Un usillo de lagar

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Cuento a partir de un anuncio por palabras.

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Un usillo de lagarPens que ya apenas si se poda encontrar utensilios como ese que haba estado buscando todos los veranos durante veinte aos. Es ms, no estaba para nada seguro de que se siguieran fabricando. Tuve que frotarme los ojos para darme cuenta de que no haba ledo mal. Un usillo de lagar! Automticamente, pegu un salto del sof, me fui hacia la estantera de los diccionarios, cog el tomo h-z del diccionario de la RAE y busqu la palabra usillo, as, sin hache, como un poseso, deseando no encontrarla. Respir aliviado cuando, a pesar de encontrarla, le que era la manera de llamar a la achicoria silvestre en Argentina. Entonces, usillo tena que ser por fuerza husillo. Era una errata. Mi intuicin haba sido correcta. Alguien estaba vendiendo un husillo de lagar en aquella ciudad, a ms de cuatrocientos kilmetros de donde de pequeo haba disfrutado todos los veranos viendo a mi abuelo, vasco de pro, que jams haba ido ms all de Zumrraga o de Beasain, prensar las ricas manzanas que crecan en los prados cercanos al Santa Luca, el ro en el que nos congelbamos con placer, bandonos a hurtadillas en las noches claras de verano cuando nuestros padres nos crean dormidos.

En el puente del Pilar o por Todos los Santos solamos visitar tambin a mis abuelos. Nada ms llegar al casero yo corra a ver a mi abuelo que siempre estaba junto a las kupelas, o cubas de madera, llenas de ese lquido que de manera misteriosa haba pasado de mosto a sidra tras la fermentacin de varios meses en contacto con el aire. Pero esto lo aprend con el tiempo, porque durante muchos aos de mi niez pensaba que mi abuelo converta milagrosamente un lquido en otro mientras tarareaba canciones en euskera.

l sola pasarse las tardes enteras enfrascado en la elaboracin de la sidra que luego venda sobre todo en las sidreras de los alrededores. No lo haca por negocio, sino por entretenerse y por dar uso al lagar que haba heredado de mi bisabuelo. Siempre se reservaba alguna kupela para las celebraciones familiares y yo era siempre el primero en probar su contenido, a pesar de ser tan slo un nio. Con el tiempo me fui convirtiendo en un experto a la hora de elegir las mejores manzanas y de extraer de ellas la mejor sidra. No tard en empezar a ayudar a mi abuelo siempre que poda, de tal suerte que aquel entretenimiento pas a ocupar buena parte de mis vacaciones y puentes todos los aos.

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Dos aos antes de morir mi abuelo en 1984, el anciano lagar acus de golpe el paso de sus ms de ciento cincuenta aos y dej de funcionar. Es el husillo!, dijo mi abuelo, se ha partido el husillo! Y sin l no puedo mover el contrapeso de la viga que presiona las manzanas. Se acab la sidra, Ramonchu! Yo, por mi parte, de todo el discurso lo nico que entend en ese momento fue que ya no bamos a poder hacer sidra.

Mi abuelo, que hasta entonces haba sido una persona incansable, empez a padecer achaques de todo tipo y cada vez tena la mirada ms perdida. Recuerdo que le propuse arreglar el husillo, pero l, con una sonrisa forzada que denotaba melancola y triste realidad, me contest que ya nadie construa husillos y mucho menos los reparaba.

Mi abuelo muri de mal de sidra. S, se puede decir as. Un ao despus de mi abuelo muri mi abuela de mal de amores; se le haba muerto su sagar, como ella le llamaba, se le haba muerto su manzana, y aquel casero que haba sido el paraso terrenal de mis hermanos y mo durante tantos aos, de repente se qued sin vida.

Durante todos los veranos de los siguientes veinte aos estuve recorrindome todas las comarcas sidreras de Asturias, de Guipzcoa, de Navarra, e incluso en las cercanas de El Barco de vila y en Santa Mara del Condado, en Len. Incluso en un viaje de trabajo a Frankfurt estuve preguntando por husillos en el barrio sidrero de Sachsenhausen y en los lagares de Hhl y Possmann. Siempre con la idea de poner de nuevo en funcionamiento el lagar de mi abuelo. Pero tena razn l, pareca que ya nadie fabricaba husillos, ni mucho menos los reparaba.

