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UNAMUNO: EL MUNDO INTERNO Y EL MUNDO EXTERNO Alison Sinclair CLARE COLLEGE. CAMBRIDGE Cualquier encuentro con la obra de Unamuno nos revela una mente llena de vigor, de curiosidad, de preguntas que se quedan -normalmente- sin respuesta. Sus lecturas, evidentemente amplias por las referencias que hace al paso, indi- can, sin embargo, sólo una fracción de lo que abarcaba su curiosidad intelectual. En vista de esta riqueza de referencia (y de posible influencia) se ha formado una idea general de lo que era Unamuno como persona: hombre angustiado por las dudas religiosas; hombre que quería a toda costa provocar a la gente, estimu- lar y despertar a los dormidos; hombre que se contradecía continuamente, no porque tuviera el pensamiento confuso, sino por el puro gusto de poner las ideas al revés para ver el aspecto que así tendrían. Uno de los críticos que se concentró en la actividad intelectual de Unamuno, y precisamente en una de las vertientes que tengo hoy como tema, fue Juan López Morillas. Habló, de hecho, del «mundo exterior»: El mundo exterior que se nos mete por los ojos es, para Unamuno, una impos- tura, un gigante que se nos disfraza de molino de viento. La visión unamunesca se proyecta de dentro afuera y resulta de una íntima e irracional convicción que per- mite, al abrir los ojos al mundo aparencial, ver en él lo que se quiere ver, idearlo, disponerlo, y aun negarlo a voluntad. La conocida frase unamunesca «creer para crear» resume admirablemente este importante sector de su pensamiento. 1 Se destacan dos aspectos fundamentales en este comentario de López Mori- llas: por un lado se concentra en lo que se podría calificar como la actitud carní- vora de Unamuno, por la que se apoderaba del mundo exterior para hacerlo suyo (sería otra cuestión pensar en el acto de digerir lo consumido). El énfasis cae, por decirlo así, en convertir el Juan de Tomás en el Juan de Juan. 2 Pero se vis- lumbra también en esta cita la causa de una apropriación tan voluntariosa, ac- ción que a Unamuno le deja ver en el mundo «lo que se quiere ver, idearlo, dis- ponerlo, y aun negarlo a voluntad», es decir una reacción de dificultad, o de terror, que aquí resume López Morillas en la idea defensiva de un mundo exte- rior que es «una impostura, un gigante que se nos disfraza de molino de viento». J. López Morillas, Intelectuales y espirituales, Madrid: Revista de Occidente, 1961, pág. 17. Prólogo de Tres novelas ejemplares y un prólogo, en Unamuno, Obras completas, ed. M. García Blanco, Madrid: Escelicer, 1966, 9 tomos, t. II, pág. 973. 403

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UNAMUNO: EL MUNDO INTERNO Y EL MUNDO EXTERNO

Alison SinclairCLARE COLLEGE. CAMBRIDGE

Cualquier encuentro con la obra de Unamuno nos revela una mente llena devigor, de curiosidad, de preguntas que se quedan -normalmente- sin respuesta.Sus lecturas, evidentemente amplias por las referencias que hace al paso, indi-can, sin embargo, sólo una fracción de lo que abarcaba su curiosidad intelectual.En vista de esta riqueza de referencia (y de posible influencia) se ha formadouna idea general de lo que era Unamuno como persona: hombre angustiado porlas dudas religiosas; hombre que quería a toda costa provocar a la gente, estimu-lar y despertar a los dormidos; hombre que se contradecía continuamente, noporque tuviera el pensamiento confuso, sino por el puro gusto de poner las ideasal revés para ver el aspecto que así tendrían.

Uno de los críticos que se concentró en la actividad intelectual de Unamuno,y precisamente en una de las vertientes que tengo hoy como tema, fue JuanLópez Morillas. Habló, de hecho, del «mundo exterior»:

El mundo exterior que se nos mete por los ojos es, para Unamuno, una impos-tura, un gigante que se nos disfraza de molino de viento. La visión unamunesca seproyecta de dentro afuera y resulta de una íntima e irracional convicción que per-mite, al abrir los ojos al mundo aparencial, ver en él lo que se quiere ver, idearlo,disponerlo, y aun negarlo a voluntad. La conocida frase unamunesca «creer paracrear» resume admirablemente este importante sector de su pensamiento.1

Se destacan dos aspectos fundamentales en este comentario de López Mori-llas: por un lado se concentra en lo que se podría calificar como la actitud carní-vora de Unamuno, por la que se apoderaba del mundo exterior para hacerlo suyo(sería otra cuestión pensar en el acto de digerir lo consumido). El énfasis cae,por decirlo así, en convertir el Juan de Tomás en el Juan de Juan.2 Pero se vis-lumbra también en esta cita la causa de una apropriación tan voluntariosa, ac-ción que a Unamuno le deja ver en el mundo «lo que se quiere ver, idearlo, dis-ponerlo, y aun negarlo a voluntad», es decir una reacción de dificultad, o deterror, que aquí resume López Morillas en la idea defensiva de un mundo exte-rior que es «una impostura, un gigante que se nos disfraza de molino de viento».

