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5 5 5 5 B enedicto XVI ya es historia, viva, pero historia. La Iglesia se prepara ya para elegir a su sucesor. Todo es nuevo, todo está por descubrir bajo la sombra del Papa que renunció. Seguirán muchos buscando las “verdaderas” razones de su retirada, pero la Iglesia está obligada a mi- rar hacia el futuro. ¿Quién será el sucesor? ¿Cómo será? ¿Qué tendrá que hacer? Los cardenales se enfrentan a una decisión compleja, pero lo harán sobre lo que ha construido Benedicto XVI. No hay que contar lo que se encontrará el nuevo sucesor de Pedro. Lo saben to- dos los que pueden ser elegidos. Y todos saben lo que la Iglesia necesita: Un Papa conquistado por Dios, tocado por las vici- situdes de los hombres. Lo decía Benedicto XVI hace unas semanas, refiriéndose a los obispos, pero vale para su sucesor: “Debe ser, sobre todo, un hombre cuyo interés esté orientado a Dios, porque solo así se interesará verdaderamente por los hom- bres. Podemos decirlo también al revés: debe ser un hombre al que le importen tanto los hombres que se sienta tocado por las vicisitudes de los hombres. Debe ser un hombre para los demás. Pero lo será solo si es un hombre conquistado por Dios”. Un Papa valiente, sin miedo. Frente al agnosticismo e increencia, “ha de ser va- leroso. Y ese valor o fortaleza no consiste en golpear con violencia, en la agresividad, sino en el dejarse golpear y enfrentarse a los criterios de la opinión dominante” (Be- nedicto XVI). También habrá de afrontar una renovación profunda y difícil de las estructuras de la Iglesia y tomar decisiones duras sobre asuntos que están esperándole encima de su mesa. “No tengáis miedo”, repetía Juan Pablo II. La Iglesia debe perder el miedo a estar presente en la socie- dad, pero también a juzgar sus errores, a pedir perdón por ellos y a ser juzgada por los hombres. Una Iglesia más transparente no es una Iglesia más débil, sino una Iglesia más humilde y más fuerte. El Papa de los vulnera- bles y de los desfavoreci- dos. Hoy más que nunca, millones de ciudadanos sin voz, sin alimentos, sin vivienda, sin educación, sin trabajo, enfermos, desahu- ciados, perseguidos, con hambre y sed de justicia, esperan la respuesta y el compro- miso activo de una Iglesia que los apoye, que los ampare, que los consuele y que los defienda. La caridad y la solidaridad, el desapego a las riquezas, la vuelta a lo esencial son una prioridad para un Papa necesariamente humilde y sencillo, el Papa de los pobres. Un Papa puente. El pontífice que todos esperan, el hombre que tienda puentes entre los hombres de buena voluntad, entre la fe y la increencia, entre la palabra y la vida… Diálogo y puentes, desde la fe, con el hombre de hoy, con todas las corrientes del pensamiento, con todas las naciones, con todas las iglesias, con todas las con- fesiones religiosas… Un Papa que dé respuestas y que sa- cuda las conciencias. Las respuestas que pide la Iglesia, las respuestas que necesita la sociedad. Res- puestas sólidas con la raíz en la palabra de Cristo, pero cer- canas a las dudas del hombre de hoy. Respuestas abiertas a la libertad y la autonomía de cada uno, a la concien- cia, al compromiso personal, pero respuestas evangélicas exigentes que sacudan las conciencias dormidas de los hombres y las mujeres de hoy. El Papa de la unidad y de los jóvenes. En estos momentos difíciles, todos los que no van contra nosotros, es- tán con nosotros. Esta Iglesia tan rica y tan diferente necesita sumar todas las fuerzas, apostar por la unidad eclesial, necesaria, imprescindible, y por los más jóvenes, necesarios, imprescindibles. No puede ser ni una isla ni un asilo en medio de un mundo en continuo cambio. Un Papa fuerte y comunicador. Todos los retos, responsabilidades y cargas que caen sobre un hombre como los demás exigen, quien además de la fuerza del Espíritu Santo, sea un hombre fuerte, espiritual y físicamente, conocedor de las nuevas formas de comunicar y dispuesto a usarlas para llevar el mensaje de Dios. EDITORIAL El Papa que esperamos Todos saben lo que la Iglesia necesita: un pontífice conquistado por Dios, tocado por las vicisitudes de los hombres L a conclusión del pontificado de Benedicto XVI no sólo ha tenido como grande diferencia el que, bajo los cánones necesarios, renunciara al ministerio petrino y a ciertas cualidades de la potestad que como Sumo Pontífice mantuvo durante casi ocho años; también mantiene una distancia inmensa respecto a la planea- ción de lo que él -y todo el mundo- supo que serían los últimos días de su papado. El planear los últimos encuentros, verificar los últimos nombramientos, atender las últimas disposiciones y pen- sar en los últimos discursos que serán consignados en la historia como aquellos que cierran una página en la historia del papado y de la propia Iglesia universal. En la planeación hay un sentido prác- tico y éste se concreta en el vivir que Benedicto XVI ha deseado para sí en la última etapa de su vida: la oración en el recogimiento, el silencio y apartado de los ojos y el escrutinio del mundo. En los días últimos de Benedicto XVI que recogemos en esta edición vemos un plan, un estilo de vivir, una lección de espiritualidad petrina que pone alta marca para el próximo Papa y a la propia Iglesia extendida por el mundo. Con humildad debemos reconocer nuestras propias fuerzas, nuestra posición en el mundo y confiar, tener esperanza. Planear, vivir, rezar