Hace unos aos, cansado de tanta bsqueda infructuosa, la dej y me resign a ver el casero con el lagar como uno de esos castillos medievales con enormes mquinas de tortura en el stano. No slo estaba sin vida, sino que se haba llevado la vida de mis abuelos.

No obstante, he seguido yendo por all al menos un par de das al ao, a ver si as me desintoxicaba del asco de vida que llevo. He conseguido tener una buena casa, un buen coche, dos telfonos mviles de ltima generacin, muchas corbatas de seda y un trabajo muy bien remunerado, pero no soy dueo de mi tiempo y he acabado 2

trabajando por mera rutina, preso de las circunstancias que me empujan a trabajar ms y ms y a pensar menos y menos. Hoy, ni me gusta lo que hago, ni s por qu lo hago. Slo s que cada vez estoy ms triste y soy menos persona; y me gustara escapar, dejar todo y escapar.

Ms de una vez se me haba pasado por la cabeza comprar el casero de mis abuelos a mi padre y a mis tos. Seguro que me lo dejaran a muy buen precio. All podra escaparme de Madrid, y de Barcelona, y de Tokio, y de Londres y de Berln y de recorrerme varias veces el mundo en un ao con la sensacin de no tener tiempo para nada y de que mi vida no me pertenece. A veces, incluso, voy ms all con mis sueos y monto un restaurante y un casero de agroturismo donde ensear a todos cmo se fabricaba la mejor sidra del mundo y cmo de despacio discurre el tiempo con un libro en la mano junto al lagar, con el aroma de las manzanas frescas recin prensadas, sin reloj, pero con el tiempo en el alma.

Y ahora, sin saber muy bien por qu, se me haba ocurrido echarle un vistazo a los anuncios por palabras de aquel pequeo peridico comarcal que haba encontrado en el suelo del portal al llegar a casa a medianoche.

De la emocin no pude pegar ojo. As que a las cinco me levant y, aprovechando que era sbado y que excepcionalmente no tena ningn viaje ese fin de semana, me duch, me afeit y baj a la calle a dar un paseo para pensar un poco. Ese anuncio del husillo me haba despertado la conciencia y la idea de retomar el rumbo de mi vida.

A eso de las ocho volva a casa y, al pasar por delante de la frutera, vi como el frutero descargaba la fruta recin comprada en Mercamadrid. Haba varias cajas de manzanas. Me acerqu, le ped que me vendiera un quilo a pesar de no haber abierto todava y sub a casa. Dej las manzanas en una fuente en el centro de la mesa de la cocina y me sent a olerlas. Pegu un mordisco a una y, con aquella mezcla de picorcillo cido y sabroso llenndome las papilas, lo tuve claro: iba a llamar para interesarme por el husillo de lagar.

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Hice algo de tiempo para no llamar muy temprano y tras marcar el nmero que apareca en el anuncio, a los pocos segundos me contest una voz con acento argentino. Aquello me result inesperado y me descoloc un poco. Al?, hay alguien ah?, dijo aquella voz por segunda vez. Lgicamente, respond diciendo que estaba interesado por el usillo de lagar y esta vez, el sorprendido fue mi interlocutor. Qued en verle a medioda en el Retiro. Vos sabs dnde queda el estanque? Pues all, dijo, pronunciando la elle de tal manera que resultaba evidente su procedencia.

En las dos horas que siguieron a nuestra conversacin tuve tiempo de pensar en muchas cosas, pero una me llamaba poderosamente la atencin. Haba ledo que usillo sin hache es, en Argentina, el nombre que se le da a la achicoria silvestre. Y aquel tipo con el me haba citado era argentino! Pero no, no poda ser que me fuera a vender una achicoria. O s. Me estaba arrepintiendo de no haberle pedido que llevara una foto de lo que quera venderme a nuestra cita. Pero, bien pensado, eso habra sido un poco ridculo. O no. La verdad es que estaba hecho un lo, as que me intern en el Retiro y me sent en un banco junto al estanque en espera de que llegara el argentino.