J. López Morillas, Intelectuales y espirituales, Madrid: Revista de Occidente, 1961, pág. 17.Prólogo de Tres novelas ejemplares y un prólogo, en Unamuno, Obras completas, ed. M. García

Blanco, Madrid: Escelicer, 1966, 9 tomos, t. II, pág. 973.

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Más tarde en el mismo tomo de ensayos, propone López Morillas una ideade Unamuno que en esta ocasión quisiera yo, si no refutar, por lo menos modifi-car. En el ensayo sobre «Unamuno y Pascual: notas sobre el concepto de la ago-nía» habla López Morillas de un cambio en Unamuno que se habría realizado en1898 -año clave para todo. Para López Morillas es éste el año en que Unamuno,el cual se había proclamado defensor de lo científico, y de lo bueno que seríapara España «si ésta se dejaba fecundar por la ciencia transpirenaica», cambiade opinión. El docto Unamuno que «había encomiado los avances científicos yel progreso material de Europa» no sólo cambia de actitud, sino que «se re-vuelve contra su actitud anterior». Es más:

Al igual que Pascal, Unamuno llega al convencimiento de que progreso, cien-cia, cultura, no son sino divertissements que obligan al hombre a alejarse de lomás radicalmente humano en él, a saber, la conciencia de su destino individual. Ycon sólo un ligero cambio de palabras hubiera podido decir con Pascal: «Yo habíapasado mucho tiempo estudiando las ciencias abstractas...; cuando comencé elestudio del hombre vi que estas ciencias abstractas no son propias de él, y que yome alejaba más de mi condición penetrando en ellas que otros ignorándolas».3

Es de notar que Unamuno, al escribir a Federico Urales sobre las «Principa-les influencias extranjeras en mi obra», declaración que se ha visto como autori-taria, cita una serie de filósofos y literatos: Hegel, Carlyle, Ibsen, Kierkegaard,Tolstoi. Y una continuación de este mito anti-científico creado acerca de Una-muno es que no se suele leer lo que luego añade en esta carta, es decir que citasu interés, por los años del 80 al 92, en la psicología, la psicología fisiológica yla filosofía.4 Tal interés no se opone, claro está, a la idea anteriormente expuestapor López Morillas, de un cambio de interés que ocurriera en 1898. Lo que sí seopone a la visión de un Unamuno que en 1898 cambiase radicalmente es la evi-dencia de que este interés, citado en la carta a Urales, continúa en los años pos-teriores a 1898, aunque la actitud pública de Unamuno se muestre en contra deesto, y aunque por mucho que siga teniendo interés en el mundo externo y elmundo científico, no dejan estos mundos de tener para él capacidad de provocarunas reacciones sobremaneramente defensivas.

Dos fondos existen que dan testimonio de una mentalidad increíble, unadiversidad de interés fenomenal, un apetito extraordinario: por un lado, el catá-logo de Valdés y Valdés (1973), y por otro lado, el fondo de manuscritos, epis-tolario, apuntes y escritos varios que existe en la Casa-Museo Miguel de Una-muno en Salamanca. El catálogo de Valdés y Valdés, para quienes no lo cono-cieran, reúne los datos siguientes: una lista de los libros que se encontraban enla biblioteca personal de Unamuno (colección que consistía sólo en dos terciosde lo que tenía Unamuno antes de su exilio en 1924); una serie de apuntes, enforma de siglas, que señalan el tipo de interés en un libro que había mostrado

3 J. López Morillas, Intelectuales y espirituales, págs. 51-2.4 Carta a Federico Urales, Unamuno, Obras completas, t. IX, pág. 817.

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Unamuno (lector aficionado a dejar apuntes y otros indicios de su reacciónfrente a lo que leía); el contenido de una lista de lecturas personales que man-tuvo Unamuno entre 1900 y 1917, en forma de unas 4000 fichas.

El lector que no se haya fijado de manera sistemática en las referencias yalusiones que hace Unamuno en su obra (y que actúan como síntomas de enfer-medad, o puntos de orientación para esbozar el terreno mental que era el suyo)se sorprendería tal vez ante la riqueza de libros de poesía y de novelas -en unagama asombrosa de idiomas- que le presenta el catálogo de Valdés y Valdés.Luego, para el lector que preste más atención en los detalles, ocurre otro fenó-meno: verá con interés hasta qué punto incluye esta obra que nos informa sobreel aparato intelectual básico de Unamuno -su biblioteca- obras fundamentalesde ciencia, sean obras de matemáticas, de biología, de psicología, de criminolo-gía. Todo esto parece indicar una mentalidad que no se acobardaba ante nada enel campo intelectual. Era una mente, por lo visto, abierta, dinámica, insaciable.