Vida Nueva 31 Editorial

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Benedicto XVI ya es historia, viva, pero historia.

La Iglesia se prepara ya para elegir a su sucesor. Todo es nuevo,

todo está por descubrir bajo la sombra del Papa que renunció. Seguirán muchos buscando las “verdaderas” razones de su retirada, pero la Iglesia está obligada a mi-rar hacia el futuro. ¿Quién será el sucesor? ¿Cómo será? ¿Qué tendrá que hacer? Los cardenales se enfrentan a una decisión compleja, pero lo harán sobre lo que ha construido Benedicto XVI.

No hay que contar lo que se encontrará el nuevo sucesor de Pedro. Lo saben to-dos los que pueden ser elegidos. Y todos saben lo que la Iglesia necesita: Un Papa conquistado por Dios, tocado por las vici-situdes de los hombres. Lo decía Benedicto XVI hace unas semanas, refiriéndose a los obispos, pero vale para su sucesor: “Debe ser, sobre todo, un hombre cuyo interés esté orientado a Dios, porque solo así se interesará verdaderamente por los hom-bres. Podemos decirlo también al revés: debe ser un hombre al que le importen tanto los hombres que se sienta tocado por las vicisitudes de los hombres.

Debe ser un hombre para los demás. Pero lo será solo si es un hombre conquistado por Dios”.

Un Papa valiente, sin miedo. Frente al agnosticismo e increencia, “ha de ser va-leroso. Y ese valor o fortaleza no consiste en golpear con violencia, en la agresividad, sino en el dejarse golpear y enfrentarse a los criterios de la opinión dominante” (Be-

nedicto XVI). También habrá de afrontar una renovación profunda y difícil de las estructuras de la Iglesia y tomar decisiones duras sobre asuntos que están esperándole encima de su mesa. “No tengáis miedo”, repetía Juan Pablo II. La Iglesia debe perder el miedo a estar presente en la socie-dad, pero también a juzgar sus errores, a pedir perdón por ellos y a ser juzgada por los hombres. Una Iglesia más transparente no es una Iglesia más débil, sino una Iglesia más humilde y más fuerte.

El Papa de los vulnera-bles y de los desfavoreci-dos. Hoy más que nunca, millones de ciudadanos sin voz, sin alimentos, sin vivienda, sin educación, sin trabajo, enfermos, desahu-ciados, perseguidos, con hambre y sed de justicia, esperan la respuesta y el compro-miso activo de una Iglesia que los apoye, que los ampare, que los consuele y que los defienda. La caridad y la solidaridad, el desapego a las riquezas, la vuelta a lo esencial son una prioridad para un Papa necesariamente humilde y sencillo, el Papa de los pobres.

Un Papa puente. El pontífice que todos esperan, el hombre que tienda puentes entre los hombres de buena voluntad, entre la fe y la increencia, entre la palabra y la vida… Diálogo y puentes, desde la fe, con el hombre de hoy, con todas las corrientes

del pensamiento, con todas las naciones, con todas las iglesias, con todas las con-fesiones religiosas…

Un Papa que dé respuestas y que sa-cuda las conciencias. Las respuestas que

pide la Iglesia, las respuestas que necesita la sociedad. Res-puestas sólidas con la raíz en la palabra de Cristo, pero cer-canas a las dudas del hombre de hoy. Respuestas abiertas a la libertad y la autonomía de cada uno, a la concien-cia, al compromiso personal, pero respuestas evangélicas exigentes que sacudan las conciencias dormidas de los hombres y las mujeres de hoy.

