascinación perecedera?

Hermano, te animo a ponerte en mi lugar no sólo en la desesperación. Únete a mí también para obedecer el mandato de “remar mar adentro”14. Cuando yo lo hice, no supe por qué. Pero ahora entiendo que aproveché la oportunidad de mi vida. Había estado a punto de tener un final como el de Judas. Ese mandato me salvó: “¡Rema mar adentro!” Una dolorosa soledad me impulsó a aceptar el riesgo.

¿Por qué fui mar adentro hacia las aguas profundas? No es fácil explicar con palabras, pero lo intentaré. Debido a la vergüenza que sentía, no tenía nada que perder; ya no me quedaba confianza en mí mismo. La lógica de mis ojos, mis oídos, mi razón y de mi propia voluntad era inexistente. La esperanza que yo mismo había construido era inmensamente más pequeña de lo que pudo haber sido. Todo lo que pensaba acerca de Jesús y mi vida con Él estaba en duda en ese momento.

Fui un ingenuo. Creí todo lo que me habían enseñado sobre la Ley y los Profetas en relación al “mesías” que redimiría a Israel. Forcé a Jesús para que entrara en mis esquemas mentales. En el patio, a la hora del canto del gallo, no fue la esperanza lo que perdí, sino lo que yo consideraba que era la esperanza. Lo que realmente perdí eran expectativas basadas en una lógica ingenua. Perdí “la esperanza de la razón”. Perdí la certeza de que mis sentidos podían comprender todo, que mis primeros profesores estaban en lo cierto. Cuando oí “rema mar adentro”, “echa las redes al otro lado”, se despertó en mí una dimensión que iba más allá de mi forma habitual de conocimiento: ¡mi capacidad de experiencia mística!

Mi auténtica pesca milagrosa fue la esperanza de una experiencia religiosa mística. Puede que tú, desde hace tiempo, hayas abandonado este tipo de esperanza. Hermano mío, te ruego que me escuches. A mí se me brindó una oportunidad que por ejemplo Judas nunca tuvo. Pude conocer a Jesús en el misterio, en la aparición, en una dimensión de mi espíritu en la que jamás había entrado antes. Tras el naufragio de mis esperanzas mesiánicas convencionales, el mandato de remar mar adentro suscitó en mí una nueva pasión por la esperanza: el mar profundo de mi experiencia mística. El apoyo maravilloso de un misterioso encuentro con el Salvador resucitado me permitió abandonar, por segunda vez, mis redes, mis barcas y mi falsa idea de que todo es sensible. Ello me llevó a un nuevo tipo de ingenuidad, que cree la verdad de las visiones, de las apariciones y de las palabras dirigidas directamente al corazón.

Hermano, entrar conmigo mar adentro significa que te hagas crédulo de un modo nuevo. Supone tener una esperanza -que escapa a la razón- en los momentos espirituales. Si entras en soledad con algo de intensidad, morarás más allá de las palabras y de la lógica, podrás llegar a una

13 Lucas 22, 32 14 Lucas 5, 4; Mateo 14, 28-29; Juan 21, 6.

24

El hombre religioso de mañana será un místico, una persona que haya experimentado algo, o no podrá ser religioso, pues la religiosidad del mañana no será ya compartida en base a una convicción pública, unánime y obvia. K. Rahner

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honda comunión afectiva con el Señor resucitado. Si lo haces, te aseguro que descubrirás nuevas cualidades de vida divina dentro de ti. Jesús resucitado hace que las personas en las que Él está presente se hagan divinas. Mi historia es la prueba de que Él vendrá a ti cuando entres en las aguas profundas de la experiencia espiritual.

Por “experiencia espiritual” quiero dar a entender algo que va más allá de la fidelidad a la oración diaria. Un encuentro íntimo en comunión con el Resucitado -en imágenes, en afectos, en palabras y en libertad- no es algo rutinario. El sentido de comunión con el Señor resucitado, que es auténtica oración, vendrá como algo inesperado.

En nombre de Jesús, te exhorto a que alimentes la esperanza apasionada para las experiencias contemplativas que se dan “en el otro lado” de la conciencia humana y “mar adentro” de la honda soledad. Ponte en marcha. Suplica que Él te ponga en comunión profunda con su presencia resucitada, donde Él despertará tu esperanza para la inmortalidad y el misterio.

