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Una Familia de La Primera Hora (Por Alejandro j

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UNA FAMILIA DE LA PRIMERA HORA (Por Alejandro J. Lomuto) - Versión corregida por el autor en septiembre de 2006 de la nota publicada en la colección de fascículos La Marcha, en octubre de 2004.

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Publicada originalmente en la colección La Marcha, N° 1, octubre de 2004 Corregida en septiembre de 2006

Una familia de la primera hora Por Alejandro J. Lomuto

El 12 de mayo de 1993, una nota del diario Página/12 provocó durante varios días el

comentario obligado de la mayoría de los argentinos. En ella, el pianista y compositor Virgilio Hugo Expósito se permitió echar un doble manto de duda sobre el único mito hasta entonces intocado de la historia argentina: dijo que los tangos que Gardel firmó como compositor no fueron creados por él y –peor aun– sospechó de la virilidad del Zorzal (“¿Alguien le conoció alguna vez una mujer? No sé si iba para atrás, pero para adelante, seguro no iba.”).

Oculta por la comprensible polvareda que levantó tamaña herejía, quedó de esa inolvidable nota una referencia de Expósito a la marcha “Los muchachos peronistas”: “... y además la compuso Lomuto, uno de los grandes”. El dato –que aludía a Francisco Lomuto– es falso pero, en todo caso, lo que hizo el compositor de “Naranjo en flor” fue repetir una creencia bastante extendida durante muchos años, a la que contribuyeron sin duda dos factores: el hecho de que la marcha esté registrada como de autor anónimo y la pública relación del apellido Lomuto con el coronel Juan Domingo Perón durante la presidencia de facto del general Edelmiro Julián Farrell. Es que entonces “la vinculación entre el régimen provisional y los Lomuto era tan obvia”, como afirma Daniel Della Costa en una nota titulada “Los Lomuto: el tango al poder”, publicada por el mensuario Todo es Historia (septiembre de 1973).

Francisco Juan Lomuto (1893-1950) era el segundo de diez hermanos y el mayor de seis varones, todos los cuales tuvieron actuación pública y vinculación con la música popular. Los otros fueron Víctor Dionisio (1895-1959), guitarrista y bandoneonista que en 1922, como integrante de la orquesta de Manuel Pizarro, marchó a París, donde se radicó, aunque murió en Buenos Aires; Pascual Tomás (1899-1970), quien prefirió llamarse Oscar y fue periodista y autor de letras de tango; Enrique Blas (1906-1982), pianista, compositor y director de orquesta típica; Blas Alfredo (1909-1984), oficial del Ejército y también autor de letras de canciones, y Héctor Antonio (1914-1968), pianista, compositor y director de la orquesta Héctor y su Jazz. El más famoso

De los seis, Pancho fue, por lejos, el más famoso. Pianista, desde 1912 compuso la música de más de 80 piezas (entre ellas, los tangos “Sombras nada más”, “Si soy así” y “Nunca más”, la ranchera “En la tranquera” y la marcha “La canción del deporte”), ocho de las cuales fueron grabadas por Gardel, y escribió las letras de varias de sus composiciones, para lo que utilizó el seudónimo Pancho Laguna. En 1920 formó su orquesta, con la que a partir de 1923 grabó 956 temas (950 como intérprete y otros seis como acompañante: uno, del tenor italiano Tito Schipa, en 1934; cuatro, del mexicano Juan Arvizu, en 1937, y el otro, de la cancionista argentina Carmen del Moral, en 1939). Antes, en 1922, había registrado ocho dúos de piano con Héctor Quesada. En los años 30, ese período-bisagra entre la Guardia Vieja y los esplendorosos 40, la orquesta fue la segunda más popular, superada únicamente por la de su amigo Francisco Canaro.

Sin embargo, Pancho sobresalió especialmente en la actividad gremial. En 1918 fue uno de los dos firmantes del acta fundacional de la Sociedad Nacional de Autores, Compositores y Editores de Música, el primer gremio del sector. Tras el previsible conflicto de intereses con los editores, en 1921 participó de la creación de la Asociación Argentina de Autores y Compositores de Música. Junto a Canaro, Firpo y Filiberto, entre otros, lideró en 1930 una escisión que provocó la fundación del Círculo Argentino de Autores y Compositores de Música. Y en 1936 condujo la reunificación, que desembocó en la fundación de la actual Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música (Sadaic), de la que encabezó el

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directorio organizador hasta febrero de 1937, cuando asumió el primer presidente electo (Francisco Canaro), y a la que luego presidió en dos períodos (1943-45 y 1945-47).