En lo que sigue voy a tomar como enfoque dos campos de evidencia que nosinforman sobre la reacción de Unamuno ante el mundo externo: por un lado suscostumbres de lector, y precisamente de lector que compra; por otro lado lareacción que muestra en su vida epistolar, es decir en un contacto con el mundoexterno que es personal, pero que se realiza por la capa protectiva de la palabraescrita, por las cartas.

ADQUISICIÓN DE LIBROS VOLUNTARIA E INVOLUNTARIA

La colección de cartas, apuntes, escritos efímeros y varios que existe en laCasa-Museo confirma todo lo que parece indicar el catálogo de Valdés y Val-dés, pero con más insistencia. Tomemos algunos ejemplos.

No cabe duda de que una fracción importante de los títulos que en el trabajode Valdés y Valdés se encuentran es de libros mandados a Unamuno por susautores, libros que se le dedicaron. Es decir que muchos de los libros que llega-ron a manos de Unamuno llegaron sin que lo hubiera querido él, o por lo menos,sin que lo hubiera solicitado. Pero se supone en la mente del que los enviaba laidea de que el maestro, este maestro en particular, sería alguien que podría ofre-cerse como padre adoptivo para la obra recién nacida -fuese literaria o científi-ca-, o alguien que aceptaría el papel de protector.

Por otra parte, tenemos varios datos sobre lo que hacía Unamuno en cuanto ala compra de libros. Existe en la Casa-Museo una lista, escrita en la letra clara-mente reconocible de Unamuno, dentro del forro de un catálogo de «Every-man's Library», casa editorial inglesa que por lo visto data de 1928 o 1929. Lalista incluye Charles Baudoin, Suggestion et Autosuggesüon, y Jung, Psycholo-gy ofthe Unconscious. Luego en el catálogo hay varias obras tachadas en rojo(entre ellas obras de Jane Austen y de Dickens), y otras que llevan un trazo rojo-lo cual da la impresión de un lector que pensara o bien en leerlas, o en com-prarlas. Entre las obras tachadas figuran las de Jane Austen y de Dickens, mien-

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tras que de las obras de Melville, Moby Dick aparece sin trazo (aunque que sí lollevan Typee y Omoó). Otra obra que lleva este trazo es el Dead Souls de Gogol.

Luego hay dos listas más que son de sumo interés: parece que aquí, en elmomento de comprar, se manifiesta el debate arte/ciencia que tiene lugar en lamente del comprador. El Dead Souls de Gogol aparece en las dos listas. La pri-mera incluye obras de George Fox, Gogol, R. L. Stevenson, Edward Dowden, yde dos naturalistas, T. H. Huxley y Henry Bates.5 De las obras que aparecen só-lo la de Dowden {Life ofRobert Browning) aparece en Valdés y Valdés. Es decirque la obra de Valdés y Valdés, por valiente que sea, nos puede indicar sólo unavisión limitada e incompleta del mundo intelectual de Unamuno.

Al dorso de la lista que acabo de citar se encuentra otra, de carácter más lite-rario, en la que no aparecen ahora las obras de Huxley y Bates, y que queda ta-chada. Luego hay una serie de cálculos, que hacen comparación entre los gas-tos que suponen las dos listas: si para Unamuno había un debate entre arte yciencia cada vez que compraba libros, es interesante que entrara también en eldebate una cuestión de dinero.

Otras obras que aparecen en el catálogo, indicadas como de interés por sutrazo rojo son: The Pilgrim Fathers, Voyage ofthe Beagle y The Origin ofSpe-cies de Charles Darwin, y On the Principies of Population de Malthus. Ni estasobras de Darwin, ni la de Malthus aparecen en Valdés y Valdés. Aun con otrosdetalles que indican interés en obras puramente literarias, surge claramente delos apuntes la viñeta de alguien que vacilaba entre los gustos puramente liter-arios y el interés científico.

LA EVIDENCIA DEL EPISTOLARIO

Si en la vida privada, al pensar en la compra de libros, Unamuno sigueteniendo una curiosidad viva en la ciencia, aunque sea la ciencia del siglo dieci-nueve, en la vida pública, o semi-pública de las cartas, sus reacciones son máscomplejas, afectadas parcialmente por las reacciones personales frente a sus cor-responsales, pero también por su reputación pública. Es también en las cartasdonde tenemos la ocasión de verle en conflicto más o menos directo con perso-nas que se atreven a entablar un debate, o un conflicto intelectual. Aunque teóri-camente Unamuno es partidario de la lucha, se le ve, con cierta frecuencia, reti-rarse para no prolongar la lucha.