El Papa de la unidad y de los jóvenes. En estos momentos difíciles, todos los que no van contra nosotros, es-tán con nosotros. Esta Iglesia tan rica y tan diferente necesita sumar todas las fuerzas, apostar por la unidad eclesial, necesaria, imprescindible, y por los más jóvenes, necesarios, imprescindibles. No puede ser ni una isla ni un asilo en medio de un mundo en continuo cambio.

Un Papa fuerte y comunicador. Todos los retos, responsabilidades y cargas que caen sobre un hombre como los demás exigen, quien además de la fuerza del Espíritu Santo, sea un hombre fuerte, espiritual y físicamente, conocedor de las nuevas formas de comunicar y dispuesto a usarlas para llevar el mensaje de Dios.

▶Editorial

El Papa que esperamos

Todos saben lo que la Iglesia necesita: un pontífice conquistado por Dios, tocado por las vicisitudes de los hombres

La conclusión del pontificado de Benedicto XVI no sólo ha tenido como grande diferencia el que, bajo los cánones necesarios,

renunciara al ministerio petrino y a ciertas cualidades de la potestad que como Sumo Pontífice mantuvo durante casi ocho años; también mantiene una distancia inmensa respecto a la planea-ción de lo que él -y todo el mundo- supo que serían los últimos días de su papado.

El planear los últimos encuentros, verificar los últimos nombramientos, atender las últimas disposiciones y pen-sar en los últimos discursos que serán consignados en la historia como aquellos que cierran una página en la historia del papado y de la propia Iglesia universal.

En la planeación hay un sentido prác-tico y éste se concreta en el vivir que Benedicto XVI ha deseado para sí en la última etapa de su vida: la oración en

el recogimiento, el silencio y apartado de los ojos y el escrutinio del mundo.

En los días últimos de Benedicto XVI que recogemos en esta edición vemos un plan, un estilo de vivir, una lección de espiritualidad petrina que pone alta marca para el próximo Papa y a la propia Iglesia extendida por el mundo. Con humildad debemos reconocer nuestras propias fuerzas, nuestra posición en el mundo y confiar, tener esperanza.

Planear, vivir, rezar

031-05_EDITORIAL_alta 5 3/4/2013 8:40:23 AM

Page 2: Vida Nueva 31 Editorial

JUAN RUBIO. Director Vida Nueva España

Cuidando la viña del Señor

Es la hora del balance. El “humilde traba-jador de la viña del Señor” deja el ponti-� cado, se retira, pero no abandona. Ha

tenido que aclararlo a quienes especulan sobre su retirada. Ha sido muy claro: No tengo el vigor ni físico ni espiritual que se necesita. Más claro, el agua. Lo demás son bagatelas y misticismos absurdos. Honestidad del gesto. El Papa de las palabras se marcha con un gran gesto. Casi ocho años trabajando en esta viña “devastada por jabalíes”, a los que ha hecho frente con un esfuerzo titánico en el que se le han debilitado las fuerzas. Benedicto XVI ha tenido un tiempo “breve, difícil e intenso”. Quedará para la Historia la grandeza de su ges-to. Los intelectuales brillantes son capaces de

cambiar su pensamiento de forma brillante. Vargas Llosa, desde la orilla de los no creyen-tes, elogiaba el gesto y el per� l de Ratzinger, a quien, por otra parte, ya había de� nido como uno de los grandes pensadores contemporáneos. Queda del ponti� cado la propuesta de Dios en el corazón de una sociedad que lo va perdiendo. Sus discursos a� nan en la propuesta, alejado de la imposición de quienes vieron en él al Gran Inquisidor de Dostoievski. Dios tiene hoy un lugar, una propuesta de sentido para el mundo, varado en las ideologías. Agustín puro, pasado por Buenaventura; la fe que busca el pensa-miento. Fides et Ratio. Pensamiento fuerte de quien salió de los escombros de una Alemania derrotada y respondió en las aulas a quienes

pretendían desalojar a Dios del escenario. Nos deja la herencia de una pasión por el diálogo interreligioso, el desarrollo de la Nostra Aetate conciliar, pero un diálogo que ayude a poner alma en el mundo. El esfuerzo de Asís ha sido otra de sus claves. Entrar con el Gran Mu� í de Estambul a la Mezquita Azul, es todo un símbolo. Y junto a ello : el esfuerzo ecuménico, una de las pasiones del Papa que se marcha. Poco se puede hacer con los cristianos divididos. Anglicanos, luteranos y ortodoxos se felicitan por los gestos de Ratzinger, pero, sobre todo, por este último que tendrá una gran relevancia ecuménica. El primado de Pedro es ya menos problema para quienes hacían de él un obstáculo para la ansiada unidad de los cristianos.