A las doce en punto apareci. Nos presentamos y vi que, si bien era de manos fuertes y toscas, sus modales eran de persona con instruccin. Enseguida, tras cuatro frases para romper el hielo, pasamos al asunto que nos interesaba. Le cont que haba ledo el anuncio por casualidad y que haba estado buscando una oportunidad as ms de veinte aos. l pareci extraarse, pero no dijo nada, pues pareca ser una de esas personas con mucho mundo y muy vaqueteadas por las circunstancias, que ya han visto mucho y que ya no se sobresaltan por nada. Le dije que fijara el precio, a lo cual l me contest con evasivas, que si antes haba que ver el gnero, que para qu lo quera y otras preguntas que me sumieron en una incertidumbre que me descoloc an ms que el hecho de que fuera argentino y estuviera vendindome un husillo de lagar. En resumidas cuentas, no s cmo, pero se aprovech de mi inters, me li y quedamos para vernos el da siguiente muy temprano en su casa y l me llevara hasta el husillo.

Ese domingo haba amanecido con el cielo totalmente cubierto y muy oscuro. Cuando llam a su casa eran apenas las cinco. Menuda hora para hacer tratos!, pens. Y empec a barruntar la idea de que quiz me estuviera metiendo en un lo de drogas o que me estaban dando gato por liebre. Pero estaba decidido a seguir adelante. Manuel, 4

que as se llamaba aquel tipo, baj al cabo de un par de minutos y me condujo hasta su coche. A la pregunta de adnde bamos me respondi Vos espers y vers. No es sencillo de mostrar esto del usillo. Ante esa respuesta pens que tena razn, puesto que no es fcil de mostrar el estado de conservacin de un husillo de cerca de cien quilos, que suele estar montado en la planta baja de un lagar. As que me tranquilic y, como entre unas cosas y otras llevaba ms de cuarenta y ocho horas sin dormir, con el traqueteo del coche y la marcha regular de carretera despejada de la maana del domingo, me qued dormido.

Cuando despert, me llev la grata sorpresa de estar circulando por una carretera de un solo sentido que atravesaba frondosos bosques y bellas colinas suaves tapizadas de verde. Baj la ventanilla y aquel aire fresco y aquel olor a vida me recordaron la niez en el casero de mis abuelos. Estaba tan absorto en esos pensamientos que no le pregunt a Manuel dnde estbamos. Pero tampoco hizo falta, porque poco despus vi un cartel en el que se poda leer: Astigarreta, 2 km.. No poda ser! El casero de mis abuelos estaba all al lado. Adnde me llevaba mi extrao compaero de viaje?

Inmediatamente, mir el reloj. Haban pasado cuatro horas desde que me qued dormido al abandonar Madrid. Todo coincida. Con una mezcla de desasosiego, sorpresa e indignacin pregunt que qu pretenda hacer, que por qu estbamos all y que adnde bamos. Todos los interrogantes que en aquel momento tena en la cabeza salieron de mi boca con un torrente incontrolable de dudas hechas palabras.

Manuel, una vez que hube acabado, intent serenarme un poco y me explic que estbamos en la provincia de Guipzcoa, en la carretera Gi-632 de camino a un casero llamado Casa del lagar, en vasco ...

- Dolaretxea! dije yo al momento -. Qu se te ha perdido a ti en el casero de mis abuelos? Ahora mismo llamo a la Guardia Civil y te denuncio por entrar en propiedad privada sin permiso.

Manuel, ante mi sorpresa, ni se inmut. Me dijo que esperara a llegar all, que ya quedaba poco de camino y que l me explicara todo. Y, efectivamente, al cabo de cinco minutos llegamos a la puerta del casero de mis abuelos. 5

Haca ms de un ao que no iba por ah. Vaya!, pens, cmo pasa el tiempo! A ver que milonga me contaba ahora mi compaero de viaje. ste, sin darme tiempo de pensar ms ni abrir la boca, me condujo hacia el lagar, hacia mi lagar; la puerta de entrada no encajaba bien y entramos sin forzarla. Me mostr un rincn oscuro. Se arrodill y, escarbando con las manos en la tierra, desenterr una masa de forma redondeada y del tamao de una lechuga o un repollo pequeo.

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Una achicoria! dije yo. Naturalmente, qu esperabas? Pues que me ibas a vender un husillo de lagar. Pues eso. Esto es un usillo de lagar.

Tena razn, Manuel tena toda la razn. Yo mismo me haba estado negando la evidencia de que iba a comprar una achicoria silvestre crecida en la oscuridad de un lagar. Sal a la calle. El aire estaba preado de olores y sensaciones que me recordaban tantas tardes prensando manzanas con mi abuelo. De repente pens en la pregunta que deba hacerle a Manuel.