¿Cómo interpretar, entonces, esta otra cara que muestra Unamuno frente a lodesconocido? Me refiero a lo que se puede deducir del contacto epistolario quemantenía con amigos, colegas, alumnos, y -muchas veces- con la gente que leescribía esperando conseguir de él algún apoyo profesional, alguna ayuda en laprofesión de letras, del profesorado, del periodismo. Aquí encontramos, porejemplo, contactos extensos con escritores más o menos desconocidos de Su-

5 Casa-Museo, 1.3/66.

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damérica, sobre todo de Argentina. Aparecen peticiones de consejos, de apoyopersonal, de recomendación personal en esa selva que es la vida pública, la vidaacadémica, la vida de la palabra impresa.

Existen corresponsales de Unamuno cuyas cartas demuestran la pacienciaextrema de Unamuno, no sólo en recibir las cartas, sino en contestarlas. Así, porejemplo, la persistencia con la que Salvador González Anaya intentaba man-tener un intercambio de cartas que a lo mejor no fue intercambio, y que sin em-bargo perduró desde febrero del 1900 hasta 28 de diciembre 1931. Claro está,cuando sólo tenemos las cartas de uno de los corresponsales, no tenemos una vi-sión completa del epistolario. Pero el tono de González Anaya revela un nivelde ansiedad muy alto. Después de las cartas iniciales, en las que hace referenciaslaudatorias a la obra y a la persona de Unamuno, en las que habla de variasobras literarias que piensa publicar, y en las que se dirige a Unamuno como«maestro», firmándose «apasionado admirador suyo», hay unos silencios en lacorrespondencia que seguramente provocaron una reacción desesperada de laparte de González Anaya. Por lo visto, había mandado Nido de cigüeñas a Una-muno, y se supone que recibiera alguna reacción, alguna respuesta. Pero elejemplar de su novela, La sangre de Abel, de 1915, queda sin comentario, a pe-sar del interés innegable de Unamuno en todo lo que tocaba al mito de Caín.6 Enla carta número 14, que queda sin fecha, y en la que se refiere a la recepción de-seada de Unamuno de una novela que se le ha mandado, se deshace GonzálezAnaya, ensartando quejas y preguntas varias:

Yo necesito que V. me escriba. Yo necesito saber lo que V. piensa de mi obra,necesito que me aconseje, que me censure, que me aliente. V., por su altísima po-sición intelectual —aparte su promesa— tiene el deber moral de aconsejar a los queno empiezan, desengañar a los que no sirvan, alentar a los que valen. Si V. yGaldós y Menéndez Pelayo no lo hacen ¿quién entonces va a hacerlo? ¿Los cua-drilleros de la Santa Vulgaridad? ¿Los huecos? ¿los inútiles? ¿las despechadasmedianías?7.

Parece que González Anaya sí que recibió las respuestas deseadas de Una-muno, por lo menos, de vez en cuando. En cambio Manuel Márquez Sterling,que el 5 de marzo 1905 le manda a Unamuno su Psicología profana, diciendo,«Soy un lector apasionado de todo lo que Ud. produce y me serviría de regocijoinmenso que me acusara Ud. recibo de mi libro aunque fuera diciendo en dospalabras que no le ha gustado», nunca recibió, por lo visto, contestación. Un añomás tarde, le manda otro libro, su Alrededor de nuestra psicología, y se refiereal otro libro que había mandado, y que dice suponer perdido en «nuestro deplo-

6 Aparte de La sangre de Abel, según Valdés y Valdés una obra leída con interés por Unamuno (elejemplar en la Casa-Museo demuestra que este interés se limita a detalles lingüísticos, normal-mente en la forma de la corrección de errores), expresó cierta admiración Unamuno por lanovela de Carlos Reyles, La raza de Caín (1900). Vid. Unamuno, Obras completas, t. III, pág.284; t. III, pág. 627.

7 Casa-Museo G 4/91.

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rabie servicio de correos». Lo curioso es que según Valdés y Valdés, el primerlibro fue leído con cierto interés, cosa que seguramente sospechaba MárquezSterling, ya que termina la carta que manda con el segundo libro «Sería para mímucho honor que este libro le agradara, si no le agradó el otro».8

¿Será por casualidad que estas dos obras que no acusa haber recibido Una-muno sean del ramo de psicología? Es decir, responder a Márquez Sterling seríameterse demasiado en el debate con una ciencia no aceptada por él? O ¿habrásencillamente un rencor personal?

