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LETRAMORFOSIS UN SUSURRO Sargan No sé si estoy colgado, incluso no sé si soy ella o él. Tal vez estoy en el suelo. Recuerdo que los últimos días poco hablaba, trataba de hacerlo pero un nudo en la garganta me lo impedía. Mis palabras se deshacían en lágrimas estúpidas, golpes a almohadas sin vida y un jugueteo curioso con una navaja de un amigo en el barrio. Si supieras lo curioso que es ver en cada habitación un objeto para ti, para el acto. Te llama y enseña cómo hacerlo. Mi madre trata de comprar pastelitos, algunas galletas, camisas nuevas pero no entiende, me siento un poco triste por ella, trato de no pensar mucho en eso. Ella no tiene lo culpa, soy yo. Maldita sea, soy yo. Nadie entiende. Quisiera verlas, también a ella. Cada día es más difícil para mí, me hundo en un sentimiento repugnante de la vida. Pienso como Nietzsche “la esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre”. La decisión está tomada. No he comido en varios días, a veces pruebo algunas cosas pero al instante vomito. Ahora camino. Hace ruido y frio. No sé cuánto tiempo ha pasado. Los ojos bailan por el vértigo, mis piernas a penas tiemblan. En el reflejo del celular veo mi cara, estoy flaco y hace mucho no me afeito. Mis ojos caen a la mitad de la nariz por la falta de sueño o por las siestas llenas de engaño. Me estoy observando y suena, espero que sea ella, aunque no es así. Alguien me habla al otro lado, trata de entenderme cuando me acaba de conocer. Me siento tan solo. Estoy triste le digo a una voz sin cuerpo. Cuelgo. Abajo, treinta metros, se reúnen curiosos, hombres y mujeres. Niños también imposible evitarlo. Espero para no verlos, me recuerdan

UN SUSPIRO

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Relato entre la ficción y la realidad.

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Page 1: UN SUSPIRO

LETRAMORFOSIS

UN SUSURRO

Sargan

No sé si estoy colgado, incluso no sé si soy ella o él. Tal vez estoy en el suelo.

Recuerdo que los últimos días poco hablaba, trataba de hacerlo pero un nudo en la garganta me lo impedía. Mis palabras se deshacían en lágrimas estúpidas, golpes a almohadas sin vida y un jugueteo curioso con una navaja de un amigo en el barrio.

Si supieras lo curioso que es ver en cada habitación un objeto para ti, para el acto. Te llama y enseña cómo hacerlo.

Mi madre trata de comprar pastelitos, algunas galletas, camisas nuevas pero no entiende, me siento un poco triste por ella, trato de no pensar mucho en eso. Ella no tiene lo culpa, soy yo. Maldita sea, soy yo. Nadie entiende.

Quisiera verlas, también a ella. Cada día es más difícil para mí, me hundo en un sentimiento repugnante de la vida. Pienso como Nietzsche “la esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre”. La decisión está tomada.

No he comido en varios días, a veces pruebo algunas cosas pero al instante vomito. Ahora camino. Hace ruido y frio. No sé cuánto tiempo ha pasado.

Los ojos bailan por el vértigo, mis piernas a penas tiemblan. En el reflejo del celular veo mi cara, estoy flaco y hace mucho no me afeito. Mis ojos caen a la mitad de la nariz por la falta de sueño o por las siestas llenas de engaño. Me estoy observando y suena, espero que sea ella, aunque no es así. Alguien me habla al otro lado, trata de entenderme cuando me acaba de conocer. Me siento tan solo.

Estoy triste le digo a una voz sin cuerpo. Cuelgo. Abajo, treinta metros, se reúnen curiosos, hombres y mujeres. Niños también imposible evitarlo. Espero para no verlos, me recuerdan a ellas. Todo se vuelve una mancha, me acerco a una viga y hago equilibrio, juego con mi vida. Recibo otra llamada.

Quiero verla, necesito a Carolina.

Ella hasta aquí, al menos eso me han dicho, pero no la veo, tampoco la escucho. Espero unos minutos y me siento engañado. Aunque es temprano y a penas se asoma la lluvia, hace frio arriba. Vuelve a vibrar el celular y prefiero que caiga mientras les hago saber que no quiero ver a nadie.

Basta de palabras, abro la billetera y allí están ellas, mis hijas, lanzo mis cosas y me quedo con la fotografía. La veo y mi garganta sangra, mis ojos lloran.

Page 2: UN SUSPIRO

Me persigno, la imagen cae y luego yo, sin pensarlo, detrás de ella, como si tratara de alcanzar algo que nunca fue. Mi cuerpo rompe el viento a mi paso y allí caigo, un golpe seco, una cabeza inservible que babea. No sé quién soy, cada veinticuatro horas soy otro. Aquí en Bogotá.

Me desperdicio en la instantaneidad de un susurro que nadie recordara, en el tormento que regalo y la desesperación que libero. En el tiempo congelado y partido en un acto de la muerte.