Hermano, vives en una época de recelos. Tu cultura desconfía de la experiencia religiosa. Las pocas expectativas espirituales y las esperanzas materialistas han logrado penetrar hasta lo más hondo de tu ser. El crecimiento de tu propia esperanza está muy por debajo de lo deseado.

Probablemente no esperas tener experiencias religiosas, o quizás tu timidez te impida creer que las que hayas tenido pudiesen provenir del Señor. Éstas son reacciones habituales. Dices: “Simplemente no soy una persona espiritual”. Esto es negar lo más profundo de ti mismo. Yo pronuncié las palabras: “No soy galileo”. Sé lo que significa renegar de mí mismo. Si acoges la soledad en

esperanza, podrás confirmar y abrir tu naturaleza espiritual.

Si logras abrirte y salir de ti mismo para permitir que, a través de experiencias espirituales, Él se ponga en contacto contigo, Él te hará un evangelista de esperanza en medio de una sociedad en la que “se trabaja toda la noche”15, con tan sólo herramientas humanas, y “no se pesca nada” de la pasión por Dios. Las redes de la pesca milagrosa son la capacidad innata de cada ser humano para aceptar el misterio. Extiende tus redes a los deseos profundos de tu corazón; te garantizo seriamente que tu esperanza no se verá decepcionada.

Una vez que alcancé la orilla del lago y me encontré a solas con Quien rompió el hechizo de

mi desnudez, me di cuenta de lo que me rodeaba: el aire frío, la costa, las brasas16. ¡El fuego! Ver aquel fuego me devolvió de nuevo al patio del sumo sacerdote17 y al resplandor de las brasas que dejaba expuesto mi rostro cobarde ante el Señor18. Una oleada de hechos ya vividos anteriormente y

un sentimiento de vergüenza me provocó un nudo en el estómago. Herido hasta lo más hondo de mi ser, yo esperaba unas palabras de reproche.

¡Pero nada! No hubo tiempo para pedir perdón, ya que Él fue rápido al hacer la invitación: “¡Ven y toma tu alimento!” Luego, cuando Él partió el pan en su habitual manera tierna y fraternal, mis temores se fundieron en una alegría que sólo el hijo pródigo podía entender. Aquel joven recibió un anillo, un vestido y una fiesta estupenda, sí, pero esta sencilla comida de reconciliación resultó ser para mí mucho más sublime. Fue mejor que la parábola: mi Señor no pudo esperar a que yo volviese, Él había ido en mi busca.

15 Lucas 5, 5.16 Juan 21, 917 Juan 18, 1818 Lucas 22, 61

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Vieron unas brasas con un pez encima de ellas, y pan. Juan 21, 9

La esperanza, como sucede con la psicología, es una de esas palabras que han sido excluidas de las discusiones serias de los científicos. La esperanza significa simplemente apertura.

Richard T. Knowles

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Él, aunque no era un pescador, vino detrás de mí para pescarme. Él me lanzó la red de la gracia del perdón. Yo fui su pesca, yo era un milagro de curación en las profundas e inefables aguas del perdón. Resultó ser un sentimiento mucho más maravilloso de lo que nunca podía haber esperado. Fue como si, cuando Él vio por la luz de aquellas brasas que me había perdido, lo único que importase era su doloroso anhelo. Y, cuando me encontró, no pudo superar su alegría, hasta el punto de ofrecerme su misericordia de manera insensata y gratuita.

Fue la compasión del Maestro por su discípulo indisciplinado, la del Creador por su obra empezada. Poder recuperar mi vida y mi dignidad fue una sorpresa inimaginable para mí. Había sido perdonado poniendo fin a mi angustia. Eso es algo por lo que merece la pena gritar, correr, saltar y anunciarlo a los oídos abatidos. Eso es digno de escribir un libro lleno de cartas para ti, Hermano. Ello justifica todos los riesgos de la esperanza. Sé lo que estoy diciendo al escribir esto: la voluntad del Señor para perdonarte es la esperanza segura de que la serie interminable de decepciones en ti mismo dejará paso a un comienzo nuevo.