Hay otros corresponsales que mantuvieron un contacto epistolar duranteaños. No es de sorprender la correspondencia entre Unamuno y Marañón entre1921 y 1935, mantenida a base de amistad, a base de política, a base -por lo vis-to - de un interés personal mutuo que no tenía escondida otra motivación, ni lade solicitar apoyo, ni la de entrar en competencia. Marañón -por complicadoque sea el personaje público y científico- es un corresponsal amistoso, cuyoúnico fallo es una letra espantosa.

Menos obvio como corresponsal es un cierto Juan Téllez de López que es-cribe a Unamuno entre 1901 y 1915. Empieza el 7 de julio, 1905, solicitando,como muchos solicitaron, el apoyo político de Unamuno, y parece que al prin-cipio Unamuno no había contestado a otra carta. Téllez entonces se revela,como «hombre de carne y hueso»:

Ignoro en absoluto para qué le escribo; de lo único que se me alcanza es del porqué de esta carta. Creo sinceramente que es usted el único español capaz de com-prender ciertas cosas y que no juzga con el sentido común que ¡ojalá fuese el me-nos común de todos los sentidos!

Luego añade lo que seguramente captaría el corazón de Unamuno:

¿Comprende usted todo lo horrible que es, para un hombre de 26 años, quetiene una mujer bonita, a quien ama y de quien es amado apasionadamente, quetiene caballo —un potro precioso que se llama Barquillero— para pasear por elcampo, que gusta de discurrir sobre el libre albedrío y la responsabilidad, sobre loideal y lo real, que ama la biología y la filosofía y la literatura y la música, queprocura como usted dice, comprender el arte y sentir la ciencia, ponerse a escribirun libro de 300 páginas [....]?

Para decirlo en lenguaje popular, o -quizás- en el lenguaje que cae dentro delcampo lingüístico de Unamuno, lo que sale en cada momento de estas cartas esun alma. Téllez es un entusiasta nato.

Siguen las cartas, no sin dificultad en la relación epistolar, ya que la del 14de octubre de 1906 indica que Unamuno le ha escrito a Téllez de modo críticoacerca de su proyecto de escribir un libro de Cultura general. Téllez adopta unaactitud de inferior, de quien ha visto de antemano la crítica que le vendría, y sinembargo por otra parte no se da por vencido:

Casa-Museo M 2/44.

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me son familiares los libros principales de exégesis y de teología, leo conmucha frecuencia los místicos y conozco bastante bien la Biblia. Y precisamentemi afán constante ha sido siempre no caer en el cientificismo de que Ud. me ha-bla, ni en el (Misticismo ni en ningún género de especialismo que considero comoel mayor mal de la intelectualidad española. Mi cultura será pobre, poco extensa ypoco intensa; pero no es coja; al menos así lo creo y lo quiero.

Siguen las críticas de Unamuno, y sigue Téllez en su posición. No concedeterreno, y a la vez solicita un prólogo escrito por Unamuno. Y siguen las cartas.Pero, de repente, en 1915, aprendemos que ha escrito Téllez para protestar con-tra la actitud «francófila» de Unamuno, diciendo que «La única explicación queencuentro a su francofilia es que en Salamanca deben ser germanófilos hasta losbedeles de la Universidad». Pero el tono de broma no es suficiente para man-tener una correspondencia de quince años: se acaban las cartas en este momentode diferencia personal, en que se toca a algo que se relaciona con Unamuno y suopinión política.

Otro corresponsal de estos años, Edmundo González Blanco, había publi-cado en 1904 El feminismo en las sociedades modernas, que según Valdés yValdés está en la lista de lecturas personales de Unamuno. Inicia la correspon-dencia González Blanco con gratitud, con admiración, y con el deseo de tenercontacto. Pero el 15 de febrero de 1905 escribe y critica. Confiesa, además,haber escrito contra Unamuno «y demás aficionados de la Psicología del PuebloEspañol», y le manda el artículo, «Neurastenia nacional» (El Censor, periódicode Aviles, 8 de Abril 1905). No es de sorprender que se terminase en este mo-mento el intercambio de cartas.

Que el tema de la «psicología del pueblo español» sea en sí escabroso saletambién de las cartas (y la ruptura de la correspondencia) de Valentín Brandau,el cual se había dirigido a Unamuno después de haber publicado Caracteresmentales de la mujer según la sociología contemporánea (1908) (obra quefigura en la lista de lecturas de Unamuno pero no en la biblioteca personal). Ini-cia Brandau la correspondencia, el 28 de marzo 1909, con una diferencia de opi-nión, acerca de Bergson: «Desgraciadamente no estoy en absoluto de acuerdocon Ud. en considerar a este filósofo como "el mas robusto, el mas intenso, elmás original pensador que exista hoi en Francia i talvez en el mun-do"» (or-tografía tal como aparece). A la altura de la carta número 5, 1 de julio 1909, setiene la impresión de que Unamuno no participa en la correspondencia, peroBrandau sigue, sin desalentarse, y se da plenamente al conflicto:

mi buen amigo Guzman me ha dado a leer la carta que Ud le escribió reciente-mente i en la cual, hablándole de mi, le dice Ud. que dos o tres meses son insufi-cientes para conocer un pais. —yo creo firmemente lo mismo i es por esto quecada vez que alguien que pregunta algo sobre las cosas de allá, yo le doi miopinión, es claro; pero con toda clase de reservas, advirtiéndole que no la tiene ala letra. Y esta creencia se afirma tanto mas en mi cuanto mas leo a los autoresque desean describirnos el alma de tal o cual pueblo, de tal o cual raza. Si la si-