Aunque fue electo antes de que se produjera el golpe de estado del 4 de junio de 1943, Pancho Lomuto apareció más de una vez relacionado con Perón a la vista de la opinión pública. Ese mismo año, Sadaic celebró pomposamente sus bodas de plata –que no lo eran de su fundación, apenas siete años atrás, sino de la creación de la primera de las entidades defensoras de los derechos de los autores– y en los fastos, a los que asistieron el entonces vicepresidente Farrell y el ya influyente secretario de Trabajo Perón, hubo abundantes loas al régimen recién instalado. Pocos meses más tarde, Perón hizo una promocionada visita a la sede de Sadaic, para agradecer el aporte de los autores a la gran colecta nacional que organizó el ascendente coronel a beneficio de las víctimas del terremoto que destruyó San Juan en enero de 1944. Después, al cumplirse un año del golpe, Pancho aceptó ponerle música –y su hermano, el capitán Blas Alfredo, letra– a la marcha “4 de Junio”, que el gobierno haría cantar hasta en las escuelas.

¿Fue Pancho peronista? La tradición familiar sostiene que no. Jesús Martínez Moirón, en su libro “El mundo de los autores-Incluye la historia de Sadaic” (Sampedro Ediciones, Buenos Aires, 1971), explica que, como presidente de la entidad autoral, Lomuto trató de acercarse al gobierno para resolver dos asuntos delicados: la amenaza de intervención que pendía sobre Sadaic a raíz de una fuga de fondos –de cuya responsabilidad nada tenía que ver el directorio– detectada en los últimos días de la gestión de Canaro e investigada por la Secretaría de Trabajo y Previsión, y la necesidad de un decreto reglamentario que precisara mejor la interpretación de la ley 11.723, de derechos de autor, porque la que regía desde 1934 no satisfacía debidamente los intereses de los compositores de música, según reclamaban éstos. Sadaic no fue intervenida y un nuevo decreto, a la medida de los compositores, fue firmado el 2 de mayo de 1945 por el ya presidente Farrell. La esposa de Pancho, la también pianista y compositora Zayra Canicoba (1909-1995), aseguraba no sólo que él no era peronista, sino que era muy crítico de algunas de las políticas de Perón y que sufrió especialmente durante los últimos años de su vida, cuando en Punta del Este –adonde viajaba regularmente para veranear y presentarse con su orquesta– era abucheado por legiones de antiperonistas exiliados. Las llaves del reino La vinculación de los Lomuto con el preperonismo no se debía a Francisco, su hijo más famoso, sino a Oscar, que desde 1922 era el encargado de la información de “guerra y marina” –como se llamaba entonces a lo que hoy es defensa o fuerzas armadas– del diario La Razón. Ello le había permitido cultivar relaciones con muchos militares, entre los que se contaba Perón, con quien forjó una amistad en los tiempos en que éste fue ayudante del general Manuel Antonio Rodríguez, ministro de Guerra durante los primeros cuatro años y cuatro días de la presidencia del general Agustín Pedro Justo y, si no hubiera fallecido el 24/2/1936, seguramente su sucesor. En 1943, cuando estaba al frente de la Secretaría de Trabajo y Previsión, Perón llamó a Oscar para que creara una oficina de prensa “cuya ‘misión imposible’ era fabricar a Juan Perón candidato a la presidencia”, según Della Costa. Tras la asunción de Farrell, Oscar pasó a ser el director general de Prensa de la Subsecretaría de Informaciones y Prensa, que entonces funcionaba en el ámbito del Ministerio del Interior y era encabezada por el mayor Juan Carlos Poggi (hermano de Raúl Alejandro, quien sería el jefe del Ejército al que José María Guido le birlaría la Presidencia de la Nación, horas después del derrocamiento de Arturo Frondizi), y entre el 15/7/1944 y el 14/9/1945 fue el subsecretario. A esta gestión “se deben, entre otras iniciativas, la creación de la agencia de noticias del Estado, Télam; la del archivo de la palabra, en el Archivo General de la Nación, y el primer estatuto del periodista, en 1944”, según Della Costa. Que Oscar Lomuto era hombre de confianza de Perón –quien lo llamaba El Gordo– lo prueban dos hechos. Uno, que en junio de 1945 fue su emisario para una negociación nada menos que con el embajador estadounidense Spruille Braden (Félix Luna transcribe en “El 45” el relato que el propio Oscar le hizo de esa entrevista). El otro, que fue él quien instaló en Piedras 338 “una oficina donde Perón solía mantener sus entrevistas reservadas”, como le