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Qu relacin tienes t con este lugar? No sabes que es propiedad privada?

Yo no saba nada, me dijo. Entonces ca en la cuenta de que no haba pensado hasta ese momento nada ms que en m y no en la posible historia que haba detrs de aquel argentino que me haba desbaratado los planes. Sigui hablando. Me cont cmo haba sido carpintero durante muchos aos en su pas y cmo con la crisis del corralito se haba enrolado en diferentes barcos mercantes donde aprendi a vrselas con los fogones. Pronto se hizo un nombre y las navieras se lo disputaban. Pero l, como tantos otros argentinos, tena ascendientes espaoles. Por eso, un buen da, cansado de recorrerse el mundo sin verlo recal en el puerto de Bilbao y se encamin a aquella zona cercana a Zumrraga y Beasain en la que ahora se encontraba, donde su bisabuelo haba sido carpintero y se dedicaba a fabricar lagares y de donde su padre haba salido de nio al estallar la Guerra Civil. Me cont tambin que, andando por el monte, descubri ese casero medio abandonado. Se puso a llover y se cobij en el lagar, cuya puerta estaba medio desencajada. All, en un rincn oscuro, fue donde descubri las achicorias 6

silvestres ms grandes que jams haba visto. A la maana siguiente decidi coger unas cuantas y ofrecerlas en los restaurantes del lugar. Los cocineros se las quitaron de las manos y se maravillaron de su calidad, preguntndole de dnde las haba sacado. l guard el secreto y pudo vivir una semana con el dinero que obtuvo. La voz se corri entre los cocineros guipuzcoanos, de tal suerte que uno de ellos le pidi desde Madrid una caja de achicorias. Fue a llevrselas y se aloj all en casa de unos antiguos conocidos de Crdoba, su ciudad natal en Argentina. Se qued con ellos una semana y fue entonces cuando se le ocurri poner el anuncio gratuito en aquel periodicucho semanal. Slo haba dejado semienterrado un usillo, el ms grande, y se lo quera vender aparte, porque despus tendra que decidir qu hacer con su vida, si quedarse en Madrid y probar fortuna en los cientos de restaurantes que se encuentran por doquier o volverse a la aldea de aquel casero semi-abandonado.

Cuando termin de contar su historia me sent tan perplejo como run. Cuntas historias como la ma de bsqueda de identidad! Acostumbrado como estaba a pensar en mi da a da, esa sensacin de pensar en la historia de otra persona resultaba para m una experiencia nueva que me haca sentir bien.

Aquel da Manuel y yo anduvimos por el campo, compartimos en el pueblo cercano unas morcillas de Beasain y, al caer la tarde, despus de mucho pensarlo, le propuse el trato.

No s cmo nos ir, pero entusiasmo no nos falta. Hemos recuperado nuestra conciencia de personas. Yo regres a Madrid, ped la liquidacin en la empresa donde trabajaba (lo cual agradecieron mucho, pues me confesaron que estaban casi en bancarrota), vend mi casa, mi flamante deportivo, los mviles de ltima generacin y con el dinero que saqu compr a mi padre y mis tos el casero que haban heredado de mis abuelos y me traslad all. No dejaba a nadie en Madrid, porque no haba tenido tiempo para relacionarme con nadie. Sin embargo, aqu, en el casero, al recuperar mi tiempo he podido aprender a compartirlo y as he conocido a una mujer maravillosa con la que espero formar una familia. Manuel se vino al pueblo, con sus conocimientos de carpintera construy un husillo nuevo para el lagar, repar el que haca ms de ciento cincuenta aos haba construido su bisabuelo y empezamos a elaborar sidra; restauramos la casa como casa rural y establecimiento de agroturismo y maana 7

inauguramos el restaurante. Manuel es el cocinero, y en el men de inauguracin no faltar, por supuesto, el usillo de lagar, sin hache. As, lo que tendra que ser el final de esta historia no es nada ms que el principio.

Se gira el husillo del lagar, situado en la planta baja del mismo, para conseguir que el contrapeso de la viga, situada en el piso superior, quede suspendido, logrando as la presin necesaria para extraer el zumo de la manzana. Husillo del lagar y cabeza de la viga de prensado, con la tuerca exterior y basculante, sujeta con cuerdas.

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