El documento de Aparecida dedica el último capítulo de la

tercera parte al tema de la cultura. Lo titula “nuestros pueblos y la cultura”. En su análisis recorre los diversos ámbitos donde el Evangelio tiene que hacerse presente de tal modo que fecunde la nueva cultura -“cambio de época” le llama-, e infunda nuevo vigor a la cristiana. El neologismo “inculturación” ha tenido éxito gracias al lenguaje eclesiástico aplicado al Evangelio.

Inculturar el Evangelio es sin lugar a dudas una de las tareas más urgentes y empeñosas de la Iglesia y, en particular, de sus pastores en los inicios de este nuevo milenio. Hace ya cincuenta años que la Gaudium et spes nos advirtió que el acceso a la verdadera humanidad se hace por vía de la cultura, y que el Evangelio es la expresión más perfecta de lo humano, porque el misterio del hombre sólo se comprende a partir del

misterio del Verbo encarnado. De allí que evangelizar es humanizar, e inculturar el Evangelio es buscar que el hombre logre su plena madurez, confi gurándose a Jesucristo “hombre perfecto” (GSp 22) y verdad última del ser humano.

La iglesia latinoamericana ha estado al pendiente de esta tarea porque ha heredado, con los límites que quieran señalarle, una cultura homogénea que el poeta descubría en la fe en Jesucristo y hablar en español. Licencias poéticas aparte, la verdad es que el Evangelio marcó profundamente el alma de este extenso continente, desigual por su geografía, plural por sus etnias, multiforme en sus expresiones e infl uencias padecidas. El Papa Juan Pablo II extendió, con razón, esa identidad común en lo cristiano a los pueblos nórdicos del Continente.

Ciñéndonos a América

latina, sus pastores se han empeñado en una evangelización que sostenga la cultura católica latinoamericana. Éste fue tema capital en el encuentro de Puebla, obtuvo nuevo impulso en Santo Domingo y se mantiene en el texto de Aparecida. Ha sido una constante con variaciones, porque Puebla habló de un “sustrato cultural católico” del Continente; Santo Domingo dedicó un amplio espacio a “la cultura cristiana”, haciéndose eco del discurso inaugural del papa Juan Pablo II quien miró “en Santa María de Guadalupe un ejemplo de evangelización perfectamente inculturada” (n 24). Hemos, quizá por eso, llegado a hablar aquí de “identidad católica y guadalupana”.

Aparecida nos invita a ser cautelosos en las expresiones y realistas en el análisis del estado presente de la cultura cristiana en nuestro continente. Nos advierte que

“los cristianos de hoy ya no estamos en la primera línea en la producción cultural” (Cf n 509), y que la rica herencia recibida de nuestros mayores, se encuentra debilitada y en riesgo de extinguirse. Hay que observar con atención el renacer de las culturas ancestrales con su pesada carga de agravio a la dignidad de la persona humana. El número 12 de Aparecida, acompañado de una cita del cardenal Ratzinger, nos presenta un concentrado análisis de nuestra situación y nos invita a descubrir las debilidades que padece nuestra cultura. Numerosas prácticas católicas ya no alcanzan a vencer la rutina y a superar lo pragmático. Si proseguimos siendo selectivos en lo doctrinal y permisivos en lo moral, la cultura católica y la vida cristiana continuarán desvaneciéndose a la par y sin parar. El Año de la Fe es oportunidad que nadie debe menospreciar en esta tarea.

MARIO DE GASPERÍN GASPERÍN. Obispo Emérito de Querétaro

▶CON LA MIRADA PUESTA

Cultura y fe

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031-06_07_COLUMNAS_alta 6 3/4/2013 8:40:46 AM

Page 3: Vida Nueva 31 Editorial

▶LA COLUMNA DEL DIRECTOR

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FELIPE DE J. [email protected]

“EL BUENA ESPERANZA”

Entre tañidos y silencios

FELIPE DE J. [email protected]

Uno que seguro es necesario tras largas semanas de mu-chas voces y mucho ruido y de semanas que habrán de venir de mucho por decir y mucho ruido que entorpecerá nues-tro escuchar. Hay quienes no callan, que continúan hablan-do, sugiriendo, especulando, aún cuando las campanadas suenan; hay quienes callarán justo cuando parezca preciso decir una palabra. Pero creo que hay tiempo para lo uno, como lo hay para lo segundo: “Así como del fondo de la música brota una nota que mientras vi-bra crece y se adelgaza hasta que en otra música enmudece, brota del fondo del silencio otro silen-cio…”, escribió Octavio Paz.