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cologia individual, pienso, es difícil, escabrosísima, ¡cuánto mas lo ha de ser,lógicamente, la de una nación! De aquí, creo, el que los autores, casi siempre, nohagan mas, cuando nos hablan de un pueblo, que darnos a conocer —i eso- tal ocual rasgo de su carácter, tal o cual aspecto saliente de su sicologia. —Es por esta ipor otras consideraciones análogas por lo que [???] en mis conversaciones hablo,por ejemplo, de alma española, de carácter español, etc. De lo que sí hablo es deciertos hechos sobre los cuales no cabe discusión. Me parece innegable, porejemplo, que joi actualmente en España una gran miseria económica, una culturamui poco difundida, una tendencia personalista excesiva en las clases dirigentes,tendencia que hace difícil o imposible la persecución de los grandes ideales socia-les, etc. (ortografía tal como aparece).

No hay más cartas de Brandau. El hecho de que no queda seguro el que par-ticipen dos en el conflicto tiene resonancias sugestivas de esa ansia que sentiráJoaquín Monegro, en Abel Sánchez, el cual desea, más que nada, saber que aAbel le importe el conflicto que él experimenta, y que sea folie á deux, y no lasituación aislada de «cada loco con su tema».

Que sea campo difícil entrar en discusión con Unamuno en cuanto a susideas sobre el intelectualismo se revela de manera clara en una carta, del 31 demarzo 1898, que le manda Luis Simarro, psiquiatra preclaro de la época, a quienUnamuno había recomendado un amigo o conocido. Simarro le califica a éste dehipocondríaco, y recomienda, dentro de la tradición de la medicina ambiental-ista, un régimen de cambiar de medio físico y moral, de viajar. Luego añade:«mucho celebraré que venga Ud. por aquí y que hablemos de la teleología y auntambién de teología», y acto seguido entra de modo decidido en un debate conUnamuno:

Lo que no comprendo bien en su carta de Vd. es su queja contra el intelectual-ismo; pues no veo otra manera de estimar las ideas, y escojer entre ellas, que lacrítica y el empleo de la inteligencia que sin duda para eso existe. Claro es, que elsaber la teoría de la digestión, no basta para digerir bien y que para esto vale másal individuo tener un buen estomago; pero es evidente que dicha teoría es 'condi-ción' [se ha añadido la palabra «condición»] necesaria para prevenir o curar lasenfermedades y corregir los malos estómagos por una intervención racional [....]Y basta porque se acaba el papel.

Luego cae un silencio que durará más de veinte años, reanudándose la corres-pondencia sólo en junio de 1920, y en la que se trata para de cosas de política, yde protestas intelectuales.

Tampoco resultó aconsejable para un corresponsal declarar un desacuerdo detipo filológico. En las cartas de Bernaldo de Quirós y Pérez, que se inician enoctubre de 1905, por el deseo de éste de dedicar su Criminología de los delitosde sangre en España (1906) a Unamuno, se atreve el autor a «corregir» a sumaestro en la carta del 21 de marzo, 1906 (número 11 en la serie):

pero hubiera querido rectificarle su comparación con el Escorial, que no ha po-dido significar nuncar escorias —no las hay ni las pudo haber en un granito y un

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gneis sin filones minerales- y que debe decirse "escurial", tal como lo escribenlos franceses y como se llaman hoy otros pueblos de España, incluso en esa pro-vincia de Salamanca. El ingenio de Vd, por lo demás, hubiera sabido sacar el mis-mo partido de esta etimología equivalente a lugar "escuro".

y termina, sin más que los cumplimientos de cortesía habituales.Otro corresponsal «interrumpido» será Havelock Ellis, conocido por Una-

muno tanto por su libro sobre España, The Soul of Spain (1908) como por suobra de sexología, Man and Woman (1899) (vid. el trato con Bunge). Empiezanlas cartas de manera cordial, tratando del libro de Ellis. Luego la del 14 de no-viembre de 1909 abre una diferencia de opinión entre los dos sobre Ferrer. Alentablar esta diferencia, Ellis se muestra cortés, prudente, pero sin dudas:

The only passage in your article I regret (if I may venture to say so) is the refe-rence to Ferrer, for that will certainly prejudice many people in England againstyour paper. It will make them think that the spirit of Spain is the spirit of perse-cution and intolerance, and that would be most unfortunate and quite untrue. I didnot myself know Ferrer, but he was well known in England, where he has manyfriends and admirers, one of whom is now writing his biography. The conceptionof the "mattoid" was formulated by Lombroso who can scarcely have regardedFerrer as a mattoid for he knew and admired him; it is said, indeed, that Ferrer'sexecution hastened his own death.