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contó a Luna, y que meses más tarde fue la sede de la Junta Pro Candidatura del Coronel Perón. Además de un grupo de periodistas de su íntima confianza, Oscar contó con la colaboración de su hermano Enrique, un director de orquesta con cierta popularidad y al que no le faltaba trabajo, aunque estaba lejos del éxito de Pancho. Oscar y Enrique se llevaban muy bien pese a la diferencia de edad y afirmaban esa afinidad todos los domingos, en el estadio que correspondiere, haciendo fuerza por el equipo de fútbol de Atlanta. Precisamente en la platea de la cancha bohemia los sorprendió una vez la visita de Pancho, simpatizante de otros colores pero necesitado de influencias políticas. También Enrique fue destacado dirigente gremial: entre 1939 y 1943 fue el único presidente de la fugaz Asociación de Gente de Radio de la Argentina (AGRA), cuya disolución dio lugar al nacimiento de los sindicatos por especialidad (la Sociedad Argentina de Locutores, la Unión Argentina de Artistas de Variedades y la Asociación de Directores de Orquesta, que durante varios años fue presidida por otro Lomuto, Héctor). Tras el final de AGRA, Enrique siguió algún tiempo más en la actividad musical (el 18/9/1944 grabó la milonga “Argentino cien por cien”, de cuya melodía es autor y cuya partitura original llevaba en la portada un gran retrato de Perón), hasta que se retiró definitivamente, a comienzos de 1945, y fue nombrado subdirector del Archivo Gráfico de la Nación. Perón presidente, sin Lomuto Una vez que asumió la Presidencia de la Nación, Perón no volvió a ver a Oscar ni a Enrique Lomuto, excepto, en el caso de éste, durante el velatorio de Eva Duarte. No hubo ofrecimiento alguno. ¿Cuál fue la razón? Ni los pocos autores que se ocuparon del tema ni la tradición familiar tomaron partido por una de las tres hipótesis que sobrevuelan la cuestión. Della Costa las enumeró: una, que “Eva se habría preocupado por separar de su marido a sus viejos amigos, prefiriendo manejarse con los adictos que despertó su propia gestión. Uno de ellos habría de ser Raúl Alejandro Apold, cronista de temas aeronáuticos [del diario El Mundo y, además, jefe de prensa de Argentina Sono Film], que fue presentado a Perón y Eva por el mismo Lomuto y que ganara rápidas posiciones luego del triunfo del coronel, hasta constituirse en el secretario de Prensa de su gobierno de más largo desempeño”; otra, que “conspiraba contra la incorporación de Oscar al nuevo gobierno constitucional su irregular situación matrimonial; el casamiento de Perón y Eva antes de las elecciones y su apego a grupos católicos que dominaron la primera etapa de su gobierno, marcaba una conducta a sus miembros que no podía ser observada por el Gordo” (con poco más de 40 años, Oscar ya había enviudado dos veces y disfrutaba de su éxito con las mujeres), y la tercera, que “Eva Duarte jamás les perdonó que se hubiesen ausentado a Córdoba durante la semana de octubre”. Aunque no son excluyentes, personalmente tiendo a descartar la última. Por un lado, porque tampoco Eva y ni siquiera el propio Perón tuvieron en octubre una actitud decidida para enfrentar lo que hasta entonces parecía la caída definitiva del ambicioso coronel, como lo prueban las cartas que intercambiaron en esos días. Por el otro, porque Oscar y Enrique fueron piezas fundamentales de la posterior Junta Pro Candidatura, de la que Enrique se jactaba de tener el carnet número dos y de haber conservado los archivos hasta que, derrocado Perón, decidió quemarlos por temor a eventuales represalias del gobierno de facto contra quienes figuraban en ellos. Incluso, Enrique afirmaba haber recibido y declinado un ofrecimiento para integrar, para las elecciones de febrero de 1946, la lista de candidatos a diputados nacionales de la coalición peronista (Partido Laborista-Unión Cívica Radical Junta Renovadora-Juventud Renovadora Argentina) por la ciudad de Buenos Aires. Ya alejado de la función pública, en 1947 Oscar se asoció al crítico de arte Carlos Peláez de Justo –quien firmaba sus artículos como Joaquín F. Dávila– para fundar el mensuario de temas culturales Continente. Oscar puso el dinero y manejaba la administración y las relaciones públicas, y Peláez se ocupaba de los contenidos, que más de una vez molestaban al gobierno, sobre todo cuando publicaban en la portada cuadros de pintores opositores, como el socialista Leónidas Gambartes. Enrique pasó del Archivo a un cargo menor en el Boletín Oficial y fue cesanteado en 1952 “por negarse a recibir, ese fin de año, el consabido regalo de sidra y pan dulce; tiempo