Sólo con que me hubiese perdonado ya habría sido suficiente. Sin embargo, Él me aceptó también tal y como era, un cobarde espiritual crónico. Él podía haber aplazado su perdón hasta que me arrepintiese de mis formas de actuar o cambiase mi carácter; no lo hizo. No intentó cambiarme; me aceptó como el Simón que yo era. Además, mi pecado no era sólo algo del pasado; los trastornos de mi personalidad estaban tan arraigados que, incluso veinte años después de ese bendito amanecer a la orilla del lago, traicioné a Pablo y a Tito mostrando las mismas reacciones de engaño y de respeto humano que me habían llevado a negar al Señor19.

Cuando Él me llevo aparte para preguntarme tres veces si le amaba, yo estaba demasiado escarmentado como para decir que le amaba más que los otros. Puedes imaginar la alegría que experimenté cuando Él aceptó la muestra de amor sincero que yo albergaba por Él en mi corazón.

Él sólo vio lo que de bello encontró ahí; el resto lo pasó por alto. Aceptó gustosamente un grano de mostaza de mi afecto.

Hermano, la imagen que puedas tener de quien te escribe esta carta puede ser la de un papa en bronce, de una maravilla arquitectónica o de un santo que lleva en la mano las llaves para la puerta del cielo. Al igual que Lucas, el optimista, los creadores de esas representaciones ignoraron la imagen más antigua que aparece en un centenar de catacumbas y que me muestran de pie junto a un pilar sosteniendo un gallo que está cantando.

Esa escena proclama la certeza del perdón de Dios como un mensaje de esperanza para los vivos que visitan a sus muertos y para los que viven con una fe muerta llorando su pérdida. De entre todas las representaciones antiguas, ésta es la que mejor expresa la personalidad real del autor de esta carta, su frágil humanidad y su esperanza.

Si Él me hubiese perdonado y aceptado ya habría sido suficiente. Sin embargo me dio también un nombre nuevo: Cefas. Pedro. En el cobarde, el Salvador vio una roca y me confió una misión.

Hermano, te pido que reflexiones sobre lo que esto significa para mí y para ti. El Señor, al confiarnos su misión, muestra que pone su esperanza en nosotros. Lo importante no es nuestra esperanza en Dios, sino la esperanza de Dios en nosotros, lo cual es un misterio de una belleza inconmensurable. Significa que incluso el Dios todopoderoso y eterno vive no por la certeza, sino

19 Gálatas 2, 11-14

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Cuando Cefas vino a Antioquia, yo me opuse a él en su misma cara, porque era digno de reprensión.

Gal 2, 11

Simón, ¿me amas más que éstos? Juan 21, 15

¡Bendito eres, Simón! Tú eres Pedro.

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por la esperanza. Dios toma el riesgo enorme de esperar en “Simones” como nosotros. El Señor nos ha precedido al remar, antes que nadie, dentro de las aguas profundas.

Yo no soy el único objeto de la esperanza de Dios. Lo que me ocurrió a mí es también un designio de Dios para ti. El Resucitado viene a buscarte, Hermano. Ve amor en ti. Quiere darte un nombre afín a tu esperanza.

Tú tienes esperanza en el corazón para la unidad y la integración, especialmente cuando tu apostolado te deja aislado, disperso, completamente roto. El Señor tiene un nombre especial para la mezcla de luces y sombras de tu persona. Es un nombre para tus posibilidades más profundas y auténticas. Contiene tu vocación personal e identidad espiritual. Nombra a esa esperanza sin par que Él pone en ti.

El perdón de Dios no es una espada que corta tu pecado y se deshace de él. Tu pecado quedará siempre como parte de ti. Pero eso para Dios no es un problema. Su nombre para ti incluye tu pecado. Mi sucesor entiende bien esto cuando escribe del antiguo misterio cristiano de la luna, que no pierde nunca los contrastes y depresiones que caracterizan su cara.

La esperanza de Dios para ti puede verse en la misión de la luna. El único propósito de ésta es mantener presente al sol cuya luz queda reflejada para que los centinelas de la noche puedan desempeñar su labor. Cuando el Señor se

llamó a sí mismo “luz del mundo”, su esperanza era que nosotros reflejásemos su brillo. Es una misión desalentadora si consideramos nuestra vida llena de sombras a causa de la debilidad humana. Pero es una misión en la que Dios se atreve a tener esperanza, una misión que se lleva a cabo con la misma seguridad que la de la pesca milagrosa en aguas

profundas. El Señor cuenta con nosotros como también el sol lo hace con la luna; nuestra esperanza es que, aunque estamos desfigurados y llenos de cicatrices, volviendo a menudo a la oscuridad, todavía reflejamos la Luz al mundo.