El 16 de enero de 1910, sigue Ellis en su defensa de Ferrer, en una carta de-tallada, y diplomática.

En esta ocasión, se soluciona la diferencia por una maniobra típica de lacultura de honor hispánica: hacen los dos intercambio de regalos. Unamuno sedeclara (tácitamente) fuera del campo de debate político, mandándole a Ellis unlibro de sonetos, y luego la carta de Ellis del 12 de enero 1914 le agradece elejemplar de Del sentimiento trágico que había mandado. Una tarjeta le agradecedos obras más. Sería de especular si es éste el trato entre iguales, en que Una-muno se ve con la posibilidad de cambiar el terreno, y en que se vería capaz deaceptar la amistad de Ellis, aunque sea con una diferencia declarada, o si bien esel gesto del que se siente repentinamente defensivo, y que adopta una estrategiade diversión y de pacificación.

En el trato con el psiquiatra argentino Ingenieros, se ve la misma franquezadel corresponsal, el cual se dirige al tema de la actitud adoptada, o representada,por Unamuno en cuanto a la «filosofía científica»:

Desde su Paz en la Guerra me conservo fiel lector de cuanto Ud. escribe, sinque la aparente disparidad de nuestros puntos de vista haya amenguado nunca miinterés. ¡Nada más igual que dos escritores divergentes en la doctrina y conver-gentes en la finalidad! Esto es muy simple de comprender. Ud. y yo somos dosuniversitarios que hemos consagrado lo mejor de nuestra vida a la agitación cul-tural de nuestros respectivos países; a ello nos ha impelido nuestro tempera-mento, intrínsecamente idéntico. En lo extrínseco debemos diferir: somos pro-ductos de ambientes y educaciones distintas, que existen independientemente de

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nuestra voluntad. Su España -gloria de ayer- es humanista; mi Argentina -¿glo-ria de mañana?- es "dentista". Tan difícil habríale sido a Ud. sustraerse a Sala-manca como a mí buscar en Buenos Aires un espíritu anticientífico... en la culturauniversitaria.

En el fondo, su menosprecio por la filosofía científica, que no le parecefilosofía ni ciencia, depende tan sólo de la manera de definir a aquélla y a estas.Las personas suelen estar en desacuerdo, pensando lo mismo, porque designancon nombres diferentes a las mismas cosas y con nombres iguales a cosas diferen-tes. Ese es el secreto de las paradojas -que a Ud. tanto gustan y a mí no menosque a Ud.-: devolver sus nombres a las cosas. Cada vez que desnudamos unaverdad, de la hipocresía convencional que la disfraza, incurrimos en una paradoja.

Esto se lo dice a Unamuno en una carta del 15 de marzo 1913. No aparecenotras cartas en la colección, lo cual da a suponer que hubiera una ruptura total,parecidas a las otras ya citadas. Y sin embargo, la evidencia de Valdes y Valdeses que tal vez no se rompiera del todo. Habla Ingenieros en su carta de haberlemandado a Unamuno sus Principios de Psicología, y de mandarle además «parareconciliarnos -si ello es menester» su obra El hombre mediocre, «cuya lecturame permito recomendarle a fin de evidenciar nuestra identidad fundamental, noobstante la arritmia de nuestras expresiones formales». Y a la vez que se en-cuentra El hombre mediocre y Principios de psicología biológica en el catálogode los libros de Unamuno, se ve asimismo otra obra de Ingenieros del mismoaño, Sociología argentina en la lista de lecturas personales.

El tono cálido, confiado, razonable, y nada servil o falsamente adulador, quese encuentra tanto en Ingenieros como en Ellis, vuelve a encontrarse las cartasdel argentino Carlos Bunge. Unamuno había escrito un prólogo para Bunge,para su obra La Educación. El prólogo se escribió en enero de 1902, y el librosalió en 1903. En el prólogo Unamuno se toma la libertad de exponer sus pro-pias ideas, que en este momento de principiar el siglo, se relacionan con cues-tiones de educación, de ignorancia, de religión y -motivo de curiosidad paranosotros- de feminismo. Se muestra en contra de los aspectos supersticiosos dela religión, y declara que «la profunda ignorancia que en asuntos religiosos nosaqueja, es la causa capital de los más de los males»;9 se muestra si no darwinistaen sus comentarios sobre «los débiles», por lo menos consciente de las posiblesimplicaciones prácticas de las ideas darwinianas;10 y se declara no partidario delfeminismo, pero sí como alguien que se ha interesado por el fenómeno. Así quecomenta en su prólogo:

Trata el autor en el capítulo VII de la educación de la mujer; pero yo no sé quésino me persigue, que nadie ha logrado aún interesarme por el feminismo, nilogro verlo como problema sustantivo y propio, y no como corolario de otros

9 Carlos Bunge, La educación, Madrid: La España Moderna, 1903, pág. XV.10 Recordemos que fue Unamuno participante en el homenaje valenciano a Darwin de 1909. Vid.