La nota musical que vibra en tiempo justo, es armóni-ca; la que parece invadir el silencio o el sonido de otra nota, es disonante, pero esto no le resta belleza. Por el con-trario, podría conformar una melodía singularmente bella y estimulante. De una o de

Escribo esta crónica mien-tras escucho las campana-

das que la Iglesia catedral de la ciudad de México ofreció al Santo Padre Benedicto XVI en el momento preciso de su renuncia. Según el campanero de allí, Rafael Parra Castañe-da, que es diácono permanen-te, la tradición sugiere que se repique cien veces la campana mayor de las torres cuando se conoce el deceso de un Sumo Pontí� ce; como este no era el caso, bastaron 60 tañidos de “La Santa María. La Ronca”, una campana de 12.5 tonela-das para decir adiós al Papa Ratzinger. Minutos antes, es-cuché por transmisión en vivo desde Roma, los repiques de las campanas del Vaticano que despidieron al Papa mientras ascendía en helicóptero rum-bo a su morada provisional de descanso en Castel Gandolfo.

Escuchar este solemne can-to, con el que se dio apertura al periodo conocido como “Sede Vacante”, obliga al silencio.

otra manera, es cuestión del oyente reconocer el valor de la diferencia, de la variedad. Durante la última audiencia pública celebrada el 27 de febrero, ante centenares de miles de asistentes, Benedicto XVI pronunció una frase que armonizó la disonancia: “No abandono la cruz, sino que per-manezco de manera nueva jun-to al Señor Cruci� cado”. Todos comprendimos que fue una elegante respuesta a quienes, fuera de tono, reclamaron su renuncia. Valor y coraje re-quirió permanecer hasta el

sacri� cio; valor y coraje re-quirió renunciar a la potestad del o� cio del gobierno de la Iglesia. Considero que ahora es el tiempo de otro sonido, uno que por la particularidad de la secrecía de permanecer bajo llave, brota del fondo del silencio.

Así lo veo mientras los cro-nómetros de las páginas que siguieron en vivo los últimos momentos del pontificado corren hacia cero y los mexi-canos hablan sobre Benedicto XVI, de su visita a México, de los sombreros charros, los zapatos color marrón que le hicieron artesanos nacionales y que usará en su peregrinaje durante “el último tramo de su vida”. Fotos, imágenes, pistas y crónicas del Pontí� ce satura-ron los compases de un clímax esperado; todas las notas que vibraron y crecieron, se adel-gazaron y disolvieron cuando otra música, la de las llaves de san Pedro y la tiara ponti� -cia que permanecen cubiertas bajo una sombrilla, las hizo enmudecer.

Comienza el gravísimo momento para los cardena-les, congregarse bajo la Sede Apostólica Vacante, realizar en comunión el diálogo silen-cioso, reconocer al pontí� ce que la Iglesia requiere para continuar un tramo más del peregrinaje hacia el Señor. No sabemos cuánto durará este tiempo, este silencio, ni sabemos si la nota que bro-te de los labios del cardenal proto-diácono será armónica o disonante, pero eso no le resta belleza.

Igual estaremos alegres porque habremos visto con esperanza que ha brotado del silencio, otro silencio, en for-ma de fumata bianca.

Persona de Iglesia

Parte del problema del pontífi ce por elegir está en la personalidad. Bajo este concepto, muchos cardenales estarán pensando su voto. Pero, en el fondo, la personalidad es el

problema. Pienso en quienes han demostrado un afecto inconmensurable a Juan Pablo II y en quienes Benedicto XVI causó poca simpatía durante los siete años de su pontifi cado pero que con la presentación de su renuncia, le han comenzado a ver y a contemplar casi heroico. Benedictólogos y ‘beneadictos’ valoran la personalidad del Papa por encima de la búsqueda de la construcción de una Iglesia más horizontal y colegiada. Sin embargo, el tipo de pontífi ce que requiere el mundo no sólo depende de su personalidad, sino del cambio que propicie en la estructura y en los miembros de la Iglesia que la componen, quienes pueden y deben acompañar las transformaciones sociales necesarias. Pienso que el pontífi ce que llegue puede dejar de ser ese Papa mayestático y que aún así pueda ser lo sufi cientemente valiente, abierto y libre para emprender este camino sin que se torne en el vértice de todas las intenciones del mundo cristiano. Es esa situación compleja en que se encuentran los cardenales porque el nuevo pontífi ce deberá dejar un poco de lado el culto a la personalidad y propiciar la colegialidad, hacerlo con mucho valor y audacia que evidentemente lo pondrá en la historia, no necesariamente en los refl ectores.

Suena el mar

031-06_07_COLUMNAS_alta 7 3/4/2013 8:40:47 AM