Tu esperanza es llamarle a Él por un nombre nuevo. En mi caso, arriesgarme a llamarle “Señor” fue el amanecer de nueva esperanza. Pero los tiempos en que vives exigen un nombre nuevo para Él. El título de “Señor” ya no entusiasma a los de tu época, es tiempo de desconfianza; es sal que ha perdido su sabor a causa de la repetición, leal pero pesada.

Aquí está lo que tengo para ti, querido Hermano: ponte en mi lugar junto al signo del canto del gallo. Bajo la mirada compasiva de Cristo resucitado, confiésale tu propia vergüenza y llámale con todo tu corazón: “Mi Esperanza. Mi única esperanza auténtica”.

Dirígete a Él como “mi Hermano, mi Esperanza”, y estarás profesando un misterio capaz de fascinar a tu propia persona y a tus contemporáneos. Para ellos, la virtud preciosa de la fe ha venido a este mundo para dividir a los pueblos e incitar a las guerras. El amor para ellos es el erotismo efímero o una relación temporal. Mas la esperanza causa todavía algún rayo de luz en su corazón. Al oír una promesa de esperanza, ¿qué corazón no se regocija y qué lengua no se anima a cantar?,

¿qué carne no descansa segura en la esperanza?20

Dirígete a Él como “mi Hermano Esperanza”, porque tener esperanza no significa tenerla en algo, sino en alguien. Dile: “Tengo esperanza en ti por el bien de nosotros dos”.

20 Salmo 16 tal y como se interpreta en Hechos 2, 25-28

27

La esperanza es un elemento tan esencial de la vida cristiana que este término reemplaza a veces a la fe para designar a toda la religión cristiana.

Diccionario de la Biblia

El misterio de la luna era parte de la contemplación de los Padres de la Iglesia, que usaban esta imagen para mostrar la dependencia de la Iglesia en Cristo, el sol cuya luz ella refleja.

Papa Juan Pablo II

La esperanza es como el sol, que según caminamos en él, proyecta la sombra de nuestra carga detrás de nosotros. Samuel SmilesSamuel Smiles

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Tener esperanza en su presencia es decir que, pase lo que pase, tú serás su hermano. La razón por la que puedes tener esperanza en Él es ésa: Él siempre será tuyo.

Dirígete a Él como “mi Esperanza” porque Él es tu esperanza para conocer tu “yo místico”; tu esperanza para el perdón al nivel más profundo, para la tolerancia, para amar tu vocación de Hermano; tu esperanza para conocer el nombre cariñoso que el Señor te guarda en su divino corazón.

Conclusión

Hoy es la fiesta del Corazón Inmaculado de María. Cuando la paradoja de Dios nuestro Hermano fue concebida en su vientre, la paradoja de la alegre esperanza fue concebida en su corazón.

A través de la intercesión de María, pedimos que, tras respirar hondo, nos lancemos con Simón Pedro mar adentro; que prolonguemos las esperanzas heroicas de André Coindre y del Hermano Policarpo para formar laicos en la memoria viva de Jesús. Pidámosle que perseveremos en nuestra misión de ser faros de esperanza para los “Vicentes Briançons” de hoy, que necesitan de estrellas para navegar en el mar de la vida.

Mediante su intercesión, pedimos que nos ayude a prestar atención a la llamada del Papa Juan Pablo II; él nos recuerda que nuestro patrimonio de apertura esperanzadora, en estos tiempos tan difíciles y llenos de estrés, es una fuerza que nos lleva a un futuro con sentido:

“Duc in altum! ¡Avancemos mar adentro! Estas palabras resuenan hoy para nosotros, y nos invitan a recordar el pasado con gratitud, a vivir el presente con entusiasmo y a mirar hacia el futuro con confianza. ¡La esperanza cristiana está bien arraigada en la historia! ¡Avancemos en la esperanza! Un nuevo milenio se está abriendo paso delante de nosotros como un inmenso océano al que nos hemos de lanzar, sabiendo que Cristo también está actualmente con nosotros. Podemos contar con el poder del Espíritu derramado en Pentecostés y que todavía hoy nos insta a comenzar de nuevo, apoyados por esa esperanza que no decepciona”.

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