Thomas Glick, Darwin en España, Barcelona: Ediciones Península, 1982.

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problemas. Paréceme que desde que se han atravesado escritoras en la cuestiónrara vez se coloca ésta en su verdadero punto, en el que la colocan, v. gr. , losprofesores Patrick Geddes y J. A. Thomson (The Evolution of Sex) o HavelockEllis {Man and Womarí). Podrá parecer ello muy superficial y grosero, pero paramí todo el feminismo tiene que arrancar del principio de que la mujer gesta, parey lacta, y está organizada para gestar, parir y lactar, y el hombre no.

Demasiado fácil es para nosotros reaccionar ante tal comentario haciendo re-saltar el conservadurismo de Unamuno. Pero es un conservadurismo que se in-forma. La réplica de Bunge en una carta, del 1 de abril 1902, le agradece elprólogo, pero fiando en su amistad con el corresponsal le dice directamente:

¿Quiere que le haga otra observación con franqueza? No le creo cuando Ud. medice que no le interesa el feminismo. ¿Está Ud. bien seguro que, si hoy no le in-teresa, no le interesaría mañana? Hay en Ud. demasiada vida intelectual para queno le muerda un poco en la conciencia este problema.

Y añade: «Y disculpe esta nueva [aquí va tachada la palabra franqueza] obser-vación de amigo» [se ha añadido «observación de amigo» en lápiz].

El éxito de Bunge se revela en la continuación de la correspondencia, por lacual se aprende, además, que Unamuno se esforzó por ayudarle en su proyectode publicar en España sus Principios de psicología trascendental, y que Bunge,al escribir Psicología incorporó mucho de lo que contenía el prólogo de Una-muno a La educación.

CONCLUSIÓN:

Unamuno no cerraba los ojos ante el mundo. Para él, sin embargo, la natu-raleza del deseo epistemológico era compleja. Abarcaba más que el mundo exte-rior, el mundo físico estudiado por los biólogos, más que los datos del mundoque se podían conocer con los cinco sentidos. Si él tenía instintos epistemológi-cos que se relacionaban con los de los científicos, se revelaban en un deseo deentender, de llegar a interpretar, o por lo menos, de llegar a investigar los miste-rios de la experiencia. Su interés en la ciencia se ve, más que nada, en los estu-dios que tienen que ver con el hombre, y que podrían tener alguna relación conlos misterios de su destino, su deseo, sus reacciones frente a lo que le rodeaba.Todo esto es cierto. Pero si Unamuno tenía afán para investigar el mundo ex-terno, también tenía afán de hacerlo en paz. La evidencia de sus relaciones epis-tolares nos habla de la complejidad de su actitud para con un mundo fuera de losuyo. Hay interés, hay el deseo de viajar intelectualmente. Pero hay otra reac-ción fundamental.

El psicoanalista inglés, Winnicott, tiene un concepto que nos facilita un en-tendimiento de las reacciones de Unamuno: el concepto de impingement." Win-

Vid. D. W. Winnicott, Through Paediatrics to Psychoanalysis, 1958, repr. London: Karnac, andthe Institute of Psycho-Analysis, 1992, págs. 222-24.

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nicott se refiere mediante este término a los momentos en que el mundo exteriorllega a vulnerarnos por su contacto, contacto que nos advierte sin posibilidad deerror que existen otros que no se nos asemejan, que son capaces de tener otrasopiniones, y de tener impresiones de nosotros que suelen diferenciarse de lo quequeremos proyectar como identidad (el Juan de Tomás en conflicto con el Juande Juan). En esos momentos de dificultad ante la diferencia o el conflicto quevislumbramos en las cartas, Unamuno tiene la reacción típica ante el fenómenode impingement: se retrae, se enfada, se enaltece, y -con la excepción de unospocos corresponsales- corta la relación. ¿Qué misterio, entonces, en el hecho deque entre los que mejor saben reaccionar ante un Unamuno turbado por los con-flictos de la diferencia humana, por el impingement, se encuentren justamentelos que más saben de esos temores, los que se han hecho, ellos mismos, estudio-sos del hombre y sus temores?