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atrás no había querido afiliarse al partido peronista”, según Della Costa. Un año antes, recibía en su casa a opositores a los que ayudaba a escapar a Uruguay cuando estaba prohibido viajar a ese destino y los que lo intentaban eran tiroteados desde el puerto. Esto último le fue reconocido una década más tarde al hijo mayor de Enrique, Jorge (mi padre), que acababa de entrar como redactor a La Nación, por Víctor Claiman, connotado antiperonista que entonces era secretario de redacción del diario de Mitre y había sido director del semanario El Gorila en los tiempos bravos de la Revolución Libertadora. Senderos bifurcados El apellido Lomuto y el peronismo, que “tan obvia” vinculación habían tenido en la quinta década del siglo XX, se separaron casi definitivamente. Ni Oscar ni Enrique volvieron a la función pública ni a la militancia política, aunque mi abuelo se declaró peronista hasta el último día. Pancho murió a fines de 1950 sin haber tenido con Perón y su gobierno más relación que la que le exigía su función como presidente de Sadaic. Héctor no llegó a tener contacto. Y Blas, que accedió de mala gana al pedido de Oscar para poner letra a la marcha “4 de Junio”, tuvo en su carrera destinos estrictamente militares. No obstante, a él sí el tren de la Libertadora le pasó por encima: cuando derrocaron a Perón, ya con el grado de coronel, era subdirector del Colegio Militar y no aceptó el ofrecimiento del nuevo gobierno para reemplazar a su hasta entonces jefe. Por esas cuestiones del honor militar, dijo: “Yo voy adonde vaya el director”. Y fue preso un mes, pese a que nunca hubo cargos ni sospechas contra él. Pasó a retiro y en 1973, junto a una legión de oficiales jubilados por el régimen que depuso a Perón, fue ascendido al grado inmediato superior (general de brigada). De la siguiente generación de Lomuto muy pocos tuvieron actuación pública: los dos hijos de Enrique (Jorge, periodista y poeta, y Daniel, bandoneonista); la hija de Blas, Celia, destacada pediatra y neonatóloga, y Osvaldo de Tejería, hijo de Rosalía –una de las hermanas de Pancho, Oscar y Enrique–, que fue árbitro de fútbol y periodista. Ninguno de ellos tuvo ni tiene militancia política. No obstante, alguna vez la relación entre el apellido y el peronismo volvería a salir a la luz. En 1968, Jorge llevaba siete años como redactor de La Nación cuando el jefe de Política, José Oscar Botana, propuso incorporarlo a la sección para la cobertura de la información de las fuerzas armadas. “No puede ser porque tiene apellido peronista”, fue la respuesta que llegó de la máxima jerarquía de la redacción. Probablemente esa decisión no se haya debido a la voluntad de las autoridades del diario, ya que el mismo Lomuto, dos años después, fue acreditado por el mismo medio ante el Ministerio de Educación bajo el mismo gobierno de facto. Tampoco entre los nietos de los famosos se reprodujo el fenómeno de actuación pública de aquella primera generación de Lomuto nacidos en la Argentina. Sólo mi hermano Alberto ha tenido cierta militancia de base en el peronismo y a mediados de los 80 fue secretario del centro de estudiantes de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires por una agrupación justicialista. Yo, en cambio, preferí el radicalismo –aunque me desencanté bastante pronto– y apenas llegué a ser, durante el gobierno de Raúl Alfonsín, jefe de prensa de un secretario de Estado, primero, y de la Empresa Nacional de Telecomunicaciones (Entel), después. El más conocido entre los de mi generación no lleva el apellido Lomuto: es José Miguel Onaíndia, nieto por vía materna de Ángela –la mayor de los diez hermanos–, prestigioso abogado y uno de los pocos buenos funcionarios que tuvo el gobierno de Fernando de la Rúa, que lo designó presidente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. •